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1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 2 LEVÍTICO, NÚMEROS, DEUTERONOMIO Y JOSUÉ Capítulo 1 El Libro de Levítico Muchas personas que leen la Biblia consideran que Levítico es un libro muy difícil. Se aburren al leer todas las especificaciones para el Tabernáculo en el desierto, en el tercio final del Libro de Éxodo. Cuando llegan a Levítico, pierden su determinación de leer toda la Biblia. La palabra “levítico” significa, literalmente, ‘relativo a los levitas’. Los levitas eran los sacerdotes hebreos. Si queremos entender este libro, es absolutamente esencial entender ese pequeño “tabernáculo del desierto”, donde los sacerdotes estaban a cargo de la presentación de los sacrificios, las ofrendas y otras liturgias. Más adelante, el muy elaborado templo de Salomón fue construido siguiendo el mismo modelo original que recibió Moisés, cuando se le ordenó erigir la tienda de adoración. Uno de los aspectos más significativos de la pequeña tienda de adoración era que debía ser colocada en el centro del campamento mientras las doce tribus de Israel cruzaban y daban vueltas por el desierto durante cuarenta años. El primer mandamiento decía que Dios debía estar en el primer lugar. La Biblia nos enseña que Dios debe estar en el centro mismo de nuestra vida. Esto se demuestra, o se ilustra, en que la pequeña tienda de adoración estaba en el centro de su campamento.

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 2

LEVÍTICO, NÚMEROS, DEUTERONOMIO Y JOSUÉ

Capítulo 1

El Libro de Levítico

Muchas personas que leen la Biblia consideran que Levítico

es un libro muy difícil. Se aburren al leer todas las especificaciones

para el Tabernáculo en el desierto, en el tercio final del Libro de

Éxodo. Cuando llegan a Levítico, pierden su determinación de leer

toda la Biblia.

La palabra “levítico” significa, literalmente, ‘relativo a los

levitas’. Los levitas eran los sacerdotes hebreos. Si queremos

entender este libro, es absolutamente esencial entender ese pequeño

“tabernáculo del desierto”, donde los sacerdotes estaban a cargo de la

presentación de los sacrificios, las ofrendas y otras liturgias. Más

adelante, el muy elaborado templo de Salomón fue construido

siguiendo el mismo modelo original que recibió Moisés, cuando se le

ordenó erigir la tienda de adoración.

Uno de los aspectos más significativos de la pequeña tienda

de adoración era que debía ser colocada en el centro del campamento

mientras las doce tribus de Israel cruzaban y daban vueltas por el

desierto durante cuarenta años. El primer mandamiento decía que

Dios debía estar en el primer lugar. La Biblia nos enseña que Dios

debe estar en el centro mismo de nuestra vida. Esto se demuestra, o

se ilustra, en que la pequeña tienda de adoración estaba en el centro

de su campamento.

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Tal vez la observación más importante que podemos hacer de

esta tienda es que Dios, realmente y literalmente, moraba en ella. Se

nos dice que, cuando Moisés terminó de construirla, la presencia y la

gloria de Dios vino y llenó el compartimiento interior de la tienda,

conocido como el Lugar Santísimo, como símbolo de la forma en que

el Espíritu Santo llena a los creyentes hoy.

Al viajar los israelitas por el desierto, la nube que cubría la

tienda los guiaba. Cuando se movía la nube, ellos se movían. Cuando

ella se detenía, se detenían. De esta forma, la nube los guiaba. Las

personas podían ir a la tienda para ser perdonadas, para adorar y para

recibir orientación.

La construcción de la tienda

Ahora que entendemos el propósito de la tienda, veamos con

mayor detenimiento cómo fue construida. Esta tienda de adoración

tenía un cerco que la rodeaba, hecho de un material parecido a la

lona. El sector dentro de este cerco era el atrio. Más adelante, el atrio

del templo de Salomón sería bastante grande (5,5 hectáreas), pero el

atrio de esta primera tienda de adoración no era muy grande.

Había algunos artículos del mobiliario de la tienda que eran

muy significativos. Es importante notar que todo el mobiliario tenía

manijas. Esto era necesario porque debían ser transportados durante

su deambular por el desierto.

El primer artículo del mobiliario en el atrio, justo después de

la entrada, era el altar de bronce. Este altar era parecido a una gran

parrilla para hacer fuego con carbón. Se mantenía un fuego ardiendo

en el altar de bronce en todo momento. Cuando un pecador iba a la

tienda para buscar el perdón por su pecado, un sacerdote lo recibía en

la puerta del atrio. Entonces, el animal que traía consigo se mataba de

acuerdo con la descripción que aparece en Levítico. Luego el

sacerdote colocaba el animal sobre el altar de bronce. El pecador

permanecía junto a la entrada del atrio. En ningún momento se

acercaba a la parte cubierta de la tienda de adoración. El sacerdote

entraba en esa parte en su lugar. Una vez que el sacerdote colocaba el

sacrificio animal sobre el altar de bronce, mientras el humo del

sacrificio subía hacia Dios, él se dirigía al siguiente artículo del

mobiliario en el atrio, llamada la fuente, que era como una pequeña

alberca. Aquí, el sacerdote se lavaba ceremonialmente en nombre del

pecador, quien seguía junto a la entrada.

El tabernáculo –es decir, la parte cubierta– estaba dividido en

dos compartimientos. El exterior se llamaba Lugar Santo. Había un

velo muy grueso que dividía a este Lugar Santo del compartimiento

interior, llamado Lugar Santísimo. El Lugar Santísimo era donde

moraba Dios. El velo estaba hecho de un material muy fuerte. El

historiador Josefo nos dice que varias cuadrillas de caballos, tirando

de sus extremos, no lo podrían haber desgarrado. El que estaba en el

templo de Salomón, todavía en uso en tiempo de Jesús, era tan

grande que parecía el telón de un teatro.

Se nos dice, en los Evangelios, que en el preciso momento en

que murió Jesús en la cruz, el velo que separaba el Lugar Santo del

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Lugar Santísimo se rasgó de arriba abajo (ver Marcos 15:38). Este es

uno de los grandes milagros de la Biblia, que suele pasar

desapercibido.

Había cuatro artículos del mobiliario dentro de la Tienda de

Adoración. Luego de lavarse ceremonialmente en la fuente del patio,

el sacerdote entraba en la primera parte de la tienda cubierta, el Lugar

Santo.

A su izquierda tenía el candelabro. Este candelabro era muy

importante. Representaba la revelación que Dios había dado al

pueblo de Israel cuando les dio su Palabra y, por supuesto, esta

revelación les indicaba cómo debían acercarse a Él. Así que el

sacerdote adoraba ante el candelabro, agradeciendo a Dios por la

revelación que había dado a su pueblo y a ese pecador que

permanecía afuera, junto a la entrada del atrio.

A su derecha, tenía los panes de la propiciación. Su propósito

era recordar al sacerdote lo que simbolizaba el maná: que Dios nos da

cada día nuestro pan cotidiano.

Justo enfrente, contra el velo que bloqueaba la entrada al

Lugar Santísimo, estaba el altar del incienso, frente al cual el

sacerdote se paraba y hacía una oración de intercesión por el pecador

que estaba afuera. El sacerdote llegaba hasta allí y luego volvía, se

encontraba con otro pecador, y volvía a repetir todo el procedimiento.

Una vez al año, todo el pueblo se reunía alrededor de la tienda

de adoración. En esta ocasión, el sumo sacerdote traspasaba el velo y

entraba al Lugar Santísimo para ofrecer un sacrificio de sangre por

todos los pecados del pueblo.

Al mirar esta pequeña tienda de adoración, tenemos que

darnos cuenta de que cada artículo del mobiliario que contenía

representaba una figura alegórica de Jesucristo. En vista de esto,

consideremos con mayor detalle cada uno, individualmente.

El mobiliario de la tienda

El altar de bronce, en realidad, predica el evangelio del Nuevo

Testamento. Todos los animales sacrificados en el altar de bronce, y

todos los sacrificios de animales, fueron cumplidos cuando Jesús

murió en la cruz. Este altar de bronce nos dice: “Ustedes no pueden

acercarse a un Dios santo sin un sacrificio. Sin derramamiento de

sangre no se hace remisión” (ver Hebreos 9:22).

El artículo que llamamos “la fuente”, donde el sacerdote se

lavaba ceremonialmente antes de entrar en el Lugar Santo, nos dice

lo mismo que la Biblia en varios lugares: “¿Quién subirá al monte de

Jehová? [...] El limpio de manos y puro de corazón” (Salmos 24:3, 4).

El objetivo último de la tienda de la adoración es la comunión

con Dios. Todo apunta en esa dirección. Y, en la Biblia, la comunión

con Dios se suele comparar con una comida. La fuente nos dice lo

que nuestra madre nos solía decir cuando éramos niños: “Lávate las

manos antes de venir a la mesa”. Lavarse antes de ir a comer, antes

de tener comunión con Dios. Uno debe lavarse, purificarse. Ese era el

mensaje de la fuente.

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Al pararse el sacerdote ante el candelabro de oro, reconocía

que Dios era la fuente de este libro que estamos viendo en nuestro

estudio de la Biblia. Reconocía que Dios era la luz que nos guía.

Adoraba y agradecía a Dios por dar a ese pecador que estaba afuera,

a la entrada del tabernáculo, una revelación de cómo podía ser

salvado y acercarse al Dios Santo en adoración.

Como señalé anteriormente, el pan de la mesa de los panes de

la propiciación simbolizaba el hecho de que Dios sostendría a su

pueblo y supliría sus necesidades. Obviamente, Dios nunca quiere

que perdamos de vista el hecho de que Él es la fuente de nuestro

sustento. Él quiere que confiemos en Él para todo lo que

necesitamos: físicamente, emocionalmente, mentalmente y

espiritualmente.

A continuación, veamos el altar del incienso. Cuando el

sacerdote se paraba frente a este altar, oraba por el pecador que

estaba afuera, a la entrada del atrio. Al hacerlo, representaba a

Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, que intercede por nosotros antes

el Padre.

En resumen

Todo en esa tienda de adoración tenía que ver con Jesús. Él es

la Luz del Mundo, el Pan de Vida, nuestro perfecto sacrificio. Él es

quien viene y nos limpia en la fuente. Uno realmente ve el evangelio

de Jesucristo en esa pequeña tienda de adoración. Solo cuando

entendemos la tienda de adoración podemos entender el Libro de

Levítico, porque era el manual que usaba el sacerdote mientras

oficiaba en la tienda. ¿Conoce usted a este Jesús que se presenta en

esta pequeña y santa tienda?

Capítulo 2

El tabernáculo, hoy

En el Libro de Génesis leemos que cuando un hombre comete

pecado, la peor consecuencia es el divorcio –una separación– entre

Dios y el hombre. La solución para este problema fundamental, la

reconciliación de este divorcio, es de lo que trata en realidad la

Biblia, y de lo que trata el tabernáculo del desierto.

Entonces, ¿por qué no hacemos sacrificios animales hoy?

Porque han cambiado los requisitos de Dios. Cuando lleguemos al

Libro de Hebreos, tendremos más para decir al respecto. Pero, en

resumen, Hebreos 9 dice que esta tienda de adoración era solo un

símbolo de otro tabernáculo que existe en la dimensión celestial. Este

tabernáculo celestial no está hecho de materiales físicos. Los

materiales son todos celestiales y espirituales. El tabernáculo que

Dios ordenó construir a Moisés es, simplemente, una expresión

visible y tangible en la tierra del tabernáculo del que habla Hebreos 9.

Recuerde que, cuando Jesús murió en la cruz, el velo del

templo de Salomón se rasgó de arriba abajo. Ahora tenga en mente

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que, una vez al año, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo y

llevaba sangre para cubrir los pecados de todas las personas. En el

mismo sentido, cuando Jesús murió en la cruz, se convirtió en el

Gran Sumo Sacerdote y, en el cielo, traspasó el modelo de adoración

que es el tabernáculo celestial. En el altar de bronce, en el

tabernáculo celestial, Jesús ofreció su muerte como el cumplimiento

final de todos esos sacrificios animales. Fue a la fuente e hizo posible

el lavamiento permanente.

Antes de la muerte de Cristo, el pecador no podía acercarse a

Dios. Solo el sacerdote podía hacerlo e interceder por el pecador.

Pero todo eso quedó de lado cuando Jesucristo murió en la cruz,

porque hizo posible que usted y yo pudiéramos entrar directamente

en la presencia de Dios.

Otra consecuencia importante es que nuestros cuerpos ahora

son templos de Dios. Pablo escribió, básicamente: “¿No se dan

cuenta de que el Espíritu de Dios vive en ustedes? Dios destruirá a

todo el que profana su templo, porque su templo es santo, y eso es

exactamente lo que son ustedes”. El apóstol trataba de explicar esta

verdad a los corintios, que estaban obsesionados por el pecado

sexual. Les dijo: “El cuerpo de ustedes no fue hecho para el sexo; fue

hecho para Dios. ¿No se dan cuenta de que el cuerpo de ustedes es el

templo de Dios, y que Dios vive en ustedes?” (ver 1 Corintios 6:15-

20). Una paráfrasis de Colosenses 1:27 dice: “Hay personas a quienes

Dios quiso dar una visión plena de esplendor de su plan secreto para

las naciones. Su secreto es, simplemente, éste: que Cristo en ustedes

es la única esperanza que ustedes tiene. Sí, Cristo en ustedes trae la

esperanza de todas las cosas gloriosas venideras”.

