Facetas Mayo 17

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Ibagué, 17 de mayo de 2009

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> LA PALABRA DEL DÍARecordar

l Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) presenta la de-finición de la palabra virtual, que viene haciendo una carrera tan exitosa desde la explosión del auge de las computadoras y de la internet.

El vocablo fue adoptado en el terreno de la informática pensando en su primera acepción y también en la tercera, usada en la Física, más precisamente en la Óptica, para referirse a algo "que tiene existencia aparente y no real" y en la Mecánica para definir el concepto de "velocidad virtual". En las lentes convergentes, por ejemplo, los rayos provenientes de un objeto cualquie-ra convergen hacia un punto en el cual se for-ma una imagen de ese objeto. Es el principio utilizado en las cámaras fotográficas, en las cuales los rayos provenientes del objeto foto-grafiado convergen y forman una imagen real e invertida de ese objeto sobre la superficie sensible. En el caso de las lentes divergentes esto no ocurre, los rayos divergen y no se forma ninguna imagen real. Sin embargo, los ópti-cos encontraron conveniente para algunos de sus cálculos considerar la idea de que a partir de que a partir de un determinado punto, las prolongaciones de los rayos divergentes con-vergen hacia un punto anterior al lente, donde se formaría una imagen que no existe más que en el cálculo matemático, una imagen virtual. En la analogía creada en el mundo de las computadoras, cuando se habla de una "reunión" de personas que se encuentran en lugares distantes, pero que se comunican en-tre sí mediante cámaras de televisión, parece adecuado que se hable de reunión virtual. Y cuando queremos referirnos a uno de esos sitios de la internet en los que se ofrecen mer-

caderías que podemos adquirir sin levantarnos de nuestra silla, envian-do por la computadora el número de nuestra tarjeta de crédito, parece perfectamente correcto que se hable de tienda virtual. Tampoco cabe di-sentir de la expresión realidad virtual, que de-signa el efecto produci-do por programas infor-máticos que suministran al usuario estímulos visuales, auditivos e in-cluso táctiles que le dan la sensación de vivir en una realidad diferente, como ocurre en los si-muladores de vuelo o en algunos programas para arquitectos que permiten visitar una casa que está a la venta desde su propia computadora. Se trata de artificios que nos permiten dirigir aviones que no existen o visitar casas que no están allí. No son reales, son virtuales, como nos indica la definición del diccionario. Sin embargo, muchos usuarios de com-putadoras que no saben de dónde proviene este término ni por qué se lo usa al hablar de reuniones, de tiendas o de otras entidades vir-tuales, han adoptado este adjetivo para refe-rirse incorrectamente a todo lo que tenga que ver con informática o con la Internet. Hace algunos días, un amigo que acababa de comprarse unos libros a través de la Red me comentó que había hecho "unas compras virtuales". Aunque las hubiera hecho vía In-ternet, sus adquisiciones no tenían nada de virtual, eran bien reales, como mostraban los

gruesos y pesados volúmenes que mi amigo se disponía a leer. Millones de personas hoy hacen amigos a través de sus conexiones electrónicas, pero no importa cuál haya sido la forma de esta-blecer estas relaciones se trata siempre de personas reales, con pasiones y sentimien-tos, no son amigos virtuales, como muchos suelen decir. Una amiga que se pasa muchas horas por día sentada ante su computadora suele que-jarse de que tanto tiempo virtual no le deja un momento libre para, por ejemplo, leer un libro. No creo que haya sido un consuelo, pero tuve que explicarle que el tiempo que se pasa sen-tada ante su computadora es bien real. Todavía no he podido entender qué son las comunicaciones virtuales ni por qué son llamadas de esa manera. Cuando enviamos por la Internet un mensaje, éste no tiene nada de virtual; por más que circule por un cable

o por el espacio en forma de bits es una comunicación bien real y perfectamente de acuerdo con la definición de comunicación, pues alguien va a leerla en el algún lugar. Si quisiéramos comunicarnos en forma virtual no podríamos hacerlo, pues cada vez que una señal de cualquier tipo es trasmitida entre dos personas se establece una comunicación real. Resumiendo, debemos tener en cuenta que si un fenómeno se refiere a los números dígitos, del uno al diez, o a los instrumentos que cuentan estos números podemos cali-ficarlo como digital, pero no siempre como virtual. Y si un fenómeno ocurre merced al uso de la tecnología electrónica, podremos calificarlo como electrónico, pero no siempre como digital ni como virtual.

*Fundador de La página del idioma español.

Sobre el uso inadecuado de la palabra virtual

Los antiguos creían que los sentimientos re-sidían en el corazón. Para Aristóteles, el corazón era el órgano fundamental del organismo huma-no, y el cerebro, apenas un mero coadyuvante. En esa época se creía que la memoria estaba alojada en el corazón; de ahí que los romanos emplearan la palabra recordari, derivada de cor

'corazón', que llegó a nuestra lengua como re-cordar. En el portugués contemporáneo, saber una cosa de memoria es conocerla de cor (eti-mológicamente, 'del corazón'). Si los sentimientos se alojaban en el cora-zón, nada más natural que, cuando dos perso-nas se ponen de acuerdo, digamos que con-

cuerdan o que acuerdan, con lo que el corazón ya está presente otra vez (del latín vulgar accor-dare). Y si no se ponen de acuerdo, decimos que discuerdan. En el español antiguo -y en mu-chas regiones, en el contemporáneo- acordar o recordar significaban 'despertarse, volver en sí después del sueño'.

