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71 Alfonso López Pumarejo Alfonso López Pumarejo “Vivió y murió en acre olor a tempestad” Alfonso López Pumarejo, cuando fue condecorado en la Universidad Nacional. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986 Por: Hernando A. Hernández Quintero

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Alfonso López Pumarejo

Alfonso López Pumarejo“Vivió y murió en acre olor a tempestad”

Alfonso López Pumarejo, cuando fue condecorado en la Universidad Nacional. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

Por: Hernando A. Hernández Quintero

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Alfonso López Pumarejo

En Honda, población del norte del Tolima, ribereña del río Grande de la Magdalena, el 31 de enero de 1886 vio su primera luz Alfonso López Pu-marejo, el hombre que transformó a Colombia en el siglo XX, al otorgarle a nuestro país modernas estructuras jurídico-políticas y sociales acordes con la nueva visión del mundo. En dos oportunidades ejerció como presidente de la República; responsabilidad que lideró con un grupo de jóvenes sin ma-yor experiencia en la administración pública, a los que él mismo denominó “las audacias menores de cuarenta años”. Entre ellos se destacaron ilustres tolimenses como el maestro Darío Echandía, Antonio Rocha y Carlos Loza-no y Lozano, entre otros.

Alberto Lleras Camargo, uno de sus discípulos más descollantes y quien lo reemplazará como Presidente en su segunda administración, retrata la labor de López Pumarejo en el discurso pronunciado el día de sus exequias, en el que afirmó, con razón, que “Vivió y murió en acre olor a tempestad”. Allí señaló:

“El suyo fue el acceso de un hombre sin inhibiciones jurídicas o sociales, sin universidad ni disciplinas, al penumbroso recinto donde la Colonia ex-halaba sus letales aromas, y lo que siguió fue ese abrir de ventanas, el torrente de aire circulando caprichosamente, las pesadas colgaduras desprendiéndose del polvo centenario, las puertas derribadas y el pueblo asomándose hasta el sitio de las determinaciones. Fue también la justicia saliendo de los códigos y expedientes para medir, esta vez con ojos bien abiertos, la tierra inculta, el trabajo mal pagado, la contribución evadida, y el hondo abismo que se iba cavando entre los pocos con todo y los innumerables sin nada”.

Su infanciaAlfonso López nació el 31 de enero de 1886, el mismo año en el que se pro-mulgó la Constitución de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, cuya vigen-cia se extendió hasta la Carta Política aprobada por la Asamblea Nacional

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Constituyente en 1991. Fueron sus padres Pedro Aquilino López Medina y María del Rosario Pumarejo. Pedro Aquilino era un próspero comerciante exportador e importador de gran prestigio y éxito en Honda, entonces im-portante puerto sobre el río Magdalena por donde llegaban y salían del país las mercancías que se requerían para su desarrollo o que producía Colombia con superávit, como el café, entre otros. Este ciudadano miraba con despre-cio la política, pues en su niñez sufrió grandes privaciones por cuenta de las aventuras en esta actividad de su padre Ambrosio López, creador de la sociedad de artesanos.

De María del Rosario se afirma que pertenecía a la aristocracia costeña, específicamente del Valle de Upar, donde heredó tierras y ganado que nunca interesaron a su esposo. Murió en Bogotá, cuando Alfonso López contaba apenas con nueve años de edad.

Pedro Aquilino López y Rosario Pumarejo de López, padres de Alfonso López Pumarejo. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

En Honda transcurrieron los primeros siete años de la vida de Alfonso López. En el discurso pronunciado en la Universidad Nacional al recibir el doctorado honoris causa, y que algunos se atreven a considerar como su tes-tamento político, relata sus vivencias en aquella época:

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“En Honda, un emporio comercial con una tradición secular y en donde hasta entonces se había dado cita la modesta actividad económica de la Repú-blica en su tráfico de exportaciones y de importaciones, se abrieron nuestros ojos asombrados a la inmensa realidad de nuestra patria mulata, mestiza y tropical, contemplada desde aquel observatorio, en la confluencia del Magda-lena y el Gualí adonde venían a surtirse de toda clase de artículos los comer-ciantes de los cuatro confines del país. A la orilla del Gran río veíamos llegar las mulas cargadas de café y regresar trayendo sobre el lomo dócil los más heterogéneos productos manufacturados que desde Londres, Hamburgo, Ámsterdam o New York despachaban, dirigidos a la aduana de Sabanilla, los corresponsales de los grandes distribuidores como los Samper, los Vargas, Schtte, Gieseken & Cía., la Casa Inglesa, etc. Desde las burdas telas de algo-dón hasta los perfumes franceses y los enormes pianos de cola para los sa-lones de la aristocracia santafereña, todo aquel comercio abigarrado pasaba por Honda, recorriendo los mismos caminos de herradura que habían sido trazados desde la época de la Colonia”.

Casa donde nació Alfonso López. Honda, Tolima. Fuente: Universidad de Ibagué

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Casa Museo Alfonso López en Honda. Lugar donde residió sus primeros años el presidente López Pumarejo. Fuente: Universidad de Ibagué

Estudios y actividad empresarialCon el fin brindar a su hijo la educación a la que él no había tenido acceso, Pedro Aquilino decidió trasladar a Bogotá al joven Alfonso. En la capital adelantó sus primeros años de estudio en el Colegio de los Hermanos Cris-tianos, ubicado entonces muy cerca de la Catedral. Más tarde ingresó al Li-ceo Mercantil, regentado por don Miguel Antonio Rueda, que contaba con una destacada nómina profesoral. Con el advenimiento de la Guerra de los Mil Días, el Liceo se clausuró y Pedro Aquilino López decidió que su hijo se formara con profesores privados que le impartieran la instrucción en su propia residencia. Por esta feliz determinación, Alfonso López entró en con-tacto con Antonio José Cadavid, quien fue su profesor de Castellano. Juan Manuel Rudas, quien fuera rector del Colegio Mayor del Rosario, lo instruyó

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en Filosofía; Ramón J. Cardona le enseñó Geometría; José Miguel Rosales lo adiestró en Inglés. A su turno, Lorenzo María Lleras, antiguo exponente de la guardia radical, fue su profesor de Física y José Camacho Carrizosa, lo orientó en Economía. Para completar esta exquisita nómina docente, el futuro presidente de Colombia recibió los secretos de la retórica de Miguel Antonio Caro, expresidente de la República, de quien se decía era “la prime-ra virtud y la primera ilustración de Colombia”.

