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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel y Daniel FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 8 Capítulo 1 Perfil de un profeta Los libros proféticos son considerados la esencia del Antiguo Testamento, especialmente desde la perspectiva del Nuevo. En el Nuevo Testamento, Jesús se refiere al Antiguo Testamento como “la ley y los profetas” (Mateo 7:12; 22:40). La Ley son los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Los profetas, es decir, los libros que vamos a estudiar ahora, comienzan con Isaías y abarcan hasta Malaquías. El apóstol Pablo dio una perspectiva sobre los profetas cuando estaba en audiencia con un rey. El apóstol estaba encadenado y proclamaba el evangelio con tanto ahínco que el rey comentó que Pablo casi lo había persuadido para que se hiciera cristiano. La parte más dramática del testimonio del apóstol fue cuando le preguntó al rey: “Rey Agripa, ¿crees a los profetas? Yo sé que tú crees”. La pregunta que hizo Pablo sobre los profetas era muy común. Su predicación y sus escritos eran tan ungidos y sobrenaturales, que una manera de descubrir si una persona era una mujer o un hombre de fe era preguntarle: “¿Crees a los profetas?”. Cuando el Nuevo Testamento menciona a los profetas, generalmente se refiere a los profetas que escribieron libros, es decir, a la literatura profética. Hay diecisiete libros proféticos escritos por dieciséis profetas. (Jeremías escribió dos libros proféticos: Jeremías y Lamentaciones).

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

Isaías, Jeremías, Lamentaciones,

Ezequiel y Daniel

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 8

Capítulo 1

Perfil de un profeta

Los libros proféticos son considerados la esencia del Antiguo

Testamento, especialmente desde la perspectiva del Nuevo. En el

Nuevo Testamento, Jesús se refiere al Antiguo Testamento como “la

ley y los profetas” (Mateo 7:12; 22:40). La Ley son los primeros

cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y

Deuteronomio. Los profetas, es decir, los libros que vamos a estudiar

ahora, comienzan con Isaías y abarcan hasta Malaquías.

El apóstol Pablo dio una perspectiva sobre los profetas

cuando estaba en audiencia con un rey. El apóstol estaba encadenado

y proclamaba el evangelio con tanto ahínco que el rey comentó que

Pablo casi lo había persuadido para que se hiciera cristiano. La parte

más dramática del testimonio del apóstol fue cuando le preguntó al

rey: “Rey Agripa, ¿crees a los profetas? Yo sé que tú crees”. La

pregunta que hizo Pablo sobre los profetas era muy común. Su

predicación y sus escritos eran tan ungidos y sobrenaturales, que una

manera de descubrir si una persona era una mujer o un hombre de fe

era preguntarle: “¿Crees a los profetas?”.

Cuando el Nuevo Testamento menciona a los profetas,

generalmente se refiere a los profetas que escribieron libros, es decir,

a la literatura profética. Hay diecisiete libros proféticos escritos por

dieciséis profetas. (Jeremías escribió dos libros proféticos: Jeremías y

Lamentaciones).

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Antes de comenzar nuestro estudio de los libros proféticos,

quisiera responder a una pregunta: ¿quiénes eran, exactamente, los

profetas? Comenzaré mi respuesta haciendo una comparación entre

el profeta y el sacerdote. Cuando se escribieron los libros de la Ley,

el líder espiritual más importante era el sacerdote. Los sacerdotes

tenían un rol muy importante porque intercedían por las personas

cuando estas habían pecado. También les explicaban las Escrituras al

pueblo de Dios. Eran los maestros del pueblo de Dios. Respondían

preguntas sobre las Escrituras, sobre los sacrificios y sacramentos en

el tabernáculo del desierto, primero, y después, en el templo de

Salomón.

El oficio de sacerdote era hereditario, ya que lo ejercían todos

los descendientes de Aarón o Leví. Lamentablemente, con frecuencia

los sacerdotes eran hombres muy corruptos y pecaminosos. Oseas

acuñó la expresión “¡De tal pueblo, tal sacerdote!” (Oseas 4:9, NVI).

Muchas veces, cuando el pueblo se volvía apóstata y pecador, los

sacerdotes eran los primeros en practicar el pecado. Cuando los

sacerdotes se volvieron corruptos y pecadores, Dios envió a los

profetas.

Estos hombres no nacían siendo profetas, sino que eran

llamados de todas las profesiones y clases sociales. Dos o tres de

ellos eran sacerdotes cuando fueron llamados a ser profetas, pero son

excepciones. Algunos eran nobles judíos. Otros tenían ocupaciones

comunes, como Amós, que cosechaba higos y era pastor.

Básicamente, el sacerdote era el hombre que se presentaba delante de

Dios para interceder ante Él por el pueblo. Los profetas eran hombres

que venían de la presencia de Dios al pueblo, con un mensaje de Dios

para ellos.

Todos los profetas que escribieron libros vivieron en un

período de unos cuatrocientos años, desde aproximadamente el año

800 hasta el 400 antes de Cristo. Durante este tiempo, el pueblo era

muy pecador; especialmente, culpable de idolatría. Dado que

adoraban otros dioses, el juicio de Dios iba a caer sobre ellos en

forma de invasión y cautividad del reino del norte por parte de los

asirios. Esto fue seguido, aproximadamente cien años después, por la

invasión de los babilonios al reino del sur, que fue llevado cautivo.

Los profetas que escribieron libros vivieron antes de estas

cautividades, ministraron durante la cautividad, o predicaron después

de estos trágicos hechos, durante la restauración.

De los dieciséis profetas escritores, tres ministraron y

predicaron después de esas cautividades, y sus predicaciones

hablaban de la restauración y la reconstrucción que siguieron al

regreso del pueblo de Dios de la cautividad en Babilonia. Pero la

mayoría escribieron antes de las conquistas y cautividades o durante

su transcurso.

Los profetas que precedieron a la cautividad del reino del

norte en Asiria y la cautividad en Babilonia del reino del sur

predicaban, básicamente, este mensaje: “Si ustedes viven un

renacimiento espiritual, si se arrepienten sinceramente de su pecado

de idolatría, esta invasión y el cautiverio en manos de los asirios (o

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de los babilonios) no se producirá”. Estos profetas pedían

arrepentimiento y un renacer espiritual. Pero, en su mayor parte, su

mensaje fue ignorado. Los profetas fueron ridiculizados, burlados y,

con frecuencia, perseguidos y martirizados. Muchos de ellos

murieron por haber predicado un mensaje que nadie deseaba

escuchar.

Cuando los profetas se dieron cuenta de que el pueblo no

respondía a su mensaje, predicaron: “Llegará la cautividad, y cuando

llegue, será el juicio del Dios todopoderoso sobre ustedes, porque no

quieren arrepentirse de su idolatría”. Y tenían razón. Cuando los

asirios conquistaron el reino del norte, este reino fue llevado a la

cautividad y nunca volvió a oírse hablar de él. Cien años después, los

babilonios invadieron el reino del sur.

Los profetas predicaron un mensaje de fe con respecto a la

invasión de los babilonios y la cautividad. Recibieron una revelación

profética y predicaron: “De aquí a setenta años, ustedes volverán de

esta cautividad”. Ellos consideraban ese retorno de la cautividad en

Babilonia como una expresión de la misericordia y la gracia de Dios.

La mayoría de estos profetas no vivieron lo suficiente como para ver

la concreción de ese milagro.

Profecías mesiánicas

Otro tema interesante en el mensaje de los profetas es que

predicaron sobre el esparcimiento del pueblo de Dios hasta los

confines de la tierra. Cuando predicaban sobre esa dispersión, solían

predecir también el regreso. Cuando predicaban el regreso de la

cautividad en Babilonia, también mezclaban profecías mesiánicas

entre las profecías del regreso de Babilonia.

Los profetas presentaron la llegada de Cristo en dos

advenimientos, dos venidas. La primera vez, Él vendría como el

Salvador sufriente, para morir por los pecados del mundo; pero

cuando regrese —lo que nosotros llamamos la segunda venida de

Cristo—, vendrá como Rey de reyes y Señor de señores, para vencer

definitivamente a todos los poderes del mal y establecer un nuevo

cielo y una nueva tierra en los que reinará la justicia.

Muchas veces, es difícil separar las profecías mesiánicas de

las profecías del regreso literal de la cautividad en Babilonia.

También es difícil separar sus profecías sobre la primera venida de

Cristo de las que llegan más allá de nuestros días, a la segunda

venida de Cristo. Las profecías mesiánicas sobre los dos

advenimientos son las más emocionantes de estos libros proféticos.

Voceros de Dios

Cuando escuchamos la palabra “profeta”, pensamos en el rol

del profeta como el de alguien que es una especie de “pronosticador

del tiempo espiritual”, que nos dice cómo estará el clima mañana. La

palabra “profeta”, en realidad, significa ‘el que habla de parte de

Dios’. Por lo tanto, un profeta era un ser humano a través del cual

Dios hablaba. Estos profetas hablaban por Dios en dos sentidos.

Primero, “proclamaban” la palabra de Dios, lo cual significa que

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fueron los grandes predicadores de la Biblia. Segundo, también

“predecían” hechos que aún no habían ocurrido. Algunos de esos

hechos que ellos predijeron aún no se han cumplido.

Nos intriga mucho la dimensión predictiva del ministerio del

profeta. Era una parte muy dinámica de su ministerio, pero también

era relativamente reducida. Los profetas, fundamentalmente, eran

predicadores. Exhortaban al pueblo a obedecer la Palabra de Dios y

aplicarla a sus vidas. Los profetas recibían, con frecuencia,

revelaciones proféticas de nuevas verdades, pero en la mayoría de los

casos, desde el tiempo de Josué, predicaban la Palabra de Dios que

ya había sido dada a través de Moisés. Por eso digo que Moisés es el

gigante de los profetas, porque él recibió la Palabra de Dios que

después predicaron los profetas.

La palabra “profeta” está compuesta por dos términos que

significan ‘pararse delante de’ e ‘iluminar’. El profeta se paraba

delante de la Palabra escrita de Dios y la iluminaba, es decir, la hacía

brillar. También exhortaba al pueblo de Dios a obedecer y aplicar la

Palabra de Dios a sus vidas. Cuando recibía revelaciones de hechos

futuros, el profeta siempre exhortaba al pueblo de Dios a vivir vidas

santas a la luz de la revelación que Dios le había dado para el pueblo

sobre los hechos futuros.

Si no hay problema, no hay profeta

Los profetas aparecían en escena porque había problemas. En

cierto sentido, “si no había problema, no había profeta”. Al estudiar

la vida y el mensaje de cada profeta, debemos preguntarnos: “¿Qué

problema estaba obstaculizando la obra de Dios cuando esta persona,

en particular, fue llamada como profeta?”, y “¿cómo logró su

ministerio que ese obstáculo para la obra de Dios en esa época fuera

removido?”.

Por ejemplo, en la época del profeta Hageo, que fue durante

el retorno de la cautividad en Babilonia, la obra de Dios era la

reconstrucción del templo de Jerusalén. Cuando el pueblo de Dios

comenzó a reconstruir el templo, tuvo que soportar una dura

persecución. Aunque un rey persa les había dado permiso para

regresar del cautiverio, y materiales para reconstruir el templo,

sufrieron oposición cuando comenzaron la tarea.

Cuando comenzó la persecución, ellos dejaron de trabajar en

el templo. Se distrajeron y se preocuparon por construir sus propias

casas. Esto continuó durante quince años, hasta que Dios llamó al

profeta Hageo. Hageo, literalmente, levantó ese templo con su

predicación. Le dijo al pueblo: “¿Es para vosotros tiempo, para

vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está

desierta?” (Hageo 1:4). Hageo los exhortó a volver al trabajo para

reconstruir el templo de Dios.

Gracias a la predicación de Hageo, el pueblo de Dios dejó de

construir sus casas y organizó sus prioridades: puso a Dios y su casa

primero, y las casas de ellos después. Entonces, la obra de Dios

volvió a avanzar, y Hageo salió de la escena.

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Las epístolas del Nuevo Testamento, es decir, las cartas de los

apóstoles (y otros), siguen un patrón similar. En el Nuevo

Testamento, la obra de Dios era construir la iglesia de Cristo. Cuando

surgían problemas que bloqueaban la obra de Dios, Él levantaba un

apóstol que escribía una epístola. ¿Cuál era el propósito de la epístola

de ese apóstol? Clamar contra los obstáculos que bloqueaban la

edificación de la iglesia del Cristo resucitado hasta que esos

problemas fueran quitados, y la obra del Señor pudiera continuar.

Los problemas-obstáculos que tratan los profetas no son los

mismos que tratan las epístolas del Nuevo Testamento. Cuando

combinamos los mensajes de los profetas y los libros del Nuevo

Testamento, tenemos aproximadamente cuarenta libros de la Biblia

con indicaciones para quitar esos problemas-obstáculos que bloquean

la obra de Dios en la actualidad.

Dios quiere hacer su obra a través de su pueblo. Eso es tan

cierto hoy como lo era en la época de los profetas y los apóstoles.

Cuando usted vea que la obra de Dios en la parte del mundo donde Él

lo ha ubicado estratégicamente no funciona como Él lo desea, ore

hasta descubrir el obstáculo que la bloquea. Cuando sepa cuál es el

obstáculo, vaya a los escritos de los profetas o apóstoles y pida a

Dios la gracia, la sabiduría y la valentía para aplicar sus mensajes a

los problemas que enfrenta la obra de Dios en el lugar donde usted

está.

A través de los profetas y apóstoles, Dios le mostrará cómo

quitar los obstáculos que bloquean su obra. Si los profetas y

apóstoles no hablan sobre los obstáculos que bloquean la obra de

Dios en donde usted vive, puede ser que Dios desee que, tal como

hicieron los profetas y apóstoles, usted clame por esos problemas

hasta que sean quitados, y la obra de Dios pueda continuar.

Capítulo 2

El ir y venir de Isaías

Los profetas se dividen en dos grupos: profetas mayores y

profetas menores. Esto no implica que los profetas mayores sean

superiores a los menores. La distinción se basa en la extensión de los

libros que escribieron. Cuando pensamos en profetas “mayores” y

“menores”, el profeta “mayor” es Isaías, ya que su libro es el más

extenso de todos los proféticos.

Isaías era de la nobleza judía. La tradición rabínica nos dice

que estaba emparentado con el rey Uzías y el rey Joás a través de su

padre. Dado que Isaías ministró a varios reyes, su linaje real fue una

buena preparación para el ministerio al que Dios lo había llamado.

Perspectiva histórica de vital importancia

Aunque este estudio de la Biblia es devocional y práctico,

debemos tener cierta perspectiva histórica para comprender los

mensajes de los profetas. Durante el período histórico en el que ellos

vivieron, predicaron, escribieron y ministraron (desde

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aproximadamente 800 a 400 A. DE J.C.), hubo tres grandes potencias

mundiales: el gran imperio asirio, que conquistó al reino del norte de

Israel; el imperio babilónico, que conquistó y envió al exilio al reino

del sur de Israel después de conquistar al imperio asirio, y los medos

y persas que conquistaron Babilonia.