Cristo en usted es un milagro. Significa que la presencia de

Dios vive en usted, y también significa que usted tiene todo lo que se

necesita para vivir de la forma que Dios lo ha llamado a vivir.

Ahora pensemos en este maravilloso simbolismo con relación

a la tienda de adoración en nuestra propia vida. Cuando usted se

levanta a la mañana, le recomiendo enfáticamente que tenga un

tiempo tranquilo, un tiempo de adoración, un tiempo en la presencia

de Dios, antes de salir al mundo y vivir su vida ese día. Al hacerlo,

trate de verse avanzando por esta tienda de adoración. Imagine que se

acerca al altar de bronce y luego confía en las Buenas Nuevas de que

Jesucristo es el Cordero de Dios que muere en la cruz por sus

pecados. Si nunca ha confiado en Cristo para el perdón de sus

pecados, hágalo ahora. Y luego agradezca a Dios por su perdón en la

cruz de Jesús, y afirme su convicción de que Él fue sacrificio perfecto

para sus pecados.

Ahora imagine que va hacia la fuente, donde necesita lavarse

las manos y los pies, donde necesita ser lavado continuamente. ¿Hay

cosas en su vida que están sucias y que no son del agrado de Dios?

Confiéselas a Dios; apártese de ellas y sea lavado. Luego –en sentido

figurado– diríjase al Lugar Santo y párese frente al candelabro.

Agradezca a Dios por la revelación; agradézcale que no lo dejó a

oscuras con relación a la vida y la salvación. Agradézcale por la

Palabra de Dios.

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Luego imagínese parado ante la mesa de los panes de la

propiciación, y agradézcale por suplir todas sus necesidades.

Reconózcalo como el origen de cada trozo de pan y cada posesión

que usted tiene, y de cada forma en que sus necesidades son

cubiertas. Reconózcalo como Aquel que suple esas necesidades, y

hágalo con gratitud.

Luego, al pensar en el altar del incienso, reflexione sobre el

milagro de la oración. Y tómese tiempo para orar por cada detalle de

sus necesidades y los desafíos que enfrenta ese día.

Luego, al pensar en el Lugar Santísimo, permita que este lo

desafíe a recordar que la presencia de Dios verdaderamente existe.

Recuerde que el Espíritu de Dios está en nosotros y que podemos

estar en la presencia misma de Dios no importa dónde estemos. No

necesitamos un sacerdote para que entre en la presencia de Dios por

nosotros. No tenemos que pasar por una estructura de adoración

literal como la tienda de adoración, porque cuando Cristo murió en la

cruz hizo posible que entráramos directamente en la presencia de

Dios.

Hay muchas aplicaciones devocionales de este tabernáculo en

el desierto. Esta es la más importante: aún es posible que un hombre

o una mujer pecadores se acerquen a nuestro Dios Santo y realmente

entren en su misma presencia a través de un camino nuevo y vivo que

fue hecho posible a través de Jesucristo nuestro Señor.

Cuando apreciamos lo que tuvo que hacer Dios para

posibilitar esto, uno pensaría que la gente se desesperaría por entrar

en su presencia. ¿Por qué no es así? ¿Alguna vez ha entrado usted en

la presencia del Dios Santo? Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la

verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).

Vemos este gran versículo del evangelio reflejado en la tienda de la

adoración. Dios quiere encontrarse con usted y hacer, de su vida, un

tabernáculo para Él.

Capítulo 3

El sentido de los sacrificios

Ahora que tenemos alguna perspectiva de la tienda de la

adoración, estamos listos para estudiar este pequeño Libro de

Levítico.

En realidad, este libro es simplemente un manual para los

sacerdotes, que da instrucciones detalladas sobre cosas como la

forma de matar un animal, qué hacer con las entrañas, y todo lo

demás. Tal vez no sea tan inspirador como el Salmo 23 o 1 Corintios

13, pero por favor no piense que no puede obtener verdades

espirituales o aplicaciones devocionales de Levítico. Este libro

contiene hermosas verdades, y quisiera indicarle algunos de sus

puntos más destacados.

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Las secciones

Hay que entender que este manual del sacerdote está dividido

en varias secciones. Los primeros siete capítulos del libro se centran

en los sacrificios. Esta sección indica a los sacerdotes qué hacer

exactamente mientras preparan estos sacrificios, pero también nos

permite comprender el significado de estos sacrificios.

Del capítulo 8 al 10, se centra en los servidores, es decir los

sacerdotes mismos. Las instrucciones de esta sección describen qué

tipo de personas debían ser los sacerdotes y las normas que debían

guardar. Por aplicación, hay muchas verdades devocionales en estos

capítulos.

El corazón del libro se encuentra del capítulo 11 al 22. Yo

llamo a esta sección “la santificación”. La tienda de la adoración y

los sacerdotes que oficiaban allí eran la declaración de Dios a todo el

mundo de que el pueblo escogido de Dios era un pueblo santo,

porque su Dios era santo. El énfasis en estos capítulos es que el

pueblo fue escogido para ser diferente. La palabra “santo” significa

‘lo que pertenece a Dios’. Estos sacerdotes debían vivir como un

pueblo que, obviamente, pertenecía a Dios.

Del capítulo 23 al 25 tenemos lo que llamo “los servicios”.

Hay muchos días sagrados en la fe judía, y usted los encontrará

documentados en los primeros cinco libros de la Biblia. Dado que los

sacerdotes eran quienes debían oficiar durante estos días sagrados y

estas ceremonias tan sagradas, necesitaban instrucciones sobre cómo

hacerlo.

Cuando usted llegue a esta sección de Levítico, hágase esta

pregunta: Al instituir un día santo, como Pentecostés, ¿qué quería

Dios que los sacerdotes recordaran? Luego hágase esta pregunta:

¿Por qué quería Dios que los sacerdotes recordaran estas cosas?

Las aplicaciones

Yo llamo a los dos últimos capítulos del Libro de Levítico “la

entrega”. Tanto Levítico, Deuteronomio como Josué finalizan con

fuertes sermones de aplicación. Todos concluyen con una tremenda

exhortación al pueblo de Dios a obedecer las leyes de Dios y ser el

pueblo santo que había sido llamado a ser. Habían sido liberados y

salvados para ser santos. Las exhortaciones al final del Libro de

Levítico hacen que estos últimos capítulos sean muy dinámicos.

Moisés decía que tenía un impedimento en el habla, o que no podía

pronunciar bien, pero aquí parece haber sido muy elocuente.

Aplicaciones devocionales, personales y prácticas

Ahora miremos algunas de las bendiciones devocionales que

podemos encontrar en Levítico. Comenzaremos por la primera

sección: “los sacrificios”. Los primeros siete capítulos del libro

contienen algunas hermosas verdades relacionadas con la forma en

que los sacerdotes debían ofrecer sacrificios a Dios. Por ejemplo,

cuando un pecador iba a la tienda de adoración y quería recibir el

perdón, se encontraba en la entrada con el sacerdote. Ese sacerdote le

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explicaba el significado del sacrificio que estaba por ofrecer el

pecador.

Además de sus otras responsabilidades, los sacerdotes eran

los maestros del pueblo de Dios. Cuando el pecador ofrecía el

sacrificio, el sacerdote le indicaba que pusiera su mano sobre la

cabeza del animal. Al hacerlo, el animal se convertía en su sustituto.

Todo el pecado del pecador se transfería a la cabeza de ese animal.

La muerte que merecía el pecador por su pecado era sufrida por el

animal y no por el pecador. De aquí viene la expresión “chivo

expiatorio”. Ese era el significado de ese sacrificio. Los teólogos

denominan a esta práctica la “expiación sustitutoria” cuando aplican

este hermoso simbolismo a la muerte de Jesucristo en la cruz por

nuestros pecados.

También, al leer este libro, descubrirá que hubo veces en que

toda la nación pecó y debía haber un arrepentimiento nacional.

Cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, debían ofrecer un

becerro como ofrenda por el pecado. Debían llevarlo al tabernáculo,

donde los líderes de la nación pondrían sus manos sobre la cabeza del

animal y lo matarían ante el Señor. Luego seguirían el mismo

procedimiento como para una ofrenda por el pecado común. De esta

forma los sacerdotes hacían expiación por toda la nación. ¿No sería

esta una experiencia maravillosa en una nación hoy? El

arrepentimiento nacional por el pecado nacional sería un evento

maravilloso en cualquier nación. Este evento está establecido en el

Libro de Levítico.

Estos sacerdotes debían ser hombres ungidos; es decir, debían

ser hombres guiados y controlados por el Espíritu Santo. Para

ilustrarlo, la sangre del sacrificio se colocaba sobre las orejas, las

manos y el dedo gordo del pie derecho de los sacerdotes. Esto le

indicaba al sacerdote: “Debes ser un hombre santo. Debes guiar al

pueblo a ser santo. Todo lo que oigas, todo lo que toques o hagas con

tu mano, y todo lugar adonde vayas, debe ser ungido y controlado por

el Espíritu Santo”.

En el Libro de Levítico también encontrará una hermosa

ilustración de lo que queremos decir cuando señalamos que Moisés

escribió sobre Jesús en los Libros de la Ley. En el Nuevo

Testamento, cuando Jesús sanaba a los leprosos, siempre les decía:

“Muéstrate al sacerdote”. ¿Por qué lo hacía? Porque en Levítico

vemos que se les daba esa instrucción a los sacerdotes.

Cuando leemos los últimos capítulos de Levítico,

encontramos mucho contenido devocional en la magnífica

predicación de Moisés. Por ejemplo, él cita las siguientes palabras de

Dios: “Si ustedes obedecen todos mis mandamientos, les daré lluvia,

cosechas abundantes, árboles cargados de fruta, uvas que todavía

estarán madurando cuando vuelva el tiempo de la siega. Se saciarán y

vivirán seguros en la tierra, y les daré paz, y dormirán sin temor.

Perseguirán a sus enemigos, y ellos morirán bajo la espada de

ustedes. Cinco de ustedes perseguirán a cientos, y cien, a mil.

Ustedes derrotarán a todos sus enemigos. Andaré entre ustedes y seré

su Dios, y ustedes serán mi pueblo” (ver Levítico 26:5-12).

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También descubrirá en el Libro de Levítico que ciertas cosas

están prohibidas, como la homosexualidad. La homosexualidad no

encaja en el plan de Dios de tener personas que se convierten en

parejas y padres que producen personas que se convierten en parejas

y padres. La homosexualidad está prohibida porque el banquete de

las consecuencias no es bueno. Moisés es muy directo. Condena la

homosexualidad en términos sumamente fuertes. En Levítico, Moisés

también condena la brujería, la hechicería, la adivinación y muchas

otras cosas. Las leyes de Moisés son severas, porque el pueblo judío

debía ser un pueblo santo. La santidad es el resultado final que Dios

desea enseñar a su pueblo en el Libro de Levítico.

Espero que esta introducción y resumen del Libro de Levítico

le permita leerlo por su cuenta y que sea muy bendecido al hacerlo.

Recuerde que Levítico era un manual para sacerdotes que les

indicaba cómo ser hombres ungidos y santos de Dios que pudieran

enseñar al pueblo de Dios cómo ser santo. “Sean santos, porque yo

soy santo”, dice el Señor. Ese es el mensaje del Libro de Levítico

para usted y para mí.

El Libro de Números

Capítulo 4

El nivel de decisión

El Libro de Números continúa el argumento que comenzó en

Génesis, se abrió paso a través de Éxodo y fue interrumpido

brevemente cuando Dios dio a Moisés un libro con los planos y

especificaciones para construir el tabernáculo en el desierto.

Cuando los hijos de Israel fueron liberados milagrosamente

de su esclavitud en Egipto, debían cruzar el desierto y entrar en la

tierra prometida de Canaán. El Libro de Números nos dice que no

fueron directamente de Egipto a Canaán, ¡sino que anduvieron dando

vueltas por el desierto durante cuarenta años!

Hablando figuradamente, muchos creyentes hoy hacen lo

mismo. Han sido liberados del castigo de sus pecados por la sangre

de Cristo, pero no viven de la forma que Dios los creó y recreó para

que vivan. Están deprimidos, aburridos, disconformes e

insatisfechos. No han entrado en la “tierra prometida” de esa calidad

de vida que el Nuevo Testamento llama “vida eterna” (Juan 3:15).

Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan

en abundancia” (Juan 10:10). El Nuevo Testamento llama a esta

calidad de vida “vida eterna”.

La tierra prometida de Canaán es una figura alegórica de esta

calidad de vida del Nuevo Testamento para la cual es salvado el

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creyente. En cambio, este suele dar vueltas en círculos de

incredulidad, desilusión y confusión. El Libro de Números nos

enseña esa lección alegóricamente al registrar este capítulo de la

historia del pueblo hebreo.

La muerte de una generación

Este libro debe su nombre al hecho de que el pueblo hebreo

fue numerado dos veces. Se toma un censo en los primeros tres

capítulos de este libro, y otro en el capítulo 26. Entre el primer y

segundo censo, vemos la muerte de toda una generación.

Debido a su falta de fe, Dios dijo a los israelitas: “La

exploración del país duró cuarenta días, así que ustedes sufrirán un

año por cada día. Cuarenta años llevarán a cuestas su maldad, y

sabrán lo que es tenerme por enemigo. Yo soy el Señor, y cumpliré al

pie de la letra todo lo que anuncié contra esta perversa comunidad

que se atrevió a desafiarme. En este desierto perecerán. ¡Morirán

aquí mismo!” (ver Números 14:29-34).

