Marginados y Discriminados
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Marginados y discriminados: jóvenes, niños y niñas rarámuris de grupos domésticos jornaleros migrantes en Cuauhtémoc, Chihuahua
Introducción
El municipio de Cuauhtémoc, en el noroeste del estado de Chihuahua, está
considerado como una de las zonas de producción frutícola más importantes
del país. Año con año, está región atrae a más de 5 mil 500 trabajadores
migrantes –la mayoría de ellos de origen rarámuri–, aunque diversas fuentes
señalan que al considerar a los y las integrantes de los grupos domésticos
jornaleros, pueden acudir durante el período de cosecha, hasta 10 mil personas
de la etnia rarámuri. Esta población se integran a partir de la venta de su fuerza
de trabajo a la cosecha de manzana, cuyo valor de producción, tan sólo en este
municipio, supera los mil millones de pesos anuales (SIAP, 2010).
A diferencia de otros circuitos migratorios, donde los varones emigran
temporalmente en busca de empleo a las grandes ciudades o campos de
cultivo, las y los rarámuris indígenas que se desplazan hacia la zona
manzanera de Cuauhtémoc suelen viajar en familia. La inmersión de los grupos
domésticos indígenas en el contexto urbano implica, entre otras cosas, la
conformación de nuevos arreglos familiares, la integración a nuevos entornos
de trabajo, y la adopción de esquemas culturales inéditos (Sentíes, 2007).
Diversos autores (Pombo, 2007) señalan que la población jornalera
indígena de México afronta una serie de desventajas, derivadas de su origen
étnico y su condición de pobreza y exclusión, que la coloca en una situación
vulnerable, en medio de la indiferencia, el racismo y la subordinación. A la
exclusión de etnia que enfrentan la mayor parte de los jornaleros agrícolas,
habría que agregar la de género y generación que afecta a las mujeres,
jóvenes, niños y niñas indígenas migrantes, quienes en su conjunto, integran la
población más indefensa y marginada del país (De Grammont, 2001).
Con base en información recopilada a partir de entrevistas a
profundidad, talleres, grupos focales y observación participativa, en albergues y
campos agrícolas de Cuauhtémoc, Chihuhua, se presentan algunas
conclusiones en torno a la forma en que la experiencia migratoria incide sobre
las condiciones de vida de la población jornalera rarámuri que migra a esta
región, diferenciando sus vivencias y afectaciones por género y generación.
Lo jornaleros agrícolas migrantes
En las últimas décadas la migración rural-rural se incrementado en México de
forma ostensible. En gran medida, esto se debe al deterioro de las condiciones
de vida de los campesinos e indígenas del país a raíz de los procesos de
reestructuración económica que supuso la adopción del modelo económico
neoliberal; así como al incremento de la población rural que carece de tierra o
cuyas condiciones de producción se han visto deterioradas por causas
ambientales. Por otro lado, se debe considerar la incorporación de México al
proceso de globalización económica, la cual ha repercutido en el reacomodo de
las regiones productivas, y la consolidando de nuevas zonas de desarrollo
agrícola y agroindustrial que en determinadas épocas del año demandan mano
de obra en cantidades que no puede satisfacer la oferta local.
Así, el incremento en la migración rural-rural que emprenden los
jornaleros y jornaleras agrícolas, tiene su origen tanto en el deterioro de las
condiciones de vida en las comunidades expulsoras, como en la demanda
estacional de mano de obra en las zonas de atracción.
Cada año miles de jornaleros agrícolas migrantes se mueven de su
localidad de origen a las regiones que cuentan con un mercado de trabajo
dinámico, en donde laboran por espacio de varios meses, y en las que una vez
concluida la cosecha, regresan a sus comunidades, conformando con ello
patrones migratorios de carácter circular, pendular o golondrino.
De acuerdo con estimaciones de la Sedesol (2006) existen en el país, al
menos 73 regiones agrícolas conocidas como mercados de trabajo rural con
fuerte demanda de trabajadores migrantes. La población jornalera está
integrada por un grupo social heterogéneo integrado por poco más de 3.1
millones de trabajadores y trabajadoras, de los cuales 1.2 millones son
migrantes que en su mayoría provienen de los estados más pobres del país,
como son Hidalgo, Guerrero, Oaxaca, Puebla y Veracruz (Sedesol, 2006). Uno
de los rasgos más característicos de la migración jornalera, es la incorporación
de las mujeres y los niños a los procesos migratorios y al trabajo en los campos
agrícolas de destino, como una forma de incrementar los precarios ingresos
familiares. El Programa de Jornaleros Agrícolas Migrantes (2004) estima en
55.6% el porcentaje de jornaleros agrícolas que viajan con su familia. Un
estudio de Sedesol (2001), realizado hace diez años, se reportaba la existencia
de al menos 405,712 grupos doméstico que estaban en permanente
movimiento entre las zonas de origen y las zonas receptoras. Dichos grupos
estaban integrados por jóvenes con una edad promedio no mayor a 30 años,
de los cuales el 57% eran hombres, el 43% mujeres, y el 40% niños de ambos
sexos (Rojas, 2006).
Si bien no existen cifras oficiales actualizadas que den cuenta de la
dimensión de la migración familiar, es previsible que ante la crisis agrícola y la
depauperización de las condiciones de vida en las zonas rurales del país, ésta
se haya incrementada ostensiblemente a lo largo de la última década.
El alto componente étnico es otra característica de la población jornalera
migrante. Sedesol (2006) estima en 36% de la población jornalera de origen
indígena. No obstante existen estudios que señalan que la población indígena
bilingüe y monolingüe entre los jornaleros migrantes alcanza el 40% (Rojas,
2006); aunque ese porcentaje puede llegar a aumentar en algunas regiones
hasta en 58% o incluso más (Pronajag, 1997).
Diversas investigaciones constatan diferencias socioculturales notables
entre la población jornalera mestiza y la origen indígena, las cuales se traducen
en discriminación y condiciones mucho más precarias para estos últimos.