Isaías vivió durante el tiempo en que Asiria era la potencia

que gobernaba el mundo, antes que invadiera el reino del norte y

conquistara su capital, Samaria. Las diez tribus del norte, llamadas

“Israel”, fueron llevadas a la cautividad y nunca se volvió a tener

noticias de ellas. Gran parte de la predicación de Isaías fue una

advertencia para el reino del norte, de que la invasión de los asirios

llegaría como juicio de Dios por su pecado de idolatría.

Después de invadir el reino del norte, y conquistar y enviar al

exilio a esas diez tribus, los asirios fueron hacia el sur e invadieron el

reino del sur. Conquistaron cuarenta y seis ciudades amuralladas en

Judá y llegaron hasta las puertas de Jerusalén. Llevaron 200 000

personas cautivas a Asiria. Pero cuando el ejército asirio llegó a las

puertas de Jerusalén, Isaías tuvo su momento de gloria como profeta.

El rey del reino del sur, Judá, en ese tiempo, era Ezequías, un

hombre espiritual y gran guerrero de oración, que escribió diez de los

Salmos. Cuando los asirios llegaron a las puertas de Jerusalén, su

general gritó insultos a los hombres que guardaban la ciudad,

desafiando al pueblo de Judá a rendirse.

Mientras el rey Ezequías estaba en el templo, rogando a Dios

por las vidas de su pueblo, Isaías tuvo una revelación. Así que el

profeta fue al templo y le dijo a Ezequías que llegaría la liberación,

porque Dios había oído su oración. Le dijo que el ejército asirio iba a

recibir un mensaje diciendo que los necesitaban de regreso en su

país. Cuando llegaran a Asiria, el general de ese ejército sería

asesinado.

Esa noche, 185 000 soldados asirios murieron de una plaga en

su campamento. A la mañana siguiente, cuando descubrieron los

cadáveres, el ejército regresó a su país. Al llegar a Asiria, la profecía

de Isaías se cumplió: los dos hijos varones del general lo asesinaron.

Humanamente hablando, podríamos decir que si no hubiera sido por

la influencia y el ministerio de Isaías, los asirios hubieran exiliado

tanto al reino del norte como el del sur y hubieran hecho desaparecer

a ambos.

Isaías es uno de los más grandes ejemplos bíblicos del

ministerio predictivo de un profeta. Él predijo que Persia conquistaría

Babilonia, y que Ciro el Grande daría permiso a los cautivos para que

regresaran a reconstruir el templo. Isaías nombra dos veces a Ciro y

predice este gran suceso de la historia hebrea.

La tradición dice que los ancianos de los cautivos judíos le

mostraron este pasaje de Isaías a Ciro, y la milagrosa profecía de

Isaías motivó a ese rey para que emitiera su extraordinario decreto.

Él no solo les dio permiso para regresar, sino que contribuyó con

materiales para la reconstrucción del templo. En un cumplimiento

preciso de la profecía predictiva de Isaías, cuando Persia conquistó

Babilonia, lo primero que hizo Ciro el Grande fue emitir su decreto

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de que los judíos cautivos podían regresar a Jerusalén y reconstruir

su templo (Isaías 44:28-45:7; Esdras 1:2-4).

Un gran predicador

Isaías debe de haber sido un magnífico predicador. Según

Jesús, Juan el Bautista fue el más grande profeta nacido de mujer

(Lucas 7:28). Pero se nos dice que, cuando Juan salió a predicar al

desierto, predicó los sermones de Isaías (Lucas 3:4). Dado que “el

más grande profeta nacido de mujer” predicaba los sermones de

Isaías, este debe de haber sido el “profeta de profetas”.

Isaías predicó durante, al menos, cincuenta años,

posiblemente sesenta. Durante su ministerio pasaron cinco reyes por

Judá y seis reyes por Israel. Aunque tenía mucho para decir sobre lo

que estaba por venir sobre el reino del norte a causa de Asiria, su

ministerio y su preocupación principal era el reino del sur, Judá.

Si desea tener una perspectiva histórica de Isaías, lea con

atención los primeros versículos de su profecía. Los libros proféticos,

a menudo, ubican en el tiempo al profeta diciéndonos que vivió y

ministró durante los reinados de ciertos reyes. Algunos de los reyes

que reinaron durante la vida de Isaías fueron buenos; otros fueron

malos. Uno de los reyes malos fue Manasés, quien, según dice la

tradición, hizo matar a Isaías aserrándolo en dos partes. Muchos

eruditos creen que el capítulo de la fe de la Biblia habla del martirio

de Isaías cuando dice que algunos héroes de la fe del Antiguo

Testamento fueron “aserrados” (Hebreos 11:37).

Dividir el libro

Hay una forma correcta de dividir el Libro de Isaías. Los

primeros treinta y nueve capítulos son el mensaje de advertencia del

profeta al pueblo de Dios acerca de la invasión de los asirios y la

consiguiente cautividad. Los últimos veintisiete capítulos son un

mensaje de sanidad y consuelo. Es como si los primeros treinta y

nueve capítulos fueran una “cirugía espiritual” y los últimos

veintisiete, la sanidad que sigue a esa cirugía.

La forma en que se dividen estos sesenta y seis capítulos del

Libro de Isaías ha convencido a algunas personas de que se puede

encontrar un paralelismo entre este libro de la Biblia y la Biblia

misma. Piense en estas curiosas similitudes: El Libro de Isaías tiene

sesenta y seis capítulos; la Biblia tiene sesenta y seis libros. Isaías se

divide en dos secciones, la primera de treinta y nueve capítulos y la

segunda, de veintisiete. La Biblia se divide en dos secciones: el

Antiguo Testamento, que tiene treinta y nueve libros, y el Nuevo

Testamento, que tiene veintisiete. La primera parte de Isaías parece el

Antiguo Testamento, con muchas advertencias solemnes y un

mensaje de reprensión, y revela la verdadera condición del hombre y

la solución que puede encontrar en Dios.

La segunda sección de Isaías es como un “Nuevo

Testamento”, que ofrece consuelo y esperanza a las personas que, al

leer la primera parte —el “Antiguo Testamento” de Isaías, que

apunta al Salvador— han tomado conciencia de que necesitan un

Salvador. El Antiguo Testamento comienza con la pregunta:

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“¿Dónde estás?” (Génesis 3:9). El Nuevo Testamento comienza con

la pregunta: “¿Dónde está [Él]?” (Mateo 2:2). Las dos secciones de

Isaías nos hacen tomar conciencia de que necesitamos un Salvador y

luego nos presentan al Siervo Sufriente en el capítulo 53.

El llamado de Isaías

Dos pasajes de Isaías nos ayudan a conocer mejor al hombre

mismo, así como su ministerio y su mensaje. Uno de ellos es el

capítulo 6, que es el relato del llamado o la comisión que recibió

Isaías. Podría, aun, ser el relato de la conversión de Isaías. En la

Biblia, todo el pueblo de Dios tiene un “venir” hasta Dios que es

significativo, de manera de poder tener un “ir” desde Dios que sea

significativo. El capítulo 6 de Isaías contiene el relato de la

experiencia de Isaías y su venida a Dios, así como de su comisión de

ir para Dios.

Cuando Isaías vive su venida a Dios, escucha decir al Señor:

“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (v. 8). Isaías responde

expresando su compromiso: “Heme aquí, envíame a mí”. Este patrón

se repite vez tras vez en la Biblia. Todas las personas de Dios vienen

a Dios y reciben una comisión de ir para Él.

Dios le explicó: “Isaías, el pueblo no te escuchará. Tu

propósito, cuando vayas, no es que la gente se convierta. Ellos han

decidido apartarse de mí. Pero quiero que vayas, de todos modos,

porque quiero que ellos escuchen mi mensaje”. Ya es bastante duro,

de por sí, ser un predicador. ¡Imagine lo que sería predicar durante

cincuenta o sesenta años y que nadie responda a su predicación!

El compromiso de Isaías en el cumplimiento de su comisión

es sorprendente. Simplemente preguntó: “¿Cuánto tardará para que

estén listos para escuchar?”. Y Dios, básicamente, respondió: “Hasta

que estén todos muertos o sean llevados como esclavos, y su país

esté totalmente devastado y desierto” (ver 6:11, 12). El compromiso

de Isaías debe ser un modelo para todos nosotros. De hecho, el

compromiso de todos estos profetas es el más grande sermón que

predicaron. Ellos hicieron un contrato con Dios. Dios les dijo que

fueran, y fueron. Cuando iban, lo importante era que fueran fieles a

Dios e hicieran lo que Él les había encomendado hacer.

Nuestra responsabilidad es hacer lo que Dios nos llama a

hacer, cumplir nuestra comisión. El resultado de nuestra obediencia

es asunto de Dios. Solo Dios, el Espíritu Santo, puede producir

resultados. Nuestra responsabilidad es ser fieles. Dar fruto es

responsabilidad de Dios. Nuestra responsabilidad es hacer lo que

Dios nos ha llamado a hacer.

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Capítulo 3

Mensajes mesiánicos

Hay más mensajes proféticos mesiánicos en Isaías que en

cualquier otro libro de profecía. Isaías es más citado en el Nuevo

Testamento que cualquier otro profeta del Antiguo. Cuando lea el

Libro de Isaías, busque las profecías mesiánicas en él. En Isaías,

usted encontrará esta profecía relativa a los nombres con que se

llamaría al Mesías cuando llegara: “Se llamará su nombre Admirable,

Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).

Isaías dejó en claro que el Mesías sería Dios en carne humana,

Emanuel, que significa ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23).

Isaías también nos habla de la esencia del Espíritu Santo que

se expresará por medio del Mesías cuando venga: “Saldrá una vara

del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará

sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia,

espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor

de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová” (Isaías

11:1–3). El Libro del Apocalipsis se refiere a esto como “los siete

espíritus de Dios” (Apocalipsis 3:1; 4:5; 5:6).

Dado que el número siete representa la perfección en la

Biblia, cuando Isaías nos habla del Mesías, lo que está diciendo, en

realidad, es: “El Mesías será la expresión perfecta del Espíritu de

Dios”. El Mesías expresará la esencia espiritual de Dios de esas siete

formas. De su vida vendrá el Espíritu de sabiduría, el Espíritu de

inteligencia, el Espíritu de consejo, el Espíritu de poder, el Espíritu

de conocimiento y de temor de Jehová, el Espíritu de Dios.

Cuando usted lee los cuatro evangelios, ¿qué clase de retrato

de Jesús se forma en su mente? Según Isaías, así iba a ser (así fue) el

Mesías: Su vida expresaría el Espíritu de sabiduría y de inteligencia.

Conocería y comprendería la Palabra de Dios perfectamente. El

Espíritu de sabiduría significa la aplicación del conocimiento, por lo

que Jesús también demostraría Espíritu de sabiduría al aplicar la

Palabra de Dios a su propia vida y las vidas de los demás. Esto quiere

decir que iba a demostrar Espíritu de consejo. Al hacerlo, habría una

dinámica en su vida y su ministerio que iba a cambiar las vidas,

demostrando así el Espíritu de poder.

Finalmente, Isaías profetiza que el Mesías iba a expresar y

demostrar el Espíritu de temor de Dios. Y agrega el comentario de

que se deleitará en esta última expresión del Espíritu. Cuando usted

lee los evangelios, puede ver que, cuando Jesús no está ministrando a

las personas, está orando y adorando en soledad. Lea los cuatro

evangelios buscando esta séptuple, perfecta expresión del Espíritu de

Dios cumplida en la vida de Jesús.

En la última mitad del siglo veinte hubo un renacer del interés

en el Espíritu Santo. Al interpretar nuestras experiencias del Espíritu

Santo, creamos muchas divisiones y confusión porque cometemos

errores en la forma de catalogar nuestras experiencias con Él. Por

ejemplo, ¿alguna vez escuchó hablar de un creyente lleno del

Espíritu, o un pastor lleno del Espíritu, o una iglesia llena del

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Espíritu? La implicación es que hay dos clases de creyentes, pastores

o iglesias. Hay pastores, creyentes o iglesias llenos del Espíritu

Santo, y están los otros creyentes, pastores e iglesias que nunca son

llenos del Espíritu.

¿Es eso lo que quiere decir la Biblia cuando habla de que los

creyentes sean llenos del Espíritu? Es algo que se ordena a todos los

creyentes: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18). En el griego

original, el mandato es, literalmente: “Sed (Vivid) siendo llenos del

Espíritu”. Esta instrucción está estructurada de forma tal que es,

claramente, un mandato y no una opción para el auténtico discípulo

de Jesucristo.

¿Qué significa ser lleno del Espíritu Santo? En el Libro de los

Hechos se nos dice que Pedro, “lleno del Espíritu”, predicó su gran

sermón en el día de Pentecostés. Más adelante, leemos: “Pedro, lleno

del Espíritu” predicó otra vez, y miles de personas fueron salvas.

Más adelante aun, leemos: “Pedro, lleno del Espíritu” hizo esto o

aquello. Ahora, en los momentos intermedios entre aquellos en que

se nos dice que Pedro estaba lleno del Espíritu, ¿estaba o no lleno del

Espíritu, Pedro?

El Espíritu Santo no es un líquido. El Espíritu Santo es una

Persona. O tenemos la Persona del Espíritu Santo en nuestra vida, o

no. La pregunta, en realidad, no es cuánto tenemos nosotros del

Espíritu, sino cuánto tiene Él de nosotros. Cuando Él tiene todo de

nosotros, entonces estamos llenos del Espíritu.

Un creyente lleno del Espíritu es un creyente controlado por

el Espíritu. Antes de ordenarnos vivir siendo llenados del Espíritu

Santo, Pablo escribió: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay

disolución; antes bien sed [vivid] llenos del Espíritu” (Efesios 5:18).

Así como una persona que está ebria está bajo la influencia o el

control del alcohol, nosotros debemos estar bajo la influencia o el

control del Espíritu Santo.

Esta hermosa profecía de Isaías debería enseñarnos que

ninguno de nosotros debe tener temor de ser lleno del Espíritu Santo.

Porque, si estamos llenos del Espíritu Santo, si estamos

absolutamente controlados por el Espíritu de Dios, si expresamos la

esencia de lo que Dios es en su Espíritu, seremos como Jesucristo

cuando Él expresó y exhibió estas siete dimensiones del Espíritu de

Dios.

Isaías nos dice aquí que Jesucristo fue la expresión perfecta

del Espíritu de Dios. Jesucristo estaba controlado por el Espíritu un

ciento por ciento todo el tiempo, es decir, vivía lleno del Espíritu

Santo todo el tiempo. El Espíritu de Dios se expresaba perfectamente

en la vida de Jesucristo. ¿Y cómo era Él? Lea los cuatro evangelios y

lo verá. ¿Puede alguien leer los evangelios y no querer ser como

Jesús? Obviamente, su vida es el modelo que deberíamos seguir

todos para vivir nuestra vida expresando la esencia espiritual de

nuestro Dios... que es Espíritu.

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La carretera de Dios

En Isaías 40 encontramos otra hermosa profecía mesiánica:

“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad

calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese

todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane.

Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá;

porque la boca de Jehová ha hablado” (vv. 3–5).

Cuando Juan el Bautista llegó predicando los sermones de

Isaías, predicó este sermón (Lucas 3:4–6). Este es uno de los

mayores sermones de Isaías. Predica que Dios vendrá a este mundo

en la Persona de su Hijo, el Mesías. Isaías compara esto con un rey

que sale de viaje. Si un rey salía de viaje a un pueblo lejano, sus

súbditos le construían una carretera sobre la cual andar, y la llamaban

“la carretera del rey”. Cuando se construye una carretera, se hacen

cuatro cosas: se allanan las montañas, se rellenan los valles, se

enderezan los lugares torcidos y se alisan los lugares ásperos.

Isaías usa esta ilustración cotidiana para decir, básicamente:

“Dios quiere viajar a este mundo, pero necesita una carretera para

viajar. La carretera en la cual Dios vendrá a este mundo será la vida

de su Hijo. La vida del Hijo de Dios será una de la cual podrá decirse

que las montañas de orgullo serán aplanadas, los valles o lugares

vacíos serán llenados, los lugares torcidos de pecado serán

enderezados y la respuesta del Hijo de Dios a los lugares ásperos será

tal, que esos lugares ásperos se alisarán. Entonces habrá una

Carretera en la cual Dios podrá viajar a este mundo, y toda carne verá

la salvación y la gloria de Dios a través de ella”.

Dado que Jesús nos estaba mostrando cómo debemos vivir,

esto significa que nuestras vidas deben ser carreteras para Dios.

Permítame que lo desafíe a hacer esta oración: “Dios, haz de mi vida

una carretera en la cual puedas viajar a este mundo”. Una vez que

haya hecho esta oración, no se sorprenda si las “topadoras de Dios”

comienzan a aplastar sus montañas de orgullo, a llenar sus valles y

lugares vacíos, a enderezar sus caminos torcidos de pecado y a alisar

sus lugares ásperos. Cuando usted y yo hacemos esa oración, Dios

cuelga un cartel en nuestras vidas: “Cuidado. ¡Dios trabajando!”.

El Manifiesto de Nazaret

Otro hermoso sermón de Isaías se encuentra en el capítulo 61.

Es una profecía mesiánica del ministerio público de Jesús. Cuando

Jesús comenzó sus tres años de ministerio público, lo hizo con un

manifiesto que los eruditos llaman “el Manifiesto de Nazaret”. Jesús

fue a su ciudad natal, a la sinagoga, y pidió el rollo de Isaías, el

profeta. Abrió el rollo casi hasta el final y leyó las siguientes

palabras: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me

ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos,

a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los

cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la

buena voluntad de Jehová” (Isaías 61:1, 2; Lucas 4:18). Después,

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

12

anunció que las palabras que había leído estaban siendo cumplidas

ese mismo día.

Si comparamos la profecía de Isaías en el capítulo 61 con la

cita que de ella hace el Señor en Lucas, capítulo 4, veremos que

Jesús terminó la cita en mitad de una frase. Isaías continúa: “...y el

día de venganza del Dios nuestro”. Jesús no leyó esa parte del

versículo, porque ella se refiere a su Segunda Venida. El Mesías

volverá y se vengará de todos los enemigos de Dios. Jesús se detuvo

en mitad de la frase y entregó el rollo nuevamente al rabí porque

estaba anunciando su manifiesto para los tres años de su ministerio

que comenzaban ese día. Después dijo: “Hoy se ha cumplido esta

Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:18-21).

Jesús estaba diciendo: “El Espíritu de Dios está sobre mí. Me

ha ungido para predicar un mensaje a los pobres”. Esos pobres eran

pobres porque eran ciegos. Su ceguera significaba que no sabían

distinguir su mano izquierda de su mano derecha. También eran

pobres porque estaban cautivos, es decir, no eran libres. Y eran

pobres porque estaban quebrantados y abatidos.

Ese día, en la sinagoga de su ciudad natal, Jesús, básicamente,

anunció: “Mi ministerio está dirigido a las personas ciegas, cautivas,

quebrantadas y abatidas. Cuando les proclame mi evangelio a esos

pobres, los ciegos verán, los cautivos serán liberados, los

quebrantados y abatidos serán sanados”. Después de declarar este

gran Manifiesto de Nazaret, Jesús comenzó sus tres años de

ministerio público.

El Manifiesto de Nazaret es un hermoso marco a través del

cual se puede ver el ministerio de Jesucristo en cualquiera de los

cuatro evangelios, pero especialmente en el de Lucas. Cuando Jesús,

que era Dios con nosotros, quiso proclamar un manifiesto que

explicara Quién era Él, Qué era Él, y qué estaba haciendo aquí, Él,

como Juan el Bautista, predicó uno de los sermones de Isaías.

Cuando lea los cuatro evangelios, observe lo que hizo Jesús

durante los tres años posteriores a la lectura de su manifiesto. Les dio

vista a los ciegos. Además de sanar, literalmente, a los ciegos,

también, por medio de su ministerio de enseñanza, dio vista espiritual

a los que eran ciegos en espíritu. Tuvo gran compasión por las

multitudes, porque eran como ovejas que no sabían distinguir la

derecha de la izquierda. Dar vista a los ciegos espirituales era,

obviamente, una metáfora referida a su ministerio de enseñanza.

En su ministerio de aconsejamiento, dio libertad a los

cautivos. Les prometió que los guiaría a la Verdad que los iba a hacer

libres si lo seguían a Él (Juan 8:30-35).

Si usted es ciego espiritualmente, si está confundido, si no

distingue la derecha de la izquierda, el ministerio del Mesías es para

usted. Su misión es satisfacer la necesidad que usted tiene, ocuparse

de que usted reciba la vista. Si usted no es libre, si es adicto, si es

controlado por hábitos y apetitos y deseos, el ministerio del Mesías

es para usted. Él vino para las personas como usted. Él quiere

liberarlo. Si usted está quebrantado y abatido porque su vida es

difícil, recuerde que Jesús vino para las personas como usted. Él

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

13

quiere sanarlo.

Si usted ya ha experimentado la milagrosa salvación que

Jesús e Isaías presentan en el Manifiesto del Mesías, cuando salga al

mundo para interactuar con otras personas, recuerde que el ministerio

de Jesús también es para ellas. Pregúntese: “¿Son ciegos? ¿Están

cautivos? ¿Están quebrantados?”. El Cristo que está en usted quiere

ministrar en sus vidas, como ha ministrado en la suya. Ahora, Él

quiere ministrarles a través de usted.

En sus últimas horas con los apóstoles antes de morir en la

cruz, Jesús les dijo que les enviaría al Consolador, el Espíritu Santo,

que estaría en ellos. Eso es lo que el Nuevo Testamento quiere decir

cuando afirma que nosotros, los seguidores de Jesucristo, su iglesia,

somos “el cuerpo de Cristo”. Él vive en nosotros. Somos sus manos,

sus pies, el cuerpo mismo por medio del cual Él se expresa hoy,

dando vista a los ciegos, libertad a los cautivos y sanidad a los

quebrantados y abatidos de este mundo.

El Salvador sufriente

Otra dimensión de la profecía mesiánica de Isaías se refiere a

la muerte de Jesucristo. El capítulo 53 de Isaías es el más grande de

la Biblia sobre el significado de la muerte de Jesucristo. En este bello

capítulo, Isaías comienza con la pregunta: “¿Quién ha creído a

nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de

Jehová?”. Recuerde, Isaías había sido enviado a predicar a personas

que no le iban a creer. Él tenía plena conciencia de que, cuando la

Palabra de Dios es predicada, si el Espíritu Santo no revela el

significado de esa Palabra a la gente, no la comprenderán ni la

creerán.

Lo que Isaías estaba preguntando, en realidad, era: “¿Quién

comprende verdaderamente el significado de la muerte de Jesús?” El

centro de la enseñanza de Isaías en este capítulo se encuentra en el

versículo 6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada

cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de

todos nosotros”. ¿Cómo cargó Dios nuestro pecado sobre el Mesías?

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros

pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos

nosotros curados” (v. 5).

El versículo 6 comienza con la palabra “todos”. La primera

vez que Isaías utiliza esta palabra, “todos”, dice que somos todos

como ovejas. ¿Lo incluye esto a usted? Recuerde que en el Salmo 23

dice: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados

pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará”

(vv. 1, 2). Cuando confesamos que el Señor es nuestro Pastor,

también estamos confesando que somos ovejas. Ahora, en este

profundo versículo de Isaías encontramos otro lugar donde la Biblia

nos exhorta a confesar que somos ovejas. Todos somos ovejas que se

han apartado. En otras palabras, todos somos pecadores; todos

seguimos nuestros propios caminos.

La segunda vez que Isaías usa la palabra “todos” es para

darnos la buena noticia. “Jehová cargó en él el pecado de todos

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nosotros”. ¿Cree usted que está incluido en este último “todos” de

Isaías? Si confiesa que el primer “todos” lo incluye, entonces está

confesando lo que necesita para aplicar el significado de la muerte de

Jesucristo en la cruz a su vida. Podrá, entonces, experimentar la

salvación que se reveló cuando Dios utilizó la vida de su Hijo como

carretera para viajar a este mundo.

Capítulo 4

La profecía de Jeremías

Una serie de sollozos

El siguiente profeta mayor del Antiguo Testamento es el

profeta Jeremías. Se lo llama “el profeta llorón”, porque lloraba la

mayor parte del tiempo. De hecho, la profecía de Jeremías es, en

realidad, “una serie de sollozos”. Es casi imposible hacer un

bosquejo de su libro, porque la gente no llora siguiendo un bosquejo.

Después de llorar durante cincuenta y dos capítulos, Jeremías escribe

un extraordinario poema que es un apéndice de su profecía, llamado

“Lamentaciones”, es decir, “llantos”. En esta bella elegía, que es una

obra maestra literaria, Jeremías continúa llorando.

Un poco de perspectiva histórica

¿Por qué lloraba Jeremías? ¿Qué lo angustiaba tanto? ¿Cuál

era la agonía de su corazón? Para responder estas preguntas,

debemos comprender el contexto histórico en el cual vivió este

profeta, y en el cual predicó y escribió esta profecía que llamamos

“el Libro de Jeremías”.

En los primeros versículos, leemos que este profeta comenzó

su ministerio en el décimotercer año del rey Josías y ministró durante

el reinado de Sedequías, es decir, aproximadamente cuarenta y un

años. Comenzó su ministerio cuando un rey bueno, Josías, estaba

gobernando en Judá. Durante el reinado de Josías, algunos obreros

que estaban reconstruyendo el templo descubrieron varios rollos de

la Palabra de Dios. El pueblo de Dios estaba tan lejos del Señor,

espiritualmente, que había olvidado que existían las Escrituras, la

Palabra de Dios. Los otros reyes que se mencionan en los primeros

versículos de Jeremías son los que reinaron después de él y están

relacionados con la caída de Jerusalén y la cautividad en Babilonia.

La caída de Jerusalén fue una catástrofe que se extendió a lo

largo de casi veinte años. La primera vez que cayó Jerusalén, el rey

era Joacim, quien se rindió ante el ejército de Nabucodonosor y lo

sirvió en Jerusalén durante tres años. Cuando Nabucodonosor

conquistó Jerusalén, el ejército babilónico entró en la ciudad, y los

judíos se vieron obligados a servir a los babilonios y pagarles tributo.

Pero, después de tres años, Joacim se rebeló, así que el ejército de

Nabucodonosor conquistó Jerusalén por segunda vez. Entonces,

Joaquín, hijo de Joacim, que era solo un niño, entregó formalmente la

ciudad una vez más. Esta vez, los babilonios llevaron a mucha gente

de Judá a Babilonia como cautivos.

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

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Cuando Joaquín entregó la ciudad por segunda vez, su tío

Sedequías fue nombrado “rey títere” —ya que solo gobernaba en

teoría— sobre Jerusalén. Gobernó durante once años, al cabo de los

cuales, también él se rebeló contra los babilonios. Esta vez, el

ejército babilónico destruyó por completo la ciudad de Jerusalén. No

quedó piedra sobre piedra. Cuando los babilonios conquistaron

Jerusalén por tercera vez, se llevaron a todo el pueblo a Babilonia,

excepto por los muy ancianos, los enfermos, los débiles y el profeta

llorón, Jeremías.

Durante el reinado de Josías, Dios le dio a Jeremías la

revelación profética de una catástrofe inminente. Jeremías comenzó a

predicar que se acercaba la invasión de los babilonios, y que la

conquista y la cautividad que le seguirían eran resultado del pecado

del pueblo. Esto era, principalmente, debido a su idolatría, pero

también por todos los demás pecados que derivaban de la apostasía y

la falta de respeto por la Palabra de Dios.

Al principio, el mensaje de Jeremías y los demás profetas era,

básicamente, este: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi

nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren

de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré

sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Pero el pueblo no

prestó atención a la predicación, y el mensaje profético cambió. Los

profetas como Jeremías comenzaron a predicar: “Se acerca el juicio

de Dios. ¡No hay forma de que puedan escapar de él!”.

Un hombre odiado

Cuando comenzó el sitio de Jerusalén, Jeremías predicó un

mensaje tan impopular que se convirtió en el más odiado de todos los

profetas. Tenía un mensaje doble. La primera parte del mensaje era

que la conquista y la cautividad, ahora, eran inevitables. Pero la otra

parte del mensaje de Jeremías era de esperanza. A diferencia de la

cautividad del reino del norte, los profetas que profetizaron la

cautividad en Babilonia del reino del sur tenían un mensaje de

esperanza para predicar: “Setenta años después de ir como cautivos a

Babilonia, ustedes regresarán”.

Jeremías creyó y predicó este mensaje de esperanza tan

enfáticamente, que cuando el ejército babilónico comenzó el sitio de

Jerusalén, predicó: “Este es el plan de Dios, y es irrevocable. Les

conviene ir y rendirse ante Nabucodonosor. Vayan a Babilonia,

porque cuanto antes vayan, antes volverán”.

Dado que Jeremías predicaba que el pueblo de Judá debía

rendirse, lo odiaron. Decían que el mensaje de Jeremías era una

traición, y en cierto modo lo era. Lo arrojaron en una cárcel, y lo

metieron en una cisterna llena de lodo. Allí lo dejaron con las ratas,

para que muriera de hambre.

El alfarero y la arcilla

Jeremías y otros profetas hacían cualquier cosa para que lo

que predicaban quedara en claro. Describían muy vívidamente lo que

estaban tratando de comunicar, algunas veces, por medio de lo que se

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llaman “actos simbólicos”. Por ejemplo, Jeremías hizo un gran

predicación con un acto simbólico en el capítulo 18, llamada “La

Vasija Reciclada”. Jeremías predicó que Dios le había dicho que

fuera a la casa del alfarero. Mientras estaba allí, vio cómo el alfarero

hacía una vasija. Estaba tratando de hacer una vasija hermosa, pero

no le salía como él quería. Disgustado, el alfarero la arrojó al suelo y

la rompió. Después, recicló la arcilla y la convirtió en otra vasija.

