Pueblos Patrimonio de Colombia -...

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Para todo lo que quieres vivir... la respuesta es... Pueblos Patrimonio de Colombia Honda ISBN 978-958-99726-6-3 • DISTRIBUCIÓN GRATUITA

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Para todo lo que quieres vivir...

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Pueblos Patrimonio de Colombia

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“Honda una pequeña ciudad de 4 a 5 mil habitantes, está situada en un profundo valle encajonado, rodeado de elevadas cumbres de roca arenisca, al pié de la desembocadura del río Gualí en el Río grande. Hacia el sur, el camino de la Bodega de Honda atraviesa una extensa llanura, una pradera herbosa. A la izquierda se oye el río Magdalena abriéndose paso tumultuosamente entre las peñas. Este punto es sumamente pintoresco (…). En la azul lejanía la vista alcanza las crestas de los orgullosos Andes”.Viaje de Humboldt por Colombia y el Orinoco. En: Biblioteca Banco de la República

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Llegar allí es encontrarse con una ciudad que conserva en sus calles y construcciones ves-tigios de un pasado lleno de esplendor eco-nómico, en medio de los angostos callejones que desembocan en la ‘Calle de las Trampas’,

con un trazado irregular que permite descubrir lugares e historias, con pescadores que sonríen y siempre espe-ran la subienda, con mitos y leyendas que reviven, con las playas del impredecible Magdalena.

Es hallar una ciudad que se sobrepone a los embates de la naturaleza, que vive con la esperanza de retomar su protagonismo histórico, que se consolida como des-tino turístico y atrae por la calidez y el talante de su gente. Es encontrar una población que, como el ave fénix, renace de las cenizas.

Es un lugar que invita a reencontrarse con la his-toria y los personajes que han forjado el devenir de nuestro país, con los caminos por donde transitaron el sabio José Celestino Mutis, Alejandro de Humboldt, Simón Bolívar.

Un pueblo que invita a la nostalgia con los recuerdos de infancia, con sentimientos que afloran, con la gran-

deza del río Magdalena, con paisanos de otras regiones que sienten como propio este terruño.

Honda, la ‘Ciudad de los puentes’, de la subienda, del viudo (cocido de pescado), del balneario de La Picota, de la “Ruta Mutis”, el pueblo patrimonio de Colombia que nos recibió a nosotros, dos atentos turistas, que decidimos sentir estas emociones en el corazón de la historia nacional.

Aquí dejamos este testimonio de “honda emoción” de un lugar de encuentros y reencuentros.

Ciudad de los puentes“Honda, ciudad de los puentes, la tierra caliente con sus bravos ríos; vieja calle de las Trampas;puentes de Navarro y Caracolí, la cuna de Alfonso López, de Pava Navarro, Soto y Lafaurie”.

Dice en uno de sus apartes el pasodoble ‘Ciudad de los puentes’ que el maestro Jorge Villamil le compuso a Honda. Un homenaje a la ciudad que posee 39 de estas

Pueblo de encuentros y reencuentros La villa de San Bartolomé de Honda, el pueblo patrimonio que parece detenido en el tiempo y que fuera el puerto fluvial más importante de Colombia, desde los tiempos de la colonia española, por donde ingresaron bienes y mercancías hacia el interior del país, punto de salida y llegada de viajeros –foras-teros, de aquí y de allá, de todas partes–, epicentro comercial, social, cultural y de comunicación, es un lugar de encuentros y reencuentros.

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“A las dos de la tarde coronaron la última colina, y el horizonte se abrió en una llanura fulgurante, al fondo de la cual yacía en el sopor la muy célebre ciudad de Honda, con su puente de piedra castellana sobre el gran río cenagoso, con sus murallas en ruinas y la torre de la iglesia desbaratada por un terremoto”. El General en su laberinto. Gabriel García Márquez.

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construcciones, las cuales conectan diversos puntos de su geografía entre los departamentos de Cundinamarca y Tolima, orgullo de los hondanos.

Por esta razón, nuestro primer impulso fue salir a recorrer los puentes de la ciudad, para sentir el pulso y los latidos del corazón del más viejo de los amigos de Honda: el río Magdalena…

Cuentan que a la medianoche se oía sobre las calles empedradas de la calle Real el resonar de los cascos de un caballo, y sus pasos retumbaban en el tablado del puente; los vecinos que se asomaban a mirar decían que veían un caballo negro, con su jinete vestido de negro, con sombrero de ala que brillaba en medio de la oscu-ridad. Pasaba con un chicote en la boca, que parecía moverse al son de los cascos al golpear las piedras. Hay quienes dicen que era el diablo, otros que el jinete era un cura decapitado, que a medianoche cruzaba puente Navarro, uno de los emblemas que hoy se encuentra en el logo de la ciudad.

Este puente, inaugurado en 1899, declarado monu-mento nacional en 1994, fue construido a finales del siglo XIX como respuesta a la necesidad de comunicar a Honda con Guaduas, y facilitar el intercambio comer-cial hacia el interior. El empresario Bernardo Navarro tuvo la iniciativa de construirlo, por lo que pidió au-torización al Gobierno Nacional, que le dio el permi-so mediante concesión con cobro de peaje durante 99 años. Fue el primer puente metálico de Suramérica, cuya estructura de hierro y acero fue adquirida a la San Francisco Bridge Company, la misma que construyó el Golden Gate de San Francisco en Estados Unidos y con-tó con la asesoría en la construcción de los pilares de José María Villa Villa, el ingeniero artífice del puente de Occidente en Antioquia.

