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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO DIECINUEVE

Un estudio versículo por versículo de 1 Corintios

(Parte 2)

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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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Introducción

En este fascículo, quisiera continuar con nuestro estudio

detallado sobre el libro de 1 Corintios, la carta, sumamente

práctica, de Pablo a la iglesia de Corinto. Le recomiendo que

estudie el fascículo 18 antes de leer este, ya que le brindará

la base necesaria para comprender mejor las verdades que Dios

desea que aprendamos en esta sección final de 1 Corintios.

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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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Capítulo 1

“Hombre y mujer, Dios y Cristo”

(1 Corintios 11:1-16)

En los capítulos 8, 9 y 10 de 1 Corintios, Pablo nos

compartió su filosofía del ministerio, que era su filosofía de

vida: “No se puede servir a los demás y servirse a uno mismo a

la vez”. Pero después del primer versículo del capítulo 11, el

apóstol enfoca otro problema que existía en la iglesia de

Corinto: el rol de las mujeres en el cuerpo de Cristo. En el

versículo 6 del capítulo 11, escribe: “Porque si la mujer no se

cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a

la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”. El “si”

en este versículo es muy significativo.

En Corinto, la prostitución era una parte muy real de la

cultura, a tal punto que estaba incluida en la adoración en los

templos paganos. Si una mujer quería que todos supieran que era

una prostituta, a diferencia de la mayoría de las mujeres, no

usaba velo ni se cubría la cabeza, y usaba el cabello muy corto.

El cabello corto era una señal de prostitución en la cultura

corintia.

En las iglesias caseras de Corinto, algunas mujeres, debido

a su propia revolución espiritual interior y a la libertad que

habían experimentado en Cristo, creían que debían sentirse

libres de no cubrirse la cabeza cuando oraban o profetizaban

durante los cultos.

Pablo comienza a tratar este problema con gran tacto en el

versículo 2: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de

mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué”. La

palabra “instrucciones” es muy importante. Aparentemente, en las

iglesias primitivas era necesario tomar decisiones acerca de

temas culturales, y Pablo compartió lo que él pensaba que sería

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sabio hacer en el marco de esa cultura. Si no tenía una base

bíblica específica para sus consideraciones, las llamaba

“instrucciones”.

En el versículo 3, Pablo continúa tratando el problema de

las mujeres que se quitan el velo en la adoración pública: “Pero

quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el

varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo. Todo

varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su

cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza

descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se

hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte

también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el

cabello o raparse, que se cubra. Porque el varón no debe cubrirse

la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es

gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la

mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la

mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer

debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los

ángeles” (3-10).

¿Qué dice Pablo en este pasaje? Primero, es claro que está

diciendo que estas mujeres se equivocan al quitarse el velo en

la adoración pública, dado lo que esto significa para la cultura

corintia. En el espíritu de ser “todo a todos” (ver 9:22), es

decir, adaptarse para no perder oportunidades de ser de

testimonio, Pablo indica claramente que estas mujeres deberían

cubrirse la cabeza. Escribe que, si en esa cultura es vergonzoso

que una mujer tenga el cabello corto o no lleve un velo,

entonces, ella debería usar un velo y llevar el cabello largo

para dar buen testimonio.

Y después dice algo muy sorprendente, si consideramos que

proviene de un hombre que había sido rabí judío. Escribe que

cuando un hombre ora o profetiza, no debe cubrirse la cabeza.

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Entre los judíos más ortodoxos es costumbre, aún hoy, usar el

talit, una especie de chal que el hombre se coloca sobre la

cabeza al orar. Pero Pablo escribe aquí que los hombres deben

estar con la cabeza descubierta en la presencia de Dios.

Lo que Pablo dice, en realidad, es que la relación entre el

hombre y su esposa es muy similar a la relación entre Cristo y

Dios. Es obvio que Dios el Padre está sobre el Hijo, y que la

gloria del Padre es la principal preocupación del Hijo. Sin

embargo, escuchamos decir al Hijo: “Yo y el Padre uno somos”, lo

cual significa que trabajan juntos, en perfecta armonía. (Juan

10:30).

Como suelen hacerlo él y Pedro, Pablo utiliza la relación

entre Cristo y la iglesia, y la unidad de esencia existente

entre Jesús y el Padre, como modelo bíblico inspirado para el

matrimonio (1 Pedro 2:25; 3:1,7; Efesios 5:22-27). No dice que

la mujer no es nada y el hombre es todo. Dice que la mujer y el

hombre se relacionan de la misma manera en que Jesús, el Hijo,

se relaciona con Dios el Padre. El esposo está sobre la esposa

en el sentido de que tiene la responsabilidad sobre el hogar y

la familia, y la autoridad que implica tal responsabilidad.

Pero, así como el Padre estaba sobre el Hijo, pero al mismo

tiempo el Padre y el Hijo eran uno -en perfecta armonía el uno

con el otro y, en muchos sentidos, igualmente Dios- así es

posible que un hombre y su esposa estén en una relación en que

él está “sobre” y ella “debajo”, sin que esto implique falta de

absoluta igualdad.

Estudie estos primeros dieciséis versículos de 1 Corintios

11 en detalle, y creo que descubrirá que son muy profundos.

Ellos nos dicen algo acerca del rol y la función de un hombre y

una mujer devotos en un matrimonio cuyo centro es Cristo, y

también acerca del igual valor del hombre y la mujer. Además,

tratan un problema que era, básicamente, cultural, y debería

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tener una aplicación cultural. Estos problemas culturales y sus

aplicaciones culturales deben distinguirse de las enseñanzas

bíblicas que son supraculturales, como el hecho de que, para un

matrimonio cristiano, los modelos son la relación entre el Hijo

y el Padre y la relación entre Cristo y la iglesia.

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Capítulo 2

“¿La Cena del Señor o vuestra cena?”

(1 Corintios 11:17-34)

En el versículo 17 de 1 Corintios 11, Pablo comienza a

tratar un nuevo problema de la iglesia de Corinto. Al parecer,

antes de tomar la Cena del Señor, los creyentes celebraban un

“banquete de amor” para que el que llevaban comida de sus casas.

En la iglesia de Corinto, algunos de los creyentes eran

esclavos, personas muy pobres. Estos pobres no podían llevar

comida y quedaban con hambre cuando se servían los alimentos. En

lugar de poner toda la comida en una mesa común y compartirla

por partes iguales, se comía en pequeños grupos. Algunas

personas se hartaban de comida, mientras otras, en el mismo

salón, tenían hambre y observaban cómo comían sus hermanos y

hermanas. ¿Se imagina esto en una comunidad de creyentes?

También debe de haber habido mucho vino allí, y para cuando

comenzaban a celebrar verdaderamente la Cena del Señor, ¡algunos

estaban ebrios! Este es el problema que Pablo encara a partir

del versículo 17: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os

alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor.

Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que

hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo”.

Pablo nos da un fundamento fascinante para la forma en que

Dios utiliza las divisiones entre creyentes: “Porque es preciso

que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan

manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (11:19). Algo

bueno que podemos decir acerca de las divisiones entre creyentes

es que Dios las utiliza para revelar quiénes de ellos tienen su

aprobación.

Después, Pablo da una hermosa instrucción que, en la

actualidad, suele leerse cuando los creyentes celebran la Cena

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del Señor: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he

enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó

pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed;

esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en

memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber

cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre;

haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.

Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis

esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”

(23-26).

Este pasaje ofrece una solución inspirada al horrible

problema de que la Cena del Señor fuera deshonrada en la iglesia

de Corinto. El capítulo termina con las siguientes palabras de

Pablo: “Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no

os reunáis para juicio” (34).

Basándose en este versículo, muchas iglesias, en la

actualidad, creen que no es bíblico tener una cocina en sus

instalaciones o reunirse como congregación para compartir

cualquier clase de comida. Creo que se trata de una

interpretación y aplicación extremas de este versículo. El

problema no era el hecho de que comieran, sino que estaban

cometiendo el pecado de la gula, no compartían con los que no

tenían nada para comer, y se embriagaban; eso es lo que Pablo

corrige en este pasaje. No creo que Pablo prohibiera la comunión

entre creyentes que se produce al compartir una comida.

Compartir una comida es una metáfora que se utiliza con

frecuencia en la Biblia para indicar el más profundo nivel de

comunión (Apocalipsis 3:20; Lucas 14:16-24).

La Cena del Señor

¿Cuál es el significado de la Cena del Señor? En más de

veinte siglos de historia de la iglesia, los seguidores de

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Cristo no se han puesto de acuerdo en la respuesta a esta

pregunta. Algunos han respondido que cuando los creyentes se

reunen alrededor de esta mesa, el pan y el vino se convierten

realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Esto se llama

“transustanciación”. Otros dicen que el Espíritu Santo

simplemente está con el pan y el vino en forma muy especial.

Ellos lo llaman “consustanciación”. Un tercer grupo cree que la

Cena del Señor es solo una recordación simbólica del sacrificio

del cuerpo y la sangre de Jesús, ya que Él dijo: “Haced esto en

memoria de mí”. Ellos creen que la noche anterior a su muerte en

la cruz, Jesús dijo: “Esta es la forma en que yo elijo ser

recordado”.

Es interesante que esta figura simbólica de sí mismo que

Jesús dio a la iglesia para que observe hasta que Él regrese, en

cierta forma, no es hermosa. En realidad, es una figura trágica

de nuestro Señor. Es una figura de Cristo crucificado. Pero,

naturalmente, cuando comprendemos que representa el amor de Dios

que trajo salvación a este mundo, en realidad, es una figura muy

hermosa. Al tratar un problema terrible en la iglesia de

Corinto, Pablo nos da una instrucción muy importante en relación

con la Cena del Señor.

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Capítulo 3

Mirar hacia arriba, mirar hacia adentro, mirar alrededor

(1 Corintios 11:17-34)

Las instrucciones que el apóstol Pablo da a la iglesia en 1

Corintios 11 para celebrar la Cena del Señor han sido leídas en

millones de cultos de comunión. Quisiera dedicar un capítulo más

a este tema, dada su enorme importancia. Pablo continúa su

enseñanza en el versículo 27: “De manera que cualquiera que

comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente,

será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto,

pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la

copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el

cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay

muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.

Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos

juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor,

para que no seamos condenados con el mundo. Así que, hermanos

míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. Si alguno

tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para

juicio”(27-34).

Mientras continúa tratando el tema de la forma blasfema en

que se estaba celebrando la Cena del Señor en la iglesia de

Corinto, Pablo nos entrega una valiosa joya de instrucción.

Antes que nada, hace la obvia observación de que el propósito de

este sacramento, que fue instituido por el Señor Jesucristo, es

que nos reunamos y miremos hacia arriba. Este acto es llamado

“comunión” por algunos, porque su propósito es mantener nuestra

unión con Cristo.

Pablo escribe que llegar a esta mesa “indignamente” es un

pecado muy serio. En el versículo 30, escribe: “Por lo cual hay

muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”.

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Pablo, en realidad, está enseñando: “Es por eso que muchos de

ustedes están enfermos y debilitados, y muchos han muerto”.

Ante todo, debemos llegar mirando hacia arriba, creyendo en

lo que representa la Cena. Esta Cena representa el evangelio que

nos salva. También representa la unión que tenemos con el Cristo

resucitado y vivo. Así como el pan y el vino, por medio de la

digestión primero y, después, de la circulación, se convierten

en parte de cada fibra de nuestro ser físico, celebramos el

milagro de que estamos en unión con Cristo.

Después, la Cena del Señor nos pide que miremos hacia

adentro: “...pruébese cada uno a sí mismo” (28). Esto nos

recuerda una gran verdad enseñada por Jesús: que debemos

juzgarnos primero a nosotros mismos y, entonces, estaremos

capacitados para juzgar a los demás (Mateo 7:1-5). Este es un

principio muy importante para aplicar al acercarnos a la mesa

del Señor.

Hay dos lugares más adonde debemos mirar al acercarnos a la

Cena del Señor. (1) Debemos mirar hacia atrás, a la cruz de

Jesucristo y (2), hacia delante, al regreso de Jesucristo. La

cruz de Cristo es el tema central de las Escrituras. El Antiguo

Testamento habla del significado de la cruz a través de los

sacrificios de animales, y el Nuevo Testamento se vuelve para

mirar a la cruz.

Recordemos que Jesús estaba celebrando una Pascua judía con

sus apóstoles judíos cuando convirtió esa forma principal de

adoración judía tradicional (lo cual implica que no era bíblica)

en la forma central de adoración cristiana. ¡Esta es la única

instrucción que dio Jesús a sus apóstoles en cuanto a la forma

en que su iglesia debía adorarlo! La comida de la Pascua

conmemoraba la milagrosa liberación de los hijos de Israel de su

cruel esclavitud en Egipto. En esa ocasión, cada creyente había

matado un cordero y untado parte de su sangre en el dintel de la

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puerta de su casa. Cuando el ángel de la muerte de Jehová vio la

sangre allí rociada, pasó de largo aquella casa, y el

primogénito de aquella casa no sufrió la muerte (Éxodo 12:12-

13).

Cuando celebró aquella Pascua con sus discípulos, Jesús les

dijo que no volvería a comer esa comida “hasta que se cumpla”

(Lucas 22:15,16). Les estaba diciendo que, al morir en la cruz,

Él se convertía en el cumplimiento de todo lo que el cordero de

la Pascua representaba. Debemos mirar hacia atrás, a la cruz,

cuando celebramos la Cena del Señor.

Y también debemos mirar hacia delante en la Cena del Señor,

porque Jesús dijo: “Haced esto en memoria de mí, para recordarme

hasta que yo venga”. Así que, cuando nos reunimos alrededor de

la mesa del Señor, estamos mirando hacia delante, con la

esperanza de su Segunda Venida (Tito 2:13).

Finalmente, en esta instrucción correctiva sobre la

comunión, Jesús y Pablo enseñan que debemos mirar a nuestro

alrededor cuando nos acercamos a la mesa. La comunión no es solo

vertical. Es horizontal. Hay muchos lugares donde se enseña esto

en el Nuevo Testamento: “Por tanto, si traes tu ofrenda al

altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra

ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate

primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”

(Mateo 5:23-24). El apóstol Juan nos dice sin ambages, al final

del cuarto capítulo de su primera epístola, que si decimos que

amamos a Dios y no amamos a nuestro hermano, somos mentirosos,

porque la relación vertical con Dios y la relación horizontal

con nuestro hermano son inseparables.