Salmerón (2009) señala que mientras el 25% de la población mestiza es
analfabeta, este porcentaje alcanza 50% entre la población indígena.
Asimismo, la escolaridad, de por sí baja entre los jornaleros mestizos (quinto
grado los hombres y cuarto las mujeres) se reduce en el caso de la población
de origen indígena (cuarto grado los hombres y tercero las mujeres).
En este sentido es conveniente señalar que si bien la precariedad y
marginalidad que se manifiesta en graves problemas de salud, desnutrición,
exclusión social, discriminación y maltrato, es compartida por el conjunto de la
población jornalera migrante, el caso de las y los jornaleros indígenas es
particular, ya que además de la problemática inherente a su condición de clase,
enfrentan una serie de limitantes y restricciones derivadas de su adscripción
étnica. Tal es el caso de los prejuicios étnicos y las prácticas discriminatorias
que suelen traducirse en indefensión social y legal que acentúa su ya de por sí
precaria condición de migrantes; así como las dificultades inherentes al
monolingüismo que dificultan todavía más el entendimiento con otros grupos
culturales.
A las desventajas de su origen étnico y su condición de pobreza y
exclusión, que la coloca en una situación vulnerable, en medio de la
indiferencia, el racismo y la subordinación, habría que agregar las que se
derivan de la condición género y generación, que afecta a las mujeres, niños y
niñas indígenas migrantes, quienes en su conjunto, integran la población más
indefensa y marginada del país (De Grammont, 2001).
Los jóvenes y los niños y niñas migrantes de origen indígena que
acompañan a sus padres a los campos de cultivo, se ven expuestos a las
mismas condiciones de vivienda, higiene y alimentación que sus progenitores,
con el agravante de que muchos de ellos se ven obligados suspender su
formación educativa básica para trabajar. Se consideran que éste es el grupo
más vulnerable, en tanto que es el más invisible, y por tanto, el más sujeto a la
explotación y al abandono institucional.
La invisibilidad se evidencia en la ausencia de datos estadísticos
confiables que permitan determinar el número de jóvenes, niños y niñas que
migran cada año desde sus localidades de origen hasta los campos agrícolas.
Sedesol (2006), por ejemplo, reporta que el 20% de la fuerza laboral de los
jornaleros agrícolas migrantes está constituida por menores de 6 a 14 años de
edad. Este mismo organismo, en un estudio previo señalaba un índice nacional
de trabajo infantil de 24.31, aunque a nivel regional, dependiendo el tipo de
región podía llegar a incrementarse de forma notable2 (Sedesol, 2001).
Vera y Yocupicio (2007), por su parte, señalan que de acuerdo al
Programa de Jornaleros Agrícolas existen 1.2 millones de niños migrantes
menores de 14 años en México. Glockner (2009) basada en cifras de la
Secretaría de Trabajo y Desarrollo Social afirma que tan sólo en las
plantaciones de exportación del norte del país se calcula que trabajan
aproximadamente 900 mil niños jornaleros, que representan casi el 27% del
total de la fuerza de trabajo en este sector. Recientemente, la CNC ubicó en
3.2 millones de niños entre 5 y 13 años de edad que laboran en los campos
agrícolas de México por menos de dos dólares diarios (Milenio, 29 abril 2012).
Finalmente, la UNICEF (2012 afirma que el 44% de los hogares de jornaleros 1 Índice elaborado a partir del número de niños de 6 a 14 años dividido entre el número de trabajadores adultos (15 y más años) multiplicado por cien.2 El estudio encontró que en donde se producen hortalizas, el índice se elevaba considerablemente, tal es el caso de las regiones de la costa centro (37.3) y norte de Sinaloa (34.3), la región melonera de Huetámo (48.2), la costa centro de Nayarit (36.2) y el valle de Vizcaíno (30.4).
agrícolas en México cuenta con al menos un niño o niña trabajador, cuyos
ingresos se acercan al 41% de los del total familiar. Como se puede apreciar,
la ausencia de datos estadísticos confiables, evidencia la ceguera institucional
que existe hacia este sector vulnerable y la incapacidad para generar políticas
públicas acordes con la naturaleza del fenómeno.
La incorporación de niños y niñas al trabajo infantil es producto de la
profundización de la crisis agrícola, que ha orillado a que la totalidad del grupo
doméstico se vea obligada a vender su fuerza de trabajo a las empresas
agrícolas para sobrevivir. En este contexto problemático, las empresas
agrícolas no juegan un papel pasivo, en tanto que se valen de la situación de
pobreza, marginación y exclusión de la población jornalera; así como de la
posición específica de cada persona en términos de género, clase, etnia, edad
y su estatus migratorio, para mantener flexible la organización de la fuerza
laboral (Becerra, et al, 2008).
La mano de obra infantil representa ventajas para la agroindustria, ya
que puede desarrollar el mismo trabajo a costos inferiores, configurándose
como un elemento de presión contra los salarios que devengan los adultos. No
obstante, la mano de obra infantil (y en ocasiones, también la femenina) es la
primera en ser despedida cuando se reduce la oferta de trabajo en los campos
agrícolas (Martínez y Hernández, 2011; Sánchez, 2005).
La contratación de mano de obra infantil, la intensidad y duración de la la
jornada de trabajo, el salario y otras condiciones laborales a las que se ven
sometidos los niños y niñas jornaleros, varían en función de la región, del tipo
de cultivo comercial y de los empleadores. Por ejemplo, el proceso productivo
de algunos cultivos requiere de actividades especializadas y delicadas, como
amarres, cortes y embalajes, en donde la mano de obra infantil y femenina es
apreciada, ya sea por su baja estatura, su “delicadeza” o sus manos “ágiles”.
Algunas investigaciones reportan incluso el uso de cuadrillas infantiles en
empresas hortícolas (Sánchez, 2005). En algunas zonas, la mano de obra
infantil desarrolla actividades paralelas o previas a la pizca y la cosecha que no
suelen ser remuneradas o que lo hacen a muy bajo costo (Barrón, 1999).