Por Ricardo Soca*

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Amanecer en BabiecaAmanecer en BabiecaPor Héctor Sánchez*

n el lugar donde vivo hay árboles y corrientes de agua. En cambio hay po-cos pájaros y nadie, ni un loco, probaría a darse un baño en

aquellos arroyos. Es la actuali-dad viva de las ciudades que, por desgracia, van acomodándose a sus contaminaciones. Un espejo que se repite y que tiende a que-darse ahí, como una parte de su trágico paisaje. Amanecer entre árboles y pá-jaros es lo más parecido a la glo-ria. Aún hay lugares donde esto puede ocurrir. Entre todos esos pájaros cantores hay uno mayor, de vistoso plumaje y casco tre-molante que no cesa, que donde existe hace valer su nota estri-dente e inmodificable. Es un ani-mal incontaminado, inteligente, soberano como un rey. Él cree, como afirma también Jenofanes, pre-socrático griego, lV siglos antes de cristo, que si un loro, por ejemplo, pudiera imaginarse a un Dios, lo concebiría con el mismo optimismo y arrogancia que el hombre lo hizo, al inven-társelo a su imagen y semejanza, con barba severa y bondadosa, al mismo tiempo. El loro, en con-secuencia, entendería a su Dios como un loro dotado de poderes excepcionales. Pienso que el gallo no pue-de inventarse a un ser superior, porque no lo necesita, al nacer él mismo con la misteriosa esencia de ser, por lo menos, el rey del gallinero. Temprano, al clarear el día, este hermoso animal, des-pués de darle vuelta a la pupila para no equivocar su horario, lanza su clarinetazo a los cuatro vientos y allá, en lo profundo de los sueños, el resto de los vivos, responde con la levedad de sus movimientos, irremplazables si bajo la cabeza hay una blanda almohada. Quienes no articulamos bien la saludable norma de acostar-

nos temprano para estar siempre jóvenes y activos, sabemos lo que es una cama cuando ama-nece, en las buenas y las malas y, aunque sólo tengamos el gallo del vecino que madruga a recor-darnos los sagrados deberes del trabajo o, la simple sorpresa de que seguimos vivos, donde los empecinados herederos del Ter-cer Reich nos prefieren muertos, para fundamentar el sorpren-dente proyecto de medirnos a todos con el mismo sudario. El sueño, que es un río silencioso y sin destino, que nos presta su mano bondadosa para borrarnos del agobiante peso de vivir, nos devuelve al fruto y las cenizas de cada día. Es la hora en que el ga-llo baja de su rama en busca de las inquietas gallinas que caca-rean excitadas, avisando así que están listas para someterse a ese ventarrón de plumas azulosas que baila sobre ellas como un diablo. Pero el encanto se rom-pe. Ya estamos de regreso al mundo. Y no de regreso a cual-quier mundo. Al que con no poco esfuerzo algunos sacuden con sus tres elementos básicos, dro-ga, sexo y crimen. El pequeño ra-dio junto a la cama nos introdu-ce en un nuevo capítulo de esta pesadilla que atraviesa los años, como si su empeño fuera no ter-minar jamás. Una pesadilla que en vez de agotarse se prolonga, bifurca y expande, torciendo por los callejones del delito, caiga quien caiga y aunque ellos mis-mo sucumban en el intento. Hay que ser muy valiente para despertarse en la mañana a escuchar el periodismo radial menos amable que podríamos desear. Un periodismo que, en justicia, trata de no ahogarse en la hojarasca de sucesos e infortunios que llueven de todas partes y que en Colombia no llue-ven, diluvian y nos anegan hasta el límite de la resistencia. La ria-da de eventos adversos que nos

agobian, hay que reconocerlo, es una dosis que nos ha vuelto in-munes a una mayor pesadumbre, pero que a alguien llegado de un mundo distinto al nuestro, ha de provocar su deseo de empezar a correr. Algunos de ellos, es ver-dad, se quedan porque escrito está, que en tiempos de crisis, los que saben cómo hacerlo, ha-cen florecer sus negocios. Ya es bastante triste casi oír la explosión de esas minas ocul-tas, sembradas en los predios rurales de alguna aula escolar, o en los senderos y breñales por donde caminantes se mueven con el bulto de penas al hombro, quemando con su furia la tierra y matando con una contunden-cia mayor a sus víctimas. Tan penoso como la noche, honda y amarga, de quienes han sido presa de esos vesánicos que han conducido la tortura al sub-suelo de la maldad. El atroz Guernica colombiano de unos cautivos acusados de nada y, sometidos a los piojos y hambrunas, y a lle-var el cuello y sus tobillos atados a las cadenas que los negreros de antes y después, imponían a su botín humano. Atados a las cadenas y las cadenas sujetas a un botalón, como reses de sacrificio. En la nómina de ma-las noticias, este actor con perfil texano, que en la televisión viste estampados de manteles en sus camisas y cuello a lo Mao. Habla con una gran sonrisa, todo lo que sabe hablarle a su pueblo y de pronto, en sus labios aparece la mueca que le conocimos alguna vez en una junta de presidentes en Santo Domingo. La de su ren-cor incontenible a este país, por lo del genocida aquel que fue a esconderse en su territorio. El mismo que reprueba al tío Sam y que en el cercano encuentro in-teramericano de las Antillas, co-rre sonriente a besar la mano del nuevo presidente de los Estados Unidos. Estoy muy lejos de dar la ra-

