LA MISION PERMANENTE Y LA EVANGELII GAUDIUM

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LA MISIÓN PERMANENTE EN LA EVANGELII GAUDIUM

Juan Pablo II nos invitó a reconocer que… la actividad misionera « representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia » y « la causa misionera debe ser la primera ».

¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que

la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. (EG, 15)

Misión y formación.

La intimidad de la Iglesia con Jesús es una “intimidad itinerante”. Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos,en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin

miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie.

(EG, 23)

Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.

(EG, 32)

La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del

«siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades.

(EG, 33)

Acompañar procesos de evangelización, en tres niveles: (EG 40-45)

Humano: promoviendo el desarrollo integral de todo hombre y mujer, desde una visión evangélica.

Cristiano: generando respuestas vitales desde el espíritu de las bienaventuranzas.

Comunitario: Procurando el crecimiento y la maduración de todos los miembros de la comunidad eclesial de base y de nuestras parroquias.

¡SÍ AL DESAFÍO DE UNA ESPIRITUALIDAD MISIONERA!

(EG, 78)

¡NO NOS DEJEMOS ROBAR EL ENTUSIASMO MISIONERO!

(EG, 80)

Acompañar las experiencias de evangelización y misión : (EG 87)

Las experiencias evangélicas necesitan ser interiorizadas.

La formación está llamada a guiar hacia la misión. Las experiencias evangelizadoras y la formación

están llamadas a acompañarse recíprocamente y contemporáneamente..

Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA FUERZA MISIONERA!

(EG, 109)

Un sueño: pasar de lo bueno a lo mejor: (EG 111)

Dejarse evangelizar para evangelizar.

El Evangelio es buena noticia que nos cambia, y nos cambia de por vida; por eso nos lleva toda la vida dejarnos evangelizar.

Dejarnos evangelizar es condición imprescindible para poder evangelizar.

Evangelizarnos nos situa como “discípulos-misioneros”. (EG, 120)

“…todos estamos llamados a crecer como evangelizadores… todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora… encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos.” (EG, 121)

Puede decirse que « el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo ». Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. (EG 122)

Hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana… Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino.

(EG, 127)

Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.

(EG, 179)

Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad.

(EG, 262)

El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera.

(EG, 266)

Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque « hay más alegría en dar que en recibir » (Hch 20,35).

(EG, 272)

Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. (EG, 273)

Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda.

(EG, 275)