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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 29 EL LIBRO DE ROMANOS VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Primera parte) Este es el primero de una serie de cuatro fascículos con notas para quienes han escuchado nuestros programas radiales de estudio de la epístola de Pablo a los romanos versículo por versículo. Si desea enseñar este profundo estudio de Romanos, para una mejor continuidad, le sugiero que se comunique con nosotros para recibir los cuatro fascículos que componen esta serie de estudios. Introducción a Romanos Un antiguo proverbio dice que, si le damos un pescado a un hombre, lo habremos alimentado por un día; pero si le enseñamos a pescar, lo habremos alimentado para toda su vida. Si yo le presento a usted, servido, el mensaje de la carta de Pablo a los romanos, lo habré alimentado por un día; pero si le enseño cómo estudiar esta inspirada carta, el Espíritu Santo puede alimentarlo para toda la vida. Por lo tanto, antes de comenzar un estudio profundo de esta carta, quisiera enseñarle algunos principios sobre cómo estudiar la Biblia en general, y esta carta en particular. Hay muchas formas diferentes de estudiar la Biblia. El enfoque preliminar de un estudio bíblico serio es hacer un estudio panorámico de los sesenta y seis libros que componen la Biblia. Si usted asiste a un seminario o instituto bíblico, su introducción a la Biblia probablemente sea un estudio panorámico del Antiguo y el

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 29

EL LIBRO DE ROMANOS

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Primera parte)

Este es el primero de una serie de cuatro fascículos con notas

para quienes han escuchado nuestros programas radiales de estudio

de la epístola de Pablo a los romanos versículo por versículo. Si

desea enseñar este profundo estudio de Romanos, para una mejor

continuidad, le sugiero que se comunique con nosotros para recibir

los cuatro fascículos que componen esta serie de estudios.

Introducción a Romanos

Un antiguo proverbio dice que, si le damos un pescado a un

hombre, lo habremos alimentado por un día; pero si le enseñamos a

pescar, lo habremos alimentado para toda su vida. Si yo le presento a

usted, servido, el mensaje de la carta de Pablo a los romanos, lo

habré alimentado por un día; pero si le enseño cómo estudiar esta

inspirada carta, el Espíritu Santo puede alimentarlo para toda la vida.

Por lo tanto, antes de comenzar un estudio profundo de esta carta,

quisiera enseñarle algunos principios sobre cómo estudiar la Biblia

en general, y esta carta en particular.

Hay muchas formas diferentes de estudiar la Biblia. El

enfoque preliminar de un estudio bíblico serio es hacer un estudio

panorámico de los sesenta y seis libros que componen la Biblia. Si

usted asiste a un seminario o instituto bíblico, su introducción a la

Biblia probablemente sea un estudio panorámico del Antiguo y el

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Nuevo Testamento. Un estudio formal de la Biblia generalmente

comienza con una visión “telescópica” de las Escrituras y continúa

con un estudio “microscópico”, es decir, analítico, de cada uno de los

libros de la Biblia.

El Instituto Bíblico del Aire comienza con un estudio

panorámico de toda la Biblia que tiene como fin darle a usted un

panorama general y una presentación de toda la Palabra de Dios.

Después, ofrecemos estudios del Evangelio de Juan en seis fascículos

y de esta carta de Pablo a los romanos en cuatro fascículos, en los

que se enseña la Biblia de a un libro por vez, versículo por versículo.

Mi primer libro de estudio trata sobre el Evangelio de Juan

porque el objetivo del apóstol Juan es que quienes lean su Evangelio

crean y lleguen a la salvación (Juan 20:30, 31). Al presentar ese

primer estudio por libros, mi oración es que quienes se sumen a ese

estudio experimenten la salvación y lleguen a conocer y amar a su

Salvador.

Al continuar esa serie con un estudio sobre esta carta de

Pablo a los creyentes de Roma, mi oración es que quienes han

llegado a ser creyentes por medio de su estudio de Juan comprendan

mejor su salvación y sepan cómo vivir como salvos. Esa era la carga

y la oración del apóstol Pablo cuando escribió esta magnífica carta.

En este fascículo, y en los tres que lo siguen, presento algunas

notas para quienes escuchan nuestros programas de radio y quienes

desean realizar o dirigir un estudio versículo por versículo de la carta

del apóstol Pablo a los romanos.

La importancia del estudio de las palabras

Jeremías nos presenta una forma de estudiar la Biblia que es

la opuesta del estudio panorámico, cuando escribe: “Fueron halladas

tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por

alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16). A un estudio que abarca los

sesenta y seis libros de la Biblia podríamos llamarlo “Una vista de la

Biblia a vuelo de pájaro”, mientras que la versión de Jeremías del

estudio bíblico podría llamarse “Una vista de la Biblia al nivel de un

gusano”. Jeremías estudió la Palabra de Dios de una palabra por vez.

Nos dice, de hecho, que “comió” la Palabra de Dios de a una palabra

por vez, y que su corazón se regocijó al estudiarla de esa forma. La

forma en que Jeremías encara la Palabra de Dios puede ser

especialmente eficaz cuando estudiamos una carta profunda como

Romanos, versículo por versículo.

Cuando comemos, hacemos cuatro cosas: mordemos,

masticamos, tragamos y luego digerimos lo que hemos tragado.

Cuando nos preguntan: “¿Cómo se come un elefante?”, la respuesta

tiene que ser: “¡De a un bocado por vez!”. ¿Cómo podemos estudiar

un Libro inspirado como la Biblia, que es, en realidad, una biblioteca

de sesenta y seis libros? La respuesta debe ser: “De a un ‘bocado’, es

decir, de a un libro por vez”.

Cuando aplicamos estas cuatro etapas del comer a nuestro

estudio de un libro de la Biblia, como la carta de Pablo a los

romanos, debemos comprender, primero, que no podemos comer

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todo el libro de un bocado. Algunas veces, tomaremos bocados tan

pequeños que estudiaremos esta profunda carta de a una palabra por

vez. Por ejemplo, en cierto sentido, todo el mensaje de esta carta a

los romanos puede resumirse en una palabra: “justificados”.

Algunas veces estudiaremos un versículo, un grupo de

versículos o un capítulo. Cuando “mastiquemos” este libro,

dividiremos un pasaje en trozos más pequeños que puedan ser

“tragados”. Eso es lo que haremos al repasar, bosquejar, analizar y

luego resumir pasajes de esta inspirada carta del apóstol Pablo.

Cuando mordamos y mastiquemos un capítulo, versículo o

palabra de esta carta de Pablo, la metáfora de “tragar” la Palabra

estará relacionada con la siguiente pregunta y su respuesta: “¿Qué

significa?”.

Después de morder, masticar y tragar la Palabra de Dios,

digerir representa la parte más importante del estudio bíblico: ¡la

aplicación! Solo cuando digerimos la comida que hemos ingerido,

ella nos da energía y mantiene la vida en nuestro cuerpo. De la

misma manera, es cuando digerimos la verdad que encontramos en la

Biblia que la Palabra de Dios se convierte en una fuerza espiritual en

nuestra vida.

Al leer la Biblia, observe que se le otorga un tremendo valor

al asunto fundamental de aplicar a nuestras vidas la verdad que

encontramos en la inspirada Palabra de Dios. Según Jesús, los

profetas, los apóstoles y los demás autores del Nuevo Testamento,

solo cuando obedecemos o aplicamos la verdad que encontramos en

la Biblia se genera y se mantiene la energía y la vida espiritual en

nuestra vida: “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y

más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más

profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y

juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12,

NVI).

Eso es lo que la Biblia dice de sí misma. La Palabra de Dios

es un poder vivo y nos da vida espiritual cuando la obedecemos. La

Palabra de Dios no es solamente un tema académico para ser

estudiado.

Capítulo 1

Un panorama general de la carta de Pablo a los romanos

Al acercarnos a las cartas de Pablo, debemos recordar

nuevamente que los libros de la Biblia no están colocados en ella en

el orden en que fueron escritos. Aunque esta es la primera carta de

Pablo que encontramos en el canon bíblico, no fue la primera que él

escribió a una de sus iglesias. La carta de Pablo a los romanos fue

escrita cuando su ministerio estaba ya muy avanzado: en su tercer

viaje misionero, mientras realizaba una breve visita a Corinto,

después de tres años de ministrar en Éfeso. Esta carta fue escrita

cuando el apóstol Pablo era maduro y experimentado, ya avanzado su

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ministerio. Quizá haya sido colocada primera entre las cartas de

Pablo porque es su obra maestra. Algunos eruditos están convencidos

de que este documento es la mayor obra maestra de todo el Nuevo

Testamento.

La mayoría de las cartas de Pablo están relacionadas de

manera directa y específica con las personas a las que son dirigidas.

Tratan, y muchas veces confrontan, problemas locales que existían

en las iglesias y ciudades donde sus lectores vivían. Pero el contenido

de esta carta es una declaración de la teología de la salvación,

profunda, concisa, clara y muy amplia. Esta carta no es un simple

folleto evangelístico, sino un tratado teológico profundo que, en

realidad, es una detallada declaración de la teología de la iglesia

neotestamentaria.

Esta carta está bellamente organizada y planeada de manera

tan obvia que muchos eruditos creen que estuvo madurando en el

corazón del apóstol durante mucho tiempo. Probablemente él haya

recibido el corazón de su contenido del Cristo resucitado en el

desierto de Arabia (ver Gálatas 1:1 - 2:14). Sin embargo, es posible

que haya reflexionado sobre ella durante un tiempo, como aquellos

dos años que pasó en prisión en Cesarea, en Palestina, mientras el

gobierno romano cambiaba de gobernador (Hechos 24:27).

Quizá decidió dirigirla a los romanos a causa de su contenido

universal y porque tendría amplia circulación en la capital del mundo

romano de su época.

Desde el primer capítulo al final, hay un tema, un argumento,

en el sentido de un documento escrito con la explicación de un caso

desde el punto de vista de un abogado. Toda esta carta se lee como

un argumento legal de un abogado que ofrece, lógica y

metódicamente, poderosos argumentos que convencerán a un tribunal

de que crea las evidencias que presenta. Debemos leer esta carta de

una vez y con profunda concentración para seguir el argumento de

Pablo de principio a fin.

Como he sugerido, esa palabra “justificados” resume y reduce

el mensaje de toda esta magnífica carta a su esencia. Jesús nos dijo

en su Parábola del Fariseo y el Publicano (Lucas 18) que cualquier

hombre que ore diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, que soy

pecador”, puede regresar a su casa “justificado”.

Esta palabra, que Jesús utilizó para referirse al estado de

gracia del pecador que ha sido perdonado, puede parafrasearse de

este modo: “Justo como si nunca hubiera pecado”. La palabra

“justificado” significa que, gracias a Cristo, cuando un pecador

confiesa que es pecador y pide la misericordia de Dios, no solo es

disculpado o perdonado. A los ojos de Dios, es como si nunca

hubiera pecado en lo más mínimo. Además de esta buena noticia,

Dios declara que el pecador es justo, es decir, que está en lo que

podríamos llamar “un estado de gracia”.

Para ilustrar mejor la justificación, imagine que hay dos

prisioneros en una cárcel de máxima seguridad. Al mismo tiempo,

ambos han sido declarados culpables y sentenciados a pasar el resto

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de sus vidas en la prisión. Cuando han cumplido veinte años de su

pena, uno de ellos es oficialmente indultado. Es liberado de la cárcel.

Es un hombre libre, pero siempre tendrá que cargar con el estigma de

su pasado. Siempre será considerado como un hombre que estuvo

veinte años en la cárcel. Tal estigma puede llegar a limitar seriamente

su vida y el lugar que pueda ocupar en la sociedad. Quizá le resulte

difícil ser aceptado socialmente o encontrar trabajo durante el resto

de su vida.

Al otro criminal convicto le sucede algo totalmente diferente.

En su lecho de muerte, un hombre confiesa el crimen por el cual este

segundo prisionero fue condenado y ha pasado veinte años de su vida

en prisión. Cuando las pruebas demuestran claramente que este

hombre era inocente, ¿acaso lo indulta el gobierno que lo había

encarcelado? ¿Cómo pueden perdonarlo por algo que no hizo? No;

este hombre debe ser exonerado, es decir, declarado justo. En otras

palabras, puede insistir en que se lo “justifique”, es decir, que se lo

declare “justo como si nunca hubiera cometido ese crimen”. Él no

cometió el crimen por el cual pasó veinte largos años sufriendo los

horrores de la vida en la cárcel.

En su carta a los romanos, Pablo nos dice algo similar, pero

con una gran diferencia. ¡Pablo nos dice que Dios puede declarar

justificado a un hombre que es verdaderamente culpable! Nuestro

sistema legal no puede hacer eso. Únicamente Dios puede hacerlo, y

solo puede hacerlo por lo que Jesucristo hizo por nosotros cuando

murió en la cruz. Esta carta de Pablo a los romanos nos dice cómo

Dios puede declarar a una persona inocente y justa como si nunca

hubiera cometido ningún pecado, ¡aunque, en realidad, lo hizo!

En su parábola, Jesús nos cuenta la buena noticia de que el

milagro de la justificación puede ser experimentado por cualquier

persona que haga una “oración de entrega”. (Cuando un pecador

habla con Dios y confiesa que es un pecador que necesita salvación,

coloca toda su fe en la obra completa de Jesucristo en la cruz y cree

que el Hijo único de Dios resucitó de los muertos para el perdón

completo de sus pecados, llamamos a esto “oración de entrega”). En

la carta de Pablo a los romanos, el apóstol nos dice cómo Dios hace

esto. ¿Cómo puede un Dios justo y santo tomar a pecadores como

usted y yo y declararnos justos? La carta de Pablo a los creyentes de

Roma es la respuesta más inspirada, más profunda, lógica,

sistemática y completa a esta pregunta que nos plantea la Biblia. El

mensaje de esta obra maestra de Pablo es un completo tratado

teológico que nos dice de forma precisa cómo y qué tuvo que hacer

Dios para declarar justos a pecadores culpables, y qué debemos hacer

para aplicar esa declaración a nuestros pecados.

