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Apuntes de Hª de la Filosofía Guillermo García Domingo U.D. 8. Descartes, un genio moderno. 8.1. El inicio de la Modernidad, entre fuego cruzado: racionalismo y empirismo. El final de la Edad Media ya mostraba signos de agotamiento antes de que llegase el Renacimiento. Guillermo de Occam y otros pensadores anglosajones del entorno de Oxford habían puesto de manifiesto las incongruencias del sistema aristotélico-tomista a la hora de explicar algunos fenómenos naturales durante el siglo XIV. Guillermo de Occam, aplicó su famosa “navaja” para hacer una cuña entre la fe y la razón (y de paso entre Dios omnipotente y las criaturas). Y en segundo lugar, para deshacerse de todo lo que sobraba en la Escolástica medieval. Sin embargo, habrá que esperar a los siglos XV y sobre todo XVI para ser testigos de la crisis del sistema de 7

Transcript of 7 · Web viewTomado del Prefacio de Descartes. La vida de René Descartes y su lugar en su época...

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Apuntes de Hª de la Filosofía

Guillermo García Domingo

U.D. 8. Descartes, un genio moderno.

8.1. El inicio de la Modernidad, entre fuego cruzado: racionalismo y empirismo.

El final de la Edad Media ya mostraba signos de agotamiento antes de que llegase el Renacimiento. Guillermo de Occam y otros pensadores anglosajones del entorno de Oxford habían puesto de manifiesto las incongruencias del sistema aristotélico-tomista a la hora de explicar algunos fenómenos naturales durante el siglo XIV. Guillermo de Occam, aplicó su famosa “navaja” para hacer una cuña entre la fe y la razón (y de paso entre Dios omnipotente y las criaturas). Y en segundo lugar, para deshacerse de todo lo que sobraba en la Escolástica medieval.

Sin embargo, habrá que esperar a los siglos XV y sobre todo XVI para ser testigos de la crisis del sistema de pensamiento medieval. El profesor Manuel García Morente explicó de manera excepcional los cambios que obligaron a cuestionar el mundo medieval. Según él, los descubrimientos de 1) una nueva tierra geográfica (se descubren nuevos continentes y tierras con lo que la percepción del mundo se modifica), 2) un nuevo cielo astronómico (el sistema geocéntrico defendido por Aristóteles y Ptolomeo ya no sirve para explicar ciertos fenómenos con éxito y deja paso al sistema heliocéntrico de Copérnico, Brahe, Kepler y, por supuesto, Galileo) y 3) el desgajamiento de la verdad cristiana universal en varias confesiones después de la Reforma Protestante provocan una crisis profundísima en las convicciones de los hombres y las mujeres europeas. Todo lo que antes era seguro ahora resultaba confuso o falso incluso.

En este período lleno de incertidumbre moral y perplejidad psicológica nació un autor determinante para el futuro desarrollo de la cultura occidental: René Descartes (1596-1650). Uno de los grandes exploradores de la mente humana. Si la filosofía es una exploración racional de los misteriosos territorios del conocimiento tal y como me gusta contaros en el curso de 1º de Bachillerato, este francés, nacido cerca de Tours, en las tierras maravillosas regadas por el Loira y sus afluentes, es uno de sus más insignes exploradores.

El de la izquierda es el retrato más célebre de Descartes, probablemente atribuido erróneamente a Frans Hals, está en el Louvre, pero un poco oculto debido las dudas sobre su verdadero autor. El de la derecha sí que ha sido pintado por el maestro holandés, este cuadro está en el Statens Museum for Kunst de Copenhagen (Dinamarca). ¡Hay notables diferencia entre los dos!

Los retratos de Monsieur Descartes nos dicen mucho sobre él. No nos informan de que era bajo, incluso más bajo que yo. El autor de una de las más recientes y brillantes biografías de este filósofo, Anthony Clifford Grayling, describe su carácter de esta manera:

“Era retraído y orgulloso, tenía una buena opinión de sí mismo -como su obra pone de relieve- y en todo, salvo en sus puntos de vista sobre la religión, era firmemente independiente. Siempre fue a su propio paso, que en modo alguno era vacilante…Tenía sentido del humor, lo que no le puede faltar a nadie verdaderamente inteligente. Cuando le provocaban era combativo, vituperante incluso, agresivo y no demasiado capaz de dominar su temperamento”.

