Lectio Divina

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Lectio Divina La Palabra de Dios Oración y Vida

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Lectio divina

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Lectio DivinaLa Palabra de Dios

Oración y Vida

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La Palabra de Dios oral o escrita ha desempeñado un papel esencial en la vida de los fieles cristianos. La Palabra divina es el pan que alimenta el pensamiento, la brújula que orienta y dirige el comportamiento, la palanca que mueve las voluntades, el fuego que arde en el corazón de los cristianos.

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Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»

Lucas 4, 16-21

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La palabra clave hebrea es el verbo hagah, traducido en griego por meletein y en latín por meditari. Su sentido primario es «murmurar», «musitar» o «gemir». Se dice del gruñido del león cuando atrapa su presa (Is 31,4) o de una persona que arrulla como una paloma (Is 38,14).

La Práctica Judia

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Secundariamente, se dice de alguien que medita un texto pronunciándolo, y de ahí que signifique simplemente «meditar», denominando esta operación mental por el ruido bucal que lo solía acompañar (cfr. Sl 1,1-2: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche»).

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En esta misma línea, puede llegar a significar los planes que alguien forja mentalmente, o los proyectos de que unos cuantos hombres están hablando (cfr. Sl 2,1: «¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso?»).

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De hagah deriva haggadá, que es el comentario o explicación de las Escrituras, sobre todo cuando se hace en el curso de las celebraciones litúrgicas. Se vale de métodos muy variados, y puede consistir en relatos, parábolas o refranes, pero no contiene explicación de los preceptos. La más famosa es la haggadá de la cena de la noche de Pascua, que proclama las maravillas de Dios desde la creación hasta la salida de Egipto.

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En cambio la halaká («normas») es un conjunto de prescripciones detalladas, que se presentan como derivadas de las Escrituras a través de una tradición que se supone que procede de Moisés por vía oral. Originariamente estaba prohibido escribirla, pero más tarde se fijó por escrito. Las normas de la halaká están llenas de complicadas distinciones e interpretaciones, casi siempre

más restrictivas y exigentes que la misma Ley.

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La liturgia de la sinagoga servía de enlace entre la Escritura y la tradición oral. En la sinagoga se proclamaba la Escritura, después se interpretaba por el Targum (traducción del hebreo clásico al arameo vulgar, que permitía una cierta adaptación) y finalmente venía la predicación sobre los textos leídos.

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En cuanto a la lectura estrictamente bíblica, primero se leía un fragmento de la Torá (Ley), según un plan de lectura continua (parashá o sidráh). A continuación se leían pasajes de los profetas (haftará), en función del punto de la Ley que se había leído, y se cantaban salmos. «Esta práctica quería hacer saborear la Torá en comunidad, pero en aquel clima de fiesta, de alabanza y de adoración o súplica que la liturgia crea»

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Los antiguos leían y rezaban en alta voz, o al menos moviendo los labios, como Ana, la madre de Samuel, cuando el sacerdote Helí la tomó por ebria. La meditación piadosa forma una sola cosa con la repetición y memorización escolares. Y «leer» las Escrituras es «decirlas», ponerlas en el aire, hacer presente en este mundo la Palabra eterna, con toda su fuerza creadora. Los judíos piadosos creen que el universo se sostiene gracias a los sabios que no paran día y noche de murmurar la Palabra creadora de Yahveh, y que si no fuera por la Palabra que ellos hacen presente y viva, todo el universo volvería a la nada.

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La Ley prohibía severamente representar a Dios con imágenes. Careciendo de imágenes sagradas, el sacramento de la presencia de Dios en medio de su pueblo era el Tabernáculo con el arca de la alianza, que contenía las tablas de la Ley (núcleo fundamental de toda la Revelación y la alianza) y los libros sagrados, sobre todo la Torá. El Deuteronomio inculca esta espiritualidad del encuentro y la unión con Dios por medio de su Palabra (Dt 6,6-9). Cuando la Palabra divina es leída, murmurada, proclamada o escuchada, Dios se acerca al creyente. (Dt 30,11-14)

Lo que realmente une a Dios no es leer la Palabra, sino cumplirla.

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Al regreso del exilio, Esdras da a la Torá (Pentateuco) su redacción definitiva y hace de ella le ley constitucional de la comunidad, pero a la vez es el gran sacramento, la fuente suprema de la piedad. La lectura por excelencia es la litúrgica, en el contexto sagrado de la asamblea cultual. Tenemos de esta lectura una descripción detallada y emotiva en Ne 8-10, que nos presenta a la comunidad postexílica agrupada en torno a la Ley. La versión neotestamentaria sería la de Jesús leyendo y comentando a Isaías en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30). Esta espiritualidad de la Palabra se acentuará después de la segunda y definitiva destrucción del Templo de Jerusalén, cuando ya no hay dónde ofrecer sacrificios y sólo subsiste el culto sinagogal.

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Robert Aron (autor judío) trató de reconstruir, a partir de lo que la Misná y el Talmud prescriben, la piedad en que se educó el niño Jesús y sus prácticas piadosas en aquellos años de los que nada dicen los evangelios, entre los doce, cuando se perdió y fue hallado en el Templo, y los treinta o algo más, cuando empezó su ministerio público.

En tiempos de Jesús

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A los trece años, el muchacho era habilitado para oficiar en la sinagoga y leer la Torá, sin dejar de ser laico. Todos los momentos de la jornada eran santificados con oraciones y jaculatorias tomadas de los salmos y de otros libros sagrados, o inspirados en ellos. Así rezan las palabras de agradecimiento por el don de la Ley: «Bendito seas, Eterno, rey del universo, por no haberme hecho nacer idólatra». Bendición por la libertad: «Bendito seas, Eterno, Dios nuestro, rey del universo, que no me has hecho nacer esclavo». Bendición por la armonía de la creación, de la que hasta los animales participan: «Bendito seas, Eterno, Dios nuestro, rey del universo, que has enseñado al gallo a distinguir el día de la noche». Si llovía, bendecían a Dios que da fertilidad a la tierra. Si tronaba, porque preserva al hombre. Antes de acostarse, porque envía el sueño a nuestros párpados.

