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1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO SEIS MATRIMONIO Y FAMILIA (Primera parte)

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO SEIS

MATRIMONIO Y FAMILIA (Primera parte)

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Capítulo 1 La ley del matrimonio y la familia

Hace muchos años, en Estados Unidos, un hombre estaba teniendo problemas mecánicos con su auto, que era muy viejo, así que tuvo que detenerse a un costado del camino. Un hombre bien vestido, que pasaba en un auto nuevo y muy caro, se detuvo para ayudarlo. Salió de su auto y abrió la capota del auto roto, que era un Ford, un auto muy popular en Estados Unidos. El hombre comenzó a trabajar en el motor y pronto logró arreglarlo. El dueño del Ford le preguntó: “¿Cómo es que usted sabe tanto de este auto?” El otro le respondió: “Yo soy Henry Ford. Yo diseñé este auto y soy el dueño de la empresa que lo fabrica”. Así como es de esperar que Henry Ford pueda arreglar uno de los autos que él creó, podemos esperar que Dios pueda decirnos cómo arreglar un matrimonio, porque Él lo creó. Esta presentación de los principios del matrimonio y la familia está basada en la Biblia. Parte de la base de que, dado que Dios creó el matrimonio y la familia, Él puede decirnos cómo arreglar un matrimonio destruido. Dios también puede decirnos qué es el matrimonio, el propósito del matrimonio y cuál es su plan para el matrimonio y la familia. ¿Qué enseñó Jesús acerca del matrimonio y la familia? Nosotros, que somos discípulos de Jesucristo, siempre deberíamos comenzar cada estudio preguntándonos: “¿Qué enseñó Jesús sobre este tema?”. Cuando los fariseos le preguntaron sobre el matrimonio y el divorcio, Jesús respondió con otra pregunta: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?” (Mateo 19:4). Básicamente, Jesús estaba diciendo: “Si quieren comprender el matrimonio, tienen que volver al principio y estudiar cómo Dios quiso que fuera el matrimonio”. El plan de Dios para el matrimonio “En el principio [...] dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; [...]. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Génesis 1:1, 26–28). A lo largo de todo el relato de la creación, Dios mira lo que ha creado y dice: “Es bueno”. Pero cuando llegamos al capítulo 2, encontramos que Dios dice: “No es bueno”. ¿Qué es lo que no era bueno? Que el hombre estuviera solo. “Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:21–24). Dios vio que el hombre, solo, estaba incompleto. La redacción del texto hebreo original sugiere algo así como: “Voy a hacer a alguien que lo complete”. Esto es lo que significa la expresión “ayuda idónea” en hebreo: la persona que completa. Desde el comienzo, Dios nos dio definiciones de roles para el matrimonio y la familia. Un hombre está incompleto sin una mujer. La mujer fue diseñada para completar al hombre. El relato de la creación se repite en el capítulo 2 y, por tercera vez, se presenta en Génesis 5:1–2, donde se hace énfasis en que Dios creó al hombre como varón y mujer. No olvide que, en Génesis 5, Dios no los llama “los Adanes”, sino “Adán”. Dado que el nombre “Adán” significa ‘hombre’, esto nos enseña, sutilmente, que el hombre y la mujer que se unen en santo matrimonio son un hombre completo. Es otra manera de decir que los dos fueron creados para ser uno. Personas, pareja y padres

Lo que vemos hasta ahora en la Biblia es una ley de la vida. Podríamos llamarla “la ley del matrimonio y la familia”. Para que este plan funcione, Dios debe contar con un padre y una madre adecuados. Para que los padres sean adecuados, tienen que tener una relación de pareja adecuada. Para tener esta relación, tienen que ser personas adecuadas.

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La relación que Dios ideó cuando creó a Adán y Eva no era la de dos parásitos que tratan de absorber cada uno la vida del otro. Tampoco se trata de la relación entre una persona y un parásito, en la que uno le absorbe la vida al otro. El plan era (y es) que sean dos personas plenas que construyan mutuamente la vida del otro y construyan una vida juntos, como Dios lo quiso cuando creó al hombre y a la mujer. El principio sigue siendo tan válido hoy como lo fue en la creación.

Pero este plan está sufriendo serios ataques en la actualidad. Por ejemplo, el plan aceptado para la relación entre un hombre y una mujer en la actualidad dice que la mujer tiene que demostrar que es igual al hombre, haciendo todo lo que el hombre hace. La teoría es que si ella no tiene el mismo rol y la misma función que el hombre, no tiene el mismo valor que él.

Los machistas proclaman la superioridad de los hombres, mientras que las feministas proclaman la supremacía de las mujeres, como si la relación entre hombres y mujeres fuera de “uno u otro”. Según el modelo bíblico, la relación hombre-mujer es de “uno y otro”, una relación de unidad. Si estas dos personas fueran exactamente iguales, una de ellas sería innecesaria. Dios, deliberadamente, nos creó singularmente hombres, por un lado, y singularmente mujeres, por otro, porque cada uno complementa al otro. La cultura está decidida a minimizar las diferencias entre los sexos haciendo que el rol y la función del hombre sean exactamente los mismos que los de la mujer. Pero existe una hermosa diversidad y un maravilloso propósito en la forma en que Dios creó al ser humano como varón y mujer.

Una forma de ilustrar esta ley básica del matrimonio y la familia es imaginar una pirámide dividida en tercios. En la parte de la base escriba “personas”; en la parte media escriba “pareja”; y, en la punta, escriba “padres”.

No se puede comenzar a construir una pirámide a partir del tercio superior. De la misma manera, no es el plan de Dios comenzar a construir un hogar con dos padres adecuados, si ellos no conforman una pareja ordenada por Él. Además, no es el plan de Dios que exista la parte del medio de la pirámide sin la base. El fundamento que hace que esas dos personas formen una buena pareja es que sean dos personas adecuadas. La base de la pirámide es fundamental. De la misma manera, la parte vital de un matrimonio son las dos personas que lo conforman. Por dónde comenzar

Hay cuatro áreas problemáticas en todo matrimonio. En un matrimonio entre Juan y María, el primer problema es Juan. El segundo problema es María. El tercer problema es Juan y María con todos sus problemas de compatibilidades. Los hijos de Juan y María son el cuarto problema de este matrimonio.

Si Juan tiene cincuenta problemas, y María tiene cincuenta problemas, entonces su matrimonio tiene cien problemas, aun antes de enfrentar todos los problemas que tienen como Juan y María. Si Juan decide trabajar por su matrimonio, debe comenzar por el problema número uno: él mismo. María debería comenzar por el problema número dos: ella misma. Si usted no es capaz de reconocer o aceptar el hecho de que es parte del problema, ningún consejero matrimonial en todo el mundo podrá ayudar a su matrimonio. Pero si usted resuelve los problemas que hay en su vida, habrá solucionado muchos de los problemas de la pareja.

Quisiera compartirle un relato que ilustra precisamente esto. Un hombre fue a ver a su psiquiatra con una hoja de lechuga y tres huevos en la cabeza y una feta de tocino en cada oreja. El médico le dijo que pasara y se sentara. El hombre se sentó, con mucho cuidado, para que los huevos no se le cayeran de la cabeza. El médico le dijo: “¿Quiere hablarme de algo?”. Y el hombre respondió: “Sí, doctor, quiero hablarle de mi hermano. Ese muchacho realmente tiene problemas”.

Los pastores y los consejeros matrimoniales encuentran gente así todos los días: personas que no reconocen la posibilidad de que ellas mismas sean parte del problema. Como dijo Jesús:

Personas

Pareja

Padres

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“Tienen una viga en su propio ojo, y andan por ahí buscando la paja en los ojos de los demás” (Mateo 7:3, parafraseado). Las personas hipercríticas son expertas en detectar los problemas que tienen todos los demás, especialmente en sus propios hogares y matrimonios. Ellas les echan la culpa a todos los demás y nunca se les ocurre que pueden ser parte del problema, aunque para todos los demás sea evidente que son la parte más grande del problema.

El mejor aconsejamiento matrimonial del mundo se encuentra en la Biblia. En este fascículo veremos algunos de los consejos que ella ofrece. Al hacerlo, descubriremos algunas pautas y principios. Una de estas pautas es: Cada vez que la Biblia habla de un matrimonio, separa a los cónyuges como personas. Le habla al hombre de su rol. Le dice cuáles son sus responsabilidades. Cuando habla a la mujer, la Biblia le indica cuáles son sus responsabilidades en el matrimonio.

Por ejemplo: 1 Pedro 3 comienza hablándoles a las mujeres, particularmente a aquellas cuyos esposos no obedecen a la Palabra. Durante los siguientes seis versículos, Pedro no dice nada a los esposos o acerca de ellos. Más bien, instruye a las esposas en diversos asuntos, incluyendo la pureza, la forma de vestir y la sumisión. Le está diciendo a la esposa que comience por el segundo problema. La mujer debe pedir a Dios que haga de ella todo lo que Él desea que sea y lo que desea que haga en su matrimonio.

Después, Pedro habla a los esposos sobre el primer problema. La Biblia siempre trata los problemas en forma realista y práctica. Incluso les habla a los hijos de sus roles y responsabilidades hacia sus padres. Y es realista al hacerlo, ya que la única persona por la que usted puede hacer algo es aquella por la que es responsable: usted mismo.

A algunas personas casadas les lleva mucho tiempo aprenderlo, pero al final, usted lo aprenderá y dirá: “No puedo hacer nada con respecto a mi cónyuge”. En realidad, no puede. Usted no tendrá que responder por su cónyuge delante de Dios en el juicio. No será responsable de dar cuenta de él o ella. En cambio, deberá dar cuenta de aquella persona por la que es responsable: deberá responder por usted mismo. Lo mejor será que comience a

hacerse responsable ahora por la única persona de su matrimonio que puede controlar.

En las sesiones de aconsejamiento con matrimonios, hay muchas ocasiones en que un pastor no puede reunirse con el esposo y la esposa juntos, porque esto implicaría actuar como árbitro en sus peleas. Lo mejor es reunirse con cada uno por separado. Después de ayudar a cada persona a solucionar sus problemas, puede pasar a los temas de compatibilidad y relación. Si cada una de estas personas no es creyente y tiene una relación personal con Jesucristo, la prioridad, para el pastor, es llevar al esposo o la esposa a la salvación y a tener una relación con Dios a través de Cristo. El aconsejamiento matrimonial puede ser una herramienta evangelística muy fructífera para un consejero espiritual o un pastor.

Un pastor le dijo una vez a un hombre: “El matrimonio no es una relación de 50/50; ni siquiera es dos personas 100% para el otro. Se trata de dos personas 100% para Dios”. El hombre fue a su casa y le dijo a su esposa: “El pastor dijo que el matrimonio es de 100 contra nada; yo soy el 100 y tú, nada”. A algunos les cuesta reconocer la dura realidad de que las “personas” son la parte fundamental de la pirámide. Allí es donde comienzan los problemas maritales y donde debe comenzar la solución para esos problemas. Cuando aceptan esa realidad, deben comprender que la persona con quien deben comenzar es aquella acerca de la cual pueden hacer algo, es decir, ellos mismos. Lo que el matrimonio significa para Dios

Si usted llega a este estudio sobre el matrimonio y la familia preguntándose: “¿En qué me beneficia esto?”, la respuesta es que puede beneficiarlo mucho. Después de la salvación, un hogar feliz es lo más maravilloso del mundo. Pero si realmente quiere tener una perspectiva bíblica de este estudio sobre el matrimonio y la familia, debería preguntarse: “¿En qué beneficia esto a Dios? ¿Qué significa el matrimonio para Él? ¿Por qué lo instituyó? ¿Por qué creó a los seres humanos como hombres y mujeres?”. La respuesta es que Dios quería poblar la tierra con buenas personas.