Existen otras zonas donde, debido a las características del cultivo, la mano de
obra infantil no es requerida, lo que impone dificultades de diversa índole a los
jornaleros que migran junto con sus familias (Martínez y Hernández, 2011). Por
tal motivo, para el análisis de las condiciones de vida y de trabajo de este
sector, resulta necesario diferenciar las distintas situaciones que se presentan
por región y tipo de cultivo.
Juventud y niñez jornalera rarámuri en la zona manzanera de Chihuahua
El estado de Chihuahua está considerado como el principal productor de
manzana del país. Sus condiciones de clima y suelo le permiten obtener
rendimientos muy similares a los de la manzana que se produce en los Estados
Unidos. De hecho, el rendimiento por hectárea que registra este cultivo es –
junto con el del estado de Veracruz– el más alto de México.
Cuauhtémoc se encuentra en la llamada “Ruta de la Manzana” que
cubre los municipios de Cuauhtémoc, Cusihuiriachi, Carichí y Guerrero, entre
otros. A lo largo de esta ruta se produce manzana de calidad reconocida a nivel
nacional e internacional. Por la cantidad de hectáreas cosechadas anualmente,
como por el valor que representa dicho cultivo, Cuauhtémoc constituye el
municipio más importante de Chihuahua y de todo el país, en lo que a la
producción de manzana se refiere3.
Ante la imposibilidad de cubrir la demanda de jornales que se requieren
durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, se calcula que cada
año migran hacia Cuauhtémoc, cerca de 5 mil 500 trabajadores migrantes –la
gran mayoría, indígenas rarámuris– que salen de la Sierra Tarahumara y otras
regiones aledañas, para contratarse en los huertos (Ramírez, Palacios y
Velasco, 2006).
Las temporadas de mayor demanda de mano de obra se concentran
durante los meses de abril, mayo y junio durante el desaije o raleo (donde se
eliminan algunas manzanas para garantizar mejor tamaño y calidad de la fruta),
y durante los meses de la cosecha que empiezan en agosto y terminan en
octubre. En esos meses la población rarámuri migrante que se asienta en
Cuauhtémoc y sus alrededores, alcanza su mayor concentración4.
En el caso de la producción de manzana en Cuauhtémoc, es posible
identificar varios tipos de estructuras organizativas a partir de las cuales se 3 En el 2010 Cuauhtémoc, se configuró como el principal municipio productor de manzana de Chihuahua, al sumar 7 mil 925 hectáreas cosechadas (34.33% del total estatal) que derivaron en 133 mil 446 toneladas, con un valor de poco más de 811 millones de pesos (35.6% del total estatal).4 Otra temporada en la que suelen llegar rarámuris a Cuauhtémoc, comprende los meses de diciembre y enero, cuando muchas familias migran hacia las zonas bajas de la Tarahumara para huir del frío.
desarrolla el reclutamiento de mano de obra. Por lo regular, los rarámuris
recurren a contratistas locales –también llamados enganchadores– que se
ocupan del traslado desde sus comunidades de origen hasta los campos
agrícolas de Cuauhtémoc, a cambio de cierta cantidad de dinero, la cual será
pagada antes o después del traslado, con los primeros jornales obtenidos en
las huertas de manzana. Estos contratistas o enganchadores están
apalabrados con las principales empresas productoras de la región. De modo
tal, que los contingentes de jornaleros arriban directamente a los albergues
controlados por dichas empresas, en donde permanecen alojados durante el
tiempo que dura la cosecha. Así, los enganchadores locales no sólo facilitan el
ingreso al mercado laboral, sino, también su permanencia en él. Al financiar el
transporte y proporcionar alojamiento a los jornaleros, los enganchadores
condicionan la relación entre las y los trabajadores con sus fuentes de empleo,
obligándolos a trabajar para cubrir las deudas contraídas con el intermediario.
En el caso de los jornaleros que provienen de otras partes del país, la
mayor parte de ellos se trasladan hasta Cuauhtémoc en virtud de la relación
que las empresas frutícolas mantienen con contratistas o enganchadores, que
mueven a cientos de jornaleros provenientes de otras partes de la República,
los cuales se comportan como pequeños empresarios que surten de mano de
obra a las empresas durante la temporada de cosecha de la manzana. Estos
grandes contratistas convencen a los jornaleros migrantes que trabajan en los
campos agrícolas de Sinaloa u otras entidades cercanas, para que una vez
terminada la cosecha, retomen el circuito migratorio y se trasladen hasta
Cuauhtémoc donde la pizca apenas comienza.
En muchas ocasiones, con tal de convencer a las y los trabajadores, los
enganchadores ocultan o alterna información sobre las condiciones de trabajo y
ofrecen prestaciones y servicios que no siempre se cumplen a cabalidad en los
términos acordados. Esto suele ser foco de conflicto entre la población
jornalera y los representantes de las empresas de manzana, quienes por tal
motivo, prefieren contratar a la población de origen rarámuri. Los directivos de
La Norteñita, la principal empresa manzanera de la región, refieren algunos de
estos casos:
A ellos les prometen a veces algo y no se lo cumplen, por eso protestan; pero si les dijeran la verdad desde un principio, no habría
ningún problema. Tuvimos un caso de gente que trabajaba en maquiladoras y venía con su ropa de vestir, y pensaban que así se iban a ir a las huertas, no les dijeron en qué consistía el trabajo, no sabían hacerlo, el desaije requiere un trabajo de cuidado, la pizca también, todo eso es mala información, a la hora de decirles hay trabajo en tal estado tendrían que decirles realmente en qué consiste. (Teresa, empleada de La Norteñita, Cuauhtémoc)
Buena parte de los empresarios agrícolas contratan preferentemente
población de origen rarámuri; en tanto que las grandes empresas, como La
Norteñita, que por sus niveles de producción requieren de la concurrencia de
volúmenes considerables de fuerza de trabajo, contratan principalmente a
población rarámuri y complementan sus contingentes de trabajadores agrícolas
con jornaleros mestizos e indígenas provenientes de otras regiones del país. La
preferencia hacia el grupo étnico rarámuri evidencia de forma muy clara cómo
el origen y la composición de la fuerza de trabajo constituyen factores decisivos
para la imposición de condiciones más precarias de trabajo a las y los
jornaleros, cuya vulnerabilidad se deriva de su condición económica,
migratoria, social, de género y étnica.
