VN2879_pliego - 3 Miradas a Evangelii Gaudium

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PLIEGO 2.879. 25-31 de enero de 2014 Tres reconocidos teólogos españoles comparten aquí con nuestros lectores algunas de las reflexiones que les ha sugerido la lectura de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, considerada ya por muchos como la hoja de ruta del papa Francisco al frente de la Iglesia católica. De sus respectivos comentarios se deduce que este documento no solo marcará el pulso y el curso del actual pontificado, sino que traza las grandes líneas de lo que supone ser cristiano en el mundo de hoy. TRES MIRADAS A ‘EVANGELII GAUDIUM’ José Ignacio González Faus Josep M. Rovira Belloso Luis González-Carvajal Santabárbara

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PLIEGO2.879. 25-31 de enero de 2014

Tres reconocidos teólogos españoles comparten aquí con nuestros lectores algunas de las reflexiones que les ha sugerido la lectura

de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, considerada ya por muchos como la hoja de ruta del papa Francisco al frente de la Iglesia

católica. De sus respectivos comentarios se deduce que este documento no solo marcará el pulso y el curso del actual pontificado, sino que traza

las grandes líneas de lo que supone ser cristiano en el mundo de hoy.

TRES MIRADAS A ‘EVANGELII GAUDIUM’

José Ignacio González FausJosep M. Rovira Belloso

Luis González-Carvajal Santabárbara

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La esencia cristianamovió al Vaticano II (en la constitución sobre la Iglesia en el mundo), esto le lleva a la raíz última de casi todas las desigualdades, que está en el campo económico. Y le inspira algunas de las formulaciones más diáfanas y valiosas de todo el documento. Eso es lo que me gustaría mostrar aquí.

Esa radicación en lo económico actúa en dos niveles: uno más primario, que se expresa en una serie de consideraciones globales sobre la realidad de pobres y enfermos (protagonistas de los evangelios, no lo olvidemos). Y otro que concreta lo dicho sobre los pobres con algunas reflexiones sobre nuestro (des)orden económico tan profundamente empobrecedor. Si algún piadoso cree que eso es un reduccionismo materialista, recuerde la frase de N. Berdiaeff que no deberíamos cansarnos de repetir y que parece animar todo el documento: “El pan para mí es un problema material; el pan para mi hermano es un problema espiritual”. Luego, estas consideraciones hacia fuera implicarán otras hacia dentro que diseñen cómo debemos ser nosotros y la Iglesia para poder realizar esa misión1. Vamos a ir viéndolo.

1. Los pobres“El kerygma tiene un contenido

ineludiblemente social” (núm. 177). Es decir: “Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres”, el cual nos debe llevar a “privilegiar… no tanto a los amigos y vecinos ricos, sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que no tienen con qué recompensarte” (núm. 48).

Si las cosas son así, y lo son, se sigue una advertencia estremecedora para todas las gentes religiosas: “Hacer oídos sordos al clamor de los pobres, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre” (núm. 187). Sin una opción preferencial por los pobres, todo anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido y de ahogarse en ese “mar de palabras al que la sociedad de la comunicación nos somete cada día” (núm. 199).

Y, para evitar escapatorias, convendrá subrayar una conclusión bien clara: “Ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizar ese mensaje tan claro, tan directo, simple y elocuente.

Lo mejor de “La aLegría deL evaNgeLio”

José IgnacIo gonzález FausResponsable del área teológica

de Cristianismo y Justicia

El alma de la pasada exhortación del papa Francisco sobre la alegría del Evangelio me parece que

radica en esta frase: “El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (núm. 277). Qué bien dicho: no se trata de tener la razón ni de “la religión verdadera” que está por encima de todo. Se trata de una oferta, de un anuncio que yo también considero el más hermoso que he recibido: la revelación del amor increíble de Dios a los hombres, visibilizado en el envío y la entrega de Su Hijo.

De esa oferta increíble se sigue este párrafo central: “Cada persona humana es digna de nuestra entrega. No por su aspecto, sus capacidades… o las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es reflejo de la ternura infinita del Señor y Él mismo habita en su vida… Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por eso, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida” (núm. 274, subrayado del original). He aquí el meollo del cristianismo.

Y de este venero tan rico, brota un hilo conductor del texto que me parece estar en la igualdad entre todos los seres humanos y que Francisco prefiere expresar con la palabra “equidad”, la cual ayuda a percibir mejor cómo toda desigualdad, toda inequidad es una auténtica iniquidad. Curiosamente, y siguiendo la misma intuición que

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(…) No nos preocupemos solo por no caer en errores doctrinales… A los defensores de ‘la ortodoxia’ se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables” (núm. 194).