Mientras los israelitas vagaban por el desierto, Dios trató vez

tras vez de demostrarles que estaba con ellos. Para darles un

fundamento para su fe, realizó milagros para ellos. De esta forma

intentó darles la fe para creer que podrían cruzar el río Jordán e

invadir la tierra de Canaán.

En cambio, salieron de Egipto, cruzaron el Mar Rojo, bajaron

del monte Sinaí a Cades Barnea, y luego anduvieron dando vuelta en

círculos durante cuarenta años. Se nos dice, en el Libro de

Deuteronomio, que solo se necesitan once días para viajar de Egipto

a Canaán (ver Deuteronomio 1:2).

Diez veces en el desierto Dios realizó milagros espectaculares

para ellos, para edificar su fe, pero ellos siguieron marchando en

círculos. En muchas ocasiones pecaron tan seriamente que Moisés

debía ser sacerdote y profeta a la vez. Subía al monte Sinaí como

sacerdote de ellos e intercedía por ellos antes Dios. Su oración era,

básicamente: “Dios, por favor perdónalos, por favor perdónalos”.

Esto ocurrió diez veces, y diez veces Dios los perdonó (ver Números

14:22).

Desde el monte Sinaí, Moisés oró pidiendo a Dios que

mostrara paciencia perdonando los pecados de los hijos de Israel. El

Señor los perdonó, tal como Moisés se lo pidió, pero dijo: “¿Hasta

cuándo oiré esta depravada multitud que murmura contra mí, las

querellas de los hijos de Israel, que de mí se quejan? Diles: Vivo yo,

dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con

vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de

los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los

cuales han murmurado contra mí” (Números 14:27-29).

¡Qué dolor hubo en todo el campamento cuando Moisés

transmitió las palabras de Dios al pueblo! Ellos habían comenzado

temprano a la mañana el camino hacia la tierra prometida. Sabían que

habían pecado, pero estaban listos para entrar en la tierra que el

Señor les había prometido. Pero Moisés les dijo que era demasiado

tarde. Como se habían apartado del Señor, ahora Él se había apartado

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de ellos.

Esta historia nos dice, alegóricamente, algo respecto de

nuestra relación con Dios. Él perdonó a los hijos de Israel, pero

igualmente su pecado le causó un gran dolor. De igual forma, hay

más en nuestra vida en Cristo que ser perdonados. Fuimos creados y

somos recreados a través de nuestra salvación para glorificar a Dios

sirviéndole y entrando en todo lo que Él ha planeado para nosotros.

La Biblia dice que hay un propósito para nuestra salvación, y esta

experiencia de la nación de Israel vagando por el desierto sin entrar

en Canaán nos demuestra la tremenda realidad de que podemos pasar

por alto el propósito de nuestra salvación en esta vida.

Un nivel de decisión

Cuando un piloto aterriza un gran avión, como el Concorde o

un Jumbo, llega a un punto en que no puede abortar, sino que tiene

dedicarse a aterrizar. Es el punto sin retorno, el “nivel de decisión”.

Dios es infinitamente paciente y está lleno de gracia. Pero el capítulo

14 de Números nos dice que existe lo que podríamos llamar un “nivel

de decisión” en nuestros viajes de fe. Hay un punto en nuestro

caminar con Dios en que decidimos si vamos a hacer o no la

voluntad de Dios para nuestra vida.

Si bien Dios hará todo lo posible para que podamos ver su

voluntad y la obedezcamos, llega a un punto en su relación con

nosotros en que nos dejará que nos salgamos con la nuestra, y luego

buscará a otro para hacer lo que estaba tratando de que hiciéramos

nosotros. Cuando Dios se aleja de nosotros porque nos rehusamos

caprichosamente a hacer su voluntad, sufrimos una gran pérdida,

porque perdemos la oportunidad de cumplir el propósito, en esta

vida, para el cual Dios nos salvó (Efesios 2:8-10).

Algunos de los versículos más tristes en este tremendo

capítulo 14 de Números son cuando Moisés les dice: “¡Es demasiado

tarde ahora! ¡Despójense de sus armas! ¡Ustedes se han apartado de

Dios, y ahora Él se ha apartado de ustedes!”.

Existe algo que es “la buena voluntad de Dios, agradable y

perfecta” para la vida de cada uno de nosotros (Romanos 12:1, 2). El

Libro de Números trata sobre hacer la voluntad de Dios para nuestra

vida. Cuando lea el capítulo 14 de Números, note que está reflejado

ese nivel de decisión donde todos decidimos si vamos a hacer o no la

voluntad de Dios para nuestra vida. Nunca es demasiado tarde para

decidir que ya no vamos a andar más en círculos, sino que vamos a

invadir el “Canaán” que Dios ha planeado para nosotros.

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12

Capítulo 5

Alegorías llamativas

El Libro de Números está lleno de poderosas metáforas y

alegorías. El apóstol Pablo nos dio la clave de la aplicación

devocional y personal de los relatos históricos de la Biblia cuando

escribió: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas

para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de

los siglos” (1 Corintios 10:11). Esto significa que debemos buscar

ejemplos y advertencias cuando leemos los relatos históricos de la

Biblia.

La palabra que Pablo usa para “ejemplos” se puede traducir

como “tipos”, “pequeñas lecciones objetivas” o “alegorías”. Cuando

decimos que este libro está lleno de alegorías, no queremos decir que

estos sucesos no son sucesos históricos verdaderos. Una alegoría es

una historia o un suceso que tiene un significado más profundo que

nos instruye moralmente o espiritualmente.

La nube de dirección

En los versículos finales de Éxodo leemos que, cuando el

tabernáculo del desierto –o la tienda de adoración– fue completado y

erigido, tuvo lugar un gran milagro. Más adelante, el templo de

Salomón fue construido de acuerdo con el mismo modelo de

especificaciones que Dios había dado a Moisés para la construcción

de esta tienda de adoración en el desierto. El templo de Salomón era

un templo de adoración permanente, y fue edificado gloriosamente

con materiales lujosos. Cuando ese templo fue dedicado, el Espíritu

de Dios, como una nube, también descendió y lo llenó tan

poderosamente que los sacerdotes salieron corriendo del templo (ver

1 Reyes 8:10, 11).

Cuando Moisés obedeció a Dios y construyó la tienda de la

adoración, leemos que hubo un gran milagro: “El día que el

tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda

del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una

apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube

lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba

la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar

donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel.

“Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al

mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba

sobre el tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se

detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel

guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube

estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová

acampaban, y al mandato de Jehová partían. Y cuando la nube se

detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube

se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la

nube se levantaba, entonces partían. O si dos días, o un mes, o un

año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo

sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas

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13

cuando ella se alzaba, ellos partían. Al mandato de Jehová

acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza

de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés”

(Números 9:15-23).

Esta es una hermosa historia de este milagro, que simboliza la

dirección divina, la obra milagrosa del Espíritu Santo en nosotros, y

su unción sobre nosotros. Más adelante, en el Nuevo Testamento, esa

tienda de adoración se convierte en una imagen de nuestros cuerpos,

que pasan a ser el templo en el cual vive el Espíritu Santo y donde

hace su obra milagrosa de regeneración. El Espíritu Santo nos unge,

mora en nosotros y nos llena, tal como hizo en esa tienda de

adoración y en el templo de Salomón.

Usted podría preguntarse: “Si esta nube guió a los hijos de

Israel, y ellos la siguieron obedientemente, ¿por qué no los guió de

forma tal que cruzaran el desierto y el río Jordán para entrar a la

tierra prometida? ¿Cómo pudieron estar siguiendo la dirección de

Dios y no dejar de dar vueltas?”.

Hay una verdad importante aquí. Dios da a la criatura que

creó libertad de elección. Esto refleja una de las formas más

importantes en las que Dios ha creado al hombre a la imagen de su

Creador. Él no viola nuestra libertad para elegir. Si tenemos la fe de

creer y reclamar todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros y

aceptamos su voluntad buena y perfecta para nuestra vida, entonces

Dios puede guiarnos a nuestra tierra prometida espiritual. Él puede

cubrirnos de bendición y guiarnos al centro y al corazón mismo de su

voluntad para nuestra vida.

Pero, si no creemos, entonces no encontraremos nuestra

“tierra prometida” espiritual. Él nos creó como criaturas que pueden

elegir y, en cierto sentido, no nos fuerza a hacer nada. Tal vez Él se

apoye sobre nosotros como un elefante. Tal vez haga muchas ofertas

que no podemos rechazar. A veces, cuando consideramos nuestras

opciones, la única cosa razonable para nosotros es entregarnos a Él y

a su voluntad.

En el Nuevo Testamento, en Hebreos 3 y 4, se nos dice que el

pueblo no entró en la tierra prometida por su incredulidad. Esto es lo

que podemos aprender de la nube y el fuego que no guió al pueblo

directamente por el desierto hacia la tierra prometida.

¿Qué es?

Otra verdad que encontramos en el Libro de Números es la

historia de la carne y el maná. Dios alimentó sobrenaturalmente a su

pueblo con el maná. En hebreo, “maná” significa ‘¿qué es?’. Nunca

pudieron definir lo que era, así que lo llamaron “¿qué es?”. Dios los

alimentó con “¿qué es?” durante cuarenta años.

Se nos dice que el pueblo de Dios se quejaba continuamente a

Moisés. “Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo

deseo”. Hubo otra gente, aparte del pueblo hebreo, que salió en el

éxodo. Eran gentiles, como los etíopes y egipcios, que salieron con

ellos. Los egipcios añoraban las buenas cosas de Egipto. Hay una

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14

lección aquí para nosotros. “Y los hijos de Israel también volvieron a

llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del

pescado que comíamos en Egipto de balde” (Números 11:4, 5).

En este contexto, Egipto es un símbolo de nuestra vieja vida

de pecado en el mundo. Cuando alguien que ha sido liberado de

“Egipto” se da vuelta y dice: “¡Oh, Egipto!”, genera tristeza en Dios.

Dios dice a Moisés en este pasaje: “Dí al pueblo que se purifique,

pues mañana comerán carne. Diles que Dios ha escuchado sus quejas

llorosas sobre lo que han dejado atrás en Egipto”. Ese es el centro del

asunto, no la carne. Dios dice que les dará carne hasta que les salga

por la nariz. Dice: “Ustedes han rechazado al Señor, y han llorado

por Egipto”. Eso es lo importante. Luego de enviarles esta carne,

también les envió una plaga. Hizo esto porque este pueblo había

añorado la carne y había añorado Egipto.

La Biblia dice que Dios nos dará los deseos de nuestro

corazón. Esta es una gran consolación, pero también un gran desafío.

Los deseos de su corazón, ¿son por cosas espirituales, o son por

Egipto?

Dios concedió lo que los israelitas pidieron, pero envió

mortandad sobre ellos (Salmos 106:15). Esto puede ser, y es, el caso

de muchas personas que dicen ser creyentes. Somos criaturas con

capacidad de elección. Podemos tener lo que escogemos. Cuando

escogemos “el ajo y las cebollas de Egipto”, Dios nos concederá lo

que le pedimos, pero enviará mortandad sobre nosotros. Esta alegoría

llamativa nos desafía con la pregunta con la que Dios inició su

diálogo con nosotros en el huerto del Edén: “¿Dónde estás tú?”.

¿Estás todavía en Egipto? ¿Estás en la tierra prometida? ¿Estás dando

vueltas en círculos entre Egipto y Canaán? ¿Estás en Canaán, pero

añorando las cosas de Egipto?

Los espías (Números 13)

Uno de estos sucesos es la historia de cómo los israelitas

enviaron doce espías a Canaán. Se les dijo a los espías que hicieran

un reconocimiento de la tierra de Canaán para ver si las ciudades

estaban protegidas o desprotegidas. También debían averiguar cómo

era la gente (muchos o pocos, fuertes o débiles) para saber cuánto les

costaría conquistarlos.

Cuando volvieron los doce espías, hablaron mucho acerca de

la fertilidad de la tierra prometida. Trajeron un racimo de uvas que

era tan grande que necesitaba dos personas para llevarlo sobre un

palo grueso. También dijeron que las personas eran gigantes,

guerreros de fuerte contextura, y que las ciudades de Canaán estaban

fuertemente protegidas por muros gigantescos que eran tan gruesos

que edificaban casas sobre ellos.

Diez de los doce espías eran expertos en “gigantología”. En

palabras de una vieja canción espiritual: “Otros vieron gigantes;

¡Caleb vio al Señor!”. Alguien ha señalado que esos doce espías eran

como el típico grupo de ancianos, diáconos, administradores o

miembros de comisiones o del liderazgo de una iglesia. Dos tienen la

fe para invadir Canaán, y diez son “gigantólogos” que se centran en

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15

las dificultades.

Caleb conocía la fuerza de las ciudades fortificadas de

Canaán, pero no tenía miedo. “Entonces Caleb hizo callar al pueblo

delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de

ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Números 13:30). A

Dios le impresionó tanto la fe de estos dos hombres que estaba

dispuesto a cambiar toda una nación –entre un millón y tres millones

de personas– por Caleb y Josué. Dijo: “Todos ustedes morirán en

este desierto, y yo tomaré a estos dos hombres, Caleb y Josué, y los

llevaré conmigo a la tierra prometida, porque me siguieron

plenamente y creyeron”. Dios valora mucho la fe. Dos hombres con

fe valen más para Él que millones sin fe.

