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Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 25 EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 8 al 10) INTRODUCCIÓN Bienvenido al tercero de una serie de seis fascículos en los que ofrecemos notas para quienes han escuchado nuestros ciento treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan. Si usted no tiene los dos primeros fascículos, lo animo a que los consiga. De esa manera, contará con el fundamento que le dará la continuidad necesaria para que la lectura de este fascículo le resulte más útil. Le recuerdo que el apóstol Juan es el autor de este Evangelio. Él manifestó claramente su propósito para escribirlo: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).

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Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 25

EL EVANGELIO DE JUAN

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Capítulos 8 al 10)

INTRODUCCIÓN

Bienvenido al tercero de una serie de seis fascículos en los

que ofrecemos notas para quienes han escuchado nuestros ciento

treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio

de Juan. Si usted no tiene los dos primeros fascículos, lo animo a

que los consiga. De esa manera, contará con el fundamento que le

dará la continuidad necesaria para que la lectura de este fascículo le

resulte más útil.

Le recuerdo que el apóstol Juan es el autor de este

Evangelio. Él manifestó claramente su propósito para escribirlo:

“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus

discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se

han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y

para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).

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Capítulo 1

Tres hechos sobre el pecado y la salvación

(8:1-36)

En el séptimo capítulo del Evangelio de Juan leemos que,

cuando Jesús enseñaba, era el más grande Maestro del mundo; y,

cuando predicaba, era el más grande Predicador del mundo. ¡Cómo

me hubiera gustado escuchar ese gran sermón que Él predicó y que

se nos presenta en forma muy abreviada en este capítulo (7:37-39)!

Como era de esperarse, su gran predicación provocaba respuestas

diversas.

Después de los hechos que se relatan en el capítulo 7,

leemos que todos se fueron a sus casas, pero Jesús fue al monte de

los Olivos, como acostumbraba hacer. Cuando los demás se iban a

casa, Él buscaba un lugar solitario para orar. Después, leemos que,

al amanecer, Él está en el atrio del templo y se sienta a enseñarles a

las muchas personas que se han reunido a su alrededor. El hecho de

que los rabíes judíos se sentaran para enseñar era una señal de su

autoridad.

Entonces, los maestros de la ley y los fariseos trajeron a una

mujer que había sido atrapada en el acto de adulterio. La

avergonzaron exponiéndola delante de todo el grupo y le

preguntaron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el

acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a

tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”.

Esa pregunta era una trampa. Ellos creían que Jesús iba a

decir algo opuesto a lo que había establecido Moisés, y querían

desacreditarlo. Me parece interesante que creyeran que Jesús iba a

decir algo diferente de lo que había dicho Moisés. Seguramente, en

sus enseñanzas y en su trato con las personas, se veía claramente

que Él era misericordioso, y que su amor era incondicional. Y no

sabían cómo Él podía ser fiel a su práctica de pasar la ley de Dios

por el prisma del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las

personas —aun de los pecadores— y, al mismo tiempo, seguir

siendo fiel a la letra de la ley de Moisés.

Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el

dedo. Cuando ellos repitieron su pregunta, finalmente, se irguió y

les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en

arrojar la piedra contra ella”. Después, se inclinó nuevamente y

continuó escribiendo en la tierra.

En respuesta a su pregunta, quienes habían recomendado

que la mujer fuera condenada y ejecutada comenzaron a retirarse,

de a uno por vez, los más ancianos primero, hasta que solo

quedaron Jesús y la mujer, que seguía parada allí. Entonces, Jesús

se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te

acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”.

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El sutil significado subyacente en estas palabras es que

ningún hombre la condenaba; pero Jesús es más que un hombre.

Según la pregunta con que Jesús respondió la pregunta de los

líderes religiosos, el único hombre que tenía derecho a arrojar la

primera piedra ese día era Jesús. Eso hace que sus palabras hacia la

mujer sean las más hermosas que haya escuchado jamás esta

pecadora: “Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no

peques más”.

En el Evangelio de Juan podemos observar que una de las

formas de enseñar de Jesús es lo que podríamos llamar “el acto

simbólico”. A los profetas les agradaba enseñar por medio de actos

simbólicos. Jeremías fue el máximo representante de este estilo de

predicación, y Ezequiel fue llamado “el profeta de la pantomima”,

porque dramatizaba sus sermones.

Cierta vez, Jeremías llevó una gran vasija al templo, que

estaba lleno de gente, y lo estrelló contra el suelo. La vasija se hizo

pedazos. Entonces, Jeremías predicó un tremendo sermón en el

cual, básicamente, dijo: “¡Esto es lo que Dios hará con esta nación,

si ustedes no se arrepienten de sus pecados; y usará a los babilonios

para hacerlo!”. ¡Podemos estar seguros de que Jeremías captó la

atención de todos los que escucharon su sermón aun antes de

comenzar a predicarlo! Muchos profetas, como Jeremías y

Ezequiel, predicaban por medio de actos simbólicos.

En el mismo espíritu que los profetas, podemos observar

cuántos grandes discursos de Jesús que están registrados en este

Evangelio comienzan con un acto simbólico de su parte. Todo el

capítulo 2 podría ser considerado un acto simbólico. En el capítulo

3, su dogmática declaración es precedida por su diálogo con

Nicodemo. En el capítulo 4, un acto simbólico precede a la

afirmación de Cristo de que Él es el Agua Viva que puede saciar

nuestra sed y convertirse en una fuente de la cual otros beban agua

viva. En el mismo capítulo, su gran enseñanza sobre la siembra y la

cosecha espiritual es precedida por un encuentro con una mujer

muy sedienta que descubrió al Agua Viva y se convirtió en una

fuente en la cual otros hicieron el mismo descubrimiento.

Después, Jesús precede su gran diálogo con la jerarquía

religiosa, por medio del cual enseña muchas cosas, con la sanidad

del hombre que estaba en el estanque de Betesda. En el capítulo 6,

alimenta a cinco mil familias hambrientas y, después, predica que

Él es el Pan de Vida.

El capítulo 8 comienza con otro acto simbólico: la palabra

de amor para esta mujer que es una pecadora. No hay dudas sobre

el hecho de que ella es una pecadora ni de que fue atrapada en el

acto de adulterio. Jesús, después del acto simbólico de este

encuentro, predicará un dinámico y elocuente sermón sobre el

pecado.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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Cuando Jesús respondió a la pregunta de los escribas y

fariseos con su profunda pregunta, es interesante que, desde el más

anciano hasta el más joven, según dice una traducción: “sintieron la

convicción de pecado de sus conciencias y se fueron, uno por uno,

sin arrojar ninguna piedra, hasta que solo Jesús y la mujer quedaron

allí”.

Ha habido muchas especulaciones sobre lo que Jesús

escribía en la tierra mientras, aparentemente, ignoraba a los

acusadores. Leí a un comentarista puritano que sugería que quizá

estaba escribiendo los nombres de los hombres presentes allí que

habían tenido relaciones sexuales con esa mujer. Aunque esto es

pura especulación, y es leer en el texto algo que el texto no dice

explícitamente, nos causa curiosidad saber qué habrá escrito el

Señor en la tierra.

Algunos dicen que escribió los mandamientos que los

hombres presentes sabían que habían quebrantado. El hecho de que

Jesús era Dios y conocía los corazones de los hombres da lugar a un

sinnúmero de especulaciones. Quizá simplemente se puso a escribir

en la tierra para indicar que los ignoraba. Lo fundamental de este

episodio es la actitud de Jesús con respecto al pecado y la forma en

que se relacionó con una mujer culpable de pecado.

Una de las maneras en que revelamos la opinión que

tenemos de nosotros mismos es cómo nos comparamos con los

demás. Cuando estos líderes religiosos acusaron a la mujer de tener

pecado en su vida, Jesús preguntó, sabiamente: “¿Acaso ustedes no

tienen pecado? Si alguien no tiene pecado, que sea el primero en

arrojarle una piedra”. Los más ancianos se dieron cuenta antes que

los jóvenes de que eran pecadores. Si usted no cree ser un pecador,

podríamos preguntarle: “¿Cuántos años tiene?”. Quienes tengan

cincuenta años probablemente respondan más sinceramente a esta

pregunta que los que tienen veinte.

En el tercer capítulo de este Evangelio, se nos dice que

Jesús no vino al mundo a condenar al mundo, sino para que el

mundo sea salvo por Él (16-18). Jesús no se limitó a predicar esa

verdad, sino demostró en la práctica esa dimensión de su mensaje

del evangelio. Creo que los pecadores podían leerlo en sus ojos y en

su rostro cuando Él los miraba.

¿Por qué parece que los pecadores siempre amaban a Jesús

y les encantaba estar con Él? Cuando iba a los banquetes de los

publicanos y los pecadores, ellos no solo se sentían cómodos, sino,

según parece, les encantaba tenerlo allí. ¿Era porque Él se reía de

sus chistes subidos de tono, o porque aprobaba lo que hacían y

decían? ¡Jamás!

Estoy convencido de que era porque Él los amaba, y ellos

sabían que Él los amaba. Podían verlo en sus ojos. Lo leían en su

rostro. Lo notaban en la inflexión de su voz, que no los condenaba.

Él les decía y les demostraba que no los condenaba.

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Él también expresó amor por esta mujer cuando le dijo:

“Vete, y no peques más”. Uno de mis escritores preferidos escribió

que hay tres hechos relativos al pecado. Uno: El pecado tiene un

castigo. Dos: El pecado es un poder. Tres: El pecado tiene un

precio. Esos son los tres hechos relativos al pecado.

También escribió que hay tres hechos relativos a la

salvación. Uno: El castigo del pecado fue cancelado por la muerte

de Jesucristo. El primer hecho relativo al pecado fue anulado por el

primer hecho de la salvación, por lo que Jesús hizo cuando murió

en la cruz.

Dos: El segundo hecho relativo a la salvación es que el

Espíritu Santo es un Poder capaz de controlar el poder del pecado.

“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1

Juan 4:4). Así expresa el mismo apóstol el segundo hecho relativo a

la salvación en la epístola que escribe para animar a los creyentes y

que se encuentra al final del Nuevo Testamento. Si usted ha creído;

si ha bebido un sorbo de esa Agua Viva, y el Espíritu Santo fluye de

usted como una fuente o como un río, puede estar seguro de que el

Espíritu Santo es, también, un Poder lo suficientemente grande

como para vencer al pecado en su vida. Ese es el segundo hecho de

la salvación: el pecado es un poder, pero el Espíritu Santo es Poder,

un Poder mayor que el del pecado.

El tercer hecho relativo al pecado es el más difícil de

superar por medio del milagro de la salvación. Lo que podríamos

llamar “la mancha” del pecado, o “el precio” del pecado, deja

muchas cicatrices irreparables. Pablo escribió que el pecado tiene

su paga, y describe esa paga con una palabra: muerte (Romanos

6:23). La metáfora de la muerte en este contexto significa las peores

consecuencias posibles.

Las consecuencias del pecado pueden ser horribles y,

muchas veces, son irreversibles. No podemos volver a su estado

original un huevo que fue revuelto, y muchas de las consecuencias

del pecado no pueden revertirse. Las peores consecuencias del

pecado pueden describirse como ‘cicatrices irreparables’. Por

ejemplo, si cometemos el pecado de asesinato y después acudimos a

Cristo para pedir perdón, el castigo futuro que merecemos por

nuestro pecado ya ha sido anulado en la cruz. Pero eso no le

devuelve la vida a nuestra víctima ni nos libera de la prisión y del

castigo que nuestra sociedad considera que merecemos.

Hay una hermosa palabra en la Biblia que representa la

forma en que Dios vence el tercer hecho del pecado con el tercer

hecho de la salvación. Se trata de la palabra “justificación”. Cuando

confiamos en Cristo para ser salvos y perdonados, no solo se nos

perdona o se nos indulta. Es como si nunca hubiéramos pecado.