2. el desorden económicoEs fácil predecir que las consecuencias

económicas del apartado anterior van a resultar explosivas. Si matar es pecado, hay que proclamar que “nuestra economía mata” y excluye: “No puede ser que no sea noticia un anciano que muere de frío en la calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa… No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre” (núm. 53)2. Pero así es ya, sí se tolera. Sin citarlos, se encara aquí Francisco con todos los defensores de la teoría del “goteo” (del derrame, en lenguaje del documento), según la cual, cuando los ricos tienen mucho, rebosan de sus copas bienes suficientes que alimentan a los pobres. Según el obispo de Roma, “esa opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante” (núm. 54). La realidad es, más bien, que “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. Y eso es “¡la negación de la primacía del ser humano!” (núm. 55).

Naturalmente, les ha faltado tiempo a los fundamentalistas del Tea Party para clamar escandalizados que “eso es marxismo puro”. Hay que agradecer

esta reacción, porque pone en evidencia la ignorancia de todos esos partisanos del neoliberalismo más cruel: no tienen ni remota idea de lo que es marxismo. Y recurren al consabido truco de etiquetar con una palabra que les parece malsonante todo aquello que les molesta (yo viví algo de este modo de argumentar en mi infancia, cuando demandas razonables de cambio en la Iglesia se rechazaban con un indignado “eso es protestantismo”. Luego vino el Vaticano II y aceptó muchas de aquellas cosas “protestantes”). Estos buenos “teapartysanos” parecen creer que el mundo se divide en dos: su egoísmo (que es la verdad) y todo lo contrario a ese egoísmo (que es marxismo). Deberían leer y meditar el párrafo de Francisco con que abríamos esta exposición.

Pero el hecho es que, ante la situación antes descrita, el Papa reclama “un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos” (núm. 58), y avisa que, sin ese cambio, “será imposible erradicar la violencia… que tarde o temprano provocará su explosión” (núm. 59): porque “la inequidad genera una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás” (núm. 60). No aduce, por inútiles, las lógicas consideraciones morales contra esa evidencia: simplemente, dice que será inevitable.

Y esa reacción violenta solo podrá evitarse aceptando lo que hoy más nos negamos a aceptar: “El salario justo [que] permite el acceso adecuado a los bienes destinados al uso común” (núm. 192). Ya es otra bomba

la mera expresión “salario justo”, hoy que hemos puesto de moda hablar hipócritamente de “moderación salarial”, evitando toda calificación moral. Y así, sin darnos cuenta, nos atrevemos a proclamar la afirmación que más pone en cuestión nuestro sistema: que solo los salarios injustos crean puestos de trabajo. Pero eso, ¿es trabajo o esclavitud? ¿Es justo un sistema que solo puede funcionar con injusticias graves?

Me pregunto cómo recibirán estas verdades nuestros gobernantes, dado que varios de ellos se declaran católicos, y todos pretenden que su partido se inspira en el “humanismo cristiano”, pese a que sus políticas hayan sido literalmente inhumanas y anticristianas, y sin percibir que están confundiendo un individualismo egoísta y competitivo con el personalismo comunitario y solidario del humanismo cristiano. Pero el hecho es que algunas de las frases citadas suenan como respuestas literales a declaraciones de nuestro Gobierno; aunque sé bien que, en última instancia, no es a ellos, sino al FMI, a quien parecen ir dirigidas3.

En cualquier caso, y para concluir: “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar… Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias solo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema” (núm. 202). Los subrayados son míos. Los he destacado porque, el mismo día en que redacto este comentario, la prensa de Barcelona destaca en titulares que “se desborda la solidaridad en la recogida para el banco de alimentos”. De acuerdo con el texto citado de Francisco, creo que

lo que se desbordó fue la generosidad (y ojalá continúe desbordándose). Pero esa generosidad no da más que

“respuestas pasajeras”. Y lo urgente es una solidaridad que atienda a las causas estructurales que crean esas situaciones desesperadas.

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Son solo ejemplos. Pero todos brotan de una preciosa visión global de la Iglesia que vale la pena citar a pesar de su extensión: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud de hambrientos y jesús nos repite sin cansarse: ‘Dadles vosotros de comer’ (Mc 6, 35)” (núm. 49).

