Garland Curtis - Seleccion Terror 300 - La Noche Del Reptil

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La noche del reptilCurtis Garland

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Curtis Garland - La noche del reptil

ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCION 295. La succion de las mujeres vampiro. Curtis Garland. 296. La sangre del diablo. Clark Carrados. 297. La perra encadenada. Ralph Barby. 298. La momia viviente. Adam Surray. 299. El lgubre aullido de las lobas. Clark Carrados.

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BN /101-02-02506-4 Depsito legal: B. 29,9116 - 1978 Impreso en Espaa Printed in Spain 1. edicin: noviembre, 1978 Curtis Garland - 1978 texto Desilo - 1978 Cubierta Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA. S. A. Mora la Nueva. 2. Barcelona (Espaa) Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia. Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Brugera, S. A. Parets del Valls (N-152. Km 21.650) Barcelona. 1978 Trascripcin del original hecha por el gato garfield. Si a tu computadora llega a caer este bolsilibro y quieres leer mas de los mismos envame un mail a mi casilla y con gusto te envi los que tenga y si tienes alguno de la coleccin envamela por favor, a ver si es posible que recuperemos toda la coleccin, yo tengo alrededor de 90 ttulos y estar subiendo a la red uno cada semana o mas si me es posible. [email protected]

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CAPITULO I Haca demasiado calor aquella noche. All siempre haca demasiado calor. Pero Paulo Carlos an tena ms calor esta noche. Quiz porque el abultado vientre de Paulo Carlos tenia demasiado aguardiente en su interior. Y aun as, todava una botella llena del mismo licor iba bien apretada contra su cuerpo, mientras mova la hojarasca, para abandonar el claro donde se alzaban las chozas del pueblo, y dirigirse a su vivienda junto al ro. Ya era tarde, y Ze Moreira estaba cerrando su cantina. Algunas luces se haban apagado en los porches. Pero eso a Paulo Carlos no le asustaba gran cosa. El era un hombre que no tema a la oscuridad, como no tema a los caimanes, a las vboras o a los animales salvajes de la jungla. Se haba criado entre ellos, y formaban parte de su vida. A l lo nico que le preocupaba era no tener suficientes cruzeiros para no poderse tomar una generosa dosis de aguardiente en la cantina de Ze Moreira. Porque Ze Moreira era una especie de cerdo humano que no fiaba a nadie, ni siquiera a los clientes de siempre. El siempre iba tras el dinero, y no tena piedad de nadie. El diablo se lleve pronto al cochino Moreira refunfu Paulo Carlos, introducindose ya en la espesura. Las caas y palmas volvieron a su posicin, a espaldas suyas, y las luces del poblado dejaron de brillar a su espalda. All la espesura era demasiado frondosa como para permitir siquiera la entrada de una rendija de luz. Se sec el sudor del rostro, oscuro de sol y de influencias raciales, con un simple manotazo. Eruct, y sigui adelante, canturreando entre dientes. Se senta alegre. El siempre estaba alegre cuando haba bebido lo suficiente y llevaba encima su botella para seguir bebiendo hasta el nuevo da. Al diablo con todo lo dems. Al otro da no ira a trabajar al embarcadero, y dormira la borrachera. Era lo que acostumbraba a hacer, y nadie le deca nada. Para qu iban a hacerlo? Todos, all, saban cmo era Paulo Carlos. Cuando volviera al trabajo, sera de nuevo el ms fuerte y el ms laborioso. Pero que le dejaran con sus costumbres y sus aficiones. As era l, y as tenan que aceptarlo. Maldita sea, hace ms calor esta noche que nunca refunfu, cuando not de nuevo que el sudor humedeca su gruesa cara y sus negros cabellos grasientos. Si no vienen pronto las lluvias, acabaremos todos asfixiados. Y era cierto. El no era un tipo que hiciera ascos al calor. Como los dems habitantes del poblado o de sus alrededores ribereos, estaba acostumbrado a las altas temperaturas amaznicas. Eso era una cosa, y otra muy diferente aquella ola de calor de estas fechas. Porque durante las noches era bien sabido que en la selva haca incluso fro, sobre todo cuando las brumas descendan hasta posarse sobre la espesura, saturndola de helada humedad, en contraste con los ardientes das soleados o el bochorno de las jornadas nubosas. Pero haca semanas que ni siquiera bajaban las brumas nocturnas o descenda la temperatura durante la noche. Y eso empezaba a ser molesto, incluso para ellos, los habitantes de aquel sitio. Al diablo con el calor rezong, volviendo a canturrear, de buen humor. El aguardiente hace olvidar todo.

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En cuanto me acueste, me echar un buen trago... y seguro que dormir a pierna suelta hasta el amanecer... Y solt una risotada, continuando su canturreo de un tema popular entre los cargadores del embarcadero. A su alrededor, el nico ruido perceptible era el canto de los grillos, el crujido de las plantas a su paso, y los mil indefinibles rumores de la selva en la noche. Todo eso resultaba lo bastante familiar a su odo para no producirle inquietud alguna. De repente, se hizo el silencio. Y eso s le inquiet. Nunca haba un silencio completo en la jungla. Nunca un silencio as... a menos que fuese a ocurrir algo. Paulo Carlos se detuvo y frunci el ceo. Escuch. No se oa nada. El conoca bien aquellas selvas. Saba que, en la noche, mil animales diversos, noctivagos todos, deambulaban en la espesura, buscando su alimento, abandonando sus refugios del da. Como el surucuc Lachesis Muta, con sus ms de cuatro metros de largo, un reptil peligroso; como las cecilias, anfibios que slo emergan de la tierra en la oscuridad, los colibres y los gucharos en las altas ramas, guindose en las tinieblas por el sonido y los olores, o los felinos como el irar, el maracay o el propio jaguar; como los monos dbidos, los tites, el tapir, el guardatinajo, o conculus paca, roedor ribereo que slo deambulaba de noche en la zona selvtica tropical... Y estaban tambin los murcilagos, los vampiros, mamferos eminentemente nocturnos, guindose en su aleteo por el radar de su propio vuelo, al rebotar en las superficies cercanas.... S. La noche de la selva amaznica estaba llena de vida palpitante, de ruidos, de susurros, de murmullos indefinibles. Slo cuando algo raro ocurra, cuando una nueva e inquietante criatura paralizaba el instinto de todos esos noctmbulos de la espesura, el silencio llegaba a producirse. Y ese era el caso ahora. Algo ocurra. Alguien andaba cerca. Paulo Carlos no era miedoso. Y menos cuando llevaba dentro de su ser una generosa dosis de ginebra. Sin embargo, el silencio selvtico le inquiet. Mir en torno, enarbolando la botella como un arma. Su zurda fue al cuchillo de ancha hoja que sostena su cinturn, y que igual servia para cortar hojarasca, que para acuchillar a un animal peligroso o defenderse de un merodeador. Claro que all no habia merodeadores. Quin iba a perder el tiempo atacando a un tipo como l, que nunca llevaba encima ms all de unos pocos cruzeiros? Eh... Hay alguien por ah? farfull roncamente, encarndose con la fronda que, ante l, formaba una especie de muralla natural. Nadie respondi, pero l estuvo seguro de captar un murmullo sordo, ms all de aquella pared verde oscura, insondable y profunda como la noche misma. Ni siquiera las ranas cantaban su estridente tonada, en las charcas prximas al ro, all en la zona pantanosa que bordeaba el camino hacia su cabaa. Habitualmente eran las peligrosas y multicolores componentes del grupo que los cientficos llamaban Dendrobatinae, ranas de bellos tonos rojos, verdes o violceos, pero cuyo veneno poda, sorprendentemente para el profano, paralizar y hasta matar. No. Tampoco los batracios se sentan bulliciosos esta noche. Paulo Carlos, de repente, se sinti realmente alarmado por aquel tenso, agobiante silencio que, tan viscoso como el hmedo calor tropical, se estaba adhiriendo a l como algo material y pegajoso. Vamos, responda!, exigi con voz ronca. S que alguien anda metido por ah, maldito sea! Hable de una vez por todas, si no quiere que le corte el cuello de un

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tajo! y la luz de las estrellas, aunque dbil, centelle en la ancha hoja de acero de su machete, enarbolado en el aire rabiosamente. La mirada inyectada en sangre del poco sereno Paulo Carlos continuaba clavada en el muro de vegetacin selvtica. De repente, lleg algo. Un sonido. Quiz una respuesta. No era lo que Paulo Carlos haba esperado. Quiz por ello, su cuerpo fornido sufri una convulsin. Si no era miedo lo que empezaba a sentir, se le pareca demasiado. Y es que nada inquieta ms a un hombre decidido y valiente que enfrentarse a algo que desconoce, algo que no es lo que presenta. Algo que ni siquiera da la cara, y muestra su verdadera naturaleza. Porque lo que haba llegado hasta l era un sonido. Un simple sonido. Pero un sonido inquietante, estremecedor. Un ruido que en modo pareca humano. Y que, sin embargo, tampoco pareca animal... Un roce. Un deslizamiento susurrante entre la espesura. Como el deslizar de un reptil o de un anfibio. Pero ms estridente, ms alargado, ms inconcreto tambin. Como si un hombre, al deslizarse reptando, pudiese arrastrar una enorme tripa por el suelo fangoso y blando, ms all de caaverales y palmas. Pero no, no poda ser tampoco un hombre. Paulo Carlos poda no ser miedoso. Pero era supersticioso, y ahora era un temor que iba ms all de lo natural el que se estaba apoderando de l con celeridad. De sbito, haba llegado a su torpe cerebro, repleto de vapores de alcohol, una idea horrible. Lo que haba all detrs, cerca de l, arrastrndose por la selva, no era animal. Pero tampoco era humano. El conoca bien los ruidos de la jungla. Saba el que poda producir un felino, un reptil o un ser humano. Y esto no perteneca a ninguna de esas especies. Era algo nuevo. Diferente. Aterrador. Maldicin... jade, dando unos pasos atrs instintivamente, con sus ojos desorbitados. Qu... qu es eso? La sangre se hel en sus venas, pese al intenso calor hmedo de la noche. La hojarasca y las caas se estaban abriendo, cediendo al paso de algo o alguien... Era un movimiento lento, cauteloso, que hacia crujir los matorrales siniestramente. Paulo Carlos dej caer de su mano sudorosa y resbaladiza su ancho machete, tal era su terror. Intent recuperarlo. Se inclin para ello, la mirada extraviada, fija en aquel insondable muro de verdor lujurioso. Y, entonces, lo vio. Su mano trmula se engarfi, alejndose con rapidez del machete, como si ste se hubiera transformado en spid venenoso. Los ojos se desorbitaron, fijos en... en aquello que surga, sigiloso, entre la espesura. Una mirada maligna se clavaba en l. Un cuerpo se deslizaba, emitiendo aquel susurro demencial entre la espesura, quebrando ramitas y aplastando hojas del exuberante follaje. No...no... susurr Paulo Carlos, trmulo, lleno de incredulidad y horror. No es posible... No es posible! Intent huir. Dio media vuelta, tras arrojar, furioso, su botella de ginebra contra el ser que emergiera de la selva en sombras. Inofensivo, el recipiente de vidrio se estrell contra el tronco de un rbol, derramando su contenido. Su dueo ech a correr. Pero su miedo era demasiado grande y haba numerosas races emergiendo del suelo fangoso. Tropez en una de ellas.

