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PLIEGO LA ‘LECTIO DIVINA’ COMO UNA RED DE OASIS (y II) 2.882. 15-21 de febrero de 2014 Si en el Pliego anterior, el autor exponía los “beneficios” de la lectio divina para la vida del cristiano, en esta segunda y última entrega nos muestra cómo orar con la Palabra o cómo incorporar esta práctica a nuestros hábitos diarios, y nos narra algunas de las experiencias vividas. Su reflexión concluye con una propuesta de Celebración de la Palabra que esta llamada a paliar dos de los problemas que afectan a la Iglesia actual: la falta de sacerdotes, especialmente en el mundo rural, y un significativo descenso de la asistencia a misa. JOAN ESCALES BARBAL Cura rural de la Diócesis de Urgell. Licenciado en Teología y psicólogo

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PLIEGO

LA ‘LECTIO DIVINA’ COMO UNA RED DE OASIS (y II)

2.882. 15-21 de febrero de 2014

Si en el Pliego anterior, el autor exponía los “beneficios” de la lectio divina para la vida del cristiano, en esta segunda y última entrega

nos muestra cómo orar con la Palabra o cómo incorporar esta práctica a nuestros hábitos diarios, y nos narra algunas de las experiencias vividas. Su reflexión concluye con una propuesta de Celebración de

la Palabra que esta llamada a paliar dos de los problemas que afectan a la Iglesia actual: la falta de sacerdotes, especialmente en el mundo

rural, y un significativo descenso de la asistencia a misa.

Joan EscalEs BarBalcura rural de la Diócesis de Urgell. licenciado en Teología y psicólogo

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La mesa de la PalabraPor eso habrá que tener en cuenta,

como mínimo, una lectura histórica, de cara a precisar el ambiente en el que ha surgido el texto bíblico, los interrogantes y necesidades de la fe a los que quería responder.

En la vida espiritual, la Palabra de Dios, es decir, la Escritura no debe entenderse nunca como una exposición ideológica. la Palabra de Dios es una llamada dirigida a cada persona para que conozca a Dios personalmente, se encuentre con cristo y viva para Él y no para ella misma.

Debemos alegrarnos de los progresos de los estudios bíblicos y de su divulgación en estratos amplios del pueblo cristiano, pero debemos reconocer hoy una cierta esterilidad de la Palabra, porque nos acercamos a ella de una forma más intelectual que sapiencial, más especulativa que cordial.

Hemos de reencontrar el sentido etimológico la Palabra dabar, que en hebreo hace visible y operante lo que tiene dentro. cuando Dios habla, crea las cosas, las hace surgir, las lleva a la realización, porque su Palabra es eficaz y no vuelve sin haber producido su efecto (Is 31, 2; Gn 1, 12). Esta visión hebrea de la Palabra es muy diferente de nuestra concepción normal, que proviene de la cultura griega.

la Palabra de Dios no es un libro, una colección de escritos, es una semilla (Mt 13, 19), algo que contiene la vida en sí misma (Dt 32, 47) y que desarrolla esta vida hasta crear el gran árbol del reino. Germina en la historia y en la vida de cada persona.

Dios lo ha creado todo mediante la Palabra: estaba al principio cerca de Dios, y estaba con Él como arquitecto durante la creación (Pr 8, 30), infundiendo su fuerza y su sello a las criaturas que venían a la existencia: “En ella vivimos, nos movemos y existimos” (cfr. Hch 17, 28). Efectivamente, esta Palabra, desde la creación del mundo, es un proceso de concentración hasta hacerse carne, hasta convertirse en un hombre llamado Jesús.

la Palabra era universal, pero se concentró en la revelación a Abraham, a Isaac, a Jacob, en la revelación judía. se hizo cercana a nosotros, en nuestra boca y en nuestro corazón, para que la pudiéramos llevar a la práctica (Dt 30, 14). Era eterna, pero se hizo temporal en Jesús, hombre como nosotros: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). “El Verbo salió del silencio, del ocultamiento y vino a nosotros”, como dice Ignacio de Antioquía. la Palabra, por tanto, tiene un nombre, se ha convertido en una persona, el espejo de Dios, “la imagen del Dios invisible”, como dice san Pablo. Es esto lo que intuía claramente san Jerónimo cuando decía: “Tengo el Evangelio por cuerpo de cristo. Por eso, debemos acercarnos al Evangelio, como la carne de Jesucristo”. Ireneo de Lyon decía con razón que cristo “ha recapitulado en Él el largo desarrollo de la Historia de los hombres, ofreciéndonos la salvación concentrada en Él”.

La liturgia de la PalabraDespués de estas precisiones

elementales sobre el significado de la Palabra, estará bien recurrir a una página bíblica del antiguo Testamento, la única que nos habla de la lectio divina. se trata de un fragmento del libro de nehemías 8, que ya apuntamos en la primera parte de este Pliego.