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Pero, además de la plegaria, hay otra forma de mantener viva la Palabra, aunque no se lea directamente del Libro: practicarla.

Para el judío creyente la Ley es muy concreta y alcanza a todas las situaciones y detalles de la vida cotidiana. Al cumplir amorosamente sus preceptos, el creyente tiene el gozo de saber que así agrada a Dios. Entonces su vida se hace Ley viva. Aunque no pueda tener el Libro, se sabe sus principales mandamientos y se somete a ellos de todo corazón: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. Entonces yo digo: «Aquí estoy» - como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en mis entrañas» (Sl 40,7-9). La Torá, más que en los libros, está en el corazón de quienes la practican. La Torá (y el evangelio) se puede conocer leyendo el libro, pero mucho más viendo a alguien que la pone en práctica.

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Algunos textos rabínicos recuerdan las condiciones necesarias para que la mediación de la Palabra resulte fecunda: ha de ser asidua y el que medita la Palabra ha de estar pronto a cumplirla: «Ten siempre en los labios este libro de la Ley. Repásala noche y día, para cumplir todo lo que en ella está escrito» (Js 1,8). Hay que liberarse de las absorbentes preocupaciones mundanas y consagrar a Dios los mejores momentos de cada jornada: anticiparse a la luz del sol, aprovechar el silencio de la noche.

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Según la Regla de la comunidad de Qumrán, la consigna de Is 40,3 de preparar un camino al Señor en el desierto se cumplirá mediante el estudio asiduo de la Ley. Para vivir más a fondo la Alianza, los miembros de la comunidad de Qumrán han de estudiar día y noche la Ley, «velando todos juntos un tercio de la noche para leer en el Libro, para estudiar el Derecho y para orar juntos». Una severa ascesis, y hasta el celibato, les disponían a darse más de lleno a la meditación dela Palabra y a la oración. Por eso, a pesar de la pobreza y austeridad de su régimen de vida, habían reunido una biblioteca que para aquellos tiempos era riquísima. Este era su único lujo.

La Comunidad de Qumrán

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El salmo 119 consta de 22 estrofas, en cada una de las cuales todos los versos empiezan con la misma letra, sucediéndose todas las del alfabeto. En cada versículo se menciona la Ley con uno de estos ocho sinónimos: Torá (Ley, enseñanza), mishwot (mandamientos), mishpatim (disposiciones), huqqim (estatutos), piqqudim (decretos), edot (preceptos), dabar (palabra) e imra (promesa). También se mencionan los derkhé (caminos) de Dios, con los que el salmista confronta sus propios caminos.

Salmo 119

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Los sentimientos religiosos que este salmo expresa no se dirigen sólo a lo que nosotros llamamos «ley», sino a la Torá en toda su amplitud, o sea el Pentateuco, que no sólo contiene leyes sino también la creación, las promesas a los patriarcas, la liberación de Egipto y la alianza del Sinaí.

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El salmista del 119 es un judío piadoso de después del exilio que pasa por dificultades materiales y morales, se ve oprimido y vejado por gente impía, tal vez paganos, pero más probablemente judíos renegados, o que no cumplen los mandamientos de Dios, y reacciona dándose a la lectura de la Torá. El salmista evoca su experiencia de Dios vivida en la meditación de su Palabra, con gran riqueza de aspectos y matices:

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a) Un conocimiento de Dios que lo hace feliz (vers. 1, 2, 31, 65, 77, 159).

b) Una delectación muy superior a todos los placeres y riquezas del mundo (vers. 14, 23, 72, 127).

c) Este gozo le lleva a leer y meditar de noche o de madrugada (vers. 55, 62, 147, 148).

d) Anhelo de conocer la voluntad de Dios y cumplirla (vers. 5, 8, 10, 12, 26, 27, 34, 35, 36, 44, 174, 176).

e) Gozo de la unión con Dios y del abandono a su voluntad (vers. 68, 94, 101, 105, 112, 131, 151).

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f) Fortaleza en las persecuciones y tribulaciones (vers. 22, 23, 25, 28, 39, 42, 46, 50, 51, 61, 75, 78, 81, 84, 85, 86, 107, 110, 143).

g) Dolor o indignación por los pecadores que o observan la Ley (vers. 53, 71, 113, 116, 128, 136, 139, 158).

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Los primeros Padres del Desierto eran cristianos comunes, pertenecientes a diversas clases sociales, poseedores de diferentes niveles culturales y económicos, que en un determinado momento de su vida se sintieron llamados con una fuerza extraordinaria a vivir el Evangelio en plenitud.

Para vivirlo en radicalidad: el martirio y la renuncia al mundo con el fin de vivir sólo para Dios

Los Padres del Desierto

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Al menos en Egipto, donde comenzó la vida eremítica, la forma más accesible para lograr vivir el Evangelio era el retirarse a la soledad y a la oración en algún lugar apartado de la vida social y urbana, buscando a toda costa salvarse y reducir al mínimo el peligro de perderse, poniendo entre ellos y las seducciones del mundo una barrera infranqueable.

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El apartarse del mundo era el primer paso de la radicalidad con la que los Padres del Desierto se lanzaron tras el seguimiento de Cristo y de sus enseñanzas. Otro paso era la extraordinaria austeridad de vida con que vivían, una vez instalados en algún lugar deshabitado en el desierto de Nitria, en la Tebaida, o en el desierto de Judea.