El rey David es una gran ilustración de lo que significa ser

justificado. Segunda de Samuel, un libro histórico del Antiguo

Testamento, dedica más de diez capítulos a contarnos todos los

sórdidos detalles del pecado de David (2 Samuel 11 - 18). Pero al

leer las Crónicas del Antiguo Testamento, cuando el mismo período

histórico es reflejado desde el punto de vista de Dios, ¡ni siquiera se

menciona el pecado de David!

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El Salmo 51 registra la hermosa confesión del horrible

pecado de David. El Salmo 32 detalla las bendiciones que David

recibió porque confesó su pecado. Cuando Dios miró el pecado

confesado de David, sin negar la horrible realidad de ese pecado, y

cuando comparamos los libros de historia de Samuel con las

Crónicas y los Salmos, nos damos cuenta de que, desde el punto de

vista de Dios, ¡el pecado de David nunca sucedió! Esa es una

hermosa ilustración del Antiguo Testamento sobre la justificación a

la que Pablo dedica toda esta carta a los romanos.

El Libro de Romanos y las Escrituras del Antiguo Testamento

que ilustran el mensaje de este libro podrían comprenderse mejor si

pensáramos en nuestra vida como la cinta de un casete. Imagine que

toda su vida está grabada en un casete. Cuando usted peca, su pecado

se graba en la cinta. Cuando Dios encuentra pecado en esa cinta,

debido a la fe que usted puso en lo que Jesús hizo por usted en la

cruz, Él corta el pecado de la cinta. Lo corta cuando comienza y

hasta donde termina, y luego lo arroja a la basura y vuelve a unir la

cinta. Cuando Dios proyecte la cinta de su vida, en el día del juicio,

si usted ha confiado en Jesucristo para su salvación y se ha

convertido en un seguidor de Jesucristo, ¡no habrá pecado en esa

cinta! Usted no será meramente disculpado o indultado. No habrá

pecado. En lo que a Dios respecta, su pecado nunca sucedió. Eso es

lo que significa ser justificado.

Masticar la Epístola de Pablo a los Romanos

Al comenzar nuestro estudio de esta magnífica carta de Pablo,

lo primero que debemos hacer es dividir los dieciséis capítulos de la

carta en cuatro partes.

En los primeros cuatro capítulos, Pablo relaciona la

justificación con el pecador.

En los siguientes cuatro capítulos (5 - 8), relaciona la

justificación con la persona que ha sido justificada.

¿Cómo vive una persona que ha sido declarada justa por

Dios después de haber sido justificada? Obviamente, vive

una vida justa. ¿Cómo halla la dinámica espiritual para

vivir una vida justa? Ese es el tema del segundo grupo de

cuatro capítulos de esta carta.

La tercera división de esta carta (9 - 11) es donde Pablo

relaciona la justificación con el pueblo de Israel. Aquí

están tres de los capítulos más profundos de toda la Biblia

sobre el tema de la profecía bíblica. Pablo usa a Israel en

estos capítulos como supremo ejemplo bíblico de lo que

él llama “elección”, es decir, el hecho de que Dios elige a

las personas para que sean salvas.

Es en esta tercera sección de esta carta que estudiamos esa

difícil enseñanza de la Biblia que también se llama “predestinación”.

Una paradoja, en nuestro estudio de la Biblia, es algo que parece una

contradicción, pero, tras un estudio cuidadoso y discernimiento

espiritual, vemos que no existe tal contradicción. Hay momentos en

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que los límites de nuestra humanidad nos obligan a aceptar la

realidad de que en esta vida, al menos, nunca resolveremos estas

aparentes contradicciones que encontramos en la Biblia. Debemos

comprender que los caminos y los pensamientos de Dios son tan

diferentes de los nuestros como los cielos están elevados por encima

de la tierra (Isaías 55:8, 9). La contradicción se resuelve, algunas

veces, cuando comprendemos que no se trata de una situación

exclusiva (“esto o aquello”) sino de una inclusiva (“esto y aquello”).

En una de las enseñanzas paradójicas más grandes de la

Palabra de Dios, en estos tres capítulos, Pablo también usa a Israel

como supremo ejemplo bíblico de algo muy importante para Dios: el

libre albedrío de los seres humanos. Nuestro Creador nos ha dotado

de la libertad y la responsabilidad de tomar decisiones. Los judíos

tomaron decisiones incorrectas cuando rechazaron al Mesías y

eligieron no ser elegidos por Dios para la salvación y como vehículo

de salvación para este mundo. Por lo tanto, Pablo usa a Israel en

estos tres capítulos como ejemplo bíblico sobresaliente de la libertad

y la responsabilidad que Dios nos ha dado de tomar decisiones,

correctas o incorrectas.

Los últimos cuatro capítulos de esta carta son

extremadamente prácticos. En todas las cartas de Pablo

encontramos una división claramente definida entre la

enseñanza y la aplicación. Una de sus cartas casi se divide

de manera exacta, con aproximadamente tres capítulos de

enseñanza y tres capítulos de aplicación. En esta carta,

aproximadamente las tres cuartas partes de los capítulos

son de enseñanza (1 - 11), y una cuarta parte se dedica a

la aplicación (12 - 16).

Esta carta es la obra maestra teológica del gran apóstol, y

estos cuatro capítulos de aplicación son intensamente prácticos.

Pablo demuestra, explica y aplica cómo las personas justificadas

deben aplicar el evangelio de la justificación a sí mismas, a su

compromiso con Dios, a la voluntad de Él para sus vidas, a su

gobierno, unas a otras, y a un mundo perdido que necesita escuchar

la buena noticia que Jesús proclama.

Es cuando Pablo hace sus aplicaciones prácticas en esta carta,

que trata y confronta los problemas locales que vivían los discípulos

de Jesús en Roma. Cuando él escribió esta carta, nunca había estado

en Roma. Pero hay un dicho que dice que “todos los caminos

conducen a Roma”. En sus muchos viajes, Pablo conoció a muchos

creyentes que viajaban a Roma y se convirtieron en parte de las

muchas iglesias en las casas que había en Roma. También conoció a

muchos creyentes que habían sido parte de esas comunidades

espirituales. Por esto, Pablo estaba bien informado sobre los

problemas que trata en los capítulos de aplicaciones de su carta.

La importancia del Libro de Romanos

Antes de comenzar nuestro estudio versículo por versículo de

esta inspirada carta, debo dar algunos ejemplos de la influencia que

este documento tuvo sobre las vidas de diferentes personas a lo largo

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de la historia de la iglesia. Ningún otro libro del Nuevo Testamento

tuvo tal impacto en la historia de la iglesia como esta carta que Pablo

escribió a los discípulos que estaban en Roma.

Una de las personas más extraordinarias que se pueden

encontrar en los libros de historia de la iglesia es un hombre llamado

Agustín. Fue un gran líder de la iglesia en el norte de África. Agustín

se convirtió de una terrible vida de pecado leyendo un versículo del

Libro de Romanos. Como resultado de las oraciones de su devota

madre, escuchó la voz de un niño que le decía que se levantara y

leyera ese versículo. Cuando hizo lo que se le había indicado hacer,

¡se convirtió milagrosamente! La historia de la iglesia recibió la

tremenda influencia de la conversión de Agustín después de leer un

versículo de esta inspirada carta de Pablo.

Un hombre llamado Martín Lutero, monje católico, que vivió

en el siglo XVI, sufría una agonía en su alma a causa de su salvación

personal y su relación con Dios. Una mañana, mientras hacía sus

devociones, experimentó una intervención divina. Estaba

preparándose para enseñar las Escrituras en la Universidad de

Wittenberg, en Alemania, una mañana, cuando el versículo 17 del

primer capítulo de esta carta pareció saltar de la página hacia él.

“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe,

como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. Como Agustín,

Lutero se convirtió gloriosamente y toda Europa sintió el impacto de

lo que llamamos la Reforma, que fue resultado de su conversión. Ese

versículo de esta carta no solo transformó la vida y la fe de aquel

sacerdote católico, sino todo el continente europeo.

Dos siglos después, un hombre llamado John Wesley explica

que su corazón sintió una extraña tibieza en un lugar de Inglaterra

llamado Aldersgate. Como Agustín y Lutero, Wesley se convirtió.

Mientras una persona leía la introducción al comentario de Lutero

sobre esta carta de Pablo a los romanos, ¡Dios, milagrosamente,

convirtió a Juan Wesley! Lo que los que escriben la historia de la

iglesia consideran “el Gran Avivamiento” cambió el curso de la

historia de Inglaterra. Quienes escriben historia, tanto secular como

de la iglesia, creen que la conversión de Wesley y el impacto que

tuvo el Gran Avivamiento impidieron que Inglaterra sufriera una

revolución como la sangrienta Revolución Francesa que fue parte tan

triste de la historia de Francia.

La historia del norte de África sintió un impacto tremendo

porque Agustín leyó un versículo de esta carta. La historia del

continente europeo cobró forma nueva cuando Martín Lutero leyó un

versículo de esta inspirada carta. La historia de Inglaterra cambió

cuando Dios cambió la vida de John Wesley mientras alguien leía la

introducción a un comentario de esta carta de Pablo a los romanos.

Todas las denominaciones protestantes existen, en la actualidad,

como resultado de la influencia de esta carta que estamos a punto de

estudiar versículo por versículo.

Si usted tiene en cuenta los incontables miles de personas que

han sido cambiadas por la dinámica influencia de este libro, debe

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comenzar su estudio orando para que Dios cambie su vida a medida

que usted lee y estudia la carta de Pablo a los romanos. Pida al

Espíritu Santo que le dé una “extraña tibieza” a su corazón mientras

estudie este libro conmigo.

Un obrero de la Palabra de Dios

Muchas personas creen que esta carta de Pablo es la más

difícil de este gran apóstol. El apóstol Pablo dijo: “a todos me he

hecho de todo” [1 Corintios 9:22]. En los primeros versículos de esta

carta, escribe que se vio obligado a presentar el evangelio a los

sabios y a los no sabios (1:14). Pablo explica a los corintios que el

Espíritu Santo revela verdad espiritual a las personas espirituales, sin

importar su nivel de educación. Sin embargo, en ese contexto,

explica que él también habla sabiduría entre quienes son maduros (1

Corintios 2:6).

Eso es lo que hace Pablo al escribir esta carta. Si usted quiere

comprender lo que Pablo ha escrito en ella, debe aprender a estudiar.

Para comprender lo que quiero decir, reflexione sobre estas palabras

que Pablo escribió a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a

Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que

usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Este versículo suena

casi como si Pablo, como Jeremías, le estuviera diciendo a Timoteo

que comiera la Palabra de Dios: debe poder usar bien la Palabra bien

para ser un obrero de ella. La palabra clave en este pasaje es

“procura”.

En mi primera clase de estudio del idioma griego, el profesor

tenía una placa fijada en la pared sobre su escritorio con estas

palabras grabadas. Comenzó su primera clase sobre el idioma griego

señalándonos esa placa y explicando que la palabra “procurar”

significa ‘afanarse, hacer un verdadero esfuerzo’.

Me sorprende que haya personas que piensen que deben

esforzarse para aprender álgebra, geometría, química, biología u otra

ciencia, pero esperan abrir la Biblia y comprender una carta como

esta de Pablo a los romanos sin estudiar. Es casi como si creyeran

que pueden aprender la Biblia con solo ponerla bajo su almohada a la

noche, y que de alguna manera, su cabeza absorberá la Palabra de

Dios mientras duermen. Parece que no se dieran cuenta de que Dios

no nos revela su Palabra por medio de alguna clase de magia

espiritual.

Para que la Palabra de Dios bendiga nuestros corazones y se

convierta en un poder en nuestra vida, simplemente, debemos

estudiarla. Esto se aplica especialmente al estudio profundo de

Romanos que vamos a comenzar. Por lo tanto, pídale al Espíritu

Santo que le revele el mensaje de esta profunda e inspirada epístola

de Pablo, y también, esfuércese en el estudio de este libro que

comenzaremos juntos. Dedíquele, al menos, tanta energía mental a

este estudio como la que dedicaría a alguna materia de la

Universidad o algo que estudia para ganarse la vida. Si usted estudia

con diligencia estas palabras que Pablo ha escrito a los creyentes de

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Roma, comprenderá por qué algunos han dicho que es uno de los

libros más importantes de la Biblia.

Capítulo 2

Le presento al apóstol Pablo

(1:1-16)

“Pablo, siervo [esclavo] de Jesucristo, llamado a ser apóstol,

apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por

sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor

Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue

declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por

la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y

el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por

amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros,

llamados a ser de Jesucristo; a todos los que estáis en Roma, amados

de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios

nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:1-7).

Pablo les dice a los creyentes de Roma quién es él

La primera palabra de esta carta es “Pablo”. En el primer

siglo, las cartas se escribían en rollos. En esa época, cuando se

escribía una carta, había que escribir primero el nombre del autor,

para que quienes la recibieran no tuvieran que desenrollarla toda

hasta el final para ver quién la había escrito. En su saludo, Pablo

quiere decirles a estas personas algo sobre quién es él, qué es y en

qué punto de su viaje de fe se encuentra. También les dice por qué es

quien es, por qué es lo que es, y por qué está donde está.

Pero, fundamentalmente, escribe para contarles Quién y qué

es el Cristo resucitado y vivo, dónde está, y por qué; y después, les

dice algo sobre quiénes y qué son ellos en Cristo, dónde están ellos

en Cristo, y por qué. Al leer este saludo, si buscamos la aplicación

personal y devocional, descubriremos mucha verdad sobre quién,

qué, y por qué somos en Cristo. Toda esa profunda verdad se

encuentra en los primeros siete versículos de esta carta, cuando Pablo

saluda a los seguidores de Cristo en Roma.

Para concentrarnos en la identidad espiritual personal de

Pablo, de los creyentes romanos, y nuestra propia identidad, piense

conmigo mientras estudiamos estos versículos más en detalle.