¿Quién no agradecerá este magnífico texto? Él lleva a rechazar a quienes “se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado” (núm. 94). Y aquí valen las palabras evangélicas: “Quien tenga oídos para oír, que oiga”.

5. a modo de apéndice secundarioSeñalado lo anterior, que me parece

lo esencial y que es enormemente consolador, cabe comentar otros detalles secundarios sin pretensión de exhaustividad: el texto es demasiado largo y entra en otros mil campos que, en mi opinión, habrían quedado mejor en otro momento porque pueden diluir lo anterior. El estilo es mucho más directo que el de los clásicos documentos pontificios: ha desaparecido el plural mayestático (Nos…) para dejar paso a un singular humilde. También llama la atención algo de las citas, como es el empeño por citar a sus predecesores (y también a muchas conferencias episcopales de todo el mundo) para mantener una sensación de continuidad, como el escriba sabio del evangelio que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Además de eso, Francisco echa mano de sus lecturas personales, y encontramos citados a Bernanos, guardini o el filósofo argentino ismael Quiles. Pero, en este marco, sorprenderá la ausencia de nombres como rahner, Schillebeeckx,

que acaricien los oídos” (núm. 31), como es práctica habitual en nuestra Iglesia.

◼ La necesidad de una profunda readaptación del lenguaje, porque con frecuencia los fieles, “escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, reciben algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo” (núm. 41)4.

◼ Otra advertencia de “tremenda actualidad” es la de no acentuar demasiado los preceptos de la Iglesia, “para no convertir nuestra religión en una esclavitud cuando la misericordia de Dios quiso que fuera libre” (núm. 43).

◼ Y, más teológicamente, recordar que la unidad de la Iglesia “nunca es uniformidad, sino multiforme armonía que atrae” (núm. 117).

3. Una mística imprescindiblePor supuesto, Francisco sabe bien

que, en todo lo anterior, hay mucho más que imperativos éticos. Se necesita una verdadera experiencia espiritual del valor absoluto de cada persona, junto a la fuerza que suele brotar de toda mística auténtica. La exhortación deja esto muy claro, ya desde el canto a la alegría con que se abre. Y luego aprovecha para aliñar con algunos matices importantes los actuales afanes de búsqueda de experiencias místicas. Por ejemplo, “la vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos” (núm. 89), porque “se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la encarnación” (núm. 262). Pues “la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (núm. 281). No debe de ser casualidad que todas estas místicas hodiernas que olvidan la centralidad de los pobres en la misma experiencia mística sean luego reticentes a la hora de aceptar la Encarnación.

4. Una iglesia para esa misiónTras estas reflexiones “misioneras”,

siguen otras sobre la Iglesia hacia dentro, que reclaman “una impostergable renovación eclesial” (núm. 27). Esta reclama, empalmando con lo anterior, que “todos los cristianos, también los pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (núm. 183). Más el reconocimiento de que existen en la Iglesia “unas estructuras y un clima poco acogedores”, que contribuyen a que “parte de nuestro pueblo bautizado no experimente su pertenencia a la Iglesia” (núm. 63).

En esta línea del cambio estructural, valgan como ejemplos: ◼ La necesidad de “descentralización”,

porque el papa no debe “reemplazar a los episcopados locales en el discernimiento de los problemas”, ni se le puede pedir a él “una palabra completa o definitiva sobre las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo” (núms. 16, 184). Ello exige “escuchar a todos y no solo a algunos

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n o t a s1. Huelga aclarar que esta sistematización del do-

cumento es totalmente mía, como se verá por lo que diré al final.

2. En este punto, aunque no lo cite, Francisco me parece muy cercano al economista suizo J. Ziegler, vicepresidente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, quien sostiene que en nuestro mundo de hoy “cada niño que muere de hambre es un asesinato”, y que la deuda de los países periféricos de Europa debería ser auditada y, probablemente, no debe ser pagada…

3. Así, en la citada demanda de “cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos” (núm. 58), como también en la advertencia de que, “ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si no pasara nada” (núm. 227).

4. Este tema es mucho más importante de lo que pen-samos. Por eso me atrevo a remitir al apéndice que le dediqué en Otro mundo es posible… desde Jesús, Sal Terrae, Santander, 2010, págs. 309-312.

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Congar, metz, gutiérrez… Lo destaco solo como dato curioso y porque creo que algunos de estos nombres habrían aportado posibilidades de formulación más adaptadas algunas veces a la hermenéutica del hombre de hoy.

Son solo observaciones accesorias, hechas a vuela pluma. Lo decisivo es no olvidar el mensaje central. Ojalá no lo olvidemos, de veras.

