Antología suicida

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  • 7/21/2019 Antologa suicida

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    ANTOLOGA SUICIDA

    Alberto Chaile, Florencia Luce, Julio Marin, Maria Luisa Caimari, MaraRosa Mlac, Mariana Mosse, Patricia Durand, Luciana Kaplan

    Alumnos de Narrativa I de la Escuela de Escritura Online de Casa deLetras

    Profesor: Ariel Bermani

    -2013-

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    Prlogo

    Esta antologa de cuentos es apenas una muestra breve del trabajorealizado durante ocho meses en el grupo "Los suicidas" del primer aode la "Escuela de Escritura Online de Casa de Letras". A partir deconsignas de escritura, los integrantes del grupo fueron elaborandoejercicios narrativos que, en algunos casos, terminaron siendo cuentosde buena factura. Estos ocho relatos son una muestra de eso.

    Los autores incluidos en este libro son Alberto Chaile, Florencia Luce,Julio Marn, Luciana Kaplan, Mara Rosa Mlac, Mara Luisa Caimari,Mariana Mosse y Patricia Durand. Tuve el placer de coordinar el grupo yme queda ahora la sensacin de que el trabajo que hicimos fueproductivo y sus frutos se vern, por supuesto, en el futuro. La formacinde un escritor es lenta -es un camino sinuoso- y slo en los momentos enque podemos tomar distancia para ver cmo fuimos creciendo a lo largode los aos, podemos ver, con ms claridad, los puntos de inflexin, loscambios, las rupturas. Ojal esta antologa signifique, en la obra de losautores que la conforman, un movimiento hacia adelante, un salto alvaco de la escritura. Yo creo que s.

    Ariel Bermani

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    Quijotepor Alberto Chaile

    Maana, Quijote, te espera un da difcil, se dijo Eleuterio, sentado en lacama, con los pies sumergidos en una palangana de latn. El sueo loacosaba y lo haca cabecear, pero su obligacin, pensando en ese futuroinmediato que se le avecinaba, era aliviar un poco esos pies, quitarles elcansancio que una dura jornada les haba provocado. T no tienesalternativa, no puedes eludir la responsabilidad que el destino te asign,debes amanecer temprano, cargar tus herramientas yantes que nada-empezar la ardua tarea de destapar las caeras congeladas que traenagua que tu molino junta en el tanque australiano. Una vez hecho esto,

    montar esa yegua zaina que siempre te ha acompaado y enfilar hacia elalto de la meseta, pens mientras secaba sus extremidades callosas yblancas.

    Afuera el viento soplaba con fuerza pero con regularidad, sin esasrfagas que tanto dao pueden hacer y eso lo tranquiliz. El burletedesgastado de la ventana dejaba pasar un fino hilo de aire que ululabacomo un arrullo que seguramente lo ayudar a dormir. A l,acostumbrado al zumbido aplastante de los molinos, le vena bien queese burlete gastado dejara pasar viento. Durante el da, mientras recorra

    la zona en la que se haban instalado, a modo de prueba, media docenade generadores elicos, el zumbido era ms fuerte y a l le llev untiempo acostumbrarse a usar los protectores para los odos que le habandejado. Debe haber sido eso lo que hizo que algo de ese sonido se lequedara como pegado al odo, y que hiciera tambin necesario, sobretodo a la hora de irse a dormir, tener siempre cerca la radio encendida.

    Tenemos autorizacin de su patrn para instalar unos molinos, le habadicho el ingeniero que lleg primero para estudiar un poco el terreno, y lno dijo nada, slo pens que con el molino que tenan detrs del casco

    de la estancia alcanzaba para lo poco que haba que usar el agua en eselugar. Cuando lleg el camin con los mstiles, las aspas y losimplementos para montar el sistema, Eleuterio se preocup, pens unbuen rato, tom coraje y lo encar al ingeniero de manera pocodiplomtica. Disculpe usted, yo no soy muy estudiado pero esos fierrosno tienen nada que ver con los molinos que el patrn dijo que venan aponer. Dijo esto y pens que haba dicho algo serio porque el ingeniero ni

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    se tom el trabajo de contestarle, se dio media vuelta y fue hasta lacamioneta, abri un maletn, revis unos papeles y regres con unosfolletos en donde se poda ver cientos de molinos desplegados en unaverde pradera. Eleuterio se qued mirando el pasto, nunca haba vistouna extensin tan verde.

    La idea es montar seis molinos para monitorear cuanta energa podamosproducir anualmente, le dijo el ingeniero luego de aclararle que con estosaparatos no se sacaba agua de la tierra. Eleuterio lo mir, se frot elmentn con la mano, levant el labio inferior como dando a entender quecomprenda la explicacin, que ese hombre, que hasta ah no lo habatenido en cuenta, le estaba dando.

    Nosotros vamos a venir peridicamente a controlar que todo vaya bien, ledijo, como para darle tranquilidad, pero el que va a tener que lidiar todos

    los das con ellos, como si fuera un quijote, es usted, concluy elingeniero y continu con su tarea de controlar la descarga de losaparatos.

