Suplemento Cultural Contenido 16-05-15

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CONTENIDO 1 Crónicas del Olvido BUITRES EN LA SABANA, RELATO SIN ESPEJISMOS ALBERTO HERNÁNDEZ 1.- Este relato, la historia de estos per- sonajes y de la tierra que los silencia, me toca muy de cerca. La metáfora que se encumbra en el cielo del llano se precipita con la violencia de una naturaleza que siempre ha estado presente en ese paisaje. La muerte, convertida en las sílabas que las som- bras preparan para sus víctimas, apa- rece y desaparece de día y de noche. Entonces, los espejismos, los apa- recidos, las venganzas, las pesadillas con los ojos abiertos. Un animal alado, carroñero, vigila la travesía de hombres y bestias. El llano es el trasunto de un testimonio extraviado. Quienes se pierden en sus caminos terminan devorados por los zamuros, los buitres, los perros y cerdos del monte. Entonces, el llano, esa inmensidad telúricamente mis- teriosa, se revela con toda su fuerza y actúa. Una novela que estructura la se- miotización de varios crímenes, de allí que Buitres en la sabana sea esa metáfora en la que flotan nombres y lugares atravesados por una historia de amor rodeada por la voracidad de la tragedia. He aquí que quien narra vuelca toda su desnudez hacia un país que se borra en su mapa. Un país demonizado por aquellos que esco- gieron la vía más fácil de enriquecer- se: a través del poder político y de la fuerza bruta. Muerte y amor se conjugan en una tradición de la escritura del lla- no, pero anclada en la realidad de un tiempo que se mueve: un allá y un acá cronológicos. El tiempo es la geogra- fía ambulante. Buitres en la sabana es una epope- ya que trasciende y se convierte en un asunto forense, en el que las historias personales más íntimas enriquecen la concepción simbólica de la muerte. El llano, sus leyes, sus reglas, forman parte de un entramado que da cuenta del legado de una cultura en la que to- man parte viejas concepciones sobre la propiedad de la tierra, la vigencia de un espectro denominado “Ley del llano” que, sin estar escrita, destaca su rigor cuando se pone en práctica. En otras palabras, o en las mismas de arriba, la llamada ley del llano es la muerte, traducida en atentados, secuestros, abigeato, desapariciones, destrucción de propiedades, etc. 2.- Sin querer alterar el orden aní- mico de oyentes y lectores, esta ley se está extendiendo por todo el país desde los reservorios de prisioneros, lo que indica la cercanía de esta nove- la con la realidad más cruda del país que hoy nos toca sufrir. Las vidas de los personajes prin- cipales, una periodista de investiga- ción, y un hijo de inmigrantes dedi- cado a la cultura de la tierra en un estado llanero, quien estudió en una universidad de los Estados Unidos, permiten percibir que nuestro ima- ginario postcolonial sigue vigente. Y cuando digo imaginario digo calco, digo clonación de eventos que se ha- bían superado: María Valentina y Fla- vio Gagliardi son las justificaciones actantes para desarrollar una historia de amor rodeada de sobresaltos que son partes noticiosos, tan frecuen- tes en estos días: invasión de tierras protagonizados por funcionarios del gobierno, atentados provocados por una guerrilla fundada en algunos propietarios afectos al poder, pene- tración de poderes extranjeros arma- dos en los campos de esa región del país, corrupción judicial, policial y militar. Una trama que hoy es la fre- cuencia de nuestra diaria respiración. Flavio Gagliradi es acosado por quienes tienen el poder político en sus