El marcado interés que Alfonso López empezó a demostrar por la polí-tica, al punto que, por colaborar en la publicación de un periódico liberal en el taller de zapatería de Miguel Díaz fuera retenido por las autoridades, ge-neró en su padre una gran preocupación que lo llevó a organizar su traslado a Londres. De esta forma, a sus quince años, por la vía Honda, Barranquilla, Panamá, Jamaica, Haití y Barbados, llegó a Plymouth, Inglaterra, de donde pasó por tren a Londres. Allí recibió el apoyo permanente de Rafael Parga, padre de Rafael Parga Cortés, quien fuera más tarde su ministro y goberna-dor en el departamento del Tolima. En Londres estudió en Brighton College y luego se trasladó a los Estados Unidos, para adelantar estudios de comercio en Packard School.

Con esta formación técnica, Alfonso López regresó al país a sus diecio-cho años de edad para colaborar con su padre en los negocios de exporta-ción de café y la importación de variados productos. En 1906 se traslada al Ecuador, donde disfrutó de la amistad del general Eloy Alfaro y con quien en el futuro tendría grandes afinidades políticas. En Quito recibió de su padre, en sentidas cartas, angustiosos llamados para que le explicara el estado de los negocios; misivas que dejaban imaginar que el joven comerciante gastaba más allá de lo que sus actividades le permitían, pero que otros señalan como la apertura de la visión y la audacia del futuro banquero.

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Alfonso López a los 20 años. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

La preocupación del afectuoso padre se evidencia, aún más, en la carta que le remitiera a su hijo a Manizales, el 11 de mayo de 1909, en la que le expresaba:

“…En fin, verdaderamente me descuentas de la cuarta tanda, o sea el periodo manizaleño, donde seguramente también se te resbalaron los pies, más en gastos personales y dispersiones de dinero, que por contratiempos de las operaciones que te llevaron, pues sabiendo cuidar lo que se tiene entre manos, no se liquidan las pérdidas que te han venido sorprendiendo. En resumen, debes abrir los ojos para no gastar sino lo que rigurosamente se necesita para vivir con decencia, y no recargar las operaciones con gastos exagerados, como cuando tu visita a la Palma, que costó más de lo mandado, y que no sospechas porque no sumaste los pedidos en las diferentes partes”.

Continuaron los negocios y los viajes al exterior de Alfonso López, quien ya demostraba una gran habilidad y madurez para las operaciones comerciales, al lograr importantes contactos para las empresas de su pa-

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dre. Se relacionó con firmas de Amberes, donde gestionó un empréstito para Bogotá, y en Londres trató el tema de acuñación de monedas para el Gobierno colombiano. En una palabra, como lo afirma Juan Lozano y Lo-zano: “Creció pues López, en un ambiente de grandes negocios; y educado teóricamente para los negocios en los mejores colegios europeos y ameri-canos, adquirió la práctica de ver grande en la vida económica, al lado de su padre”.

En 1915, Alfonso López se separó de los negocios de Pedro Aquilino, con el pretexto de las dificultades con sus hermanos, que desconocieron su trabajo por largo tiempo y su aporte a la firma, además de la permanente vigilancia que ejercieron sobre su diaria actividad. No obstante, al parecer, la causa real de la ruptura fue la constante inquietud de su padre por su belige-rante intervención en la actividad política.

Luego, en 1918, Alfonso López, con total independencia de las activida-des comerciales de su casa paterna, participó en la creación del Banco Mer-cantil Americano de Colombia, filial del Banco Mercantil de las Américas. El 7 de julio de 1919 fue elegido por unanimidad como miembro de la junta de Nueva York y director del Banco en Colombia. Se retiró en 1921, para dedicarse de lleno a la actividad política.

Su actividad políticaComo se ha afirmado, Alfonso López tenía una gran inclinación por la vida política, pero su padre procuró a toda costa que se dedicara a la actividad co-mercial en la cual la familia era exitosa. Con todo, en febrero de 1915, López fue elegido como diputado por el departamento del Tolima. Sus permanen-tes viajes de Bogotá a Honda le permitieron acercarse a la clase política y a sus electores, y obtener luego el favor de sus paisanos para acceder a la Duma Departamental, instancia legislativa con gran poder en esa época. En agosto del mismo año ingresó a la Cámara de Representantes con el respaldo de los tolimenses. Desde ese momento se convirtió en el gran animador de la causa liberal. Como Representante adelantó importantes debates como el de

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los desfalcos de la comisión encargada de la extinción de la langosta y aquel famoso sobre la United Fruit Company, toda vez que el tema era tratado en sesiones secretas, mientras esa firma norteamericana empezaba a establecer su vasto imperio en la zona bananera, donde estimulaba el contrabando a través del soborno.

