Marginados y Discriminados

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Marginados y discriminados: jóvenes, niños y niñas rarámuris de grupos domésticos jornaleros migrantes en Cuauhtémoc, Chihuahua Introducción El municipio de Cuauhtémoc, en el noroeste del estado de Chihuahua, está considerado como una de las zonas de producción frutícola más importantes del país. Año con año, está región atrae a más de 5 mil 500 trabajadores migrantes –la mayoría de ellos de origen rarámuri–, aunque diversas fuentes señalan que al considerar a los y las integrantes de los grupos domésticos jornaleros, pueden acudir durante el período de cosecha, hasta 10 mil personas de la etnia rarámuri. Esta población se integran a partir de la venta de su fuerza de trabajo a la cosecha de manzana, cuyo valor de producción, tan sólo en este municipio, supera los mil millones de pesos anuales (SIAP, 2010). A diferencia de otros circuitos migratorios, donde los varones emigran temporalmente en busca de empleo a las grandes ciudades o campos de cultivo, las y los rarámuris indígenas que se desplazan hacia la zona manzanera de Cuauhtémoc suelen viajar en familia. La inmersión de los grupos domésticos indígenas en el contexto urbano implica, entre otras cosas, la conformación de nuevos arreglos familiares, la integración a nuevos entornos de trabajo, y la adopción de esquemas culturales inéditos (Sentíes, 2007). Diversos autores (Pombo, 2007) señalan que la población jornalera indígena de México afronta una serie de

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Marginados y discriminados: jóvenes, niños y niñas rarámuris de grupos domésticos jornaleros migrantes en Cuauhtémoc, Chihuahua

Introducción

El municipio de Cuauhtémoc, en el noroeste del estado de Chihuahua, está

considerado como una de las zonas de producción frutícola más importantes

del país. Año con año, está región atrae a más de 5 mil 500 trabajadores

migrantes –la mayoría de ellos de origen rarámuri–, aunque diversas fuentes

señalan que al considerar a los y las integrantes de los grupos domésticos

jornaleros, pueden acudir durante el período de cosecha, hasta 10 mil personas

de la etnia rarámuri. Esta población se integran a partir de la venta de su fuerza

de trabajo a la cosecha de manzana, cuyo valor de producción, tan sólo en este

municipio, supera los mil millones de pesos anuales (SIAP, 2010).

A diferencia de otros circuitos migratorios, donde los varones emigran

temporalmente en busca de empleo a las grandes ciudades o campos de

cultivo, las y los rarámuris indígenas que se desplazan hacia la zona

manzanera de Cuauhtémoc suelen viajar en familia. La inmersión de los grupos

domésticos indígenas en el contexto urbano implica, entre otras cosas, la

conformación de nuevos arreglos familiares, la integración a nuevos entornos

de trabajo, y la adopción de esquemas culturales inéditos (Sentíes, 2007).

Diversos autores (Pombo, 2007) señalan que la población jornalera

indígena de México afronta una serie de desventajas, derivadas de su origen

étnico y su condición de pobreza y exclusión, que la coloca en una situación

vulnerable, en medio de la indiferencia, el racismo y la subordinación. A la

exclusión de etnia que enfrentan la mayor parte de los jornaleros agrícolas,

habría que agregar la de género y generación que afecta a las mujeres,

jóvenes, niños y niñas indígenas migrantes, quienes en su conjunto, integran la

población más indefensa y marginada del país (De Grammont, 2001).

Con base en información recopilada a partir de entrevistas a

profundidad, talleres, grupos focales y observación participativa, en albergues y

campos agrícolas de Cuauhtémoc, Chihuhua, se presentan algunas

conclusiones en torno a la forma en que la experiencia migratoria incide sobre

las condiciones de vida de la población jornalera rarámuri que migra a esta

región, diferenciando sus vivencias y afectaciones por género y generación.

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Lo jornaleros agrícolas migrantes

En las últimas décadas la migración rural-rural se incrementado en México de

forma ostensible. En gran medida, esto se debe al deterioro de las condiciones

de vida de los campesinos e indígenas del país a raíz de los procesos de

reestructuración económica que supuso la adopción del modelo económico

neoliberal; así como al incremento de la población rural que carece de tierra o

cuyas condiciones de producción se han visto deterioradas por causas

ambientales. Por otro lado, se debe considerar la incorporación de México al

proceso de globalización económica, la cual ha repercutido en el reacomodo de

las regiones productivas, y la consolidando de nuevas zonas de desarrollo

agrícola y agroindustrial que en determinadas épocas del año demandan mano

de obra en cantidades que no puede satisfacer la oferta local.

Así, el incremento en la migración rural-rural que emprenden los

jornaleros y jornaleras agrícolas, tiene su origen tanto en el deterioro de las

condiciones de vida en las comunidades expulsoras, como en la demanda

estacional de mano de obra en las zonas de atracción.

Cada año miles de jornaleros agrícolas migrantes se mueven de su

localidad de origen a las regiones que cuentan con un mercado de trabajo

dinámico, en donde laboran por espacio de varios meses, y en las que una vez

concluida la cosecha, regresan a sus comunidades, conformando con ello

patrones migratorios de carácter circular, pendular o golondrino.

De acuerdo con estimaciones de la Sedesol (2006) existen en el país, al

menos 73 regiones agrícolas conocidas como mercados de trabajo rural con

fuerte demanda de trabajadores migrantes. La población jornalera está

integrada por un grupo social heterogéneo integrado por poco más de 3.1

millones de trabajadores y trabajadoras, de los cuales 1.2 millones son

migrantes que en su mayoría provienen de los estados más pobres del país,

como son Hidalgo, Guerrero, Oaxaca, Puebla y Veracruz (Sedesol, 2006). Uno

de los rasgos más característicos de la migración jornalera, es la incorporación

de las mujeres y los niños a los procesos migratorios y al trabajo en los campos

agrícolas de destino, como una forma de incrementar los precarios ingresos

familiares. El Programa de Jornaleros Agrícolas Migrantes (2004) estima en

55.6% el porcentaje de jornaleros agrícolas que viajan con su familia. Un

estudio de Sedesol (2001), realizado hace diez años, se reportaba la existencia

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de al menos 405,712 grupos doméstico que estaban en permanente

movimiento entre las zonas de origen y las zonas receptoras. Dichos grupos

estaban integrados por jóvenes con una edad promedio no mayor a 30 años,

de los cuales el 57% eran hombres, el 43% mujeres, y el 40% niños de ambos

sexos (Rojas, 2006).