manos. Finalmente es asesinado por uno de los sicarios que obede- ce órdenes de ese mismo poder. La justicia no existe. El derecho es solo una pantomima para los que deben tomar las decisiones en los tribuna- les. También el abogado de Gagliardi es asesinado. El homicida, cabeza de un grupo de sicarios, logra la libertad gracias a sus relaciones con el régi- men. Si a alguien no les suena pare- cido, es porque vive en otra región del planeta. Los ejes accionales adventicios que rodean la vida de María Valenti- na y Flavio determinan el cierre de la historia que, como referentes o cuñas narrativas, ven terminado su ciclo. La muerte se ha quedado instalada en la mirada del lector. La justicia nunca llega. Esta novela se soporta en muchos espejismos que, como lectores, mu- chos no han querido reconocer que han sucedido. Más allá de la ficción, más allá de los símbolos que quera- mos elaborar alrededor de la obra, nos cuestiona el hecho de formar parte de una hora negra del país. Tristemente, mi lectura me con- dujo a cuestionar la realidad. No la cción. La que leo en sus páginas es la misma que a diario veo en los pe- riódicos. O me ha tocado vivir como originario del lano. Nada me es ajeno en esta obra de Marisol Marrero. No sé si el lector buscará en ella matices literarios que embellezcan el momento de abrir y cerrar sus pági- nas. A mí, particularmente, me regre- só a tantos nombres desaparecidos en mi tierra. Tantos cuerpos abaleados, ahogados en ríos y lagunas, asesina- dos a mansalva, como aquel perso- naje de García Márquez en Crónica de una muerte anunciada. Colgados de árboles en plena sabana, cubiertos por los mismos zamuros de Boves, Funes o Zamora y de tanto bandolero que usó el paisaje de nuestro gentili- cio para mancharlo de sangre y terror. Quiero decir: mi lectura fue hecha con las vísceras. Desde el miedo que hoy amarga la existencia de tanto ve- nezolano, llanero o no, que ha sido y es víctima de los atropellos del poder, de la ambición, del odio y la carga ge- nética de una historia que no termina de cerrarse. 3.- Buitres de la sabana, una novela con un título nada cercano a nuestra urbanidad, no ayuda a sosegarnos. Nos involucra, nos asusta. Pero a la vez nos fortalece por la valentía de una mujer que no descansó hasta dar con el nombre de quienes mataron a Fla- vio Gagliardi y a su abogado y amigo. Una periodista que buceó, aun con el pecho apretado, en las aguas oscuras del crimen hasta dar con una verdad que a la larga quedó flotando en la vergüenza, al no hallar lo asesinados la justicia que sus familiares busca- ban. Al cerrar el libro o la pantalla, soy parte de ese espejismo. Soy parte del cuerpo que recibió varios disparos en la cabeza. Mi cadáver naufraga en es- tas páginas con el nombre de Flavio Gagliardi, un dolor multiplicado en los nombres de tantos seres humanos per- seguidos, acosados, arruinados, asal- tados, criminalizados, expropiados, insultados, humillados y ofendidos por las sombras que ambulan por la geo- grafía de un país convertido en papel por el talento narrativo de Marisol Ma- rrero. El mismo país que nos abruma en nuestros campos y calles. Los buitres no terminan de hartarse. No hay espejismos. Las bestias aladas dejan sus huellas sobre el barro fresco. No eres una persona que vea cosas que no existen, y aunque a menudo te haya desconcertado lo que estabas viendo, no eres propenso a alucinaciones ni a fantásticas alteraciones de la realidad Paul Auster (Diario de invierno) Has oído la llamada de los muertos… Paul Auster, Diario de invierno