La mesa de la comunión también nos enseña esa disciplina

espiritual, cuando Pablo nos dice que esperemos hasta que todos

estén presentes para participar. Si las cosas no andan bien en

su relación horizontal, con algún hermano o hermana, y usted

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sabe que van a celebrar la Cena del Señor el domingo, vaya y

reconcíliese con su hermano o hermana. Reconcilie la comunión en

su relación horizontal, porque sabe que va a celebrar la

relación vertical de su comunión con Cristo.

En resumen

La inspirada instrucción de Pablo en este gran pasaje que

nos muestra cómo encarar la Cena del Señor nos ordena que

miremos hacia arriba, hacia adentro, hacia atrás, hacia delante

y a nuestro alrededor cuando nos acercamos a la mesa de nuestro

Señor.

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Capítulo 4

En cuanto a las cosas espirituales

(1 Corintios 12:1-11)

En el capítulo 12, llegamos a una importante nueva división

en esta magnífica carta pastoral. Los primeros once capítulos

son la sección correctiva, y estamos entrando en los capítulos

constructivos de esta epístola.

En los primeros once capítulos, Pablo escribe soluciones

específicas para problemas específicos, al tratar los conflictos

de los que tuvo conocimiento por medio de la iglesia casera de

Cloé y de la carta que había recibido de esta iglesia. Pero

ahora, en los capítulos restantes, prescribirá soluciones

espirituales generales que pueden solucionar todos los problemas

de la iglesia corintia... y de nuestras iglesias en la

actualidad.

Los primeros tres capítulos de esta sección de soluciones

generales podrían ser titulados: “La función del Espíritu

Santo”. Pablo les dirá a los corintios (y a usted y a mí) cómo

el Espíritu Santo quiere funcionar en una iglesia.

No podemos menos que tener preguntas acerca de la situación

espiritual de estos corintios. Pablo los llama “santos”, pero

después describe todos sus problemas. Entonces los llama

“carnales” y les dice que son bebés espirituales. Cuando

llegamos al capítulo doce, recibimos el diagnóstico del apóstol

Pablo sobre la situación espiritual de los corintios: ¡los

creyentes corintios eran espiritualmente ignorantes! No

ignoraban el hecho del Espíritu Santo, pero sí la función del

Espíritu Santo en una iglesia local.

En el capítulo 13, Pablo habla de lo que en otros lugares

llama “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22,23). Hay dos obras

fundamentales del Espíritu Santo en las vidas de los creyentes.

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Una es la obra del Espíritu Santo en nosotros que Jesús llamó

“el nuevo nacimiento”. Pero, si buscamos la preposición “en” o

“sobre” al leer el Libro de los Hechos, veremos que el Espíritu

Santo también hace una obra sobre nosotros, para poder trabajar

a través de nosotros, como sus agentes.

La obra del Espíritu sobre nosotros está relacionada con el

ministerio. La evidencia o prueba de que el Espíritu Santo está

haciendo su obra en nosotros es el fruto del Espíritu. La prueba

de que el Espíritu ha venido sobre nosotros para usarnos en el

ministerio es lo que Pablo llama “los dones del Espíritu”. Los

dones del Espíritu nos equipan para varias clases de

ministerios. En el capítulo 12, Pablo nos dice cómo funciona el

Espíritu Santo en una iglesia.

Pablo comparte su segunda solución espiritual en el

capítulo 13, el famoso “capítulo del amor”. Nos dice que el amor

es la mayor evidencia de la obra del Espíritu en nosotros. La

esencia del capítulo del amor es que la obra del Espíritu sobre

nosotros nunca puede reemplazar la dinámica obra del Espíritu en

nosotros. Un principio que muchas veces se aplica en la

Escritura es: “No se trata de esto o aquello, sino de esto y

aquello”. Todos deberíamos orar para que se produzca la obra

milagrosa del Espíritu Santo en nosotros y sobre nosotros.

En el capítulo 14, Pablo va a enseñar el orden que debe

prevalecer entre nosotros cuando el Espíritu Santo está haciendo

su obra en nosotros y sobre nosotros. Estos grandes capítulos,

en los que Pablo enseña a los corintios –y a usted y a mí-

acerca de las cosas espirituales, son el corazón de esta carta.

Pablo presentará su cuarta solución espiritual en el

capítulo 15, donde escribe una obra maestra sobre la

resurrección. No solo la muerte y resurrección de Jesús, que son

el evangelio de Jesucristo que nos salva, sino nuestra propia

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resurrección, tanto en los últimos días como en el poder de la

resurrección diaria que nos da victoria sobre el pecado.

Pablo presenta una última solución espiritual en el

capítulo 16, donde da instrucciones para recoger una ofrenda

para los santos que sufrían en Jerusalén. El último capítulo de

esta carta es más que una posdata y una palabra final de saludo.

Pablo coloca deliberadamente a la mayordomía entre las cosas

espirituales que son soluciones generales para los problemas de

la iglesia.

Así que tenemos correctivos específicos para lo que Pablo

llama “carnalidades” en los primeros once capítulos de esta

carta, y soluciones espirituales generales para todos los

problemas de la iglesia de Corinto (y de nuestras iglesias en la

actualidad) en los capítulos 12 al 16.

Hay dos observaciones que deberíamos hacer en esta segunda

división de la primera carta de Pablo a los corintios. Pablo

escribe que es un error ignorar la función del Espíritu Santo.

La exclamación que escuchamos a través de todas las cartas de

Pablo es: “Lo que quiero es que no ignoren”. No olvidemos hacer

una segunda observación al final del capítulo 14, donde Pablo

escribe: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que

lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora,

ignore” (1 Corintios 14:37,38).

Pablo comparte magníficas verdades espirituales en estos

tres capítulos, y al final de ellas, básicamente, escribe: “Si

eres una persona auténticamente espiritual, reconocerás que las

verdades que he escrito aquí son mandamientos del Señor. Pero

después que he compartido todas estas verdades, si aún eres

ignorante, es porque prefieres serlo, y yo prefiero respetar tu

decisión y dejarte en tu ignorancia”.

Pablo también escribe, en estos capítulos de soluciones

espirituales generales, que es un error ignorar la función del

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Espíritu Santo. Si al estudiar estos capítulos entendemos cómo

desea funcionar el Espíritu Santo en este mundo y decidimos

ignorar la obra del Espíritu, estamos siendo desobedientes y

podríamos estar perdiendo algo en nuestro ministerio como

creyentes. Pablo también nos dirá que es un error idolatrar

algunos dones o manifestaciones del Espíritu Santo.

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Capítulo 5

Dones y ministerios

(1 Corintios 12:1-6)

Los primeros once versículos de 1 Corintios 12 nos llevan a

lo que yo considero el corazón de esta carta. Quiero, ahora,

estudiar estos versículos de a uno por vez. En el versículo 3,

el apóstol Pablo trata, obviamente, la actividad demoníaca

relacionada con la adoración de ídolos en Corinto. Las personas

que adoraban y ofrecían sacrificios a estos ídolos estaban

adorando y ofreciendo sacrificios a demonios (10:19-21; 12:2,

3).

Cuando estas personas adoraban a los ídolos, los espíritus

malignos hacían que maldijeran a Jesús. Pablo escribe: “Por

tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios

llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino

por el Espíritu Santo”.

La base doctrinal para la comunión en las iglesias eran

simplemente tres palabras: “Jesús es Señor”. Jesús dijo: “El que

no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi

discípulo”. También dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a

su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y

aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas

14:25-27).

¿Qué significaba esto para aquellos que escucharon a Jesús

decir esas palabras? Significaba que tenían que estar dispuestos

a morir por Jesús o no podrían ser discípulos de él; que

Jesucristo debía ser más importante para ellos que cualquier

posesión o persona en sus vidas, o no podrían ser sus

discípulos. Pablo enseña la misma verdad cuando escribe esta

base doctrinal para la comunión en la iglesia neotestamentaria.

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¿Cómo se ve esto plasmado en la vida de un creyente? Según

Jesús, para que una persona llegue al punto en que pueda ver el

reino de Dios y entre en una relación con Él en la que Él sea,

en verdad, su Rey, debe nacer de nuevo. Esto es lo que Jesús

dijo a Nicodemo (Juan 3:3,5). Pablo concuerda con Jesús al

escribir que, para llegar al punto en que podamos decir tanto

con nuestros labios como con nuestra vida: “Jesús es Señor”,

debemos tener una experiencia del Espíritu Santo, es decir,

debemos nacer de nuevo.

Ahora, con esta introducción, en el versículo 4, Pablo

comienza a darnos la gran enseñanza de estos tres capítulos

sobre la función del Espíritu Santo en una iglesia local. Pablo

enfatiza dos conceptos en este capítulo. Según el apóstol,

cuando el Espíritu Santo funciona adecuadamente en una iglesia,

esta se caracteriza por su diversidad y su unidad. Observemos

con cuánta frecuencia repite Pablo ambos conceptos en este

capítulo. ¿Cómo pueden coexistir en una iglesia estos dos

principios opuestos? En la inspiración del Espíritu Santo, Pablo

reune estos dos principios opuestos cuando dice que una iglesia

así funciona como un cuerpo humano. Hay gran diversidad entre un

ojo y un oído, una mano y un pie. Pero esa diversidad funciona

con una sorprendente unidad, porque todos estos miembros

diversos de un cuerpo están bajo el control de una sola cabeza.

En la última mitad del siglo XX, ha habido un avivamiento

del interés en el Espíritu Santo. Cuando interpretamos nuestras

experiencias con el Espíritu Santo, debemos tener cuidado de no

crear muchas divisiones y confusión, ya que nos sentimos

tentados a cometer errores en la forma en que caratulamos

nuestras experiencias con el Espíritu Santo. Por ejemplo,

¿alguna vez escuchó a las personas referirse a un creyente o a

un pastor o a una iglesia como “lleno -o llena- del Espíritu

Santo”? Lo que esta expresión implica es que hay dos clases de

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creyentes, pastores o iglesias. Hay creyentes, pastores e

iglesias que son llenos del Espíritu Santo y hay otros

creyentes, pastores o iglesias que nunca son llenos del Espíritu

Santo.

¿Es esto lo que la Biblia dice cuando describe a creyentes

que son llenos del Espíritu Santo? Todos los creyentes reciben

el mandato de ser llenos del Espíritu (ver Efesios 5:18). En el

idioma original se nos ordena, literalmente, “ser continuamente

llenos del Espíritu”. En griego, la instrucción está

estructurada de tal manera que, sin duda, se trata de una orden

y no una opción para un auténtico discípulo de Jesucristo.

¿Qué significa ser lleno del Espíritu Santo? En el libro de

los Hechos se nos dice que Pedro, “lleno del Espíritu”, predicó

ese gran sermón en el Día de Pentecostés. Poco después dice que

“Pedro, lleno del Espíritu” predicó y miles fueron salvos. Más

adelante, leemos: “Pedro, lleno del Espíritu”, hizo esto o hizo

aquello. Ahora, en los momentos en que la Biblia no nos dice

explícitamente que estaba lleno del Espíritu... ¿estaba Pedro

lleno del Espíritu?

El Espíritu Santo no es un líquido. El Espíritu Santo es

una Persona, y solo una de dos opciones es posible: o tenemos a

la Persona del Espíritu Santo en nuestras vidas, o no la

tenemos. La verdadera cuestión no es cuánto tenemos nosotros del

Espíritu, sino cuánto tiene el Espíritu de nosotros. Cuando el

Espíritu tiene la totalidad de nosotros, entonces somos llenos

del Espíritu.

Un creyente lleno del Espíritu es un creyente controlado

por el Espíritu. Antes de ordenarnos ser “ser continuamente

llenos” del Espíritu Santo, Pablo escribió: “No os embriaguéis

con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos

[continuamente] del Espíritu”(Efesios 5:18). Así como una

persona que está ebria está bajo la influencia o el control del

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alcohol, nosotros debemos estar bajo la influencia o el control

del Espíritu Santo.

Pablo nos dice en este capítulo que, cuando nosotros y los

miembros de nuestra iglesia seamos llenos del Espíritu Santo,

nuestra iglesia se caracterizará por una sorprendente diversidad

y unidad. Como Pablo lo expresa aquí: “Ahora bien, hay

diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo” (4). Dado que

los dones espirituales nos equipan para los ministerios

espirituales, el versículo 5 dice: “Hay diversidad de

ministerios”. Esto significa diferentes formas de servir a Dios.

Hay diversidad de dones, y a partir de estos diferentes modelos

de dones, hay diversidad de modelos de ministerios. En una

iglesia controlada por el Espíritu, los miembros de ese cuerpo

no tienen todos los mismos dones o los mismos ministerios.

A continuación, en el versículo 6, escribe: “Y hay

diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas

en todos, es el mismo”. Los dones y ministerios del Espíritu no

son dados como nosotros deseamos, sino como Él lo dispone(11).

Quizá eso es lo que quiere decir aquí, en los versículos 4, 5, y

6, cuando Pablo escribe que hay diversidad de dones, de

ministerios, y que la forma en que Dios obra a través de estos

diversos dones y ministerios no siempre es la misma. Pero

enfatiza el hecho de que es el mismo Espíritu el que está

obrando, o funcionando, en y a través de todos estos dones y

ministerios diversos. Estas manifestaciones del Espíritu son

dadas para provecho de toda la iglesia.

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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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Capítulo 6

Los dones del Espíritu Santo

(1 Corintios 12:7-11)

Este pasaje describe los diversos dones espirituales en una

iglesia local, que es el cuerpo de Cristo. Leemos: “Porque a

éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría” (8). Estoy

convencido de que esto significa el don de predicar y enseñar la

Palabra de Dios con el discernimiento para aplicarla e ilustrar

lo que la Palabra significa para nosotros.

Pablo también escribe que, en el cuerpo, Dios da “a otro,

dones de sanidades por el mismo Espíritu” (9). No pensemos

solamente en términos de sanidad física cuando leamos esto.

Recordemos que la dimensión espiritual de un ser humano es de

mayor valor que la física, porque la dimensión espiritual es

eterna, y la dimensión visible, física, de un hombre o mujer es

temporal. Por lo tanto, la sanidad espiritual, interior, es de

mayor valor aún que la sanidad física y externa.

También leemos en el versículo 10: “...a otro, profecía”.

Un profeta es una persona a través de la cual Dios habla. Estoy

persuadido de que cuando los pastores-maestros o evangelistas

predican con la unción del Espíritu sobre ellos, eso es

profecía, porque Dios habla a través de ellos.