Por primera y única vez se nos habla, en esta página, de la construcción de un ambón, de un facistol para el que ha de leer la Palabra. En este texto están latentes las características del nuevo

II. ORAR LA PALABRA

Uno de los aspectos más importantes para la vida espiritual del cristiano, en estos años del posconcilio, es el redescubrimiento de la Palabra de Dios. asistimos, pues, a una epifanía de la Palabra de Dios en la comunidad cristiana, y hemos de alegrarnos y dar gracias al señor por volver a empalmar con la gran tradición que marca la vida de plegaria de los primeros quince siglos de la Iglesia.

Digamos desde un principio que la auténtica meditación cristiana no está hecha, en primer lugar, para sacar provecho, sino para aumentar la comunión con Dios, que se pone delante de nosotros y nos ilumina. Y esta comunión se encuentra liberando los sentidos, bajando a lo profundo del ser y del hacer.

Meditar es leer despacio y releer, pensar y rumiar, fijar en la mente y conservar en el corazón la Palabra, para llegar así no a la discusión (escolástica), no a las sensaciones (devotio moderna), sino a la oración (oratio), a la contemplación y, como consecuencia, a la acción. Contemplativus in actione, decían los antiguos.

solo la Palabra escuchada, acogida, conservada y meditada puede crear los profetas capaces de acciones liberadoras y de vanguardia. Hombres que, fieles a la tierra y a la humanidad, nos hablen de Dios.

recordemos que la revelación se ha realizado a través de la historia. contiene un mensaje que es el resultado de acontecimientos políticos, económicos, personales, y este mensaje nos quiere mostrar la acción de Dios, los gestos de Dios a favor nuestro, propter nos homines. De manera que la espiritualidad, y en nuestro caso la meditación, no es un descenso intimista a nuestro interior, ni una ascensión personal hacia las alturas, sino una peregrinación hacia Dios viviendo en el mundo.

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culto, que será la lectio divina de la sinagoga y que es, simplemente, la celebración de la Palabra de Dios.

Esta forma de lectura divina será la que practicará Jesús en la sinagoga de cafarnaúm, en la de nazaret y en las otras sinagogas de Galilea. Es Jesús quien nos da una profundidad del método de la lectio divina, no solo porque realiza en él mismo aquello que las Escrituras dicen, sino porque refiere al hoy de la Palabra de Dios. Por eso, cuando Jesús lee el fragmento de Isaías 61, lo refiere al momento presente, y los que le escuchan captan que aquella palabra de Isaías, con siglos de antigüedad, encuentra su actualización en la proclamación de Jesús. Y la gente queda admirada. Es esto justamente lo que es necesario poner en práticas cada vez que hacemos la lectio divina; de lo contrario, nos colocaremos en un plano especulativo y teórico.

En la frase “hoy se cumple esta profecía”, hay algo más que la constatación de que la profecía solo se vuelve realidad en cristo. significa que hay que crear un nuevo hoy para todos nosotros. Todo creyente tiene en cristo, a través del Espíritu santo, la capacidad de dar un hoy al texto. He aquí por qué la lectio divina ha de ir precedida de un momento de oración; el comentario no es lo más importante, es más importante prepararse con un corazón libre para leer la Palabra. Entonces, cristo se hace presente y él mismo anuncia su Palabra, él mismo nos la explica.

De la liturgia de la Palabra a la lectio divina

En la liturgia, Dios habla al pueblo, pero eso no es nada más que el inicio y la causa de aquello que ha de ser un encuentro personal con Dios. En el texto, Dios llama a abraham, a Moisés, pero esta vocación ha de llegar a ser una voz que repite mi nombre, como Juan, María… Dios cambia el nombre a un hombre, pero este cambio que sugiere el texto lo he de sentir yo en mí mismo.

Juan Crisóstomo, que fue un pastor responsable de la Iglesia a él encomendada y que siempre luchó contra la tentación de dejar solamente para los monjes el ejercicio y la práctica del radicalismo evangélico, invitaba con frecuencia a los fieles a prolongar con la lectio la liturgia de la Palabra: “cuando volvéis a casa, habríais de coger la Escritura y, con vuestra mujer y vuestros hijos, releerla y repetir todos juntos la palabra escuchada”. Y también: “Volved a casa y servid dos mesas, una con los platos de comer, otra con los platos de la Escritura; que el marido repita aquello que ha leído en la iglesia. Haced de vuestra casa una iglesia”.

Y me viene a la mente lo que escribe nuestro gran poeta catalán, Joan Maragall, en su Carnet de viatge: “Me quedaba encantado delante de las magnificencias litúrgicas. Después, al encontrarme en casa, me encerraba en mi rinconcito delante de la capilla y procuraba reproducir todo lo que había visto”. Estas imágenes y vivencias las encontramos reflejadas no solamente en

sus escritos, sino en cartas a los amigos y en prosas poéticas.

sobre todo, es preciso tener presente que, en la lectio divina, la oración es personal, pero no individual, porque solo es divina si se hace la lectura con el otro: lectura dialógica, lectura hecha a dúo. si es verdad que la Escritura es un mensaje de Dios al hombre, no es menos cierto también que, o bien se convierte en un coloquio con Dios, o queda infructuosa.