Hay una interesante secuela de esta historia. Cuando cruzaron

finalmente el río Jordán, cuarenta y cinco años después (Josué 14),

los hijos de Israel llegaron a la ciudad de Hebrón. Caleb pensaba que

Hebrón era la ciudad más grande que había visto jamás. Él creía que

Dios daría a Israel la fortaleza para conquistarla. Moisés estaba tan

impresionado por la fe de Caleb que le prometió solemnemente que,

cuando fuera conquistada, Hebrón le pertenecería a Caleb.

Luego de vagar por el desierto durante cuarenta años, Caleb

se presentó ante Josué, que fue el líder después que Moisés murió, y

le recordó las palabras de Moisés. Caleb tenía ochenta y cinco años,

pero sabía que, con la ayuda de Dios, podría conquistar Hebrón.

Josué le dio la ciudad a Caleb, y este la conquistó. Cuando los

israelitas de más edad estaban en el desierto quejándose tanto que

Dios tuvo que enviar serpientes para que los mordieran, Caleb no

quiso participar en su queja. Centró sus ojos en la tierra prometida, y

nunca perdió su visión

Quejosos y mordeduras de serpientes (Números 21)

Dios odia las quejas y las murmuraciones, y lo demostró al

enviar serpientes para que mordieran a los quejosos cuando los hijos

de Israel comenzaron a murmurar. Luego, cuando muchos de ellos

estaban muriendo por las mordeduras, Dios dijo a Moisés que tomara

una serpiente de bronce y la pusiera sobre un asta en el centro del

campamento. Entonces se proclamó la Buena Nueva en todo el

campamento, de que todos los quejosos mordidos por serpientes que

fueran al centro del campamento y miraran la serpiente de bronce

sobre el asta, serían sanados.

Muchos dudaron y cuestionaron que un pedazo de bronce

pudiera sanar sus mordeduras. Se hincharon y murieron. Pero otros

decidieron que, aun cuando no tenía sentido médicamente, confiar en

Dios era la única esperanza que tenían. Se arrastraron –o fueron

llevados o arrastrados– al centro del campamento para que pudieran

mirar a la serpiente de bronce. ¡Y fueron sanados!

Aprendemos la aplicación del evangelio de esta alegoría

cuando Jesús pasa una tarde con Nicodemo. Cuando este destacado

rabí de Jerusalén dice a Jesús que ha venido a escuchar lo que tiene

para decir porque lo han impresionado las cosas que ha visto hacer a

Jesús, éste le recuerda a Nicodemo este gran milagro del Antiguo

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16

Testamento. Entonces Jesús aplica el milagro a sí mismo. Le dice a

Nicodemo que, así como la serpiente fue levantada sobre esa asta, Él

sería levantado sobre la cruz. Todos los que miren a su cruz con fe

serán salvados de su problema de pecado, así como los quejosos

mordidos por la serpiente fueron salvados de sus mordeduras fatales

(Juan 3:14-16).

Mira y vive

¿Ha mirado usted con fe? ¿Ha mirado a Jesucristo levantado

sobre su cruz? ¿Ha puesto su fe y confianza en todo lo que hizo Jesús

por usted allí? Él es la única solución para su problema de pecado

porque era el único Hijo de Dios cuando murió sobre la cruz por

usted. Eso significa que Jesucristo es el único Salvador dado por

Dios. Y Él es la única esperanza que tiene usted de encontrar una

solución y un Salvador para su eternamente fatal problema de

pecado.

Capítulo 6

Una roca y una vara (capítulo 20)

A medida que continuamos examinando la vida de Moisés, es

triste darnos cuenta de que él nunca vio la tierra prometida. Al final,

Dios no cambió a toda la nación por Moisés. El pecado de Moisés es

uno de los misterios del Libro de Números.

El relato dice que el Señor habló a Moisés y le dijo que

tomara su vara y reuniera un grupo de personas. Dios le dijo que

hablara a la roca, y brotaría agua para las personas y los animales. Si

bien Moisés dudó, reunió a las personas, golpeó dos veces la roca

con su vara, y brotó el agua. Entonces el Señor habló a Moisés y

Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de

los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la

tierra que les he dado” (Números 20:12).

Hay un par de cosas que podríamos considerar al ver la

severidad del castigo de Dios. Primero, ¿quiénes somos nosotros para

decir a Dios lo que es justo o correcto? Él es quien define lo que es

correcto y justo. Moisés nunca se quejó de su castigo. El Libro de

Deuteronomio nos dice que, un día, Moisés quiso hablar de esto con

Dios, y Él le dijo: “No me hables más del tema”. Moisés nunca lo

volvió a plantear.

Segundo, Dios tiene una norma más elevada para los líderes

que la que tiene para el pueblo. La Biblia nos presenta muy

claramente una norma doble. Cuando usted se hace miembro de una

iglesia, hay ciertas normas que debe respetar. Pero una iglesia, según

la Biblia, debería esperar más de sus líderes que lo que espera de su

comunidad o gente. Dios toma muy seriamente el liderazgo. Moisés

estaba en una posición de liderazgo. Lo que podría parecer un

pequeño pecado para otros no lo era para él en la posición en la que

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17

lo había puesto Dios.

Aparentemente, su pecado fue algo así. Primero, Dios había

dicho: “Habla a esa roca”. Moisés no habló a la roca, sino que la

golpeó, dos veces. Eso era desobediencia.

Dios acusó a Moisés de otro pecado más serio. Le había

enseñado que siempre estaría con él y que sería quien liberara a su

pueblo, y que haría que Moisés fuera el instrumento humano de ese

gran milagro. El gran milagro del éxodo tuvo lugar porque Moisés

aprendió lo que Dios podía hacer a través de alguien que había

aprendido que no era nadie. Moisés pasó cuarenta años en un rincón

perdido del desierto aprendiendo secretos espirituales como: “Yo no

soy el libertador, sino Él, y Él está conmigo. Yo no puedo liberar a

nadie, pero Él puede, y Él está conmigo”. El gran milagro ocurrió

porque Moisés pudo decir, cuando ocurrió: “Yo no liberé a este

pueblo, sino que lo hizo Él, porque Él estuvo conmigo”.

Cuando Moisés preguntó: “¿Os hemos de hacer salir

[nosotros] aguas de esta peña?”, no estaba dando a Dios el crédito ni

la gloria a la vista de la gente. No estaba dejando en claro ante el

pueblo que era Dios quien hacía este milagro. Moisés estaba

recibiendo el crédito de la gloria del milagro. Esa fue la parte más

seria del pecado de Moisés.

La única forma en que podemos ver esto desde la perspectiva

de Dios es darnos cuenta de que Dios ha fijado un conjunto de

normas que solo Él conoce. Él comparte muchas de estas normas con

nosotros, pero debemos recordar que es Dios quien nos enseña a ser

justos, y no nosotros quienes enseñamos a Dios. Si lo juzgamos

según las normas de Dios, el castigo de Moisés era justo y correcto.

Moisés parece haber estado de acuerdo con Dios. A lo largo de todo

el éxodo milagroso, la vara de Moisés simbolizaba estos secretos

espirituales que Moisés aprendió en la zarza ardiente. En cuanto a

nuestra aplicación personal, hay una verdad profunda que podemos

aprender del pecado de Moisés cuando golpeó esa roca con su vara.

El agotamiento total de Moisés

En el capítulo 11 del Libro de Números hay otra historia

importante acerca de Moisés. Escuchamos mucho hoy sobre la

experiencia llamada “agotamiento”, una expresión usada para

personas que llegan a su límite físico, emocional y mental. Aun

grandes hombres de Dios se cansaron, y a veces hasta “se cansaron

de”. Hay una diferencia entre estar “cansado” y estar “cansado de”.

Por ejemplo, en este capítulo de Números, escuchamos a

Moisés decir al Señor: “No puedo yo solo soportar a todo este

pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo,

yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que

yo no vea mi mal” (Números 11:14, 15).

¿Se ha sentido así alguna vez? Encuentro que Moisés, Elías,

Job, David, Juan el apóstol y muchos grandes hombres de Dios en la

Biblia se agotaron de tal forma que dijeron a Dios que querían morir.

Las personas piadosas también sufren de agotamiento. La Biblia nos

dice que les sucedió a las más grandes personas de Dios que hayan

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18

vivido jamás, como Moisés, Elías, Jonás, Job y muchos más. Pero

cuando estos hombres de Dios se agotaron de tal forma que pidieron

a Dios algo incorrecto –que les quitara la vida–, Dios tuvo piedad de

ellos, porque conocía su corazón.

Moisés ya sabía que solo Dios podía llevar la enorme carga

de hacer su obra sobrenatural, y aprendió otra lección vital a través

de su experiencia de agotamiento. Esa lección era que la obra de

Dios es un “deporte de equipo”. Se dio cuenta de que, aun cuando

Dios hiciera la obra a través de él, no podía llevar la carga de juzgar a

Israel por sí mismo. Cuando el agotamiento de Moisés lo hizo darse

cuenta de esto, Dios le dio setenta hombres para ayudarlo a llevar la

carga. Dios ungió a setenta hombres con el Espíritu Santo, y ellos

gobernaron bajo el liderazgo de Moisés. Sin quitarle el liderazgo a

Moisés, Dios dividió el trabajo en partes más manejables y colocó a

los setenta hombres sobre esas divisiones de trabajo. Quienes egresan

de una carrera de Licenciatura en Administración le dirán que los

cinco pasos de un ejecutivo exitoso son: analizar, organizar, delegar,

supervisar y ... ¡agonizar!

Cuando Moisés fue a Dios agotado, Dios le dijo que su alma

necesitaba ser restaurada. Le mostró los caminos de justicia que le

darían reposo a su alma. Esos caminos eran dejar que Dios hiciera lo

que solo Él podía hacer y recordar que la obra de Dios a través del

pueblo de Dios es un deporte de equipo. Esa es la forma en que Dios

restaura a su gente cuando está completamente agotada.

Vivimos en un mundo impaciente, y queremos todo

instantáneamente. Dios no suele darnos las cosas al instante. La

restauración que vemos en la vida de Moisés fue muy práctica. En

vez de arreglar la situación inmediatamente, Dios le mostró cómo

organizar y delegar en otros para ayudarlo a llevar la carga.

Es asombroso pensar que un hombre tan grande como Moisés

pudiera agotarse. Moisés experimentó el agotamiento porque era tan

humano como usted o yo. Muchas personas piensan que cuando

llegamos a ser discípulos nacidos de nuevo de Jesús ya no somos

humanos. Cuando miramos la vida de Moisés, nos damos cuenta de

que esto no es cierto. La Biblia está llena de historias de personas

reales que lucharon con las mismas tensiones y presiones que nos

obligan a descubrir las limitaciones de nuestra débil humanidad. Son

ejemplos para nosotros porque hicieron grandes cosas cuando el

Espíritu de Dios controló su humanidad.

Aplicación

Podemos agregar la historia de Moisés a la lista creciente de

personajes bíblicos cuyas vidas demuestran el milagro de que Dios se

deleita en hacer cosas muy extraordinarias a través de personas

ordinarias, porque están disponibles. La experiencia que tuvo Moisés

con Dios nos muestra que las personas que usa Dios deben aprender

que la mayor capacidad es la disponibilidad. Nuestra mayor

capacidad es nuestra disponibilidad para con Dios. En el Libro de

Números vemos la grandeza de Moisés, el agotamiento de Moisés y

el pecado de Moisés. Dios usó a Moisés porque estaba disponible.

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19

¿Se ha puesto usted a disposición de Dios? Entonces, únase al Club

Especial de Dios y dígale: “Lo que sea, donde sea, cuando sea. No

me importa lo que hagas de mí. No me importa adónde me lleves. No

importa lo que me cueste. ¡Estoy disponible!”.

El Libro de Deuteronomio

Capítulo 7

Niños que crecen

La palabra “Deuteronomio” significa “una nueva exposición

de la Ley”. Pero Deuteronomio es algo más que una nueva

exposición de la Ley. Este inspirado libro de la ley es, también, una

aplicación de la ley de Dios a la segunda generación del pueblo

elegido de Dios.

El Libro de Deuteronomio es, además, un registro de los

grandes sermones que Moisés predicó a Israel antes de cruzar el

Jordán e invadir Canaán. El primer pasaje nos ayuda a entender de

qué trata este libro. Se nos dice que: “Estas son las palabras que

habló Moisés a todo Israel a este lado del Jordán en el desierto, en el

Arabá frente al Mar Rojo, [...]. Y aconteció que a los cuarenta años,

en el mes undécimo, el primero del mes, Moisés habló a los hijos de

Israel” (Deuteronomio 1:1, 3).

Como aprendimos en el Libro de Números, los hijos de Israel

habían estado marchando por el desierto durante cuarenta años.

Habían salido de Gosén, en Egipto, habían descendido al monte Sinaí

y a Cades Barnea. Luego, como no habían tenido la fe para invadir

Canaán, habían dado vueltas en círculos treinta y ocho años. ¡Toda

una generación pereció en el desierto!

