Suplemento Cultural Contenido 13-09-14

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9 VIERNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014 CONTENIDO Crónicas del Olvido LAS CARTAS DEL VERANO ALBERTO HERNÁNDEZ 1 E l tiempo muchas veces deja de pasar. A veces se detie- ne y marca una lectura, una imagen, un recuerdo desvaído, pero recuerdo al fin. Las pági- nas, ya amarillas, destacan su nobleza, el carácter eterno de su contenido. El libro ha estado en silencio durante varias décadas. Sus sonidos aún se sienten bajo la lluvia de cualquiera de aque- llos años puestos en relieve, en la perspectiva de estos que nos han hecho parte de una edad casi consagrada. Converso con Luis Camilo Guevara y no recuerdo el títu- lo del libro. Pasados otros años, otros lingotes de oro de la reali- dad, encuentro el título en una caja, solitario, perdido, invadido de pequeñas alimañas, de hue- vos de insectos prehistóricos, de un polvillo que me somete a va- rios estornudos. Entonces abro Las cartas del verano (Premio Bie- nal Pocaterra 1971) y me entero de su edad de publicación: 14 de agosto de 1973. Llueve en este momento, sin embargo Las cartas del verano de Luis Camilo vuelven a salir de los sobres para decirnos de su ori- gen. Editado por la Dirección de Cultura de la Universidad de Ca- rabobo, en la Colección que le da nombre al galardón valenciano, el poemario está dividido en dos partes: Entre dos soles y Lenguaje aprisa. El tomo no presenta otro dato que diga sobre las autorida- des de esa casa de estudios de Valencia. 2 El primer poema del libro es una marca difícil de dejar a un lado. La voz solitaria del poeta es también la voz íngrima de un (Una lectura retomada) texto corto que lastima a quien lo pronuncia: Rescate el óxido comienza mi sed lo precipita y voy envejeciendo Me ronda un cierto olor y estas ropas manchadas por la luna/ abren el luto Estoy solo. (Viudo). Unos pasos más adelante, la soledad se refleja en el agua a través de un personaje mitoló- gico. La temida vejez, el tiempo aposentado en el rostro hace que el personaje del poema sea arrastrado por el miedo. Narciso, Su pobre imagen comida por el musgo. Su ansiedad –un sueño aspirando a cristales- la lleva el pez oscuro hasta muy lejos… y él reina tierra adentro. El poeta de este libro coincide con los personajes de Francis- co Pérez Perdomo. En medio de la mirada solitaria, entre tantos escalofríos provocados por el si- lencio, aparecen los “Espantos”, criaturas de las sombras, perfiles de sujetos inasibles, que trastor- nan la realidad y lo llevan de la mano a encarar rostros extraños, irreales: Alguna vez visito las grandes plantaciones donde levitan los nocturnos ha- bitantes que regresan. Allá me siento como un peque- ño rufián que espía los secretos de los muertos me conmueven en sus proezas y sus inútiles proyectos para derrotar la me- lancolía y la ausencia de ver (…) Son como sombras pero no son ni sombras. Más adelante reconoce la im- posibilidad de alcanzar la imagi- nación. No obstante, admite que Tras el huracán que se lleva los restos multicolores no desaparecen nunca el aroma donde soy sometido a nuevos desafíos. Esos “nuevos desafíos” convo- can a imaginar la imaginación, a ser parte de un mundo en el que es posible pensar la imaginación y convertirla en poesía. El poema resuelve el enigma. El poema es una metamorfosis. La vida, el pensar, una revancha. Un espa- cio donde nada es imposible. 3 Mi otra parte inmortal hace juego con la sombra que más tarde advertirá el poeta en su paisaje, el dejado atrás una vez que dejó la corriente deltana y deltaica, el curso del viejo Orino- co, la selva sudada en la piel de la niñez. He allí que ante “el fra- caso de la noche”, asido al monte de su origen, el poeta que canta en este viaje rastrea hasta encon- trarse en la segunda parte del li- bro, hecho polvo para la huellas dejadas al olvido. No obstante, Decidiste cortar las amarras y ahora pruebas que fatalmente no queda otra vía la errancia su peregrinaje paso a paso has- ta caer entre las candelas y los hijos del diablo. Muchos fueron los intentos, las visiones, los caminos removi- dos por los pies, de allí que Los primeros pasos son confusos (…) Y Descalzo camino entre frutas y hojas pomarrosas/ guayabas/ morichales sarrapias merecu- res cacao/ grandes enredaderas membrillo catuches/ reserva de lirios así/ entre follajes abundan- tísimos… Dos miradas, la ciudad y el monte prometido, el Paraíso, el recuerdo de la antigua casa, el sofoco de los ahogados. Y así el resto del libro, acuático y terres- tre. Selvático y desértico. Viejo y nuevo. Las cartas del verano de Luis Camilo Guevara no envejecen, se renuevan con cada lectura. En- tonces el tiempo deja de pasar. EL ÚLTIMO INSTANTE CON LUIS CAMILO A esta hora estamos situados en el lado oscuro del ser. Luis Ca- milo Guevara, el poeta de la cola del Orinoco, la voz del Delta, la mirada de quien se trajo los man- glares y barros de aquel río, las manos morenas de quien ama- só aquella tierra y la hizo texto muscular, dejó de estar en este mundo para transitar por el otro, en un tránsito que nuestro Pepe Barroeta dejó plasmado en las páginas de un estudio homenaje en el que también están Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora: Lector de travesías, Ediciones Solar/ Colección Ensayo, Mérida, Venezuela, 1994. Con Luis Camilo aprendimos a conversar. Su poesía era un viaje entre la tupida vegetación verbal de este país y del mundo todo. Nos reconocimos en su cercanía y las maneras de darle al silencio una im- portancia poco respetada por otros. Su poesía –su discurso poético- fue un río permanente alimentado por las crecidas de su imaginación. A esta hora cuando su cuerpo no está, entramos en sus poe- mas y lo cultivamos como un árbol. Celebramos su travesía, su permanencia por décadas en este mundo ruidoso y silencio, amargo y deleitoso. Solitario y en compañía de los hacedores de imágenes y universos insólitos. Su nombre ya es un tributo. Un homenaje permanente. El extenso verano en el que nos ha dejado forma parte de la experiencia del vivir, como diría Césare Pavese. Las cartas de la estación más tropical son las mis- mas que seguiremos leyendo.