Imagine que su vida es una cinta de video. Ahora, imagine

que, en el tribunal de Cristo, el Señor reproduce la “película” de su

vida. Antes de pasar la cinta, la corta donde comienza el pecado,

hasta donde termina. Él va cortando todas las partes donde hay

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pecado en esa cinta. Cuando reproduzca la cinta de su vida, o de la

mía, será como si nunca hubiéramos pecado.

En relación con esta hermosa palabra del evangelio,

“justificados”, la expresión “delante de Él” se encuentra más de

ciento cincuenta veces en el Nuevo Testamento. Delante de él, no

hay pecado. Aunque queden cicatrices en el nivel horizontal de las

relaciones humanas, a los ojos de Dios no hay cicatrices. Quizá

usted aprecie mejor el hecho de que esta es una excelente noticia si

le ofrezco una ilustración.

Imagine que está siendo juzgado por un delito del cual es

inocente. El juicio se desarrolla delante de un juez, en un salón

lleno de espectadores. Sin duda, usted querrá tener un abogado que

esté decidido a convencer a la gente que observa el juicio de que

usted es inocente, pero, si el juez no queda convencido, usted será

hallado culpable. Sin embargo, si los espectadores creen que usted

es culpable, pero el juez cree que es inocente, usted será dejado en

libertad. Lo importante aquí es si el juez cree que usted es culpable

o inocente.

En el capítulo 5, aprendimos que el Padre no juzgará a

nadie, sino ha encomendado todo juicio a su Hijo (5:22). Cuando

nos presentemos delante del Juez de toda la Tierra, esa dimensión

horizontal del juicio y la justificación de los hombres no tendrán

ninguna importancia. La única dimensión del juicio y la

justificación que tendrán valor será lo que Cristo piense sobre

nuestra culpa o nuestra inocencia. Esto hace que esas tres palabras

que aparecen tantas veces en el Nuevo Testamento sean una

excelente noticia. ¡El evangelio de justificación es que “delante de

Él” será como si nunca hubiéramos pecado!

Sin embargo, quedan cicatrices por pecados en nuestras

propias vidas y en el nivel horizontal en nuestras relaciones.

Cuando pecamos, no solo nos herimos a nosotros mismos, sino

también herimos a los que nos rodean. A esto se refería Martín

Lutero cuando dijo: “Los pecados, generalmente, son gemelos”.

Dado que, a menudo, pecamos con otra persona, dejamos cicatrices

en su vida, y no solo en la nuestra.

Como expresa Santiago, cuando salimos al mundo, es como

si vistiéramos una túnica blanca inmaculada, sin manchas. Cuando

pecamos, dejamos una mancha en nuestra túnica y, probablemente,

en la túnica de otra persona también. Seguimos manchando esa

túnica hasta que, cuando llegamos a Cristo, parece un delantal

como el que usan los pintores, lleno de manchas de pintura.

Pero cuando llegamos a Cristo, delante de Él, esa túnica es

inmaculada. A nivel horizontal, en lo que concierne a otras

personas, es muy, muy difícil, —algunas veces, imposible— borrar

esas manchas. A nivel horizontal, ni siquiera Dios puede resolver el

problema de las cicatrices, manchas o consecuencias irreversibles

del pecado. Por eso señalé que Jesús demostró un gran amor por

esta mujer cuando le dijo: “Vete, y no peques más”.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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Dado que hay cicatrices del pecado que son irreparables en

el nivel horizontal, cuando su hijo no camina con el Señor y sale al

mundo, lo que usted debe rogar es: “¡Oh, Dios, por favor, que no

haya cicatrices irreparables!”. Por eso la Biblia nos enseña una y

otra vez que no pequemos. Dios nos ama y desea protegernos de las

terribles consecuencias del pecado. ¡El pecado no tiene nada de

bueno! ¿Me permite repetirlo? No hay nada de bueno en el pecado.

Así que, no peque. “Vete, y no peques más”.

La buena noticia de los primeros dos hechos relativos a la

salvación es que el castigo del pecado fue quitado y el poder del

pecado puede ser vencido. Pero, a nivel horizontal, ese “precio” del

pecado puede ser muy caro. ¡"La paga del pecado es muerte”! Lo

que esto significa es que no hay nada, absolutamente nada de bueno

en las consecuencias del pecado.

La dinámica verdad que debemos descubrir en el acto

simbólico con el que comienza este capítulo es la actitud de Jesús

hacia una pecadora, la actitud de esa pecadora hacia Jesús, y la

actitud de Jesús hacia el pecado. Lo que este acto simbólico nos

enseña es una hermosa ilustración del evangelio que Jesús vino a

establecer y a proclamar a este mundo.

También tenemos la actitud de Jesús hacia estos acusadores

legalistas. La historia del encuentro de Jesús con esta pecadora

prepara el escenario para un magnífico sermón que Él predica sobre

el pecado y las consecuencias del pecado. En mi comentario sobre

el capítulo 7 (que se encuentra en el fascículo 24), señalé que Jesús

era un gran predicador. Veremos esto una vez más en el capítulo 8.

Dicen que, cuando uno lee la Biblia, si no busca nada, posiblemente

lo encuentre. Por lo tanto, quisiera encomendarle una tarea.

Quisiera decirle qué puede buscar en este octavo capítulo del

Evangelio de Juan.

Recuerde: aquí continúa el diálogo hostil de Jesús con los

líderes religiosos. Este diálogo está por llegar a su punto más

álgido. Y cuando llegue a ese punto, leeremos la buena noticia de

que algunos de estos líderes religiosos judíos se convirtieron. Aquí

tenemos un gran pasaje bíblico en el que leemos: “Hablando él

estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos

que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra,

seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la

verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y

jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?

“Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel

que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la

casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo

os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:30-36).

Como el poderoso mensaje que predicó el último día de la

fiesta, esta dinámica palabra de Jesús recibió respuestas totalmente

opuestas. Algunos creyeron, pero, al final del capítulo, leemos:

“Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se

fue” (v. 59).

Aunque Jesús predica su sermón en el contexto de un

diálogo, cuando lea este capítulo, intente resumir la esencia de lo

que Él predica. Cuando lo haga, observe que, de hecho, lo que les

dice a estos escribas y fariseos es: “Yo sé de dónde vengo, y sé

adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo, dónde estoy ni

adónde voy, porque los domina la ignorancia. Ustedes vienen de la

ignorancia. ¡La ignorancia los domina y, si no creen en mí, morirán

en esa ignorancia!" (8:14, 19).

Después, básicamente, predica: “Ustedes vienen del pecado,

están bajo el dominio del pecado, y morirán en sus pecados, si no

creen en mí” (21-24). A lo que le siguen estas palabras: “Su padre

es el diablo. Ustedes vienen del diablo, están bajo el control del

diablo, y se irán al diablo si no creen en mí" (37-44). También

predica: “Yo soy de arriba, pero ustedes son de abajo”. En otras

palabras: “Ustedes vienen del infierno, están controlados por el

poder del infierno, y se irán al infierno si no creen en mí” (23, 24).

Esta es una paráfrasis resumida de la forma en que Juan

registra el sermón de Jesús. Trate de encontrar este mensaje en el

diálogo, en los versículos que siguen a la historia de la mujer

atrapada en el acto de adulterio. Rastree este diálogo desde donde

comienza, en el capítulo 5, hasta el capítulo 8, donde algunos

tomaron piedras para apedrearlo. Cuando parafraseamos y

resumimos lo que Él les dijo, realmente, a estos fariseos y maestros

de la ley, comprendemos por qué los que no creyeron tomaron

piedras para arrojárselas. Lo que dijo Jesús no eran palabras suaves,

sino una predicación potente, dinámica y dogmática.

¿Cómo cree usted que habrá sido escuchar predicar a Jesús?

No me sorprende que los líderes religiosos se enfurecieran al

escuchar lo que predicaba y hayan tomado piedras para arrojarle.

Tampoco me sorprende que muchos de estos judíos hayan creído

como consecuencia de este sermón. Jesús les dijo que

permanecieran en su Palabra para ser verdaderamente sus

discípulos (30-36).

Al estudiar este diálogo hostil en el capítulo 8, ¿ha tomado

una decisión por Cristo? Si ha estado reflexionando conmigo a lo

largo de estos primeros ocho capítulos del Evangelio de Juan,

quisiera plantearle una pregunta que es, más bien, un desafío. ¿Qué

cree usted, personalmente, sobre Jesús? Si ha estudiado todas las

afirmaciones de Cristo, especialmente en los capítulos 5, 6, 7 y 8,

me pregunto: ¿Le cree usted a Jesús cuando Él afirma estas cosas?

Jesús les dijo a los que creyeron que permanecieran en su

Palabra para llegar a ser, realmente, discípulos suyos (30-36). ¿Está

usted dispuesto a escuchar esas palabras de Jesús: “Si vosotros

permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis

discípulos"? ¿O, para ser sincero, tendría que apedrearlo para

quitarlo de su vida para siempre? Recuerde que Él, en realidad, solo

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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le da estas opciones: Puede llegar a la conclusión de que era un

mentiroso; puede, con cierta condescendencia, pensar que era un

lunático, o puede decidir llamarlo su Señor y Salvador personal.

Ese es Jesús, esa es la fe y esa es la vida, en el octavo

capítulo de Juan.

Capítulo 2

Tres dimensiones de la fe

(8:30-36)

Cuando Jesús terminó de predicar este dinámico sermón,

que queda registrado en el octavo capítulo de este Evangelio, como

era de esperar, hubo una respuesta negativa y una respuesta

positiva. La respuesta positiva nos regala uno de los pasajes más

importantes del Nuevo Testamento. Cuando leemos que muchos de

estos líderes religiosos judíos creyeron, Juan nos dice que Jesús

dijo:

“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si

vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis

discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le

respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido

esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les

respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace

pecado [continuamente], esclavo es del pecado. Y el esclavo no

queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así

que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:31-36).

Jesús nunca llamó “cristiano” a nadie, ni le pidió que se

hiciera cristiano a nadie. El apóstol Pablo, el más grande misionero

que haya tenido jamás la Iglesia de Cristo, nunca llamó “cristiano”

a nadie, y nunca le pidió a nadie que se hiciera cristiano. La palabra

“cristiano” solo se encuentra tres veces en la Biblia. Fue un nombre

que el mundo incrédulo les dio a los seguidores de Cristo. Esa

palabra es utilizada por un cristiano solo una vez en la Biblia. Pedro

escribió: “Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino

glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16). Es obvio que Dios, Jesús,

el Espíritu Santo y el apóstol Pablo no eligieron la palabra

“cristiano” para referirse a los auténticos seguidores de Jesús.

Como pastor, muchas veces he oído que me dicen: “Pastor,

no estoy seguro de ser cristiano”. Mi respuesta, generalmente, es:

“Bien, en realidad, la palabra que la Biblia usa para referirse a los

seguidores de Cristo no es ‘cristiano’. Si usamos las palabras que

utiliza el Nuevo Testamento, la cuestión se aclara. Jesús les decía a

las personas que creyeran y, cuando lo hacían, los llamaba

‘creyentes’. Usaba esta palabra para quienes creían con algo más

que con su mente. Cuando Jesús llamaba ‘creyente’ a alguien, se

refería a quien había confiado en Él con su corazón y con su

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voluntad. Para Jesús, los que creían le entregaban su vida. ¿Puedo

hacerle una pregunta? Si usted escuchara por casualidad que

estamos hablando de usted y que decimos que ‘no es creyente’, ¿se

ofendería?”

Generalmente, las personas saben si son creyentes o no, y la

mayoría responde que las ofendería ser consideradas no creyentes.

