Franz Kafka

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Franz Kafka La Metamorfosis Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto. - ¿Qué me ha ocurrido? No estaba soñando. Su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños - Samsa era viajante de comercio-, y de la pared colgaba una estampa recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba todo su antebrazo. Gregorio miró hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el cinc del alféizar repiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancolía. «Bueno –pensó–; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estas locuras?» Pero no era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara volvía a quedar de espaldas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró los

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La metamorfosis

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Franz KafkaLa MetamorfosisUna maana, tras un sueo intranquilo, Gregorio Samsa se despert convertido enun monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazn y, al alzar lacabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el quecasi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosaspatas, penosamente delgadas en comparacin con el grosor normal de sus piernas, seagitaban sin concierto.- Qu me ha ocurrido?No estaba soando. Su habitacin, una habitacin normal, aunque muy pequea,tena el aspecto habitual. Sobre la mesa haba desparramado un muestrario de paos -Samsa era viajante de comercio-, y de la pared colgaba una estampa recientementerecortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La estampa mostraba auna mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola tambin de pieles, y que,muy erguida, esgrima un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba todo suantebrazo.Gregorio mir hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el cinc del alfizarrepiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancola.Bueno pens; y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estaslocuras? Pero no era posible, pues Gregorio tena la costumbre de dormir sobre el ladoderecho, y su actual estado no le permita adoptar tal postura. Por ms que se esforzaravolva a quedar de espaldas. Intent en vano esta operacin numerosas veces; cerr losojos para no tener que ver aquella confusa agitacin de patas, que no ces hasta que noten el costado un dolor leve y punzante, un dolor jams sentido hasta entonces.- Qu cansada es la profesin que he elegido! se dijo. Siempre de viaje. Laspreocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar delas molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes;la comida mala, irregular; relaciones que cambian constantemente, que nuncallegan a ser verdaderamente cordiales, y en las que no tienen cabida lossentimientos. Al diablo con todo!Sinti en el vientre una ligera picazn. Lentamente, se estir sobre la espalda endireccin a la cabecera de la cama, para poder alzar mejor la cabeza. Vio que el sitio quele picaba estaba cubierto de extraos puntitos blancos. Intent rascarse con una pata; perotuvo que retirarla inmediatamente, pues el roce le produca escalofros.- Estoy atontado de tanto madrugar se dijo. No duermo lo suficiente. Hayviajantes que viven mucho mejor. Cuando a media maana regreso a la fondapara anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cmodamentesentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despediran en elacto. Lo cual, probablemente sera lo mejor que me podra pasar. Si no fuesepor mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a verel director y le habra dicho todo lo que pienso. Se caera de la mesa, sa sobrela que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, comoes sordo, han de acercrsele mucho. Pero todava no he perdido la esperanza.En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mispadres unos cinco o seis aos todava, me va a or. Bueno; pero, por ahora,lo que tengo que hacer es levantarme, que el tren sale a las cinco.Volvi los ojos hacia el despertador, que tictaqueaba encima del bal.