“Pablo, siervo de Jesucristo”. La palabra que Pablo usa para decir

“siervo” es, en griego, doulos, que simplemente, significa ‘esclavo’.

Cuando Pablo escribió esta carta, más de la mitad de las personas que

vivían en la ciudad de Roma eran esclavos. Muchos de los creyentes

de Roma y de las otras ciudades donde Pablo estableció iglesias en el

Nuevo Testamento eran esclavos.

En la mayoría de nuestras culturas actuales, no tenemos

esclavos, y ni siquiera nos damos cuenta de cómo era, realmente, la

vida de un esclavo. Cuando Pablo escribió esta carta a los creyentes

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de la capital del Imperio Romano, todos los que vivían allí sabían lo

que era un esclavo. Un esclavo era una cosa que era posesión de otro

ser humano. El esclavo no tenía derechos. Lo que un esclavo

pensaba, deseaba u opinaba no tenía ninguna importancia. Un

esclavo tenía los mismos derechos que un animal.

Si usted tiene un caballo, su caballo no tiene derechos. Usted

no tiene en cuenta lo que ese caballo quiera hacer o no en un

determinado momento. Cuando uno tiene un caballo, ese animal

existe para su servicio. Cuando Pablo se presenta a los romanos y a

nosotros diciendo: “Soy un siervo de Jesucristo”, eso es,

precisamente, lo que significa la palabra “siervo”.

Pablo escribió a los corintios que, aunque había nacido libre,

había escogido deliberadamente convertirse en esclavo de cada ser

humano que conociera. Así, iba a servir a esa persona como si fuera

su esclavo, para que ella tuviera la oportunidad de creer el evangelio

de Jesucristo y experimentar la salvación (Romanos 1:14; 1 Corintios

9:19).

Pablo, realmente, había nacido libre. No era esclavo. Era un

ciudadano romano, lo cual era extraordinario para un judío que vivía

bajo el gobierno romano. Había nacido libre y podía haber estado

muy orgulloso de ello; pero les dice a los creyentes de Roma y

Corinto, y nos dice a usted y a mí, que deliberadamente había elegido

hacerse esclavo, no solo de Jesucristo, sino de todos aquellos cuyas

vidas se cruzaran con la suya.

También nos dice que es un apóstol. Literalmente, escribió

que era “llamado a ser apóstol”. Cuando los apóstoles nombraron a

un reemplazante para Judas, que había traicionado a Jesús,

designaron a Matías (Hechos 1:16-26). Para mí, es obvio que el

reemplazante que el Señor colocó en lugar de Judas fue el apóstol

Pablo. El reemplazante designado por los apóstoles (Matías) no

aparece nunca más en el Nuevo Testamento, pero Pablo escribió la

mitad del Nuevo Testamento y llevó el evangelio a todo el mundo de

su época.

La palabra “llamado” es muy importante para Pablo. Él

utilizó esta palabra para referirse a la experiencia de la salvación.

Pablo les escribió a los corintios que, cuando somos salvos, somos

llamados a tener comunión con Jesucristo (1 Corintios 1:9). Además,

en su carta a los corintios, hizo otras referencias que nos demuestran

que consideraba la experiencia de salvación como sinónima con el

llamado de una persona (1 Corintios 1:24-31).

¿Para qué Pablo es llamado a ser un apóstol? Él escribe: “para

la obediencia a la fe” y “por amor de su nombre”. En el versículo 5,

dice: “por quien [Cristo] recibimos la gracia y el apostolado para la

obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre”. La

expresión que usó Pablo, literalmente, fue “para una fe obediente”.

En la actualidad, tenemos una idea muy superficial de lo que es la fe.

Si investigamos la palabra griega que los autores del Nuevo

Testamento usan cuando hablan de “creer”, como lo hemos hecho

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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con la palabra “justificado”, descubriremos que creer significa tomar

el compromiso de seguir y obedecer.

En los primeros días de la Segunda Guerra Mundial, cuando

los japoneses invadieron las islas de Filipinas, el director de una

escuela cristiana estaba dirigiendo el culto en la capilla cuando unos

soldados japoneses entraron en la escuela. Un oficial del ejército

japonés ordenó al director que arrancara la bandera filipina y la

bandera cristiana, las escupiera y las pisara. El humilde director

estaba tan asustado que ni siquiera podía hablar, pero sacudió su

cabeza de lado a lado y se negó a hacer lo que le ordenaban. El

oficial japonés le puso una pistola en el estómago y le ordenó

nuevamente que lo hiciera, a los gritos. Cuando el aterrado cristiano

filipino se negó nuevamente, el militar le disparó en el estómago.

Milagrosamente, el director sobrevivió y, después de la

guerra, cuando fue liberado del campo de concentración, un reportero

le preguntó: “¿Qué pensamiento le cruzó la mente para que decidiera

aceptar que le dispararan antes que deshonrar esas banderas?”. El

hombre respondió: “Se me ocurrió que llega un momento en la vida

de toda persona en que debe demostrar con sus acciones lo que cree.

Ese fue el momento para mí”.

Según el Nuevo Testamento, no hay solo un momento en

nuestra vida en que debemos demostrar lo que creemos. Para ser

coherentes con el significado esencial de la palabra que se utiliza en

el Nuevo Testamento para referirse a la fe, siempre debemos

demostrar con nuestras acciones lo que creemos. Eso es, literalmente,

lo que significa la palabra griega que se traduce como ‘creer’.

Imagine que usted es un inválido, y que su casa se incendia.

Cuando el bombero llega a rescatarlo, la única forma en que usted

podría contribuir para ser salvado sería apoyar todo su peso sobre el

que lo está sacando de esa casa en llamas. La palabra griega que se

traduce como ‘creer’ tiene esa connotación. Cuando leemos: “Porque

de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,

para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida

eterna” (Juan 3.16), la palabra griega que se traduce como ‘cree’

significa apoyar todo nuestro peso en Él, como alguien que está

indefenso y debe ser sacado de una casa en llamas. El apóstol Juan

no pensaba en un asentimiento intelectual cuando usó la palabra

“cree”.

Tengo una placa en la pared de mi estudio que dice: “Lo que

realmente creemos, eso es lo que hacemos. Todo lo demás es

palabrería religiosa”. Cuando el Verbo se hizo carne para que

pudiéramos ver la verdad de Dios en carne humana, Jesús también

nos estaba demostrando que la Palabra de Dios debe hacerse carne en

su vida y en la mía. Una gran persona señaló que, cuando la Palabra

de Dios habita en nuestra carne hoy, lamentablemente, con

frecuencia se convierte en meras palabras.

Jesús preguntó: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará

fe en la tierra?” (Lucas 18:8). Hay muy poca fe real hoy, porque no

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nos damos cuenta de que la palabra fe significa, literalmente: ‘un

compromiso de confiar totalmente, que se expresa en obediencia’.

¿Por qué es Pablo quien es, y lo que es? Su motivación para

todo esto se encuentra en estas palabras: “por amor de su nombre”.

El nombre de Dios representa la esencia de quién y qué es Dios.

Cuando hacemos algo por amor al nombre de Dios, significa que

estamos haciéndolo según todo lo que Dios es y lo que Él desea.

También lo hacemos como expresión de agradecida adoración por

todo lo que Dios es, lo que ha hecho y está haciendo en nuestras

vidas y en nuestro mundo por medio de nosotros a medida que

andamos con Él.

¿Dónde es llamado a ser apóstol Pablo? Su respuesta es: ¡“en

todas las naciones”! En esta carta veremos el corazón misionero del

más grande misionero que haya conocido jamás la iglesia de

Jesucristo. Esto se verá con especial claridad en el capítulo 15,

cuando Pablo les dice a estos creyentes de Roma que desea

anhelosamente que lo apoyen cuando él llegue a España con el

evangelio de Jesucristo.

En este saludo, Pablo también nos dice quién y qué es Cristo,

por qué, y dónde está. En siete breves versículos, Pablo menciona a

Jesús siete veces.

¿Quién es Jesús? Antes que nada, es el que fue prometido por

medio de los profetas en las Sagradas Escrituras. Pablo quiere que los

romanos —y usted y yo— sepan que lo que él está a punto de

presentar con tanta profundidad gracias a la inspiración del Espíritu

Santo no es algo nuevo. La buena noticia que se expresa en esa

palabra, “justificado”, no es algo que haya sido creado por su

extraordinaria mente.

Él podría haberles escrito a los romanos, como lo hizo con los

gálatas, que recibió gran parte de la verdad que va a presentarles del

Cristo resucitado en el desierto de Arabia (Gálatas 1:1 - 2:13). Dado

que habla primero a los judíos, y teniendo en cuenta la mente romana

gentil, escribe que este evangelio de salvación es algo que había sido

perfilado proféticamente en el Antiguo Testamento durante miles de

años. Pablo se dirige a sus lectores judíos presentando esta

perspectiva del Antiguo Testamento, y desea que sus lectores gentiles

sepan que esto es algo que Dios había planeado hacer desde siempre.

Si usted estudia las Escrituras del Antiguo Testamento,

descubrirá que todas hablan de Jesucristo. Si estudió el Evangelio de

Lucas conmigo, recordará que, en el último capítulo de ese

Evangelio, se nos dice que Jesús les abrió las Escrituras a los

apóstoles, cuando les dijo algo acerca de ellas. Jesús les dijo a sus

apóstoles que Moisés, los que escribieron los Salmos y los profetas,

todos, habían escrito sobre Él.

Cuando Jesús les explicó esto a los apóstoles acerca del

Antiguo Testamento, leemos que “les abrió el entendimiento, para

que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:25-27, 44, 45). Los

apóstoles comprendieron las Escrituras por primera vez en sus vidas

cuando comprendieron lo que Pablo les dice a los creyentes romanos

en este saludo: el Antiguo Testamento es, en realidad, el fundamento

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y el entorno histórico en el cual se puede comprender y probar el

evangelio. Pablo va a explicar este evangelio de una manera

extraordinaria, profunda, y al mismo tiempo, muy sencilla, en esta

obra maestra entre todas sus epístolas. Pero, antes de hacerlo, señala

que el evangelio está arraigado en el Antiguo Testamento.

Pablo escribe también que Jesús “era del linaje de David

según la carne, [que] fue declarado Hijo de Dios con poder” (3). En

estas palabras, Pablo está declarando que Jesús era un ser humano.

Cuando nos dice que Jesús fue declarado Hijo de Dios con poder, se

refiere a la resurrección de Jesucristo, y declara que Jesucristo era

más que un ser humano.

Pablo les dice, después, a los romanos —y a usted y a mí—

quiénes somos, cuando escribe: “a todos los que estáis en Roma,

amados de Dios, llamados a ser santos” (7). Este gran apóstol se ha

descrito a sí mismo como uno que es llamado a ser apóstol. Hemos

visto que esta palabra, “llamado” es un concepto muy importante

para Pablo. Ahora, él les informa a todos los que les escribe que todo

creyente es llamado. Nosotros somos llamados a ser “santos”. Esta

palabra es una de las formas favoritas de Pablo para referirse a los

seguidores de Cristo. La palabra es, simplemente, una forma

abreviada de decir que una persona es santificada.

Hay una definición tradicional y una definición bíblica de lo

que es un santo. La definición tradicional es que, cuando un

extraordinario siervo del Señor ha cumplido ciertos criterios, es

canonizado o declarado santo. Pero esa no es la definición bíblica de

esta palabra. Según el Nuevo Testamento, todo creyente es un santo

porque está santificado, es decir, apartado para Cristo y apartado del

mundo.

El énfasis de la Biblia no es que los creyentes son apartados

del pecado, aunque son apartados para seguir a Cristo con el fin de

que también se aparten del pecado. El énfasis principal es que

quienes son santos, o santificados, están apartados para Cristo.

Cuando el énfasis está puesto fundamentalmente en la separación del

creyente del pecado, esa enseñanza de la santificación suele llevar a

un grave legalismo, o reglas sobre lo que un creyente puede o no

puede hacer cuando está santificado.

Cuando la santificación llega de afuera hacia adentro, en

lugar de adentro hacia fuera, la llamamos “legalismo”. La auténtica

santificación brota de la gloriosa realidad de que un creyente es

apartado para el Cristo resucitado y vivo que vive en él y al cual

ofende el pecado, es decir, las cosas contrarias a su voluntad que el

creyente hace. La santificación bíblica es lo que ocurre cuando los

verdaderos seguidores de Cristo se apartan del pecado porque están

apartados para Cristo. La santificación auténtica, bíblica, está basada

en nuestra relación personal con Cristo, más que en reglas creadas

por los hombres que gobiernen nuestra separación del pecado.

Esta palabra, “santificado”, no implica que las personas

santificadas no pecan. Pablo se refiere a los creyentes corintios como

santificados y, a continuación, trata una larga lista de pecados que

existían en la iglesia corintia. Eso nos demuestra que las personas

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santificadas no son sin pecado; son personas apartadas para Cristo y

para seguir a Cristo. Cuando estén totalmente apartadas para Cristo,

estarán totalmente apartadas del pecado. Esa es el obvio objetivo de

esta enseñanza del Nuevo Testamento. Pero, mientras estemos en

estos cuerpos humanos, libraremos la batalla por vivir vidas

apartadas para Cristo y del pecado (7:14-8:2).

Pablo continúa, entonces, su saludo, con una bendición que se

encuentra, en alguna forma, en todas las cartas que escribe: “Gracia y

paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:7).

El saludo continúa hasta el versículo 16, donde Pablo informa

a estos santos de Roma que ha escuchado hablar de su fe en todo el

mundo. Como ya he señalado, aunque nunca había estado en Roma,

Pablo había conocido personas provenientes de Roma en ciudades de

todo el Imperio Romano.

En el versículo 9, escribe: “Porque testigo me es Dios, a

quien sirvo en mi espíritu [con todo el corazón] en el evangelio de su

Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis

oraciones”. Hoy en día, es común que un creyente le diga a otro:

“Oraré por ti todos los días”, pero ¿será lo suficientemente fiel como

para recordar que debe orar por su hermano? Cuando Pablo escribe

estas palabras, no está haciendo una promesa a la ligera, superficial.