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CONTENIDO 1

Crónicas del OlvidoBUITRES EN LA SABANA, RELATO SIN ESPEJISMOS

ALBERTO HERNÁNDEZ

1.-Este relato, la historia de estos per-

sonajes y de la tierra que los silencia, me toca muy de cerca. La metáfora que se encumbra en el cielo del llano se precipita con la violencia de una naturaleza que siempre ha estado presente en ese paisaje. La muerte, convertida en las sílabas que las som-bras preparan para sus víctimas, apa-rece y desaparece de día y de noche.

Entonces, los espejismos, los apa-recidos, las venganzas, las pesadillas con los ojos abiertos.

Un animal alado, carroñero, vigila la travesía de hombres y bestias. El llano es el trasunto de un testimonio extraviado. Quienes se pierden en sus caminos terminan devorados por los zamuros, los buitres, los perros y cerdos del monte. Entonces, el llano, esa inmensidad telúricamente mis-teriosa, se revela con toda su fuerza y actúa.

Una novela que estructura la se-miotización de varios crímenes, de allí que Buitres en la sabana sea esa metáfora en la que � otan nombres y lugares atravesados por una historia de amor rodeada por la voracidad de la tragedia. He aquí que quien narra vuelca toda su desnudez hacia un país que se borra en su mapa. Un país demonizado por aquellos que esco-gieron la vía más fácil de enriquecer-se: a través del poder político y de la fuerza bruta.

Muerte y amor se conjugan en una tradición de la escritura del lla-no, pero anclada en la realidad de un tiempo que se mueve: un allá y un acá cronológicos. El tiempo es la geogra-fía ambulante.

Buitres en la sabana es una epope-ya que trasciende y se convierte en un asunto forense, en el que las historias personales más íntimas enriquecen la concepción simbólica de la muerte. El llano, sus leyes, sus reglas, forman parte de un entramado que da cuenta del legado de una cultura en la que to-man parte viejas concepciones sobre

la propiedad de la tierra, la vigencia de un espectro denominado “Ley del llano” que, sin estar escrita, destaca su rigor cuando se pone en práctica. En otras palabras, o en las mismas de arriba, la llamada ley del llano es la muerte, traducida en atentados, secuestros, abigeato, desapariciones, destrucción de propiedades, etc.

2.-Sin querer alterar el orden aní-

mico de oyentes y lectores, esta ley se está extendiendo por todo el país desde los reservorios de prisioneros, lo que indica la cercanía de esta nove-la con la realidad más cruda del país que hoy nos toca sufrir.

Las vidas de los personajes prin-cipales, una periodista de investiga-ción, y un hijo de inmigrantes dedi-cado a la cultura de la tierra en un estado llanero, quien estudió en una universidad de los Estados Unidos, permiten percibir que nuestro ima-ginario postcolonial sigue vigente. Y cuando digo imaginario digo calco, digo clonación de eventos que se ha-bían superado: María Valentina y Fla-vio Gagliardi son las justi� caciones actantes para desarrollar una historia

de amor rodeada de sobresaltos que son partes noticiosos, tan frecuen-tes en estos días: invasión de tierras protagonizados por funcionarios del gobierno, atentados provocados por una guerrilla fundada en algunos propietarios afectos al poder, pene-tración de poderes extranjeros arma-dos en los campos de esa región del país, corrupción judicial, policial y militar. Una trama que hoy es la fre-cuencia de nuestra diaria respiración.

Flavio Gagliradi es acosado por quienes tienen el poder político en sus manos. Finalmente es asesinado por uno de los sicarios que obede-ce órdenes de ese mismo poder. La justicia no existe. El derecho es solo una pantomima para los que deben tomar las decisiones en los tribuna-les. También el abogado de Gagliardi es asesinado. El homicida, cabeza de un grupo de sicarios, logra la libertad gracias a sus relaciones con el régi-men. Si a alguien no les suena pare-cido, es porque vive en otra región del planeta.

Los ejes accionales adventicios que rodean la vida de María Valenti-na y Flavio determinan el cierre de la historia que, como referentes o cuñas

narrativas, ven terminado su ciclo. La muerte se ha quedado instalada en la mirada del lector. La justicia nunca llega.

Esta novela se soporta en muchos espejismos que, como lectores, mu-chos no han querido reconocer que han sucedido. Más allá de la � cción, más allá de los símbolos que quera-mos elaborar alrededor de la obra, nos cuestiona el hecho de formar parte de una hora negra del país.

Tristemente, mi lectura me con-dujo a cuestionar la realidad. No la � cción. La que leo en sus páginas es la misma que a diario veo en los pe-riódicos. O me ha tocado vivir como originario del lano. Nada me es ajeno en esta obra de Marisol Marrero.

No sé si el lector buscará en ella matices literarios que embellezcan el momento de abrir y cerrar sus pági-nas. A mí, particularmente, me regre-só a tantos nombres desaparecidos en mi tierra. Tantos cuerpos abaleados, ahogados en ríos y lagunas, asesina-dos a mansalva, como aquel perso-naje de García Márquez en Crónica de una muerte anunciada. Colgados de árboles en plena sabana, cubiertos por los mismos zamuros de Boves,

Funes o Zamora y de tanto bandolero que usó el paisaje de nuestro gentili-cio para mancharlo de sangre y terror.

