Garland, Curtis - El 32 de Diciembre

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    Curtis Garland

    EL 32 DE DICIEMBRE

    Coleccin

    LA CONQUISTA DEL ESPACIO N. 29

    EDITORIAL BRUGUERA, S, A.BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICODepsito Legal B 2.903 1971Impreso en Espaa Printed in Spain

    1. edicin: marzo, 1971

    CURTIS GARLAND 1971 sobre la parte literaria JORGE NUEZ 1971 sobre la cubierta

    Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espaa)Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S. A.Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1971

    -o-

    Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela,as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de laimaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes,entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia.

    Es este mundo un sueo?

    Es realidad?

    Realidad y sueo, todo junto;pues es y no es.

    KOKINSHU XVIII, 10.

    CAPITULO PRIMERO

    Siempre haba sido una fecha solemne aqulla. Siempre se celebraba con esplendor, con unentusiasmo que muchas veces no quedaba luego justificado en absoluto, al adentrarse en el nuevo

    perodo de tiempo. Claro que un ao era un largo espacio formado por meses, semanas, das, horas,minutos o segundos. Y en ese tiempo podan suceder tantas cosas Generalmente, se alternan las

    buenas y las malas; pero el ser humano olvida fcilmente todo lo bueno que recibe, para recordarslo lo malo. Y entonces, uno siempre cree que ha sido un mal ao aquel que celebr ruidosamenteen su advenimiento. Por lo cual, en vez de aceptar con mesura el inmediato, prefiere extremar su

    jbilo, quiz esperando que el siguiente perodo de tiempo formado por los doce meses, sea mejorque el anterior.

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    E invariablemente, la suerte se repite, con todo lo bueno y lo malo del ao precedente. A veces,puede ser mejor. Pero por regla general, es peor. Y la danza sigue. Siempre sigue. Porque la nochede un 31 de diciembre es siempre un acontecimiento.

    Lo fue para los ciudadanos del mundo, ya en la noche ltima del ao 1899, a punto de entrar enel bendito, asombroso y desconcertante siglo XX.

    Si una noche de fin de ao tiene importancia imagnense el fin de un siglo, que marca elprincipio de otro! Entonces, el tumulto alcanza lmites increbles: la gente se arroja a las calles enriadas, y el estruendo que acoge en cualquier lugar del mundo las doce mgicas campanadasde la medianoche entre un ao y otro, se convierte en clamor al ser tambin el umbral entre un sigloy otro.

    Quin iba a decirles a los que aclamaron jubilosamente el acceso al nuevo siglo, all en lanoche del 31 de diciembre de 1899, que andando el tiempo conoceran dentro de la misma centuria,hasta dos guerras mundiales, un nmero increble de guerras locales o civiles, la llegada de unaserie de nuevas ciencias, la explosin demogrfica del mundo, los avances inauditos de la ciruga yla medicina, el esplendor de antibiticos, sulfamidas, hallazgos biolgicos como el ADN, el controlde natalidad, la gentica, los trasplantes, la bomba atmica, la de hidrgeno, la ciberntica, laastronutica, el caos automovilstico y areo, la conquista de la luna, de algunos planetas, de losespacios csmicos, el triunfo de la televisin, hasta en color y relieve, la gnesis de la tecnologams audaz, y el triunfo del hombre como investigador y tcnico, junto a su eterno fracaso comosimple ser humano, tericamente libre ante s mismo y ante su sociedad.

    Todo eso sucedi en el siglo XX. Nada de eso imagin el rutinario, barbudo y aburguesadociudadano del delicioso ao 1899, todava con olor a colonialismo, a costumbres demodes, y a unadecadencia encantadora y ablica; con tertulias de caf, politizacin masiva de los pueblos, y brotesde extremismos considerados audaces y corrosivos, y que dcadas despus hubieran parecidoexcelentes y saludables al ms recalcitrante burgus.

    Y si eso sucedi el 31 de diciembre del ao 1899, qu menos podra esperarse del final delsiglo XX, con su carrusel vertiginoso e increble de progreso cientfico, tcnico, econmico y

    poltico? Qu no haran las multitudes del mundo entero, la noche final del mes de diciembre delao 1999, ltimo del siglo XX?

    Pues justamente lo que hicieron.

    Sin saber, naturalmente, lo que poda reservarles el nuevo siglo. Sin saber siquiera cmo iba aser el esperado, soado y casi mitolgico ao 2000 de la Era Cristiana.

    Y, quiz, ms vali as.

    Porque al menos, no supieron lo que iba a venir. Y pudieron celebrar todo aquello que, de otromodo, jams hubiera tenido por qu celebrarse

    CAPITULO II

    Los astronautas miraron a la pantalla de televisin de su cabina; despus cambiaron entre s unaojeada expectante. El comandante Solohov, del Astrdromo Lenin de la Unin Sovitica, consultsu infalible reloj cronmetro de pulsera, sobre el atavo espacial.

    Dentro de cinco horas ser la medianoche dijo. Llegaremos a tiempo?

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    Creo que s coment el coronel Barry Jaffe, de la NASA norteamericana. Si todofunciona perfectamente, a las once de la noche, hora de Greenwich, estaremos en el punto sealado,en Euro-Cosmo Centro. Creo que todos podremos celebrar la entrada del ao en la base.

    Del ao y del siglo seal sonriente el doctor Feng, del Centro de InvestigacionesCsmicas de la Repblica Popular China. De vuestro siglo, naturalmente. Porque nosotros, loschinos, tenemos nuestro propio calendario, nuestro Ao Nuevo y nuestros siglos, diferentes a los deuso en Occidente. Sin embargo, todo sea por la convivencia cientfica de nuestro tiempo,caballeros. Celebraremos la entrada en el anhelado ao 2000, juntos en Europa, en la Base Cinco deEstudios Espaciales de las Naciones Unidas, en Inglaterra. Gustosamente beber champaa conustedes. Y brindaremos por un feliz siglo XXI para todos los pueblos de la Tierra.

    Sin distincin de razas ni de ideologas polticas suspir la profesora Graham, sacudiendosu cabeza rubia natural, de terso cabello sobriamente recogido en la nuca, bajo su esfricaescafandra espacial. Casi como un sueo de la vieja Humanidad, no creen?

    Casi, casi admiti con cierto escepticismo Luther Brampton, el negro y vigoroso expertoen comunicaciones csmicas, girando la cabeza con leve gesto de irona. Pero la gran utopa estlejos de ser una realidad universal. An hay segregacin racial en Estados Unidos. Y en Sudfrica,y en Rhodesia. Todos estos aos de esfuerzos no han servido de mucho, a fin de cuentas.

    Pero la convivencia es un hecho ri el comandante Boris Solohov. Aqu estamos ahora abordo de una misma nave espacial, cumplida nuestra misin cientfica en el espacio, nada menosque cinco personas de diferente nacionalidad. Un norteamericano, un ruso, un chino, una inglesa yun africano de color. Todos unidos por la ciencia y el progreso. Casi conmovedor, no?

    Est burlndose de algo que realmente es serio, Solohov le rectific sobrio el coronel Jaffe. S que todos los reunidos aqu no tenemos prejuicios polticos, sociales ni raciales. Estamos porencima de todas esas cosas, pero por desgracia no es lo que prevalece en el mundo. Todava no. Seha progresado mucho, pero no lo suficiente. An quedan aos de lucha y de esfuerzo por integrar atodos los seres humanos en una misma dimensin humana: econmica, social y poltica. Y esto noes cosa de broma.

    Si nos lo tomramos en serio, coronel, sera an peor seal con un suspiro el doctorFeng, enarcando las cejas sobre sus oblicuos e inteligentes ojos. No puede decirse que hayamostriunfado plenamente en nuestros sueos de hacer un mundo mejor. Pero al menos, algoconseguimos ya: no es peor. Y eso es importante, no?

    Muy importante admiti Luther Brampton, grave su mirada; luego sonri con amplitud.Durante este vuelo espacial, me he sentido realmente feliz con ustedes. He llegado a pensar quetodo era posible en nuestro mundo. Nunca me sent humillado ni inferior.

    No haba por qu, Luther replic la profesora Hazel Graham. Es usted igual que

    nosotros. Como cualquiera de los cinco. Una piel puede tener un pigmento determinado; eso nadarepresenta. Su cerebro es lo que cuenta. Y su cerebro, Brampton, ha sido elegido por la AsambleaInternacional de Estudios Espaciales de la ONU. Para los dems, nos bast su designacin. Luego,durante el viaje de ida y vuelta hasta Saturno, ha demostrado ser todo lo que necesitbamos. Y esoes lo que cuenta para el xito de la empresa. Por otro lado, como camarada y miembro de latripulacin, su comportamiento ha sido excelente. Creo que todos estn de acuerdo conmigo.Dnde est, pues, la diferencia que pudiera hacerle sentirse humillado o inferior?

    Mi color, profesora musit el astronauta. Sigo siendo negro, diga usted lo que diga. Almenos para ellos.

    Ellos suspir Barry Jaffe mirando abajo, a la Tierra, a la que se aproximaban a medida que

    la cpsula descenda, en su viaje de retorno al planeta al que pertenecan los cinco miembros delProyecto Naciones Unidas. Me pregunto qu diferencia veran entre s desde aqu arriba; todo es

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    igual para nosotros, y las criaturas que abajo viven ni siquiera son visibles, y suponen nada en lasuperficie del mundo.

    Hubo un silencio en la nave. La cpsula penetrara pronto en la atmsfera terrestre, y sera ya elprincipio del autntico regreso. Entonces empezaran realmente a sentirse en casa tras el largovuelo csmico, un milln y cuarto de kilmetros de distancia desde el planeta Tierra hasta elmundo rodeado por el anillo de partculas y polvo csmico, all en la negra noche eterna de loscielos.

    Transcurrieron unos minutos de silencio dentro de la cpsula que viajaba en el espacio.Solamente se perciba el sonido de las voces, all en los centros de control de vuelo, transmitiendosus informes tcnicos a la nave. Informes que eran cuidadosamente anotados por Brampton o porlos grabadores magnticos de a bordo, para inmediatamente actuar sobre las clulas de lacomputadora de la cpsula. Todo ello contribua a mantener la normalidad en el vuelo, con sus milcomplicadas facetas y minuciosos mecanismos en accin.

    Luego, contemplando el mundo azul que se extenda ya a sus pies, difuminado por las masas denubes, mientras iban aproximndose a las zonas en sombras que convertan el da en noche en unode los hemisferios terrestres, justamente aquel en que Europa se hallaba situada, fue el comandanteSolohov, el astronauta sovitico veterano ya en vuelos interplanetarios durante la ltimadcada quien hizo el comentario, como si hablara en voz alta consigo mismo, y no con los demscompaeros de vuelo en el espacio:

    Me pregunto

    Qu, comandante? se interes, curioso, el doctor Feng.

    lo que estar sucediendo ahora all abajo. Lo que la gente se preguntar sobre el futuro,sobre el nuevo siglo que va a comenzar, sobre este ao 2000 del que tanto se ha escrito durantedcadas enteras, calificndolo de umbral de una nueva Era, o del ltimo da para la Humanidad.