Observe que él escribe: “Testigo me es Dios [Dios sabe] de que sin

cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones”.

Al leer las inspiradas cartas de Pablo, marque todos los

lugares en que él se compromete sinceramente a orar por un creyente

o un grupo de creyentes. Entonces verá que Pablo tenía una larga

lista de oración, y sin duda pasaba muchas horas orando. Si

comprendiéramos el poder de la oración, nosotros también

tendríamos una larga lista de oración y pasaríamos muchas horas, día

y noche, orando y recibiendo respuestas a la oración como las que

recibía con frecuencia este amado apóstol.

Pablo escribe que ha orado fielmente por ellos, ha deseado

conocerlos y, de hecho, ha tratado de visitarlos varias veces. Cada

vez, hubo algún obstáculo que impidió la visita. El objetivo de su

visita era impartirles algún don espiritual y que también ellos

pudieran contribuir con grandes bendiciones a su propia vida

espiritual (11, 12). Pablo sabía que el Cristo resucitado vive en los

creyentes nacidos de nuevo, y que grandes bendiciones se transmiten

entre ellos cuando se encuentran.

Tres actitudes del apóstol Pablo (13-16)

En la segunda parte de su saludo, Pablo comienza su

inspirada, profunda y completa presentación del evangelio de

salvación escribiendo sobre tres actitudes propias de él con respecto

del evangelio. Escribe: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no

sabios soy deudor” (14). Está declarando que está en deuda con cada

persona con la que se encuentra.

En esa cultura, tener una deuda era un estigma. Tener una

deuda era, también, un serio problema, porque podía llevar a la

persona a la cárcel de deudores. Una deuda no era simplemente algo

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vergonzoso. Si una persona no podía pagar sus deudas, estar

endeudada era un delito por el cual era enviada a la cárcel, con lo

cual nunca podía llegar a pagar esa deuda. En el contexto de esa

cultura, Pablo les dice a sus lectores que ha tomado la decisión

deliberada de estar en deuda con todo ser humano que conozca, en el

sentido de que servirá a esa persona de cualquier manera que deba

servirla para tener el privilegio de presentarle el evangelio.

Después, escribe: “Pronto estoy a anunciaros el evangelio

también a vosotros que estáis en Roma” (15). La palabra “pronto”, en

realidad, es “ansioso”, y Pablo explica por qué está ansioso por

predicar el evangelio en Roma. Él había proclamado el evangelio con

resultados sobrenaturales por todo el mundo en ciudades decadentes

y moralmente corruptas, como Éfeso, Filipos y Corinto. Como

resultado de su osada proclamación del evangelio, había plantado

iglesias fuertes en esas ciudades. Por lo tanto, estaba ansioso por

predicar el evangelio en Roma también, porque estaba convencido de

que el Espíritu Santo convertiría a los pecadores de Roma, tal como

ya lo había visto hacer ese milagro en otras paganas capitales de

pecado del mundo.

Esto nos lleva a su tercera actitud. Pablo proclama: “Porque

no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para

salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al

griego” (16).

Si usted ha venido estudiando el Nuevo Testamento conmigo,

recordará que, si comparamos un pasaje del Libro de los Hechos con

algunos versículos de la primera carta de Pablo a los corintios, nos

enteramos de que, en la ciudad de Corinto, Pablo tuvo una

experiencia que cambió completamente su filosofía para predicar el

evangelio. Cuando estaba por comenzar a predicar el evangelio en la

ciudad de Corinto, el Señor se le apareció.

Palabras más, palabras menos, Dios le dijo a Pablo: “No

tengas miedo, Pablo. Tengo muchas personas en esta ciudad. Tú solo

proclama osadamente el evangelio, y descubrirás quiénes son”

(Hechos 18:9, 10; 1 Corintios 2:1-5; 15:1-4). A partir de entonces, en

su predicación evangelística, Pablo simplemente proclamó los dos

hechos relativos a Jesús que componen el evangelio. También, con

frecuencia, compartió lo que creer esos dos hechos del evangelio

significaba para él cuando los aplicaba a su propia vida y su propia fe

en Cristo. Después, confió en que el Espíritu Santo motivara a

quienes escuchaban ese evangelio para que creyeran y

experimentaran la salvación.

Cuando este apóstol escribe sobre sus actitudes, les está

diciendo a los creyentes de Roma quién es él. Es esclavo de

Jesucristo y de toda persona que conozca en esta vida, porque tiene la

magnífica obsesión de declarar el evangelio y llevar a la salvación a

toda persona que se cruce en su camino. Está ansioso por predicar el

evangelio en Roma, y no se avergüenza del evangelio, porque ha

visto cómo la milagrosa gracia de Dios cambia las vidas cuando el

evangelio es predicado y los pecadores lo creen.

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17

Capítulo 3

El evangelio según Pablo

(1:17-32)

Las últimas palabras del saludo de Pablo inician el argumento

sistemático de su obra maestra teológica. Aunque en nuestros

programas de radio estudiamos estos versículos en gran detalle, en

este fascículo simplemente los resumiré. Cuando Pablo declara que

no se avergüenza del evangelio, a esta declaración le sigue la de que

el evangelio revela dos grandes realidades con respecto a Dios:

revela una justicia que es dada por Dios a usted y a mí, y que es

adquirida por fe. El evangelio también revela la ira de Dios sobre los

que no son justos (16-18).

Como introducción a esta obra maestra teológica de Pablo,

quisiera presentar un resumen de los primeros cuatro capítulos de la

carta de Pablo a los romanos que aprendí de uno de mis eruditos

bíblicos favoritos, el Dr. David Stuart Briscoe:

“En los primeros cuatro capítulos de esta carta, Pablo nos

dice qué es Dios: Dios es justo. Después, nos dice lo que Dios quiere

que usted y yo seamos: Dios quiere que usted y yo seamos justos. A

continuación, nos dice lo que Dios condena: Dios condena a todos

los que no son justos. Finalmente, Pablo nos dice lo que Dios sabe:

Dios sabe que, si nos basamos en nuestros propios esfuerzos, ni

aunque pasáramos un millón de años intentándolo podríamos ser

suficientemente justos como para salvarnos por nuestras buenas

obras. Estas realidades acerca de Dios podrían ser llamadas ‘la mala

noticia’.

“Esto lleva a Pablo a la buena noticia, que es el corazón y el

alma de esta magnífica carta, cuando nos dice lo que Dios ha hecho.

Dios ha venido a este mundo en la Persona de su Hijo y ha ofrecido

el único Sacrificio que puede salvarnos de nuestros pecados y hacer

posible que usted y yo seamos declarados justos por Dios. Pablo nos

dice, entonces, lo que Dios desea que usted y yo hagamos: Dios

desea que usted y yo le creamos cuando nos dice en su Palabra lo que

ha hecho para salvarnos de nuestros pecados y declararnos justos”.

Esta primera parte de la completa y profunda explicación que

Pablo hace del evangelio se resume en el primer versículo del quinto

capítulo, cuando escribe: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz

para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Cuando Pablo escribe que la justicia de Dios se revela en el

evangelio, agrega a esa afirmación el corazón de la profecía de

Habacuc, cuando escribe: “Porque en el evangelio la justicia de Dios

se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe

vivirá” (1:17; Habacuc 2:4). Este es el versículo que Dios utilizó para

conmover el corazón de Martín Lutero de modo que se convirtiera en

la fuerza movilizadora de la Reforma protestante. En cierto sentido,

toda denominación protestante debe su existencia a este versículo de

la Biblia.

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Cuando Lutero leyó ese versículo, a los creyentes se les

enseñaba una salvación que estaba basada en obras personales de

justicia. Lutero buscaba esa clase de salvación con una maratón de

obras farisaicas de autocastigo, como darse latigazos, y penitencias

como subir escaleras de rodillas, pensando que así, de alguna

manera, estaba ganando su salvación. Podemos imaginar cómo

habrán saltado de la página las palabras, esa mañana: “Porque en el

evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está

escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. Lutero escribió junto al

versículo 17, en el margen de su Biblia en latín, la palabra latina

“¡Sola!”. Así, comenzó a comprender que la salvación es por fe,

solamente, y no por obras.

Pablo se adentra ahora en su profunda y completa

presentación del evangelio. Después de comenzar con la buena

noticia sobre la justicia que es por fe, comparte la segunda realidad

sobre Dios que se revela en el evangelio —que la ira de Dios se

aplica a todos los que son injustos—, cuando escribe: “Porque la ira

de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de

los hombres que detienen con injusticia la verdad”.

Después, pasa a su inspirado estudio del carácter de Dios y el

carácter del hombre, como era y como es. En el Libro de Génesis

encontramos un estudio muy similar de Dios y el hombre, como eran

y como verdaderamente son. (La palabra “hombre” se utiliza en

sentido genérico en la Biblia, y no se aplica solamente al sexo

masculino con exclusión de las mujeres).

Jesús nos demostró cómo interpretar pasajes como estos

escritos por Pablo y Moisés. Cuando le preguntaron a Jesús sobre el

matrimonio, Él dijo, palabras más, palabras menos: “Si ustedes

quieren comprender el matrimonio como es en la actualidad, deben ir

al principio y entender el matrimonio como fue diseñado por Dios”

(ver Mateo 19:3-12). Aquí, Pablo nos habla de la caída de la familia

humana en su estado anterior, porque quiere que comprendamos el

carácter y el caos de la familia humana en su estado actual.

Observe que, a partir del versículo 18, Pablo escribe un pasaje

bíblico que, en realidad, no es muy agradable para estudiar. No es mi

pasaje favorito de la Biblia. Toda la Escritura es inspirada, pero no

toda es igualmente inspiradora. Aunque este no es el pasaje más

inspirador que hay en la Biblia, es profundamente realista. Comienza

diciéndonos que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda

impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la

verdad” (1:18).

Observe que la ira de Dios se dirige hacia dos cosas: la

impiedad de los hombres, y la injusticia de los hombres. Los eruditos

más sabios nos dicen que esto tiene que ver con el hecho de que los

Diez Mandamientos fueron dados en dos tablas. La primera tabla

incluía cuatro mandamientos que rigen la relación del hombre con

Dios. En la segunda tabla, había seis mandamientos que rigen la

relación del hombre con los demás hombres.

Estos eruditos creen que, dado que los primeros cuatro

mandamientos le muestran al pueblo de Dios cómo ser piadoso,

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cuando Pablo se refiere a la “impiedad” de los hombres, está

hablando de la violación de los primeros cuatro mandamientos. En

otras palabras, cuando el hombre viola los primeros cuatro

mandamientos, es culpable de impiedad: “No tendrás dioses ajenos

delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que

esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de

la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy

Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres

sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me

aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y

guardan mis mandamientos. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios

en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su

nombre en vano. Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis

días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo

para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu

hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está

dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la

tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el

séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”

(Éxodo 20:3-11).

Dado que los seis mandamientos de la segunda tabla rigen las

relaciones entre el pueblo de Dios, cuando Pablo habla de

“injusticia”, se refiere a la violación de esos seis mandamientos.

Cuando el pueblo de Dios no hace lo correcto en sus relaciones, es

culpable de injusticia: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus

días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. No matarás. No

cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás contra tu prójimo falso

testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la

mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno,

ni cosa alguna de tu prójimo" (Éxodo 20:12-17).

Cuando Pablo escribe que la respuesta de Dios a la impiedad

y la injusticia es su ira, debemos preguntarnos: “¿Qué quieren decir

Pablo, Moisés, los profetas y otros escritores de la Biblia cuando

hacen referencia a la ira de Dios?”. Muchas personas creen que el

concepto de la ira de Dios solo se encuentra en el Antiguo

Testamento, que es prehistórica, primitiva, un concepto que las

personas piadosas que han recibido la revelación ya no creen.

¿Cuándo fue la última vez que usted escuchó un sermón acerca de la

ira de Dios? Para formularlo de otra manera: ¿Alguna vez escuchó un

sermón sobre la ira de Dios?

El carácter del hombre

Tres veces, en su descripción de cómo cayó el carácter del

hombre, Pablo escribe que Dios “los entregó” (1:24, 26, 28). Esto no

significa que Dios se haya dado por vencido con relación al hombre.

Significa que Dios les permitió hacer lo que ellos deseaban hacer.

Cada vez que esto sucede, tenemos las acusaciones de Dios contra el

hombre, las respuestas de Dios hacia el hombre y las consecuencias

morales que Dios permite que el hombre experimente. Este pasaje

podría llamarse “Un estudio de la caída moral de la familia humana”.

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La primera acusación de Dios contra los hombres era, y es,

que ellos “detienen con injusticia la verdad”. Esto es coherente con la

definición de pecado que aprendemos de Jesús en el Evangelio de

Juan. La definición es, concretamente: “Si no hay luz, no hay

pecado”.

Cuando Jesús dijo que Él era una clase de luz que daba vista a

quienes sabían que estaban espiritualmente ciegos y revelaba la

ceguera espiritual de quienes se jactaban de que podían ver, los

fariseos le preguntaron si quería decir que ellos estaban

espiritualmente ciegos. La respuesta del Señor fue: “Si ustedes fueran

ciegos, no tendrían pecado. Pero ustedes dicen que ven. Por lo tanto,

su pecado permanece”. En otra ocasión, Jesús dijo: “Si yo no hubiera

venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no

tienen excusa por su pecado” (ver Juan 9:40, 41; 15:22).

Esta primera acusación de Dios contra el hombre, en su

estado anterior y en su estado actual, se refiere a que el hombre,

deliberadamente, detiene la luz, es decir, la verdad que Dios trata de

revelarle. Dado que está completamente comprometido con su estilo

pecaminoso de vida, rechaza la verdad sobre lo que es moralmente

correcto, cuando Dios le revela la justicia. Según Pablo, el hombre

puede ver la creación de Dios que lo rodea por todas partes y, por

ello, debería adorarlo como Dios todopoderoso (Romanos 1:18-23).