Entonces les hablo del nuevo nacimiento: lo que es, y cuáles son las

pruebas de que se ha producido. Cuando les pregunto si han nacido

de nuevo, muchas me dicen: “No, creo que no he nacido de nuevo”.

Entonces me concentro en una tercera dimensión de la fe y

les formulo esta pregunta: “¿Es usted discípulo de Jesucristo?”. Y,

generalmente, me responden: “¿Qué es un discípulo?”. Entonces,

mi respuesta es: “¡Ese es el problema!”. En esta gran instrucción de

Jesús a los que profesaban creer, descubrimos que la fe se presenta

en tres dimensiones. La primera dimensión es creer; creer de todas

las formas que Juan presenta lo que significa creer. Pero la decisión

de creer es solamente la primera dimensión de la fe en Cristo.

La segunda dimensión de la fe en Cristo es permanecer en la

Palabra de Jesús para ser verdaderamente sus discípulos. La palabra

“discípulo” es muy hermosa. Es muy similar a la palabra

“aprendiz”. Significa alguien que hace lo que está aprendiendo, y

aprende lo que está haciendo.

Donde yo vivo hay un gran astillero que tiene una escuela

para aprendices. Jóvenes hombres y mujeres aprenden en las aulas

durante dos semanas. Después, los llevan al astillero, donde,

durante otras dos semanas, aplican lo que han aprendido en las

aulas. Después de dos semanas más en el aula, pasan a dos semanas

en la práctica. Al cabo de cinco años se convierten en expertos en el

trabajo de planchas de metal, en el ensamble de tubos, o cualquier

otro oficio del que sean aprendices. Eso es, básicamente, a lo que

Jesús se refería cuando invitaba a las personas a seguirlo y, cuando

alguien lo hacía, lo llamaba su discípulo.

Según Jesús, la primera dimensión de la fe es creer. La

segunda es convertirse en un discípulo y seguirlo. Finalmente, Jesús

predijo una tercera dimensión de la fe. No dijo cuánto tiempo

debemos ser aprendices antes de entrar en esta tercera dimensión.

Simplemente la presentó diciendo: “Conoceréis la verdad, y la

verdad os hará libres”.

Cuando algunos le respondieron diciendo: “¿Qué quieres

decir con que seremos libres? ¡Nunca hemos sido esclavos!”, les

respondió: “Cualquiera que peca continuamente es un esclavo”.

Básicamente, les dijo que un esclavo no tiene autoridad para liberar

a otro esclavo. Pero un hijo sí tiene autoridad para dar libertad a un

esclavo. Cuando hubo establecido esa metáfora, dijo: “Si el Hijo os

libertare, seréis verdaderamente libres”.

Estoy convencido de que lo que Él quería decir era algo

como lo que dice un himno: “Más allá de la página sagrada, yo te

busco a ti, Señor. Mi espíritu te anhela, oh Palabra viva”. Jesús

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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estaba diciendo: “Ven a mi Palabra. Tú crees en mí; entonces,

permanece en mi Palabra y serás verdaderamente mi discípulo.

Como discípulo, al permanecer en mi Palabra, un día, irás más allá

de la página sagrada y llegarás a conocerme por relación: me

conocerás como el Hijo que es la Verdad. Cuando te acerques

personalmente a mí de esa manera, yo te daré libertad”.

Cuando Jesús dijo: “Permanezcan en mi Palabra hasta que

conozcan la verdad”, no se refería simplemente a afirmaciones

intelectuales o teológicas. Se refería a llegar a conocer al que es la

Verdad por medio de una relación. Esta palabra, “conocer”, se

utiliza, en el Antiguo Testamento, con el sentido de una relación

íntima. Leemos que Adán conoció a su esposa, y ella concibió un

hijo. Esta palabra hebrea que se traduce como “conoció” significa

conocer a través de una relación.

En este pasaje, Jesús presenta la fe en tres dimensiones. La

fe comienza con la decisión y el compromiso de creer. Así

comenzamos el viaje de la fe. Pero ese es solo el principio. Los

chinos dicen que un viaje de mil kilómetros comienza con el primer

paso. Pero ¿qué viene después de ese primer paso? ¡El discipulado!

El tema del diálogo hostil, en este momento, es la cautividad. En

realidad, Jesús les dice a estos líderes religiosos: “Ustedes son

cautivos. Son cautivos de su ignorancia. Son cautivos del diablo.

Son cautivos del infierno. Son cautivos del pecado. Pero, cuando

vayan más allá de la página sagrada y me conozcan, conocerán la

Verdad que los librará de la ignorancia, del pecado, del infierno y

del diablo”.

Alguien escribió un pequeño poema que dice así:

Un oso hambriento

Un oso hambriento, con la pata atrapada

en una trampa asesina, se retorcía

dolorido y asustado junto al árbol

al que lo ataba la cadena,

lanzando aullidos espantosos.

Lo vio entonces un búho, que,

apoyado en una rama, más arriba,

gordo y libre, filosofaba:

“¿Por qué aúllas y te agitas tanto?

Lo que tú necesitas, mi buen oso,

es una buena dosis de dominio propio!".

Quien escribió ese breve poema hizo en él una elocuente

afirmación acerca de la vida. Lo que dice es que hay dos clases de

personas en este mundo: las que son libres, y las que no lo son.

Hoy, llamamos “adictas” a las personas que no son libres. Pueden

ser adictas a la cocaína. Pueden ser adictas a la heroína o a las

drogas duras. Pero una persona no solo puede ser adicta a las

drogas. También puede ser adicta a la lujuria. Puede ser adicta al

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

12

pecado, de cualquier tamaño o forma. Puede ser adicta a la comida,

a su trabajo, o a cualquier cosa que haga compulsivamente. El

problema es que esa persona no es libre. Y ese patético oso

encadenado a un árbol es una buena representación de ese estado.

Según Jesús, la mayor adicción, la adicción mortal, que

constituye la raíz de todas las adicciones, es el pecado. Cuando dijo

que todo aquel que practica habitualmente el pecado no es libre, Él

fue directamente a la raíz de este problema de las personas que no

son libres.

Cuando el Señor nació, los ángeles anunciaron que su

nombre sería Jesús, porque Él iba a salvarnos de nuestros pecados

(Mateo 1:21). Observe que esta profecía no decía que Él iba a

sacrificar su vida para el perdón de nuestros pecados. La profecía

decía que Él nos iba a salvar de nuestros pecados. Cuando el

apóstol Juan dedicó el Libro del Apocalipsis a Jesús, describió al

Señor como “el testigo fiel, [...] que nos amó, y nos lavó de

nuestros pecados” (Apocalipsis 1:5).

El nombre “Jesús” significa ‘Salvador’, y la palabra “salvar”

significa ‘ser librado’. Si conocemos el significado de su nombre y

lo que los ángeles profetizaron sobre Él, es de esperar que Jesús nos

muestre cómo ser libres de nuestros pecados.

¿Es usted libre? ¿Está haciendo lo que quiere hacer, o lo que

debe hacer o necesita hacer? Los que creemos en Jesús y lo

seguimos ponemos mucho énfasis en la gloriosa realidad de que

nuestros pecados son perdonados porque Jesús vino. Esa es una

gloriosa verdad del evangelio. Pero los ángeles anunciaron que Él

debía llamarse Jesús, porque nos iba a librar de nuestros pecados.

No importa cuál sea su adicción; Jesús puede salvarlo de ella.

¡Confíe en Él como su Salvador ahora, y sea salvo de su adicción!

¿Qué siente usted por las personas que no son libres?

Cuando se da cuenta de que las personas que conoce no están

haciendo lo que desean hacer, sino lo que deben hacer, ¿qué siente?

¿Siente compasión cuando se encuentra con un alcohólico, un

drogadicto o alguien que está atrapado en la red asesina de los

estupefacientes? Cuando Jesús encontraba a personas que estaban

“cautivas”, no quería dejarlas tal como estaban (Lucas 13:10-16).

El poema que he citado refleja, lamentablemente, a millones

de personas de nuestro mundo actual, que son adictas al pecado en

la forma de una adicción a diferentes sustancias químicas. Ese oso

patético encadenado al árbol es una representación gráfica —y

trágica— de sus vidas. Lo triste es que el poema también representa

a muchos creyentes, que son libres, pero no sienten compasión

alguna por los que no son libres. Son como ese búho gordo y

cómodo que mira desde arriba al patético oso sin demostrarle

ninguna compasión.

Quien escribió el poema, quizá, estaba tratando de decirnos

que Jesucristo no era ningún “búho cómodo”. No miraba la

cautividad de las personas con indiferencia, sin involucrarse.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

13

Cuando su vida se cruza con personas que no son libres, hoy, y el

Cristo resucitado vive en usted, ¿qué cree que Él siente por esas

personas adictas?

Uno de mis escritores favoritos estaba muy apenado por la

teología liberal que duda de casi todo acerca de Jesús, y escribió:

“Yo creo que Él [Cristo] es, mientras que ellos ni siquiera están

seguros de que fue; y, mientras ellos ni siquiera están seguros de

que haya hecho, yo sé que Él aún hace”. Otro autor agregó estas

palabras: “Dios es Quien dice que es, y puede hacer cualquier cosa

que dice que puede hacer. Usted es quien Dios dice que usted es, y

puede hacer cualquier cosa que Dios dice que puede hacer, porque

Él es, y Él está en usted”.

Creo que la verdad más dinámica del Nuevo Testamento es:

“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).

¿Qué significa esto? Cristo en ustedes. Primero, significa que Él

existe. Una conocida paráfrasis de este versículo dice: “Para que

puedan descubrir este gran secreto: ¡Cristo, en su corazón, es su

única esperanza!”.

¿Cree usted esto? ¿Cree que el mismo Cristo que estuvo en

un cuerpo durante treinta y tres años vive en el cuerpo de usted

hoy? ¿Cree, no solo en la encarnación que ocurrió, sino en la que

ocurre hoy? Yo sí lo creo, y creo que el Cristo que está en nuestros

corazones hoy siente lo mismo con respecto de los adictos que lo

que sentía cuando estaba aquí en su propio cuerpo. Al Cristo que

vive en usted y en mí hoy no le agrada encontrarse con personas

que no son libres y dejarlas así como están.

He tenido la experiencia de conocer a personas que no eran

libres y sentir que el Cristo que está en mí gritaba por ver a esas

personas liberadas de sus horribles ataduras. La mejor experiencia

que he tenido con grupos pequeños fue la del grupo que se reunió

semanalmente en mi casa durante cinco años: ocho hombres que se

estaban recuperando de la adicción al alcohol y las drogas. En ese

grupo vi a Cristo hacer libres, milagrosamente, a varias personas,

como lo hacía cuando estaba en la Tierra. Lo que vi suceder en ese

grupo es la aplicación, en su vida y en la mía, de lo que vemos

presentado en Juan 8, versículos 30 al 36.

¿Puedo hacerle una pregunta personal? Si usted me ha

acompañado a lo largo de este estudio versículo por versículo del

Evangelio de Juan, ¿qué piensa ahora de las respuestas a las tres

preguntas que he estado formulando? ¿Ha hallado bellas respuestas

a la pregunta sobre quién es Jesús? Aquí, en este capítulo 8 de Juan,

Él es el Hijo que hace libres a las personas porque no quiere que sus

discípulos sean como ese patético oso atrapado y atado por las

cadenas.

¿Ha descubierto respuestas para la pregunta sobre qué es la

fe? En este capítulo encontramos mi respuesta favorita para esa

pregunta. Nos dice que la fe viene en tres dimensiones. La primera

es creer. La segunda es que, porque creemos, permanecemos en su

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

14

Palabra y llegamos a ser verdaderamente sus discípulos. La tercera

dimensión de la fe es que permanezcamos en su Palabra hasta ir

más allá de la página sagrada y conozcamos por medio de una

relación a Aquel que es la Verdad hasta que Él nos libere.