- Dios mo! -exclam para s.Eran ms de las seis y media, y las manecillas seguan avanzando tranquilamente.En realidad, ya eran casi las siete menos cuarto. Es que no haba sonado el despertador?Desde la cama se vea que estaba puesto a las cuatro; por tanto, tena que haber sonado.Pero era posible seguir durmiendo a pesar de aquel sonido que haca estremecer hastalos muebles? Su sueo no haba sido tranquilo. Pero, por eso mismo, deba de haberdormido al final ms profundamente. Qu poda hacer ahora? El tren siguiente sala a lassiete; para cogerlo tendra que darse muchsima prisa. El muestrario no estaba anempaquetado, y l mismo no se senta nada dispuesto. Adems, aunque alcanzase el tren,no evitara reprimenda del amo, pues el mozo del almacn, que haba acudido al tren a lascinco, deba de haber dado ya cuenta de su falta. El mozo era un esbirro del dueo, sindignidad ni consideracin. Y si dijese que estaba enfermo, qu pasara? Pero esto,adems de ser muy penoso, despertara sospechas, pues Gregorio, en los cinco aos quellevaba empleado, no haba estado nunca enfermo. Vendra el gerente con el mdico delMontepo. Se deshara en reproches, delante de los padres, respecto a la holgazanera deGregorio, y refutara cualquier objecin con el dictamen del doctor, para quien todos loshombres estn siempre sanos y slo padecen de horror al trabajo. Y la verdad es que, eneste caso, su diagnstico no habra sido del todo infundado. Salvo cierta somnolencia,fuera de lugar despus de tan prolongado sueo, Gregorio se senta francamente bien,adems de muy hambriento.Mientras pensaba atropelladamente, sin decidirse a levantarse, y justo en elmomento en que el despertador daba las siete menos cuarto, llamaron a la puerta queestaba junto a la cabecera de la cama.- Gregorio dijo la voz de su madre, son las siete menos cuarto. No tenasque ir de viaje?Qu voz tan dulce! Gregorio se horroriz al or en cambio suya propia, que era lade siempre, pero mezclada con un penoso y estridente silbido, en el cual las palabras, alprincipio claras, se confundan luego y sonaban de forma tal que uno no estaba seguro dehaberlas odo. Gregorio hubiera querido dar una explicacin detallada; pero, al or supropia voz, se limit a decir:- S, s. Gracias, madre. Ya me levanto.A travs de la puerta de madera, la transformacin de la voz de Gregorio no debinotarse, pues la madre se tranquiliz con esta respuesta y se retir. Pero este brevedilogo revel que Gregorio, contrariamente a lo que se crea, estaba todava en casa.Lleg el padre a su vez y, golpeando ligeramente la puerta, llam:- Gregorio! Gregorio! Qu pasa?Esper un momento y volvi a insistir, alzando la voz:- Gregorio!Mientras tanto, detrs de la otra puerta, la hermana le preguntaba suavemente:- Gregorio, no ests bien? Necesitas algo?- Ya estoy bien respondi Gregorio a ambos a un tiempo, esforzndose porpronunciar con claridad, y hablando con gran lentitud, para disimular elinslito sonido de su voz. El padre reanud su desayuno, pero la hermanasigui susurrando:- Abre, Gregorio, por favor.Gregorio no tena la menor intencin de abrir, felicitndose, por el contrario, de laprecaucin contrada en los viajes de encerrarse en su cuarto por la noche, aun en supropia casa.Lo primero que tena que hacer era levantarse tranquilamente, arreglarse sin quele molestaran y, sobre todo, desayunar. Slo despus de hecho todo esto pensara en lodems, pues se daba cuenta de que en la cama no poda pensar con claridad. Recordabahaber sentido en ms de una ocasin un vago malestar en la cama, producido, sin duda,por alguna postura incmoda, la cual, una vez levantado, se disipaba rpidamente; y tenacuriosidad por ver desvanecerse paulatinamente sus imaginaciones de hoy. En cuanto alcambio de su voz era simplemente el preludio de un resfriado, enfermedad profesionaldel viajante de comercio.Apartar la colcha era cosa fcil. Le bastara con arquearse un poco y la colchacaera por s sola. Pero la dificultad estaba en la extraordinaria anchura de Gregorio. Paraincorporarse, poda haberse apoyado en brazos y manos; pero, en su lugar, tena ahorainnumerables patas en constante agitacin y le era imposible controlarlas. Y el caso esque quera incorporarse. Se estiraba; lograba por fin dominar una de sus patas; pero,mientras tanto, las dems proseguan su anrquica y penosa agitacin.No es bueno haraganear en la cama, pens Gregorio.Primero intent sacar la parte inferior del cuerpo. Pero dicha parte inferior queno haba visto todava y que, por tanto, no