FORMACIÓN PARA LA ‘LECTIO DIVINA’

Uno de los avisos más graves que resuena entre los Padres de la Iglesia es el de no profanar la Escritura haciéndola objeto de especulación o de conocimiento por el conocimiento, porque se trata de una actividad que hasta la puede hacer un ateo. los rabinos decían que la Torá, la Palabra, era la presencia de Dios en la creación, presencia que el hombre hacía suya con la lectura, la meditación, la oración.

Pedid al espíritu, y os será dada la luz

Delante de la Escritura, san Efrén aconseja: “antes de la lectura, reza y suplica que Dios se te revele. señor, haz que vea. abre mis ojos y mi corazón”.

sin la epíclesis (sin la invocación del Espíritu santo), no encontraremos el Verbo de Dios en el texto, porque el texto en sí mismo no lo contiene, y todo depende de la disposición, de la docilidad del lector. Gregorio Magno dice que “el mismo Espíritu que ha movido el alma del profeta mueve el alma del lector”.

la venida del Espíritu, preparada con la oración y la docilidad, produce desprendimiento. Este desprendimiento de nosotros mismos es necesario. no podemos escuchar atentamente la Palabra de Dios si no hacemos callar nuestro ego. no podemos ponernos a leer si el centro de nuestra atención es nuestro yo cargado de apegos a intereses.

Buscad en la lectura, os encontraréis con la meditación

Amós (am 8, 11) profetizaba: “Vienen días en que enviaré hambre al país: no hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de escuchar mi Palabra”.

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a nuestro corazón y ha entrado en la parte más interior de nuestro ser. no nos queda otra cosa que mirarlo y contemplarlo como María Magdalena a los pies del Maestro; entonces, si nos distraemos, hay siempre una voz que nos dice: el Maestro está aquí y te llama.

Parece inútil recordar al creyente que practica con asiduidad la Palabra que no le falta sino realizarla. Porque si la Palabra anunciada es acogida en el corazón como lo hizo la virgen María, es necesario conservarla, pero, además, es necesario visitar, servir al prójimo. la escucha verdadera de la Palabra ha de llevar a la praxis, a recorrer el mundo para visitar al hombre, y mirar de trastornarle el corazón, para que aparezca aquella imagen de Dios que todos llevamos dentro.

¿CÓMO LLEVARLO A LA PRÁCTICA?

Para la lectio divina, busca primeramente, un lugar de soledad y de silencio, y escoge también un tiempo. Hay unas horas más aptas para el silencio que otras: en el corazón de la noche, bien pronto por la mañana o al atardecer. lo has de ver tú, según tu horario de trabajo, pero permanece fiel a la hora señalada. no digas nunca “no tengo tiempo”, porque el tiempo de la jornada está a tu servicio, y no es que tú hayas de ser esclavo del tiempo. no dejes de consagrarle al señor aquel tiempo que consagras habitualmente cada día a tu esposa, a tu marido, a tus familiares, a tus amigos. Para la lectio es aconsejable, como mínimo, media hora.

abre el libro y lee el texto. no leas solo con los ojos, sino trata de grabar el texto en tu corazón. Es Dios quien habla, y la lectio solo es un medio para llegar a escucharlo. Schemá Israel… Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el único Señor… Es este el grito de Dios del que ha brotado la oración del pueblo de Israel a través de los siglos.

no creas que este camino es siempre fácil, lineal. Hay temporadas de

dificultades, de desánimo, de aridez espiritual; son una gracia que nos recuerda que estamos de camino, y si alguna vez nos faltara este consuelo, al fin y al cabo siempre ambiguo y parcial

Benedictus, el Magníficat, el Nunc dimittis) contestándole la repetición de las mismas palabras, según lo que Dios había dicho en los libros de la primera alianza. Y es una respuesta en la humildad, en la pequeñez, pero también en la confianza, que es posible precisamente porque uno habla a Dios con sus palabras.

la oración, como respuesta a la lectura, pasa necesariamente por algunas fases. Para comenzar, la oración se inicia con el canto, la acción de gracias oral, verbal, a menudo sensible: “señor, Dios mío, qué grande eres. Qué grandes son tus obras”. o empieza con el salmo 119: “acepta de buen grado, señor, las palabras de mi boca y el murmullo de mi corazón”.

Guido el Cartujano terminaba la lectio divina con la oración: “cuando me partes el pan de la Escritura, en la fracción del pan haces que te conozca. Y cuanto más te conozco, más profundamente querría conocerte: no solamente en la corteza de la letra, sino en el conocimiento sabroso de la experiencia”.

