Personaje Sept. 2012

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Oscar Romero Meléndez, sobrino de Rigoberto López Pérez: de mi tío es una gran carga El legado Juan José Membreño Desde muy pequeño, Oscar Romero Meléndez tuvo conciencia de la grandeza que había alcanzado Rigoberto López Pérez al haber sellado con su sangre el principio del fin de la dictadura somocista el 21 de septiembre de 1956. Por eso para él no ha sido fácil el hecho de que su tío sea un Héroe Nacional, pues si bien siente un gran orgullo por su legado, al mismo tiempo le significa una enorme responsabilidad. Es una gran carga porque nuestros hechos, nuestra razón de ser tie- ne que obedecer forzosamente al legado de él, pero también me siento muy orgulloso”, responde Oscar cuando le preguntan qué significa tener en su familia a un Héroe Nacional como lo es Rigoberto, hermano de su mamá, Mar- garita Meléndez López, quien se encar- gó de que sus hijos tuvieran conciencia de la gesta de su tío. Cuando Rigoberto López Pérez tras- cendió a la inmortalidad al ser brutal- mente asesinado tras ajusticiar al ini- ciador de la tiranía somocista, Margari- ta tenía 14 años. Muchos años después se casó con el salvadoreño Eduardo Romero Mora, educador de genera- ciones en León, con quien procreó dos hijos y una hija; uno de ellos es Oscar, nacido precisamente en septiembre pero de 1972. Con el sueldo que devengaban sus padres, él como profesor y ella como contadora en una empresa privada primero y luego en las estructuras del Frente Sandinista, Oscar y sus her- manos pudieron estudiar la primaria y la secundaria en el colegio La Salle. “Ellos trabajaron mucho para que reci- biéramos una buena educación acadé- mica”, señala. “Mi mamá nos hablaba mucho de mi tío”, refiere Oscar. Margarita les conta- ba que su otro hermano, Salvador, su madre, doña Soledad, y ella misma no sabían absolutamente nada de la acción que iba a emprender Rigoberto. Ese 21 de septiembre, lo vieron salir de la casa vestido de camisa blanca manga larga y pantalón azul, los colores de la bandera patria. “Decía mi mamá que iba vestido de patriotismo”, señala. Oscar Romero Meléndez Ellos se dieron cuen- ta en la madrugada del día siguiente, cuan- do un fuerte grupo de guardias enloquecidos de- rribaron la puerta de su casa con todo lujo de violencia. Mientras recibía una tunda de culatazos, Salvador fue arrastrado hacia la calle, después sa- caron a empujones a doña Soledad y a Margarita, y los llevaron a la cárcel de La Aviación, donde sufrieron 21 días de vejámenes. Cuando regresaron, no encontraron nada en la casa, pues había sido sa- queada por la guardia. “Tuvieron que vestirse con ropas que le dieron los veci- nos”, señala Oscar, tras recordar que su mamá siempre les decía que Rigo- berto tenía dos grandes amores: su madre Patria y su mamá Soledad, una señora muy trabajadora que con ayuda de algunas personas logró volver a po- ner la pulpería con la que había mante- nido a sus hijos. De la guerra de liberación, Oscar re- cuerda que todavía vivían en esa casa del barrio El Calvario, de León, pero por un tiempo tuvieron que esconderse en el segundo piso de la casa cural. “El Escondidos en la casa cural 2

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Oscar Romero Meléndez, sobrino de Rigoberto López Pérez:

de mi tíoes una gran carga

El legado

Juan

José

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breñ

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Desde muy pequeño, Oscar Romero

Meléndez tuvo conciencia de la

grandeza que había alcanzado

Rigoberto López Pérez al haber

sellado con su sangre el principio del

fin de la dictadura somocista el 21 de

septiembre de 1956. Por eso para él

no ha sido fácil el hecho de que su tío

sea un Héroe Nacional, pues si bien

siente un gran orgullo por su legado,

al mismo tiempo le significa una

enorme responsabilidad.

“Es una gran carga porque nuestros hechos, nuestra razón de ser tie-ne que obedecer forzosamente al

legado de él, pero también me siento muy orgulloso”, responde Oscar cuando le preguntan qué significa tener en su familia a un Héroe Nacional como lo es Rigoberto, hermano de su mamá, Mar-garita Meléndez López, quien se encar-gó de que sus hijos tuvieran conciencia de la gesta de su tío.

Cuando Rigoberto López Pérez tras-cendió a la inmortalidad al ser brutal-mente asesinado tras ajusticiar al ini-ciador de la tiranía somocista, Margari-

ta tenía 14 años. Muchos años después se casó con el salvadoreño Eduardo Romero Mora, educador de genera-ciones en León, con quien procreó dos hijos y una hija; uno de ellos es Oscar, nacido precisamente en septiembre pero de 1972.

Con el sueldo que devengaban sus padres, él como profesor y ella como contadora en una empresa privada primero y luego en las estructuras del Frente Sandinista, Oscar y sus her-manos pudieron estudiar la primaria y la secundaria en el colegio La Salle.

“Ellos trabajaron mucho para que reci-biéramos una buena educación acadé-mica”, señala.

“Mi mamá nos hablaba mucho de mi tío”, refiere Oscar. Margarita les conta-ba que su otro hermano, Salvador, su madre, doña Soledad, y ella misma no sabían absolutamente nada de la acción que iba a emprender Rigoberto. Ese 21 de septiembre, lo vieron salir de la casa vestido de camisa blanca manga larga y pantalón azul, los colores de la bandera patria. “Decía mi mamá que iba vestido de patriotismo”, señala.