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Grit con terror, al caer de bruces. Angustiado, hundi las manos en el fango, intentando reunir fuerzas y escapar. Se empez a incorporar, gir la cabeza hacia atrs... y vio venir aquello hacia l. . Emiti un largo chillido de pnico y angustia cuando la sombra de la criatura de la noche se irgui ante l, cubrindole la visin de las estrellas en el negro cielo tropical. Unas estrellas que el infortunado Paulo Carlos ya nunca ms vera en este mundo... Su alarido de horror infinito se estrangul en un estertor primero, en un horrible silencio despus, cuando la forma de la noche cay sobre l, le envolvi en un contacto mortfero, y un cuerpo fro y viscoso rept sobre el yacente borrachn, en medio del sonido de una succin profunda y atroz, unida a un deslizamiento sinuoso, sutil, que mantena electrizado al bosque entero, silenciado por el temor a la criatura llegada de lo desconocido. Momentos ms tarde, la forma cautelosa se despegaba del lugar donde cayera Paulo Carlos. Era slo un cuerpo inerte, baado en sangre, el que quedaba all, con sus huesos reventados, con el cuello quebrado, el rostro amoratado, la boca goteando sangre por la fractura de sus costillas y trquea, por los desgarros brutales de unos pulmones que parecan haber sido expuestos al anillo mortal de un gigantesco reptil, de especie desconocida. Un reptil que ahora, extraamente, se ergua sobre s mismo, para dar la impresin de que caminaba como un ser humano, para sepultarse de nuevo en las insondables negruras de la selva amaznica. Slo unos minutos ms tarde, cuando el silencio de la muerte se haba enseoreado del claro donde yaca el cadver de Paulo Carlos, volvieron a la jungla los mil y un ruidos que sealaban su pulso y su vitalidad. Criaturas de todas las especies, flidos y aves, monos y reptiles, anfibios y carnvoros, deambulaban de nuevo de un lado a otro, tras la muerte reptante que haba cado de forma misteriosa y extraa sobre un hombre habituado a andar de noche por aquellos lugares... * * *

Eh, Ze! No oste un grito hace poco? En el interior de la cantina, ya cerrada no se escucho primero a nadie. El hombre insisti golpeando la puerta de madera, tras la que aun habia luz en el establecimiento del poblado. Ze! llam. Ze, alguien ha gritado de forma horrible, cerca del ro! Dentro, se escucharon al fin, pesadamente, los pasos de un hombre lento y parsimonioso, que refunfu al otro lado de la cerrada puerta: Qu mosca te ha picado, Santinho? Estaba trabajando en la trastienda, maldita sea. Es que no ves que esta cerrado? Ya no sirvo a nadie ms. No quera beber, Ze protesto el otro. O un grito horrible. Venia de la selva, de las cercanas del ro Era un grito de agona Al diablo con eso gruo la voz de Ze Moreira, el cantinero. No me importa lo que griten los borrachos. Yo no tengo la culpa de que mi licor se les suba a la cabeza. Que beban menos. Vete a dormir, Santinho, y djame en paz de una vez. La luz se apago dentro de la tienda, y eso desanimo definitivamente al llamado Santinho que pese a todo, sacudi la cabeza de un lado a otro, y se alejo por las ya silenciosas y oscuras calles del pequeo poblado ribereo, refunfuando para si: Pues jurara que el que grito no estaba borracho. Tal vez alguna alimaa ataco a alguien. Estoy seguro

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Pero si realmente habia sucedido algo, la selva y la noche guardaban su secreto. Un secreto que no revelaran hasta llegar el da

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CAPITULO II Anala Silveira aproxim la barca al embarcadero, ya en sombras. Se haba demorado en regresar al poblado con su carga habitual de soja, caa de azcar y cocos para la tiendacantina de Ze Moreira. Tena que haber llegado al embarcadero de Porto Cruz a primera hora de la tarde, y no cuando ya iba a oscurecer. Aquellos tres das lejos del poblado, metida en la zona de cultivos para obtener la mercanca que le serva para ganarse su vida, en dura tarea y sin apenas conocer el descanso, la haban fatigado considerablemente, pese a su juventud y fortaleza fsica. Anala Silveira era una muchacha no slo fornida, sino de recio espritu combativo. Slo as se poda sobrevivir en un lugar como aqul, estando sin familia y con slo veintids aos, sin que su morena y generosa carne de mulata fuese a parar a las manos de los que la codiciaban y estaban dispuestos a pagarla. Uno de ellos era precisamente Ze Moreira, su mejor cliente. El cantinero, grande y pesado, la miraba con ojos lbricos, y le estaba sugiriendo siempre, que poda dejar aquel trabajo que antes hiciera su difunto padre, para vivir ms regaladamente, sin necesidad de luchar de sol a sol en los cultivos, con slo darle una respuesta. Respuesta que Anala no quera darle a nadie, y menos an a Ze Moreira, tipo egosta, tacao, libidinoso y dado a la bebida, cuya sola mirada le repugnaba de modo instintivo. Una buena amiga, Luz Falcoa, la duea del nico hotel de Porto Cruz si es que hotel se poda llamar a aquella casa de dos plantas, con tres o cuatro habitaciones, una simple ducha angosta y un comedor modesto, se lo deca muchas veces, con tono enrgico: No hagas caso a ningn cerdo de este pueblo, Anala. T tienes juventud y belleza. Eres laboriosa y fuerte, tienes voluntad y fe. Sigue as, lucha por obtener algo que te permita dejar para siempre un pozo maldito y ftido como es ste, para irte lejos, a un sitio como Belem o, por qu no?, como Sao Paulo o Ro, lejos de esta cinaga maldita donde una vegeta lentamente hasta morir. Ya ves mi propio destino. Tengo slo dos aos ms que t, decan que era la ms hermosa muchacha de la regin, y qu soy ahora? Una hostelera aburrida, sin ilusiones, casada con un maldito cerdo que slo bebe, se droga con jugos de frutos alucingenos, o se acuesta con negras gordas y sudorosas, all donde ms suciedad e inmundicia hay. Ese es mi esposo, y sa soy yo. Es mi vida, Analia. No cometas el irremediable error de caer en lo mismo. Ahorra, lucha de prisa, y vete pronto a cualquier lugar civilizado, lejos de la selva y de su gente. Esto no es para una mujer que desee vivir decentemente. Y eso se lo deca Luz Falcoa que, ciertamente, era an la ms hermosa mujer del pueblo, y cuya piel blanca, plida, tanto contrastaba con la oscura de las mestizas y negras, a pesar de que sus cabellos y ojos s fuesen oscuros. Luz, que era una mujer buena, inteligente y noble. Por qu no se fue usted antes de que fuera tarde, seora? habia sido en diversas ocasiones la pregunta de Anala a la hostelera de Porto Cruz. Porque Joao, mi marido, era diferente al casarse. No se habia drogado ni se haba metido en las chozas de las negras pblicas. No beba apenas. Fueron esas malditas fiebres de los pantanos las que le cambiaron radicalmente. La quinina y la morfina cambiaron su modo de ser, alteraron su conducta y su cerebro. Se convirti en lo que es 10

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hoy. No supo luchar contra ello, ni yo pude impedirlo y ahora... ahora ya ves las consecuencias. Son para el resto de mis das. Sin remedio. Por qu no intenta huir de l? haba sugerido Anala a veces. Huir... suspiraba Luz Falcoa amargamente, la mirada perdida en la distancia a la que no poda llegar, porque los muros de la jungla lo evitaban. De aqu no se huye, querida amiga... De aqu, nadie huye, aunque quiera... Esto es un cepo, un pozo sin fondo. T s puedes huir todava, pero yo..., yo, no. Pensaba en todo eso, mientras amarraba la barca a las tablas del pequeo muelle desierto. All, frente al embarcadero, se alzaban los rboles frondosos y la espesura selvtica. Slo dos minutos de recorrido, y aparecera el villorrio, el pueblo de Puerto Cruz, con sus pequeas y viejas chozas. Sus recias piernas de mujer trabajadora, la musculatura firme de sus fuertes muslos y de sus espigadas pantorrillas sobre los pies descalzos, habituados a moverse igual sobre el fango, que en el agua ftida de los pantanos o encima de abrojos y races, se movieron con energa, caminando hacia el poblado. Ya vendran ms tarde los hombres de Ze Moreira para recoger los sacos de soja, cocos y caa de azcar, que l vendera luego a diez veces ms precio que el que ella percibira por su cargamento, ganado durante agotadoras jornadas de incesante lucha contra la Naturaleza arisca de las mrgenes amaznicas. El ro Juru, ancho y caudaloso, con su azul grisceo, que la noche iba volviendo ya ail y negro, qued a sus espaldas. Matorrales, caaverales y grandes hacinamientos de anchas hojas verdes, como de artificio, se abrieron al impetuoso paso de la bella mulata. Y en menos de un minuto, con la rapidez vertiginosa con que la luz sucede a la sombra, y viceversa, en las junglas tropicales la noche se ech encima de ella como un manto de tinieblas profundas. Los gritos de aves se mezclaron con el reptar de anfibios y reptiles o los chillidos alocados de los tites, all entre las altas frondas que formaban un verde dosel lujurioso sobre el terreno. La noche despertaba a la nueva vida de la jungla sudamericana. Algo familiar para Anala Silveira. Algo que ni le preocupaba ni le sorprenda. Y, mucho menos, poda inquietarla o asustarla. Sin embargo, de repente, esa floreciente vida, hecha de mil ruidos diversos y familiares, se quebr en un repentino silencio. Las luces amarillentas de las chozas de Puerto Cruz, eran ya visibles all delante, entre el tupido entretejido de la vegetacin. Slo un par de minutos ms de marcha, y estara all, tomndose algo tonificante, antes de cobrar de Ze Moreira el escaso premio a su trabajo de tres das, que ira a incrementar sus pequeos ahorros. Su nica oportunidad de evadirse de all, como le aconsejaba incansablemente la buena de Luz Falcoa. Y despus, a cenar algo. Pero, sobre todo, a dormir. A descansar hasta el otro da, a pierna suelta, recuperando las perdidas horas de sueo. Se detuvo la mulata, sorprendida y recelosa. No era normal aquel silencio sbito. No, no lo era. Tal vez presagiaba la presencia del jaguar, el gran enemigo de todos los dems pequeos depredadores de la selva amaznica. Porque qu poda haber peor que el jaguar en tierra firme, y el cocodrilo en el agua? Cierto que haba las numerosas culebras, las serpientes de coral, las boas gigantescas y amenazadoras... Pero eran ms asustadizos los reptiles de lo que la gente imaginaba, en su fantasa. No acostumbraban a atacar sin motivo. Y no producan ese silencio sbito y mortal entre las dems criaturas de la jungla.

