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Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO NÚMERO 27 EL EVANGELIO DE JUAN (Quinta parte) VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 14 al 16) Capítulo 1 Preguntas y respuestas (Juan 13:33 - 14:14) Al comienzo de cada fascículo de este profundo estudio de Juan, explico que mi propósito es brindar un comentario a quienes han escuchado los ciento treinta programas radiales del Instituto Bíblico del Aire que componen un estudio del Evangelio de Juan versículo por versículo. Para tener continuidad en el estudio, usted debería leer los cuatro primeros fascículos de esta serie antes de leer este, que es el quinto de estos breves comentarios. Esto se aplica especialmente al fascículo que usted va a leer ahora, dado que el contexto que ayuda a comprender lo que vamos a leer se explica en el fascículo 26, que precede a este. Si usted desea realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de Juan, pero no cuenta con los primeros cuatro fascículos de esta serie, comuníquese con nosotros, y se los enviaremos. Como explico en el fascículo 26, en medio del capítulo 12, Juan inicia una nueva división de este Evangelio. Aproximadamente, la primera mitad de su Evangelio registra el ministerio que Jesús realizó predicando, enseñando, sanando y entrenando a sus apóstoles, que continuarán todo lo que Él ha comenzado durante sus tres años de ministerio público. Ahora, comienza la segunda parte de su Evangelio dedicando cuatro capítulos al recuerdo que él tiene del

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Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO NÚMERO 27

EL EVANGELIO DE JUAN

(Quinta parte)

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Capítulos 14 al 16)

Capítulo 1

Preguntas y respuestas

(Juan 13:33 - 14:14)

Al comienzo de cada fascículo de este profundo estudio de

Juan, explico que mi propósito es brindar un comentario a quienes

han escuchado los ciento treinta programas radiales del Instituto

Bíblico del Aire que componen un estudio del Evangelio de Juan

versículo por versículo. Para tener continuidad en el estudio, usted

debería leer los cuatro primeros fascículos de esta serie antes de leer

este, que es el quinto de estos breves comentarios.

Esto se aplica especialmente al fascículo que usted va a leer

ahora, dado que el contexto que ayuda a comprender lo que vamos a

leer se explica en el fascículo 26, que precede a este. Si usted desea

realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de Juan, pero no

cuenta con los primeros cuatro fascículos de esta serie, comuníquese

con nosotros, y se los enviaremos.

Como explico en el fascículo 26, en medio del capítulo 12,

Juan inicia una nueva división de este Evangelio. Aproximadamente,

la primera mitad de su Evangelio registra el ministerio que Jesús

realizó predicando, enseñando, sanando y entrenando a sus apóstoles,

que continuarán todo lo que Él ha comenzado durante sus tres años

de ministerio público. Ahora, comienza la segunda parte de su

Evangelio dedicando cuatro capítulos al recuerdo que él tiene del

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discurso de Jesús más extenso que haya sido registrado en los cuatro

Evangelios, llamado “el Discurso del Aposento Alto” (Juan 13-16).

Los rabíes de la antigüedad solían utilizar el método de

preguntas y respuestas cuando enseñaban. De hecho, generalmente

contestaban una pregunta con otra pregunta. Cuando se le preguntó al

rabí Hillel: “¿Por qué ustedes, los rabíes, siempre responden una

pregunta con otra pregunta?”, su respuesta fue: “¿Por qué no?”.

Como este Evangelio pone de relieve, Jesús era mucho más que un

rabí. Pero, como Maestro perfecto que era, usó el método de las

preguntas y respuestas cuando enseñaba. Él, deliberadamente,

provocó preguntas en los corazones y las mentes de esos apóstoles a

los que dirigió este discurso.

Jesús pronunció su discurso más extenso de los que han sido

registrados al reunirse con sus discípulos por última vez antes de su

muerte. Dado que todas sus enseñanzas fueron dadas en el entorno de

un retiro, yo llamo a esta enseñanza “el último retiro cristiano”. Al

principio de sus tres años de ministerio público, Jesús dio un discurso

que llamamos “el Sermón del Monte”. Yo lo llamo “el primer retiro

cristiano”, porque el Señor dio esa enseñanza en el contexto de un

retiro. De todos los discípulos a los que desafió en la cima de ese

monte, comisionó a doce hombres para que fueran sus apóstoles, sus

“enviados”. Durante tres años, Jesús les enseñó, les mostró y los

entrenó enviándolos a participar activamente en el ministerio. Ahora,

se retira con ellos una vez más, y está a punto de dar formalmente

por finalizados sus tres años de entrenamiento con Él.

Los últimos versículos del capítulo 13 registran dos preguntas

que Pedro le hizo a Jesús: “¿Dónde vas, y por qué no puedo ir

contigo? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti!”. Jesús responde a las

preguntas de Pedro prediciendo que este lo negará tres veces, y

continúa respondiendo esas dos preguntas en el comienzo del

siguiente capítulo. Después que Pedro le formula esas dos preguntas

a Jesús, y Él las responde, los apóstoles Tomás, Felipe y Judas

también le hacen algunas preguntas. Sus preguntas, y las respuestas

de Jesús a ellas, forman el corazón del capítulo 14 del Evangelio de

Juan.

Estoy persuadido de que Jesús deliberadamente los llevó a

que le formularan estas preguntas cuando pronunció esas tiernas

palabras que podemos leer al final del capítulo 13: “Hijitos, aún

estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los

judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no

podéis ir” (13:33). En este pasaje, desde el versículo 31 del capítulo

13 hasta el versículo 31 del capítulo 14, no podemos leer ni cinco

versículos sin volver a tropezarnos con este tema de ir y venir; que

Jesús vino a este mundo, y ahora va a volver al Padre.

Al hacer énfasis en este concepto repetidas veces, Jesús

estaba provocando, deliberadamente, en las mentes de todos esos

apóstoles, esas dos preguntas que fueron expresadas por Pedro. Hizo

esto, porque sus respuestas a estas preguntas son el corazón de la

verdad que deseaba compartir con ellos en este último retiro.

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Cuando Jesús respondió la primera pregunta de Pedro

diciendo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me

seguirás después", no olvide observar que, en realidad, Jesús no

respondió la pregunta. No le dijo específicamente adónde iba.

Simplemente le dijo: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora;

mas me seguirás después”. Pedro, entonces, la emprendió con la

segunda pregunta: “Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi

vida pondré por ti".

Pedro, aparentemente, se ha dado cuenta de que, cuando Jesús

dice que se irá, está refiriéndose a su muerte. Como he señalado en el

último fascículo, los líderes religiosos están manipulando a los

romanos para que atrapen al Señor y sus apóstoles. Hay un gran

peligro, y estos hombres están muy asustados. Saben que es muy

posible que se les pida que mueran con Jesús; especialmente, dado

que Él les dice que va a morir, y que ellos también deben morir y ser

enterrados como un grano de trigo (12:24).

Jesús respondió a la declaración de Pedro, en el sentido de

que estaba dispuesto a dar su vida por Él, con unas palabras

extraordinarias: "¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te

digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces".

Piense cuánto dolor y pena habrán causado estas palabras en el

corazón de Pedro.

Juan no nos dice nada sobre la expresión del rostro o el tono

de voz que Jesús usó al decirle estas terribles palabras a Pedro.

Personalmente, estoy persuadido —aunque no puedo probarlo— de

que, cuando Jesús le dijo esas palabras, sus ojos estaban llenos de un

gran amor por Pedro, y el tono de su voz expresaba gran ternura.

Unos pocos segundos antes de decirle estas palabras a Pedro,

Jesús los había llamado a todos “hijitos”. Dado que ese era un

tratamiento de gran cariño, sabemos que estaba hablándoles con

mucho afecto y ternura a estos hombres en ese momento. Creo que

ese amor y esa ternura continuaron en su diálogo con Pedro. Hasta

sospecho que puede haber habido una sonrisa en su rostro, y que,

básicamente, le dijo: “¿De veras, Pedro? Lo cierto es que, antes que

el gallo cante mañana por la mañana, tú habrás negado que me

conoces... ¡no una, sino tres veces!”.

Piense cómo las palabras que Jesús le dijo a Pedro habrán

inquietado a los otros hombres que estaban recostados a esa mesa.

Leemos que estaban turbados en espíritu. Es, pues, muy apropiado

que las próximas palabras que escuchen de Jesús –y que son dirigidas

a todos ellos- sean: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,

creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si

así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para

vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os

tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también

estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (14:1-4).

En otras palabras, Jesús les dice: “Ustedes creen en Dios;

crean también en mí”. Esta es una afirmación con respecto de su

deidad, ya que se coloca en un mismo nivel con Dios. Entonces,

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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comienza el gran capítulo 14 con estas palabras tan conocidas, que

con frecuencia leemos en los funerales.

"Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino" (14:4). Estoy

convencido de que su última afirmación fue realizada con el

propósito deliberado de provocar otra pregunta en las mentes de esos

hombres. Al decirles Jesús que ellos sabían adónde iba, y que sabían

el camino que iba a seguir, el apóstol Tomás, al que solemos llamar

“el que dudó”, muerde el anzuelo y responde: “Señor, no sabemos a

dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?".

La respuesta de Jesús a esta pregunta formulada por Tomás

nos da uno de los versículos más maravillosos del Evangelio de Juan

y de toda la Biblia. Jesús respondió: “Yo soy el camino, y la verdad,

y la vida”. Y agregó: “Nadie viene al Padre, sino por mí”.

En realidad, al contestar la pregunta de Tomás, Jesús presenta

tres afirmaciones dogmáticas. Esas tres afirmaciones son que Él es el

Camino, Él es la Verdad, y Él es la Vida. Cuando dijo que era el

Camino a ese lugar que estaba preparando para ellos, estaba

refiriéndose a su muerte en la cruz. La cruz de nuestro Señor debería

representar mucho más que, simplemente, un bello adorno que

llevamos colgando de una cadena. La cruz de Jesucristo representa el

camino de nuestra salvación y el camino hacia el lugar que Jesús

prometió a quienes creen en Dios y creen en Él como su Salvador.

La muerte de Jesús en la cruz representa su ministerio como

sacerdote. Un sacerdote es una persona que intercede por el hombre

ante la presencia de Dios. Eso hizo Jesús cuando murió en la cruz:

creó un camino para que usted y yo podamos ir a ese lugar celestial

para toda la eternidad con Dios, al ofrecer el sacrificio perfecto por

nuestros pecados (Juan 1:29, Isaías 53:7, Hebreos 2:17, 9:11-28) .

Jesús podría habernos provisto el camino para ser salvos

llegando un viernes por la tarde para morir en la cruz por nuestros

pecados. Pero vino a nuestro mundo y vivió aquí durante treinta y

tres años, porque no vino solamente a morir en la cruz. Como he

señalado, la cantidad de capítulos que este Evangelio dedica a relatar

la última semana de su vida nos demuestra que su muerte fue la parte

más vital e importante de su vida y su ministerio. ¿Por qué no pasó,

simplemente, una tarde de Viernes Santo aquí, y murió en la cruz? La

respuesta a esa pregunta es: “Porque, además, Él era la Verdad”.

¿Recuerda el prólogo a este Evangelio? (1:1-18).

Básicamente, dice: "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los

hombres. Él era la Palabra, el vehículo del pensamiento de Dios, que

expresaba todo el pensamiento de Dios hacia el hombre que este

podía comprender. Como Palabra, estuvo con Dios en el principio,

era Dios, y se hizo carne y vivió entre nosotros para que pudiéramos

contemplar su gloria, lleno de gracia y de verdad”.

El pueblo de Dios ya tenía la verdad que había llegado por

medio de la página sagrada, a través de Moisés y los profetas. Pero

Dios deseaba que la gente de este mundo tuviera más que una página

sagrada. Quería que tuvieran la Palabra viva que exhibiera y

demostrara el mensaje de Dios, una Palabra que viviera y anduviera

en una vida perfecta en carne humana. Deseaba que viéramos cómo

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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la verdad de la página sagrada puede vivirse en la práctica en una

vida humana. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Yo soy la

Verdad”. En todo lo que era y todo lo que hacía, Él era la Verdad.

Esta afirmación, obviamente, incluye todas esas veces en que leemos

que Él, abriendo su boca, les enseñaba.

La tercera parte de su gran afirmación es: “Yo soy la Vida”.

Esto significa que Él vivió una vida perfecta, y de esa manera nos

demostró de qué se trata la vida. En otras palabras, nos dio el

ejemplo de lo que es la vida eterna: la calidad de vida de la que Juan

nos habla a lo largo de todo su Evangelio. Esta afirmación significa,

también, que Él vino a impartir lo que llamaba “vida abundante”,

dándoles la experiencia de la nueva vida a aquellos a los que Él

enseñó y con quienes se encontró (10:10).

En estas tres afirmaciones, las primeras dos palabras son las

más importantes que Él pronuncia: “Yo soy”. Cuando nos

concentramos más en la forma en que Jesús le respondió a Tomás,

“el que dudó”, descubrimos otro de los grandes “Yo soy” de Jesús en

el Evangelio de Juan. Jesús no dijo: “He venido a predicar un camino

de salvación y a enseñar una verdad que describe la calidad de vida

que ustedes tendrán”. Las palabras más importantes, aquí, son: “Yo

soy”. Yo soy ese Camino de salvación. Yo soy la Verdad que ustedes

están escuchando, y yo soy la Vida que es la Luz de los hombres.

Una vez más recordemos que, en el prólogo, el apóstol Juan

señala muchas veces que Juan el Bautista no era, pero Jesús era.

Cuando Juan el Bautista aparece, continuamente está diciendo que él

no es, mientras que Jesús aparece repetidas veces diciendo: “Yo

soy”. Una de las observaciones más dinámicas que realiza Juan con

respecto de Jesús es que Él era. Entre otras cosas, esta repetida

afirmación de Jesús —“Yo soy”— significaba que Él era todo lo que

enseñaba. Cuando afirmó: “Yo soy la Vida”, al menos parte de lo que

estaba afirmando era que la vida que Él vivió aquí era un modelo de

la calidad de vida que Dios desea para todo ser humano.