En este octavo capítulo de Juan, ¿ha encontrado usted

respuestas a la tercera pregunta sobre qué es la vida? En una

palabra, esa respuesta es “libertad”. Me gusta esta descripción de la

fe, porque es mi testimonio. Es posible que el creyente experimente

todo al comienzo de su recorrido de fe. Quizá, en el mismo

momento en que cree, conozca al Hijo en forma real, a través de

una relación, y sea hecho libre. Pero a mí no me sucedió eso cuando

creí en Jesucristo. Creí, fui su discípulo durante trece años, y recién

entonces experimenté esa tercera dimensión de la fe. Cuando fui

liberado, fue algo tan real para mí como si hubiera salido de una

cárcel.

En la actualidad hay millones de personas que viven en la

cultura de lo “instantáneo”: hay café instantáneo, té instantáneo,

comidas instantáneas, información instantánea. Realmente, tenemos

“todo” instantáneo. Por lo tanto, queremos una espiritualidad

instantánea, también. Por lo que he visto, Dios puede hacer eso y,

algunas veces, lo hace. Pero también creo que no siempre nos da

todo al comienzo de nuestro recorrido de fe, cuando creemos. He

conocido a muchos creyentes que, como yo, pasaron muchos años

siguiendo al Señor antes de experimentar las realidades de una

relación con Él que los hizo libres. Estas tres dimensiones de la fe

demuestran la realidad de que la salvación no es solo un destino; es,

también, un viaje.

¿Ha creído usted, en el sentido de haberse convertido en un

aprendiz? ¿Cuánto tiempo hace que sigue a Cristo como aprendiz?

No es de extrañarse, si somos verdaderamente discípulos, que el

proceso de aprendizaje lleve un tiempo. Jesús no dijo cuánto tiempo

debíamos pasar como discípulos suyos antes que nos liberara.

Permanezca en su Palabra, y Él lo hará libre.

Capítulo 3

Ver para creer

(Juan 9:1-12)

En nuestro estudio versículo por versículo del Evangelio de

Juan, llegamos ahora al capítulo 9, donde leemos: “Al pasar Jesús,

vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus

discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que

haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus

padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es

necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día

dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

15

estoy en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en tierra,

e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le

dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es,

Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los

vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No

es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros:

A él se parece. El decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron

abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama

Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y

fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él?

El dijo: No sé” (9:1-12).

Observe una vez más la enseñanza de Jesús por medio de un

acto simbólico. En el capítulo 5, Él sana al hombre que estaba junto

al estanque de Betesda y luego inicia un largo diálogo con los

líderes religiosos, entrelazado con varios discursos. En el capítulo

6, alimenta a cinco mil familias hambrientas, y el diálogo le da

oportunidad de presentarse como el Pan de Vida. En el capítulo 7,

la Fiesta de los Tabernáculos le brinda la metáfora simbólica para

su gran sermón sobre la invitación, por medio del cual llama a todos

los que están sedientos a acercarse para descubrir que Él es el Agua

Viva que puede saciar su sed y convertirlos en ríos de los cuales

otros puedan beber. El capítulo 8 comienza con un encuentro que

ilustra su dinámico sermón que lleva a la conversión de algunos de

esos líderes religiosos.

Este noveno capítulo también comienza con un acto

simbólico. Jesús sana a un hombre ciego; un hombre de cuarenta

años, que había nacido ciego. Este acto simbólico constituye la

metáfora que ilustra un discurso en el cual Jesús afirma que Él es la

luz del mundo. Como la sanidad registrada en el quinto capítulo,

esta sanidad y el discurso que ilustra reviven ese hostil diálogo con

los líderes religiosos. En este punto, ellos ya han determinado que

no pueden coexistir con Jesús, y han comenzado a tramar cómo

hacerlo morir.

Este capítulo también comienza con una pregunta muy

profunda. Cuando Jesús y sus discípulos se encuentran con el

hombre que es ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan a

Jesús algo que estaba de acuerdo con la teología de su época. Le

preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya

nacido ciego?".

Los rabíes de la antigüedad creían que la enfermedad era

consecuencia del pecado. Según su teología, este hombre no

hubiera sido ciego si alguien no hubiera pecado. Los amigos que

fueron a “consolar” a Job concordaban en que la enfermedad y el

sufrimiento son consecuencias del pecado. No fue de gran consuelo

para Job que ellos sugirieran que toda su desgracia le había ocurrido

como consecuencia de su pecado. La trágica muerte de los diez

hijos de Job seguramente había sido consecuencia del pecado en sus

vidas, según estos “consoladores” amigos. La pregunta implica que

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

16

este hombre había nacido ciego porque Dios deseaba castigar a sus

padres por sus pecados, o que lo estaba castigando a él como

consecuencia de su propio pecado. La idea de que la ceguera del

hombre se debiera al pecado en su propia vida es más difícil de

comprender, ya que él había nacido ciego. Los rabíes creían que un

bebé podía pecar aun estando en el vientre de su madre, antes de

nacer. Tal vez sea esto lo que está implícito en esa pregunta. Hoy,

hay millones de personas que creen en la reencarnación. Creen que

las desgracias que sufrimos en esta vida son consecuencia de lo que

hicimos en una vida anterior. ¡Qué maravilloso es escuchar a Jesús

decir: “Ni él ni sus padres”!

Esto nos lleva a la pregunta: “Si la ceguera no es resultado

del pecado de este hombre ni del de sus padres, ¿por qué nació

ciego?”. Ya estamos preparados para esta sorprendente enseñanza

de Jesús: “Esto sucedió para que la obra de Dios pudiera

manifestarse en su vida”. Es una respuesta profunda y

extraordinaria para la pregunta de los discípulos.

Estoy en una silla de ruedas desde 1983, y he buscado en la

Biblia las respuestas de Dios a la pregunta: “¿Por qué existe el mal

y el sufrimiento, especialmente en las vidas de las personas

buenas?”. He descubierto treinta razones bíblicas por las que Dios

permite que su pueblo sufra. Jesús presenta aquí una de las mejores

explicaciones bíblicas para el sufrimiento en esta profunda

declaración: “Sucedió para que la obra de Dios se manifieste en su

vida”.

El fundamento de esta enseñanza es que el propósito de una

vida humana es manifestar la obra de Dios. Jesús nos demostró

cómo lo hacemos cuando oró, al final de su vida: “Yo te he

glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que

hiciese” (Juan 17:4).

Él nos dio otro ejemplo de cómo manifestamos las obras de

Dios en nuestra manera de vivir cuando, a continuación de la

enseñanza de sus ocho bienaventuranzas, presentó una vívida y

elocuente metáfora. Según Jesús, cuando nos convertimos en sus

discípulos, es como si fuéramos velas que han sido encendidas. Una

vez que ha encendido nuestra luz, Él siempre tiene un candelero en

el que ha de colocarnos. Después de esta metáfora, en el Sermón

del Monte, continúa con esta gran exhortación: “Así alumbre

vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas

obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo

5:14-16).

En sus últimas horas con los apóstoles, Jesús les dijo: “No

me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he

puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca"

(Juan 15:16). Jesús quería decir que iba a colocar a los apóstoles

estratégicamente como velas en un candelero, para que pudieran dar

fruto.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

17

Al final de ese versículo, Jesús enseña, básicamente:

“Cuando ustedes comprendan que han sido salvados para dar fruto,

Dios el Padre comenzará a responder sus oraciones”. El problema

es que la mayoría de nosotros llegamos a la salvación de la misma

manera que encaramos cualquier otra cosa en nuestra vida —con un

motivo egoísta—, y nos preguntamos: “¿Qué beneficio me

reportará esto?”. Nuestra motivación debería ser: “¿Qué beneficio

le reportará esto a Jesús? ¿Cómo glorificará esto a Dios?”, y no:

“¿Qué me reportará a mí esta experiencia de la salvación?”.

Aquí vemos una gran enseñanza, cuando Jesús declara que

la ceguera tenía como fin que las obras de Dios se manifestaran en

la vida de este hombre. La pregunta que más nos formulamos en la

vida es “¿Por qué?”. Cuando lleguemos al cielo, la palabra que más

usaremos será: “¡Aaahhh!”. Mientras vivimos en esta dimensión,

debemos buscar en las Escrituras las respuestas a nuestros “por

qué”. El Libro de Job enseña que estas cosas suceden por la

voluntad permisiva de Dios. Vienen de Satanás, pero solo por

medio del permiso de Dios. Cuando suceden cosas trágicas, como

la ceguera de este hombre, la gente se pregunta por qué. La forma

en que Jesús les respondió esa pregunta a sus apóstoles es mi

explicación favorita.

Según Isaías, cuando el Mesías llegue, una de sus cartas de

presentación será: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y

los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35:5). El propósito de lo

que Juan escribe es darnos un registro de las señales milagrosas que

Jesús realizó, para convencernos de que Él es el Cristo (20:30, 31).

La sanidad de este hombre que era ciego de nacimiento es una de

esas pruebas milagrosas.

Después de decir que el propósito de la ceguera de este

hombre era que “las obras de Dios se manifiesten en él", Jesús

agrega esta tremenda afirmación: “Me es necesario hacer las obras

del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene,

cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz

soy del mundo".

Lo desafío nuevamente a observar cuán obsesionado estaba

Jesús con la obra de Dios. Jesús menciona la obra de Dios después

de su encuentro con la mujer junto al pozo. Estaba rebosando de

gozo porque había hecho la obra de Dios cuando esa mujer

encontró el Agua Viva. Fue entonces que afirmó: “Mi comida es

que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”(4:34).

A lo largo de todo el Evangelio de Juan, encontraremos a

Jesús haciendo referencias a estas obras que el Padre deseaba que

hiciera. En el capítulo 5, dijo que eran una de las pruebas de que Él

era quien decía ser. He mencionado anteriormente que Jesús

glorificó a su Padre terminando las obras que Él le había dado para

hacer, y que, en la cruz, sus últimas palabras fueron: “Consumado

es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Juan 17:4; 19:30;

Lucas 23:46).

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

18

Aquí, Jesús incluye a sus discípulos (es decir que nos

incluye a usted y a mí) al decir: “Mientras sea de día, tenemos que

llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie

puede trabajar” (9:4, NVI). Lo que Jesús llama “noche” significa el

fin de nuestra vida terrenal. También podría significar que, cuando

pasamos por este mundo, tenemos oportunidades de hacer las obras

de Dios, y cada una tiene un plazo limitado para ser realizada.

Después de compartir estas verdades, leemos que escupió en

tierra, hizo barro con la saliva y la puso sobre los ojos del hombre.

Entonces, le dijo: “Ve a lavarte al estanque de Siloé”. Observe que

Jesús no siempre sana de la misma forma. He aquí otra gran

respuesta a la pregunta de qué es la fe. Leemos que “[El hombre]

Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”.

Esta es una hermosa representación de la fe y otra respuesta

a la pregunta de qué es la fe. Si Jesús no hubiera hecho barro, lo

hubiera puesto sobre los ojos del hombre, le hubiera indicado lo que

tenía que hacer, y, sobre todo, si Jesús no hubiera sido el Gran

Médico que es, no habría habido sanidad. Pero él permitió que el

hombre participara en su propia sanidad. Y, para eso, el hombre

debía tener fe.

Cuando el agua se convirtió en vino, los siervos tuvieron la

fe necesaria para sacar el agua que habían puesto en esas enormes

vasijas de ochenta litros de capacidad y comenzar a servirlas como

vino. Los panes y los peces del niñito se multiplicaron cuando

pasaron de las manos de Jesús, por las manos de los discípulos, a

las manos de la multitud hambrienta. En esas ocasiones, los

apóstoles y los siervos en la boda participaron en el milagro.