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Sus ojos cautos, relampaguearon, fijos en un punto de la fronda. Anala tena instinto y valor. No era una mojigata, ni mucho menos. Record otro ser que poda acallar a los animales, cuando stos intuan, con su prodigioso instinto, algo anormal. Ese ser era... el hombre. El hombre, cuando lleva malas intenciones. Cuando piensa en matar... Y la sombra furtiva, rpida y sigilosa que ella haba captado en la espesura, no poda ser sino eso: un hombre. Alguien que la acechaba. Un hombre tal vez peligroso, amenazador. Era demasiado grande para ser otra cosa, reptil o flido, mono o ave. Tena que ser un hombre. Pero no obraba corno un hombre. Y eso la inquieto. Llevo la mano con rapidez a su cintura. No iba nunca desarmada. En primer lugar, porque necesitaba un filo para cortar caa y plantas. En segundo lugar, porque poda necesitarlo tambin para defender su vida. Desenfund el ancho cuchillo, de afiladsimo acero. Lo enarbol, encogida, cauta, la mirada fija en el punto donde vislumbrara la sombra. Se interpona, cualquiera que fuese la criatura, entre ella y el poblado. No poda seguir adelante. Rpida, avanz. Cort a tajos un montn de tallos y caas, que cayeron como cabellos segados por una tijera. Ciertamente, la hoja era muy afilada. Vamos, ven si te atreves jadeo la mulata agresivamente, sus ojos fulgurantes, sus poderosos pechos de color bronce agitados por la respiracin. Ven, quienquiera que seas! Y hendi otra serie de plantas, con su arma formidable. En respuesta, lleg el sonido susurrante. Como un jadeo. O como el deslizar de un cuerpo viscoso en la tierra hmeda y la hojarasca. Se estremeci. Esos sonidos... No correspondan a nada conocido. No sabia lo que poda ser, pero no eran humanos. Ni animales tampoco. Dio un paso atrs, ms cautelosa que nunca, esperando que el enemigo oculto se revelase. Luego, decidida, avanz. Su machete se descarg sobre la pared de caaverales, hendindose a uno y otro lado como en una siega vertiginosa. Una siega que dej ante su vista, ya sin nada que pudiera ocultarle, al ser escondido en la maleza. Desorbit ella sus ojos, incrdula. Exhal un grito ronco, donde se mezclaban la sorpresa y el horror, el miedo y la incredulidad. No, no... susurr. Qu... qu es... qu significa...? Aquello que tena ante s, salt sobre ella. Fue como tomar impulso, tras reptar entre la majeza. Un cuerpo enorme, viscoso, se peg a ella como una lapa. La mulata chill otra vez, ahora agudamente, tratando de cortar con su acero. Pero ste vol de su mano cuando el adversario la golpe, abatindola contra la tierra blanda. Luego, una masa informe y oscura se peg a ella, la aplast virtualmente, se entorn en torno a su cuerpo de mujer seductora y joven. El alarido de agona se sofoc, se apag en espasmos roncos. Se inmoviliz lentamente el cuerpo femenino. La sangre salt, tumultuosa, salpicando toda la vegetacin en torno, violentamente. Un sonido horrible, apagado, como una succin, se mezcl con un deslizamiento siniestro, el reptar de una criatura inexplicable e inconcreta, que pronto se hundi definitivamente en la oscuridad selvtica, sin dejar el menor rastro de su presencia.

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Salvo, naturalmente, el rastro que supona aquel cuerpo de mujer, triturado y sangrante, como s una boa gigantesca e increble la hubiese estrujado mortalmente entre sus anillos, hasta destrozar todo signo de vida en su interior. Los ojos desorbitados de la hermosa joven, su boca convulsa, por la que brotaban espumajos sanguinolentos en abundancia, se clavaban, sin ver ya nada, en el cielo que acababa de oscurecer sobre ella, esta vez para siempre En el poblado, lentamente, empezaba a notarse movimiento; actividad, Haba voces que intercambiaban comentarios, gente que miraba, asustada, hacia la verde e insondable jungla. Has odo? deca uno. Era un grito de mujer. . Pareca de agona corrobor otro, agitadamente, persignndose. Y vena de all, junto al embarcadero... Ser otra vez lo mismo? Te refieres a lo de Paulo Carlos? Dios no lo quiera... Ave Mara Pursima... musitaba una vieja mulata, haciendo correr entre sus dedos rugosos las cuentas de un rosario. Dios nos proteja del demonio... Vamos, hay que mirar habl otro, ms decidido. Traed luces..., y buscad armas. Si algo ha sucedido, tenemos que saber lo que fue... Pronto un grupo, armado de viejos fusiles, machetes e incluso revlveres, se movi hacia la selva, portando lmparas de aceite, linternas, hasta simples teas resinosas, ardiendo intensamente. Avanzaron, decididos, por la espesura, en nmero de una veintena, como mnimo. Tampoco se hubiesen atrevido a aventurarse, en menor cantidad. Se detuvieron cuando alguien grit, alzando su antorcha en alto: ah! Ah est! Dios sea loado, es Anala Silveira, la pobre Anala!.., Se aproximaron los dems, en religioso y estremecido silencio, rodeando el cadver ensangrentado. Hubo un murmullo de inquietud, se pronunciaron entre dientes oraciones de supersticin. Otra vez... jade uno de ellos roncamente. Otra vez como en el caso del pobre Paulo Carlos... El demonio de la selva atac a Anala..., y la mat. No puede ser un demonio musit otro. Mirad ah, en el suelo hmedo! Se ven huellas... Huellas de un reptil en movimiento... Posiblemente un reptil anfibio... Pero que yo sepa, amigos..., nunca hubo por aqu un reptil tan grande..., ni tan extrao jade el que diriga el grupo, tras escudriar las huellas, con gesto de perplejidad. Es... es como si la hubiese atacado un... un hombrereptil... Y todos se miraron entre s, sobrecogidos por lo que aquel hombre acababa de sugerir. * * *

Hubiera preferido seguir sobrevolando las selvas en la avioneta, seor Harris, suspir Wanda Leyton, con cierta melancola. Lo imagino sonri Frank Harris, volvindose a ella y dejando de otear el ro desde la quilla de la lenta embarcacin a vapor que avanzaba penosamente ro arriba. Pero eso tena un serio inconveniente, como ya le dije: que no hubiramos encontrado claro alguno para descender. Y supongo que no es eso lo que usted y su esposo desean, seora Leyton.

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Por supuesto que no respondi. Howard Leyton, en nombre de su mujer y en el suyo propio. Estamos aqu para obtener caza viva en el interior de Brasil, y llevarla luego a la civilizacin. El Gobierno es muy amable al permitirnos sacar del pas el nmero de especies razonable que hemos solicitado. No podemos dedicarnos a hacer turismo, querida, a menos que vengamos, simplemente a eso, y no a cazar las piezas que precisamos para nuestro contrato con la Fundacin Zoolgica Flanagan, de los Estados Unidos. Lo s, querido bostez disimuladamente Wanda. Pero empiezo a encontrar esta aventura mucho ms aburrida y menos apasionante de lo que imaginaba. Usted qu cree, seor Harris? Frank Harris, cazador profesional, sonri, meneando la cabeza de modo ambiguo. Mi oficio es ste comento. No debo opinar si me aburro o me divierto. Hago simplemente lo que me piden que haga los que me pagan. En este caso, su esposo. Ser cazador profesional, de todos modos, debe de ser un trabajo fascinante. No siempre, seora Leyton. Cuando se llevan ya diez aos en este trabajo, uno llega a cansarse de l a veces, incluso gustndome tanto como me gusta. Diez aos? se asombr Wanda Leyton. Pero si usted es muy joven para llevar tantos aos en esta tarea! Empec casi de nio. Mi padre ya era cazador. Mucho mejor que yo aunque l cazaba fieras muertas, para millonarios caprichosos. Ahora los tiempos han cambiado, y el equilibrio ecolgico nos exige otra actividad muy distinta. Ms arriesgada, pero tambin ms digna. Nunca me gust la idea de cazar animales para que sus cabezas o cuerpos disecados adornasen la biblioteca de un lord ingls o de un millonario americano. Esto es ms noble: cazar fieras vivas, y llevarlas a zoolgicos donde estn en libertad, y bien cuidadas, o bien para poblar otros parques naturales. Cree que obtendremos todas las piezas que le han pedido a Howard? se interes ella. Espero que si, seora sonri Frank. Para eso me pagan, y a eso hemos venido a estos parajes. Es donde ms abundan los animales que solicitan. Cierto que no es una regin excesivamente divertida, pero tiene la ventaja de ser un ambiente natural, poco adulterado por el hombre y la civilizacin. A partir del lugar donde abandonaremos la navegacin por el ro Amazonas, para hacerlo por su afluente, el Juru, hacia el sudoeste, las cosas sern an menos parecidas a lo que conocemos por civilizacin. Escasearn los lugares habitados, y las poblaciones ms amplias no rebasarn el centenar de habitantes. Muchos se alumbran con petrleo, carburo o aceite, y son escasos los puntos donde haya una bombona de gas para dar fuego o luz de otra calidad. Dios mo... se estremeci Howard Leyton. Se volvi al camarote del barco, cerrado en esos momentos. Yo puedo soportado mejor, pero qu dir mi hermana Stella? Ella adora la civilizacin y sus comodidades. Entonces por qu les acompa en este viaje? la pregunta de Harris era algo abrupta. Por snobismo ri su cuado, de buena gana. Stella es as. Se sentir feliz cuando regrese a los Estados Unidos, con sus pelculas y diapositivas, filmadas en el Amazonas, o cuando pueda narrar sus peripecias a las amigas, en una reunin dominical. Pero no soporta las incomodidades. Pues tendr que prepararla para ellas ri a su vez el cazador, inclinando su rubia cabeza y clavando los verdes ojos oscuros en las aguas del gran ro brasileo. Cuando se vea rodeada de pequeos reptiles, que pueden entrar en su vivienda y asustarla, aunque no le causen dao, cuando tenga que combatir con las moscas, con las

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voraces hormigas de estas regiones o con las araas peludas de la selva, no va a pasarlo muy bien. Y cuando desee peinarse o acicalarse, sin ms luz que la de un quinqu, y adems se encuentre con que su radio transistorizada no capta emisora alguna por interferencias de la propia jungla, me temo que no va a disfrutar demasiado de su aventura amaznica. Eso estar bien ri ahora su hermana con buen humor, alisndose los cabellos rojos con mano suave. Stella es una nia mimada. Siempre lo fue. Creo que as va a llevarse un buen escarmiento para cuando regrese a la civilizacin que tanto idolatra. Tal vez al final termine gustndole esto apunt Harris. A Stella? Wanda Leyton puso un gesto divertido. Lo dudo mucho. Eso sera como un pequeo o un gran milagro, mejor dicho. Siguieron en silencio, mientras contemplaban el paisaje, de un verdor exultante, que se derramaba de las propias orillas, para desplomarse sobre las aguas azules y limpias del Amazonas. Estamos muy lejos del afluente? indag Leyton, pensativo. Del Juru? Harris neg con la cabeza. No. Esta noche doblaremos la desembocadura del mismo, en el Amazonas y maana alcanzaremos Puerto Cruz. Puerto Cruz? Qu es eso? La ltima poblacin civilizada del viaje? No sonri Harris. La primera ciudad no civilizada que encontraremos. Ms que eso: un simple poblado en la selva, con muchas millas de jungla en derredor, y ninguna otra poblacin en jornadas enteras de viaje. Cielos! se asust Wanda. Ya empieza lo malo de este viaje? Me temo que s. Pero tambin empieza lo bueno: la caza que hemos venido a buscar. Durante una o dos semanas, al menos, haremos de Puerto Cruz nuestro cuartel general. Al menos, all tienen un pequeo hotel, una cantina y cosas as. Es todo lo que podemos ambicionar, a partir de ahora. Que no es mucho ri Leyton, de buen humor, con un destello irnico en sus ojos grises, tan grises como su rizoso cabello de hombre maduro. No, no es mucho admiti Frank Harris, con una sonrisa. Pero como usted sabe, hemos de empezar a habituarnos ya a tales cosas. A menos que prefiera regresar y olvidarse de su contrato... Eso, nunca Leyton encaj sus mandbulas enrgicamente. Nunca, Harris. Haremos lo que sea. Pero obtendremos esos ejemplares. Hasta ahora nunca fall en un contrato de sos. Si bien debo reconocer que quiz en esta ocasin las dificultades sean mayores. Pero valdr la pena afrontar esa clase de problemas. S, supongo que s se apart de la proa de la embarcacin, y camin hacia la popa, donde el gua nativo, Nelson Jair, se ocupaba en examinar los mapas del interior y trazar los apuntes de trayectorias, acampamientos y todos los detalles necesarios para las futuras semanas de trabajo. Se inclin Harris hacia l, y asinti, sealando un cerco rojo en el mapa. S, permaneceremos una o dos semanas ah en Puerto Cruz. Lo imaginaba asinti Nelson Jair, sonriente su oscuro rostro bajo la rizada cabellera. Es el mejor lugar entre todos los que hallaremos en muchas millas a la redonda, patrn. Adems, no tenemos problemas de tribus hostiles en las cercanas tampoco. Los nativos de la regin son amistosos y cordiales. Lo s. Tenlo todo preparado, Nelson. Si todo va bien, maana llegaremos a Puerto Cruz. Conoces a alguien en el lugar? S. A Ze Moreira, el cantinero y almacenista. Es un cerdo, pero tiene bastante bien surtida su tienda. Y tambin conozco a Luz Falcoa, la hostelera. Una muchacha