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9VIERNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014 CONTENIDO

Crónicas del Olvido

LAS CARTAS DEL VERANO

ALBERTO HERNÁNDEZ

1

El tiempo muchas veces deja de pasar. A veces se detie-ne y marca una lectura, una

imagen, un recuerdo desvaído, pero recuerdo al � n. Las pági-nas, ya amarillas, destacan su nobleza, el carácter eterno de su contenido. El libro ha estado en silencio durante varias décadas. Sus sonidos aún se sienten bajo la lluvia de cualquiera de aque-llos años puestos en relieve, en la perspectiva de estos que nos han hecho parte de una edad casi consagrada.

Converso con Luis Camilo Guevara y no recuerdo el títu-lo del libro. Pasados otros años, otros lingotes de oro de la reali-dad, encuentro el título en una caja, solitario, perdido, invadido de pequeñas alimañas, de hue-vos de insectos prehistóricos, de un polvillo que me somete a va-rios estornudos. Entonces abro Las cartas del verano (Premio Bie-nal Pocaterra 1971) y me entero de su edad de publicación: 14 de agosto de 1973.

Llueve en este momento, sin embargo Las cartas del verano de Luis Camilo vuelven a salir de los sobres para decirnos de su ori-gen. Editado por la Dirección de Cultura de la Universidad de Ca-rabobo, en la Colección que le da nombre al galardón valenciano, el poemario está dividido en dos partes: Entre dos soles y Lenguaje aprisa. El tomo no presenta otro dato que diga sobre las autorida-des de esa casa de estudios de Valencia.

2El primer poema del libro es

una marca difícil de dejar a un lado. La voz solitaria del poeta es también la voz íngrima de un

(Una lectura retomada)

texto corto que lastima a quien lo pronuncia:

Rescate el óxido comienza mi sed lo precipita y voy envejeciendo

Me ronda un cierto olor y estas ropas manchadaspor la luna/ abren el luto Estoy solo. (Viudo).Unos pasos más adelante, la

soledad se re� eja en el agua a través de un personaje mitoló-gico. La temida vejez, el tiempo aposentado en el rostro hace que el personaje del poema sea arrastrado por el miedo. Narciso,

Su pobre imagen comida por el musgo.