zón a los nacionalismos, desde lo del Nacional-socialismo de Alemania, lo del duce en Italia con sus camisas negras, lo del golpista Franco y sus naciona-listas en España, lo de Serbia y su exacerbación nacionalista re-ciente y para no alargar la lista, los tradicionales y silvestres de América Latina, igualmente de-magógicos y pasionales en las dictaduras y gobiernos civiles. Estoy muy lejos de sus himnos y banderas, pero me irritan los aires pendencieros del vaquero cinematográfico comentado, que se ocupa un día sí y otro también de remitirnos su lenguaje barrio-bajero y ofensivo, que en aras de no sé qué código, nuestros medios repiten generosamente, como si se tratara de propagan-da política pagada. Después de este corto glo-sario al despuntar el día, uno no sabe lo que le espera. Aunque como dicen los sicólogos, hay que vestir el pensamiento con colores suaves y armoniosos. Recordar momentos gratos, per-sonajes conciliadores, como ese

caballero andante que aparece en medio de tantos desalenta-dores eventos. No es el caba-llero de la triste figura, no es el caballero de los leones, no es el caballero de los bosques, no es el de los espejos, no es un pájaro, es el caballero del bu-rro-biblioteca que anda por el departamento del Magdalena, prestando libros para que la gente lea. Luis Humberto Soria-no se llama este insólito maes-tro que a pulso y con la ayuda de su jumento, visita pueblos y aldeas para estimular la lectura. Allá como acá hay pobreza y los fondos no alcanzan para fomen-tar la cultura, pero hay ciudada-nos de bien como este Soriano, joven, inteligente, magnánimo. Alguien que como afirma su desideratum Miguel de Cervan-tes Saavedra, el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Alguien que en este país, no aplicará jamás por sus méritos a nada.

*Escritor colombiano

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n verso improvisado en un pa-pelito bastaba para que el amor despertara en el corazón de la fé-mina que en el momento flechara al poeta provinciano y de verbo fácil. “¿Cómo está usted, lin-

da?”… y empezaba el galanteo que por lo general se convertía en cantos enamorados, irresistibles para el corazón y la voluntad de muchas que le sumaban el elegante y varonil aspecto del joven a las cualidades líricas que siempre tuvo. Tenía tanta facilidad para amarrar palabras bonitas en sus estrofas conquistadoras, que se hizo famoso por piropeador, por sus versos elegantes, por sus embustes vestidos de reali-dad. Él mismo lo reconocía cuando frente a al-gún periodista devolvía la cinta de sus recuer-dos y travesuras juveniles y terminaba confe-sando que “Me gustaba echarles mentiras a las muchachas”. Para ello, echaba mano de todos los ele-mentos que el entorno de provincia ponía a su disposición: estrellas, arco iris, platanales, go-londrinas…; todo con una inmensa carga de metáforas, hipérboles, símil, y otras figuras li-terarias que permanecían frescas en su mente, listas para ser sus cómplices en momentos de diáfano romanticismo. “y después las golondrinas dizque salen para que el sol las mire y después desaparecen en el aire como los arco iris.y tú, y tú, y tu, tú eres mi arco iros Dina Luz… Eran palabras únicas e irresistibles, aunque –como lo confesó alguna vez el compositor- no fueran del todo verdaderas como sí lo era el sentimiento que las inspiraban. Podía Escalona con su verbo situarse a leguas de distancia de los otros enamorados de la época, puesto que les decía cosas que ninguno otro les decía y, por supuesto, al final terminaba logrando el fin propuesto, entrar al corazón de la muchacha. El entorno –la brisa y el paisaje de Patillal- en el que nació y se crió Rafael Escalona y las personas con las que se rodeó – Don Toba,