En su actuar parlamentario conoció a Laureano Gómez, el padre de la oposición por naturaleza, con quien trabó una entrañable amistad que se extendió, con algunos altibajos, hasta 1934 al asumir López el poder, pues entonces recibió toda la crítica del jefe conservador. Desde su periódico, Laureano Gómez trivializó al novel parlamentario y lo ubicó como hombre de izquierda. Así podía leerse en las páginas editoriales: “Alfonso López es de extrema izquierda. El único representante del partido radical en el par-lamento educado en el extranjero, ilustrado, rico, joven, ha entrado en este turbión e interviene en la política como lo hiciera en una partida de polo: por sport”.

No fueron entonces fáciles las primeras batallas en el Congreso. Como lo recuerda su hijo Fernando López Michelsen, llegó a la Cámara como un desconocido, cuando ya Laureano Gómez dominaba el Congreso. “Papá era tímido y, por añadidura, lo llamaban el muelón, porque tenía los dientes largos y volados. No sabía hablar en público y nadie le paraba bolas porque tenía pésima voz. Laureano era en cambio, un gran orador”.

Con todo, algunos pensaban que López dominaba a Laureano Gómez. Así se infiere de la intervención de Carlos Arango Vélez quien, en la Cá-mara de Representantes, al criticar las actuaciones del caudillo conservador, en su condición de ministro, señalara: “…porque en definitiva ¿qué ha sido siempre Laureano Gómez? Marioneta de cartón que gesticula al compás del capricho del que tira de la cuerda, que antes, ahora y después, fue, es y será Alfonso López ¿Y las manos figuraban con donaire el gesto del niño que se divierte con el títere?”.

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Alfonso López, tomando posesión de la Presidencia en 1934, con Laureano Gómez, Presidente del Senado.

Alfonso López, tomando posesión de la Presidencia en 1934, con Laureano Gómez, Presidente del Senado. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

Su entorno familiarComo se ha dicho, Alfonso López nació en el hogar constituido por Pedro Aquileo López y María del Rosario Pumarejo. Pedro fue un próspero comer-ciante que trabajó en la firma de Silvestre Samper, en Honda. Más tarde se independizó, y como lo comenta el escritor Germán Santamaría: “Llegó a ser el exportador del 70 por ciento de café colombiano, dueño de la naviera Co-lombiana, propietario del Banco López —actual Banco de la República— y de las empresas de energía eléctrica de varias ciudades, así como del ferroca-rril Ambalema-Ibagué y su prolongación hasta el Huila. Pero quebró cuando llegó a tener deudas por cinco millones de dólares”.

Al regresar de sus estudios en Europa en 1911, Alfonso López contra-jo matrimonio con María Michelsen Lombana, distinguida matrona que lo acompañó amorosamente en su lucha política. Fueron los hijos de este ho-

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gar: María, Alfonso, Pedro, Fernando y María Mercedes. De María afirmaba su hijo, el expresidente Alfonso López Michelsen, se trataba de una mujer piadosa que influyó poderosamente en López para que no generara disputas innecesarias con la Iglesia. Como lo recuerda Ana María Busquets de Cano, fue la fundadora del Amparo de Niños, institución dedicada a la protección de la infancia desvalida, al igual que de la Fundación de la Hijas de María de las Esclavas. En 1949, como recompensa de sus obras a favor de los humil-des, el presidente Mariano Ospina Pérez le otorgó la Cruz de Boyacá. Doña María falleció en Bogotá el 22 de enero de 1949.

María Michelsen de López, primera esposa de Alfonso López. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

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Con María Michelsen de López, sus hijos María y Pedro y Jorge Escobar Jimeno. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

Cuatro años después de la muerte de doña María, López contrajo ma-trimonio con Olga Dávila, viuda de Leopoldo Kopp. Como lo relata Ana María Busquets de Cano, en razón a la relación parental que existía entre las familias López y Dávila, tenían amistad desde la infancia y las reunio-nes políticas y sociales facilitaron estrechar esos vínculos. El matrimonio se celebró el 25 de julio de 1953, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asun-ción en Londres.

Su lucha por el acceso al poder del Partido LiberalLa gran preocupación de Alfonso López por la desidia de los militantes del Partido Liberal frente a la hegemonía conservadora en el poder, lo impulsó a gestar una campaña para lograr que el Partido Liberal accediera al po-der. En tal propósito, en 1928 le remitió una comunicación a don Nemesio Camacho, uno de los directores del liberalismo, en la que advertía sobre la

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realidad social del país, cuestionaba la actitud de su partido y demandaba de la colectividad un cambio radical, para lo cual expresaba sugestivas ideas.

A finales de ese mismo año, un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional, encabezados por Germán Arciniegas, invitaron a López a dictar unas conferencias en el ámbito de una cátedra libre, que autorizó el Consejo Directivo de esa casa de estudios. Allí habló de la teoría del despilfarro, de asuntos económicos y de la situación bancaria del país. Como lo recuerda Carlos Lleras Restrepo, este último tema le generó un gran disgusto a los

Con Olga Dávila de López, su segunda esposa, entrando a la Catedral. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986.

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profesores antioqueños, pues López sostuvo, con un buen soporte de cifras, que la principal plaza financiera del país era Bogotá y no Medellín, situación que condujo a la renuncia de los docentes antioqueños y a que el rector pro-hibiera usar el aula máxima para estos eventos.