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Austeridad en el comer y en el vestir, en el hablar y en el dormir, en el lacerarse las carnes, en poseer lo mínimo necesario y lo demás distribuirlo a los pobres, en el duro trabajo manual, etcétera. Habrá también que mencionar los frecuentes y prolongados ayunos, la lucha encarnizada contra el Maligno y sus seducciones, el combate espiritual para alcanzar la “pureza de corazón”, resumen del hombre moral y espiritualmente realizado.

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Animando y dando vida a estos aspectos duros de la vida en el Desierto, la lectura orante de la Biblia y el canto de los salmos cada día, y los domingos la reunión para la celebración de la Eucaristía y el ágape fraterno.

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Cuando alguien preguntó a san Antonio qué debía hacer para agradar a Dios, le respondió: “Haz lo que te mando: Allí donde vayas, ten siempre a Dios ante los ojos; cualquier cosa que hagas o digas, básate en el testimonio de las Santas Escrituras; a cualquier lugar que vayas, permanece en él por un buen tiempo. Observa estos tres preceptos, y te salvarás”.

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Otro de sus dichos reza así: “Quien reside en el Desierto para custodiar la paz con Dios está libre de tres guerras: la del oír, la del hablar y la del ver. Le queda una sola: la del corazón”. De gran fuerza expresiva es la siguiente sentencia: “Obediencia y continencia amansan a las bestias”.

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La palabra de Moisés sobre la vida retirada es luminosa: “Un hermano llegó a Escete para ver a Moisés y le pidió una palabra. El Anciano le dijo: ‘Ve, siéntate en la celda y tu celda te enseñará todas las cosas’”.

De Evagrio Póntico se recuerda esta frase: “Piensa sin cesar en cuándo saldrás de este mundo y no olvidar el juicio eterno. Así no habrá pecado en tu alma”.

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“La Madre Teodora dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13). Sucede como con los árboles: si no pasan a través de los inviernos y las lluvias, no pueden dar frutos. Para nosotros, el invierno es el mundo presente. Solamente a través de muchos sufrimientos y tentaciones podemos llegar a ser herederos del Reino de los cielos”.

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Madre Sinclética: “Como es imposible ser al mismo tiempo hierba y semilla, así es imposible que, gozando de gloria mundana, demos frutos celestes” y “Como es imposible construir una nave sin clavos, así es imposible que el hombre se salve sin humildad”.

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Los Padres del Desierto fueron movidos a una vida retirada por el mismo Evangelio y por los ejemplos de Elías y Juan el Bautista. Leyendo, sin embargo, los apotegmas resulta claro que las citas bíblicas son más bien escasas. Por otra parte, se da un alto nivel de analfabetismo entre los monjes, al menos en los primeros decenios, junto con la resistencia en muchos de ellos a la posesión y lectura de los libros sagrados para vivir radicalmente la pobreza. La Escritura no dejó de ser el centro de su espiritualidad.

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Padre Antonio, a algunos hermanos que habían venido a él para escuchar una “Palabra” que les ayudase a encontrar el camino de la salvación, respondió: “¿Habéis escuchado la Escritura? Eso es lo que necesitáis”. Antonio no precisa si lo que les recomienda es leer u oír la Escritura. Lo importante es que, en el futuro, los interlocutores escuchen atentamente las palabras de la Escritura.

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Pudiera ser que los monjes no tuvieran libro alguno de la Escritura, no por desprecio sino por pobreza, pero habían aprendido de memoria no pocos versículos de los salmos, muchas frases del Evangelio, relatos de las grandes figuras bíblicas, incluso libros enteros del Antiguo y del Nuevo Testamento, y todo ello era el alimento que nutría día tras día sus horas de trabajo y noche tras noche sus horas de oración. En tales textos hallaban poder de curación interior, de estímulo, de ayuda en la lucha contra los demonios y de unificación de sus pensamientos y sentimientos. En el fondo no tenían necesidad de libros bíblicos, aunque los poseyesen, porque la Palabra de Dios la llevaban dentro en la memoria y en el corazón.

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Sobre el acercamiento a la Palabra, no era infrecuente que un monje se acercase a un Anciano y le dijera: “Dime una Palabra”; a su petición el Anciano respondía con una Palabra tomada de la Biblia o de su experiencia espiritual. Por ejemplo, el Padre Aió solicitó de Padre Macario: “Dime una Palabra”, y el Anciano respondió: “Huye de los hombres, permanece en tu celda llorando tus pecados, y no ames el trato con los hombres. Así te salvarás”

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Los eremitas del Desierto disponían de mucho tiempo para recordar y meditar. Mientras trabajaban, primero recordaban alguna Palabra de la Escritura o de un Anciano, que habían aprendido de memoria; luego, la rumiaban en su interior repitiéndola muchas veces en silencio o en voz alta; a continuación, la meditaban buscando aplicarla a su vida, finalmente trataban de llevarla a la práctica con decisión y generosidad.

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Para los monjes del Desierto meditar era moler en el molino del propio corazón uno o dos versículos de la Escritura o una Palabra de un Anciano, y la meditación era considerada una componente indispensable de la vida monástica. La meditación era principalmente un fenómeno oral; se oye o se ve a un monje meditar la Escritura. De Padre Aquiles dice otro monje: “Le he oído meditar esta Palabra: No temas, Jacob, de bajar a Egipto”.

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La relación de los Padres del Desierto con la Escritura nunca tenía un objetivo puramente teórico o hermenéutico, menos aún podía ser motivo de vanagloria; se relacionaban con la Escritura como una Palabra del Dios vivo que les habla personalmente a través de ella y en ella les ofrece el alimento cotidiano para su oración, y la vía espiritual y moral de la salvación.

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La resistencia de los Ancianos a interpretar la Escritura y a indagar en sus misterios encuentra su razón de ser en la incapacidad que sentían de penetrar en el Deus absconditus, en sus designios divinos y en la riqueza inasible e inagotable de su Palabra. Cuando alguien les pedía una Palabra, muchas veces preferían mantenerse en silencio y dejar que Dios hablara.