    Las cifras redondas siempre se prestan a las cbalas ms infantiles sonri la profesoraHazel Graham, inclinndose sobre uno de los miradores ovalados de la cpsula espacial para mirara la distancia, a la gran esfera azul de la Tierra. Pero en el fondo, yo creo que todo seguir igual.El principio de una poca maravillosa (o el propio fin del mundo) no son cosas cuya clave seencierre en unas simples cifras, sino en nosotros mismos; en el Hombre y en su obra, en lacircunstancia y el momento de nuestra existencia y de nuestro progreso o retroceso en el campocientfico y humano.

    Eso es muy cierto, profesora asinti calmoso Barry Jaffe. El ao 2000 no tiene por quser diferente a los dems. Si algo sucede en l, hermoso o terrible, igual pudo haber sucedido enotro ao cualquiera. Sus guarismos sern simple accidente, y no el motivo de todo ello.

    El comandante Solohov segua contemplando la superficie terrestre con aire pensativo. Ycoment:

    S, todo ser igual para siempre. Esta noche, ltima del siglo XX, primera de un nuevo ao yun nuevo siglo, prtico del esperado y temido ao 2000 ser como cualquier noche en la historiadel mundo. Alguien nacer, alguien morir, alguien ver realizarse sus sueos, alguien se sentirdefraudado; dos personas se amarn, otras dos dejarn de amarse Como siempre, amigos mos.Como cada noche y cada da, en cada lugar del mundo.

    La cpsula iba a entrar en contacto con la atmsfera terrestre. Los instrumentos de a bordo losealaron con matemtica precisin. Se dispusieron a afrontar las maniobras y precauciones

    pertinentes.

    Olvidaron sus comentarios. Se dedicaron de lleno a su tarea de retorno a la Tierra. Y, comodijera Solohov, dejaron de lado su preocupacin por lo que pudiera suceder abajo en el mundo,aquel ltimo da de diciembre, del ao y del siglo.

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    Era probable que todo fuese como predijera el astronauta sovitico: que alguien estuvieranaciendo en ese momento, alguien estuviera muriendo o a punto de morir, y as todo. Como cadada y cada noche. Como siempre haba sido y como siempre sera, mientras el mundo fuera mundo.

    No haba razones de ningn gnero para pensar en algo distinto.

    Y sin embargo

    Sin embargo, Solohov no tena razn. O la tena slo en parte.Alguien iba a nacer, s. Alguien iba a morir. Pero no todo iba a ser como siempre. No todo.

    CAPITULO III

    Faltaban pocas horas. Muy pocas.

    Peter Ashton pase por la celda, nervioso. No haba credo que fuese tan malo. No tena por quserlo para un hombre como l. Esto era algo que formaba parte del juego: se ganaba o se perda. l

    haba perdido, y deba aceptar las reglas. Las haba aceptado tcitamente cuando corri el riesgo;luego jug y perdi.

    Hasta ah, conforme todo. Peter Ashton siempre tuvo sangre fra, una tremenda dosis de sangrefra para todo, o no estara donde ahora estaba. Pero haba cosas que luego, en la realidad, no erancomo l haba credo.

    Supo perder. Acept deportivamente el fracaso y su consiguiente precio a pagar. Pero ahora erael momento de hacer efectivo ese precio, y eso s que era distinto. Ah no caba mantener laserenidad a ultranza.

    El precio era demasiado elevado. Antes le pareci justo; cuando inici su juego, las reglas

    estaban perfectamente definidas. Ahora, el momento de pagar, era duro. Muy duro.La vida es un precio muy alto. Sobre todo la propia.

    Y era lo que tena que pagar a sus acreedores. Lo que Peter Ashton perdi al ser vencido por lasleyes, por la polica, por la sociedad a la que quiso enfrentarse. Ese haba sido el peligroso juego.Ahora, tras el fracaso, llegaba el momento de liquidar deudas. El momento de morir, como marcabala ley.

    Peter Ashton respir hondo. Estruj los dedos de sus manos entre s.

    No dijo en voz alta, como hablando con alguien; aunque en la asptica celda, bajo la fraluz azulada, no haba nadie ms. No va a ser tan fcil como pens, maldita sea.

    Le irritaba. Le irritaba y disgustaba profundamente comportarse as. l, que siempre se habamostrado sereno, impvido, como mero espectador de cuanto suceda a su alrededor; como si elmundo, los frenos sociales y morales y todo lo dems no formaran parte de su propia vida. Y ahoratena que dejar todo atrs. Tena que dejarse sacar de la celda, conducido a la cmara deejecuciones y morir.

    Morir al amanecer. Justamente al amanecer del da 1 de enero del ao 2000.

    Inglaterra volva a tener pena capital, despus de tantos aos de discusiones sobre el particular.Y l era una de las personas destinadas a vivir esa sentencia en s mismo.

    Ni en da festivo deja de trabajar el verdugo en nuestros tiempos, se dijo, en un destello deagrio humor. Peste de gente.

    Sigui paseando. La celda no era demasiado estrecha ni demasiado ancha tampoco. Suficientepara ir y venir, como una fiera enjaulada. Una fiera esperando la muerte, adems.

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    La muerte

    Le haba parecido un deporte, casi un juego. Sobre todo, cuando eran los dems quienes moran.Ser asesino, haba sido para l un oficio productivo. Gan dinero a costa de algunas vidas. Esehaba sido el juego. Sus riesgos, resultara necio ignorarlos. Los evit durante mucho tiempo, hastaque todo se termin. Ahora la ley se cobrara su revancha.

    Hasta la celda de la muerte no se filtraban los rumores del gento que, en las calles londinenses,estaran aguardando la entrada del nuevo ao y el nuevo siglo. Pero Peter Ashton crea sentir elbullicio callejero en su mente, retumbando dentro de su cerebro. No le permitan ver relojes, paraque no fuera mayor su angustia durante la espera; sin embargo, hubiera podido asegurar que eranaproximadamente las diez de la noche. Dos horas. Solamente dos horas para el umbral del 2000.

    Algunos reos a muerte, tras la implantacin de la nueva pena capital en territorio britnico allpor el 1988, haban tenido suerte. A ltima hora, les fue dado elegir entre ir a las colonias lunares omorir en la Tierra.

    No es que las colonias lunares fuesen precisamente un paraso. Solamente condenados y gentesin esperanzas iban all arriba, a hundirse en una vida fea y dura entre minerales raros, respirando

    aire artificial llevado desde la Tierra, entre arsenales de experimentacin, laboratorios y todo eso.Nuevos forzados a galeras, ahora en singladuras espaciales bajo la negra noche sin atmsfera.

    Recordaba muy bien un caso, el de Stillman. Hank Stillman, el asesino americano, enviado aMarte con una carga de gas letal para su destruccin. Stillman, condenado por los tribunalesingleses a la pena capital por delitos en el pas, termin indultado a cambio de transportar aquel gasmortfero a una zona desolada de Marte; all deba ser depositado y destruido automticamente tras

    partir l del rojo planeta, en regreso hacia la Tierra, dentro de una cpsula que, antes de llegar anuestro planeta, se detendra en la Luna para depositar all al reo.

    Nadie en su sano juicio hubiera conducido aquel proyectil de muerte, salvo un hombre que notuviera nada que perder. Eran cargas y cargas de gases paralizantes, armas de muerte de la guerra

    qumica. Sus propios creadores, asustados de las posibles consecuencias de la conservacin de unstock en el que ya se haban empezado a apreciar fisuras y escapes a causa de la accin deltiempo en sus envolturas metlicas, optaron por enviarlas a la destruccin, en un planeta lejano ysolitario como era Marte.

    S, Hank Stillman tuvo suerte. Al menos, deba estar a estas horas camino de Marte, o deregreso de l. Salv su vida muy a tiempo. Pero l no esperaba tener esa suerte. Quin diablos seacordara, en una Nochevieja, de un hombre destinado al verdugo? Quin tendra nada que hacer,

    para pensar en Peter Ashton como tripulante de una de esas naves para condenados? Nadie,evidentemente.

    S. l, Peter Ashton, iba a morir poco despus de una efemride mundial, cuando todos los

    dems fueran felices, celebrando el nuevo ao que era tambin una nueva centuria.As era el mundo. As eran sus cosas. l morira, posiblemente, mientras en algn lugar, otro ser

    humano iba a nacer.

    Era terrible. Terrible y demoledor para quien estaba destinado a la muerte.

    Quiz hermoso para el que iba a empezar a vivir en una nueva Era de la Humanidad

    * * *

    Se encuentra bien, seora Novak?

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    S, s Estoy mucho mejor, gracias suspir ella, dentro de la hermtica campanaplstica en que se hallaba internada, en la sala diecinueve de la torre de Maternidad del GranHospital General de Londres. Su voz lleg hasta los mdicos a travs del sistema auditivo aplicadoa la campana plstica para casos graves.

    No debe temer nada, seora Novak la alent el doctor Hogan, de Maternidad y Tocologa. El peligro pas, al ser usted adecuadamente atendida. Su ahogo, su estado de ahora no serproblema para el nacimiento del pequeo, est segura.

    Quisiera estarlo, doctor musit Kathleen Novak, agitando suavemente su rubia cabezasobre la almohada. Al menos que nazca mi hijo, aunque yo no sobreviviera, doctor.

    No diga esas cosas la calm el mdico. No va a suceder nada semejante. Usted y lacriatura sobrevivirn perfectamente. Los mtodos actuales son excelentes. Lo peor hubiera sido elno llegar a tiempo; pero llegamos, y eso es lo que importa. Su corazn est siendo reactivadomediante impulsos electrnicos. Est respirando un aire puro, limpio y sin contaminacin alguna.De modo, seora Novak, que en esas circunstancias, el parto ser algo simple y sin problemas, est

    bien segura.

    Dios lo quiera, doctor. Por l, por RogerSu esposo ser muy feliz al regresar del viaje sonri el doctor Hogan. No solamente

    llegar con el nuevo siglo a Londres, sino que ese nuevo siglo le habr concedido un hijo.Prematuro, pero en perfectas condiciones fsicas, y sin el menor riesgo para su esposa. Eso debealegrarla, y hacerla apartar preocupaciones.

    Quisiera que fuese as, doctor, pero no es cosa fcil; crame.

    Le creo, seora Novak. S lo que es la ansiedad, el miedo. Todos hemos conocido el miedo yansiedad suficientes para saber lo que sentir quien est temeroso por su propio futuro inmediato.Afortunadamente ya no se trata de temor a una guerra mundial o a un cataclismo, sino apenasmiedo por cada uno de nosotros, cuando surge una enfermedad o un accidente. Sin embargo, en sucaso no hay lugar a temores. Se la pudo atender a tiempo, dispone de todo cuanto es preciso para suseguridad y la de su futuro beb, y slo debe calmarse, sentirse tranquila y segura, para que sucorazn soporte mejor todo lo que va a venir.

    S, doctor. Perdone mi terror. Espero ser una buena paciente.

    Lo ser, seora. Una buena paciente, una madre feliz y una esposa radiante. Usted mismalo ver.

    Y ser esta noche?

    Ser esta noche. Esta madrugada. Cuando entremos en el ao 2000, usted posiblementehabr dado a luz una hermosa criatura.

    * * *

    Lo haba logrado.

    Era fcil en fechas as. Incluso los guardianes y mdicos estaban ocupados en algo relacionadocon el Ao Nuevo. Fiestas, diversiones, celebraciones diversas. Siempre se descuidaban un poco. Y

    por poco que fuera, era suficiente.