    Desde ese da la vida de Eleuterio cambi. No por los molinos, ni por laelectricidad que comenz a usar en la casa, ni por la radio que ya novolvi a quedarse sin pilas. No, nada de eso lo perturb tanto como esaidea que se le arraig en su cabeza y de la que no pudo desamarrarse

    jams: ser un quijote batallando contra esos molinos.

    Un da su patrn, que acostumbraba a pasar un par de veces al ao adejarle provisiones, muri. Otro da, el gobierno se qued sinpresupuesto y ese hombre, que mensualmente vena a controlar quetodo estuviera en orden, ya no regres. Pero a Eleuterio nada de eso lepreocupa. Un Quijote tiene siempre el deber por delante, piensa,mientras cabalga, abrumado por el zumbido, zigzagueando en medio deesos gigantes que no paran de girar.

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    La Bestiapor Florencia Luce

    El avin aterriz en Santiago a las diez. Rosa subi al micro que iba a

    Clodomira y se apoy contra la ventana. A las doce estoy ah, pens.

    El chofer par tres veces en la ruta. Se bajaba despacio y estudiaba el

    micro con la mirada. Observaba los costados, la carrocera, y despus se

    paraba adelante y secaba con lentitud el sudor de su frente con el brazo.

    Las tres veces repiti que no haba ningn problema, que observaba por

    las dudas, que haba que tener cuidado con la bestia, y sealaba el sol.El micro lleg pasadas las dos de la tarde con horas de retraso. Par al

    borde de la ruta de asfalto y el chofer hizo bajar a los tres pasajeros.

    -Dos cuadras hacia adentro, le dijo a Rosa. Ahcito noms se topa con

    Eva Pern, a la derecha, y ah est el centro. De seguro que ve a don

    Beto. Yo me voy para mi casa, pues, dos cuadras adelante.

    Rosa camin hasta Eva Pern y al doblar lo vio de lejos, sentado en una

    silla de madera despintada frente al bar, solo, a la sombra de unalgarrobo. Un perro acostado contra la pared era el nico acompaante.

    El calor y el polvo le impedan apurarse, y la brisa caliente la atontaba.

    Pero el sol, ese sol quemaba como nunca lo haba sentido antes. Desde

    la esquina vio que su to vesta camisa de mangas largas prendida hasta

    arriba y pantalones y zapatos negros. El to Beto se levant con esfuerzo

    de la silla y agit los brazos ni bien la vio doblando por la Farmacia.

    Se abrazaron. De la frente arrugada y renegrida de su to caan gotas de

    sudor. Todava tena mucho pelo, blanco amarillento y engominado hacia

    atrs. Rosa se acord que la abuela contaba que su hermano Beto

    siempre llevaba un peine Pantera en el bolsillo de la camisa. Los compra

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    en el tren en Buenos Aires y fjate que anda regalndoselos a todos los

    amigos de Clodomira, se burlaba la abuela.

    Rosa le pidi que fueran a la casa.

    -No tengo mucho tiempo, le dijo, me tomo el ltimo micro a Santiago.El to la hizo entrar primero al bar.

    -Vamos, pues, una copita.

    Un hombre dormitaba con los pies sobre la barra. Abri los ojos de a uno,

    se levant y sac el sombrero extendiendo la mano cansada hacia Rosa.

    Un ventilador de techo daba vueltas lentas y chirriaba.

    -Jos, ac la seorita quiere brindar. Primera vez en Clodomira, fjate.

    Hija de mi sobrino, el hijo de la Maca, fjate.

    -Venga, un refresquito, dijo Jos. Hay que hidratarse, que afuera est

    que arde. Se rea, dejando ver los dientes que le faltaban.

    Caminaron las tres cuadras largas que llevaban a la quinta. Rosa pisaba

    el polvo y las piedritas que entraban por las sandalias. Al pasar por la

    Farmacia, dos perros que custodiaban la puerta abierta, ladraron sin

    levantarse. Rosa vio el cartel de cerrado bambolendose con la brisa.Pasaron delante del Saln Comunitario y Beto salud a una mujer que se

    abanicaba bajo un eucalipto.

    -Cmo le va, doa Irma?

    -Y, aqu estoy, don Beto. Estando.

    Beto le present a su sobrina nieta.

    -Vino de Buenos Aires, le dijo. En avin, fjese.

    La quinta era de la abuela, pero all viva el to Beto. Rosa, abogada,

    deba poner los papeles en orden y recuperar el ttulo de propiedad.

    Doscientas hectreas de tierra seca, donde creca algo de alfalfa, y un

    casern colonial que alguna vez fue majestuoso. Beto la hizo entrar.

    Usaba como habitacin lo que haba sido escritorio y biblioteca en la

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    planta baja. Rosa quiso pasar al bao, pero la puerta estaba tapiada con

    una madera que deca clausurado. Se dirigi hacia el saln principal.

    Desde la puerta vio colchones tendidos en el piso y ropa colgada de

    sogas atadas en las sillas del comedor estilo Luis XV de susantepasados espaoles. Una mujer daba de mamar acurrucada en el

    piso contra el cristalero. Los colchones destilaban un olor cido.

    El to sonrea.

    -Estn aqu provisorio noms. Para las cosechas, fjate.