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La vida de los monjes del Desierto fue una vida de lucha, de combate espiritual. Tenían que luchar contra el demonio, que estaba siempre al acecho para hacer caer a los monjes en sus trampas. Tenían que luchar contra las propias pasiones, especialmente contra los deseos concupiscentes y la pereza y cansancio en medio de la monotonía de la vida del Desierto. Tenían que enfrentarse con los propios recuerdos y pensamientos de la vida pasada, que habían dejado atrás al internarse en el Desierto.

Frutos de la lectura orante para los Padres del Desierto

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Finalmente, no era menor la lucha contra el sentimiento de frustración y derrota en el esfuerzo por progresar espiritualmente o contra los remordimientos provocados por haber herido la caridad con palabras o acciones. La Palabra fue para todos los monjes el arma privilegiada en ese combate continuo

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1 - La Escritura protegía al monje contra las insidias del Maligno. Para responder eficazmente a los asaltos violentos de un demonio, usaban palabras de la Escritura. Macario decía a uno de sus discípulos que el mejor modo de orar en medio de la lucha es simplemente gritar: “¡Señor, ayúdame!”, refiriéndose a las palabras de Pedro en el episodio evangélico de la tempestad calmada (Mt 14,30). Los monjes tenían tal convicción de que el Nuevo Testamento había vencido el reino de Satanás que la simple mención de la palabra “Nuevo” era suficiente para hacer desaparecer los demonios.

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La lectio divina comportaba también al monje conforto psicológico y pacificación interior, en medio de los desafíos psicológicos propios de una vida solitaria en el Desierto. A un hermano que sufría terriblemente porque no manifestaba a un Anciano sus dudas, tentaciones, pruebas y tribulaciones interiores, Macario le aconsejó: “Aprende de memoria fragmentos del Evangelio y de los demás libros sagrados; si te asalta un pensamiento no mires hacia abajo sino hacia lo alto, y el Señor te ayudará enseguida”.

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3 - La Palabra venía a tener también un efecto benéfico sobre toda la persona, incluso sobre la enfermedad física. Teodora cuenta de un hermano que sufría de fiebre y dolor de cabeza siempre que acudía a la synaxis. Abatido por esta condición y creyéndose cercano a la muerte, determinó, a pesar de todo, levantarse para recitar la synaxis por última vez antes de morir. “Al terminar la liturgia, terminó también la fiebre”. La recitación y meditación de la Escritura era considerada medio eficaz para restablecer el propio equilibrio sea psicológico que físico.

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4 - La unificación de la mente y del corazón. Con el frecuente rumiar de un versículo de la Escritura o de molerlo en el molino del propio corazón, los monjes, además de enriquecerse con el contenido teológico y espiritual de la Biblia, conseguían la simplicidad y unidad de pensamientos y superaban la disipación y distracción del espíritu. Padre Moisés lo dice muy acertadamente: “Si recurrimos constantemente a la meditación de la sagrada Escritura, y elevamos nuestra mente hacia las cosas espirituales…, nuestros pensamientos será seguramente espirituales y harán morar al alma en aquellas mismas cosas sobre las que se ha estado meditando”

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San Jerónimo (cca. 347 – cca. 419) es el gran doctor de la lectio divina, y es además óptimo ejemplo de una existencia consumida enteramente en función de las Sagradas Escrituras. Más tarde, san Benito de Nursia será el principal organizador, que regula la institución monástica para que en ella se pueda practicar la lectio divina y pone así las bases de una civilización europea medieval basada en el arado y el libro. Pero Jerónimo quedará como el gran teorizante de la lectura de la Palabra de Dios.

SAN JERÓNIMO, EL DOCTOR DE LA «LECTIO DIVINA»

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Jerónimo da tanta importancia a la Palabra de Dios que la pone casi a nivel de la Eucaristía y habla de la «doble mesa de la Palabra y del sacramento» (citado en la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia). Dice Jerónimo en su comentario a Isaías: «Os doy lo que os debo y obedezco los preceptos de Cristo, que dijo: «Examinad las Escrituras» y «Buscad y hallaréis». No quiero que se me tenga que decir, como a los judíos: «Erráis porque desconocéis la potencia de Dios». Porque si, según el apóstol Pablo, Cristo es la potencia de Dios y la sabiduría de Dios, y quien ignora las Escrituras ignora la potencia de Dios y su sabiduría, entonces ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo»

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No se puede penetrar en el sentido de las Escrituras sin un trabajo fatigoso. Hace falta una lectura frecuente y una meditación constante. Como para la lectura de los autores profanos, hay que empezar por aprender el alfabeto. Vale la pena de hacer el esfuerzo de estudiar hebreo, para no tener que valerse de traducciones defectuosas. Aquellas damas romanas le pidieron a Jerónimo que les enseñara hebreo para leer y comentar juntos el Antiguo Testamento, y así lo hicieron.

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Pensando concretamente en los monjes y monjas, formula toda una doctrina para la práctica de la lectio divina:

Dice a las damas romanas por él dirigidas que no salgan de sus casas (el ambiente de Roma era marcadamente pagano). «El Esposo no se halla en las plazas públicas, sino en el misterio de la celda». Hasta en las visitas a los sepulcros de los mártires y en la asistencia a los oficios de vigilias se ha introducido la mundanidad. Por eso acaba huyendo de Roma y refugiándose en Tierra Santa.