galante por excelencia - fueron alimentadores de todo el capital simbólico que logró acumular y que el mundo conoce a través de su obra musical y de toda una vida enamorado de las mujeres, de muchas de ellas. La vida le alcanzó para amar a 60 mujeres, según las cuentas que hacen sus amigos y confidentes, empezando desde muy temprana edad (12 años) cuando perdió los estribos por Rosa Elvira Daza, hija de Juana Arias, la mujer que inmortalizó en uno de sus cantos. Se sentaba a ver pasar a la muchacha, diez años mayor, a sentir cómo el corazón se le quería salir del pecho cuando ella pasaba; después terminaba disgustado consigo mismo porque otra vez ser había dejado traicionar de los nervios y le había salido con groserías. Fue una juventud de correrías y amores; si llegaba a Los Pondores, en San Juan del Cesar, caía rendido ante la belleza de Ambrosina Ariño y si llegaban los periodos del Liceo Celedón se ‘derretía’ ante la esbeltez y el carácter de ‘Vevita’ Manjarrez. Ella protagonizó un ca-pítulo fugaz en la historia romántica de este compositor y le inspiró una de las obras más trascendentales que creó el patillalero y que da cuenta de un romance tormentoso que claudi-có al final, capítulo que cerró Escalona con un homenaje fuerte que contiene reproches, pero también un matiz de compasión de parte de él hacia su enamorada, la que en la eventualidad de que él muera, tendrá que llorar, rezar y, de ñapa, ponerse el vestido negro que no le gus-ta. “A ti te pusieron ese nombre sin razón por-que ese no es el nombre pa’ una mujer bonita yo te hubiera puesto ‘Mortificación’, ‘Tormento divino’, pero no ‘Vevita’.Y a un ángel yo le hu-biera robado tu nombre pa’ que fuera el más raro

y al cielo, yo le hubiera pedi-do tu nombre pa’ que fuera el más lindo”.(El testamento – Rafael Escalona) Pero los episodios de desamor desapare-cían de la vida del compositor con la misma fa-cilidad que aparecía una nueva conquista. Ésta podía estar en cualquier lado. En El Molino, La Guajira, vio a Elsa Armenta y su corazón empe-zó a latir enamorado; ella no cayó en las redes del picaflor, pero sí logró aportarle a su carrera musical otra de sus obras más sobresalientes: “porque yo tengo un dolor muy dentro del co-razón porque un corazón herido pa’ curarlo es con cariño” (La Molinera – Rafael Escalona) La sagacidad de crear versos bonitos es-

taba estrechamente ligada a una especie de manipulación sentimental en la que el poeta se situaba en los linderos del hombre dolido, golpeado por su único pecado de enamo-rarse; encontró en algún libro sagrado una expresa prohibición de los santos. “Y debes de darte cuenta que su por tu culpa muero en todita la provincia te dirán cuando yo muera que al pobrecito Escalo-na lo mató una molinera y eso le pasa a los hombres porque querer de esa manera por eso prohíben los santos de que un hombre quiera tanto”.

Rafael Escalona,Rafael Escalona,un hombre de amoresun hombre de amores

Por MARÍA RUTH MOSQUERA

VALLEDUPAR, COLPRENSA- VANGUARDIA

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En su trasegar por la provincia, convertido en un ro-mántico narrador de los aconteceres, oficiando de picaflor, mientras estudiaba en el Liceo Celedón, de Santa Marta, unas vacaciones de julio marcaron para el poeta patillalero un ‘antes’ y un ‘después en cuestiones del corazón. Era el mes de julio, en La Paz, una jovencita ‘se apode-ró’ de su mirada y enseguida sus dotes de galante salieron a flote, pocas, pero confundas y coquetas palabras que le dieron a ella el mensaje inequívoco de lo que el corazón del joven buen mozo le quería decir: que la quería conquistar. A ella las amigas le advirtieron que se trataba de Rafael Escalona, “el que hace cantos, el que tiene en cada puerto un amor". Muchos años después, La Maye le contó a un perio-dista los detalles ese día y de los que siguieron después de ese; del enamorador de palabras certeras que poco a poco

se le fue metiendo en el corazón, muy a pesar de las estric-tas normas establecidas en su familia, una de alcurnia, con ella como única hija, pero con tres hermanos que fungían como guardianes de la niña consentida. Fue una relación de largas ausencias, papelitos man-dados y reencuentros furtivos; de celos y canciones, que después de muchas terminaciones y reconciliaciones, los ubicó en un altar frente a un cura, ambos diciendo “Sí, acepto”. La fecha, memorable, se quedó tatuada en las mentes de ambos: 14 de abril de 1951, cuando él tenía 22 años y ella 20. Las recurrentes infidelidades dieron al traste con este matrimonio, cuyo ocaso llegó 24 años después. Adaluz, Rosamaría, Rafael Clemente, Margarita, Juan

José y Perla Marina son el testimonio que quedó de la relación de Rafael Escalo-na con Marina Arzuaga, La Maye, la que más cancio-nes le inspiró.

La Maye

“La casa donde yo vivía tenía una cerca; él (Escalona) llegaba a visitar a un amigo y desde allá me miraba”. Hace sólo dos días, en su casa del Cañaguate, Carmen Helena Rodríguez, ‘La Mona del Cañaguate’ recordó la etapa vivida con Rafael Escalona a comienzo de los años sesenta, cuando él la vio por primera vez. “Él me perseguía mucho. Era galante, detallista” y con detalles hizo que ella se enamorara de él, sin importar que le tocaba compartir el corazón de él con otras. “Yo qué iba a hacer con celarlo; me dediqué con alma, vida y corazón a darle amor a Rafael” y él la convirtió a ella en su refugio

y la casa del Cañaguate en su remanso de paz, a donde llegaba siempre, hasta que la distancia, obligada por la estadía del compositor en Panamá como cón-sul, obligaron a que después de caso 20 años, la relación se terminara, dejando a tres retoños como testimonio de un amor que fue grande: Clmente (‘Pachín’), Marlos Rafael y carmen He-lena.