Por su forma de ser [los rarámuris] son muy reservados muy respetuosos, nunca se meten en problemas, no ofenden a nadie, no crea, son dóciles, saben trabajar, vienen a trabajar, tenemos gente de muchos años; en cambio, no por nada, pero me ha tocado ver otros casos, por ejemplo, viene gente de Chiapas, ellos traen a su líder, ponen condiciones, o sea, cosas que no. Ellos [los rarámuris] llegan tranquilamente, preguntan, pero la gente más para el sur tiene otra forma de pensar (Teresa, empleada de La Norteñita, Cuauhtémoc).
Como se puede observar, los enganchadores representan un eslabón
más de la compleja cadena de intermediaciones que articula a las zonas
expulsoras de los jornaleros migrantes con las fuentes de empleo. Algunos
autores (Barrón, 1997; Lara 1996) señalan que este mecanismo de traslado y
contratación de jornaleros permite la creación artificial de una sobreoferta de
fuerza de trabajo que permite a los empresarios agrícolas evitar desequilibrios
en la demanda estacional de trabajo, facilitar los esquemas de flexibilización
laboral y condicionar el salario. Por otro lado, diversas investigaciones (Fisher,
1953; Mines y Anzaldúa, 1982; Paré, 1987; Zabin, 1992; Villarejo y Runsten,
1993) apuntan al uso del intermediarismo como medio eficaz para disuadir,
contrarrestar y combatir la organización laboral. La ausencia de organizaciones
sindicales o de otros organismos de defensa de los derechos laborales entre
las y los jornaleros rarámuris que trabajan en Cuauhtémoc, parecerían
constatar estos señalamientos.
Si bien los enganchadores ocupan un papel primordial en el
reclutamiento de buena parte de la mano de obra que se utiliza en la cosecha
de la manzana, lo cierto es que esta forma de vinculación con las empresas
agrícolas, coexiste con el autoreclutamiento. Ambas modalidades reportan
ventajas a los empresarios agrícolas ya que gracias a estos mecanismos, los
productores transfieren el costo del viaje a los jornaleros, al tiempo que evaden
la responsabilidad legal sobre las condiciones del traslado. Asimismo,
constituyen un instrumento eficaz para abaratar el costo de la mano de obra,
así como atomizar las demandas de las y los trabajadores, desempeñando un
papel clave en las condiciones de trabajo.
Al llegar a Cuauhtémoc, mujeres y hombres rarámuris se incorporan a
las actividades productivas en condiciones de inseguridad laboral, entre otras
razones, porque su posibilidad de empleo, su tiempo de ocupación, sus
jornadas de trabajo, obedecen generalmente a la necesidad que tenga el
productor de colocar sus productos en el mercado y no a lo que estipula la ley
laboral.
De esta manera, la relación laboral entre empresarios y jornaleros es de
carácter informal, ya que no media ningún tipo de contrato. El pago del jornal
es por día, lo que impide que se genere antigüedad laboral. Los jornaleros no
tienen las prestaciones mínimas y los patrones no asumen ninguna
responsabilidad legal frente a los riesgos asociados al trabajo. Servicios como
el de comida, albergue, guarderías, consultas médicas y otros, son
concesiones que se otorgan de manera voluntaria por el patrón y que en
muchas ocasiones tienen un costo. En el albergue de La Norteñita, por
ejemplo, el hospedaje dentro de las instalaciones de la empresa tiene un costo,
lo mismo que la comida que se ofrece a las y los trabajadores agrícolas durante
la jornada de laboral; situación que mina los de por sí precarios salarios de los
jornaleros.
Diario estamos gastando unos 60 pesos y aparte estamos pagando, nos están quitando 10 pesos a la entrada del albergue. (Ignacio, 37 años, jornalero rarámuri)
Ahora últimamente tenemos que comprar la comida. Primero estaban dando y ahora hay que comprar uno la comida. Nos queda poco, como de 50 a 80 pesos. (Miguel, 26 años, jornalero rarámuri)
Por otro lado, la sobreoferta de mano de obra permite a los empresarios
limitar la contratación a los momentos en que ésta es indispensable,
reduciendo considerablemente los gastos salariales y evadiendo de paso el
goce de prestaciones y servicios a los que tienen derecho los asalariados
permanentes. De esta forma, incluso en las temporadas de alta demanda de
fuerza de trabajo, los jornaleros rarámuris que bajan de la Tarahumara no
cuentan con la garantía de un empleo. En ocasiones pasan varios días o
semanas, antes de que sean contratados por las empresas manzaneras o por
los agricultores de la región.
Fíjate que llevo muy poquitos días [trabajando] apenas una semana ya trabajada, de la semana pasada, y de ésta pues nomás tres días, porque ayer nos dijeron que no, que ya habían recortado gente. De nosotros habemos varios que no [nos contrataron]. Mi esposo sí fue a trabajar, nada más como unas veinte personas [fueron], pero nos dijeron que mañana van a inscribir a más, a lo mejor para el lunes. (Cristina, 32 años, jornalera rarámuri)
Condiciones de vida de la niñez jornalera rarámuri
Dadas las características bajo las cuales se lleva a cabo la producción de
manzana, la fuerza de trabajo infantil no es muy demandada por las empresas,
ya que la mayoría de las actividades agrícolas vinculadas a este cultivo exigen
ciertas condiciones físicas que los niños y niñas menores de diez años
difícilmente podrían cumplir. Por ejemplo, una estatura mínima que les permita
alcanzar los frutos de los árboles, o el despliegue de fuerza física que les
permita cargar las escaleras en los huertos o cargar los pesados fardos de
manzana5. Esta situación impone una problemática particular a los grupos
domésticos migrantes de origen rarámuri, que a diferencia de los jornaleros
mestizos, suelen desplazarse en familia.