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El Salmo 128 es una de las mayores y más elocuentes expresiones de este plan divino. “Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien” (vv.1-2). Muchas personas quisieran transformar el comienzo de este Salmo y poner un punto después de la segunda palabra: “Bienaventurados todos”. Hoy, muchas personas predican el universalismo, que dice, en parte, que dado que Dios es un Dios de amor, todos somos bienaventurados. Pero la Biblia no enseña eso. Este es uno de los Salmos que habla del “hombre bienaventurado”, uno de los temas del Libro de los Salmos. Estos Salmos enseñan que las bendiciones que disfruta el hombre bienaventurado no son producto de la coincidencia o el azar. Son consecuencia de tener fe en Dios y obedecerle.

El énfasis de este Salmo sobre el “hombre bienaventurado” es mostrarnos cómo Dios lo usa, cómo él encaja en el plan total de Dios. El salmista continúa: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. [...] Bendígate Jehová desde Sion, y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, y veas a los hijos de tus hijos” (vv. 3,5-6).

Este es un ejemplo de la forma en que Dios obra en el mundo: a través de la ley del matrimonio y la familia. Dios encuentra a un hombre que cree en Él y sigue sus caminos, y lo bendice. Cuando lleva a una mujer a la vida de ese hombre y lo completa, hace de ese hombre un padre. Entonces, estas dos personas, que se convierten en una pareja, producen una familia. Los hijos permanecen con ellos unos veinte años, durante los cuales son criados y preparados para enfrentar la vida. Esta unidad, la familia, se convierte en parte de Sion (la comunidad espiritual del Antiguo Testamento), para hacer impacto en su ciudad (Jerusalén), su nación (Israel) y, finalmente, el mundo.

En el Antiguo Testamento, la palabra “Sion” es equivalente al concepto de Iglesia en el Nuevo Testamento. ¿Cómo obra Dios en el mundo? Los seguidores de Cristo generalmente piensan que trabaja principalmente a través de la Iglesia. Dios y Cristo trabajan

a través de la Iglesia, pero ella está formada por unidades de familias. La unidad más básica del mundo es la familia. Dios usa a la familia para hacer impacto en Sion (la Iglesia). Cuando estas unidades familiares se reúnen en la comunidad espiritual, hacen impacto en la ciudad, en la nación y, finalmente, en el mundo. Ahora bien, si las cosas no andan bien en el mundo, si no andan bien en la nación, si no andan bien en la ciudad, ¿dónde encontraremos el problema, y dónde aplicaremos la solución? Debemos buscar y solucionar el problema donde Dios coloca a los solitarios: en las familias (Salmos 68:6).

Hace años, una revista dedicó todo un número al problema de la delincuencia juvenil. Los expertos que escribieron los diversos artículos estudiaron diferentes posibilidades. ¿Sería culpa del gobierno? ¿Sería la falta de educación? ¿O el problema es la cultura? Algunos hasta cuestionaron a las iglesias, sinagogas y mezquitas; quizá estas instituciones no estaban haciendo lo que se suponía que debían hacer. Pero, finalmente, todos los sociólogos y jueces de tribunales de menores llegaron a la misma conclusión: el problema es la familia. La responsabilidad del hombre

Según la ley bíblica del matrimonio y la familia, la responsabilidad comienza en el hombre. Al estudiar los problemas del matrimonio y la familia en la actualidad, creo que el mayor problema es el de los hombres que no aceptan la responsabilidad de ser lo que Dios desea que el varón sea como cabeza del hogar: el sacerdote espiritual de su familia. Según el Salmo 128, la bendición de Dios en este mundo comienza cuando el hombre cree en Dios y anda en sus caminos. Cuando un hombre confía en Dios y anda en sus caminos, Dios tiene un fundamento sobre el cual edificar su pirámide familiar, y puede poner en funcionamiento la ley del matrimonio y la familia, porque tiene un hombre bienaventurado. Dios puede, ahora, unir a este hombre bienaventurado con una mujer bienaventurada, para que tengan hijos bienaventurados. Ahora, Dios puede hacer impacto en un hogar, en una iglesia, en una ciudad, en un país, en el mundo.

Todo comienza con un hombre bienaventurado.

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Pero el número sin precedentes de rupturas matrimoniales y familiares en la actualidad ha dejado a muchos adultos jóvenes sin modelos que seguir. Podría hablarles de una docena de hombres que me han pedido que yo fuera su padre, porque no lo tenían. Un hombre joven, de contextura grande y aspecto temible, que estaba casado hacía varios años, me dijo: “No quiero tener hijos hasta que sepa cómo ser un padre. ¿Quisieras ser mi padre por un tiempo?”.

Hay parejas que me han dicho, en sesiones de consejería prematrimonial: “Estamos muy preocupados por el éxito de nuestro matrimonio. Muchos matrimonios terminan en divorcio, y nosotros no hemos visto nunca un buen matrimonio. Nuestros padres se separaron y nosotros ni siquiera sabemos cómo es un matrimonio cristiano y una familia cristiana. ¿Cómo podemos estar seguros de que podremos tener un matrimonio y una familia felices?”.

Entonces, ¿cómo podemos construir y criar un hogar feliz? Salomón, el hombre más sabio que haya vivido jamás, usa una de sus palabras favoritas al escribir, en el Salmo 127: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño”.

Estos dos versículos constituyen una autobiografía resumida, las palabras de sabiduría de Salomón en su lecho de muerte. Este breve Salmo es una versión abreviada de su gran sermón llamado “Eclesiastés”. Su palabra favorita, en ambos resúmenes de su historia con Dios, es “vano”.

Salomón era el clásico epítome del adicto al trabajo, pero aquí reconoce que es posible trabajar en vano. Seguramente él se había preocupado por muchas cosas, pero aquí nos dice que es en vano que nos levantemos temprano, nos acostemos tarde y comamos pan de dolores. También nos dice que es posible edificar en vano. Salomón era un gran edificador. No sólo edificó un templo; construyó ciudades, parques y establos. Una vez construyó una flota de barcos simplemente para ir a saludar a una reina. Sus construcciones eran numerosísimas.

Pero Salomón también nos dice que es posible preocuparse en vano, cuando nos preocupamos por cosas equivocadas. Es

posible trabajar en vano, cuando trabajamos para las cosas equivocadas. Es posible construir en vano, cuando construimos cosas equivocadas.

Después, Salomón pasa al tema de los hijos. ¿Qué tienen que ver sus comentarios anteriores con los hijos? Todo. Salomón comprendió que había edificado todo, excepto las vidas de sus hijos. Ahora, el sabio rey dice: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta” (vv. 3–5).

Este Salmo es una excelente aplicación negativa de la ley del matrimonio y la familia. Salomón está diciendo: “No hagas lo que yo hice, porque yo trabajé en vano, y edifiqué en vano, y me preocupé en vano. Lo único por lo que necesitas preocuparte, realmente, es por tus hijos”. Y concluye este Salmo con una profunda metáfora en la que nos dice que los padres son para los hijos como el arco a las flechas de un poderoso guerrero. El impulso y la dirección con que la flecha deja el arco dependen del impulso y la dirección que el arco le imprima.

Nuestros hijos son las flechas, y nosotros, sus padres, somos el arco desde el cual nuestros hijos son lanzados al mundo. Cuando comprendemos el desafío que esto implica para nosotros como padres, debemos volver a los dos primeros versículos y recordar que no podemos construir una familia a menos que sea el Señor quien la construya.

Otra hermosa metáfora ilustra esta verdad de que nosotros no podemos construir un matrimonio y una familia, pero Dios, sí. Él da a su amado el sueño, según Salomón. Mientras estamos despiertos y tratamos de ayudar a Dios a poner energía en nuestro cuerpo, Dios no puede restaurarnos físicamente. Pero cuando estamos en un estado pasivo y vamos a dormir, Dios puede entrar en actividad y restaurar nuestros cuerpos, mentes, emociones y espíritus cansados.

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Un matrimonio de calidad Como lo ilustra nuestra pirámide, la buena calidad de los

padres es consecuencia de que éstos sean personas temerosas de Dios que han entrado en una relación de pareja ordenada por Él. Para que el matrimonio se mantenga fuerte -y para que, por lo tanto, los padres críen bien a sus hijos- Dios debe estar en el centro de la relación matrimonial. No podemos cumplir eficazmente nuestros roles como esposos o padres a menos que Dios nos ayude.

Esto se ve claramente en Mateo 19, donde le preguntan a Jesús sobre el matrimonio y el divorcio. Jesús reconoce que Moisés permitió el divorcio, pero eso era para proteger a las mujeres cuyos esposos las echaban a la calle. En esa época, las mujeres no tenían derechos. No tenían posibilidad de reclamar justicia. Así que, por compasión por estas mujeres, Moisés dio a los israelitas el decreto del divorcio; pero esa jamás fue la intención de Dios, según dijo Jesús. La intención de Dios en el principio fue que no existiera el divorcio.

Entonces, uno de los discípulos -imagino que fue Pedro- dijo: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19:10).

Jesús respondió: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado” (v. 11), queriendo decir que solo aquellos a quienes el Espíritu Santo ilumina pueden comprender y aplicar esta enseñanza. Sin la ayuda de Dios, quiso decir Jesús, es imposible ser un buen cónyuge.

Salomón y Jesús nos están diciendo que, sin Dios, es imposible construir nuestro hogar. Sin Él, trabajamos en vano. No podemos ser padres adecuados sin la ayuda de Dios. No podemos ser cónyuges adecuados sin la ayuda de Dios. La Biblia nos enseña que no podemos ser personas adecuadas sin la ayuda de Dios. Lo que es nacido de la carne es simplemente carne, dice Jesús (Juan 3:6). La carne es la naturaleza humana que funciona sin la ayuda de Dios. Jesús dijo también que, sin Él, nada podemos hacer (Juan 15:5).

Si usted desea tener un matrimonio verdadero a los ojos de Dios, un matrimonio formado por Dios, un matrimonio que

continúa unido por Dios, un matrimonio que cumple con los propósitos de Dios, haga esta oración:

Oh amado Padre Celestial, bendice esta casa. Bendice nuestra casa con la luz de tu presencia. Con el amor de tu Espíritu, fortalece las relaciones que hacen que esta casa sea un hogar. Sánanos como personas, para que tengamos una relación sana Y seamos padres sabios y amorosos. Muéstranos cómo acceder a tu gracia todo el día, todos los días. Rogamos que todo lo que hagamos aquí sea hecho en Cristo, por Cristo, y para Cristo. Que la luz, la vida y el poder del Cristo vivo y resucitado nos capaciten y nos controlen para que seamos representantes de Cristo al salir, al entrar y, especialmente, al vivir juntos dentro de estas paredes. Haz de este hogar un símbolo de esperanza Que señale a Aquel Que creó este hogar en su Palabra, Que lo unió por medio de su Espíritu, Y lo mantiene unido por su gracia. En el nombre de Jesús, Padre, bendice nuestro hogar. Amén.