Tuvieron que poner en práctica la fe; entonces, se realizó el

milagro. Jesús no siempre obra así, pero así realizó esos milagros y

la sanidad de este hombre ciego.

Así que el hombre fue y se lavó en el estanque de Siloé, y

volvió a su casa viendo. Inmediatamente vemos a este hombre en su

“candelero”. Sus vecinos fueron los primeros en ver su luz. Se

preguntaron: “¿Es este el mismo que se sentaba a mendigar?”.

Algunos dijeron: “Sí”. Otros dijeron: “No, solo se parece a él”. Pero

el hombre mismo dio testimonio y dijo: “Sí, soy yo”.

Aquí vemos una buena representación de lo que hemos

aprendido acerca de un testigo. Un testigo no es solo algo que

somos o la forma en que vivimos nuestra vida. Habrá momentos en

que, estando en nuestro “candelero”, deberemos dar testimonio

verbalmente —es decir, hacer brillar nuestra luz— y hablar del

milagro que nos ha sucedido. Las personas se sentirán atraídas por

lo que hayan visto que Dios hizo en nosotros. Cuando nos pidan

una explicación, se nos indica que debemos dar razón de la

esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Algo maravilloso le

había sucedido a ese hombre. Cuando la gente vio la prueba del

milagro, se maravilló por lo que había sucedido, cómo había

sucedido, y lo que eso podía significar para sus vidas.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

19

Por eso, le preguntaron: “¿Cómo recibiste la vista?”. El

hombre respondió: “Ese Hombre al que llaman Jesús hizo barro y lo

puso en mis ojos. Después me dijo que fuera y me lavara. Fui, me

lavé, y ahora veo”. Y cuando le preguntaron: “¿Dónde está ese

Hombre?”, él les respondió: “No lo sé”.

Había muchas cosas de ese milagro que el hombre no

comprendía, pero sí sabía esto: antes, era ciego; y ahora, veía. Y

sabía lo que le había sucedido, y cómo había sucedido: “Yo era

ciego. Nací ciego, pero el hombre al que llaman Jesús hizo barro, lo

puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme. Fui. Me lavé.

¡Ahora veo!”.

Una vez más vemos el énfasis en este concepto de la fe:

cuando hacemos, sabemos. En nuestro viaje de fe, no se trata de ver

para creer. Se trata de creer para ver. Tenemos esta respuesta de qué

es la fe gráficamente ilustrada aquí en la experiencia de este hombre

que nació ciego, pero ahora puede ver porque conoció a Jesús, le

creyó y lo obedeció.

La Luz del mundo

Cuando Jesús sanó al hombre junto al estanque, dije que se

trataba de una sanidad estratégica, ya que fue el disparador que dio

lugar al diálogo que Jesús deseaba iniciar con los líderes religiosos.

Jesús solía hacer las cosas de esa manera. Él alcanzó a la mujer de

Samaria porque, aunque solo pasaba por allí, quería ver a Samaria

alcanzada por esa mujer después que Él hubiera pasado. Pasaba por

Jericó cuando alcanzó a Zaqueo, quien, a su vez, alcanzó a Jericó

para Él, cuando Él ya había salido de allí.

Como he señalado, en la sanidad del hombre junto al

estanque, en el capítulo 5, esta sanidad se convirtió en un

disparador que reanudó el diálogo hostil con los líderes religiosos.

Después de la sanidad de este hombre ciego, Jesús pronunció su

discurso en el que afirmaba que era la Luz del mundo. Cerca del

final del capítulo, Juan nos dice que, a continuación de estas

palabras, Jesús presentó su aplicación: como Luz del mundo, Jesús

era una clase de luz muy especial. Era una luz que daba vista a

quienes eran ciegos y, al mismo tiempo, revelaba la ceguera de

quienes decían que podían ver.

Los fariseos estaban allí cerca y escucharon su discurso.

Ellos entendieron lo que Jesús afirmaba y lo aplicaron

correctamente. Por eso, le preguntaron: “¿Quieres decir que

nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si fueran ciegos, no

tendrían pecado. Pero ustedes dicen que ven. Por eso, su pecado

permanece”.

En un lugar de Estados Unidos, cierta vez, hubo una

explosión que hizo que se desplomara parte de una cueva en una

mina de carbón. Después de la explosión, unos treinta mineros

quedaron atrapados durante tres días en la mina hasta que los

rescatadores llegaron hasta donde estaban. Los mineros pasaron

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

20

esos tres días en total oscuridad. Cuando los rescatadores

finalmente llegaron hasta ellos, después de mucha alegría y mucha

celebración, uno de los mineros rescatados les preguntó: “¿Por qué

no trajeron luces?”. En realidad, los rescatadores habían llevado

muchas linternas y luces. La pregunta hizo que se acallara la

celebración, ya que todos se dieron cuenta de que la explosión que

había hecho desmoronarse la cueva lo había cegado, pero él no se

enteró de que estaba ciego hasta que llegó la luz.

En un contexto espiritual, esto es lo que Jesús les estaba

diciendo a esos líderes religiosos. Ellos eran espiritualmente ciegos,

pero pensaban que podían ver. Hasta se jactaban de su gran visión

espiritual. Por el contrario, este hombre al que Jesús sanó, que era

físicamente ciego y recibió la vista, era una imagen de las personas

que saben que no ven como deberían ver. Cuando Aquel que es la

Luz del mundo llega, ellos reciben la luz y son sanados de su

ceguera espiritual.

Cuando los líderes religiosos, muy ofendidos, preguntaron:

“¿Quieres decirnos que somos ciegos?”, Jesús, claramente, les dijo:

“Sí; eso es precisamente lo que les digo”.

El hombre que había sido sanado fue excomulgado de la

sinagoga. Cuando Jesús lo encontró y se dio a conocer, el hombre

creyó y confesó a Jesús como Señor. Como ya he señalado, este

capítulo y la historia de esta sanidad nos dan hermosas respuestas

para la pregunta sobre qué es la fe. El hombre cree, llama “Señor” a

Jesús y lo adora; debemos incluir estos tres pasos fundamentales de

la fe en la respuesta a esta pregunta.

Cuando vemos que Jesús le da seguridad a este hombre y

obtiene de él una confesión de fe y su adoración, al sanarlo,

también descubrimos maravillosas respuestas para la pregunta:

“¿Quién es Jesús?”. Observe cómo, al igual que la mujer que estaba

junto al pozo, este hombre comprende gradualmente quién es Jesús.

Al principio, no tiene la menor idea de quién es Él. Simplemente es

“aquel hombre que se llama Jesús”. Pero gradualmente va

comprendiendo Quién es Jesús, hasta que llega a confesarlo como

su Señor y lo adora.

El hombre que recibió la vista porque conoció a Jesús y las

aplicaciones que Jesús hace de esta historia son, también, respuestas

para la tercera pregunta que Juan repite a lo largo de su Evangelio:

“¿Qué es la vida?”. Quienes han vivido cuarenta años antes de

experimentar la salvación nos dirán que su experiencia de salvación

fue como si hubieran nacido ciegos. Después de ser espiritualmente

ciegos durante cuarenta años, encontraron la Luz del mundo. Él les

reveló su ceguera, sanó su ceguera, y, ahora, ellos ven por primera

vez en su vida. La vida es darnos cuenta de que hemos nacido

ciegos espiritualmente, pero, después de conocer a Jesús, podemos,

junto con este hombre, exclamar: “Hay muchas cosas que no sé,

pero algo sé: ¡yo era ciego, y ahora veo!”.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

21

A medida que avanzamos por los capítulos del Evangelio de

Juan, ¿permitirá usted que la Vida, que es la Luz que alumbra a

todo hombre, revele su ceguera espiritual? ¿Querrá, entonces, andar

en la Luz que Él es, mientras Él le muestra cómo usted puede ser

parte del proceso de la fe que produce el milagro que Él quiere

hacer de su vida? Formúlese estas tres preguntas de Juan, y

contéstelas, en este capítulo de su profundo Evangelio.

Capítulo 4

Los llamados

(Juan 10:1-16)

Cuando el hombre ciego que recibió milagrosamente la vista

fue expulsado de la sinagoga, Jesús predicó un profundo y bello

sermón en el que claramente afirmaba ser el Buen Pastor que David

presenta en su inspirado Salmo 23. Antes de estudiar este sermón,

quisiera compartir con usted un principio de todo estudio bíblico.

Cuando los libros de la Biblia fueron escritos,

originalmente, no estaban divididos en capítulos. Los libros del

Nuevo Testamento fueron divididos en capítulos más de mil años

después de haber sido escritos, para ayudarnos a estudiarlos y hacer

referencia a pasajes específicos. Por lo tanto, cuando llegamos a la

división de un capítulo, siempre es bueno que nos preguntemos:

“¿Hay un cambio de tema o de contexto en este nuevo capítulo?

¿Hay algo en el capítulo que acabo de leer que me ayude a

comprender lo que voy a leer ahora?”.

Eso es lo que encontramos cuando leemos el capítulo 10 de

Juan. El hecho de que el hombre que Jesús sanó fuera expulsado de

la sinagoga nos enseña a comprender esta gran enseñanza de Jesús:

“De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el

redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y

salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.

A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas

llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las

propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen

su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no

conocen la voz de los extraños” (10:1-5).

Jesús comienza esta enseñanza con las palabras “de cierto”.

En otras palabras, dice: “Lo que voy a decirles ahora es algo

especialmente verdadero e importante”. Después, utiliza una

inspirada metáfora, y leemos: “Pero ellos no entendieron qué era lo

que les decía" (10:6). Su metáfora hablaba de un redil. Es muy

importante que sepamos bien cómo se cuidaban las ovejas en esa

época para comprender qué era un redil.

Esta metáfora nos presenta uno de los muchos aspectos

fascinantes de la crianza de ovejas. Un redil era un área cercada en

un pueblo o una aldea, que se utilizaba para dejar a las ovejas

durante la noche. Por ejemplo: un pastor pasaba por una aldea o un

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

22

pueblo con sus ovejas. Mientras él pasaba la noche en una posada,

dejaba a sus ovejas en este redil comunitario.

Imaginemos que cinco o seis pastores diferentes dejan sus

ovejas en un mismo redil. Por la mañana, cuando los pastores van a

buscar a sus ovejas, cada uno simplemente llama a las que son de

él. Tiene una forma especial de llamarlas. Después, se va del redil.

Cuando el pastor llama a sus ovejas y se aleja, las ovejas, que

conocen su voz, lo siguen. No siguen a otro pastor ni a alguien que

trate de robarlas.

Ahora bien, Jesús utilizó esto como metáfora, y ellos no

comprendieron lo que les estaba diciendo. Estoy convencido de que

el redil, en esta metáfora de Jesús, es el judaísmo. Jesús declaró

que, así como el pastor va al redil, llama a sus ovejas, y las ovejas

conocen su voz y lo siguen, como el Buen Pastor, Él estaba

llamando a sus ovejas para que salieran del redil del judaísmo.

Debemos comprender que todos los apóstoles eran judíos,

así como todos los miembros de la iglesia que aparecen en los

primeros nueve capítulos del Libro de los Hechos. Jesús se refería,

obviamente, al hombre que Él había sanado. Estos líderes religiosos

judíos habían expulsado al hombre de la sinagoga porque él había

aceptado a Jesús como su Señor y lo había adorado. Por medio de

esta elocuente metáfora, Jesús les dice: “Ustedes no lo expulsaron

de la sinagoga; él me sigue porque es una de mis ovejas, y

reconoció mi voz”.

Jesús presenta otra afirmación sobre lo que Él es en este

décimo capítulo: “Yo soy la puerta de las ovejas”. En su metáfora

sobre el redil, Jesús es el Pastor que llama a sus ovejas para que

salgan del redil común, compartido. Pero cuando ellos no

comprenden esa figura, leemos: “Volvió, pues, Jesús a decirles”.