    Rosa levant la mirada hacia las escaleras seoriales que llevaban al

    primer piso. Los escalones estaban rodos, la madera comida, mordida, y

    el olor cido fue cediendo lugar al de la podredumbre. Los rayos de luz

    penetraban por las rajaduras de los vidrios esmerilados del primer piso.

    El calor era intenso, vio a su to que la miraba y sonrea, y record cmo

    el sol la haba atontado.

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    Lo incompatible

    por Julio Marn

    Cuando se cumplieron cincuenta aos de la creacin del InstitutoBalseiro, me encargaron reeditar el libro donde se cuenta su historia. Enmi tarea esperaba hallar excentricidades.

    No es novedad que los cientficos son seres un poco extraosperotermin encontrando algo fantstico.

    Al revisar el manuscrito original, escrito por mi abuelo, di con unaancdota nunca antes publicada. Esa es la historia que transcribo a

    continuacin.

    En la primavera de 1957 se haba terminado la construccin de labiblioteca del instituto. Hasta entonces, los libros que usbamos seencontraban dispersos en las aulas o en nuestros laboratorios, lo que eraciertamente una complicacin al momento de rastrear un libro enparticular. Tambin, por esa poca, y por intercesin de Gaviola, sehaban conseguido fondos con los que se haba comprado un importantenmero de libros. Segn la informacin que luego nos confiara elbibliotecario, tenan inventariados unos 3700 volmenes.

    Todos ansibamos la inauguracin de la biblioteca pero, por causas quedesconocamos, nos veamos obligados a una continua postergacin denuestro deseo. La paciencia de Balseiro se termin una tarde en quedeba consultar una complicada frmula y, como no haba encontrado ellibro que buscaba, tuvo que perder tiempo deducindola. Luego de eso,me pidi que lo acompaase a hablar con el bibliotecario.

    Yo saba bien que me llevaba para contenerlo, porque, como ya hedicho, Balseiro era un hombre de carcter fuerte. Los empleados del

    instituto le tenan tanto respeto que a veces ese respeto se confundacon temor. El caso del bibliotecario fue un extremo. l, esa tarde, eraincapaz de mirarnos a los ojos y no lograba explicarnos por qu no seinauguraba la biblioteca. Luego de mucho insistir, logramos sacarle laverdad. Aunque antes pidi permiso y nos sirvi un vasito de whisky acada uno. Cuando se termin el suyo, dijo:

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    Doctores, aqu tengo un gran problema, pero dudo que ustedes logrencreerme.

    Balseiro le dijo:

    Si creemos en la fsica cuntica, no hay nada que no podamos creer.

    Y remos con complicidad, sabiendo que l no entendera la broma.

    El empleado no le dio importancia y continu:

    Esto es algo muy serio. La biblioteca est terminada, pero algo nosimpide ubicar los libros en ella.

    Un problema de diseo? Un error de clculo?pregunt.

    No, nada de eso. Es algo paranormal.

    Paranormal? No estar tomando demasiado?le pregunt Balseiro.

    Nodijo el hombre, que estaba arrepintindose de haber empezado lahistoria. Han notado ustedes que el exterior del nuevo edificio carecede luces? Bueno, eso tiene una explicacin.

    Vaya al grano hombre, deje de dar vueltasle orden.

    Bueno, bueno, la cuestin es que, desde que pusimos los libros, labiblioteca, por las noches, desaparece.

    Podrn imaginar nuestra sorpresa. La conversacin continu largo rato,pero como somos hombres de ciencia, no le cremos. Bueno, no lecremos hasta que no lo vimos.

    Esa tarde los tres nos quedamos observando la biblioteca. Cuando el solse ocult tras los cerros, nada pas. Recuerdo que miramos albibliotecario con cara de reproche pero l nos hizo seguir esperando. Fuecuando se vieron las primeras estrellas que el edificio pareciempalidecer. Podra haber sido un efecto de la luz vespertina, pero,cuando al fin se hizo de noche, las paredes no estaban all.

    Ese fue el inicio de una larga serie de experimentos.

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    Primero ordenamos que retirasen todos los libros. Esto se hizo durante elda, cuando la biblioteca se comportaba como una construccin normal.Esa noche, el edificio no desapareci. Mandamos, al da siguiente, quevolvieran a colocar los libros en su sitio. Por la noche, desapareci otravez. Aqu fue cuando nos planteamos la posibilidad de que la biblioteca

    no quisiera los libros o tal vez no quisiera a uno en particular (aunqueesto poda ser al revs, quizs fueran los libros, o uno en particular, losque no la queran a ella).

    Continuamos el movimiento de libros, ordenando que dejasen dentro,solo la mitad de ellos. Esa noche, el edificio no desapareci. Al dasiguiente, hicimos que quitaran esa mitad y pusieran la otra. Comoefectivamente desapareci, entre ellos deba estar el libro obstinado. Unoentre 1850. Sacando de a uno por noche, nos hubiese llevado, en el peorde los casos, cinco aos. No tenamos tanto tiempo.

    Afortunadamente, Balseiro tuvo una idea brillante. Cada da quitbamosla mitad de los libros que haba la noche anterior, de manera que si labiblioteca se mantena en pie, era porque en el grupo habamos retiradoel libro obstinado, y si no, era porque an estaba dentro. De este modo,en doce noches dimos con l. Era un libro comn, de tapas bord, quehaba sido escrito por Vigoureux y Webb en 1936.