poda imaginar con exactitud resultsumamente difcil de mover. Inici la operacin muy lentamente. Hizo acopio de energasy se arrastr hacia delante. Pero calcul mal la direccin, se dio un fuerte golpe contra lospies de la cama, y el dolor subsiguiente le revel que la parte inferior de su cuerpo eraquiz, en su nuevo estado, la ms sensible. Intent, pues, sacar la parte superior, y volvicuidadosamente la cabeza hacia el borde del lecho. Hizo esto sin problemas y, a pesar desu anchura y su peso, el cuerpo sigui por fin, lentamente, el movimiento iniciado por lacabeza. Pero entonces tuvo miedo de continuar avanzando de aquella forma, porque, si sedejaba caer as, sin duda se hara dao en la cabeza; y ahora menos que nunca queraGregorio perder el sentido. Prefera quedarse en la cama.Pero cuando, despus de realizar a la inversa los mismos movimientos, en mediode grandes esfuerzos y jadeos, se hall de nuevo en la misma posicin y volvi a ver suspatas movindose frenticamente, comprendi que no poda hacer otra cosa, y volvi apensar que no deba seguir en la cama y que lo ms sensato era arriesgarlo todo, aunqueslo tuviera una mnima posibilidad. Pero en seguida record que meditar serenamenteera mejor que tomar decisiones drsticas. Sus ojos se clavaron en la ventana; pero, pordesgracia, la niebla que aquella maana ocultaba por completo el lado opuesto de la calle,pocos nimos le infundi.Las siete ya pens al or el despertador. Las siete ya, y todava sigue laniebla!Durante unos momentos permaneci echado, inmvil y respirando lentamente,como si esperase que el silencio le devolviera a su estado normal.Pero, al poco rato, pens: Antes de que den las siete y cuarto es indispensableque me haya levantado. Adems, seguramente vendr alguien del almacn a preguntarpor m, pues abren antes de las siete. Se dispuso a salir de la cama, balancendose sobresu borde. Dejndose caer de esta forma, la cabeza, que pensaba mantener firmementeerguida, probablemente no sufrira dao ninguno. La espalda pareca resistente, y no lepasara nada al dar con ella en la alfombra. nicamente le haca vacilar el temor alestrpito que esto habra de producir, y que sin duda asustara a su familia. Pero noquedaba ms remedio que correr el riesgo.Ya estaba Gregorio con casi medio cuerpo fuera de la cama (el nuevo mtodo eracomo un juego, pues consista simplemente en balancearse hacia atrs), cuando cay encuenta de que todo sera muy sencillo si alguien viniese en su ayuda. Con dos personasrobustas (y pensaba en su padre y en la criada) bastara. Slo tendran que pasar losbrazos por debajo de su abombada espalda, sacarle de la cama y, agachndose luego conla carga, dejar que se estirara en el suelo, en donde era de suponer que las patas semostraran tiles. Ahora bien, y prescindiendo del hecho de que las puertas estabancerradas con llave, convena realmente pedir ayuda? Pese a lo apurado de su situacin,no pudo por menos de sonrer.Haba adelantado ya tanto, que un solo balanceo, algo ms enrgico que losanteriores, bastara para hacerle bascular sobre el borde de la cama. Adems pronto no lequedara ms remedio que decidirse, pues slo faltaban cinco minutos para las siete ycuarto. En ese momento, llamaron a la puerta del piso.Debe ser alguien del almacn, pens Gregorio, mientras sus patas se agitabancada vez ms rpidamente. Por un momento permaneci todo en silencio. No abren,pens entonces, aferrndose a tan descabellada esperanza. Pero, como no poda pormenos de suceder, oy aproximarse a la puerta las fuertes pisadas de la criada. Y lapuerta se abri. A Gregorio le bast or la primera palabra del visitante para percatarse dequin era. Era el gerente en persona. Por qu estara Gregorio condenado a trabajar en lacual la ms mnima ausencia despertaba inmediatamente las ms terribles sospechas? Esque los empleados eran todos unos sinvergenzas? Es que no poda haber entre ellosalgn hombre de bien que, despus de perder un par de horas en la maana, se volvieseloco de remordimiento y no estuviera en condiciones de abandonar la cama? Es que nobastaba con mandar a un chico a preguntar (suponiendo que tuviese fundamento esamana de averiguar), sino que tena que venir el mismsimo gerente a enterar a unainocente familia de que slo l tena autoridad para intervenir en la investigacin de tangrave asunto? Y Gregorio, excitado por estos pensamientos ms que decidido a ello, setir violentamente de la cama. Se oy un golpe sordo, pero no demasiado. La alfombraamortigu la cada; la espalda tena mayor elasticidad de lo que Gregorio haba supuesto,y esto evit que el ruido fuese tan estrepitoso como haba temido. Pero no tuvo cuidadode mantener la cabeza suficientemente erguida; se lastim y el dolor le hizo frotarlafuriosamente contra la alfombra.