Pablo escribe después: “...a otro, discernimiento de

espíritus” (10). Pablo señaló en los primeros versículos de este

capítulo que, antes de convertirse a Cristo, estas personas

estaban totalmente bajo el control de los espíritus malignos

asociados con la adoración de ídolos. ¿Cómo sabemos que somos

controlados por el Espíritu Santo y no por algún espíritu

maligno? La respuesta es que necesitamos la Palabra de Dios y el

don de discernimiento en el cuerpo de Cristo.

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A continuación, escribe, también en el versículo 10: “...a

otro, diversos géneros de lenguas”. ¿De qué habla Pablo?

Sabemos que en el día de Pentecostés hubo un fenómeno espiritual

milagroso en que las barreras idiomáticas fueron derribadas.

Cuando Pedro predicó su gran sermón y los apóstoles alabaron a

Dios, hablaban en una lengua determinada. Pero todos los

comprendieron, sin importar cuál fuera su lengua materna. Fue un

gran milagro. El mensaje predicado por Pedro y los apóstoles

estaba destinado a oídos de hombres. Por eso, el profeta Joel y

el autor del Libro de los Hechos lo llaman “profecía” (Joel

2:28; Hechos 2:17,18).

Diré más acerca de las lenguas cuando lleguemos al capítulo

14 de esta carta, que Pablo comienza escribiendo que la persona

que habla en lenguas no está hablándoles a los hombres, sino a

Dios. Pablo nos dice que los hombres no pueden comprenderlos

porque, en su espíritu, están hablando misterios; no idiomas,

sino misterios (14:2). Esto no es lo que sucedió en el día de

Pentecostés. Lucas, en el Libro de los Hechos, y Pablo, en esta

carta a los corintios, hablan de dos clases de lenguas

diferentes.

Lea nuevamente esta lista de dones en los versículos 7 al

10, y familiarícese con ellos. Al estudiar los dones

espirituales que se mencionan en 1 Corintios 12, debería tratar

de descubrir qué clase de don espiritual le ha dado el Espíritu

Santo a usted. Después, debería buscar formas de ejercitar los

dones que considera que Él le ha dado.

Pablo concluye su enseñanza acerca de estos dones

espirituales escribiendo: “Pero todas estas cosas las hace uno y

el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él

quiere” (11). Así obra el Espíritu Santo. Da dones como estos a

las personas que están en el cuerpo, que los equipan para

realizar sus ministerios.

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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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Capítulo 7

Cinco huellas dactilares de una iglesia sana

(1 Corintios 12:4-19)

Después de su gran pasaje sobre cómo los dones espirituales

se convierten en patrones para el ministerio, Pablo continúa con

otra parte de esta gran enseñanza. Toma los dos principios

opuestos –diversidad y unidad- y los une diciéndonos que una

iglesia funciona como un cuerpo humano.

¿Qué es una iglesia? ¿Cuál es la esencia y la función de

una iglesia? Jesús nos dice: “Yo edificaré mi iglesia, y los

poderes del infierno no podrán evitar que lo haga”. Leemos que

Él ahora anda en medio de sus iglesias (Mateo 16:18; Apocalipsis

1:12,13,20). ¿Cuáles son las evidencias de que nuestra iglesia

forma parte de la iglesia que el Cristo vivo y resucitado está

construyendo y visitando hoy?

Hay más de sesenta mil millones de dedos en este mundo, y

cada uno deja una huella dactilar única. En cualquier lugar del

mundo, los organismos encargados de hacer cumplir la ley pueden

identificarnos a usted o a mí por nuestras huellas dactilares.

¿Tiene la iglesia que Cristo está edificando “huellas

dactilares” que la identifiquen? En otras palabras, si nuestra

iglesia fuera “acusada” de ser parte de la iglesia que Cristo

está edificando, ¿habría suficientes pruebas como para

condenarnos?

En el Nuevo Testamento, he descubierto lo que, estoy

convencido, son diez “huellas dactilares” que pueden ayudar a

identificar la iglesia que Cristo está edificando y bendiciendo

con su presencia divina hoy. Estas “huellas” no solo identifican

a la iglesia que Cristo está edificando, sino que también pueden

darnos el entendimiento necesario para poder monitorear la salud

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de una iglesia.

Encuentro estas huellas en dos lugares. Las cinco primeras

se encuentran cuando se inició la iglesia, o en lo que llamamos

“la Gran Comisión” que dio nacimiento a la iglesia. Jesús ordenó

a los discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las

naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y

del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que

os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,

hasta el fin del mundo. Amén”(Mateo 28:19-20).

El libro de los Hechos es un registro de cómo los apóstoles

y discípulos de Jesús implementaron esa Gran Comisión. Su

objetivo al predicar el evangelio era hacer discípulos, a los

que debían bautizar y enseñar. Esta Comisión dice, literalmente:

“Haced discípulos: id; bautizad; enseñad”.

Así que, en el día de Pentecostés, cuando se convirtieron

tres mil judíos, los apóstoles sabían qué hacer con ellos.

Leemos que quienes se convirtieron “perseveraban en la doctrina

de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el

partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). Esto

describe el comienzo de la Iglesia de Jesucristo, y es aquí

donde encuentro las primeras cinco “huellas dactilares” de una

iglesia sana.

En la “mano derecha”, pensemos que el evangelismo es la

huella del pulgar. Los apóstoles predicaron el evangelio a las

personas y trajeron a los convertidos a la iglesia. La huella

del índice es la enseñanza. En obediencia a la Gran Comisión,

los apóstoles enseñaron a los que se convirtieron el día de

Pentecostés. La huella del dedo medio es la comunión. Los

discípulos que se convirtieron a través de la predicación de los

apóstoles no solo fueron evangelizados, sino que perseveraban en

la enseñanza y la comunión de los apóstoles. La huella del

anular es la adoración. Ellos expresaban su amor por el Cristo

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vivo y resucitado por medio del partimiento del pan con los

apóstoles. Esto significa que celebraban la Cena del Señor

juntos. Yo llamo “la huella del dedo meñique” a la oración, ya

que leemos que los nuevos discípulos perseveraban en oración con

los apóstoles.

Encuentro cinco huellas más en este duodécimo capítulo de

la primera carta de Pablo a los corintios, que, según creo, es

la mayor afirmación del Nuevo Testamento sobre cómo ha dispuesto

Cristo que una iglesia funcione en este mundo.

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Capítulo 8

Cinco huellas más de una iglesia sana

(1 Corintios 12:12-24)

En el último capítulo mencioné que las huellas dactilares

de la mano derecha de una iglesia sana son: la del pulgar, el

evangelismo; la del índice, la enseñanza; la del medio, la

comunión; la del anular, la adoración, y la del meñique, la

oración.

En este profundo capítulo, encuentro otras cinco huellas

dactilares de una iglesia sana. Según esta inspirada descripción

de cómo debe funcionar la iglesia, la huella del pulgar de la

mano izquierda es la unidad, es decir, ser uno. Cuando

escuchamos a Jesús orar cinco veces para que su iglesia sea una,

es de esperar que esta huella aparezca.

La huella del dedo índice de la mano izquierda es la

diversidad. Pablo está diciendo, básicamente, que si dos de

nosotros somos exactamente iguales, entonces uno es innecesario.

Usa una metáfora horrible para confirmar su concepto, cuando

plantea la pregunta: “Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo

haríamos para escuchar?” (17). ¿Se imagina un globo ocular de 75

kilos o una oreja de 80 kilos? La belleza de la diversidad hace

que el cuerpo humano sea atractivo, y un cuerpo humano sin

diversidad sería horrible. La unidad sin diversidad es

uniformidad. Una iglesia controlada por el Espíritu Santo tiene

unidad sin sacrificar la diversidad de dones y ministerios.

La huella del dedo medio es la pluralidad. “El cuerpo no es

un solo miembro, sino muchos” (14). Muchas iglesias tienen

pastores dotados, y eso es maravilloso. Pero cuando la iglesia

se reune, el pastor no debe ser el único que ejercite sus dones

espirituales. Eso no es pluralidad. Cada vez que se encuentran

en el Nuevo Testamento las palabras que describen a los líderes

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de la iglesia, las palabras están en plural. La iglesia no debe

funcionar como el cuerpo de una persona discapacitada. La

iglesia debe funcionar como un cuerpo sano, en el cual todos los

miembros funcionan. El cuerpo de Cristo necesita del trabajo de

todos sus miembros para funcionar como Dios lo desea.

La huella del dedo anular es la empatía, es decir, el amor

por el otro. Si un miembro sufre, todos los miembros de ese

cuerpo sufren. “Mirad cómo se aman”. Eso es lo que decían de la

primera generación de la iglesia. Que sea también lo que digan

de la verdadera iglesia del Cristo vivo hoy.

La huella del dedo meñique podría llamarse “igualdad”. Cada

miembro del cuerpo tiene igual importancia. En el oído interno

hay un pequeño hueso que controla nuestro equilibrio. No podemos

verlo y nunca pensamos en él, pero si nos fuera quitado,

caeríamos al piso y seríamos como un pez fuera del agua. En la

iglesia, hay pequeños miembros del cuerpo, como ese. Quizá no se

los vea, pero realizan una función que es parte vital de la vida

del cuerpo de creyentes. Todos esos miembros del cuerpo, estén

en el frente o entre bambalinas, son igualmente importantes para

la función del cuerpo de Cristo.

Unidad, diversidad, pluralidad, empatía e igualdad; son

otras cinco huellas dactilares de la iglesia, según esta

profunda enseñanza del apóstol Pablo en esta dinámica

descripción de la naturaleza y función de la verdadera iglesia

del Cristo resucitado y vivo.

Problemas para mantener la unidad y la diversidad

Pablo trata varios problemas al presentar y aplicar en la

práctica la diversidad y la unidad de la iglesia. El primer

problema es lo que podríamos llamar “discriminación espiritual”.

En la iglesia de Corinto había personas que habían recibido

dones del Espíritu, como el don de lenguas. Cuando recibieron

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este don de lenguas, creyeron que eran más espirituales que los

que no lo habían recibido.

Este problema de la discriminación espiritual existe en las

iglesias en la actualidad. Muchos creen que el don de lenguas es

un don que funciona como una “credencial”. Si alguien no ha

recibido ese don, los que lo tienen lo tratan como si no fuera,

siquiera, una persona espiritual. Eso es discriminación

espiritual. Si yo fuera un creyente recién convertido, podría

sentirme profundamente herido si me discriminaran porque no

tengo los mismos dones espirituales que otros. Pablo trata el

efecto de esta discriminación espiritual cuando escribe: “Si

dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso

no será del cuerpo?” (15).

El siguiente problema que encara el apóstol Pablo podría

llamarse “depreciación espiritual”. Muchos creyentes son

inseguros espiritualmente. Así que, si alguien les dice: “Tú no

tienes dones como yo, y eso significa que no eres un creyente

auténtico”, comienzan a depreciar, es decir, restar valor, a los

dones espirituales que Dios les ha dado.

En última instancia, el problema que preocupa a Pablo aquí

es el problema de la división espiritual. La secuencia es: la

discriminación espiritual lleva a la depreciación espiritual, y

esto, a su vez, puede llevar a la división del cuerpo de Cristo.

Si yo soy tratado como un ciudadano de segunda en la iglesia a

la que asisto, y hay otras iglesias a las que puedo ir, buscaré

alguna donde no sea tratado de esa forma. Ahora tenemos el

problema de la división. La discriminación espiritual,

lamentablemente, algunas veces se expresa en que los creyentes

se reunen en grupos según los dones que han recibido, excluyendo

a aquellos que no han recibido el mismo conjunto de dones

espirituales que ellos.

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Cinco veces, en su oración por la iglesia, Jesús rogó que

fuéramos uno (Juan 17). ¡Cuán trágico, pensar que los creyentes

puedan permitir que el maligno utilice la función del Espíritu

Santo, que fue dado para cultivar y mantener nuestra unidad, con

el fin de causar divisiones y fracturar la unidad por la cual Él

oró!

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Capítulo 9

El cuerpo de Cristo

(1 Corintios 12:27-31)

Al llegar al final de nuestro estudio del capítulo 12,

¿cómo podríamos resumir esta maravillosa enseñanza del apóstol

Pablo? Antes que nada, no olvidemos observar que el apóstol

Pablo señala más de una vez que Dios es quien ha armado su

cuerpo. No tenemos los dones espirituales que nosotros deseamos;

tenemos los que Él desea que tengamos. Pablo escribe: “Pero

todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo

a cada uno en particular como él quiere […] Mas ahora Dios ha

colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él

quiso” (11,18). Esto se refiere, naturalmente, al cuerpo de

Cristo, la iglesia. En otras palabras, Dios armó el cuerpo de

Dios precisamente como Él quiso, con diversidad de dones y

ministerios y unidad cuando funcionan juntos, ya que están bajo

el control de una Cabeza, el Cristo vivo y resucitado.

Observemos que el don de lenguas, aquel que aparentemente

los creyentes corintios consideraban su “credencial”, se

menciona último en el orden de preferencia (ver 12:10). Si

tuviéramos que elegir uno de los dones del Espíritu para usarlo

como “credencial”, el don de lenguas debería ser el último que

eligiéramos.

Obviamente, Dios desea que esta sagrada diversidad de dones

exista, con unidad, en el cuerpo de Cristo. Todas estas personas

diversas –que ahora lo son más, porque han recibido diversos

dones del Espíritu- pueden ejercitar sus dones espirituales y

trabajar juntos en forma sobrenatural, porque todas son

controladas por el Cristo vivo.

Pablo da prioridad a algunos ministerios y roles de

liderazgo en la iglesia al mostrarnos otra lista (28). Escribe:

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“Primeramente apóstoles”. Algunos dicen que esto significa los

doce apóstoles originales. Cuando ellos salieron de escena, fue

el fin de ese tipo de ministerio. Otros dicen que la palabra

“apóstol”, en realidad, significa ‘enviado’ o ‘misionero’. Así

que podemos aplicar este don a los misioneros o a las personas

que son llamadas a plantar una iglesia o iniciar un ministerio,

porque pueden ser consideradas dentro del don del apostolado.

Después, Pablo escribe: “...luego profetas”. Los profetas

son quienes hablan por Dios, o aquellos a través de los cuales

Dios habla cuando enseñan y predican su Palabra. Después,

escribe: “...lo tercero maestros”. La Gran Comisión señala que,

cuando se hacen discípulos, es necesario enseñarles. Por eso, es

de esperar encontrar en la iglesia personas que tienen el don de

enseñanza. Después, Pablo ubica a “los que hacen milagros,

después los que sanan”.