Tomado del Prefacio de Descartes. La vida de René Descartes y su lugar en su época de A.C. Grayling. Ed. Pre-Textos.

Fue educado por los jesuitas según el viejo método escolástico en su colegio de la Fleché, en Anjou, pero aquello (la Escolástica) era papel quemado esperando que alguien como él soplase para que sus cenizas se esparciesen. En el “Discurso del Método” (1637) (¡publicado en francés!) deja constancia de una forma genial de este proceso personal de desengaño que le condujo a esa desasosegante conclusión. Su aventura comienza con la decepción que le produce toda la filosofía anterior tras abandonar el colegio religioso, estudiar en la Universidad de Poitiers y emprender una carrera militar que le llevó a alistarse como soldado de fortuna en ejércitos opuestos (¿no es curioso que formara parte del ejército protestante y después del católico? ¡Quién sabe si fue espía al servicio de los jesuitas tal y como asegura el profesor Grayling!) que se enfrentaron en el conflicto previo a la famosa guerra europea de los Treinta Años. En una tregua entre las batallas, en Ulm, al Sur de Alemania, recibe la revelación (a través de varios sueños según dice) de la misión a la que como un mosquetero de Dumas va a dedicar toda su vida: la búsqueda de la verdad unitaria de todos los conocimientos y disciplinas.

A partir de 1619-1620 Descartes empieza su viaje, por el mundo, y el que emprende por los vericuetos de su prodigiosa mente. Lo cuenta de nuevo en el “Discurso”. Estuvo en Alemania, Dinamarca, una larga estancia en Italia y en París. El “libro del mundo” le decepciona también, así que decide abandonar las distracciones de París y se marcha para siempre a Holanda. Para entender las razones por las que prefirió Holanda, harías bien en ver estas secuencias de uno de los capítulos de la serie “Cosmos” de Carl Sagan: Cuentos de viajeros (https://youtu.be/FlA44qM9lew).

Reside en numerosos lugares diversos de este territorio (para su cometido le bastaba un cuarto bien caldeado), aprende y debate con todas las personalidades científicas de la época, comparte todo lo que sabe, y publica además del citado libro del “Discurso”, sus definitivas “Meditaciones Metafísicas”, publicadas en latín a lo largo de la última década de su vida (1640) donde va a plasmar de manera sistemática todo su innovador pensamiento. Tiene una hija, Francine, con una criada. La pequeña muere prematuramente para desolación de Descartes. En Holanda, donde se sentía a resguardo del fanatismo religioso, empieza a sufrir no obstante el acoso de los intransigentes como Voecio, que desde Utrecht hostiga a los seguidores de la filosofía cartesiana y quiere la condena de Descartes y sus obras.

Descartes decide entonces aceptar la invitación, en qué bendita hora lo hizo, de Cristina de Suecia a través de su amigo el embajador francés en Estocolmo para que acudiera a aquella inhóspita ciudad del Norte de Europa (“tierra de osos y hielo” dijo el propio filósofo francés) en la que esta extraña reina estaba reuniendo a los mejores científicos de la época. La delicada salud de Descartes no soportó el clima extremo con el que la ciudad lo recibió y murió repentinamente en el invierno de 1650.

Sin embargo en aquella fecha no acabó ni mucho menos la aventura de Descartes, 16 años después su cuerpo fue desenterrado para ser llevado hasta Francia y a partir de entonces empieza una larga e imprevisible historia que si me da tiempo os contaré en clase…

Descartes en la corte de Cristina de Suecia de Pierre Louis Dumesnil. A ver si localizas a Descartes.

Cuando parece que la filosofía está en un callejón sin salida tal y como he descrito más arriba con la ayuda del profesor García Morente, Descartes explora un camino desconocido hasta entonces, y descubre aquella verdad indubitable a partir de la cual empezar de nuevo. Si puedo dudar de todo no puedo dudar de que ahora pienso que dudo, por lo tanto, si pienso existo, cogito ergo sum (a mí me gusta más “Je pense, donc je suis”). A partir de esta sencilla verdad fuera de toda duda, que se presenta a nuestro espíritu de una manera clara y distinta, Descartes va a soltar la madeja de la filosofía futura. Desde entonces en adelante la filosofía va a empezar a girar en torno al sujeto y no en torno al objeto como sucedía en el realismo moderado más o menos ingenuo de la Edad Media (este es “el giro copernicano” al que se referirá I. Kant). El hecho incontrovertible de la autoconciencia de nuestro pensamiento y a consecuencia de ello de nosotros mismos como seres pensantes va a ser la piedra filosofal de todo lo que vendrá después.