Atravesarlo es sentir el rumor del Magdalena, divisar los rápidos que forma el salto de Honda y tener una de las vistas privilegiadas de la ciudad. Es una verdadera joya arquitectónica que ha sido restaurada y se mantie-ne en condiciones óptimas para el disfrute de turistas y lugareños.

Si bien el Navarro es el icono de Honda, otros puentes también representan gran valor. Uno de es-tos, localizado en el barrio El Carmen, es el Luis Igna-cio Andrade, sobre el río Magdalena, cuya importan-cia radica en que ha sido punto vital para el comercio con Bogotá y la Costa Atlántica. Ha sido generador de progreso para la ciudad y la región. Fue donado por el gobierno de Estados Unidos, inaugurado en 1952 y bautizado con el nombre del entonces ministro de Obras Públicas.

El puente Agudelo, llamado cariñosamente ‘puente de las banquitas’, sobre el río Gualí, de estilo art déco, posee andenes adoquinados, banquitas y columnas a lado y lado, que lo convierten en el sitio ideal para reci-bir la brisa de la tarde y conversar con los viejos. Allí un anciano recordaba con versos uno de los hechos más significativos de la ciudad, el terremoto de 1805:

“Las tres y cuarto serían, antes del amanecer, cuando empezó a estremecer que hasta los templos caían. Pecadores que esto veis en vida tan opulenta, que cayó según la cuenta en junio día diez y seis”.

El puente Negro, que ahora está pintado de amari-llo, también sobre el río Gualí, servía para el paso del ferrocarril que partía de la estación Bodega Sur y unía la línea férrea entre los puertos de Caracolí y Arranca-plumas.

El puente López, sobre el Gualí, fue donado por Pedro López, padre del expresidente Alfonso López Pumarejo, en reemplazo del puente de San Francisco. Fue construido en madera, y posteriormente en hierro a inicios del siglo XX, pero una creciente lo derribó, por lo cual fue reconstruido y hecho en concreto armado. Su forma con arcos resalta desde diversos puntos de los alrededores.

Esta ‘Ciudad de los puentes’, bautizada así por el recordado locutor deportivo Carlos Arturo Rueda C., re-nace para ofrecer a propios y visitantes una experiencia llena de historia, arquitectura y vida.

Río Magdalena, río amigoAl final de la placentera y agotadora caminata por los

puentes, coincidimos en el tradicional hotel con un gru-po de turistas que disfruta viajar, leer y conocer sobre la riqueza y el vasto patrimonio de nuestro país. La conver-sación se inició cuando Luis Enrique, administrador del hospedaje –un bogotano que decidió radicarse en esta villa–, recordó la exposición temporal que en el 2008 realizara el Museo Nacional de Colombia en Bogotá, titulada: ‘Río Magdalena: navegando por una nación’, en la cual se recreaba un viaje por la historia y la geografía de la principal arteria fluvial del país en la que Honda es protagonista destacada.

Luis Enrique nos recordaba los argumentos que ha-cen que el río Grande de la Magdalena sea el alma y

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espíritu de Honda. En este han navegado desde cham-panes (primitivas embarcaciones cubiertas por un techo elaborado de palos y hojas de palmeras que se utilizaban para transportar mercancías y pasajeros), canoas, barcos a vapor, ferrys, lanchas de motor y ae-rodeslizadores. Sobre él (y el río Gualí) se levantan los puentes que comunican la zona centro del país con la Costa Atlántica, que le han valido el nombre de ‘Ciudad de los puentes’.

El gran río propició la pesca, principal actividad eco-nómica de sus habitantes desde tiempos prehistóricos, y el comercio, que tuvo su esplendor en el periodo de la colonia española y comienzos de la República. Como un improvisado guía, Luis Enrique nos describe la larga lista de platos tradicionales que se encuentran en las orillas del río, lugar de habitación de pescadores y sus familias durante las temporadas de subienda (la época en que llegan la mayor cantidad de peces), y escenario de las festividades más representativas de la ciudad, como el Festival Nacional del Río, y el de la subienda, hoy llamado Carnaval de la Subienda.

Con estas imágenes del río nos retiramos a descan-sar. Al día siguiente madrugamos a desayunar con el tradicional pescado frito, yuca cocida y café negro.

Salimos con la brisa de la mañana, la humedad que propicia el río Magdalena y la frescura que corre por las venas de todos los habitantes de la villa. Tal vez por esto los indígenas lo llamaban “Yuma”, el ‘río amigo’.

Nos encontramos con Tiberio Murcia, docente y una de las personas que más conoce sobre la historia de la ciudad. Nos muestra el salto de Honda, un desnivel con una suave caída que se forma por una falla geológica, de casi un kilómetro y 700 metros de largo, que hace que se creen los rápidos, responsables de que haya una mejor pesca. Este salto también fue el que hizo que en tiempos gloriosos Honda fuera la estación obligada de viajeros, donde confluían todas las regiones del país, puesto que era el lugar hasta donde el fenómeno natural permitía la navegación, lo que convirtió a la ciudad en el puerto más importante del interior.