Si bien no existen cifras oficiales actualizadas que den cuenta de la

dimensión de la migración familiar, es previsible que ante la crisis agrícola y la

depauperización de las condiciones de vida en las zonas rurales del país, ésta

se haya incrementada ostensiblemente a lo largo de la última década.

El alto componente étnico es otra característica de la población jornalera

migrante. Sedesol (2006) estima en 36% de la población jornalera de origen

indígena. No obstante existen estudios que señalan que la población indígena

bilingüe y monolingüe entre los jornaleros migrantes alcanza el 40% (Rojas,

2006); aunque ese porcentaje puede llegar a aumentar en algunas regiones

hasta en 58% o incluso más (Pronajag, 1997).

Diversas investigaciones constatan diferencias socioculturales notables

entre la población jornalera mestiza y la origen indígena, las cuales se traducen

en discriminación y condiciones mucho más precarias para estos últimos.

Salmerón (2009) señala que mientras el 25% de la población mestiza es

analfabeta, este porcentaje alcanza 50% entre la población indígena.

Asimismo, la escolaridad, de por sí baja entre los jornaleros mestizos (quinto

grado los hombres y cuarto las mujeres) se reduce en el caso de la población

de origen indígena (cuarto grado los hombres y tercero las mujeres).

En este sentido es conveniente señalar que si bien la precariedad y

marginalidad que se manifiesta en graves problemas de salud, desnutrición,

exclusión social, discriminación y maltrato, es compartida por el conjunto de la

población jornalera migrante, el caso de las y los jornaleros indígenas es

particular, ya que además de la problemática inherente a su condición de clase,

enfrentan una serie de limitantes y restricciones derivadas de su adscripción

étnica. Tal es el caso de los prejuicios étnicos y las prácticas discriminatorias

que suelen traducirse en indefensión social y legal que acentúa su ya de por sí

precaria condición de migrantes; así como las dificultades inherentes al

monolingüismo que dificultan todavía más el entendimiento con otros grupos

culturales.

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A las desventajas de su origen étnico y su condición de pobreza y

exclusión, que la coloca en una situación vulnerable, en medio de la

indiferencia, el racismo y la subordinación, habría que agregar las que se

derivan de la condición género y generación, que afecta a las mujeres, niños y

niñas indígenas migrantes, quienes en su conjunto, integran la población más

indefensa y marginada del país (De Grammont, 2001).

Los jóvenes y los niños y niñas migrantes de origen indígena que

acompañan a sus padres a los campos de cultivo, se ven expuestos a las

mismas condiciones de vivienda, higiene y alimentación que sus progenitores,

con el agravante de que muchos de ellos se ven obligados suspender su

formación educativa básica para trabajar. Se consideran que éste es el grupo

más vulnerable, en tanto que es el más invisible, y por tanto, el más sujeto a la

explotación y al abandono institucional.

La invisibilidad se evidencia en la ausencia de datos estadísticos

confiables que permitan determinar el número de jóvenes, niños y niñas que

migran cada año desde sus localidades de origen hasta los campos agrícolas.

Sedesol (2006), por ejemplo, reporta que el 20% de la fuerza laboral de los

jornaleros agrícolas migrantes está constituida por menores de 6 a 14 años de

edad. Este mismo organismo, en un estudio previo señalaba un índice nacional

de trabajo infantil de 24.31, aunque a nivel regional, dependiendo el tipo de

región podía llegar a incrementarse de forma notable2 (Sedesol, 2001).

Vera y Yocupicio (2007), por su parte, señalan que de acuerdo al

Programa de Jornaleros Agrícolas existen 1.2 millones de niños migrantes

menores de 14 años en México. Glockner (2009) basada en cifras de la

Secretaría de Trabajo y Desarrollo Social afirma que tan sólo en las

plantaciones de exportación del norte del país se calcula que trabajan

aproximadamente 900 mil niños jornaleros, que representan casi el 27% del

total de la fuerza de trabajo en este sector. Recientemente, la CNC ubicó en

3.2 millones de niños entre 5 y 13 años de edad que laboran en los campos

agrícolas de México por menos de dos dólares diarios (Milenio, 29 abril 2012).

Finalmente, la UNICEF (2012 afirma que el 44% de los hogares de jornaleros 1 Índice elaborado a partir del número de niños de 6 a 14 años dividido entre el número de trabajadores adultos (15 y más años) multiplicado por cien.2 El estudio encontró que en donde se producen hortalizas, el índice se elevaba considerablemente, tal es el caso de las regiones de la costa centro (37.3) y norte de Sinaloa (34.3), la región melonera de Huetámo (48.2), la costa centro de Nayarit (36.2) y el valle de Vizcaíno (30.4).

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agrícolas en México cuenta con al menos un niño o niña trabajador, cuyos

ingresos se acercan al 41% de los del total familiar. Como se puede apreciar,

la ausencia de datos estadísticos confiables, evidencia la ceguera institucional

que existe hacia este sector vulnerable y la incapacidad para generar políticas

públicas acordes con la naturaleza del fenómeno.

La incorporación de niños y niñas al trabajo infantil es producto de la

profundización de la crisis agrícola, que ha orillado a que la totalidad del grupo

doméstico se vea obligada a vender su fuerza de trabajo a las empresas

agrícolas para sobrevivir. En este contexto problemático, las empresas

agrícolas no juegan un papel pasivo, en tanto que se valen de la situación de

pobreza, marginación y exclusión de la población jornalera; así como de la

posición específica de cada persona en términos de género, clase, etnia, edad

y su estatus migratorio, para mantener flexible la organización de la fuerza

laboral (Becerra, et al, 2008).

La mano de obra infantil representa ventajas para la agroindustria, ya

que puede desarrollar el mismo trabajo a costos inferiores, configurándose

como un elemento de presión contra los salarios que devengan los adultos. No

obstante, la mano de obra infantil (y en ocasiones, también la femenina) es la

primera en ser despedida cuando se reduce la oferta de trabajo en los campos

agrícolas (Martínez y Hernández, 2011; Sánchez, 2005).