Quiero decir: mi lectura fue hecha con las vísceras. Desde el miedo que hoy amarga la existencia de tanto ve-nezolano, llanero o no, que ha sido y es víctima de los atropellos del poder, de la ambición, del odio y la carga ge-nética de una historia que no termina de cerrarse. 3.-

Buitres de la sabana, una novela con un título nada cercano a nuestra urbanidad, no ayuda a sosegarnos. Nos involucra, nos asusta. Pero a la vez nos fortalece por la valentía de una mujer que no descansó hasta dar con el nombre de quienes mataron a Fla-vio Gagliardi y a su abogado y amigo. Una periodista que buceó, aun con el pecho apretado, en las aguas oscuras del crimen hasta dar con una verdad que a la larga quedó � otando en la vergüenza, al no hallar lo asesinados la justicia que sus familiares busca-ban.

Al cerrar el libro o la pantalla, soy parte de ese espejismo. Soy parte del cuerpo que recibió varios disparos en la cabeza. Mi cadáver naufraga en es-tas páginas con el nombre de Flavio Gagliardi, un dolor multiplicado en los nombres de tantos seres humanos per-seguidos, acosados, arruinados, asal-tados, criminalizados, expropiados, insultados, humillados y ofendidos por las sombras que ambulan por la geo-grafía de un país convertido en papel por el talento narrativo de Marisol Ma-rrero. El mismo país que nos abruma en nuestros campos y calles.

Los buitres no terminan de hartarse. No hay espejismos. Las bestias aladas dejan sus huellas sobre el barro fresco.

No eres una persona que vea cosas que no existen, y aunque a menudo te haya desconcertado lo que estabas viendo, no eres propenso a alucinaciones ni a fantásticas alteraciones de la realidad

Paul Auster (Diario de invierno)

Has oído la llamada de los muertos…Paul Auster, Diario de invierno

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CONTENIDO2

Lucila Palacios, la tercera novelistaEDUARDO CASANOVA

Lucila Palacios, cuyo nombre real era Merce-des Carvajal de Arocha, a pesar de que en muchos sentidos representó un retroceso en comparación con los colosos que la pre-cedieron en la novelística, tuvo grandes méritos: en-tre ellos el ser la tercera mujer que afrontó con de-cisión y una gran valentía la tarea de ser escritora, el haber perseverado en la novelística hasta conver-tirse, con sus doce títulos, en mucho más prolífica que todos sus antecesores y que casi todos sus suce-sores, y el ser la primera mujer que alcanzó el ho-nor de ser Miembro de Número de la Academia Venezolana de la Lengua Española. Quizá sus nove-las, en general, no tuvie-ron la misma calidad que las de José Rafael Pocate-rra, o Rómulo Gallegos o Teresa de la Parra o Ma-riano Picón Salas, ni las de Ramón Díaz Sánchez, Antonio Arráiz, Antonia Palacios o Arturo Uslar Pietri, pero sí un nivel dig-no que coloca su nombre entre los de los buenos escritores de nuestro país.Nació en la isla de Trini-dad, que siempre ha teni-do una relación especia-lísima con el Oriente de Venezuela, y en especial con la Guayana venezo-lana (que es el Estado Bolívar) el 8 de noviem-bre de 1902. Su infancia y juventud en poco difirie-ron de las de la inmensa mayoría de las mujeres de su tiempo, excepto por su decisión de dedicarse a las letras. Se casó con el guayanés Carlos Arocha, y al empezar su carrera de escritora adoptó el seudó-nimo Lucila Palacios, Lu-cila en honor a Gabriela Mistral (Lucila de María del Perpetuo Socorro Go-