Después, a “los que ayudan, los que administran”. Estos

dones prácticos no han sido mencionados anteriormente. No todos

los dones espirituales son tan pastorales como el de sanar por

fe o predicar la Palabra de Dios. ¡Cuán desesperadamente las

iglesias y los ministerios creados para implementar la Gran

Comisión necesitan buenos administradores! Y aquí encontramos a

“los que ayudan”, aquellas personas que simplemente ayudan a que

las cosas se hagan. Finalmente, al final de la lista, Pablo

vuelve a mencionar el don de lenguas.

Pablo formula varias preguntas al concluir este capítulo:

“¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros?

¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan

todos lenguas? ¿interpretan todos?” (29,30). La respuesta obvia

y esperada es “No”. Si dos de nosotros somos exactamente

iguales, entonces uno de nosotros no es necesario. Si alguno de

nosotros tuviera todos los dones, no necesitaríamos a los demás

miembros del cuerpo. Pero tal como Dios lo ha dispuesto, nadie

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tiene todos los dones. Por esa razón, todos somos necesarios, y

todos nos necesitamos mutuamente. Gloria a Dios, porque nos ha

hecho únicos a todos, y eso hace que cada uno de nosotros sea

miembro necesario del cuerpo de Cristo.

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Capítulo 10

Una sinfonía de amor

(1 Corintios 13)

El capítulo trece de esta epístola es considerado el

“capítulo del amor” de la Biblia. Sin embargo, debemos darnos

cuenta de que, aun siendo un capítulo fundamental sobre el amor,

no es este el tema principal en él; el tema principal son los

dones espirituales. Antes de considerar este capítulo versículo

por versículo, nos ayudará a comprenderlo mejor estudiar el

contexto en el cual Pablo escribió estas inspiradas palabras

sobre el amor. Esta profunda declaración sobre el amor viene a

continuación de una magnífica enseñanza sobre los dones

espirituales que concluye de esta forma: “Procurad, pues, los

dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente”

(12:31).

Con estas palabras como introducción, Pablo escribe,

entonces, el gran capítulo del amor de la Biblia. La conclusión

del capítulo trece es, en realidad, el primer versículo del

capítulo catorce: “Seguid el amor; y procurad los dones

espirituales”. Al principio de este maravilloso tratado sobre el

amor, se nos dice que procuremos los mejores dones espirituales,

y las últimas palabras del capítulo son, nuevamente, que

procuremos los dones espirituales (12:31; 14:1).

En este capítulo, Pablo presenta un contraste entre el amor

y los dones espirituales que más valoraban los creyentes

corintios. Algunas veces, un joyero utiliza un terciopelo negro

para exhibir sus diamantes. De la misma manera, Pablo presenta

el tema del amor sobre el trasfondo de su argumento, de manera

que podamos tener una mejor perspectiva sobre los dones

espirituales. Lo sabemos porque nos está enseñando sobre dones

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espirituales en el capítulo doce, y regresa al tema en el

capítulo catorce.

El capítulo trece presenta la evidencia de la gran obra del

Espíritu Santo en nosotros. Este capítulo es como una “sinfonía

de amor” en tres movimientos. El primer movimiento está

compuesto por los primeros tres versículos. Yo lo llamo

“Comparación del amor”.

En estos tres versículos iniciales, el apóstol Pablo

compara al amor con cosas que eran altamente valoradas por los

corintios, como creyentes y como griegos cultos. Por ejemplo,

como creyentes, valoraban el don de lenguas y, como griegos,

valoraban la elocuencia. Por ello, comienza escribiendo: “Si yo

hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a

ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1). En otras

palabras, si hablo en lenguas, o con gran elocuencia griega,

pero sin amor, soy solamente un montón de ruido.

Después, compara el amor con el don de profecía y con

comprender todos los misterios, tener todo conocimiento y fe

suficiente como para mover montañas. Declara que, aunque

tengamos todas estas cosas, sin amor, no somos nada. Y llega a

decir que si entregara todo su dinero a los pobres y diera su

cuerpo para ser quemado como mártir, si no tiene amor, “de nada

me sirve”(3). El apóstol Pablo declara, al comparar el amor con

estas cosas que más valoraban los corintios: “Nada que yo sea,

nada que tenga ni nada que pueda hacer remplazará jamás la

importancia del amor en mi vida”.

Al segundo movimiento de esta sinfonía de amor, yo lo llamo

“Racimo de amor”(4-7). En su gran clásico devocional sobre este

capítulo, titulado The Greatest Thing in the World (La cosa más

grande del mundo), Henry Drummond escribió, acerca de estos

versículos: “El concepto del amor pasa por el prisma del

intelecto de Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, y sale al

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otro lado como un racimo de virtudes”. Él llamó a este segundo

movimiento “Análisis del amor”.

En la Biblia, hay diferentes palabras griegas que se

utilizan para referirse al amor. Eros se refiere al amor

erótico. Phileo representa una clase de amor fraternal. Pero el

concepto que pasa por el prisma del intelecto de Pablo -que está

inspirado por el Espíritu Santo- en estos cuatro versículos es

el que representa la palabra griega agape. Este amor

desinteresado solo puede ser comprendido como un racimo o

conjunto de virtudes. Pablo presenta quince virtudes en los

versículos 4 al 7 y nos dice que si tenemos este amor agape, nos

comportaremos de estas maneras.

El tercer movimiento de esta sinfonía de amor está en los

versículos 8 al 13. A este tercer movimiento lo llamo “Elogio

del amor”. En el movimiento final de esta magnífica sinfonía de

amor, Pablo nos muestra por qué cada una de las cualidades con

las que comparó al amor en el primer movimiento no puede

remplazar al amor. Este movimiento final concluye con las

palabras: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor,

estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (13). Al

presentar la comparación y el elogio del amor en este tercer

movimiento, Pablo nos muestra por qué el amor es lo más grande

del mundo.

¿Por qué la fe, la esperanza y el amor son los tres valores

eternos? La fe es un valor eterno porque la Escritura nos

informa que, sin fe, no podemos acercarnos a Dios o agradarle

(Hebreos 11:6). ¿Qué de la esperanza? La esperanza es la

convicción en los corazones de los seres humanos de que hay algo

bueno en esta vida, y de que eso bueno les sucederá a ellos.

También leemos en el libro de Hebreos: “Es, pues, la fe la

certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

En otras palabras, la fe da sustancia a nuestras esperanzas. La

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esperanza es importante porque nos lleva a la fe. Y la fe es

importante porque nos lleva a Dios.

Pablo dice aquí que el amor es más grande que la esperanza

y la fe, porque no es algo que nos lleve a algo que nos lleva a

Dios. Este amor agape que él describe aquí es Dios. (1 Juan

4:8,16). Cuando descubrimos este amor agape, hemos descubierto a

Dios. Hemos descubierto la presencia divina de Dios, porque este

amor es la esencia de su ser. Es por esto que Pablo concluye que

el amor es lo más grande del mundo.

No es de extrañarse que Pablo haya comenzado este capítulo

diciendo: “Permítanme que les muestre algo más grande que los

dones espirituales”. No es de extrañarse que nos diga que este

amor es incomparable, y lo más grande del mundo. Y podemos

comprender por qué, después de hablarnos del amor agape,

escribe: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales”.

Los dones espirituales son importantes. Debemos desearlos. Pero

hagamos del amor nuestro principal objetivo, porque Dios es

amor.

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Capítulo 11

Un racimo de virtudes

(1 Corintios 13:4-7)

En el centro del capítulo trece de 1 Corintios, debemos

examinar este “racimo de virtudes” que son la esencia del amor

que es la esencia de Dios. Pablo no puede definir al amor, ya

que no puede definir a Dios. Pero sí nos dice, aquí y en otros

lugares de sus escritos, que si el Espíritu de Dios vive en

nuestros corazones, la prueba de ese milagro serán estas quince

virtudes (Gálatas 5:22,23). Lo cual significa que en estos

versículos no solo se nos presenta un racimo de cualidades o un

análisis del amor. Si queremos saber más acerca de quién y qué

es Dios, debemos examinar estas virtudes de a una por vez,

porque no solo representan un análisis del amor, sino que son un

análisis de la esencia de Dios.

Primero, Pablo nos dice que el amor “es sufrido”. Esto se

ha traducido muchas veces como “es paciente”, pero la palabra

griega utilizada en el original indica un amor que es

misericordioso, es decir, incondicional, que no toma venganza

por sí mismo aun cuando tenga el derecho y la oportunidad de

hacerlo.

Después, leemos que el amor “es benigno”. Esta palabra

griega significa ‘el amor es fácil’: fácil de vivir con él,

fácil de acercarse a él. El amor es dulce. El amor es bueno. El

amor hace cosas buenas. Todos estos conceptos están reunidos en

la palabra griega que se traduce como “benigno”.

Pablo nos dice, después: “El amor no tiene envidia”. Otra

manera de comprender la palabra que Pablo utiliza nos sugiere un

compromiso desinteresado para con el bienestar del otro. En

otras palabras, un altruismo santificado. No solo nos

preocupamos por el bienestar de la persona que amamos, sino que

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nos comprometemos, desinteresada y deliberadamente, con su

bienestar.

La próxima cualidad es: “...no es jactancioso”. Esto

significa que no es presumido. No es fanfarrón. La persona que

tiene esta cualidad no tiene necesidad de impresionar a los

demás.

Después, Pablo dice: “...no se envanece”. El amor no es

engreído, orgulloso ni arrogante. En otras palabras, el amor es

humilde.

A continuación, escribe: “...no hace nada indebido”. El

amor tiene buenos modales, un comportamiento cortés y amable,

porque está centrado en los demás. Y después: “...no se irrita”.

Esto significa que no se altera fácilmente. Buenas traducciones

de esta característica serían “no se pone nervioso” o “no es

quisquilloso”, ya que reflejan esta cualidad. Entre estas dos

cualidades, Pablo nos dice que el amor “no busca lo suyo”. Si

tenemos esta cualidad del amor en nuestro corazón, no seremos

egocéntricos ni egoístas. No estaremos buscando hacer nuestra

voluntad. El amor no es quisquilloso y se comporta cortésmente

porque no busca hacer las cosas a su manera.

Las próximas cuatro virtudes también están agrupadas:

“...no guarda rencor”, en el original griego, significa que una

persona que tiene esta clase de amor no guarda un registro de

los errores y los fracasos de la persona amada. Tiene lo que

podría llamarse una “memoria santificada”. En realidad, Pablo

escribe que esta cualidad del amor “no se goza de la injusticia,

mas se goza de la verdad”. Estas dos virtudes implican algo así

como esto: No nos alegramos cuando la persona que es objeto de

nuestro amor falla. No queremos que falle, y nos lamentamos

cuando esto sucede. Gozarse de la verdad significa alegrarse

cuando la verdad prevalece en la vida del ser amado.

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Cuando Pablo escribe: “Todo lo sufre”, en realidad, no es

esta la mejor traducción, ya que la expresión griega, en

realidad, sugiere algo así como: “El amor todo lo cubre”.

Queremos que el ser amado tenga éxito espiritual, y cuando

fracasa, no se lo contamos a los demás. Cuando la persona amada

nos cuenta sus fracasos, los guardamos en secreto.

“Todo lo cree” significa que el amor cree lo mejor acerca

de la persona amada. El amor tiene la fe para ver y creer en el

potencial del ser amado. “Todo lo espera” significa que el amor

espera gozosamente el cumplimiento de lo que ve y cree acerca

del ser amado. Cuando Pablo escribe: “Todo lo soporta”, quiere

decir que el amor persevera mientras espera el cumplimiento de

lo que cree y espera ver en la vida del ser amado.

Después de presentar estas quince virtudes, Pablo escribe:

“El amor nunca deja de ser”(8). La palabra griega, aquí, sugiere

que la persona que ama tiene confianza para esperar, creer y

soportar porque sabe que este amor no viene de sí. Este amor

viene de Dios, y este conjunto de virtudes es una expresión del

milagro de que Dios vive en ella y se expresa a través de ella.

Dado que Dios es amor, y estas virtudes revelan el amor que es

Dios, este amor nunca deja de ser, porque Dios nunca deja de

ser. Nosotros dejamos de acercarnos a Dios y de apropiarnos de

Él; dejamos de amar, y el objeto de nuestro amor no siempre

recibe este tipo de amor de nosotros; pero este amor que Dios

tiene por nosotros y, a través de nosotros, por otros, nunca

deja de ser.

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Capítulo 12

Amor excéntrico

(1 Corintios 13:4-7)

Este gran capítulo de la Biblia nos dice que el amor es

incomparable porque Dios es amor, y la cualidad del amor que se

compara, se reune y se elogia en este capítulo es Dios. Es

debido a que esta cualidad del amor es Dios que el amor es

incomparable e irreemplazable.

Estas quince virtudes no agotan la lista de cualidades que

expresan el amor agape. Son simplemente algunos ejemplos de

virtudes espirituales que surgen en la vida de una persona que

está llena del Espíritu de Aquel que, en su esencia, es amor.

Cuando examinamos las quince virtudes que definen y expresan el

amor que es Dios, hay un sentido en que podríamos decir que ese

amor es “excéntrico” porque es “descéntrico”.

Los corintios acusaban al Apóstol Pablo de ser excéntrico,

es decir, “estar descentrado”. Todos tenemos un centro alrededor

del cual gira nuestra vida. Para la mayoría de las personas,

este centro es su yo, o sus logros egoístas. Los corintios

reconocían la obvia realidad de que Pablo no tenía en su vida el

mismo centro que tenían ellos. Pablo estaba de acuerdo con

ellos. (2 Corintios 5:13).

Los ingenieros aeroespaciales nos han regalado una nueva

palabra: “descéntrico”. Cuando un satélite está en una órbita

irregular y tiene problemas de funcionamiento, se lo llama

“descéntrico”, porque el centro de su órbita ha cambiado. Cuando

estudiamos las quince virtudes que expresan el amor agape, esta

es una buena palabra para describir algo que todas ellas tienen

en común. Si tenemos este amor en nuestra vida, porque el

Espíritu Santo vive en nosotros, en cierto sentido, somos

excéntricos, porque somos descéntricos. La gente de este mundo

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Fascículo No. 19: 1 Corintios (Parte 2)

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nos considerará excéntricos, porque tenemos un centro diferente

en nuestra vida. Seremos descéntricos porque el centro de

nuestra vida cambió cuando el Cristo vivo y resucitado

estableció su residencia en nuestro corazón.