Finalmente, los hijos de la generación que murió en el

desierto tuvieron fe para invadir Canaán. Estaban acampados al este

del río Jordán antes de planear el cruce del río y la invasión de

Canaán. Con la excepción de Caleb y Josué, toda la generación que

vivía cuando fue dada la primera Ley había muerto. Antes de invadir

Canaán, Moisés quería asegurarse de que estos hijos oyeran la

Palabra que había recibido para ellos y sus padres en el monte Sinaí.

También quería desafiarlos a asumir un compromiso solemne de

enseñar la Ley de Dios a sus hijos.

A veces los creyentes dan vueltas en círculos durante años.

Cuando deciden conquistar su “Canaán” espiritual y experimentar la

vida en Cristo para la cual Él los salvó, cuando deciden que quieren

recibir de Dios todo lo que Él tiene para ellos, están listos para el

Libro de Deuteronomio. Este libro está lleno de lecciones para

alguien que ha decidido echar otra mirada más seria a su nueva vida

en Cristo y consagrarse completamente a Él. Si usted se encuentra en

esta situación, entonces el Libro de Deuteronomio es para usted.

Otro tema importante en este libro tiene que ver con que la

Palabra de Dios se haga real para su pueblo. En uno de sus más

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20

importantes sermones, Moisés desafió a los hijos de la generación

perdida a asegurarse de que transmitieran su Palabra a sus hijos.

El sermón más importante de Moisés

Hay quienes piensan que Deuteronomio 6:4-9 es el sermón

más importante que Moisés haya predicado jamás. Este pasaje de la

Biblia era considerado la confesión de fe básica del judaísmo. He

aquí el corazón de ese sermón:

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a

Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus

fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu

corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu

casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y

las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre

tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”

(Deuteronomio 6:4-9).

Hay más cosas, pero este es el corazón del sermón y del Libro

de Deuteronomio. Lo que Moisés estaba diciendo a este pueblo, en

realidad, antes de cruzar el Jordán e invadir Canaán, era que Dios los

había llamado para ser un pueblo que lo amara con todo su ser. A fin

de mostrar su amor por Él, debían obedecer su Palabra. Y, para

obedecer su Palabra, debían conocerla. Dios quería que sus hijos

fueran un pueblo que un día lo amara con todo su ser. Por lo tanto,

Moisés les encargó que amaran a Dios con todo su ser, que

conocieran y amaran su Palabra, y que transmitieran esos valores a

sus hijos.

Los cuatro fundamentos de ser padres

Lo que Moisés les estaba diciendo, en realidad, era cómo

enseñar a sus hijos a ser el pueblo de Dios. La enseñanza que

prescribe aquí Moisés descansa sobre cuatro fundamentos. El primer

fundamento es la Palabra de Dios. Si los hijos han de amar a Dios,

entonces la base de su aprendizaje debe ser su Palabra. La Biblia

dice, más adelante: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando

fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

Un segundo fundamento sobre el cual se basa este proceso

educativo es la responsabilidad. ¿Quién es responsable del cuidado

de los niños? Hay quienes piensan que la responsabilidad de la

educación de los niños es del gobierno. Miran las escuelas públicas y

piensan que el estado debería enseñar a sus hijos lo que necesitan

saber. Otros dicen que es responsabilidad de la iglesia. Llevan a sus

hijos a la Escuela Dominical cada semana pensando que la iglesia les

enseñará a amar a Dios y a su Palabra.

Moisés puso la responsabilidad de la educación de los hijos

completamente sobre los hombros de sus padres. Les encarga que

dejen que la Palabra de Dios more en su corazón y que se lo enseñen

a sus hijos. Moisés, lleno de inspiración y con una intención definida,

ordena que el padre debe enseñar la Biblia a sus hijos. La Biblia

confirma constantemente esta preferencia.

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21

Un tercer fundamento sobre el cual descansa el proceso

educativo que prescribe Moisés es la relación. Moisés predicó:

“Cuando te levantas a la mañana con ellos, cuando te sientes en la

casa con ellos, cuando vayas por el camino con ellos, cuando te

acuestes por la noche con ellos, enséñales las palabras de Dios”

(paráfrasis de Deuteronomio 6:7). Muchos padres piensan que esto

no es realista, porque no están en la casa con sus hijos cuando se

despiertan o cuando se van a dormir.

Es importante que interpretemos nuestra cultura personal a la

luz de la Biblia, en vez de interpretar la Biblia a la luz de nuestra

cultura personal. En este caso, la Biblia no debería ser interpretada

por la agenda que se ha fijado usted para su trabajo. Su agenda de

trabajo debería ser interpretada a la luz de estas Escrituras. Este gran

sermón de Moisés le está enseñando que debe tener una relación con

sus hijos que moldeará la dinámica de su cultura familiar. No hay

forma de seguir las instrucciones de Moisés si no tiene una relación

con sus hijos. Esa relación es una parte vital del proceso educativo.

El cuarto fundamento en el cual está basado el proceso para

criar a los niños está basado en lo que yo llamo la realidad. Fíjese

que Moisés dijo, palabras más palabras menos: “Deja que estas

palabras moren en tu corazón. Tú ama a Dios con todo tu corazón, y

luego enseña estas palabras diligentemente a tus hijos”. No olvide

esa importante realidad. Nuestros hijos aprenden más de lo que

somos y hacemos que de lo que decimos.

Jesús dijo: “Muéstrame tus tesoros, y me mostrarás cuáles son

tus valores. Muéstrame tus valores, y me mostrarás dónde está tu

corazón” (ver Mateo 6:20-22). En lenguaje sencillo, lo que significa

esto es: “Muéstrame dónde y cómo gastas tu dinero, cómo usas tu

tiempo y energía, y me mostrarás dónde está tu corazón”. Nuestros

hijos aprenden más de observar la forma en que vivimos que de

escuchar las cosas que les enseñamos acerca de los valores

familiares. Lo que enseñamos a nuestros hijos no está en nuestros

sermones sobre los valores, sino en cuáles son, justamente, nuestros

valores.

Los cuatro fundamentos sobre los cuales descansa el gran

plan de Moisés para la crianza de los hijos son: la Palabra de Dios, la

responsabilidad, la relación y la realidad.

Capítulo 8

Recuerdos de milagros

Hay un fuerte énfasis a lo largo del Libro de Deuteronomio

sobre la importancia de obedecer la Palabra de Dios. Cuando Israel

obedeció sus leyes, Dios lo bendijo. Cuando no lo hicieron, no

disfrutaron de las bendiciones de Dios. Moisés destaca esto en forma

muy elocuente y luego predica que debían obedecer la Palabra de

Dios. Una de las palabras clave en este libro es “obedecer”.

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El propósito principal del primer sermón de Moisés en

Deuteronomio fue ayudar a estos hebreos a recordar cómo Dios había

obrado en la vida de sus padres, y los milagros que había realizado

para ellos. Moisés esperaba que los milagros que Dios realizó en la

travesía del desierto para sus padres tuvieran un efecto profundo y

permanente en las vidas de esta generación, y que ellos pudieran

contar a sus hijos acerca de esos milagros.

Moisés también predicó que jamás debían romper su pacto

con Dios. Un pacto es un contrato entre Dios y su pueblo. Los

términos de ese contrato se estipulan. Si el pueblo no guarda las

condiciones del contrato, no hay contrato. Dios no es responsable de

bendecirlos si no son obedientes.

El capítulo 5 es una repetición de los Diez Mandamientos.

Compare la declaración de los mandamientos en el Libro de Éxodo

(capítulo 20) con esta nueva declaración de los mandamientos en

Deuteronomio. Si compara cuidadosamente estas dos enumeraciones

de los Diez Mandamientos, obtendrá una nueva perspectiva de estas

leyes de Dios. En la repetición de los mandamientos, Moisés dice a

los hebreos que deben tener un corazón dedicado a Dios y obedecer

sus mandamientos. Si lo hacen, todo les irá bien en el futuro y con

sus hijos a lo largo de todas las generaciones.

En el Libro de Deuteronomio, Moisés predicó al pueblo:

“Ustedes deben obedecer todos los mandamientos del Señor su Dios,

siguiendo sus instrucciones en cada detalle, recorriendo todo el

camino que ha preparado para ustedes. Solo entonces vivirán vidas

largas y prósperas”.

El gran sermón de Moisés, en el capítulo 6, que se ha

convertido en la confesión de fe judía básica, es llamado el “Shemá”

(que significa ‘Oye’ en hebreo), porque comienza diciendo: “Oye,

Israel”. El propósito de este sermón fue desafiar a la segunda

generación del pueblo de Dios a trasmitir la Palabra de Dios a sus

hijos, la tercera generación de la nación de Israel. En este hermoso

sermón de Moisés, encontramos las indicaciones básicas para los

padres que crían a sus hijos.

El octavo capítulo de Deuteronomio nos da otro elocuente y

profundo sermón de Moisés. Este es un sermón sobre la importancia

de obedecer la Palabra de Dios. Moisés también nos muestra aquí

cómo podemos aprender acerca de la Palabra de Dios. Este gran

sermón nos habla de los propósitos de Dios. Dios nos da su Palabra

porque quiere que sepamos cómo vivir. Dios nos creó y sabe cómo

podemos tener una vida satisfactoria. Jesús vino y dijo: “Yo he

venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”

(Juan 10:10). Moisés nos dice, en este gran mensaje, cómo podemos

entrar en esa vida abundante (ver Deuteronomio 8:1-14).

Moisés predica que la Palabra de Dios tiene que ver con la

vida. Si usted quiere comprender la Palabra de Dios, hay al menos

dos formas de estudiarla. Usted puede ir a una universidad, seminario

o escuela bíblica. También puede estudiar la Palabra de Dios

intelectualmente y académicamente, por su cuenta. Pero, según

Moisés, esa no es la única forma de estudiar la Palabra de Dios. Si

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23

ésta tiene que ver con la vida, entonces otra forma de estudiarla es

estudiando la vida. La Palabra nos da perspectiva sobre la vida, y la

vida nos da perspectiva sobre la Palabra.

Cuando Dios nos deja pasar hambre y sufrir las tormentas de

la vida, nos volvemos a Él y nos damos cuenta de que Él es la fuente

de la vida y de todo lo que necesitamos para vivir la vida que diseñó

para nosotros cuando nos creó. Es a través de los viajes por el

desierto y las duras experiencias de la vida que Dios nos hace saber

que “no solo de pan vivirá el hombre”. El hombre vive de obedecer

cada palabra que Dios le ha dado. Los hijos de Israel no aprendieron

la Palabra de Dios en un seminario o en una sinagoga. La

aprendieron en el contexto de experiencias de la vida real.

Otra lección que deberíamos aprender del octavo capítulo de

Deuteronomio es que debemos cuidarnos de los peligros de la

prosperidad. ¿Alguna vez se ha dado cuenta de que ser bendecido

con la prosperidad puede ser un desafío? Este pueblo escogido había

aprendido la Palabra de Dios a través de la dureza de la disciplina de

Dios. Cuando fueron castigados por su desobediencia, aprendieron

que la Palabra de Dios era la clave de la vida. Moisés ahora les está

advirtiendo que deben aplicar lo que aprendieron en tiempos difíciles

a sus vidas cuando Dios los bendiga abundantemente: “Nunca

olviden las lecciones que aprendieron en sus pruebas y tiempos de

prueba. Cuando lleguen a la situación en la que estén prosperando,

ése es el momento de tener cuidado”. Una versión del Nuevo

Testamento de este mismo mensaje es: “El que piensa estar firme,

mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).

Moisés continúa su gran sermón sobre la Palabra de Dios con

un gran sermón sobre la gracia de Dios. Usando la repetición para

mayor énfasis, le dice al pueblo cuatro veces que no han sido

escogidos por Dios porque sean buenos o se hayan ganado o hayan

obtenido el favor de Dios: “Jehová tu Dios no te está dando esta

buena tierra porque eres bueno, porque no lo eres. Eres un pueblo

malvado y obcecado” (ver Deuteronomio 9:4-6).

Esta es una hermosa imagen de la gracia de Dios. La

misericordia de Dios nos libra de lo que merecemos. La gracia de

Dios derrama sobre nosotros el favor y las bendiciones de Dios que

no merecemos. Dios no nos bendice porque seamos buenos. Nos

bendice porque Él es bueno y porque nos ama. Eso es lo que significa

la palabra “gracia”.

Moisés nos da una descripción clara y franca de la gracia de

Dios en este gran sermón del noveno capítulo del Libro de

Deuteronomio. Usted verá el énfasis en la gracia a lo largo de toda la

Biblia, porque la gracia de Dios es el atributo dinámico de Él que

encontramos como la fuente de nuestra salvación. La gracia de Dios

no se gana ni se logra mediante un desempeño positivo nuestro.

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24

Capítulo 9

Más grandes sermones de Moisés

Ahora que hemos considerado el gran sermón de Moisés

sobre la gracia de Dios, en el capítulo nueve, estamos listos para

reflexionar sobre su sermón sobre acerca de nuestra respuesta a la

gracia de Dios, en el capítulo 10:

“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que

temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo

ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu

alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que

yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad? He aquí, de Jehová

tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las

cosas que hay en ella. Solamente de tus padres se agradó Jehová para

amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de

entre todos los pueblos, como en este día. Circuncidad, pues, el

prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz”

(Deuteronomio 10:12-16).

El énfasis aquí es cómo respondemos a la gracia de Dios. Él

nos ama aun cuando fallamos. Nada que hagamos podrá jamás ganar

su amor, porque su amor no se gana ni se pierde por nuestro

desempeño.