Nosotros llegamos a Honda justamente en época de subienda, un fenómeno que se presenta de diciembre a marzo, producido cuando los peces que viajan corriente arriba, desde las ciénagas de la Costa Atlántica, vienen a aparearse y desovar, y que al intentar pasar por los rá-pidos del salto de Honda se encuentran con una trampa natural que les impide el paso, lo que permite que sean capturados fácilmente. Aquí se vive cíclicamente al ritmo de la subienda.

Con la amable guía de Tiberio vamos hasta las orillas

del río en la zona llamada ‘El Remolino’. Allí conversa-mos con ‘Caballo’, un anciano que desde los 14 años ha pescado en el río en la época de la subienda, y quien nos cuenta, en las pausas después de lanzar su atarraya, que él y su familia viven aquí durante esta temporada en chozas provisionales. “Aquí vivimos las 24 horas del día en función de la pesca, nosotros mismos tejemos las atarrayas y vendemos el pescado. El río es nuestra vida”, dice con una sabiduría heredada de los indígenas Pan-ches, antiguos pobladores de la región.

Sentados sobre una de las piedras en la ribera, vemos cómo uno de sus hijos lanza la atarraya, la cual se usa del lado izquierdo del río, puesto que a este costado el afluente tiene menos corriente que del lado derecho –sobre Puerto Bogotá–, lo que facilita que la atarraya se expanda para lograr una mayor pesca. Los que la usan del otro lado lo hacen con cóngolo, una red en forma de canasta, en nylon, ideal para usar en una corriente mayor. Es un espectáculo observar, desde la distancia, cuando se mezclan varios de estos cóngolos artesanales en una sinfonía de movimientos suaves.

DATOSDE INTERÉS

• San Bartolomé de Honda fue fundado el 24 de agosto de 1560. • El Puente Navarro, inaugurado el 16 de enero de 1899, fue el primer puente metálico de Suramérica, declarado Monumento nacional en 1994. • La plaza de mercado fue declarada Monumento nacional en 1996. • Su apelativo de ‘Ciudad de los puentes’ se lo debe a que posee 39 de estas estructuras. • Fue, junto a las poblaciones de Ambalema, Mariquita y Guaduas, uno de los epicentros de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.

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El sociólogo Salvador Camacho Roldán, en sus Notas de viaje, relato del recorrido de Bogotá a Honda, escribía: “Es pertinente destacar el hecho de que a principios del siglo XIX la ciudad disponía de los mismos caminos de comunicación externa de comienzos de la Colonia (…). El de mayor importancia, por ser el único que realmente conectaba a Bogotá con el mundo exterior, era el de Honda, ya que este puerto estaba sobre el río Magdalena, que era, a su vez, la única vía de comunicación con el mar y por lo tanto con el resto del mundo”.

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‘Caballo’ nos explica que cada pescador y su familia son poseedores de una porción de tierra sobre la orilla del río, a la que llaman ‘camas’, las cuales están escritu-radas con licencia de pesca. Es decir, que solo ellos y sus familias pueden pescar sobre la porción de tierra escri-turada; si alguien lo quiere hacer, debe pedir permiso a la familia dueña del “predio”. Aunque también hay otros lugares donde la pesca es libre.

Sin que pareciera fatigarse, nos describe los peces que más atrapan, contándonos detalles de su compor-tamiento como si se tratara de viejos amigos: el rey es el bocachico, le siguen el nicuro y el bagre. Para pescar este último, utilizan el trasmallo o chinchorro, una es-pecie de atarraya de casi 70 metros de extensión con la que atraviesan el río y extienden de orilla a orilla. Ver cómo se explayan las atarrayas, el movimiento de los cóngolos y chinchorros pone de manifiesto un arte que tiene su máxima expresión en las aguas del río.

Luego, por insinuación de ‘Caballo’, nos animamos a navegar en lancha de motor, un tramo río arriba, hasta un poco más allá de Arrancaplumas, que antaño fue-ra otro de los principales puertos que comunicaba a Honda con Neiva, y que nos recibe con un paisaje de vegetación abundante, aguas tranquilas y las arenas suaves de Playa Blanca.

En este recorrido, las imágenes de los árboles altos a la orilla, las garzas que sobrevuelan, las tortugas que se alcanzan a divisar a lo lejos, el puente Navarro y la charla de mis compañeros se van fundiendo en medio de pensamientos que me hacen retroceder en el tiempo, cuando con la familia solíamos pasar nuestras vacacio-nes en esta zona norte del Tolima. Recuerdo con espe-cial cariño las idas al balneario La Picota, la ‘crema soda’ –la reconocida gaseosa de ‘Glacial’–, los chapuzones en Guarinoncito y los jugos en la plaza.