También encontramos en el prólogo a este Evangelio el

significado primario de su afirmación de que Él es la Vida. En el

primero de estos fascículos de estudio versículo por versículo del

Evangelio de Juan, señalé que, en sus primeros versículos, Juan nos

dijo lo que iba a decirnos. Por tanto, no debería sorprendernos, al

avanzar en la lectura, que el prólogo sea como un índice de

contenidos, que presenta lo que leeremos en todo el Evangelio de

Juan.

Este prólogo nos decía que, cuando una persona respondía de

la manera adecuada a Jesús, recibía el poder de ser hecha hija de

Dios, y nacía de lo alto. Nacía, “no [...] de sangre, ni de voluntad de

carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (1:12, 13). Jesús afirmó

que Él era la Vida, en el sentido de que Él daba a las personas el

poder para convertirse en la vida de la que Él era ejemplo.

Los estudios de personas del Antiguo Testamento demuestran

un principio que Dios utiliza cuando desea enseñarnos una verdad

vital. Ese principio es: “Cuando quieras comunicar una gran idea,

envuélvela en una persona”. Por ejemplo, cuando Dios quiso

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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comunicar el concepto de la fe, envolvió ese concepto en la vida de

un hombre llamado Abraham. Envolvió el concepto de la gracia en la

vida de Jacob, y el concepto de la providencia de Dios en la vida de

José (Génesis 12-24; 25-32; 37-50).

Cuando Dios quiso expresar lo que es la vida eterna, esa

calidad de vida que Él preparó para usted y para mí, envolvió ese

concepto de la vida eterna en la vida que, durante treinta y tres años,

vivió Jesucristo en la Tierra. En su prólogo, Juan no solo nos dijo que

el Verbo, la Palabra, se hizo carne, y que era la Luz. También nos

dijo que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. En

otras palabras, Jesús mismo era la Vida y la Luz que vino a darnos.

También era —y es— el Camino y el medio a través del cual

podemos experimentar y vivir esa vida que nos hace auténticos hijos

de Dios. El nuevo nacimiento es el vehículo de la transformación que

nos da esa vida. El nuevo nacimiento y el medio para ese nuevo

nacimiento están envueltos en esas palabras: “Yo soy la vida”.

La emocionante aplicación personal y devocional de esta

verdad es que el Cristo vivo y resucitado es la Vida y también el

medio para tener esa Vida, hoy. El Evangelio de Juan no nos presenta

simplemente un personaje histórico que vivió hace más de dos mil

años. Él está vivo hoy, y puede vivir en usted y en mí.

Dado que hay personas que, de hecho, cuestionan la

existencia de un Jesús histórico, un auténtico discípulo de Jesús ha

escrito: “Yo creo que Él es, mientras que ellos ni siquiera están

seguros de que Él haya sido; y, aunque ellos no están seguros de que

jamás haya hecho, yo sé que Él aún hace”.

Otro ha expresado la misma aplicación devocional de esta

forma: "Jesucristo es todo lo que dice ser, y puede hacer todo lo que

dice que puede hacer. Usted es todo lo que Jesús dice que usted es, y

puede hacer todo lo que Él dice que usted puede hacer, porque Él

es... ¡y Él está en usted!”.

Estas dos citas son aplicaciones personales de esta tercera

dinámica afirmación de Jesús: "Yo soy la Vida".

No hay otro Camino

Cuando Jesús afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la

vida”, no se detiene allí. Cuando agrega a esta afirmación: “Nadie

viene al Padre, sino por mí”, está haciendo una afirmación muy

dogmática con respecto de sí mismo.

A lo largo de todo su Evangelio, Juan registra las

afirmaciones dogmáticas realizadas por Jesús. Recuerde que, en el

tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice que Jesús,

básicamente, le dijo a Nicodemo: “Yo soy el Hijo único de Dios.

Como Hijo único de Dios, levantado sobre la cruz, soy la única

Solución de Dios para el problema del pecado en este mundo. Eso

significa que soy el único Salvador dado por Dios. Él no tiene otros

salvadores. Yo soy el único Salvador que Él ha enviado, y será mejor

que lo creas. Porque, si crees en mí, eres salvo; y si no crees en mí,

¡estás condenado!” (3:14-18).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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¡Eso es dogmático! Pero la verdad es siempre absolutamente

verdadera. Si dos más dos es cuatro, ese resultado siempre será

cuatro, y no puede ser otra cosa. Jesús estaba afirmando,

básicamente, que Él era la personificación de la Verdad, y que todo

lo que Él era y decía era la verdad. Por lo tanto, no tenía otra opción

más que la de ser dogmático. Jesús tenía que desacreditar todo otro

camino de salvación, porque decía la verdad cuando dijo: “Nadie

viene al Padre, sino por mí”. Por lo tanto, los apóstoles predicaron:

“No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que

podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

Repito la conclusión de C. S. Lewis: Cuando uno estudia las

afirmaciones de Jesús, tiene solamente tres posibilidades: Puede

concluir que es un mentiroso; puede ser benévolo, y decir que era un

lunático; o postrarse, llamarlo Señor, y adorarlo.

Después de hacer estas tres grandes afirmaciones, Jesús,

ahora, provoca deliberadamente una pregunta que se convierte en un

pedido en la mente de Felipe, cuando dice: “Si me conocieseis,

también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le

habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.

Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me

has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (7,

8).

Juan registra en su Evangelio ciento veinticuatro ocasiones en

que Jesús menciona al Padre. Según Juan, Jesús hizo referencia a

Dios el Padre cuarenta y tres veces en este retiro en el aposento alto

con sus apóstoles. Básicamente, Felipe le dice: “Siempre nos estás

hablando del Padre, el Padre, el Padre. Muéstranos al Padre, y

entenderemos por qué Él es tan importante para ti, y por qué tendría

que ser tan importante para nosotros”.

La forma en que Juan registra la respuesta de Jesús a Felipe

nos presenta una de las más extraordinarias afirmaciones de Jesús en

cuanto a su deidad. Mientras Lucas nos presenta un Mesías que era

hombre y se identificó con nuestra humanidad, el autor del cuarto

Evangelio nos presenta a un Jesús que es más que un hombre. El

Jesús que Juan quiere que conozcamos, y en el que quiere que

creamos, es Dios. Vimos ese énfasis cuando señalamos las

afirmaciones que Él hizo en los capítulos 5 al 8.

Así como en este Evangelio se hace énfasis en que Jesús era

el Mesías y el Hijo de Dios, también se enfatiza la verdad de que Él

era Dios en carne humana (capítulos 5-8; 20:30, 31). Cuando Jesús le

dice a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, tenemos

una de las más fuertes y claras afirmaciones de Jesús en el sentido de

que Él era Dios. Jesús continúa respondiendo a esta pregunta-pedido

de Felipe cuando dice: “¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?

¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que

yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que

mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el

Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que

yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para

que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi

nombre, yo lo haré" (14:9-14).

No olvide que las preguntas de Pedro, Tomás, Felipe y Judas

fueron deliberadamente provocadas por algo que dijo Jesús. La

respuesta de Jesús a esta pregunta de Felipe fue escrita por Juan en

los versículos 9 al 21. Entonces, Judas le hace una pregunta a Jesús.

La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas se encuentra en los

versículos que llegan hasta el final de este capítulo. La forma en que

Jesús responde a estos dos apóstoles nos lleva al corazón del diálogo

que Jesús tiene con estos hombres en este retiro justo antes de su

arresto, muerte y resurrección.

El corazón de este diálogo en el aposento alto trata sobre la

dinámica que ellos deben tener para alcanzar al mundo para su Señor

con el evangelio que Él les ha enseñado y demostrado. Ellos fueron

entrenados para vivir, predicar y enseñar ese evangelio en todas las

naciones del mundo. Jesús presenta ahora un concepto que reforzará

en el capítulo 15, con su metáfora de la vid y los pámpanos (15:1-

16). Él ya ha enseñado anteriormente este concepto, al decir: “Yo y

el Padre uno somos” (Juan 10:30). En su respuesta a Felipe, le

pregunta: “¿Crees que yo soy en el Padre, y el Padre es en mí?”.

Después, los desafía a creer en esta afirmación basándose en la

innegable realidad de las obras de las que han sido testigos durante

los últimos tres años.

Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, bien podría

haber completado el gesto juntando sus manos, porque, básicamente,

estaba diciendo: “Yo y el Padre estamos absolutamente unidos. Yo

estoy en unión con el Padre, y el Padre está en unión conmigo. Yo

estoy relacionado con el Padre, y el Padre está relacionado conmigo.

Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí. Cada palabra que hablo y

cada obra que hago, es, simplemente, consecuencia de la relación que

tengo con el Padre”.

Básicamente, está diciendo: “Hace ya tres años que ustedes están

fascinados por las palabras que me han oído hablar y las obras que me han

visto hacer. Deben comprender que la Palabra del Padre fue pronunciada en

la Tierra a través de mí, y la obra del Padre ha sido hecha en la Tierra a

través de mí, porque somos uno. Yo soy en el Padre, y el Padre es en mí.

Así que, toda palabra que me oigan decir y toda obra que me vean hacer es,

en realidad, la Palabra y la obra del Padre, una consecuencia de mi unidad

con el Padre”.

Ahora llegamos a la parte más emocionante de este Discurso del

Aposento Alto, cuando, palabras más, palabras menos, Jesús dice: “Les

digo la verdad; todo aquel que tiene fe en mí hará lo que yo he estado

haciendo. Hará cosas aun mayores que estas, porque yo voy al Padre.

Ahora, los dejaré; y cuando me vaya, le pediré al Padre que les dé el

Espíritu Santo. Cuando ese Consolador venga, si ustedes son uno con Él

como yo soy ahora con el Padre, entonces, mi Palabra será hablada en la

Tierra a través de ustedes y mi obra será hecha en la Tierra a través de

ustedes”.

Descubrimos uno de los mayores desafíos del Nuevo

Testamento cuando Jesús, básicamente, promete: “Si ustedes son uno

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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con el Espíritu como yo soy con el Padre, harán aun mayores obras

que estas, porque yo voy al Padre” (12).

Los apóstoles no tenían forma de captar la gloriosa realidad

de la promesa de que quienes creyeran en Jesús podrían hablar como

Él habló y hacer las obras que Él hizo, hasta que comprendieron este

concepto de que Jesús era en el Padre, y el Padre era en Jesús. Sin

duda, no comprendían lo que Jesús estaba diciendo cuando prometió

que quienes creyeran en Él harían mayores obras que las que Él había

hecho.

Esto, obviamente, significa que las obras serán mayores en

sentido de cantidad, más que de calidad. Más adelante, en este

diálogo, Jesús enseñará que es conveniente que Él se vaya y deje esta

misión de alcanzar el mundo en manos de estos once hombres (16:7).

Lo que quiere decir es que, cuando estos hombres comprendan y

experimenten la dinámica que Él está comenzando a enseñar, y que

ilustrará más tarde en el huerto, habrá un orden nuevo, ya que habrá

más de ellos, que aplicarán esta dinámica en todo el mundo

simultáneamente.

El apóstol Pablo escribe que Cristo se vació de atributos

divinos como la omnipresencia, la capacidad de estar en todas partes

al mismo tiempo (Filipenses 2:7). Una de las dimensiones intrigantes

de la vida y el ministerio de Jesús es que Él hizo impacto en todo el

mundo sin radio, sin televisión, sin escribir libros, ni usar

computadoras ni teléfonos celulares, y sin viajar más que unos pocos

cientos de kilómetros durante toda su vida. Cuando dice estas

palabras, Jesús sabe que estos hombres pronto serán “su cuerpo”, y

que Él será omnipresente en ellos y, a través de ellos, en todo el

mundo.

Jesús invirtió tres años de su breve vida en entrenar a estos

apóstoles. Los desafió en lo que suelo llamar “el primer retiro

cristiano”. Después de ese retiro, los comisionó para que fueran sus

“apóstoles”, es decir, ‘enviados’. El significado de esta palabra es

similar al de la palabra “misionero” que usamos en la actualidad. La

enseñanza impartida en ese retiro, que está registrada en tres

capítulos del Evangelio de Mateo, es conocida como “el Sermón del

Monte” (Mateo 5-7).

Ellos han estado con Jesús durante sus tres años de ministerio

público. Han escuchado todas sus enseñanzas, han observado todos

sus milagros y han escuchado el diálogo hostil con los líderes

religiosos. Generalmente no pudieron escuchar las conversaciones,

pero han observado el entorno y los resultados de todos los

encuentros que Jesús ha tenido con diferentes personas.

Hemos aprendido que, cuando algunos de estos hombres

conocieron a Jesús, Él los desafió a ir a ver dónde y cómo vivía.

Según una traducción, cuando les dio lo que llamamos “la Gran

Comisión”, les ordenó que hicieran discípulos y les enseñaran todas

las cosas que Él les había ordenado que observaran (Mateo 28:18-

20). Ahora, hace ya tres años que ellos viven con Él y, como

discípulos suyos, observan su vida.

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

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Alguien ha dicho que Jesús hizo tres cosas con estos

hombres: les enseñó, les mostró, y los envió para ganar experiencia

en el ministerio y los entrenó. Ahora estamos por estudiar la forma

en que Juan registra cómo Jesús comisiona a estos apóstoles y los

envía a alcanzar a todo el mundo para Él.

Cuando Juan escribió, en su prólogo, que la gracia y la verdad

vinieron por medio de Jesucristo, quería decir que la verdad vino por

medio de Moisés y de Jesús, pero Jesús acompañó la Verdad que Él

era con la gracia necesaria para vivirla y aplicarla. Entre otras cosas,

significa que la voluntad de Dios nunca nos llevará donde su gracia

no pueda guardarnos. También significa que Jesús no nos daría una

comisión sin darnos, con ella, la gracia para obedecer esa comisión.

Cuando Jesús responde a Felipe y a Judas, está comenzando a

describir la dinámica que alcanzó al mundo para Él. Quinientos años

después que Él comisionó a estos apóstoles, el Evangelio de

Jesucristo era conocido y creído en todo el mundo romano.

Como he señalado, en el capítulo 16, Él dice que este arreglo

es “conveniente” o necesario. En ese capítulo, Juan registra que Jesús

les dijo, básicamente, a estos hombres: “Les conviene que yo

entregue este cuerpo, porque, cuando lo haga, en cualquier lugar que

haya uno de ustedes, yo estaré en ustedes y ustedes en mí, así como

yo estoy en el Padre y el Padre está en mí ahora. Eso significa que,

en cualquier lugar donde haya uno de ustedes, yo estaré allí”.