    Al menos, suficiente para l. Para eso era el ms inteligente. El mejor.

    Los dems eran justamente lo que decan sus historiales clnicos en el Centro de Reeducacin

    Psquica de Su Majestad: locos.

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    Locos, dementes, manacos, chiflados Se les poda llamar de muchos modos. Cualquiernombre era vlido. Cualquiera serva para definirles. Cualquiera corresponda a su exacta filiacinclnica. Eran un puado de enfermos. Enfermos de la mente.

    l, no. l era diferente. Distinto a todos, a toda aquella alucinante agrupacin de hombres ymujeres alienados. l era un cerebro. Un gran cerebro. Un genio.

    Eso la gente no lo entenda. El mundo lo rechazaba. Los genios irritan, molestan, despiertanenvidias, odios, recelos. Los genios estorban. Sobran.

    l sobraba. Y se le haba arrojado de un puntapi, fuera de la geografa social del mundo. Lehaban tirado dentro de aquella pequea celda blanca, limpia, pulcra, cuidada. Aislado. Lejos delmundo. Lejos de todos. Lejos de todo.

    As era la gente. As era la sociedad. Cruel, estpida, despiadada. Eran odiosos. 'Todos elloseran odiosos. Todos. Y ellos eran la sociedad. El mundo. La Humanidad.

    Les aborreca. Les despreciaba. Les guardaba rencor. Todo su rencor, que era mucho. Que podaser infinito. Y terrible.

    Loco. Le haban calificado de loco. Loco! A l. Al gran cientfico, al sabio, al hombre genial.Al profesor Heuvelman. Nikola Heuvelman, cientfico e investigador, descubridor e inventor;creador y genio de una gran poca de la Humanidad, rica en tecnlogos, pero pobre en autnticosgenios.

    No; el mundo no poda permitirse el lujo de arrojarle a un lado, de apartarlo como simplebasura. No a l, al gran Nikola Heuvelman, el ms grande cerebro que Blgica, Europa o el mundoentero dieran a lo largo de los tiempos.

    Y sin embargo, eso era justamente lo que haban hecho. Acusarle, despreciarle, burlarse,humillarle. Encerrarle entre cuatro muros, en un recinto para dementes, atendido como un oratems; sometido a un rgido tratamiento en el que los mdicos, los psiclogos, los psiquiatras y

    neurlogos, eran los primeros cmplices de la gran conspiracin para aniquilarle, para reducirle anada, para silenciar su boca y su genio, su cerebro grandioso y privilegiado.

    Iban a lamentarlo. Iban a sentirlo todos. En su propia carne, en su misma piel, en lo ms ntimoy entraable de s mismos.

    Esto era el principio. El principio de todo.

    Escuch mientras abandonaba el recinto sanitario, perdido en las proximidades de la capitalinglesa, en una zona poco frecuentada, tranquila y solitaria. El lugar adecuado para para unmanicomio.

    Contempl los altos muros, los jardines enrejados, los pabellones aislados, vigilados,

    controlados. Manicomio, s. Sin eufemismos. Sin trminos grandilocuentes y amables. Nada declnica psiquitrica, nada de centro de reeducacin mental, nada de tonteras que disfrazaran lacruda y desagradable verdad. Manicomio. As. A secas. Manicomio

    Ri entre dientes. Con jovialidad, con alegra, con entusiasmo.

    Era bonito ver as las cosas. Desde fuera. Desde la libertad. Desde all adonde no poda llegar laimplacable mano mdica, en su busca.

    Estaba libre por fin. Libre. Lejos de todo enemigo, lejos de todo complot. Lejos de toda tiranamdica. Libre

    Libre jade entre dientes, apoyndose, exhausto, en un rbol. Haba sido fcil, pero

    tambin fatigoso. No se senta con muchas energas ahora, una vez fuera del maldito recinto.Susurr entre dientes, apretando sus puos. Estoy libre al fin Libre para vengarme, para hacersonar muy fuerte mi voz, para que repitan mi nombre con terror Ellos lo quisieron. Pude haberles

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    ayudado mucho. Pude haber beneficiado a la especie humana. Y no quisieron. No quisieronescucharme ni creer en m Yo les har pagar caro su error.

    Pensaron Pensaron que porque yo hubiera descubierto un arma mortal iba a utilizarlacontra ellos. Pensaron que porque fuese capaz de desarrollar el ms grande y fcil medio de mataral mundo entero, era un peligro para los humanos Bien. Bien. S; ahora, s. Ahora soy un peligro.Lo soy, porque vosotros lo quisisteis, y nada ms. Lo soy, porque debo acabar con todos. Contodos! Debo hacerlo. Debo demostrar al mundo, de una vez por todas, el error que cometieronconmigo. Y lo har. Vaya si lo har, malditos sean todos ellos!

    Solt otra carcajada, larga y agria, y ech a correr. Se perdi en la noche, riendo entre dientes,con un jbilo feroz y maligno, como si todo aquello pudiera hacerle feliz a partir de ahora.

    Dentro del establecimiento psiquitrico seguan oyndose voces risueas, preparativos para lasfiestas de aquella noche, la ltima del ao y del siglo en la capital britnica y en todo el mundo.

    Nadie haba advertido an la fuga del profesor Nikola Heuvelman, el cientfico loco. Nadiesaba que el inventor del arma mortal ms terrible de todos los tiempos estaba libre. Y que sediriga justamente adonde dejara, antes de ser recluido, las muestras secretas de su terrible

    descubrimiento letal.Para acabar con el mundo. Para terminar con la Humanidad en los umbrales de aquel ao 2000,

    tal y como muchos siglos antes profetizara un extrao personaje llamado Nostradamus

    CAPITULO IV

    Richard Novak respir hondo. Recogi sus papeles nerviosamente.

    Tena prisa. Mucha prisa. Esa noche, Richard Novak no quera llegar tarde bajo ningnconcepto. No quera llegar tarde al Hospital Central de Londres. Y sin embargo, an estaba muylejos de all. Tena el tiempo justo. Eso, si poda salir ahora del Euro-Cosmos Centro.

    Nada le retena all, lgicamente, una vez dado el visto bueno oficial a la entrada en zona deaterrizaje de la cpsula Saturno II. Eso significaba que en diez o doce minutos, la nave espacial, deregreso de su largo viaje al planeta anillado con sus cinco cosmonautas a bordo, se posara sobre lasuperficie del astrdromo.

    Eso significara el fin de la tarea. De su tarea. Pero tericamente, sta estaba terminada ya. El propio general Harris se lo haba dicho poco antes, asomado a su departamento de control yseguridad espaciales, en la torre central del Euro-Cosmos.

    Bien, Novak, creo que puede retirarse. Winfield o McKern se ocuparn de la rutina; todo haido bien en ese vuelo. Vuelva a Londres en seguida. Su esposa est a punto de dar a luz, y creo quedebe estar cerca de ella cuando entre el nuevo siglo con un heredero para los Novak. Suerte,muchacho.

    Gracias, seor haba respondido l. Gracias por todo.

    Termin de recoger sus papeles y documentos con una sonrisa. As era el general Harris, delcuerpo de Cooperacin Espacial de las Fuerzas Areas britnicas. Un viejo len ingls, con la

    bondad de un cachorrillo.

    Mir a las pantallas de radar ante s, y luego al cielo oscuro y nuboso de la fra noche final del

    ao 1999. Final, tambin, del fabuloso siglo XX.

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    Cerr su carpeta con un suspiro. Todo iba bien. El ltimo mensaje de Solohov y Jaffe, losastronautas ruso y americano, era satisfactorio. El regreso a la Tierra era un xito, como lo habasido el viaje a Saturno. El espacio, al menos dentro del sistema solar, no ofreca ya problemasinsolubles al hombre. Habra que ir pensando en otra cosa: Plutn, acaso otros sistemas solares, laGalaxia toda Y luego, otras galaxias. El afn humano no tiene nunca fin. Solamente sus propiaslimitaciones podran frenar el ansia humana de ir ms lejos, siempre ms lejos

    Ya en pocos minutos, los cinco astronautas estaran en su mundo, en su ambiente. Al margen desus nacionalidades, esta noche la pasaran unidos, juntos en una Nochevieja diferente a todas.Despidiendo al ms sorprendente siglo de todos los tiempos. Recibiendo, acaso, al ms enigmtico,esperanzador e inquietante a la vez.

    Se encamin a la salida de su cabina en la torre de control. Fuera, ya se preparaban todos losmedios de emergencia para prevenir cualquier posible problema en la toma de tierra de la cpsulaSaturno II.

    l nada tena ya que hacer all. Su tarea como jefe de control y seguridad, haba virtualmenteterminado. Lo dems era pura rutina. Y para eso estaran ya McKern o Winfield. El no eraabsolutamente preciso, pasado lo ms difcil y arduo de la tarea.

    En ese momento son el visotelfono. Se volvi, sorprendido. Era la lnea exterior. Sesobresalt.

    Acaso el hospital Quiz algn imprevisible incidente en el proceso de su mujer Kathleentena el problema de su corazn. Claro que haba recibido garantas del hospital, tras situarla dentrode la campana de oxgeno, pero aun as

    Temblorosa la mano, descolg el visotelfono. En la pequea pantalla azul se reflejinmediatamente el busto de su comunicante. Richard respir aliviado. No era ningn personaje de

    bata blanca. No era el hospital.

    Era New Scotland Yard, Londres. El que hablaba, el que apareca en la pantalla, era elsuperintendente Hamilton, un buen amigo. Pareca preocupado.

    Aqu Novak dijo l. Ya me iba. Me ha cogido aqu casualmente. Mi mujer va a

    Lo s, lo s, Dick replic el polica, nervioso. Perdone si le molesto, pero el asunto esurgente. Por eso quise hablarle a la mayor brevedad.

    Le escucho. Qu sucede? Novak frunci el ceo.

    No quiero que falte al lado de su mujer en estos momentos, sobre todo en la fecha en queestamos refunfu el superintendente Hamilton. Pero ocurre algo que debe saber.

    De qu se trata?

    Se refiere al profesor Nikola Heuvelman. Ha escapado.Qu? aull Novak, palideciendo.

    Heuvelman. Se fug del centro psiquitrico. Usted sabe lo que esto significa.

    Si lo s? Cielos, es terrible! Ese hombre Ese hombre es peligrossimo. Est loco, lleno deodio, de rencor Es capaz de todo.

    De todo, Novak. Y eso no es lo peor. Destruimos sus frmulas, pero hemos sospechado entodo momento que guard en alguna parte una muestra de su terrible arma destructiva. Se imaginalo que sera capaz de hacer, si alcanza su arma y?

    No quiero pensarlo Novak estrujaba el auricular con su mano crispada; su frente se cubrade helada transpiracin. Sacudi la cabeza. Alguna pista, algn indicio de adnde puede habersedirigido o?

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    Nada de nada. Como cientfico y demente, es astuto hasta la exageracin. No deja huellas.Abandon el sanatorio hace cosa de dos horas; un mdico de guardia descubri casualmente elhecho. Asesin a dos enfermeros para poder salir de all sin despertar la alarma, en tanto el personalmdico preparaba la fiesta de Ao Nuevo. Algo terrible, Novak.