- Algo ha ocurrido ah dentro dijo el gerente en la habitacin de la izquierda.Gregorio intent imaginar que al gerente pudiera sucederle algn da lomismo que hoy a l, cosa ciertamente posible. Pero el gerente, comoreplicando con energa a esta suposicin, dio unos cuantos pasos por el cuartovecino, haciendo crujir sus zapatos de charol. Desde la habitacin contigua dela derecha, la hermana susurr:- Gregorio, est aqu el gerente del almacn.- Ya lo s contest Gregorio dbilmente, sin atreverse a levantar la voz hastael punto de hacerse or por su hermana.- Gregorio dijo por fin el padre desde la habitacin contigua de la izquierda,ha venido el seor gerente y pregunta por qu no tomaste el primer tren. Nosabemos que contestar. Adems, desea hablar personalmente contigo. Con quehaz el favor de abrir la puerta. El seor tendr la bondad de disculpar eldesorden del cuarto.- Buenos das, seor Samsa! terci entonces amablemente el gerente.- No se encuentra bien dijo la madre a este ltimo mientras el padrecontinuaba hablando junto a la puerta. Est enfermo, crame. Cmo si no,iba a perder el tren? Gregorio no piensa ms que en el almacn. Si casi memolesta que no salga ninguna noche! Ahora, por ejemplo, ha estado aqu ochodas; pues bien, ni una sola noche ha salido de casa! Se sienta con nosotrosalrededor de la mesa lee el peridico en silencio o estudia itinerarios. Su nicadistraccin es la carpintera. En dos o tres tardes ha tallado un marquito.Cuando lo vea, se va a asombrar; es precioso. Est colocado en su cuarto;ahora lo ver en cuanto abra Gregorio. Por otra parte, me alegro de que hayavenido usted, pues nosotros no hubiramos podido convencer a Gregorio deque abra la puerta. Es tan testarudo! Seguramente no se encuentra bien,aunque antes dijo lo contrario.- Voy en seguida dijo dbilmente Gregorio, sin moverse para no perderpalabra de la conversacin.- Seguro que es como dice usted seora. repuso el jefe. Espero que no seanada serio. Aunque, por otra parte, he de decir que nosotros, los comerciantes,tenemos que saber afrontar a menudo ligeras indisposiciones, anteponiendo atodo los negocios.- Bueno pregunt el padre, impacientndose y volviendo a llamar a la puerta;puede entrar ya el seor?- No respondi Gregorio.En la habitacin de la izquierda se hizo un apenado silencio, y en la de la derechacomenz a sollozar la hermana.Por qu no iba a reunirse con los dems? Claro, acababa de levantarse y nisiquiera habra empezado a vestirse. Pero por qu lloraba? Acaso porque el hermano nose levantaba, porque no abra la puerta, porque corra riesgo de perder su empleo, con locual el dueo volvera a atormentar a los padres con las viejas deudas. Pero, por elmomento, estas preocupaciones no venan a cuento. Gregorio estaba all, y no pensaba niremotamente en abandonar a los suyos. Yaca sobre la alfombra, y nadie que supiera enqu estado se encontraba hubiera pensado que poda hacer pasar a su jefe. Pero esta levedescortesa, que ms adelante explicara satisfactoriamente, no era motivo suficiente paradespedirle. Y Gregorio pens que, de momento, en vez de molestarle con quejas ysermones era mejor dejarle en paz. Pero la incertidumbre en que se hallaban con respectoa l era precisamente lo que inquietaba a los otros, disculpando su actitud.