Esto es lo que los teólogos llaman “revelación natural”. Hay

grandes desacuerdos entre los teólogos sobre si el hombre puede

aprender de la creación de Dios lo suficiente como para ser salvo.

Pablo no dice en este pasaje que el hombre pueda ser salvado por

contemplar la creación. Pero yo creo que está enseñando que el

primer paso en la larga pendiente hacia la depravación del hombre es

rechazar, o detener deliberadamente, la luz que Dios está tratando de

revelarle con respecto a una vida justa.

Una segunda acusación que Dios hace al hombre era, y es,

que cuando Dios se revela al hombre, este no le da la gloria que le

corresponde como Dios, ni le da en su vida el lugar que merece. Este

es otro lugar de la Biblia donde encontramos el principio de que Dios

debe estar primero. Si Dios es algo para nosotros, debe ser todo;

porque si no es todo, en realidad, no es nada para nosotros. La

negativa del hombre a poner primero a Dios es el segundo paso hacia

la depravación, según Pablo.

La tercera acusación de Dios contra el hombre era, y es, que

la humanidad no es agradecida. Esto realmente pone de relieve el

pecado de la ingratitud. Después, Pablo presenta una larga serie de

pecados relacionados con su estudio de la caída del carácter del

hombre, en su estado anterior y en su estado actual, en todo este

mundo. En 2 Timoteo, capítulo 3, Pablo escribe al joven pastor que

la ingratitud es una señal de que estamos en los últimos tiempos (1-

5).

A medida que se desarrollan en el hombre estas

consecuencias morales, leemos: “Y como ellos no aprobaron tener en

cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer

cosas que no convienen”. Después leemos que estas cosas que no

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convienen se definen, simplemente, como “toda injusticia”: “Estando

atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia,

maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y

malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios,

injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a

los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin

misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los

que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen,

sino que también se complacen con los que las practican” (Romanos

1:28-32).

El carácter de Dios

Cuando la Biblia habla de la ira de Dios, no se refiere a la

emoción que experimentamos como seres humanos. La palabra “ira”,

en hebreo, es muy interesante. Significa ‘cruzar al otro lado’. La

palabra significa que la esencia del carácter y la naturaleza de Dios es

el amor. Pero el amor no es el único atributo de Dios. Su carácter está

compuesto por un amplio espectro de atributos. Uno de los atributos

de Dios es la santidad, la que podríamos describir como justicia

perfecta. El carácter de Dios es la esencia de la definición de lo que

es correcto, justo o equitativo. Ahora bien, si Él es justo, esto

significa que tiene que hacer algo con respecto de la impiedad y la

injusticia.

Si usted es fanático del fútbol, ¿qué pensaría de un árbitro que

penalizara a un equipo por una falta y después, cuando un jugador

del otro equipo cometiera la misma falta —y aun más

violentamente—, se limitara a guiñarle un ojo, sonreír, y comentar:

“Bueno, solo son muchachos”, sin cobrar la infracción?

Piense en Dios como el Máximo Árbitro, el Árbitro perfecto

y perfectamente justo. Dado que su carácter es la esencia de la

justicia perfecta, no puede limitarse a guiñar un ojo ante la impiedad

y la injusticia del hombre. Siempre debe responder al pecado

castigándolo, como si fuera una infracción. Su carácter exige que

responda de esa manera al pecado. Por eso, Pablo escribe aquí que la

ira de Dios se revela contra estas cosas.

Ahora bien, esto no significa que Dios observa la impiedad y

la injusticia hasta que, finalmente, explota en un arranque de ira.

Significa que, de manera coherente con su carácter justo y santo,

cuando la impiedad y la injusticia del hombre han llegado a un cierto

punto que exige una respuesta de ira, Él “cruza al otro lado” de su

carácter, del amor a la ira.

Y una vez que cruza al otro lado, aniquila por completo a los

impíos e injustos, como en el ejemplo del diluvio y lo que los

profetas como Joel y el apóstol Pedro presentan como el gran y

terrible Día de Jehová (Joel 2:11, 31; 2 Pedro 3:10). Entonces, la ira

de Dios puede ser definida como ‘la reacción aniquiladora de la

justicia perfecta ante la injusticia’. Otra definición podría ser: ‘la

reacción aniquiladora del amor perfecto ante aquello que amenaza a

los objetos de su amor’.

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

22

El amor de un padre terrenal puede convertirse en ira. Una

niñita de siete años fue violada y asesinada. El padre de esa niña, un

hombre tranquilo y cariñoso, estaba en la estación de policía cuando

trajeron al hombre que había cometido esos crímenes terribles contra

su preciosa hija. Fue necesario que todos los policías que estaban en

la estación sujetaran al padre para impedirle que acabara con el

hombre que había destruido al objeto de su amor.

Aunque esto nos ayuda a comprender la ira de Dios, no es

una metáfora precisa del carácter de Dios, porque este padre perdió el

control y estaba lleno de ira. Como he señalado, Dios nunca pierde el

control cuando “cruza” del amor a la ira.

En el segundo capítulo de esta carta, Pablo escribe sobre la ira

futura de Dios que se expresará en el juicio. En el capítulo 13, habla

de la ira presente de Dios que se expresa, a través de los oficiales de

justicia debidamente autorizados, contra quienes quebrantan las leyes

de Dios. Tres veces, Pablo habla de estos magistrados como

“servidores de Dios”.

En la década de los cuarenta, muchas naciones se unieron

para destruir a Adolf Hitler y su partido nazi, que estaba decidido a

matar a todos los judíos que hubiera en la tierra. Si Hitler no hubiera

sido destruido, posiblemente no quedaría ningún judío vivo en la

actualidad. Durante esa década, muchos devotos creyentes que

lucharon en esa guerra creían que eran la expresión de la ira de Dios

contra un poder maligno que estaba matando sistemáticamente a diez

millones de personas en sus campos de concentración. Su

justificación bíblica para luchar en una guerra justa era que eran parte

de un oficial de justicia colectivo que expresaba la ira de Dios contra

un poder maligno que amenazaba no solo a los judíos, sino a

millones de otras personas que habían sido consideradas menos que

humanas por los nazis.

Capítulo 4

El juicio de Dios

(2:1-29)

Cuando Pablo, finalmente, llegó a Roma en sus viajes

misioneros, después de un peligroso viaje por mar, fue encarcelado,

pero bien tratado por sus captores romanos. Se le permitía recibir

visitas, y los primeros que él quiso ver fueron los líderes judíos de la

ciudad de Roma. Razonó con ellos basándose en las Escrituras sobre

cosas relativas a Jesús y al reino de Dios (Hechos 28:17-31).

Cuando escribe el segundo capítulo de su carta a los romanos,

parece que aún estuviera hablándoles a esos judíos que fueron los

primeros en visitarlo cuando llegó a la ciudad de Roma. En este

fascículo, le daré un resumen de esta descripción del juicio futuro de

Dios que Pablo presenta en este capítulo.

En el primer capítulo, Pablo presenta el juicio actual de Dios,

que recae en forma de la expresión presente de la ira de Dios hacia el

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

23

carácter y las acciones impías e injustas del hombre. En este segundo

capítulo, Pablo predice el juicio futuro de Dios, que revelará la

expresión futura de la ira de Dios contra el carácter impío e injusto

del hombre.

La respuesta de un Dios santo al carácter pecaminoso del

hombre debe terminar, en última instancia, en juicio. Esto siempre ha

sido así. En la Biblia, observe que Dios, finalmente, juzga el carácter

pecaminoso del hombre. En el Libro de Génesis, leemos acerca del

juicio de Dios sobre Sodoma y Gomorra, y el juicio del terrible

diluvio en la época de Noé (Génesis 19:24-29; 6-9).

El escritor del Libro de Hebreos escribió: “Y de la manera

que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y

después de esto el juicio…” (Hebreos 9:27). En este segundo

capítulo, Pablo nos da un resumen realista de lo que Dios ha

establecido sobre la muerte y el juicio para todos. Pablo concuerda

con el autor del Libro de Hebreos. Habrá un juicio de Dios en el

futuro, una vez que hayamos cumplido nuestra cita con la muerte.

La Biblia enseña en toda su extensión que, simplemente, el

juicio futuro debe producirse. Salomón, como gran pensador que era,

razonó hasta llegar a la conclusión de que la única forma en que

podemos resolver la dura realidad de las injusticias que vemos en

nuestra vida es que debe haber un juicio (Eclesiastés 3:16, 17, 12:13,

14). Según Pablo y muchos otros escritores del Antiguo y el Nuevo

Testamento, es absolutamente seguro que habrá un juicio futuro.

Pablo escribe que este juicio de Dios será “según verdad”

(Romanos 2:2). En este capítulo, recuerde que él les habla primero a

los judíos, y después a los griegos —o gentiles— y, por aplicación,

nos habla a usted y a mí. Todos tenemos tendencia a juzgar a los

demás, especialmente a los otros creyentes. Pero Pablo atraviesa este

patrón de juicio horizontal y establece claramente que el juicio de

Dios que vendrá, estará basado en la verdad de lo que Dios sabe de

cada uno de nosotros. Mientras está dejando en claro este punto,

agrega el hecho de que el juicio de Dios es ineludible para todo ser

humano (3).

Después, enseña que el juicio de Dios será acumulativo.

Según Pablo, estamos acumulando los juicios de Dios sobre nuestros

pecados, que deberemos enfrentar y que serán tenidos en cuenta en el

juicio. En este contexto, enseña que Dios soporta o tolera nuestros

muchos pecados porque es paciente y es su designio que su bondad

hacia nosotros nos lleve al arrepentimiento (4, 5).

Pedro enseña esta misma verdad en su segunda carta y agrega

la idea de que Dios no desea que ninguno perezca, sino que todos

lleguen al arrepentimiento y la salvación (2 Pedro 3:9). Estos dos

grandes líderes de la iglesia del Nuevo Testamento están de acuerdo

en que el juicio de Dios es según verdad, ineludible y acumulativo.

Pablo escribe, después, que el juicio de Dios será un juicio

justo (5). Cuando seamos juzgados, el asunto será no lo que hemos

profesado, sino cómo nos hemos desempeñado en nuestra vida. El

juicio de Dios será según lo que hayamos hecho o no hayamos hecho

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

24

para Dios y para Cristo (6). Y enseña esta misma verdad sobre el

juicio en sus cartas a los corintios (2 Corintios 5:10).

En este contexto, Pablo está de acuerdo con su Señor y

Salvador en que lo que se hace es más importante que lo que se

profesa. Jesús declaró vez tras vez que el valor de que lo que

hacemos, más que lo que profesamos, es lo que le interesa a Dios

(Mateo 7:24-27; Lucas 6:46). Cuando Jesús limpió drásticamente el

templo, respondió al cuestionamiento de los líderes religiosos de que

demostrara su autoridad para hacer tales cosas con una parábola que

demostraba que tenía autoridad para una acción tan severa: “Un

hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve

hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero

después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma

manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de

los dos hizo la voluntad de su padre?” (Mateo 21:28-31).

La dura realidad que enseña esta parábola es que ambos hijos

profesaron una cosa e hicieron totalmente lo opuesto. Por lo tanto, lo

que ellos habían profesado tenía muy poco valor. Fue lo que hicieron

lo que realmente importó. Jesús estaba enseñando que,

humanamente, lo único que podía demostrar su autoridad eran sus

milagros, sus obras. También enseñó que sus obras declaraban que Él

estaba en la viña de su Padre, y las obras de aquellos con quienes

hablaba demostraban que ellos no estaban en esa viña, aunque

profesaran estar allí.

Si bien el mensaje central de esta carta a los romanos es que

no somos justificados por nuestras buenas obras, sino por la obra

terminada de Cristo en la cruz por nosotros, en este capítulo, Pablo

está de acuerdo con Jesús y con Santiago: las buenas obras

ciertamente dan validez a la fe por medio de la cual Dios nos declara

justos (Santiago 2:21-24).

De forma coherente con tal enseñanza, Pablo escribe que el

juicio de Dios será imparcial (11). Los judíos a los que Pablo les

habla en todo este capítulo creían que ellos no tenían necesidad de

ser salvos porque habían nacido judíos. Ahora, Pablo completa esta

enseñanza de que seremos juzgados por nuestras obras y no por

nuestra profesión de fe declarando enfáticamente que profesar ser

judío no será suficiente cuando nos enfrentemos con Dios como

nuestro Juez.

Como aplicación personal, esta enseñanza estaría destinada a

quienes creen que son salvos porque nacieron en una familia

cristiana, tienen padres piadosos y fueron bautizados cuando niños.

También estaría destinada a las personas “buenas”, que han vivido y

viven una vida moral y tienen mayor integridad que muchos que

profesan ser discípulos de Jesucristo. Si usted entra en esta categoría,

como les dice Pablo a los judíos, tenga en cuenta que le está

hablando a usted, si usted está confiando en su herencia de piedad o

en su integridad moral para su salvación.

A esto le sigue una gran enseñanza en la que Pablo desafía a

los que son judíos simplemente por nacimiento a ser, por obras, todo

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

25

lo que un judío dice ser porque lo profesa. Los judíos estaban

orgullosos del milagro de que Dios les había dado su ley y de que

eran el pueblo elegido por Dios para enseñar su ley a los demás.

Consideraban que los gentiles eran “perros”, porque, comparado con

un judío, un gentil tenía la vida o la conciencia espiritual que podría

tener un perro. Consideraban que quienes no tenían la ley de Dios

eran “bebés”, mientras que ellos eran sus “padres” espiritualmente

hablando. Las demás personas estaban en oscuridad, mientras que

ellos eran guías de los ciegos espirituales.

Pero Pablo los desafía, sin contemplaciones, a poner por obra

lo que profesan. Como maestros de la ley de Dios, ¿obedecen ellos la

ley? Entonces cita varios de los Diez Mandamientos. ¿Roban ellos,

mientras les enseñan a los demás que no deben robar? ¿Roban de los

templos?, les pregunta específicamente.