Nada que haga usted podrá hacer que Dios deje de amarlo. Su

amor no es condicional. Este amor incondicional de Dios alimenta su

misericordia y su gracia. Eso es lo que significa la palabra “gracia”.

La gracia es una espada de dos filos. Corta de dos formas. Primero,

nos declara que el amor de Dios y su bendición no están basados en

nuestro buen desempeño. Cuando comprendemos lo que es “gracia”,

“misericordia” y “amor”, como expresión del carácter de Dios, nos

damos cuenta de que no tenemos que preocuparnos por intentar ganar

su amor. Él nos amará de todas formas, por la esencia misma de su

misericordia, gracia y amor.

Usted no puede perder la misericordia, gracia o amor de Dios

por un desempeño negativo. Dios no lo ama porque sea bueno, y no

dejará de amarlo si es malo. Dios lo ama. Jesús lo ama cuando es

bueno, cuando hace las cosas que debe hacer. Jesús lo ama cuando es

malo, si bien lo pone muy triste. Pero Jesús lo ama. Ese es el mensaje

de toda la Biblia, y ese es el mensaje de Deuteronomio.

¿Cómo responde usted a la misericordia, gracia y amor de

Dios? Otra forma de hacer la misma pregunta es: “¿Cuánto ama

usted a Dios?”. Una mujer piadosa que vivió en otro siglo dijo:

“Prefiero ir al infierno antes de contristar al Espíritu Santo una vez

más”. Deberíamos querer agradar a Dios, que nos ama de todas

formas, y nunca deberíamos querer herir a este Dios, porque lo

amamos. Eso debería motivarnos a purificar nuestra vida de las cosas

que le desagradan, y luego a servirlo y expresar nuestra respuesta a

su amor en una adoración amorosa y agradecida.

Luego de decirnos mucho acerca de la gracia de Dios y

nuestra salvación, el apóstol Pablo nos dice: “Os exhortamos también

a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6:1). Así

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25

como es un pecado usar el nombre de Dios en vano, también es un

pecado recibir su gracia en vano. Si Dios nos ama y derrama

bendiciones sobre nosotros por su gracia, y nunca hacemos nada con

esa gracia, estamos cometiendo el pecado de tomar el nombre del

Señor en vano. El gran sermón de Moisés en el capítulo 10 nos

advierte que nunca debemos recibir la gracia de Dios en vano.

A esto le sigue un sermón sobre el tema de la apostasía

(capítulo 13). Apostasía significa ‘quitarse o retirarse de una posición

que uno ha tomado respecto de Dios’. Moisés dijo a este pueblo

elegido que si su hijo, su hija, su esposa o aun su mejor amigo

intentaran alejarlos de Dios, deberían matar a esa persona y no

tenerle compasión. Les dijo que si llegaban a una ciudad apóstata

debían destruirla. Esto suena muy severo, pero si estudia los

resultados de la apostasía –el cautiverio babilonio, el cautiverio

asirio–, verá por qué Dios fue tan severo cuando mostró a Moisés

cómo tratar con el problema de la apostasía.

Moisés también predicó un sermón sobre el diezmo (14:22-

28). La palabra traducida “diezmo” significa, en hebreo, ‘décima

parte’. Se nos ordena que demos a Dios la décima parte de todo lo

que tenemos. El diezmo nos enseña que siempre debemos poner a

Dios en el primer lugar en nuestra vida. Dios no necesita el diez por

ciento de nuestros ingresos. Dios ordenó la ley del diezmo porque

esta es una forma en que podemos medir nuestro compromiso con Él.

La verdad importante que Dios nos enseña a través del diezmo se

aprende cuando entendemos que el diezmo era la primera décima

parte de todo lo que el pueblo elegido ganaba o recibía al cuando

Dios proveía para sus necesidades. Dios sabe si es el primero o no en

nuestra vida, pero a veces no lo sabemos nosotros. Por eso Dios

ordenó que demostráramos que Él es el primero en nuestras

prioridades dándole la primera décima parte de todo lo que

recibimos.

Dios quiere la primera décima parte. Cuando los hebreos

entraron en la tierra de Canaán, la primera ciudad que conquistaron

fue Jericó. Todo el botín de esa ciudad fue para Dios, porque fue la

primera ciudad conquistada. Hay dos palabras que expresan la

esencia de los libros, capítulos y versículos de la Biblia. Esas dos

palabras son: ¡DIOS PRIMERO! Poner a Dios en el primer lugar

siempre no es fácil, pero no es complicado. Nosotros complicamos lo

sencillo, y Dios simplifica lo complicado. Complicamos lo que

significa poner en el primer lugar a Dios porque no lo queremos

poner en el primer lugar. El diezmo nos ayuda a confrontarnos con la

realidad y medir hasta qué punto Dios está primero en nuestra vida.

En el capítulo 15 de Deuteronomio, Moisés nos da un gran

sermón sobre la importancia de la caridad hacia los pobres. Hay un

énfasis muy fuerte en la caridad en la Ley de Moisés y en el Antiguo

Testamento. Moisés ordena diversas formas en que los diezmos del

pueblo de Dios debían ser distribuidos. Debían ser dados a los

levitas, que es la base bíblica para un clero pago. Debían dedicarse al

extranjero de la tierra que estuviera sufriendo. A los hijos de Israel

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26

también se les ordenó que dieran a las viudas y a los huérfanos que

estaban entre ellos.

Cuando Moisés habló al pueblo elegido acerca de la caridad,

les dijo: “Ustedes son un pueblo obcecado y de dura cerviz”. Les

advirtió que no debían quejarse por tener que compartir con los

necesitados (ver 15:1-11). Él predicó que siempre habría pobres entre

ellos, y esta es la razón por la que ese mandamiento era necesario.

Como profeta, Moisés predicó la Palabra de Dios, como un

gran predicador. También predijo al hablar la Palabra de Dios. Israel

no tenía rey, y no tendría un rey por unos 500 años. Leeremos los

detalles sobre cómo llegarían a coronar a su primer rey cuando

estudiemos el Libro de Primera de Samuel. Pero Moisés dijo a los

hijos de Israel que Dios un día les concedería su deseo y les daría un

rey. Luego escribió proféticamente un mandamiento en sus

inspirados libros de la ley: cuando lo tuvieran, su rey debía copiar las

leyes del libro guardado por los sacerdotes levitas y leerlo cada día

de su vida, para que pudiera aprender a respetar al Señor y a

obedecer sus mandamientos. Esta lectura regular de la Palabra de

Dios impediría que sintiera que era mejor que el resto de la gente.

También le impediría alejarse de las leyes de Dios, y le daría un

reinado muy largo.

En su primer salmo, de David describe al hombre

bienaventurado como aquel que medita en la ley de Dios de día y de

noche. Luego nombra todas las bendiciones de este hombre porque

se deleita en la Palabra de Dios y sigue el consejo que encuentra en

ella. Dado que David fue el segundo rey de Israel, tuvo que obedecer

este mandamiento profético de Moisés. Las bendiciones del hombre

bienaventurado que describe David en ese primer salmo son como

una autobiografía espiritual de la vida de David. Las razones que dio

Moisés para prescribir este mandamiento se cumplieron, obviamente,

en la vida de David.

En el capítulo 18 de Deuteronomio, hay un fuerte sermón de

Moisés contra el ocultismo. Moisés usa palabras muy contundentes,

para dejar en claro que Dios no está de acuerdo con personas como

los adivinos y los médium. El sermón dice:

“Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no

aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No

sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni

quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni

encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos.

Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas

cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones

de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu Dios. Porque

estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a

ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios” (18:9-14).

Alguien dijo que hay más cosas entre el cielo y la tierra que

lo que los hombres han soñado jamás. Note que la Biblia no dice que

estas cosas no existen. Nos dice que nos mantengamos alejados de

ellas. Hay espíritus en el mundo espiritual que no son santos ni son

de Dios. Cuando uno se involucra con la adivinación, los brujos y

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27

todas estas cosas, uno está tratando con un espíritu que no es de Dios.

Dios, por lo tanto, a través de Moisés, prohíbe enérgicamente a su

pueblo que se involucre en el submundo de los espíritus que no son

de Dios. La fundamentación de esta prohibición de Dios, a través de

Moisés, es que tenemos el Espíritu de Dios para guiarnos al mundo

de los espíritus celestiales. Por lo tanto, es un pecado que pidamos a

quienes tratan con el mundo espiritual negativo que nos guíen, nos

dirijan o nos den poder de alguna forma.

Hay un gran sermón en el Libro de Deuteronomio sobre el

Profeta Mesiánico. Moisés dijo: “Un día, un profeta vendrá a este

mundo. Cuando ustedes estuvieron en el monte de Sinaí y Dios les

entregó la Ley, le dijeron –a través de mí–: ‘Oh, no queremos que

Dios nos hable. No soportamos la voz de Dios’” (ver Deuteronomio

18:15-17). Moisés dijo a la nación de Israel que Dios había

escuchado su oración y enviaría un profeta al mundo a través de

quien Él hablaría.

Dios les dio una palabra escrita milagrosamente, pero quería

hablar con ellos más allá de esa palabra escrita. En su misericordia y

amor por ellos, Dios quería hablarles a través de un Profeta muy

especial. Ese profeta sería el Mesías, que sería su Profeta, Sacerdote

y Rey.

Hay algunos grandes sermones en el capítulo 19 sobre la pena

de muerte. El pasaje no está centrado en el criminal y la vergüenza de

matar a una persona. En la inspirada declaración de Moisés sobre la

pena de muerte, el énfasis está en las víctimas de ese criminal. Este

pasaje nos dice que la pena de muerte quitará el mal de Israel.

Se encuentra un gran sermón sobre la fe en el capítulo 20.

Gedeón aplicará este pasaje al liderar un ejército contra los

madianitas que habían conquistado Israel (ver Jueces 7:1-7).

"Cuando luchen contra ejércitos que son mayores que el de

ustedes, su única esperanza es que Dios estará con ustedes. Lo que

necesitan es fe para atacar a esos ejércitos” (ver Deuteronomio 20:1).

Vemos el concepto de la gracia demostrado frecuentemente

en el Libro de Deuteronomio. También encontramos el concepto de

la redención. La ley del levirato de Deuteronomio 25 es una imagen

hermosa de nuestro Salvador, Jesucristo. La primera vez que

encuentra la palabra “redentor” o “redención”, son términos legales.

Pero si usted entiende el significado legal de la redención, entonces

entenderá la redención cuando el Antiguo y el Nuevo Testamento

aplican el concepto a la muerte de Jesucristo en la cruz. Este pasaje,

en el capítulo 25, que nos da la ley del levirato, es la llave que abre el

significado y la aplicación del Libro de Rut.

Al final de los Libros de Deuteronomio, Levítico y Josué,

usted encontrará un gran mandato de obedecer la Palabra de Dios. De

nuevo, este es el punto principal de Deuteronomio. Algunas de las

más grandes predicaciones que el mundo ha escuchado están basadas

en los últimos capítulos de Deuteronomio, donde Moisés prometió la

bendición de Dios sobre el pueblo hebreo si obedecía la Palabra de

Dios, y lo contrario si no lo hacía. Moisés concluye este sermón

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28

dinámico diciendo: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la

bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu

descendencia” (Deuteronomio 30:19).

El Libro de Josué

Capítulo 10

Posee tus posesiones

El Libro de Josué es, en ciertas formas, lo contrario al Libro

de Números. Números es una historia de incredulidad en la que el

pueblo pereció como consecuencia de su falta de fe. El Libro de

Josué trata de la fe, el tipo de fe que conquista y posee todo lo que

Dios quiere para su pueblo.

Cuando estudiamos el Libro de Éxodo, aprendimos que el

nombre –éxodo– significa ‘el camino de salida’ de la cruel esclavitud

egipcia. Este primer libro de historia podría ser llamado “Éisodo”,

porque trata de ‘el camino de entrada’ a la tierra prometida de

Canaán (ex = fuera; eis = dentro). El tema del Libro de Josué es

“posee tus posesiones”.

El nombre Josué es el mismo que Jesús. Jesús es la forma

griega de decirlo. Josué –o Yeshúa– es la forma de decirlo en hebreo.

El nombre significa ‘salvador’ o ‘Jehová salva’. En su nombre, este

gran líder es una imagen de Cristo, porque guía a su pueblo a la tierra

prometida de la bendición espiritual.

La palabra clave en nuestra salvación de nuestro “Egipto

espiritual” es “creer”. La palabra clave para entrar en la tierra

prometida de la bendición espiritual de Dios es “obedecer”. Cuando

hablamos de obediencia, hablamos de fe. La palabra “fe” significa

compromiso, el tipo de compromiso que obedece.

Josué tenía cuarenta años cuando ocurrió el éxodo. Recuerde

que Josué y Caleb fueron los únicos dos sobrevivientes del

deambular por el desierto porque trajeron un informe bueno cuando

fueron enviados a Canaán como espías. Dios vio su fe como algo que

merecía una gran recompensa. Josué tenía ochenta años cuando

recibió las órdenes de guiar al pueblo a la tierra de Canaán y

conquistar las siete poderosas naciones que la estaban defendiendo.

No recibió sus órdenes directamente de Dios, sino de Moisés, un

hombre de Dios que conocía a Dios y conocía a Josué.