Capítulo 2 El matrimonio ante los ojos de Dios

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Hay un pasaje en los evangelios en el que encontramos una clara enseñanza de Jesús sobre el tema del matrimonio y el divorcio. Ya hemos mencionado este pasaje, pero debo regresar a él ahora, porque Jesús cita a Moisés y nos da las respuestas del Antiguo y del Nuevo Testamento para la pregunta: “¿Qué es el matrimonio ante los ojos de Dios?”.

“Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

“Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.

“Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado” (Mateo 19:3-11). El matrimonio es una relación providencial

La primera de las siete dimensiones de esta relación, como expliqué en el capítulo 1, es la dimensión providencial de la relación entre un hombre y una mujer. En el capítulo de la Biblia que relata la creación, vemos que el Creador une a un hombre y una mujer en una “unidad”. Jesús definió lo que es el matrimonio ante los ojos de Dios cuando declaró: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Un matrimonio es un matrimonio ante los ojos de Dios cuando podemos decir que el Señor unió a un hombre y una mujer. Por lo tanto, la guía divina debe ser la base de nuestra decisión de contraer matrimonio.

La relación es providencial, porque Dios creó esa relación cuando nos dio el plan para ella en su Palabra. Dios unió a esta

pareja cuando los hizo ser una sola carne, y Jesús nos dice que solo Dios puede mantener juntos a este hombre y esta mujer.

Dado que cada cónyuge trae sus propios problemas a la relación matrimonial, el desafío es vernos dentro del matrimonio; los roles, funciones y responsabilidades que se nos ordena asumir. Debemos ver la contribución que se espera que hagamos al matrimonio y reflexionar sobre si estamos haciendo tal contribución o no. De la misma manera, tenemos que aceptar nuestra responsabilidad por los problemas que traemos al matrimonio. El matrimonio es una relación permanente

En la enseñanza de Jesús en Mateo 19 vemos que el matrimonio es, necesariamente, una relación permanente. ¿Por qué debe ser una relación permanente? La respuesta puede resumirse en una simple frase: los derechos de los niños.

¿Recuerda usted la ilustración del matrimonio que Salomón nos da en el Salmo 127? Los padres son a los hijos como el arco es a la flecha. El impulso y la dirección con los cuales los hijos salen a la vida dependen del arco del que han sido lanzados. Ahora bien, si usted fuera el diablo y quisiera destruir a la familia, ¿qué haría? ¿Acaso no cortaría la cuerda de ese arco? ¿No querría romper el arco? Eso es exactamente lo que está haciendo Satanás. Está trabajando para destruir las familias, cortando la cuerda del arco.

La ley de la vida que Dios ideó para el matrimonio y la familia es una de las más antiguas y mejores leyes divinas de la Biblia, porque crea un hogar que automáticamente brinda a los hijos unos veinte años de maduración antes de salir al mundo a enfrentar la vida. Ellos necesitan esa crianza y esa seguridad. Pero cuando cortamos la cuerda del arco, cuando un matrimonio se termina, les estamos robando a los hijos ese cuidado, esa seguridad, ese sentido de dirección que Dios tuvo en mente cuando escribió la ley del matrimonio y la familia en los dos primeros capítulos de la Biblia. Este es uno de los mayores problemas de niños y jóvenes en la actualidad. Un consejero de 78 años de edad que ha aconsejado a adolescentes toda la vida dijo: “Por primera vez en mi experiencia como consejero, la pregunta más importante que me están

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formulando los jóvenes es: ‘¿Cómo puedo hacer para que mis padres permanezcan juntos?’”.

Por eso Jesús dijo que el matrimonio debe ser una relación permanente. Sus hijos tendrán la misma seguridad que tenga su matrimonio e, intuitivamente, lo saben. Si usted quiere ver una mirada de terror en los rostros de sus hijos, mírelos cuando se está peleando con su cónyuge. Cuando ellos ven pelear a sus padres, se sienten menos seguros. Por otro lado, si quiere verlos felices, sea afectuoso con su cónyuge -por ejemplo, dele un beso- delante de ellos. Quizá hagan bromas al respecto, pero no se deje engañar. ¡A sus hijos les encanta eso! Cuando ven expresiones de afecto y ternura, ven que su matrimonio anda bien, y eso los ayuda a sentirse seguros.

Algunas veces, las personas llegan a la fe en Cristo cuando ya van por su segundo o tercer matrimonio. Cuando se entregan a Cristo, están en otro matrimonio y ya tienen hijos de parejas anteriores. ¿Cómo se aplica a estas personas la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y el divorcio?

Jesús siempre pasó la ley de Dios por el prisma del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las personas. La diferencia entre Él y los religiosos de su época era que Él nunca perdía de vista el hecho de que la ley de Dios había brotado del corazón de Dios, de su amor por el hombre. La intención de la ley de Dios, en la Biblia, es expresar el amor de Dios por el hombre. Dios desea que la pasemos lo mejor posible. Por eso nos dio su Santa Palabra. No estaba tratando de ver cuán infelices podía hacernos creando un montón de reglas. Él desea que seamos felices. Siempre hay un propósito para cada ley de Dios en la Biblia y, finalmente, todo se resume en el bienestar del hombre, porque Dios ama al hombre.

Los fariseos, que formaban el establishment religioso, habían perdido de vista el espíritu de la ley. Les encantaba perseguir a las personas que habían tropezado y habían quebrantado aunque solo fuera una partecita de la ley. Pero Jesús nunca perdía de vista el propósito de su Padre cuando dio la ley a través de Moisés. Siempre se concentraba en el tema: “¿Por qué Dios dio esa ley? ¿En qué sentido esta ley expresa el amor de Dios y su interés por el hombre y su bienestar?”.

El propósito de la ley del matrimonio y la familia, por ejemplo, es que podamos tener un hogar feliz, centrado en Cristo. Leemos en el relato de la creación que no es bueno que un ser humano esté solo, y eso motivó a Dios a poner a los solitarios en familias (Salmos 68:6). Él no desea que estemos solos. (Para mayor información sobre este tema, ver el capítulo 6 de este fascículo). El matrimonio es una relación exclusiva

El matrimonio no solo es una relación providencial y permanente sino, según Jesús y Moisés, también debe ser, necesariamente, exclusiva. La unidad entre un hombre y una mujer es exclusiva en, al menos, dos sentidos. Moisés escribió: “Por esto el hombre dejará padre y madre...” Jesús estuvo de acuerdo con Moisés cuando dio su definitiva declaración sobre el matrimonio y el divorcio (Mateo 19:5). El matrimonio excluye a los padres de los cónyuges. Ahora bien, esto no significa que usted no pueda tener una buena relación con sus padres después de casado. Pero sí significa que ya no vivirá en la casa de ellos. Y si usted es mujer, su padre ya no es su cabeza en un sentido espiritual; ahora lo es su esposo.

El matrimonio también es exclusivo en un sentido íntimo. Jesús dijo que el matrimonio es como un contrato entre un hombre y una mujer. Una de las condiciones en que se basa ese contrato es la exclusividad. Cuando se viola esta exclusividad, el contrato matrimonial puede ser considerado nulo. No necesariamente tiene que ser así, pero puede serlo. Dios no diseñó el matrimonio para que alguien viva con un cónyuge que no respeta la exclusividad de esa relación. Dios no le pide que haga eso. Si su cónyuge no vive esta relación con usted en exclusividad, entonces usted puede declarar anulado el contrato, según Jesús, porque el matrimonio es una relación exclusiva.

Un día vino a verme un hombre que trabajaba en un hotel cerca del mar, no lejos de donde yo era pastor. Había conocido a una joven durante el verano y se enamoró profundamente de ella. Tuvieron una relación física, prematrimonial, muy fogosa, durante todo el verano. Cuando terminó el verano, ella regresó a la universidad, pero cada fin de semana que podía, volvía a visitarlo.

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Hasta que un fin de semana no fue a verlo. Lo llamó por teléfono y le dijo que ya no lo vería más.

Ahora este hombre estaba sentado en mi oficina, llorando, literalmente, como si su corazón estuviera destrozado. Estaba destruido. Finalmente me dijo: “Sabe, una relación como esta, con sentimientos tan íntimos y profundos, debería tener cierta protección”. Entre sollozos, decía que no quería poner todos sus sentimientos en algo que no fuera seguro, algo que pudiera terminar simplemente con una nota debajo de la puerta o un llamado telefónico... o aun con la ausencia de una nota o un llamado. Ese hombre estaba en condiciones de escuchar que la relación matrimonial perfilada por Moisés y Jesús ordenaba que existiera precisamente la garantía que él tan elocuentemente estaba describiendo.

Dios no quiere que usted esté inseguro en una relación tan íntima como es un matrimonio. Por eso Jesús y Moisés hicieron de la exclusividad una condición para el contrato matrimonial.

Capítulo 3 Los siete eslabones de la unidad

Un devoto creyente africano esculpió en madera un hermoso símbolo que representa la relación que Dios tenía en mente cuando creó a la primera pareja y declaró que ellos dos eran “una sola carne”. Cuando este talentoso creyente hizo su obra, estaba ilustrando siete maneras en que un hombre y su esposa deben ser una carne. La hermosa escultura, hecha de un solo trozo de madera, representa a un hombre y una mujer que están unidos por una cadena de cinco eslabones dobles. Esta cadena que los une está, a su vez, unida a un eslabón que cada uno tiene sobre su cabeza. Cada uno de los cinco eslabones representa una dimensión de la unidad que Dios quiso que tuvieran el esposo y la esposa. Los eslabones que están sobre sus cabezas representan la relación

espiritual que cada uno tiene con Dios. El hecho de que todos los demás eslabones están unidos a estos dos representa el hecho de que su relación espiritual es el fundamento de su unidad. El primer eslabón doble representa la comunicación, que es la herramienta que hace posible que ellos cultiven y mantengan su unidad. El siguiente eslabón es la compatibilidad, que es la evidencia de su unidad. El eslabón medio representa el amor, que es la dinámica de su unidad. A este le sigue el eslabón de la comprensión, que representa el crecimiento de su unidad. El último de estos eslabones dobles que los hace una sola carne es el sexo, que constituye la gozosa expresión de su unidad. El hecho de que todos estos eslabones sean dobles presenta la realidad de que todas estas dimensiones de la unidad son recíprocas, es decir, que implican un dar y recibir entre ambos. Cuando agregamos estos cinco eslabones a los que cada uno tiene en su cabeza, tenemos los siete eslabones de la unidad. Nuestros programas radiales sobre el matrimonio y la familia estaban basados en las siete dimensiones del matrimonio que son representadas por los eslabones que hacen de este hombre y esta mujer una sola carne. Quisiera resumir, en dos fascículos, lo que ustedes han escuchado en esos programas sobre la ley del matrimonio y la familia. El eslabón espiritual

Muchos eruditos bíblicos creen que Salomón se refiere al matrimonio cuando dice que un cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Eclesiastés 4:12). Un cable o una cuerda de tres hilos es difícil de romper, porque los hilos están entrelazados, y eso le da gran fortaleza.