Otra observación acerca de este racimo de virtudes es que

ellas se expresan externamente porque primero se experimentan

internamente. Son la expresión exterior de una realidad

interior. Por ejemplo, podemos decir que este amor es

externamente indestructible porque, internamente, es

incondicional. Cuando amamos a alguien con amor agape, por la

gracia de Dios, podemos decir: “Mi amor por ti no está basado en

tu comportamiento. Mi amor por ti es incondicional. Nada que

hagas o digas puede hacer que yo deje de amarte. Este amor es

resistente. Este amor puede aceptar cualquier cosa que tú digas

o hagas, porque te amo con el amor de Dios”.

Gran parte de lo que hoy se considera amor es condicional,

porque el amor humano generalmente está basado en el

comportamiento. Muchos niños son amados en forma condicional.

Los padres les dicen a sus hijos, ya sea en forma explícita o

implícita: “Si obtienes buenas calificaciones y no nos causas

problemas, es posible que te amemos”. Eso hace que el niño se

sienta muy inseguro, porque aunque haga las cosas bien esta

semana, ¿cómo sabrá si podrá mantener el mismo nivel de logros

la semana próxima?

Si una mujer cree que es amada por su esposo solo por su

comportamiento en el área sexual, quizá piense: “¿Qué sucederá

si enfermo? ¿Si quedo embarazada? ¿Qué sucederá si no puedo

seguir funcionando de la misma manera? ¿Seguirá amándome?”.

Si un hombre cree que es amado por su esposa simplemente

porque es buen proveedor, puede llegar a pensar: “¿Qué pasará si

pierdo mi trabajo? ¿Qué pasará si enfermo y ya no puedo sostener

a mi familia? ¿Seguirá amándome mi esposa?”.

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Finalmente, este amor es, externamente, imposible, a menos

que internamente sea espiritual y sea un milagro. No podemos

amar a las personas de esta manera con nuestras propias fuerzas.

Es solo gracias a que Dios es la fuente maravillosa de este amor

en el interior, que tenemos la capacidad de expresarlo.

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Capítulo 13

La solución que nunca falla

(1 Corintios 13)

Al leer esta primera carta de Pablo a los corintios, no

olvide observar que este capítulo del amor puede ser una

solución espiritual general para todos los problemas de esa

iglesia que él ha tratado hasta ahora. Por ejemplo, el primer

problema que trató fue el de las divisiones en la iglesia. ¿Cuál

era, en realidad, la causa básica de esa división? Orgullo,

arrogancia, personas egoístas y egocéntricas eran el motivo

principal de esa división. Aunque les había dado una solución

específica para ese problema en los primeros cuatro capítulos de

su carta, cuando enseña que el amor es humilde y se concentra en

los demás, el apóstol está dándole a esta iglesia una solución

general a su problema de divisiones.

En el capítulo cinco, Pablo trató el tema del hermano que

estaba teniendo relaciones con su madrastra. Observemos que en

el centro de la inspirada solución de Pablo a ese problema está

el amor por Cristo, el amor por su iglesia, y el amor por el

hermano caído. Toda disciplina de la iglesia, en la Biblia, está

basada en el principio de amar, reconciliar y restaurar a

nuestro hermano.

En el capítulo seis, nos dice que los corintios se

iniciaban juicios unos a otros, y Pablo, al dar la base de su

solución específica, pregunta: “¿Por qué no sufrís más bien el

agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?” (7).

¿Saben? El amor no busca su propia ventaja en forma egoísta. No

busca que las cosas se hagan a su manera. Así que el amor agape

sería una solución general para el problema de los juicios de

unos contra otros en los tribunales de Corinto.

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Ciertamente, el espíritu de la enseñanza específica sobre

el matrimonio, en el capítulo siete, es el amor agape. ¿Cuál es

la causa específica de la mayoría de los problemas en los

matrimonios cristianos? El egoísmo. ¿Cuál es la solución general

para el egoísmo? El amor agape, que tan elocuentemente se

presenta en el capítulo trece.

Al hablar del problema de comer carne ofrecida a los

ídolos, Pablo escribe: “El conocimiento envanece, pero el amor

edifica” (8:1). La solución específica que Pablo prescribe no es

que está bien o mal comer esa carne. El tema era: ¿Cuánto amas a

tu hermano que cree que está mal hacerlo? Jesucristo amó a ese

hermano más débil al punto de morir por él. ¿Lo amas tú lo

suficiente como para renunciar a un plato de carne?

En los capítulos que hablan de los dones y ministerios del

Espíritu a través de su iglesia, Pablo enfatiza una y otra vez

el principio del amor al dar sus soluciones específicas en el

capítulo doce. Los dones espirituales y los ministerios no son

dados para nuestra propia edificación, sino para la edificación

de nuestro hermano. Son dados para el bien de todos los demás

miembros del cuerpo. En el capítulo catorce se menciona más de

cuarenta veces el concepto de que debemos edificar a los demás

miembros del cuerpo. Todo ese capítulo trata, en realidad, sobre

el amor centrado en los demás, dedicado al servicio.

Aun cuando leemos la aplicación del capítulo de la

resurrección (15), encontramos amor. Cuando comprendemos el

evangelio de la muerte y la resurrección de Jesucristo que nos

ha salvado, la aplicación es que siempre debemos abundar en la

obra del Señor para que otros experimenten esa salvación. Y el

amor es, obviamente, el espíritu de la colecta para los santos

que sufrían en Jerusalén, en el capítulo 16, que es, además, un

hermoso ejemplo de la solución general, que se encuentra en el

amor agape del capítulo trece.

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A lo largo de toda esta carta a los corintios, tenemos

soluciones específicas a problemas específicos. Cuando Pablo

concluye sus correctivos específicos para las carnalidades de la

iglesia de Corinto, comenzando el capítulo doce con las

palabras: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones

espirituales”, está presentando soluciones generales,

espirituales, para sus problemas. Junto con la función del

Espíritu Santo, el orden que llevará a la edificación de todos

en la iglesia, y la mayordomía, el amor agape es su prioridad y

su solución general para todos los problemas de la iglesia de

Corinto. Así que este gran capítulo del amor es el corazón de la

carta a los corintios. La solución general a todos los problemas

de la iglesia de Corinto se encuentra en este maravilloso

capítulo.

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Capítulo 14

La edificación de la iglesia

(1 Corintios 14:1-5)

En el capítulo catorce, Pablo trata nuevamente el tema del

don de lenguas. Cuando consideramos este tema en el libro de los

Hechos y en esta epístola de Pablo, debemos llegar a la

conclusión que di en mi comentario sobre la forma en que Pablo

menciona a las lenguas en el capítulo doce de esta carta. Las

lenguas que se hablaron en Pentecostés no son las mismas a las

que Pablo se refiere en esta carta a los corintios. Las lenguas

que se hablaron en Pentecostés fueron llamadas profecía, porque

un profeta es aquel que habla por Dios a los hombres, y esas

lenguas estaban dirigidas a los oídos de los hombres (Joel 2:28;

Hechos 2:17,18).

Pablo comienza su enseñanza sobre el don de lenguas en este

capítulo diciéndonos que el que habla en lenguas no habla a los

hombres, sino a Dios. Las lenguas que se mencionan diecisiete

veces en este capítulo están dirigidas a los oídos de Dios, no

de los hombres.

“Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres,

sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu

habla misterios”(2).

Las Escrituras dicen que Dios nos ha dado la música para

que, cuando estamos en su presencia en adoración y tenemos la

necesidad intensa de expresar lo inexpresable, podamos

expresarle, a través de la música, eso que de otra manera sería

inexpresable. Por eso el pueblo de Dios siempre ha sido un

pueblo musical. David nos exhorta a venir ante su presencia con

cánticos (Salmos 100:2). David tenía cuatro mil sacerdotes que

no hacían más que alabar a Dios con los instrumentos que él

mismo había hecho para la adoración (1 Crónicas 23:5).

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Viendo la forma en que concluye el capítulo doce, es obvio

que no todos tienen el don de lenguas, ni todos deberían esperar

tenerlo. Este don no tendría que ser considerado como una “carta

de presentación”, en el sentido de que quien lo tiene es un

auténtico espiritual y quienes no lo han recibido no son tan

espirituales. Si alguno de los dones que Pablo menciona en el

capítulo doce pudiera ser considerado una buena “carta de

presentación”, sería el don de profecía. Después de decirnos que

quien habla en lenguas le habla a Dios, Pablo escribe: “Pero el

que profetiza habla a los hombres” y hay tres resultados de

esto: “...para edificación, exhortación y consolación”. Un

profeta es alguien a través de quien Dios habla su palabra a su

pueblo para edificarlo. Dado que el objetivo de todos estos

dones espirituales es que todas las cosas sean para la

edificación de la iglesia (26), quien tiene el don de profecía

es mayor que el que habla en lenguas.

En el versículo cuatro, Pablo señala claramente que cuando

una persona habla en una lengua desconocida, se está edificando

a sí mismo. Pero la persona que profetiza, la persona a través

de la cual Dios habla su Palabra, está edificando a la iglesia.

Por eso es que escribe, a continuación: “Así que, quisiera que

todos vosotros... profetizaseis; porque mayor es el que

profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las

interprete para que la iglesia reciba edificación”.

Una vez más, observemos que el énfasis está puesto en que

el propósito de todos los dones espirituales es que la iglesia

sea edificada. Así que, según la inspirada enseñanza de Pablo,

si se habla en lenguas en la iglesia, o en la congregación, debe

haber un intérprete. Todo lo que suceda en la congregación debe

beneficiar a todos sus integrantes.

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Capítulo 15

Decentemente y con orden

(1 Corintios 14:6-22)

El apóstol Pablo manifiesta con vehemencia su oposición al

ejercicio del don de lenguas cuando la iglesia está reunida. Con

renuencia, marca ciertas pautas para el ejercicio de este don

cuando todo el cuerpo está reunido: No debe manifestarse más de

dos o tres veces en una reunión; debe ser de a una persona por

vez; y siempre debe haber interpretación. La interpretación es

imperativa, ya que todos los que asisten a la reunión deben ser

edificados. Las lenguas, sin interpretación, edificarían

únicamente a la persona que las habla. Eso es inaceptable para

el apóstol.

Veamos que, en el versículo 6, Pablo escribe: ”Hermanos, si

yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si

no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o

con doctrina?”. En otras palabras, debe haber una proclamación,

una predicación o una enseñanza de lo que la Palabra de Dios

dice y significa, para que yo pueda edificar al hermano.

Y concluye en el versículo 9: “Así también vosotros, si por

la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se

entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire”. En otro

pasaje, Pablo escribe: “Así que, teniendo tal esperanza, usamos

de mucha franqueza” (¡Debemos usar palabras fáciles de

entender!). (2 Corintios 3:12).

Con relación al don de lenguas, Pablo continúa: “Tantas

clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de

ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las

palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla

será como extranjero para mí” (10,11). (Si no se comprende el

idioma, ¿cómo habrá edificación?).

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“Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales,

procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia. Por lo

cual, el que habla en lengua extraña, pida en oración poder

interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi

espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues?

Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento;

cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el

entendimiento” (12-15).

Pablo está enseñando que, aun cuando estemos solos en

nuestro lugar privado de oración, si experimentamos este

fenómeno, debemos orar pidiendo interpretación, para ser más

edificados aún. Pero luego vuelve al tema del contexto de la

congregación, en los versículos 18 y 19: “Doy gracias a Dios que

hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia

prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para

enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua

desconocida”.

Lo que está enfatizando continuamente es que, en la

congregación, toda la iglesia debe ser edificada por todo lo que

sucede cuando la congregación está reunida. Lo resume diciendo,

en el versículo 20: “Hermanos, no seáis niños en el modo de

pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de

pensar”. En otras palabras: “¡Maduren!”. Esto significa que es

mejor ser un poco ingenuos, como niños, por nuestra inocencia y

pureza, que ser cínicos. Pero, fundamentalmente, está diciendo:

“Crezcan en su entendimiento”.

Pablo llamó a estos corintios “niños” en el capítulo tres.

En el tercer movimiento de su sinfonía del amor, en el capítulo

trece, les enseñó con el ejemplo que debían dejar de lado su

forma infantil de actuar. Ahora, aquí, por tercera vez, les dice

a estos corintios que son como niños, espiritualmente e

intelectualmente.

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Las mujeres y el hablar en la iglesia

En los versículos finales de este capítulo, hay un pasaje

muy controvertido que prohíbe a las mujeres hablar en la

iglesia. Pablo llega al punto de decir que es vergonzoso que las

mujeres hablen en la iglesia. Una perspectiva cultural adecuada

nos ayudará a comprender estos difíciles versículos.

Se cree que, en las iglesias caseras de Corinto, se seguía

la costumbre de sentar a los hombres y las mujeres en lados

opuestos de un cuarto. Dado que, en las culturas de esa época,

las mujeres tenían muy poca educación, aparentemente no lograban

comprender la enseñanza y se ponían a charlar entre ellas.

También les preguntaban a sus esposos qué significaba la

enseñanza que estaban recibiendo. Esto, sin duda, distraía mucho

a los demás, ya que para hablar con sus esposos debían gritar al

otro lado del cuarto. Esto explica la instrucción de que debían

esperar a estar en sus casas para preguntar a sus esposos.

En el capítulo once, Pablo da instrucciones acerca de las

mujeres que oran y profetizan en la iglesia. Esto significa,

naturalmente, que él no prohibía estrictamente que las mujeres

hablaran en la congregación. Lo que Pablo considera “indecoroso”

es la charla ociosa y las preguntas que formulaban a sus esposos

al otro lado del cuarto.

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Capítulo 16

Hágase todo para edificación

(1 Corintios 14:26-36)

En estos once versículos, Pablo resume lo que ha enseñado

en este capítulo catorce. Aunque ha tratado el tema de las

lenguas en profundidad, y menciona las lenguas diecisiete veces,

como he observado, el verdadero tema de este capítulo se

menciona más de cuarenta veces. Este tema es que, cuando la

iglesia se reune, todo debe ser hecho para la edificación de

toda la congregación.

Este resumen de su enseñanza es, también, una completa

instrucción sobre cómo deben adorar los creyentes cuando la

iglesia se reune. Si usted viviera en una cultura donde hay

muchas iglesias y asistiera a una iglesia diferente cada domingo

durante doce semanas, quedaría impresionado por el hecho de que

esas iglesias tienen formas muy diferentes de adorar. Supongamos

que usted abriera su Nuevo Testamento, preguntándose: “¿Cuál de

estas iglesias adora a Dios y a Cristo de la manera correcta?”.

Descubrirá que la única instrucción que Jesús dio a su iglesia

con respecto a las formas de adoración fue cuando instituyó lo

que llamamos “la comunión” o “la Cena del Señor”. El pasaje que

menciono al comienzo de este capítulo de mi comentario es la

instrucción más precisa que encontramos en el Nuevo Testamento

sobre cómo debe adorar la iglesia.