Ahora, intenta nuevamente explicarles qué le sucedió a ese hombre

que fue sanado y expulsado de la sinagoga. “De cierto, de cierto os

digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí

vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas.

Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y

saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar

y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan

en abundancia” (10:7-10).

Podemos encontrar muchas respuestas a la pregunta sobre

quién es Jesús, ya que Él declara en muchas ocasiones: “Yo soy. Yo

soy. Yo soy”. La profunda respuesta que encontramos aquí se nos

presenta cuando Jesús afirma ser el Buen Pastor del que escribió

David y, después, agrega esta metáfora: “Yo soy la puerta de las

ovejas”.

Un pastor viajó por Tierra Santa para estudiar la crianza de

las ovejas, porque estaba decidido a aprender el significado de las

muchas metáforas sobre ovejas que se encuentran en la Biblia,

como las que David utilizó en sus Salmos pastorales, y las que

ahora estamos estudiando. Una noche, vio la demostración de esta

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

23

metáfora de la puerta de las ovejas. Cierta vez, se impresionó al ver,

en el centro de una aldea grande, un gran redil en el que varios

rebaños de ovejas pasaban la noche. Un pastor tenía la

responsabilidad de cuidar a las ovejas durante la noche. El redil

estaba rodeado por un muro sólido, así que, cuando las ovejas

estaban dentro de él, estaban seguras.

En el lugar donde uno esperaría encontrar una puerta, había

un espacio de aproximadamente dos metros de ancho. El ministro,

pensando que las ovejas podrían escaparse por ese espacio abierto,

o que por él podrían entrar animales depredadores, le preguntó al

pastor: “¿Dónde está la puerta?”. El pastor se tendió a lo largo del

espacio abierto y dijo: “Yo soy la puerta. Ninguna oveja puede

entrar ni salir de este corral a menos que pase sobre mí, y ningún

depredador puede entrar sin despertarme”.

Descubrimos la primera aplicación personal que Jesús

deseaba darle a esta metáfora cuando dice: “El que por mí entrare,

será salvo...” Y también hay una aplicación adicional: “...y entrará,

y saldrá, y hallará pastos". Jesús declara, osadamente, ante los

líderes judíos, que Él está estableciendo otro redil. Está llamando a

los que compondrán ese nuevo redil a que salgan del redil del

judaísmo. En realidad, profética y alegóricamente, estaba

presentando un perfil de la Iglesia que declaró que iba a edificar.

Cuando leemos el Evangelio de Mateo, hasta llegar al

capítulo 16, Jesús está construyendo un reino. Cuando leemos el

capítulo 16 de ese primer Evangelio, escuchamos a Jesús declarar

que Él va a edificar su Iglesia, y que ni todos los poderes del

infierno podrán evitar que lo haga. La palabra “iglesia” significa,

literalmente, “los llamados afuera”. En esta profunda y bella

metáfora, Jesús nos da una maravillosa descripción de la Iglesia.

Esta es, en realidad, una metáfora doble: cuando Él afirma

que es la puerta por la que deben pasar las ovejas para ser salvas, la

palabra “salvo” significa, literalmente, estar a salvo, seguro. Pero la

aplicación que Jesús desea darle es que solo a través de Él podemos

ser salvos (Hechos 4:12). Jesús dice esto mismo más adelante en

este Evangelio, cuando afirma, dogmáticamente, que Él es el

camino hacia Dios, y que no hay otro camino para llegar a su Padre

Dios (Juan 14:6).

La segunda parte de esta metáfora, que muestra a las ovejas

que entran y salen del redil, y hallan pastos verdes, describe,

proféticamente, el plan de Cristo de colocar a quienes son salvos en

el redil de la Iglesia. Al salir y entrar en la comunidad espiritual de

sus congregaciones, encontrarán todo lo que necesitan para vivir

para Cristo y servirlo (Efesios 4:12).

Dios nos dice que no es bueno que un ser humano esté solo,

y, por eso, coloca a los solitarios en familias (Génesis 2:18).

Cuando las ovejas perdidas hallan la puerta de la salvación, el Buen

Pastor es, también, la Puerta de entrada al redil, que coloca a esas

ovejas salvadas en familias.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

24

¿Ha observado usted este tema en la Biblia? Podríamos

llamarlo: “Las idas y venidas del pueblo de Dios”. Los que más

trabajan para Dios son, primero, grandes adoradores de Dios antes

de trabajar para Él. Quienes salen a trabajar para Dios, primero,

experimentan lo que es llegar a Él. Tienen una llegada con

propósito antes de poder tener una salida fructífera.

Cuando estudie biografías en la Biblia, busque las

experiencias de las personas que “llegan” a Dios, que, muchas

veces, preceden a sus “salidas”. Por ejemplo, Moisés llegó durante

ochenta años antes de tener cuarenta años de fructífera salida. Estoy

convencido de que nuestra salida es, muchas veces, infructuosa y

vacía de significado, porque, simplemente, salimos sin llegar a Dios

primero. Esta es una bella metáfora: “Entrará, y saldrá, y hallará

pastos”. Dios bendice nuestra entrada y, luego, nuestra salida.

Observe las muchas invitaciones de Jesús que nos instan a

acercarnos a Él. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y

cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y

aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis

descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi

carga" (Mateo 11:28-30). "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba"

(Juan 7:37). En el relato del evangelio, leemos que, cuando las

personas responden a estas invitaciones y llegan con propósito, su

sed es saciada, su hambre es satisfecha, y encuentran descanso para

sus almas.

Finalmente, siempre escuchan la Gran Comisión. “Ahora,

ve. Ahora que has venido con propósito, ahora que has bebido del

Agua Viva, haz que esta agua viva se convierta, en ti, en una fuente

de la que beban otros. Que la saciedad de tu sed se convierta en ríos

de agua viva que fluyan de ti para los demás”. En otras palabras,

usted ha llegado con propósito. Ahora, salga con propósito. “Entra,

halla pastos y, después, ve”.

Muchos creyentes han hallado gran consuelo en la promesa

de este Buen Pastor de que Él va delante de ellos cuando llama a

sus ovejas, y ellas lo siguen. Hay momentos en nuestra vida en que

nuestro Buen Pastor desea hacer una cosa nueva (Isaías 43:19).

Entonces, nos llama a salir y seguirlo a ese nuevo capítulo que

desea escribir en nuestro diario de viaje de la fe. Él nos ama tanto

que, algunas veces, su llamado no es solo una voz que nos llama a

esa nueva dimensión de fe y servicio; algunas veces, en su amorosa

providencia, Él nos presenta situaciones o personas que nos

empujan desde atrás.

Cuando Él tiene un nuevo lugar escrito para nosotros en el

rollo de su voluntad, hay tres cosas que debe realizar en nuestra

vida. Primero, debe sacarnos del lugar anterior. Dado que todos

nosotros tendemos a buscar seguridad, no queremos dejar la

seguridad del viejo lugar. Por eso, Él debe agregar, a la voz que tira

de nosotros desde adelante, algo que nos sacuda y nos empuje fuera

del lugar viejo.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

25

Durante el tiempo de transición entre lo viejo y la cosa

nueva a la que Él nos está llamando, su segunda obra es

mantenernos en movimiento para poder tirar de nosotros durante la

transición. Su tercera obra es ajustarnos para que encajemos en ese

nuevo lugar que tiene para nosotros, y en esa cosa nueva que quiere

hacer en nosotros, por nosotros, y a través de nosotros.

Todo este proceso está ilustrado en el Antiguo Testamento,

cuando Dios deseaba sacar a los hijos de Israel de Egipto para

llevarlos a la Tierra Prometida, Canaán. “Y nos sacó de allá, para

traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres"

(Deuteronomio 6:23).

La voz de Dios, que los guiaba a esa cosa nueva y ese lugar

nuevo, se demostró en forma dramática por medio de la nube

durante el día y la columna de fuego durante la noche, que guiaron

al pueblo por el desierto de su incredulidad hasta entrar en la Tierra

Prometida. Cuando estaban frente al Mar Rojo, el ejército egipcio

que avanzaba contra ellos en medio de una nube de polvo sin duda

fue el empujón providencial que los hizo salir de lo viejo para que

pudieran llegar al nuevo lugar que Dios deseaba para ellos. Esta es

la versión del Antiguo Testamento de la misma verdad que Jesús

enseña por medio de esta profunda metáfora.

Hay otra aplicación devocional de esta metáfora. Cuando

escuchamos a Jesús decir que Él es la Puerta de las ovejas, si

sabemos que Él es nuestro Pastor, ningún “depredador” (problema)

podrá entrar a nuestra vida a menos que pase, primero, sobre el

cuerpo de nuestro Pastor. Esto, sin duda, debería ser un gran

consuelo para tantos devotos creyentes que sufren problemas de

enfermedad y discapacidad. Personalmente, al estar, hoy, inválido y

postrado en una cama, yo encuentro gran consuelo en esta

aplicación.

Como vemos en el Libro de Job, estos problemas quizá no

vengan directamente del Señor, pero no pueden alcanzarnos a

menos que nos lleguen por su voluntad permisiva. Satanás tuvo que

pedir permiso al Señor antes de afligir a Job, y creo que tiene

permiso de nuestro Pastor para afligirnos a nosotros. Ningún

predador, ningún problema puede llegar a usted o a mí, a menos

que, primero, pase por Él.

Hay, todavía, una aplicación más de esta profunda metáfora,

cuando Jesús realiza esta solemne declaración ante los líderes

religiosos judíos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y

destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en

abundancia". ¿Qué quiere decir Jesús cuando manifiesta que todos

los que han venido antes que Él eran ladrones y salteadores? (vv.

1,2). ¿O cuando dice: “El que no entra por la puerta en el redil de

las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”?

¿Qué quiere decir más adelante en este pasaje, cuando habla del

“asalariado”?

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

26

Recuerde: cuando limpió el templo, Jesús dijo: “Escrito

está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis

hecho cueva de ladrones" (Mateo 21:13; Marcos 11:17). Cuando los

romanos conquistaron Jerusalén, cuarenta años después que Jesús

pronunciara estas palabras, hallaron el equivalente de más de cinco

millones de dólares en la caja fuerte del templo. La forma en que

los líderes religiosos explotaban a los peregrinos religiosos era un

negocio corrupto y muy productivo que sin duda les amerita la

calificación de ladrones y salteadores.

También los llama “asalariados”. Con esto, quiere decir que,

a ellos, las ovejas no les importan en lo más mínimo. Son simples

asalariados. Recuerde esto al leer la metáfora con algunos cambios

hechos por Jesús en los siguientes versículos: “Yo soy el buen

pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y

que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al

lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las

dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le

importan las ovejas” (10:11-13).

Esta era una grave condena para esos líderes religiosos

judíos. Ellos eran los ladrones y salteadores, y los asalariados a los

que Jesús se refiere en esas palabras. Eran parte del sistema

religioso corrupto de explotación que los hacía ricos. Es obvio que

no les importaba nada de ese hombre que había estado paralítico

durante treinta y ocho años, junto al estanque de Betesda. No les

importaba nada de él, y no estaban precisamente felices de que

hubiera sido sanado. De la misma forma, tampoco tenían

compasión por este hombre ciego, y también parece que no les

agradó en lo más mínimo el milagro de que él, ahora, pudiera ver.

¿Cómo podían estar tan endurecidos y no tener la menor

compasión por estas personas patéticas que Jesús amaba tanto? La

explicación podría estar en este punto. Ellos no eran pastores. Eran

asalariados, es decir, religiosos profesionales, que trabajaban por un

salario, y por los beneficios y prestigios que su profesión implicaba.

Y eran ladrones y salteadores. Eran lo que podríamos llamar

“estafadores religiosos”, timadores. Ganaban millones de dólares

explotando a los peregrinos religiosos durante los días santos, y al

pueblo de Dios, con regularidad.