La reNovaCióN eCLeSiaL paSa por eL evaNgeLio

JoseP M. RoVIRa BellosoProfesor emérito de la Facultad

de Teología de Cataluña

Evangelii gaudium es la síntesis de todas las florecillas que el Papa ha dicho o realizado, aquí y allá, en

estos meses de pontificado, reunidas en una exhortación apostólica muy cercana en rango a una encíclica papal. Ahora ya nadie podrá decir que el contexto no permite tomar al pie de la letra lo que el Papa ha dicho de paso, seguramente con otras palabras, dichas en el avión…

No es nada original decir que la exhortación se presenta como el programa del papa Francisco. Este programa pone de relieve un tema con muchísimas variaciones: la renovación eclesial coincide con una Iglesia que escucha a fondo el Evangelio de jesús y, por tanto, es fiel a su misión evangelizadora. Cada cristiano encontrará el don del sentido de la vida si es fiel al testimonio evangelizador, fruto de vivir la Palabra de Dios que es Jesucristo y de expresarla con palabras humanas que nos acercan a la gente.

Para exponer con objetividad las grandes líneas de este programa, no hay más que transcribir algo que el papa Francisco dice en la Introducción. En efecto, después de ponderar la alegría espiritual que comunica la novedad del Evangelio (núm. 14), expone estas grandes líneas:◼ Reforma de la Iglesia a partir de su

misión evangelizadora.◼ La Iglesia ha de entenderse en

consecuencia como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.

◼ Inclusión social de los pobres en la sociedad y en la Iglesia.

◼ La paz y el diálogo social.◼ Las motivaciones espirituales para la

tarea misionera.Sin olvidar, por fin, las tentaciones

de los evangelizadores y la homilía de los ministros. La homilía es importantísima: merece estar entre los grandes ejes de la exhortación.

Ahora destacaré una serie de puntos significativos, importantes. Los señalaré también con objetividad, puesto que los acompaño con palabras mismas del Papa; pero con cierta subjetividad, porque elijo los que me han impactado:

1. Colegialidad. Sinodalidad. Una llamada a la colegialidad, entendida en la práctica como “descentralización” (núm. 16). También en el núm. 33 se alude a la sinodalidad: “Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y, especialmente, con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral”.

2. La parroquia. La parroquia se supone que está “en contacto con los hogares y con la vida del pueblo”, para que “no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en grupo de selectos que se miran a sí mismos” (núm. 28).

3. Jerarquía de verdades. Algunas verdades reveladas “son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental, lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (núm. 36), según la jerarquía de verdades

enseñada por el Vaticano II, en Unitatis Redintegratio, núm. 11.

4. “En el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es, ante todo, ‘la fe que se hace activa por la caridad’. Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu” (núm. 37). Si no se observa esta armonía evangélica, solo se dará testimonio de algunos acentos doctrinales o morales “sin olor de Evangelio”.

5. Iglesia abierta y misericordiosa. “La Iglesia esta llamada a ser la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes”. (…) “Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es ‘la puerta’, el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (núm. 47).

6. “La alegría de vivir frecuentemente se apaga, incluso en los países ricos” (núm. 52). He aquí una de las causas: el becerro de oro “ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (núm. 55). “Mientras las ganancias de unos

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eL programa deL papa FraNCiSCo

luIs gonzález-caRVaJal sanTaBáRBaRa

Profesor jubilado de la Facultad de Teología de la Universidad

Pontificia Comillas

Aunque oficialmente la primera encíclica del papa Francisco fue Lumen fidei (29 de junio de 2013),

como estaba redactada prácticamente en su totalidad por Benedicto Xvi, el tradicional carácter programático del primer documento de un papa quedó aplazado para el siguiente, que ha resultado ser la exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013). Expresamente, dice en el núm. 25: “Lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes”.

La BarCa de pedro aBaNdoNa eL pUerTo

Quizás una “parábola” con la que joseph Bouchaud expresó la impresión producida por juan XXiii podríamos aplicarla con más motivo todavía al papa Francisco. Además de algunas adaptaciones obvias, voy a resumirla, porque el texto original tiene cinco páginas:

Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado en el muelle. La vida a bordo tenía distinción. Los oficiales estaban ataviados con uniformes de distintos colores –negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros–, a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…). Las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. En realidad, la vida a bordo resultaba fácil porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente.

Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores

11. La idea y la realidad. “No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo” (núm. 233).

12. El diálogo social como contribución a la paz. “En el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. (…) El Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien” (núm. 246).