La relación entre Moisés y Josué es un gran modelo para la

relación entre Pablo y Timoteo, que es tan importante para preparar

líderes para el pueblo y la obra de Dios (ver 2 Timoteo 2:2). Josué

tenía 110 años cuando murió. Era un hombre de fuerza, lealtad y de

una gran fe.

Cuando observamos a Dios trabajar a través de un líder

profeta-sacerdote, vemos un cambio que es importante cuando

llegamos a liderazgo de Josué. Moisés recibió la Palabra de Dios

sobre el monte de Sinaí directamente de Dios, así como recibió sus

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29

órdenes en la zarza ardiente directamente de Dios. Pero ahora leemos

que a Josué se le dice que medite en la Palabra escrita, la Palabra que

ya había sido dada por Dios a Moisés. Como los reyes de Israel que

lo seguirían, a Josué se le ordena que medite en la Palabra de Dios,

día y noche, y que obedezca estos mandamientos de Dios.

Cuando los hebreos estaban a punto de cruzar el río Jordán e

invadir Canaán, Dios les dijo: “Yo os he entregado, como lo había

dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué

1:3). Toda la tierra les había sido dada, y en cuando a la propiedad,

era toda de ellos, pero no en cuanto a la posesión. La ley de la

posesión era que cada metro cuadrado de la tierra de Canaán sobre el

cual ponían el pie era lo que se les había dado, ni más ni menos.

Así ocurre con nuestras bendiciones espirituales. Hay muchas

bendiciones espirituales que están disponibles para nosotros hoy: la

oración, la Biblia misma, la comunión, la adoración. Y Dios las da a

cada creyente. Pero algunos creyentes poseen esas bendiciones y

otros, no. La clave es muy práctica. Hay que posar el pie sobre ellas.

Uno posee la oración orando; posee la Biblia leyéndola,

entendiéndola y aplicándola; uno posee sus bendiciones espirituales

de un metro cuadrado, de un paso por vez.

Muchos estudiosos dicen que el Libro de Efesios es al Nuevo

Testamento lo que el Libro de Josué es al Antiguo Testamento.

Efesios nos habla de las bendiciones espirituales que tenemos en

Cristo, y que podemos entrar en Cristo y poseer todas esas

bendiciones espirituales.

El versículo clave de Josué es Josué 1:3. El versículo clave de

Efesios es Efesios 1:3, que es muy parecido al versículo clave de

Josué: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que

nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en

Cristo”. Dios nos ha dado el título a todas las bendiciones espirituales

que nos ha entregado, pero debemos llegar adonde están y poseerlas.

En el Libro de Josué, esas bendiciones son la tierra

prometida. En el Libro de Efesios, están en Cristo. Si queremos

poseer esas bendiciones espirituales, debemos encontrarlas morando

en Cristo. Debemos llegar al lugar celestial, porque es ahí donde

están. El Libro de Josué nos enseña que podemos entrar en la “tierra

prometida” de la bendición de Dios por fe. Pablo nos dice lo mismo

cuando escribe su inspirada carta a los efesios.

Hay otros autores del Nuevo Testamento que escriben sobre

la “tierra prometida” espiritual. Fíjese en la versión de Pedro de

dónde y cómo nos apropiamos de nuestras posesiones espirituales:

“... todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido

dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que

nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Pedro 1:3).

Pedro no sabía leer ni escribir (2 Pedro 5:12; Hechos 4:13).

Su énfasis estaba en conocer a Dios. No era un erudito, pero era un

gigante espiritual; él conocía a Dios. Y nos dice que la fuente de

todas las bendiciones espirituales que Dios nos ha dado es una

relación con Él (2 Pedro 1:3). Según Pedro, Dios ya nos ha dado

todas las cosas que necesitamos para vivir una vida piadosa. Pero,

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30

para apropiarnos de nuestras posesiones espirituales, debemos

reclamarlas en un conocimiento relacional de Dios.

Los dos grandes líderes de la iglesia del Nuevo Testamento

concuerdan entre sí y con Josué en que tenemos el título de

propiedad que dice que somos dueños de todas las bendiciones

espirituales que necesitamos. Pero debemos poseer esas bendiciones

espirituales, de un paso por vez, en nuestra relación con Dios y con

Cristo.

Josué dice que lo tenemos todo, Pedro dice que lo tenemos

todo, Pablo dice que lo tenemos todo. Entonces, ¿por qué no lo

poseemos realmente todo? Estos grandes hombres de Dios están

todos de acuerdo en que es porque no entendemos que el puente de la

fe salva la brecha entre todo lo que Dios nos ha dado y nuestra

capacidad para poseer lo que Él nos ha dado. Por eso Dios nos dio el

Libro de Josué.

En Josué encontramos dieciséis grandes ilustraciones de la fe.

Cuando Dios quiso que supiéramos acerca de la fe en el Libro de

Génesis, nos dio doce capítulos que nos hablan del hombre Abraham.

La fe debe de ser muy importante para Dios, porque el propósito de

todo el Libro de Josué es mostrarnos cómo vivir por fe, y cómo

caminar por fe hacia todas las bendiciones espirituales que Él nos ha

dado.

El Libro de Josué habla de la tierra de Canaán. Es necesario

entrar en esta tierra de Canaán. Debe ser conquistada de una ciudad

por vez, de una nación por vez. Pero el mensaje espiritual y

devocional de Josué no trata, en realidad, de un lugar geográfico,

sino de poseer nuestras posesiones espirituales por fe.

La tierra de Canaán ilustra el propósito de la salvación de esta

nación especial. Dado que la palabra “salvación” significa

¿liberación?, la liberación de Egipto es una alegoría de nuestra

salvación. Nuestra salvación viene de creer que Jesucristo es el único

Hijo de Dios y nuestro único Salvador. Cuando depositamos nuestra

fe en Él, Él nos libra de nuestros pecados, o nuestro “Egipto

espiritual”. La invasión y conquista de Canaán ilustra la calidad de

vida que Dios ha ideado para el pueblo que ha experimentado su

salvación de la dimensión de “Egipto” de su vida.

El apóstol Pablo nos dice que Dios nos salva por gracia, por

medio de la fe. Según Pablo, nuestra salvación no es por ninguna

realización propia. Es un don de Dios, y no el resultado de nuestras

buenas obras. Sin embargo, Pablo también escribe que somos

salvados para buenas obras, que Dios ha predeterminado para

nosotros. Él quiere que andemos en esas buenas obras. Esas buenas

obras son el propósito de nuestra salvación en esta vida y forman

parte de la “tierra prometida” espiritual que nuestro amoroso Dios

quiere que poseamos, de un metro cuadrado por vez.

La salvación es más que un boleto de ida para el cielo. Hay

un propósito presente para nuestra salvación: nuestro “Canaán”

espiritual aquí en la tierra. La razón por la que no poseemos nuestras

posesiones espirituales podría ser que no sabemos cómo hacerlo. Por

eso Dios nos dio el Libro de Josué. Dios nos dio este primer libro de

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31

historia del Antiguo Testamento para mostrarnos la calidad de fe a

través de la cual podemos poseer nuestras posesiones espirituales.

Capítulo 11

Un panorama de la fe

El Libro de Josué es el relato de la conquista de la tierra de

Canaán. Al estudiarlo, veremos un “panorama de la fe”. Cuando

leemos el Libro de Josué, se nos da una buena idea de cómo poseer

nuestras bendiciones espirituales. Capítulo tras capítulo nos dan

ejemplos y advertencias que nos muestran lo que es la fe y lo que no

es la fe. En estos capítulos, se intercalan advertencias sobre los

peligros de “el mundo, la carne y el diablo”.

Lo primero que vemos en el Libro de Josué es lo que

podríamos llamar “una transición de fe”. Vemos una transición del

liderazgo de Moisés a Josué cuando leemos:

"Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová,

que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:

Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este

Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de

Israel. Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar

que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto y el Líbano

hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran

mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer

frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré

contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente;

porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré

a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy

valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo

Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para

que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.

“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de

día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a

todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu

camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:1-8).

En los primeros capítulos del Libro de Josué vemos lo que

podríamos llamar las “perplejidades de la fe”. Al crecer en nuestra

comprensión de la fe, no debemos afligirnos cuando nos encontramos

con problemas que plantean preguntas que desafían nuestra fe. Si

pudiéramos eliminar todos los problemas y obstáculos que plantean

estas preguntas de la fe, eliminaríamos la necesidad de la fe misma.

Rahab, el personaje del capítulo 2 de Josué, plantea

problemas y preguntas sobre la fe para muchas personas. Dos espías

judíos llegaron a su casa, y ella los ocultó. Cuando los hombres del

rey de Jericó llegaron en busca de los judíos, ella los envió en otra

dirección. Dios la bendijo por esto. Leemos en el gran capítulo de la

fe de la Biblia que Rahab es una heroína de la fe porque mintió.

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Si usted considera más detalladamente la historia, verá que

Rahab no se presenta como un ejemplo de fe porque haya mentido.

En el capítulo de la fe leemos: “Por la fe Rahab la ramera no pereció

juntamente con los desobedientes” (Hebreos 11:31). Cuando los

espías judíos fueron a su casa, ella les dijo: “Sé que Jehová os ha

dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros,

y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de

vosotros” (Josué 2:9).

Los espías hebreos hicieron un pacto con ella y prometieron

perdonarle la vida. ¿Por qué fue salvada? Su fe la salvó. Ella creía

que el pueblo hebreo era el pueblo de Dios, y que su dios era el Dios

verdadero y vivo. Rahab pasó a ser parte del pueblo de Dios porque

tuvo fe.

En el capítulo 3 usted encontrará “la afirmación de la fe”.

Cuando Dios intenta darnos la fe para entrar en el Canaán espiritual,

a menudo prueba nuestra fe para alentarnos. Vemos esto en la vida

de Gedeón, que puso un vellón al que Dios respondió. David nos

dice: “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba

su camino” (Salmos 37:23). Eso significa que, cuando damos pasos

de fe, Dios los bendice y los confirma.

En este capítulo, Dios se demostró a sí mismo ante Josué y

demostró al pueblo que la bendición de Él había estado sobre su

líder, Josué, así como estuvo sobre Moisés. También realizó esos

milagros para fortalecer la fe de ese pueblo. El propósito de estos

milagros fue mostrarles que Dios estaba con ellos y que, cuando

atacaran las fuertemente fortificadas ciudades de Canaán, como

Jericó, Él los bendeciría con la victoria.

En el capítulo 4, los hijos de Israel edificaron “un altar de fe”.

Al cruzar el río Jordán, aun cuando estaba inundado, las aguas se

partieron y ellos cruzaron sobre tierra seca. Cuando cruzaron se les

ordenó que construyeran una columna de rocas, un recuerdo de este

gran milagro, para que sus hijos nunca se olvidaran de lo que Dios

había hecho por ellos cuando tuvieron la fe de cruzar el río Jordán.

En el capítulo 5 vemos los “requisitos previos de la fe”. Antes

que el pueblo de Israel invadiera Canaán, se les ordenó que

circuncidaran a cada varón de entre ellos. La segunda generación de

varones nunca había sido circuncidada. Recordemos que la primera

generación murió en el desierto. Esta historia es un hermoso ejemplo

de las condiciones de la fe auténtica. Antes de poder entrar en la

tierra prometida de la bendición de Dios, usted debe preguntarse si

hay algún pecado en su vida. ¿Hay algún pecado en su vida del que

necesita apartarse?

Cuando estudiamos el Libro de Génesis, aprendimos que

muchos que profesan ser creyentes eluden el altar del

arrepentimiento que Abraham construyó cuando su vida era una

definición viva de la fe para nosotros. Nunca han permitido que Dios

trate con el pecado de su vida. Simplemente, si esperamos que Dios

bendiga nuestra vida, antes, debemos arrepentirnos del pecado que

hay en ella. De eso se trata el mandato de circuncidar la población

masculina. Es un símbolo que expresa externamente el compromiso

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interior de la fe de nuestro corazón. El significado de la circuncisión

que encontramos en el Antiguo Testamento se parece mucho al

significado del bautismo que encontramos en el Nuevo Testamento.

En el capítulo 5 de Josué, también encontrará “una comisión

de fe”. Esto se encuentra al final del capítulo. Josué había dado la

orden de que ninguno de sus soldados sacara su espada. Un ejército

acampado al este del Jordán en oscuridad total podía ser infiltrado y

atacado fácilmente por un enemigo. Por lo tanto, solían dar la orden:

“No desenvainen sus espadas”. Si veían a alguien con la espada

descubierta, sabrían que era el enemigo y podrían reaccionar

rápidamente.

Josué salió para caminar, a la medianoche el día anterior a la

batalla de Jericó, y vio a un hombre con su espada desenvainada.

Josué lo desafió: “¿Eres amigo o enemigo?”. La respuesta fue: “¡Soy

Príncipe del ejército de Jehová!”. Leemos que Josué cayó a tierra

ante este hombre, lo adoró y le dijo: “¿Qué dice mi Señor a su

siervo?”. El Príncipe le dijo: “Quita el calzado de tus pies, porque el

lugar donde estás es santo”. Leemos: “Y Josué así lo hizo” (Josué

5:14-16).

Según el capítulo 6 del Libro de Josué, el plan de batalla que

Josué recibió del Señor la noche anterior a la batalla era que toda la

población de Israel debía salir de su campamento, marchar

directamente al muro de la ciudad y luego marchar alrededor de la

ciudad de Jericó. Debían hacer esto una vez al día durante seis días.