Dado que, después de la cautividad, los judíos tenían una

tremenda obsesión por abandonar la adoración de ídolos, no sentían

ninguna culpa con relación a su costumbre de robar ídolos de los

templos paganos. Estos ídolos estaban hechos de oro, plata y piedras

preciosas, por lo que generalmente podían venderse por grandes

sumas de dinero. Los judíos se justificaban pensando que, dado que

Dios odia a los ídolos, lo que ellos hacían, en realidad, no era robo.

La capacidad del ser humano —especialmente, del ser

humano religioso— de justificar su comportamiento pecaminoso es

casi infinita. Pablo concluye su condena a los judíos con la

declaración de que el nombre de Dios era blasfemado entre los

gentiles a causa de la forma en que sus obras pervertían lo que ellos

profesaban con su boca. Apliquemos esto a nuestra vida. Si usted

está confiando en la herencia de piedad que ha recibido, que, en

realidad, podría ser la profesión de la fe de sus padres, quisiera

preguntarle: ¿estará pervirtiendo con sus obras la profesión de fe que

hace con su boca?

Pablo enseña que el juicio de Dios será por la ley para

quienes han recibido la ley de Dios (12-15). Y concuerda con

profetas como Amós, que enseñó que mayores privilegios y ventajas

espirituales significan mayor responsabilidad espiritual delante de

Dios (Amós 5:21-27). Como judíos, ellos estaban muy orgullosos del

milagro de que les hubiera sido dada la ley de Dios. Pablo señala

enfáticamente que, para quienes han recibido la ley de Dios, el juicio

de Dios será por la ley de Dios.

Después, agrega la observación de que el juicio de Dios será

por medio de Jesucristo. Esto concuerda con las afirmaciones de

Cristo en el sentido de que el Padre le ha confiado la responsabilidad

de todo juicio a su Hijo (Juan 5:22). Aunque algunos tratan de

desacreditar a Pablo diciendo que contradice las enseñanzas de Jesús,

lo cierto es que Pablo, vez tras vez, hace afirmaciones paralelas a las

de Cristo y las confirma. Hay momentos en que complementa las

enseñanzas de su Señor, en la medida que le es dada revelación,

como en su enseñanza sobre el matrimonio y lo que llamamos el

arrebatamiento de la iglesia, que será parte del retorno de Jesús (1

Corintios 7; 1 Tesalonicenses 4:13-18).

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

26

Pero, cuando habla de un tema sobre el cual ha enseñado

Jesús, siempre sigue la misma línea que el Señor. Un buen ejemplo

de esto es el capítulo que dedica a los corintios en respuesta a sus

preguntas sobre el matrimonio (1 Corintios 7).

Después, escribe sobre el judío exterior y el judío interior.

Dado que la circuncisión era la forma en que un hombre profesaba

externamente la realidad interior de que era judío, Pablo trata el

problema de que muchos judíos habían cumplido el rito de la

circuncisión sin que existiera la realidad interior que se profesaba

externamente por medio de esa circuncisión. A ellos les prescribe lo

que llama “un corazón circuncidado”.

La circuncisión era, en realidad, una profesión de

santificación, de ser apartado para Dios y para vivir una vida santa.

Cuando Pablo exhortó a estos judíos a circuncidar sus corazones, los

exhortó a apartarse para Dios y para vivir una vida santa en sus

corazones, donde residen la voluntad, las decisiones y los motivos

que dan origen a sus decisiones.

Pablo pone fin a esta dimensión de su enseñanza sobre el

juicio concentrándose en lo que significa validar su profesión de que

son judíos con obras auténticas que demuestren delante de Dios y los

hombres lo que verdaderamente significa ser judíos.

En este contexto, Pablo expresa un principio que debe de

haber aprendido del Cristo resucitado; sin duda no lo aprendió como

fariseo de fariseos. También expresa este principio en su segunda

carta a los corintios, en la que lo llama “el espíritu de la ley”, en

contraste con “la letra de la ley” (2 Corintios 3:6). Podríamos decir

que, en este capítulo, Pablo describe el espíritu de lo que significa ser

un auténtico judío.

Hay aquí una aplicación personal específica para los

creyentes de Roma que no eran judíos, y para usted y para mí. El

bautismo es la expresión exterior de la realidad interior de que

creemos en el evangelio y nos identificamos con Cristo en su muerte

y su resurrección. El bautismo, como fue prescripto por Jesús en su

Gran Comisión, es el anuncio público de una decisión privada.

Cuando un hombre y una mujer deciden, en privado, casarse,

su boda es un anuncio público de la decisión que ya han tomado en

privado. Cuando confiamos en Jesucristo como nuestro Salvador y

decidimos entregar nuestro corazón a Él para que sea nuestro Señor,

es una decisión privada. Nuestro bautismo es el anuncio público de

esa decisión personal y privada. Pero, así como estos judíos

realizaban el rito de la circuncisión sin vivir la realidad que

representaba ese símbolo, es posible que nosotros realicemos hoy el

rito del bautismo sin tener interiormente la realidad que este debe

representar.

Pablo hace énfasis en la dura realidad de que el juicio de Dios

nos hará responsables por la realidad interior, del corazón, de lo que

profesamos exteriormente. Comienza este tema de ser un auténtico

judío enseñando que el juicio de Dios revelará los secretos (motivos)

de los corazones de quienes son juzgados (2:16). Este apóstol les

escribió a los corintios que solo cuando Dios exponga los motivos

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27

secretos que hay detrás de nuestras obras recibiremos alabanza, o no,

en el juicio (1 Corintios 4:3-5).

David y Jeremías nos informan y nos desafían con relación a

los motivos de nuestro corazón. Jeremías declara que nuestro corazón

es perverso y, sobre todo, engañoso. Y pregunta, a continuación:

“¿quién [...] conocerá [los motivos secretos del corazón?]”. Después,

responde su propia pregunta diciéndonos que solo Dios conoce el

corazón (Jeremías 17:9, 10).

David demuestra su extraordinario discernimiento y sabiduría

al pedirle a Dios que le muestre los pensamientos que no deberían

estar en su mente y los motivos que no deberían estar en su corazón,

para que pueda confesarlos y abandonarlos, porque quiere andar en el

camino eterno (Salmos 139:23, 24).

En este capítulo, Pablo escribe sobre el juicio futuro de Dios

con el cual nos enfrentaremos cuando los secretos (motivos) de

nuestro corazón sean revelados. La aplicación personal de esta

dimensión del juicio por venir es que deberíamos aprender de Pablo,

Jeremías y David a escudriñar los motivos de nuestro corazón ahora,

y no esperar hasta que nos sean revelados en el juicio. Después,

como David, deberíamos confesarlos, arrepentirnos y apartarnos de

esos pensamientos y motivaciones que no deberían estar en nuestro

corazón ni en nuestra mente, porque queremos andar en el camino

eterno.

Las aplicaciones prácticas y devocionales de este capítulo

también están relacionadas con el tema de lo que se dice y lo que se

hace. Cuando consideramos la realidad de que debemos morir y

luego, ser juzgados, ¿estamos confiando en el hecho de que somos

miembros de una iglesia o denominación en particular? ¿Estamos

confiando en nuestra integridad moral o en nuestras obras para

justificarnos? Hay millones de personas que creen que, si hay un

juicio, no tendrán problema, porque son buenas personas y nunca le

hicieron mal a nadie. ¿Es usted una de esas personas? ¿Estamos

haciendo lo mismo que los judíos a los que Pablo dedicó este

segundo capítulo?

Pablo nos ha dicho, en este capítulo, en qué no debemos

confiar para nuestra salvación. En la continuación de su obra maestra

teológica, sabremos precisamente en qué debemos confiar para

nuestra salvación, mientras avanzamos hacia la muerte y el juicio

inevitables.

Capítulo 5

Justificados por fe

Después de haberse dirigido específicamente a los judíos y

haberlos desafiado en el segundo capítulo, Pablo comienza el tercer

capítulo preguntando si hay alguna ventaja en ser judío. Y responde

su propia pregunta presentando las ventajas de ser judío. La primera

que presenta es que Dios dio su ley, o su Palabra, a los judíos.

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

28

Todos los hombres están bajo la ley

Según Pablo, aunque los judíos no han obedecido la Palabra

de Dios, su desobediencia simplemente demuestra la verdad

proclamada por la ley de Dios: que somos pecadores. Él expresa esta

verdad al escribir: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (4).

Como señaló en el segundo capítulo, la conciencia de los gentiles

muestra que Dios ha plantado su ley aun en los corazones de aquellos

que no son judíos (2:15). Y continúa declarando que todos los

hombres, judíos o gentiles, están bajo la ley de Dios.

Una de las funciones de la ley de Dios es revelar la dura

realidad de que todos somos pecadores. Santiago usa la elocuente

metáfora de que la Palabra de Dios es como un espejo en el que

debemos mirarnos cada día, porque revela nuestras imperfecciones

(Santiago 1:23, 24). El hecho de que los judíos, a quienes se les había

dado la Palabra de Dios, no la habían obedecido, de ninguna manera

invalida la Palabra, sino confirma, simplemente, su propósito, que es

convencer a todos los hombres de la innegable realidad de que son

pecadores.

Pablo declara, a continuación, que todos los hombres están

bajo lo que él luego llamará la ley del pecado (7:23). Y cita el

Antiguo Testamento para reafirmar su declaración de que todos

somos pecadores (Salmos 14:1-3; 53:1-3). Dado que el pecado del

hombre demuestra y valida la verdad de la Palabra de Dios, Pablo

reprende a quienes dicen que él enseña que debemos pecar para que

el bien abunde, es decir, que validamos la Palabra de Dios cuando

pecamos. Naturalmente, él niega enfáticamente esa acusación.

Según Pablo, el propósito de la ley nunca fue salvarnos. El

propósito de la ley de Dios fue y es revelar el pecado y mostrarnos

que necesitamos la salvación, que necesitamos un Salvador. Ninguno

de nosotros puede vivir a la altura de las normas perfectas

establecidas por Dios. En ese sentido, no quebrantamos la ley de

Dios, sino la ley de Dios nos quebranta a nosotros.

A un capellán de una cárcel muy grande se le permitió

hablarles a los delincuentes convictos que estaban por entrar a esa

cárcel. Cerca de las puertas de la cárcel había dos enormes muros de

piedra con los Diez Mandamientos y algunas de las leyes del estado

que esos prisioneros habían quebrantado. Antes de hablarles a los

prisioneros, el capellán se acercó a uno de ellos, que había leído

algunas de las leyes del estado y estaba leyendo con gran atención los

Diez Mandamientos. El capellán le preguntó al prisionero: “¿Cuál de

estos mandamientos quebraste, hijo mío?”. Y el prisionero respondió:

“Yo no quebré estos mandamientos, señor. ¡Ellos me quebraron a

mí!”.

En este tercer capítulo, Pablo escribe que nunca estaremos

justificados a los ojos de Dios por no hacer el mal, o por las buenas

obras que hacemos al obedecer la ley de Dios. Dios no nos dio la ley

con ese propósito. Dios nos dio la ley para revelar el pecado. Según

Pablo, el propósito de la ley de Dios es que “toda boca se cierre y

todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (19). ¿Le ha cerrado ya

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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la boca la Palabra de Dios a usted, o aún está hablando, confiando en

su propia justicia y poniendo excusas para sus fallas morales y

espirituales?

Todos los inspirados pensamientos que Pablo ha escrito en

esta profunda obra maestra teológica hasta ahora son como un

maravilloso engarce para esta joya, que es uno de los pasajes más

importantes de todos los escritos de Pablo: “Pero ahora, aparte de la

ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por

los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para

todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos

pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados

gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo

Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su

sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto,

en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en

este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al

que es de la fe de Jesús” (3:21-26).

En este pasaje, que es el corazón y el alma de esta declaración

teológica de Pablo sobre la justificación, el apóstol nos da la Buena

Noticia antes de darnos la mala noticia. La Buena Noticia que

proclama esta carta es que hay una justicia que ha sido revelada por

Dios, que no consiste simplemente en obedecer su ley. Esta justicia

es adquirida por la fe en Jesucristo y no depende de las obras de

justicia de parte del hombre. Puede ser recibida por todos los que

confían en la obra de Jesucristo sobre la cruz para su salvación.

Ahora, Pablo repite, para mayor énfasis, la misma verdad que

declaró en el versículo 17 del capítulo 1, cuando nos dijo que hay una

justicia que se revela en el evangelio que él está obligado y ansioso

de predicar en Roma, y del cual no se avergüenza (1:16, 17).

Recuerde que, en esos versículos, él escribió que esta justicia se

adquiere solo por fe y no por obras de la persona que confía en que

Dios la declare justa.

Todos los hombres están bajo pecado

Pablo continúa presentando la mala noticia, cuando concluye:

“Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están

destituidos de la gloria de Dios” (3:22, 23). Los idiomas en que la

Biblia fue escrita originalmente tienen varias palabras que se

traducen como ‘pecado’. Estas palabras, según el caso, nos remiten a

una flecha que no da en el blanco, al concepto de pisar fuera de un

límite, o de romper una regla.

Cuando Pablo escribe que todos hemos pecado, la palabra que

usa para decir “pecado” es la que hace referencia a una flecha que no

llega a alcanzar el blanco. Coherente con lo que ya ha escrito, Pablo

dice que todos somos pecadores porque no llegamos a la medida de

las normas que Dios ha establecido para nosotros en su inspirada

Palabra.

En la Biblia, la norma marcada por Dios es que todo

pensamiento, palabra y obra del pueblo de Dios debe dar gloria a

Dios. Cuando no llegamos a cumplir con esa norma, somos

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30

pecadores. Esta es, simplemente, una manera diferente de decir que

debemos guardar el Gran Mandamiento, que es amar a Dios con toda

nuestra mente, todas nuestras fuerzas y todo nuestro corazón, todo el

día, cada día que vivamos (1 Corintios 10:31; Mateo 22:35-40;

Deuteronomio 6:5).