La contratación de mano de obra infantil, la intensidad y duración de la la

jornada de trabajo, el salario y otras condiciones laborales a las que se ven

sometidos los niños y niñas jornaleros, varían en función de la región, del tipo

de cultivo comercial y de los empleadores. Por ejemplo, el proceso productivo

de algunos cultivos requiere de actividades especializadas y delicadas, como

amarres, cortes y embalajes, en donde la mano de obra infantil y femenina es

apreciada, ya sea por su baja estatura, su “delicadeza” o sus manos “ágiles”.

Algunas investigaciones reportan incluso el uso de cuadrillas infantiles en

empresas hortícolas (Sánchez, 2005). En algunas zonas, la mano de obra

infantil desarrolla actividades paralelas o previas a la pizca y la cosecha que no

suelen ser remuneradas o que lo hacen a muy bajo costo (Barrón, 1999).

Existen otras zonas donde, debido a las características del cultivo, la mano de

obra infantil no es requerida, lo que impone dificultades de diversa índole a los

jornaleros que migran junto con sus familias (Martínez y Hernández, 2011). Por

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tal motivo, para el análisis de las condiciones de vida y de trabajo de este

sector, resulta necesario diferenciar las distintas situaciones que se presentan

por región y tipo de cultivo.

Juventud y niñez jornalera rarámuri en la zona manzanera de Chihuahua

El estado de Chihuahua está considerado como el principal productor de

manzana del país. Sus condiciones de clima y suelo le permiten obtener

rendimientos muy similares a los de la manzana que se produce en los Estados

Unidos. De hecho, el rendimiento por hectárea que registra este cultivo es –

junto con el del estado de Veracruz– el más alto de México.

Cuauhtémoc se encuentra en la llamada “Ruta de la Manzana” que

cubre los municipios de Cuauhtémoc, Cusihuiriachi, Carichí y Guerrero, entre

otros. A lo largo de esta ruta se produce manzana de calidad reconocida a nivel

nacional e internacional. Por la cantidad de hectáreas cosechadas anualmente,

como por el valor que representa dicho cultivo, Cuauhtémoc constituye el

municipio más importante de Chihuahua y de todo el país, en lo que a la

producción de manzana se refiere3.

Ante la imposibilidad de cubrir la demanda de jornales que se requieren

durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, se calcula que cada

año migran hacia Cuauhtémoc, cerca de 5 mil 500 trabajadores migrantes –la

gran mayoría, indígenas rarámuris– que salen de la Sierra Tarahumara y otras

regiones aledañas, para contratarse en los huertos (Ramírez, Palacios y

Velasco, 2006).

Las temporadas de mayor demanda de mano de obra se concentran

durante los meses de abril, mayo y junio durante el desaije o raleo (donde se

eliminan algunas manzanas para garantizar mejor tamaño y calidad de la fruta),

y durante los meses de la cosecha que empiezan en agosto y terminan en

octubre. En esos meses la población rarámuri migrante que se asienta en

Cuauhtémoc y sus alrededores, alcanza su mayor concentración4.

En el caso de la producción de manzana en Cuauhtémoc, es posible

identificar varios tipos de estructuras organizativas a partir de las cuales se 3 En el 2010 Cuauhtémoc, se configuró como el principal municipio productor de manzana de Chihuahua, al sumar 7 mil 925 hectáreas cosechadas (34.33% del total estatal) que derivaron en 133 mil 446 toneladas, con un valor de poco más de 811 millones de pesos (35.6% del total estatal).4 Otra temporada en la que suelen llegar rarámuris a Cuauhtémoc, comprende los meses de diciembre y enero, cuando muchas familias migran hacia las zonas bajas de la Tarahumara para huir del frío.

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desarrolla el reclutamiento de mano de obra. Por lo regular, los rarámuris

recurren a contratistas locales –también llamados enganchadores– que se

ocupan del traslado desde sus comunidades de origen hasta los campos

agrícolas de Cuauhtémoc, a cambio de cierta cantidad de dinero, la cual será

pagada antes o después del traslado, con los primeros jornales obtenidos en

las huertas de manzana. Estos contratistas o enganchadores están

apalabrados con las principales empresas productoras de la región. De modo

tal, que los contingentes de jornaleros arriban directamente a los albergues

controlados por dichas empresas, en donde permanecen alojados durante el

tiempo que dura la cosecha. Así, los enganchadores locales no sólo facilitan el

ingreso al mercado laboral, sino, también su permanencia en él. Al financiar el

transporte y proporcionar alojamiento a los jornaleros, los enganchadores

condicionan la relación entre las y los trabajadores con sus fuentes de empleo,

obligándolos a trabajar para cubrir las deudas contraídas con el intermediario.

En el caso de los jornaleros que provienen de otras partes del país, la

mayor parte de ellos se trasladan hasta Cuauhtémoc en virtud de la relación

que las empresas frutícolas mantienen con contratistas o enganchadores, que

mueven a cientos de jornaleros provenientes de otras partes de la República,

los cuales se comportan como pequeños empresarios que surten de mano de

obra a las empresas durante la temporada de cosecha de la manzana. Estos

grandes contratistas convencen a los jornaleros migrantes que trabajan en los

campos agrícolas de Sinaloa u otras entidades cercanas, para que una vez

terminada la cosecha, retomen el circuito migratorio y se trasladen hasta

Cuauhtémoc donde la pizca apenas comienza.