Los recuerdos y la brisa del río traen a la mente ese indefinible lugar que el maestro Aníbal Noguera lla-maba “el oloroso valle de la sarrapia y la balsamia”, y me parece ver imágenes de una película en sepia de barcos a vapor y canoas que surcan el río; el comercio y la vida agitada del puerto, compartiendo con mujeres, vestidas con elegantes trajes, que descienden de las em-barcaciones y disfrutan a bordo del ‘David Arango’, el suntuoso barco a vapor de pasajeros que reinó en estas aguas, al que algunos llamaron el ‘palacio flotante del Magdalena’, gracias a las comodidades que ofrecía a sus pasajeros, similares a las de un hotel de lujo; escucho como un murmullo la oración al Mohán, el guardián de las aguas del Magdalena, esa figura que, según el mito, es un hombre de larga cabellera, barba y cuerpo atlético

a quien los pescadores encomiendan su pesca. En medio del sopor del mediodía, cae en mi memo-

ria, como un rayo de luz, aquella frase de Gabriel García Márquez: “Por lo único que quisiera volver a ser niño es para viajar otra vez en un buque por el río Magdalena. Quienes no lo hicieron en aquellos tiempos no pueden ni siquiera imaginarse cómo era...”

Honda y el río Magdalena nos transportan en el tiempo.

Una lección de alquimia Luego de este viaje evocador, el apetito apremia y

salimos en busca de uno de los manjares más sabrosos que provee el río. Llegamos a la plaza de mercado, don-de Rosita, de quien nos han dicho que prepara uno de los más exquisitos viudos de pescado, el plato insigne de Honda. Nos le ‘metemos’ a la cocina, y ella, con una sonrisa dulce, nos va mostrando y explicando cómo lo prepara.

Parece una alquimista al mezclar sus fórmulas se-cretas: “Todo empieza muy temprano, arreglando el pescado (que puede ser bochachico, nicuro o bagre); es decir, limpiándolo y lavándolo muy bien, luego se mete al congelador (hasta que el comensal lo pide, pues no se debe sacar antes), se sazona, se revuelve un poquito de sal, para que vaya cogiendo sabor, se mezcla la sal con un poquito de ‘trisabor’ (que viene en un paquetico combinado de comino, color y salsina)”.

Estamos ante un rito milenario y con respeto segui-mos su narración: “Con esta mezcla se aliña el pesca-do y se deja reposar por un tiempo. Mientras tanto, se cocina el recado (que incluye el cachaco –un plátano cortico, al que en otras partes le dicen popocho–) y el plátano artón y, aparte, en otra olla, la yuca y la papa con cebolla, tomate, ajos, bien sazonadito, y luego se cocinan. Cuando están cocidos, se pone la yuca sobre el plátano, luego el pescado y se sazona, en un poquito de agua, a fuego lento, con buen cilantro, cebolla cabezona y tomate. Para servirlo, se saca una porción de consomé aparte y el ‘recao’, que es lo que lo deja ‘salzudito’, y se lo vierte al pescado”. Hace una pausa y con su mirada entendemos que aquí termina el rito con la alquimista cocinera.

Desde que inició el proceso han pasado cerca de 15-20 minutos, el tiempo que debemos esperar los ansio-sos turistas para saborear esta delicia, acompañada de patacón, arroz, ensalada, una limonada fría con panela y, para después del pescado, un ‘tintico’, como diría Rosita.

De este sector, además de degustar las preparacio-nes culinarias, queda también la imagen imborrable

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Catedral de Nuestra Señora del Rosario

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de esa noche cuando la Luna llena se asomaba tímida tras la montaña y expandía su reflejo sobre las aguas tranquilas del Magdalena, que en mágica conjunción iluminaban al pescador en su canoa.

El río Grande de la Magdalena es el alma de Honda, es el alma de todos. Yuma: el río amigo. Con inocultable emoción nos retiramos a descansar pensando en las sorpresas que nos brindaría al día siguiente esta mágica ciudad.

Por callejones, historia y leyendas Allí estaba temprano nuestro amigo Tiberio, con su

cálida sonrisa, invitándonos a desayunar en un sitio tradicional de su Honda del alma. En el camino nos ex-plicó, con la paciencia del viejo maestro de escuela, que la influencia de las diferentes manifestaciones sociales y culturales que han marcado al puerto se representa evidentemente en el centro histórico de San Bartolomé de Honda, en la diversidad de estilos arquitectónicos de sus construcciones, trazado irregular de sus calles, callejones angostos, cuestas empedradas, el Camino Real, leyendas de duendes y fantasmas.

Los diferentes estilos y construcciones de las épocas Colonial y Republicana se mezclan especialmente en la zona del alto del Rosario, que como su nombre lo indica se localiza en una de las partes altas, uno de los sectores que más conserva sus viviendas en un abanico de expresiones arquitectónicas, con casas bajas, la ma-yoría de un piso, con cubiertas inclinadas y patios cen-trales, otras de dos pisos, balcones corridos, ventanas ‘arrodilladas’ y hasta de influencia caribeña.

Sobresale la catedral de Nuestra Señora del Rosa-rio, de mediados del siglo XVII, de la cual se dice que su construcción fue financiada con el pago de peajes sobre el río y aportes de los vecinos. Con su fachada en piedra, fue una de las primeras iglesias seculares. La construcción inicial tenía una torre hacia la izquierda y un portón en su fachada. Posteriormente, fue remo-delada para quedar con tres naves e igual número de puertas en la fachada y dos sobre uno de los costados.