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magnfica, patrn. Seguramente tendr alojamiento para todos nosotros. Su hotel no est demasiado concurrido habitualmente... El barco a vapor emiti un pitido prolongado de su chimenea, y sigui, infatigable, Amazonas arriba, hacia su confluencia con el ro Juru, su inmediato destino. El cazador y sus clientes iban convencidos de que no encontraran demasiadas facilidades para su cacera de animales vivos. Pero saban la naturaleza de esas dificultades, y conocan el modo de afrontarlas. Lo que ninguno de ellos poda ni remotamente imaginar, era la clase de horror imprevisible con el que iban a enfrentarse, en aquel remoto paraje del interior de la selva amaznica, no tardando mucho. Algo para lo que ninguno de ellos estaba preparado en absoluto.

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CAPITULO III La embarcacin de vapor emiti tres sonidos estridentes, antes de aproximarse al largo embarcadero de tablas, muy lentamente, maniobrar all y terminar echando el ancla frente a las casuchas y cobertizos que servan de almacn de descarga de mercancas en el rudimentario muelle de Puerto Cruz. Nadie apareci a la vista. Nadie vino al sonido del silbato. La embarcacin a vapor fluvial se meca ya ligeramente sobre las aguas, completamente inmvil. Desde cubierta, rifle en mano, Frank Harris hizo un gesto a los cuatro viajeros que le acompaaban, cargados con bultos y equipajes. Esperen dijo. No me gusta esto. Qu es lo que no le gusta? se inquiet Howard Leyton, pestaeando. EI silencio. La soledad... No s. Hay algo raro en ello. Raro? Yo he visto durante horas las orillas del ro vacas de otra cosa que no fueran caimanes coment con cierta sequedad Stella Caine, hermana de la seora Leyton, cuyo mal humor era evidente desde que supiera la ausencia de comodidades de que iba a disfrutar en lo sucesivo all dentro, en pleno corazn de las grandes selvas brasileas. Esto es diferente dijo Harris, oteando el desierto embarcadero. Habitualmente, cuando llega un barco de cierta importancia, como el nuestro, acuden muchos curiosos a darle la bienvenida. Adems, miren eso... Sealaba un cobertizo sobre el que se habia montado una cruz de ramajes, toscamente atada, con un trozo de pao negro, que colgaba lacio en su juntura. Qu es ello? se interes Leyton. Como ve, una cruz rudimentaria, y un trozo de tela negra. Eso significa luto. Y tratan de ahuyentar los malos espritus con la cruz. Adems..., vean eso otro en la zona arenosa. Miraron hacia all. En el rostro de color de Nelson Jair, su gua nativo, hubo un ramalazo de temor supersticioso. Los grandes ojos redondos se clavaron en lo que el cazador sealaba. Se vean cabos de vela emergiendo de la arena, a medio consumir. Tambin cenizas y plumas de aves quemadas, sobre un charco oscuro, que quiz fuese sangre seca de algn animal. Piedrecillas blancas del lecho del ro, se haban distribuido en formas caprichosas, quiz cabalsticas. Que significa todo eso? se interes Wanda Leyton, intrigada. Macumba. Qu? Macumba. Ritos nativos. Magia blanca, para ahuyentar a los malos espritus. Algo sucede en Puerto Cruz. Qu puede ser? era de nuevo Wanda Leyton, inquieta, quien preguntaba. No lo s Harris se encogi de hombros, escudriando atentamente la frondosa maleza. Quiz una epidemia. Tal vez simple supersticin, miedo a algo que no entienden. De todos modos, tiene que ser algo. Vamos a averiguarlo. No ser demasiado arriesgado? aventur Howard Leyton, dubitativo. Quiz estaramos ms seguros a bordo...

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Quiz. Pero hemos de saber lo que ocurre, seor Leyton. No ganamos nada encerrndonos en un caparazn. Esta gente es pacfica, no hay nativos en torno. No va a hacemos dao nadie, al menos de una manera consciente. T qu opinas de todo esto, Nelson? Haba dirigido la pregunta al gua nativo. El brasileo sacudi la cabeza, preocupado. Estaba tambin oteando cuidadosamente todos los arbustos que formaban muralla, ms all del embarcadero solitario. No lo entiendo muy bien. Pero, evidentemente, temen a algo. Y adems, han puesto la seal del luto. Hay algn muerto en Puerto Cruz, seguro. Muertos se estremeci Wanda Leyton. Mal recibimiento es ste. No es un buen augurio, ciertamente admiti el cazador. Pero tenemos que aceptar las cosas como son. Vamos, adelante ya. Frank salt al embarcadero resueltamente, sin soltar su rifle. Tras una vacilacin breve, Nelson Jair le sigui. Los Leyton tardaron unos instantes ms, pero al final resolvieron que era preciso seguir adelante, y no parapetarse en el barco contra un peligro cuya naturaleza desconocan por completo. Atravesaron la zona selvtica cuidadosamente. El suelo marcaba un sendero de matorrales aplastados, caaverales torcidos y abundante hojarasca pisoteada. Era el camino dibujado por los propios habitantes del pueblo. Harris iba en primer lugar, vigilando ante s y a ambos lados de la espesura, sin que nada amenazador surgiera por parte alguna. Los mil y un ruidos de la selva en pleno da sonaban por doquier, pero nada de ello era alarmante para quien estaba habituado a vivir en un mundo indmito y salvaje como aqul, con toda su brbara belleza. Del poblado les lleg un sonido que se mezclaba con el rumor constante de la selva viviente. Harris hizo un alto. Alz la mano, sealando atencin. Todos pudieron escuchar una especie de largo, plaidero murmullo, que resultaba inquietante. Rezos dijo Harris, entre dientes. Estn orando por algo por alguien. Sigamos. La gente est en el pueblo, eso es evidente. Avanzaron de modo ms resuelto. Avistaron el hacinamiento de chozas y edificaciones rudimentarias que formaban entre s desiguales callejuelas, y una plaza central redonda. En medio de sta, haba un atad de madera claveteada toscamente, sin pintura negra ni nada. Alrededor del atad, un grupo numeroso de mujeres de piel arrugada entonaban un rezo o letana, desgranando las cuentas de sus rosarios o haciendo invocaciones a la usanza de otros ritos menos cristianos. Habia all gentes de raza india y otros de piel blanca, entremezclados. Los nios correteaban en torno, indiferentes al duelo general. Lo que me imaginaba dijo Harris, en voz baja. Un muerto. Pero los funerales no acostumbran a ser tan masivos aqu Avanz despacio. Muchos ojos se fijaron en l, curiosos. Despus, en los que le acompaaban. La desconfianza natural en los nativos asom a muchos de los gestos y expresiones de los presentes en el pintoresco funeral. Un hombretn se incorpor a medias, y alz un brazo, rogando silencio. Esperen, por favor pidi Harris. La ceremonia ya termina... Harris asinti, dejando el rifle apoyado en un rbol, y quitndose su sombrero de anchas alas. Leyton hizo lo mismo. Nelson Jair se puso de rodillas a orar, y las dos mujeres miraron entre s, indecisas, sin saber qu hacer. Cosa de cinco minutos ms tarde, la ceremonia habia terminado. Las mujeres se incorporaron, persignndose. Algunas depositaron plantas o velas en torno al fretro.

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Otras, se alejaron en silencio. El voluminoso hombre de color que habia estado entre la gente, se volvi a los viajeros. Bienvenidos a Puerto Cruz, seores salud. Mir a Frank con cierta cordialidad. Creo que nos hemos alguna otra vez, no es cierto, seor? S, to Csar sonri Frank, tendindole su mano Soy Frank Harris, cazador de animales vivos para zoolgicos y reservas naturales. Traigo a unos clientes que buscan determinadas piezas para un zoolgico abierto, en los Estados Unidos. Ya imagin que suceda algo. Quin es el difunto? Una mujer joven y hermosa. Analia Silveira, una buena muchacha suspir tristemente el negro de rizoso pelo gris, llamado to Csar. De qu muri? Alguna enfermedad tropical? Nadie sabe de qu muri, seor. El diablo de la selva se la llev. El diablo de la selva? Harris frunci el ceo. Que yo sepa, no hay diablos por aqu. Slo nativos y animal ms o menos feroces. Alguien la atac? Alguien la atac, s. Y no era de este mundo. No poda serlo. Harris enarc las cejas, ante las extraas palabras del negro. Cambi una mirada con los Leyton, que parecan sobrecogidos. Nelson Jair se mantuvo callado, pero sus redondos ojos tenan algo de cmico temor. Temo no entenderle bien, to Csar suspir. Nadie lo entiende, aqu el negro sacudi la cabeza tristemente. Pero ella est muerta. Como lo estaba Paul Carlos, la otra noche. Quiere decir que hubo... otra victima ms? Eso es, otra ms. Primero, Paulo Carlos. Luego Anala. To Csar, hablemos con sentido. En la selva no hay diablos. Qu clase de animal o persona atac a los dos, Cmo se produjo la muerte? Se produjo de un modo horrible, pero nadie sabe que es lo que atac a ambos, si un animal, un hombre..., o una mezcla de ambas cosas. Lo cierto es que estaban triturados, reventados por dentro, como si un gigantesco reptil se hubiera enroscado en torno a ellos. Pero ningn reptil puede ser tan grande. Ni hubiese clavado sus colmillos en el cuello roto de sus vctimas, desangrndolas de modo tan profundo y completo... Y sin aadir ms, volvi a menear la cabeza, alejndose de ellos, con lento, parsimonioso paso, a travs del poblado. Frank Harris mir largamente al negro nativo. Se volvi a Jair, que trag saliva. Conoces a algn animal capaz de hacer algo as, Nelson? indag el cazador. No, seor neg el brasileo vivamente Slo conozco la serpiente llamada cabeza de lanza, muy venenosa, mide dos metros de longitud, pero que no succiona la sangre, sino que inocula el veneno. Y no acostumbra a triturar a sus vctimas. Y el surucuc, que llega a medir hasta cuatro metros o ms. Pero no es feroz con las personas, y ms bien las elude siempre que puede..., a menos que lo ataquen. Es lo mismo que yo estaba pensando asinti Harris, meditativo. Mir en torno. Algunos hombres se encaminaban a recoger el fretro, sin duda para trasladarlo al lugar donde lo enterraran. Luego seal un edificio, el nico de dos plantas. Vamos hacia all. Aqul es el hotel. Despus de todo, no podemos hacer nada aqu. Este funeral no es asunto nuestro. Cruz la plazoleta, y los Leyton se apresuraron a seguirle. Jair cerr la marcha, tras mirar largamente el ceremonial con que los seis hombres tomaban a hombros el atad de madera fresca, y lo conducan a travs del poblado, hacia lo ms intrincado de la jungla.