Cuando predicó este sermón, Jeremías le estaba diciendo al

pueblo: “Ustedes eran como una vasija que el Divino Alfarero, Dios,

estaba formando. Pero no salieron como Dios quería, así que los está

castigando. Dios los llevará a Babilonia, los reciclará, y los traerá de

regreso de Babilonia como una vasija totalmente nueva”.

La aplicación personal para usted y para mí es obvia. Algunas

veces, nuestras vidas no salen según los planes de Dios. Así que Dios

tiene que reciclarnos. ¿Se ha sentido así alguna vez? De repente, toda

su vida se desmorona. Usted siente como si hubiera sido arrojado a

un montón de arcilla y como si lo estuvieran transformando en una

nueva vasija. La transición de la vasija vieja a la nueva puede ser una

agonía, pero después que esa nueva vasija ha tomado forma, ¡es

gloriosa! Como escribió el apóstol Pablo, “Si alguno está en Cristo,

nueva criatura es” (2 Corintios 5:17).

A lo largo de todo el Libro de Jeremías, debemos buscar las

aplicaciones personales de los profundos sermones de este gran

profeta. Hay momentos en que Dios debe castigarnos y reciclarnos

para hacer nuevas vasijas de nosotros. Cuando las consecuencias de

nuestros pecados son irrevocables y las cicatrices son irreversibles,

debemos ser transformados en nuevas vasijas como en este gran

sermón del alfarero que predicó Jeremías. Lamentablemente, la

mayoría de nosotros no buscamos ni le pedimos a Dios que

transforme nuestras vidas, como los que rechazaron la predicación de

Jeremías.

La vasija destrozada

Un día, Dios le dijo a Jeremías que fuera y comprara una

vasija grande y muy costosa, llevara consigo a algunos de los

ancianos y sacerdotes, y fuera cerca de la puerta oriental de la ciudad.

Cuando logró que la gente le prestara atención, Jeremías tomó la

vasija y la hizo pedazos contra el suelo. Después, predicó,

básicamente: “Ustedes, que luchan contra Nabucodonosor, se rebelan

contra los babilonios y se niegan a entregarse a ellos, van a ser

destrozados como esta vasija. No habrá reciclado, no habrá retorno.

¡Serán terminados! ¡Serán aniquilados!” (ver Jeremías 19:10, 11).

Profecías mesiánicas

Cuando Jeremías pronunciaba sus mensajes de cautividad y

de esperanza, después, mezclaba sus profecías sobre el retorno de la

cautividad con profecías sobre la venida del Mesías. La venida del

Mesías era la máxima esperanza, no solo para Judá, sino para todo el

mundo.

Uno de estos mensajes está en el capítulo 29. El pueblo estaba

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a punto de comenzar su cautividad en Babilonia. Por medio de una

carta de Jeremías, Dios les dijo: “Porque yo sé los pensamientos que

tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de

mal, para daros el fin que esperáis. Entonces [en vuestra cautividad]

me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis

y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré

hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y

os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os

arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar”

(vv. 11–14).

Este es un resumen y una paráfrasis del magnífico sermón

que Jeremías pronunció para el pueblo de Judá cuando este

comenzaba la cautividad y el trabajo forzado en Babilonia: “El Padre

amoroso los está castigando, pero es para su bien, no para su mal.

Dios quiere darles un futuro y una esperanza. Mientras estén en

Babilonia, clamen a Dios. Si buscan a Dios con todo su corazón, Él

los escuchará. Serán hallados por Dios, y Él los traerá de regreso de

la cautividad”.

Cuando profetizó la cautividad, Jeremías estuvo dispuesto a

sufrir toda clase de dificultades y persecuciones por su mensaje. Pero

creía en su mensaje, porque sabía que Dios se lo había dado y que era

la verdad. ¡Y lo era! Una observación importante con respecto de las

profecías de Jeremías es que todas ellas se cumplieron.

Cuando lea la profecía de Jeremías, busque el mensaje sobre

el castigo y el juicio de Dios para el pueblo de Judá. Pero no pase por

alto el mensaje de esperanza. Aplique ambos mensajes a su vida, y

recuerde esto: Cuando Dios lo castiga, Él sabe los planes que tiene

para su vida: planes para prosperarlo espiritualmente, planes para

darle esperanza y futuro. Lo importante es que usted responda al

castigo de Dios de manera correcta, para que, finalmente, Dios pueda

hacerlo regresar de su experiencia personal de cautividad como el

pródigo, hecho una nueva vasija.

Capítulo 5

El cantor de la cautividad

Justo cuando el pueblo estaba por salir, encadenado, hacia

Babilonia, Jeremías les dio algunas palabras de esperanza para que

pudieran soportar la cautividad. Quienes habían sobrevivido a la

masacre cuando cayó Jerusalén estaban atónitos, llenos de dolor y

terror. Estas ungidas palabras de Jeremías los ayudarían a sobrevivir

setenta años de cautividad: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en

su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe

en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en

entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia,

juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”

(Jeremías 9:23, 24).

Algunas traducciones traducen “alabarse” como ‘gloriarse’.

Jeremías estaba diciendo, básicamente: “Si ustedes son ricos, no se

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gloríen en sus riquezas. Si son fuertes, no se gloríen en su fuerza. Si

son sabios o tienen una buena educación, no se gloríen en su

sabiduría ni en su educación”. La palabra “gloriarse” significa ‘sacar

todo el potencial que tiene una situación en particular para expresar

la esencia plena de Quién es Dios y Qué es Dios en nuestra vida’.

Pero, en esta situación, Jeremías no aplica la palabra tanto a

Dios como a estos cautivos. Por ejemplo, Jeremías le está diciendo al

hombre que es rico: “Ya no puedes confiar en que las riquezas

expresen el pleno potencial de tu vida. No encontrarás tu plenitud en

las riquezas”. Los ricos que iban cautivos habían sido despojados de

sus riquezas. Podrían haberse gloriado en sus riquezas antes que

cayera Jerusalén, pero no ahora. De la misma forma, Jeremías les

decía a los sabios y fuertes: “Sabio, no te sientes demasiado

inteligente ahora que te llevan encadenado, ¿verdad? Fuerte, ya no

puedes gloriarte en tu fuerza. Vas a comer raciones miserables en

Babilonia, y llegarás a sentirte muy débil físicamente”.

Hasta ahora, esto suena solo como un mensaje negativo. Pero

hay una parte positiva del mensaje de Jeremías. Dios dice a los

cautivos, a través de Jeremías: “Si ustedes realmente quieren

comprender el significado y el propósito de la vida, y desarrollar todo

su potencial, vengan a mí relacionándose con la esencia de Quien soy

y lo que soy”. Jeremías está predicando: “Descubrirán su pleno

potencial cuando conozcan la esencia, en la tierra, de lo que Dios es

en el cielo. Podrán comprender la esencia del ser de Dios, y por

consiguiente su propia esencia, si comprenden que Dios se revela en

la tierra por medio de sus atributos”. Los atributos de Dios son lo que

forma su personalidad.

En este magnífico sermón, Jeremías predica que: “Así podrán

conocer a Dios: Dios puede ser conocido por medio de lo que Él es.

Por medio de su misericordia eterna, por medio de su rectitud, y por

medio de su justicia absoluta”. Ahora bien, ¡esto seguramente les dio

algo que pensar a esas personas mientras hacían trabajos forzados en

Babilonia! Sabían que no iban a encontrar su pleno significado y

realización en la riqueza, ni en la educación, ni en sus fuerzas físicas.

Tenían que buscar significado y realización en otro lugar. Según el

profeta, este era un buen momento para encontrar su significado y su

realización plena en conocer a Dios. Y eso era algo que sus capataces

no podrían quitarles jamás.

Prueba del regreso

En Jeremías 32 y 33, leemos sobre una de las mejores cosas

que hizo Jeremías. Sucede en el punto más álgido del sitio, hacia el

final del reinado del rey Sedequías. La ciudad estaba cayendo.

Mientras estaba en prisión por lo que había predicado, Jeremías

recibió una revelación de Dios. Dios le reveló que su primo

Hanameel iría a verlo para pedirle que comprara una granja que

estaba en Anatot. ¡Con Jerusalén bajo sitio, no era el mejor momento

para comprar una propiedad cerca de la ciudad! Pero Dios le dijo a

Jeremías que comprara la propiedad. Efectivamente, vino Hanameel

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y le dijo a Jeremías: “Tengo esta granja en Anatot. Dios me ha puesto

en el corazón que venga a ofrecértela”.

Jeremías accedió a comprar la propiedad y transformó la

compra en una superproducción. Trajo testigos, abogados y escribas,

e hizo que la compra fuera oficial y bien publicitada. Firmó la

escritura, la selló y la colocó en una vasija. Después, predicó otro

gran sermón por medio de ese acto simbólico. De hecho, predicó así:

“Les he estado diciendo que ustedes van a volver de la cautividad en

Babilonia. Pues bien, déjenme demostrarles que realmente lo creo.

Acabo de comprar una propiedad a unos cinco kilómetros de

Jerusalén. ¿Creen que haría esto si no creyera que ustedes van a

volver? Dios restaurará las fortunas de Israel”. No deje de leer el

elocuente y poderoso sermón que Jeremías predicó para ampliar y

explicar este magnífico acto de fe (capítulo 32).

Este hermoso sermón de esperanza que Jeremías comienza en

el capítulo 32 fue el contexto histórico en que predicó las conocidas

palabras: “Así ha dicho Jehová, [...]: Clama a mí, y yo te responderé,

y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías

33:3). ¿Alguna vez clamó usted a Dios? Dios desea que todos

clamemos a Él, porque desea mostrarnos cosas grandes y tremendas

que nunca hemos visto antes.

¿Lo ve? No toda la predicación de Jeremías era de

condenación y tristeza. Había mucha esperanza para el pueblo de

Dios en sus sermones. Fue la única esperanza que el pueblo de Judá

tuvo cuando Jerusalén cayó y fueron como cautivos a Babilonia.

Asuntos del corazón

A medida que estudiamos brevemente algunos otros

sermones de Jeremías, recuerde que no lo hacemos en orden

cronológico. Él y su escriba, Baruc, no registraron los sermones a

medida que Jeremías los predicaba, sino los recordaron años después,

cuando él estaba en la cárcel.

Otro gran sermón resumido de Jeremías se encuentra al

principio del libro. El Señor dijo por medio de Jeremías: “Porque dos

males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y

cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”

(Jeremías 2:13).

El pueblo se había apartado de Dios y de la sabiduría que hay

en su Palabra. Creían en los escribas, que habían convertido la Ley

de Dios en una mentira, según Jeremías. El gran profeta escribió:

“¿Cómo decís: Nosotros somos sabios, y la ley de Jehová está con

nosotros? Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa

de los escribas” (8:8). Ahora bien, cuando alguien nos convence de

que la Palabra de Dios no es confiable, ¿qué podemos creer? Lo

único que nos queda es sabiduría y filosofía humanas. Y Jeremías

preguntó qué sabiduría hay en ellas, comparada con la sabiduría que

se encuentra en la Palabra de Dios.

¿Pueden cambiar las personas?

¿Tiene usted conciencia del hecho de que la Biblia nunca le

dice que cambie ni que se esfuerce por hacer mejor las cosas? Me

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sorprende la cantidad de personas que creen que la Biblia solo se

ocupa de eso: haz las cosas lo mejor posible y esfuérzate por ser

mejor. La Biblia no nos dice que hagamos eso. En realidad, Jeremías

se burla de nosotros por tratar de cambiarnos a nosotros mismos.

Predica: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así

también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer

mal?” (Jeremías 13:23).

No podemos cambiarnos a nosotros mismos. Se nos exhorta a

ser “transformados por medio de la renovación de nuestro

entendimiento” (ver Romanos 12:2). Jesús nos dice que debemos

nacer de nuevo. Cuando somos transformados, o nacemos de nuevo,

para nosotros es una experiencia pasiva. No es lo mismo que nos

digan que cambiemos o que nos esforcemos por hacer mejor las

cosas.

¿Quién conoce nuestro corazón?

Jeremías también dijo esto sobre el corazón humano:

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién

lo conocerá?” (Jeremías 17:9). La respuesta, por supuesto, es que solo

Dios conoce nuestros corazones. “Yo Jehová, que escudriño la

mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino,

según el fruto de sus obras” (v. 10).

Dios conoce su corazón. Quizá usted haya engañado a sus

familiares, a sus amigos, aun a usted mismo, pero no puede engañar a

Dios. Él conoce su corazón y quiere hacerlo nuevo. Ore como oró el

sabio rey David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;

pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de

perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23, 24).

A lo largo de todo el Libro de Jeremías, debemos buscar las

aplicaciones personales de los profundos sermones de este gran

profeta. Hay momentos en que Dios debe castigarnos y reciclarnos

para hacernos vasijas nuevas. Cuando las consecuencias de nuestros

pecados son irrevocables y las cicatrices son irreversibles, debemos

ser convertidos en vasijas nuevas como en el sermón que predicó

Jeremías cuando Dios lo envió a casa del alfarero.

Capítulo 6

Noticias tristes de parte de Dios

Jeremías tuvo una visión de dos canastas de higos (capítulo

24). Algunos estaban frescos y maduros, otros podridos y

enmohecidos, tanto que no se podían comer. El Señor le dijo a

Jeremías: “Los higos sanos representan a los exiliados que fueron a

Babilonia. Yo los he exiliado por su propio bien. Me ocuparé de que

sean bien tratados y los traeré de regreso aquí. Los ayudaré y no les

haré mal. Los plantaré y no los arrancaré. Ellos serán mi pueblo, y

Yo seré su Dios, porque regresarán a mí con gran gozo.

“Pero los higos podridos representan a Sedequías, rey de

Judá, sus oficiales y todos los de Jerusalén que quedan en esta tierra.

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También a los que viven en Egipto. Los trataré como a higos

podridos, demasiado malos como para usarlos. Enviaré masacre,

hambruna y enfermedades entre ellos hasta que sean destruidos”.

Jeremías predicó este mensaje continuamente. Había dos

clases de personas en Jerusalén cuando la ciudad caía ante el imperio

babilónico: quienes se dieron cuenta de que el cautiverio en

Babilonia era un castigo de Dios, aceptaron la disciplina divina y se

arrepintieron. Y quienes, como Sedequías, se negaron a reconocer

que esto era voluntad de Dios, rechazaron la predicación de Jeremías

y se rebelaron contra los babilonios. Ellos se convirtieron en los

higos podridos o la vasija rota del sermón anterior de Jeremías.

Argumentos en contra del humanismo

Algunos de los sermones de Jeremías se oponen a lo que hoy

llamamos “humanismo”. Algunas ideologías surgen y se hacen

populares en nuestra época, y pensamos que son actuales y

contemporáneas; pero, en realidad, no son nada nuevo. Son,

simplemente, viejas herejías que resurgen. Como el humanismo,

estas ideologías, que enseñan que lo único que el hombre necesita es

al hombre, se remontan a la historia antigua. “Yo soy el amo de mi

destino y el capitán de mi alma”, es el mantra del humanista. Pero,

cuando estudiamos la vida de hombres como Moisés, encontramos la

ideología opuesta. Encontramos absolutos espirituales que surgen de

sus vidas, como “Yo no soy, pero Dios es, y Dios está conmigo. Yo

no puedo, pero Él puede, y Él está conmigo”.