doy Alcayaga) y Palacios por la familia materna de Simón Bolívar. En 1937 publicó su primera no-vela, Los buzos, en 1940 la segunda, Rebeldía, en 1943 la tercera, La gran serpiente, y en 1944 dio a conocer la cuarta, Tres pa-labras y una mujer, que le valió el Premio Literario de la Asociación Cultural Interamericana de Ca-racas. Las cuatro fueron editadas en Caracas. Esa rápida sucesión de obras la dio a conocer en los medios intelectuales de Venezuela. Relacionada con el partido Acción De-mocrática, fue diputada por el estado Bolívar en

la Constituyente de 1947 y Senadora para el perío-do 1940-1953, pero a cau-sa del golpe de estado de 1948, sólo pudo actuar en el Congreso por unos me-ses. Durante la dictadura militar mantuvo una po-sición valiente, pero dis-minuyó su producción novelística, que se rea-nudó en 1951 con Cubil, editada en Caracas. En 1958, ya vuelta la demo-cracia al país, publicó en Caracas dos novelas El corcel de las crines albas y El día de Caín. Al año siguiente se editó en Mé-xico Signos en el tiempo, y en 1960 Tiempo de Siega, en Caracas. En 1963 fue

designada embajadora de Venezuela en Uruguay, y fue en Montevideo en donde se publicó su déci-ma novela, Ayer violento, mientras que la undéci-ma, La piedra en el vacío, apareció en Caracas en 1970, y la duodécima y última, Reducto de sole-dad, de tema muy distin-to a los de las anteriores, fue publicada también en Caracas en 1975. En 1944, además del premio por Tres palabras y una mujer, recibió el Premio Municipal de Literatura Infantil por la obra tea-tral Juan se durmió en la torre y en 1949 recibió el premio literario “Arísti-

des Rojas”. Fue la prime-ra mujer en ingresar a la Academia Venezolana de la Lengua. Toda su vida luchó por los dere-chos de las mujeres en un país que se había desta-cado por irrespetarlos, y en ese terreno consi-guió grandes avances. En 1991, tres años antes de su desaparición, el Círculo de Escritores de Venezuela creó en su ho-nor el Premio “Lucila Pa-lacios” que corresponde al escritor del Año. Dos mese y pocos días antes de cumplir los 92 años, el 31 de agosto de 1994, murió en Caracas univer-salmente respetada.

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Luis Brito, fotógrafo en búsqueda constante

LAURA TERRÉ

Ha muerto Luis Brito, fotógrafo venezolano que fue premio Nacional de Fotografía en su país en 1996 y director del depar-tamento de Fotografía del Instituto Nacional de Cul-tura y Bellas Artes entre 1971 y 1976. Además de participar en numerosas exposiciones en galerías y museos, trabajó para las revistas Imagen, Escena y Papel Literario. En el en-torno internacional, pu-blicó en Photo, Cambio 16, Fotografare y en los vespertinos italianos Pae-se y Corriere della Sera. En 1977 se trasladó a vivir a Roma para desarrollar un proyecto del Ministerio de Cultura venezolano, y luego, en 1980, se instaló en Barcelona. Fue uno de los fotógrafos de la galería Spectrum-Canon de Al-bert Guspi, donde expuso la serie Aras de Tierra, re-tratos de los pies de seres humanos de todas partes. La intensidad de aquellas imágenes presentadas en un formato casi de contac-to llamó poderosamente la atención del público, y por ellas se le recuerda to-davía hoy en España.

A finales de los ochenta regresó a su país, donde trabajó como retratista y reportero para institucio-nes y revistas, pero siem-pre que podía volvía a Europa, Roma, y Barce-lona, donde había dejado la semilla de su amistad y cierto liderazgo entre fo-tógrafos.

En los últimos años, la degradación de su país, el hundimiento del sueño bolivariano, empujó su imaginación hacia nue-vas formas de denuncia en pequeños clips de ví-deo en los que documen-

taba la decadencia de la autoestima y la pérdida de identidad de su pue-blo. Por ejemplo, en lo que llamó Misión vuelvan mierda, la desintegración de las obras de arte en el

espacio público de la ciu-dad de Caracas.