Más adelante, en este Evangelio, Jesús indica a Pedro que

demuestre que ama a su Señor y Salvador pastoreando y

alimentando a las ovejas que Él ama. A estos líderes religiosos no

les importaba nada de las ovejas. Aunque, como Pedro, tenían el

mandamiento, y decían que se les había confiado la responsabilidad

de alimentar y pastorear esas ovejas, ganaban millones de dólares

para sí mismos esquilmándolas.

Pero, en contraste directo con ellos, Jesús afirma todas estas

cosas sobre sí mismo. “Yo soy el buen pastor” (lo afirma dos

veces). “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

27

Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las

ovejas".

Como en el capítulo 5, Jesús, de hecho, está diciendo: “El

Padre y yo tenemos una relación. Yo conozco al Padre, y el Padre

me conoce a mí. Yo llamo a mis ovejas, como a esa mujer junto al

pozo, a Nicodemo, al hombre que estaba junto al estanque de

Betesda, y a este hombre ciego que recibió la vista”. Se refiere a

estas personas cuando dice: “Yo conozco a mis ovejas, y ellas me

conocen a mí. Ellas escuchan mi voz y la conocen. No oirán ni

seguirán a un ladrón o a un extraño. Pero conocen mi voz, y me

siguen a mí”.

En el contexto de estas profundas metáforas sobre las

ovejas, Jesús afirma, además: “También tengo otras ovejas que no

son de este redil". He oído aplicar este versículo de muchas

maneras. En una iglesia cuya membresía es de una única raza, he

oído que lo citaban para reconocer el hecho de que hay personas de

otras razas que son creyentes. También escuché a personas de una

tendencia teológica reconocer, con ciertas reservas, esta misma

realidad, citando este versículo: hay personas que no creen como

creen ellas, pero también son parte del redil.

La interpretación y la aplicación que Jesús quería dar a estas

palabras se demuestran en el Libro de los Hechos. En ese inspirado

libro histórico del Nuevo Testamento, hasta que llegamos al

capítulo 10, todos los creyentes que componen la Iglesia son judíos.

El glorioso milagro de que la Iglesia que Él va a edificar incluirá a

los gentiles es la interpretación y la aplicación principal de lo que

Jesús quiere decir cuando sostiene: “También tengo otras ovejas

que no son de este redil”. La interpretación y la principal aplicación

de este versículo son que personas que no son judías formarán parte

de este nuevo rebaño. El Señor le dio a Pedro una revelación

sobrenatural y la repitió tres veces, para convencerlo de que la

Iglesia debe incluir a los gentiles (Hechos 10).

Un evangelista que es judío mesiánico, dinámico y potente

predicador, habló ante varios cientos de seminaristas. Cuando

muchos lo felicitábamos después de su excelente sermón, uno de

los estudiantes más avanzados le dijo: “Usted es el primer judío

cristiano que conozco”. El predicador judío se volvió hacia él y le

preguntó: “¿Es que no ha oído hablar de los doce apóstoles?”.

Solemos olvidar que los doce apóstoles eran judíos.

El evangelio predicado por el Cristo vivo y resucitado, y sus

seguidores, es llamado una revelación hebreo-cristiana de la verdad

por dos razones. Primera: Todo lo que creemos, como seguidores

de Cristo, está basado estrictamente en las Escrituras, que son,

primero, el Antiguo Testamento judío, y, después, el Nuevo

Testamento, que dice que Jesús vino y lo que eso debería significar

para los que creen en Él. Segunda: La Iglesia de Jesucristo es judía

hasta que se convierte en un redil de ovejas salvadas, que escuchan

y conocen la voz de Cristo, que los llama a salir del judaísmo para

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

28

seguirlo a Él.

En resumen:

Para resumir estos primeros dieciséis versículos de Juan,

capítulo 10: ¿Quién es Jesús? En este capítulo, Él es la Puerta que

lleva al redil, y Él es la única puerta por la cual las ovejas pueden

entrar a ese redil para hallar la salvación. Las ovejas, entonces,

tendrán continuamente una entrada con propósito y una salida

fructífera por esa puerta. Ese es Jesús en este gran capítulo.

¿Y qué es la vida en este capítulo? La vida eterna es ser una

de sus ovejas. Es la salvación que se halla al entrar al redil por la

puerta que Él es, y ser mantenido seguro y a salvo. La vida es estar

continuamente entrando y hallando pastos. Nuestras necesidades

son satisfechas cuando entramos, porque Él vino para que tengamos

vida, y vida en abundancia. La vida es, entonces, hallar, en ese redil

de la comunidad espiritual de la Iglesia, todo lo que necesitamos

para vivir por Cristo, servir a nuestro Señor y glorificar a Dios.

¿Y qué es la fe? Fe es la convicción de que el Cristo vivo y

resucitado es la Puerta que lleva a la salvación y a las bendiciones

del redil. Fe es creer que Él es la única puerta por la que debemos

pasar para ser salvos y entrar en la vida eterna. Por lo tanto, fe es

negarnos a seguir la voz de los extraños, ladrones y salteadores.

Fe es, también, escuchar su voz y asumir los compromisos

necesarios para seguirlo. Fe es la decisión de hacer un cambio,

sabiendo que cuando Él llama a sus ovejas a salir, siempre va

delante de ellas, y que confirmará ese milagro mientras lo

seguimos. En otras palabras, la fe es la guía de Dios y la confiada

convicción que tiene el valor de seguir esa guía de Dios.

Ese es Jesús, eso es la fe, y eso es la vida, en los primeros

dieciséis versículos de Juan, capítulo 10.

Capítulo 5

Ovejas seguras

(Juan 10:17-42)

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías

me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y

pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no

son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y

habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo

pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que

yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder

para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (14-

18).

Ahora, Jesús describe, obviamente, su obra más importante.

Ministra públicamente durante tres años, y ya está en Jerusalén, que

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

29

será el escenario de la obra más importante que Él haga en este

mundo.

Como he señalado en mi enfoque de este Evangelio, hay

veintiún capítulos en el Evangelio de Juan. Aproximadamente la

mitad de ellos nos hablan de los primeros treinta y tres años de la

vida de Jesús, pero no dicen absolutamente nada de su nacimiento

ni de sus primeros treinta años de vida. En realidad, solo registran

los últimos tres años de su vida. Para cuando llegamos al capítulo

12, Jesús ya ha vivido treinta y tres años, incluyendo los tres años

de ministerio público. Todos los demás capítulos, donde se

encuentra la mitad del contenido de este Evangelio, se refieren a la

última semana de su vida.

Entre los cuatro Evangelios, hay ochenta y nueve capítulos.

Solo cuatro de ellos hablan del nacimiento de Jesús y sus primeros

treinta años de vida. Ochenta y cinco capítulos se dedican a los

últimos tres años, y veintisiete, a la última semana de su vida. ¿Por

qué es tan importante esta última semana? El relato escrito de la

última semana de la vida más importante que jamás se haya vivido

ocupa la mitad de la biografía de Jesús, porque esos capítulos y

versículos registran el milagro de que Él murió y resucitó para

salvarnos. Su muerte y su resurrección ocurrieron para que fueran

perdonados los pecados de todo el mundo, en general; y los míos y

los suyos, en particular.

Como seguidores de Cristo, tenemos la comisión de

predicar el evangelio a todo el mundo. Al final de los cuatro

Evangelios y al comienzo del Libro de los Hechos, se nos dice que

debemos hacer discípulos para Cristo en toda nación del mundo

predicando el evangelio. Si tomamos en serio la Gran Comisión,

debemos comenzar por darnos cuenta de que antes de intentar

transmitir el evangelio, debemos saber precisamente qué es ese

evangelio.

En su primera carta a los corintios, Pablo da una clara

definición de esta palabra: “evangelio”. Me temo que sería algo

embarazoso si un pastor de una iglesia común le diera papel y lápiz

a su congregación y le pidiera que respondiera a esta pregunta:

“¿En qué consiste este evangelio que se nos envía a predicar al

mundo? Cite algunos versículos bíblicos en apoyo de su respuesta”.

En los primeros cuatro versículos del capítulo 15 de 1

Corintios, Pablo nos dice cuál debería ser la respuesta a la pregunta

del pastor. Al terminar su carta a los corintios, básicamente, Pablo

les dice: “Ahora quiero recordarles en qué consiste el evangelio que

les prediqué cuando llegué a Corinto. Esto es lo que les prediqué.

Esto es lo que ustedes creyeron. Esto es lo que los salvó. Y este es

el fundamento en que ustedes se basan. Si creen alguna otra cosa, o

se basan en otro fundamento, están perdidos. Este es el evangelio:

Jesucristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.

Jesucristo resucitó de entre los muertos, según las Escrituras”.

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

30

Específica, explícita, precisa y simplemente, este es el

evangelio que debemos proclamar a todo el mundo. Cuando

comprendemos claramente lo que es el evangelio, comprendemos la

importancia de la última semana de la vida de Jesús. También

entendemos, entonces, lo que Jesús nos presenta en estos

versículos, cuando dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo

pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que

yo de mí mismo la pongo".

Me resulta curioso observar a lo largo de este Evangelio que

Jesús nunca afirma hacer nada por sí mismo. Según Jesús, Él nunca

hace nada. El Padre hace todo, en Él y a través de Él. El Padre es el

Origen, el Poder y el Propósito de cada palabra que Él habla y de

cada obra que hace. El Padre es, literalmente, quien hace todo lo

que Jesús hace.

Aquí tenemos la excepción a este concepto. Esta es la única

vez que Jesús dice que Él va a hacer algo. Dice: “El Padre me ama

porque yo entrego mi vida, para después volver a tomarla. Yo tengo

el poder, o la autoridad, para ponerla, y la autoridad, es decir, el

poder, para volverla a tomar”. Después dice: “Este mandamiento

recibí de mi Padre”. Así que, en realidad, aquí tampoco dice hacer

algo aparte del Padre. Al principio, parece que sí. Él tiene un

mandamiento del Padre, y tiene autoridad del Padre para morir y

para resucitar de los muertos.

Más adelante, en este capítulo, nos dirá que Él y su Padre

son uno (v. 30). Lo que quiere decir es que todo lo que Él es, todo

lo que dice y todo lo que hace, surge o, simplemente, es una

expresión de su unidad con el Padre. Y esto puede ser algo

emocionante para nosotros cuando reflexionamos sobre qué es la fe.

Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles en el discurso del

aposento alto, básicamente, les dijo que, después de su muerte y su

resurrección, ellos podrían ser con Él, como Él es con el Padre

(14:20-24). ¡Qué maravilloso desafío es comprender que podemos

ser uno con Cristo, con el Cristo resucitado, que es hoy, como lo

fue ayer, uno con el Padre!

En el contexto de esta enseñanza, Jesús les dio una promesa

extraordinaria a los apóstoles. Les dijo que, si eran uno con el

Espíritu Santo, así como Él, entonces, era uno con el Padre, ellos

harían obras mayores que las que había hecho Él. Seguramente se

refería a que sus obras serían mayores en cantidad, porque habría

muchas más. Su extraordinaria enseñanza, que estudiaremos con

mayor profundidad cuando analicemos esos capítulos juntos, es que

la Palabra de Dios fue hablada, y la obra de Dios fue hecha en la

Tierra a través de Él, porque Él era uno con el Padre. Si ellos eran

uno con el Espíritu Santo, la Palabra y la obra de su Señor y

Salvador iba a ser hablada y realizada en la Tierra a través de ellos.