Cuando Dios diseñó la unidad entre un hombre y una mujer, que es providencial, permanente y exclusiva, quiso que ellos fueran uno entre sí y uno con su Creador. Así quiso Dios que fuera el matrimonio. Hay una hermosa metáfora que aún hoy puede encontrarse en las lápidas de los niños judíos: “Ligado en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios” (1 Samuel 25:29). Sería una etiqueta apropiada para colocar sobre cada matrimonio ante los ojos de Dios en la actualidad. Los tres hilos de la hermosa metáfora

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de Salomón representan al matrimonio de esta forma: el esposo, la esposa y Cristo.

En el gran capítulo sobre el matrimonio escrito por el apóstol Pablo, este exhorta a las parejas temerosas de Dios a separarse por breves períodos de tiempo para poder dedicarse a la oración y el ayuno. En realidad, está tratando el tema de la relación sexual de esa pareja. Su razonamiento es, obviamente, que su relación sexual y su unidad son fortalecidas por su unidad espiritual con su Creador (1 Corintios 7:3-5).

Hablaré luego sobre la unidad física, pero ahora quisiera hacer algunas observaciones sobre lo que Pablo sugiere en este pasaje acerca de la relación más íntima y privada de nuestras vidas. La relación más íntima y privada que usted puede tener en su vida no es la que tiene con su cónyuge, sino su relación con Dios. Pablo enseña que nuestra relación con Dios es íntima, individual y privada.

Si el matrimonio se fortalece cuando nos separamos para presentarnos ante Dios individualmente, esto significa que nos relacionamos con Dios en forma individual, aun cuando seamos un matrimonio. Si lo pensamos un poco, cuando nos presentemos delante de Dios en el juicio, todos deberemos responder ante Dios por nosotros mismos, no por nuestro cónyuge. Compareceremos ante el trono de Dios como individuos, no como matrimonio. El matrimonio de dos creyentes tiene la fortaleza o la debilidad que tenga la relación individual del hombre y de la mujer con Dios. Si el hombre tiene una fe y una relación con Cristo firmes, y la mujer también, entonces, cuando se unen, tienen algo en común: en su matrimonio hay una dimensión espiritual que fortalecerá en gran manera su relación entre sí.

Cuando un esposo y una esposa tienen sus propios momentos privados de oración, Biblia y lectura devocional, esto los ayudará a atravesar los tiempos difíciles. Algunas veces se molestarán el uno con el otro por algo que han dicho o hecho, pero cuando vuelvan de sus tiempos privados con Dios, estarán en paz con el Señor... y con el otro. A medida que ambos se acercan más al Señor y transcurre el día, experimentarán una cercanía cada vez mayor con Dios y también entre sí.

Si ustedes no tienen entre sí la cercanía que desearían tener, acérquense más a Dios. Así es como el eslabón espiritual de la unidad fortalece el matrimonio. Dado que tanto el esposo como la esposa tienen esta unión espiritual con Dios, yo diría que estos eslabones espirituales son el fundamento del matrimonio que Dios nos presenta como modelo en la Biblia.

Capítulo 4 El eslabón de la comunicación

Cuando una pareja va a ver a su pastor o a un consejero

matrimonial, uno de los primeros problemas que mencionan es la comunicación. Generalmente comienzan la sesión de aconsejamiento diciendo: “No tenemos comunicación. No nos comunicamos”.

La comunicación es una dimensión del matrimonio que puede ayudar dinámicamente a que los dos se conviertan en una sola carne, porque es una herramienta que les permite trabajar en esa unidad. Como creyentes nacidos de nuevo, somos uno con Cristo. La unidad con el Salvador no es algo que se mantiene solo. Tiene que ser conservada y cultivada. Por eso debemos pasar un tiempo con el Señor en oración y lectura bíblica diariamente. En otras palabras, mantenemos y cultivamos nuestra relación con Cristo comunicándonos con Él en oración y escuchando su voz cuando abrimos la Biblia.

Lo mismo se aplica al matrimonio. Debemos mantener y cultivar nuestra relación. La comunicación es una herramienta que la pareja puede utilizar para cultivar y mantener su unidad. Las bacterias se multiplican en la oscuridad, pero no pueden vivir en la luz. Si dos personas no se comunican, entre ellas crecen un montón de “bacterias”. Por eso Pablo nos exhorta a renunciar “a lo oculto y vergonzoso” (2 Corintios 4:2). Cuando no somos sinceros y nos escondemos cosas, mantenemos las “bacterias” en la oscuridad. La comunicación es como prender la luz sobre nuestra relación.

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Cuando lo hacemos, muchas de nuestras “bacterias” mueren. Con una buena comunicación, podemos enfrentar aquellas que no han muerto, y la “luz” de nuestra comunicación se convierte en una herramienta que cultiva y mantiene nuestra unidad.

El diccionario define a la comunicación como ‘dar y recibir información, ideas y mensajes por medio del habla, los gestos, u otros medios’. Esto nos indica varias cosas acerca de la comunicación. Primero, que no existe eso de “no comunicarse”. Cuando la gente dice: “No tenemos comunicación”, no es cierto. Siempre estamos comunicándonos; la pregunta es qué y cómo nos estamos comunicando. ¿Estamos comunicándonos por medio del habla, de los gestos o de otros medios?

Esta definición nos dice también que hay dos dimensiones en la comunicación: dar y recibir. Cierta vez, una mujer dijo: “Es como si mi esposo viviera en una isla misteriosa. Hace veinte años que rodeo esa isla, pero no puedo encontrar ningún lugar donde amarrar mi bote”.

Imagine que usted y su cónyuge están en dos islas diferentes y solo pueden comunicarse por radio. Para comunicarse por este medio, uno de los dos debe encender el transmisor y enviar un mensaje, y el otro debe encender el receptor y recibir ese mensaje. Algunas veces, los problemas de comunicación se deben a que uno o ambos cónyuges no encienden el transmisor para enviar una comunicación al otro. Otras veces, cuando transmiten, su mensaje sale distorsionado y confuso. También hay veces en que los problemas de comunicación radican en que uno o ambos no encienden el receptor o, cuando lo hacen, el receptor no está conectado en la frecuencia correcta.

La forma en que se recibe una comunicación es tan importante como la forma en que se envía. Si pisamos una tortuga cuando sale de su caparazón, ésta se retraerá nuevamente y no volverá a salir por un largo tiempo. Nosotros, los seres humanos, actuamos igual. Imagine que usted comparte algo realmente profundo con su cónyuge. Si esa comunicación no es recibida adecuadamente, usted se meterá dentro de su caparazón y no volverá a salir por un largo tiempo.

Si ustedes no pueden comunicarse, no tienen la herramienta necesaria para cultivar y mantener su unidad y, por consiguiente, no pueden trabajar en la relación. Es posible mejorar drásticamente su comunicación y tener esta herramienta que hace posible que realmente puedan trabajar en su matrimonio.

Contrariamente a lo que sucede en la relación entre padres e hijos, que desde el momento que comienza está destinada a la separación, la relación matrimonial une a dos personas. Es como los lados de una pirámide que se unen. El esposo y la esposa deben estar cada vez más y más unidos. La comunicación es la herramienta que nos permite hacerlo. Si una pareja no tiene una buena comunicación, no tiene la herramienta que Dios diseñó para que tuvieran lo necesario para trabajar en mejorar su relación.

Los problemas de comunicación vienen al menos en dos formas. Una son las discusiones. Algunas parejas no pueden comunicarse durante cinco minutos sin discutir por algo. La otra forma es la opuesta: el silencio. Ahora bien, el silencio no siempre indica que exista un problema de comunicación, pero con frecuencia es así. Las personas son diferentes. Muchas se sienten incómodas cuando hay silencio. Para ellas, el silencio es molesto. Otras son del “tipo silencioso”, y simplemente no sienten la necesidad de hablar.

Un buen amigo mío es el hombre más callado que conozco. Un día, una mujer le dijo: “Usted no tiene mucho que decir, ¿no?”. Mi amigo le dijo: “Cuando las aguas son profundas, son quietas y silenciosas. Pero cuando no tienen profundidad, borbotean”. Mi amigo no estaba siendo desconsiderado con la señora; simplemente estaba haciéndose entender.

Así que si usted está casado con una persona del “tipo silencioso”, esto no significa, necesariamente, que tenga un problema de comunicación. Una de las formas más bellas de estar juntos es tener comunión, que es la raíz de la palabra comunicación. Pueden estar tan cómodos juntos que no sea necesario hablar. El silencio no siempre indica un problema de comunicación.

Sin embargo, el “desprecio silencioso” es una forma de comunicación, y puede significar que hay un problema de

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comunicación. Si su cónyuge lo trata con silencioso desprecio, significa que usted lo ha hecho sentir molesto y, por lo tanto, está usando ese silencio para comunicarse con usted. Una mujer cuyo esposo hacía esto con frecuencia decía: “Tengo que prestar mucha atención cuando él no habla, para escuchar lo que está diciendo”.

Nos comunicamos por medio del habla, de los gestos, y por otros medios también. Estos otros medios de comunicación pueden ser el silencio, arrojar un plato, dar un portazo, o golpear la pared o la puerta con el puño. Desde un punto de vista positivo, una sonrisa, una mano sobre el hombro, un abrazo o las lágrimas también son formas de comunicación. Así que, como verá, no existe eso de “no comunicarse”. Algunas veces nos comunicamos con gestos u otros medios, sin palabras, pero esos medios pueden ser muy elocuentes. Francisco de Asís dijo: “En todas las cosas, predica a Cristo. Cuando sea absolutamente necesario, usa las palabras”. La comunicación eficaz, ya sea positiva o negativa, no siempre requiere de palabras.

Una vez, nuestro profesor de oratoria entró al aula, donde los alumnos estábamos haciendo muchísimo ruido. Fue directamente hacia el frente del aula, y golpeó el escritorio con la palma de la mano abierta. El golpe sonó como un disparo. Mientras golpeaba la mesa, el profesor dijo: “¡Quiero absoluta anarquía!”. Todos callamos de inmediato. Entonces él nos explicó lo que acababa de hacer. Las palabras conforman el 7% de la comunicación. La inflexión de la voz al decir esas palabras es un 55% de la comunicación, y el otro 38% es el lenguaje corporal que las acompaña. Él había dicho: “Quiero absoluta anarquía”. Pero eso no fue lo que controló la situación; en realidad, si los alumnos hubiéramos entendido las palabras que dijo, habría logrado el efecto opuesto. Por su tono de voz, entendimos que estaba diciendo: “¡Orden en la clase!”. Y ese significado fue reforzado por el golpe sobre el escritorio. En resumen

La comunicación no es solo lo que se dice; también es lo que se escucha. La comunicación no es solo lo que se dice; también es lo que se recibe. La comunicación no es solo lo que se dice;

también es lo que se siente, según los gestos y otros medios que se utilicen. La comunicación no es solo lo que se dice; es el concepto total que se desea transmitir. La comunicación no es solo lo que se dice; algunas veces es, también, lo que el otro quiere oír. Todas estas cosas le dan al receptor la “impresión total” de lo que se ha comunicado por medio del habla, de los gestos y otros medios. Problemas de comunicación

Como pastor, a lo largo de muchos años, he preguntado a diferentes parejas: “¿Alguna vez tuvieron buena comunicación?”. La respuesta, casi sin excepciones, era que sí. Entonces yo les daba una tarea para hacer. Si su problema era que ya no hablaban, les pedía que hicieran una lista de todos los motivos por los que habían dejado de hablarle a su cónyuge. Si su problema era que no podían comunicarse sin enfadarse, les pedía que hicieran una lista de todas las razones por las que se enfadaban al hablar con su cónyuge. A estos problemas los llamé “disyuntores de la comunicación”.