Entonces Él entra, se sienta en la mesa con nosotros, no nos habla nada, porque, cuando está Él, no tenemos ninguna necesidad de oír su palabra. Él es la Palabra hecha carne. no nos queda más que contemplarlo. Es la última fase a las que nos ha llevado la lectio divina, que es la contemplación. la contemplación no es algo a lo que llegamos con esfuerzo personal, no es un estado que sobreviene del exterior, sino que es el fruto natural madurado dentro de la yema de nuestra lectura orada.

sí; ahora Él se sienta a la mesa, delante de nosotros. Hemos llamado a la oración y hemos entrado en la contemplación. Hay sinergia, porque también Él ha llamado desde el texto

Es necesario leer estos testimonios a la luz del salmo 119: “En el silencio de la noche medito tu Palabra, me elevo en el corazón de la noche para leer tu Palabra, tu Palabra me conforta, meditaré tu Palabra, deseo tu Palabra, tu Palabra se convierte en mi joya, día y noche medito tu Palabra”. Para llegar a familiarizarme con el mundo bíblico, es necesario esta continuidad, como veía tan claramente san Jerónimo: la lectura se convierte en asiduidad, la asiduidad produce familiaridad, y la familiaridad produce y hace crecer la fe. Está muy claro que el canto del Magníficat ha brotado de quien tenía un corazón lleno de la Escritura; es fruto de un corazón bíblico.

no se ha de buscar la eficacia ni la sensibilidad psicológica, ni hace falta llegar a resultados prefijados; sería quedarnos en la búsqueda gratificante de uno mismo, pero no podemos olvidar los medios que más nos ayuden a comprender el sentido del texto. Pensemos solamente en cómo nos puede llegar a ayudar la determinación de los géneros literarios. los comentarios patrísticos o espirituales antiguos o modernos son una ayuda válida en esta búsqueda en la lectura. no obstante, recordemos que los antiguos monjes no tenían instrumentos culturales, incluso eran analfabetos e ignorantes, pero su conocimiento y memoria de la Palabra eran muy grandes gracias a este conocimiento cordial.

Delante de cualquier pasaje de la Escritura, la lectura rumiada difiere de la lectura normal como la amistad difiere del encuentro ocasional, o como el afecto fraterno difiere de un saludo fortuito. además, es necesario separar cada día un trozo de la lectura cotidiana de la lectio divina y confiarlo al estómago de la memoria: un pasaje que uno digiere mejor y que, recordado por la boca, sea objeto de un rumiar frecuente.

Llamad a la oración, entrad en la contemplación

“Mira de no decir nada sin Él –avisa también san Agustín– y Él no dirá nada sin ti”. Es decir, ora con las palabras de Dios, y Él no enviará en vano su Palabra. Efectivamente, los anawim (los pobres) del nuevo Testamento responden a la Palabra de Dios (en el

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comparado con la gloria futura que se nos debe revelar, pensaríamos quizás que teníamos el exilio, como la Patria; la prenda, como el precio total.

EXPERIENCIAS VIVIDAS

Pongo a tu alcance algunas experiencias de amigos que pueden ayudarte a emprender este camino de la lectio divina:

◼ Un amigo: “Al principio no es fácil. Cuesta crear el hábito. Pero, poco a poco, vamos notando como si fuera una plumita de agua que acude al oasis, de una manera normal. No lo podemos dejar. El oasis dejaría de ser oasis”.

◼ Una feligresa mayor de mi pueblo me decía: “Ahora ya tengo gula de leer”.

◼ Un matrimonio me decía que a él no le iba el tema religioso. Yo le recordé que si no encontraba en el Evangelio valores humanos, es que no lo leía bien. Y si uno va solo por el tema religioso, hace una mala lectura. Después de un año, hizo esta aportación: “Ha sido una experiencia enriquecedora compartir lo que cada uno de los dos hemos ido sacando”.

◼ Una parejita que pasó un fin de semana en mi casa. Después de haberse ido, me dejó esta nota: “Gracias, Joan. Volveremos, pero no a cargar pilas, porque queremos ser generadores, leyendo y currando por nuestra cuenta”. Y me consta que lo siguen haciendo.

◼ Meses atrás recibí esta carta de un sacerdote, amigo mío: “Hola Joan, ¿sabes que el otro día cuando recibí tu correo, pensaba en esa idea tuya tan bonita de crear una red de oasis? Aquí tenemos un grupo de oración y pensaba qué bien les vendría irse empapando cada día de la Palabra de Dios, y no solo darse un chapuzón a la semana. Pensaba también en los padres y madres de los chavales de catequesis, muchos de ellos solo de los cuatro sacramentos, que no saben cómo educar a sus hijos en la fe porque ellos desconocen casi todo de Jesús. Pensaba incluso en los catequistas, todo buena voluntad y ternura, pero que apenas alimentan y forman su fe… Había pensado comenzar este Adviento regalándoles el libro ‘La Palabra de Jesús’ y animarlos a escribir un 10/10 a Jesús. Diez minutos para leer y diez minutos para meditar o escribir. Y luego hacer una

reunión-oasis al mes para compartir y profundizar juntos. ¿Qué te parece?”.

◼ Yo creo que no basta amar el amor y hacerlo amar, hemos de conocerlo.

a propósito de esto, recuerdo que, hablando un día con una mujer, me decía que se habían encontrado en la fiesta de la Inmaculada para hacer la celebración de la Palabra, y ella, eufórica, ante la respuesta decidida de María a las palabras del ángel, dijo: “¡Qué figura, María! ¡Qué dócil! ¡Qué obediente!”.