El primer obstáculo al que se enfrentan los grupos domésticos migrantes
es el de la vivienda. Resolver dónde pasará la noche la familia en las zonas de
destino se convierte en la principal preocupación de los migrantes rarámuris. La
5 No obstante, durante los recorridos de campo realizados durante la investigación fue posible apreciar la presencia de niños y niñas de 13 años de edad integrados a las cuadrillas de trabajo.
empresa La Norteñita, principal fuente de empleo en Cuauhtémoc6, ha
instalado desde hace varios años un sistema de albergues que entran en
funcionamiento durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los
cuales cumplen con una doble función: por un lado, proporcionan alojamiento a
los jornaleros migrantes que bajan de la Sierra Tarahumara o que llegan de
otras regiones del país; y por otro, aseguran la permanencia y disponibilidad de
la mano de obra durante las temporadas de mayor demanda.
Contar con albergues, permite a las empresas agrícolas establecer
condiciones e imponer restricciones en el tipo de mano de obra utilizada. Por
ejemplo, al interior de los albergues de La Norteñita, los dormitorios de
hombres y mujeres están separados y la presencia de niños y niñas está
restringida.
La separación entre hombres y mujeres, y el acceso restringido a
menores, son factores que desincentivan la llegada de jornaleros que viajan en
familia, los cuales se ven obligados a buscar alojamiento en otro tipo de
albergues y/o a buscar trabajo en otras empresas. Pese a ello existen casos de
grupos domésticos con hijos adolescentes que al no encontrar hospedaje en
otro lado, deciden alojarse en los albergues de La Norteñita, aunque esto
implique la separación temporal de la familia y la cohabitación con otros grupos
étnicos en condiciones de hacinamiento.
Para las familias que viajan con hijos menores, los albergues de La
Norteñita no son opción, razón por la cual deben buscar otras alternativas de
vivienda temporal. Una de ellas es el hospedaje con familiares establecidos de
forma definitiva en Cuauhtémoc o la renta de cuartos por semana, o incluso,
hasta por día, en las periferias de la ciudad, opción poco recurrida por los altos
costos que implica.
Otra alternativa es el albergue de Sedesol, el cual, además de contar
con dormitorios colectivos para los migrantes que viajan solos, cuenta con
espacios reservados para el hospedaje de las familias, canchas deportivas e
incluso, instalaciones educativas. No obstante, debido a la gran cantidad de
migrantes que arriban hasta Cuauhtémoc durante esta temporada del año,
suele no darse abasto.
6 Esta empresa, considerada la más grande del país en su tipo, cosecha alrededor de 70 mil toneladas de fruta cada año; posee más de 3 mil hectáreas con más de dos millones de árboles; y genera cerca de 7 mil 500 empleos, de los cuales 2 mil 500 son directos y 5 mil eventuales. (Reforma, 2010).
Finalmente, está la opción de los albergues particulares, en donde las
condiciones de vida son sumamente precarias, pero en donde a diferencia de
los casos anteriores, el hospedaje no tiene costo, y en ocasiones, la comida y
otros servicios –como la atención médica– están subsidiados, lo que los hace
sumamente atractivos para las familias migrantes.
Ejemplo de este tipo de vivienda, es el Albergue Tarahumara Minita,
donde desde hace varias décadas acuden familias rarámuris en busca de
refugio, durante su estancia en Cuauhtémoc. Este albergue, ubicado a las
afueras de la ciudad llega a recibir más de ciento cincuenta rarámuris durante
las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los cuales cohabitan en
condiciones de hacinamiento. Durante el trabajo de campo se pudo ubicar en
este albergue cerca de 50 niños y niñas menores de 14 años. Los cuartos
destinados a las familias en este albergue son escasos, por lo que la mayoría
duerme sobre el piso, en una bodega techada parcialmente, mientras que el
resto se ve obligado a dormir a la intemperie. Durante la temporada de mayor
demanda, las instalaciones sanitarias no son suficientes y los baños y el agua
no siempre están disponibles. Todo esto deriva en una incidencia notable de
enfermedades gastrointestinales e infecciones broncorespiratorias, sobre todo
entre la población infantil.
[Quisiéramos] más cuartos, para que puedan caber muchos. Pues ya ves cuando los niños se quedan afuera, y tienen frío y se enferman mucho. Sí necesitamos más casas. Se mojan todas las cosas, y los niños se enferman mucho por el frio. Entonces necesitamos unas casas donde sí quepan todos. Y luego cuando hace frío, pues es peor. (Julia, 23 años, jornalera rarámuri)
Cabe destacar que a diferencia de los albergues mencionados
anteriormente, este no es un albergue temporal, es decir, sus puertas están
abiertas durante todo el año para las familias rarámuri. La política de sus
administradores es que el hospedaje no tiene costo y no se le niega la entrada
a nadie. Curiosamente, son este tipo de albergues, ampliamente recurridos por
la población de origen rarámuri, los que acusan mayores problemas para
solventar su operación, ya que dependen exclusivamente de las donaciones
públicas y privadas de algunas organizaciones altruistas locales, lo que
inevitablemente se traduce en una atención limitada a las necesidades básicas
de las familias rarámuri.
La salud es otro tema que repercute en las condiciones de vida de la
población jornalera migrante, en particular, los niños y las niñas. Existen
diversos factores que operan en contra de una atención adecuada de la salud.
Uno de ellos es la falta de tiempo y el costo que en términos monetarios implica
perder una jornada de trabajo para asistir a los centros hospitalarios. El otro, y
quizá más importante, está conformado por las barreras culturales y las
nociones divergentes en torno a la naturaleza de la salud y la enfermedad7
entre la población rarámuri y mestiza, así como la percepción que existe entre
el personal médico que labora en estas instituciones de que la atención a los
migrantes rarámuris representa una carga de trabajo adicional a la que
desarrollan en sus respectivos centros laborales, lo que se traduce en
desinterés y en una cobertura deficiente de dichos servicios, lo que en
ocasiones deriva en complicaciones graves y hasta en la muerte8.