En este pasaje, Jesús está hablando de su muerte y su

resurrección. ¿Recuerda esa dogmática afirmación que Jesús le hizo

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

31

a Nicodemo cuando declaró que debía morir en la cruz porque su

muerte en la cruz era la única salvación provista por Dios, y Él era

el único Salvador provisto por Dios? En este pasaje, Jesús se basa

en aquella declaración, cuando, dice, en esencia: “Ahora bien,

cuando esto suceda, no crean que yo fui crucificado simplemente de

la misma manera que fueron llevados a la fuerza y crucificados

otros, porque se oponían a Roma. Ningún hombre puede quitarme

la vida. Yo voy a entregarla por un acto de mi voluntad, y la prueba

de ello es que voy a tomarla nuevamente por otro acto de mi

voluntad”.

No debe sorprendernos leer: “Volvió a haber disensión entre

los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: Demonio

tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas

palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los

ojos de los ciegos?” (10:19-21).

Aquí hay un cambio de tema. En el versículo 22, comienza

una nueva sección. Han pasado meses antes de que suceda lo que

aquí se relata: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación

[también conocida como Jánuca]. Era invierno, y Jesús andaba en el

templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le

dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo [o

el Mesías], dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he

dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre,

ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois

de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las

conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán

jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio,

es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi

Padre. Yo y el Padre uno somos” (25-30).

“Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para

apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he

mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le

respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te

apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te

haces Dios” (10:31-33).

¿Quién es Jesús en el Evangelio de Juan? No olvide notar

lo siguiente, mientras lee este Evangelio: En muchos pasajes, se ve

claramente que Él es el Mesías. En muchos otros pasajes, como en

este, es obvio que Él es Dios. No es simplemente un hombre

piadoso, ni el Hijo de Dios. Él es Dios. Es parte de la Divinidad. Él

es el Hijo, Dios es el Padre, y juntos se presentan, con el Espíritu

Santo, como la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres

son Dios.

A lo largo de toda la Biblia encontramos a este Dios trino.

Por ejemplo, en el primer capítulo de la Biblia, las palabras

referidas a Dios están en plural. Leemos: “Hagamos al hombre a

nuestra imagen”. Si leemos con atención el relato de la creación,

veremos que se hace referencia a la presencia del Padre y del

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

32

Espíritu en el milagro de la creación, ya que las palabras que se

refieren a Dios están en plural: “Hagamos”, “nuestra”, etc. Se nos

dice que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas durante el

proceso. En la magnífica oración que nuestro Señor dirige al Padre

en este Evangelio, dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado

tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese"

(17:5). Por lo tanto, sabemos que el Hijo estaba presente con el

Padre y el Espíritu cuando el mundo fue creado.

Esta parte del diálogo se retoma cuando ellos le preguntan:

“¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo

abiertamente”. Él, entonces, les señala que ya les ha respondido

claramente su pregunta, pero ellos no le creyeron.

Al final del capítulo 8, no había ninguna duda en las mentes

de los líderes religiosos de que Jesús afirmaba ser Dios. Trataron de

apedrearlo por blasfemia, porque comprendieron claramente lo que

Él afirmaba. En este pasaje encontramos la misma respuesta ante la

afirmación de Cristo: “Entonces los judíos volvieron a tomar

piedras para apedrearle". Juan escribe “volvieron” porque ellos ya

lo habían hecho al final del capítulo 8, cuando Jesús afirmó eso

mismo.

A lo largo del Evangelio de Juan, se repite el énfasis en el

tema de la providencia de Dios. En el capítulo 6, Juan presenta el

ministerio del Señor en el contexto de la providencia de Dios:

Todos los que el Padre le dé vendrán a Él, y, a menos que el Padre

los traiga, es imposible que ellos se acerquen a Él. Cuando el Padre

los atrae, y ellos vienen, Él no los echa fuera (6:37-47).

Cuando ellos le preguntan sobre su obra, de hecho, Él

responde: “Esto es lo que hago todo el día: Simplemente ando por

este mundo y, mientras tanto, declaro estas palabras, que son

Espíritu y son vida. Cuando yo hablo estas palabras, quienes son

mis ovejas, que me han sido dadas, son atraídas hacia mí por el

Padre y el Espíritu. Ellas escuchan mi voz y vienen. Y cuando

vienen, yo nunca las rechazo”.

En el capítulo 5, Jesús dice: “A ustedes no les faltan pruebas

para creer en mí. No creen en mí porque no quieren hacerlo”. Aquí,

en el capítulo 10, Él da otra razón por la que no creen, cuando dice:

“Ustedes no creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas me

escuchan. Yo las conozco, y ellas me conocen a mí. Yo les doy vida

eterna. Ellas no perecerán jamás”. Esas son las características de

sus ovejas. Jesús dice a los líderes: “Ustedes no creen en mí porque

no son de mis ovejas”.

Cuando Jesús les da vida eterna a sus ovejas, ellas no

perecen jamás. Una vez que son salvas, ¿pueden perder su

salvación? Vea esta paráfrasis de la respuesta de Jesús a esa

pregunta: “Si ustedes son realmente mis ovejas, es porque el Padre

las ha atraído hacia mí y las ha entregado a mí. El Padre es la razón

por la que ustedes vienen, el poder que hay detrás de su venida; y el

propósito de que ustedes vengan a mí para ser salvos es la gloria del

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

33

Padre” (28-30). Eso es lo que realmente sucede cuando creemos y

somos salvos.

Después de esta bella metáfora, Jesús presenta su gran

interpretación y aplicación: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las

conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán

jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio,

es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi

Padre. Yo y el Padre uno somos” (27-30). Cuando realmente

comprendemos la salvación, nos damos cuenta de que nuestra

salvación no consiste en que nosotros nos aferremos a Cristo, sino

que Él nos aferra a nosotros.

Cuando nuestros hijos eran pequeños, vivíamos en una

ciudad balnearia, y yo los llevaba a la playa con frecuencia. Uno de

nuestros hijos varones era pequeño, y, cuando caminábamos por la

orilla, las olas llegaban a la playa con mucha fuerza. Yo quería

tomarlo de la mano, pero mi hijo insistía en que él me quería tomar

de la mano a mí. Así que le permití hacerlo. La primera ola lo

volteó. Cuando salió del agua, tosiendo y escupiendo agua salada,

extendió su bracito y me dijo: “¡Ahora tómame tú de la mano,

papá!”.

Mi pequeño hijo pronto descubrió que era mucho mejor que

su padre le tomara a él la mano, y no, que él tomara la mano de su

padre. Jesús enseña, aquí, que la salvación y la seguridad de nuestra

salvación no consisten en que nos aferremos a nuestro Pastor. La

buena noticia es que Él nos aferra a nosotros.

Jesús presenta otra metáfora de ovejas en estos versículos.

Dice que sus ovejas están en su mano. Piense en esa mano abierta,

con una oveja, que nos representa a usted y a mí, apoyada sobre su

palma. Ahora, escuche su promesa de que nadie puede arrebatar esa

oveja de la mano de Jesús.

Mientras se le ocurre que, también, la oveja podría ejercer

su libertad de elección y tomar, deliberadamente, la decisión de

saltar de esa mano, escuche cuando Jesús dice que la mano del

Padre desciende sobre la de su Hijo, y las dos manos forman un

hueco, con la oveja bien segura adentro. Ahora tiene la perspectiva

total de la metáfora, cuando Jesús dice: “Mi Padre que me las dio,

es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi

Padre" (29).

Somos seres capaces de elegir, y hay algunos “hijos

pródigos”. Pero los hijos pródigos no se quedan en la pocilga, con

los cerdos, toda su vida. Cuando el hijo no regresa de la pocilga, la

conclusión es que, en realidad, nunca fue un hijo. Pero, si usted es

un hijo pródigo, o si tiene un hijo pródigo, es un gran consuelo

saber que los hijos pródigos regresan. Nunca es demasiado tarde

para volver en sí y, como el hijo pródigo, darse cuenta de que su

lugar no es esa pocilga del mundo. Y nunca deje de orar por el

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

34

regreso de los hijos pródigos, porque es muy posible que sean,

realmente, hijos de Dios —ovejas— y regresen (Lucas 15:11-24).

Cuando el Dr. J. Vernon McGee era profesor mío en el

instituto bíblico, le pregunté: “¿Qué hubiera sucedido si el hijo

pródigo hubiera muerto en la pocilga, con los cerdos?”. Él me

respondió: “¡Entonces, habría sido un hijo muerto, no un cerdo

muerto!”. El hecho de que estuviera con los cerdos no lo convertía

en un cerdo. Era un hijo que no estaba en el lugar que le

correspondía.

Estas son algunas de las preguntas que provoca esta parte

del capítulo 10 del Evangelio de Juan. En mi opinión, el versículo

más importante de este capítulo es el 30: “Yo y el Padre uno

somos”. Esta es una de las afirmaciones más importantes que Jesús

haya realizado jamás. Es la explicación de todo lo que Él es, de

todas las palabras que dice y de todas las obras que hace. Según

Jesús, esta es la dinámica explicación de su vida y obra: “Yo y el

Padre uno somos”.

En este mismo contexto, Él hace otra profunda afirmación:

“Es posible que mis ovejas me conozcan, y que yo las conozca a

ellas, de la misma manera que el Padre me conoce a mí, y yo

conozco al Padre”. En otras palabras, Él y el Padre eran uno, y es

posible que nosotros seamos uno con Él, el Cristo resucitado, el

Cristo que es. No con el Jesús histórico, que fue, sino con el Cristo

que es, a causa de su resurrección.

El significado práctico y devocional de esta enseñanza que

es, también, una promesa, es la extraordinaria realidad de que

podemos ser tan “uno” con Él que las palabras de Cristo pueden ser

habladas en la Tierra a través de nosotros, y sus obras pueden ser

hechas en la Tierra a través de nosotros. Esta enseñanza y promesa

está al alcance de todo auténtico discípulo por ser uno con el

Espíritu Santo. Jesús hablará más sobre este asunto en su discurso

del aposento alto (Juan 13-16).

En resumen:

Una buena forma de resumir el significado y la aplicación

personal de todas las metáforas de ovejas que hay en este gran

capítulo es formular, una vez más, las tres preguntas. ¿Quién es

Jesús? Es el Gran Pastor de las ovejas; el Buen Pastor del que

David habló proféticamente en el que es, quizás, el capítulo mejor

conocido y más amado de la Biblia: el Salmo 23.

¿Qué es la fe? Fe es escuchar su voz y seguirlo, porque

somos sus ovejas y escuchamos su voz. La fe no es cuestión de

nuestra capacidad de aferrarnos a Él. Es vernos en la palma de su

mano y confiar en que Él puede aferrarnos a nosotros. Fe es ver la

mano del Padre que toma la mano del Hijo para mantenernos

seguros entre ambas.

¿Qué es la vida? La vida es salvación, la vida es seguridad

temporal y eterna. Vida es sentirse seguros y estar seguros en esta

Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)

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vida y en la vida por venir. Vida es esa clase de seguridad. La vida

es estar seguros en la palma de la mano de Jesús, porque estamos

cubiertos entre esas dos manos: la del Hijo y la del Padre. La vida

es entrar y salir, y hallar la salvación. La vida es tener una llegada

con propósito y una salida fructífera que produzca “vida

abundante”, vida al máximo, y lo que Jesús llamó “fruto que

permanece” (10:10; 15:16). Eso es la vida, según las bellas

metáforas pastorales de Juan, capítulo 10.

Confío en que usted esté descubriendo quién es este Jesús y

esté creciendo en la fe, la clase de fe que Juan presenta en este

Evangelio, y que esté experimentando la calidad de vida que Juan

llama “vida eterna”. Lo invito a permanecer en la Palabra y a

continuar en nuestro estudio de este inspirado Evangelio de Juan en

nuestro próximo fascículo, el número veintiséis de nuestra serie de

treinta y tres fascículos. Esperamos que nos escriba para solicitar el

próximo fascículo. Por favor, cuando lo haga, no deje de contarnos

qué está haciendo Dios en su vida.