Como habréis comprobado la filosofía de la Modernidad quiere defender la autonomía de la razón frente a la autoridad de la fe. La razón se ha emancipado definitivamente de cualquier otra autoridad que no sea ella misma gracias a ¡un católico educado en el colegio más famoso de los jesuitas!

De modo que la espontaneidad de la filosofía natural confiada en que la realidad era tal y como nos informaban los sentidos se va a perder para siempre; la nueva filosofía de la época Moderna va a ser desconfiada porque “ha perdido la inocencia”. En segundo lugar, tiene que ver con lo dicho anteriormente, la filosofía va a ocuparse de los límites del conocimiento, su capacidad y su origen, porque el conocimiento de la realidad no es automático ni mucho menos seguro. El racionalismo y el empirismo son teorías del conocimiento más que teorías metafísicas.

A continuación añadimos un cuadro que quiere resumir y comparar ambas corrientes que van a dominar el panorama filosófico europeo hasta la aparición de un discreto profesor universitario prusiano: I. Kant.

8.2. El método es la duda.

“Pero no temo decir que creo haber tenido mucha suerte por haberme encontrado desde mi juventud en ciertos caminos que me han conducido a consideraciones y máximas con las que he formado un método por el que me parece que tengo el medio de aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco al punto más alto que la mediocridad de mí espíritu y la corta duración de mi vida le permitan alcanzar”.

Primera parte del Discurso del Método

Dudar de todo lo que antes era incuestionable es el método que va escoger Descartes para encontrar el primer principio sobre el que rehacer el nuevo edificio del pensamiento.

Este proyecto empieza, como explica en la primera parte del Discurso del Método, cuando el propio Descartes reniega de la educación escolástica que ha recibido y reconoce también la decepción que el gran libro del mundo le ha producido. En Alemania, en torno a 1619, en uno de los recesos de la campaña militar del Duque de Baviera, en cuyo ejército sirve, resuelve encontrar con la única ayuda de la luz natural, de la razón, el primer principio de todo el saber humano unitario (el de la filosofía primera y el de todas las ciencias). Con vistas a este ambicioso objetivo propone unas reglas que guiarán su espíritu hacia la verdad indubitable. Estas reglas están recogidas en el segundo libro del Discurso (aunque las había plasmado antes en un libro que se publicó después de su muerte) e inspiraron la búsqueda que llevó a cabo Descartes desde 1619 en adelante:

1. “El primero, no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido con evidencia que así era…y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda."

2. “El segundo, en dividir cada una de las dificultades que examinare, en tantas partes como fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.”

3. “El tercero, en conducir con orden mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente"

4. “Y el último, en hacer en todo enumeraciones tan completas y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.

La 1ª regla y la 3ª regla recuerdan el papel tan importante que juegan la intuición y la deducción en el método de Descartes que sentía admiración por las matemáticas (Geometría y Aritmética) y la lógica, aunque era consciente de aquello de lo que adolecían estas ciencias formales: el nulo progreso que aportan en el conocimiento del mundo. Además la 2ª regla propone un análisis de todas las partes del problema y la 3ª regla equivale a la síntesis deductiva desde lo más simple a lo más compuesto. Hay similitudes entre el método cartesiano y el método de resolución y composición que defendió Galileo Galilei.

Otro pensador muy influyente de la misma época, Francis Bacon (Novum Organum, 1620) prefirió la inducción que empieza con la observación de los distintos fenómenos como el método idóneo para la investigación científica. La tradición empírica británica siguió este camino. Descartes no desdeñó la observación y la experimentación como lo demuestran algunos de los hallazgos que se le atribuyen en disciplinas como la óptica, la física, la astronomía o la medicina aunque hayan sido eclipsados por las investigaciones de Newton, Galileo o Harvey respectivamente.