Gracias a los oficios del vicario logramos subir has-ta el campanario, en el que se conserva una campana que data del siglo XVII, que resistió el terremoto de 1805. Desde ahí contemplamos el verde de los árboles que rodean y adornan el parque José León Armero, llamado así en homenaje al prócer mariquiteño de la Independencia, primer presidente de la Provincia de Mariquita, quien fuera fusilado y decapitado en 1816 en la toma de Honda por parte del ejército comandado por Pablo Morillo.

Se destaca, bajo la sombra de un árbol, el busto levan-tado en homenaje a David Hughes, hombre de origen galés, primer alcalde popular y benefactor de la ciudad. Por aquí caminamos todos los días, pues es un lugar tranquilo, donde la brisa acaricia y los ‘raspaos’, esa pre-paración hecha a base de hielo y saborizantes, refrescan en medio de los 30 grados centígrados. Se conjuga este paisaje con la escultura de las musas, un monumento que fue obsequiado a la ciudad con motivo de los 300 años de haber sido elevada a la categoría de villa.

En este sector se encuentra también la casa natal de Alfonso Palacio Rudas, el reconocido economista y político colombiano, de quien heredó nombre la ley en la que los hondanos han centrado sus esperanzas de re-cuperación y modernización de la ciudad, cuyo objetivo se enfoca en atender la restauración, cuidado y conser-vación de algunos bienes inmuebles y la consolidación de estrategias para promover y rescatar el patrimonio cultural de Honda.

Salimos posteriormente al paseo Bolívar, otro sector con una mixtura de construcciones de épocas Colo-nial, Republicana y moderna. Fue bautizado así ya que por aquí también pasó el Libertador. En una colorida casa distinguimos unas ventanas diminutas que, nos dicen, fue lo que quedó del teatro Romance, uno de los escenarios que le dieron vida cultural a la ciudad a principios del siglo XX.

Un espacio que evoca, como ninguno, épocas de an-taño, es, sin duda, la calle de las Trampas, que nos dice Tiberio Murcia, tiene un cierto parecido a Úbeda en Es-paña. Con su trazado irregular, en forma de zigzag, con camino empedrado, fue el lugar donde habitó la élite española de la Colonia. Sobresalen viviendas con una fuerte influencia árabe, balcones musulmanes, casas de dos niveles, piso desigual, faroles. Una calle romántica y a la vez misteriosa.

El acceso a las casas del lado norte se hace por las lla-madas cuestas, una especie de escalinatas empedradas que, al subirlas, permiten descubrir los balcones ador-nados con flores vistosas y paredes con faroles románti-cos. Es el lugar donde nacen (o mueren), según se mire, las cuestas de San Francisco, Míster Owen, Zaldúa y los callejones de San José y La Broma (del que se dice que por allí pasó el pueblo enardecido, seguidor de la causa comunera de José Antonio Galán).

Por este sector está la llamada casa Lindemeyer, que fue donde funcionó, a inicios del siglo XX, la em-presa naviera del mismo nombre, desde donde se auto-rizaba la salida de las mercancías hacia el exterior. Aún conserva la nomenclatura antigua con base en piedra,

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en la que alcanzamos a leer una letra P, una cruz y el número, el que más se nota, 1-16.

Diagonal a esta se encuentra la casa de los Conquis-tadores, la de arcos amarillos, que recibió su nombre en la conmemoración de los 450 años de fundación de Honda y en homenaje a Gonzalo Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmán y Sebastián de Belalcázar. De esta, dicen, tiene duende propio que sale por las noches a corretear y jugar. Hoy funcionan dependencias de la Alcaldía.

Salimos nuevamente a la calle Real o del Retiro, que nos lleva hasta la casa de los Virreyes, una cons-trucción de la época Ccolonial pero con elementos re-publicanos (como la escalera en piedra), localizada en una esquina, con arcos de medio punto, balcón corrido

y amplio patio interior. Fue bautizada así ya que era el lugar donde los virreyes pernoctaban y hacían un alto en el camino hacia Santa Fe. Se habla que allí estuvieron José Solís, Antonio Amar y Borbón y Juan Sámano. Actualmente está siendo restaurada y se usa como hos-pedaje. Otra joya que nos encantó.

El recorrido nos lleva por las calles empedradas has-ta lo que anteriormente funcionó como el centro de establecimientos comerciales con casas de un piso, hechas de bahareque y tejas de barro. La temperatura, que en ese momento alcanza los 30 grados, nos obliga a hacer un alto en el camino para sentarnos en las butacas de una de las tiendas de la zona, que aún conserva las vitrinas de madera, a tomarnos una cerveza helada, o ‘pola’, como la llama la amable tendera.

El viajero inglés John Hanrshaw, en una de sus cartas escribía en 1823: “Este es un río majestuoso y una mina de riquezas para el país fértil y exuberante que recorre. Sobrepasa en riqueza natural y en la belleza del paisaje a todo lo que uno pueda imaginarse”.