La mona del Cañaguate

Ayer estaba ahí en la habitación el amor de su ve-jez, su Girasol, la mujer que desde que le dio el sí, re-nunció a todo lo que no fuera amarlo. Con Luz Marina Zambrano, compartió los últimos nueve años de su vida; ella lo acompañó en el largo proceso de su con-valecencia y también en el momento se su adiós, el

cual se dio sin que le cum-pliera el an-helo de com-ponerle una canción.

Al amor de su vejez

Fue extenso el mapa de amores de este hombre que ayer partió para nunca más volver que segura-mente quedará en el recuerdo de las mujeres que amó y también de las que lo amaron en silencio. Dina Luz Cuadrado, la villanuevera que los inspiró estando en la frontera del sur de Leticia; Eva Cepeda, la enfermera que se le entregó a él en cuerpo y alma y le dio una hija, que murió a muy corta edad; Rosa Gil, la mujer indígena que también le dio simiente: Taryn Escalona; María Tere, una antioqueña de ojos verdes, trabajadora de la cultura que a la que cono-ció en Medellín. Muchas de sus canciones hablan de

amores, de los que no quedó descen-dencia, pero sí la evidencia cantada de que pasaron por su corazón. 60 es, según las cuentas de sus amigos, el número de muje-res que Escalona enamoró y que lo enamoraron.

Muchas otras

DATO CURIOSO Pese a que Rafael Escalona Martínez fue un con-quistador empedernido, y era siempre el que llevaba

la voz cantante en declaraciones de amor, también hubo oportunidades en las que el objetivo a conquis-tar era él, que terminaba con los bolsillos llenos de

notitas con olor a perfume de rosas y una que otra mujer suspirando y anhelando inspirarle una compo-sición.

32 hijos tuvo Rafael Escalona

La primera vez que La Maye salió con Escalona, (iban también los hermanos de ella) él usaba un perfume llamado ‘Silencio en la Noche’ y que fueron al teatro Victoria a ver la película ‘Los hijos de María Morales’?

¿Sabía usted qué…

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- María Tere. - Honda Herida, interpreta do por Bovea y sus vallena tos - Colacho Mendoza. - La Casa en el Aire. - La Historia. - El Pobre Migue. - La Mensajera. - La Maye. - La Golondrina. - La Plateña. - Pena de Amor. - Los celos de Maye. - La Mona del Cañaguate. - La Vieja Sara. - El Playonero. - El Almirante Padilla. - La Custodia de Badillo. - Arco Iris. - El Pobre Juan, interpreta do por Gustavo Rada y su Conjunto. - Esperanza. - Rosa María. - La Patillalera. - Lengua Sanjuanera. - El Algodón. - El Bachiller. - El Collar de Perlas. - El Compadre Simón. - El General Dangond. - El Pirata. - El Matrimonio De Cola cho. - El Perro de Pabayo. - El Tigre de las Marías. - El Villanuevero. - Gavilan Cebado. - La Creciente del Cesar. - El Jerre Jerre.

Sus éxitos inmortales

Las protagonistas de las composiciones del maestro Rafael Escalona siempre eran distintas musas que una y otra vez le robaron el corazón. Rafael escalona: una historia en cada canción - Miguel Canales (1944): la historia de un amigo del liceo que terminó siendo un ermitaño viviendo en la montaña, una hacienda de su familia. - Moralito (1945): relata los viajes que hizo en busca del acordeonero Lorenzo Morales, juglar vallenato. - El Chevrolito (1946): un son dedicado a su amigo Fernan-do Daza, quien por esa época compró una camioneta Chevrolet, con la cual quería dedicarse al contrabando con mercancía de venezuela. - La Vieja Sara (1947): la mejor forma de ofrecer disculpas, cuando Rafael Escalona le dejó servido un suculento almuerzo a Sara María Baquero por despistado. - El Testamento (1948): de esta forma se despidió de su novia Génova Manjarrés, al partir rumbo al liceo Celedón en Santa Marta, al llegar a la capital del Magdalena era una tarea titánica. - El Pobre Juan (1951): la historia de un trabajador de la familia Escalona, algo ingenuo, que tenía como esposa a una mujer de dudosa reputación. Cuando el pobre juan viajó unos días, éstos fueronaprovechados por ella para fugarse con su amante.