Su ansiedad –un sueño aspirando a cristales- la lleva el pez oscuro hasta muy lejos…y él reina tierra adentro.El poeta de este libro coincide

con los personajes de Francis-co Pérez Perdomo. En medio de la mirada solitaria, entre tantos escalofríos provocados por el si-lencio, aparecen los “Espantos”,

criaturas de las sombras, per� les de sujetos inasibles, que trastor-nan la realidad y lo llevan de la mano a encarar rostros extraños, irreales:

Alguna vez visito las grandes plantaciones

donde levitan los nocturnos ha-bitantes

que regresan.

Allá me siento como un peque-ño ru� án

que espía los secretos de los muertos

me conmueven en sus proezas y sus inútiles

proyectos para derrotar la me-lancolía

y la ausencia de ver (…) Son como sombras pero no son ni sombras.

Más adelante reconoce la im-posibilidad de alcanzar la imagi-nación. No obstante, admite que

Tras el huracán que se lleva los restos

multicolores no desaparecen nunca el

aroma

donde soy sometido a nuevos desafíos.

Esos “nuevos desafíos” convo-can a imaginar la imaginación, a ser parte de un mundo en el que es posible pensar la imaginación y convertirla en poesía. El poema resuelve el enigma. El poema es una metamorfosis. La vida, el pensar, una revancha. Un espa-cio donde nada es imposible.

3Mi otra parte inmortal hace

juego con la sombra que más tarde advertirá el poeta en su paisaje, el dejado atrás una vez que dejó la corriente deltana y deltaica, el curso del viejo Orino-co, la selva sudada en la piel de la niñez. He allí que ante “el fra-caso de la noche”, asido al monte de su origen, el poeta que canta en este viaje rastrea hasta encon-trarse en la segunda parte del li-bro, hecho polvo para la huellas dejadas al olvido. No obstante,

Decidiste cortar las amarras y ahora pruebas

que fatalmente no queda otra vía

la errancia su peregrinaje paso a paso has-

ta caer entre las candelas y los hijos del diablo.Muchos fueron los intentos,

las visiones, los caminos removi-dos por los pies, de allí que Los primeros pasos son confusos (…) Y Descalzo camino entre frutas y hojas pomarrosas/ guayabas/ morichales sarrapias merecu-res cacao/ grandes enredaderas membrillo catuches/ reserva de lirios así/ entre follajes abundan-tísimos…

Dos miradas, la ciudad y el monte prometido, el Paraíso, el recuerdo de la antigua casa, el sofoco de los ahogados. Y así el resto del libro, acuático y terres-tre. Selvático y desértico. Viejo y nuevo.

Las cartas del verano de Luis Camilo Guevara no envejecen, se renuevan con cada lectura. En-tonces el tiempo deja de pasar.

EL ÚLTIMO INSTANTE CON LUIS CAMILO

A esta hora estamos situados en el lado oscuro del ser. Luis Ca-milo Guevara, el poeta de la cola del Orinoco, la voz del Delta, la mirada de quien se trajo los man-glares y barros de aquel río, las manos morenas de quien ama-só aquella tierra y la hizo texto muscular, dejó de estar en este mundo para transitar por el otro, en un tránsito que nuestro Pepe Barroeta dejó plasmado en las páginas de un estudio homenaje en el que también están Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora: Lector de travesías, Ediciones Solar/ Colección Ensayo, Mérida, Venezuela, 1994.

Con Luis Camilo aprendimos a conversar. Su poesía era un viaje entre la tupida vegetación verbal de este país y del mundo todo. Nos reconocimos en su cercanía y las maneras de darle al silencio una im-portancia poco respetada por otros. Su poesía –su discurso poético- fue un río permanente alimentado por las crecidas de su imaginación.

A esta hora cuando su cuerpo no está, entramos en sus poe-mas y lo cultivamos como un árbol. Celebramos su travesía, su permanencia por décadas en este mundo ruidoso y silencio, amargo y deleitoso. Solitario y en compañía de los hacedores de imágenes y universos insólitos.