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El tiempo de silencio que la vida monástica crea, hay que organizarlo para aprovecharlo bien. Es preciso un horario. «Establecer horas fijas, como para la oración». Lo dice de modo muy plástico: «A la segunda hora de lectura nos sobreviene el aburrimiento. Bostezamos, nos frotamos la cara con la mano y, como si ya hubiéramos hecho un gran esfuerzo, nos ponemos a pensar en cosas profanas». Inversamente, hay que vigilar que un trabajo material no nos quite el tiempo reservado para la lectura o la oración. La ventaja de un programa o de un horario bien preciso es que nos libera del ritmo de las ocupaciones ordinarias

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La lectio divina no tiene una finalidad ascética, de mortificarnos con el esfuerzo que pide. No ha de ser una penitencia. Es el medio más seguro para proporcionar al alma un alimento sabroso y a la vez nutritivo. Como todo lo que toca a la vida espiritual o la oración, no ha de ser un esfuerzo más ofrecido a Dios, sino el premio de todas las fatigas asumidas por amor de Dios. Por tanto, la lectio divina ha de ser un placer, un gozo. La define como «un deleite y una instrucción del alma». Los que la encuentran fatigosa, o no la han entendido, o la practican mal.

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Sabe que no podemos estar leyendo sin parar. El equilibrio de la mente pide alternar lectura y trabajo. El trabajo, más que una producción material, es importante por su valor ascético. Cree que, especialmente las mujeres, conviene que unan al estudio aquellos trabajos manuales domésticos propios de su sexo. Si somos pobres, con el trabajo nos ganaremos la vida, pero, aunque seamos ricos, el trabajo será provechoso para el alma, porque evita las vanas divagaciones del espíritu.

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A los hombres les recomienda también el trabajo, para mantenerse con sus manos, como los monjes de Egipto. Hacer cestos, tejer redes, trabajar en la huerta y escribir (copiar) libros. La trascripción de libros, sobre todo bíblicos, era el ejercicio preferido de los monjes.

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Para san Jerónimo, todas las demás prácticas monásticas se ordenan a la lectio divina: son para poder quedar más libre para practicarla y para mejor aprovechar sus frutos.

El ayuno no es un fin en sí mismo. En Roma, por aquel entonces, despertaban admiración los ayunos desmedidos de ciertos monjes. Jerónimo piensa de otro modo. También él había cometido imprudencias al principio, y las pagó caras con alteraciones de su salud que le impedían seguir regularmente la vida comunitaria. Pero unos ayunos moderados son muy provechosos para el equilibrio y la agilidad de la mente.

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Valga lo mismo de la pobreza. Las riquezas bloquean el espíritu. Quien anda preocupado por las riquezas no advierte los delicados matices de las Escrituras.

«Los monjes son como los pájaros del cielo, que no tienen más granero que Cristo, su maestro». La Palabra de Dios es su único tesoro, la única moneda. A las ricas damas romanas les predica que se apresuren a venderlo todo para adquirir la perla preciosa del evangelio. Las Escrituras han de ser el collar que rodee su cuello y los pendientes que adornen sus orejas. No hay riqueza comparable con la ciencia de los libros santos.

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También la renuncia al amor humano y la total consagración a Dios permitirán una mayor dedicación a la lectio divina con corazón indiviso, tal como ya san Pablo aconsejaba.

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Expone muy bien la relación entre lectio y oratio. Escribe a la virgen Esutoquio: «¿Estás leyendo? Es entonces cuando el Esposo te habla. ¿Estás orando? Entonces eres tú quien habla al Esposo». Parece evocar el famoso pasaje de Cipriano: «Sé asiduo en la oración y la lectura. Esto es, habla unas veces tú a Dios, escucha otras a Dios que te habla». Son las dos partes o momentos del diálogo místico: «Que la lectura siga a la oración, y la oración a la lectura» (orationi lectio, lectioni succedat oratio).

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El buen conocimiento de las Escrituras alimentará en todo momento la oración, el coloquio confiado con Dios. Pero la misma lectura sagrada es ya oración.

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San Benito nació en Nursia hacia 476 y murió en Montecasino hacia 550. Es curioso que este hombre, que tanta influencia habría de tener en la forja de la cristiandad medieval, no se había propuesto transformar la sociedad, ni tampoco convertir a los pecadores, y ni siquiera fundar una orden religiosa, sino que simplemente se retiró a la soledad buscando a Dios.

SAN BENITO, EL ORGANIZADOR DE LA «LECTIO DIVINA»

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La Regla benedictina no ofrece una teoría expresa de la lectio divina: definición, importancia, cómo hay que hacerla, cuáles serán sus frutos, etc. Se limita a ordenar unas estructuras y un sistema de vida que faciliten practicarla copiosamente, y sólo como de paso brinda algunas indicaciones espirituales.

La Regla de San Benito

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El pasaje principal es el que trata del horario durante la Cuaresma. Tanto el día como la noche se dividían en doce horas: en verano las horas diurnas eran más largas que las nocturnas, y en invierno era al revés. El tiempo se regula en función de la luz diurna. Los monjes se levantan a la segunda hora de la noche y se acuestan todavía con luz de día. No es con especial intención de mortificarse, sino porque tal era el horario de los campesinos italianos de entonces. Hay un horario monástico de invierno, del 14 de setiembre al comienzo de la Cuaresma, y otro de verano, desde Pascua al 14 de setiembre.

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La Cuaresma tiene un horario especial, con más tiempo dedicado a la lectio divina. Las vigilias o maitines debían durar, en invierno, entre dos horas y media y tres, y en verano algo más de una hora, porque entonces las lecturas del oficio se reducían a una lectio brevis, para empezar Laudes al clarear la aurora. Entre maitines y Laudes, que tenían que celebrarse puntualmente a la salida del sol y duraban entre 30 y 45 minutos, quedaba en invierno una hora larga, disponible para la lectura o el estudio de los salmos.

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El principio general es que «laociosidad es enemiga del alma, y por eso los hermanos se han de ocupar unos ratos en el trabajo manual y otros en la lectio divina» (Regla 48,1). Para los domingos hay también un horario especial: «El domingo, parecidamente, que se dediquen todos a la lectura, salvo aquellos que tienen asignada tal o cual tarea. Pero si hay alguien tan negligente o perezoso que no quiera o no pueda estudiar o leer, que se le dé algún trabajo que hacer, para que no esté ocioso» (Regla 48,22-23).