- El Playonero (1955): relata la vida de los vaqueros que trabajan bajo el ardiente sol en las planicies del Cesar. - La Brasilera (1957): un viejo amor que tuvo escalona con la sobrina del embajador de Brasil en colombia, quien estuvo de visita por las tierras del Cesar. - La Maye (1947): una canción compuesta a una de sus grandes amores, Mariana Arzuaga con quien se casó en el año 1951. - La Creciente Del Cesar (1948): un canto donde narra de qué modo lo cela con todas las mujeres. - La Resentida (1957): canción dedicada a su esposa, quien le reclamaba sus años de parranda. - La Custodia De Badillo (1958): anécdota que da cuenta del robo que se hizo de uno de los monumentos religiosos de un pueblo y que fue cambiado por objetos sin valor. - La Casa En El Aire (1973): la primera canción dedicada a su primogénita, Adaluz, en la que refleja sus más íntimos deseos. - Jaime Molina: el amigo que, según el maestro Escalona, fue quien le enseñó a beber, y con quien hicieron el famoso pacto de una canción por un retrato. - La Molinera: Canto que hizo cuando estudiaba en el li-ceo Celedón en Santa Marta, por entonces uno de los planteles educativos más importantes de Colombia, adonde mandaban a los hijos de todas las familias distinguidas del Caribe colom-biano.

Discografía del Maestro

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Yo no soy perfecta (You say you want a revolution)

Yo no soy perfecta. No se confundan.Ni fui ni lo seré, aunque me lo digan.Mi primer novio era fiel a los Beatles,un fan casposo.(You may say I’m a dreamer)

La cosa es que memoricé las letrasen inglés, por supuesto, biografíascon nombres de mujeres que no existenen Studio Uno.(There are places I remember)

El padre de mi hijo era un agentede viajes y turismo, un entendido en reservas de hoteles, aerolíneasy en cruceros.(That is confusing things)

Nos armamos la propia compañía,de tanto que aprendí el abecedario,las leyes de la empresa, las sabíacomo nadie.(In the land of submarines)

Mas luego, idealicé a un mal cantante,un tipo que la iba de poeta,Baudelaire y Rimbaud eran mi sopadiaria y feliz.(There’s no fun in what I do if he’s not there)

Contar sílabas aburre y fastidia.Lo hice por complacerlos, lo confieso,ni soy emprendedora ni soy lírica,apenas Lu. (without... a sky of diamonds)

Me llevo con mis huesos como puedo,abro mi corazón a lo fortuitomañana estudiaré música o griego,quizás, no sé...(Sergeant Pepper’s lonely, Sergeant Pepper’s lonelySergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band)

Tendré que irlo contando en los rincones,de pie en los cursos o en un bar abierto,no prometo nada, iré fluyendola vida es eso.(And in the endthe love you take is equal to the love you make.)

Consejo

Déjense de andar por los pasillos oficialespidiendo la limosna de una beca,

un palco donde actuar, un premio, un auditorio.Es incomprensible que se llamen artistas los mediocres.Ni intuición primigenia ni Dionisio los riega,son nenes de papájugando en la comedia a ser famosos,a venderse en Europa, descarriados,dispuestos a codearse con los reyes, en turbios escenarios donde suenen trompetas.

Nadie puede responder qué es el arte:si el hedor de las mieses o la vida cumplida,si un escudo del miedo,si epíteto del hombre que desgarra imprudente mansedumbre o leyen-das.

Nadie puede decir qué es,y sin embargo,se disfraza con máscaras añejasatadas al carro triunfal de los creyentes,convulso como una novia virginal en tinieblas.

¿De qué cielos vendrá, de qué planeta,la palabra radiante,el plasma demudado en la tela desierta?

La potencia del vientoululante confunde y en cenizas expande la secreta ironíade notas musicales.

Nos embeben los tiemposen su larga cortesía,y el aspirante regresa cada vez con fe nueva,se acomoda el zapato,se persigna ante el monstruo,aborta su talento y con vergüenzaagacha la tristeza.