Su nombre ya es un tributo. Un homenaje permanente.

El extenso verano en el que nos ha dejado forma parte de la experiencia del vivir, como diría Césare Pavese. Las cartas de la estación más tropical son las mis-mas que seguiremos leyendo.

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10 VIERNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014CONTENIDO

Hallaron carta inédita de Jack London, un siglo después en una biblioteca

Francisco Massiani: Señor de la ternura

C.A. PEIRÓCABPEIRO

JOSÉ YGNACIO OCHOA

Por fortuna todavía hay vida –nunca dejó de haberlas, de eso se trata– en una bibliote-

ca. Los empleados de una de ellas, la histórica (y pública) Pequot de Southport, en el estado de Con-necticut, han localizado una carta manuscrita de Jack London en el interior de un ejemplar descartado de su leidísima «Colmillo Blanco».

Al parecer, el equipo hacía inven-tario con motivo del 125 aniversario del centro, y el hallazgo se habría producido en el curso de la (traba-josa) exhumación del fondo impre-so. «Cuando abrimos el libro, dimos con la carta de London en el interior del volumen, dispuesta a modo de marcapáginas», relataba a «Page Six» Lynne Laukhuf, una de las vo-luntarias de un operativo que ya ha compartido el tesoro: la misiva

ILa literatura es un medio para

manifestar lo que al hombre en so-ciedad siempre le preocupa, sobre todo aquello que no tiene explica-ción ante los ojos de la ciencia. Es una suerte de catalizador pero desde una perspectiva un tanto más subjetiva, pues toda la realidad será impregna-da por el requiebro del poeta. Cada movimiento literario procurará regis-trar un cúmulo de informaciones que pasarán por el tamiz de la imagina-ción de aquel que escribe. Será una re-construcción de un mundo posi-ble en tanto este mundo sea digeri-do por el lector desde su experiencia. Es en gran medida el viaje alucinante que asume el escritor al momento de re-crear personajes, situaciones, con� ictos, maneras de ver el mundo y cómo plantearse los desenlaces. Igual pasará con los momentos his-tóricos por lo que pasa una sociedad. Los con� ictos serán tratados de una manera particular y lo que será acep-tado como benévolo, quizás no lo será para otras sociedades en otro momento histórico. La literatura da

para esto y mucho más. El escritor que asume esta responsabilidad es-tará entregado a un abanico de múl-tiples posibilidades que serán des-cifradas por el lector-cómplice, pues será quien tenga la última palabra para decidir su vigencia

IIConocí por primera vez a Francis-

co Massiani con su novela “Piedra de mar” (1.968) y digo lo conocí porque, quien se estime, debe admitir que esta novela forma parte del registro de todo lector, al menos a partir de la década de los setenta. Cómo olvidar sus cuentos de “Las primeras hojas de la noche” (1.970) con aquel cuento de Un regalo para Julia, cuántos no qui-simos abrazar y oír música en un to-ca-disco con Julia y ver cómo se desli-zaba su vestidito de pepas en su piel o sufrir como el pobre muchacho con su pollito en el bolsillo de la chaqueta narrado en primera persona como si lo estuviera conversando a nuestro lado, o “El llanero solitario tiene la ca-beza pelada como un cepillo de dien-tes” (1.975) o “Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal” (1.976), his-torias memorables y que, cada vez

que nos sucede algo parecido, nos remonta a la vida de los personajes de Pancho.

IIIAhora Massiani con su libro de

poemas Señor del ternura (Monte Ávi-la Editores Latinoamericana Caracas, 2004) plantea una suerte de nostalgia, es un libro para recordar o detenerse en cada poema leído y rememorar las historias que: Para dar con el amor/es preciso conversar con el silencio./Cami-nar sobre las palabras/con zapatillas de seda./trepar por los peldaños/del tiem-po/y llegar hasta el � nal de la escalera/caer al abismo:/La arena más sólida y pura. Poema que alucina. Poema que se engancha con la remembranza de lo que pudo ser o lo que simplemen-te sucedió. Poema para permanecer en cualquier ciudad o calle del vecin-dario estropeado por las andanzas de la memoria. Poema para ser leído en soledad, Poema para tomarse un café o un whisky. Poema para recordar a Julia, la misma del cuento. Poema para que Señor de la ternura/arroje us-ted ese paraguas/ y hunda, con su dedo, la piel del sol:/la transparencia de las hojas quemadas/inundará un verano