En muchas ocasiones, con tal de convencer a las y los trabajadores, los

enganchadores ocultan o alterna información sobre las condiciones de trabajo y

ofrecen prestaciones y servicios que no siempre se cumplen a cabalidad en los

términos acordados. Esto suele ser foco de conflicto entre la población

jornalera y los representantes de las empresas de manzana, quienes por tal

motivo, prefieren contratar a la población de origen rarámuri. Los directivos de

La Norteñita, la principal empresa manzanera de la región, refieren algunos de

estos casos:

A ellos les prometen a veces algo y no se lo cumplen, por eso protestan; pero si les dijeran la verdad desde un principio, no habría

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ningún problema. Tuvimos un caso de gente que trabajaba en maquiladoras y venía con su ropa de vestir, y pensaban que así se iban a ir a las huertas, no les dijeron en qué consistía el trabajo, no sabían hacerlo, el desaije requiere un trabajo de cuidado, la pizca también, todo eso es mala información, a la hora de decirles hay trabajo en tal estado tendrían que decirles realmente en qué consiste. (Teresa, empleada de La Norteñita, Cuauhtémoc)

Buena parte de los empresarios agrícolas contratan preferentemente

población de origen rarámuri; en tanto que las grandes empresas, como La

Norteñita, que por sus niveles de producción requieren de la concurrencia de

volúmenes considerables de fuerza de trabajo, contratan principalmente a

población rarámuri y complementan sus contingentes de trabajadores agrícolas

con jornaleros mestizos e indígenas provenientes de otras regiones del país. La

preferencia hacia el grupo étnico rarámuri evidencia de forma muy clara cómo

el origen y la composición de la fuerza de trabajo constituyen factores decisivos

para la imposición de condiciones más precarias de trabajo a las y los

jornaleros, cuya vulnerabilidad se deriva de su condición económica,

migratoria, social, de género y étnica.

Por su forma de ser [los rarámuris] son muy reservados muy respetuosos, nunca se meten en problemas, no ofenden a nadie, no crea, son dóciles, saben trabajar, vienen a trabajar, tenemos gente de muchos años; en cambio, no por nada, pero me ha tocado ver otros casos, por ejemplo, viene gente de Chiapas, ellos traen a su líder, ponen condiciones, o sea, cosas que no. Ellos [los rarámuris] llegan tranquilamente, preguntan, pero la gente más para el sur tiene otra forma de pensar (Teresa, empleada de La Norteñita, Cuauhtémoc).

Como se puede observar, los enganchadores representan un eslabón

más de la compleja cadena de intermediaciones que articula a las zonas

expulsoras de los jornaleros migrantes con las fuentes de empleo. Algunos

autores (Barrón, 1997; Lara 1996) señalan que este mecanismo de traslado y

contratación de jornaleros permite la creación artificial de una sobreoferta de

fuerza de trabajo que permite a los empresarios agrícolas evitar desequilibrios

en la demanda estacional de trabajo, facilitar los esquemas de flexibilización

laboral y condicionar el salario. Por otro lado, diversas investigaciones (Fisher,

1953; Mines y Anzaldúa, 1982; Paré, 1987; Zabin, 1992; Villarejo y Runsten,

1993) apuntan al uso del intermediarismo como medio eficaz para disuadir,

contrarrestar y combatir la organización laboral. La ausencia de organizaciones

sindicales o de otros organismos de defensa de los derechos laborales entre

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las y los jornaleros rarámuris que trabajan en Cuauhtémoc, parecerían

constatar estos señalamientos.

Si bien los enganchadores ocupan un papel primordial en el

reclutamiento de buena parte de la mano de obra que se utiliza en la cosecha

de la manzana, lo cierto es que esta forma de vinculación con las empresas

agrícolas, coexiste con el autoreclutamiento. Ambas modalidades reportan

ventajas a los empresarios agrícolas ya que gracias a estos mecanismos, los

productores transfieren el costo del viaje a los jornaleros, al tiempo que evaden

la responsabilidad legal sobre las condiciones del traslado. Asimismo,

constituyen un instrumento eficaz para abaratar el costo de la mano de obra,

así como atomizar las demandas de las y los trabajadores, desempeñando un

papel clave en las condiciones de trabajo.

Al llegar a Cuauhtémoc, mujeres y hombres rarámuris se incorporan a

las actividades productivas en condiciones de inseguridad laboral, entre otras

razones, porque su posibilidad de empleo, su tiempo de ocupación, sus

jornadas de trabajo, obedecen generalmente a la necesidad que tenga el

productor de colocar sus productos en el mercado y no a lo que estipula la ley

laboral.

De esta manera, la relación laboral entre empresarios y jornaleros es de

carácter informal, ya que no media ningún tipo de contrato. El pago del jornal

es por día, lo que impide que se genere antigüedad laboral. Los jornaleros no

tienen las prestaciones mínimas y los patrones no asumen ninguna

responsabilidad legal frente a los riesgos asociados al trabajo. Servicios como

el de comida, albergue, guarderías, consultas médicas y otros, son

concesiones que se otorgan de manera voluntaria por el patrón y que en

muchas ocasiones tienen un costo. En el albergue de La Norteñita, por

ejemplo, el hospedaje dentro de las instalaciones de la empresa tiene un costo,

lo mismo que la comida que se ofrece a las y los trabajadores agrícolas durante

la jornada de laboral; situación que mina los de por sí precarios salarios de los

jornaleros.

Diario estamos gastando unos 60 pesos y aparte estamos pagando, nos están quitando 10 pesos a la entrada del albergue. (Ignacio, 37 años, jornalero rarámuri)

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Ahora últimamente tenemos que comprar la comida. Primero estaban dando y ahora hay que comprar uno la comida. Nos queda poco, como de 50 a 80 pesos. (Miguel, 26 años, jornalero rarámuri)

Por otro lado, la sobreoferta de mano de obra permite a los empresarios

limitar la contratación a los momentos en que ésta es indispensable,

reduciendo considerablemente los gastos salariales y evadiendo de paso el

goce de prestaciones y servicios a los que tienen derecho los asalariados

permanentes. De esta forma, incluso en las temporadas de alta demanda de

fuerza de trabajo, los jornaleros rarámuris que bajan de la Tarahumara no

cuentan con la garantía de un empleo. En ocasiones pasan varios días o

semanas, antes de que sean contratados por las empresas manzaneras o por

los agricultores de la región.