¿Necesitamos a Dios?

Jeremías argumenta en contra del pensamiento humanista

cuando predica sermones como este del capítulo 10: “Conozco, oh

Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que

camina es el ordenar sus pasos” (10:23). Vea este: “Maldito el varón

que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se

aparta de Jehová” (17:5). Después, Jeremías nos da el resultado

positivo de esa verdad: “Bendito el varón que confía en Jehová, y

cuya confianza es Jehová” (17:7).

Muchas personas creen que no necesitan un Pastor. Jamás han

tenido un problema que no pudieran solucionar. Creen que el ingenio

del hombre, su intelecto y su talento es lo único que necesitan. Pero

la Biblia dice, vez tras vez: “No, no es eso lo único que necesitas.

Necesitas un Pastor. Necesitas sabiduría de Dios, y necesitas un

poder dinámico (gracia) de Dios para aplicar la sabiduría que recibes

de Él” (Santiago 1:5; 2 Corintios 9:8). Esa es la filosofía y la

enseñanza continua de todos los profetas, y del Antiguo y el Nuevo

Testamento.

Listo para la Palabra

La cura de Jeremías para la apostasía de Judá, el pecado que

produjo la cautividad en Babilonia, está expresada en otro gran

sermón que se encuentra en el capítulo 4: “Porque así dice Jehová a

todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad campo para vosotros, y no

sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio

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22

de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea

que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la

apague, por la maldad de vuestras obras” (vv. 3, 4).

Este hermoso sermón de Jeremías es similar a un sermón del

Señor que se encuentra en los evangelios, que se llama “La Parábola

del Sembrador”. Jesús dijo que, cuando la Palabra de Dios es

predicada, es como si un agricultor plantara semillas. Cuando

siembra las semillas, estas caen en cuatro clases distintas de suelo.

Los cuatro suelos representan cuatro respuestas diferentes a la

Palabra de Dios predicada o enseñada. Algunas veces, la Palabra no

penetra en la mente del que la escucha; algunas veces, no penetra en

su voluntad; algunas veces, penetra en la mente y la voluntad, pero

cuando crece, es ahogada por los espinos que son las preocupaciones

de este mundo, las riquezas y otras distracciones. Otras veces, crece y

produce diversas cantidades de fruto.

En su maravillosa parábola, Jesús quizá tomó como base este

sermón de Jeremías. El profeta dijo al pueblo: “Sus vidas son como

una tierra sin trabajar. No se ha sembrado ninguna semilla en ella

desde hace mucho tiempo”. Ellos habían olvidado la Palabra de Dios.

Todos los problemas de la gente y las circunstancias estaban

preparando el suelo de sus vidas para que recibieran la Palabra de

Dios nuevamente. Dios estaba preparando el suelo de sus vidas para

que escucharan su Palabra.

Jeremías habló de circuncidar el corazón. El apóstol Pablo,

quien también utilizó esa expresión, quizá la haya aprendido de

Jeremías. Pablo escribió que la circuncisión era para el pueblo de

Dios en el Antiguo Testamento lo que el bautismo es para el pueblo

de Dios en el Nuevo Testamento y en la actualidad. La circuncisión

era la ordenanza, el sacramento, por medio del cual el pueblo judío

expresaba su fe. El bautismo es la forma en que Jesús nos enseñó a

expresar nuestra fe en Él hoy.

Cualquier ordenanza puede convertirse en un formulismo

vacío. Cualquier ceremonia, sin la realidad que representa, llega a ser

vacía y totalmente sin significado. Jesús, los apóstoles y los profetas

hicieron énfasis en la diferencia entre profesar y hacer. Lo que

hacemos, la forma en que vivimos, es siempre más importante que lo

que profesamos, lo que decimos. Vivir en la vida diaria lo que

representa la ordenanza es lo que Jeremías y Pablo llamaron

“circuncidar el corazón”.

¿Dice usted que cree? Si es así, no se limite a profesarlo; viva

en su vida lo que profesa creer.

La noticia triste de Dios

En el capítulo 23, Jeremías puso tanto humor como sátira en

su predicación, como lo demuestra esta paráfrasis de ese pasaje:

“Cuando uno de su pueblo, o uno de sus profetas o sacerdotes les

pregunte: ‘¿Qué noticia triste trae Jeremías del Señor hoy?’, le

contestarán: ‘¿Qué noticia triste? ¡Ustedes son la noticia triste,

porque el Señor los ha desechado!’. En cuanto a los falsos profetas y

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23

sacerdotes, y las personas que se ríen de ‘la noticia triste de Dios para

hoy’, yo los castigaré a ellos y a sus familias por decir eso”.

La gente se burlaba de Jeremías porque él nunca tenía nada

bueno para decir. Su mensaje, como hemos visto, era negativo,

porque la calamidad era inminente. Y todo lo que él dijo se cumplió,

la condenación y la tristeza, pero también la esperanza. La

predicación de Jeremías era la única esperanza para los judíos que

escuchaban sus sermones, y las profecías mesiánicas mezcladas con

su promesa de que regresarían de la cautividad representan nuestra

final, bendita esperanza hoy.

La carga de Jeremías

Su mensaje era muy emotivo: “¡Mis entrañas, mis entrañas!

Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de

mí; [...]. Quebrantamiento sobre quebrantamiento es anunciado;

porque toda la tierra es destruida” (Jeremías 4:19, 20). En sus

revelaciones proféticas sobre la conquista de Babilonia, Jeremías

podía, verdaderamente, escuchar los sonidos del ejército babilónico y

los gritos del pueblo de Judá. Dado que experimentaba

continuamente el horror de estos hechos, se preguntaba: “¿Hasta

cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?” (v. 21). Y

el Señor respondió: “Porque mi pueblo es necio, no me conocieron;

son hijos ignorantes y no son entendidos; sabios para hacer el mal,

pero hacer el bien no supieron” (v. 22).

Este sermón de Jeremías podría estar dirigido a nuestra

generación. Somos expertos en construir armas de destrucción

masiva, pero ¿sabemos siquiera lo que es bueno? La violencia y el

delito son epidemia en nuestro mundo. Tenemos un talento absoluto

para inventar armas termonucleares, químicas y biológicas de

destrucción masiva, pero parece que no tenemos gran talento para

hacer lo bueno. Ni siquiera sabemos qué es lo bueno.

La perseverancia de Jeremías

Jeremías dictó su versión original de este libro a su fiel

escriba Baruc desde un calabozo. Después de terminar el rollo con

sus sermones según recordaba haberlos predicado, pidió que fuera

leído al pueblo en el día santo de ayuno. Esto causó un tremendo

impacto en el pueblo, y finalmente, todo el rollo le fue leído también

al rey. Mientras le leían el rollo al rey, había un gran fuego en la

chimenea. A medida que iban leyendo cada segmento, el rey, con un

cuchillo afilado, cortaba esa sección del rollo y la echaba al fuego,

hasta que todo el rollo fue destruido.

Cuando le contaron esto a Jeremías, él mandó a buscar a

Baruc y le dijo a su fiel escriba que consiguiera un rollo más largo,

porque iba a escribir su libro otra vez, y había recordado muchos

otros sermones que no estaban en el primer rollo. Entonces dictó los

cincuenta y dos capítulos del libro que hemos estudiado. No

tendríamos el Libro de Jeremías si no hubiera sido por la

perseverancia de este gran profeta (capítulo 36).

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24

Capítulo 7

El Libro de Lamentaciones

A pesar de todo, Dios te ama

El Libro de Lamentaciones es la continuación del Libro de

Jeremías. Durante cincuenta y dos capítulos, Jeremías llora por las

revelaciones proféticas que Dios le da sobre la inminente conquista

de los babilonios. El libro de Jeremías termina con el profeta aún en

Judá, después que la mayoría del pueblo había sido llevado cautivo.

Aparentemente, después, él emigró a Egipto y, según la tradición, fue

martirizado allí. Otros eruditos nos dicen que Jeremías, finalmente,

fue a Babilonia a predicarle al pueblo de Judá que tanto amaba; otros

creen que pasó sus últimos días en la tierra de Judá.

El Libro de Lamentaciones tiene un nombre muy adecuado.

El “profeta llorón” sigue llorando porque la tierra ha sido

conquistada y las personas que tanto ama y que no fueron

masacradas han sido llevadas cautivas como esclavas a una tierra

distante.

Uno de los problemas que trata en Lamentaciones, que

también fue tratado por otros profetas, como Ezequiel y Daniel, es el

hecho de no poder estar cerca del templo. Los judíos creían que el

templo de Dios era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. Su

divina presencia vivía, de hecho, en el Lugar Santísimo del templo en

Jerusalén. En cierto sentido, el templo era el “domicilio” de Dios

para estos devotos profetas. Por eso, el profeta Daniel miraba a

Jerusalén cuando oraba. ¿Dónde estaba Dios ahora, para su pueblo

que estaba viviendo en Babilonia? Jerusalén era, literalmente, la

ciudad de Dios para ellos, y se sentían separados de su ciudad santa y

de su Santo Dios.

La gruta de Jeremías

Jeremías escribió el Libro de Lamentaciones mientras estaba

en una gruta ubicada en una colina. Hay un lugar allí que en la

actualidad es llamado “la gruta de Jeremías”, situada en una colina

llamada “Gólgota”. Por la divina providencia de Dios, la gruta o

cueva de Jeremías estaba en la colina del Calvario, donde Jesucristo

murió por los pecados del mundo. Veremos la significación de ese

detalle providencial cuando nos adentremos en el mensaje de

Lamentaciones.

La forma literaria de Lamentaciones

Como pieza literaria, Lamentaciones es una obra maestra de

la poesía que contiene cinco poemas o elegías en sus cinco capítulos.

Cada capítulo es un poema diferente, y cuatro de ellos son acrósticos.

En un poema acróstico, la primera estrofa comienza con la primera

letra del alfabeto; la segunda, con la segunda letra del alfabeto, y así

sucesivamente. Pero, aunque la forma literaria de este libro es muy

bella, es su mensaje inspirado lo que le ha ganado su lugar dentro de

la Palabra de Dios.

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Ese mensaje inspirado se centra en la tragedia de la conquista

y la cautividad en Babilonia. El mensaje es reflejado gráficamente y

con gran emoción: “¿Qué testigo te traeré, o a quién te haré

semejante, hija de Jerusalén? ¿A quién te compararé para consolarte,

oh virgen hija de Sion? Porque grande como el mar es tu

quebrantamiento; ¿quién te sanará?” (Lamentaciones 2:13). La vívida

descripción que hace Jeremías de Jerusalén después de la conquista

presenta gráficamente el horror de lo que sucedía cuando una ciudad

era conquistada por un imperio como el babilónico.

Casi cuando ya pensamos que este libro es solo tristeza y

desesperación, como lo hizo en su profecía, Jeremías nos sorprende

con una bella profecía mesiánica de esperanza. Seguramente, usted

recordará que Job hizo lo mismo en el momento de su mayor

sufrimiento (Job 19:25, 26). En el tercer capítulo de sus

Lamentaciones, cuando su desesperación es más profunda, Jeremías

recibe una maravillosa revelación profética: “Por la misericordia de

Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus

misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi

porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es

Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es

esperar en silencio la salvación de Jehová” (vv. 22–26).

El mensaje de esperanza que fue revelado a Jeremías era:

“¡Dios nunca deja de amarnos! Aunque pequemos, a pesar de todo,

Él nos ama. Nuestra esperanza está en el amor de Dios”. Jeremías les

dijo a los cautivos que eran llevados a Babilonia: “No se gloríen en

sus riquezas, ni en sus fuerzas, ni en su sabiduría ni en su educación.

Gloríense en Dios. Ustedes deben llegar a conocer a Dios y encontrar

su realización plena en Él. Pueden conocerlo confiando en su amor y

su misericordia, incondicionales y eternos”. Ahora, Dios le hace

saber a Jeremías que no podemos ganar su amor por nuestro buen

comportamiento ni lo perderemos por portarnos mal. Dios nunca,

nunca, nunca deja de amarnos.

Prueba del amor de Dios

En el tercer capítulo de Lamentaciones, leemos también:

“¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no

mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por

qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su

pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y

volvámonos a Jehová” (vv. 37–40).

Cuando Jeremías expresa esta gran esperanza, comparte una

verdad que descubrimos ya en el Libro de Job: que tanto los buenos

tiempos como los tiempos difíciles provienen de Dios (Job 2:10).

Esta verdad también es enseñada por Salomón, que predicó que

debemos alegrarnos cuando vivimos en un tiempo de prosperidad,

pero, en el día de adversidad, debemos reconocer que Dios hizo tanto

el uno como el otro. Antes de presentar esta enseñanza, nos dice que

es mejor ir a un funeral que a una fiesta, porque en un funeral

reflexionamos sobre los valores eternos. Pensamos en el hecho de

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26

que vamos a morir. Pensamos acerca de Dios, de la vida, de los

propósitos y el significado de la vida (Eclesiastés 7:2,14).

Recordemos que el pueblo de Dios era incurablemente

idólatra. Su pecado de idolatría no tenía límites, y esto incluía a los

sacerdotes corruptos y los falsos profetas. Pero el mensaje de

Jeremías y de los profetas de la cautividad también expresaba esta

esperanza: Dios los ama demasiado para verlos desperdiciar sus

vidas, día tras día, viviendo en pecado. Dios no permitirá que esto les

suceda, porque ustedes son su pueblo.

La aplicación devocional para nosotros es que, cuando Dios

nos castiga por nuestros pecados, ese castigo es una confirmación de

nuestra identidad como hijos de Dios. Como padres, disciplinábamos

a nuestros hijos si los veíamos hacer algo malo, precisamente porque

eran nuestros hijos. No disciplinábamos a otros niños del vecindario,

porque no eran nuestros hijos. El autor del Libro de Hebreos dice que

esta clase de castigo es una prueba de que el Señor es nuestro Padre

celestial y nos ama (Hebreos 12).

Capítulo 8

La profecía de Ezequiel

Cosas extrañas y maravillosas

Mientras el pueblo de Dios era llevado a pie a Babilonia, el

salmista dice que sus atormentadores se burlaban de ellos: “A ustedes

les gusta cantar. ¡Bueno, hágannos escuchar algunas de sus canciones

ahora!”. Pero el salmista dice: “¿Cómo cantaremos cántico de Jehová

en tierra de extraños?” (Salmos 137:4).

Ese fue el contexto histórico en que los profetas Ezequiel y

Daniel vivieron sus extraordinarias vidas y ministerios como

profetas. Ezequiel y Daniel tenían aproximadamente la misma edad.

Daniel fue llevado a Babilonia como cautivo cuando tenía más o

menos catorce años. Ezequiel fue llevado aproximadamente nueve

años después, cuando tenía veinticinco. Predicó en los campos de

trabajos forzados; fue el único profeta que ministró directamente a

los cautivos.