El propio López relata que posteriormente: “Los alumnos de la Facultad de Derecho, ya un poco envalentonados por lo que ellos llamaban la auda-cia de los temas de las conferencias, me propusieron que dictara una sobre petróleos. Tema escabroso como ninguno, este de los petróleos, durante la dominación conservadora, para una exposición en la cátedra libre, porque los profesores y maestros de la juventud eran abogados, consejeros o agentes de las compañías extranjeras que estaban adueñándose de nuestra riqueza petro-lífera. Ofrecí a los estudiantes hablar sobre petróleos, si ellos me dirigían una carta pidiéndome que lo hiciera. Prometieron enviármela; pero esa carta no me llegó nunca”. Por consiguiente, se canceló la charla, pero López aún agitó el asunto, al punto que se publicó en el diario El Tiempo el contrato Yates y luego se dictó, por parte de Laureano Gómez, una conferencia en el Teatro Municipal en la que criticó severamente dicho convenio. Comentaba el pro-pio López que de esa forma se creó la cátedra libre del Teatro Municipal, en la que intervinieron entre otros esclarecidos colombianos: Santiago Ospina, Carlos Esguerra, Pomponio Guzmán, Ricardo Hinestrosa Daza, Monseñor Bermúdez, Luís Cano, Rafael Mayo, Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez.

Es justamente en su intervención en la cátedra libre del Teatro Muni-cipal de Bogotá, en la que Alfonso López dictó el 9 de octubre de 1928 una magistral conferencia que bautizó con el nombre de El principio del fin. En esta criticaba al gobierno conservador que regentaba su paisano Miguel Aba-día Méndez. En su disertación atacaba las políticas de cargos del Gobierno; también a su ministro de Hacienda, el doctor Esteban Jaramillo, a quien lla-maba El evangelista del régimen. Asimismo, advertía sobre el despilfarro del Gobierno. Al punto anotaba: “No tenemos ahora una administración pública, propiamente entendida, sino un sistema para distribuir los fondos de la teso-rería con pretextos más o menos legales. Gastar, gastar, gastar, es la consigna del poder ejecutivo”.

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Teatro Municipal. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

Uno de los aspectos en los que se detenía el conferencista en su inter-vención corresponde a la que llamó la prosperidad a debe, sobre los emprés-titos americanos que, a su juicio, influyeron en la vida cara que enfrentaba el país. Sobre este punto afirmaba años más tarde: “…y claro, por lógica inelu-dible, llegué a la conclusión de que la prosperidad a debe que se había edifi-cado con dinero prestado, sin plan, sin método, sin pensamiento orientador, estaba próxima a derrumbarse y que en su caída arrastraría al partido de gobierno, al Partido Conservador”. De otra parte, censuraba el desequilibrio en la balanza de pagos y el crecimiento desmedido de los sueldos oficiales, al

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igual que el enorme gasto en actividades militares, especialmente para man-tener satisfecha la oficialidad.

Con especial énfasis hablaba de los problemas de la producción nacio-nal, que era muy baja frente a las exportaciones y criticaba los elevados cos-tos de la construcción y la administración de los ferrocarriles. En cuanto a la educación, precisaba que desde que había culminado el gobierno del general Reyes, la instrucción primaria como la industrial y la profesional se encon-traban totalmente abandonadas.

Por último, pero con gran vigor, fustigaba a los liberales que se encon-traban acomodados en el Gobierno conservador, al señalar que están más interesados en lo que pudieran sacar del orden establecido que en sustituir el régimen imperante. En este importante documento, en el que López analiza-ba en detalle los aspectos económicos del país, al estudiar minuciosamente los rubros del presupuesto nacional, se puede advertir su profundo conoci-miento de las finanzas, aprendido de los negocios de don Pedro A. López.

El 27 de noviembre de 1929 se reunió en Bogotá la Convención Libe-ral. En esta oportunidad, los liberales asumieron nuevamente su postura de resignación frente al régimen y aprobaron mantener la neutralidad en las elecciones que se avecinaban y para la cual aspiraban dos candidatos conser-vadores: El maestro Guillermo Valencia y el general Alfredo Vásquez Cobo. Para dirigir la colectividad liberal fueron elegidos el general Leandro Cu-beros Niño, Antonio Samper Uribe y Alfonso López. Cuberos se retiró a su residencia de Cúcuta y no volvió a participar en las decisiones del Partido, a pesar de los continuos llamados de López. Igual actitud asumió Samper Uribe. De esta forma López fungió como jefe único del Partido.

A pesar de la neutralidad aprobada, López presentó una proposición en la que invitaba al liberalismo a prepararse para obtener el poder. La propues-ta era del siguiente contenido:

“La convención Nacional del Partido Liberal de 1929 declara que cree llegada la oportunidad de que el partido proceda a prepararse para asumir en un futuro muy próximo la dirección de los destinos nacionales, y hace un solemne llamado a todos los elementos liberales del país para que, ante

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los peligros que amenazan la independencia económica y política de la República, gravemente comprometida por la incompetencia de los gobier-nos regeneradores, aúnen todos sus esfuerzos con el fin de presentar una organización digna y capaz de recomendarse al apoyo de la opinión ciuda-dana, como reemplazo necesario del Partido Conservador en el ejercicio del Poder Público”.

Fiel a su propósito de conducir al Partido Liberal a la reconquista del poder, después de cuarenta y cinco años de hegemonía conservadora, López inició la tarea de convencer a los directorios departamentales de la oportu-nidad de presentar un candidato de la colectividad para las elecciones. El caudillo buscaba superar la idea de que los conservadores no dejaban que el liberalismo llegara al poder. Al respecto recuerda el propio López:

“Tumbar al Partido Conservador, sin pedirle permiso: Tal era el absurdo que yo proponía; y para convencerme de que era absurdo, se me recordaba a cada paso la célebre frase que se atribuye al general Santos Acosta, quien al responder a la pregunta que se le hacía frecuentemente, ¿por qué no vamos a la guerra para derrocar al Partido Conservador y llevar al liberalismo al poder?, contestaba: Porque los conservadores no dejan”.