    Nos divertimos con l algunas noches ms. Incluso lo probamos en otrasbibliotecas, donde nada extrao ocurri. Al final, totalmente convencidos

    de que no encontraramos una explicacin lgica, tiramos una monedapara decidir quin lo conservara.

    An hoy permanece en mi hogar.

    Cuando le esto pens que se trataba de alguna locura propia de lasenilidad de mi abuelo. Al escribir sus memorias tena unos noventa aosy, aunque se conservaba bien, mi padre deca que a veces desvariaba.Pero el texto era demasiado coherente. Corr a la biblioteca de mi abueloy busqu el libro bord. All estaba, inocente, como uno ms.

    Algunos meses despus, llev el libro a la vieja biblioteca del instituto.Incluso llegu a dejarlo all, oculto. Sin embargo, cuando iba amarcharme pens en mi abuelo. Y supe que lo que estaba haciendoestaba mal. No quera ponerlo a prueba. Si esa noche el edificio nodesapareca, tal vez el recuerdo de mi abuelo se me volvera ms difuso,menos creble. Me llev el libro y trat de no pensar ms en el asunto.

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    Crnica irreverente que aclara algunos aspectos de la vida delHidalgo Caballero Don Quijote de la Mancha

    por Mara Luisa Caimari

    Nadie imagina la verdadera causa que dio origen a su periplo. No hubodeseos de liberar gentes ni derrotar gigantes. No hubo cabalgatas poresas tierras buscando una dama. Su salida intempestiva se debi alllamado del rey. Respeto por la investidura real siempre haba tenido, ases que, enorgullecindose de recibir tal convocatoria, Don Quijote mandensillar a Rocinante, le chifl a Sancho, y al tranco enfilaron.

    De ms est decir que la promesa de una paga en doblones de oroayud a que aceptara el trato. Es sabida la debilidad de Don Quijote porlos libros de caballera, y ese amor a la literatura lo tena en bancarrota.Haba estado hojeando una coleccin de Los Cruzados en Tierras deMoros, con tapas de pergamino y miniaturas con dorado a la hoja que lohaba subyugado, y aoraba tenerla en su biblioteca.

    Cabalgaba empuando su lanza, imaginando que con ella podrahacerle frente a cualquier obstculo, midiendo el largo del asta,calculando en qu punto arremetera sin piedad. De pie en los estribosensayaba un ataque al galope, que era acompaado por el ruido a metaloxidado de su armadura.

    -Sancho! Haremos un alto en el arroyo y abrevaremos las cabalgadurasantes de llegar a palacio.

    -Sancho! Que no tienes unas butifarras? El camino ha sido largo y yoen ayunas.

    Sancho era servicial a todos los pedidos de su amo, ya que las travesaspor caminos polvorientos, sin cruzarse con viajero alguno, los habatornado muy unidos. Llegando a nacer entre ellos tal relacin que, enms de una ocasin, cuando se encontraban acampando y adorando lafogata en noche serena, y slo se tenan el uno al otro, se solazaban enun merecido encuentro pasional para mitigar tanta soledad.

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    Cuando por fin llegaron a palacio mucho hubo de gritar Sancho para quelevantaran el puente levadizo y pudieran pasar dentro de las murallas.Don Quijote erguido y sintiendo toda la responsabilidad de acudir enayuda de su monarca se dirigi a la Puerta Grande y explic la razn desu presencia al edecn de turno. Hubo un repentino cambio en su

    semblante, que nadie not puesto que llevaba morrin, al escuchar elmotivo por el cual lo requeran. Desmont e hizo seas a Sancho paraque hiciera lo mismo.

    -Seguidme y traed vuestra lanza, os guiar hacia la zona en cuestin,orden el edecn, tomando una antorcha y dirigindose con pasoautoritario hacia los pasillos interiores, por escaleras de caracoldescendentes, cada vez ms hmedas y oscuras. Pasaron por lasmazmorras y oyeron los gritos de los prisioneros pidiendo piedad.Cruzaron stanos de cuyos pisos brotaba orn, y respiraron un aire ftido.

    -Aqu. ste es el pozo del Retrete Real que se ha atascado y producemiasmas y vahos que hacen imposible habitar la Torre Mayor. Hagausted el favor de intentar con vuestra lanza desobturarlo para que susmajestades recuperen el bienestar que su cuna merece.

    La tarea encomendada conspiraba contra la alcurnia del HidalgoCaballero, pero consciente de que no haba nadie all para burlarse deese menester, y pensando en que su flaca bolsa pronto se llenara, tomsu alabarda. Y sin mucha metodologa se despach a diestra y siniestra

    por los canales de desagote, las canaletas ms cercanas y cualquierintersticio que cediera ante su mpetu. Chocando, forzando o rompiendo,pero con alentadores resultados.

    Sancho apenas atinaba a saltar de un lado al otro tratando de evitar lassalpicaduras. El edecn, sin perder su apostura retrocedi ante tamaademostracin de destreza aplicada a tan deprimente situacin .Comofuere, el atascamiento cedi y fue fluyendo lentamente cual repugnantelava hacia el foso circundante.