“Un diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales”, hasta encontrar “purificación y enriquecimiento” (núm. 250).

“Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes [aun siendo no creyentes] buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios” (núm. 257).

La exhortación acaba con la confianza plena en la intercesión de maría, a quien dirige una bellísima plagaria.

Aviso: quienes encuentren muy larga la exhortación, y esto les tiente a no leerla, no se desanimen. La pueden tomar como un libro de lectura espiritual, del que es bueno leer cuatro páginas diarias.

pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar” (núm. 56). Todo por los intereses de “un mercado divinizado” (Ibid.). Es necesaria una “reforma financiera que no ignore la ética” (núm. 58).

7. Un cristianismo de devociones dispersas se contrapone a un cristianismo de fe, esperanza y caridad como respuesta a Cristo, centro y fundamento de todo el proceso de la fe: “Hay cierto cristianismo de devociones propio de una vivencia individual y sentimental de la fe” (núm. 70). Pero no se debe juzgar negativamente a quien tiene devociones que dan sentido a su vida, cuando estas devociones llevan al sujeto que las practica al amor a sus hermanos.

8. ¿Cómo entender la Iglesia? El Pueblo de Dios que evangeliza “hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción en la historia de un Pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional (núm. 111). “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (núm. 114). La Iglesia ha de fomentar la “inculturación” (la revelación presentada a partir y en la cultura aborigen) y el “sentido de la fe” del Pueblo fiel. Así, la “piedad popular” es la revelación expresada en la “cultura de los sencillos” (núms. 122-126).

9. “El kerygma es trinitario”. (El kerygma es el primer anuncio explícito de Cristo, “que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”). “Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que, con su muerte y resurrección, nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre” (núm. 164).

10. “Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios” (núm. 176). “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad” (núm. 177).

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no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto.

Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.

Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, ya de edad avanzada, que subió con cierta dificultad la escalera que conduce al puesto de mando. Y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, ¡rumbo a la mar!”. Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.

Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, se va a hundir el barco!”. En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía.

Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos

gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”; pero, al fin y al cabo, los barcos están hechos para navegar. Y empezó a cambiar el reglamento1.

El programa del papa Francisco es, en esencia, una pastoral misionera; y una pastoral misionera no espera a que la gente visite el barco, sino que va a buscarla allá donde esté. Dicho como en la parábola de Bouchaud, el barco abandona el puerto y pone rumbo a alta mar. La Iglesia –dice el Papa– debe ser una comunidad “en salida” (EG, 23). Y no le preocupan los riesgos que pueda correr el barco alejándose del puerto: “Prefiero –dice– una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG, 49).

El papa Francisco coincide con la parábola en que el reglamento válido para el puerto no sirve para alta mar: “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’” (EG, 33). “En su constante discernimiento, la Iglesia puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio [… que] pueden ser bellas, pero ahora

no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas” (EG, 43).

UNa igLeSia CoN roSTro amaBLe

Una pastoral misionera requiere también que el barco de la Iglesia resulte acogedor para quienes suban a bordo.

La Iglesia –dice el Papa– debe tener las puertas abiertas. “Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. (…) Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es “la puerta”, el Bautismo. (…) A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana; es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG, 47).

En mi opinión, esto habría requerido un poco más de precisión. Leído así, podría parecer que no debemos ver problema en admitir al bautismo o al sacramento del matrimonio a personas que lo solicitan por no disgustar a los abuelos o porque es más vistosa la ceremonia en la iglesia que en el juzgado, lo cual arruinaría todos los esfuerzos hechos después del Concilio para que los sacramentos no sean actos sociales, sino celebraciones de la fe. Ciertamente, no puede ser eso lo que el Papa tiene en la mente, puesto que más adelante critica que “en muchas partes hay una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (EG, 63).

El ejemplo que empleó en la homilía del 25 de mayo en la capilla de Santa Marta es fundamental para entender que no está cuestionando la necesidad de la fe para recibir esos sacramentos, sino el rigorismo moral: imaginemos –dijo– una madre soltera que va a la parroquia para bautizar al niño y le niegan el sacramento por no estar casada. “Esta joven, que tuvo la valentía de llevar adelante el embarazo y no abortar, ¿qué encuentra? Una puerta

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‘ley de gradualidad’ –dice– no puede identificarse con la ‘gradualidad de la ley’, como si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones” (FC, 34 e). En cambio, el papa Francisco no pone el acento en lo que les falta para alcanzar el ideal ético, sino en lo que han conseguido: “Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades” (EG, 44). Además, poco antes había dicho que “la Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia” (EG, 45; las cursivas son mías).