En la cuarta parte del Discurso y en la primera meditación de las Meditaciones Metafísicas pone en juego el poder corrosivo de la duda para invalidar hasta nuestras más arraigadas certezas. La duda no es un punto de llegada, como les sucede a los escépticos, que impide cualquier investigación ulterior y hace imposible emitir juicio alguno. La duda cartesiana es metódica. Es una criba filosófica y metodológica que tendrá como resultado la aparición de un primer principio indubitable. La duda que utiliza Descartes en su método va a ir socavando, paso a paso, la confianza en lo que creíamos conocer:

En primer lugar las sensaciones de las que nos proveen nuestros sentidos que con frecuencia nos engañan con ilusiones sumamente persuasivas. Por lo tanto no es prudente confiar en los sentidos como fuente de un conocimiento seguro.

Además tampoco podemos librarnos de las alucinaciones sumamente vívidas o espejismos que en ocasiones hacen que no sepamos distinguir si soñamos o estamos despiertos.

A pesar de todo mientras soñamos 2+2 siguen dando como resultado 4 o los ángulos de un triángulo siguen sumando 180 grados; las verdades más evidentes de las matemáticas parecen estar protegidas del poder corrosivo de la duda. Sin embargo,

Descartes “se saca de la manga” un argumento ad hoc muy ingenioso para inducirnos a dudar de lo más evidente como los axiomas de las matemáticas. ¿Y si existiese un genio maligno que se hubiese propuesto jugar con nosotros haciéndonos creer que es evidente lo que en realidad no lo es, contribuyendo así a una terrible confusión?

Parece que la duda ha podido con todas nuestras convicciones, ni uno solo de nuestros principios sigue en pie, sin embargo…

8.3. El primer principio de la nueva filosofía:

“Mais, aussitôt après, je pris garde que, pendant que je voulois ainsi penser que tout étoit faux, il falloit nécessairement que moi qui le pensois fusse quelque chose. Et remarquant que cette vérité: je pense, donc je suis, étoit si ferme et si assurée, que toutes les plus extravagantes suppositions des sceptiques n'étoient pas capables de l'ébranler, je jugeai que je pouvais la recevoir sans scrupule pour le premier principe de la philosophie que je cherchois”.

“Pero, en el punto mismo, me di cuenta de que mientras quería pensar de esta suerte que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo pensaba fuese alguna cosa; y notando que esta verdad: Pienso, luego existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de quebrantarla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba”.

De la Cuarta parte del Discurso del Método

…hay un principio que sobrevive a la prueba de la duda metódica: el cogito ergo sum; pienso luego existo. Sobre este principio el filósofo francés edificará la nueva filosofía. Además este principio como cumple la primera regla que prescribe que sólo podemos fiarnos de aquellas verdades evidentes que se presenten ante mi espíritu de manera clara y distinta va a convertirse en el criterio y la unidad de medida para el resto de verdades que están esperando que las encontremos. Cualquier otra idea que sea tan evidente, es decir, que se me presente clara y distinta ante mí, será aceptable y de fiar.

Son muchas las interpretaciones que se han hecho de este principio (quizá el más célebre de la filosofía occidental), incluso hay quien ha afirmado que no era la primera vez que se enunciaba; Agustín de Hipona se había adelantado al pensador francés. Sin embargo, al obispo de Hipona nunca se le hubiera ocurrido colocar este principio como la clave de bóveda de todo el conocimiento.

Precisamente esta es la novedad que tan bien supo detectar I. Kant. El cogito (a partir de entonces lo abreviaremos así) supone el giro copernicano del pensamiento occidental; del mismo modo que Copérnico se atrevió a desafiar al geocentrismo y propuso que la tierra giraba en torno al sol y no al revés, Descartes hace girar todas las órbitas de los objetos del mundo en torno al sujeto y no al revés como ocurría antes. Por eso el profesor García Morente afirma que en la época moderna que inaugura Descartes el ser humano ha perdido la inocencia, la naturalidad con que afirmaba que las cosas existían y podíamos conocerlas tal y como eran. A partir de Descartes el conocimiento no volverá a ser considerado así.