    Al desandar el camino por las entraas del castillo hacia el patio central yla luz del sol, ya vena Don Quijote elucubrando, no sin un poco dedesilusin, que no hay corona, ni oropel, ni trono que marque ningunadiferencia a la hora de evacuar las tripas.

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    Habiendo recibido la paga estipulada, montaron Don Quijote y Sancho, yse retiraron aplaudidos por el populacho que vitoreaba su nombre a vivavoz.

    -Volvamos cuanto antes a la casa, mi seor.

    -No, hombre. No con esta traza y este olor. Andaremos unos das, o loque sea necesario para que el viento y alguna lluvia nos vayan limpiandoestos restos inmundos. Paciencia. La naturaleza nos devolver el brilloque perdimos por cumplir con nuestro rey.

    Y as fue que para recuperar su aseo y compostura debieron andarmucho ms de la cuenta, pero de estas idas y venidas por tierras deCastilla surgieron hermosas pginas por las que estaremos siempreagradecidos.

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    Fermnpor Mara Rosa Mlac

    La pensin de doa Ada estaba atestada de pensionistas. Era viernesde ravioles con tuco. Las conversaciones, el ruido de los platos, el chinarde las copas y el olor tpico de las pastas inundaban la casa. Casi todosnos conocamos. Josefa la seora de la limpieza, Jorge el albail, Jessel plomero y el nuevo que se llamaba Fermn. Haca pocos das quehaba ingresado a la pensin. Se sentaba solo en la ltima mesa. Nohablaba con nadie. Era alto. Calculo dos metros. Vena siempre a lamisma hora. Colocaba su valija en la silla. Sacaba varias pinturas deuas. Las iba colocando en fila. Las miraba. Luego se pintaba las uas.Se soplaba varias veces las manos. Aunque el plato de ravioles estuvierahumeando.

    Jess lo miraba. Tena los ojos tan grandes que pareca que se le iban asalir de la rbita. Josefa mostraba apenas los dientes para no rer. Jorgedeca: oh la, la, la!. Frunca con fuerza sus arrugas. El nuevo comacon parsimonia y delicadeza. Cada tanto recorra con la mirada el lugar.Su mirada se centraba en el espejo que estaba en la entrada de lapensin. El espejo era rectangular. Alto como l. Mientras esperaba elpostre sacaba un espejo pequeo adornado con puntillas rosadas. Semiraba extasiado. Se peinaba una y otra vez. El peine era de color rojocon incrustaciones de piedras.

    Mientras esperbamos el postre que llegaba casi a la media hora dealmorzar, Jorge nos cont que esa maana, un compaero haba cadode un andamio de cinco metros, pero por un milagro no ocurri lo peor.Estaba en el hospital. No saba por cunto tiempo. Al terminar cada unose fue a su pieza. Me qued a esperar el caf. Ya casi no haba nadie en

    el comedor. Fermn sac otro espejo circular ms pequeo y se empolvel rostro. Se pint los ojos y se pas rmel en las pestaas. Se retircontorneando sus caderas. Cuando termin fui al patio. Doa Ada tenaall el galpn. Guardaba las cosas que no se usaban y algunasherramientas. Busqu un destornillador, aceite y un martillo para arreglarla puerta de mi habitacin que no cerraba, con suerte para m; logr micometido. La puerta cerraba.

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    La habitacin de Fermn estaba frente a la ma y la puerta estabaentreabierta. No pude dominar mi curiosidad y espi. Fermn se probabaun vestido. Luego otro. En total cont cinco. Los ola, los colocaba contrasu pecho, los apretaba y sopesaba las posibilidades de elegancia. Al finaleligi uno de color rojo que a m tambin me gust. Le quedaba

    espectacular y comenz a desfilar como una top model. Sudesplazamiento a lo largo de la habitacin era refinado y nada tena queenvidiar a una modelo consagrada. Se miraba en el espejo de su pieza,pero haba algo que ensombreca su mirada. Entre cambios de vestidosse pona de perfil. Se tocaba el vientre y lo esconda. Volva a mirar elespejo. Su cara palideca. Aumentaba el rosado. Adquira las fauces deun dragn. Volva al espejo repetidas veces. Esa situacin meinquietaba. Haba un fantasma que lo molestaba. Hizo ejercicios yalgunos abdominales. Salt hasta que el sudor le corri por la cara. Yono poda dejar de mirar. Esperaba. Busc en su ropero. Hall un espejogrande. Volvi a mirar. Coloc el espejo en distintas posiciones. Decostado, de frente, arriba, y abajo. Acariciaba el vientre con su mano.Inspiraba y expiraba. Segua mirando. Se sent en el borde de la cama.Se tom la cabeza. Lloraba. Se acost. Yo quera hacer algo. Ayudarlocmo, si no lo conoca. Me dio ganas de darle un abrazo. Mispensamientos quedaron en eso. Luego mir el techo. Cambi laexpresin. Se levant de un salto. Acomod su ropa sobre la silla. Ubiclos zapatos y las pelucas. Dio media vuelta. Sali dando un portazo. Nome vio. Me dej el sabor de la angustia. Segundos despus apareci con

    un martillo. Estaba rojo como una sanda madura. Entr a la pieza. Secambi. El que sali no era Fermn. Vestido negro ajustado. Zapatos detacn alto. Peluca rubia. Muy bien maquillado. Qued deslumbrado. Sedirigi al espejo de la entrada de la pensin. No lo pude ver desde dondeestaba. O gritos como de gato maullando. Ruidos de vidrios rotos. Sal.Fermn intentaba romper el espejo. Corr. Intent persuadirlo. Noescuchaba. Lo tom entre mis brazos y lo apret tan fuerte que no podarespirar. El roce de su piel contra la ma me produjo un escalofro. Loarrastr hasta su pieza. Lo sent sobre la cama y comenz a llorar. Enese momento hubo un cambio. Me mir y en su mirada hubo algo.