Así pues, la exhortación apostólica anuncia posteriores concreciones. La cuestión decisiva es quién las hará. Recordemos la famosa frase del Conde de Romanones, que se ha convertido en un aforismo: “Hagan otros las leyes y que me dejen a mí hacer los reglamentos”, porque “con un reglamento a mi gusto, convierto en ineficaz la ley que más me disgusta”3. Eso pasó en buena parte con “las leyes” hechas por el Vaticano II y podría volver a ocurrir con las del papa Francisco. Pero si los posteriores “reglamentos” fueran más tolerantes que los actuales, nadie debería escandalizarse, dado que estamos viviendo con toda naturalidad esa tolerancia en los temas de moral social, al no negar la comunión eucarística a muchos cristianos que están muy lejos de vivir las exigencias sociales del cristianismo.

Naturalmente, muchas más cosas merecerían ser comentadas, pero el espacio disponible en estas páginas impone unos límites.

podría invitar –no como ideal absoluto, pero sí como el único ideal que en estos momentos está a su alcance– a poner fin a la promiscuidad e intentar vivir un amor fiel con un solo compañero o compañera que sea expresión de una unidad espiritual.

Esto es lo que en moral llamamos ley de la gradualidad (de hecho, el Papa cita a pie de página el núm. 34 de la Familiaris consortio, en el que juan pablo ii la menciona). La ley de la gradualidad dice, en esencia, que, si somos incapaces de vivir en estos momentos alguno de los ideales éticos propuestos por el Evangelio, debemos establecer una sucesión de objetivos posibles, entendiéndolos como etapas intermedias de un itinerario de perfeccionamiento continuo que vaya acercándonos poco a poco a la meta.

La pregunta que surge es si esas personas podrían recibir la comunión sin haber llegado a la meta. A la luz del tratamiento dado por Juan Pablo II a la ley de la gradualidad, la respuesta solo puede ser negativa. Con lenguaje del mundo de la educación, él no admitía ninguna “adaptación curricular significativa” que permitiera aprobar a quienes no fueran capaces de alcanzar los objetivos generales: “La llamada

cerrada. Esto les sucede a muchas. Esto no es un buen celo pastoral. Aleja del Señor, no abre las puertas. Y así, cuando vamos por este camino, con esta actitud, no hacemos bien a la gente, al Pueblo de Dios. jesús instituyó siete sacramentos y nosotros, con esta actitud, instituimos el octavo, el sacramento de la aduana pastoral”2.

CoNTra eL rigoriSmo moraL

“La Iglesia –dice la exhortación apostólica– tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG, 114). “La tarea evangelizadora (…) procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible” (EG, 45; las cursivas son mías).

Las últimas palabras me parecen muy importantes, porque a veces lo mejor es enemigo de lo bueno –algo ignorado a menudo durante los pontificados anteriores– y podrían ser liberadoras para muchos que están viviendo situaciones difíciles. Pongamos un ejemplo concreto referido a los cristianos que tienen una orientación homosexual. La doctrina oficial de la Iglesia dice que, sin renunciar al amor ni a la creatividad en el servicio a los demás, deben renunciar a la actividad y a las expresiones homosexuales. Ciertamente, no es un ideal inasequible, puesto que muchos de ellos lo consiguen (igual, por otra parte, que muchas personas heterosexuales, sin tener vocación de célibes, renuncian a mantener relaciones sexuales por haberse quedado solteras contra su voluntad, haber enviudado o haberse divorciado; y eso no les impide mantener la alegría de vivir porque realizan una magnífica labor en el campo del arte, de la ciencia, de la educación o del voluntariado social y eclesial). Sin embargo, hay también otros cristianos homosexuales que no se sienten capaces de alcanzar ese ideal ético y están practicando una sexualidad muy activa y promiscua. A la luz del núm. 45 de la EG, se les

PL

IEG

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n o t a s1. La parábola es de Joseph BOUCHAUD, Los cristianos

del primer amor, Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1972, pp. 83-87.

2. FRANCISCO, Meditaciones durante las misas ce-lebradas en la capilla de Santa Marta: Ecclesia, nº 3.690-3.691 (31 de agosto y 7 de septiembre de 2013), 1.289.

3. CONDE DE ROMANONES, Breviario de política experimental, Ed. Plus Ultra, Madrid, 1974, p. 89.