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Momentos ms tarde, estaban ante Luz Falcoa, la bella duea del nico hotel de Porto Cruz. Habitaciones para todos? asinti. S, tengo suficientes, siempre que dos de ustedes, ocupen una, juntos Mi esposa y yo lo haremos decidi Howard Leyton, decidido. No, por favor suplic su cuada, con rapidez. No me gustara dormir sola... Su cuado la contempl, ceudo. Al fin, resolvi, de mala gana: Est bien. Las dos mujeres dormirn juntas. Est mejor as, Stella? S, gracias, Howard suspir, aliviada, la hermana de su mujer. Mir a esta . No te importa, querida? No, claro que no sonri Wanda. Lo cierto es que yo tampoco me sentira muy tranquila sabiendo que ocupas una habitacin t sola. Aunque supongo que aqu no te acecha ningn peligro... Dijo esto mirando a Luz Falcoa. La hostelera sonri con un destello malicioso en sus ojos, muy negros y profundos, tan en contraste con el blanco alabastrino de su piel. Hasta ahora, poda responderle negativamente con toda seguridad, seora dijo, con un suspiro. Pero en este momento, las cosas son diferentes... Ya lo hemos advertido asinti Frank, mirando al exterior. Luego contempl con inters a la hermosa hostelera. Qu ocurre realmente aqu? To Csar parece pensar en diablos y cosas as... Creo recordar que usted ha venido ya otras veces por aqu, cazador sonri la hostelera, aunque su mirada se mantena seria y grave. Ya sabe cmo es to Csar. Tiene temores ancestrales, supersticiones y todo eso. Pero lo cierto es que, aunque yo no piense en absoluto como l..., no s lo que est ocurriendo. Es verdad que trituraron y desangraron a dos personas? Es verdad. Dos noches seguidas, dos asesinatos o como quiera llamarlos. Un hombre y una mujer. Ambos atacados la jungla, no lejos del pueblo ni del ro. No tiene sentido. Yo nunca supe de un animal tan grande y poderoso como para destrozar el esqueleto humano..., y adems, succionar la sangre con los colmillos hincados en el cuello de su victima. Un vampiro succiona la sangre de su vctima seal Harris, pensativo. Claro. Pero un vampiro es un murcilago vulgar, a fin de cuentas, y slo ataca a animales, sin succionar ms que una pequea parte de su sangre. Tambin hay reptiles aqu, pero ninguno de ellos atacara a un ser humano, a menos que lo hostigasen. Y Anala Silveira conoca demasiado bien la fauna de estas regiones para cometer un error semejante. Entonces qu es lo que usted imagina que ha sucedido indag Harris. No lo s suspir ella, encogindose de hombros. No s nada de nada. Pero, ciertamente, ningn animal conocido por aqu rene las dos condiciones: grande como para destrozar a una persona, y con sed de sangre hasta vaciar un cuerpo... Las dos mujeres se abrazaron entre si, con un escalofri, al or las palabras de la duea del hotel. Harris se inclin a firmar en el libro de registro, sin aadir ninguna otra pregunta o comentario. Howard Leyton, ceudo, reflexionaba. Dentro de la casa se escuch estrpito de loza rota, y un gruido largo y ronco. Las hermanas se asustaron, palideciendo. Harris gir su rifle en esa direccin y Nelson Jair peg un respingo. Qu es eso? farfull Leyton, alarmado. Tranquilcese. No es nada. Luz Falcoa respir hondo. Es slo mi marido...

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Su marido? dud Harris. S, cazador habl ella amargamente. Desde la ltima vez que usted estuvo por aqu, han cambiado muchas cosas en mi vida. Me cas con un hombre que ahora es un drogado y un borracho, y se arrastra por los lupanares ms vergonzosos del ro, con negras de la ms baja estofa. Pero es que, adems de eso, sufre epilepsia..., y ahora debe de estar en uno de sus ataques habituales, rompindolo todo y revolcndose por el suelo como una bestia salvaje. Epilepsia? Harris hizo accin de entrar en las dependencias del hotel. Eso es grave. Debera ayudarle a... No, cazador. Djelo arrastrarse por el suelo. Es una epilepsia especial, producida por la droga. Puede curarse solo, si quiere. El doctor Nunhes le ha dicho muchas veces que, si deja de triturar esas plantas para tomar su jugo narctico, dejar de sufrir poco a poco la epilepsia. Pero l no cede. Acabar hecho una piltrafa humana. Se escucharon algunos berridos ms, un jadeo ronco, rotura de ms platos y vasos y, finalmente, el silencio. Los recin llegados escuchaban, sobrecogidos. Luz, al final, hizo un gesto expresivo. Lo ven? murmur. Ya pas la crisis. Esta noche otra vez a drogarse, el muy cerdo... Y tomando unas llaves de unos casilleros, sali del pequeo mostrador de recepcin, invitndoles a subir la escalera de vieja madera quejumbrosa. Vengan conmigo dijo. Les mostrar sus habitaciones. La cena ser a las siete. Aqu, en la selva, se hace pronto de noche. Y conviene retirarse cuanto antes a descansar. Especialmente ahora, con esa nueva alimaa deambulando por los alrededores del pueblo... Subieron, en silencio. Las habitaciones no eran nada del otro mundo, pero hubieron de reconocer que, en medio de su austeridad, eran limpias y pulcras. Todas las camas tenan una tupida mosquitera encima, cubrindolas totalmente. Stella Caine protest, al examinarla: Uf... No creo que me guste en absoluto dormir bajo ese velo. Me har sentir asfixia, estoy segura... Luz Falcoa la mir crticamente, y puso un gesto sardnico para comentar: Como quiera. Puede quitarse la mosquitera para dormir. Pero no creo que le gustase mucho ms despertarse con un pequeo lagarto entre sus pechos o una araa peluda pasendose por su cara, amn de los mil insectos que la picaran despiadadamente... Stella palideci, contemplando el techo y la mosquitera casi con terror, y su cuado solt la carcajada. Creo, querida, que debiste quedarte en Belem o en Manaus, como mnimo dijo, burln. La selva no est hecha para ti... Deja a mi hermana, Howard se irrit su mujer, abrazando a Stella contra s. Creo que no es ocasin de burlarse de sus temores. Personalmente te dir que tampoco me gusta esto. Pues pudiste haberte quedado acompaando a tu hermana le reproch su esposo. Es muy romntico hablar de viajes por la jungla, pero en la realidad tiene poco de cmodo y de agradable, como podrs ver, querida. Hemos venido hasta aqu, y aqu seguiremos, ocurra lo que ocurra manifest agriamente su mujer. Si algo ha de ocurrirte, que me ocurra tambin a mi, Howard. Eres muy generosa y sacrificada se burl su marido. Al principio pens que habas venido por otras razones, no por amor y devocin a tu esposo... Por qu, entonces? los ojos de Wanda Leyton fulguraron, fijos en l.

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La mirada de Leyton resbal, rpida, por su esposa y, casi involuntariamente, se pos un instante en Frank Harris. Aunque sin comentar nada, sacudi la cabeza negativamente y cort: No, por nada. Olvdalo. Seora, hay ducha o aseo en su hotel? indag, volvindose a Luz Falcoa. S asinti la hostelera. Tienen una ducha en cada cuarto. Con estos calores y la humedad selvtica, la necesitarn a menudo. Por ello me preocup de que mis huspedes tuvieran esa comodidad a mano. Si prefieren bao, ya es distinto. Slo hay uno, al final del pasillo, para uso comn. Es todo lo que admite este negocio. Ya es suficiente aprob Wanda, sonriendo a la hostelera. Le felicito, seora. Lo tiene todo muy limpio y cuidado. No parece que estemos en plena selva, la verdad. Son muy amables. Luz mir a ambas mujeres, y les oprimi afectuosamente el brazo, en seal de mutua simpata. Si necesitan algo que est a mi alcance, pdanlo sin vacilar. La cena les gustar. Acostumbro a cocinar al estilo europeo..., a menos que me pidan otra cosa. Excelente aprob Howard Leyton. Empiezo a sentir apetito. Yo haba llegado a pensar que comeramos rodajas de serpiente y cosas as se estremeci Stella Caine. Mir con una sonrisa animosa a la hostelera. Ahora pienso de otro modo, al verla a usted. Incluso me vuelve el apetito... Buena cosa aprob Luz. Tendrn pescado de ro y huevos con bacon para cenar; as como un bizcocho con crema, de postre. Espero que les guste. En mi men, nunca ha entrado la serpiente ni las hormigas fritas, aunque dicen que son dos bocados exquisitos... Se ausent, riendo. Una vez acomodadas las dos mujeres, el marido de Wanda eligi la habitacin inmediata. Frank escogi la habitacin situada frente a la de ellas, al otro lado del pasillo, y el gua Nelson Jair la inmediata, que quedaba frente a la de Howard Leyton. Eran todas las habitaciones del reducido hotel de la selva. El primero en bajar fue Frank Harris, que se haba aseado y cambiado de camisa y pantaln, lustrando sus botas, para descender ms pulcro de lo que lleg a Porto Cruz. Miro al exterior. Como dijera la duea del hotel, all oscureca rpidamente. Eran las seis y media, y una tonalidad azul intensa iba apoderndose del cielo y del paisaje, a pesar de que an era de da. En cuanto se hundiera el sol en el horizonte, la oscuridad llegara al poblado. Algunas viviendas lucan ya las llamas de quinqus o farolas en su interior y en los porches. Haba numerosos mosquitos zumbando en derredor. Frank no los notaba en su piel broncnea, gracias a la grasa que se aplicaba sobre su rostro y manos, para eludir su acometida. Ya no haba tmulo funerario en medio de la plaza, y todo pareca haber recobrado su fisonoma habitual en el pequeo lugar alejado de la civilizacin. Sin embargo, a Frank no se le escap el clima de incertidumbre y temor que pareca latir en el ambiente. Alz la cortinilla de juncos de la entrada, y cruz la plazoleta, en direccin a la cantina de Ze Moreira, al otro lado del claro. Un cartel, sobre el porche, anunciaba que all se poda adquirir desde una botella de ron o ginebra, hasta un rifle, un saco de caf o una pieza de tela, pasando por vajillas, frutos, medicamentos y botas. Entr en el local. Un grupo de hombres cetrinos consuman bebidas alcohlicas, acodados en el mostrador de tablas. El recio Ze Moreira alz la cabeza, mirando al nuevo cliente. Le agit una mano, cordialmente.