    Su frmula, superintendente jade Richard Novak. Recuerdo que una pequea partede su descubrimiento poda expandirse por el orbe entero, apenas fuese liberado de su recipiente. Yacabar con la Humanidad

    Es cierto. Claro que es hipottico que exista, pero

    Estoy seguro de que existe. Mientras l estaba aislado, no haba problema. Pero ahora, silogra alcanzar el sitio donde ocultara semejante muestra todos peligramos. Absolutamente todos,superintendente.

    He dado rdenes adecuadas. Todas las patrullas recorren la capital y los suburbios elpolica se enjug el sudor de su rostro con nerviosismo. Los alrededores de la zona donde sehalla emplazado el centro sanitario estn siendo batidos minuciosamente. Espero que consigamosalgo.

    Tambin yo lo espero jade Novak. Por el bien de todos, superintendente.Faltan solamente noventa minutos para el Ao Nuevo y ocurre esto.

    Espero que no se cumplan las profecas. La fuga de Heuvelman es lo peor que podasucedernos. Pero ya no tiene remedio. Lo nico que podemos tratar de evitar, es que l llegue areunirse con su maldito descubrimiento.

    Heuvelman era del Centro Espacial de la ONU. Por eso le avis a usted. Es tarea de ustedesevitar que ocurra lo peor, Novak.

    De sobra lo s, superintendente. En lo que est en mi mano, lo intentar. Pido a Dios que meayude.

    Pero usted tiene que ver a su mujer, a su hijo

    Tratar de verles. De cualquier modo, eso es ahora secundario. Si ese manaco suelta suproducto, mi mujer, mi hijo, usted, yo y todos los dems seremos simples cadveres. Solamenteeso, amigo mo.

    Colg, exasperado. De los controles del astrdromo llegaban noticias satisfactorias. La SaturnoIIbrillaba ya en el cielo oscuro. Descenda. En unos minutos, tomara tierra. Llegaban a tiempo decelebrar el Ao Nuevo. Si es que tenan ocasin para ello, pens amargamente Richard Novak.

    Se inclin sobre el tablero de controles. Accion los sistemas de comunicacin de la Euro-Cosmos Centro, la base espacial ms importante del mundo despus de las de la Unin Sovitica,

    Estados Unidos y China Continental. Con voz trmula y nerviosa, comenz a informar por todo elsistema de altavoces de la base:

    Atencin, atencin Aqu torre de control y seguridad. Llamada de emergencia a todos lospuntos de seguridad de la zona. Atencin, atencin. Habla Novak. Scotland Yard informa de lafuga del cientfico Nikola Heuvelman, del sanatorio para enfermos mentales donde se hallabarecluido tras su ataque de demencia peligrosa. Se teme que haya logrado conservar algn depsitooculto de su letal descubrimiento, y ahora est en camino de ese ignorado lugar, para ponerlo enlibertad y causar el caos mundial. Atencin a todos los puntos de seguridad de la zona. Atencin alos sistemas de comunicacin de emergencia con todos los centros espaciales del mundoInformen del peligro, del grave peligro que corremos todos en estos momentos. Atencin,

    atencinY sigui hablando, mientras el sudor corra copioso por su rostro, y su mente se llenaba con la

    imagen de Kathleen, su esposa, encerrada all en Londres, en la torre de maternidad del Hospital

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    Central, a la espera de la llegada de su hijo. El primer hijo. Y ella enferma de su delicado corazn.Y l all, a bastantes millas de Londres, repentinamente retenido por una noticia espantosa: lalibertad de un loco que poda acabar con la vida en la Tierra.

    Dios mo!, pens. Dios mo, Kathleen, mi amor! Espero que Dios nos ayude Slo enl confo

    All afuera se encendieron los proyectores rojos y blancos. Las pantallas de radar se llenaron depuntos luminosos. La sirena de aviso son, aguda.

    En las amplias pistas, el Saturno II, la cpsula espacial llegada de las estrellas, haba entrado encontacto con el suelo terrestre.

    Los astronautas haban vuelto.

    Justamente cuando el mundo estaba en peligro. Cuando la vida de todos los pueblos humanospenda de un simple y frgil hilo.

    Un hilo en manos de un cientfico loco, rencoroso y cruel, dispuesto a vengarse de laHumanidad.

    * * *

    Los cinco estaban ya fuera de su cpsula, en el recinto de esterilizacin.

    Cuando los primeros viajes del hombre a la Luna, a fines de los sesenta, el perodo deesterilizacin era una autntica cuarentena. Las cosas haban cambiado mucho en treinta aos.Ahora todo era rpido y seguro.

    Las hermticas cmaras de esterilizacin actuaban en una hora, sobre cualquier posible virus,

    contaminacin o cuerpo extrao portado por los viajeros del espacio en su regreso a la Tierra.Antes de medianoche, inmediato al momento tradicional en que se despeda un ao y se acoga aotro, ya podran salir de su encierro preventivo con totales garantas. Encerrados en sus especialesatavos aluminizados, el comandante Solohov, el coronel Jaffe, el doctor Feng, la profesora Grahamy el tcnico Brampton, se contemplaban entre s dentro de las bolsas plsticas, rugosas y brillantes,donde eran virtualmente bombardeados por productos esterilizantes, vaporizaciones desinfectantes,y toda clase de medios para impedir que trajeran de otros espacios cualquier microbio o virus capazde provocar un mal irreparable entre los humanos.

    Podan conversar a travs de los sistemas de intercomunicacin, pero sus charlas eran breves ynerviosas. En realidad, estaban deseando dejar atrs todos esos trmites, para sentirse otra vezdueos de s mismos y de sus acciones. Pero nadie poda saltarse los mtodos habituales de

    seguridad. De eso se cuidaba en todo momento una persona fra y minuciosa, que en este caso eraRichard Novak, el responsable de la seguridad general en el Euro-Cosmos Centro de Gran Bretaa.

    Espero llegar a tiempo de brindar con champaa por el nuevo ao y el nuevo siglo coment Jaffe, rociado por los esterilizantes que le obligaban a cerrar los ojos y cubran suepidermis de menudas gotitas, rpidas en disolverse.

    No creo que tenga ocasin de hacerlo en Nueva York, coronel ri Solohov.

    Ni usted en Mosc replic el americano, burln.

    Inglaterra ser un anfitrin excelente para todos nosotros asegur Luther Brampton,pestaeando en su bolsa plstica. Incluso para el doctor Feng, estoy seguro.

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    Yo me sentir feliz tomando una taza de t en su nuevo ao occidental asinti impasible elcientfico chino. El t es nuestra bebida nacional, y a fin de cuentas Inglaterra es uno de los

    pocos pases del mundo donde puede beberse un t relativamente decente.

    Muy amable de su parte, doctor sonri la profesora Hazel Graham. Mi pas, en efecto,intentar hacerles entrar felices en su nuevo siglo de vida, caballeros. La hospitalidad es una denuestras virtudes. Una que jams cambi con el paso del tiempo, doctor Feng. Como el buen t, queustedes fueron los primeros en cultivar.

    El buen humor imperaba entre los expedicionarios que regresaron del espacio. Su tiempo en lashermticas bolsas esterilizantes, dentro de la cmara de esterilizacin espacial del recinto de Euro-Cosmos Centro, se iba agotando ya. Dentro de escasos minutos podran salir a celebrar un nuevoao, un nuevo siglo

    O tal vez no?

    * * *

    Peter Ashton an no poda entenderlo. Ni entenderlo ni creerlo. Era una de esas cosas que no pueden suceder. Un milagro, un

    imposible. Lo inesperado, lo increble. Lo maravilloso.

    Contempl aquellos muros circulares, hermticos. Era un encierro. Pero otra clase de encierro.Claro que poda ir directamente a la muerte, como si fuese dirigiendo sus pasos hacia el verdugo.Pero al menos all haba una oportunidad, una esperanza. O varias oportunidades, variasesperanzas

    An le pareca mentira. Como si no hubiera sucedido. Justamente momentos antes. Justamentecuando crea que los pasos que se aproximaban a su celda eran los pasos de los celadores y elreverendo, para llevarle camino de la cmara de ejecuciones

    Luego, la aparicin del alcaide, justificando sus temores. El temblor de sus piernas, la repentinasequedad de sus labios, el pestaeo de sus ojos atemorizados El miedo a la muerte. El terror alfinal.

    Y, de repente, la frase increble, inesperada:

    Peter Ashton, quieres salvar tu vida?

    Haba seguido un profundo silencio. El reo pens que bromeaba. Un detalle de mal gusto, unaburla macabra.

    Vamos, te hice una pregunta insisti, seco, el alcaide. Quieres salvar la vida, Peter

    Ashton?Salvar la vida repiti l, con ronco murmullo. No entiendo

    Es fcil. Puedo conmutar tu pena por otra. Quiz no ganes nada, y mueras de todos modos.Pero hay la duda. La oportunidad, la posibilidad

    Cmo?

    Personalmente, no me hace nada feliz ofrecerte esa ocasin. Pero la ley es la ley. Hace faltaun hombre que no tenga nada que perder, para un experimento.

    Un experimento? le mir, dilatando mucho sus ojos. Qu clase de deexperimento?

    La ciencia necesita voluntarios. Estos nunca abundan. Pero un hombre que virtualmente estmuerto, podra acaso agarrarse a un clavo ardiendo.

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    Un clavo ardiendo Eso es lo que me ofrece, alcaide?

    Para serte sincero s. Eso te ofrezco, Peter Ashton. No quiero darte esperanzas vanas. Tusdelitos son horribles. Tus crmenes, numerosos. Eres un peligro para la Humanidad toda, para lasociedad a la que atacaste. Pero la ciencia necesita gente. Es un experimento importante. Si sedemora, puede ser perjudicial. Es en bien de la Humanidad. De modo que te dan a elegir: la muerteen la cmara de ejecuciones o una nave al espacio.

    Una nave al espacio Dios mo! Adnde? Para qu?

    No ser un vehculo confortable. Estrecho, angosto, peligroso. Pero es mejor que la muerte.Te concede una posibilidad. Llegar a alguna parte con un nuevo modelo de nave, cargado conresiduos letales.

    Residuos de muerte?

    S, justamente. Armas qumicas. Unos experimentos peligrosos, para combatir ciertasdolencias celulares. Sobraron radiaciones, almacenadas en unas cpsulas que pueden corroerse. Susconsecuencias, si se liberasen, seran terribles. Deben quedar perdidas en el espacio, fuera de todarbita planetaria. Tampoco camino del Sol, donde podran causar trastornos en el hidrgeno, y con

    ello graves alteraciones solares. Debers dejar el remolque en el espacio, lejos de todo planeta osatlite colonizado. Camino del vaco, donde deber perderse o estallar, diluyendo en la nada sumortal mercanca.

    Es urgente. Se ha recibido la demanda en el centro celular, procedente de la OrganizacinCientfica Nacional. Si aceptas, Peter Ashton, debers salir inmediatamente en un helicpteroespecial hacia Euro-Cosmos Centro, a pocas millas de Londres. Celebrars tu nuevo ao de unmodo que no podas esperar. En vez de hacerlo en la antesala del verdugo, te vers a bordo de unanave de dos cuerpos, uno de los cuales contiene los residuos qumicos. La otra pieza volver a larbita lunar tras dejar en el espacio los productos letales, y las autoridades penitenciarias de laColonia Luna se harn cargo de ti, ingresndote en uno de los equipos de extraccin de mineral, en

    el subsuelo lunar. Ests conforme?Conocer el ao 2000 en el espacio y en la Luna reflexion Peter Ashton. Cielos, nunca

    hubiera imaginado tal cosa hace solamente unos minutos, alcaide

    Tengo poco tiempo para decidir se impacient el funcionario de prisiones, consultando sureloj. Dentro de diez minutos debo llamar a la Organizacin Cientfica Nacional. Dame unarespuesta concreta, Ashton. Ahora mismo.