de cuerpos/melancólicos/y olvidados./Podrá amarse sin ganarle al tiempo/una pulgada de espera/será una alegría inmóvil/una ola que se envuelve en sí/para desaparecer sobre la arena/o con-vertirse en un punto/brillante/una res-piración de paz/el mar no abrazará dis-tancias en los de mi amada/. Entonces, como él mismo lo a� rma, la poesía es un acto de fe, pero también un instante de iluminación interior total. Son 170 páginas contenidas de poemas de lar-go aliento, tal es el caso de Amo, luego existo de 9 páginas (desde la página 80 hasta la 88), es como si estuviésemos leyendo un relato pero al � nal nos per-catamos que sí es un poema con una historia amorosa propia de la calidez y desenfreno de Massiani, va desde los cristales de un taxi y luego pasa por las piernas de una mujer hecha con gracia/con hermosas tetas/y maravilloso culo, menciona a Descartes, porque eso de “pienso luego existo” es un soberano disparate y aun así le da tiempo de pensar en poemas malos y cuentos peores pero su cuerpo suda por pro-pia cuenta y el taxi sigue andando y sigue imaginándose a esa bella mujer y lo que la vida le sigue dando y sigue soñando con la mujer porque eso sí es

vida, igual pasa con otro poema de 5 páginas, es otra historia amorosa titu-lado En una mesa de café en donde los amantes se besan, la mujer responde Es demasiado hermoso para despedirse y el hombre bajó la cabeza, en el ángulo más solo. Estos poemas con historia propia co-existen con poemas cortos: Ternura: tiene una pupila de piedad o En espera de yo tocarte la mano/crece la muerte igual la historia está presente pero en este caso es fulminante. Como fulminante es el carácter de la lectura, Esto es Francisco Massiani o mejor di-cho su escritura con asombro, con olor a mar, a licor y a vida.

IV Este deambular por el libro “Señor

de la ternura” de Francisco Massiani demuestra lo complejo de la escritura y su relación con el resto del universo. Cada reacción, cada acontecimiento, cada sentimiento y respiración genera un poema y este a su vez construye otro mundo posible que puede entrar en contradicción con las reglas, cáno-nes o costumbres. Este es el arrojo que asume el poeta cuando se enfrenta ante la hoja en blanco para construir su otra realidad.

aparecerá publicada íntegramente en el próximo número de la revista «Man of the World».

Y todo apunta a que el ejemplar pertenecía a George Brett, legen-dario editor de London, al que el autor habría escrito para detallar los progresos del que pronto sería un clásico fundacional de la litera-

tura estadounidense. «“Colmillo Blanco” avanza y será más larga de lo que había previsto», anunciaba un entusiasta London. «No sé qué pensar de todo esto. Estoy cerca del � nal, creo que va a resultar un mate-rial bastante bueno».

Los primeros datos encajan. El suculento archivo personal de Brett,

que incluía un manuscrito original de «Lo que el viento se llevó», se ha-lla casi íntegro en Pequot por algún motivo, aunque la leyenda apunta a una sonora discusión del editor con uno de sus socios, un con� icto que debió desencadenar la apresurada huida de los papeles de Brett. An-tes, y volvamos a la carta, London sumaba 28 años mientras el editor –a los mandos de Macmillan Pu-blishing desde 1896– casi le dobla-ba en edad. En la misiva, el autor de «El lobo de mar» invitaba a Brett a engrosar una expedición rumiada desde hace tiempo por el novelista –y podemos intuir qué signi� caba esto para un tipo que fue marino y trampero antes que escritor. «Tal vez seas demasiado mayor para embarcarte en un viaje alrededor del mundo con un 40 de pie», des-lizaba con ironía un London que ex-plotaba el estrecho margen aventu-rero del urbanita Brett, establecido en Nueva York.