Ibagué, 17 de mayo de 2009

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POESÍA>

Poeta argentina

Lucía Angélica FolinoLucía Angélica FolinoEL CUENTO>

El virusPor Luis Carlos Avendaño López*

Doblemente extasiado, sus retorcijones frente al inmen-so cuadro magnético le hicieron perder la razón por unos ins-tantes, suficientes como para escaparse del agujero negro candente y retornar a la realidad, al momento en que tumbó de la mesita la taza de café que su esposa le había acabado de preparar. Cuando ella le preguntó por ese cambió brusco de su personalidad, que le descompletó la vajilla de su matrimonio, el despabilado marido, sin ocultar sus nervios, le dijo que se trataba de una reacción del tipo “bipolar”, azuzada por las premoniciones que causaban en él, las lecturas de los poemas de Porfirio Barba Jacob. No obstante, a su linda esposa no le calaron del todo los argumentos que soportaban el insuceso de la caída de la taza del café por parte de su amado, buscador de laberintos virtuales, de olores perfumados y de formas difuminadas en el ciberespacio. No le creía mucho porque su marido pocas veces se había ahogado antes en la Web. Llevaba aquel hombre unas tres semanas con el virus y ni siquiera los más reconoci-dos médicos, como tampoco especialistas allegados a la familia, habían podido dar con el chiste de la causa del origen del mal. No se contaba con las pruebas suficientes como para indicar el tipo de virus que lo afectaba. En estos tiempos turbulentos, en donde el pe-cado intenta inscribir su nombre en el libro de los olvidos, la esposa de aquel individuo, sin consentimiento de este, realizó toda una labor investigativa para descubrir las causas que llevaron al contagio del extraño virus a su marido. Algo extraño era que se preocupara ella más por la causa que por la cura. A lo mejor los médicos no lo vieron como un mal grave. Partiendo de la base del sano modus vivendi del enfermo, la acuciosa mujer acudió a los servicios de un prestigioso portal de internet, con injerencia en la ciudad y mediante un sistema satelital vigilaba cada paso de su marido. No había ningún rescoldo de la ciudad a donde las cámaras de seguridad, conectadas un software, no llevaran la imagen de aquel hombre “en vivo y en directo” al celular de Doña Hilda María, su esposa. Aquella morena, encantadora, vivaracha y siempre alegre mujer, sabrosa fresa de la creación, mediante el uso de sofisticadas técnicas veía permanentemente la imagen de su marido en un recuadro de la pantalla de su teléfono celular. El avanzado y gratuito software, también le indicaba, en una barra, la proclividad hacia la infidelidad del vendedor de segu-ros. Dicha barra nunca se activó. No contenta con el uso de esta tecnología de punta, la esposa le regaló un reloj en cuya manilla se hallaba un chip que le localizaría en cualquier zona geográfica del territorio nacional. Un investigador privado velaba por los pasos del caballero, aquel mismo que en las noches redondas y profanas solía leer a su esposa cuentos de Alan Poe y de José Saramago. De este último le dedicó “el viaje a la isla desconocida”. La teoría de que su amadísimo había adquirido el virus por un “desliz abdominal” tomaba fuerza en la cabecita de doña Hilda María. Por tal motivo mandó a colocar una diminuta cámara de seguridad en la pieza donde tenían el computador. Este último también padecía una afección similar a la del marido.Y, tal como el cazador espera pacientemente a su presa, las labores de inteligencia de la morena y somnolienta mujer, pintada con el barniz que sólo da el trópico, dieron arrojaron resultados. Las lecturas de novelas policiacas no la habían llevado a la locura como el “inculpado de infidelidad” le quería hacer pensar. La pena, es decir la paga, el castigo por el hecho de haber propasado los límites de la doble moral ya se estaba consolidando. Aunque inicial-mente se declaró inocente y victima de la sociedad de consumo, ella ya había estipulado los términos en que el visitador médico infectado debía resarcir su craso error. La revisión del material probatorio contra el pecador era contundente e irrefutable. La reunión de peritos de la ciudad, detectives y colaboradores, las nuestras tomadas al sospechoso recién llegadas del otro lado del charco, conducían a la curiosa conclusión de que se trataba, del primer caso de contagio de un virus, vía virtual mediante un acto al que dieron el peculiar nombre de “un insano chatear”.

Obras del pintor tolimense Fernando Devis

Escritor y caricaturista. III Premio Concurso de crónica Germán Santamaría 2007.

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Ibagué, 17 de mayo de 2009

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¿Viene por mí? –sorprendido pregunta el caballe-ro a la muerte.Hace mucho que camino a tu lado le responde la pálida figura de la guadaña. Ingmar Bergman (Séptimo sello)

ue el progreso es tan solo una ilusión queda demostrado cuando la natu-raleza libera sus indómitas armas, pero que el infatuado ser del siglo XXI se atemorice como el hombre medieval ante la opción de una incon-trolable epidemia, es inconcebible y, por decir lo

menos, pintoresco. Cada año, desde la más pérfida jerarquía mundial, asistimos a la invención de un nuevo apocalipsis y obnubilados seguimos ese oscuro juego sin detenernos a pensar quiénes se lucran con la imposición de aquellos sombríos artificios. Y en forma particular: ¿quiénes ganan con la propagación de esa epidemia de miedo irradiada en el mundo? La influenza común cobra decenas de veces más personas que la llamada influenza aviar o porcina o que la desnutrición y ahora nadie parece recordarlo. Sin embargo, la idea de un exterminio global es inherente a nuestras psi-ques enfermas y, adicionalmente, incrementa las ganancias de los poderosos laboratorios farmacéuticos, desplaza gi-gantescas inversiones a otros sectores de la economía y, como siempre, impone una neblina sobre algunos agudos problemas que los políticos quieren ocultar. La idea de un apocalipsis es tan necesaria para los productores de la realidad que sucesivamente todas las po-sibles pandemias encuentran su fértil escenario. La “vaca loca” y las influenzas, los desprendimientos de asteroides y la sempiterna posibilidad de una guerra nuclear, exacerban el terrorismo en el orden de lo imaginario, destinado a intimidar a una población ingenua, que olvida la fragilidad esencial de la vida. Impasibles hemos visto durante la última semana como la Cuidad de México, la segunda urbe más populosa del pla-neta, fue condenada al oscurantismo ante el terror de una incipiente epidemia, y que sus ciudadanos fueron estigmati-zados hasta el punto que naciones como Argentina, Ecuador y el Perú suspendieron unilateralmente los vuelos a ese país, verdadera bellaquería con una nación hermana, como si tras de ello se ocultara el perverso interés de desviar los gigan-tescos ingresos que México capta por su ejemplar industria turística, o como si sus políticos quisieran ocultar al interior otros graves problemas sociales y económicos. Cuando con-templamos por televisión las calles desiertas de la megalópolis no podemos dejar de pensar en el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe (crónica de esta devastadora enfermedad en la Inglaterra de 1665), en La peste, de Albert Camus (ficción sobre una epidemia en Orán) y, por supuesto, en esa obra maestra de Bergman, El séptimo sello, en la cual asistimos a la inolvidable escena donde la muerte es retada a una par-tida de ajedrez por un caballero proveniente de las cruzadas, y donde esta figura aciaga (el número trece del Tarot, la febril calaca, la victoriosa pelona), aceptará la contienda para derro-tarlo con las piezas negras, investidas como es sabido, con su