    Ya la tiene suspir el reo. Acepto, naturalmente

    Y as haba sido. Ahora, tras un rpido vuelo, trasladado desde la penitenciara de Londres hastaEuro-Cosmos Centro en un helicptero de la polica britnica, Ashton se hallaba encerrado en la

    hermtica cpsula de una nave de nuevo diseo, especialmente dispuesta para cargar residuosqumicos y peligrosos desperdicios letales. Era cosa de horas que fuese enviado al espacio. Habaodo confusamente comentar algo acerca de una astronave tripulada, de tipo internacional, queregresaba de una expedicin tcnico-cientfica, y en tanto no estuviera dispuesto todo para sulanzamiento, casi rutinario dentro de los programas habituales de la gran central csmica deInglaterra autntico punto vital de la investigacin europea y mundial dirigida a los cielos, lno sera enviado a las estrellas. Antes se despejaran las pistas donde los cosmonautas de regresoestaran posndose en esos momentos, procedentes de algn lejano planeta.

    Peter Ashton envidiaba a personas as, tan lejos de l, slo prximas en el hecho de queviajaban fuera del planeta. Pero mientras unos lo hacan guiados por su espritu curioso, cientfico y

    profesional, l emprenda aquella alucinante singladura slo por salvar el pellejo, por seguir convida, respirando en alguna parte; aunque fuese en la Luna, bajo las campanas oxigenadas donde semovan los penados terrestres.

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    Tena ante s un cuadro de instrumentos manejados a distancia, todo por control remoto. Suviaje sera guiado electrnicamente desde la Tierra, sin influencia alguna suya. l era slo el factorhumano en el vuelo. Su misin consistira en desprender la cpsula de los residuos cuando as se loordenasen por los auriculares. Unas breves instrucciones nada ms. Era cuanto haca falta. YAshton no era ningn estpido. Nunca lo haba sido, ni siquiera durante su carrera de asesino.

    En el cuadro de instrumentos haba un reloj. Lo segua curiosamente, dentro de su traje espacialmetalizado. Nunca como ahora sinti ms fascinacin por el paso del tiempo, por la hora quemarcaba una esfera numerada

    Las once y treinta y ocho minutos murmur, hablando consigo mismo bajo la escafandraplstica, esfrica, a la que se adheran sus auriculares. Slo veintids minutos ms y ser el ao2000. Feliz Ao Nuevo, Peter Ashton! O mejor dicho Feliz Siglo Nuevo, muchacho!

    Y ri su propia gracia.

    Luego, las agujas del reloj siguieron movindose. La mgica noche de San Silvestre siguiavanzando, implacable, hacia la hora bruja de la medianoche. El umbral de un ao con otro, de unsiglo que se agotaba, con otro que empezaba.

    Las once cuarenta Las once cuarenta y cinco Una mujer, en una campana de oxgeno,dentro de una hermtica bolsa de plstico, iba a dar a luz, all en Londres.

    Las once cincuenta.

    Un hombre volaba a reunirse con la esposa en trance de dar a luz, dentro de un hermtico,vertiginoso helicar, sobre el gran Londres del ao 2000.

    Un cientfico demente se aproximaba a su invento, con el afn vengativo de aniquilar a laHumanidad, dando suelta a la nueva y terrible caja de Pandora de su descubrimiento qumico.

    Las once cincuenta y cinco.

    Cinco cosmonautas de diferente nacionalidad y raza se disponan a abandonar sus cinco recintosplsticos de esterilizacin, tras su regreso del planeta Saturno.

    Un hombre, un reo a muerte, un asesino, esperaba ser lanzado al espacio, como ya antes lofueran otros condenados, con residuos qumicos capaces de causar un caos mundial si llegaban aescapar de sus recipientes.

    Las once cincuenta y ocho de la noche del 31 de diciembre de 1999.

    Fin y principio. Principio y fin.

    Un ao, un siglo terminaban. Un ao, un siglo, empezaban.

    El mundo esperaba, con la respiracin contenida, el momento de acoger con un alarido

    colectivo la llegada del Ao Nuevo. Los relojes se movan, inexorables, hacia la medianoche. Unosesperaban, otros soaban, los ms rean.

    Las doce. Las doce en punto de la noche. Ao Nuevo. Siglo Nuevo.

    El ao 2000. Las doce.

    Y, de repente, todo termin. De repente, el mundo se detuvo.

    CAPITULO V

    Fue un resplandor sbito.

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    Blanco, casi azul. Deslumbrante. Vertiginoso. No dur ni un segundo. Ni medio. Si acaso, unadcima, no ms. Luego, todo sigui igual. O lo pareci.

    Los cinco astronautas se miraron, sorprendidos. El fogonazo haba llegado hasta sus ojos.Achicaron las pupilas, deslumbrados por aquella dcima de segundo. De haber durado ms, ahoraestaran ciegos.

    Qu fue eso? pregunt Boris Solohov, sorprendido.No s Jaffe mostr tanta sorpresa como l. Fue una luz

    Una luz, s confirm Luther Brampton. Pero qu extraa luz!

    Como un relmpago asinti Hazel Graham.

    Un relmpago multiplicado por mil. O por un milln seal seriamente el doctor Feng,entornando sus deslumbrados ojos oblicuos. No lo entiendo

    Permanecieron en silencio. Se miraban entre s, desorientados. Luego, Boris Solohov mir a lapared, ms all de los plsticos envolventes. Las doce. Las dos agujas superpuestas. Doce en puntode la noche.

    Feliz Ao Nuevo, amigos dese el sovitico.

    Feliz siglo respondi Jaffe, con un suspiro. Sacudi la cabeza. Beberemos ese champaademasiado tarde

    No importa sonri la profesora Graham. Toda la noche es nuestra. No me acostar hastaver el nuevo da.

    Miren dijo el doctor Feng suavemente. El reloj se par.

    Qu? indag sorprendido Brampton. Mir en esa direccin. Es verdad. Se par. Elminutero no funciona. Las agujas siguen igual. Curiosa avera.

    Curiosa asinti Boris Solohov. Coincidi con las doce.Y con el fogonazo azul seal con rara entonacin Feng.

    Barry Jaffe, el astronauta americano, arrug su ceo pelirrojo. Su mirada se cruz con la de sucolega ruso.

    El sistema de esterilizacin ya no funciona indic Jaffe, con sequedad.

    Otro silencio. Hazel confirm:

    Cierto contempl su cuerpo desnudo, que el opalescente plstico, a partir de su cuello,mantena en discreta intimidad respecto a los dems. Olfate el aire de su hermtico encierro.Tampoco oigo el zumbido de los sistemas de renovacin de aire.

    Salgamos de los plsticos aconsej Luther Brampton, sudorosa su carne negra y musculada. Empieza a ser molesto respirar aqu. No entra oxgeno.

    Deberan haber advertido esto indic secamente el ruso.

    Pero no lo han advertido cort Feng. Es raro, no?

    No mucho suspir Hazel. Es Nochevieja. La gente se distrae.

    Aqu tambin? dud Jaffe. Es un centro espacial, seorita Graham. Nadie se distrae enestas cosas, ni siquiera a la entrada del ao 2000.

    Eso es cierto convino preocupado Boris Solohov. Alarg una mano. Saldremos pronto

    de dudas. Si se alarman, all ellos.

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    Puls el resorte de emergencia, un botn rojo en el interior de la envoltura plastificada deesterilizacin. En los cuadros de control se encendera en esos momentos una pantalla roja. Unsonido ululante se extendera por la seccin, requiriendo la inmediata presencia de los tcnicos.

    No hubo pantalla de luz roja. No hubo sonido. No hubo nada.

    El silencio se hizo denso, impresionante. Todos se miraron de nuevo. Los rostros se agitaron

    dentro de las fundas plastificadas, como columnas rugosas de brillante celofn.No es slo el reloj, el aire o la esterilizacin dijo Jaffe. Nada funciona.

    Probaron varios de ellos, para comprobar que no era un fallo exclusivo del ruso. No hubonovedad alguna fuera de sus recipientes esterilizados.

    Cielos jade Brampton, pestaeando. Qu ocurre?

    No s. No lo entiendo confes Hazel Graham. Se supone que todo esto funcionaautomticamente, aunque el personal falle. Se habrn averiado los circuitos. Creo que es mejorsalir.

    Y as lo hicieron. Abandonaron las bolsas de esterilizacin. Sobre sus cuerpos cayeron las capas

    plsticas, para envolver la desnudez de cada uno. Se encaminaron en silenciosa procesin hacia unapuerta que debera haberse abierto ante ellos automticamente, pero que no lo hizo.

    Barry Jaffe, ceudo, fue quien tuvo que abrirla por su propia mano. Cambi una ojeada de dudacon los dems. Entraron en las cabinas individuales, de donde reaparecieron, ya uniformados con elazul y gris de las ligeras ropas del Cuerpo Espacial de las Naciones Unidas. Sobre sus pechos, elemblema de la organizacin internacional, con el fondo de estrellas y planetas, unidos por unamano de hombre. El smbolo de su obra.

    No vieron a nadie. Pero eso no era extrao. Lo extrao sucedi al consultar sus relojes.

    Siguen siendo las doce en punto indic el doctor Feng, suavemente. Mi reloj se par a

    esa hora.Y el mo asinti Solohov, preocupado.

    El fenmeno se repeta en los cronmetros de Hazel, Brampton y Jaffe. Eran relojes elctricos,de asombrosa precisin. Pero todos se haban parado a las doce.

    Esto no depende de una avera mecnica en los sistemas automticos de Euro-Cosmos Centroseal framente Luther Brampton.

    Ciertamente suspir Feng, entornando sus almendrados y astutos ojos. No depende deeso. Algo ha sucedido. Algo que no entiendo bien.

    Siguieron caminando por el largo tnel iluminado del edificio central de la base. Era curioso

    que todo se hubiera averiado. Sin embargo, la luz continuaba normal.Probaron a utilizar las pantallas de televisin de circuito cerrado para localizar al personal de la

    base en alguna parte, dondequiera que estuviesen celebrando la fiesta de fin de ao. Ningunapantalla funcion. Los televisores no transmitieron imagen alguna.

    Vamos dijo enrgicamente Jaffe. Hay que subir a la planta central. All preguntaremos aalguien. El personal de servicio estar trabajando, eso es obvio. Ellos nos dirn lo que sucede.

    Usted cree?

    Todos se volvieron. El que haba hecho la pregunta, framente, era el doctor Feng. El cientficoy astronauta oriental pareca lleno de extraas e inexplicables dudas.

    Supongo que as tiene que ser, a menos que ellos no sepan lo que ocurre se irrit elamericano.

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    Exacto, coronel. A menos que ellos no sepan lo que ocurre admiti con un suspiro el chino.

    No hubo ms comentarios. Quisieron tomar un ascensor, pero no funcionaba ninguno. Nitampoco las escaleras mecnicas. El silencio en torno suyo era tan completo que crispaba losnervios. Incluso nervios tan templados como los de cinco seres que haban pasado meses enteros enel Cosmos, viajando entre Saturno y la Tierra.