Fíjate que llevo muy poquitos días [trabajando] apenas una semana ya trabajada, de la semana pasada, y de ésta pues nomás tres días, porque ayer nos dijeron que no, que ya habían recortado gente. De nosotros habemos varios que no [nos contrataron]. Mi esposo sí fue a trabajar, nada más como unas veinte personas [fueron], pero nos dijeron que mañana van a inscribir a más, a lo mejor para el lunes. (Cristina, 32 años, jornalera rarámuri)

Condiciones de vida de la niñez jornalera rarámuri

Dadas las características bajo las cuales se lleva a cabo la producción de

manzana, la fuerza de trabajo infantil no es muy demandada por las empresas,

ya que la mayoría de las actividades agrícolas vinculadas a este cultivo exigen

ciertas condiciones físicas que los niños y niñas menores de diez años

difícilmente podrían cumplir. Por ejemplo, una estatura mínima que les permita

alcanzar los frutos de los árboles, o el despliegue de fuerza física que les

permita cargar las escaleras en los huertos o cargar los pesados fardos de

manzana5. Esta situación impone una problemática particular a los grupos

domésticos migrantes de origen rarámuri, que a diferencia de los jornaleros

mestizos, suelen desplazarse en familia.

El primer obstáculo al que se enfrentan los grupos domésticos migrantes

es el de la vivienda. Resolver dónde pasará la noche la familia en las zonas de

destino se convierte en la principal preocupación de los migrantes rarámuris. La

5 No obstante, durante los recorridos de campo realizados durante la investigación fue posible apreciar la presencia de niños y niñas de 13 años de edad integrados a las cuadrillas de trabajo.

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empresa La Norteñita, principal fuente de empleo en Cuauhtémoc6, ha

instalado desde hace varios años un sistema de albergues que entran en

funcionamiento durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los

cuales cumplen con una doble función: por un lado, proporcionan alojamiento a

los jornaleros migrantes que bajan de la Sierra Tarahumara o que llegan de

otras regiones del país; y por otro, aseguran la permanencia y disponibilidad de

la mano de obra durante las temporadas de mayor demanda.

Contar con albergues, permite a las empresas agrícolas establecer

condiciones e imponer restricciones en el tipo de mano de obra utilizada. Por

ejemplo, al interior de los albergues de La Norteñita, los dormitorios de

hombres y mujeres están separados y la presencia de niños y niñas está

restringida.

La separación entre hombres y mujeres, y el acceso restringido a

menores, son factores que desincentivan la llegada de jornaleros que viajan en

familia, los cuales se ven obligados a buscar alojamiento en otro tipo de

albergues y/o a buscar trabajo en otras empresas. Pese a ello existen casos de

grupos domésticos con hijos adolescentes que al no encontrar hospedaje en

otro lado, deciden alojarse en los albergues de La Norteñita, aunque esto

implique la separación temporal de la familia y la cohabitación con otros grupos

étnicos en condiciones de hacinamiento.

Para las familias que viajan con hijos menores, los albergues de La

Norteñita no son opción, razón por la cual deben buscar otras alternativas de

vivienda temporal. Una de ellas es el hospedaje con familiares establecidos de

forma definitiva en Cuauhtémoc o la renta de cuartos por semana, o incluso,

hasta por día, en las periferias de la ciudad, opción poco recurrida por los altos

costos que implica.

Otra alternativa es el albergue de Sedesol, el cual, además de contar

con dormitorios colectivos para los migrantes que viajan solos, cuenta con

espacios reservados para el hospedaje de las familias, canchas deportivas e

incluso, instalaciones educativas. No obstante, debido a la gran cantidad de

migrantes que arriban hasta Cuauhtémoc durante esta temporada del año,

suele no darse abasto.

6 Esta empresa, considerada la más grande del país en su tipo, cosecha alrededor de 70 mil toneladas de fruta cada año; posee más de 3 mil hectáreas con más de dos millones de árboles; y genera cerca de 7 mil 500 empleos, de los cuales 2 mil 500 son directos y 5 mil eventuales. (Reforma, 2010).

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Finalmente, está la opción de los albergues particulares, en donde las

condiciones de vida son sumamente precarias, pero en donde a diferencia de

los casos anteriores, el hospedaje no tiene costo, y en ocasiones, la comida y

otros servicios –como la atención médica– están subsidiados, lo que los hace

sumamente atractivos para las familias migrantes.

Ejemplo de este tipo de vivienda, es el Albergue Tarahumara Minita,

donde desde hace varias décadas acuden familias rarámuris en busca de

refugio, durante su estancia en Cuauhtémoc. Este albergue, ubicado a las

afueras de la ciudad llega a recibir más de ciento cincuenta rarámuris durante

las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los cuales cohabitan en

condiciones de hacinamiento. Durante el trabajo de campo se pudo ubicar en

este albergue cerca de 50 niños y niñas menores de 14 años. Los cuartos

destinados a las familias en este albergue son escasos, por lo que la mayoría

duerme sobre el piso, en una bodega techada parcialmente, mientras que el

resto se ve obligado a dormir a la intemperie. Durante la temporada de mayor

demanda, las instalaciones sanitarias no son suficientes y los baños y el agua

no siempre están disponibles. Todo esto deriva en una incidencia notable de

enfermedades gastrointestinales e infecciones broncorespiratorias, sobre todo

entre la población infantil.

[Quisiéramos] más cuartos, para que puedan caber muchos. Pues ya ves cuando los niños se quedan afuera, y tienen frío y se enferman mucho. Sí necesitamos más casas. Se mojan todas las cosas, y los niños se enferman mucho por el frio. Entonces necesitamos unas casas donde sí quepan todos. Y luego cuando hace frío, pues es peor. (Julia, 23 años, jornalera rarámuri)

Cabe destacar que a diferencia de los albergues mencionados

anteriormente, este no es un albergue temporal, es decir, sus puertas están

abiertas durante todo el año para las familias rarámuri. La política de sus

administradores es que el hospedaje no tiene costo y no se le niega la entrada

a nadie. Curiosamente, son este tipo de albergues, ampliamente recurridos por

la población de origen rarámuri, los que acusan mayores problemas para

solventar su operación, ya que dependen exclusivamente de las donaciones

públicas y privadas de algunas organizaciones altruistas locales, lo que

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inevitablemente se traduce en una atención limitada a las necesidades básicas

de las familias rarámuri.

La salud es otro tema que repercute en las condiciones de vida de la

población jornalera migrante, en particular, los niños y las niñas. Existen

diversos factores que operan en contra de una atención adecuada de la salud.