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Eh, es usted el cazador que ha venido con los americanos al hotel? salud. S, el mismo asinti Harris, mirando sin gran simpata al cantinero. Ya nos conocemos de otras veces. Estuve aqu en dos ocasiones, Ze. La ltima, hace ms de cuatro aos... Oh, s, ya recuerdo asinti el cantinero, poniendo un vaso ante l. Ron, ginebra, brandy... Prefiero el bourbon, si an queda algo por ah Ya lo creo! Moreira busc entre unas cajas, y saco una botella de ambarino contenido. Bourbon autntico de Kentucky, cazador. Ze Moreira tiene de todo, como puede ver. Cierto asinti Harris, pensativo. Tambin usted vendi el atad para la chica que enterraron hoy? Fue como nombrar la soga en casa del ahorcado. Los que beban dejaron de hacerlo, mirndole con expresin de repentina inquietud. El cantinero alz los ojos, y los clav en el cazador, receloso y como temiendo hablar del tema. Pues... s admiti. Pero no es una mercanca habitual en esta casa. Yo mismo tuve que construirlo esta maana, a primera hora. Acostumbro a tener uno de reserva, pero en Puerto Cruz se muere una persona de tarde en tarde. Somos tan pocos, y tenemos bastante buena salud... Pero ltimamente, las cosas han cambiado, no Harris miraba fijamente al cantinero. Se muere ms a menudo, segn parece... El silencio en la cantina segua siendo profundo. Los clientes se limitaban a mirar, sin intervenir en la conversacin. Ze Moreira pareca incmodo con aquel tema. Aun as respondi, de mala gana: S, han cambiado. Dos tristes accidentes..., en dos das seguidos. Llama usted accidente a esa clase de muerte, Ze. sonri Harris. Deben tener un animal peligroso por los alrededores, sin duda. No hay ningn animal que haga eso a una persona, rechaz el cantinero. Entonces...? indag Frank, enarcando las cejas y probando el bourbon con lentitud. No s. Nadie sabe nada eludi Ze. Hay quien dice que es el diablo... El diablo debe estar demasiado ocupado para venirse tan lejos, en busca de vctimas sonri el cazador, irnico. No bromees con esas cosas, amigo terci, plaidero, uno de los clientes de la cantina. Los malos espritus andan por aqu, no lo dude. Yo no he venido a cazar espritus, sino animales salvajes. Vivos, naturalmente. Me gustara poder llevarme para Estados Unidos un ejemplar del extrao animal que atac a esas dos personas... Uno de los clientes se persign, saliendo rpido de la cantina, como si aquel diablo de quien hablaban fuera persiguindole ya. Ze Moreira torci el gesto. Escuche, cazador aconsej. Cace lo que conoce ya, y no se meta en nuevas averiguaciones. Nadie puede cazar lo que no es de este mundo... Quin dice esa tontera? son una voz a espaldas de ellos. Todo lo que tenemos aqu, en torno nuestro, es de este mundo. Lo que est en la Tierra, a la tierra pertenece, seores. Ya va siendo hora de que no se hablen tonteras. Frank Harris, sorprendido, se volvi. Aqulla haba sido una voz de mujer. Una voz extraamente cultivada y serena, una voz profunda y autoritaria, de perfecto ingls, aunque con leve acento extranjero.

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Al volverse, se encontr ante la mujer ms hermosa que jams hubiera podido soar, y que surga en aquel olvidado rincn del mundo, como una aparicin increble y fantstica.

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CAPITULO IV Seorita Cadson... Es un placer verla de nuevo por mi tienda... Era Moreira quien, untuoso, servil, hablaba a la joven desconocida, con evidente deferencia. Incluso se inclinaba ante ella, como adorando a una diosa pagana. Ciertamente, la bella aparicin tena mucho de diosa pagana, especialmente al verla surgir as, en plena jungla en un lejano villorrio, hundido en las profundidades de la ingente selva amaznica. Alta, muy rubia, de cabellos largos, atados en una cola a su nuca, de piel suavemente plida, algo coloreada ahora por el efecto del sol tropical, de grandes y vivos ojos azules, de boca carnosa, de figura esbelta, pero a la que el pantaln corto varonil y la blusa abotonada, prestaban un realce asombroso, silueteando la perfecta lnea de sus bien torneados muslos y la arrogancia juvenil y llamativa de sus firmes pechos. Llevaba revlver al cinto, en funda de cuero, como el propio Frank Harris, y su cutis brillaba con algo que, sin duda, era una pomada contra mosquitos y toda clase de molestos insectos. Buenas tardes, Moreira salud, resuelta, entrando en la cantina, con firme paso . Necesito provisiones. Tengo ah fuera al ayudante de mi padre, con las bolsas para cargarlas. Aqu tiene la lista. Sea rpido. Tengo prisa por volver a casa antes de que oscurezca. S, seorita Carlson, en seguida asinti vivamente el cantinero, tomando de la mano de la rubia belleza un papel escrito, que comenz a consultar, mientras retiraba cajas, bultos y embalajes de su desordenada tienda, para reunir el pedido. Frank Harris apur su bourbon lentamente, y tom la botella, sirvindose otro, mientras examinaba crticamente la alta y arrogante figura de aquella joven hembra, realmente inslita en plena selva. Ella se volvi hacia l, inesperadamente. Sus pupilas azules se clavaron en Harris, burlonas. Ya termin de examinarme, seor? pregunt. Qu opina de mi tipo? Frank sonri a su pesar, ante la astuta audacia de la muchacha. Creo que eso debe imaginarlo ya. No sera el primero en decrselo, estoy seguro declin, galantemente, con una inclinacin corts de cabeza. Vaya... Eso es una forma velada e indirecta de ser amable ri ella. Su ingls parece bastante perfecto. Usted no es brasileo, verdad? No neg Frank. Ni usted inglesa, seorita. acert. Soy de origen sueco, aunque educada en Inglaterra. Yo soy norteamericano, aunque de padre ingls sonri Frank. Hay algo en comn entre ambos, no cree? En cierto modo asinti ella, estudindole. Es cazador profesional? Un pleno total ri Frank. Tambin usted acert esta vez. No me gustan los cazadores que matan fieras. Yo no mato. Slo cazo ejemplares vivos. Los viejos safaris ya casi no se estilan, por suerte para el equilibrio ecolgico de nuestro mundo. Eso es diferente le tendi su mano de forma espontnea. Soy Ilse Carlson, y vivo cerca de Porto Cruz, con mi padre, el doctor Eric Carlson. 25

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Es un placer conocerla, seorita Carlson. Mi nombre es Harris. Frank Harris y aadi, tras estrechar la mano de la joven: Extrao lugar para residir una mujer como usted. Esta regin es muy bella. Salvajemente bella, dira yo. Lo es. Pero tambin extraa. Sobre todo, para personas como usted. La cosa tiene fcil explicacin. Mi padre es bilogo. Le apasiona la biozoologa especialmente. Ha recorrido muchos pases... Ahora estudia la fauna amaznica y su conducta. Etiologa de los animales, ya sabe. S, ya s. Un biozologo... Y usted le ayuda tambin en eso? la mir, pensativo. En efecto, seor Harris. Es un duro trabajo, aunque le ayude su colaborador, Amaraldo Quadra, que es un aficionado brasileo a la especialidad. Tambin me necesita a m. Tambin estudi usted biologa y zoologa? No. Slo soy aficionada. Pero me apasiona el tema. Viven junto al pueblo? Un poco lejos de l. A cosa de una milla, ro abajo. Una milla... Frank mir al exterior. El sol se haba puesto. El azul de la tarde se oscureca por momentos. Es demasiada distancia para recorrerla de noche... Lo he hecho muchas veces, seor Harris. No tengo miedo. S que los animales no son tan peligrosos como dicen. No est tan segura de eso. Ha habido recientemente dos muertos en Puerto Cruz, no lo saba? Dos muertos... se estremeci ella, abriendo mucho sus azules ojos. Qu quiere decir? El cazador tiene razn, seorita Carlson terci vivamente Ze Moreira en ese punto. Un hombre y una mujer fueron atacados, de noche, por un extrao animal, en las... cercanas del pueblo. Ambos murieron. Cielos...ella desvi la mirada. Pareca inquieta. Algn jaguar, un reptil venenoso...?, Al parecer, ni una cosa ni otra dijo lentamente Frank. Un animal que tritur el esqueleto de sus vctimas, reventndolas por dentro... y que clav sus incisivos en la garganta de ambas, succionando la casi totalidad de la sangre de sus venas y arterias... La palidez de Ilse Carlson, en este momento, fue ostensible, pese a su ya natural tono claro. Se sujet al mostrador, como si vacilase su equilibrio. Pero..., pero no existe ningn animal as, usted lo tiene que saber dijo roncamente, mirando a Harris. Claro que lo s. Como debe saberlo usted, puesto que conoce la biozoologa asinti Frank, sin quitar sus ojos de ella. Pero as ha sucedido. Esos son los indicios que dej el agresor tras de s. Extrao, no? Creo que podra consultar a su padre. Tal vez l pudiera ayudamos a encontrar una clase de animal salvaje que se pareciese al que pudo causar ese destrozo... No, estoy segura de que no existe nada semejante, y menos, en estas regiones sostuvo ella, con cierto temblor en su voz. Tal vez alguien les atac, fingiendo luego que era un animal salvaje... Alguien lo bastante fuerte para destruir los huesos de la vctima en un abrazo mortal? dud Frank, dirigiendo una ojeada pensativa a los poderosos msculos de Ze Moreira, que alzaba en ese momento unas pesadas cajas. Pudiera ser. Pero entonces,

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por qu la succin de la sangre? Ese hipottico ser humano, fuerte y demoledor... es tambin un vampiro? Tengo que irme Susurr Ilse Carlson, nerviosa. Sobre todo, despus de lo que acaban de contarme, quiz sea mejor que me apresure a regresar, aunque vaya acompaada de un porteador nativo... Termine lo antes posible, Moreira, por favor. S, seorita, en seguida Asinti el cantinero, enjugndose el sudor del rostro. Sali con la carga, para depositarla en las bolsas de saco que traa consigo un porteador indio. Frank aprovech para inclinarse hacia Ilse Carlson, la belleza rubia. Quiere que la acompae? se ofreci. Sera lo ms prudente. Puedo tomar mi rifle y... Y regresar luego al poblado usted solo, a travs de una milla de selva? ella neg con viveza. No, no, ni pensarlo. No podra dormir, preguntndome qu le habra sucedido a usted, en ese tiempo. Soy un cazador experto, seorita Carlson. No es fcil sorprenderme, y menos, si llevo conmigo rifle, machete y revlver. Ni siquiera un ser como el que pudo causar esas dos muertes? dud ella. Si es de este mundo, ni siquiera l. Y usted y yo parecemos totalmente seguros de que s es de este mundo, y no puede ser de otro modo. Por supuesto. Todo lo dems son supersticiones. Pero no puede arriesgarse por m. Le ruego que no insista. Mi porteador lleva rifle y machete. Yo, revlver. Ambos lo utilizaramos, llegado el caso, no lo dude. Y si fuese ineficaz, ante un ser as? Una bala no puede ser ineficaz frente a un ser real, por fuerte que sea. Y le aseguro que s disparar. Ahora, buenas tardes, seor Harris. Est bien, como quiera. Buenas tardes, seorita Carlson. La claridad del da an durar unos diez minutos. Aprovchelos lo mejor posible. as lo har. Ha sido un placer conocerle. Espero que nos veamos de nuevo, aunque bajo con poca frecuencia al poblado. Slo cuando necesitamos provisiones. Mi padre se absorbe en su tarea durante semanas enteras, y yo, con l. Lo comprendo. Mucha suerte en su tarea... y en su viaje de esta noche. La rubia y hermosa criatura sonri, abandonando la cantina. Pag a Moreira en el porche, y cuando su porteador indio hubo cargado con los dos pesados sacos, iniciaron el regreso haca la densa jungla, ya demasiado oscura para que Harris contemplara, tranquilo, la marcha de la rubia muchacha. Pag sus whiskys y regres al hotel. Iba pensativo, preocupado por una mujer a la que apenas conoca, pero cuya imagen no poda apartar de s. Ni siquiera la visin de la belleza plida de Luz Falcoa, la duea del hotel, logr alejar de su mente la imagen de Ilse Carlson, la beldad nrdica. La hostelera sala de las dependencias del hotel, en ese momento, y le dirigi una sonrisa. Sus compaeros estn ya en el comedor indic. Voy a servir la cena, en cuanto usted se acomode, cazador. Entonces, adelante invit Frank. Traigo verdadero apetito, seora. Pas al comedor. Una larga mesa habia sido dispuesta para los cinco comensales que formaban el hospedaje total del establecimiento. Leyton le recibi con alivio. Habia empezado a preocuparme por usted, viendo que oscureca confes. Pens si su curiosidad de cazador le habra llevado a cometer el grave error de dar algn paseo por los alrededores del poblado... en busca de huellas de ese animal.