Para resumir este resumen, observemos algunos principios

que Pablo comparte en los versículos 26 al 36. Primero, deben

participar todos los presentes. Cuando nos reunimos, cada uno de

nosotros debe tener algo para compartir: un salmo, una

enseñanza, una revelación, una lengua o una interpretación (26).

Después escribe que el profeta, es decir, según entiendo, el

predicador o maestro de la Palabra, no debe ser uno solo, sino

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dos o tres (29). Mientras estos dos o tres profetas se turnan

para compartir la Palabra, si algo es revelado a otra persona,

el que está hablando debe callar para permitir que los demás

compartan (30). La idea es que si todos llegan con algo para

compartir, y todos tienen oportunidad de hablar por turno, todos

serán instruidos, consolados, exhortados y edificados.

Pablo describe algo similar a lo que se considera el método

más efectivo para enseñar una clase universitaria en la

actualidad. Esto se llama “seminario” y se hace énfasis en esta

forma de enseñanza en los cursos de posgrado, o en universidades

pequeñas y de gran sofisticación intelectual, donde las clases

son reducidas y los estudiantes, especialmente dotados. El

profesor es, fundamentalmente, una persona a la que se puede

recurrir en caso necesario, y los estudiantes se turnan para

presentar, comentar y defender delante de la clase un ensayo que

han escrito. Esto se considera la forma más efectiva para que

los estudiantes aprendan, porque hay discusión e interacción. En

principio, esto es precisamente lo que Pablo prescribió dos mil

años atrás, cuando escribió estos once versículos.

¿Qué hacen, en la actualidad, nuestras iglesias, cuando se

reunen? ¿Tienen todos algo para compartir? Si usted pertenece a

una iglesia donde se aplican estos principios, quizá en el

contexto de un grupo pequeño, toda la semana estará inmerso en

la Palabra. Estará buscando un Salmo, una enseñanza, algo que el

Señor le haya revelado personalmente, sabiendo que, cuando el

cuerpo se reuna, usted tendrá oportunidad de compartirlo. Pero

si nunca se le da esa oportunidad, probablemente no va a buscar

nada para compartir. Para que este orden de culto funcione,

todos deben llevar algo cuando se reunen, y todos deben tener

oportunidad de compartir lo que han traído. En este orden de

culto de la iglesia, cada persona tiene oportunidad de ejercitar

su don, y esos dones crecen y florecen.

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Una instrucción similar para la adoración se presenta en el

libro de Hebreos (10:21-25).

Ambos pasajes que nos dicen cómo deberíamos adorar

comparten un principio común. Ese principio es que, cuando nos

reunimos con otros creyentes, nuestro objetivo debe ser

considerarnos unos a otros, ver cómo podemos edificar y bendecir

a los demás creyentes que se reunen con nosotros.

¿Me permite hacerle una pregunta personal? ¿Por qué va

usted a la iglesia? Muchos creyentes asisten solamente por lo

que pueden recibir del culto. Observe que estos dos pasajes

indican que aquello que la mayoría de los creyentes quiere

recibir cuando va a la iglesia, deberían recibirlo del Señor

antes de reunirse con la congregación. Cuando participan de la

experiencia de adoración, su objetivo debería ser:

“Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las

buenas obras”.

Aunque muchos consideran que el capítulo catorce de 1

Corintios es “el capítulo de las lenguas” del Nuevo Testamento,

su verdadero énfasis se encuentra en estas palabras de Pablo:

“Hágase todo para edificación”.

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Capítulo 17

¿Qué es el evangelio?

(1 Corintios 15:1-4)

Supongamos que yo le diera a usted papel y lápiz y le

pidiera que escriba su respuesta a esta pregunta: “¿Qué es el

evangelio?”. Imagine que yo le pidiera que acompañe su respuesta

a mi pregunta con citas bíblicas. ¿Cómo respondería usted a mi

pregunta?

Jesús encomendó a sus apóstoles y discípulos que declararan

su evangelio a toda criatura en toda nación de la tierra (Marcos

16:15). Si tomamos en serio esta Gran Comisión, debemos comenzar

a obedecer este mandado dado a la iglesia asegurándonos de saber

precisamente qué es el evangelio.

Según el apóstol Pablo, el evangelio consiste en dos hechos

acerca de Jesucristo. Pablo escribe: “Además os declaro,

hermanos, el evangelio que os he predicado [...] Porque

primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo

murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue

sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las

Escrituras” (1 Corintios 15:1,3,4). Esa es la respuesta

correcta a la pregunta: “¿Qué es el evangelio?”. Pablo comenzó

esta carta diciéndoles a los corintios que, cuando llegó a su

ciudad, estaba decidido a no saber nada entre ellos, sino a

Jesucristo, y a Él crucificado (2:1,2). Y concluye su carta

recordándoles que él predicaba a Cristo crucificado y

resucitado.

¿Ha descubierto usted que para los autores de los cuatro

evangelios, la celebración de la resurrección es mucho más

importante que la Navidad? Cuando el apóstol Juan escribió su

evangelio, dedicó aproximadamente la mitad de sus veintiún

capítulos a los treinta y tres años que Jesús vivió en la

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tierra, y la otra mitad del evangelio a la última semana de vida

de Jesús. De los ochenta y nueve capítulos que suman los cuatro

evangelios, cuatro hablan del nacimiento y los primeros treinta

años que vivió Jesús, y veintisiete hablan de la última semana

que vivió Jesús. ¿Por qué la última semana de la vida de Jesús

es tan importante, y por qué la Pascua es mucho más importante

que la Navidad para quienes escribieron estas inspiradas

biografías de Jesús?

La respuesta obvia a estas preguntas es que, durante esa

semana, Jesús murió y fue resucitado de los muertos para nuestra

salvación. Una respuesta no tan obvia es que, durante esa

semana, Jesucristo demostró la vida eterna, que es el marco o la

perspectiva a través de la cual todos los que creemos el

evangelio deberíamos ver la vida y la muerte, y establecer

nuestras prioridades para vivir en este mundo.

En el capítulo quince de 1 Corintios, después de establecer

claramente que el evangelio es la muerte y resurrección de

Jesucristo, Pablo se concentra, como un rayo láser, en ese

segundo hecho del evangelio: la resurrección de Jesucristo. Y

escribe cincuenta y ocho inspirados versículos, demostrando, en

forma devocional y práctica, lo que la resurrección de

Jesucristo debería significar para usted y para mí. En este gran

capítulo del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo descorre el velo

de la tumba y nos muestra que hay vida después de la muerte,

vida más allá de la tumba.

Todos los domingos, cuando los seguidores de Jesucristo se

reunen para adorarlo, están celebrando el segundo hecho del

evangelio: que Jesucristo se levantó de los muertos. ¿Alguna vez

se preguntó usted por qué los apóstoles, que eran todos judíos,

cambiaron su día de la adoración del día de reposo, el sábado -

séptimo día- al primer día de la semana? Si lee con atención,

descubrirá que ellos nunca llaman “día de reposo” al domingo. El

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primer día de la semana es llamado “el día del Señor” por los

apóstoles, porque ese fue el día en que Jesús resucitó de los

muertos. Cada domingo que la iglesia se reune para adorar es una

celebración de la resurrección de Jesucristo, porque en el

primer día de la semana, Jesús declaró y demostró el absoluto

valor eterno de la resurrección y la vida eterna.

En la obra maestra de Pablo sobre la resurrección, el

énfasis de su mensaje está en que la resurrección de Jesucristo

es una profecía, una prueba, un prototipo y una vista previa del

maravilloso milagro de que, en la segunda venida de Jesucristo,

habrá una resurrección sobrenatural de todos los creyentes,

tanto vivos como muertos. Según Pablo, ese gran milagro ha sido

predicho, proclamado y probado más allá de toda duda por la

resurrección de Jesucristo.

Jesucristo murió y resucitó de los muertos para nuestra

salvación. La buena noticia (el evangelio) es que, cuando Jesús

murió en la cruz, Dios cargó sobre su único y amado Hijo todo el

castigo que nosotros, los seres humanos rebeldes, merecíamos

justamente por nuestros pecados. De esta manera, Dios ejerció y

satisfizo su perfecta justicia. Dios, también, expresó su

perfecto amor cuando Jesús murió en la cruz. El amado apóstol

Juan señala a la cruz y dice: “En esto consiste el amor: no en

que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a

nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados

[...] y no solamente por los nuestros, sino también por los de

todo el mundo” (1 Juan 4:10; 2:2).

Cuando usted pone su fe en la muerte de Cristo por usted y

confía personalmente en Él para que sea su Salvador, ha entrado

a la salvación por la cual Jesucristo murió y resucitó (Isaías

53; 2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:24).

La palabra griega que se traduce como “confesar” está

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compuesta por las palabras griegas ‘lo mismo’ y ‘hablar’.

Confesar significa, literalmente, ‘hablar lo mismo’, es decir,

estar de acuerdo con Dios. Ese es el sentido en el que se nos

exhorta, en el Nuevo Testamento, a confesar a Jesucristo (1 Juan

4:1-6). Mientras reflexiona sobre el significado de la muerte y

la resurrección de Jesucristo, lo desafío a “hablar lo mismo” y

estar de acuerdo con Dios acerca del significado de la muerte de

Jesucristo.

El profeta Isaías nos muestra cómo confesar que Jesucristo

murió por nuestros pecados. Isaías escribió: “Todos nosotros nos

descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas

Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).

La palabra “todos” aparece al principio y al final de este

versículo. La primera vez, se refiere a la mala noticia de que

cada uno de nosotros se ha descarriado y apartado por su propio

camino. Cuando usted reflexiona sobre ese primer “todos” de este

versículo, ¿cree que lo incluye a usted?

Cuando aparece en el final de este versículo, “todos” se

refiere a la buena noticia de que Dios cargó en Jesucristo todos

los pecados o iniquidades de todos nosotros. ¿Cree que este

“todos” lo incluye a usted? Cuando, por fe, usted se incluye en

los dos “todos” de este versículo de Isaías, está confesando el

valor eterno de que Jesucristo murió por sus pecados.

El capítulo de la resurrección de la Biblia

El capítulo quince de 1 Corintios trata íntegramente acerca

de la resurrección. En este capítulo, Pablo nos muestra que la

resurrección –no solo la resurrección de Jesucristo, sino

también la resurrección de los creyentes muertos- es un aspecto

muy importante del evangelio que él predicó cuando llegó a

Corinto. Por eso comienza este capítulo diciendo: “Además os

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declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual

también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual

asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois

salvos, si no creísteis en vano” (1, 2).

Pablo pasa entonces a concentrarse en el evangelio que

había predicado: “Porque primeramente os he enseñado lo que

asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme

a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer

día, conforme a las Escrituras” (3, 4).

El evangelio consta, en realidad, de dos hechos: la muerte

de Jesucristo y la resurrección de Jesucristo. Muchas personas

creen que el evangelio consta de un solo hecho: el hecho de que

Cristo murió por nuestros pecados. La muerte de Jesucristo,

cuando ponemos nuestra fe en ella, significa perdón; pero la

resurrección de Jesucristo, cuando ponemos nuestra fe en ese

segundo gran hecho del evangelio, significa comunión con el

Cristo que puede, verdaderamente, darnos la gracia de ser y

hacer todas las cosas que Él nos llama a ser y hacer. Estos dos

hechos componen el evangelio.

Ahora Pablo ocupa cincuenta y ocho versículos para hablar

sobre ese segundo hecho: la resurrección de Jesucristo. Esto es

así, probablemente, porque, en la carta que los corintios le

escribieron a él, tenían preguntas y dudas acerca de la

resurrección. Puede ser que todo el concepto de la resurrección

fuera un problema intelectual para estos filosóficos e

intelectualmente sofisticados griegos.

Este capítulo trata, principalmente, sobre la resurrección,

pero comienza con una declaración clara y precisa de qué es el

evangelio. ¿Comprende usted lo que es el evangelio? Tal vez no

sea un seguidor de Cristo porque nunca ha escuchado

verdaderamente el evangelio usted mismo. Los primeros cuatro

versículos de este capítulo dan a cualquier persona una

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declaración precisa de lo que es, verdaderamente, el evangelio,

que significa ‘buenas noticias’. Jesucristo murió en la cruz no

solo por los pecados del mundo, sino por los pecados de usted y

los míos.

Al pensar en la posibilidad de creer en Jesús, quizá usted

piense que nunca podría vivir como los seguidores de Cristo han

sido llamados e instruidos para vivir. Bueno... tiene toda la

razón. No podrá vivir de esa manera sin el dinámico poder del

Cristo vivo y resucitado en su vida. Por eso necesita comprender

que el segundo hecho del evangelio es la resurrección de

Jesucristo. Eso significa que Él está vivo, que es real, y que

usted puede tener una relación con Él que le dará la gracia de

vivir como debe vivir un discípulo de Jesucristo.

Si usted nunca ha puesto su fe en Jesucristo, ¿quiere creer

en el evangelio ahora? Si lo hace, conocerá la salvación. Una

vez que experimente esa salvación, acompáñeme al resto de este

magnífico capítulo y vea lo que la buena noticia de la

resurrección puede significar para usted, tanto ahora como

cuando deba enfrentar la innegable realidad de su muerte.

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Capítulo 19

Fe en los hechos

(1 Corintios 15:1-10)

Al estudiar el “capítulo de la resurrección” del Nuevo

Testamento, es importante que comprendamos que Jesucristo no es

solo una figura histórica. No es un profeta muerto, ni un

maestro muerto, ni un líder muerto. Al estudiar la persona de

Cristo en las Escrituras, descubrimos que Él es el Verbo hecho

carne, Dios en forma humana. Cuando Él muere en la cruz, muere

por los pecados del mundo en general y por nuestros pecados en

particular. Cuando ponemos nuestra fe en esa obra completa de

Cristo por nosotros en la cruz, el resultado es nuestra

salvación personal.

Pero Jesucristo también resucitó de los muertos. Cuando

estaba en el aposento alto, antes de ser traicionado por Judas,

Jesús dijo a los discípulos que iba a comenzar un nuevo orden de

cosas. Después de su muerte y resurrección, Él iba a estar en

este mundo de tal manera que a ellos les sería posible tener una

relación con Él aún más íntima que la que habían tenido mientras

estuvo con ellos en un cuerpo físico. Hace ya dos mil años que

ese orden diferente está en vigencia. Cuando usted pone su fe

personal en el hecho de la resurrección, el resultado puede ser

una comunión íntima con Jesús.