Finalmente, al contar con el respaldo de las regiones, un grupo de des-tacados liberales le envió una comunicación al doctor Enrique Olaya Herre-ra, entonces embajador de Colombia ante los Estados Unidos, en la que le solicitaban autorización para inscribir su nombre como candidato a la Pre-sidencia de la República. A pesar de que Olaya no fue muy asertivo en la respuesta y que de alguna manera condicionó su participación en el debate electoral, los continuos editoriales de la prensa liberal a favor de su legítima aspiración y la conferencia sostenida con destacados jefes de la colectividad en Puerto Berrío, llevaron a Olaya, oriundo de Guateque, Boyacá, a aceptar la nominación.

De esta forma, con el entusiasmo de un partido que por fin veía la opor-tunidad de alcanzar el poder y dada la profunda división de los partidarios del conservatismo entre el general Vásquez Cobo y el maestro Valencia, en las elecciones del 9 de febrero de 1930, Olaya Herrera fue elegido como pre-

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sidente de Colombia, inaugurando el período que se denominó La República Liberal y que le permitió a López cumplir con su propósito de llevar al Par-tido Liberal al poder.

Olaya adelantó su gobierno con gran entendimiento con el Partido Conservador, bajo el programa que se denominó: La concentración nacional y designó a López como ministro ante el Gobierno de la Gran Bretaña.

Su primera administración (1934-1938)Con el fin de fundar la República Liberal, López acepta la candidatura a la Presidencia de la República el 6 de noviembre de 1933. Elegido en 1934 para la Primera Magistratura del país, inicia una gira en el mes de junio por Pana-má, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, México y Estados Uni-dos. En este último país, el presidente Roosevelt lo recibe con calidez y, así, López aprovechó para estudiar y discutir arreglos sobre el crédito que Co-lombia tenía pendiente con ese país. En México recibió un saludo entusiasta del poeta Porfirio Barba Jacob, quien reconocía en López la pura tradición civilista de Colombia.

Desde su elección, el presidente López demostró su marcado interés en gobernar con una política liberal, y sin ambages se lo expresó al Directorio Nacional Conservador, al señalar:

“La forma de gobernar conocida con el nombre de Concentración Na-cional, no satisface ni podría satisfacer a una colectividad como la mía, que aspira a la prueba y la imposición de sus ideas en el poder y, que además, está ansiosa por asumir la responsabilidad del experimento revolucionario que transforme las costumbres de la Nación. La característica de la concentra-ción es que no predomine el Gobierno constituido sobre sus bases ninguna política de partido. Por el contrario, es, si no estoy equivocado, un compro-miso expreso de no hacerla. El liberalismo la aceptó conscientemente du-rante la administración Olaya Herrera, aunque considerando arbitraria la igualdad numérica en que quedaron colocados sus representantes al lado de los representantes del Partido Conservador en el Despacho Ejecutivo, pero

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aguarda con impaciencia la hora de principiar a demostrar al país que está capacitado para conducir afortunadamente sus destinos con ideas liberales, asumiendo la responsabilidad del Gobierno que van a tomar sus hombres, en su representación. Del 7 de agosto en adelante habrá una política liberal en todos los actos de la administración”.

Al asumir la Presidencia en 1934, López emprendió las reformas más grandes de que se tenga noticia en nuestra patria y desarrolló su famosa Re-volución en marcha que él entendía, según lo comenta Eduardo Zuleta Án-gel, como “el deber del hombre de Estado de efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución por medios violentos”. Así, generó grandes transformaciones en los temas constitucionales, agrarios, tributarios, universitarios, judiciales, laborales y de política internacional.

En su ingente trabajo lo acompañaron figuras nuevas en el panorama político como Darío Echandía Olaya, Antonio Rocha Alvira, Carlos Loza-

Alfonso López con Darío Echandía y el mayor Prilf. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

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no y Lozano, José Joaquín Caicedo Castilla, Rafael Parga Cortés, Alberto Camacho Angarita y Carlos Peláez Trujillo, nacidos todos en el departa-mento del Tolima, conformando la que el historiador y jurista tolimense Augusto Trujillo Muñoz ha denominado La Escuela del Tolima. Al respecto afirma:

“Por el compromiso social de sus miembros, por su planteamiento de-mocrático, por las instituciones que diseñaron desde su temprana incor-poración a la actividad pública, y por su interés en equilibrar los derechos individuales con las garantías sociales, casi podría decir que la Escuela se anticipó a su tiempo. Dicho con otras palabras, en la Escuela del Tolima se hunde la raíz de la fórmula que mejor sintetiza el contenido de la democracia contemporánea: Estado social de derecho y economía social de mercado”.

Asimismo, fueron figuras sobresalientes en el gobierno de López: Alber-to Lleras Camargo, Jorge Soto del Corral, Jorge Zalamea, Enrique Caballe-ro Escobar, César García Álvarez, Carlos Santamaría, Álvaro Díaz, Gonzalo Restrepo, Plinio Mendoza Neira y Abelardo Forero Benavides, entre otros. De todos ellos, el presidente afirmaba que carecían de experiencia y aún de los conocimientos de quienes los precedieron, pero que contaban con mejor voluntad que ellos y mayor energía.

Darío Echandía, quien se convirtió en la conciencia jurídica del régi-men, fue la persona que más sobresalió, sin proponérselo, entre los cola-boradores de la Revolución en Marcha. Desempeñó con lujo de detalles los ministerios de Gobierno, Relaciones Exteriores y Educación; carteras desde las cuales impulsó las grandes reformas constitucionales que luego defendió como parlamentario. Por eso afirmaba con razón Juan Lozano y Lozano: “López inventa las cosas, o cree que las inventa; Echandía les encuentra la proyección y el precedente, y las incrusta en una dialéctica erudita y contun-dente”.