    Subieron por el procedimiento ms simple y directo, utilizando la escalera mecnica como unavieja y normal escalera. Se encontraron pronto cinco niveles ms arriba, en la llamada plantacentral, autntico punto de donde partan los millones de sistemas que mantenan en actividad la

    base y controlaban sus complejas funciones.

    Ante ellos se abri el enorme corredor, repleto de sistemas de control, circuitos y pantallas detelevisin. Todo inmvil. Todo paralizado. Ni un zumbido de actividad. Solamente luz. Fra,abundante, azulada luz sin zonas de sombra. Pero aparte de la luz, nada. Ni un mecanismo enmarcha, ni una voz, ni un grito, ni un rumor de pasos.

    Silencio. Silencio total. Absoluto.

    Extraa celebracin del nuevo ao seal ahogadamente la profesora Graham, levemente

    plido su rostro.Muy extraa convino Solohov, en tono seco.

    Siguieron adelante. Doblaron el recodo, enfrentndose a la puerta de la nave principal deledificio, donde se hallaba la sala de controles y el contacto directo con la torre de control yseguridad.

    Cielos suspir Luther Brampton. Al menos, ya vemos a alguien

    Era cierto. Eso produca un alivio en la tensa, alucinante situacin. Por un momento, aunque nohaban querido confesrselo mutuamente, todos pensaron que se haban quedado solos en la base.Absolutamente solos, en una inexplicable y fantstica soledad.

    Naturalmente, eso no era cierto. No poda ser cierto. Y all estaba, por fin, la evidencia. Unhombre. Un miembro del servicio tcnico militar de Euro-Cosmos. Con su uniforme verde claro,con su casco blanco, y el distintivo de la fuerza espacial de la ONSU.

    Estaba erguido ante una de las vidrieras de la sala de controles, dndoles la espalda; muyinteresado, al parecer, en contemplar algo que haba dentro, tras los vidrios coloreados de azul.

    Eh, amigo Jaffe se dirigi a l sin disimular su profundo suspiro de alivio. No sabe laalegra que nos ha dado verle

    Lleg a l y le palme fuertemente la espalda, para darle a entender al rgido empleado que seestaban refiriendo a l, y no a ningn otro.

    Ocurri algo espantoso. El empleado de la Euro-Cosmos no abandon su rigidez ni un solomomento. No atendi a la demanda de Barry Jaffe. Lo nico que hizo fue oscilar y luego caerse, enla misma posicin en que estaba. Rgido, estirado, inmvil. Como un maniqu.

    Dio una vuelta en el suelo, y se qued quieto, mirando hacia el techo salpicado de luces azules.

    Dios mo! susurr Hazel Graham, inclinndose rpidamente sobre el hombre abatido.Le examin el rostro joven, rgido, inexpresivo, los ojos vidriados, la ausencia total de vivacidad ointeligencia. Tuvo que tocar su rostro, su carne, para comprobar que no era realmente un mueco,una figura de cera o un robot. Luego, llevada de un impulso repentino, puso su mano sobre el ladoizquierdo del pecho de aquel hombre.

    Hubo un profundo silencio en torno. El doctor Feng, aun dueo de su sangre fra, se inclinhacia ella.

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    Y bien? indag.

    Ella se incorpor, y casi pareca de cera. Pura cera animada, tal era la palidez de su rostro.

    No lo entiendo musit. Todos le vimos ah, en pie, erguido. Pero ese hombre estmuerto.

    Retrocedi, estremecida de horror, mientras todos la contemplaban, incrdulos, y se

    apresuraban a comprobar el cuerpo rgido del cado. Hazel Graham fue a dar con sus espaldas en elvidrio de separacin de la sala de controles de la base csmica, y un ahogado sollozo la asalt,rompiendo su poderoso autocontrol habitual.

    Gir la cabeza, tratando de dominarlo, de superar su debilidad del momento, mordiendo confuerza su trmula mano. Entonces clav los ojos en el interior de la sala de controles, a travs delencristalado panel. Su boca se abri, convulsa. Y emiti un largo, agudo, estremecedor alarido de

    pnico y de horror.

    * * *

    Richard Novak haba preferido tomar un helicar de gran velocidad. Un vehculo manejable yvertiginoso, en el que uno deba encerrarse hermticamente por seguridad, dada su rapidez endesplazarse sobre las regiones suburbanas de Londres.

    Ello le permiti llegar rpidamente a la zona de aparcamiento de vehculos areos, en el GranHospital Central, justamente ante la Torre de Maternidad, a la que se dirigi con rapidez desde elvehculo apenas ste se hubo detenido y abri la puerta hermtica.

    El silencio del hospital en torno suyo no pareca romperse ni aun en fechas como aquella, enque todo el mundo celebraba la entrada en el nuevo ao y, a la vez, en un nuevo siglo. Las

    numerosas luces, como salpicaduras luminosas en la noche, llenaban de recuadros blancos y brillantes los muros de los edificios destinados a establecimiento sanitario. Novak iba tanpreocupado por Kathleen, que apenas si se fij en nada de cuanto haba en torno suyo. Quera estarcuanto antes junto a su esposa. Confiaba en haber llegado a tiempo de serle de alguna ayuda en eldifcil trance actual, dado el delicado estado de su corazn.

    Consult su reloj. Era raro. Las doce en punto. Hubiera jurado que ya eran las doce cuando sediriga con el helicar al hospital. Debi equivocarse, porque los cronmetros elctricos del personalde la base no fallaban nunca. De su precisin, como la de tantos otros aparatos, dependandemasiadas cosas, para no existir esa minuciosa exactitud en su funcionamiento.

    Novak alcanz la puerta de maternidad. Se dirigi a los ascensores. Sorprendido, comprob que

    no funcionaban. Se volvi hacia la recepcin, en busca de una enfermera de servicio nocturno.Qu diablos sucede con los ascensores? indag. Un edificio de veintitantas plantas, no

    puede quedarse sin servicio de subida y bajada, enfermera. Hay alguna avera?

    La enfermera era madura, de ojos azules y cabello gris, gesto amable y risueo. Le contemplabafijamente, con una media sonrisa. All, al fondo, en una sala de espera, aguardaban tres personas;un matrimonio joven, con las manos cogidas, y un hombre de edad leyendo la edicinestereoscpica del Times.

    La enfermera no dijo nada. No le respondi. Sigui mirndole impasible, con su media sonrisay sus afables ojos azules.

    No me ha odo? se irrit Novak, apoyando sus manos en el mostrador de recepcin. Lehe dicho que los ascensores no funcionan, enfermera.

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    Todo sigui igual. La enfermera no habl. No pestae, no se movi. Ni alter lo ms mnimosu gesto. Novak empez a perder los estribos. Palme con fuerza sobre el mostrador. Nervioso, casigrit.

    Qu clase de establecimiento es ste, en que no se atienden las preguntas de los clientes?Es que se ha vuelto loca? No tengo ganas de bromas, ni siquiera en esta noche, enfermera, y suactitud es es

    Se detuvo. Respir hondo. Perplejo, dej de golpear y gritar. Mir en torno.

    Los tres que esperaban seguan indiferentes a todo. Como si escandalizar en un hospital, amedianoche, fuese lo ms normal del mundo La enfermera no reaccionaba.

    Novak pestae. No entenda lo que estaba sucediendo. Gir en torno al mostrador, se meti enel reducido recinto donde la enfermera atenda a los visitantes, al personal del recinto, y a lacentralilla telefnica de un sector de la Torre de Maternidad.

    Hizo girar el asiento de ella, dispuesto a encarar lo que fuese. Lo hizo rudamente, sincontemplaciones. La enfermera gir sobre su asiento como una grotesca peonza, y terminderrumbndose sobre la centralilla, en la que no se perciba una sola llamada exterior o interior.

    All se qued de bruces, tan rgida como un mueco.Richard Novak retrocedi, horrorizado. Respir con fuerza.

    Dios mo! el murmullo brot entrecortado de sus labios. No puede suceder algo as. Notiene sentido

    Se detuvo. Su fra y lcida mente de hombre tecnolgico, entregado a trabajos mecnicos ytcnicos de gran precisin, se sobrepuso a todo. Volvi a mirar su reloj.

    Las doce. En punto. Segua parado.

    Clav sus ojos en el reloj de la sala, encima de los ascensores. Las doce.

    Mir la mueca gruesa de la enfermera abatida sobre las conexiones telefnicas. Las doce.Corri hacia los asientos de la sala de espera. Baj el Times estereoscpico con un grosero

    manotazo, pero el lector no se inmut por ello. Sigui sujetando el vaco con sus manos y mantuvofija su mirada en algo, en aquel vaco que antes ocupara el diario. Sin expresar emocin alguna.

    Se volvi a los dos jvenes. Mir sus manos entrelazadas. Y sus relojes de pulsera. En ambos lamisma hora, con leve diferencia; las doce y dos minutos. Las doce menos unos segundos Fallosmecnicos de sus respectivos cronmetros. Pero parados a la misma hora.

    A la misma hora en que todo se par. En que ellos mismos se pararon.

    La pareja se miraba entre s. Y as seguira mirndose, incansable, hasta el da del Juicio, si algo

    no lo remediaba pronto. Novak no vea en sus manos ese remedio.Angustiado, se apart dando trompicones. De sbito, elev sus ojos arriba, a las escaleras

    mecnicas inmviles, a las plantas del edificio de maternidad. Un grito desgarrado, ronco, brot desus labios convulsos:

    Kathleen! Dios mo Kathleen!

    Y ech a correr. Corri como nunca antes haba corrido, sin preguntarse siquiera qu suceda,qu haba sucedido. Sin querer saber nada. Pensando solamente en ella, en Kathleen y en el beb.En el beb que, quiz, ya nunca llegara.

    Kathleen! gritaba exasperado, frentico, lleno de una angustia sin lmites, preguntndose

    si al llegar arriba, a la sala de urgencia de maternidad, se encontrara otra vez con aquel horror.

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    Alcanz la planta donde saba que tenan hospitalizada a Kathleen, su esposa, dentro de unacampana de oxgeno para combatir sus deficiencias respiratorias. Esperando la vida de un nuevoser.

    Aterrorizado, descubri a un enfermero con un carrito de instrumental, por el corredor. Carrito yenfermero simplemente formaban parte de un cuadro inmvil. Tropez en su carrera con el carrito,lo volc, con estrpito de vidrios y de instrumentos de acero. El enfermero se vino de bruces alsuelo apenas le falt el apoyo de su carrito. Rebot como un maniqu, quedndose quieto a espaldasdel despavorido Novak, cuya carrera sobre el suelo resbaladizo y terso del corredor blanco, lellevaba al recinto destinado a los casos como el de Kathleen Novak.

    El experto de Euro-Cosmos Centro se detuvo, resbalando, delante de la cmara de oxgeno.Contempl con los cabellos erizados al mdico de blanca bata sentado en una antesala, apuntandoalgo en su bloc. Lpiz, bloc y mano guardaban la inmovilidad de una escultura o una reproduccinen cera. El mdico miraba al bloc, y mirara as hasta el fin del tiempo, a juzgar por la apariencia.

    Cielos, no puede ser No puede ser! gimi Novak. Qu maldito horror ha sucedidopara que esto llegue a ser posible?

