Lectio divina

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Lectio Divina La Lectio Divina, es un una estructura de oración fundamental y muy tradicional en la Iglesia, que han usado muchos cristianos a lo largo de la historia. Es un tipo de oración capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Se trata fundamentalmente de dejar hablar a la Palabra de Dios, y responder con la oración y la contemplación. El momento de la entrada y el de la salida. Antes de comenzar la oración, es esencial que nos preparemos bien para entrar en ella, es decir, que sepamos bien “adónde voy y a qué”, como nos dice San Ignacio. Para ello, nos puede ayudar mucho dejar lo que estábamos haciendo, y ponernos en sintonía con Dios. ¿Cómo hacer esto? Un buen medio es hacer alguna jaculatoria u oración aprendida de memoria, que nos haga ser conscientes de que vamos a entrar en un momento distinto del día. Por ejemplo: “Concédeme, Dios Padre, conocimiento interno de tu Hijo Jesucristo, mi Señor, que por mí (aquí se puede meter el contenido del Evangelio del día, o del tiempo litúrgico que se está viviendo, o bien “que por mí ha muerto en la Cruz y ha resucitado”)..., para que más le ame y le siga”. Así comienza la oración San Ignacio. Lo importante es encontrar un modo de “entrar en la presencia de Dios”. Al terminar: dar gracias a Dios por la oración, hacer una jaculatoria u oración de salida para ofrecer al Señor la vida, y volver otra vez al día a día. Un buen ejemplo es esta oración de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer;Vos me lo disteis, y a vos, Señor, lo torno; Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”, o cualquier otra oración que ayude a este fin.

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Lectio Divina

La Lectio Divina, es un una estructura de oración fundamental y muy tradicional en la Iglesia, que han usado muchos cristianos a lo largo de la historia. Es un tipo de oración capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Se trata fundamentalmente de dejar hablar a la Palabra de Dios, y responder con la oración y la contemplación.

El momento de la entrada y el de la salida.

Antes de comenzar la oración, es esencial que nos preparemos

bien para entrar en ella, es decir, que sepamos bien “adónde voy y a qué”, como nos dice San Ignacio. Para ello, nos puede ayudar mucho dejar lo que estábamos haciendo, y ponernos en sintonía con Dios. ¿Cómo hacer esto? Un buen medio es hacer alguna jaculatoria u oración aprendida de memoria, que nos haga ser conscientes de que vamos a entrar en un momento distinto del día. Por ejemplo: “Concédeme, Dios Padre, conocimiento interno de tu Hijo Jesucristo, mi Señor, que por mí (aquí se puede meter el contenido del Evangelio del día, o del tiempo litúrgico que se está viviendo, o bien “que por mí ha muerto en la Cruz y ha resucitado”)..., para que más le ame y le siga”. Así comienza la oración San Ignacio. Lo importante es encontrar un modo de “entrar en la presencia de Dios”.

Al terminar: dar gracias a Dios por la oración, hacer una

jaculatoria u oración de salida para ofrecer al Señor la vida, y volver otra vez al día a día. Un buen ejemplo es esta oración de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer;Vos me lo disteis, y a vos, Señor, lo torno; Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”, o cualquier otra oración que ayude a este fin.

Comenzamos ahora con los pasos fundamentales de la Lectio Divina:

1. se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la

cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico. La pregunta fundamental de este paso es: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. Es decir: hay que dejar a un lado cualquier idea preconcebida sobre el texto, cualquier ideología, justificación o prejuicio, y dejar hablar al texto, para no hacer a la Palabra de Dios decir lo que yo quiero que diga. Habrá casos en los que no entienda bien, o que me parezca muy extraño, lo que dice el texto: entonces habrá que preguntar a alguien que pueda dar algo de luz sobre él.

2. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión

es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Hay que dejar que el texto diga algo a mi día a día, a mi momento, mi circunstancia, mi vida, porque la Palabra de Dios me habla a mí. Por tanto, me he de preguntar: ¿Qué me dice esta Palabra de Dios en este momento, en esta circunstancia por la que pasa ahora mi vida? Este momento es importante, porque es la base de los siguientes, y hay que hacerlo bien, con la suficiente tranquilidad.

3. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que

supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. En este momento se trata de dirigirnos a Dios, y responder a lo que nos ha dicho a nosotros. Sólo así pediremos a Dios lo que nos conviene, no lo primero que nos venga a la cabeza. Muchas veces, al pedir cosas a Dios, pretendemos cambiar el corazón de Dios para que haga lo que queremos. Es todo lo contrario: somos nosotros los que hemos de cambiar nuestro corazón, para que hagamos lo que Dios quiera. Igual pasa con la acción de gracias, con la alabanza o con la intercesión por otros a los que hace falta nuestra oración.

4. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia

mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? San Pablo, en la Carta a los Romanos, dice: «No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (12,2). En efecto, la contemplación tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros «la mente de Cristo» (1 Co 2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de discernimiento, «es viva y eficaz, más tajante que la espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12). Ayuda mucho en este momento traer a la contemplación la escena que hayamos leído, meditado y orado, y meternos dentro de ella, para contemplar, ahí, más cercanamente lo que el Señor hace y dice. Por ejemplo: si leo el texto en el que Jesús cura al ciego Bartimeo, me puedo meter en la escena, como uno más de los que siguen a Jesús, observar la escena, y dejar que sea el Señor el que hable, y el que me diga a mí lo que está diciendo al ciego. Se trata de contemplar, como culmen de la oración, a Dios mismo.

5. Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su

proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad. Este momento no pertenece a la oración en sí, pero es una consecuencia clara y necesaria de ella: se trata de ver la vida como Dios la ve, y la oración nos debe ayudar a esto. La pregunta aquí sería: ¿Qué me pide Dios que haga en este momento, en esta circunstancia? ¿Qué tengo que hacer aquí, después de haber orado a Dios?

Cuatro puntos esenciales para la vida cristiana, desde la oración:

1. A caminar se aprende caminando. Es decir: la oración es cuestión de ponerse, y hay que buscar los momentos, los lugares, las circunstancias propias para la oración.

2. Es muy importante tener una “rutina” (la Rutina es la muesca que hay en la barca, donde se engancha el remo, y sin la que no se puede remar) en la vida de oración. Buscar el sitio concreto, el momento del día, donde hacer mi rato de oración. Después se podrá cambiar, pero es importante, al ponerse a rezar, hacer lo que nos dice el Señor: “entra en tu aposento”. ¿Dónde y cuándo puedo rezar mejor?

3. El Acompañamiento Espiritual también es muy importante. A veces no somos capaces de mirar objetivamente nuestra propia vida, y necesitamos alguien que, desde fuera, pueda actuar como “espejo” de nuestro interior, y aconsejarnos cuando llegue el momento. Alguien a quien, periódicamente, le pueda comunicar cómo va mi vida de oración, mi relación con Dios, con los demás y conmigo mismo.

4. Y, por último, los sacramentos son los mejores medios que ha puesto la Iglesia para ayudarnos en nuestra vida cristiana. Son nuestra fortaleza, nuestro alimento, nuestra cura y nuestro refugio. Sobre todo la Eucaristía y el Perdón nos ayudan a caminar en nuestro día a día. Que estos sacramentos formen parte también de nuestra vida, para que Dios, poco a poco, vaya trabajando dentro de nosotros y podamos encontrar la felicidad donde Él quiera.