Uno de los mejores argumentos a favor de la realidad de la

resurrección de Jesucristo es la vida y el ministerio del

apóstol Pablo. ¿Qué convirtió a Saulo de Tarso, aquel que odiaba

con tal fuerza a Cristo, en el gran apóstol de Jesucristo? Fue

la resurrección de Jesús.

No podemos explicar la vida del apóstol Pablo sin recurrir

a la palabra “experiencia”. Él tuvo, al menos, tres experiencias

fundamentales. Tuvo una experiencia en el camino a Damasco, pero

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también tuvo una experiencia en el desierto de Arabia. Y

sostiene que fue en el desierto de Arabia, durante tres años,

que el Cristo resucitado le enseñó todas las cosas que comparte

con nosotros en sus obras maestras teológicas (Gálatas 1:11 -

2:10). También tuvo una experiencia celestial (2 Corintios 12:1-

4). En este “capítulo de la resurrección”, Pablo sostiene que lo

que cambió por completo el curso de su vida fue su encuentro con

el Cristo resucitado. Escribe: “...y al último de todos, como a

un abortivo, me apareció a mí”(8).

Después, nos presenta una tremenda declaración sobre sí

mismo: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no

soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia

de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia

no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que

todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (9,

10).

Muchos piensan que Pablo, aquí, se comporta como un

egocéntrico. Pero, si hacemos un estudio serio de todos sus

escritos, veremos que no lo es. No pasemos por alto esta

importante aclaración: “Pero no yo, sino la gracia de Dios

conmigo”. Pablo reconoce que no fue él quien hizo todas esas

cosas. Lo que dice no es jactancia, sino un hecho real. Hizo su

trabajo en forma más efectiva que todos los otros apóstoles

juntos... por la gracia de Dios que le fue dada.

El énfasis de Pablo, aquí, está centrado en el resultado de

toda su labor apostólica: “Porque o sea yo o sean ellos, así

predicamos, y así habéis creído” (11).

La resurrección aplicada

Comenzando con el versículo 12, Pablo retoma el hecho: Si

la resurrección de Jesucristo es cierta, entonces, la

resurrección de los seguidores de Cristo que han muerto también

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es cierta. El resto del capítulo no se concentra tanto en la

resurrección de Jesucristo como en la resurrección de todos los

creyentes.

Los corintios no solo dudaban de la resurrección de Jesús,

sino que dudaban, principalmente, de la enseñanza de Pablo de

que los creyentes, un día, serán resucitados de los muertos.

Durante el resto del capítulo, por lo tanto, Pablo relaciona la

resurrección de Jesús con la resurrección de todos los

seguidores de Cristo.

Lea con atención los primeros once versículos como

introducción a este capítulo sobre la resurrección. A medida que

lee, observe que Pablo se concentra en la resurrección de Cristo

como parte del evangelio, por un lado, y como transición para

pasar al tema de nuestra propia resurrección, por el otro. Este

capítulo debería significar mucho para nosotros cuando

enfrentamos la realidad de nuestra propia muerte o la de un ser

amado.

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Capítulo 20

Los cuatro vencedores

(1 Corintios 15:12-22)

A partir del versículo 12, Pablo nos dice que la

resurrección del creyente está vitalmente unida a la

resurrección de Jesús. Si tenemos fe para creer en el milagro de

la resurrección de Cristo, deberíamos, también, tener fe para

creer que es posible que un día nosotros seremos resucitados de

los muertos. Pero si Cristo no resucitó de los muertos,

entonces, no hay resurrección de los muertos para nadie. Trate

siempre de seguir la lógica del apóstol Pablo, que escribe:

“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo

dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?

Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo

resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra

predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos

testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él

resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos

no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo

resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis

en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo

perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos

los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (12-19).

¿Ha seguido el hilo del inspirado argumento de Pablo? Estas

dos resurrecciones están vitalmente conectadas. La resurrección

de Jesús es la prueba de que es posible la resurrección del

creyente. El milagro de nuestra propia resurrección nos llevará

a la dimensión eterna.

A continuación, Pablo se introduce en una enseñanza que

encuentro fascinante. Escribe: “Porque por cuanto la muerte

entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de

Formatted

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los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en

Cristo todos serán vivificados” (21-22).

Pablo escribe una versión ampliada de esta misma verdad en

un pasaje a los romanos que podríamos llamar “Los cuatro

vencedores” (Romanos 5:12-21). Y presenta cuatro cosas que

vencen. Primero, dice, estaba el Rey Pecado. El pecado entró en

este mundo y abundó hasta conquistarlo. Entonces, el pecado

reinó en este mundo.

Pablo nos dice que la Reina Muerte llegó justo después del

Rey Pecado. Cuando la muerte entró en este mundo como

consecuencia del pecado, abundó hasta conquistar a toda la

humanidad. La palabra “muerte”, aquí, se usa con relación tanto

a la muerte literal y física como a la espiritual, como por

ejemplo en “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Tarde

o temprano, la muerte nos vence a cada uno de nosotros, y la

única razón por la que nos vence es que el pecado nos ha vencido

a todos. A los primeros dos reyes que Pablo presenta en estas

profundas palabras a los romanos, los llamaremos “la mala

noticia”.

Pero, después, nos muestra la buena noticia. También

escribe que el Rey Jesús entró en este mundo y abundó en él

hasta conquistarlo para reinar, haciendo posible que nosotros

reinemos en la vida a través de nuestra relación con Él. Así que

el tercer rey es Jesús, y el cuarto rey es, potencialmente, el

Rey Yo y el Rey Usted. Podemos entrar a la vida, y abundar en la

vida abundante en Cristo (Juan 10:10). Podemos reinar en la vida

a través de Jesucristo, y ser más que vencedores por medio de Él

(Romanos 5:17; 8:37). Todo esto es una versión ampliada de lo

que Pablo escribe aquí, en forma abreviada, en los versículos 21

y 22.

Estas dos palabras: “en Cristo”, son de las más bellas del

Nuevo Testamento. Pablo usa estas dos palabras, “en Cristo”,

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noventa y siete veces en sus escritos. ¿Qué significa estar en

Cristo? Estar en Cristo es algo más que estar en la iglesia. Es,

incluso, más que estar en el ministerio. Estar en Cristo es

estar ubicados en una Persona, relacionados con una Persona como

la rama está relacionada con la vid. Jesucristo está plenamente

vivo en el planeta Tierra, como resultado de su resurrección.

Podemos habitar en el Cristo vivo y resucitado como las ramas en

la Vid (Juan 15:1-16).

En sus escritos, el apóstol Pablo nos dice que él está

continuamente en Cristo. Todo lo que hace, lo hace en Cristo,

por Cristo y para Cristo. Cristo se ha convertido en el centro

de su vida. Es esto lo que quiere decir cuando escribe: “En

Cristo todos serán vivificados”. No experimentamos la vida real

hasta que estamos en Cristo.

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Capítulo 21

El cuerpo espiritual

(1 Corintios 15:23-46)

En estos versículos, Pablo nos dice que hay un orden en la

resurrección. “Cada uno en su debido orden”, escribe. Si usted

ha estudiado la segunda venida de Jesucristo, sabe que, cuando

Cristo venga, llamará fuera de este mundo a los que son de Él.

Leemos que “los muertos en Cristo resucitarán primero” (1

Tesalonicenses 4:16). Los creyentes que estén vivos cuando

Cristo venga serán radicalmente cambiados para ser preparados

para la eternidad. Estudiaremos esto un poco más adelante. Pero

aquí, en el versículo 24, Pablo escribe: “Luego el fin, cuando

entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo

dominio, toda autoridad y potencia”.

En el versículo 30, Pablo plantea la pregunta: “¿Y por qué

nosotros peligramos a toda hora? Os aseguro, hermanos, por la

gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que

cada día muero. Si como hombre batallé en Efeso contra fieras,

¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y

bebamos, porque mañana moriremos”. En cierto modo, es la

continuación de lo que dijo en el versículo 19: “Si en esta vida

solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de

conmiseración de todos los hombres”.

En el versículo 33 reprende a los corintios citando un

proverbio griego: “No erréis; las malas conversaciones corrompen

las buenas costumbres”. Aquí sugiere que los creyentes corintios

se habían corrompido por la influencia de los valores de la

cultura griega corintia que los rodeaba. En el versículo 34,

escribe: “Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no

conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo”.

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Pablo quiere sacudir a los creyentes corintios de modo que

regresen a los valores de un seguidor de Cristo y vuelvan a

apreciar la vital importancia de la resurrección dentro de sus

valores. Aquí se concentra en los valores eternos del creyente.

Básicamente, está diciendo: “Ustedes han permitido que su

carácter se corrompa a causa de la cultura de la cual son parte

y, por eso, hay personas en la ciudad de Corinto que no tienen

conocimiento de Dios. ¡Deberían avergonzarse!”.

Creo que son palabras tremendas que deberían sacudirnos a

todos, hacernos tomar conciencia y desafiarnos para que

recuperemos los valores propios de personas que creen el

evangelio. Pablo escribió a los romanos que, si deseamos

descubrir y hacer la voluntad de Dios para nuestra vida, una de

las cosas que debemos hacer es no conformarnos a este mundo (ver

Romanos 12:1,2). Jesús enseñó que debemos ser la luz del mundo y

la sal de la tierra (Mateo 5:13-16). Estas dos metáforas

significan que debemos hacer impacto en nuestra cultura,

revolucionarla, no dejar que ella haga impacto en nosotros.

Pablo enseña la misma verdad en estos versículos.

En el versículo 35 comienza a entrar en lo que yo considero

que es el corazón de este gran “capítulo de la resurrección”.

Ahora responde dos preguntas que formulaban los corintios:

“¿Cómo resucitan los muertos?” y “¿Qué clase de cuerpo

tendrán?”. Son dos preguntas muy obvias para cualquiera que esté

realmente pensando en el tema de la resurrección de los

creyentes. ¿Cómo sucede? ¿Y qué clase de cuerpo tendrán los que

resucitan?

Para responder estas preguntas sobre la resurrección, Pablo

utiliza la ilustración de una semilla plantada en la tierra. Es

una bella ilustración de lo que yo llamo “la lógica inspirada”

del apóstol. Verán: Los creyentes corintios, como buenos griegos

intelectuales que eran, decían: “No creemos en la resurrección

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porque no la comprendemos”. Creo que Pablo razona de esta

manera: “Escuchen. Ustedes creen muchas cosas que no comprenden.

Ponen una semilla en la tierra, y cuando esa semilla muere y

deja de ser semilla, Dios le da un cuerpo nuevo, que puede ser

el cuerpo de un bello lirio. Aunque no comprendan ese milagro,

ustedes creen en él”.

En esos días, muchas personas tenían huertas donde

cosechaban suficientes vegetales como para alimentar a sus

familias. Realizaban importantes inversiones en esas huertas,

porque creían que las semillas que plantaban producirían

vegetales. Por eso Jesús y los escritores y profetas del Antiguo

Testamento utilizaban con tanta frecuencia la metáfora de

plantar y cosechar. Pablo razona, aquí, que ellos demuestran,

con sus huertas, que creen en el milagro de plantar y cosechar,

aunque no entienden realmente cómo una semilla se convierte en

una flor o un vegetal.

Pablo presenta el razonamiento de que un cuerpo humano es

como esa semilla. El cuerpo, según esta inspirada analogía, no

es enterrado, sino plantado. Y concluye: “Así también es la

resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción,

resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en

gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra

cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal,

y hay cuerpo espiritual” (42-44).

He aquí una bella descripción de lo que es la resurrección.

La Biblia enseña que el hombre está compuesto por, al menos, dos

partes. Tiene una parte física: la parte material, tangible, que

podemos ver; y una parte espiritual, la parte que no se puede

ver. La parte física del hombre, cuando muere, se corrompe, y es

plantada en la tierra como corrupción. Pero de la misma manera

en que una semilla deja de ser una semilla para producir un

lirio, nuestro cuerpo corruptible debe pasar por el milagro que

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lo transformará en incorruptible, a fin de estar preparado para

la eternidad. Cuando el cuerpo es plantado, es deshonroso; pero

será resucitado en gloria. El cuerpo es el epítome absoluto de

la debilidad cuando muere, así que es plantado en debilidad.

Pero cuando sea resucitado, será resucitado en poder.

Ahora se adentra en una gran enseñanza. “Se siembra cuerpo

animal, resucitará cuerpo espiritual” (44). ¿Un cuerpo

espiritual? Pero ¿qué es un cuerpo espiritual? Creo que Juan nos

dice que la naturaleza de nuestro cuerpo resucitado aún no ha

sido dada a conocer, ya que escribe: “Aún no se ha manifestado

lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,

seremos semejantes a él, porque [entonces] le veremos tal como

él es [ahora]” (1 Juan 3: 2).

¿Será nuestro cuerpo resucitado exactamente igual al cuerpo

resucitado de Jesús? En el primer capítulo de su primera carta,

Juan destaca la verdad de que él vio y tocó el cuerpo resucitado

de Cristo cuando se levantó de los muertos. Sin embargo, cuando

llega a su tercer capítulo, escribe que aún no se ha revelado

cómo serán nuestros cuerpos resucitados.

Pero, en este gran capítulo sobre la resurrección, tenemos

la clara enseñanza de Pablo: Hay un cuerpo natural, y hay un

cuerpo espiritual. Y continúa diciendo: “Mas lo espiritual no es

primero, sino lo animal; luego lo espiritual” (15:46).

Mientras continúa estudiando este capítulo, reflexione

brevemente sobre esto: ¿Qué quiere decir Pablo cuando escribe

que tenemos un cuerpo natural y que, a través del milagro de la

resurrección, Dios nos dará un cuerpo espiritual?

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Capítulo 22

Victoria sobre la muerte

(1 Corintios 15:46-58)

Los corintios tenían dos preguntas sobre la resurrección de

los creyentes. Las dos preguntas eran: “¿Cómo serán resucitados

los muertos?” y “¿Qué clase de cuerpo tendrán?”. Pablo responde:

“Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está

escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el

postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es

primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es

de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es

del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual

el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos

traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del

celestial” (44-49).

Pablo está diciendo que somos hechos para vivir en dos

mundos, no solo uno. Recibimos un cuerpo espiritual para poder

vivir en la Tierra. En el corazón de este capítulo sobre la

resurrección, Pablo nos dice que también fuimos diseñados por

nuestro Creador para vivir en el cielo. Nuestro Dios nos dará un

día un cuerpo espiritual que nos permitirá vivir en el cielo por

toda la eternidad.