Esta es mi metáfora preferida para el concepto de pecado en

la Biblia. Durante muchas décadas de trabajar como pastor, he

encontrado dos clases de personas que necesitan escuchar esta

definición bíblica del pecado. Están quienes se ofenden cuando yo

predico y enseño que son pecadores. Creen que los pecadores son los

que roban bancos, cometen adulterio o asesinan a alguien. Dado que

ellos no han hecho ninguna de estas cosas terribles, se sienten

conmocionados cuando yo les digo que son pecadores.

El problema es la definición que ellos tienen de pecado.

Cuando comprenden la definición que Dios da del pecado —el

concepto de que somos pecadores porque no llegamos a alcanzar la

medida de la norma que Dios ha establecido para su pueblo—,

entonces se dan cuenta de que son pecadores, aunque no hagan esas

cosas que ellos relacionan con los pecadores. Son pecadores porque

no llegan a hacer lo que fueron creados para hacer: glorificar a Dios

en cada pensamiento, palabra y obra de su vida, todo el día, todos los

días.

La otra persona que necesita escuchar esta definición es la

que cree haber experimentado lo que considera que es la

santificación. Para ella, santificación significa que nunca pecará o

que nunca volverá a pecar porque ha tenido una experiencia llamada

“santificación” (1 Juan 1:8-10). El problema de esta persona está en

su definición de santificación. Como ya he señalado en mi

comentario sobre el saludo con el que Pablo inicia esta carta, Pablo

llama “santos” a los corintios, y después desgrana la larga lista de

pecados que había en esa iglesia. Esto nos enseña que ser

santificados no significa estar en un estado de perfección sin pecado.

El otro problema que tiene esta persona es su definición de

pecado. Debe comprender que pecar es no llegar a la medida que

Dios y Jesús marcaron cuando enseñaron que debemos ser perfectos

(Mateo 5:48; Génesis 17:1). Si esta persona dice que ya no peca, o

que no pecará más, probablemente esté definiendo el pecado como

robo, adulterio, asesinato o algo peor. Cuando acepte la definición de

pecado que Pablo presenta en este pasaje, se dará cuenta de que decir

que no ha pecado es lo mismo que decir que es perfecta.

Cuando Jesús cumplió la ley de Dios enseñando el espíritu de

aquellas leyes de Moisés en aquel monte de Galilea, elevó tanto la

medida de la ley de Dios que ella nos quebranta a cada uno de

nosotros y nos cierra la boca, excepto para orar con arrepentimiento y

rogar la misericordia de Dios (Mateo 5:17-48). La buena noticia es

que, cuando lo hacemos, dice Jesús, podemos regresar a nuestra casa

justificados, es decir, declarados justos por Dios (Lucas 18:10-14).

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31

Todos los hombres pueden ser justificados por fe

Pablo retorna rápidamente a la buena noticia, que es el énfasis

y el propósito de esta inspirada declaración de la teología de la

iglesia del Nuevo Testamento. Cuando estudiamos estos primeros

cuatro capítulos en detalle, nos damos cuenta de que Pablo está

presentando un plan de Dios por medio del cual Él puede declarar

justos, como si nunca hubieran pecado, a los pecadores.

Dios es el Autor de ese plan. Esto se ve claramente en todo lo

que Pablo escribe en estos primeros cuatro capítulos. En el capítulo

8, Pablo declara directamente que “Dios es el que justifica” (8:33). El

sacrificio de Jesucristo, como Cordero de Dios, es el fundamento de

este plan (3:25; 4:25). La resurrección de Jesucristo es la garantía de

que Aquel que murió en esa cruz era el Cordero de Dios que murió

por los pecados del mundo (4:25).

La fe es el principio por el cual aplicamos el milagro de la

justificación a nuestros pecados personales (3:28, 30). La fe es una

dimensión tan importante de nuestra justificación que Pablo dedica la

mayor parte del cuarto capítulo de esta carta al ejemplo de Abraham,

el padre de la fe. Cuando Dios quiere comunicar una gran idea,

envuelve esa idea en una persona. Dios considera que la fe es un

concepto muy importante; por lo tanto, dedica doce capítulos del

Libro de Génesis a contarnos la historia de Abraham, porque él fue

una definición viva de la fe.

En el Nuevo Testamento, cuando los inspirados escritores

quieren hablarnos de la fe, antes de haber escrito dos frases, casi

siempre escriben el nombre Abraham. Este personaje del Antiguo

Testamento es mencionado en el Nuevo más que cualquier otro del

Antiguo Testamento.

La gracia de Dios es el origen de nuestra declaración como

justos por parte de Dios (3:24). La gloriosa verdad de que la gracia

de Dios es el origen de nuestra justificación también se ilustra en la

vida de Abraham. Cuando leemos que Abraham creyó a Dios y le fue

contado por justicia, Pablo explica que esta palabra significa que la

justicia le fue dada, y no ganada ni merecida de ninguna forma por

Abraham.

Más tarde, en el quinto capítulo, Pablo usará a Jacob como

ejemplo de gracia. La gracia es la obra de Dios en nosotros y por

nosotros, sin intervención o ayuda de nuestra parte. La misericordia

de Dios es la que no permite que recibamos lo que merecemos,

mientras que la gracia de Dios derrama abundantemente sobre

nosotros la salvación y toda clase de bendiciones que no merecemos

ni jamás podríamos lograr por nuestros propios esfuerzos. Pablo

escribe aquí que no encontraremos el origen de nuestra salvación en

ninguna obra ni valor nuestro, sino, simplemente, en la gracia de

Dios.

Las obras son la evidencia que confirma la verdadera fe (2:6-

10). Según Santiago, la fe que nos salva siempre obra (Santiago 2:14-

26). Alguien ha dicho: “La fe sola puede salvarnos, pero la fe que

salva nunca está sola”. Somos salvos por una fe que siempre va

acompañada y es confirmada por las buenas obras. Aunque el

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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argumento principal de esta carta es que somos justificados por fe y

no por obras, observe que el énfasis, en esta y en todas las inspiradas

cartas de Pablo, está puesto en el importante lugar que ocupan las

obras en el recorrido de fe de un creyente (2:6-10).

Según Pablo, los pecadores nunca son salvos por sus buenas

obras, pero sí son salvos para buenas obras (Efesios 2:8-10). Hay un

énfasis muy marcado, en todos los escritos de Pablo, en el concepto

de que no somos salvos, ni podemos mantener nuestra salvación, por

medio de las buenas obras. Este es también el enfoque principal y el

tema de esta carta, y de su carta a los gálatas.

En resumen

Dios es el Autor de un plan por medio del cual puede declarar

a los pecadores justos, como si nunca hubieran pecado. La cruz de

Jesucristo es la base de este plan. La resurrección de Jesucristo es la

garantía de que Jesús era el Hijo unigénito de Dios, que sufrió y

murió en la cruz para redimirnos. La gracia de Dios es el origen del

plan de Dios de sacrificar a su Hijo para nuestra salvación. La fe es el

principio por el cual aplicamos personalmente este maravilloso plan

de justificación a nuestros pecados y a nuestra salvación. Las obras

no nos salvan, pero son la confirmación de la fe auténtica que sí nos

salva.

Después de presentar el corazón de este plan en el tercer

capítulo, Pablo pregunta: “¿Dónde, pues, está la jactancia?”. Aún le

está hablando a un judío imaginario que está orgulloso del hecho de

que Dios le haya dado la ley y de que él está cumpliendo esa ley.

Como orgulloso fariseo que era, Pablo, en otro tiempo, también había

sido culpable de esta clase de orgullo y autojustificación (Filipenses

3:4-9).

Como la de Jesús, gran parte de la enseñanza de Pablo, aquí,

está dirigida a los líderes religiosos del pueblo judío. Su respuesta a

su propia pregunta es que, cuando comprendemos el plan de Dios

para declararnos justos, no hay absolutamente ninguna razón para

jactarnos. Por eso, el apóstol escribe a los gálatas: “Lejos esté de mí

gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gálatas

6:14).

Como ex rabí que es, concluye su tercer capítulo formulando

y respondiendo preguntas, una vez más: “¿Es Dios solo Dios de los

judíos? ¿No lo es, también, de los gentiles?”. Y llega a la conclusión

de que lo que él llama “la ley de la fe” es el plan de Dios para

justificarnos a usted y a mí, a judíos, a gentiles y a cada persona que

vive en este mundo.

Su concepto final es que la justificación por la fe no invalida

la ley de Dios. La ley de la fe por medio de la cual Dios justifica a

judíos y gentiles confirma la ley de Dios. Sus últimas afirmaciones

sobre la ley son un eco de las palabras de su Señor, que nos dijo en

aquel monte de Galilea que Él no había venido para invalidar a la ley

ni a los profetas, sino para cumplir la esencia de lo que la ley y los

profetas nos enseñan (Mateo 5:17).

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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Capítulo 6

La definición viva de la fe

Cuando Dios quiere transmitir una gran idea, la envuelve en

la vida de una persona. Como ya he señalado, en el primer libro de la

Biblia, Dios desea que comprendamos el concepto de la fe. Por lo

tanto, nos presenta a este notable hombre llamado Abraham. Cuando

lo conocemos, su nombre es Abram, que significa ‘padre de muchos

hijos’. Pero él tiene setenta y cinco años, y ningún hijo. Imagine a

este anciano presentándose como “Padre de Muchos Hijos”. La

gente, probablemente, le diría: “¿Cuántos hijos tiene usted,

anciano?”.

Imagínelo, entonces, explicando que no tenía ningún hijo,

pero que, si uno pudiera contar las estrellas del cielo, o los granos de

arena de todas las playas del mundo, tendría una idea de la cantidad

de descendientes que él iba a tener algún día. Si le hubieran

preguntado cómo sabía que esto iba a suceder, Abram habría

respondido: “¡Me lo dijo Dios!”.

Extiéndase un poco más con su imaginación y piense en las

personas que lo ven unos años después y le preguntan: “Abram, ¿ya

has tenido algún hijo?”. Y él responde: “¡Desde que nos vimos por

última vez, Dios cambió mi nombre, de Abram a Abraham, que

significa ‘padre de naciones de hijos’!”. Y cuando la persona le dice:

“Bueno, entonces, seguramente, ya has tenido algún hijo”, él

contesta: “No, en realidad, aún no he tenido ninguno, pero...” y repite

las promesas de Dios sobre las estrellas y la arena y sus naciones de

descendientes.

El milagro es que todo judío, todo árabe musulmán y todo

cristiano de este mundo considera que Abraham es su padre. ¿Ve

usted por qué los escritores de la Biblia nombran a Abraham cuando

quieren enseñarnos sobre la fe?

En mi estudio del Libro de Génesis, escribo que, en los

primeros once capítulos de ese libro, Dios registra el comienzo del

universo, la tierra, el hombre, la mujer, el matrimonio, la familia, el

pecado, el conflicto, el juicio, los idiomas y las naciones antiguas que

Él considera suficientemente importantes como para mencionarlas.

Los demás treinta y ocho capítulos de Génesis registran los estudios

de tres personajes, porque Dios sabe que a las personas les interesan

las personas, y que aprendemos importantes conceptos cuando Él los

envuelve en la vida de un ser humano.

La fe es el importante concepto que Dios envuelve en la vida

de Abraham. Al leer el Libro de Romanos, esta obra maestra de

Pablo, que trata sobre la justificación por fe, podemos ver por qué

Dios destinó tanto espacio en la Biblia a contarnos sobre el hombre

que nos demuestra de qué se trata la fe. Fe es que el hombre

encuentre a Dios y confíe en Él, y que Dios encuentre al hombre. Si

consulta mi estudio sobre el Libro de Génesis, descubrirá que rastreo

lo que aprendemos acerca de la fe a medida que leemos cómo Dios

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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encuentra a Abraham, y Abraham encuentra al Dios que lo busca y lo

encuentra.

Cuando encuentra su definición viva de fe en Abraham, el

apóstol Pablo se concentra en una de las más dramáticas apariciones

de Dios a este hombre, cuando él tenía casi cien años. Dios acababa

de cambiarle el nombre y le repitió la promesa de que los

descendientes de Abraham serían numerosos como las estrellas y la

arena. En esta aparición a Abraham, Dios le mostró, de manera

gráfica y dinámica, que su Dios tenía un pacto con él.

Cuando Abraham realizó la mayor parte de su recorrido de fe,

no existían las organizaciones encargadas de hacer cumplir la ley. En

esa época, la supervivencia de un hombre rico como él dependía de

que Abraham hiciera un pacto, es decir, un trato con otros hombres

de riqueza y poder similares a los suyos. La única protección que

tenía un hombre como Abraham contra los bandidos o los enemigos

era hacer un pacto con otro hombre que pudiera traer rápidamente las

fuerzas de quienes trabajaban para él para luchar contra un enemigo

común.

Cuando hacían ese pacto, tenían una ceremonia muy

elaborada, que se oficializaba por medio de una caminata y un sello

del pacto en el que se comprometían el uno con el otro. La ceremonia

comenzaba con los dos hombres de pie, enfrentados, con un animal

sacrificado entre ellos. La caminata se realizaba cuando cada uno de

ellos, individualmente, caminaba a través del sacrificio, hacía un

círculo en una dirección, cruzaba nuevamente el sacrificio y hacía un

círculo en dirección opuesta. La figura que formaba esta caminata

ceremonial era como un ocho.

Mientras hacían esta caminata del pacto, en un fuego

prendido cerca de allí, se estaba calentando una espada. El pacto era

sellado cuando ambos hombres aplicaban la espada al rojo vivo a la

parte interior de sus muñecas. Esto, obviamente, les dejaba la marca

de una quemadura para toda la vida. La costumbre de saludar

agitando la mano proviene de este rito. Cuando un potencial enemigo

veía una cicatriz de un pacto, sabía que esa persona tenía un pacto

con alguien de igual o mayor poder que el suyo propio. Si la

atacaban, también deberían pelear contra la persona con quien había

hecho el pacto.

Todas las apariciones de Dios a Abraham en que Dios le

prometió que sus descendientes serían increíblemente numerosos

eran un pacto que Dios estaba haciendo con Abraham. En el capítulo

15 de Génesis, Dios repite la promesa del pacto a Abraham y le

ordena que haga un sacrificio. Después, lo hace caer en un sueño

profundo.