Y yo le respondo: pero antes hay unas palabras en el Evangelio (lc, 1, 35) que preparan esta respuesta. ¿Qué hace María, antes?… Y ante mi silencio, me corta, diciendo: “No, no me lo digas”. Y al día siguiente, encuentro su e-mail que decía: “María antes pregunta: ‘¿cómo puedo ser madre si no conozco a varón?’”.

Y comentó: “María no era una mujer tímida ni sumisa, como muchas veces nos la presentan, pero tampoco imprudente. María es una mujer despierta e inteligente, un espejo donde poderme mirar”.

◼ Es precioso el testimonio que da Ana Ortin, joven que asistió a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Dice: “Hay muchos jóvenes en situación de búsqueda que vamos haciendo camino con el Evangelio en el bolsillo (…). Buscamos respuestas y vamos dando forma al transcendente. Inspirados a menudo por el de Nazaret y por muchos de los que le han seguido”.

III. NECESIDAD DE LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA

¡cómo me gustaría contemplar el desierto del mundo convertido en pequeños oasis gracias a la lectio divina! Después de esta larga exposición, nos habremos dado cuenta de su gran

importancia y, a la vez, de cómo es la mejor preparación para la celebración de la Palabra.

la carta apostólica Dies Domini (DD), del papa Juan Pablo II, publicada en 1998, es un documento muy importante, no solo porque cita las celebraciones sin sacerdote, sino porque valora teológica y pastoralmente el sentido del domingo como “Día del señor”. En el número 53 de la DD, dice: “La Iglesia, considerando el caso de la imposibilidad de la celebración eucarística, recomienda convocar asambleas dominicales en ausencia del sacerdote, según las indicaciones y directrices de la Santa Sede y cuya aplicación se confía a las Conferencias Episcopales”.

no sería acertado centrar la necesidad de estas celebraciones solo en la falta de sacerdotes, aunque este haya sido el motivo que las ha puesto en marcha. Dejar de reunirse en domingo, solo por falta de sacerdote, sería descubrir que la comunidad no tiene el dinamismo suficiente para celebrar su fe escuchando la Palabra y compartiendo la comunión. Debemos alegrarnos del creciente interés, por parte de sacerdotes y laicos, para realizar este tipo de celebraciones, que muestran el intento de encontrar entre todos un camino adecuado a nuestra condición de bautizados.

¡Qué recuerdo conservo de una convención nacional de matrimonios en los Estados Unidos, cuando uno de los laicos que presidía, dirigiéndose a la gran asamblea con voz sonora, lanzó esta afirmación: “¡Nosotros somos la Iglesia!”. ¡Qué impacto me produjo! sería por la forma y el tono gozoso con que lo dijo y por la circunstancia en que yo lo vivía, perdido entre la multitud y a miles de kilómetros de mi casa. comprendí mi sacerdocio. comprendí que no estaba solo. Y les dije: vosotros

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Pero parece que lo hemos olvidado, como parece haberse olvidado también que, en la base del sacramento del orden, está el sacramento del Bautismo.

¡con qué figura tan gráfica y atrayente describió la Iglesia el papa Juan XXIII!: “como la fuente del pueblo donde

me hicisteis sentir Iglesia, que os pertenezco. Y comprendí lo que quería decir el concilio Vaticano II al definir a la Iglesia como Pueblo, Pueblo de Dios. Y comprendí también por qué la Lumen Gentium invirtió el orden tradicional y trató primero sobre la Iglesia-Pueblo

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OGUIÓN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN AUSENCIA DE SACERDOTEPresentaciónLa misa, la consagración, la pre-sencia real, la comunión… Pienso que todo apunta a un momento culminante que es comulgar (la palabra comulgar está sacada del dicho popular Con fulano no co-mulgo… ni con él ni con sus ideas. Y en sentido positivo, es todo lo contrario): comulgar con Jesús y con lo que Jesús comulgaba. Que-darnos en lo sagrado, en la hostia santa, es sacralizar a la persona de Jesús, hacer un ídolo. El Jesús de la Eucaristía es el mismo que recorrió los caminos de Galilea, se hizo amigo de pobres y peca-dores y los sacó de la opresión de los poderosos. La Eucaristía es como tomar el relevo, que es como decir: nosotros queremos hacer lo mismo con él.Creo que hemos pasado demasia-do tiempo centrados en la pre-sencia real. Hoy se comienza a hablar de la presencia relacional.Me gusta poder hablar con aque-llos que nada más ven la vertiente humana de la Eucaristía marcada por el comentario de la Palabra, y me gustaría poder hablar también de la persona de Jesús, pero noto como un tabú, como si hiriese su intimidad.Pienso que cada día serán más necesarias las celebraciones de la Palabra que las misas, porque si alguien no ha descubierto el gusto por la persona de Jesús, que se quede con el gusto del comentario de la Palabra y la amistad del hermano.Por eso, quizá tendríamos que volver a los primeros tiempos del cristianismo, en los que, después de la celebración de la Palabra,