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La práctica de la lectio divina en los monasterios que seguían la Regla benedictina (y pocos siglos después de san Benito la seguían en Europa prácticamente todos los monasterios) tuvo importantes consecuencias de tipo cultural y social:

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1ª Salvamento de la cultura clásica. Muchas obras de la antigüedad se han conservado sólo gracias a los manuscritos copiados y recopiados en los escritorios monásticos. Durante la alta Edad Media, hasta que se creen las universidades, los monasterios serán los grandes centros culturales. Los monjes son llamados por las autoridades civiles y eclesiásticas, como personas letradas, para servir como secretarios.

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2ª Otra función cultural poco conocida, pero muy importante, fue que en una sociedad generalmente analfabeta, los monjes eran una minoría culta. Si, en principio, todo monje ha de hacer lectio divina, tendrá que saber leer y escribir. Se admitían analfabetos, y se les daba la oportunidad de aprender. Sólo si se mostraban incapaces se les dispensaría de este aprendizaje. También las monjas que siguen la Regla benedictina tendrán que hacer lectio divina, y por tanto han de aprender a leer y escribir. Por eso habrá muchas monjas escritoras, cuando fuera de los monasterios casi todas las mujeres son analfabetas, y son poquísimas las escritoras.

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3ª Se produce una «teología monástica», que toma el relevo de la patrística y que prepara la teología escolástica. Si el «lugar» de la teología patrística era sobre todo la celebración litúrgica (y por eso su género más característico es la homilía), el «lugar» de la teología monástica será la lectio divina. Será una teología menos sistemática que la escolástica, pero más sapiencial o «sabrosa». El principal representante de esta teología monástica es san Bernardo.

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San Bernardo (1090-1153) se había formado en la escuela de la lectio divina como monje en los monasterios de Císter y Claraval. Suele contarse en sus biografías su incansable actividad, sus fundaciones, el gobierno de los monasterios, los escritos y las controversias teológicas, las misiones que los Papas le encomendaban, incluso una cruzada, pero lo más importante era su vida personal de monje.

SAN BERNARDO, EL MÍSTICO DE LA «LECTIO DIVINA»

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Hay en los monasterios que siguen la Regla de san Benito una tradición secular, que consiste en celebrar con honda devoción el miércoles de las Témporas de Adviento, llamado del «missus est» porque en él se leía el evangelio de la Anunciación a María, que empieza con estas palabras: «Missus est angelus Gabriel a Deo…» («Fue enviado el ángel Gabriel por Dios...»). El Adviento se ha considerado siempre como un tiempo muy relevante en la vida monástica, siempre orientada a la espera de la venida del Señor. Toda la vida del monje pide silencio y recogimiento para recibir la Palabra que ha de hacerse carne de nuestra carne y vida de nuestra vida, pero en el Adviento se acentúa esta actitud espiritual.

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En la tradición monástica ese miércoles del Missus est, se reunia la comunidad en capítulo para que el abad les dirigiera la palabra apara ayudarles a meditar el misterio de la Anunciación y Encarnación del Salvador y compartir con la Virgen María la expectación del nacimiento del Salvador.

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San Bernardo nos ha dejado una serie de sermones pronunciados en tal ocasión, en los que podrá encontrarse no sólo la espiritualidad del Adviento tal como la vivían los monjes sino, más ampliamente, la doctrina, válida y aun necesaria para todo cristiano, sobre la primacía de la Palabra en la vida de fe. Pero en estos sermones la teoría de la lectio divina no se expone sistematizada, sino que se ejemplifica con el modelo incomparable de la Virgen María. Es en este sentido que la vida cristiana debería ser un Adviento permanente, a imitación de aquella que guardaba y meditaba siempre la Palabra en su corazón.

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Decía Bernardo a sus hermanos en una de estas conferencias:

Os confieso que el Verbo ha llegado también hasta mí – lo digo como sin juicio – y muchas veces. Y a pesar de esta frecuencia, alguna vez no lo sentí cuando entró. Sentí su presencia, recuerdo cuando su ausencia; a veces incluso pude presentir su entrada, pero nunca sentirla, y tampoco su salida. De dónde venía a mi alma o a dónde se fue cuando la dejó de nuevo, confieso que lo ignoro incluso ahora mismo, según aquello: No sabes de dónde viene y a dónde va. Y no es extraño, porque lo dice de él mismo: Y no queda rastro de sus huellas.

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Cuando veáis un alma que lo abandona todo para unirse con todas sus fuerzas al Verbo, que vive para Él y se deja guiar por Él y concibe del Verbo lo que para el Verbo deberá dar a luz; un alma, en fin, que pueda decir con verdad: «Mi vida es Cristo y morir por Él será para mí el mayor galardón», no dudéis en reconocerla por cónyuge esposa del Verbo

La lectio divina como desposorio místico

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Es un metodo de lectura y oración muy antiguo de la Iglesia Católica, para tener un

acercamiento con Dios que no limita y agota en el texto escrito, sino que partiendo

del texto de la Escritura favorece la búsqueda del Señor, siendo Él el sentido de

toda la lectura y de la búsqueda. 

LECTIO DIVINA

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La Lectio Divina

◦ Lectura (Lectio)◦ Meditación

(Meditatio)◦ Oración (Oratio)◦ Contemplación

(Contemplatio)------------------------◦ Actuar (Actio)

Incluye los siguientes pasos:

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Preguntas guías

¿QUÉ DICE EL TEXTO?¿QUÉ NOS DICE A NOSOTROS EL TEXTO?

¿QUÉ NOS HACE DECIR EL TEXTO?¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR A PARTIR DEL TEXTO?