LAS BIBLIOTECAS SALVAJESY precisamente London, cuentan

sus biógrafos, nació en una bibliote-ca pública. Después de una infancia más working que class en Oakland y una docena de empleos de medio pelo, aquel adolescente asaltó la lec-tura. De allí al puente de goletas leja-nas, a una fugaz estancia académica en Berkeley y las trincheras de ba-rro del Yukon, al noroeste de Cana-dá, en la helada matanza de aque-lla � ebre del oro. Como Conrad, London se sentó a escribir después de haber vivido. Y de «La llamada de lo salvaje» (1903) al antológico aprendiz de «Martin Edén» (1909), trazó la mítica de una Norteamérica remota para sumar raíces a la fron-dosa arboleda de Thoreau y Emer-son, padres adoptivos de la genética espiritual USA. Había que internarse en los bosques y –antes o después– en un laberinto impreso. Y todo ello, como esta carta inesperada, nos vino de una biblioteca. Una pública.

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23VIERNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014 CONTENIDO

Jinete a pie de Israel Centeno

Relatos salvajes, de Damián Szifrón

NESFRAN GONZÁLEZ

MAIKEL RAMÍREZ

Caracas, o una posible Cara-cas del futuro, sirve de mar-co geográ� co a la trama de

Jinete a pie (Editorial Lector cóm-plice, 2014), novela escrita por Israel Centeno. El clima es envol-vente, el paisaje está impregnado de decadencia y sus personajes son espectros a semejanza de un burdel orwelliano. En Roberto Morel recae el peso protágonico, es bajo su responsabilidad que los hechos cambian el curso para ge-nerar la catarsis necesaria propias de un sacudón; es un jinete a pie, en un ambiente donde hay cabida para lo deprimente, lo absurdo y lo tangencial.

Un jinete a pie es en esa Caracas basada en la especulación, una per-sona sin motocicleta. El crack � nan-ciero provocó la caída abrupta de los precios del petróleo y con ello la instauración de la anarquía en una tierra totalmente dependiente del oro negro. Es ahí, donde los que

Atendiendo la cordial invi-tación que me extendiera la periodista Dulce María

Ramos, jefa de prensa de varias cintas exitosas del reciente cine venezolano, asistí a la inaugura-ción de la VII Muestra de Cine La-tinoamericano, organizado por el CNAC y el Circuito Gran Cine, que contó con la proyección de uno de los � lmes que ha causado ma-yor expectación entre la audien-cia ciné� la, Relatos salvajes (2014), de director Damián Szifrón, pieza obligatoria, a no dudar, para todo amante del buen cine hecho en esta parte del mundo.

Este � lme reúne seis relatos salvajes autónomos, enlazados solo por una unidad temática y un tono acre reiterado, que se ini-cian con la historia desternillante de Pasternak, hombre resentido que vaciará su naturaleza bestial contra quienes lo han adversado

hoy conocemos como colectivos, toman las calles y arengados por consignas y proclamas, hacen del ruido de las motos el sonido del terror, del pánico y de la muerte, situación que deja en desventaja a todo aquel que camine por los es-pacios abiertos, quedando en evi-dencia para ser víctima de un safari.

El safari promueve la persecu-ción de un peatón, se convierte en

la diversión de los motociclistas y antes de darle la inevitable caza llevan a la presa a estados de de-mencia deplorables. ¿Y los carros? También son víctimas de las mo-tos, tal y como podemos observar en nuestro acontecer diario. Por momentos tiende a reinar la paz y se logran acuerdos frágiles de no agresión. Los peatones tienen derecho a tomar café en ciertas

panaderías y éstos, para escapar del miedo y del hambre comen turrones de auyama y beben infu-siones de campanita.

Roberto Morel es un peatón más, sobrevive, vale así decirlo, re-fugiado en un gueto, acompaña-do por un grupo de desposeídos. Es posible que con el nuevo orden los recuerdos se hayan esfumado y la amnesia se hace colectiva. Ro-berto se ve asaltado por las dudas de lo que pudo haber sido su vida anterior, su pareja y un hijo que partió a tierra lejana. Y una mane-ra de salir de ese marasmo es con-frontar el statu quo. Morel asesina a un motorizado en la panadería y se da inicio un safari en el que la mujer que pretende darle caza puede tener alguna conexión con su pasado.