Durante varios años coleccioné estas listas, y las estudié. Descubrí más de veinte problemas comunes de comunicación que se repetían en la mayoría de esas listas. He aquí algunos de esos problemas. Fíjese si alguno le resulta conocido:

1. Falta de interés. Una esposa comentaba que un día le dijo a su esposo: “Hoy el bebé se descubrió el pulgar”. Ella estaba entusiasmada por el progreso del bebé, pero su esposo no le prestó atención. Mentalmente, todavía estaba en su trabajo o leyendo el periódico. Nadie quiere comunicarse si se da cuenta de que se está hablando a sí mismo. Peor aún, no escuchar significa algo más serio: que no hay interés. Es como decirle a la mujer: “No me interesan ni tú ni los niños”. Según esta mujer, el hecho de que él no se interesaba significaba que no la amaba a ella, ni al bebé.

2. Falta de iniciativa. Recuerde: la comunicación es dar y recibir. Un día, una persona se da cuenta: “Yo soy quien siempre da. Él (o ella) nunca da nada. Lo único que hace es responder”. Si la comunicación es un puente, esposo y esposa deben encontrarse a mitad de camino. Si siempre es uno solo el que está trabajando para construir todo el puente, esa persona se desalienta y dejar de tratar de comunicarse.

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3. Un cónyuge contencioso e irritable. Salomón dijo que una mujer rencillosa (peleadora) es como una gotera continua en un día de lluvia (Proverbios 27:15). En realidad, es tan posible que un hombre sea rencilloso como que lo sea una mujer. Una persona rencillosa siempre se opone o desafía todo lo que su cónyuge propone. Es muy difícil, si no imposible, comunicarse con una persona rencillosa.

4. No reconocer que su cónyuge necesita estar solo. El hecho de que su cónyuge aún necesite de cierto espacio para sí mismo no significa nada malo para la intimidad del matrimonio. No se sienta amenazado por ese hecho. Recuerde que aunque los dos “son uno” en el matrimonio, hay un sentido muy práctico en que siguen siendo dos.

5. Algunas veces, los problemas de comunicación son causados por problemas físicos, emocionales y espirituales de alguno de los cónyuges o de ambos. Cuando esto sucede, ningún estudio sobre la comunicación podrá resolverlos. Las soluciones para esos problemas son espirituales, físicas y emocionales, y deben ser halladas fuera de la relación.

6. Los problemas de salud tienen un profundo impacto sobre la comunicación y la relación de un matrimonio. Siempre tenga en cuenta que las dificultades en la comunicación pueden ser ocasionadas por un problema físico. Esto se aplica especialmente a los casos en que la persona con la que es difícil comunicarse no siempre haya actuado de esa forma. Si su cónyuge tiene problemas de salud o emocionales serios, debe buscar la ayuda adecuada. Soluciones bíblicas

Algunas veces, el problema subyacente es, simplemente, el egoísmo. Uno o ambos cónyuges no están centrados en el otro, sino en sí mismos. Por eso no se interesan. Por eso no escuchan. Cuando el problema es el egoísmo, la solución es la falta de egoísmo. La solución es la Regla de Oro. Jesús nos dijo que pensemos lo que quisiéramos que los demás hicieran por nosotros, y hagamos eso por ellos (Mateo 7:12). Esta gran enseñanza de Jesús puede transformar la comunicación de un matrimonio. Cada cónyuge

debe estar centrado en los demás y estar genuinamente interesado en lo que le importa a su pareja.

Muchos problemas de comunicación pueden ser solucionados pidiéndole sabiduría a Dios. Uno de mis versículos preferidos es Santiago 1:5, que dice: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios”. Una y otra vez debemos orar a Dios diciendo: “No sé qué hacer. Necesito sabiduría y no la tengo. Tú dijiste que la pidiéramos, así que eso hago”. Así que, cuando los problemas de comunicación lo lleven a un punto en que no sepa qué hacer, pídale sabiduría a Dios. Cómo comunicarse con una persona difícil Hay otro pasaje bíblico que nos muestra cómo resolver difíciles problemas de comunicación. Escuchen este consejo que Pablo da a Timoteo: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:23–26).

Si su cónyuge es una “persona difícil”, es como si hubiera sido tomado cautivo por Satanás. Está en la prisión de Satanás, y no puede salir. Solo Dios puede liberarlo.

Pero esto es lo que usted puede hacer para mantener el fruto del Espíritu. Tres frutos del Espíritu se mencionan en este pasaje: mansedumbre, bondad, paciencia. Si guardamos el fruto del Espíritu, dejamos la puerta abierta para que Dios obre, y la cerramos al demonio. Esto le dará a usted la oportunidad de ganarse el derecho a ser escuchado y vivir delante de su cónyuge la verdad que puede hacerlo libre. Pablo advierte enfáticamente al siervo de Dios (usted) que no debe pelear ni contender, porque eso cierra la puerta a Dios y le abre la puerta al diablo.

Cuando aplique, en oración, esta receta de Pablo para comunicarse con una persona difícil, tenga siempre en cuenta que el “cónyuge difícil” puede muy bien ser usted mismo. Jesús dijo, en Mateo 7:5: “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás

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bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Tener una viga o un tronco en el ojo puede cegarnos de tal modo que sea imposible para nosotros comprender que somos la “persona difícil” que describe Pablo en ese pasaje.

Otra solución bíblica, especialmente cuando su cónyuge tiene problemas físicos o psíquicos, es orar como Jesús oró desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Solo piense en esto: En medio del dolor insoportable de su muerte, Jesús oró con esas palabras por sus enemigos. Si Jesús oró así por sus enemigos, ¿no podrá usted orar así por su cónyuge? Si su cónyuge no es responsable por lo que hace, porque tiene problemas realmente serios, orar como Jesús por él hará milagros. La comunicación en la familia

Si usted y su cónyuge tienen hijos, la comunicación va mucho más allá de ustedes dos. Es importante reconocer las muchas “combinaciones de comunicación” que se dan en su familia, y tomarse el tiempo necesario para cada una de ellas. Por ejemplo, la comunicación entre esposo y esposa es la más importante de todas. Otra es la comunicación como padre y madre, que suelo llamar “reunión de junta directiva”. Estas dos no deben mezclarse. Háganse de tiempo para hablar el uno con el otro como esposos, y dediquen otro momento a su comunicación como padres.

Además, existen todas las demás combinaciones de comunicación entre los padres y los hijos. Algunas veces será necesario dar prioridad al lugar y el tiempo para comunicarse individualmente con cada hijo, y otras para comunicarse todos juntos como familia. Y no olvide la necesidad de los hijos de comunicarse entre sí, sin sus padres. En nuestra casa, cuando mi esposa y yo escuchábamos a nuestros hijos comunicándose entre sí, lo llamábamos “sonidos de hermanos”, y era música para nuestros oídos. El ciclo de la vida

Imagine una torta cortada en tres porciones. Cada porción representa un tercio de nuestras vidas como matrimonio con hijos.

En el ciclo normal de la vida, pasamos un tercio de nuestra vida siendo criados por nuestros padres, otro tercio criando a nuestros propios hijos con nuestro cónyuge, y otro tercio con el “nido vacío”, una vez que los hijos han dejado el hogar. Esto significa que pasamos las dos terceras partes de nuestra vida con nuestro cónyuge. La relación de comunicación a la que debemos dar prioridad es la que tenemos con nuestro cónyuge, ya que continuará mucho después de que nuestros hijos, ya crecidos, se hayan ido. Otra razón por la que debe ser nuestra prioridad en la comunicación es que todas las demás relaciones sufren graves daños si se rompe la comunicación entre esposo y esposa.

Muchos padres cometen el error de poner primero a los hijos. Si ellos descuidan su relación mutua, cuando el nido esté vacío, pueden llegar a darse cuenta de que ya no tienen una relación. Es trágico cuando los matrimonios se separan en ese momento, porque los padres y madres olvidaron que también eran esposos. La comunicación es la herramienta para fortalecer la relación más importante de nuestro hogar.

Capítulo 5 El eslabón de la compatibilidad

La compatibilidad es la evidencia de la unidad que Dios

ideó para el esposo y la esposa. El concepto de compatibilidad hace pensar a muchos en la compatibilidad física, el enamoramiento. La compatibilidad física es importante, pero la compatibilidad no es solamente “química”; también implica cosas como nuestros valores. ¿Son compatibles sus valores? Aquí es donde los matrimonios se meten en problemas. Algunas veces los jóvenes se casan, y ni siquiera han hablado sobre si son espiritualmente compatibles. Y después de casarse descubren que sus valores espirituales son incompatibles.

Por ejemplo, una joven queda embarazada, y su esposo le dice que se haga un aborto. Ella dice: “No haré eso. Va en contra

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de mi fe”. Él responde: “¿Qué tiene que ver la fe con eso? No podemos costear la crianza de un bebé. ¡Tienes que abortar!”. Finalmente, ella se divorcia de él. Otra área de clarificación de valores que generalmente es causa de divorcios en la actualidad es la definición de roles del esposo y la esposa. Es imperativo que, antes de contraer el compromiso del matrimonio, ambos estén de acuerdo sobre los roles y la responsabilidades que cada uno piensa asumir y que espera del otro.

Debemos tener valores compatibles con la persona que será nuestro cónyuge. Si ambos son uno en Cristo y sus valores están basados en la Palabra de Dios, ¡piense la compatibilidad que esto implica! Su compatibilidad espiritual definirá los roles y las responsabilidades que cada uno debe cumplir en su relación. Su fundamento espiritual definirá asuntos espirituales y morales, cómo pasar el tiempo y gastar el dinero, lo que ustedes quieren para sus hijos, y todas las demás áreas de su vida juntos.

La historia de la palabra “compatibilidad” se remonta a una época en que la gente seguramente tenía otro concepto de la vida en común. “Compatibilidad” proviene de dos palabras que significan ‘con’ y ‘sufrir’. Hace años, se consideraba que dos personas eran compatibles para casarse cuando decidían “sufrir juntas”. Parece un enfoque bastante negativo de la vida, pero era real. En esos tiempos, la vida era muy difícil. ¿Alguna vez ha visitado el cementerio de una vieja iglesia y ha visto en cuántas de esas tumbas hay niños enterrados? En las generaciones pasadas, muchas veces, las familias eran muy numerosas. Una razón para ello era que se pensaba que si uno tenía diez hijos, quizá podrían sobrevivir cinco de ellos. La compatibilidad es una de las muchas razones por las que la relación de comunicación más importante de una familia es la existente entre el esposo y la esposa. Si pierden un hijo, es una prueba que deben atravesar los dos. Ambos sufren el duelo. Pero si usted pierde a su cónyuge, sufre solo. He escuchado a muchos esposos o esposas devotos que confirman esta realidad de que cuando están en buena relación con el Señor y con su cónyuge, pueden soportar cualquier dificultad. Es una buena paráfrasis resumida del significado original de la palabra “compatibilidad”.