Su raíz popular, huma-nismo, y alegría vital, le llevaron a la constante búsqueda de entornos puros, alternativos a la es-

tampa oficial ya fuera del poder o de los otros. Su-bía a los barrios más pe-ligrosos de Caracas para compartir con la gente cualquier tipo de rituales o festejos. Retrataba uno a

uno a los habitantes de la colonia Tovar —un reduc-to alemán en la sierra del Ávila caraqueña—, des-granaba la fisonomía de los niños y los viejos en la apacible villa de Carora, al oeste del país, y en el este, en Río Caribe, su ciudad natal (1945), o en el Ori-noco, donde compartía con los últimos indígenas el goce y la dureza de su realidad.

Todo para convencerse, por repetición, de que el hombre bueno no había dejado de existir. Que la ambición, la molicie que había inoculado el petró-leo en la gente, el dinero fácil que se había agotado junto a la dignidad, no ha-bían comprado ni vendido el alma de los venezola-nos. Pero el malestar ante la violencia, ante la pasi-vidad de quienes podrían ejercer el cambio, ante la injusticia y la arbitrarie-dad de la tiranía, la indi-ferencia de los poderosos ante las privaciones de los más pobres, el abuso co-tidiano de los corruptos que acabaron con la clase media en su país, lo depri-mían, lo desesperaban. Su débil corazón no aguantó esa presión y murió recién regresado a Caracas el pa-sado 1 de marzo, después de cinco meses de estan-cia en Europa.

La mística, la estética, la política, la lírica y la fuerza popular laten al unísono y dan vida a la obra total de Brito. Más allá del precio-sismo de sus colores, de la exactitud de sus composi-ciones, el verdadero inte-rés de su trabajo está en lo oscuro, en lo difícilmente apreciable, en lo indeci-ble. Nos queda el tesoro de su archivo, como un mensaje de paz al oído de los que tendrán que vivir el ojo del huracán.

Laura Terré es historia-dora de la fotografía y co-misaria de exposiciones.

Luis Brito, en Barcelona enero de 2015. / JOAN TOMÁS

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Secretos en el caminoTEXTO Y TRADUCCIONES:

CHRISTIAN KUPCHIK

Hemligheter på vägen. Secretos en el camino. Ese es el título del segundo libro de Tomas Tranströmer, al que leí casi treinta años después de su edición original. La fascinación fue tan inmedia-ta como absoluta. De forma extraña, ese desconocido indagaba sobre mis propios “secretos en el camino”. Cabe destacar que por entonces Tranströmer era visto con respeto pero también cierta distan-cia en los medios culturales suecos. Los años ’60 y ’70 abundaron entre una suerte de realismo social bastante pedestre y un experimentalismo sin demasiado vuelo en el que el delicado equilibrio intimista de Tranströmer no encontraba del todo cabida.

Uno de sus libros, Bálticos (1974), fue descubierto por el poeta norteame-ricano Robert Bly -quien encontró en Tranströmer a uno de los mejores euro-peos de su generación- y su obra, lenta pero implacablemente fue extendién-dose hacia otras lenguas. Yo, que tenía la absurda pretensión de aprender sue-co –al menos su sensibilidad- a través de la poesía, comencé a leerlo con fruición al principio, y luego me entregué a su-cesivos intentos por llevarlo al español. Todo esto, por supuesto, tan en secreto como los caminos transitados por To-mas y por mí, y sin ninguna intención que no fuese acercarme más a la raíz de su poética. El desafío, si bien no era sen-cillo, me comprometía cada vez más. La di� cultad esencial, pude descubrir, pa-saba por desentrañar la particular mu-sicalidad que Tranströmer le infundía a la lengua sueca. La música siempre estuvo muy cercana a su espíritu (de hecho, tocaba el piano y dicen que muy bien), y llevar el ritmo y la prosodia de su poesía al castellano por momentos parecía una causa perdida.