Oscar Romero Meléndez

Ellos se dieron cuen-ta en la madrugada del día siguiente, cuan-do un fuerte grupo de guardias enloquecidos de-rribaron la puerta de su casa con todo lujo de violencia. Mientras recibía una tunda de culatazos, Salvador fue arrastrado hacia la calle, después sa-caron a empujones a doña Soledad y a Margarita, y los llevaron a la cárcel de La Aviación, donde sufrieron 21 días de vejámenes.

Cuando regresaron, no encontraron nada en la casa, pues había sido sa-queada por la guardia. “Tuvieron que

vestirse con ropas que le dieron los veci-

nos”, señala Oscar, tras recordar que su mamá

siempre les decía que Rigo-berto tenía dos grandes amores: su

madre Patria y su mamá Soledad, una señora muy trabajadora que con ayuda de algunas personas logró volver a po-ner la pulpería con la que había mante-nido a sus hijos.

De la guerra de liberación, Oscar re-cuerda que todavía vivían en esa casa del barrio El Calvario, de León, pero por un tiempo tuvieron que esconderse en el segundo piso de la casa cural. “El

Escondidos en la casa cural

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padre Haroldo Machado nos protegió y allí pasamos la guerra pidiéndole a Dios que no nos cayeran encima las bombas lanzadas con odio por la aviación so-mocista”, rememora. Oscar estaba en los primeros grados de la primaria cuando triunfó la Revo-

lución Sandinista. Su mamá empezó a trabajar en el Comité Zonal del Frente Sandinista primero, y después en el Departamental. Mientras, su papá se involucraba de lleno en la Cruzada de Alfabetización. “Pasé mucho tiempo sin verlo y cuando lo volví a ver no lo reco-nocí porque estaba barbudo”, anota.

Al perder el Frente Sandinista las elec-ciones de 1990, él ya era un joven de 18 años que de pronto se encontró con el inicio del período neoliberal que sufrió el país durante 16 años. No obstante, pese a su juventud, ya estaba marcado por la Revolución y la formación políti-ca que le heredaron sus padres.

Oscar es muy franco al afirmar que simpatizó con el Frente Sandinista por-que desde pequeño su madre le inculcó su antisomocismo. “Nos decía que el somocismo era nefasto y nos contaba sobre las durezas con que ella, mi tío y mi abuelita fueron tratadas cuando estuvieron en la cárcel sólo porque eran familiares de Rigoberto”.

Es por eso que para él sería completa-mente impensable rozar o tener algún tipo de vinculación que lo aparte del sandinismo. “Nosotros somos y vamos a morir siendo sandinistas”, reafirma, agradecido con su partido porque ha sido el único en reivindicar la gesta de su tío Rigoberto y conmemorar a los

héroes y mártires. “A muchas familias les ha tocado poner héroes y mártires, y es sobre ellos que descansa nuestra responsabilidad de seguir respirando este aire de libertad”.

“Sólo el Frente Sandinista se ha em-peñado que no se olvide a los héroes y mártires, contrario a los neoliberales que pretendieron desaparecer sus nombres pensando que con eso se iba a olvidar la gesta de ellos”, resalta Oscar, que ahora es el delegado regional de occidente del Inafor y hace labor políti-ca en El Jicaral

¿Qué significa ser sobrino de un Hé-roe Nacional? “Es una gran carga por

la responsabilidad que conlleva su legado, pero al mismo tiempo un gran orgullo”, responde. Es precisamente por ese legado que Oscar se han im-puesto la misión de trasladárselo a las nuevas generaciones no sólo de su familia, sino también de sus amista-des y conocidos.

A 56 años de la acción heroica de Rigoberto López Pérez, su sobrino considera que se debe seguir apoyando al gobierno sandinista en su misión de reivindicar los derechos de los ciuda-danos y que “avancemos con el Mode-lo Cristiano, Socialista y Solidario que le está brindando muchos beneficios al pueblo”.

“Mi mamá era muy estricta”

Se bachilleró en La Salle y se vino a Managua a estudiar Ingeniería Agrónoma, con especialidad en Zootecnia en la Universidad Nacional Agraria, desde donde participó acti-vamente en la lucha del 6%. La represión que desataron los gobiernos neoliberales en contra de los universitarios, le reafirmó a Oscar sus convicciones revolucionarias.

“Nuestra generación comprendió que si esos gobiernos eran capaces de reprimir y eliminar vidas, debíamos refor-zar la lucha para empezar a reivindicar nuestros derechos, de que ni siguiera se tiene que manosearse la integridad de un joven para poder acceder a estudiar”, refiere.

Al graduarse, regresó a León y posteriormente comenzó a trabajar en la Dirección de Medio Ambiente de la Alcaldía leonesa, que siempre ha mantenido administración sandi-nista. Luego estuvo a cargo del cuido de las tortugas mari-nas y tiempo después fue nombrado delegado del Marena.

Se había casado y procreado a su hijo que ya tiene 13 años y estudia la secundaria.

“Mi mamá era muy estricta, nos decía que primero termi-náramos nuestros estudios y después nos dispusiéramos a hacer lo que quisiéramos”, refiere. Al dejar la Delegación del Marena y trabajar en un programa ambiental de un Organismo No Gubernamental, Oscar ingresó al Centro de Mejoramiento Genético y se dispuso a viajar por todo el territorio nacional para capacitar a los ganaderos.

Por otro lado hacía vida política, participando en las Asambleas de Barrios Sandinistas y cumpliendo las tareas que le asignaban de impartir formación política, pues está convencido que la derecha no pierde oportunidad para distorsionar los valores revolucionarios. A su juicio, “cuando uno tiene una formación ideológica débil somos víctimas fáciles de cualquier comentario para dudar”.

“Moriremos siendo sandinistas”