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Tentado estuve de dar un paseo, pero bastante ms largo: dos millas entre ida y vuelta, para ser exactos suspir Harris, sentndose junto a Nelson Jair y Stella Caine, frente al matrimonio Leyton. Dos millas! se asust su cliente. Eso sera una locura, Harris. Ya sabe que ataca al anochecer... Por esa razn pretenda hacerla. Se trataba de acompaar a una joven... Hermosa? Era Wanda Leyton quien haca la pregunta. Harris la mir, risueo. S, muy hermosa asinti. Pero se no era el motivo principal. Sera mulata o de color, imagino coment Wanda, algo despectiva. Se equivoca. Era rubia, muy plida y de ojos azules. De origen sueco. Cielos, y qu hace una sueca en estos lugares? se asombr Leyton. Biozoologia. Qu? pestae el americano. Estudios biolgicos de los animales. Acompaa a su padre en eso. Se llaman Carlson, y viven una milla selva adentro, bajando el curso del ro... Est hablando del doctor de los pantanos? Sorprendido, Frank alz la cabeza. Era Luz Falcoa quien, con una fuente llena de frescos pescados de ro, a la plancha, llegaba hasta la mesa. S asinti. Supongo que s. Un tal doctor Carlson, que tiene una hija rubia y un ayudante nativo, creo. Son ellos Luz dej la fuente en medio de la mesa. Su casa est entre el ro y la zona pantanosa de las ranas venenosas, las de vivos colores... No se le ocurrir ir all, verdad, cazador? Y por qu no? indag l, perplejo. No debe hacerlo. El pueblo dice que es una extraa gente la de esa casa. Y un extrao trabajo el suyo. Dicen que algunos nativos que pasaron cerca de all, al oscurecer, oyeron extraos gritos en el interior. Gritos que no eran humanos ni animales. Eso ha hecho que los supersticiosos de la regin le llamen a ese hombre el doctor infernal y cosas parecidas. Se asegura que maneja a los espritus del mal para sus prcticas misteriosas... * * *

Qu piensa usted de eso, exactamente? De qu, seor Leyton? se volvi Frank, pensativo, fumando con lentitud su cigarro emboquillado. Ya me entiende: lo que dijo la seora Falcoa, antes de la cena. Eso relativo al doctor Carlson, el bilogo sueco... Oh, entiendo asinti el cazador. Ya sabe cmo son en los sitios pequeos, alejados de la vida civilizada. Luego, la religin y una serie de condicionamientos raciales y ambientales hacen el resto. La gente se vuelve supersticiosa, ve fantasmas por todas partes. En realidad, la ciencia ha tenido siempre mala acogida entre el pueblo. Basta recordar mitos como Frankenstein para darse cuenta de ello. De modo que no cree que ese doctor haga nada especialmente raro. Por qu habra de hacerlo? la luz del quinqu colgado del porche del hotel ilumin crudamente el rostro enjuto y anguloso del rubio cazador, al contemplar,

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pensativo, al americano para quien trabajaba en la labor de cacera de animales vivos. Es un zologo que estudia la biologa de la fauna local, eso es todo. La seora Falcoa habl de gritos que no eran humanos ni animales... Y quin mencion esas cosas? Gente que transitaba por la zona pantanosa, y posiblemente iba llena de miedo hacia la casa y sus ocupantes. Predispuesto as, incluso podra haber dicho que vio salir del edificio a un verdadero monstruo. Qu monstruo? pregunt agudamente Leyton. El ser que atac a esas dos infortunadas personas, Harris? Eh, seor Leyton, su imaginacin va muy deprisa ri Frank, meneando la cabeza. Sugiere que el doctor Carlson ha creado su propia criatura de Frankenstein, y sta siembre la muerte y el terror en la jungla? Por qu no? Seria una explicacin a lo que sucede... Por favor, seor Leyton, le imaginaba menos hostil a la ciencia... Nunca lo he sido. Tal vez sea este ambiente que respiramos... mir en derredor, a las desiertas y cortas callejas del poblado, que confluan inevitablemente en la plazoleta central. La cantina era el nico local que permaneca an abierto. Habia gente en su interior. Sala de l humo de tabaco y voces de hombres. El resto del lugar era oscuro y desolado. La gente, encerrada en sus casuchas de caas y adobe, tal vez no conciliaba el sueo pensando en el gigantesco reptil que atac a las dos vctimas recin enterradas. Leyton exhal un suspiro. Se da cuenta? Esta soledad, este muro de espesura que nos rodea, los gritos de los animales nocturnos... Tiene que irse habituando a ello. Estaremos aqu ms de diez das, con toda seguridad. Hay animales en su lista que son difciles de cazar vivos, como las serpientes de coral micruroides, las ms venenosas; o como el Hoazn, ese raro pjaro que recuerda al fsil archaeopteryx, el ave ms antigua del mundo. El Hoazin... repiti Leyton, con expresin fascinada. Ardo en deseos de ver un ejemplar vivo. Es cierto que sus alas poseen esas garras como dedos unguinculados, semejantes a sus antepasados reptilianos, y que usa para encaramarse por los rboles, aunque tambin puede nadar y bucear cuando se le persigue? Si, as es ese fantstico pjaro del interior del Brasil, seor Leyton. Pero es noctvago, y difcil de cazar. Nos llevara, mucho trabajo dar con l y aprehenderlo, se lo aseguro. Bien, aceptar resignado el tiempo que nos toque estar aqu admiti Leyton, inclinando la cabeza, y aplastando su cigarrillo en una tabla del porche. De no ser por ese suceso, no estara tan nervioso ahora... Se refiere a las dos muertes violentas? Harris se encogi de hombros. No podemos hacer nada, si existe realmente un animal monstruoso y desconocido en las cercanas. Despus de todo, ha ocurrido antes de llegar nosotros. Podra ser que no volviera a suceder ms. Trate de olvidarlo. No me gusta particularmente utilizar el alcohol para olvidar nada, porque es un mal remedio, pero, qu tal si vamos a la cantina a tomar una copa o, como mnimo, un caf? No es mala idea acept Leyton. Vamos, yo le invito, Harris. La idea fue ma sonri Frank. De modo que la invitacin tambin. Otro da le tocar a usted. Permaneceremos poco tiempo, porque hay que descansar. Maana madrugaremos para iniciar la cacera con algunos ejemplares sencillos, como son los lagartos iguana comunes. Vamos, seor Leyton. Cruzaron la plazoleta, entrando en la cantina, iluminada por quinqus de petrleo y algunos carburos adosados al muro. Ola el aire a ginebra y a caf. Caf pidi Leyton. No acostumbra a quitarme el sueo.

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A m, s sonri Harris. Me desvela cualquier cosa, tengo el sueo muy ligero. Ze, un bourbon para m. En seguida, cazador asinti el cantinero, apresurndose a servirles. Frank mir de soslayo a la cantina, cargada por el humo de cigarros y pipas. Haba ocho o diez hombres reunidos. Ocupaban dos mesas de un rincn, una de ellas con jugadores de pquer y la otra repleta de botellas medio vacas de ron o ginebra. La curiosidad de todos se centraba en la partida. Un hombre sudoroso, flaco y moreno de piel, con cabello oscuro y ojos ardientes, pareca ser el ganador esa noche. Se apilaban ante l monedas y billetes. Al menos ganaba mil cruzeiros hasta el momento. Masticaba algo, unas hojas verde oscuras, que destilaban un jugo color caf, parecido a la nicotina o el alquitrn de un cigarro. Vamos, vamos, Joao le incit uno de los testigos la partida. Si ganas esta mano tambin, casi vas a doblar tus beneficios esta noche. Vete al diablo refunfu el jugador, sin dejar mascar el repugnante jugo vegetal, e incluso mezclndolo ahora con un largo trago de ginebra. An tengo que jugarla. Veremos lo que sucede. Da mala suerte presagiar el resultado de una partida, imbcil. Est bien, Joao, no te pongas as se excus el otro. Slo calculaba lo que te reportara ganar... Pues cierra el pico le cort el llamado Joao speramente. Ese es el marido de su hostelera, seores habl entre dientes. Joao Vargas, un tipo que se droga con es hierbajos y bebe sin descanso. A veces, me pregunto cmo vive an, con los ataques que sufre... En ese instante, se mostraron las jugadas, tras subir un jugador su propia postura y obligar a Joao Vargas a imitarle. El marido de Luz Falcoa tena solamente dobles parejas de ases y damas. Su enemigo, un full de reyes y dieces. Maldita sea! aull Joao, palideciendo al ver cmo su antagonista retiraba una considerable cantidad de monedas y billetes del centro de la mesa. Se volvi, airado, hacia el que hablara antes. Te lo dije, bastardo! No me gusta que hablen antes de tiempo! Siempre sale mal! Se incorpor, tambaleante. Estaba demasiado lvido para ser slo producto del reciente fracaso. Adems, sus dilatados ojos brillaban excitados, y le temblaban las comisuras de los labios, dejando gotear la repulsiva pulpa marrn de las hojas alucingenas que mascaba. Aferr rabiosamente al hombrecillo pequeo y gordo que hablara, y le empez a golpear brutalmente. Chill el golpeado, pero nadie se interpuso para evitar el lo. Ze Moreira se limit a mirar la escena con indiferencia. Empez a sangrar por la boca y nariz el hombre gordito, agitado por las crispadas manos del hombre flaco, como si este tuviera la idea de triturarle antes de dejar la paliza. Los dems miraban, callados. El hombre gordito sollozaba. No va a impedirlo nadie, Ze? pregunt framente Harris. Puede hacerle dao de verdad. Est como fuera de si, no sabe lo que hace... Cualquiera se mete en sus asuntos! resopl Moreira. Vargas sera capaz de matar a quien lo hiciese... Pues tendr que matarme a m sentenci glacialmente Harris. Y antes de que nadie pudiera evitarlo, cruz la cantina con larga zancada, lleg hasta los que peleaban, y les apart por el expeditivo procedimiento de soltar al marido de Luz FaIcoa un directo terrorfico al mentn, que le proyect hacia atrs, como un

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pelele, derribando mesa, dinero, naipes y botellas, para ir a parar, en violento aterrizaje, entre un montn de sacos de caf, azcar y harina. Cielos, forastero, qu ha hecho? jade uno de ellos. S... llorique el propio golpeado, con su rostro baado en sangre. Qu ha hecho, seor? No debi intervenir... Nos matar a todos... Harris no dijo nada. Segua mirando fijamente al cado. Y ciertamente empez a pensar que era cierto. Poda ser capaz de matarles a todos. Por ganas no iba a quedar. Se estaba incorporando. Su rostro era una mascara crispada, de color cera. Su boca espumeaba, los ojos eran vidriosos, las manos, dos garfios crueles, casi inhumanos. Temblaba como si sufriera una crisis de fiebres paldicas o de malaria. Y por si eso fuero poco, haba extrado de su faja un arma terrible e inesperada: un garfio de acero, curvado y centelleante, como el que usaban los estibadores para cargar fardos en un muelle. Con un rugido bestial, se precipit sobre Harris, el garfio en alto, la expresin delirante...