color predilecto. Si en la antigüedad la extinción era un atributo de las divi-nidades tiránicas, hoy quedamos en manos de una virología que, como hemos visto, es excesivamente innovadora. La se-ñora de la guadaña, que al parecer es proclive a jugar ajedrez, ha sido superada por las más furtivas y simples criaturas in-visibles. ¿Quién iba a imaginar que Dios, el eterno, el infinito y omnipresente, iba terminar reducido a un cruento microbio? En 1918 la llamada “gripe española” cobró 20 millones de muertos, el mayor holocausto médico de la historia. En 1957 la “gripe asiática” y en 1968 la “gripe de Hong Kong” cobraron numerosas víctimas, pero mucho menos de lo que suponían los sensacionalistas medios de comunicación. Con estos antecedentes hace pocos días se ha querido bautizar a la nueva epidemia “gripe mexicana”, lo cual reforzaría la tenta-tiva de excluir a ese país, que con los omnívoros cerdos y los pobres ciudadanos a quienes se les sorprenda estornudando, pasarán a ser los estigmatizados, los marginados por el funes-to régimen social que hemos construido. Vivimos un Nuevo Oscurantismo, el instaurado por una sociedad traslúcida, degradada y abierta, que todo lo hace vi-sible. Los vendedores de la guerra si no son más ingeniosos

serán remplazados por los zares de los medica-mentos. ¿Quién puede sostener que no estamos ad portas de la creación de una estirpe viral de laboratorio tal como hacen en la Internet los vende-dores de los antivirus para sostener su gigantesco negocio? La adicción por lo escatológico está muy arraigada desde que la iglesia en siglos anteriores se encargó de propagar ese terror en pos de un infame enriquecimiento. Los profetas más pres-tigiosos del pasado, como San Juan y Nostrada-

mus, tienen semanalmente una tribuna ecuménica para sus especulaciones catastróficas. Las pestes, los terremotos, los tsunamis, y desde hace seis décadas nuestras inventivas nucleares, atizan la pesadilla de la extinción de la especie humana en la Tierra. No pasa un lustro sin que el hombre, arrogante incluso ante la idea de su fin, no difunda la zozobra de su muerte colectiva. La industria de la extinción deja cuantiosas ganancias y una enseñanza categórica: la ciencia no ha podido hacer nada para reducir el miedo en el mundo, la tecnología nunca ha trabajado para aumentar la felicidad sino la servidumbre y, como se ve en las imágenes de tantas ciudades del si-glo XXI intimidadas en estos días por la “influenza porcina”, somos eficaces en multiplicar el terror. Por lo cual, inermes y trastornados, debemos prepararnos para danzar entre las ratas como los habitantes de esa villa tomada por la plaga que describe Werner Herzog en su hermoso Nosferatu, porque en verdad cada día que vivimos es el último, con o sin la peste, que siempre está urdiendo un imprevisible y devastador asalto. Las montañas de cadáveres que quemaban en la Edad Media y la madre muerta que amamantaba a su hijo, según describe Defoe en su reconocido Diario, serán imágenes recu-rrentes en nuestras pesadillas. Países estigmatizados, hombres con tapabocas y máscaras, y seres condenados a eliminar el contacto de las manos e incluso los besos del saludo, constitu-yen el miserable paisaje humano que estamos inventando. ¿Qué nuevo terror se gesta? ¿Otra guerra? ¿Otra enfer-medad incontrolable? ¿Un virus más letal que el hambre? ¿Un descomunal acto terrorista? ¿Una peste informática para la que no existe cura por haber hecho metástasis en nuestras men-tes? Sin duda todo lo anterior. History Channel, en un programa sobre El libro perdido de Nostradamus, recientemente especu-ló, evocando las predicciones cósmicas de los mayas, que el mundo terminará el 21 de diciembre de 2012. Por lo cual sólo nos queda esperar que un Noé cósmico construya un arca espacial para salvar las especies animales y a su privilegiada familia, que supondremos será multimillonaria. Pero mientras tanto, atemorizados y en nuestra reconocida orfandad utópica, las palabras del sabio Epicuro de Samos irrumpen intactas dos mil años después como una poderosa y necesaria trinchera: “Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros, porque mientras vivimos ella no existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos”. Y si esa reflexión no es concluyente para atenuar nuestro terror tal vez debamos afiliarnos a la secta que piensa que es imposible la extinción del mundo, simplemente porque ya ocurrió.

*Poeta colombiano, coeditor de Con-fabulación

Por Gonzalo Márquez Cristo*

La industria del apocalipsis

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