¿A QUÉ NOS COMPROMETEMOS A PARTIR DEL TEXTO?

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Antes de una Lectio Divina.“El Maestro está aquí y pregunta por ti” Juan 11,28

Ten a mano una Biblia Busca el momento propicio Busca el momento adecuado Crea un ambiente en silencio Adopta una actitud de fe Procura concentrarte Escoge el pasaje bíblico

Invocación al Espíritu Santo

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La Lectio Divina.

Permite trabajar el texto escrito; lo profundiza…lo reflexiona…lo reza…

Siempre tiene en consideración la perspectiva de la vida, siempre busca aplicar esa palabra al día a día, hacer vida

aquello que fue conocido por medio de la Escritura.

Para los cristianos el texto bíblico no es meta en sí misma, no buscamos apenas conocer cosas de la Biblia para

repetirlo mecánicamente, sino que la finalidad y la meta de la revelación es la adhesión consciente, libre y amorosa a

aquel que se nos ha revelado en las Escrituras

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La LECTURA ¿Qué dice el texto?

Atenta y pausada de la Palabra escrita del Señor, es la base y el corazón de la Lectio Divina. La

LECTURA es determinante para todo el método, pues si no se conoce lo que dice y transmite el

pasaje, si no se entiende lo que dice la Escritura, es imposible hacer la meditación o la

contemplación, como tampoco ver el actuar, aquello que se debe poner en práctica. Para una recta interpretación es determinante una lectura

atenta, detenida y creyente del texto.

Hacerla desde la Biblia y con la Biblia Tener el corazón abierto y disponible para escuchar al

Señor Anuncio y proclamación Puede hacerse con lectores intercalados Por versículos Por personajes

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Actitudes para la Lectura Actitudes: Apertura de Corazón, no sacar

conclusiones inmediatas, honestidad para no imponer nuestras ideas preconcebidas al texto.

Lectura personal: Leer en voz alta, despacio, al menos 3 veces, familiarizarse con el texto, indentificar personajes, subrayar el pasaje, frases centrales del texto, gráficos al lado del texto, lo que más nos llama la atención colocar asteriscos, ¿Qué quiere decir esto?

Lectura Comunitaria: Intercalar lectores, hacer eco de las frases, hacer silencio, exponer la idea principal.

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La MEDITACIÓN ¿Qué nos dice el texto hoy?

Es adentrarse en el texto, pensarlo y profundizarlo, no quedarse en la información recibida en la lectura, sino ir más allá, haciendo una relectura atenta, viendo el sentido del pasaje, buscando el mensaje que transmite, actualizando ese mensaje a nuestra realidad personal, comunitaria y social.

La MEDITACIÓN es ir más allá de lo que se ha escuchado en la lectura, es buscar la riqueza que encierra, es descubrir el mensaje actual, vivo y comprometedor que el Señor nos transmite por medio de su Palabra que es siempre viva y eficaz, que es más tajante que espada de doble filo (Heb 4,12)

Realizarnos preguntas Ver los verbos

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Actitudes para meditaciónLa palabra pasa a confrontarnos de manera

viva, ilumina nuestro yo, mostrando el rostro de Dios.

Disponibilidad: Dejarnos cuestionar por el texto y no ocultarnos ante el.

Gratuidad: Abriéndonos a la Palabra, sin introspecciones.

Auto-aplicación: No aplicarlos a otros. Todo en primera persona, recordemos al profeta Natan que le dijo a David… “Ese hombre eres tu” 2Samuel 12,7

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Sugerencias. Cuando el texto es un relato:

Coloquémonos en el lugar de un personaje. ¿En que nos parecemos?

¿Qué haríamos nosotros?¿Qué dejaríamos hacer al Señor?

¿Qué nos revela Dios de si mismo?, Qué nos muestra de nosotros?,¿Qué ha hecho el Señor por nosotros, y que va hacer?

Tomemos nota de las emociones que emergen del texto, y de nosotros mismos.

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ORACIÓN. ¿Qué le digo al Señor sobre…?

La ORACIÓN es un recurso que se propone para que a partir de la Palabra se aplique el mensaje que ella transmite a nuestra realidad, buscando identificarnos con el mensaje que transmite y comunica.

Como toda oración y todo encuentro, en sí no hay reglas ni normas fijas. En este paso de la ORACIÓN cada uno, a partir del texto leído, meditado y contemplado le pide, o le agradece al Señor por lo que crea más conveniente. Es actualizar esa Palabra en nuestra vida actual.

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Actitudes para la Oración Dejar al Espíritu actuar. Descansar en la presencia del Señor. La

meditación nos desnudó, mostrándonos muestra propia verdad bajo la Luz del Señor. De allí brota la oración.

Poner la mirada en El Señor. La Escritura nos mostrará lo que El es y hace por nosotros.

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Sugerencias Expresarnos de forma mental o verbal. Escribir una sencilla oración, dejando que

brote el ritmo de los sentimientos. No importa si adoptas una gesto físico que

expresa lo que estás diciendo a Dios, súplica, entrega, alabanza, etc.

Leer un salmo que corresponda con lo leido. Cantar Silencio tomando conciencia de su

presencia.

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CONTEMPLACIÓN. ¿qué me hace decirle al Señor? La CONTEMPLACIÓN es en sí misma la oración más

profunda y personal. Allí ya no entra solo el saber y el conocer cosas de la Biblia, sino que es el encuentro personal y directo con el Señor. Ahí ya no cuenta la información que se posea, sino cómo se utiliza todo eso que se sabe de Dios, ya no para hablar del Señor sino CON Él.

(Mirar con atención)

CENTRARSE EN JESÚS VISUALIZAR COLOQUIO EN GRUPOS

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Actitudes para la contemplación.“Estar amando al amado”.San Juan de la Cruz

Darse tiempo para degustar el texto leído. Estar en calma y en paz en Dios. Adherirnos completamente a Dios. Obedecer al texto como lo hizo María. “yo

soy la esclava del Señor”.