salían los catecúmenos (los que se preparaban para recibir el bau-tismo) ¿No somos catecúmenos también la mayor parte de los cristianos que acudimos a nues-tras misas?Nos acomodamos bien a la prime-ra parte de las lecturas, pero, al llegar al ofertorio, nos perdemos y lo encontramos largo y aburri-do. Es como si no supiésemos hacer el paso de la Palabra a la persona.No nos damos cuenta de que Je-sús entra, se sienta en la mesa con nosotros y no nos habla, por-que cuando está él no tenemos ninguna necesidad de oír su pala-bra. Él es la Palabra hecha carne. Es suficiente con contemplarlo. Es a la última fase a la que nos ha llevado la lectio divina, que es la contemplación. ¿No podríamos aprender de Jn 3, 29 que se alegra con la llegada del novio? O de teresa de Jesús, que describe la oración como “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama?”.Y no digamos nada de la comu-nión. Algunas veces se parece a un desfile de mal gusto. Unos miran si va el otro y, cuando lle-gan a su sitio, empiezan a hablar con el vecino; otros van cuando tienen ganas. Y olvidémonos de los cristianos de los cuatro sa-cramentos: Iglesias llenas y nada más pasan a la comunión quince o veinte personas. Me siento triste y ridículo.Yo, con este sistema sacralizado, no sé qué recomendar. En cam-bio, si la misa es comulgar con Jesús y con lo que él comulgaba, sí veo sentido ir a la comunión,

y no concibo misa sin mesa, sin comer. Pienso que en muchos todavía perdura la norma que ha marcado la vida cristiana: la comunión es para los dignos, en lugar de la comunión es para hacernos dignos. Claro que Jesús no nos hará dignos si nosotros no nos disponemos.Por eso estoy volcado en dar a co-nocer a Jesús creando esta Red de oasis, en que la Palabra sea luz, verdad y vida de lo que hacemos. Entonces, tendrá sentido celebrar la Eucaristía, porque nos daremos cuenta de que Jesús es de todos y nos llama a todos.

1. celebración del PerdónDecimos que la Eucaristía es un encuentro con Jesús, pero ¿qué debemos hacer para que las pa-labras que decimos al principio: “Antes de comenzar la Eucaristía, reconozcamos nuestros pecados”, no suenen a retórica?La Eucaristía es un encuentro con Jesús, pero este debe pasar primero por uno mismo, haciendo nuestras las palabras de santa Teresa: “Pensar que hemos de ir a Dios sin pasar por nosotros, es desatino”. Y lo mismo podemos decir si aplicamos el consejo de Jesús: “Si al presentar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tienes algo pendiente con tu hermano, deja allí tu ofrenda y ve a recon-ciliarte primero con él”.

2. celebración ProPiamente de la PalabraCuando escuches y acojas la pa-labra de Jesús y resuene en tu corazón, y la voz del que predica (sermón) se pierda con la voz de

la gente (homilía), comprendere-mos la belleza de los Evangelios. Esta proviene de la resonancia que tuvo la palabra de Jesús en el corazón de la primitiva comu-nidad cristiana. El Evangelio es la carta de amor de Jesús que resue-na en el corazón de los creyentes. Nunca podremos saber cuáles fueron las palabras exactas de Jesús y las de la comunidad, pero eso es lo que le da calor y belle-za. Y así es como empezaron y le dieron forma escrita.El Evangelio es la experiencia go-zosa de aquellas personas que se reunían para escuchar la palabra de Jesús. De aquellas reuniones jubilosas surgió la experiencia de que Jesús seguía vivo en medio de ellos. Los Evangelios son la herencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe, donde se respira todavía el hálito de la pre-sencia de Jesús. Nosotros somos los escogidos para perpetuarla. Aquel calor lo seguiremos dan-do nosotros cuando esta palabra vuelva a resonar en nuestros co-razones con nuestra acogida y nuestro diálogo. Entonces será, como lo fue para ellos, la Buena Noticia.

3. ofertorio y consagraciónCuando las palabras de la consa-gración no sean solo algo privado entre el sacerdote y Jesús y no suenen a magia, sino en relación con todo el cosmos, como queda expresado en los elementos mate-riales del pan y el vino –frutos de la tierra y de nuestro trabajo– y las veamos en relación con nues-tra vida, todo ello expresado en la acción del verbo (“este es mi

de Dios y después los ministerios jerárquicos, como funciones que se derivan de la comunidad. Y esta sería la razón por la que san agustín, en el siglo V, diría: “Dado que Pedro personificaba la Iglesia, lo que se concedió a él, se concedió a la Iglesia” (Sermón 149,7).

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todo el mundo acude para beber y para encontrarse”. Pero parece que esta fuente se ha secado. ¿Por qué? ¿cuándo se seca una fuente? cuando hemos dejado de beber. ¿no es eso lo que vemos en la crianza de los hijos? Mientras el niño sigue mamando, la

madre mantiene leche. cuando deja de mamar, se le retira. Pero el agua de la fuente no se puede parar. si le cortan el paso, buscará otras salidas. ¿Y no es quizá lo que está pasando? Muchos abandonan sin despedirse. ¿Y no será porque no se han visto acogidos y creen

que, si se van, no los echaran de menos? ¿o porque no hemos sabido despertar la sed ofreciéndoles la oportunidad de participar? Muchos dicen sí al cristianismo y no a la Iglesia-institución, con la que no se identifican.