Las niñas y los niños migrantes son atacados con mayor frecuencia que
los adultos por diversos tipos de enfermedades. Factores como los cambios
constantes del clima; el acceso limitado al agua potable; las condiciones de
hacinamiento que privan en los albergues; las graves deficiencias nutricionales;
la carencia de servicios básicos; y el desconocimento de las medidas de
prevención básicas de enfermedades, producen condiciones adversas y
colocan a los infantes en una situación de alto riesgo. Dentro de los
padecimientos más frecuentes que aquejan a la población infantil se
encuentran la desnutrición, las enfermedades epidemiológicas,
gastrointestinales y respiratorias.
Las condiciones de salud de los niños y niñas jornaleros migrantes, se
ven agravadas por la dieta que se ven obligados a llevar fuera de sus
localidades de origen. UNICEF (2006) estima que alrededor de 42% de los
7 Para los rarámuris estar sano es un sinónimo de tener fuerza para trabajar y vivir. La salud es, según su cosmovisión, el reflejo de la calidad de sus relaciones con otros seres en el universo, todos los cuales pueden potencialmente afectarlos si no mantienen con ellos relaciones de armonía. De esta forma la enfermedad es resultado de alguna alteración en el equilibrio de fuerzas entre las personas y el mundo que los rodea (Molinari, 2010).8 A lo largo del trabajo de campo se pudieron rescatar testimonios al respecto. Incluso, hubo algunos rarámuris que señalaron que la guardería que en 2006 había inaugurado la empresa La Norteñita en uno de sus albergues tuvo que cerrar debido a la muerte de varios niños rarámuris, situación que, cabe señalar, no pudo ser constatada con los directivos de dicha empresa.
niños y niñas hijos de jornaleros agrícolas en México padece algún grado de
desnutrición; aunque existen algunos estudios que señalan que este porcentaje
puede llegar a alcanzar hasta el 85% en algunas regiones (Ortega, 2003).
Asimismo, investigaciones recientes registran porcentajes de desnutrición de
84.6% en el caso de los niños y niñas migrantes pendulares y golondrinos, y
76.9% para la población infantil asentada en los campos agrícolas (Rojas,
2006).
En el caso de los niños y niñas de origen rarámuri esta situación se
replica. Las familias jornaleras, ante la imposibilidad de consumir los productos
agrícolas que ellos mismos producen, y frente al gasto que representa la
adquisición de alimentos preparados en las ciudades, los indígenas rarámuris,
suelen optar por el consumo de comida “chatarra”, de bajo costo, pero con
escaso nivel nutricional (sopas instantáneas, burritos de frijoles, galletas, y
latas de sardina). Esta situación afecta sobre todo a la población infantil que
está en plena etapa de desarrollo físico y cognitivo.
La educación es uno de los ámbitos que se ven más afectados por el
fenómeno migratorio. La falta de coincidencia entre los tiempos de la migración
y el ciclo escolar oficial, dificulta la incorporación, permanencia y promoción
dentro del sistema escolar. El PAJA (2004) estima que cerca del 61.1% de los
hijos de familias jornaleras agrícolas –de entre 6 y 14 años de edad– no asiste
a la escuela; que uno de cada cuatro niños nunca ha asistido a la escuela; y
que una proporción similar abandona sus estudios para incorporarse al trabajo
de tiempo completo.
Al acompañar a sus padres, los niños y niñas rarámuris se ven obligados
a suspender sus estudios. Por lo regular, en las zonas de destino, los niños
pequeños se quedan al cuidado de la madre en los albergues, mientras el jefe
de familia trabaja. En el caso de los adolescentes, la mayor parte prefiere
incorporarse a las tareas agrícolas antes que continuar con la educación
básica.
Entre los factores que desincentivan las actividades escolares están el
burocratismo de las instituciones públicas que exigen una serie de requisitos,
como actas de nacimiento y certificados escolares, que las familias indígenas
no pueden aportar, ya sea porque no los tienen, o porque la mayoría migra sin
ellos por temor a extraviarlos durante el viaje; así como la exigencia de cuotas
escolares y otros gastos (libros ,materiales, uniformes) que resultan imposibles
de cumplir, bajo las condiciones de pobreza y marginalidad que privan entre la
población rarámuri migrante.
En Cuauhtémoc existen al menos dos instancias educativas del sistema
de educación bilingüe intercultural en las que se supuestamente se imparten
contenidos por maestros bilingües. No obstante, durante el trabajo de campo
se pudo constatar que la mayor parte de estas instituciones han perdido su
carácter intercultural, optando por la enseñanza en el idioma español, ya que la
mayor parte de su población escolar es de origen mestizo. Al no profundizar y
hacer efectiva la interculturalidad en el ámbito escolar, se ven reflejados los
prejuicios existentes en la sociedad mestiza en la interacción con los y las
niñas rarámuris, sometiéndolos a distintas formas de discriminación como la
desvalorización de la lengua materna y de su identidad. Diversos testimonios
de mujeres y hombres coincidieron en señalar la imposición, por parte de las
escuelas locales, de normativas que atentan contra sus costumbres, como
dejar de usar sus vestidos tradicionales, así como la exigencia de cuotas,
referida previamente.
Nosotras no tenemos los recursos para mandarlos [a la escuela]. Piden uniforme, que les compremos los cuadernos, lápices, libretas. Y nosotras no tenemos con qué comprar, entonces no los mandamos. Allá en la escuela les cobran por el desayuno y por la comida y no tenemos. Allí era antes escuela intercultural indígena, luego ya entraron unos chabochis (niños y niñas mestizos) y luego ya exigieron más. Que los uniformes, que compren lápices, cuadernos y todo eso, ya no quieren que vayan vestidos con la ropa que acostumbramos y se burlan porque llevan huaraches. Por eso algunas ya los sacaron, porque no pueden comprar todo lo que les piden. (Grupo focal, mujeres rarámuris, Albergue Tarahumara Minita)
Finalmente hay que señalar que la movilidad entre ambientes
socioculturales diversos exige a los niños y niñas migrantes permanentes
esfuerzos de adaptación. Diversos estudios (Robles, 2008) señalan los efectos
de la itinerancia sobre la salud mental infantil y sus repercusiones en el diseño
de ambientes afectivo-emocionales estables que les permitan desarrollar sus
habilidades sociales y cognitivas. Esta situación se agrava en el caso de los
niños y niñas migrantes de origen indígena, quienes suelen ser los más
afectados por la discriminación, estigmatización y exclusión.