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CAPITULO V De haberle alcanzado, el rostro del cazador hubiese quedado, sin duda alguna, desgarrado en dos, mutilndolo para siempre o, quiz, provocando su muerte sin remedio. Pero Frank era gil y astuto como muchos de los animales con los que se vea obligado a rivalizar en sus caceras. Por ello, con una rpida accin, se apart del camino de la terrible arma empuada por un adversario, que hendi el aire con un zumbido escalofriante, sin alcanzar su objetivo. Simultneamente, Frank cruz su pierna en la ruta de Joao Vargas, logrando trabar sus piernas y derribarle aparatosamente de bruces. El hombre lanz un alarido furioso, su garfio escap, yendo a hincarse, vibrante, en un cajn de botellas. Luego, cuando Frank se dispona a caer sobre el hombre derribado, para darle su merecido, se detuvo, impresionado. La escena era para erizar los cabellos al ms avezado de los hombres. Revolcndose en el suelo, rgido, estirado, mortalmente plido, los ojos desorbitados y vidriosos, Joao Vargas exhalaba por su boca alaridos inhumanos, mientras sus labios se llenaban de una espuma amarronada por la droga y amarillenta por su propia baba. Las manos, crispadas, araaban el suelo rabiosamente. El hombre tena uas afiladas, y se clavaban en tierra de forma rabiosa, como si pretendieran a araar o destrozar algo que no exista ms que en su imaginacin. Qu le ocurre? jade Leyton, demudado, contemplando la escena. Epilepsia dijo roncamente Harris. Debe producirla la droga, cuando se excita demasiado. En esta situacin, puede convertirse en un enfermo lastimoso... o en un autntico peligro para cualquiera. No hay ningn mdico en este lugar? gimi Howar Leyton, volvindose al cantinero. Claro. El doctor Nunhes bostez Moreira. Pero le ha visto otras veces. No tiene remedio. Antes se calmaba con unas inyecciones. Ahora, no. Hay que dejarle que se desahogue, hasta el agotamiento. Luego, acostumbra a desvanecerse. Por eso le dije, cazador, que no debamos mezclarnos en sus asuntos. Es culpa de la droga que mastica, verdad? indago Harris. Si afirm el cantinero. Usted se la vende? Cielos, no. Yo no vendo esas cosas. No quiero problemas. El se conoce bien la regin. Sabe para lo que sirven ciertas plantas. Y las recolecta l mismo. Es un pobre enfermo. Pero peligroso. Ya lo he visto seal el garfio, que arranc del cajn, dejndolo sobre el mostrador luego. Trabaja de estibador acaso? Slo descarga lo que le envan de Manaus para su hotel Moreira mene la cabeza. Su mujer es una mrtir. No slo bebe y se droga, sino que slo le gustan las mujeres de la peor calaa, sucias y mugrientas, gordas y repulsivas... muy negras, sobre todo. Con la hermosa mujer que tiene en casa... Usted lo dijo. Es un enfermo, aunque peligroso. Harris observ que los espasmos y gritos del hombre iban cediendo paulatinamente, aunque el aspecto de

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Loao Vargas segua siendo espantoso. Esperaremos el seor Leyton y yo, para llevarle al hotel. Esperaron, tomando cada uno su consumicin. El silencio se haba hecho absoluto en la cantina. Los hombres, tras recoger el dinero volcado, metieron parte de l en los bolsillos de Vargas, y se repartieron el resto, empezando a desfilar hacia la salida, cabizbajos. En un rincn, el hombre gordito restaaba su sangre, con ayuda de una botella de ginebra. Yo cerrar la cantina rezong Moreira, empezando a apagar luces. Ya va siendo tarde. Y las noches han empezado a ser poco seguras en este lugar, ltimamente... Pero slo en la selva... al menos de momento comento Harris, pensativo. S, claro Ze Moreira le mir, sorprendido. Al menos... de momento, cazador. Y Dios quiera que siga as. No ser yo quien se aventure en la jungla, por la noche. Minutos ms tarde, Joao Vargas estaba totalmente inmvil, extenuado. Cargaron con l entre Leyton y Harris, iniciando el regreso al hotel. Luz Falcoa palideci, al verles llegar con su marido inconsciente. Se precipit hacia l, angustiada. Dios mo... gimi. Qu le ha sucedido? Usted debe saberlo mejor que nosotros, seora manifest Leyton. Le dio un extrao ataque en la cantina, mientras jugaba al pquer... El juego... Otro de sus malditos vicios... Fue... fue epilepsia, no? Me temo que s, seora era Harris ahora quien hablaba gravemente. Le dan a menudo? Esos ataques? Si, cada vez con mayor frecuencia. Es efecto de un alucingeno, al mezclarse con el alcohol... Lo imaginaba. Estaba masticando hojas vegetales. Y beba ginebra. Se pele con un hombre. Intervine, y quiso golpearme, pero cay antes de que yo pudiera atacarle. Pareca fuera de si, como si no supiera lo que haca... En realidad, no lo sabe. Es una clase de epilepsia agresiva, segn el doctor Gil Nunhes, nuestro mdico de Porto Cruz. Se le puede aliviar, pero no curar. Y menos an, si sigue drogndose y bebiendo. Esta es mi tragedia, seores. Lo entiendo asinti Harris. Alz una mano del enfermo. Para ser epilptico, lleva las uas demasiado largas y qu? ella le mir, sorprendida. Eso significa algo? Podra ser peligroso. Araa con fuerza, sus manos son como garras. El se puede daar. O daar a otro. Lo tendr en cuenta, en lo sucesivo. Pero es difcil ocuparse de l. No tolera consejos ni indicaciones. No me permite nada. Incluso me golpea, si insisto. Cmo se cas con un hombre as, siendo usted joven, hermosa...? Cazador, l era muy distinto entonces. Luego adquiri las fiebres de los pantanos. La quinina y la morfina le habituaron a drogarse. Conoca narcticos de la flora tropical, los us para seguir drogndose. Se desmoron como hombre. El vicio ms abyecto le posey. En tres aos, todo eso hizo de l un espectro, y ah lo tiene... Ese es, ahora, mi marido. Por favor, llvenlo adentro. Yo avisar al doctor Nunhes aunque todo es intil ya con l... Condujeron al esposo de Luz Falcoa al interior de su habitacin de la planta baja, depositndole en un lecho de matrimonio. Frank contempl una fotografa enmarcada, sobre un mueble, mientras lo haca. Era una fotografa no muy buena, hecha por algn aficionado o por un forastero amable, en polaroid de revelado instantneo. All se vea a

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Luz Falcoa con un hombre alto, joven y moreno. Resultaba difcil identificar en l al actual Joao Vargas, el drogadicto. Salieron al vestbulo de nuevo, dejando all inconsciente al esposo de Luz. Esta no tard en regresar con un hombre amable, de cabellos blancos y tez marrn, que llevaba consigo un maletn, y apoyaba unas gafas de montura metlica sobre su gruesa nariz brillante. Doctor Nunhes, estos caballeros ayudaron a Joao en su ltimo ataque explic ella. Son el seor Howard Leyton, un norteamericano que trabaja para un zoolgico y una reserva de animales salvajes. Le acompaa el seor Harris, cazador profesional. Es un placer, seores, aunque las circunstancias resulten harto dolorosas suspir el mdico, estrechando sus manos. Joao sufre un mal irremediable en estas latitudes. Prisionero de sus vicios, no es fcil que jams se rehabilite de ellos. Es el mal de los trpicos. Son como un cepo para el hombre dbil. Un cepo mortal. Entr en la habitacin, tras una disculpa, acompaando a la hostelera. Leyton y Harris se miraron. Voy a descansar suspir el primero. Usted, no? Claro asinti Frank. Qu otra cosa se puede hacer ya? Le llamar a las siete en punto, seor Leyton. Creo que, para esa hora, estar ya despierto. Buenas noches. Buenas noches dijo, pensativo, mirando hacia la habitacin del matrimonio Vargas. Leyton subi a la planta alta. Harris termin de fumar sin prisas su cigarro estrecho, que finalmente aplast en un cenicero de barro, empezando a subir la escalera lentamente. Gracias, cazador. Gir la cabeza, dejando de subir. Luz FaIcoa estaba fuera de su habitacin. Le miraba tristemente, con ojos cansados y expresin serena, arrebujada en un manto color crudo, con flecos. La noche era fra en las mrgenes del ro, al llegar la noche. Una bruma pegajosa se vea flotar en el exterior, difuminando las formas de los edificios y haciendo casi invisible la cercana selva. No tiene por qu drmelas dijo Harris. Es un enfermo, despus de todo. Hablaba en sueos. Deca que la prxima vez clavara el garfio al cazador. Es que lo intent realmente? S Harris inclin la cabeza. Pero no era responsable de sus actos. Gracias por habrmelo ocultado. Aun as, usted le ayud... Era mi deber de humanidad, seora sonri Frank. Lo s inclin la cabeza. Apret el chal contra sus erectos senos de mujer en plenitud. Respondi hondo. Aun as... gracias otra vez. Y buenas noches, cazador. Buenas noches fue su respuesta. Y sigui subiendo las escaleras, hasta que desapareci tras la puerta de su habitacin. Luz Falcoa suspir, la vista fija en la altura. Luego regres lentamente junto al doctor Nunhes, que estaba inyectando algo a su inconsciente marido. Esto le ayudar a dormir dijo el viejo mdico de Puerto Cruz. Pero con los drogadictos epilpticos, nunca se sabe. Podra incluso reaccionar y despertarse. Luz, por qu no duerme alejada de l, en una habitacin cerrada con llave por dentro? Puede llegar a ser muy peligroso... Peligroso... repiti ella, mirando fijamente al hombre yacente. Apret los labios. Eso ya lo dijo alguien esta misma noche. No se me haba ocurrido. No, nunca se me haba ocurrido que Joao fuese un peligro... para los dems. Pues vaya pensndolo, criatura suspir el doctor Nunhes, cerrando su maletn y dirigindose a la salida. Su mal ha empeorado ya mucho. Me preocupa Joao...

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En qu sentido, doctor? Peligra su vida? No s qu decirle, Luz. Peligra l... y peligra usted. Y tal vez otros... Pero qu otra cosa podemos hacer con l? Mis recursos son tan limitados... Sacudi la cabeza con pesimismo, y camin hacia la salida de la habitacin, sin aadir una palabra ms. Luz Falcoa, lenta, tristemente, se sent en el borde de la cama, con expresin abstrada, la mirada lejana. Como si con ella pudiera, al menos, evadirse del cerco de amargura, decepcin y frustraciones de aquel lugar donde se vea condenada a vivir hasta el fin de sus das. Poco a poco, el hotel fue quedando en silencio, a medida que los habitantes del edificio reposaban. La noche fra, hmeda, de espesas brumas flotando a ras de tierra y espesndose en las mrgenes del ro, lo envolva todo como un helado sudario que contrastaba con el calor agobiante de los largos das tropicales. Y en la noche, tal vez, all fuera, acechando entre sombras y nieblas, un ser monstruoso y terrible esperaba una nueva vctima para su escalofriante avidez de muerte, de horror y de sangre. Pero el largo y terrible alarido de agona, de terror supremo, cuando brot en la callada madrugada de Puerto Cruz, no lleg precisamente de las zonas selvticas que rodeaban el poblado,