GUIÓN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN AUSENCIA DE SACERDOTEcuerpo entregado por vosotros, esta es mi sangre derramada por vosotros”), entonces compren-deremos que Jesús no está allí solo para ser adorado, sino como una invitación a hacer nosotros lo mismo. Puede que no sea en el momento de la Eucaristía; quizá sea al día siguiente o a lo largo de la semana cuando nos llegue el conflicto, el miedo, el mal sueño.Entonces nos daremos cuenta y diremos también, pensando en Jesús y en nuestros hermanos sufrientes: este es mi cuerpo entregado por vosotros, esta es mi sangre derramada por voso-tros. Y comprenderemos todo el misterio de dolor y de gozo que contiene este momento. Yo dudaría de la presencia de Jesús en la consagración sin esta di-mensión personal y eclesial. El signo de la presencia de Jesús son las palabras del sacerdote, pero acompañadas del amor a los hermanos que sufren y que nos remiten a la memoria de Jesús muerto y resucitado.

4. canon y PlegariasLa Eucaristía es una sobremesa. Y la sobremesa es el momento de acordarnos de las personas amigas y también de las que tene-mos alejadas, si es que queremos participar y compartir del mismo banquete. Y es también el mo-mento de que recordemos a los preferidos de Jesús: los pobres, los enfermos, los excluidos… Y al Papa, los obispos, los gobernan-tes, que son puestos por el pueblo para servir al pueblo. Y también a los que un día nos dejaron y con los que esperamos reen-

contrarnos. Y toda esta oración, hecha sin prisas, en un clima de silencio, de contemplación de la palabra de Jesús, será como lluvia suave que resonará en la oración comunitaria del Padre nuestro.

5. momento de la Paz y de la comuniónNo podemos separar el gesto de la paz del momento de la co-munión. Así nos lo recuerda el principio patrístico: la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Jesús se encuentra

en el amor al hermano. Sin este amor, no hay comunión con Jesús. ¿Por qué la comunión, pues, si Jesús se encuentra en el amor al hermano? Jesús se encuentra en la paz que nos hemos dado, pero la verdadera amistad nos lleva a la mesa. Los seguidores de Jesús descubrimos en este gesto su presencia.

6. momentos de silencioEn la Eucaristía celebramos la resurrección de Jesús, pero un Jesús que ha pasado por la muer-

te. Es, por tanto, una celebración festiva. La muerte de Jesús y su resurrección han conferido sen-tido a aquellas zonas que nunca habríamos podido dar sentido, como son el dolor y la muerte. Bajo la sombra de la cruz, algo ha pasado para todos aquellos hombres y mujeres que creemos, que sabemos de Quien nos hemos fiado.

7. oraciónGracias, Señor, por el regalo del pan de la Eucaristía y por el re-galo del pan de la Palabra. Lo he vivido como el faro luminoso que guía mi vida. Y no solo por ver en él tu presencia, sino para dar sentido a mi vida humana y recordarme que, para poder seguir disfrutando, la tengo que ir dando, como Tú lo hiciste.Señor, te pido también perdón por aquellas veces que me he quedado en el pan material, en la satisfacción de mis deseos, y he hecho como los discípulos que, al oír tus palabras: aquel que no come mi carne y no bebe mi sangre no tendrá parte en mí, se escandalizaron, y muchos de ellos te dejaron y ya no volvieron más contigo.

8. ¡id!Si nos hemos dejado evangelizar por la Palabra, nos sentiremos lla-mados a proclamarla. Será como vestir el Evangelio. Poner nombre al Amor, como la joven teresa de lisieux, que, al ver que Jesús no es amado, exclama resuelta: “Yo haré amar el Amor.” Y lo toma como su programa de vida. ¿Por qué no hacerlo nuestro?

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fe, ¿no es aquí donde el laico puede reclamar este derecho que es el acceso a la proclamación de la Palabra? Este aprendizaje de la lectura diaria os iría preparando para que vosotros mismos hicierais la celebración de la Palabra en los pueblos. ¿Por qué no tomar este punto como prioritario para la nueva evangelización?

recuerdo el ejemplo de algunos de mis amigos que vienen a pasar las fiestas de semana santa o de navidad a mi casa, y los envío a los poblados y vuelven rebosando alegría. Me recuerdan al salmista cuando dice: “Salieron llorando, llevándose la semilla y volvieron cantando de alegría llevando al cuello sus gavillas”. Mi gozo lo comparo al vuestro viendo cómo los hijos toman iniciativas y se valen por sí mismos. Y no solo me alegra verlos volver de los pueblos tan gozosos, sino cuando veo que repiten esta experiencia en su casa, convirtiéndola, en expresión del papa Pablo VI, en “Iglesia doméstica”, con los hijos, que son los maestros porque saben extraer bien la miel de ese lenguaje narrativo con que se nos presenta la palabra de Jesús. ¿Y por qué no pensar que esta experiencia puede ser la semilla de la Iglesia del futuro, de su Iglesia?