Dios no quiso que su pueblo estuviera sin profeta, ni siquiera

en la cautividad. Por lo tanto, comisionó al joven Ezequiel para que

fuera a la cautividad y ministrara a los exiliados. Un versículo clave

de este libro es: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y

que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para

que yo no la destruyese; y no lo hallé” (Ezequiel 22:30). Dios

deseaba que hubiera un hombre entre los cautivos que se pusiera en

la brecha entre Él y su pueblo. Y comisionó a Ezequiel para que

fuera ese hombre.

Literatura apocalíptica

“Cosas extrañas y maravillosas” es un buen título para el

Libro de Ezequiel, porque está lleno de profecías extrañas y

maravillosas. En cierto sentido, Ezequiel mismo fue un profeta

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27

extraño y maravilloso. Cuando comparamos a los profetas, vemos

que Daniel, Ezequiel y el apóstol Juan eran exiliados cuando

escribieron los libros de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis,

respectivamente. Daniel y Ezequiel eran exiliados en Babilonia, y

Juan había sido exiliado por los romanos en la isla de Patmos. Los

tres escribieron lo que los eruditos llaman “literatura apocalíptica”,

que viene de “apocalipsis”, palabra que significa ‘descorrer el velo’

para que las personas puedan ver cosas que de otra forma no podrían

ver.

Esta literatura apocalíptica, también llamada escatológica, no

solo nos lleva detrás del velo, sino que nos lleva al futuro.

Escatología (eschat significa ‘las últimas cosas’) significa ‘el estudio

de las últimas cosas’. Un profeta escatológico nos muestra lo que

sucederá cuando Dios haga llegar a su fin la historia humana según

su plan. Los eruditos hablan del plan de Dios para finalizar la historia

humana como “la doctrina de las últimas cosas” o “escatología”.

Bosquejo del libro de Ezequiel

El libro de Ezequiel, que está muy bien organizado, puede ser

resumido así: Ezequiel profetiza la destrucción de Jerusalén. Como

profeta de la cautividad, parte del objetivo de su misión era

contrarrestar el mensaje de muchos de los falsos profetas, que

proclamaban que habría un regreso anticipado de la cautividad

porque eso era lo que los cautivos deseaban escuchar.

Jeremías menciona a un falso profeta llamado Ananías, que

contradijo a Jeremías y dijo que la cautividad no iba a durar setenta

años, sino solo dos. Jeremías lo confrontó y predijo que ese profeta

moriría antes del fin de ese año, profecía que se cumplió literalmente

(Jeremías 28:11-17). Aparentemente, había muchos profetas falsos

que predicaban ese mensaje.

En los primeros veinticuatro capítulos de su libro, Ezequiel

refuta esta falsa profecía y enfatiza el hecho de que Jerusalén sería

destruida. Como Jeremías, Ezequiel predicó que no había forma de

evitar la conquista por parte de Babilonia y la destrucción de

Jerusalén.

En los capítulos 25 al 32, Ezequiel profetizó contra Babilonia,

la nación que iba a destruir Jerusalén. A esto le sigue una profecía

llena de esperanza, de que Jerusalén se levantaría nuevamente

(capítulos 33 – 40). Los últimos ocho capítulos de Ezequiel

contienen una profecía escatológica. Profetizó que en el mismo lugar

donde estaba ubicado el templo de Salomón, se levantaría otro

templo, que es llamado el templo del milenio.

La comisión de Ezequiel

La mayoría de los sermones de Ezequiel le llegaron en forma

de visiones, muchas de las cuales también pueden encontrarse en el

Libro del Apocalipsis. La primera revelación de Ezequiel comienza

así: “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una

gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor,

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y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente, y en

medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su

apariencia: había en ellos semejanza de hombre. Cada uno tenía

cuatro caras y cuatro alas. […]. Y el aspecto de sus caras era cara de

hombre, y cara de león al lado derecho de los cuatro, y cara de buey a

la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de

águila. […]. Mientras yo miraba los seres vivientes, he aquí una

rueda sobre la tierra junto a los seres vivientes, a los cuatro lados.

[…]...el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (Ezequiel

1:4–6, 10, 15, 21).

Los cuatro seres vivientes son la parte importante de la

visión. El apóstol Juan también menciona a estos seres en el

Apocalipsis, cuando se abre una puerta en los cielos, en su visión.

Alrededor de un trono que vio en el cielo, estaban estos mismos

cuatro seres vivientes. El primero era como un león, el segundo como

un buey, el tercero como un hombre y el cuarto como un águila

(Apocalipsis 4:6, 7).

Algunos eruditos creen que esta visión que comparten

Ezequiel y Juan es un resumen de la forma en que Dios se revela en

las Escrituras. Cuando Dios se reveló por primera vez al hombre en

el Monte Sinaí, rugió como un león. La segunda forma en que Dios

se reveló al hombre fue por medio del gran sistema de sacrificios de

Éxodo y Levítico. El buey representa los animales que eran

sacrificados por los pecados del pueblo.

El hombre, en estos cuatro seres vivientes, nos remite a los

evangelios, donde Dios se convierte en hombre. Dios vivió entre

nosotros durante treinta y tres años. Algunos dicen que el águila

representa la deidad. Este Hombre que vivió entre nosotros era “Dios

verdadero de Dios verdadero”, como dicen los credos, y “hombre

verdadero de hombre verdadero”. La encarnación de Jesucristo fue el

punto máximo de la revelación que Dios hace de sí mismo a este

mundo.

Las ruedas podrían representar la revelación continua,

constante, de Dios, que quizá incluye también a los profetas que

proclamaron esa revelación, dado que el espíritu de los seres vivos

estaba en las ruedas. Estas son algunas posibles interpretaciones de la

primera visión de Ezequiel.

Ezequiel recibió su comisión de parte de Dios (capítulo 2)

después de haber visto esta visión. Esta sería la experiencia de

“venir” de Ezequiel a Dios. ¿Recuerda usted la experiencia de “venir

a Dios” de Isaías? Todos los grandes profetas y hombres de Dios en

el Antiguo Testamento tuvieron experiencias de venir y de ir.

Algunas experiencias los hacían acercarse a Dios, y luego tenían

experiencias en que “salían para” Dios.

Los profetas y hombres de Dios en el Antiguo Testamento

tenían una experiencia de “venir” que algunas veces duraba muchos

años, como es el caso de Moisés. Él tuvo ochenta años de

experiencias de “venir” y cuarenta años de “ir”. Por eso es que los

cuarenta años en que “fue” resultaron tan dinámicos; habían sido

precedidos por ochenta años de venir.

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En el capítulo 1, la gran visión de los cuatro seres vivientes y

las ruedas fue la experiencia de venir de Ezequiel. Cuando Ezequiel

recibió su comisión, el pueblo de Judá había perdido su visión de

Dios. No tenían a Jerusalén, no tenían el templo, no tenían la Palabra

de Dios ni ninguna ayuda para adorar. Así que el líder espiritual de

ese período, Ezequiel, tenía que tener una visión sobrenatural de

Dios.

Dios le dio a Ezequiel una visión de Él mismo de diversas

maneras. Primero, Ezequiel dice vez tras vez: “Vino a mí palabra de

Jehová”. Esto sucede con todos los profetas. También dice: “La

mano de Jehová estaba sobre mí”. Ezequiel es conocido como “el

profeta del Espíritu Santo”, porque hace más referencia al Espíritu

Santo que cualquier otro profeta. Pero lo que hace único a Ezequiel

entre los profetas es que los cielos se abrieron para él y vio,

realmente, la gloria de Dios.

Dios dio esta visión de sí mismo para evitar que su pueblo

pereciera. También es la visión que Dios le dio a Ezequiel para que

pudiera ministrar al pueblo como profeta en esos tiempos tan difíciles

y en ese difícil lugar: los campos de trabajos forzados de Babilonia.

Atalaya espiritual

En el capítulo 3 se registra un gran sermón de Ezequiel,

llamado “El atalaya de Israel”. La metáfora está basada en la cultura

de las ciudades amuralladas que con frecuencia eran sitiadas por

crueles conquistadores. Salomón usa esta misma metáfora cuando

escribe que, si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia

(Salmos 127:1). Siempre había atalayas por las noches, escuchando y

observando sonidos y señales del enemigo. La metáfora de Ezequiel

también parte de la solemne responsabilidad del atalaya, de advertir a

los ciudadanos cuando aparecía un enemigo. El sermón del atalaya,

de Ezequiel, comienza así: “Y aconteció que al cabo de los siete días

vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, yo te he

puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi

boca, y los amonestarás de mi parte. […]. Pero si tú amonestares al

impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él

morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma” (vv. 16, 17,

19).

Jeremías reprendió a los falsos profetas de su época

diciéndoles, básicamente: “Ustedes nunca advirtieron al pueblo sobre

sus pecados ni trataron de librarlos de toda esta calamidad”. Pero fue

más allá: “Como profeta, si adviertes al pueblo y este persiste en su

maldad, morirá en su maldad, pero tú te salvarás. Pero si tú no lo

adviertes, Dios te hará responsable”.

El apóstol Pablo creía esto en su época. Escribió: “Porque

para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los

que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a

aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es

suficiente?” (2 Corintios 2:15, 16).

La aplicación devocional para nosotros es: si le hablamos del

evangelio a alguien, y esa persona cree, hemos sido fragancia de vida

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para esa persona. Pero si le hablamos del evangelio a alguien, y esa

persona lo rechaza, somos olor de muerte para ella, porque le hemos

hecho imposible decir: “Yo no sabía. Nadie me lo dijo”. Si creemos

que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, debemos sumarnos a

Ezequiel y creer que somos “atalayas” de las almas de quienes se

cruzan en nuestra vida.

Por eso, Ezequiel hizo énfasis en el Espíritu Santo en su

predicación. Ezequiel, como Pablo, encontraba su capacidad para

esta tremenda tarea en el Espíritu Santo. Pablo escribió: “Nuestra

competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). Pablo creía que,

cuando hablaba del evangelio a personas como los corintios, nada

provenía de él, sino que todo provenía del Espíritu. Solo Dios puede

darnos la capacidad para ser atalayas espirituales.

Capítulo 9

Huesos secos

Muchos pastores que han predicado la Palabra de Dios

durante toda la vida, aman un sermón que Ezequiel predicó en un

cementerio, que podría haber sido un campo de exterminio donde

muchas personas fueron masacradas. Leemos que Ezequiel fue

llevado a un valle cubierto de huesos secos (capítulo 37). La tarea

que Dios le encomendó fue predicarles a esos huesos.

En sentido figurado, este es el desafío que suele enfrentar un

pastor cuando se presenta frente a su congregación un domingo. Un

pastor dijo que, cuando Jesucristo regrese, su congregación será la

primera en resucitar, porque dice el apóstol Pablo que “los muertos

en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16). Algunas

veces, el pastor se pregunta: “¿Podrán vivir estos huesos secos?

¿Podré predicar de tal manera que yo y mi mensaje tengamos la

energía del Espíritu Santo, y que las vidas de estas personas reciban

una transfusión de vida espiritual?”.

Ezequiel obedece la orden de su Señor, de predicar a esos

huesos secos: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y

dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre

estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha

dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar

espíritu en vosotros, y viviréis” (37:3–5).

El pueblo de Judá era como huesos secos. El desafío que Dios

planteó al profeta Ezequiel fue: “¿Crees que vivirán estos huesos

secos?”. En la Biblia, vez tras vez, Dios desafió a los profetas con

relación a sus visiones. Observe que Ezequiel no dijo: “Sí, tengo fe

para creer que pueden vivir”. En cambio, dijo: “Señor, solo Tú lo

sabes”. El profeta no se comprometió realmente con Dios, porque, en

realidad, no creía que esos huesos pudieran vivir. Entonces, Dios le

dijo: “Predica a estos huesos”.

Así que Ezequiel comenzó a predicarles a los huesos.

Después de predicar un poco, dice Ezequiel, hubo un ruido, como un

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31

traqueteo, y los huesos comenzaron a unirse. Cuando los huesos

terminaron de unirse, Ezequiel tuvo una congregación de esqueletos

sin tendones ni carne en ellos. Ezequiel recibió nuevamente la orden:

“¡Predica!”. Cuando predicó, los huesos se cubrieron de carne y

tendones.

Cuando Ezequiel tuvo ese ejército de esqueletos con carne y

músculos, todavía no había respondido la pregunta de Dios: “¿Podrán

vivir nuevamente estos huesos?”. Esos cuerpos aún no tenían vida.

No había aliento en ellos. Así que le llegó la orden de Dios: “¡Predica

al Aliento!”. En la Biblia, se utiliza la misma palabra para referirse a

aliento, viento y espíritu. El Aliento, aquí, es el Espíritu Santo. Es un

gran principio que encontramos en toda la Biblia: sin el Espíritu

Santo, la tarea del predicador es imposible.

Cualquier verdadero profeta sabe que, si el Espíritu Santo no

viene y pone su mano de unción energizante sobre él, lo que está

tratando de hacer es imposible. Cuando Ezequiel predicó al Espíritu,

el Aliento vino y entró en esos cuerpos, que se convirtieron en un

poderoso ejército.

La primera aplicación para los judíos de lo que Ezequiel

había sido enviado a predicar era, básicamente: “Yo puedo

restaurarlos de su experiencia de cautividad, y lo haré. Puedo traerlos

de regreso de Babilonia a su tierra natal, y lo haré. Yo restauraré las

fortunas de Israel”.

La segunda aplicación de este gran mensaje nos da una

imagen de lo que implica el gran ministerio de edificar la iglesia hoy.

La predicación del evangelio edifica la iglesia. Los huesos secos

representan a los perdidos. De los más de seis mil millones de

personas que viven actualmente en la tierra, ¿cuántas conocen a

Jesucristo? ¿Cuántas viven en Jesucristo? ¿Cuántas saben lo que es

que el Espíritu Santo habite en ellas, y ser convertidas por el Espíritu

Santo? Muy pocas. Este es el desafío que enfrenta la iglesia hoy. La

aplicación devocional del sermón de los huesos secos, de Ezequiel,

es esta: ¿Puede la iglesia de Jesucristo recibir la energía del Espíritu

Santo para poner en práctica la Gran Comisión y llevar el evangelio

de Jesucristo a los perdidos de este mundo?

¿Es usted uno de los huesos secos? ¿Está perdido porque

nunca conoció o creyó el evangelio de la salvación? ¿Se aplica a

usted este mensaje, porque solo parece vivo, pero le falta la

verdadera vida? ¿Tiene usted el Aliento del Espíritu de Dios en su

vida y su ministerio? Sean cuales fueren sus circunstancias,

probablemente no sean tan difíciles como las que Ezequiel

enfrentaba cada mañana al levantarse. Si Dios pudo dar vida a los

huesos secos para Ezequiel, puede hacerlo para usted y para mí.