Esto significa que, si usted anda y sirve en unión con Él, y Él

está trabajando en usted y por medio de usted, cuando usted cae,

exhausto, en su cama, por la noche, al otro lado del mundo, sus

hermanos y hermanas, que también andan con Jesús y lo sirven, se

levantan para comenzar su día de andar con Jesús y servir a Jesús.

Nunca hay un momento en que Jesús no sea servido en este mundo, o

no se exprese en su iglesia y a través de ella.

Esta es una enseñanza muy dinámica, y Jesús nos da una

extraordinaria promesa relacionada con ella: “Y todo lo que pidiereis

al Padre en mi nombre, lo haré" (13).

Esto no significa que podemos tener todo lo que queramos.

Hay ciertas condiciones que debemos cumplir al orar. Debemos pedir

“en su nombre”, es decir, de una manera que haga posible que el Hijo

dé gloria al Padre. Pedir en su nombre es pedir en su lugar, o

preguntarse: “¿Qué pediría Jesús?”. Pablo escribe que, si amamos a

Dios y somos llamados según su propósito, entonces, “todas las cosas

[...] ayudan a bien” (Romanos 8:28). Al leer estas palabras,

deberíamos hacernos esta pregunta: “¿El bien de quién? ¿El nuestro,

o el de Dios?”.

En su breve carta, que encontraremos cerca del final del

Nuevo Testamento, Juan hace énfasis en la condición de que, cuando

oremos, debemos hacerlo según la voluntad de Dios (1 Juan 5:14).

Pedir en su nombre significa pedir de manera coherente con la

esencia de quién es Jesús y con aquello que glorifica al Padre.

Entonces, podremos pedir cualquier cosa, y Él lo hará.

Ahora, Jesús les muestra la clave de esa dinámica, al decirles:

"Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

11

Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para

siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir,

porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora

con vosotros, y estará en vosotros.

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco,

y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo

vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que

yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene

mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me

ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él"

(14:15-21).

La larga respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe parece

calculada para provocar una pregunta de otro apóstol, llamado Judas.

El nombre Judas era muy común en esa época. Este es el apóstol

Judas, no el Iscariote. Su pregunta fue: “Señor, ¿cómo es que te

manifestarás a nosotros, y no al mundo?”. Jesús respondió: “El que

me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él,

y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras;

y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”

(22-24).

La pregunta de Judas es, en realidad, muy práctica, una

excelente pregunta. Jesús ha estado diciendo que va a morir. Eso es a

lo que se refiere cuando les dice que se irá a un lugar al cual ellos no

podrán ir en ese momento. También les dice que tendrán una relación

más estrecha cuando Él se ha ido a ese lugar donde ellos no pueden

ir. Judas, básicamente, pregunta: “¿Cómo es que tendrás esa relación

más estrecha con nosotros, si los no creyentes que nos rodean no

sabrán que tenemos esa relación?”.

Observe que, al responder la pregunta de Judas, Jesús repite

lo que enseñó en su respuesta a Felipe, cuando dijo: “Si me amáis,

guardad mis mandamientos” (15). Al responder las preguntas de

Felipe y de Judas, Jesús nos da otra respuesta para la pregunta de qué

es la fe. Nos enseña que la fe es sinónima de obediencia.

Santiago, el hermano terrenal de Jesús, concuerda con su

Hermano cuando escribe que no existe la “fe sola”, es decir, la fe sin

evidencias que acompañen y validen la fe auténtica. Según Santiago,

la fe siempre será acompañada y validada por obras, es decir,

obediencia (Santiago 2:14-24). Básicamente, Santiago escribe que:

“La fe sola puede salvarnos, pero no existe la fe sola”. Un pastor

luterano alemán, llamado Dietrich Bonhoeffer, escribió: "Solo el que

cree, obedece; y solo el que obedece, cree”.

Jesús también enseña que la obediencia es la forma en que un

auténtico discípulo suyo expresa su amor por Él. De hecho, dice: “Si

ustedes me aman de verdad, demostrarán su amor y le darán validez

por medio de su obediencia a lo que yo les ordeno” (15, 21).

Aquí, Jesús le dice a Judas lo mismo que le dijo a Felipe

cuando respondió su pregunta (9-16). Cuando estudiamos cómo

Jesús le respondió a Felipe, debemos observar cómo la conjunción

“y” relaciona la obediencia a sus mandamientos con su promesa: "Y

yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

12

vosotros para siempre". Básicamente, Jesús le dijo a Felipe: “Tú haz

tu parte, y yo haré la mía”. En su respuesta a Judas, observe el mismo

principio: la obediencia lleva a una relación con el Padre, el Hijo y el

Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán su hogar en

quienes obedezcan la Palabra de Jesús (23-26).

Cuando Dios desea hacer algo en nuestra vida, como los dos

lados de una moneda, encontramos, vez tras vez, que siempre hay

una parte que le corresponde a Dios, y otra que nos corresponde a

nosotros. Al estudiar lo que Jesús enseñó en sus respuestas a Felipe y

Judas, debemos preguntarnos: “¿Cuál es la parte que hace Dios, y

cuál la que le corresponde a la persona, en el nuevo nacimiento?

¿Tenemos una parte que cumplir en el milagro de que nazcamos de

nuevo?”. Según Jesús y su hermano, sin dudas, tenemos un rol que

cumplir en nuestro nuevo nacimiento. Ese rol puede resumirse en una

palabra: creer. La parte que nos toca cumplir en el nuevo nacimiento

es una fe auténtica.

En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dijo que debemos

nacer de nuevo. Dos veces, este distinguido rabí le preguntó: “¿Cómo

se hace?”. En una palabra, la respuesta de Jesús fue: “Cree”.

Nosotros creemos, Dios hace su parte, y nacemos de nuevo. La parte

que le toca a Dios es misteriosa, como el viento. En el tercer capítulo

aprendimos que no es necesario que comprendamos lo que Dios hace

en el nuevo nacimiento, como no es necesario que entendamos de

obstetricia para nacer físicamente. Solo necesitamos comprender

nuestra parte, que es creer.

Cuando Jesús les presenta a los apóstoles la milagrosa

realidad de la venida del Espíritu Santo, según lo que Él les dice,

¿cuál es la dinámica que lleva a la relación con el Espíritu Santo? La

palabra clave, que abre las puertas al ministerio del Espíritu Santo en

nuestras vidas, es “obedecer”. “Si me amáis, guardad mis

mandamientos. Y [entonces] yo rogaré al Padre, y os dará otro

Consolador, para que esté con vosotros para siempre" (14:15, 16).

Jesús da el Espíritu Santo a quienes lo aman, y demuestran y dan

validez a ese amor por medio de su obediencia a Él.

En el día de Pentecostés, cuando se producían todas las

señales y los prodigios, Pedro predicó que el Cristo vivo y resucitado

estaba dando su Espíritu Santo a quienes lo obedecían (Hechos 2:33;

5:32). El requisito previo que debe cumplirse para que Cristo dé el

Espíritu Santo en realidad y poder era entonces, y es ahora, obedecer.

Cuando Jesús les presentó a sus apóstoles el concepto de la

venida del Espíritu Santo, dejó muy en claro que la obediencia es la

clave para recibir el Espíritu Santo y relacionarse con el Espíritu

Santo. Por lo tanto, no debería sorprendernos escuchar que Pedro

anuncia que el Espíritu Santo es dado a quienes lo obedecen.

Según los primeros capítulos del Libro de los Hechos, el

Espíritu Santo fue dado para equipar a los discípulos para que

pudieran obedecer y poner en práctica la Gran Comisión. Cuando

Jesús dio la Gran Comisión, les dijo a sus seguidores que no la

obedecieran hasta que tuvieran el poder que recibirían en el día de

Pentecostés (Hechos 1:8; 2:1, 4; 5:32). El Espíritu Santo no es dado a

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

13

los creyentes simplemente para que tengan una experiencia de gozo.

Les es dado para que puedan obedecer los mandamientos de

Jesucristo; especialmente, su Gran Comisión.

Jesús les dice, también, a estos hombres que están con Él en

el aposento alto, que va a darles al Espíritu Santo porque no quiere

abandonarlos y dejarlos huérfanos. Entonces, hace una promesa que

es difícil de entender. Resumiendo versículos como estos, que

registran su respuesta a la pregunta de Judas, debemos concluir que

Dios existe en tres Personas, y que cada una de esas tres Personas es

Dios. Las tres Personas de la Trinidad, que son mencionadas aquí —

Dios el Padre, Jesucristo el Hijo, y el Espíritu Santo—, vienen a

morar en usted y en mí cuando obedecemos las palabras de Jesús,

según lo que Jesús mismo enseña aquí en respuesta a las preguntas de

Felipe y Judas.

Básicamente, lo que Jesús dice aquí, en el capítulo 14, es:

“Yo me iré, pero, después que yo regrese al Padre, después que haga

lo que es conveniente y entregue este cuerpo terrenal, ustedes y yo

estaremos más cerca que lo que jamás hayamos estado. Yo me

revelaré a ustedes y, porque yo vivo, ustedes también vivirán.

Estaremos más cerca y seremos más unidos que lo que hemos sido

jamás mientras estuve limitado por este cuerpo en el que ya he vivido

treinta y tres años”.

Podemos ver cómo estas palabras de Jesús motivaron que

Judas preguntara: “Señor, ¿cómo vamos a tener esta relación? ¿Cómo

es que tendrás esa relación más estrecha con nosotros, si los no

creyentes que nos rodean no sabrán que tenemos esa relación?

¿Cómo vas a hacer eso?”.

Un estudio más profundo de la respuesta de Jesús a la

pregunta de Judas nos muestra la dinámica que lleva a la intimidad

con Cristo por medio del Espíritu Santo, que es, básicamente: “Si una

persona me ama, obedecerá mi enseñanza. Entonces, cuando esa

persona obedezca, mi Padre la amará, y vendremos a ella y haremos

nuestra morada en ella. La persona que no me ama, no obedecerá mis

enseñanzas, y no estableceremos una relación con ella” (23-26).

Jesús sella esta dinámica respuesta con la siguiente

afirmación: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra

que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho

estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu

Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas

las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (24-26).

Jesús resume sus respuestas para las cinco preguntas que

estos apóstoles le han hecho cuando pronuncia estas palabras de

consuelo para los atribulados hombres: “La paz os dejo, mi paz os

doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro

corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y

vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he

dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Y ahora os

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

14

lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis" (27-

29).

Sus palabras de paz y consuelo son seguidas por la dura

realidad: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el

príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Mas para que el

mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así

hago. Levantaos, vamos de aquí” (30, 31).

En sus respuestas a las preguntas que los apóstoles le han

formulado, Jesús ha enseñado profundas verdades. Por segunda vez,

los consuela, ahora, diciéndoles que no deben turbarse sus corazones.

Debemos recordar que estos hombres estaban terriblemente

asustados, porque sabían que los judíos estaban tramando formas de

convencer a los romanos de que Jesús fuera muerto. Por las cosas

que Jesús les ha dicho, también tienen razones para creer que ellos

morirán con su Señor. En el capítulo 12, leemos que Jesús les dijo

que iba a caer a la tierra para ser enterrado como una semilla, de

manera de poder llevar fruto, y que requería eso mismo de quienes se

consideraban sus discípulos. Finalmente, todos, menos uno de ellos,

seguirían a su Señor en el martirio.

La tradición nos dice que el autor de este Evangelio fue

introducido en aceite hirviendo, pero no murió. Fue exiliado en la

isla de Patmos, de donde escapó, y vivió hasta ser muy anciano,

cuando escribió este Evangelio, varias décadas después de los

Evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Los otros diez

apóstoles que escucharon las palabras de Jesús murieron como

mártires. Probablemente, al escuchar estas respuestas de Jesús,

creyeron que su martirio sucedería en ese momento.

Cuando Jesús termina de responder sus preguntas,

encontramos, en sus últimas palabras, una frase que, según he

descubierto, puede dar gran consuelo a quienes perdieron a un ser

amado que vivió en Cristo y lo sirvió bien durante muchos años.

Muchas veces, estando frente a la tumba de un cristiano devoto, he

leído estas palabras: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque

he dicho que voy al Padre” (28).

El sermón fúnebre de Jesús

Una manera de resumir este capítulo es decir que Jesús sabe

que está a punto de morir y ha decidido predicar un sermón para su

propio funeral. Muchas veces he pensado que, con los sofisticados

equipos electrónicos de que disponemos hoy, un pastor podría muy

bien grabar el sermón para que su propia congregación pueda

escucharlo en el funeral. Básicamente, este mensaje de Jesús dice:

“No se angustien, porque hay un lugar. Yo voy a ese lugar, y voy a

prepararlo para ustedes. Después, volveré y los llevaré conmigo a ese

lugar, ¡y estaremos juntos allí para siempre!”. Aunque es cierto que

el tema de su Epístola a los Efesios es que el cielo es una dimensión

espiritual en la que podemos vivir ahora, el apóstol Pablo también

escribe que el cielo es un lugar en el que viviremos para siempre con

el Señor (1 Tesalonicenses 4:13-18).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

15

Cuando Jesús les dice a los apóstoles la buena noticia de que,

en la casa de su Padre, hay muchas habitaciones, esa declaración

podría parafrasearse de este modo: “En el universo hay muchos

lugares donde vivir”. El cielo es un lugar. ¡Dado que somos

creyentes, iremos allí y viviremos allí con nuestro Señor para

siempre! Y, porque creemos en ese lugar, no debemos angustiarnos.

El segundo punto importante del sermón fúnebre de Jesús es:

“No se angustien, porque hay una Persona”. La venida del Espíritu

Santo es la gran Fuente de consuelo que Jesús prometió a estos

hombres en el aposento alto. La palabra griega que se traduce como

“Consolador” es, en realidad, Paracleto, que significa ‘el que viene

junto con nosotros, que se une a nosotros para ayudarnos’.

Jesús tendrá más que decir sobre el Espíritu Santo en el

capítulo 16. Pero, en este capítulo, la promesa de una Persona que el

Señor describe como “el Consolador” es la segunda razón por la que

estos hombres no debían angustiarse. Aunque Él va a dejarlos, en el

sentido de que va a morir, no deben angustiarse, porque “hay una

Persona”.