Uno de ellos es la falta de tiempo y el costo que en términos monetarios implica

perder una jornada de trabajo para asistir a los centros hospitalarios. El otro, y

quizá más importante, está conformado por las barreras culturales y las

nociones divergentes en torno a la naturaleza de la salud y la enfermedad7

entre la población rarámuri y mestiza, así como la percepción que existe entre

el personal médico que labora en estas instituciones de que la atención a los

migrantes rarámuris representa una carga de trabajo adicional a la que

desarrollan en sus respectivos centros laborales, lo que se traduce en

desinterés y en una cobertura deficiente de dichos servicios, lo que en

ocasiones deriva en complicaciones graves y hasta en la muerte8.

Las niñas y los niños migrantes son atacados con mayor frecuencia que

los adultos por diversos tipos de enfermedades. Factores como los cambios

constantes del clima; el acceso limitado al agua potable; las condiciones de

hacinamiento que privan en los albergues; las graves deficiencias nutricionales;

la carencia de servicios básicos; y el desconocimento de las medidas de

prevención básicas de enfermedades, producen condiciones adversas y

colocan a los infantes en una situación de alto riesgo. Dentro de los

padecimientos más frecuentes que aquejan a la población infantil se

encuentran la desnutrición, las enfermedades epidemiológicas,

gastrointestinales y respiratorias.

Las condiciones de salud de los niños y niñas jornaleros migrantes, se

ven agravadas por la dieta que se ven obligados a llevar fuera de sus

localidades de origen. UNICEF (2006) estima que alrededor de 42% de los

7 Para los rarámuris estar sano es un sinónimo de tener fuerza para trabajar y vivir. La salud es, según su cosmovisión, el reflejo de la calidad de sus relaciones con otros seres en el universo, todos los cuales pueden potencialmente afectarlos si no mantienen con ellos relaciones de armonía. De esta forma la enfermedad es resultado de alguna alteración en el equilibrio de fuerzas entre las personas y el mundo que los rodea (Molinari, 2010).8 A lo largo del trabajo de campo se pudieron rescatar testimonios al respecto. Incluso, hubo algunos rarámuris que señalaron que la guardería que en 2006 había inaugurado la empresa La Norteñita en uno de sus albergues tuvo que cerrar debido a la muerte de varios niños rarámuris, situación que, cabe señalar, no pudo ser constatada con los directivos de dicha empresa.

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niños y niñas hijos de jornaleros agrícolas en México padece algún grado de

desnutrición; aunque existen algunos estudios que señalan que este porcentaje

puede llegar a alcanzar hasta el 85% en algunas regiones (Ortega, 2003).

Asimismo, investigaciones recientes registran porcentajes de desnutrición de

84.6% en el caso de los niños y niñas migrantes pendulares y golondrinos, y

76.9% para la población infantil asentada en los campos agrícolas (Rojas,

2006).

En el caso de los niños y niñas de origen rarámuri esta situación se

replica. Las familias jornaleras, ante la imposibilidad de consumir los productos

agrícolas que ellos mismos producen, y frente al gasto que representa la

adquisición de alimentos preparados en las ciudades, los indígenas rarámuris,

suelen optar por el consumo de comida “chatarra”, de bajo costo, pero con

escaso nivel nutricional (sopas instantáneas, burritos de frijoles, galletas, y

latas de sardina). Esta situación afecta sobre todo a la población infantil que

está en plena etapa de desarrollo físico y cognitivo.

La educación es uno de los ámbitos que se ven más afectados por el

fenómeno migratorio. La falta de coincidencia entre los tiempos de la migración

y el ciclo escolar oficial, dificulta la incorporación, permanencia y promoción

dentro del sistema escolar. El PAJA (2004) estima que cerca del 61.1% de los

hijos de familias jornaleras agrícolas –de entre 6 y 14 años de edad– no asiste

a la escuela; que uno de cada cuatro niños nunca ha asistido a la escuela; y

que una proporción similar abandona sus estudios para incorporarse al trabajo

de tiempo completo.

Al acompañar a sus padres, los niños y niñas rarámuris se ven obligados

a suspender sus estudios. Por lo regular, en las zonas de destino, los niños

pequeños se quedan al cuidado de la madre en los albergues, mientras el jefe

de familia trabaja. En el caso de los adolescentes, la mayor parte prefiere

incorporarse a las tareas agrícolas antes que continuar con la educación

básica.

Entre los factores que desincentivan las actividades escolares están el

burocratismo de las instituciones públicas que exigen una serie de requisitos,

como actas de nacimiento y certificados escolares, que las familias indígenas

no pueden aportar, ya sea porque no los tienen, o porque la mayoría migra sin

ellos por temor a extraviarlos durante el viaje; así como la exigencia de cuotas

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escolares y otros gastos (libros ,materiales, uniformes) que resultan imposibles

de cumplir, bajo las condiciones de pobreza y marginalidad que privan entre la

población rarámuri migrante.

En Cuauhtémoc existen al menos dos instancias educativas del sistema

de educación bilingüe intercultural en las que se supuestamente se imparten

contenidos por maestros bilingües. No obstante, durante el trabajo de campo

se pudo constatar que la mayor parte de estas instituciones han perdido su

carácter intercultural, optando por la enseñanza en el idioma español, ya que la

mayor parte de su población escolar es de origen mestizo. Al no profundizar y

hacer efectiva la interculturalidad en el ámbito escolar, se ven reflejados los

prejuicios existentes en la sociedad mestiza en la interacción con los y las

niñas rarámuris, sometiéndolos a distintas formas de discriminación como la

desvalorización de la lengua materna y de su identidad. Diversos testimonios

de mujeres y hombres coincidieron en señalar la imposición, por parte de las

escuelas locales, de normativas que atentan contra sus costumbres, como

dejar de usar sus vestidos tradicionales, así como la exigencia de cuotas,

referida previamente.