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En los estantes vemos un frasco con etiqueta de color rosado con el nombre de ‘Salva vida’ que llama nuestra atención. Al indagar de qué se trata, la seño-ra de la tienda nos dice que es un remedio antiguo que, según ella, cura todos los males. Eso nos hace recordar que antes de emprender viaje desde Bogotá, nos habían recomendado visitar la Farmacia Nueva Arturo Cerón F., una botica construida en 1906, propie-dad del señor Arturo Cerón Ferreira, quien ofrecía sus servicios en la preparación de medicamentos y venta de productos farmacéuticos a la comunidad de Honda y poblaciones circunvecinas.

En sus estantes y vitrinas se observan frascos y reci-pientes con los insumos para su preparación y algunos medicamentos. Leemos en algunas etiquetas antiguas: ‘Citrolax’, ‘solución de nitrato’, ‘elíxir ferrominoso’, ‘Ex-pectol, jarabe expectorante’ y algunos avisos publicita-rios de la época, como el de ‘No más dolor de muelas, use calmolina’. Tiberio nos da la buena noticia de que la botica está en proyecto de ser abierta y adecuada como espacio turístico.

Por el sector de la Cuesta Larga, que une a El Retiro con el Alto del Rosario, llegamos hasta la casa del Sello Real, una construcción de paredes blancas, ventanas y puertas azules, que era el lugar donde ponían el sello re-al a las mercancías y se cobraron los primeros impues-tos. Colinda con un camino en forma de reloj de arena (ancho en la entrada, angosto en el medio y amplio en su salida) que termina en el patio de Bolas, llamado así, dicen unos, porque allí se reunían los niños a jugar canicas, y otros porque era el lugar donde se ponían las balas de cañón. Fue lugar de arribo y visita de virreyes y oidores.

Por la calle de la Malacrianza, bautizada así por los lugareños por ser el espacio donde los niños se diver-tían haciendo pilatunas poco agradables a los adultos, está una de las panaderías más antiguas de la ciudad, Riobamba, y que es conocida como la casa del duende, donde durante muchos años, nos contó María, la señora que ahora vive al lado del puente Navarro, habitó un duendecillo que hacía travesuras y movía objetos, y que fue famoso en la ciudad. Fue irresistible entrar a disfrutar de las marialuisas y brazos de reina, algunas golosinas típicas de la región.

Por el sector de Quebradaseca, al pasar el puente del mismo nombre, llegamos al barrio Pueblo Nuevo, conocido anteriormente como Playa de Brujas. Tiberio nos dice que la leyenda popular cuenta que era el sitio donde había una gran colonia de hombres negros escla-vos provenientes de África, adonde llegaban gentes del

pueblo a que les adivinaran la suerte. Era el lugar en el cual se realizaban actividades de magia negra y donde aún dicen que si algo extraño sobrevuela el sector, los padres de familia obligan a sus hijos a ingresar a sus casas, no sea que las brujas estén merodeando…

Los días se hacen cortos para recorrer esta población cálida y acercarnos a sus encantos, misterios, historias y leyendas, y descubrir el valor patrimonial enorme que posee para Colombia, y por qué no, para el mundo.

La plaza de las Américas, cercana al puente Agudelo, un espacio adoquinado en ladrillo, con árboles frondo-sos que refrescan el entorno y sillas en cemento, era el lugar donde se concentraba la vida del pueblo y arriba-ban los extranjeros que tenían como punto de paso a Honda. La adornan el monumento al Chinchorrero, una fuente de color dorado donada a la ciudad con motivo del tricentenario de haber sido erigida en villa, que rinde homenaje a los pescadores que usan el chinchorro en su oficio diario; y el busto de Alfonso López Pumarejo, que se inauguró en la conmemoración de los 100 años de su nacimiento. A un costado está la sede de la Alcaldía, construcción de mediados del siglo XIX, con fachada en piedra, ventanas vistosas, balcones de la época republi-cana, y lugar donde funcionaron la oficina consistorial y la sede de gobierno de la Provincia de Mariquita.

En la zona de El Carmen está el parque de la Inde-pendencia que recuerdo, en otros tiempos, repleto de vendedores y mercancías, y hoy es un apacible lugar para descansar. Aquí se erige un obelisco levantado en homenaje a los hombres que participaron en la gesta independentista.

Imaginar esa Honda de la época de antaño en la que confluían los medios de transporte, gentes de otras re-giones y países, y mercancías nos llevó hasta la antigua estación del ferrocarril, cuyos rieles se esconden entre la maleza y cuya bodega se encuentra custodiada por un vigilante que dice acordarse cómo de niño se diver-tía con sus amigos en los vagones del tren. La línea fé-rrea conectaba a un lugar llamado Conejo con el puerto de Arrancaplumas, después de desembarcar cerca del salto de Honda. Contemplamos esta estructura, que aún se mantiene en pie, donde se resalta en letras talladas en piedra el nombre de la estación: Honda.

El calor, la caminata y la hora nos recordaron la cita que teníamos en otro sitio emblemático de este ma-ravilloso pueblo patrimonio: ‘Pacho Mario’, a la orilla del río, donde abundan los establecimientos gastronó-micos. Allí almorzamos una exquisita preparación de nicuro, patacón, arroz, ensalada acompañados de una cerveza helada.