El tercer punto importante de su sermón fúnebre es “No se

angustien, porque hay una Paz”. El discípulo que cree en Dios y en

Jesús tiene un optimismo inquebrantable que proviene de la

esperanza segura de que hay un lugar, y de que va a estar con su

Señor siempre en ese lugar. Cree en la promesa de Jesús de que hay

una Persona, el Espíritu Santo, que se pondrá junto a él e irá a su lado

para ayudarlo y consolarlo. En los versículos que cité anteriormente,

Jesús dice que quienes creen en ese lugar y esa Persona también

experimentarán la Paz que Jesús prometió dejarles y darles

personalmente (27-31).

Cuando ellos creen en Jesús y viven la relación con el

Espíritu Santo, tienen lo que el apóstol Pablo llama “la paz de Dios,

que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Podríamos

llamarla “la paz que no tiene sentido”, ya que es la paz que Cristo da,

la que es mencionada como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22).

Es una paz que Él les da a sus discípulos por medio del Espíritu

Santo cuando sus circunstancias son tan adversas que nadie esperaría

que ellos tengan paz.

Con la posible excepción de Juan, cuando estos apóstoles

murieron, todos de formas horribles, como mártires, podemos saber

con seguridad que murieron con la paz que Jesús les prometió en ese

aposento alto. Jesús no estaba hablando de la paz del mundo cuando

les hizo esa promesa a los apóstoles. Él prometió darnos una paz

interior, y una paz con los demás, que toda la humanidad anhela

desesperadamente. Jesús, en realidad, enseñó todo lo opuesto de la

paz mundial. Antes de salir de este lugar de retiro, Él les dirá que van

a tener tribulación en este mundo, pero Él ha vencido al mundo por

medio de la fe, y ellos pueden vencer los sufrimientos que deberán

pasar, por medio de la fe (16:33; 1 Juan 5:4).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

16

Capítulo 2

La magnífica metáfora

Las últimas palabras que leemos en el capítulo 14 del

Evangelio de Juan nos indican que Jesús y sus apóstoles están a

punto de abandonar el aposento alto. Luego pasan a un huerto donde

Jesús usa una metáfora para ilustrar y ampliar la esencia de lo que ha

enseñado a estos hombres en el aposento alto. Hasta ahora, el centro

de este diálogo que llamamos “discurso” ha sido que Jesús les dijo

que la Palabra y la obra del Padre han sido pronunciadas y cumplidas

en la Tierra por medio de Él, porque Él y el Padre son uno. Todo lo

que ellos lo han escuchado decir, y todas las obras que lo han visto

hacer, son consecuencia de la gloriosa realidad de que Él está en

relación perfecta con el Padre.

Ahora, Jesús les presenta a sus apóstoles una de sus metáforas

más profundas, y al mismo tiempo, más simples. Baja una rama de

una vid cargada de fruto y dice, de hecho: “Así como estas ramas

producen abundante fruto porque están unidas a esta vid, si ustedes

están unidos a mí, tendrán fruto”.

Jesús habla de tres etapas de la fructificación: aquel que no da

fruto; el que da fruto; y el que da mucho fruto. Hay, en esta metáfora,

cuatro símbolos que tienen un profundo significado: hay una vid,

pámpanos (ramas), fruto, y un Labrador. De la manera que Jesús

interpreta y aplica esta metáfora, Él es la vid, los apóstoles son las

ramas, el fruto es el milagro de que su Palabra sea hablada y la obra

de su reino / iglesia sea hecha en la Tierra a través de ellos. El

Labrador, en esta metáfora, es Dios.

Hay dos proposiciones básicas que se refieren, claramente, a

su interpretación y aplicación de esta metáfora: sin Él, estos

apóstoles, y los discípulos, no pueden hacer nada; y Él no desea

hacer nada sin ellos. En la metáfora, el fruto no crece en la vid. Solo

cuando la vida que da energía fluye de la vid a las ramas y a través de

ellas, se produce vida. En esta metáfora, Jesús es “una vid en busca

de ramas”.

Después de enseñar, interpretar y aplicar la metáfora, Jesús

les da una exhortación que podría titularse: “Ocho razones por las

que debemos dar fruto”. Trate de descubrir estas ocho razones

mientras lee los primeros dieciséis versículos de este capítulo 15 del

Evangelio de Juan:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo

pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva

fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis

limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en

vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no

permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo

en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis

hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano,

y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si

permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

17

todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre,

en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre

me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.

Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así

como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco

en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en

vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.

“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como

yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su

vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os

mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que

hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que

oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a

mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y

llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que

pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (15:1-16).

En cierto sentido, los apóstoles han estado “asistiendo al

seminario” durante tres años con Jesús. Lo que yo llamo “el último

retiro cristiano” podría ser considerado, también, su ceremonia de

graduación, y esta parte del discurso puede ser considerada el

mensaje de graduación de Jesús para ellos. Su apasionado mensaje de

graduación es un desafío para ellos en el que les dice que existen, al

menos, ocho razones por las que deben dar fruto.

Razón número 1

Primero, les dice, básicamente, que deben dar fruto, porque

no puede haber un auténtico discípulo suyo que no dé fruto (2, 6). De

hecho, está diciendo que, si hubiera en Él una rama que no diera nada

de fruto, su Padre la cortaría y la echaría a un costado, donde

quedaría sobre el suelo hasta que los hombres la recogieran para

echarla al fuego. Jesús está diciendo: “Una rama mía que no dé fruto

es inaceptable para mi Padre, que es el Labrador”.

Cuando Jesús les dice sus últimas palabras a estos hombres

que ha entrenado durante tres años, la primera razón que les presenta,

por la que ellos deben dar fruto, es, simplemente, la extraordinaria,

clara y dinámica declaración de que deben dar fruto porque: “Así

demostrarán que son mis discípulos” (ver v. 8). La interpretación y

aplicación para nosotros, en la actualidad, es que no puede existir un

discípulo de Jesús que no dé fruto. Esto es un ejemplo de lo que un

erudito ha llamado “las duras palabras de Jesús”. Hay momentos en

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

18

que, cuando debo interpretar y aplicar las enseñanzas de Jesús, me

veo obligado a decir: “No lo digo yo; ¡lo dijo Jesús!”. Esta es una de

esas veces.

Durante más de veinte siglos, gran parte de este mundo ha

dividido la historia humana en dos partes: antes de Jesús, y después

de Jesús. Cuando un hombre vive solamente treinta y tres años, y el

mundo usa su nacimiento como marca del comienzo de una era,

debemos llegar a la conclusión de que ese hombre ha hecho un

impacto significativo sobre el mundo. Otra forma de decir lo mismo

sería decir que Jesús vivió una vida fructífera. Por lo tanto,

cualquiera que sostenga que es discípulo de Jesús debe demostrar la

validez de su afirmación dando fruto. Es impensable que afirmemos

ser discípulos de Jesús sin dar fruto.

Razón número 2

En este mismo versículo, Jesús declaró la segunda razón por

la cual estos hombres en quienes había invertido tanto debían ser

fructíferos: Deben dar fruto, porque así glorificarán a su Padre (8).

¿Cómo glorificó Jesús al Padre? Él les da la respuesta a esa pregunta

cuando ora al Padre y dice: “Yo te he glorificado en la tierra; he

acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). ¿Cómo iban a

glorificar a Dios estos apóstoles? Terminando la obra que Jesús les

dio para hacer. La aplicación, para nosotros, es que debemos dar

fruto porque, cuando damos fruto, glorificamos a Dios.

Razones 3 y 4

Jesús les dio una tercera y una cuarta razón por las cuales,

como discípulos suyos, debían dar fruto, cuando dijo: "Estas cosas os

he hablado, para que mi gozo esté en vosotros [o ‘eche raíces en

vosotros’], y vuestro gozo sea cumplido” (11). ¿Se ha dado cuenta de

que usted y yo podemos llenar de gozo el corazón de nuestro Señor

Jesucristo? Ver fruto en nuestra vida es algo que le da mucho gozo a

Él. Esa es la tercera razón por la que los apóstoles deben dar fruto,

según este discurso inaugural de Jesús.

La cuarta razón es: “...que vuestro gozo sea cumplido” (11).

Como la paz de Dios, el gozo es condicional. ¿Ha estudiado usted lo

que la Biblia enseña sobre las condiciones que deben cumplirse para

que experimentemos el gozo del Señor? El gozo del Señor forma

parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Uno de mis autores

favoritos nos recuerda que “El dolor y el sufrimiento son inevitables,

pero sentirse miserable es opcional” para el creyente lleno del

Espíritu Santo, ya que el Espíritu Santo puede dar gozo a un creyente

aun cuando este atraviese grandes adversidades.

Este gozo podría ser calificado de “felicidad que no tiene

sentido”. La paz y el gozo de los que se habla en estos versículos

podrían ser llamados “paz, pase lo que pase”, o “felicidad, pase lo

que pase”. Podemos experimentar la paz y el gozo que Jesús

prometió darnos —pase lo que pase, es decir, a pesar de nuestras

circunstancias—, porque no provienen de nosotros. Vienen del

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

19

Espíritu Santo, o del Cristo resucitado, que vive en nuestros

corazones.

Otro de mis autores preferidos escribió: “Algunas personas

creen que el gozo cae del cielo como si fuera un paquete, y que cae

sobre algunas personas (generalmente, los demás) y no sobre otras

(es decir, nosotros). Pero la Biblia no enseña eso”. Según lo que

Jesús enseña aquí, una de las causas del gozo es dar fruto. Pablo

escribe: “Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá

motivo de orgullo solo en sí mismo y no en otro” (Gálatas 6:4,

RVA).

Cuando yo era un pastor muy joven, el pastor principal de la

iglesia donde yo servía, que me guió en Cristo y en el ministerio, me

envió a una iglesia, hija de la nuestra, que él había fundado en otra

ciudad. Yo no quería dejar el equipo pastoral de esta iglesia grande

para iniciar otra nueva. Me gozaba en el milagro de que Dios lo

bendecía con un ministerio muy fructífero. Él me explicó que yo

tendría gran gozo si probaba que Dios podía darme un ministerio

fructífero, y aplicó el versículo que he citado a esta nueva tarea que

me asignaba.

Después de trece años, cuando el Cristo vivo y resucitado me

había bendecido con un ministerio fructífero en esa nueva iglesia, yo

estaba muy agradecido para con mi pastor, porque él sabía que

aquella tarea, en última instancia, iba a dar gozo al Señor, y mucho

gozo a mí también. No estoy sugiriendo que a otras personas también

les lleve trece años. Lo que quiero decir es que esta es la clase de

gozo que Jesús describe y prescribe cuando dice: “Les digo estas

cosas, porque quiero que ustedes sean motivo de gozo para mí, y

quiero que ustedes también estén llenos de gozo”.

Razón número 5

La quinta razón por la que Jesús les dijo a sus discípulos que

debían dar fruto es que Él los eligió para que llevaran fruto: “No me

elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he

puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;

para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé"

(16).

Estos hombres habían elegido seguir a Jesús. Habían tomado

decisiones y compromisos deliberados para con Él. Los que eran

pescadores no trataron de llevar sus barcas sobre las espaldas.

Simplemente dejaron las barcas y sus negocios como pescadores.

Imagine los pensamientos que habrán cruzado a toda velocidad por

su mente cuando escucharon a Jesús decir, de hecho: “Yo sé que

ustedes han tomado ciertas decisiones, y que creen que ustedes me

han elegido. Pero la verdad es que ustedes no me eligieron a mí. Yo

los elegí a ustedes, y los he puesto para que lleven fruto” (15:16).

La palabra “puesto” es traducción de una palabra griega que

aparece solo tres veces en el Nuevo Testamento. Significa ser

colocado estratégicamente como una vela en el candelero, según la

metáfora que Jesús relató en la montaña (Mateo 5:14-16). En este

versículo, Jesús dice: “Yo los elegí, y los estoy ubicando

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

20

estratégicamente como una vela en un candelero, en este mundo

oscuro, para que den fruto. Deben dar fruto, porque yo los elegí para

que fueran fructíferos”.

Razón número 6

Después, les da la sexta razón por la que deben ser

fructíferos. Deben dar fruto, porque han experimentado el amor de

Jesucristo, y Él desea que compartan ese amor con el mundo: “Como

el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en

mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi

amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y

permanezco en su amor” (9, 10). Obviamente, está repitiendo su

Gran Mandamiento, que está registrado en el capítulo 13 (34, 35).

También repite la enseñanza de que demostramos que amamos a

nuestro Señor cuando obedecemos sus mandamientos.

Cuando Jesús ora por estos hombres y por los que van a creer

por medio de ellos, ora para que vivan de modo que todos sepan y

crean que Dios amó de tal manera al mundo que entregó a su Hijo

unigénito para que el mundo tuviera salvación. Después, ora, de

hecho, para que las personas de este mundo se den cuenta, por la

manera en que sus seguidores aman, de que Dios los ama tanto como

ama a su Hijo unigénito (3:16; 17:22, 23).

Estos hombres habían experimentado el amor de Jesús

durante tres años, pero los perdidos de este mundo no habían

experimentado ese amor. Por tanto, Él les dice a estos hombres, a los

que había amado durante tres años, que ellos debían compartir su

amor con el mundo entero. Esta comisión de amar como Él amó es

otra razón por la que quienes han conocido su amor deben dar fruto.

En el contexto de esta enseñanza, Jesús hace la tremenda

afirmación de que no hay amor más grande en el mundo que el que

una persona demuestra cuando entrega su vida por otra. En las

inspiradas cartas del Nuevo Testamento que fueron escritas para

instrucción de los creyentes, esta enseñanza se aplica cuando se

ordena a los esposos que amen a sus esposas como Cristo amó a la

iglesia al entregar su vida por nuestra salvación. A las mujeres se les

ordena que completen a sus esposos y se centren en los demás,

entregando sus vidas por sus esposos e hijos. En nuestras culturas,

tan egoístas, la mayoría de los hombres y las mujeres están

demasiado preocupados por sí mismos como para absorber y aplicar

estas enseñanzas. ¡Cuánto necesitamos escuchar este desafío de

Jesús, de que no hay mayor amor que este, que alguien entregue su

vida por los demás, comenzando por nuestro matrimonio y nuestro

hogar!