Condiciones de vida y de trabajo de la juventud rarámuri migrante
Además de la explotación laboral, la miseria, el hacinamiento y la carencia de
los servicios básicos, descrita en apartados anteriores, los jóvenes migrantes
rarámuris se ven sometidos, además, a diversas problemáticas socioculturales
que contribuyen a aumentar su vulnerabilidad durante la estancia migratoria.
Dichas problemáticas suelen afectar de manera distinta a hombres y mujeres.
En el caso de los varones, quizá la más evidente tiene que ver con la
influencia de hábitos de consumo de las zonas urbanas. El acceso a bebidas
alcoholicas de bajo precio y calidad es uno de los principales problemas que
aqueja a los jóvenes rarámuris, principalmente los varones. Alejados de la
dinámica social que prevalece en sus localidades de origen, y enfrentados a
condiciones de vida y de trabajo extremas, los indígenas migrantes recurren al
alcohol con mayor frecuencia. El pago por jornal, les permite contar con
recursos que gastan en la adquisición de bebidas alcohólicas adulteradas, que
nada tienen que ver con la bebida tradicional elaborada a base de maíz –batari
o tesgüino– que se consume de forma ritual en la Sierra Tarahumara. Estas
bebidas denominadas vulgarmente por los indígenas como “alcohol malo” o
“gasolina” suelen causar estragos en la salud física y mental de los rarámuris,
sin contar los perjuicios económicos inherentes a la adicción. La mayor parte
de las detenciones de indígenas rarámuris que se dan en la vía pública y las
posteriores consignaciones a la autoridad, se deben a faltas administrativas
cometidas bajo los influjos del alcohol. En muchas ocasiones, el grado de
embriaguez que manifiestan es tal, que más que la detención en las agencias
de seguridad pública, amerita la internación de emergencia en un centro de
salud. La falta de sensibilidad, tanto del personal policiaco, como de las
instituciones de salud que se niegan a recibir o atender a los indígenas que se
presentan en ese estado, ha dado lugar a situaciones trágicas. De hecho, la
Comisión Estatal de Derechos Humanos investiga actualmente la muerte de
tres indígenas rarámuris, acaecidas el año pasado en las instalaciones de
seguridad pública de Cuauhtémoc, tras su ingreso en estado de intoxicación
etílica.
La gravedad de este tipo de casos es un indicativo de la intensidad con
que el fenómeno del consumo de drogas (legales e ilegales) se presenta entre
la población indígena migrante. Entre estas, destacan la marihuana, el
pegamento, el thinner, y otras sustancias adictivas, además del alcohol, con las
que la población migrante –sobre todo la más joven– entra en contacto a su
llegada a la ciudad. Los testimonios sobre el consumo de drogas aparecen de
forma recurrente a lo largo de las entrevistas. Todos los días, a la orilla de las
vías del tren, es posible observar cómo se congregan grupos de indígenas
rarámuris a consumir drogas o inhalar solventes. Incluso, durante los recorridos
de campo, fue posible observar cómo incluso durante la jornada laboral
algunos jornaleros de origen rarámuri consumen marihuana.
Al tema de las adicciones, habría que añadir el de la inseguridad jurídica
que afrontan los migrantes indígenas, durante su estancia en Cuauhtémoc.
En las comunidades rarámuris de la Tarahumara, la justicia se imparte
de manera pública y abierta, de acuerdo a los usos y costumbres que prescribe
la tradición oral. Cuando se presenta algún asunto de justicia –por lo regular
delitos como el robo, la injuria o el adulterio– el gobernador o siriame convoca a
un juicio que se celebra al aire libre y donde todos los adultos pueden participar
y dar sus opiniones. La sentencia o castigo se establece de forma
consensuada, de común acuerdo entre el infractor y la parte agraviada,
tomando en cuenta las posibilidades económicas del acusado y buscando
siempre la restitución o compensación del daño. Esta forma particular de
impartir justicia, contrasta con la forma en que se imparte justicia en el mundo
occidental. Si a esta situación añadimos las barreras culturales y de idioma
entre la población rarámuri y el personal encargado de imponer el orden, así
como la indiferencia por parte de autoridades civiles y habitantes en general,
hacia la problemática de los migrantes, lo que tenemos es una población
vulnerable, indefensa ante cualquier tipo de arbitrariedades. De esta forma, es
común que durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los
separos y las cárceles de Cuauhtémoc permanezcan llenas de indígenas
adultos y jóvenes que son detenidos de forma arbitraria en la vía pública o que
cometieron delitos menores y que carecen de medios legales para defenderse.
Generalmente los rarámuris son apresados por intoxicación en la vía pública, por agresión y la policía ya está puesta para llevarlos. Los maltratan mucho, hay personas que tienen un desprecio profundo por la vida humana, sobre todo por personas diferentes, ahí se desquitan, me ha tocado ver, los bajan del cabello (…) pero no podemos estar todo el
canijo día ahí, vamos un ratito a verificar a ver si no hay golpeados o algo (…) será como el 15% en el Cereso de población indígena. (Funcionario, CDEH, Cuauhtémoc).
En cuanto a las mujeres, vale señalar que son éstas quienes a partir del
fenómeno migratorio se ven más afectadas en términos de su condición y
posición. La mayor parte de ellas no hablan o hablan muy poco el castellano lo
que las ubica en una posición de desventaja en el ámbito laboral y social, con
respecto a los hombres, quienes acostumbrados a buscar trabajo temporal en
las ciudades y a convivir con los mestizos, suelen hablarlo con cierta soltura.