Nosotras no tenemos los recursos para mandarlos [a la escuela]. Piden uniforme, que les compremos los cuadernos, lápices, libretas. Y nosotras no tenemos con qué comprar, entonces no los mandamos. Allá en la escuela les cobran por el desayuno y por la comida y no tenemos. Allí era antes escuela intercultural indígena, luego ya entraron unos chabochis (niños y niñas mestizos) y luego ya exigieron más. Que los uniformes, que compren lápices, cuadernos y todo eso, ya no quieren que vayan vestidos con la ropa que acostumbramos y se burlan porque llevan huaraches. Por eso algunas ya los sacaron, porque no pueden comprar todo lo que les piden. (Grupo focal, mujeres rarámuris, Albergue Tarahumara Minita)

Finalmente hay que señalar que la movilidad entre ambientes

socioculturales diversos exige a los niños y niñas migrantes permanentes

esfuerzos de adaptación. Diversos estudios (Robles, 2008) señalan los efectos

de la itinerancia sobre la salud mental infantil y sus repercusiones en el diseño

de ambientes afectivo-emocionales estables que les permitan desarrollar sus

habilidades sociales y cognitivas. Esta situación se agrava en el caso de los

niños y niñas migrantes de origen indígena, quienes suelen ser los más

afectados por la discriminación, estigmatización y exclusión.

Page 16: Marginados y Discriminados

Condiciones de vida y de trabajo de la juventud rarámuri migrante

Además de la explotación laboral, la miseria, el hacinamiento y la carencia de

los servicios básicos, descrita en apartados anteriores, los jóvenes migrantes

rarámuris se ven sometidos, además, a diversas problemáticas socioculturales

que contribuyen a aumentar su vulnerabilidad durante la estancia migratoria.

Dichas problemáticas suelen afectar de manera distinta a hombres y mujeres.

En el caso de los varones, quizá la más evidente tiene que ver con la

influencia de hábitos de consumo de las zonas urbanas. El acceso a bebidas

alcoholicas de bajo precio y calidad es uno de los principales problemas que

aqueja a los jóvenes rarámuris, principalmente los varones. Alejados de la

dinámica social que prevalece en sus localidades de origen, y enfrentados a

condiciones de vida y de trabajo extremas, los indígenas migrantes recurren al

alcohol con mayor frecuencia. El pago por jornal, les permite contar con

recursos que gastan en la adquisición de bebidas alcohólicas adulteradas, que

nada tienen que ver con la bebida tradicional elaborada a base de maíz –batari

o tesgüino– que se consume de forma ritual en la Sierra Tarahumara. Estas

bebidas denominadas vulgarmente por los indígenas como “alcohol malo” o

“gasolina” suelen causar estragos en la salud física y mental de los rarámuris,

sin contar los perjuicios económicos inherentes a la adicción. La mayor parte

de las detenciones de indígenas rarámuris que se dan en la vía pública y las

posteriores consignaciones a la autoridad, se deben a faltas administrativas

cometidas bajo los influjos del alcohol. En muchas ocasiones, el grado de

embriaguez que manifiestan es tal, que más que la detención en las agencias

de seguridad pública, amerita la internación de emergencia en un centro de

salud. La falta de sensibilidad, tanto del personal policiaco, como de las

instituciones de salud que se niegan a recibir o atender a los indígenas que se

presentan en ese estado, ha dado lugar a situaciones trágicas. De hecho, la

Comisión Estatal de Derechos Humanos investiga actualmente la muerte de

tres indígenas rarámuris, acaecidas el año pasado en las instalaciones de

seguridad pública de Cuauhtémoc, tras su ingreso en estado de intoxicación

etílica.

La gravedad de este tipo de casos es un indicativo de la intensidad con

que el fenómeno del consumo de drogas (legales e ilegales) se presenta entre

Page 17: Marginados y Discriminados

la población indígena migrante. Entre estas, destacan la marihuana, el

pegamento, el thinner, y otras sustancias adictivas, además del alcohol, con las

que la población migrante –sobre todo la más joven– entra en contacto a su

llegada a la ciudad. Los testimonios sobre el consumo de drogas aparecen de

forma recurrente a lo largo de las entrevistas. Todos los días, a la orilla de las

vías del tren, es posible observar cómo se congregan grupos de indígenas

rarámuris a consumir drogas o inhalar solventes. Incluso, durante los recorridos

de campo, fue posible observar cómo incluso durante la jornada laboral

algunos jornaleros de origen rarámuri consumen marihuana.

Al tema de las adicciones, habría que añadir el de la inseguridad jurídica

que afrontan los migrantes indígenas, durante su estancia en Cuauhtémoc.

En las comunidades rarámuris de la Tarahumara, la justicia se imparte

de manera pública y abierta, de acuerdo a los usos y costumbres que prescribe

la tradición oral. Cuando se presenta algún asunto de justicia –por lo regular

delitos como el robo, la injuria o el adulterio– el gobernador o siriame convoca a

un juicio que se celebra al aire libre y donde todos los adultos pueden participar

y dar sus opiniones. La sentencia o castigo se establece de forma

consensuada, de común acuerdo entre el infractor y la parte agraviada,

tomando en cuenta las posibilidades económicas del acusado y buscando

siempre la restitución o compensación del daño. Esta forma particular de

impartir justicia, contrasta con la forma en que se imparte justicia en el mundo

occidental. Si a esta situación añadimos las barreras culturales y de idioma

entre la población rarámuri y el personal encargado de imponer el orden, así

como la indiferencia por parte de autoridades civiles y habitantes en general,

hacia la problemática de los migrantes, lo que tenemos es una población

vulnerable, indefensa ante cualquier tipo de arbitrariedades. De esta forma, es

común que durante las temporadas de desaije y pizca de la manzana, los

separos y las cárceles de Cuauhtémoc permanezcan llenas de indígenas

adultos y jóvenes que son detenidos de forma arbitraria en la vía pública o que

cometieron delitos menores y que carecen de medios legales para defenderse.

Generalmente los rarámuris son apresados por intoxicación en la vía pública, por agresión y la policía ya está puesta para llevarlos. Los maltratan mucho, hay personas que tienen un desprecio profundo por la vida humana, sobre todo por personas diferentes, ahí se desquitan, me ha tocado ver, los bajan del cabello (…) pero no podemos estar todo el

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canijo día ahí, vamos un ratito a verificar a ver si no hay golpeados o algo (…) será como el 15% en el Cereso de población indígena. (Funcionario, CDEH, Cuauhtémoc).