Razón número 7

La séptima razón por la que deben dar fruto es que el

Labrador —Dios Padre— está apasionadamente comprometido con

el hecho de que ellos den fruto. Lea con detenimiento el versículo

dos y observe: Cuando nuestro Padre celestial encuentra en su viña

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

21

una rama que da fruto, la corta, es decir, la poda, para que dé más

fruto.

Hace muchos años, un matrimonio devoto que conocí me

ayudó a comprender esta profunda metáfora de Jesús. Ellos me

explicaron con gran detalle cómo habían tomado la decisión de

retirarse anticipadamente de una posición muy estresante en el

ámbito empresarial, y comprar algunos viñedos en el norte de

California, en Estados Unidos. Dado que no sabían nada sobre el

trabajo de los viñedos, contrataron a un viejo y experimentado

viñador para que les mostrara lo que debían saber y hacer.

Lo primero que el viñador les dijo fue que recorrieran todos

los viñedos y cortaran las ramas muertas que no habían producido

fruto durante la cosecha anterior.

Cuando terminaron esa tarea, los alentó mucho ver que

comenzaban a salir unos brotecitos verdes en las vides. Pero el viejo

viñador dijo: “Estos son, simplemente, ‘brotes chupadores’. Deben

recorrer los viñedos otra vez y cortarlos, porque, si no lo hacen,

nunca tendrán la calidad y la cantidad de uvas que ustedes desean. Se

llaman ‘brotes chupadores’ porque absorben la energía vital de la vid

en la que crecen y, por consiguiente, la vid no puede producir el fruto

que queremos que produzca”.

Mis amigos me contaron que, una vez más, se pusieron muy

contentos al ver que en sus vides aparecían unas pequeñas uvas

verdes. Pero, por tercera vez, el viejo viñador les dijo: “Ahora vamos

a recorrer una vez más los viñedos, y cortaremos esas uvas; porque,

si no, no tendrán la calidad y la cantidad de uvas que quieren

cosechar”.

Este piadoso matrimonio me contó que, entonces,

comprendieron por primera vez el segundo versículo de este gran

capítulo. Jesús enseñó que, cuando el Padre Labrador encuentra una

rama que está en la relación correcta con la Vid y da fruto, la poda,

porque quiere ver en ella lo que Él llama “más fruto”, mucho fruto

producido por esa rama.

Entonces, yo les respondí diciendo que su experiencia como

novatos dueños de un viñedo me había ayudado a aplicar esta

profunda metáfora de Jesús a hechos sucedidos en mi vida y mi

ministerio. Creo que el Señor vio mi ministerio de la década de los

setenta, y vio que había dado fruto. Yo estaba en la relación correcta

con Él y daba fruto para Él. Pero el Señor no estaba satisfecho con la

cantidad ni con la calidad del fruto que recibía de mi vida. Por lo

tanto, dijo: “Voy a podarlo, para hacerlo más fructífero”.

Así que, hacia el final de la década de los ochenta, quedé

totalmente paralizado por una enfermedad incurable. A principios de

los ochenta comencé a sentir la parálisis, y ya hace muchos años que

estoy totalmente cuadriplégico, confinado a mi casa. La gente ve mi

enfermedad y dice: “¡Dios mío, qué adversidad tan terrible!”. Pero yo

les digo: “No, no es una adversidad. Es una poda. Es una poda hecha

por mi Padre celestial, que me ama demasiado como para verme

limitado a una profundidad de un par de centímetros en unos cientos

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

22

de kilómetros de extensión —es decir, ocupado en muchas cosas—,

dando fruto, pero no tanto como Él desea que dé”.

Desde 1980, estoy trabajando en el ministerio más fructífero

de toda mi vida. Nunca habría experimentado este fructífero

ministerio si hubiera estado sano y con el pleno uso de mi cuerpo.

Amo al divino Labrador, porque Él me podó para que no perdiera la

mayor oportunidad de dar lo que Jesús llamó “fruto que permanece”

(16).

La séptima razón por la que Jesús dice que estos apóstoles

deben dar fruto es que su Padre celestial está totalmente dedicado a

que ellos sean fructíferos. Habrá momentos en que, por amor, nos

podará para que podamos crecer en la cantidad y la calidad de fruto

que damos para Él.

Razón número 8

La octava y última razón por la que los apóstoles deben dar

fruto se encuentra en la declaración inicial de esta gran enseñanza.

No he tomado estas exhortaciones a ser fructíferos en el orden en que

aparecen en este capítulo. Hago referencia a la primera en último

lugar, porque creo que es la exhortación más importante.

Básicamente, cuando Jesús desafía a sus apóstoles a dar fruto, porque

Él es la Vid, y ellos, las ramas, les está diciendo que deben dar fruto

porque Él no tiene ninguna otra manera de alcanzar al mundo con su

evangelio de salvación.

Hay un poema que describe la reunión de Jesús con los

ángeles después de su ascensión. Los ángeles le preguntan por sus

treinta y tres años en la Tierra y, especialmente, por su victoria en la

cruz, validada por su resurrección. Entonces, uno de los ángeles le

pregunta a Jesús acerca de la Gran Comisión y la tarea del

evangelismo mundial. Jesús responde que ha encomendado ese

trabajo a once apóstoles y aproximadamente quinientos discípulos. El

ángel, entonces, le pregunta: “¿Qué sucederá si ellos no llegan a

alcanzar al mundo para ti?”. Y el Señor responde: “¡No tengo ningún

otro plan!”.

En resumen

El plan de Dios es poner el poder de Dios en el pueblo de

Dios para cumplir los propósitos de Dios por medio del pueblo de

Dios, según el plan de Dios. Este es el espíritu de la primera

exhortación, que presento al final para darle mayor énfasis. En esta

hermosa metáfora, Jesús es una Vid que busca ramas. El fruto no

crece en la vid, sino en las ramas.

Si yo hubiera estado allí cuando Dios ordenó las cosas de este

modo, le habría aconsejado que no siguiera este plan, porque la

naturaleza humana es demasiado débil. ¿Cree usted que Dios conocía

la debilidad de la carne humana cuando tomó esa decisión? En la

Biblia, la palabra “carne” significa, generalmente, ‘la naturaleza

humana sin intervención de Dios’. ¿Por qué el Dios todopoderoso

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

23

diseñó un plan que lo limita a compartir su evangelio por medio de lo

que estos débiles seres humanos hagan o no hagan?

La respuesta breve es que ese es el plan de Dios. En cierto

sentido, cuando preguntamos: “¿Por qué Dios hizo eso?”, la

respuesta siempre es la misma: “¡Sólo Dios lo sabe!”. Jesús nos da

algunas respuestas para esa pregunta en este pasaje. Dos razones por

las que Dios usa ramas humanas para producir un fruto que

permanezca es que, cuando la vida y el poder de Dios fluyen a través

de ramas humanas, y ellas dan fruto, Dios es glorificado, y esas

ramas experimentan gran gozo. Pero la respuesta principal a esa

pregunta es que Dios, y el Cristo vivo y resucitado, no tienen ningún

otro plan.

¿Ve usted cómo Jesús usa esta metáfora de la Vid y las ramas

para ilustrar y aplicar la esencia de los conceptos que enseñó en el

aposento alto? “Si ustedes son uno conmigo como yo ahora soy con

el Padre, hablarán la palabra de Dios y harán la obra de Dios. De

hecho, harán obras mayores que las que yo he hecho” (ver 14:12).

Esto es, en realidad, lo que Él dice cuando baja la rama de la

vid, llena de fruto, y dice, básicamente: “Así como estas ramas están

relacionadas con la vid de una forma que hace posible que la vida de

la vid fluya a través de las ramas y produzca este fruto, si ustedes

quieren dar fruto, deben estar en mí, y yo en ustedes. Sin mí, ustedes

no pueden hacer nada, y yo he decidido no hacer nada sin ustedes.

No tengo otro plan para hacer mi obra en este mundo que proclamar

mi Palabra y hacer mi obra a través de ustedes y de quienes se

conviertan en mis discípulos porque ustedes han dado fruto”.

Antes de dejar estos primeros dieciséis versículos del capítulo

15, debo señalar que algunos eruditos del Antiguo Testamento creen

que este es el comentario de Jesús sobre una metáfora que se

encuentra en los escritos y la predicación de profetas como Isaías

(Isaías 5:1-7). Tal como los profetas usan esta metáfora, Israel es la

vid, y no da fruto. La vid sin fruto sobre la que predican los profetas

es una figura de la maldad y del hecho de que Israel no es lo que

debería ser como pueblo y nación de Dios. En algunas de sus

parábolas, Jesús usa esta metáfora de la misma manera que lo hacían

los profetas (Mateo 21:33-40).

Por eso es que los eruditos del Antiguo Testamento creen que

Jesús comenzó su gran metáfora en el huerto diciendo, palabras más,

palabras menos: “Yo soy la vid verdadera, no la vid sin fruto de la

que hablan los profetas”. En esta magnífica metáfora, algunos

sugieren que Él les está diciendo a los apóstoles que nunca podrán

encontrar la salvación, la paz, el fruto del Espíritu Santo, y la vida

abundante, eterna, que Él prometió, simplemente siendo devotos

judíos. Estas bendiciones sobrenaturales, espirituales, solo podían

experimentarse en una relación vital con el Jesús que ellos conocían

en ese momento y, especialmente, con el Cristo vivo y resucitado.

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

24

Capítulo 3

Una tarea extraordinaria

(15:18-27)

La metáfora de la vid y las ramas fue la profunda aplicación

que Jesús hizo de la esencia de su enseñanza en el aposento alto.

Ahora, Jesús habla sobre algunas duras realidades que estos hombres

deberán enfrentar al poner en práctica la comisión que les ha

encomendado en su “mensaje inaugural”. Después de presentarles

estas predicciones profundamente realistas sobre la oposición y la

persecución que van a sufrir, les da información más específica sobre

la obra del Espíritu Santo en ellos y a través de ellos, cuando reciban

al Consolador:

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido

antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo;

pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso

el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El

siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también

a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también

guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre,

porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni

les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa

por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre

aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha

hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a

mí y a mi Padre. Pero esto es para que se cumpla la palabra que está

escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron. Pero cuando venga el

Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el

cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros

daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el

principio” (Juan 15:18-27).

Estos versículos registran la forma en que Jesús preparó a sus

apóstoles para la persecución y los sufrimientos que tenían por

delante. Durante los primeros tres siglos de la historia de la iglesia,

hubo muchos años en que era ilegal ser cristiano. Hubo diez períodos

terribles de persecución. No existieron templos cristianos hasta que

se convirtió el emperador Constantino, que adoptó el cristianismo e

hizo que fuera legal ser seguidor o discípulo de Jesús (en el año 312).

Hasta entonces, la iglesia se reunía (con frecuencia, en secreto) en los

hogares o en lugares ocultos, como las catacumbas, que eran, de

hecho, tumbas, como las que se encontraban debajo de la ciudad

capital del Imperio Romano.

Desde esos primeros días de la historia de la iglesia, la

práctica de reunirse secretamente porque las reuniones de discípulos

de Jesús eran ilegales ha sido llamada “la iglesia subterránea”.

Aunque muchos no lo saben, en la actualidad hay millones de

creyentes que se reúnen en iglesias subterráneas, porque hay muchas

culturas, aún hoy, en las que es ilegal reunirse abiertamente como

discípulos de Jesucristo.

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

25

La palabra griega que significa ‘casa’ es oikos. Los eruditos,

por tanto, hablan de la iglesia que se reúne “subterráneamente” en

pequeños grupos, o iglesias en las casas, como “el movimiento

oikos”. Las inspiradas instrucciones dadas en el Nuevo Testamento

sobre el orden, la estructura y la función de la iglesia están basadas

en el hecho de que la iglesia se reunía en este contexto de grupos

pequeños (1 Corintios 14:26-40). Dado que en todo el mundo hay

una terrible persecución de cristianos en la actualidad, la iglesia se

está volviendo nuevamente hacia el “movimiento oikos” en estos

momentos en que se están escribiendo los últimos capítulos de su

historia.

Cuando Jesús advirtió: “Si el mundo os aborrece, sabed que a

mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18), usó la

palabra “mundo” en el sentido de la filosofía, la forma de pensar, o el

sistema de valores secular del mundo, que no tiene valores morales

absolutos. Un verdadero seguidor de Jesús tiene valores morales y

espirituales absolutos. Por eso, Jesús enseñó que sus discípulos serían

como una ciudad ubicada sobre un monte, que no puede esconderse

(Mateo 5:14). Según Jesús, el mundo los odiará, porque todo lo que

son, creen y valoran está en conflicto directo con lo que la gente de

este mundo cree y valora. La aplicación personal para usted y para

mí como discípulos de Jesús en la actualidad es obvia.

En el versículo 19, Jesús presenta una descripción precisa del

creyente individual y de la iglesia, cuando dice: “...debido a que los

extraje del mundo, éste los aborrece” (La Biblia al Día). La

definición literal de la iglesia es: ‘sacados fuera del mundo’. En el

idioma en que Juan escribió este Evangelio, la palabra que se utiliza

para decir “iglesia” es ecclesia, que significa, literalmente, ‘los

llamados afuera’. Los que somos la iglesia, somos “llamados afuera”.

¿Llamados afuera de qué? De la filosofía secular, de la forma de

pensar secular, de los valores y el estilo de vida secular de las

personas de este mundo.

Como seguidores de Cristo, debemos darnos cuenta de que

somos llamados fuera de este mundo, a ser personas “de otro

mundo”, porque Él nos llama fuera de este mundo cuando llegamos a

la fe y asumimos el compromiso de seguirlo. No debe sorprendernos

descubrir que el mundo no tiene los valores de Cristo. Este mundo

nunca nos permitirá olvidar que marchamos al redoble de otro

tambor, y no debe sorprendernos que la gente de este mundo no

tenga nuestros mismos valores, nuestra misma moral, nuestros

propósitos y metas. Si realmente prestamos atención a estas palabras

de Jesús, estaremos preparados para esa experiencia.