Pero, en la actualidad, el uso común de la palabra “compatibilidad” nos lleva al significado actual que se le da, que es: ‘dos personas que se ajustan bien la una a la otra’. Tienen rasgos de personalidad, valores y propósitos similares. Las personas descubren, después de casarse, que cada ser humano tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Generalmente los puntos débiles no se ven al principio del matrimonio. Pero, después de un tiempo de casados, comenzamos a darnos cuenta de que estamos conviviendo con un conjunto de puntos fuertes y puntos débiles. Lamentablemente, cuando comprenden esta dura realidad, muchas personas llegan a la siguiente conclusión: “Creo que nosotros ya no somos compatibles y he encontrado alguien con quien sí soy compatible”. En esta época, el divorcio y la separación son comunes, porque la sociedad dice que la incompatibilidad es razón para terminar un matrimonio. En realidad, en varias culturas se pueden encontrar toda clase de razones legales para el divorcio. Pero la Biblia da solo un motivo para divorciarse, y no es la incompatibilidad. Es la infidelidad. Como he mencionado anteriormente, el contrato del matrimonio tiene una condición: la exclusividad. Esta condición significa que Dios no requiere que usted viva con alguien en esa relación si la exclusividad ha sido quebrantada. Aceptación

Para comprender la compatibilidad, debemos incluir el concepto de la aceptación. En un matrimonio, hay muchas cosas que debemos aceptar de nuestro cónyuge. Él o ella no va a cambiar. Muchas personas son ingenuas; piensan que una vez que estén casadas, podrán cambiar las características que no les agradan de su pareja. Esto se aplica especialmente a las mujeres. Tienen la ingenuidad de pensar: “Una vez que estemos casados, usaré mis encantos para convencerlo de ser el hombre que quiero que sea”. Pero esta es una forma de pensar inmadura. Después de casarse, el hombre seguirá siendo la persona con la que ella se casó, y no va a cambiar.

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La Biblia se ríe de las personas que dicen que pueden cambiar por sí solas. Por ejemplo, Jeremías pregunta: “¿Mudará... el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23). La Biblia es demasiado realista como para decirnos que cambiemos.

Pero lo que la Biblia sí dice es que, si cumplimos ciertas condiciones, Dios puede cambiarnos. Si usted necesita desesperadamente cambiar, o está convencido de que su cónyuge debe cambiar, la única esperanza de cambio es que usted y su cónyuge nazcan de nuevo. Por medio del nuevo nacimiento, Dios puede cambiarnos, y hacernos nuevas criaturas en Cristo y por medio de Él (2 Corintios 5:17).

Salvo por esa excepción, las personas no cambian. Es inmaduro pensar que usted puede cambiar a su cónyuge y es aún más inmaduro pensar que cambiar de pareja solucionará su problema. Pronto descubrirá que solamente se ha unido a un nuevo conjunto de puntos fuertes y débiles. Lo maduro es pedir a Dios que le dé la gracia para aceptar las fortalezas y las debilidades de su compañero para toda la vida.

Cuando ustedes estudien su compatibilidad como cónyuges, no se concentren en los aspectos negativos, o los puntos en que son incompatibles. Esa visión negativa puede destruir un matrimonio. Por el contrario, concéntrense en los aspectos positivos de su compatibilidad. Un joven nació de nuevo cuando tenía diecinueve años. Cuando le dijo al sabio pastor que lo llevó a Cristo que le resultaba difícil mantenerse puro sexualmente, este pastor le dio un buen consejo. Le dijo: “Dios tiene una mujer para ti, y esa es la solución definitiva para todas tus luchas con la pureza sexual”.

El recién convertido preguntó: “¿Cómo sabré cuando haya conocido a esa mujer?”. El pastor le dijo: “Te lo diré. Toma una hoja de papel y traza una línea vertical de arriba abajo. A la izquierda de esa línea, haz una lista de todos los atributos que quisieras hallar en una mujer: espirituales, intelectuales, físicos, etc. Ahora, junto a esa columna de cualidades y virtudes que quieres que tenga tu esposa, haz una lista de las cualidades que esa clase de mujer buscará en un hombre. Después estudia esa lista con mucho cuidado y pregúntate: ‘¿Soy yo esa clase de hombre?’. Si no lo

eres, entonces ya sabes lo que tienes que hacer mientras oras y buscas a la mujer ideal”. Si uno hace esas listas, reconocerá a su cónyuge al verlo, porque sabrá qué es lo que está buscando. Así sucedió conmigo. Hice las listas, y las memoricé. Cuando conocí a mi esposa, podría haberle pedido que se casara conmigo de inmediato, pero esperé hasta la segunda cita porque no quería que pensara que me estaba apresurando demasiado. Aunque usted quizá no tenía en la mano, literalmente, las dos listas, cuando conoció a su cónyuge, básicamente, quizá haya hecho lo mismo. Una vez que esté casado, pregúntese: “¿Qué cualidades de mi cónyuge me atrajeron desde el principio e hicieron que yo lo eligiera para casarme con él o ella?”. Algunas veces las personas están casadas hace tanto tiempo que olvidan qué fue lo que inicialmente los atrajo de su cónyuge. ¿Qué cualidades buscaba usted? ¿Cuántas de esas cualidades tiene aún su cónyuge? Después pregúntese qué cualidades suyas atrajeron a su cónyuge. ¿Cuántas de esas cualidades posee usted aún? Ahora haga una lista de todas las cualidades de su cónyuge que admira, y otra lista de las cualidades que su cónyuge admira de usted.

El pastor Dick Woodward tiene una piedra grande y pulida que su hija le regaló, y que usa como pisapapeles. Esta hermosa piedra tiene la siguiente pregunta inconclusa escrita en la parte superior: “Si no estás tan cerca de Dios como solías estar,...” y debajo del pisapapeles dice: “...¿quién se movió?”.

Ahora formúlese esa pregunta con respecto de usted y su cónyuge. Si no está tan cerca de su cónyuge como estaba antes, ¿quién se movió? ¿Fue usted? ¿Fue su cónyuge? Nunca se olvide de las cualidades que los atrajeron mutuamente al comienzo. Áreas de compatibilidad

Para ayudarle a definir mejor sus viejas “listas” de compatibilidad, veamos algunas importantes áreas de compatibilidad que son básicas.

Una es la compatibilidad física. En un buen matrimonio, el sexo, si es lo que Dios quiso que fuera, constituye aproximadamente un 10% de la relación. Pero si no es lo que Dios

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quiso que fuera, el sexo puede llegar a ser el 90% del problema. Muchos son los matrimonios que se separan por incompatibilidad física. ¿En qué medida su incompatibilidad física, si la hubiera, se solucionaría si usted se concentrara en su cónyuge en lugar de en sí mismo; si pusiera a la otra persona y la gratificación de ella en el centro de la relación?

La compatibilidad también involucra valores. El diccionario dice que un valor es ‘la cualidad por la cual determinamos si algo es más o menos importante, útil, beneficioso, y, por lo tanto, deseable’. Todos tenemos valores, ya sea que podamos definirlos o no. Cuando dos personas se casan, esta es un área en que realmente puede verse si existe incompatibilidad. Nuestros valores determinan muchas cosas; por ejemplo, cómo empleamos nuestro tiempo. ¿Tiene usted conflictos con su cónyuge por este tema?

Nuestros valores también determinan la forma en que gastamos el dinero. Nuestro dinero y nuestras posesiones reflejan la manera en que usamos el tiempo. Así que cuando gastamos dinero, en cierto modo, estamos gastamos nuestra vida. ¿Alguna vez tienen desacuerdos sobre el manejo del dinero usted y su cónyuge? Cuando una pareja no está de acuerdo sobre la forma en que debe gastar su dinero, encontramos una pauta que puede ser una buena medida de su compatibilidad.

La manera de criar a los hijos es otra área donde se reflejan nuestros valores y se mide la compatibilidad de la pareja. Juntos, ustedes deben determinar qué desean para sus hijos, qué clase de educación prefieren para ellos, y cómo van a disciplinarlos. Cuando un hombre y su esposa tienen trasfondos muy diferentes, es muy posible que tengan conflictos al tratar de resolver estas cuestiones juntos.

Una última área de compatibilidad especialmente importante en la actualidad es la compatibilidad de roles. ¿Cómo percibe usted el rol de esposo y padre? ¿Cómo percibe el rol de esposa y madre? Cuando definan sus roles, quisiera hacerles dos preguntas: ¿Toman su definición de roles de su cultura, o de la Biblia? Si toman su definición de roles de su cultura, ¿cómo van las cosas en su matrimonio y su familia?

Si ustedes creen que Dios creó el matrimonio y nos dio un modelo de cómo debe ser, la forma en que definan los roles en su relación debe estar basada en la Biblia. Recuerden: la premisa con la cual comenzamos estos estudios del matrimonio y la familia es que son una ley de la vida que Dios estableció cuando creó al ser humano como hombre y mujer. En su Palabra, Él nos ha dejado el modelo de cómo deben funcionar las parejas y las familias. Si ustedes creen que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, deben acudir a ella para conocer el plan divino para esta definición de roles. Si el esposo y la esposa se ponen de acuerdo en tomar su definición de roles del modelo de Dios, tienen un gran potencial de compatibilidad. Roles bíblicos

En la actualidad, la definición de roles en el matrimonio conlleva otro asunto, que podríamos llamar “el argumento de la cultura”. Hay personas que dicen que un pasaje particular de la Biblia no se aplica en la actualidad, debido a la cultura existente en el momento en que se escribió la Biblia. Este factor cultural invalidaría, entonces, la verdad que se enseña en la Biblia.

Es cierto que muchos pasajes deben ser interpretados dentro del contexto de la cultura correspondiente, como 1 Corintios 11, donde Pablo dice que si una mujer, al cortarse el cabello, estaba dando a entender que era prostituta, entonces, la mujer cristiana debe usar el cabello largo. Si no existe esa costumbre, entonces, el largo del cabello de la mujer no importa.

Pero muchos pasajes bíblicos son “supraculturales”; es decir, no deben ser interpretados a la luz de la cultura en que fueron escritos. Debemos interpretar nuestra cultura según las Escrituras, no permitir que la cultura interprete las Escrituras. La Biblia fue dada para que se estableciera una cultura temerosa de Dios. Un pasaje tal es el de Génesis en que Dios crea a la mujer como ayuda del hombre, para completarlo. La mujer estaba incompleta sin un hombre al que completar. El hombre y la mujer, unidos, son llamados “Adán” (no “los Adanes”).

Sin una esposa, el hombre es solo un fragmento de lo que debe ser. Sin un esposo, la mujer, ciertamente, está incompleta.

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Pero Dios une a los dos y ellos se convierten en una persona completa. Esta es una definición de roles supracultural, es decir, no afectada por el contexto cultural.