Una vez encontrado el primer principio queda por demostrar que aquello que pienso existe. Soy una cosa que piensa (res cogitans) y pienso ideas, que son el contenido del pensamiento. Estas ideas se refieren a las cosas que están fuera de mí, fuera de mi mente. Las ideas son intermediarias entre mi mente y las cosas extramentales. Es evidente que yo existo como una sustancia que piensa pero no es evidente que las cosas a las que se refieren las ideas que pienso existan también. Eso hay que demostrarlo. Hay que deducir a partir de mi mismo como sustancia pensante que existe el mundo en el que vivo, también debo demostrar la existencia de mi propio cuerpo. Si no lo lográramos no podríamos asegurar que existe algo fuera de mi propia conciencia.

Descartes hace una clasificación de las ideas que hay en mi pensamiento: “De esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras extrañas y venidas de fuera, y otras hechas e inventadas por mí mismo” (Meditación Tercera).

Hay por lo tanto, ideas adventicias que vienen de fuera, y son recogidas por los sentidos, otras inventadas por mí a partir de otras ideas como las sirenas o los hipogrifos llamadas facticias y otras, en cambio, parecen haber nacido conmigo y por eso son innatas. Una de estas ideas, es la de la infinitud o la perfección, que son atributos de Dios.

8.4. Dios, como garantía de la existencia del mundo:

En una jugada maestra Descartes demuestra la existencia del mundo exterior a partir de la idea innata que todos tenemos de Dios, que concebimos como un ser perfecto e infinito.

El primer argumento para demostrar la existencia de Dios que Descartes utiliza en la Tercera Meditación (que es el texto escogido para la EvAU) defiende que como yo mismo no soy ni perfecto ni infinito no puedo ser la causa de que esas ideas innatas estén en mí. Sólo Dios puede ser el responsable de que yo posea esas ideas, así que es necesario que Dios exista como causa de las ideas de infinitud y perfección que hay en mí.

El segundo argumento del que Descartes echa mano es una variante del argumento ontológico de Anselmo de Canterbury. La idea de Dios como un ser perfectísimo contiene en sí misma su existencia, ya que de lo contrario no sería el ser más perfecto que pueda pensarse:

“...porque, por ejemplo, veía muy bien que, suponiendo un triángulo, era necesario que sus tres ángulos fueran iguales a dos rectos, mas no por eso veía nada que me asegurase que en el mundo hubiera triángulo alguno. En cambio, si volvía a examinar la idea que tenía de un Ser perfecto, hallaba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo como en la idea de un triángulo se comprende que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o, en la de una esfera, el que todas sus partes sean equidistantes de su centro, y hasta con más evidencia aún”.

Discurso del método, 4ª parte

Dios es la garantía de que el mundo exterior al sujeto que piensa existe realmente. Como Dios no puede engañarnos, no puede ser falaz ni ser un genio que maliciosamente nos confunde, no puede hacer que las ideas que pensamos se refieran a algo que en realidad no existe. De modo que las cosas que hay fuera de mí, las cosas corpóreas existen; Dios avala nuestro conocimiento del mundo exterior.

8.5. Las tres sustancias:

Sin embargo, no todas las ideas que tenemos del mundo fuera de nosotros cumplen el requisito de presentarse ante mi espíritu de manera clara y distinta. Sólo la idea de extensión de las cosas corpóreas es evidente. Las cosas corpóreas ocupan un espacio por eso su atributo principal es la extensión. Sólo tenemos constancia de que exista objetivamente la res extensa: la sustancia extensa.

Todas las cualidades que tienen que ver con la extensión son denominadas primarias como el movimiento, la figura, la situación, la magnitud. Por el contrario las cualidades secundarias de las que tenemos noticia a través de nuestros sentidos como el sonido, el color o el olor no está claro que existan objetivamente excepto para el sujeto que las percibe.

La res extensa es la tercera sustancia, las dos primeras son el yo pensante o res cogitans y la sustancia infinita o Dios. Realmente sólo a Dios podemos llamarle propiamente sustancia si nos atenemos a la definición que el mismo Descartes propone: la sustancia es la cosa que no necesita de ninguna otra cosa para existir. A pesar de todo al pensador francés le interesa que tanto la sustancia pensante como la sustancia extensa sean consideradas como tales para así garantizar que ambas son independientes y no necesitan la una de la otra. Este asunto será tratado más pormenorizadamente en el siguiente apartado.