Él dijo también: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho:

El siervo no es mayor que su señor” (20). Cuando pronunció estas

palabras, Jesús estaba repitiendo algo que había declarado al

principio de su retiro con estos hombres (13:16). Después, continuó:

“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Sin

embargo, observe también este matiz positivo: “Si han guardado mi

palabra, también guardarán la vuestra” (20).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

26

En otras palabras: “Ustedes van a vivir y a servir en el mismo

mundo donde yo he vivido y servido, y pueden esperar de la gente las

mismas respuestas que yo he recibido, tanto positivas como

negativas. Muchos me han rechazado y me han perseguido. Pero

algunos creyeron. Pueden esperar que muchos los persigan; pero

sepan, también, que, gracias a la predicación y la enseñanza de

ustedes, muchos creerán y me seguirán, y pondrán en práctica mis

valores en sus vidas”.

Aplicación personal

La palabra “testigo”, en griego, es, literalmente, ‘mártir’. Por

lo tanto, cuando usted y yo vivimos, predicamos y enseñamos a

Cristo en el mundo en el que debemos funcionar cada día, no debe

sorprendernos que respondan a nuestro testimonio con una forma de

pensar que es intelectualmente soberbia y contraria a la enseñanza y

los valores de Cristo. Pero también debemos recordar la promesa

positiva y esperanzada que Jesús dio a esos hombres cuando dijo,

básicamente: “Ustedes mismos son ejemplos de la gloriosa realidad

de que algunos también han obedecido mi enseñanza, que recibí del

Padre. De la misma manera, ustedes recibirán una respuesta positiva

a su ministerio, y harán, también, discípulos que obedecerán la

enseñanza que han recibido de mí”.

Cuando un hombre llamado William Tyndale fue perseguido

por traducir la Biblia al inglés para que las personas comunes

pudieran leerla, respondió: “Esto es precisamente lo que esperaba”.

Cuando las personas a las que les presentamos a Cristo nos

ridiculizan, se burlan de nosotros o aun nos persiguen a causa de los

valores que estamos tratando de vivir y proclamar, debemos seguir el

ejemplo de William Tyndale y no sorprendernos, sino esperar este

tipo de respuesta desfavorable.

También debemos ser suficientemente realistas como para

recordar la advertencia de Jesús en el sentido de que el mundo

siempre ha respondido de esa manera a los auténticos profetas y

testigos. Él había advertido a esos hombres al comienzo de su

relación con ellos: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres

hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos

profetas” (Lucas 6:26). Por lo tanto, debemos esperar que las

personas seculares respondan de manera indiferente, o aun hostil, y

preocuparnos cuando nos alaben y nos honren con premios. Es de

esperar que tengamos una respuesta hostil al Cristo que revelamos a

las personas de este mundo.

Pero también tenemos la esperanza de que, aun de entre

aquellos que son muy pecaminosos y nos persiguen por lo que

presentamos al vivir y proclamar el evangelio de Cristo, algunos

creerán y obedecerán en respuesta a nuestra predicación y nuestra

enseñanza. Esa fue la experiencia, no solo del Señor, sino también de

sus apóstoles, como verá usted cuando lea el Libro de los Hechos.

Cuando Pablo llegó a la corrupta y pecaminosa ciudad de

Corinto, donde Cristo nunca había sido predicado, antes de que

comenzara su milagroso ministerio de plantación de iglesias allí, el

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

27

Señor se le apareció y le dijo, básicamente: “No temas, Pablo. Tengo

mucho pueblo en esta ciudad. Tú simplemente anuncia el evangelio,

y descubrirás quiénes son” (Hechos 18:9, 10).

¡Esto es emocionante! Cuando proclamamos el evangelio,

nosotros no sabemos quiénes son, pero tenemos esta esperanza y esta

promesa de Jesús: hay quienes van a responder positivamente. Si

tenemos la fe y el valor de compartir con otros y de predicar el

evangelio, descubriremos quiénes son.

Mientras esperaba ansiosamente visitar a los creyentes y

proclamar el evangelio en Roma, Pablo les escribió: “Y sé que

cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del

evangelio de Cristo” (Romanos 15:29). Cuando somos invitados a ir

a algún lugar para proclamar el evangelio de Jesucristo o se nos pide

que presentemos el evangelio a una persona, lo más importante que

podemos prometer a quien nos ha invitado es que iremos con

abundancia de la bendición de Cristo. Debemos encarar esa

oportunidad sabiendo que, aun cuando la mayoría responda de

manera adversa o negativa, o aun nos persiga, habrá quienes son

“llamados afuera”, que creerán y obedecerán nuestra predicación y

nuestra enseñanza, así como creyeron y obedecieron la predicación y

la enseñanza de Jesús y sus apóstoles.

Jesús dice también: “Mas todo esto os harán por causa de mi

nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Juan 15:21).

Observe cómo, continuamente, relaciona de manera inseparable el

rechazo de sí mismo y el rechazo del Padre y del Espíritu Santo: “De

cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a

mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (13:20; ver

también 14:9-11). Él y el Padre son uno, y no se los puede aceptar

separadamente. Jesús repite esto para darle énfasis, y explica que el

hecho de rechazarlo a Él, en última instancia, revela el problema,

más hondo, de que no conocen o han rechazado a Aquel que lo

envió.

Después, en el versículo 22 y los siguientes, sus profundas

declaraciones son muy similares a las que realizó al final del noveno

capítulo de este Evangelio. ¿Recuerda que, después de sanar al

hombre ciego, expresó la esencia de ese pasaje en sus palabras: “Yo

soy una clase de luz muy especial. Doy vista a los que nacieron

ciegos; pero también revelo la ceguera de los que creen ver”?

Los líderes religiosos comprendieron de qué estaba hablando,

y respondieron: “¿Tratas de decirnos que somos (espiritualmente)

ciegos?”. Él respondió: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero

dicen que ven; por lo tanto, su pecado permanece” (ver 9:40, 41).

¡Qué profunda definición del pecado: si no hay ceguera, no hay

pecado, es decir: si no hay luz espiritual, no hay pecado! En el

versículo 22 de este capítulo y en el noveno capítulo de Juan, Jesús

afirma: “Yo soy la Luz del mundo”. Esto significa que la definición

misma de pecado es el rechazo de Aquel que es la Luz del mundo.

Por lo tanto, una definición de pecado, y del más grave de todos los

pecados, es el rechazo de Jesucristo.

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

28

Esto plantea la pregunta: ¿Hay algún ser humano en la Tierra

que no tenga ninguna clase de luz espiritual? El apóstol Pablo escribe

que todos tienen alguna luz (Romanos 1:20). Los eruditos llaman a

esto “revelación natural”. La esencia de esta enseñanza de Jesús y de

una enseñanza de Pablo es que, si vivimos de acuerdo con la luz que

tenemos, recibiremos más luz: “Es importante que avancemos según

la luz de la verdad que ya hemos aprendido” (ver Filipenses 3:15-18).

No avanzar según la luz que hemos recibido es, al menos, una

definición de pecado.

Hace muchos años, cuando yo enseñaba una clase bíblica

evangelística en un grupo hogareño, en el gran círculo de personas

reunidas en ese hogar, había una señora japonesa que respondió

entusiastamente a mi enseñanza del primer capítulo. Su rostro estaba

radiante. Esta mujer esperó hasta que los demás se fueron, y preguntó

si podía decirme algo.

Nunca olvidaré esa conversación. Me dijo: “Durante los

últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando los B-29

bombardeaban Tokio, estando en los refugios antiaéreos, yo oraba a

otro Dios. Yo sabía que había otro Dios, que era el Dios verdadero, y

oraba a Él. Durante décadas, he tenido la fuerte sensación de que un

día llegaría a saber todo sobre Él. Mientras usted enseñaba de ese

Libro, hoy, supe en mi corazón que este es el Dios real al que yo le

oraba en el refugio antiaéreo”.

La esencia del pecado es rechazar la luz. Esto significa que

somos responsables, y deberemos dar cuentas, por la luz que

recibimos. Es un asunto muy serio ser expuestos a la luz, porque los

beneficios espirituales aumentan nuestra responsabilidad espiritual.

Cuando hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos visto milagros

de Dios, debemos dar cuenta de lo que hemos visto y oído. Lo que

hacemos con lo que sabemos es una pauta de responsabilidad que

encontramos a lo largo de toda la Biblia, especialmente aquí, en esta

enseñanza de Jesús, y al final del noveno capítulo de este Evangelio.

Viene el Consolador

En los últimos versículos del capítulo 15, Jesús dice: “Pero

cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el

Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio

acerca de mí” (26). Una de las importantes funciones del Espíritu

Santo es testificar, mostrar el testimonio de Jesús. El Espíritu Santo

no atrae la atención hacia sí mismo. Él exalta a Jesús. Después, el

Señor agrega: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis

estado conmigo desde el principio" (27).

Recordemos una vez más la esencia de lo que es y lo que

hace un testigo. Un testigo es alguien que ha visto o experimentado

algo. Jesús dice: “Ustedes han estado conmigo desde el principio.

Ahora, el Espíritu Santo vendrá y testificará, pero ustedes también

deben testificar” (ver 26, 27).

Ser testigos implica quiénes y qué somos por la gracia de

Dios, y a todos se nos ordena que seamos testigos como velas en un

candelero donde Jesús nos ha ubicado estratégicamente. Pero no solo

se nos ordena que seamos testigos. Se nos ordena que demos

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

29

testimonio, y eso significa abrir la boca y hablar sobre lo que hemos

visto, escuchado y vivido. Un testigo es, básicamente, quién y qué es

un creyente; pero el testigo también debe dar testimonio verbalmente.

Según Jesús, el Espíritu Santo va a testificar, y nosotros también

debemos hacerlo.

Capítulo 4

El carácter del Consolador

(16:1-15)

Al leer los últimos versículos de este decimoquinto capítulo,

una vez más debemos recordar que no hay un quiebre en el contenido

de lo que Jesús enseña al comenzar el capítulo siguiente: “Estas

cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de

las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate,

pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al

Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la

hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (1-4).

Al leer el capítulo 16, no deje de observar que Jesús repite

continuamente, para darle mayor énfasis, por qué les dice esta verdad

en este momento de su tiempo juntos: “Estas cosas os he hablado,

para que no tengáis tropiezo. [...]. Mas os he dicho estas cosas, para

que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.

[...]. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.

[...], porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro

corazón. [...] Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las

podéis sobrellevar” (1, 4, 6, 12).

Es obvio, al leer los primeros versículos de este capítulo, que

Jesús les dice estas cosas porque van a ser expulsados de la sinagoga,

como el ciego que Él sanó y del cual leímos en el noveno capítulo. Y

les advierte que llegará el tiempo en que cualquiera que los mate

pensará que, con ese acto, está sirviendo a Dios.

“Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he

dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que

ya os lo había dicho" (3, 4).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

30

¿Alguna vez ha sido usted perseguido por ser un seguidor de

Jesucristo? Sé que hay creyentes perseguidos, en otros lugares del

mundo, que oran por la iglesia en países como los Estados Unidos,

donde la iglesia disfruta del favor del gobierno y no sufre tanto como

en otras naciones. La persecución que estos devotos creyentes han

vivido ha hecho que se acerquen tanto a Dios y los ha hecho madurar

de tantas maneras, que se preguntan cómo los creyentes que no

sufren persecuciones pueden crecer y madurar espiritualmente.

Un gran historiador de la iglesia señaló que, si una iglesia que

no sufre persecución tiene éxito en la proclamación del evangelio de

Jesucristo y en el establecimiento de su iglesia en el mundo, será la

primera vez que esto ocurra en la historia de la iglesia.

¿Podría ser que la persecución sufrida por los creyentes en los

primeros tres siglos de la iglesia haya sido permitida por Dios?

Porque la iglesia nunca ha sido tan fuerte, poderosa y sana como lo

era entonces. Doy gracias al Señor por la paz que disfrutamos donde

yo vivo y sirvo, pero si llegaran el sufrimiento y la persecución,

deberíamos recordar las palabras de Pedro, que señaló que no

debemos extrañarnos de que el Señor permita esa clase de

persecución y sufrimiento (1 Pedro 4:12).

También recordemos las palabras de Jesús en el aposento alto

mientras preparaba a los once hombres que estaban con Él a la mesa

para la persecución que comenzaría horas después.

El triple ministerio del Espíritu Santo

Cuando recorremos los versículos del capítulo 16 y vemos el

final de este último retiro de Jesús, escuchamos que Él dice a estos

hombres: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros

me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas,

tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os

conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no

vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él

venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De

pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al

Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este

mundo ha sido ya juzgado. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las

podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os

guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino

que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán

de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará

saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de

lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de

nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (5-16).

Estos hombres están agobiados por el dolor, porque Jesús les

ha dicho claramente que están a punto de perderlo. Pero, en este

contexto, encontramos una de las más importantes declaraciones de

Jesús sobre el Espíritu Santo. “Os conviene que yo me vaya; porque

si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere,

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

31

os lo enviaré” (16:7). Otra manera de expresar este concepto es: “Les

digo la verdad: Es para su bien que yo me vaya, porque, si no me

fuera, el Consolador no vendría a ustedes. Pero, dado que me voy, lo

enviaré a ustedes".

¿Alguna vez pensó usted en el encanto personal, el carisma

que tenía el Jesús histórico, y lo que habrá sido estar con Él cuando

estaba en un cuerpo físico? ¿Alguna vez pensó: “Me hubiera

encantado estar con Él en esa época”? Me gusta pensar en el aspecto

físico de Jesús. Podemos recopilar algunas observaciones sobre su

apariencia que encontramos en estos Evangelios y en los profetas, y

proyectar un perfil de la apariencia física de Jesús. Sabemos que el

Jesús que se nos presenta en los Evangelios es un hombre de treinta

años. Es fácilmente reconocible como judío. Los profetas nos dicen

que es un varón de dolores, experimentado en quebranto. También

nos dicen que su imagen está más desfigurada que la de cualquier

otro hombre (Isaías 52:14). El historiador judío, Josefo, nos dice que

Jesús era más alto que los pescadores de contextura grande, como

Pedro, con quienes anduvo durante tres años, porque podía ser visto

por encima de ellos cuando lo rodeaban.