    Lleg la calma y la paz se extendi reconciliadora. El silencio fuehaciendo lo suyo. Su perfume, quizs, no supe a qu atribuir lo que sent.Sus manos tomaron las mas y como un rezo de letanas me agradeci.La ternura me inund, palabra que haba desterrado de mi diccionario.Una palabra y luego otra bastaron para que, lo que haba sido unatensin emocional, diera lugar a una conversacin. Nos miramos y una

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    risa espontnea surgi entre nosotros. Fue muy agradable. Gritamos:Nos conocimos por culpa de un espejo!

    Una fuerza desde mi interior me paralizaba. Pensaba todo es un sueo yme daba vrtigo expresar mis sentimientos hacia Fermn. Esa revelacin

    era una tormenta y luchaba contra el peso de los principios que mispadres me haban enseado. Me deca ya pasar pero la aguja estabaclavada en mi corazn. Sera capaz de enfrentar a una sociedad quemiraba hacia la vereda de enfrente? Tuve miedo. Y mis padres? Ya noera un adolescente. Era un hombre bien plantado. Era una pesadilla. Ladulzura de Fermn era avasallante. En ese territorio Fermn fue un airefresco. Antes de tomar una determinacin decid que debamosconocernos. Durante un tiempo salimos. Lo fui descubriendo. Una tardeme dijo: . . . Me mir al espejo y me dio vergenza ser lo que soy, perodecid y me saqu la careta. Basta de ocultarme! Soy lo que soy. Me

    sent un cobarde. El hechizo que ejerca Fermn sobre m disparaba missentimientos. No poda poner lmites a lo que senta por l. De repente vimi vida. Me pregunt: era correcto lo que senta? La situacin eraincomprensible y no saba hasta cundo soportara.

    Con el tiempo alcanc la paz ansiada. Dej que las alas del cuervo sefueran a otro lugar. No se puede castrar un sentimiento como lo es elamor. Consciente de lo que enfrentaba resolv vivir junto a Fermn. Ahorase llama Florencia Martinez de Mercado. Aunque cuando nos ven juntoslos de la pensin murmuran. Hoy hizo tres aos que estamos juntos. Mimadre acept mi felicidad pero mi padre an no. No busco explicar elporqu, slo siento y soy feliz. Nunca hubiera pensado esta situacin.

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    Roccopor Mariana Mosse

    Salt. Nunca me atrev a salir solo. A Eleonora no le gustaba. Se quedcon miedo desde que pas lo de Cartucho. Pero esa maana, algo meempuj para la calle. Todava no s cmo pude saltar semejante altura,con todo lo que haba comido la noche anterior. Yo estaba comosiempre, echado al sol, en el patiecito de adelante. Miraba como iban yvenan los pjaros de otoo. Antes los corra. Siempre me gust el sol deesa estacin, con sus caricias calentitas.

    De golpe, me vino una bocanada de aire que me envolvi por completo.Todo ese olor me llev cinco aos atrs, cuando aquella inundacin nossepar para siempre.

    No poda ser cierto. El corazn me parta el pecho en cada latido. Tenaque haber pasado recin, muy pero muy cerca. Seguro que iba enbicicleta, como le gustaba a ella. Y a toda mquina.

    Salt la cerca, hecho un loco, y empec a correr. Martina! dnde tehabrs metido? No poda contenerme. Corr, corr, me agit tanto quetuve que parar a las tres cuadras. Con la lengua larga de agotada ysedienta.

    Ese olor que tanto am. Ese olor que tantas veces haba esperado. Quetuve que resignarme a dejar de tenerlo conmigo, a dejarlo partir. Habrsido cierto o me habr parecido? No, no me podra equivocar tanto.

    -Rocco! Rocco!

    Me pareci haber escuchado la voz de Eleonora. Seguro se asust. Mehabr confundido tanto? Me habr llegado la vejez?

    -Rocco por qu te fuiste as? Te pas algo? Fuiste atrs de unaperrita, mi bonito?

    Nunca podra dejar a Eleonora, ella me rescat. Y me ha querido,mimado y cuidado tanto. Como a un nio. Pobrecita, vino corriendo conla correa para llevarme y se agit mucho ms que yo. Habremosllegado juntos a la vejez? Se puso feliz cuando me vio. Ni bien entramos,me trajo el plato con agua y me dio una galleta de las ricas.

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    Habr soado al sol, con mi duea anterior? Tan intenso que mepareci real?