Para vivir en esta segunda dimensión, la celestial, debemos

experimentar el milagro de la muerte y la resurrección. Nos

dice, aquí, que deben lograrse dos cosas a través del milagro de

nuestra muerte y resurrección. Nuestro cuerpo corruptible debe

experimentar un milagro que lo haga incorruptible. Y nuestro

espíritu mortal debe experimentar un milagro que lo haga

inmortal. Cuando nuestro cuerpo haya sido hecho incorruptible y

nuestro espíritu haya sido hecho inmortal por el milagro de la

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resurrección, estaremos preparados para vivir en el cielo con

Dios y Cristo para siempre.

La vida en dos dimensiones

¿Alguna vez observó a una libélula volando, usando sus

magníficas alas dobles para trasladarse de una flor a otra?

Algunas veces se mantiene como un helicóptero, quieta, como

suspendida en el espacio. Una libélula puede estar todo un día

suspendida en el aire de esa manera. Estas sorprendentes

criaturas son una verdadera maravilla de la aerodinámica, con

esos dos pares de alas que pueden mantenerlas perpetuamente en

el aire.

La libélula pasa de uno a cuatro de sus primeros años de

existencia en el fondo del agua. Durante los primeros años de su

vida, si uno llevara una muestra de una libélula a un

laboratorio para realizar un estudio científico, descubriría que

esta criatura subacuática está equipada con dos sistemas

respiratorios. La libélula que vive bajo el agua tiene un

sistema respiratorio que le permite incorporar agua a través de

su largo y delgado cuerpo, y obtener de esa agua el oxígeno,

como hacen muchas criaturas acuáticas. Sin embargo, también

descubriría que esta fascinante criatura tiene un segundo

sistema respiratorio que, un día, le permitirá respirar aire,

cuando entre a la segunda dimensión de su vida.

Cuando la primera existencia de la libélula, la

subacuática, se ha cumplido, este insecto sube a la superficie

del agua, sale a la tierra, seca sus alas al sol, extiende esos

dos magníficos pares de alas y comienza, gloriosamente, la

segunda dimensión de su existencia. Obviamente, la libélula ha

sido diseñada por Dios para vivir su existencia en dos

dimensiones.

En este magnífico capítulo sobre la resurrección, Pablo nos

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dice que tenemos eso en común con la libélula. Según Pablo,

nosotros también fuimos diseñados por Dios para existir en dos

dimensiones. Dios nos da un cuerpo terrenal para vivir nuestra

vida en la tierra, y nos dará un cuerpo celestial que nos

permitirá vivir para siempre en la segunda y eterna dimensión de

nuestra existencia en el cielo, que ha sido providencialmente

planeada.

Hablando en sentido figurado, si realizáramos un estudio de

laboratorio sobre un creyente nacido de nuevo, descubriríamos

que él, como la libélula, está equipado con dos sistemas

vitales. Todo creyente auténtico está equipado con un cuerpo

terrenal, o sistema vital, que le permite vivir en la primera

dimensión de su vida. También descubriríamos que todo creyente

verdadero está equipado con lo que Pablo llama “la nueva

creación” o “el hombre interior”. Según Pablo, esta milagrosa

obra de la creación del Espíritu Santo, como el segundo sistema

respiratorio de la libélula, es un anticipo del cuerpo

espiritual que Dios dará a todos los creyentes y que les

permitirá vivir eternamente en el cielo.

En la segunda dimensión de su vida, la libélula es una

maravilla de la aerodinámica. Cuando los creyentes seamos

resucitados sobrenaturalmente, cuando Dios nos dé a usted y a mí

cuerpos espirituales que nos permitirán vivir la segunda y

eterna dimensión de nuestra vida, ¡imagine cómo seremos!

Cerca del final del Nuevo Testamento, en la Primera

Epístola del Apóstol Juan, este anciano líder de la iglesia

neotestamentaria reflexiona sobre quiénes y qué somos, como

creyentes, y quiénes y qué vamos a ser. Nos dice que lo que

seremos aún no ha sido revelado, pero será más maravilloso que

cualquier cosa que podamos imaginar, porque, en el cielo,

¡seremos exactamente como el Cristo vivo y resucitado es ahora!

(1 Juan 3: 1, 2).

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En el versículo 50, Pablo llega a esta emocionante

conclusión de su gran capítulo sobre la resurrección. Escribe:

“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden

heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la

incorrupción”. Esta es una declaración muy profunda. ¿Cómo es la

dimensión celestial? Pablo nos dice que no tendremos cuerpos

físicos allí, porque el reino de Dios es incorruptible, y

nuestros cuerpos físicos son corruptibles.

Pablo continúa en los versículos 51 y 52: “He aquí, os digo

un misterio: No todos dormiremos”, lo cual significa que no

todos morirán, porque habrá personas vivas cuando Cristo

regrese. “Pero”, continúa, “todos seremos transformados, en un

momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;

porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados

incorruptibles, y nosotros seremos transformados”.

Esto nos da, nuevamente, cierta enseñanza sobre las cosas

futuras. El apóstol Pablo nos enseñó lo que llamamos “el

arrebatamiento de la iglesia”. Pablo escribió que Jesucristo

vendrá y se llevará a su iglesia fuera de este mundo. Cuando eso

suceda, los muertos en Cristo resucitarán (1 Tesalonicenses

4:13-18).

Ahora, cuando escribe: “En un momento, en un abrir y cerrar

de ojos”, está enseñando que, si estamos vivos cuando Cristo

venga, seremos totalmente transformados en un instante para

estar preparados para el cielo. Las palabras griegas utilizadas

aquí significan, literalmente, ‘en un átomo’. Esto quiere decir,

ni más ni menos, la medida de tiempo más pequeña posible. Una

aplicación moderna podría ser que seremos atomizados.

El punto es que necesitamos ser totalmente cambiados por la

muerte y la resurrección, ya que la carne y la sangre no pueden

entrar al reino de Dios. Sencillamente, no podemos llevar

nuestro cuerpo corruptible a un cielo incorruptible. Como Pablo

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dice, elocuentemente, en el versículo 53: “Porque es necesario

que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se

vista de inmortalidad”.

Pablo llega a esta conclusión en el versículo 54: “Y cuando

esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal

se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra

que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”. En otras

palabras, el milagro de la resurrección se ha producido, y la

muerte ha sido vencida. La palabra “resurrección” significa,

literalmente, ‘victoria sobre la muerte’.

Nadie que realmente comprenda el evangelio y lo crea por

experiencia debe temer a la muerte. A través de este cambio

completo que experimentaremos cuando el Señor regrese,

venceremos el problema de la muerte. La resurrección quitará el

aguijón a la muerte. Así que, para nosotros, el sepulcro es una

victoria. Nuestra muerte literal, y nuestra resurrección

literal, quitarán el aguijón al pecado y el poder a la ley que

nos condena.

No es de extrañarse que Pablo exclame: “Gracias sean dadas

a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor

Jesucristo” (57). Y, como siempre, hay una conclusión en la

inspirada lógica de Pablo que debemos guardar en nuestra mente y

nuestro corazón. Dado que todas estas cosas son ciertas, Pablo

escribe: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y

constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que

vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (58).

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Capítulo 23

En cuanto a la ofrenda

(1 Corintios 16)

Después de elevarnos hasta las alturas de los cielos en el

capítulo sobre la resurrección, Pablo nos trae de regreso a la

tierra con la forma en que comienza el último capítulo de esta

epístola pastoral y eminentemente práctica: “En cuanto a la

ofrenda...” Al concentrarnos en los detalles de esta ofrenda en

particular, descubrimos un episodio muy interesante en la vida y

el ministerio del apóstol Pablo. A Pablo le resultaba difícil

ser aceptado por los judíos convertidos al cristianismo en

Jerusalén. Esto se debía, posiblemente, a que él había

perseguido con terrible hostilidad a estos creyentes mesiánicos

antes de convertirse, en el camino a Damasco (Hechos 8:1-3; 9:1,

2).

Me resulta conmovedor que aquel que una vez había odiado

tan intensamente a Cristo y había matado a sus seguidores ahora

recogiera una ofrenda para los creyentes judíos que antes había

perseguido y que ahora sufrían en Jerusalén y Judea, debido a

una gran hambruna. La dinámica más poderosa, que ha hecho

siempre de la iglesia una fuerza potente en este mundo, es la

gracia de Dios que cambia las vidas.

Al prescribir ciertas instrucciones muy prácticas con

relación a esta ofrenda, Pablo nos da principios muy importantes

sobre la mayordomía. Estos principios son profundamente

ampliados en la secuela de esta carta (2 Corintios, capítulos 8

y 9). La instrucción que escribe en este capítulo dice: “Cada

primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo,

según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no

se recojan entonces ofrendas” (16:2).

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Hay dos cosas para destacar en este versículo. Una es que

menciona el primer día de la semana. ¿No es interesante que para

esta época, “el día del Señor”, como los apóstoles siempre lo

llamaban, no sea el séptimo día de la semana, sino el primero?

Hay muchas pruebas de la resurrección de Jesucristo. Una de

ellas es que la iglesia de Jesucristo eligió el primer día de la

semana para que fuera su día de adoración, porque era el día en

que el Señor resucitó de los muertos. Por tanto, es

significativo que Pablo escriba que “cada primer día de la

semana” cada uno de los creyentes debiera poner aparte algún

dinero para esta ofrenda.

Y después nos da este principio: “...según haya

prosperado”. ¿Sobre qué base debemos determinar cuánto debemos

dar al Señor? En el Antiguo Testamento, la norma era el diezmo,

es decir, la primera décima parte de los ingresos de una

persona. Dios dio al pueblo de Israel el diezmo como norma de

medida, para demostrarles a ellos si Él era el primero en sus

vidas. (Dios siempre supo cuál era la medida de su entrega a

Él). Además, tenían instrucciones de dar ofrendas aparte del

diezmo. También hacían sacrificios, los que David definió cuando

dijo que no ofrecería a Dios un sacrificio que no le costara

nada (2 Samuel 24:24).

Pero cuando entramos en el Nuevo Testamento, el tema es la

mayordomía. La mayordomía eclipsa todas las demás normas, ya que

es el reconocimiento de que todo lo que poseemos ya le pertenece

a Dios. Como mayordomos de lo que es de Él, lo fundamental de la

mayordomía es ser fieles en la forma en que administramos sus

recursos. El criterio para dar en el Nuevo Testamento es “según

haya prosperado”. En su próxima carta a estos corintios, Pablo

enseñará que la mayordomía no está basada en lo que no tenemos,

sino en lo que tenemos.

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Y entonces vemos el principio de integridad en la forma en

que deben administrar lo dado aquellos que tenían la

responsabilidad de entregar esta ofrenda a los santos que

sufrían en Jerusalén. Pablo ordena que se designen hombres que

acompañen la ofrenda (3). Aquí vemos el principio de la

rendición de cuentas. En el cuerpo de Cristo, la falta de

rendición de cuentas puede llegar a ser trágica. Hay ministerios

que han recibido millones de dólares por los que no se han

rendido cuentas. Eso no debería suceder en el cuerpo de Cristo.

Cuando Pablo recoge esta ofrenda, observemos con cuánto cuidado

insiste en que se informe acerca de su uso.

En los dos capítulos de 2 Corintios que he mencionado,

Pablo presenta como modelo para los corintios las normas para

dar que seguían los filipenses (2 Corintios 8,9). La iglesia de

Filipos era la favorita de Pablo y era la que siempre lo apoyaba

económicamente. Eran espiritualmente maduros en cuanto a los

principios de la mayordomía, a tal punto que Pablo les permitía

colaborar fundamentalmente y en forma continua con él, como

sostén principal de su ministerio.

En el último capítulo de esta carta, Pablo escribe: “Si

llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad,

porque él hace la obra del Señor así como yo. Por tanto, nadie le

tenga en poco, sino encaminadle en paz, para que venga a mí,

porque le espero con los hermanos” (10-11).

Timoteo es un personaje muy interesante. Aparentemente era

un joven tímido, apocado, extremadamente sensible. Cuando Pablo

quería comunicar una gran verdad, generalmente le gustaba

transmitir esa verdad mostrándola a través de una persona y,

muchas veces, esa persona era Timoteo. Cuando Pablo quiso

mostrarle a su iglesia favorita, la de Filipos, cómo vivir una

vida semejante a la de Cristo, envió a Timoteo a vivir con

ellos. Les escribió: “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a

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Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de

vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan

sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo

suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:19-21).

En el versículo 13, comienza su exhortación final. “Velad,

estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. Todas

vuestras cosas sean hechas con amor”. Muchas veces, Pablo

finaliza sus cartas con tales exhortaciones. Después transmite

los saludos de personas como la casa de Estéfanas, y menciona a

otras personas que son conocidas para él. La mayoría de las

cartas de Pablo terminan con este tipo de saludos.

Observe en los últimos versículos: “Las iglesias de Asia os

saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa,

os saludan mucho en el Señor” (19). La iglesia de Corinto se

reunía en las casas de personas como Cloé, y Priscila y Aquila.

“Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros

con ósculo santo. Yo, Pablo, os escribo esta salutación de mi

propia mano. El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El

Señor viene. La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros. Mi

amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros. Amén” (20-24).

El saludo de Pablo en todas sus cartas era: “La gracia del

Señor Jesucristo sea con vosotros”. Pablo creía que si tenemos

la gracia del Señor Jesucristo en nuestra vida, tenemos el

favor, la bendición y el poder de Dios obrando en ella. Sin la

gracia de Dios, la vida que él vivía, ejemplificaba y prescribía

era imposible. Así que no había nada que pudiera desear para las

personas que fuera más grande que la gracia del Señor

Jesucristo.

Cuando Pablo cierra de esta manera sus cartas, está

diciendo: “Por la gracia de Dios, yo puedo vivir esta vida para

la cual he sido salvado y a la que he sido llamado. Y ustedes

también pueden... por la gracia de nuestro Señor Jesucristo”.

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Pablo comenzó esta carta llamando a los corintios “santos” y

diciéndoles que habían sido llamados a ser santos. También les

dijo que Dios era fiel y que les daría todo lo necesario para

cumplir los propósitos a los que los había llamado. Así que

concluye su carta de la misma manera que la comenzó (1:1-3,9).

Espero que este estudio de 1 Corintios le haya ayudado a

crecer en la gracia del Señor Jesucristo en su vida. Su gracia

es el poder que usted y yo debemos tener para vivir la vida para

la cual hemos sido salvados, y a la que hemos sido llamados por

Dios y Jesucristo, como santos que viven en un mundo lleno de

pecado.