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Recuperadas las fuerzas, nos dispusimos a seguir nuestra exploración por los rincones del alma de Hon-da. Llegamos a la cuesta de la Popa, una construcción que semeja un camino en forma de muralla curva, que recibe su nombre porque se construyó en la parte alta del convento de los Agustinos Recoletos de Nuestra Señora de la Popa, que sufrió fuertemente las conse-cuencias del terremoto de principios del siglo XIX, sepultando, según la tradición oral, los tesoros de la comunidad religiosa y el cuerpo de un fraile. Tesoro que muchos han intentado hallar pero que al llegar a la entrada del subterráneo se encuentran con un espanto que impide que sea saqueado. Eso, sin contar con que a medianoche se escuchan lamentos y los can-tos de los monjes.

En el lugar se destaca una placa alusiva a las veces que por ahí pasó el Libertador Simón Bolívar –entre 1815 y 1830– aunque fue paso obligado también de personajes como Alejandro de Humbolt, el sabio Jo-sé Celestino Mutis, Antonio Nariño y Juan Sámano, entre otros.

De la estadía de Bolívar en Honda hace referencia Gabriel García Márquez en El general en su laberinto, al narrar: “la última noche de Honda abrieron la fiesta con el vals de la victoria, y él esperó en la hamaca a que lo repitieran. Pero en vista de que no lo repetían se levantó de golpe, se puso las minas y se presentó en el baile sin ser anunciado. Bailó casi tres horas, haciendo repetir la pieza cada vez que cambiaba de pareja…”. Por eso, Tibe-rio dice que la villa de San Bartolomé de Honda fue el lugar donde Bolívar bailó su último vals.

Al frente de nuestro hotel nos recibía cada mañana y cada noche la plaza de mercado, una edificación empezada a construir en 1917 y terminada en 1935, bajo la dirección del ingeniero inglés Harry Valsenit. Nos atrajo no solo por su estilo arquitectónico, en el que sobresalen las 76 columnas externas –de capitel dórico y fuste acanalado– y 72 internas, la mitad de estas lisas y puertas en hierro forjado, sino porque sigue siendo epicentro del comercio y la actividad diaria de la ciudad, el espacio donde todos los días las mujeres limpian el pescado que traen los pescadores, y donde aún quedan huellas de oficios antiguos como el de los relojeros.

Caminar por las calles de este bello pueblo es aden-trarse en la historia de Colombia, esa que habla tam-bién de uno de los hitos transformadores de la vida, la investigación, la ciencia y la sociedad de la Nueva Granada, en cabeza de José Celestino Mutis, como lo fue la Real Expedición Botánica, que tuvo su máximo

desarrollo en esta región del Tolima, teniendo como protagonistas a las poblaciones de Ambalema, Mari-quita, Guaduas y Honda.

Uno de los aportes más significativos de la gran em-presa emprendida por el sabio Mutis fue el descubri-miento de nuevas especies de quina, que despertaron el interés en España gracias a las propiedades medici-nales y a los importantes ingresos de su producción y comercialización, y que empezaron a representar para las arcas de la Corona española. Honda, como puerto fluvial y punto de encuentro, fue el lugar que sirvió de despensa y embarque de la quina hacia Europa.

Con las imágenes de la arquitectura y las historias inagotables de Honda, nos vamos a disfrutar, en el si-lencio de la habitación, de esta maravillosa experiencia por uno de los pueblos patrimonio más emblemático de Colombia.

Al calor del arte El último día de esta sorprendente aventura comen-

zó con un desayuno que nos devolvió a la época de la Colonia española: caldo con huevos (o chagua), arepa de maíz, una porción de carne sudada y una taza de chocolate. Cumplido este sagrado deber con lo más auténtico de la cultura de este pueblo lleno de inimagi-nables sabores, nos dispusimos a continuar esta expe-riencia por los laberintos del alma de esta ciudad llena de artistas…

Sin duda, la magia de Honda también se plasma en trabajos artísticos y expresiones culturales de gran va-lía, que demuestran que el pueblo, además de poseer un glorioso pasado, tiene un presente lleno de realidades y un futuro prometedor.

Del pasado quedan los recuerdos y algunas construc-ciones viejas de los teatros en los que se exhibieron mu-chas películas, obras teatrales y presentaciones en vivo que tuvieron gran auge en la ciudad. Aquí funcionaron, entre otros, el teatro Unión, en el barrio San Juan de Dios, donde además de proyecciones cinematográficas se realizaban obras teatrales que llevaron buena canti-dad de público. De la construcción de inicios del siglo XX queda una vetusta edificación que impacta por su fachada estilo art déco y las letras de su nombre en lo más alto de esta.

También abrieron sus puertas al séptimo arte los tea-tros Gualí, en la calle El Remolino, y Colombia, el cual funcionaba como autocine, donde la gente disfrutaba desde su automóvil de la película proyectada sobre la pared. Pero tal vez el más representativo fue el teatro Honda, ubicado cerca de la iglesia del Carmen, que na-

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Pueblos Patrimonio de Colombia

ce hacia la década de los cuarenta del siglo XX, el cual, además de la proyección de cintas cinematográficas, realizaba presentaciones en vivo de diversos artistas. En su primer piso funcionan actualmente establecimien-tos comerciales, pero la fachada de estilo republicano, las ventanas de las taquillas y los vestigios de un gran escenario ponen de manifiesto la importancia que tuvo y que parece recuperará, según nos contaron, gracias a un proyecto apoyado en la Ley Alfonso Palacio Rudas.