    Clav sus ojos despavoridos en la puerta cerrada hermticamente. La abri de golpe, casi conrabia, esperando encontrar a su amada Kathleen inerte, rgida, como una estatua ms, dentro de lacampana plstica de su encierro.

    Y, de repente, una convulsin sacudi a Novak, al encararse con las penumbras y la suaveluminescencia de la cmara de oxgeno.

    Oy al fin un sonido humano. Un pattico y extrao sonido

    Un llanto. El llanto de un beb.

    CAPITULO VI

    Peter Ashton jur entre dientes repetidamente.

    Estas cosas slo me pueden suceder a m, maldita sea mascull. Seguro que cambiande planes y vuelvo a mi celda de muerte.

    El reloj se haba parado a las doce. De eso haca al menos veinte minutos. Dentro de la cpsulaespacial haca ahora un calor de mil diablos. La refrigeracin deba haberse averiado. Elacondicionador de aire no funcionaba. Los mecanismos, tampoco. El silencio era absoluto. La

    cuenta atrs para la partida inmediata de la peligrosa nave con residuos qumicos, pareca habersido detenido desde el exterior. Los nmeros no se sucedan ya en la pantalla.

    Empez a sentirse molesto consigo mismo y con los dems. Sera el peor de los infortunios que,por alguna razn, aquello no funcionara, el proyecto se abandonase, y l tuviera que volver a lasmanos del verdugo. Sera monstruoso, sencillamente.

    Trat de utilizar repetidas veces los sistemas de comunicacin con el exterior. Nadie respondia sus llamadas. Nadie le explic nada. Solamente haba silencio. Silencio, como en la muerte.

    Ashton se cans de todo eso. Se irgui en su incmodo asiento del pequeo recintoastronutico. Camin incluso, dando los dos pasos que la angosta cabina permita en una y otradireccin, libre ya de ataduras y correas. Luego de probar una y otra vez los instrumentos, renunci

    a seguir curioseando. Sus conocimientos tcnicos, adems, eran nulos.

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    Se encamin a la salida de la cabina. Cerrada hermticamente. Como una celda. Se estremeci.Pero haba una diferencia fundamental: la puerta poda abrirse desde dentro, accionando el sistemade emergencia como le haban indicado.

    Lo accion. Con un zumbido, el sistema hidrulico actu. Aun fallando todos los mecanismosde a bordo, el procedimiento de seguridad para abrir o cerrar la puerta en un caso urgente, nofallaba nunca.

    Peter Ashton se frot los ojos, cuando hubo saltado gilmente al suelo de la rampa delanzamiento.

    Libre jade. Por vez primera estoy libre!

    Y contempl la noche, la bveda altsima de los astros, el paisaje oscuro en torno a la base, lasrampas o torres de lanzamiento de los diversos vehculos csmicos Y las mil y una luces de losradiantes edificios y torres de control de Euro-Cosmos Centro, a pocas millas de Londres.

    Respir el aire nocturno a pleno pulmn. Lo encontr limpio, transparente, tonificante y vital.Hermoso, embriagador. Lo mejor del mundo. Lo mejor que nunca sintiera.

    Aire Simplemente aire libre, sin rejas, sin muros susurr, en xtasis, alargando susbrazos al cielo, como queriendo alcanzar las estrellas que, un momento antes, le parecan ya mscercanas, dentro de la cpsula.

    Luego mir con recelo a su alrededor. Era un convicto, un fugitivo. Haba faltado alcompromiso. No deba salir de la cpsula, salvo en la Colonia Luna. Y estaba solo, libre en la

    propia Tierra.

    Nadie acuda a detenerle, a impedir su fuga. Era raro. Muy raro. No percibi sonidos ni voces.Ni un ruido. Como si, repentinamente, l estuviera solo en la base.

    Era demasiado maravilloso todo aquello para ser posible. No lo crea. Se frot otra vez los ojos,comprob que no era un sueo. No, no lo era.

    Estaba libre. Libre!

    Poda echar a correr, huir a travs de la noche, por el complicado tejido de pistas y rampas, en busca del campo, de la espesura, de la libertad definitiva Acaso pudiera escapar a susperseguidores, a la ley, a todos. Era un riesgo, s. Era correr el peligro de caer de nuevo a su celda,y esta vez sin posible evasin, sin ninguna oportunidad.

    Pero el juego era fascinante. Vala la pena. Todo o nada. Vida y libertad o muerte.

    Y ech a correr. Ech a correr pista adelante como una exhalacin, buscando la oscuridad, loslmites de la zona de trfico csmico.

    Hasta que, con un alarido de furia, de contrariedad, fue a caer de bruces contra una patrullaformada por cuatro soldados del cuerpo de seguridad de las bases espaciales de las NacionesUnidas. Cuatro soldados armados de ametralladoras ligeras, acomodados en un vehculo inmvil,un coche oruga descapotable.

    Lanzando una imprecacin, se detuvo, jadeante, y alz los brazos al cielo. La luz de unproyector de las rampas de lanzamiento silueteaba perfectamente su figura y la de aquel vehculocon sus cuatro ocupantes armados.

    Maldita sea, no disparen farfull de mala gana Peter Ashton. Me entrego. No pretendahuir, cranme. Debo salir con aquella nave; los instrumentos de a bordo se averiaron, tuve miedoy

    Se detuvo. Pestae. Los soldados no respondan. No se movan. Ni siquiera le estabanencaonando. Uno permaneca sentado al volante del vehculo, y los otros tres miraban ante s,imperturbables.

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    Bueno, me estn escuchando, amigos, o son todos sordos? se irrit Ashton.

    Si le escuchaban, al menos no contestaban. Ni una sola palabra. Nada de nada. Perplejo, avanzhasta el coche y se asom, hablndoles afablemente.

    Miren, pueden llevarme con ustedes a la cpsula y comprobarlo. Yo

    Se detuvo. Estaba tocando el brazo a uno de los soldados, y ste no replicaba ni se mova.

    Rpidos, los dedos de Ashton tomaron el ligero fusil ametrallador de encima de las piernas delsoldado. Les encaon, decidido, soltando el seguro.

    Ni un solo movimiento o disparo! rugi.

    Su dedo tembl en el gatillo. Pero no lo oprimi. Sencillamente, no haba por qu.

    Acababa de darse cuenta de que hablaba con cuatro maniques. Con cuatro muecos rgidos ysin vida. Pero maniques de carne y hueso. Muecos humanos.

    Algo les suceda. Estaban quietos, estirados. No oan, no hablaban, no sentan nada de nada.

    Era absurdo, pero era as. El no poda entenderlo. Ni le importaba.

    Lo importante era que el arma era legtima e iba cargada de proyectiles. Que no se oponan a sufuga. Que era libre e iba armado. Algo con lo que, poco antes, ni siquiera poda soar. No trat de

    buscar ms, ni de explicarse lo que no entenda. Sencillamente, escap. Escap a campo traviesa,buscando la salida de las pistas del Euro-Cosmos Centro londinense.

    Pero, mentalmente, s pensaba en aquel extrao suceso. Se pregunt qu suceda con aquelloscuatro hombres, con los mecanismos del interior de la nave, con muchas cosas raras que se

    presentaban. Pero todo ello sin dejar de correr, sin abandonar su veloz marcha a travs de las pistasde aterrizaje y partida de astronaves.

    Se detuvo bruscamente, arma en mano, dispuesto a hacer fuego.

    Esta vez haba tropezado con alguien. Su idea no era la de salir de all fcil e impunemente.Saba que se tropezara con problemas, con enemigos que trataran de impedirle la evasin. Yestaba dispuesto a todo. A todo. Incluso a matar, por supuesto.

    Y aquel pareca el momento justo de hacerlo, de oprimir el gatillo, de abatir al adversario. Sloque Slo que el polica militar de aquel punto de las cercas de salida, estaba quieto. Tan quietocomo todos los dems, los ocupantes del coche oruga militar de la fuerza espacial de la ONU.

    En vez de oprimir el gatillo a boca de jarro sobre su adversario, se detuvo sorprendido, yescudri el rostro rgido del polica bajo el casco reglamentario. Los ojos oscuros eran comovidrios, como dos trozos de azabache brillando framente, sin un solo movimiento. El rostro erahermtico, la figura erguida, tirante, como la de un mueco metlico.

    No le vio tocar su arma del cinturn, ni siquiera pestaear, mirarle, intentar algo.Que el diablo me lleve si entiendo esto farfull roncamente, estudiando a aquel maniqu

    humano. Otro ms?

    Le rode, curioso. Incluso se decidi a agitar al hombre uniformado, tomndole por un hombro.No lo resisti. Se le vino al suelo, chocando sordamente a sus pies. Rod lejos el casco militar. Yall se qued el personaje, con el rostro hundido en el concreto de la pista, junto a las altasalambradas de seguridad del recinto.

    Perplejo, desorientado, Peter Ashton retrocedi hasta la valla. Record que acostumbraban aestar electrificadas para evitar cualquier incursin ajena a los servicios del recinto espacial. Se

    inclin. Tom el casco del hombre inconsciente, muerto o lo que fuese. Lo arroj con fuerza contralo alto de la alambrada. Golpe all, rebotando y alejndose sobre el concreto, con metlico rodar.

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    No ocurri nada. La electrificacin estaba anulada. Los ojos de Ashton brillaron: podra salirfcilmente, escalando aquella malla de metal. Y as lo hizo, sin preocuparse ms del misterio de loshombres inmviles.

    Pronto estuvo al lado opuesto de la alta cerca, lo que era como estar fuera de todo inmediatopeligro. Que era sentirse ya plenamente libre. Libre, armado, sin ser descubierta todava su evasin,qu ms poda pedir aquel hombre que, slo unas horas antes, slo esperaba la accin del verdugo

    para terminar de una vez con su vida?

    Ech a correr a travs de la noche, de aquella primera noche, silenciosa y extraa, alucinante yenigmtica, que era la inicial de un nuevo ao, el ao 2000. Que era la primera de un siglo, el sigloXXI.

    La primera de una nueva Era. Es lo que Peter Ashton, un hombre que no quera pensar en otracosa, poda pensar sobre aquella noche de un nuevo ao. No se le ocurri siquiera imaginar la

    posibilidad de que, tal vez, al mismo tiempo de ser la primera noche del ao 2000 y del siglo XXI,poda ser la ltima noche de la Humanidad sobre la Tierra.

    No. El no lo pens. Otros lo hicieron por l, en otros lugares de Londres, casi al mismo tiempo

    que el convicto escapaba a su destino, de tan inexplicable modo. Otros lo pensaron, y sepreguntaron, despavoridos:

    Es esto el final, Seor?

    * * *

    Es esto el final, Seor?

    Era Luther Brampton quien haca la pregunta, mirando patticamente hacia las alturas, como si

    buscara a Dios en alguna parte y no fuera capaz de encontrarlo. Entretanto, Jaffe atenda a laprofesora Graham, vctima de un ataque de nervios tras la contemplacin del alucinante panoramade la sala de controles.

    El doctor Feng, escptico, se encogi de hombros. No busc a Dios. No busc nada. Se limit ainclinar la cabeza, inexpresivo su rostro aceitunado.

    Me gustara tener una respuesta dijo. O que alguno de nosotros la tuviera. Me temo queno sea as, verdad, comandante Solohov?