En cuanto a la reforma constitucional de 1936, puede decirse con Echan-día que, con las modificaciones a la libertad de enseñanza y de conciencia, se le rompió una vértebra a la Carta de 1886. Respecto a la propiedad, se incluyó el criterio de que esta es una función social que implica obligaciones

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y que por razones de equidad, el Legislador podría determinar los casos en que pudiera expropiarse sin indemnización.

Quizás uno de los mayores logros de esta reforma constitucional guarda relación con el establecimiento de la intervención del Estado en la economía, al consagrarse que puede intervenir por medio de leyes en la explotación de industrias o empresas públicas y privadas, con el fin de racionalizar la producción, distribución y consumo de las riquezas, o de dar al trabajador la justa protección a que tiene derecho, como se consagró en el artículo 11 del Acto Legislativo Nº 1 del 5 de agosto de 1936.

En materia laboral, el gobierno de López impulsó grandes reformas como las contenidas en la Ley 12 de 1936, sobre el Departamento Nacional del Trabajo y la Ley 91 del mismo año, sobre la inembargabilidad de los pa-

Alfonso López con Alberto Lleras Camargo. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

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trimonios de familia; la aprobación del descanso remunerado el 1º de mayo; la Ley 53 de 1938 sobre protección de la maternidad y, sin lugar a dudas, la más importante, la consagración constitucional del derecho de huelga de los trabajadores y el derecho a su sindicalización.

Una de las grandes preocupaciones de López la constituyó el abuso de la propiedad privada y la explotación inadecuada de las tierras, razón por la cual impulsó con ahínco la reforma que concluyó con la expedición de la Ley 200 de 1936, que democratizó su tenencia. Decía con firmeza el presidente: “Una república campesina, como la nuestra, necesita leyes más justas y de-mocráticas sobre la propiedad de la tierra, sobre su uso y sobre las relaciones entre el dueño de la tierra y el trabajador asalariado”.

En el plano universitario, López Pumarejo concentró las tres facultades que entonces funcionaban de manera autónoma en la Universidad Nacional: Ordenó la construcción de la ciudad universitaria y estableció un Consejo Directivo y un Consejo Académico, con un rector a la cabeza de la Insti-tución y un decano por facultad. Asimismo, facilitó la participación de los estudiantes en los destinos de la Universidad. También impulsó el ingreso de la mujer a la universidad como mecanismo adecuado para su vinculación a las grandes transformaciones del país.

En otros aspectos de la educación, en la primera administración López, por medio del Acto Legislativo Nº 1 del 5 de agosto de 1936, se aprobó la libertad de enseñanza y se consagró constitucionalmente la intervención del Estado en tan importante responsabilidad. Para implementar esta decisión, el Gobierno, por conducto del Ministerio de Educación, entonces bajo la dirección del maestro Darío Echandía y como una gran novedad, creó los maestros rurales ambulantes, encargados de enseñarle a la población cam-pesina analfabeta las nociones de higiene, agricultura, comercio e industria. Asimismo, se destinaron seiscientos mil pesos para el establecimiento de restaurantes escolares, pues se afirmaba, con incontrastable lógica, que no era posible educar con desnutrición. Como consecuencia de la urgencia de contar con una buena alimentación, se concluyó que era necesario enseñar a los jóvenes a cultivar la tierra. Así nacieron las Granjas Escolares.

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Sin lugar a dudas, una de las mayores reformas en la era de López le correspondió a la Rama Judicial. Se renovó la Corte Suprema de Justicia, al seleccionar para esa alta corporación a jóvenes juristas deseosos de imponer las nuevas doctrinas del Derecho. Así, pertenecieron a la Corte de oro, como se le bautizó, destacados jurisprudentes como Antonio Rocha Alvira, Eduar-do Zuleta Ángel, Miguel Moreno Jaramillo, Juan Francisco Mujica, Ricardo Hinestroza Daza, Eleuterio Serna, Aníbal Cardozo Gaitán, Pedro Alejandro Gómez Naranjo, José Antonio Montalvo, Salvador Iglesias y Pedro Alejo Ro-dríguez.

En materia penal, la administración López convirtió en realidad el viejo anhelo de reformar el Código que nos regía desde 1890, a pesar de los loables esfuerzos de actualizarlo con el Proyecto Concha de 1912, y el elaborado en 1925 por la Comisión que dirigió Antonio Córdoba, Sustituto Procurador de Milán. Así, por medio de la Ley 95 de 1936, se aprobó el nuevo Código Penal Colombiano, cuya vigencia se extendió hasta el año de 1980.

Los asuntos fiscales también preocupaban al presidente López, al punto que una de las mayores transformaciones en el manejo del Estado se relaciona con la reforma tributaria. En sus primeras intervenciones radiales, después de su posesión y consistente con la crítica que siempre formuló a la política de endeudamiento a debe, expuso a los colombianos sobre el elevado déficit fiscal, los altos costos para servir la deuda y desde luego, sobre la necesidad de nuevos tributos. En forma beligerante expresaba: “Pero es que en este país las clases pudientes están acostumbradas a no pagar lo que les corresponde como contribución a los gastos del Estado y han mirado desdeñosamente la política […] Esas clases van a aprender lo que son impuestos, a averiguar lo que ellos significan y para qué se cobran, y se verán obligados a interesarse en la política”.

La importancia de este primer periodo de gobierno de López y su li-derazgo, lo resume su gran amigo, el conservador Eduardo Zuleta Ángel, al señalar: “Era un verdadero director de orquesta que sin más instrumentos que la batuta le iba indicando a cada uno de los artistas el momento, la opor-tunidad y la forma de intervenir para que se produjera la gran sinfonía que fue su gobierno”.