El séptimo día debían marchar alrededor de la ciudad siete

veces. Se les ordenó que marcharan alrededor de esa ciudad un total

de trece veces. La ciudad estaba protegida por un muro que era tan

grueso que había casas construidas sobre el muro. Las personas que

defendían la ciudad ponían a mujeres y personas enfermas, que no

podían cargar armas, sobre el muro, con brasas ardientes, rocas o

prácticamente todo lo que pudieran arrojar sobre la cabeza de los

atacantes.

Un gran general, llamado Abimelec, fue avergonzado al

acercarse demasiado al muro cuando estaba atacando una ciudad.

Una anciana arrojó una gran piedra de molino sobre su cabeza. Con

su cráneo aplastado, Abimelec dijo a su escudero: “Saca tu espada y

mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató” (ver Jueces

9:52-54). Esto se convirtió en un lema para los militares israelíes:

“Nunca se acerquen al muro de la ciudad. ¡Recuerden a Abimelec!”.

Sin embargo, ¡Dios estaba diciendo a Josué que llevara todo

su pueblo hasta el muro mismo de la ciudad de Jericó y que marchara

alrededor de él! Esta fue la primera campaña militar de Josué, y

seguramente estaba ansioso por demostrar sus dones como estratega

militar. Pronto demostraría que era un brillante estratega militar. Este

plan de batalla era ridículo, y lo hacía aparecer como muy tonto.

Josué implementó cada detalle de este plan porque sabía una cosa de

este plan, y era todo lo que necesitaba saber: ¡era el plan de Dios!

Todo el tiempo que marchaban alrededor de los muros de

Jericó, se les ordenó que no dijeran una sola palabra. El pueblo de

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Jericó debe haberse llenado de temor, porque no dejaron caer nada

sobre los israelitas. Luego de marchar alrededor de la ciudad siete

veces en ese séptimo día, Josué se dirigió al pueblo y ordenó:

“¡Griten!”.

El Libro de Hebreos dice que los muros de Jericó cayeron por

fe. Josué hizo lo correcto al guiar esa procesión de todo el pueblo de

Israel alrededor de esos muros de Jericó. Eso requería fe. Necesitó fe

para exponer a todas esas personas a todo lo que estaba sobre el

muro, una vez al día durante seis días, y luego siete veces el séptimo

día.

La batalla de Jericó nos muestra la clase de fe que hace

posible que entremos en nuestra “tierra prometida” y vivamos como

personas piadosas. Ese tipo de fe es práctico. Es una fe que camina.

La fe de Josué, que caminó alrededor de Jericó trece veces, no es un

misterio. Esa calidad de fe es simplemente obediencia. Una fe que

“camina” es una fe que obra. La fe que caminó y obró ese día fue una

fe que ganó la batalla de Jericó para Josué y el pueblo de Israel. Ese

calibre de fe puede obrar y ganar las batallas de usted en la vida hoy.

¿Es su fe esa clase de fe? Algunas personas piensan que no

deben poner su fe en acción hasta que entiendan todo en su mente.

Pero Jesús enseñó a sus seguidores a entregarse a la acción primero,

y les prometió que la afirmación intelectual vendría después. Dijo:

“El que quiera hacer, [...] conocerá” (Juan 7:17). Primero (al

principio) camine alrededor de Jericó trece veces, y luego descubrirá

una fe que obra y gana.

El rey David escribió: “Hubiera yo desmayado, si no creyese

que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” (Salmos

27:13). Hay quienes piensan que hay que “ver para creer”, o que el

ver conducirá al creer. Pero la Palabra de Dios nos enseña que el

creer lleva a ver. Vemos este modelo prescrito para la fe reflejado

alegóricamente en la batalla de Jericó.

Dios sigue encomendándonos sus planes para nuestra vida. A

veces, su encargo para nuestra vida probará nuestra fe como probó la

fe de Josué en el plan de batalla de Jericó. Si usted conoce a Dios lo

suficiente, sabe que su encargo no lo llevará donde su gracia no lo

pueda guardar. Si sabe que Dios lo guía a hacer algo, hágalo (ver

Juan 2:5). El Libro de Josué nos enseña que la fe es práctica. Cuando

camina, obra; y, cuando obra, gana las batallas de la vida.

Capítulo 12

Los enemigos de la fe

Luego de la derrota de Hai, leemos que Josué se postró en

tierra en una oración ferviente. Dios respondió la oración de Josué

con una pregunta: “¿Por qué clamas a mí? ¡Israel ha pecado!”.

Cuando vemos las evidencias de la gloriosa realidad de que Dios está

con nosotros, esa evidencia nos da valentía para continuar, y nuestra

fe crece al hacerlo. Pero, cuando está claro que Dios no está con

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nosotros, debemos postrarnos en tierra hasta averiguar por qué Dios

no está con nosotros. ¿Por qué respondió Dios a la oración de Josué

con esa pregunta?

En el Libro de Éxodo leemos que los hijos de Israel tenían

sus espaldas contra el mar Rojo, y el ejército egipcio los estaba

atacando. Moisés se postró en tierra ante Dios en oración ferviente.

Dios hizo a Moisés la misma pregunta que hizo a Josué cuando

estaba postrado en tierra. Le preguntó a Moisés por qué estaba

orando, ¡cuando era perfectamente obvio que debía indicar al pueblo

de Dios que avanzara, directamente hacia el mar!

Dado que Jericó fue la primera ciudad conquistada en

Canaán, la ley del diezmo exigía que el botín de la primera ciudad

conquistada perteneciera al Señor. Ninguna parte del botín de la

batalla debía ser confiscada por un soldado israelita. Obviamente,

algún soldado había tomado para sí algo de Jericó. Dios dijo a Josué

que hiciera marchar las doce tribus de Israel en una revista. Cuando

Dios mostró a Josué la tribu culpable, entonces le indicó que

revistara una las familias que la formaban. Dios mostró a Josué la

familia culpable. Cada casa de esa familia fue revisada hombre por

hombre hasta que se encontró que un hombre llamado Acán era el

pecador culpable. Acán confesó haber tomado oro, plata y un manto,

que había enterrado bajo su carpa. Fue ejecutado sumariamente.

En estos libros de historia se nos indica que busquemos

ejemplos y advertencias (ver 1 Corintios 10:11). Así como la fe de

Josué es un ejemplo para que sigamos, la desobediencia de Acán es,

obviamente, una advertencia que debemos tomar en cuenta. Cuando

Dios señala con su dedo el pecado en nuestra vida, debemos dar

muerte a ese pecado para que la bendición de Dios pueda volver a

nuestra vida (ver Colosenses 3:5, 6; Romanos 8:13). Vemos esta

disciplina espiritual reflejada en la vida de Acán.

El mundo, la carne y el diablo

Dado que se nos indica que no debemos amar el mundo o las

cosas de este mundo, durante siglos, almas devotas han visto una

alegoría del mundo en la experiencia de Acán en Jericó. La derrota

en Hai es considerada una alegoría de la carne. Jesús enseñó: “El

espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo

26:41). La carne es la naturaleza humana sin la ayuda de Dios. Dado

que la carne causa nuestras derrotas espirituales, esta derrota en Hai

es vista como una alegoría de la carne. La siguiente experiencia de

Israel que se registra en el Libro de Josué es una alegoría que

representa al tercer enemigo de la fe: el diablo.

Los hijos de Israel ahora se encuentran con el pueblo de los

gabaonitas. Como Rahab, los gabaonitas se dieron cuenta de que el

pueblo de Israel avanzaba por Canaán matando a todos. Sabían que

morirían, así que los engañaron. Frotaron su calzado sobre las rocas

hasta que parecía que habían sido usados mucho tiempo, e hicieron

que su ropa pareciera muy vieja. Si bien era gente que vivía en esa

tierra que debía ser conquistada, simularon venir de una tierra

distante.

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Los israelitas hicieron un tratado con este pueblo sin

consultar primero con el Señor. Los gabaonitas les rogaron: “Hagan

un tratado con nosotros. No somos de la tierra de Canaán. Somos de

muy, muy lejos”. Los israelitas hicieron un tratado con los

gabaonitas, pero luego se dieron cuenta de que no eran de una tierra

lejana, sino de Canaán. Dado que el tratado estaba hecho, el pueblo

elegido tenía una integridad absoluta, no podían matarlos, así que

convirtieron en siervos a este pueblo que los había engañado.

Los gabaonitas completan una alegoría de los enemigos de la

fe en el Libro de Josué. El primer enemigo de nuestra fe –el mundo–

es ilustrado por Jericó. La historia de Acán es una alegoría que

refleja nuestro deseo por las cosas de este mundo. Así como él

codició el manto, el oro y la plata, nosotros codiciamos cosas de este

mundo que nos distraen de Dios.

La derrota en Hai representa la carne. Jesús dijo: “El espíritu

a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

Como los hijos de Israel no tomaron en serio a Hai, fueron

derrotados. Recién cuando respetaron la amenaza de Hai pudieron

conquistar a su enemigo. De la misma forma, a menudo

subestimamos lo que la Biblia llama nuestra “carne”. El Espíritu

puede vencer la carne cuando nos damos cuenta de que nuestra

naturaleza humana, sin la ayuda de Dios, es una seria amenaza para

nuestra fe. ¡Nunca subestime el impacto de puede tener su carne

sobre su andar de fe!

Los gabaonitas hicieron su tratado engañando a los israelitas.

El diablo obra de la misma forma. En un gran himno, Martín Lutero

dijo de Satanás: “Por armas deja ver, astucia y gran poder”. El diablo

es un ángel de luz (2 Corintios 11:14). No nos hace caer tentándonos

a hacer algo terrible. Suele venir a nosotros en la forma de algo

hermoso, algo muy atractivo. Si Dios lo llama a ser un médico

misionero, el diablo no lo va a tentar para que vaya a robar bancos.

Lo tentará para que sea un buen médico en su propio país. Si Dios

quiere que seamos médicos misioneros, ese es el mejor plan de Dios

para nosotros. Satanás trabaja para que hagamos algo bueno en vez

de lo mejor. Por eso algunos dicen que el mayor enemigo de lo mejor

es lo bueno. Los capítulos 6 a 9 de Josué nos muestran un cuadro de

esos tres enemigos de nuestra fe: el mundo, la carne y el diablo.

En el resto de Josué, usted encontrará más alegorías de lo que

es la fe. La vida de Josué, junto con otro hombre que se menciona

con Josué, nos da un “perfil positivo de la fe”. Uno de los grandes

hombres de la fe de la Biblia es Caleb. Él fue el otro espía que trajo

un buen informe junto con Josué. Caleb nunca perdió su visión. Todo

el tiempo que vagaban por el desierto viendo al pueblo murmurando

y muriendo de sed, Caleb seguía pensando en las uvas que había

visto cuando él y Josué fueron espías en la ciudad de Hebrón.

Los otros diez espías eran expertos en “gigantología” –

centrarse en las dificultades, o gigantes– como dijimos en el Libro de

Números. Caleb ciertamente vio los gigantes, pero sabía que su Dios

era mayor que esos gigantes. Cuando entraron en la tierra de Canaán,

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Caleb conquistó y poseyó la ciudad de Hebrón, la ciudad que Moisés

le había prometido.

Hay también un “perfil negativo de la fe” en el Libro de

Josué. Además de esos diez espías que claramente carecían de fe, el

hecho de que los hijos de Israel no lograron conquistar todas las

naciones de Canaán, como Dios les había ordenado, presenta un

perfil negativo de la fe. Si hubieran cumplido con el plan de Dios, no

leeríamos en el siguiente libro de la Biblia que fueron esclavizados

siete veces por aquellas naciones que no conquistaron.

El último cuadro de fe que encontramos en el Libro de Josué

podría llamarse “un veredicto de fe”. Josué desafió a su pueblo a

sellar su fe haciendo un pacto con Dios. Él dio el ejemplo al decir:

“... pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Josué selló

su fe con un pacto. Hizo saber que él y su casa pondrían a Dios en

primer lugar y lo servirían a Él. Cuando Josué desafió a seguir su

ejemplo y hacer un pacto similar, ellos lo hicieron, diciendo:

“Nosotros escogemos servir a Dios y ponerlo en primer lugar”.

Quedan registradas las palabras de Josué: “Dios es testigo y ustedes

son testigos de que ustedes hacen un pacto hoy de poner a Dios

primero y que escogen servir a Dios” (ver Josué 24:14-16).

El Libro de Josué concluye con Josué exhortando al pueblo

de Dios, así como Moisés hizo al final de Deuteronomio y Levítico.

Moisés y Josué nos desafían a definirnos en las cuestiones de fe

comprometiéndonos a poner a Dios en el primer lugar en nuestra

vida.

¿Alguna vez se ha definido en cuestiones de fe y se ha

comprometido seriamente a tener fe en Dios? ¿Alguna vez se ha

propuesto en su corazón que usted y su familia pondrán a Dios en el

primer lugar y servirán al único y verdadero Dios? Sume los muchos

perfiles de fe de este inspirado libro histórico del Antiguo

Testamento. Reflexione cuidadosamente sobre la forma en que

finaliza este libro sobre la fe. Luego deje que el Espíritu Santo lo

impulse a asumir un compromiso y establecer un pacto del calibre de

fe que ha visto descrito en el Libro de Josué.