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ACCIÓN ¿Qué va a cambiar…?

Siempre es bueno recordar que la Palabra del Señor no es solo para ser conocida, sino que ella debe ser hecha vida (Mt 7,21), y debe ser el fundamento de nuestras actitudes y de nuestros gestos (Mt 7,24-27), porque son bienaventurados: “…lo que escuchan la Palabra y la ponen en práctica…” (Lc 11,28). Esto es el fundamento del quinto paso de la Lectio Divina, el ACTUAR, el vivir, el hacer vida aquello que fue reflexionado y rezado.

Si de verdad hubo encuentro de corazón a corazón con el Señor, no se puede seguir siendo el mismo, algo debe cambiar, de alguna manera se debe vislumbrar aquello que fue conocido

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LECTIO DIVINAMATEO 13. 44

EL TESORO ESCONDIDO

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La Lectio Divina

Seguimos los pasos de:

◦Lectura (Lectio)◦Meditación (Meditatio)◦Oración (Oratio)◦Contemplación (Contemplatio)

◦Actuar (Actio)

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LECTIO

LECTURA ATENTA DEL TEXTO

MATEO 13, 44 Parábola del tesoro escondido  “El reino de los cielos se puede

comparar a un tesoro escondido en un campo. Un hombre encuentra el tesoro, y vuelve a esconderlo allí mismo; lleno de alegría, va, vende todo lo que posee y compra aquel campo.

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LECTIO 3 Verbos

1. VA2. VENDE3. COMPRA

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LECTIO

Luego hacemos un silencio ante la Palabra

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MEDITATIO

1.       ¿Qué me llama la atención de este pasaje? ¿qué sensación me causa las enseñanzas de Jesús? ¿cómo me hace reaccionar?

2.     ¿De qué trata la parábola? ¿cuál es el tema? ¿cuáles son las comparaciones que utiliza para revelar el Reino de Dios?

3.     ¿De qué trata la parábola del tesoro escondido? ¿cuál es la actitud del hombre que lo encuentra? ¿qué hace? ¿qué indica esto?

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MEDITATIO Hoy, ¿cuáles son mis tesoros, cuáles son

las cosas por las que doy mi vida, por las que gasto todo mi tiempo? ¿cuáles son mis tesoros y las perlas de gran valor que dan sentido a mi vida? ¿cuáles son mis apegos, mis seguridades, que no las quiero o me cuestan vender?

Hoy, ¿qué hago para ganar el Reino de Dios? ¿qué cosas estoy dispuesto a vender para poder adquirir el Reino de Dios? ¿soy capaz de dejar todo con tal de comprar el tesoro que es el Reino de Dios?

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MEDITATIO Esta Parábola es muy

actual. Nos dice algo a nosotros. Es vital para nuestra

vida de Iglesia. HAY QUE ACTUAR !!!! HAY QUE CONJUGAR LOS

VERBOS !!!!

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ORATIO

¿Qué le respondo a Dios? ¿Qué le digo?

¿Qué tengo en mi corazón, qué me gustaría decirle?

Hacer oraciones dirigidas directamente al Señor:

(dirigirse a Dios, o a Jesús, o al Espíritu Santo, hablar con Él, contarle, decirle lo que uno quiere

o siente. Que no sea un comentario para los demás. Que sea un diálogo, una conversación).

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ORATIO

Señor Jesús gracias por.. ·        Señor te pido... ·        Señor ayúdame...

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CONTEMPLATIO

.       Usar la IMAGINACIÓN, visualizar la escena (detenerse, mirar a Jesús, centrarse en Él, ver si actitud comunicándose con la gente, ver lo que hace, como se relaciona con ellos, la actitud que tiene, la atención que capta. Preguntarle, por qué daba tanta importancia al Reino, por qué buscaba que la gente se decidiera por él. Preguntarle qué sentía por la gente, qué sentimientos le provocaba tener tanta gente a su alrededor).

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CONTEMPLATIO Jesús, nos hablas

nuevamente de tu Reino, nos comparas ahora con un tesoro y una perla de gran valor. Nos haces ver que necesitamos vender todo lo que no seas Tú para poder comprar ese tesoro. Tú Señor, nos haces ver que eres Tú quien da sentido a toda nuestra vida, y que tenerte a ti es lo más precioso y valioso que nos puede suceder.

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CONTEMPLATIO

Jesús, gracias por darnos tanto, por darnos tu gracia, por darnos tu amor, por dejarnos tu Palabra para que nos ayude a encontrar el tesoro que eres Tú, y que ante ti todo lo demás queda en segundo plano. Que el que te tiene a ti, tiene todo y no le falta nada. Gracias Jesús, por darnos a conocer la importancia que tiene tenerte en nuestra vida, gracias por decirnos que solamente Tú tienes palabras de vida de eterna. Gracias por invitarnos a dejar todo para tenerte y estar contigo, gracias Jesús.

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CONTEMPLATIO

Alabar, bendecir y glorificar al Señor porque es un Dios cercano y generoso, que nos hace conocer las riquezas del Reino y quiere que nosotros tengamos parte de ese Reino.

*            Pedirle perdón al Señor, por nuestros apegos, por las cosas que no queremos vender para adquirir el Reino, porque tenemos otras riquezas que son el Señor.

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ACTIO

En silencio Buscar una actitud

para vivir qué voy a hacer para

vivir este texto qué voy a hacer en

concreto a qué me voy a

empeñar para hacer realidad este texto

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ACTIO

¿cuáles son las cosas que debo “vender” de mi vida para adquirir y vivir el Reino de Dios?

¿qué relación debo tener con los que no creen y no viven el evangelio?

¿a qué me compromete estas parábolas del Reino?