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En 1938, López concluyó su tarea como gobernante de los colombianos y ocupó esa alta dignidad el liberal Eduardo Santos.

Segunda administración (1942-1944)Ante las presiones de sus amigos y los ataques de sus detractores, Alfonso López decidió presentarse nuevamente como candidato a la Presidencia de la Repú-blica y fue reelegido para el período 1942-1946. La reelección, a decir de Juan Lozano y Lozano, constituyó un grave error, toda vez que “…alteró el ritmo de la nación, por las peculiares características que tuvo, y produjo trastornos tre-mendos en la mentalidad nacional. Era, en primer lugar, una reelección, hecho ajeno a nuestra costumbre contemporánea, y funesto en nuestra historia pasa-da. Implicaba una especie de providencialismo, o, por lo menos, una vuelta al caudillaje, con todas sus consecuencias sobre el ánimo del gobernante. Llevaba al poder de nuevo a un grupo de hombres, con un sentido de grupo y con aire de recuperación y reconquista, insoportable para la sociedad…”.

En su segunda administración, López, con el fin de completar su obra transformadora, impulsó la reforma constitucional de 1945, la cual fue con-sagrada en el Acto Legislativo Nº 1 del 16 de febrero de dicho año. De los avances de este período constitucional se resaltan: Se concedió autonomía a los departamentos administrativos; se consagró constitucionalmente la di-ferencia entre leyes orgánicas y leyes comunes; se estableció la competencia de la Corte Suprema de Justicia para declarar la inexequibilidad de las leyes expedidas con violación de los trámites formales y materiales; se eliminó la posibilidad de que un ciudadano pudiera ser elegido simultáneamente como senador y representante; se concedió la ciudadanía a las mujeres, pero se mantuvo su limitación al derecho del sufragio; se modificó el sistema de elección de los magistrados de los tribunales superiores de Distrito Judi-cial, que entonces correspondía a las asambleas departamentales. Se creó la jurisdicción del trabajo y se realizó la gran reforma laboral plasmada en el Decreto 2127 de 1945 y la Ley 6ª del mismo año.

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Alfonso López, en una intervención pública. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

El golpe de PastoUno de los sucesos que el país recuerda con mayor claridad de la segunda ad-ministración de López, está relacionado con el apresamiento del mandatario por parte del coronel Diógenes Gil en Pasto, el 10 de julio de 1944; conducta que el propio López catalogó de delictuosa contra la seguridad interior del Estado y la tranquilidad del orden público. En efecto, el presidente se despla-zó al Sur del país a presenciar unas maniobras militares. Varios miembros de las Fuerzas Armadas, entusiasmados con la oposición al Gobierno e influidos por algunos golpes militares en la región, se sintieron alentados a retener al

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primer mandatario, despropósito que alcanzaron en el hotel donde se alojaba, del cual fue conducido luego a la hacienda Consacá de los señores Buchelli, quienes no compartían, desde luego, el desafuero. La serenidad y firmeza de López se evidencia cuando en el momento más álgido de su indebida reten-ción, el coronel Luis Agudelo le presentó una hoja de papel sellado con una declaración escrita a máquina que, según la versión del propio López, decía: “Ante los graves problemas que afronta el país, he decidido renunciar volun-tariamente a la Presidencia de la República y encargar del mando al coronel Diógenes Gil”. Al acabarla de leer, López le espetó: “¿Para qué quieren ustedes que firme una mentira? Porque esto es una mentira, innecesaria. Yo estoy preso, a sus órdenes”. La debilidad del coronel Gil, la falta de preparación para estos propósitos, el talante del presidente y la valerosa actuación de Darío Echandía, designado de la República, y de Alberto Lleras Camargo, ministro de Gobierno, evitaron que se consumara el que hubiera sido el más oscuro y lamentable episodio de la historia democrática de Colombia.

La renuncia a la PresidenciaMuchos acontecimientos debilitaron al gobierno de López, quien no con-tó con el respaldo decidido de su partido y sí, por el contrario, con una férrea oposición conservadora. Desde el Congreso y la prensa, Laureano Gómez lideraba la campaña de desprestigio del ejecutivo. Así, se criticaba acerbamente las relaciones de su hijo, Alfonso López Michelsen, con la sociedad holandesa Handel. El 25 de noviembre de 1944, se adelantó en el Congreso de la República un encendido debate propiciado por el sena-dor Enrique Caballero Escobar, quien sostenía que el presidente López Pumarejo había participado en discusiones relacionadas con la Handel, a pesar de ser su hijo, a quien llamaban el hijo del ejecutivo, el representante de dicha compañía. Según el relato de Lleras Restrepo, Caballero Esco-bar como el senador Francisco José Ocampo se referían a la operación cuestionada como “monstruosa especulación adelantada por el hijo del ejecutivo, con beneficio para muchos amigos y familiares de este, e inter-

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vención de la oficina del doctor Alfonso López Pumarejo en Nueva York”. Darío Echandía, entonces ministro de Relaciones Exteriores, asumió la defensa del Gobierno en brillante intervención que se ha conocido como El discurso de las manos limpias, en el que sostuvo que el trámite cuestio-nado se había surtido exclusivamente por los ministros del Despacho ante el impedimento que había expresado López Pumarejo para participar en dicho trámite.