Esta circunstancia constituye un elemento de vulnerabilidad de las mujeres
rarámuris, quienes al llegar las ciudades no sólo ven reducidas sus
posibilidades de empleo debido a su condición étnica y lingüística, sino que
además se ven excluidas del sistema legal y de justicia, educativo y de salud
pública.
En el ámbito laboral, pese a que el pago por jornal es el mismo para
hombres y mujeres, se pudo constatar que durante la temporada de la pizca de
la manzana, una de las más largas y mejor retribuidas del proceso de cultivo,
existe preferencia por la contratación de varones, sobre todo en las primeras
semanas, cuando la cosecha no es cuantiosa. Solo durante el desaije tiene
más demanda el trabajo de las mujeres, esto porque se requiere de gran
habilidad manual, agudeza visual, destreza y mucha paciencia, pero sobre
todo, de la adquisición de un saber especializado en torno al desarrollo de la
manzana9. No obstante, las habilidades y el conocimiento que se despliegan
durante esta etapa no es valorado y mucho menos, remunerado de mejor
manera por las empresas agrícolas. Por el contrario, como señala Sara Lara
(1986; 1996), a las jornaleras indígenas se les identifica como trabajadoras con
escasa o nula formación, porque sus competencias o saberes se suponen
innatos y típicamente femeninos en lugar de ser valorados como producto de
una formación social.
Durante el proceso migratorio, los valores, normas, formas de
comportamiento símbolos y significados asociados con las relaciones de
género sufren cambios profundos. Esto suele provocar conflictos al interior de
la comunidad, o como en el caso de las mujeres que deciden separarse de sus
9 Para realizar este trabajo las jornaleras deben distinguir etapas de maduración y distintas calidades del producto, lo que supone un conocimiento del proceso productivo que aprenden en la práctica.
parejas, da lugar a procesos de desintegración y/o reconstitución de nuevos
núcleos familiares. Por otro lado, el fenómeno migratorio, aunado a la influencia
de modelos culturales distintos y el contacto con otros actores, han impactado
las formas de organización política de los pueblos indígenas dando mayor
protagonismo a las mujeres en la vida pública, tal es el caso de las
gobernadoras rarámuris asentadas en Cuauhtémoc, las cuales ocupan un
cargo de representación tradicional que en sus localidades de origen les está
culturalmente vedado.
A partir de los testimonios que se recogieron entre la población migrante
rarámuri se pudo constatar que algunas mujeres perciben como cambios
positivos los vinculados a la experiencia migratoria: la ampliación de espacios
de acción y de su capacidad de negociación tanto a nivel comunitario como
familiar. Asimismo, muchas de ellas destacan que ha mejorado la
comunicación en el matrimonio y que toman más decisiones en forma conjunta
que cuando vivían en sus localidades de origen.
En este sentido, si bien la migración tiene efectos negativos sobre la
condición de las mujeres rarámuris incrementando notablemente su carga de
trabajo, exponiéndolas a la discriminación étnica y genérica, y colocándolas en
una situación de vulnerabilidad; es al mismo tiempo un factor que, en algunas
de ellas, ha contribuido a generar cambios en su posición de género,
induciendo una reconstitución de sus identidades individuales y favoreciendo el
tránsito hacia modelos menos inequitativos y autoritarios. Esta conclusión
coincide con los hallazgos de otras investigadoras (Meentzen, 2007; Ariza,
2000b; Büjs, 1993; Morokvásic, 1983) que sostienen que la migración abriga la
potencialidad de alterar las asimetrías entre hombres o mujeres, aunque
reconocen que no es el único elemento que afecta o altera las relaciones de
género, que los cambios que induce no todos son necesariamente positivos, y
que dependen de una serie de factores conexos contingentes a cada situación
migratoria.
Conclusiones
Las condiciones de vida y de trabajo de la población jornalera en el municipio
de Cuauhtémoc, Chihuahua son sumamente precarias e incluyen, entre otros
aspectos, largas jornadas de trabajo a cambio de salarios de subsistencia;
hacinamiento y falta de higiene en los albergues y campamentos donde se
instalan las familias; carencia de servicios básicos de salud, educación y
alimentación; y discriminación y exclusión social que se manifiestan en la
indiferencia de las autoridades hacia las necesidades propias de este sector.
No obstante, la problemática de la niñez y la juventud, acusa características
muy particulares. En el caso de los niños y niñas, destaca la vulnerabilidad que
se deriva de las condiciones de vivienda y de la satisfacción de las
necesidades de salud y alimentación, así como el tema escolar. Este último
punto no es menor en cuanto constituye el único mecanismo que permitiría
romper eventualmente el círculo de pobreza y marginación en el que se
encuentran atrapadas estas familias.
Lo mismo vale para el caso de los jóvenes quienes además de afrontar
condiciones precarias en el ámbito laboral, se ven expuestos al alcoholismo y a
la drogadicción, así como al abuso por parte de las autoridades. En el caso de
las mujeres habría que agregar a todas estas situaciones, las que se derivan
de su condición de género.
En suma se puede afirmar que la población jornalera migrante es un
grupo heterogéneo, con características de vida y trabajo que aunque pueden
parecer similares, adquieren en su contexto geográfico y socioeconómico,
formas y aspectos específicos que pueden verse afectados por variables
diversas, tales como, su adscripción genérica, etaria o étnica, sus pautas
migratorias, sus localidades de origen y el tipo de labor y cultivo en el cual se
ocupan.
Lo anterior obliga desarrollar metodologías y estrategias de
investigación, que profundicen sobre la problemática compleja de las y los
jornaleros migrantes, de manera tal que se pueda focalizar sobre las
necesidades concretas de este grupo poblacional en relación a los contextos
regionales o locales particulares en los que éste se desenvuelve atendiendo a
la diversidad, características y necesidades específicas de los grupos que la
integran: niños, jóvenes, mujeres, indígenas, entre otros.