Nos sorprende un poco cuando leemos que su apariencia era

el retrato de un hombre feliz. Jesús fue criticado por comer y beber

con publicanos y pecadores. La apariencia tiene mucho que ver con

el carácter de una persona. En una pared de mi estudio, tengo un

cuadro de un Jesús joven, con la cabeza echada hacia atrás, riendo

con ganas. El título de esta obra es “El Jesús que ríe”.

Ese cuadro sorprende a muchos que lo ven. La mayoría de las

personas se imaginan a un Jesús mucho más viejo de lo que era, y

triste, de aspecto serio, como si todo el peso del mundo hubiera caído

sobre sus hombros. Un libro titulado Joshua plantea la pregunta:

“¿Cómo sería Jesús si viviera entre nosotros hoy?”. Lo que el autor

desea destacar es que nos sorprenderíamos mucho, debido a los

prejuicios y preconceptos que tenemos en mente sobre la imagen que

nos hacemos de Jesús.

Pero las últimas palabras de Jesús a estos hombres les dicen

que hay algo que es mucho mejor que estar con Él como ellos habían

estado durante esos tres años. Básicamente, les dice a ellos, y

también nos dice a nosotros: “Esto es para el bien de ustedes; les

conviene que yo entregue mi cuerpo físico y regrese a ustedes en la

Persona del Consolador”.

Mientras vivió en un cuerpo, Jesús cedió, voluntariamente,

algunos de sus atributos divinos, como la omnipresencia. Pero

después de este conveniente cambio, que fue para el bien de los

apóstoles, la iglesia y, en última instancia, usted y yo, Él puede estar

en todo el mundo al mismo tiempo, en todo lugar donde haya un

creyente. Eso es lo que Él dice aquí. Y lo expresa así: “Si yo no me

voy, si no me deshago de esta forma corporal, el Consolador no

puede venir. Pero si yo entrego esto, puedo enviarles a ustedes el

Consolador; y eso es mucho mejor para ustedes. Es por su bien. Les

conviene que yo me vaya y les envíe al Consolador" (ver v. 7).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

32

A continuación, les explica por qué es mejor: “Y cuando él

venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (8).

Una traducción más exacta es: “Él dejará al descubierto la culpa del

mundo”. La culpa no siempre es una experiencia emocional negativa.

Hay un cierto sentido en que la culpa puede ser sana. Una persona

que siente culpa tiene una cierta integridad moral —valores morales

absolutos—, cree que algunas cosas son absolutamente buenas, y

otras son absolutamente malas. La persona que no siente culpa es

indiferente con respecto de lo bueno y lo malo. Es “amoral”, es decir,

no cree en la moral.

Esto se llama, generalmente, “relatividad moral”, que, dicho

de otra forma, significa que no hay valores morales absolutos.

Muchos tratan de escapar de su propia culpa y la culpa de los demás,

y de evitarla, diciendo que no existe lo bueno y lo malo. Pero hacer

esto es como espolvorear cicatrizante sobre un tumor maligno que

debe ser extirpado.

Me encanta leer sobre el avivamiento del siglo XVIII, cuando

hombres como George Whitfield y los hermanos Wesley, en

Inglaterra, y Jonathan Edwards, en Estados Unidos, predicaron el

evangelio con resultados sobrenaturales. Leí un relato de un granjero

de Nueva Inglaterra que escuchó predicar a George Whitfield cuando

este fue a Estados Unidos. El granjero escribió: “Cuando ese hombre

comenzó a hablar, sentí un gran dolor en mi corazón; caí de rodillas

allí mismo, en el campo, y comencé a llorar, a confesar, a

arrepentirme y a abandonar mi pecado”.

Así es como el Espíritu Santo pone al descubierto el pecado y

la culpa en este mundo. ¿Por qué iba a sentir tan gran dolor en su

corazón un granjero al escuchar a un hombre predicar el evangelio?

Según Jesús, esa es una de las muchas funciones y de los muchos

ministerios del Espíritu Santo. Muchas personas no hubieran sentido

ninguna culpa si hubieran estado en el lugar de ese granjero. De

hecho, se habrían reído al escuchar ese mismo mensaje del evangelio.

Como parte de ese mismo despertar espiritual en Estados

unidos, Jonathan Edwards predicó un sermón titulado: “Pecadores en

manos de un Dios airado”. Mientras predicaba ese sermón en su

iglesia de Nueva Inglaterra, las personas sentían tal convicción de sus

pecados que se aferraban con desesperación a los bancos que tenían

delante de sí. Sentían que estaban cayendo en el infierno y que la

única forma de escapar de él era confesar sus pecados y recibir la

salvación.

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

33

Algunas veces, creo que, si predicáramos hoy ese sermón, sin

la unción del Espíritu Santo que estaba sobre Jonathan Edwards, la

gente lo consideraría un número cómico. La diferencia es el

ministerio y la función del Espíritu Santo que Jesús presenta al

explicar lo que significará la venida del Consolador para el ministerio

de la predicación de quienes obedezcan su Gran Comisión.

Encontramos la misma respuesta a la predicación del evangelio en el

Libro de los Hechos. Comenzando por la predicación de Pedro en el

día de Pentecostés, y a lo largo de la historia de esta primera

generación de la iglesia, encontramos referencias a respuestas

sobrenaturales ante la predicación del evangelio (Hechos 2:37;

10:44-46).

Vez tras vez, encontramos diferentes respuestas ante Cristo

mismo y ante su evangelio. Pero ¿qué es lo que marca la diferencia?

¿Por qué algunos ríen, mientras otros sienten un gran dolor en su

corazón y claman a Dios desesperadamente pidiendo ser salvos?

Obviamente, el ministerio y la función del Espíritu Santo explican la

diferencia entre estas dos respuestas.

Jesús les dijo a estos hombres que, cuando llegara el

Consolador, Él convencería al mundo de culpa —es decir, pondría al

descubierto la culpa del mundo— con relación a tres cosas: pecado,

justicia y juicio. “De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia,

por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto

el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (9-11).

Hay tres formas en que el Espíritu Santo convencerá a las

personas de pecado, o pondrá al descubierto su culpa. Según Jesús,

los convencerá del pecado de no creer en Él. ¿Recuerda usted que

Jesús hizo su afirmación más dogmática cuando le dijo a Nicodemo

que Él era el único Hijo de Dios, el único Salvador dado por Dios y

la única solución dada por Dios para el problema del pecado que

tiene este mundo? (Juan 3:14-21). Después de realizar esta dogmática

afirmación, Jesús agrega algo aun más dogmático, que, básicamente,

es: “Quien cree en esta afirmación tendrá vida eterna. Pero quien no

cree esta afirmación que hago será condenado, no por sus pecados,

sino porque no me cree cuando digo que soy el único Hijo de Dios y

el único Salvador que Él ha enviado” (3:18).

El apóstol Pablo escribe un magnífico pasaje del evangelio en

el que nos dice que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo

consigo mismo, y ya no lo acusaba de sus pecados. Y Él nos ha

encomendado a nosotros el mensaje y el ministerio de la

reconciliación. Debemos ir al mundo, no a decirle que va a irse al

infierno por sus pecados, sino para darle esta buena noticia: “Ustedes

no tienen por qué irse al infierno, porque, desde el momento en que

Jesús murió en la cruz, Dios ya no los acusa de sus pecados. ¡Él

cargó todos esos pecados sobre su Hijo unigénito, Jesucristo!”. (Ver

2 Corintios 5:13 - 6:2).

Si comprendemos y creemos estas palabras de Jesús y de

Pablo, debemos darnos cuenta de que Dios no envía a la gente al

infierno por sus pecados; ni siquiera a Hitler. Adolf Hitler no va a ir

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

34

al infierno por sus pecados. Va a ir al infierno por un solo pecado: no

creyó en Jesucristo. Se burló de Jesucristo y de sus afirmaciones,

valores, enseñanzas y filosofía de vida. Irá al infierno porque no

creyó en Jesucristo.

Según Jesús, el pecado que nos condena es el de no creer en

Jesucristo como el único Salvador que Dios ha provisto para la

salvación de nuestras almas. Con estas palabras, Jesús refuerza la

afirmación dogmática que le hizo a Nicodemo al decir a los apóstoles

que el Espíritu Santo convencerá del pecado de no creer en Él. De

hecho, convencerá a las personas de tres cosas: pecado, justicia y

juicio. La primera de ellas tiene que ver con el pecado de no creer en

Jesús como el Cristo y como nuestro Salvador personal. “...de

justicia, por cuanto voy al Padre” (10). ¿Cómo sabemos qué está bien

y qué está mal? ¿Hay una norma absoluta sobre lo que está bien y lo

que está mal? Los seguidores devotos de Cristo responden a esa

pregunta pensando en los Diez Mandamientos y en el Sermón del

Monte. Según Pablo, toda la Escritura fue dada a nosotros por Dios

para instruirnos en justicia (2 Timoteo 3:16, 17). Toda la Biblia nos

muestra qué está bien y qué está mal.

Pero, al comienzo de este Evangelio, Juan escribió que,

aunque ningún hombre ha visto a Dios, el Hijo unigénito de Dios lo

ha dado a conocer. Él ha revelado a Dios tan completamente como

Dios puede ser revelado al hombre. Todo lo que la mente humana

puede comprender acerca de Dios fue revelado por medio de

Jesucristo. El Jesús que encontramos en este evangelio, como Palabra

viva, es la norma absoluta de justicia de Dios. Su vida es la

definición viviente absoluta de lo que está bien y lo que está mal.

Un poeta británico escribió un poema que habla de un

soldado muy pecador que es muerto en batalla y va al cielo por error.

Cuando se encuentra con Jesús, no puede soportar mirarlo y pide,

con gran tristeza, permiso para ir al infierno. La vida y el rostro de

Jesús eran tan puros que, cuando estaba en la Tierra, no solo era la

norma absoluta de justicia, sino que convencía a las personas de su

propia injusticia. Cuando leemos el Nuevo Testamento, la vida justa

del Jesús histórico aún nos convence a nosotros, y a otras personas,

de nuestra injusticia personal.

Jesús dice aquí que el Espíritu Santo asumirá el rol de

convencer a las personas con respecto de la justicia, “...por cuanto

voy al Padre, y no me veréis más" (10). Mientras Jesús estuvo en el

mundo, si alguien quería saber cuáles eran los valores correctos, solo

tenía que seguir a Jesús y, cuando Él declaraba un valor, confesar ese

mismo valor. Si una persona quería conocer la filosofía de vida

correcta, podía escuchar cuando Él daba sus sencillas, pero

profundas, enseñanzas.

Si alguien quería conocer la justicia moral o cualquier otro

tipo de justicia, la vida de Jesucristo era la norma absoluta de lo que

era justo. Pero, ahora, Él dice: “Me voy; vuelvo al Padre. Ustedes ya

no me verán más. Cuando yo ya no esté aquí, el Espíritu le dará

convicción a la gente de este mundo sobre lo que está bien y lo que

está mal” (ver 7, 8).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

35

Después, predice que el Espíritu Santo convencerá a las

personas con relación al juicio, porque el príncipe de este mundo ya

ha sido juzgado [“...ya ha sido condenado”, Santa Biblia Dios habla

hoy]. ¡Jesús declara, ahora, que Satanás ha sido derrotado! Ya no hay

poder en la Tierra más grande que el poder del nombre de Jesucristo.

Y, aunque el poder de Satanás aún controla gran parte de lo que está

sucediendo en este mundo, para el discípulo que es controlado por el

Espíritu Santo del Cristo resucitado, no hay poder en la Tierra mayor

que el que se encuentra en el Cristo vivo y resucitado.

Él declara, aquí, que “el príncipe de este mundo” (11), es

decir, Satanás, puede ser vencido por el Espíritu Santo. El apóstol

Juan está pensando, obviamente, en estas palabras de Jesús, cuando

escribe: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el

mundo" (1 Juan 4:4). La aplicación personal es que no tenemos por

qué ser vencidos o controlados por el poder de Satanás. Jesús nos da

una excelente descripción del ministerio del Espíritu Santo con estas

palabras.

Después, dice: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero

ahora no las podéis sobrellevar" (12). Todas las afirmaciones de

Jesús son tan profundas que podríamos escribir muchas páginas

sobre cualquiera de estos versículos.

Todo predicador o maestro debe darse cuenta de que quienes

lo escuchan tienen una capacidad limitada en cuanto a lo que pueden

aprender cada vez que escuchan la Palabra de Dios. Demasiada

enseñanza o predicación en una única ocasión puede ser

contraproducente. Jesús fue el Maestro absoluto del arte de hacer

discípulos. Su método era que sus discípulos aprendieran

continuamente en pequeños segmentos, haciendo una y otra vez lo

que estaban aprendiendo. La mayor parte de su educación era

práctica; Jesús dio muy pocos discursos. Por eso alentó a estos

hombres a que le formularan preguntas y dialogaran con Él.

Obviamente, Él entendía perfectamente cuánto podían aprender ellos

en un momento determinado.

Después de señalar que Él conocía las limitaciones de lo que

ellos podían aprender en ese momento y en esa situación, les dijo:

“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la

verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará

todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”

(13). Esta profecía sobre el ministerio futuro del Espíritu Santo, sin

duda, incluye lo que Jesús enseñó sobre los hechos futuros relativos a

su segunda venida en muchas de sus parábolas y sus enseñanzas,

como el Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24, 25). Pero

también se relaciona con la dura realidad de que estos hombres están

entrando en un futuro lleno de incertidumbre y peligros.

Ellos sabían que, probablemente, todos serían mártires por

Jesús —¡y, excepto el autor de este Evangelio, todos lo fueron!—.

Pero ¿cómo iban a conocer la estrategia y el plan de Jesús para la

puesta en práctica de su Gran Comisión en una cultura que era hostil

hacia su Señor y hacia el evangelio que les había encomendado

predicar? ¿Qué debían hacer si Él era arrestado y ejecutado? Su

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

36

respuesta fue que, más adelante, cuando Él les fuera quitado, el

Espíritu Santo les haría saber lo que debían saber.