Cuando Dios lo despierta de ese sueño, Abraham ve una

antorcha que se mueve por encima del sacrificio que él ha preparado,

formando un ocho, como la caminata del pacto. Por medio de esta

extraordinaria metáfora, Dios le dice a Abraham: “¡He hecho un

pacto contigo!”. Entonces podemos leer el versículo que Pablo cita

del relato de esta experiencia: "Creyó Abraham a Dios, y le fue

contado por justicia” (Génesis 15:6, 22, Romanos 4:3).

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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La historia de este hombre, en el relato de Génesis, abarca

alrededor de veinticinco años de su vida. Debemos recordar que Dios

desea que leamos toda la historia para, después, comprender que toda

ella ha sido escrita para mostrarnos y darnos la definición de una

palabra: fe.

Pablo solo se concentra en un versículo de esta notable

historia que proclama que, cuando Abraham vio esa antorcha

sobrenatural moviéndose por encima del sacrificio, ¡le creyó a Dios!

No creyó en Dios. Le creyó a Dios. Su Dios le estaba diciendo algo,

y él le creyó a Dios, que se estaba comunicando con él. Cuando Dios

vio que Abraham le creía, declaró que consideraría esa fe de

Abraham como justicia para él.

La aplicación principal

La aplicación principal que Pablo hace de la fe de Abraham

en este capítulo es que, cuando Dios vio que Abraham le creía, lo

declaró justo. Al hacer esta aplicación, el apóstol Pablo está

ilustrando y aplicando la verdad de los cuatro primeros capítulos de

su carta. En esos capítulos, él nos ha dicho lo que Dios ha hecho en y

a través de Cristo, y lo que Dios desea que usted y yo hagamos al

respecto. Dios desea que le creamos cuando nos dice lo que Él ha

hecho a través de Jesucristo.

Pablo usa la vida y la fe de Abraham para mostrarnos lo que

significa creerle a Dios cuando nos enteramos de lo que Él ha hecho

por nosotros a través de Jesús. Básicamente, Pablo nos dice que Dios

miró a Abraham, sonrió, y dijo: “Le dije algo a este hombre, y él me

cree. ¡Me agrada eso! Voy a declararlo justo, porque le dije algo y él

me cree”.

Esta carta trata sobre la justificación, que es el milagro de que

Dios declare justos a los pecadores. Pablo aplica su enseñanza de la

justificación por fe presentándonos el ejemplo de la fe de Abraham.

La aplicación es que, cuando escuchamos la buena noticia de que

Dios nos declarará justos simplemente porque creamos el evangelio

de Jesucristo, debemos creerle a Dios, así como Abraham le creyó, y

Dios le dio el regalo de su justicia.

Pablo continúa escribiendo que, cuando hacemos esto,

estamos practicando y expresando la misma clase de fe que tuvo

Abraham cuando le creyó a Dios, y Dios lo declaró justo. Cualquier

persona que cree como creyó Abraham es hija de Abraham. Cuando

creemos el evangelio de justificación que Pablo proclama en esta

carta, nos convertimos en “judíos espirituales”.

Pablo continúa dirigiéndose a los judíos que son como el

Saulo de Tarso que él fue alguna vez, cuando señala que Dios

declaró justo a Abraham antes que este fuera circuncidado: “Y

recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe

que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los

creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea

contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no

solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas

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Fascículo 29: El Libro de Romanos, versículo por versículo

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de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado”

(11, 12).

La circuncisión era la señal del pacto entre Dios y Abraham.

Pero, así como el bautismo no nos salva, sino que es el sello de

nuestro pacto de fe para salvación con Dios, Pablo hace énfasis en

que la circuncisión no le otorgó la justicia a Abraham, como tampoco

a ninguno de sus descendientes.

Expresa el mismo concepto cuando explica el significado de

la palabra que nos dice que esta justicia le fue “contada” a Abraham.

Según Pablo, esta palabra no significa que la justicia fuera ganada o

merecida como un salario por un día de trabajo honesto. Significa

precisamente lo contrario. Esta justicia fue un regalo, generosamente

otorgado a Abraham porque él le creyó a Dios.

Después, Pablo hace la conexión entre las promesas del pacto

de Dios para Abraham, con respecto a que sus descendientes serían

como las estrellas y como la arena, y la gloriosa realidad de que

todos los que creen en el evangelio de la justificación por fe son hijos

de Abraham. El hecho de que a Abraham se le hubiera prometido que

sería padre de muchas naciones cuando aún no estaba circuncidado

significa que no se ganó la justicia por medio de la circuncisión.

Pablo cree que la promesa también le fue hecha a Abraham en ese

momento porque representaba la realidad de que él iba a ser padre de

los incircuncisos, es decir, los gentiles que le creen a Dios cuando

Dios les dice lo que ha hecho por ellos a través de Cristo.

Esta misma verdad les escribe a los gálatas (Gálatas 3:6-9).

Básicamente, Pablo quiere decir que el mismo Dios que le dio fe a

Abraham les da el regalo de la fe a quienes creen en el evangelio

(Efesios 2:8, 9; Filipenses 1:29). También puede querer decir que, así

como los judíos fueron elegidos por Dios para ser administradores de

su Mesías y de su Palabra, Él nos ha elegido a los que creemos hoy

para ser administradores de su Palabra escrita y de su Palabra Viva,

el Jesucristo vivo y resucitado (Juan 15:16; Efesios 1:4).

La conclusión de esta inspirada y lógica presentación de

cómo Dios declara justos a pecadores como usted y como yo, que

hemos estudiado en estos primeros cuatro capítulos, se encuentra, de

hecho, en el primer versículo del quinto capítulo, donde Pablo

escribe: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por

medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Esto nos recuerda el principio del estudio bíblico de que no

debemos permitir que la división en capítulos interrumpa nuestra

cadena de pensamiento o la inspirada lógica de un escritor como el

apóstol Pablo. Alguien ha dicho que, cuando estamos leyendo los

escritos del apóstol Pablo, cada vez que usa la palabra “pues”,

debemos detenernos y ver por qué está esa palabra allí. Esta palabra

introduce una conclusión o un paso importante en la lógica de la

verdad que él está enseñando. Al comienzo del primer versículo del

capítulo cinco encontramos esa palabra que debe hacernos retroceder

a lo último que dijo antes.

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El argumento o enseñanza de esta obra maestra de Pablo

comenzó, en realidad, en el versículo 16 del primer capítulo, cuando

Pablo declara que no se avergüenza del evangelio. Después, escribe

el versículo 17, que inició la revolución teológica en el corazón de

Martín Lutero que, a su vez, desembocó en la Reforma teológica

protestante de Europa y de todo el mundo.

Cuando comenzó este tratado teológico sobre la justificación,

Pablo no solo declaró que en el evangelio del que él no se

avergüenza, sino está ansioso de predicar en Roma, se revelan dos

cosas: la justicia de Dios y la ira de Dios hacia toda injusticia.

También escribió que esta justicia es “por fe y para fe”, antes de citar

del gran sermón de Habacuc: “El justo por la fe vivirá” (Romanos

1:17; Habacuc 2:4).

Está declarando, directamente, y de una forma muy concisa,

el postulado teológico que desarrolló en profundidad, en los primeros

cuatro capítulos: que esta justicia, que se revela en el evangelio, es

una justicia que se adquiere y se experimenta por fe. Literalmente,

Pablo escribe: “por fe que genera más fe”. Como ya he señalado,

escribirá en otras cartas que la fe nos es dada por Dios (Efesios 2:8,

9; Filipenses 1:29). Pablo aprendió de Jesús que la fe es un don de

Dios (Mateo 13:11-17).

Recuerde que fue la verdad de la justicia por fe que se

expresa en este versículo la que habló con tanto poder al corazón de

Martín Lutero, porque él había estado tratando de hacer lo que la

iglesia había estado enseñando: que era posible y necesario ganar la

salvación por medio de buenas obras. Tenemos que mantener en

perspectiva esta verdad sobre la fe a lo largo de estos primeros cuatro

capítulos.

Hemos visto que él presenta un plan completo por medio del

cual Dios declara justos a los pecadores. Ese plan involucra la cruz

de Cristo, su resurrección, la fe y aun las buenas obras, como

confirmación de la fe. Pero observe que, como un abogado inspirado

que presenta un caso delante de un tribunal, Pablo sella su

presentación en el cuarto capítulo, con el ejemplo de Abraham. Es su

manera de reforzar los pensamientos finales del tercer capítulo: que

la justicia que se nos revela en el evangelio se adquiere por fe, y no

por obras.

El último punto que Pablo quiere dejar en claro en esta

presentación sobre la justificación por fe se expresa en las primeras

palabras del capítulo 5: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz

para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. El segundo

versículo de ese quinto capítulo presenta los próximos cuatro

capítulos de esta magnífica obra maestra. Reservaré mi comentario

sobre ese versículo para el próximo fascículo.

Aplicación personal

Al comienzo de este fascículo, en mi enfoque y panorama

general de esta carta que Pablo escribió a los romanos, lo desafié a

orar para que Dios le hable mientras estudie este libro del Nuevo

Testamento conmigo. Así como Él ha hablado a personas como

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Lutero, Wesley y tantos otros a través de esta profunda carta de

Pablo, quisiera preguntarle si Dios le ha revelado a usted,

personalmente, esta gloriosa verdad de que usted no puede, de

ninguna forma, agregar nada a lo que Dios ha terminado en la cruz

para su salvación. ¿Le ha hecho saber Dios qué es Él, qué condena,

qué sabe, qué ha hecho, y qué desea que usted haga?

Dios es justo. Dios condena la injusticia. Dios sabe que usted

no podría, ni en un millón de años de hacer buenas obras, ser

suficientemente justo como para salvarse a sí mismo. Por eso es que

envió a su Hijo unigénito a la cruz, para que muriera por usted.

Cuando Él le dice, a través de Pablo, en esta inspirada carta, lo que

ha hecho, Dios quiere que usted le crea.

Cuando Dios le dijo algo a Abraham, Abraham le creyó. Por

lo tanto, Dios declaró justo a Abraham. En los primeros cuatro

capítulos de esta carta de Pablo, Dios le está diciendo algo a usted.

Dios le está diciendo que su fe en la muerte de Jesucristo, que se

ofreció a sí mismo en la cruz por usted, como Cordero de Dios, es la

única base sobre la cual Él puede declararlo justo. ¿Cree usted lo que

Dios le dice?

Al concluir este fascículo, lo invito a utilizar su imaginación

y comparar la salvación por ser una buena persona con la capacidad

de atravesar a nado el océano, desde la costa del continente

americano, hasta la costa europea. Según este paralelo, una persona

inmoral ni siquiera saldría de la playa. Una persona de integridad

normal saldría de la playa, y quizás podría avanzar unos cuantos

metros en el océano. Una persona extremadamente buena y recta,

como Gandhi, sería como un excelente nadador que podría avanzar

varios kilómetros. Sin embargo, se ahogaría a causa del cansancio

mientras estuviera, aún, a una enorme distancia de Europa.

Pablo escribió a los gálatas que, si pudiéramos ser justificados

por nuestras propias buenas obras, eso significaría que Jesús murió

en la cruz por nada (Gálatas 2:20, 21). Mientras sudaba como gotas

de sangre, Jesús oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa;

pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).

Básicamente, estaba pidiéndole a su Padre que, si hubiera otra forma

de lograr la salvación del mundo sin que Él tuviera que ir a la cruz,

por favor, lo hiciera de esa manera.

El Padre contestó, de hecho, que no había ninguna otra

manera, y que había enviado a su Hijo para que muriera en la cruz.

¿No es, entonces, impensable, que le digamos a Dios que no debería

haber enviado a su Hijo a la cruz, porque nosotros podríamos

salvarnos por nuestras propias buenas obras?

Cualquier persona que crea en la salvación por obras debería

responder, al menos, tres preguntas: ¿Cómo sabe usted cuándo ha

hecho suficientes buenas obras como para ser salvo? ¿Cómo puede

estar seguro de su salvación? Si usted se puede salvar por sus propias

buenas obras, ¿para qué murió Jesús en la cruz?

Así como Abraham creyó lo que Dios le dijo, y le fue

otorgada la justicia que es por la fe, ¿cree usted que Dios lo declarará

justo si cree lo que Dios le ha dicho en estos primeros cuatro

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capítulos de la carta de Pablo a los romanos? Con la autoridad de

estas inspiradas palabras que Pablo escribió a la “Primera Iglesia de

Roma”, Dios le ha dicho a usted que lo declarará justo si cree lo que

Él le dice. ¿Está dispuesto a creerle a Dios y a ser justificado por fe?

Si es así, lo invito a orar, a hablar con Dios, como yo lo hice

hace muchos años: “Amado Padre celestial, confieso que soy un

pecador, y confío en tu Hijo, Jesucristo, para que sea mi Salvador.

Pongo toda mi confianza en su muerte en la cruz y su resurrección de

los muertos para el perdón de cada uno de mis pecados. Ahora,

abandono todos mis pecados y me aparto de ellos. Quiero

reconciliarme de mi divorcio de ti. Aquí y ahora, declaro por fe que

Jesucristo es mi Señor y mi Salvador, y entrego mi vida,

incondicionalmente, a su control y su dirección. Ordena mi vida

según el gran diseño que siempre has querido para mí. Ayúdame a

seguir a tu Hijo, Jesucristo, confiando en su poder y su autoridad, y a

vivir para exaltarlo y para tu gloria. Gracias por darme esta gran y

eterna salvación. Amén”.

Si usted ha hecho esta oración, lo invito a que nos escriba y

nos lo cuente, y a que también participe de una iglesia local que crea

en la Palabra de Dios y la enseñe.

Si usted ya le ha creído a Dios y es un seguidor de Cristo, lo

desafío a ser como Pablo y compartir la Buena Noticia con todos,

para que ellos también puedan ser declarados justos y disfrutar de

paz eterna con Dios.