8.6. El dualismo antropológico cartesiano:

Descartes va a reeditar el dualismo platónico. El ser humano es la unión de la sustancia pensante (la mente) y la sustancia extensa (el cuerpo). Ambos son sustancias independientes y no se necesitan mutuamente.

No tuvo otro remedio Descartes si quería preservar la autonomía de la mente para decidir libremente. Su concepción mecanicista del universo corpóreo incluía en ella al cuerpo que pasó a ser considerado desde entonces como una máquina cuyo funcionamiento estaba regulado por leyes mecánicas invariables y fuertemente deterministas que estaban escritas en lenguaje matemático (tal y como dijo en su famoso ensayo Il Saggiatore el propio Galileo) y por eso podían ser cuantificadas. La única manera de preservar la libertad de la razón humana y su capacidad para determinar la voluntad era separarla del cuerpo/máquina que se movía y se extendía en virtud de leyes determinadas de antemano.

Este dualismo tan acentuado que van a heredar otros racionalistas posteriores trae consigo un problema sumamente grave y difícil de resolver: el de la interacción de las dos irreconciliables sustancias.

Al pensador francés que conocía muy bien la anatomía humana y no tanto la fisiología y el funcionamiento del cuerpo se le ocurrió que un pequeño órgano de nuestro cerebro, la glándula pineal, que aparecía en todas las disecciones que llevó a cabo, quizá fuera el órgano que permitiera la coordinación necesaria entre la mente y el cuerpo. De ese modo lo que sintiera le cuerpo sería conocido inmediatamente por la mente, y a la inversa cuando la mente ordenara algún movimiento al cuerpo, este obedecería al momento ejecutando la orden.

Como no era de extrañar esta extravagante solución de la glándula pineal no satisfizo a nadie y los racionalistas que vinieron después intentaron resolver sin éxito como el cuerpo y el alma actuaban coordinadamente. Malebranche defendió el ocasionalismo y Leibniz la armonía preestablecida; ambas soluciones necesitaban del concurso de Dios para ser satisfactorias.

8.7. Una moral provisional.

No es recordado Descartes por sus reflexiones éticas aunque no son del todo desdeñables. En el Discurso del Método, en la tercera parte, cuando ya ha escrito las reglas que van a conducir su espíritu hacia la verdad y se ha propuesto dudar de todo, decide establecer sólo para sí mismo una moral provisional que sea válida mientras dure su incierta búsqueda y le permita actuar adecuadamente mientras tanto:

...con el fin de no permanecer irresoluto en todas mis acciones mientras la razón me obligase a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir desde luego lo más felizmente que pudiese, me formé una moral provisional que consistía solamente en tres o cuatro máximas que voy a exponer.

Consistía la primera en obedecer las leyes y costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en la cual Dios me ha concedido la gracia de ser instruido desde la infancia, guiándome en cualquier otra cuestión por las opiniones más moderadas y por las más alejadas de todo extremo…

Esta primera norma es coherente con el comportamiento conformista que en lo que atañe a la moral y a la religión mantuvo Descartes a lo largo de su vida.

Mi segunda máxima fue la de ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones y seguir con tanta constancia en las opiniones más dudosas, una vez resuelto a ello, como si fueran muy seguras....

Como Descartes en aquel momento estaba poniendo a prueba gracias a la duda metódica todo lo que pretendíamos saber, corría el riesgo de no actuar por el miedo a que nuestros juicios estuvieran equivocados. Por eso esta segunda norma es una invitación a actuar.

Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y alterar mis deseos antes que el orden del mundo y, en general, en acostumbrarme a que nada excepto nuestros pensamientos está enteramente en nuestro poder…

Esta norma está claramente influenciada por el estoicismo griego y romano que tan bien había sabido captar Michel de Montaigne en sus maravillosos ensayos. No podemos evitar los golpes de la fortuna, sólo depende de nosotros aceptarlos y acomodarnos a ellos gracias al poder de nuestra razón, de la que somos dueños.

En fin, como conclusión de esta moral, tuve la idea de pasar revista a las ocupaciones diversas que los hombres tienen en esta vida para tratar de elegir la mejor; y sin que por eso quiera decir nada de las demás, pensé que nada mejor podía hacer que continuar en la que tenía, es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y adelantar todo lo posible en el conocimiento de la verdad según el método que me había prescrito.