Otra acusación que hizo carrera fue la relacionada con la vinculación del Gobierno con la muerte de Francisco A. Pérez, un boxeador a quien se apodaba Mamatoco, en razón a haber nacido en el corregimiento de Mama-toco en el municipio de Santa Marta y quien, según la versión de Alfonso López Michelsen, “era un boxeador venido a menos, que se había dedicado a publicar una hoja periódica en la que hacía chantajes de diversa índole”. En el proceso penal respectivo se estableció que un mayor de apellido Hernández era el principal responsable del plan contra el púgil. Al vincular a la Policía con el asesinato se pretendió acreditar que se trataba de un crimen de Estado en el que estaba comprometido el gobierno del presidente López. Desde el periódico El Siglo se repetía constantemente la pregunta ¿por qué mataron a Mamatoco? En la Crónica de su propia vida, Carlos Lleras Restrepo, al evocar estos sucesos, precisa que: “Hoy, cuarenta y un años después del asesinato, lo recuerdo como algo que perturbó hondamente la atmósfera nacional y causó daños al Gobierno y al liberalismo”.

Los continuos ataques de la oposición llevaron a López a manifestarle al Congreso, el 15 de mayo de 1944, su decisión de separarse transitoriamente de la Presidencia para acompañar a su esposa, que se encontraba delicada de salud en los Estados Unidos. En esta licencia fue reemplazado por Darío Echandía. El 19 de julio de 1945, le anunció al Congreso de la República su determinación de renunciar a la Primera Magistratura de Colombia, dimi-sión que se concretó el 25 de julio de dicho año, cuando fueron elegidos el primer y segundo designado.

A pesar de que López en su carta de renuncia expresaba que conside-raba prácticamente concluida la tarea que se había trazado al asumir por

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segunda vez la dirección del país, en su recordada intervención en la Univer-sidad Nacional, al recibir el doctorado Honoris Causa, afirmó:

“Mi gran error de gobernante y de hombre público, tengo que recono-cerlo cuando ya siento que pronto nuestra obra será entregada al fallo de la historia, fue haber creído que con mi renuncia a la Presidencia de la República y la reforma constitucional pactada por los dos partidos en 1945, se cerraba nuestra tarea y que, sustraído el obstáculo de mi nombre, con la resistencia que había despertado en tantos años de lucha política, se consolidarían las conquistas alcanzadas y se abriría una nueva era de restauración republicana de paz social, de organización económica, como se nos estaba ofreciendo por hombres públicos de las más contradictorias tendencias que, por no traer el lastre del odio y de rencor que es el precio obligado de una intensa actividad pública, se perfilaban como los heraldos de tiempos menos tormentosos”.

El 7 de agosto de 1945, Alberto Lleras Camargo, en su condición de Primer Designado, asumió el poder en reemplazo del doctor López.

Los últimos añosDesvinculado de la Presidencia de la República, López fue designado en 1946 por el presidente Mariano Ospina Pérez para presidir la Delegación en las Naciones Unidas, en la que cumplió una destacada tarea. Allí se le eligió, en abril de 1948, como Presidente del Consejo Nacional de Seguridad de dicha institución internacional.

En 1952, ante los graves hechos que culminaron con la quema del edi-ficio donde funcionaba el periódico El Tiempo, la casa de Lleras Restrepo y de López, el expresidente decidió exilarse en México, de donde se trasladó luego a los Estados Unidos. Al caer el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, se nombró la Comisión paritaria de Ajuste Institucional, a la que fue convocado López, junto con otras personalidades de la vida nacional como Antonio Rocha, Eduardo Santos y Abel Naranjo Villegas, entre otros. La res-ponsabilidad asignada a este grupo de ciudadanos fue la de buscar el tránsito de la Junta Militar a la normalidad, tarea que cumplieron a cabalidad.

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Elegido Alberto Lleras Camargo como primer presidente constitucio-nal del Frente Nacional, constituido por acuerdo entre los partidos Liberal y Conservador, y que implicaba alternarse en el poder, designó a Alfonso López como embajador de Colombia en Londres. Al frente de esta nueva dignidad diplomática falleció el ilustre colombiano, el 20 de noviembre de 1959.

Mausoleo de Alfonso López, en el Cementerio Central en Bogotá. Fuente: Aníbal Noguera Mendoza, 1986

Esta es la crónica de la vida de un hombre que cambió la posibilidad de vivir cómodamente de los negocios de su familia, por encarar la actividad política para buscar la transformación de las instituciones jurídico-políticas del país y brindarle una mejor calidad de vida a sus conciudadanos; de una persona que decía todo lo contrario de aquello que su interlocutor esperaba; que impulsó a las altas posiciones del Estado a una nueva generación, con su famosa expresión: “A la gente le gusta ver caras nuevas en los carros oficiales”.

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. ¿Cuán importante fue para el doctor Alfonso López Pumarejo el haber crecido en el puerto de Honda? ¿Por qué esta ciudad fue tan importante para el desarrollo económico y social de nuestro país? ¿Por qué el Río Grande de la Magdalena ha sido protagonista de la historia de Colom-bia?

2. Su formación, particularmente para los negocios, le permitió abrir los ojos frente a problemas trascendentales que afectaban la nación, como el del petróleo, el del banano o el de la banca. ¿Qué planteaba sobre estos problemas y qué otros problemas de los gobiernos conservadores había de criticar con vehemencia?

3. El doctor López Pumarejo fue presidente de la República de Colombia en dos ocasiones, de 1934 a 1938 y de 1942 a 1944. Durante su pri-mer gobierno se implementó la célebre Revolución en marcha. ¿En qué consistió? ¿Cuáles fueron sus mayores logros? ¿Qué fue la Escuela del Tolima? Enumere algunos de los cambios sociales y económicos más representativos que realizó en la reforma constitucional de 1936. ¿Qué piensa de ellos?

4. Luego de haber sido electo como presidente por segunda vez en 1942, deberá abandonar este cargo por una serie de problemas que fueron afectando su imagen ante la Nación. ¿Cuáles fueron las principales cau-sas que originaron su salida de la presidencia? ¿Qué opina sobre los últimos años de vida del doctor López Pumarejo?