    Despus de relamerme bien con la galleta que ms me gusta, volv asalir. Cansado de la carrera, me tir sobre el pasto, cerr los ojos y

    estaba en un parque enorme, como al que siempre me llevaba Martina.Corramos juntos, me haca jugar con la pelota, quera que se la trajerauna y otra vez. Su risa y mi cola iban al mismo ritmo.

    En un momento, empec a sentir que me tocaban, una caricia en lacabeza que me revolva el pelo con ternura, iba y vena. En eso, elparque empez a desvanecerse, y las risas, las dej de escuchar. Degolpe, me despert. Otra vez ese olor. Que se estaba yendo. Me par yapoy las patas en la cerca. Mir para un lado, para el otro y pude verque a lo lejos se iba, junto con la luz del atardecer, casi como levantando

    vuelo, como esos pjaros de otoo, alguien, en una bicicleta.

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    Detrs de la cortina

    por Patricia Durand

    Cuando lleg a la plaza se dio cuenta que no tena el telfono celular. Noes que pensara usarlo, sino que se llev la mano a la cintura en un gestoautomtico para constatar que no se lo haban robado, como haca enBuenos Aires. Casi dos meses llevaba en ese pueblo, pero no habaperdido sus hbitos. Desde que empez a trabajar en una empresamultinacional estuvo a la espera de un traslado que lo sacara de Buenos

    Aires. Le dijo a su jefe que estaba dispuesto a trabajar en cualquier sedede la empresa, pensando en ciudades de Brasil o de Estados Unidos,pero lo mandaron a este pueblito de mierda en el interior del pas, justo al que solo cruzaba la General Paz para ir al country de sus padres enPilar. Por suerte era solo por seis meses. La cuestin era qu hacer parano aburrirse fuera del trabajo.

    Pens otra vez en el celular. Casi seguro lo haba dejado en suhabitacin del hotel, que estaba al otro lado de la plaza. Poda ir al hotelo regresar a la casa del viejo. No se decida. Mir la plaza que seextenda desierta ante sus ojos. Unos pocos rboles no alcanzaban a darsuficiente sombra a esa hora de la tarde, o, debera decir hora de lasiesta, como la llamaban los provincianos. Cmo le molestaba esaridiculez de la siesta. No tanto ese da, que era domingo, pero s de lunesa viernes, cuando se vea obligado a cortar su jornada laboral, volver alhotel y hacer tiempo mirando televisin hasta que se hiciera la hora deregresar a la oficina.

    Decidi volver a la casa del viejo. Eran seis cuadras solamente, y porsuerte no haca tanto calor porque un viento suave refrescaba lasestrechas calles y las vereditas soleadas, sin un solo rbol. Habaconocido al viejo ese mismo da. La semana anterior le haba pedido alchofer que lo llevaba todos los das a la oficina, que le presentara a algn

    hombre de campo, de esos que saben contar historias. Queraentretenerse un poco y tener algo para contar cuando volviera a BuenosAires, e incluso si lograba el traslado a Estados Unidos, se imaginabaque caera muy bien entre sus jefes que l conociera historias locales, deestos pueblos donde la empresa tena alguna sede medio perdida.

    Dej que el chofer se ocupara de todo. Crea que habra compradocomida y vino para llevar a la casa del viejo, pero no estaba seguro, y

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    tampoco le haba dado dinero para hacerlo. Aunque era domingo, elchofer lo fue a buscar al hotel y lo llev hasta la casa del viejo, que yaestaba sentado a la mesa que haban colocado en la vereda, frente a lacasa. El chofer se baj, le dio la mano al viejo y volvi a subir al auto sindecir palabra. Pens que iban a acordar algn horario para que lo viniera

    a buscar, pero antes de que se diera cuenta el auto haba desaparecido.

    El almuerzo fue tal como l lo esperaba. El viejo contaba una historia trasotra sobre su vida en el campo, cmo haba cazado un puma queamenazaba su vida, haba salvado a una joven de morir ahogada en unro en pocas de creciente, cmo haba aprendido a trenzar el cuero, adomar caballos, etc. Slo se detena brevemente al finalizar cada una, yapuraba un trago de vino antes de empezar la siguiente. Casi no coma,y aunque haba varios platos y vasos en la mesa, solo almorzaron l y elviejo, mientras la mujer iba y vena llevando la fuente vaca y trayendoms comida del interior de la vivienda.

    Lo nico que lo desencant fue que haba imaginado el almuerzo en elpatio de la casa, bajo la sombra de un parral aoso. Ni por un momentodud de que esa casa tuviera un patio as, aunque no poda ver nada delinterior de la vivienda, ya que no tena ventanas hacia la calle, y la puertaestaba cubierta por una cortina floreada muy desteida, que la mujer delviejo se cuidaba de volver a correr cada vez que pasaba.

    La ausencia del celular le daba una muy buena excusa para volver.

    Finalmente podra ver el interior de la casa, ese que se le ocultaba tras lacortina floreada. Seguramente el viejo se vera en el compromiso dehacerlo pasar al patio, tal vez para tomar unos mates que l declinaracon respeto aduciendo problemas estomacales. Pero ya estara all, bajoel parral, y tendra una historia ms para contar. O tal vez el viejo estabatodava de sobremesa, y podra sacarle algunos cuentos ms.