El modelo de matrimonio de Pedro

Otro pasaje “supracultural” es el de 1 Pedro 3. En el capítulo anterior, Pedro hace referencia al hecho de que, antes de ser cristianos, éramos como ovejas descarriadas. Pero “ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (2:25).

Después comienza el capítulo 3 con un consejo para las mujeres cuyos esposos no obedecen a la Palabra. Les dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (3:1). A los esposos, les dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (3:7).

Las expresiones clave en los versículos 1 y 7 son “asimismo” e “igualmente”. ¿A qué se refiere Pedro con estas palabras? Se refiere a la expresión “el Pastor y Obispo de vuestras almas”. Tanto Pedro como Pablo presentan vez tras vez en sus escritos un modelo para esposos y esposas: Cristo y la Iglesia.

Pedro señala a Cristo y la Iglesia y pregunta a esposos y esposas: “¿Quieren ver el modelo supracultural de Dios para los roles de esposo y esposa? Esposo, pastorea a tu esposa, así como Cristo es el Pastor de la Iglesia. Esposa, ¿quieres saber cuál es tu rol como tal? Mira este modelo de Cristo y la Iglesia. Mientras tu esposo te pastorea, mientras es como Cristo para ti, sé como la Iglesia es para Cristo en tu relación con tu esposo”.

En ese espíritu es que Pedro escribe este pasaje. Básicamente, está diciendo: “Esposa, permite que tu esposo sea como Cristo para ti. Permite que él te pastoree. Permite que te ame como Cristo amó a la Iglesia”. Eso es, realmente, lo que significa la sumisión de la esposa: permitir que su esposo la pastoree de la misma manera que Cristo pastorea a la Iglesia.

La razón por la que no vemos con frecuencia este modelo en muchos matrimonios de creyentes en la actualidad no es que la esposa no se someta al esposo, si bien ese problema existe. El obstáculo principal para que este modelo de matrimonio se implemente y se muestre hoy es que el hombre no es como Cristo para su esposa. No es el sacerdote del hogar; no asume la responsabilidad de pastorear y guiar a su esposa y su familia. El modelo de matrimonio de Pablo En el quinto capítulo de Efesios, Pablo muestra un modelo de definición de roles de esposo y esposa similar al de Pedro. En el versículo 21, dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Observemos que Pablo pide sumisión mutua. Esposos y esposas deben someterse mutuamente, porque por naturaleza somos egoístas. Algunos matrimonios temerosos de Dios, cuando leen que los dos deben ser uno, pasan muchos años preguntándose: “¿Cuál de los dos?”. Para que dos se conviertan en uno, para que el matrimonio funcione, tanto el esposo como la esposa deben someterse mutuamente. Esa es la esencia del amor.

Pablo continúa: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”(22–24).

Obviamente, Pablo hace lo mismo que hizo Pedro en su inspirado consejo sobre el matrimonio. Pedro y Pablo presentan el paradigma de Cristo y la Iglesia, y ambos escriben su definición de roles para esposos y esposas usando a Cristo y la Iglesia como modelo. Este modelo de Cristo y la Iglesia no tiene nada que ver con las culturas de Asia Menor o Roma. Estos modelos para el matrimonio revolucionaron las culturas corruptas y pecaminosas de su época. Debemos recordar que Jesús no enseñó a sus apóstoles y discípulos que se acomodaran a los valores de sus culturas; los desafió a que revolucionaran sus culturas.

Ahora bien, la tarea que se les encomienda a las mujeres en el consejo matrimonial de Pablo requiere una gracia sobrenatural. Pero la tarea que se encomienda a los hombres requiere mucha más

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gracia sobrenatural. Porque a nosotros, como hombres, se nos ordena que amemos a nuestras esposas “como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). Exactamente de la misma forma que Cristo ama a la Iglesia, el esposo debe amar a su esposa y su familia. Así como Cristo se entregó por la Iglesia, al esposo se le ordena que se entregue por su esposa y su familia. Jesús ordenó a los hombres que fueran “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Pablo escribió a los colosenses que nuestra única esperanza es el milagro de que Cristo vive en nosotros. Si Cristo vive en nosotros, es posible –y hasta natural- que seamos como Cristo es, amando y entregándonos a nuestra esposa (Colosenses 1:27).

Mujeres, si tuvieran un esposo que las amara a ustedes y a sus hijos exactamente de la misma manera que Cristo ama a la iglesia, ¿sería tan difícil permitir que él las pastoreara? ¿Sería tan difícil permitir que sea la cabeza del hogar y que asuma la responsabilidad de dirigirlo?

En algunos aspectos, a las mujeres les toca la parte más fácil. Básicamente, lo que Pedro dice es: “Permite que tu esposo te pastoree, y tómalo con dulzura”. Esto es lo que quiere decir cuando menciona que “...sean ganados [...] por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”. Sométase dulcemente a su esposo. Hay muchas mujeres que se someten exteriormente, pero se resisten en su interior. Pero Pedro dice: “Tu sumisión debe ser genuina; debe salir de adentro. Tómalo con dulzura, y en silencio. Simplemente vive la Palabra delante de tu esposo. Si algo lo desafiará a tomar su lugar, será verte a ti tomar el tuyo”. Recordemos que Pedro dirige estas palabras a mujeres que tienen esposos que no obedecen a la Palabra. Esto puede significar que sus esposos no son creyentes. También podría significar que son creyentes, pero no son con sus esposas como Cristo es con la Iglesia. Hay un lugar en que el esposo y la esposa deben ubicarse en el matrimonio, según Jesús, Pedro y Pablo. Debemos recordar que Pedro dirige estas palabras a esposas cuyos maridos no están ocupando el lugar que les fue asignado.

En resumen Básicamente, lo que Pedro les dice a estas esposas es que no lograrán que sus esposos ocupen su lugar sermoneándolos, ni empujándolos, ni arrastrándolos. Por la gracia de Dios, ellas deben ocupar su lugar. No les dice que esta instrucción siempre dará como resultado la conversión o el cambio de comportamiento de sus esposos. Su consejo es que, si existe algo que pueda resolver su problema, es el ejemplo que ellas sean para sus esposos; y que ese ejemplo puede ser un desafío para que estos hombres ocupen el rol que realmente les corresponde.

Capítulo 6 El eslabón del amor

La dimensión espiritual es el fundamento de la unidad que

Dios ha designado para un esposo y su esposa. La comunicación es la herramienta con la cual una pareja casada puede cultivar y mantener su unidad. La compatibilidad es la evidencia de su unidad. El amor es la mayor fuerza dinámica de la unidad que Dios tenía en mente cuando declaró que los dos deben ser una sola carne.

Una buena pregunta para que se formule la pareja antes de entrar en el matrimonio es: “Cuando ustedes se dicen ‘Te amo’, ¿qué quieren decir?”. ¿Quieren decir: “Yo tengo esta necesidad y tú puedes satisfacerla mejor que nadie que yo haya conocido”? Cuando dicen “te amo”, ¿están diciendo, en realidad: “Te necesito”? Si esta es su interpretación del concepto del amor, no tienen una perspectiva bíblica sobre el significado de la palabra “amor”.

Cuando usted dice “te amo”, ¿quiere decir: “Tu bienestar es tan importante para mí como mi propio bienestar”? Eso es mejor, pero tampoco llega a definir el amor bíblico, el amor de Cristo.

El problema mayor en el matrimonio es el egoísmo. Por el contrario, la mayor fuerza dinámica del matrimonio es la falta de egoísmo, el estar centrado en el otro, la capacidad de poner a la otra persona en el centro y pensar cómo podemos satisfacer sus necesidades. Cuando descubrimos la definición bíblica del amor,

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veremos que el amor como el de Cristo es la fuerza más dinámica en el matrimonio, porque el amor de Cristo hace posible que seamos verdaderamente desinteresados.

Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Cuando se aplica esa enseñanza de Jesús, se produce una revolución en el matrimonio. Muchas personas llegan al matrimonio pensando en recibir. Tratan de tomar el uno del otro para satisfacer sus propias necesidades. Si ambos quieren recibir y ninguno quiere dar, ninguno recibe nada. Pero ¡cómo cambian las cosas cuando ambos comprenden que es más bienaventurado dar que recibir!

Si no han aprendido a poner a otra persona en el centro, no tengan hijos. Así como el compromiso de casarse debe estar basado en la guía de Dios, los matrimonios devotos no deberían tener descendencia hasta que Dios los motive a traer hijos a su matrimonio y a este mundo. Tener hijos es el acto más desinteresado que puede realizar una pareja. Durante los veinte o veinticinco años que crían a sus hijos, deben dar, dar y dar, sin recibir nada a cambio. Si son buenos padres, cuando los hijos dejen el hogar, se casarán y también serán generosos con sus propios hijos. Es una decisión que requiere gran desinterés.

Soy de una especie que posiblemente esté en extinción en este tiempo. Tuve la bendición de tener una madre devota que creía en el modelo de Dios para el matrimonio y la familia. Mi piadosa madre tuvo once hijos. Un día le pregunté: “Si tuvieras que volver a vivir, ¿volverías a tenernos a todos tus hijos?”. Ella contestó: “Sí, lo haría, pero antes tomaría la decisión de renunciar a tener una vida propia”. Quizá a usted le suene extraño que mi madre decidiera no tener una “vida propia”.

Uno de los absolutos para el adulto joven del siglo XXI es su derecho a “hacer su propia vida” y vivirla a su gusto. Es por eso que a muchas mujeres las ofende la idea de que deben completar a un hombre. A los hombres también los ofende la idea de que deben amar a sus esposas y entregarse a ellas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella. ¿Cómo puede uno hacer su propia vida y al mismo tiempo entregarse a su esposa y su familia? La respuesta es que no se puede.

Algunos dijeron de Cristo: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mateo 27:42). Para amar con el amor de Cristo, debemos sacrificar nuestra vida por aquellos que amamos. Mi madre amó a su esposo y a sus hijos con el amor de Cristo. Por eso no tuvo vida propia. ¡Pero fue feliz! Estuvo casada durante mucho tiempo, y nunca leyó un solo libro sobre el matrimonio. Solo leía la Biblia. Y era una esposa y madre feliz, porque encontró la dinámica de su matrimonio en su Biblia.

El “estilo de amor” que ella decidió vivir contradice la actitud de la generación del “yo”. También la contradice esta afirmación de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). O esta enseñanza del Señor: “Todo aquel que quiera salvar su vida, la perderá” (Lucas 9:24). Un misionero que fue martirizado por su fe escribió: “No es necio quien entrega lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder”. Sacrificar deliberadamente nuestra vida por otra persona es el mayor amor que pueda existir. Esa es precisamente la clase de amor que vemos en la definición del rol de un hombre y una mujer que se unen en el matrimonio cuyo modelo se presenta en la Biblia.

Yo llamo a esta cualidad del amor “la dinámica de la unidad”. Resumiendo: La relación espiritual que el matrimonio tiene con Cristo, individualmente y juntos, es el fundamento de la unidad; la comunicación es la herramienta que conserva la unidad; la compatibilidad es la evidencia de la unidad, y el amor es la fuerza dinámica que moviliza esa unidad. Entonces, ¿qué es el amor?