No obstante, capturados unos cuantos poemas y dada la imposibilidad de intere-sar a una editorial española por ellos, re-solví publicarlos por mi cuenta en Suecia. El intento, claro, respondía al veneno per-fumado de su poesía. Hice una plaqueta que titulé Postales Negras, como uno de sus poemas, y en la tapa se reproducía una postal antigua con una estampilla (real) pegada. Un sello diferente y de diversos países por cada ejemplar, convirtiéndolos así en piezas únicas. Ahí tuve mi primer contacto con Tomas. Le envié de regalo una cantidad de plaquetas a Västerås, la ciudad del sur donde vivía. Me respondió con una carta conmovedora y a partir de

allí tuvimos cierto contacto. Alguna lla-mada telefónica, una breve misiva, nada signi� cativo. Pocas palabras, pero sólidas. Como su poesía.

Los primeros días de junio de 1989 el sol de medianoche se prometía más cálido que nunca: faltaba poco para el nacimiento de mi segunda hija, Mikaela. Fue entonces que el timbre de mi puerta sonó con otra música. Inesperadamente, encontré a un hombre alto, tímido y delga-do, con un libro tan delgado como él entre las largas manos. De pianista. Era Tomas.

Estaba por unas horas en Estocolmo y quería entregarme su última ofrenda, För levande och döda (Para vivos y muertos). La misma debilidad que sentía por los arcanos de la naturaleza, Tranströmer la transmitía para traspasar las fronteras en-tre los dos mundos. Caminamos durante horas entre lagos y bosques, y él parecía descifrar nuevos misterios en cada peque-ño indicio de cuanto nos rodeaba. Con voz serena y pausada, me contó de sus días en Västerås, la calidez naranja del otoño, la suave compañía del crepúsculo, la com-plicidad del piano. Por entonces trabajaba como psicólogo con la materia viva del do-lor, en cárceles con delincuentes juveniles y también con personas que padecen di� cultades motrices. Estas experiencias, en contrapunto con la libertad ilimitada que el poeta siente que le ofrece el con-tacto con la naturaleza y el dramatismo de sus metamorfosis climáticas en el Nor-te, llevaron a Tranströmer a crear una red metafórica de dimensiones casi místicas. Entre los bosques, en las más nimias alte-raciones de la luz, en los archipiélagos, en la contemplación de un tronco o el dibujo de una ola, Tranströmer dice encontrar “una dimensión especial de la realidad”.

Precisamente en uno de sus poema-rios más aclamados, Östersjöar (Bálticos,

1974), su poética lo conduce al recuerdo de una realidad cotidiana que pone en crisis el “aquí” y el “ahora”, desnudando la fragilidad de un presente tan fugaz como doloroso al que se le busca un sentido. Esa obra, en forma misteriosa, tendrá asimis-mo un alcance profético: al traer las imá-genes del pasado, sus abuelos encarnan la idea de identidad y parentesco entre los vivos y los muertos, la última frontera que tiende a limitar y fragmentarlo todo. Re-cordé unos versos suyos y se los dije: “Una naturaleza muerta de troncos en la nieve me hizo pensar / Yo les pregunté: / ‘¿Me acompañan a mi infancia?’ / Me respon-dieron: ‘Sí’”. Tomas apenas sonrió.

Un año más tarde a nuestro encuentro, ya con el otoño encima, Tranströmer se convierte en triste hechicero de su desti-no. En un poema escrito bastante tiempo antes, nos habla de un joven músico que por motivos desconocidos es encarcelado y una vez superada la condena, sufre un accidente cerebral que deriva en una pa-rálisis con afasia. Esto mismo le ocurriría al propio Tranströmer. El joven, no obstante, continúa con la música. Tomas también. En nuestro breve peregrinaje en torno a la isla Reimers, confesó que hubiese pre-ferido dedicarse a la música antes que a la poesía, quizá sin saber que también su poesía es música. Su sentido del ritmo es muy poco habitual en la lengua sueca, en tanto su métrica comprimida, precisa, sabe exprimir a palabras sencillas su más íntimo signi� cado. Accesible y misterioso a la vez, Tranströmer trabaja sobre la ima-gen –a veces fantástica, siempre equilibra-da- con el virtuosismo de un compositor acostumbrado a crear tonos en el silencio con una orquesta de cristal. El poema que le dedica a Edvard Grieg, Un artista del norte, lo expresa con claridad: “Me he re-tirado hasta aquí arriba para toparme con