    El ruso separ su mirada de la sala de controles recin examinada. Se frot el mentn, con unaluz incierta en el fondo de sus oscuras pupilas.

    No s dijo. No s qu pensar, doctor. No entiendo nada todava.Como bilogo, comandante, yo dira que asistimos a una nueva forma de aniquilacin

    sentenci el oriental.

    Aniquilacin? Jaffe se volvi bruscamente, alarmado, como si aquel trmino no fuera enabsoluto de su gusto.

    Eso dije, coronel sonri tristemente Feng. Observe que la parlisis es masiva. Noofrecen huella alguna de violencia. No hay indicios de dolor, de miedo o de angustia en losafectados por esta extraa forma de morir.

    Morir Brampton dud. Cree que estn realmente muertos, doctor?

    Clnicamente, lo estn. Su corazn no funciona. No alientan. No tienen movimiento alguno. No reflejan la menor sensibilidad. Y aquellos a quienes he aplicado el casco delelectroencefalgrafo, no revelaron tampoco actividad cerebral. En esas circunstancias, mi querido

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    amigo, un ser humano es un cadver, y nada ms. S lo que va a decirme; no tienen el color de unmuerto, su apariencia es de vida normal. Pero no la hay. Por eso dije que es algo nuevo,desconocido. Pero si actu sobre todos a la vez es que ese algo estuvo aqu, en el aire yagit sus delgadas manos, de largos y huesudos dedos color aceituna, como abarcando el aire queles rodeaba.

    Aprensivamente, miraron en torno suyo Jaffe, Brampton y Solohov. El ruso respir con fuerza,y argument:

    Nosotros respiramos el mismo aire, igual que ellos, y no nos sucede nada, doctor Feng.

    Lo respiramos ahora seal el bilogo chino, con sequedad. No cuando ellos sequedaron inmviles, recuerde.

    Que debi ser cuando estbamos en las cmaras de esterilizacin e inmunizacin apuntJaffe.

    Exacto.

    El mdico camin hasta la vidriera de la sala de controles, y mir aquello que provocara el grito

    de terror y el ataque histrico de la profesora Hazel Graham. Vio una vez ms la docena de figurasinmviles, en las ms variadas posturas, de los miembros que dirigieron los controles en Euro-Cosmos Centro. Sacudi la cabeza, perplejo, al fijar sus ojos en un reloj que sealaba las doce de lanoche. Aadi, calmoso:

    Algo paraliz todas esas vidas, inmoviliz extraamente a todos los que componan elpersonal de la base. Podramos pensar en un virus, en un gas, pero Qu detuvo los mecanismoselectrnicos y parte de los sistemas elctricos del lugar? Incluidos nuestros relojes, por supuesto.

    Nadie objet nada a eso. En el fondo, todos pensaban lo mismo. Slo que no entendan lascausas de la extraa inmovilidad de toda aquella zona, ya fuesen mquinas u hombres.

    Parece que ya se recupera Jaffe se refera a la profesora Graham, quien agitaba la cabeza,

    aturdida. Qu haremos ahora, caballeros?Mi consejo es simple habl Solohov. Salgamos de aqu.

    Adnde?

    Debemos examinar todas las plantas. Si el fenmeno es general, intentemos transmitir algnmensaje a Londres.

    Londres Feng se mordi el labio inferior. Ha pensado alguno de ustedes en latremenda posibilidad de que en Londres sucediera lo mismo?

    Dios mo! jade Jaffe. Sera espantoso!

    Hay un medio de saberlo terci Solohov. Ir a comprobarlo. Personalmente.Conforme asinti Jaffe. Si no obtenemos respuesta por radio, o no podemos transmitir

    ese mensaje, iremos a Londres para saber lo que haya podido suceder. Aunque imagino que estefenmeno, sea cual fuere, habr sido algo aislado, solamente en este recinto.

    As sea musit con fervor Brampton. Pero si sucediera lo peor podramos al menosinformar al mundo, a Inglaterra toda, desde la radio o la televisin, para que nos prestaran algunaclase de ayuda, para que Naciones Unidas averiguara lo que ha sucedido.

    Mi querido amigo terci suavemente el doctor Feng, est usted dando por sentado quetodava existe vida en el resto del mundo. Y eso est an por comprobar.

    Cuatro miradas alucinadas, cuajadas del ms vivo y escalofriante terror, se clavaron en elbilogo oriental que se haba atrevido a lanzar semejante especie.

    Y nadie se atrevi siquiera a hablar.

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    * * *

    El nio. Era el nio.

    Haba nacido. Su hijo. Y haba nacido ahora mismo. All. Frente a l. Dentro de la campana deoxgeno. Sin asistencia para la madre ni para l. Sin nadie alrededor.

    Haba nacido con el nuevo ao, con el nuevo siglo. En medio de un mundo paralizado ysilencioso. Con su madre agitndose, convulsa, sudorosa, en el lecho de su maternidad.Abandonada. Sin mdicos, sin enfermeras, sin medicamentos, sin ayuda.

    Solamente l, entrando all de modo milagroso, justo en el instante preciso.

    Kathleen susurr. Kathleen, mi vida

    Fue hacia ella tembloroso, estremecido. Entr en la campana de oxgeno. Vio el parto, en sumismo final. Con la vida de Kathleen y de la criatura en peligro. Sin nadie a quien recurrir.

    Y entonces se decidi. No poda hacer otra cosa. La hizo.Era lo nico posible para intentar salvar, al menos, una vida. La que fuese. La que estuviera en

    sus manos defender de la muerte. Ambas, si estaba en su escasa capacidad lograrlo.

    Ayud a Kathleen en el tremendo trance. Ayud a venir a su hijo al mundo, salvando, a la vez,la vida de la madre.

    Lo logr. Cuando el entrecortado jadeo del pequeo se hizo ya abierto llanto, y cuandoKathleen se sumi en un sopor con la respiracin rtmica, apacible, supo Richard Novak que lohaba conseguido. Que ambos vivan; su esposa y su hijo. Los dos estaban a salvo.

    Sudoroso, sali de la campana de oxgeno. Se enjug esa transpiracin mientras se apoyaba en

    el muro. Tena la mano temblorosa. Un espejo le devolvi una imagen lvida de s mismo. Pero unaleve sonrisa de complacencia, de felicidad, curvaba sus labios apretados.

    Lo logr Lo logr susurr, hablando consigo mismo, en la penumbra de la cmara delestablecimiento sanitario.

    Y nada le import en ese momento. Egostamente, no pens siquiera en el vaco, el silencio, laaplastante soledad que le rodeaba en un Londres extraamente silente y como dormido o muerto.

    No pens en el hospital sin ruidos, sin vida, con maniques humanos paralizados ac y all, comoen una pesadilla monstruosa. Pens tan slo en que l estaba vivo. Y con l, Kathleen, el nio Elnio nacido con el nuevo ao y el nuevo siglo. Nacido, acaso, en medio de una inexplicable muertedel mundo.

    Richard Novak record cosas aisladas: el fugitivo del manicomio, el peligroso NikolaHeuvelman, dueo acaso de una reserva letal de su invento de muerte. Algo que, una vez liberado

    poda causar el fin de la vida en la Tierra. El fin de todos. De todo.

    Dios mo! se pas una mano trmula por la frente. Se tambale, tratando de hacer algo, deir a alguna parte, aunque no saba siquiera adnde. Si hubiera sido eso

    Recordaba vagamente en qu consista el descubrimiento del profesor Heuvelman. El sabiobelga haba hallado un arma espantosa, implacable para toda forma de vida. Su frmula fuedestruida tras internarlo, diagnosticndosele un caso de demencia agresiva y cruel; pero siempre setemi que hubiera guardado en alguna parte una muestra de su diablica creacin.

    Una creacin capaz de expanderse por el mundo entero, si su envase era abierto, y como unamoderna y cientfica caja de Pandora, lanzar a los humanos el azote de una muerte brutal, sbita ytotal.

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    No tena una idea exacta sobre los efectos y consecuencias del arma. Slo saba que era algo detipo bioqumico, terriblemente letal. Una pequea dosis poda servir para acabar con el orbe entero.Eso explicaba por s solo su tremenda virulencia.

    Un arma bioqumica. Quiz fuera sta. Tal vez fuera lo que se descarg sobre Londres y sobreel planeta todo, como un silencioso Apocalipsis.

    Cielos, no puede ser jade. No puede ser Si ello fuera cierto, estaramos solos. Soloslos tres en este momento! Y eso no es posible. No, no. Adems, por qu nosotros? Por qu,precisamente nosotros?

    Nadie iba a responderle. Nadie iba a darle una solucin. La incgnita continuaba en pie. PeroRichard Novak tena que aclarar todo lo sucedido. Tena que hacerlo; y cuanto antes, si no queraenloquecer.

    Se precipit a la centralilla telefnica. Trat de marcar varios nmeros, bien de telfonoconvencional, bien de visotelfono. No tuvo xito. No funcionaba ninguno de los dos sistemas decomunicacin. Ni siquiera sonaba la seal para marcar.

    An quedaban recursos. Debera dejar a Kathleen con el nio, aunque slo fuese unos minutos,

    mientras l averiguaba algo fuera del hospital. Se precipit al exterior. Solamente tena quelocalizar a alguien que estuviera normal, que caminase por la calle, o dentro de un vehculo. Si nolo lograba, ira al Centro de Comunicaciones Internacionales. El telgrafo, la radio, la televisin,algn mtodo tena que existir para comunicarse con alguien, dentro o fuera de Londres, que

    pusiera en claro la situacin.

    El aire de la noche era fro y hmedo, pero eso era todo. No ola extraamente, no ofrecaanormalidad alguna. Como cualquier noche de cualquier fecha. Pareca mentira que algo hubieracambiado de tal modo. Que pudiera ser l, junto con Kathleen y el pequeo, el nico en

    No, no rechaz. No debo pensar en eso. Es absurdo. Es un disparate. Pronto saldr dedudas. Acaso sea todo un mal sueo, una maldita pesadilla.

    Pero en su interior saba que no soaba. Aqul era el mundo real y tangible de los hechos, no delas pesadillas. Estaba ahora caminando por Londres, bajo la noche, fuera de los jardines del GranHospital Central, convertido en un lugar ocupado solamente por muecos humanos, por maniquesde carne y hueso, inmviles y aterradores en su silencio y su parlisis.

    Empez a sentir terror cuando descubri las calles desiertas y silenciosas. Bien iluminadas,rectilneas, lmpidas, con la humedad charolando ligeramente el asfalto. Recorri varias manzanasde edificios. Pas por un aparcamiento de helicares; no vio sino vehculos aparcados. Gir lacabeza a un lado y a otro. Se estremeci.

    Silencio. Mucho silencio. Camin. Se movi por la calzada sin vehculos. Solamente sonaban

    sus pasos, su calzado golpeando el asfalto.Avanz as dos o tres bocacalles ms. Un coche aparcado cerca le dio una momentnea ilusin,

    prestamente evaporada. No haba nadie dentro. Mir a las fachadas. Haba luces en algunasventanas. La Nochevieja era momento de jbilo, de gritos, de canciones, de msica y todo eso.Dnde estaba ahora cualquiera de esas cosas?

    Msica

    Se detuvo de sbito. Claro, no poda ser; ya lo haba supuesto l. Msica. Haba sonidoscercanos. Canciones y ruid