Discurso del Método, tercera parte

La ocupación más provechosa a la que se puede dedicar el ser humano es precisamente aquella a la que se dedica Descartes, la investigación incansable de la verdad.

La moral de Descartes es ecléctica y se inclina por el intelectualismo ético del sabio griego como programa de vida: el cultivo de la razón nos asegurará un buen juicio para orientar nuestra voluntad.

No es el único libro en el que el pensador francés reflexionó sobre la moral (en esto consiste la ética) en las cartas que envió a Isabel de Bohemia y en el Tratado de las pasiones o Las pasiones del alma, en los que deja claro que las pasiones que son involuntarias, inmediatas y no siempre racionales, agitan al cuerpo y pueden esclavizar la voluntad si la razón no las domina adecuadamente tal y como proponen los estoicos.

Tª del Conocimiento�

Racionalismo�

Empirismo�

¿Cuál es el origen del conocimiento?�

La razón humana por sí sola partiendo de verdades evidentes�

La experiencia de los sentidos�

Ideal de conocimiento�

Las matemáticas que como ciencia formal parte de axiomas para llegar a otros principios derivados de aquellos�

La física basada en la experimentación y la observación�

Método�

La deducción a partir de verdades evidentes e innatas�

La inducción a partir de las impresiones de los sentidos�

Principales representantes�

Descartes, Leibniz y Spinoza�

Locke, Berkeley y Hume�

Atrévete a saber

Con la ayuda de este libro de la colección los Pequeños Platones descubriremos mejor el audaz y peligroso método que se atrevió a probar ¡en él mismo!, tal y como cuenta en las Meditaciones Metafísicas, con el propósito de comprobar la existencia real del mundo…

Atrévete a saber

El error de Descartes

Así se llama un libro del neurólogo Antonio Damasio denuncia el error que Descartes cometió al considerar que las pasiones y las emociones no son funciones mentales y no residen en el cerebro y para demostrarlo propone el caso de Phineas Gage. Si queréis saber más, consultad los siguientes enlaces:

� HYPERLINK "http://filosofiajaimeferran.wordpress.com/2010/10/08/los-cientificos-muestran-que-el-juicio-moral-depende-de-las-emociones-mas-sobre-phineas-gage/"��http://filosofiajaimeferran.wordpress.com/2010/10/08/los-cientificos-muestran-que-el-juicio-moral-depende-de-las-emociones-mas-sobre-phineas-gage/�

� HYPERLINK "http://filosofiajaimeferran.wordpress.com/2010/10/05/aqui-podeis-ver-una-sencilla-presentacion-sobre-los-danos-que-sufrio-el-cerebro-de-phineas-gage/"��http://filosofiajaimeferran.wordpress.com/2010/10/05/aqui-podeis-ver-una-sencilla-presentacion-sobre-los-danos-que-sufrio-el-cerebro-de-phineas-gage/�

� HYPERLINK "http://es.wikipedia.org/wiki/Phineas_Gage"��http://es.wikipedia.org/wiki/Phineas_Gage�

Dibujo realizado por Raúl Rebollo

Atrévete a saber

En la década de los setenta del siglo pasado � HYPERLINK "http://www.decine21.com/perfiles/Roberto-Rossellini"��Roberto Rossellini� rodó una serie de películas para la televisión sobre los mejores pensadores occidentales. Una de ellas es Cartesius (1974).

Tenemos la suerte de poder verla en streaming en youtube. A continuación os propongo el enlace a la primera parte:

� HYPERLINK "http://www.youtube.com/watch?v=tLt1NoVfaUU&feature=related"��http://www.youtube.com/watch?v=tLt1NoVfaUU&feature=related�

� Las vicisitudes que sufrieron los restos de Descartes dan para un libro. De hecho ya lo ha escrito Russell Shorto y se llama “Los huesos de Descartes”. Está publicado en Duomo Ediciones.

� El propio Descartes era un especialista en óptica, conocía las ilusiones visuales y los equívocos de la perspectiva; además en el S. XVII los pintores realizan trampantojos y experimentan con la anamorfosis ayudándose de artilugios con espejos.