En cuanto a las mujeres, vale señalar que son éstas quienes a partir del

fenómeno migratorio se ven más afectadas en términos de su condición y

posición. La mayor parte de ellas no hablan o hablan muy poco el castellano lo

que las ubica en una posición de desventaja en el ámbito laboral y social, con

respecto a los hombres, quienes acostumbrados a buscar trabajo temporal en

las ciudades y a convivir con los mestizos, suelen hablarlo con cierta soltura.

Esta circunstancia constituye un elemento de vulnerabilidad de las mujeres

rarámuris, quienes al llegar las ciudades no sólo ven reducidas sus

posibilidades de empleo debido a su condición étnica y lingüística, sino que

además se ven excluidas del sistema legal y de justicia, educativo y de salud

pública.

En el ámbito laboral, pese a que el pago por jornal es el mismo para

hombres y mujeres, se pudo constatar que durante la temporada de la pizca de

la manzana, una de las más largas y mejor retribuidas del proceso de cultivo,

existe preferencia por la contratación de varones, sobre todo en las primeras

semanas, cuando la cosecha no es cuantiosa. Solo durante el desaije tiene

más demanda el trabajo de las mujeres, esto porque se requiere de gran

habilidad manual, agudeza visual, destreza y mucha paciencia, pero sobre

todo, de la adquisición de un saber especializado en torno al desarrollo de la

manzana9. No obstante, las habilidades y el conocimiento que se despliegan

durante esta etapa no es valorado y mucho menos, remunerado de mejor

manera por las empresas agrícolas. Por el contrario, como señala Sara Lara

(1986; 1996), a las jornaleras indígenas se les identifica como trabajadoras con

escasa o nula formación, porque sus competencias o saberes se suponen

innatos y típicamente femeninos en lugar de ser valorados como producto de

una formación social.

Durante el proceso migratorio, los valores, normas, formas de

comportamiento símbolos y significados asociados con las relaciones de

género sufren cambios profundos. Esto suele provocar conflictos al interior de

la comunidad, o como en el caso de las mujeres que deciden separarse de sus

9 Para realizar este trabajo las jornaleras deben distinguir etapas de maduración y distintas calidades del producto, lo que supone un conocimiento del proceso productivo que aprenden en la práctica.

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parejas, da lugar a procesos de desintegración y/o reconstitución de nuevos

núcleos familiares. Por otro lado, el fenómeno migratorio, aunado a la influencia

de modelos culturales distintos y el contacto con otros actores, han impactado

las formas de organización política de los pueblos indígenas dando mayor

protagonismo a las mujeres en la vida pública, tal es el caso de las

gobernadoras rarámuris asentadas en Cuauhtémoc, las cuales ocupan un

cargo de representación tradicional que en sus localidades de origen les está

culturalmente vedado.

A partir de los testimonios que se recogieron entre la población migrante

rarámuri se pudo constatar que algunas mujeres perciben como cambios

positivos los vinculados a la experiencia migratoria: la ampliación de espacios

de acción y de su capacidad de negociación tanto a nivel comunitario como

familiar. Asimismo, muchas de ellas destacan que ha mejorado la

comunicación en el matrimonio y que toman más decisiones en forma conjunta

que cuando vivían en sus localidades de origen.

En este sentido, si bien la migración tiene efectos negativos sobre la

condición de las mujeres rarámuris incrementando notablemente su carga de

trabajo, exponiéndolas a la discriminación étnica y genérica, y colocándolas en

una situación de vulnerabilidad; es al mismo tiempo un factor que, en algunas

de ellas, ha contribuido a generar cambios en su posición de género,

induciendo una reconstitución de sus identidades individuales y favoreciendo el

tránsito hacia modelos menos inequitativos y autoritarios. Esta conclusión

coincide con los hallazgos de otras investigadoras (Meentzen, 2007; Ariza,

2000b; Büjs, 1993; Morokvásic, 1983) que sostienen que la migración abriga la

potencialidad de alterar las asimetrías entre hombres o mujeres, aunque

reconocen que no es el único elemento que afecta o altera las relaciones de

género, que los cambios que induce no todos son necesariamente positivos, y

que dependen de una serie de factores conexos contingentes a cada situación

migratoria.

Conclusiones

Las condiciones de vida y de trabajo de la población jornalera en el municipio

de Cuauhtémoc, Chihuahua son sumamente precarias e incluyen, entre otros

aspectos, largas jornadas de trabajo a cambio de salarios de subsistencia;

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hacinamiento y falta de higiene en los albergues y campamentos donde se

instalan las familias; carencia de servicios básicos de salud, educación y

alimentación; y discriminación y exclusión social que se manifiestan en la

indiferencia de las autoridades hacia las necesidades propias de este sector.

No obstante, la problemática de la niñez y la juventud, acusa características

muy particulares. En el caso de los niños y niñas, destaca la vulnerabilidad que

se deriva de las condiciones de vivienda y de la satisfacción de las

necesidades de salud y alimentación, así como el tema escolar. Este último

punto no es menor en cuanto constituye el único mecanismo que permitiría

romper eventualmente el círculo de pobreza y marginación en el que se

encuentran atrapadas estas familias.

Lo mismo vale para el caso de los jóvenes quienes además de afrontar

condiciones precarias en el ámbito laboral, se ven expuestos al alcoholismo y a

la drogadicción, así como al abuso por parte de las autoridades. En el caso de

las mujeres habría que agregar a todas estas situaciones, las que se derivan

de su condición de género.

En suma se puede afirmar que la población jornalera migrante es un

grupo heterogéneo, con características de vida y trabajo que aunque pueden

parecer similares, adquieren en su contexto geográfico y socioeconómico,

formas y aspectos específicos que pueden verse afectados por variables

diversas, tales como, su adscripción genérica, etaria o étnica, sus pautas

migratorias, sus localidades de origen y el tipo de labor y cultivo en el cual se

ocupan.

Lo anterior obliga desarrollar metodologías y estrategias de

investigación, que profundicen sobre la problemática compleja de las y los

jornaleros migrantes, de manera tal que se pueda focalizar sobre las

necesidades concretas de este grupo poblacional en relación a los contextos

regionales o locales particulares en los que éste se desenvuelve atendiendo a

la diversidad, características y necesidades específicas de los grupos que la

integran: niños, jóvenes, mujeres, indígenas, entre otros.