Si el Espíritu Santo vive en usted, ¿qué está haciendo usted

para edificar la iglesia? No es necesario ser predicador para hablarles

del evangelio a otros. Usted debe creer que el Espíritu de Dios ungirá

la Palabra de Dios cuando usted la proclame a otra persona. Se dice

que un evangelista es un mendigo que le dice a otro mendigo dónde

puede encontrar pan. Si usted es uno de esos mendigos que les dicen

a otros mendigos dónde pueden encontrar pan, espiritualmente

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

32

hablando, debe comprender cuán poderosa es la combinación de la

oración y la transmisión de la Palabra.

En el capítulo 2 del Libro de los Hechos, leemos que los

discípulos vivían juntos, en una gran comunidad espiritual.

Compartían sus posesiones y su comida: practicaban un socialismo

puro. Los apóstoles servían las mesas, o administraban el sistema de

provisión de comida, lo cual les quitaba tiempo para dedicar a su

ministerio pastoral. Leemos que, entonces, tomaron una decisión

muy importante. Eligieron a los primeros diáconos y les dijeron:

“Ustedes ocúpense de este asunto, y nosotros nos dedicaremos a la

oración y a ministrar la Palabra”. Dios bendijo con poder esta

decisión, y los apóstoles oraron y predicaron la Palabra.

Esta es la misma y poderosa combinación que Ezequiel usó

en su ministerio. Alguien ha dicho que, cuando nos reunimos como

iglesia, si nada cambia, nada ha sucedido. Cuando predicamos la

Palabra, si simplemente transmitimos información, no les sucederá

nada a los que nos escuchan. Pero, si seguimos el ejemplo de

Ezequiel y de los apóstoles, descubriremos que, cuando oramos antes

de predicar, algo sucede. Las vidas de las personas que escuchan la

Palabra cambian para siempre.

Cuando usted proclame la Buena Noticia que Dios le da para

proclamar, cuando “predique a los huesos”, también predíquele al

Aliento, al Espíritu Santo. Debemos mirar a Dios todo el tiempo,

mientras predicamos o le hablamos del evangelio a otra persona, para

que la unción energizante del Espíritu dé poder a cada palabra que

digamos. Cuando su poder da energía a nosotros y a nuestras

palabras, los “huesos” cobran vida.

Capítulo 10

La profecía de Daniel

Creyentes vs. babilonios

Daniel es el cuarto de los llamados “profetas mayores” y el

tercero de los “profetas de la cautividad”. Conocemos a Daniel

cuando él tiene aproximadamente catorce años, y Jerusalén cae por

primera vez. No hubo una gran deportación de personas a Babilonia

en esa ocasión; solo unos pocos selectos, incluyendo a Daniel y sus

tres amigos adolescentes, fueron llevados juntos a la cautividad.

Nabucodonosor, rey de Babilonia, aparentemente, había ordenado:

“Quiero que los nobles, los príncipes y los jóvenes realmente

inteligentes sean educados en mis universidades”. Dios estaba

usando el decreto de un gobernante mundial pagano para colocar

estratégicamente en Babilonia un ministerio para el bien de su

pueblo, para que, cuando llegara la mayoría de los cautivos, tuvieran

cierta influencia en el palacio de Nabucodonosor.

Ejemplos y advertencias

Los doce capítulos del Libro de Daniel se dividen en dos

partes iguales. Los primeros seis capítulos son una narración

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

33

histórica. Los capítulos 7 al 12 son revelaciones proféticas. El

versículo clave para todas las narraciones históricas de la Biblia —y

la que se encuentra en los capítulos 1 al 6 de Daniel— es un

versículo del Nuevo Testamento que dice: “Y estas cosas les

acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a

nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios

10:11).

En el Antiguo Testamento, vemos que la vida espiritual de la

mayoría de los hijos de Dios tuvo altos y bajos. Pero no es el caso de

José y Daniel. Ambos vivieron toda su vida adulta en la cultura hostil

de los escenarios políticos de imperios mundiales. Estos dos hombres

son dos de las personas más puras que se pueden encontrar en la

Palabra de Dios. José vivió a la diestra de un faraón egipcio, y Daniel

vivió toda su vida de adulto en la cultura hostil de la política

babilónica y persa.

Vivió más que Nabucodonosor y su hijo Belsasar. Vivió para

ver la caída del imperio babilónico frente al persa. Sobrevivió y

sirvió como profeta durante los setenta años de la cautividad en

Babilonia. Era demasiado anciano y débil como para regresar con los

cautivos, pero los vio salir de la cautividad.

El rol de Daniel fue mostrar al pueblo de Judá cómo soportar

la cautividad, una tarea que comenzó a cumplir cuando solo tenía

catorce años. Daniel soportó la cautividad de forma magnífica, y fue,

así, un ejemplo excelente para el pueblo de Judá... y para nosotros

hoy.

La resolución de Daniel

El apóstol Pablo escribió: “No os conforméis a este siglo,

sino transformaos por medio de la renovación de vuestro

entendimiento”(Romanos 12:2). Este versículo ha sido parafraseado

de la siguiente forma: “No permitan que el mundo los obligue a

tomar su forma, sino permitan que Dios vuelva a moldear sus mentes

desde adentro”. Esta era una exhortación para los creyentes del

Nuevo Testamento, pero la misma verdad se aplicó a Daniel cuando

él llegó a Babilonia.

Daniel no tardó en darse cuenta de que estaban presionándolo

para que se acomodara a la forma de la cultura babilónica. Fue

elegido y obligado a asistir a la universidad en Babilonia, y

capacitado por los sabios de Nabucodonosor para llegar a ser, algún

día, un buen líder babilónico para ellos. El primer problema que tuvo

que enfrentar Daniel fue la comida babilónica, rica en grasas. Esa

comida probablemente incluyera cerdo y toda clase de cosas que eran

impuras para un joven judío. Leemos que “Daniel propuso en su

corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con

el vino que él bebía” (Daniel 1:8).

El nombre de Daniel significa ‘Dios es mi juez’. Daniel

andaba delante de Dios, pidiéndole que juzgara cada uno de sus

movimientos. Sus tres amigos también tenían nombres con

significados muy importantes espiritualmente. Misael significa

‘¿Quién como Dios?’; Ananías, ‘Jehová fue favorecido’, y Azarías,

‘ayudado por Jehová’.

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

34

Lo primero que hicieron los babilonios fue cambiar los

nombres de estos adolescentes hebreos. El nombre de Daniel fue

cambiado por Beltsasar, que significaba ‘Bel proteja su vida’. Bel era

un dios babilónico. Los babilonios estaban tratando de hacer creer a

Daniel que estaría bajo la protección de un dios pagano. El nombre

de Misael fue cambiado por Mesac, que es Mardock en Babilonia,

también el nombre de un dios. Y Azarías fue cambiado por Abed-

nego, que significaba ‘siervo del dios babilónico de la sabiduría’

(Daniel 1:7).

Nabucodonosor les estaba diciendo a estos cuatro jóvenes:

“Los vamos a convertir en babilonios”. Pero Daniel y sus tres amigos

adolescentes se enfrentaron a él y a todo el imperio babilónico

diciéndoles, básicamente: “Ustedes no nos van a convertir en

babilonios a nosotros. ¡Nosotros los vamos a convertir en creyentes a

ustedes!”.

El cuarto capítulo de Daniel nos dice que Nabucodonosor, el

genio que armó el gran imperio babilónico, profesó fe en Dios. Este

es uno de los capítulos más magníficos de la Biblia. ¿Qué fue lo que

llevó a Nabucodonosor a hacer esa profesión de fe? Todo comenzó

cuando Daniel rehusó contaminarse con las impuras y grasosas

comidas de Babilonia.

Interpretación de sueños

Al comienzo mismo de la cautividad, Daniel y sus amigos

tuvieron otra confrontación. Nabucodonosor tuvo un sueño que lo

perturbó mucho. Entonces, llamó a sus sabios y les dijo: “Díganme

qué soñé, y después interpreten el significado de mi sueño”.

Como es de imaginar, este fue un problema tremendo para los

sabios babilónicos. No es demasiado difícil interpretar sueños, pero

¿cómo saber si la interpretación es correcta? Eso estaba pensando

Nabucodonosor. Cuando el rey planteó ese desafío a sus sabios, estos

se perturbaron y entraron en pánico. Cuando un gobernante como

Nabucodonosor pedía que se hiciera algo y no lo hacían, estaban en

terribles problemas.

Así que le dijeron al rey: “No hay hombre sobre la tierra que

pueda declarar el asunto del rey; [...] no hay quien lo pueda declarar

al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne” (Daniel 2:10,

11). Esta respuesta hizo enfurecer de tal modo a Nabucodonosor que

ordenó que todos los sabios fueran ejecutados. Lo cual incluía a

Daniel y sus amigos, porque eran alumnos de esos sabios.

Cuando llegó el verdugo para matarlos, Daniel habló con gran

sabiduría y tacto. Preguntó: “¿Por qué es tan severo el decreto del

rey?”. El verdugo respondió: “El rey y sus sabios tuvieron un

desacuerdo. Los sabios le dijeron que los dioses no viven en los

hombres y, por lo tanto, ellos no pueden decirle al rey qué fue lo que

él soñó”.

Una paráfrasis resumida de la respuesta de Daniel sería: “Ah,

pero allí es donde se equivocan, porque Dios sí vive en los hombres”.

Daniel fue a ver al rey y le pidió que le diera un tiempo para poder

decirle qué había soñado e interpretar su sueño. Después, Daniel les

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

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dijo a sus tres amigos lo que había hecho, y ellos se pusieron a orar.

Esa noche, en un sueño, Dios le reveló sobrenaturalmente a Daniel lo

que Nabucodonosor había soñado, y su interpretación.

Daniel tuvo su audiencia con el rey Nabucodonosor y,

básicamente, la conversación fue así: “Joven, entiendo que puedes

decirme lo que soñé y lo que eso significa”. Daniel respondió: “Solo

Dios puede hacer lo que has pedido a tus sabios que hicieran, oh rey.

Tus sabios están equivocados. Dios sí habita con los hombres, y me

ha dicho cuál fue tu sueño y cuál es su interpretación”. Cuando

Daniel le dijo a Nabucodonosor cuál había sido su sueño y cuál era

su interpretación, el rey cayó de bruces, y desde ese día siempre se

refirió a Daniel como “el hombre en quien vive el Espíritu de Dios”

(ver capítulo 2). La interpretación del sueño del rey que hizo Daniel

es solo uno de los cinco milagros que registra el Libro de Daniel y

que demuestran que lo sobrenatural existe. Los otros cuatro milagros

son: el rescate de los tres amigos de Daniel del horno de fuego

(capítulo 3), la profesión de fe de Nabucodonosor (capítulo 4), la

escritura en la pared (capítulo 5) y el rescate de Daniel del foso de los

leones (capítulo 6).

Por medio de estos milagros, Daniel y sus amigos

demostraron la clase de fe que puede hacernos atravesar los peores

momentos. Ellos tenían una fe que creía en el poder sobrenatural de

Dios, absolutamente. Creían en el poder de la oración,

absolutamente, y creían absolutamente en la providencia de Dios que

los había ubicado en Babilonia.

¿Alguna vez ha vivido usted crisis en su vida que eran

inevitables, intolerables, y lo enfrentaban con algo imposible? Las

crisis que Daniel y sus amigos enfrentaron en Babilonia eran

inevitables, intolerables, y los hicieron enfrentar algo imposible.

Ellos nos muestran cómo podemos vivir con ese tipo de crisis, por la

forma en que vivieron sus propias crisis en Babilonia.

Cuando piense en estos milagros del Libro de Daniel,

pregúntese: ¿Cree usted en el poder sobrenatural de Dios? ¿Cree en

el poder sobrenatural de la oración? ¿Cree en la providencia y los

propósitos de Dios para colocarlo donde usted está, para la gloria de

Él? ¿Cree en estas cosas absolutamente?

Capítulo 11

La gloria que era Babilonia

Aunque no estamos haciendo un estudio académico, sino un

repaso devocional de toda la Biblia, hay cierta perspectiva histórica

que debemos tener para apreciar y comprender el mensaje del Libro

de Daniel. La Biblia utiliza con frecuencia los reinados de reyes o

césares para dar un marco histórico a los hechos bíblicos, como en

los primeros versículos de la historia de la Navidad que cuenta el

segundo capítulo del Evangelio de Lucas.

Durante los hechos que registran los primeros cuatro

capítulos del Libro de Daniel, Nabucodonosor era el rey del Imperio

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

36

Mundial Babilónico. En el quinto capítulo de Daniel se nos dice que

el rey es el hijo de Nabucodonosor, Belsasar. En los últimos

versículos del capítulo 5 y los primeros del sexto capítulo de Daniel,

leemos que los persas han conquistado Babilonia, y Darío de Media

es el rey. De esta forma, sabemos que los primeros seis capítulos de

Daniel cubren setenta años de historia de Babilonia.

El contexto histórico de los hechos que cubre la Biblia abarca

imperios mundiales como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y

Roma. Dos imperios mundiales se superponen en el Libro de Daniel:

el imperio babilónico, que duró setenta años, y el imperio persa, con

sus 127 provincias de Media-Persia, que es también el contexto

histórico del Libro de Ester. En una de las profecías de Daniel, se

hace referencia a cuatro de estas potencias mundiales: Babilonia,

Persia, Grecia y Roma.

Para comprender mejor el contexto histórico del Libro de

Daniel, y para apreciar la pompa y la gloria del rey Nabucodonosor,

nos ayudará mucho aprender algo sobre la ciudad de Babilonia. Lea

esta descripción de la ciudad escrita por un erudito en historia del

Antiguo Testamento: “En ella vivían más de dos millones de

personas, y sus jardines colgantes eran una de las siete maravillas del

mundo antiguo. Los historiadores nos dicen que los muros que

rodeaban esta ciudad tenían casi 100 kilómetros de largo,

aproximadamente 25 kilómetros por lado. El muro tenía 110 metros

de altura y aproximadamente 30 metros de ancho. Se extendía 13

metros por debajo de la tierra, para que los enemigos no pudieran

hacer túneles para entrar. Había 400 metros de espacio vacío entre la

ciudad y el muro, en toda su extensión. El muro estaba protegido, por

fuera, por fosos anchos y profundos llenos de agua. Había 250

guardias en las torres del muro.

“La ciudad estaba dividida por el río Éufrates en dos partes

casi iguales. Ambas orillas estaban resguardadas por el muro de

ladrillos, que tenía 25 puertas que conectaban calles y las barcazas

que cruzaban el río. Había un puente sobre pilotes de piedra, que

tenía casi un kilómetro de largo y 11 metros de ancho, con puentes

levadizos que se quitaban de noche. Había un túnel debajo del río, de

7 metros de ancho y casi 4 metros de altura. Según el concepto de lo

que era la guerra en esa época, esta ciudad era inexpugnable”.

En la época de Daniel, Babilonia no solo era la ciudad más

importante del mundo, sino que gobernaba al imperio más poderoso

que había existido hasta ese momento. Pero ese imperio duró solo

setenta años. Daniel estuvo allí desde su surgimiento hasta su caída.