El grupo de alienados se une a la causa, alentados por la esperan-za de encontrar un camino que los lleve a otra comarca, otra realidad. Por un breve período se esconden en las ruinas de una iglesia hasta que logran emprender la huída

sin dejar de ser vistos por las palo-mas, los gatos y los tordos, anima-les cómplices de los motorizados que forman parte del engranaje de la ya enrarecida atmósfera. La persecución anuncia el desenlace de la historia, la ruta de las mil y una probabilidades.

Jinete a pie es una novela con pasajes intrincados que requiere de un lector dispuesto a desen-marañarlos, ausente por momen-tos de cierta lógica para sumer-girse en un surrealismo oscuro y desalentador. Los recuerdos, como piezas de un engranaje, buscan el lugar apropiado en un universo yuxtapuesto e inve-rosímil. Una novela como ésta, sicológica, política, con tintes de � cción distópica aspira a abrir el cauce de un ramillete de obras en las que el autor descargue el pesimismo sobre la continuidad del modelo actual marcado por la indolencia del hombre y la acentuada velocidad de los cam-bios producto de los avances tecnológicos.

en la vida, hasta � nalizar con un relato en el que lo salvaje puede saltar, por qué no, en medio de la risueña celebración de una boda. Originales y complementarios, se nos antojan los créditos iniciales, que ‘animalizan’ a los actores del � lme, puesto que encontramos un animal silvestre en representa-

ción de cada uno de ellos.El universo de Damián Szifrón

contiene relaciones sociales que penden de un frágil tejido, que, una vez desintegrado, empuja a los personajes a sus actos más instintivos y feroces. Quienes ha-bitan estos seis relatos salvajes son expuestos a situaciones en la

que brota su naturaleza indómita, eventos en los que ya no cuenta la formalidad, la razón, la cortesía, la diplomacia, y la bondad. El mé-rito que debemos adjudicarle a Szifrón es que encuadra cada una de esas situaciones con sorna, haciendo nítido el absurdo que nos mueve como seres humanos, porque este � lme, digámoslo así, funciona como una suerte de fractal por medio del cual leemos la totalidad de nuestro mundo. Dicho con una palabra, el toque de Szifrón toni� ca estos relatos de un humor mordaz.

Estos relatos, por otro lado, no son configuraciones de tra-mas complejas y grandilocuen-tes, sino, antes bien, eventos tan cotidianos, como una boda, el recorrido por una carretera y un entramado burocrático, entre otros. Encontramos, por ejemplo, un relato cuyas ac-ciones gravitan alrededor de “Bombita” (Ricardo Darín), un ingeniero que al verse enfren-

tado con una abyecta maqui-naria burocrática equiparable a las que controlan el cosmos kafkeano, urde una venganza con sed aniquiladora; mientras que, en otro, un viaje corriente se transfigura en una pesadi-lla luego de que un conductor (Leonardo Sbaraglia) se acci-denta y se topa con otro viajero a quien había insultado.

Relatos salvajes es un � lme de una economía narrativa envidia-ble, elocuentemente contado, que cuenta con la participación de Pedro Almodóvar en rol de productor, y con brillantes in-terpretaciones de actores de larga trayectoria, que son, para decirlo con una homología del dominio pugilístico, verdaderos pesos pesados. De allí que sea comprensible su enorme éxito de taquilla en Argentina y el vis-to bueno que la crítica especia-lizada le ha concedido. Si se me permite insistir, diré que es un � lme impostergable.

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24 VIERNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014CONTENIDO

Otras regiones más férreasNadie sobrevive a la perdida huella de la infancia.Festejo, en verdad única que juro con sangre, la voracidad de otraedad distinta a aquella. Es necesario retribuirnos todos los donesque fuimos ejercitando al redo-ble de una música grata;es necesario, sin caer en humil-dades fatuas, reclamarlos espacios totales, la frondosa virginidad, el hechizoy la memoria que hicimos her-mosa,de pura realidad.

Estirar los nervios, siempre los nervios, para que ningunaHoguera quede sin heredad perpetua.