Cuando leemos el Libro de los Hechos, vemos cómo se

cumple, literalmente, esta clara predicción y descripción del futuro

rol y la futura función del Espíritu Santo. Cuando llega el Espíritu

Santo, en el día de Pentecostés, y ellos no saben qué hacer, Él les da

la sabiduría que necesitan y la gracia y el valor para hacerlo. Les da

la gracia para aplicar la sabiduría que les ha dado. También les

muestra lo que va a venir. El Espíritu Santo es el verdadero Autor de

las inspiradas cartas escritas por los apóstoles, que nos dicen, de

maneras maravillosas, lo que va a suceder en este mundo.

Esta es la aplicación personal, devocional y práctica para

usted y para mí: el mismo Espíritu Santo que Jesús describe

proféticamente con estas palabras puede tener ese mismo rol y esa

misma función en nuestras vidas, hoy. También puede mostrarnos las

cosas que sucederán con relación a la segunda venida de Jesucristo

cuando estudiamos las Escrituras. Puede guiarnos y dirigir nuestras

vidas, hoy, mañana, y al día siguiente, dándonos la sabiduría que

sabemos que no tenemos, y la gracia y el valor para aplicar la

sabiduría que Él nos da. Cuando no sabemos qué hacer, Santiago nos

exhorta a pedir sabiduría a Dios: “Y si alguno de vosotros tiene falta

de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin

reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).

Cuando nos damos cuenta de que no podemos aplicar la

sabiduría sin la ayuda de Dios, Él nos da, también, la gracia para

aplicar la sabiduría que nos ha dado. En un versículo lleno de

superlativos, Pablo nos asegura que Dios también nos dará la

superabundante gracia que necesitamos cuando nos demos cuenta de

que no podemos aplicar su sabiduría sin su ayuda: “Y poderoso es

Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que,

teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para

toda buena obra” (2 Corintios 9:8).

Después de presentar este perfil del futuro ministerio del

Espíritu Santo, Jesús les dice a estos apóstoles: “Todavía un poco, y

no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al

Padre" (16). Obviamente, Jesús nuevamente los induce, con total

deliberación, a que le hagan preguntas. Ellos se preguntan: “¿Qué

quiere decir con eso de que en un poco de tiempo no lo veremos, y

después de otro poco de tiempo volveremos a verlo? ¿Qué quiere

decir con eso de que va al Padre? ¿Qué quiere decir con ‘todavía un

poco’? No entendemos lo que está diciendo”.

Como ya he señalado, a lo largo de este discurso, Jesús dice

que va a morir, pero que, después de su muerte, la relación de ellos

con Él será más estrecha de lo que haya sido jamás. Desde nuestra

perspectiva, es fácil comprender lo que les estaba diciendo. Pero, si

nos ponemos en el lugar de esos hombres, podemos ver cuán difícil

habrá sido para ellos comprender lo que Jesús les decía.

Cuando ellos le hicieron esas preguntas sobre “Todavía un

poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo

voy al Padre", Jesús utilizó la hermosa ilustración de una mujer que

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

37

da a luz un niño (21, 22). Es una metáfora de ese “poco tiempo” en el

que no lo verán, cuando Él les sea quitado, y sea crucificado y

sepultado, antes de su resurrección.

Durante los cuarenta días que Jesús estuvo en la Tierra

después de haber resucitado, cuando se mostró a ellos vivo y

dándoles muchas pruebas irrebatibles de su resurrección, los

discípulos sintieron un gozo como el de una mujer después del

nacimiento de su hijo. Así como el gozo del nacimiento de su hijo

hace que la madre olvide por completo el sufrimiento que ha

soportado, ellos tendrán un gozo que borrará la tristeza de la muerte

de Jesús en la cruz. El Señor agrega a esta bella metáfora la

observación de que, entonces, ellos no le harán ninguna pregunta.

Como en el Padrenuestro (“Padre nuestro que estás en los

cielos”, Mateo 6:9-13), Jesús les indica que se dirijan al Padre

cuando oren, y que presenten sus peticiones al Padre en el nombre de

Jesucristo. Les enseña que deben presentar sus peticiones al Padre en

el nombre de Jesús. Este pasaje es muy importante, porque nos da el

protocolo adecuado para nuestras oraciones privadas y colectivas.

Cuando oramos como nuestro Señor enseñó a estos apóstoles que

oraran, hablamos al Padre (y no, a Jesús), y hablamos al Padre en el

nombre de Jesús.

Si tomamos algunos versículos aislados del Nuevo

Testamento, es posible que lleguemos a tener la impresión de que

orar es entrar en nuestro lugar íntimo de oración con una lista de

pedidos para que Dios se ocupe de traernos todo lo que queremos. Si

esa es nuestra idea de la oración, no comprendemos la esencia de la

oración según Cristo, hasta que aprendemos lo que significa orar en

el nombre de Jesús. Orar en el nombre de Jesús significa orar de

acuerdo con la esencia de Quién y Qué era —y es— Jesús. La

oración definitiva de Jesús fue: “No sea como yo quiero, sino como

tú” (Mateo 26:39). Orar como Jesús vivió y oró es orar y vivir de

acuerdo con la voluntad de Dios.

Orar en el nombre de Jesús no es una invitación a pedirle a

Dios cualquier cosa en su nombre, como si fuera una fórmula mágica

que da acceso al corazón de Dios. Es una instrucción para que

presentemos nuestras peticiones relativas a nuestras necesidades, de

acuerdo con los propósitos de Dios. Es el mismo principio que

enseñó el apóstol Pablo al darnos la gran promesa de que “a los que

aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).

Por ejemplo, cuando obedecemos su Gran Comisión y

edificamos su iglesia como parte del cumplimiento de su gran misión

en el mundo, entonces, podemos pedir cualquier cosa que esté de

acuerdo con la voluntad de Dios, y la recibiremos. Nuestro gozo será

cumplido (completo) cuando las personas crean en el evangelio y

cuando estemos en relación con el Cristo resucitado mientras Él

edifica su iglesia en este mundo. Eso es lo único que verdaderamente

desearemos si somos auténticos discípulos de Jesucristo.

Cuando concluye esta enseñanza, Jesús dice: "Estas cosas os

he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por

alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre. En

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

38

aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre

por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me

habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y

he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (25-28).

Entonces, los discípulos le dijeron: “He aquí ahora hablas

claramente, y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes

todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto

creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?

He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada

uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el

Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis

paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al

mundo” (25-33). Así concluye el Discurso del Aposento Alto de

Jesús.

Cuando Jesús les dice a estos apóstoles que ha estado

hablándoles en alegorías, se refiere a sus muchas parábolas, y

constantes y profundas metáforas. Él continuamente hacía uso de la

metáfora, la parábola, la alegoría y el lenguaje figurado. Pero ahora

les promete que llegará el momento en que les hablará claramente

(25). Me resulta intrigante que les esté enseñando tantas verdades

profundas justamente en este momento, en el que, estoy convencido,

ellos no comprendían.

Pero ellos le dicen: “He aquí ahora hablas claramente, y

ninguna alegoría dices" (29). Este pasaje es una gran muestra de

humor. Una vez más, como en la respuesta de Jesús cuando Pedro se

jactó de que los otros podrían negarlo, pero él, no, no conocemos la

expresión del rostro, el tono de voz ni el lenguaje corporal de Jesús al

responder a esta afirmación de ellos: que —¡finalmente!—, después

de esos tres años de intensa relación e intenso entrenamiento, creen.

Estoy convencido de que fue con gran compasión y amor, y quizá,

con un brillo en los ojos y una sonrisa en la comisura de los labios,

que Jesús dijo, en el versículo 31: “¿Ahora creéis?”.

Entonces, realiza una tremenda predicción, que se hará

realidad muy pronto. Por los otros Evangelios, sabemos que Judas

llegará con las autoridades religiosas y soldados. Jesús será arrestado.

Cuando esto sucede, observe que Él dice: “He aquí la hora viene, y

ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me

dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. No

seamos demasiado duros con Pedro por negar que siquiera conocía a

Jesús, ya que leemos que, cuando Jesús fue arrestado, todos sus

discípulos lo abandonaron y huyeron (Mateo 26:56; Marcos 14:50).

Cuando Jesús fue arrestado, la membresía de su iglesia era... cero.

Lo mismo le sucedió al apóstol Pablo. En su testamento,

titulado “Segunda Epístola a Timoteo”, Pablo escribe: “En mi

primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me

desampararon; no les sea tomado en cuenta" (2 Timoteo 4:16). Y

también escribe que no está solo: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y

me dio fuerzas" (17). Jesús dice: "Me dejaréis solo; mas no estoy

solo, porque el Padre está conmigo" (Juan 16:32).

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

39

Cuando Jesús dice: “¿Ahora creéis?”, el significado de esa

pregunta podría expresarse como: “¿Así que ahora creéis?”, o

“¿Recién ahora creéis?”. Me resulta notable que haga esta pregunta

después de tres años con estos hombres. ¿Cuándo creyeron los

apóstoles? Se nos dice, en el primer capítulo de este Evangelio, que

ellos tomaron el compromiso de seguirlo. Pero, en el segundo

capítulo, leemos que, cuando convirtió el agua en vino, fue la

primera vez que sus discípulos creyeron en Él.

Después de haber estado con Él durante un tiempo y de

haberlo visto realizar muchos milagros, cuando están aterrados por

los vientos y las olas de una tormenta terrible, le preguntan,

angustiados: “¿Ni siquiera te importa que todos vamos a morir?”. Y

Él responde: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Acaso no tienen fe?”.

En otras palabras: “¿Ni siquiera ahora creen en mí?” (Marcos 4:40).

También me intriga, cuando leo en el Libro de los Hechos

que Pedro —que, en estos Evangelios, niega tres veces conocer

siquiera a Jesús— unas semanas después, es el osado y valiente líder

de los seguidores del Señor. Leemos que Pedro y Juan son

convocados a comparecer delante del Sanedrín, es decir, de los

líderes religiosos judíos. El Sanedrín formaba un círculo alrededor de

cualquier persona que convocara. Para cualquier lado que mirara, esa

persona solo vería duros fariseos, rabíes y escribas mirándola

fijamente y formulándole difíciles preguntas. Si la persona daba la

respuesta equivocada a alguna pregunta, podía ser cruelmente

golpeada, o aun asesinada. Ser convocado delante del Sanedrín era

una experiencia aterradora.

Leemos que estos hombres, que son descritos como

ignorantes y sin educación, no tuvieron el menor temor. Estaban

calmados, confiados, pudieron expresarse con sabiduría y elocuencia

al hablar. Leemos que el Sanedrín exclamó que era obvio que ellos

habían estado con Jesús. Solo de esa forma podían explicar el

extraordinario testimonio de estos hombres que, cuando Jesús fue

arrestado, habían actuado como cobardes (Hechos 4).

¿Qué transformó a estos hombres, de los asustados y

avergonzados cobardes que encontramos en los Evangelios, a los

osados testigos de semanas después? La única explicación posible es

el día de Pentecostés, cuando la promesa del Consolador, el Espíritu

Santo, se cumplió. El milagroso comportamiento de estos apóstoles

también es la respuesta para una de las preguntas que nos hemos

formulado a lo largo de todo nuestro estudio de este Evangelio de

Juan: "¿Qué es la fe?".

Breve resumen del capítulo 16

En esta parte del Discurso del Aposento Alto, Jesús está

preparando a los apóstoles para la persecución que van a enfrentar.

Su presentación de esa persecución y la respuesta de los apóstoles a

ella concluyen con el último versículo de este capítulo, cuando Él

dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el

mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

40

(33). Podemos resumir lo que Jesús les dijo a estos apóstoles desde el

versículo 18 del capítulo 15 hasta el final del capítulo 16, en tres

títulos:

Cómo ver al mundo

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido

antes que a vosotros. [...]. Si a mí me han perseguido, también a

vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también

guardarán la vuestra” (15:18, 20). “Os expulsarán de las sinagogas; y

aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde

servicio a Dios” (16:2).

Cómo ver el ministerio del Espíritu Santo

Es importante observar que, en el contexto de su enseñanza

sobre la persecución que los apóstoles pueden esperar de un mundo

hostil, Jesús presenta una profunda descripción del ministerio que el

Espíritu Santo tendrá en ellos y a través de ellos (16:5-11). “Si no me

fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo

enviaré” (16:7).

Su descripción del ministerio del Espíritu Santo se resume en

estos versículos: “Y cuando él venga, convencerá [pondrá al

descubierto la culpa], al mundo de pecado. Cuando venga,

convencerá [pondrá al descubierto la culpa] al mundo de justicia.

Cuando venga, convencerá [pondrá al descubierto la culpa] al mundo

de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por

cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el

príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (16:8-11).

Cómo ver las cosas que le estoy diciendo

Este es un resumen de las afirmaciones que Jesús hace con

relación a dos temas: la persecución que vendrá y la llegada del

Espíritu Santo, que les permitirá soportar esa persecución. “Estas

cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo” (16:1). “Mas os he

dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que

ya os lo había dicho” (16:4). “Esto no os lo dije al principio, porque

yo estaba con vosotros. Pero ahora voy al que me envió” (16:4, 5).

En otras palabras: “Les digo estas cosas ahora, porque no voy

a estar con ustedes físicamente cuando ocurran”. (16:4, 5). “Porque

os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón” (16:6).

“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis

sobrellevar” (16:12). “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora

viene cuando ya no os hablaré por alegorías” (16:25). “Estas cosas os

he hablado para que en mí tengáis paz” (16:33).

Conclusión:

En este breve fascículo, he tratado de cubrir algunas de las

últimas palabras de Jesús a sus discípulos, que son algunas de sus

más profundas enseñanzas. Queda un fascículo más para terminar

Fascículo N.º 27: El Evangelio de Juan, versículo por versículo

41

este estudio del maravilloso Evangelio de Juan. Confío en que nos

escribirá para solicitar ese último fascículo.

Mi oración es que, mientras estudiamos este Evangelio

juntos, usted haya llegado a conocer a Jesús como su Salvador y esté

experimentando la obra milagrosa del Espíritu Santo en su vida,

como sus discípulos, hace casi dos mil años. También es mi oración

que estos fascículos lo ayuden a entrar en la Palabra de Dios, y que la

Palabra de Dios entre en usted. Esta es mi oración constante, porque

sé que Dios hace cosas maravillosas y milagrosas cuando su pueblo

permanece en su Palabra, y su Palabra permanece continuamente en

su pueblo.