el silencio”.En 2012, ya glori� cado por el Nobel

concedido un año antes, volví a verlo. El S:t Pauls Pappershandel, una pequeña libre-ría y papelería de Mariatorget, encantador barrio de Estocolmo, le rinde permanente tributo: su voz atraviesa las paredes que desde 1888 transpiran palabras y poesía. Tomas no vivía lejos de allí. En sus pala-bras grabadas, Tranströmer trae su pro-pia versión del Báltico, un punto onírico, de� nido como escenario de todos los mundos posibles. Y aunque fue un gran viajero y supo traducir los con� ictos del hombre en otras latitudes (muchos de sus poemas re� eren a estas experiencias ya desde el título: Huracán islandés, Funchal, Syros, Lisboa, Oklahoma…), su camino no supo de atajos y pre� rió internarse en los paisajes invisibles de la realidad. En tal sentido, de todos sus viajes, Tranströmer siguió eligiendo el sueño como el periplo más perfecto: “Un poema no es otra cosa que un sueño que yo realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes comparti-das. Tengo una relación de mucho amor con el sueño.”

El viernes 27 de marzo de 2015, Tomas Tranströmer se abrazó al sueño eterno. Al enterarme de la noticia, junto a la natural tristeza me golpeó el recuerdo de esa pre-gunta formulada hace algo más de cinco lustros: ¿cuáles eran los secretos en el camino que escondía su poesía? Me res-pondió que no lo sabía, que quizá fueran diferentes para cada peregrino, pero aún en la ignorancia lo importante radicaba en saber transmitirlos.

No lo he olvidado, y como rito obliga-do, me abrí uno de sus libros al azar. Los ojos se detienen en otras palabras nóma-das: “La tribu gitana recuerda, pero los alfabetizados olvidan. Anotan y olvidan.”

SECRETOS EN EL CAMINO

La luz del día dio de lleno en el rostro de quien dormía.Tuvo un sueño mucho más vivopero no despertó.La oscuridad dio de lleno en el rostro de un caminantebajo los impacientes, intensosrayos de sol.De pronto oscureció como por una fuerte lluvia.Yo estaba en una habitación que contenía todos los instantes-un museo de mariposas.Y el sol, aún tan fuerte como antes,pintaba el mundo con sus pinceles impa-cientes.

(De Hemligheten på vägen -Secretos en el Camino–, 1958)

POSTALES NEGRASI

La agenda llena, el futuro desconocido.El cable canturrea una canción sin patriaNieve sobre el mar plomizo. Sombrasque luchan en el muelle.

IIEn mitad de la vida sucede que llega la muertey toma las medidas de una persona. Esta visitase olvida y la vida continúa. Pero el trajesigue siendo cosido en silencio.

(De Svar på brev –Respuesta a una carta-, 1979)

NOTICIAS DE JULIOQuien yace de espaldas debajo de los árboles gigantestambién está allá arriba. Se extiende en miles de ramas,se balancea hacia delante y hacia atrás,como si fuese una catapulta disparada en cámara lenta.Quien está de pie junto a los muelles orina en el agua.Los muelles envejecen más rápido que la gente.Tienen una madera azul platinada y piedras en el vientre.La luz cegadora llega hasta allí.Quien viaja todo el día en un barco abiertoentre las ensenadas brillantesal fi nal dormirá dentro de una lámpara azulmientras las islas reptan como grandes mariposas nocturnassobre el cristal.

(De Mörkseende –Visión Nocturna- 1970)

TAÑIDOY el mirlo su canción sopló en los huesos de los muertos.Estábamos bajo un árbol y sentimos cómo el tiempo se hundía y se hundía.El cementerio y el patio de la escuela se encontraron y se abrazaronel uno en el otro como dos corrientes marinas.El tañido de las campanas ascendió cautivopor la suave palanca del planeador.Un silencio aún más enorme se desplomó sobre la tierray los tranquilos pasos de un árbol, los tranqui-los pasos de un árbol.

(De Den halvfärdiga himlen –El cielo a medio hacer- 1962)