Sumergirse y tocar el in� erno del agua con la palma de las manos.Atar barcos desaparecidos,volar papagayos como gorrio-nes,correr tras el sol como si fuese un pez distinto,izar velas rotas,y, desde luego, cazar iguanas, pájaros y senos grandescomo palomas.

Más, antiguo festín, hemos des-perdiciado los valores éticosY actuamos, títeres o zánganos, bajo una piel irreverente.

¡Somos los estrafalarios! Pero henos, sin razonesaparentes,temidos como bestias acorraladas.

Toda edad, se dice, es un escar-miento hacia los deberesreligiosos. De todos modos, después de la infancia,sólo hay respeto para los reparos.

Yo me quedé en la región más férrea.

Bañarse y refrescar el cuerpo: hacer oleajesy maravillas � otantes.

Nadar, nadar, estimular el esfuer-zo con la conquistade una orilla desconocidacomo trofeo.

Caminar entre árboles remotos.

Acampar entre los brazos de la ternura, mejor

VoladoresSuelto hilo hasta los límites irremplazablesy me doy cuenta del imposible que resultaperseguir las formasya imaginadas

Así cruzan veloces voladoresy cortantras mucha faena belicosamis principios y � nales de jornadas

Tras el huracán que se lleva los restosmulticolores no desaparece nunca el aromadonde soy sometido a nuevos desafíos.

(de Las Cartas del Verano)

PalmerasPor este lugar pasan los frescos del paraísoSe tejen historias más desenfadadasque en cualquier camarote de barco contrabandista Mi vida se alegra y remonta climas de ciudadesdesconocidasy hace jolgorio en las cúpulasde los templos antiguos

Paseo como un hombre totalmente reconciliadoNingún forcejeo me sorprendeya harto de tantas tranquilidades

Estas son las palmeras donde habitan avescuyos testimonios refrescan los días de julio

Me importa conocer el destino de las gaviotasperdidas y sacri� cadas en el espacio

En esta vereda hay sombra y fama de resurrecciónCuando olvido mis ocupacionessale del vapor embriaganteel sueño de mi padre que viaja entre los soles.

(de Las Cartas del Verano)

Diablo de verdunEs el � nal de la calley ni siquiera hay rosasla candela brincadeun lugar a otroNadie osa mirarni las rejas ni los portonesabiertos

¿Para qué se hicieron esas telarañasesos ventanalesesos jardinesy esas intensas amapolas al aire?

Anda conmigo sombra de los vendavalesy condúceme condúceme prontoa la mansióndonde retienes mi otra parte inmortal.

(de Las Cartas del Verano)

que un cuchillo suspendido entre brasas.

Contar aquí los pasos sigilosos,la buenaventura,el espacio vital con� gurado en planetas, raícesy lluvias.

Contar, adrede, el entusiasmo del padre, casi un podervisible o invisible.

Amarlo desde el comienzo: veraz, marinoperdurable.

Buscar la red y estregar en la playacon desmesurado aliento, loco y felizpor la demencia.

¡Oh, destrucción, tenaz memoria!Brisa matinal para el encantador de serpientes, el,cuyas mayores proezas celebré en los muelles, desapareciódel pueblo con su botella de alcohol. Imagino,a mucho trecho ya de los suce-sos, cuánto deboal solitario bienhechor.

Le miraba hacer destrezas con la tigra y el escorpión,parecía pequeño pero la sombra suya

era como el río de larga.

Gusanos de seda, conviértete en laja de pelea, y subeal cielo con los poderes de un ángel expatriado.

Yo, brotado de la sal por especie innumerable, nombrolas calles más � oridas,donde hortensias y rocío em-briagan para siempre.

Duermo en la plaza sin aceites especiales y me descubro,fulgurante, al roce de la media-noche. En ese instante, después de tallar en las hojas caídas, transpiroy congrego frente a mí los mejo-res arqueros dela Arcadia.¡A excursión! –invito.

Sin dar tiempo para re� exionar, ordeno que la vigilia sea:así nos verán trepar la tapia de la iglesia.Nadie pensará que somos infalibles.Si el gran encantador de ser-pientes retorna, como haladopor una tempestad del sur, veráque hicimos la � esta y su homenaje.

(de Festejos y Sacri� cios)