El ‘Gualí’, con la proyección de películas clásicas de la época de mediados del siglo XX; el ‘Unión’, con las de guerra y acción, y el ‘Honda’, con películas mexicanas y presentaciones en vivo, fueron la esencia de las proyec-ciones cinematográficas.

En otros espacios culturales, como el Museo del Río, una construcción el siglo XVII, anteriormente llamada la Bodega del Rey por ser el espacio donde se almace-naba la carga que llegaba al puerto, han entrado en eta-pa de restauración y modernización, se concentra una importante colección sobre la historia del río Grande de la Magdalena y otros elementos que han forjado la historia de esta tierra.

Allí encontramos, entre otros, información sobre los restos arqueológicos hallados en la zona, la evolución del hombre, representaciones de las especies que han habitado el río –como cocodrilos, manatíes y caimanes–, de los buques que zarparon y los hitos de la navegación por el Magdalena desde la Conquista hasta mediados del siglo XX. Aquí nos enteramos que el primer barco de vapor que llegó a Colombia y navegó por el Magda-lena fue el ‘Fidelidad’, traído por Juan Bernardo Elbers en 1824, posteriormente el ‘General Santander’ y luego el ‘Gran Bolívar’.

Parte de la historia política del país la pudimos obser-var en el Museo Alfonso López Pumarejo, ubicado en cercanías de la Plaza de las Américas, donde se custo-dian fotografías personales, retratos de la ciudad, copias del documento que erigió a Honda en villa, cuadros, documentos, libros, revistas y elementos personales de

quien fuera dos veces presidente de Colombia. En Honda también confluyen expresiones artísticas

como el trabajo de Ernesto Olaya, un pintor de arte figurativo que aprovecha las piedras del río para plas-mar, al óleo, las imágenes, costumbres e historia de esta región, especialmente las que tienen que ver con el río Magdalena. En su taller, ubicado en Puerto Bogotá, nos contaba que estas piedras son el lienzo ideal sobre el cual se inspira para dibujar los paisajes, construcciones, tradiciones y vivencias del municipio y sus vecinos. Su favorito: el puente Navarro.

La ciudad también es sede de ‘Verano permanente’, las residencias artísticas convocadas por el curador José Roca, que reúne en la casa Deuxsoleils, en el Alto del Rosario, durante un mes a artistas que conviven de cerca con la comunidad y dejan testimonio en sus trabajos con los que posteriormente se realiza una ex-posición en Bogotá.

Honda ha inspirado el trabajo de artistas interna-cionales como los que estuvieron presentes en el año 2012, con el proyecto ‘LARA’ (Latin American Roaming Art) un evento que invita cada año a creadores inter-nacionales a participar en una residencia artística en una locación seleccionada de un país latinoamericano y posteriormente producir una obra de arte para una exhibición colectiva posterior. En Honda, un grupo de residentes exploraron la historia, idiosincrasia y geo-grafía de la región, y plasmaron en fotografías, videos, instalaciones y dibujos la vida de la ciudad, que fueron expuestas en Bogotá.

Honda, el pueblo patrimonio que invita al encuen-tro y reencuentro, nos deja también con los deseos de emprender, como el sabio Mutis, una nueva expedición hacia el corazón de la historia patria. Por eso decidí que de aquí saldría hacia Guaduas, el pueblo hermano que junto con Honda forjaron la vida nacional.

Honda es un lugar para volver una y otra vez, como las aguas de su inseparable guardián: el río Grande de la Magdalena.

El magazine francés Le Figaro destacó sobre Colombia: “Es un país espectacular… es una nación orgullosa, andina e indígena, con mezcla latina y criolla que solo pide descubrirse”.

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FIESTAS Y OTRAS CELEBRACIONES Marzo: Carnaval cultural y reinado nacional de la subienda.Marzo - abril: Semana Mayor de conciertos. Junio: Festival San Pedrino.Octubre: Festival Nacional del río.

Honda

ALTITUD: 225 msnm.EXTENSIÓN TOTAL: 303 kilómetros cuadrados.UBICACIÓN: a 136 kilómetros de Ibagué y 147 kilómetros de Bogotá.TEMPERATURA PROMEDIO: 28°C.MUNICIPIOS CERCANOS: Mariquita, Guaduas y Armero Guayabal. INDICATIVO TELEFÓNICO: (57- 8)HOTELES: Se encuentra una amplia oferta de hoteles boutique, familiares y hospedajes.RESTAURANTES: Prevalecen establecimientos con carta de platos de río.

Honda ha visto pasar a Colombia desde el río Magdalena.

Copyright 2014. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

Honda

BogotáIbagué

Puente Navarro

Quebradaseca

Museo del RíoPuerto de Arrancaplumas

Catedral de Nuestra Señora del Rosario

Plaza de Mercado

Calle de las Trampas

Casa de los Virreyes

Puente Luis Ignacio Andrade

Farmacia Nueva Arturo Cerón F.

Río Magdalena

vía Bogotá

Iglesia del Carmen

Parque de la Independencia

Río Gualí