“¿Qué quiere decir usted cuando le dice a ella: ‘Te amo’?”. Al formularles esta pregunta a diversos hombres, me ha sorprendido cómo les cuesta encontrar las palabras justas, o no pueden explicar lo que ellos creen que es el amor. La verdad es que cuando nos casamos jóvenes, quizá no sepamos nada del amor. Cuando un hombre joven le dice: “Te amo” a una atractiva y joven mujer, probablemente, lo que le está diciendo en realidad es: “Yo me amo a mí mismo, y a ti te deseo”. Si eso es lo único que el hombre quiere decir cuando le dice “te amo” a su esposa, ella se

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sentirá muy insegura, porque más adelante quizá él encuentre alguien que satisfaga mejor su necesidad. El capítulo del amor en la Biblia

Quisiera compartirle lo que yo creo que es la más grande afirmación jamás escrita sobre el amor de Dios y de Cristo. Está escrita en el capítulo 13 de 1 Corintios, un pasaje que usted probablemente conoce bien. Cuando Pablo escribió estas inspiradas palabras a los corintios, el amor no era su tema principal. En realidad, estaba escribiendo acerca de los dones espirituales, y fue para poner los dones espirituales en perspectiva que escribió este inspirado capítulo acerca del amor. Comparación del amor “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1-3).

En los primeros tres versículos de este gran capítulo, Pablo dice que el amor es incomparable e irremplazable. Básicamente, Pablo dice: “Nada de lo que yo tengo, nada de lo que soy, nada de lo que puedo llegar a ser, tener o hacer puede ocupar el lugar del amor en mi vida”. En su época, los que vivían dentro de la cultura griega de los corintios eran famosos por su elocuente oratoria y su énfasis en las búsquedas intelectuales, especialmente la filosofía. Los creyentes de Corinto también valoraban en gran manera los dones espirituales, especialmente el don de lenguas. Por eso Pablo compara al amor con la elocuencia, con las lenguas angelicales, y con tener todo el conocimiento, para dar prioridad al incomparable e irremplazable amor sobre el cual escribe.

Después Pablo menciona el don de profecía, al que llamará más adelante el más grande de los dones espirituales (1 Corintios 14). También compara el amor con la fe y concluye el capítulo diciendo que la fe es uno de los tres valores eternos más

importantes. Pablo fue el misionero más importante que haya tenido jamás la Iglesia, por lo cual entendemos la gran importancia que adjudica a la fe. Sin embargo, él escribe que, si tenemos fe sin amor, no somos nada. Al comparar el amor con esos valores que los corintios estimaban tanto, Pablo llega a la conclusión: “Ninguno de ellos puede remplazar al amor en nuestra vida, por lo que el amor significa”. El contraste del amor (8-13)

“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (vv. 8-13).

Al final de este capítulo, Pablo resume sus comparaciones del amor cuando comparte con nosotros que hay tres cosas que realmente permanecen, que son valores eternos: la esperanza, la fe y el amor. Pero concluye que el más grande de estos valores eternos es el amor. La esperanza es un valor duradero, porque nos lleva a la fe. Un día nuestra esperanza, es decir, la convicción de que hay algo bueno en esta vida, recibe contenido cuando nos lleva a la fe (Hebreos 11:1). La fe es uno de los valores duraderos, porque nos lleva a Dios. Pero cuando descubrimos el amor, no hemos descubierto algo que nos lleva a algo que nos lleva a Dios. Hemos descubierto a Dios, porque hay una cualidad del amor que es Dios. Por eso el amor es irremplazable e incomparable. Dios es amor (1 Juan 4.16). Las virtudes del amor (4-7)

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la

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injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (vv. 4-7).

En su clásico devocional, titulado The Greatest Thing in the World (La cosa más grande del mundo), Henry Drummond escribió, acerca de los versículos 4 al 7: “En estos versículos, el Espíritu Santo pasa el concepto del amor divino a través del prisma del inspirado intelecto de Pablo, y lo hace aparecer del otro lado como un racimo de virtudes”. En estos cuatro versículos de 1 Corintios se detallan quince virtudes. Si las examinamos, estaremos examinando la “estructura” del amor divino, un análisis de la naturaleza misma de Dios, dado que se nos dice que Dios es amor (1 Juan 4:16).

Es muy difícil definir a Dios, o el amor que es Dios. Con gran sabiduría, e inspirado por el Espíritu Santo, Pablo nos dice cómo se comporta el amor divino. Básicamente, está diciendo: “Si ustedes tienen este amor acerca del cual escribo, se relacionarán con las personas que se cruzan en su vida de esta manera”. En otra inspirada carta, Pablo nos dice que esta cualidad del amor es el fruto, la evidencia, o la prueba de que el Espíritu Santo vive en nosotros (Gálatas 5:22). En estos cuatro versículos ubicados en el corazón del capítulo sobre el amor, Pablo hace un estudio espiritual “microscópico” del amor.

Quisiera desafiarlo a hacer lo siguiente. Estudie cuidadosamente estas quince virtudes que reflejan el amor divino. Al hacerlo, ponga a su cónyuge, a sus hijos, y a los demás, en el centro de cada una de estas virtudes que expresan el fruto del Espíritu que brota de su vida. La gente tiene una extraña habilidad para dar vuelta este pasaje y pensar: “Así es como mi cónyuge y los demás creyentes deberían amarme”. No; Pablo nos está diciendo: “Así es como tú debes amar a tu cónyuge y a los demás”.

Hace años, cuando nuestra hija mayor tenía dos años, la observé secretamente mientras estaba en la guardería de nuestra iglesia. Me sorprendió cuando tomó un juguete de plástico de la mano de un bebé y le dijo: “Jesús dijo que debemos compartir, así que ¡dame eso!”. Estaba claro que no había comprendido aún el verdadero significado del amor que Pablo nos presenta en este capítulo. Los adultos solemos hacer lo mismo, solo que de forma

más disimulada. Cuando estudiamos este pasaje sobre el amor, muchos decimos: “¡Así debería amarme mi cónyuge!”. Al estudiar estas virtudes del amor, no piense cómo se supone que debe amarlo su cónyuge. Pregúntese: “¿Estoy amando yo así a mi cónyuge?”. Ahora veamos estas virtudes una por una:

El amor “es sufrido”. La palabra griega que Pablo utiliza aquí significa que el amor es misericordioso. Nunca busca venganza. El amor no “busca revancha”, aunque tenga el derecho y la oportunidad de hacerlo.

El amor “no tiene envidia”. Un sinónimo de la palabra griega que Pablo usó aquí sería la palabra “generoso”. Esto se refiere al compromiso desinteresado de una persona para con otra: un altruismo santificado. ¿Está usted comprometido por completo a dar desinteresadamente su tiempo, su energía y todo lo que sea necesario para que todas las necesidades y deseos de su cónyuge sean satisfechas? Eso es lo que significa “no tiene envidia” en el idioma original.

El amor “no es jactancioso, no se envanece”. Esta es la traducción de una palabra griega que significa que quien ama de esta manera no hace alarde. No necesita impresionar a otras personas. No tiene ideas exageradas acerca de su propia importancia, porque este amor lo hace humilde. Es exactamente lo contrario de los orgullosos y arrogantes de este mundo. Las dos dimensiones del amor divino

Todas estas virtudes tienen una dimensión exterior y una dimensión interior. El amor se comporta exteriormente de esta forma, porque hay una realidad interna que produce la expresión externa del amor. Lo vemos en el versículo 5: el amor “no hace nada indebido”. En lo externo, el amor no se comporta en forma indebida. Se comporta en forma amable, cortés, educada, porque, en su interior, “no busca lo suyo”. Gracias a esa misma realidad interior, “no se irrita” (v. 5). No es “quisquilloso”, no se “pone nervioso”, porque no trabaja para que se cumplan sus propios planes, ni insiste en hacer las cosas a su manera. Es difícil hacer enfadar a una persona que ama y está centrada en los demás. Esa es la expresión exterior del hecho de que, en su interior, esa persona

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no está consumida por el egoísmo, el egocentrismo, el orgullo y la actitud del que quiere siempre que las cosas se hagan a su manera o nada.

El amor “no guarda rencor”. Esta es la traducción de una palabra que Pablo utiliza para implicar que el amor no registra cada falla ni hace una lista de las ofensas cometidas por el objeto de su amor. ¿Lleva usted un registro de cada ofensa cometida por su cónyuge? Si es así, esto no proviene del amor de Cristo en su corazón. La razón por la que este amor no hace una lista de ofensas en lo externo, es que internamente “no se goza de la injusticia”, lo cual significa que quien ama con el amor de Cristo no se complace cuando el objeto del amor falla. Si el objeto de su amor falla, el que ama sufre, porque no desea que falle. En su interior, esa persona se regocija cuando el objeto de su amor tiene éxito. Eso es lo que significa “se goza en la verdad”. El hecho de que una persona se complazca cuando la verdad prevalece en la vida del objeto de su amor es una expresión del amor de Cristo.

El versículo 7 dice que el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Cuando el objeto del amor falla, el que ama guarda silencio. Eso significa “todo lo sufre”. El amor tiene fe para ver y creer en el potencial del objeto de su amor. ¡Esto les hace tanto bien a las personas!

Cuando yo era adolescente, y aparentemente no tenía gran potencial, mi pastor hizo esto por mí, y significó mucho para mi vida. Él solía decirme: “Creo en lo que llegarás a ser”. En ese momento yo no creía en mí mismo, y tampoco conocía a nadie más que lo hiciera. Que él creyera en mí fue muy importante. Al principio, pensé que él estaba bromeando, pero no era así. Realmente creía en mí. Él “todo lo creía”.

Dado que tiene la fe de ver el potencial en el otro, el amor “todo lo espera”, lo cual significa que espera gozosamente el cumplimiento de lo que ve y cree. Y mientras cree y espera el cumplimiento de lo que ve en el objeto de su amor, todo lo soporta. Puede tolerar cualquier cosa. La palabra griega que se utiliza en el original significa ‘perseverar mientras cree y espera’. Todo esto se expresa en lo exterior, porque interiormente el amor tiene esa confianza santificada. Su confianza no está en el objeto de su amor

tanto como en lo que cree que Cristo puede hacer en, con y a través del objeto de su amor.

Finalmente, Pablo nos asegura que el amor “nunca deja de ser”. Nosotros dejamos de amar, pero el amor nunca deja de ser. El que ama sabe que el amor que entrega nunca pierde poder, ni deja de influir, en última instancia, sobre el objeto de su amor. En otras palabras, el amante dice al amado: “Nada que tú hagas o digas jamás puede hacer que deje de amarte, porque te amo con el amor de Cristo, y ese amor es fuerte; todo lo soporta”.

A la luz de estas quince virtudes, mire a su cónyuge y pregúntese: “Cuando digo que lo (o la) amo, ¿qué quiero decir?”. Si el Espíritu Santo está en usted, tendrá la capacidad de amar a su cónyuge con este racimo de virtudes. Esta es la dinámica que Dios diseñó para impulsar la unidad de dos personas que conforman el matrimonio que Dios tenía en su corazón cuando hizo a Adán varón y mujer. Sin esta dinámica, su unidad es solo un fragmento del espíritu de la ley del matrimonio y la familia. Pero si, por la gracia de Dios, ustedes tienen esta dinámica, ese amor puede hacer que su unidad sea todo lo que Dios quiso que fuera.