Y quiero terminar con una aportación del ya citado cardenal de lyon, P. Barbarin, como resumen del proyecto que nos ocupa. Él dice que, durante su visita pastoral, se reúne con un grupo de niños y les dice delante de sus padres: “Por la mañana, cuando te levantes, empieza haciendo la señal de la cruz. antes de desayunar, dale a Dios el primer lugar. Puedes pedir a tu madre que te lo recuerde”. De paso, ya hay una conversación entre hijo y madre alrededor de Dios. ¿Por qué hay que dar a Dios el primer lugar? Ya vemos que no es cuestión de tiempo. Mientras no demos a Dios su lugar en el interior de nuestra casa, en el ritmo de vida personal o familiar, por medio de gestos sencillos que se quedarán grabados en nuestra memoria, nada progresará. Desde este punto de vista, “admiro a los judíos, porque han conservado su “liturgia doméstica que, en ciertos aspectos, envidio”.

recuerda: conocer y dar a conocer a Jesús es como abrir una cuenta corriente que ni la crisis podrá cancelar.

(Francia), que, ante la pobreza de la Iglesia, invita a abrir nuevas puertas. la pregunta que se hace es: “¿la Iglesia se debe apoyar en los clérigos o en los bautizados? Por mi parte, pienso que debe dar confianza a los laicos, y dejar de funcionar en base al cuadriculado medieval. Es una modificación fundamental. Un desafío”. sacerdotes y obispos, sí, que haya. los necesitamos, pero no tanto para hacer, sino para dejar hacer y para animaros a que hagáis. recordemos lo que decía Ratzinger en 1960: “Quizás ha llegado la hora de despedirnos de una Iglesia clerical”.

son significativas estas dos conversaciones. Una, en un pueblecito donde voy a celebrar la Eucaristía. Y la otra, el comentario de unos vecinos.

– ¿Qué habrías hecho hoy si no hubiera venido?

– Nada.– ¿Y si tardara un mes o dos?– ¿?– ¿Y si pasara medio año?– Entonces, quizá nos espabilaríamos,

respondió otro.Unos vecinos de pueblo dicen

que, cuando no tenían sacerdote, organizaban la celebración de la Palabra, cada domingo. ahora que solo va una vez al mes, ya no se reúnen. El cura crea dependencia.

Venimos de unos tiempos –y aún perduran– en que la fe se había convertido en aquello de lo que nunca se hablaba entre los cristianos. Y tenemos necesidad de expresar lo que creemos y lo que amamos. De lo contrario, lo perdemos: “Una fe que no se propone ni se comparte es una fe que se seca y ya no interesa ni siquiera al creyente” (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte).

Pienso que la fe es como la dinamo o el generador del coche, que se carga corriendo. Y si decimos que la evangelización es inherente a la

Hemos conservado los símbolos y los ritos, pero hemos cuidado menos de explicar sus contenidos. Y “desconocer la Palabra es desconocer a Jesús”, decía san Jerónimo en el siglo IV. aquel hombre que se pasó días y noches traduciendo la Biblia del hebreo al latín. ¿no sería porque amaba a Jesús y preveía que con la Palabra otros le conocerían y le amarían mejor? no podemos separar el pan de la Mesa del pan de la Palabra.

Y recordemos lo que dice la constitución sobre la liturgia del concilio Vaticano II: “Cristo está presente en su Palabra, ya que él mismo habla cuando en la Iglesia se leen las Escrituras. Está presente, cuando suplica y salmea” (Sacrosanctum Concilium, 7). no es extraño que los primeros cristianos, pasados los primeros tiempos de la muerte de Jesús, pensaran en escribir sus hechos, que son el legado más precioso que nos ha llegado a nosotros: los Evangelios.

Me da pena oír repetir a unos y a otros este lamento de la falta de sacerdotes. Yo me pregunto: ¿aún más misas? Fijémonos lo que dice Philippe Barbarin, cardenal arzobispo de lyon y primado de Francia, en el libro ¿Qué futuro para el cristianismo? (Fragmenta): “no me dedico a llenar realmente las iglesias de lyon, porque no sirve para nada: la primera cosa que hay que hacer es llenar los corazones de amor, y la fuente de este amor es Dios”.

En efecto, si la Eucaristía es el culmen, creo que no se llega más que desentrañando el sentido y la oración, o las dos cosas, a la vez. Y eso difícilmente se dará mientras sigamos haciendo recaer el valor de la misa en la asistencia (practicantes) y no en la aplicación de lo vivido por Jesús, en nuestra vida de cada día. Por eso, creo necesario presentar la lectio divina y la celebración de la Palabra como una manera de dinamizarla.

¿Por qué no pensar que si hemos llegado a esta crisis no ha sido por falta de clero, sino por falta de laicos? ¿Por qué no la miramos como una oportunidad, como una gracia? ¿Por qué no cambiar de chip y, en lugar de decir “es la crisis”, decir “es el sistema”?

Encuentro muy acertada la pregunta de Albert Rouet, arzobispo de Poitiers

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