    Cuando lleg a la casa no quedaban rastros del almuerzo. La mesa yano estaba, ni tampoco las sillas. Pens en volver al hotel pero sucuriosidad pudo ms y se asom al interior, descorriendo apenas lacortina floreada. Por un momento sus ojos no pudieron ver nada. Nohaba ventanas, y la nica iluminacin era la luz del sol que se filtraba porlas rendijas de las tablas con que estaba construida. De a poco se fueacostumbrando a la oscuridad y pudo distinguir una mesa donde variaspersonas coman en silencio. Recostado en un catre haba un hombremuy viejo, con las dos piernas amputadas, y una mujer a su lado que ledaba de comer en la boca con una cuchara. La mujer levant la mirada y

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    l cerr rpidamente la cortina. Volvi al hotel lo ms rpido que pudo yal llegar a su habitacin prendi el televisor.

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    Yatay

    por Luciana Kaplan

    Haca dos aos que no nos veamos. Lleva puesta la misma remeranegra de siempre, con el cuello roto adelante. Huele a yerba y a tabaco.Son las dos cosas que ms consume, mate y cigarrillos armados. Alatravesar la puerta de entrada el lugar es un laberinto de pasillos que seabren en todas las direcciones, lo sigo. Algunos departamentos tienenpuerta, otros simplemente cortinas. Es un conventillo, pienso. Finalmentellegamos y me alegra saber que, al menos l, tiene puerta. Nos recibe unenano cocinando huevos fritos, tiene la sartn salpicando aceite calientea la altura de la cara. Digo Hola tratando de contener la risa nerviosaque me provoca. En el centro de la habitacin, hay una pequea mesade madera y dos viejas sillas Tonet. Nos sentamos. Antes de hacerlomiro la silla disimuladamente para ver si est limpia. Me sebo un matefro. Haceteuno nuevo, me dice mientras toca la guitarra. Despus,contesto. Las sillas me resultan familiares y noto que son las que estabanen la casa de Lavalleja, tiradas en el garaje, mam nunca las quiso, asque imagino que fue ella la que insisti para que las tuviera.

    Jerry, as se llama el enano, se nos une. Come desaforadamente sushuevos con pan sentado en el suelo, la escena es bizarra. quers?dice con la boca llena. No contesto. Manuel toca un tema de SilvioRodrguez, de chico nos encantaba, por eso lo hace. No habla mucho,nunca lo hizo. Tiene un estilo poco convencional de estar con el otro.Jerry limpia el plato con el ltimo pedazo de pan que le queda. Voy a lacocina a calentar agua, el lugar es un desastre; un lavadero con restosde comida vieja, aceite por todas partes y olor a gas. Pongo la pava, notoque no tienen heladera. Por una pequea ventana que da al pasilloexterior, justo delante de m, al otro lado del vidrio, veo un tipo

    completamente en pedo que se queda parado ah, haciendo equilibriopara no caerse; pienso que me est mirando, pero no, soy su punto fijopara no desplomarse. Agarro la pava caliente y vuelvo a la mesa. Hayalguien muy mal en el pasillo, comento. Jerry se levanta y va a la puerta.Vuelve con el tipo, y hacindole prcticamente de bastn lo lleva al bao.Tambin vive ac?, le pregunto a Manuel. No, vive a dos puertaspero siempre que est as lo entramos antes que lo agarre la mujer, medice. Me hace rer. Me miro la camisa manchada con el aceite de los

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    huevos fritos del enano, y me tiro agua caliente en los zapatos. Veopasar una cucaracha, de fondo un beb llora sin parar, un perro ladra yuna mujer grita. Me paso el brazo por la cara para secarme el sudor yaprovecho a sentir el olor a limpio que todava tiene mi camisa. Se oye elruido de la ducha que se abre. Ahora pienso en lo bien que me vendra

    un bao, en lo mucho que quiero a mi hermano y en sacarme loszapatos. Finalmente me desabrocho un botn de la camisa y le sebo unmate.

    Vos todo bien?, le pregunto.

    Asiente con la cabeza y sigue tocando.

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    Eplogo

    Los Suicidasde Ariel Bermani fue uno de los grupos que inauguraron laEscuela de Escritura Online de Casa de Letras, junto con Los

    Pichiciegosde Hugo Correa Luna y Los Acuticosde Jos Mara Brindisi.Como coordinador de los cursos, acompa al grupo desde sus inicios,cuando todava ramos un perfil en blanco en el aula virtual. Lentamente,cada uno de los alumnosy tambin nosotros, el profesor y elcoordinador, empezamos a adquirir una voz propia, reconocible en losforos y en los chats sin necesidad de darles una mirada a los perfiles,que mientras tanto se iban poblando de fotos y textos. Los conocimos, ynos conocimos, a travs de la escritura. Personas que sin verse nuncalas caras, desde diferentes latitudes y pases, ingresaban da tras da en

    el aula virtual, como un paso ms en su formacin de escritores. Unaformacin que, como bien seala Ariel Bermani en el prlogo a estaantologa, es un camino sinuoso, del cual me enorgullece haber formadoparte.

    Sebastin Robles