Fue amigo y consejero del rey. Nabucodonosor fue un genio y un

poderoso gobernante que construyó el imperio babilónico y lo dirigió

durante cuarenta y cinco de los setenta años que permaneció.

El poder y la autoridad de Nabucodonosor eran absolutos. En

el capítulo 5 de Daniel leemos: “A quien quería mataba, y a quien

quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería

humillaba” (v. 19). En la actualidad, para muchos, es difícil apreciar

la autoridad absoluta de un dictador como Nabucodonosor. Pero

cuando poseemos cierta perspectiva histórica sobre este hombre, nos

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

37

damos cuenta de que, cuando él hace su profesión de fe en el Dios de

Daniel, está ocurriendo un gran milagro.

La milagrosa forma en que Daniel supo qué había soñado

Nabucodonosor y lo interpretó (capítulo 2) hizo un profundo impacto

en este emperador. En ese sueño, Nabucodonosor había visto una

estatua de un hombre. La cabeza era de oro; el pecho era de plata; el

vientre y los muslos, de bronce; las piernas de hierro, y los pies, de

hierro y barro.

La interpretación fue que esos eran cuatro grandes reinos

mundiales. Al interpretar el sueño de Nabucodonosor, Daniel dijo,

básicamente: “Tú eres la cabeza de oro, porque ahora eres la potencia

mundial, pero tu poder no permanecerá. Tu reino caerá y será

sucedido por otro reino. Esa es la parte de plata de la estatua. Este

reino, Persia, no será tan grande como el tuyo. El reino de bronce,

que es Grecia, le seguirá. Finalmente, las piernas de bronce

corresponden al Imperio Romano”. Los diez dedos podrían

representar las diez dimensiones del Imperio Romano.

Aparentemente, Nabucodonosor se llenó de orgullo cuando se

enteró de que él era la “cabeza de oro”. Así que hizo una estatua de

oro y ordenó que todos se postraran para adorarla. ¡En ese momento,

estaba lejos de haberse convertido! Pero, como veremos, el

testimonio de Daniel y sus tres amigos tuvo un profundo impacto

sobre él, que le cambió la vida y lo llevó a hacer una profesión de fe

en el Dios vivo y verdadero.

Nabucodonosor se arrepiente

En el sueño de Nabucodonosor, una piedra era cortada de la

ladera de una montaña, pero no por manos humanas. Esta piedra

sobrenatural caía sobre los pies de la gran estatua de Nabucodonosor,

los pies que eran de hierro y barro. Esto hacía que toda la estatua

cayera, se desintegrara y desapareciera como paja en la era. La

interpretación que Daniel dio a Nabucodonosor era que todos estos

reinos, los representados por el oro, la plata, el bronce y el hierro,

serían vencidos, un día, por un reino sobrenatural: el reino de Dios.

No sabemos exactamente cómo Dios utilizó la vida y las

palabras de Daniel para alcanzar a Nabucodonosor, pero,

milagrosamente, en el capítulo 4 de Daniel dice: “Conviene que yo

declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho

conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus

maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en

generación” (vv. 2, 3).

En este extraordinario capítulo de la Biblia, Nabucodonosor

relata otro sueño que tuvo. En este sueño, veía un árbol muy alto, tan

alto que podía ser visto por todo el mundo. Sus ramas estaban llenas

de frutos, con suficiente fruto para que todo el mundo comiera.

Entonces, un ángel de Dios descendía del cielo y gritaba: “Derribad

el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto;

[...]. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de

hierro y de bronce entre la hierba del campo” (4:14, 15).

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El ángel continuó: “Sea mojado con el rocío del cielo, y con

las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de

hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre

él siete tiempos” (vv. 15, 16). El ángel dijo que el propósito de este

decreto era que el mundo pudiera entender que “el Altísimo gobierna

el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye

sobre él al más bajo de los hombres”.

El rey nos dice que también le contó este sueño a Daniel y,

cuando el profeta lo escuchó, quedó en silencio durante una hora,

anonadado por el significado de este sueño. Finalmente dijo: “Señor

mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que

mal te quieren” (v. 19).

Después que el rey instó solemnemente a Daniel para que le

dijera la interpretación de este sueño, él le dijo: “Que te echarán de

entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con

hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío

del cielo serás bañado; y siete tiempos [años] pasarán sobre ti, hasta

que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los

hombres, y que lo da a quien él quiere” (v. 25).

Pero Daniel continuó diciendo que Dios restauraría el reino a

Nabucodonosor cuando este reconociera la soberanía de Dios.

Entonces, Daniel imploró: “Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus

pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias

para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu

tranquilidad” (v. 27).

Aparentemente, Daniel escribe entonces algunos versículos

que relatan el cumplimiento de esta interpretación profética de su

sueño. Después de terminado su terrible sufrimiento, Nabucodonosor

retoma su profesión de fe y alabanza al Dios vivo y verdadero de

Daniel. ¡Levanta sus ojos al cielo y alaba, honra y glorifica al

Altísimo!

Observe que Dios tuvo un propósito para hacer pasar a

Nabucodonosor por esa horrible experiencia: que aprendiera que el

Altísimo gobierna sobre los reinos humanos. Nabucodonosor tuvo

que vivir como un animal durante siete años hasta que, finalmente,

aprendió lo que Dios quería que aprendiera. ¡Qué ego enorme debe

de haber tenido, ya que le llevó a Dios siete años hacer que este

gobernante inclinara su cabeza!

¿Es posible que haya momentos en que pasemos por

experiencias terribles porque Dios está tratando de demostrarnos que

Él tiene todo el derecho de gobernar no solo este mundo, sino

también nuestras vidas? Cuando eso sucede, ¿cuánto tiempo debe

pasar antes que le digamos a Dios: “¡Señor mío y Dios mío! Tú eres

quien tiene el poder. Eres soberano, y tienes absoluta autoridad sobre

mi vida”?

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Capítulo 12

Visiones y revelaciones de Daniel

Los primeros seis capítulos de Daniel son de historia, por lo

cual son fáciles de comprender. Los últimos seis capítulos, como el

Libro del Apocalipsis y las profecías de Ezequiel y Zacarías, son

muy difíciles de comprender. La interpretación que hizo el profeta

del primer sueño de Nabucodonosor, en Daniel 2, nos da un modelo

para guiarnos cuando intentamos interpretar las difíciles revelaciones

y visiones del Libro de Daniel. Solo gracias al ministerio de

enseñanza del Espíritu Santo podemos comprender estas visiones que

son una revelación profética de la gran obra de Dios en nuestro

mundo.

A continuación, veremos algunos pasos que debemos dar para

tratar de comprender las visiones y revelaciones de Daniel. Primero,

observe los símbolos de la visión. Por ejemplo, en la primera de estas

difíciles visiones de Daniel, que está registrada en el capítulo 7, los

símbolos de la visión son similares a los del primer sueño de

Nabucodonosor.

Cuatro grandes vientos comenzaron a soplar y levantaron un

gran mar, y entonces aparecieron cuatro grandes bestias. La cuarta

bestia era terrible y espantosa, y destruyó a las otras, pero antes de

destruirlas, le salieron diez cuernos. Entonces, entre los diez cuernos

salió uno pequeño que tenía ojos y una boca grande, y hablaba de

cosas grandes.

Segundo, observe la acción e interacción entre los símbolos.

Considere la interpretación dada en el texto, que es la interpretación

inspirada del pasaje. Después de hacerlo, pídale en oración al

Espíritu Santo que le muestre qué significa todo esto. Pregúntese:

“¿Qué dice? ¿Qué significa? ¿Qué significaba para ellos? ¿Qué

significa para mí?”.

La revelación inspirada del sueño de Daniel en el capítulo 7

nos dice que, una vez más, estamos viendo cuatro grandes reinos.

“Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la

tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán

el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (vv. 17, 18). Un

cuarto reino aparecerá en la tierra y lo devorará. Los diez cuernos son

diez reyes que vendrán de ese reino. “Y los diez cuernos significan

que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará

otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará. Y

hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo

quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán

entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo”

(vv. 24, 25).

Toda vez que se mencionan cuernos en la Biblia, son una

representación del poder, como el cuerno de un animal que destroza a

otros animales. Estos diez cuernos y el cuerno pequeño también

representan poderes o reinos. Muchas personas interpretan que este

cuarto reino es un Imperio Romano reestablecido. En la visión de

Nabucodonosor, las piernas de hierro (el cuarto reino) representaban

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al Imperio Romano. Algunos creen que esta visión también

representa a un renacido Imperio Romano, pero en el futuro. Otros

dicen que no, que este cuarto reino es más terrible que todos los

demás. Es una figura del reino de Dios y presenta proféticamente a

Dios expresando su ira.

Personalmente, creo que no se puede ser dogmático en la

interpretación de estas profecías de Daniel. Sea que estemos en lo

cierto o no en cuanto a todos los detalles, debemos recordar esta gran

verdad de esta profecía en el séptimo capítulo de Daniel: Si somos

parte del pueblo de Dios, somos parte del reino que tendrá la victoria.

Todas estas visiones terminan con una nota de optimismo. Presentan

al reino de Dios venciendo a todos los demás reinos y

estableciéndose para la eternidad.

La visión de las setenta semanas

La visión o revelación profética más famosa de Daniel es “la

visión de las setenta semanas”. Daniel nos dice que, cuando estaba

leyendo las profecías de Jeremías, se dio cuenta de que era tiempo de

que el pueblo de Dios retornara de la cautividad en Babilonia. Isaías

y Jeremías habían predicho que, después de estar cautivo en

Babilonia durante setenta años, el pueblo de Judá regresaría a su

propia tierra. Cuando Daniel nos dice, al final del capítulo 5 y el

comienzo del 6, que ahora está bajo el gobierno de Darío el medo,

está fechando el final de los setenta años de cautividad.

Mientras hacía su magnífica oración del capítulo 9, Daniel

estaba, obviamente, abrumado por el hecho de que los setenta años se

habían cumplido. Mientras oraba, Daniel confesó sus pecados y los

del pueblo. Daniel fue uno de los personajes más puros de la Biblia,

pero se identificó con los pecados del pueblo diciendo cosas como

“nuestro pecado” y “hemos pecado” treinta y dos veces en esta

oración.

Daniel rogó el perdón de Dios. Dijo, de hecho: “Dios, Tú no

solo estás dispuesto a perdonarnos, sino que casi has terminado de

castigarnos”. En su oración, obviamente, estaba entusiasmado por el

hecho de que Dios iba a perdonar a su pueblo y lo iba a restaurar.

Mientras Daniel oraba, el ángel Gabriel se le apareció y le

dijo: “Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido

para enseñártela” (Daniel 9:23). Esta fue la respuesta de Dios a la

oración de Daniel, una de las profecías mesiánicas más precisas que

podemos encontrar en toda la Biblia. La visión es, básicamente, esta:

“Setenta semanas de años son decretadas en cuanto a tu pueblo y tu

ciudad santa. Estos son los propósitos de las setenta semanas

decretadas: terminar con la trasgresión, expiar la iniquidad, traer

justicia eterna, sellar la visión y el profeta y ungir al Santo de los

santos”.

Mezclado con la buena noticia de que estaba próximo a

producirse el retorno, encontramos un mensaje sobre el primer

advenimiento o venida del Mesías, Jesucristo. La interpretación de

esta extraordinaria profecía requiere que practiquemos cierta

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

41

aritmética sencilla. Dios le dice a Daniel que, así como la cautividad

duró setenta años, entre la cautividad y la venida del Mesías iban a

transcurrir setenta veces siete años, es decir, 490 años. Estos años

estarían divididos en semanas de años (siete períodos de años) y, a su

vez, estas semanas de años estarían divididas de esta forma: siete

semanas, sesenta y dos semanas y una semana. En medio de esa

semana, el Ungido sería “cortado”, es decir, enviado a la muerte.

Esta profecía data del tiempo en que Ciro emitió el decreto de

que el pueblo podía regresar para reconstruir Jerusalén. Hubo tres

regresos, pero el principal fue en el año 457 A. de J.C. Si tomamos

las sesenta y dos semanas más siete, y multiplicamos eso por siete,

tenemos 483 años. Si avanzamos en la historia ese número de años a

partir del 457 A. de J.C., llegamos al año 26 D. de J.C., que, según

dicen los historiadores, es el año en que el Mesías comenzó su

ministerio público. Debía haber una semana de años (siete años)

después de eso, y en mitad de esa semana de años, el Santo sería

cortado. Los eruditos creen que Jesús fue crucificado exactamente

tres años y medio después del 26 D. de J.C.

Aunque los eruditos no concuerdan en los detalles, lo que es

claro en esta profecía es que es una extraordinaria predicción del

tiempo exacto de la llegada y la crucifixión del Mesías y el comienzo

de su reino, que no tendrá fin. Este es el reino que es presentado

proféticamente en el segundo sueño o visión de Nabucodonosor, que

Daniel le interpretó (2:34, 35, 44, 45). Ese reino era descrito como

una enorme piedra que caía sobre los pies de la estatua que

representaba a los cuatro reinos, y los hacía volar como paja.

La parte de la estatua sobre la que caía esta piedra era la que

representaba al Imperio Romano. Esto predice, de forma precisa y

elocuente, que Jesús comenzó su reinado durante el transcurso del

Imperio Romano, y que el reino de Dios que Jesús inició, y que ya ha

superado al Imperio Romano en más de dos mil años, no tendrá fin.

Aplicación personal de esta profecía

Una interpretación y aplicación obvia de esta milagrosa

visión profética es que quienes son parte de este reino eterno tendrán

vida eterna porque son parte de un reino sin fin.

Para cambiar la metáfora, si usted es creyente, si es parte del

pueblo de Dios, entonces, es un soldado del ejército que ganará la

batalla entre el bien y el mal. La guerra entre el bien y el mal se viene

luchando desde hace miles de años y es librada en muchas partes del

mundo en la actualidad. El lugar cambia constantemente; el bien y el

mal tienen diferentes rostros, pero es una guerra que se ha venido

librando desde que Caín mató a su hermano Abel.

Ciudadanos del cielo

El apóstol Pablo escribe que somos ciudadanos del cielo, y la Biblia

nos dice que las personas de fe somos peregrinos que estamos de

paso por este mundo mientras buscamos una ciudad con fundamento

cuyo Hacedor y Constructor es Dios. Dice que el pueblo de Dios es

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Fascículo No. 8: Isaías - Daniel

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como un río que fluye por este mundo hacia esa ciudad de Dios

donde habrá gran gozo cuando el río llegue (Hebreos 11:13-16;

Salmos 46:4, 5).

¿Es usted súbdito del reino eterno, y comparte la victoria que

Cristo y su Padre Dios van a ganar sin lugar a dudas? Jesucristo es el

Rey de reyes y Señor de señores, el líder que, finalmente, vencerá a

las fuerzas del mal en este mundo. Si somos verdaderos discípulos

suyos, somos soldados de su ejército espiritual. Quizá perdamos

algunas batallas por el camino, pero vamos a ganar la guerra. Por

toda la eternidad, viviremos esta realidad: La calidad de nuestra

eternidad estará determinada por la medida en que participamos de su

victoria.