- Seor Samsa dijo por fin, el gerente con voz engolada, qu significa esto?Se ha atrincherado usted en su cuarto y no contesta ms que con monoslabos.In quieta usted intilmente a sus padres y, dicho sea de paso, falta a suobligacin con el almacn de una manera inconcebible. Le hablo en nombrede sus padres y de la empresa, y le ruego encarecidamente que se explique enseguida y con claridad. Estoy asombrado; yo le tena a usted por un hombreformal y juicioso, y no entiendo estas extravagancias. La verdad es que elseor director me insinu esta maana una posible explicacin de su ausencia:el cobro que se le encomend que hiciese efectivo anoche. Yo dije queresponda personalmente que no haba ni que pensar en tal posibilidad; peropor ahora, ante esta incompresible actitud, no siento ya deseos de seguirintercediendo por usted. Su posicin no es, desde luego, muy slida. Miintencin era decirle todo esto a solas; pero como a usted al parecer no leimporta hacerme perder el tiempo, no veo por qu no habran de orlo susseores padres. ltimamente su trabajo ha dejado bastante que desear. Esverdad que no est en la poca ms propicia para los negocios; nosotrosmismos lo reconocemos. Pero, seor Samsa, no hay poca, no puede haberla,en que los negocios se paralicen.- Ya voy grit Gregorio fuera de s, olvidndose en su excitacin de todo lodems. Voy inmediatamente. Una ligera indisposicin me retena en la cama.Estoy todava acostado. Pero ya me siento bien. Ahora mismo me levanto.Un momento! An no me encuentro tan bien como crea. Pero ya estoymejor. No entiendo cmo me ha podido ocurrir! Ayer me encontrabaperfectamente. S, mis padres lo saben. Mejor dicho, ya ayer percib losprimeros sntomas. Cmo no me lo habrn notado? Por qu no lo dira yo enel almacn? Pero siempre se cree uno que pondr bien sin necesidad dequedarse en casa. Por favor, tenga consideracin de mis padres! No haymotivo para los reproches que me acaba de hacer; nunca me han dicho nadaparecido. Sin duda, no ha visto usted los ltimos pedidos que he transmitido.Adems, saldr en el tren de las ocho. Con estas dos horas de descanso herecuperado las fuerzas. No se entretenga usted ms. En seguida voy alalmacn. Explique all esto, se lo suplico, y presente mis respetos al director.Mientras deca atropelladamente todo esto, Gregorio, gracias a la habilidadadquirida en la cama, se acerc sin dificultad al bal e intent enderezarse apoyndose enl. Quera abrir la puerta, presentarse ante el gerente, hablar con l. Senta curiosidad porsaber lo que diran cuando le viesen los que tan insistentemente le llamaban. Si seasustaban, no era culpa de l y no tena nada que temer. Si, por el contrario, se quedabantranquilos, tampoco l tena por que excitarse, y poda, si se daba prisa, estar a las ochoen la estacin. Varias veces resbal contra las lisas paredes del bal; pero, al fin logrincorporarse. El dolor en el abdomen, aunque muy intenso, no le preocupaba. Se dejcaer contra el respaldo de una silla cercana, a cuyos bordes se agarr fuertemente con suspatas. Logr tranquilizarse, y call para escuchar lo que deca el gerente.- Han entendido una sola palabra? pregunt ste a los padres. No ser quese hace el loco?- Por el amor de Dios! exclam la madre llorando. Tal vez se encuentre muymal y nosotros le estamos mortificando. Y seguidamente llam: Grete!Grete!- Qu quieres madre? contest la hermana desde el otro lado de la habitacinde Gregorio, a travs de la cual hablaban.- Tienes que ir en seguida a buscar al mdico Gregorio est enfermo. Vecorriendo. Has odo cmo hablaba?- Es una voz de animal dijo el gerente, que hablaba en voz muy baja, encomparacin con los gritos de la madre.- Ana! Ana! llam el padre, volvindose hacia la cocina a travs delrecibidor y dando palmadas. Vaya inmediatamente a buscar un cerrajero.Se oy por el recibidor el rumor de las faldas de dos jvenes que salan corriendo(cmo se habra vestido la hermana?), y el ruido brusco de la puerta del piso abrirse.Pero no se escuch ningn portazo. Deban de haber dejado la puerta abierta, como suelesuceder en las casas en donde ha ocurrido una desgracia.Gregorio, sin embargo, estaba mucho ms tranquilo. Sus palabras resultabanininteligibles, aunque a l le parecan muy claras, ms claras que antes, sin duda porqueya se le iba acostumbrando el odo; pero lo importante era que ya se haban percatado losdems de que algo anormal le suceda y se disponan a acudir en su ayuda. Se sintialiviado por la prontitud y energa con que haban tomado las primeras medidas. Se sintinuevamente incluido entre los seres humanos, y esperaba tanto del mdico como delcerrajero acciones inslitas y maravillosas.A fin de poder intervenir lo ms claramente posible en las conversacionesdecisivas que se avecinaban, carraspe ligeramente; lo hizo muy levemente, por temor aque tambin este ruido sonase a algo que no fuese una tos humana, pues ya no tenaseguridad de poder apreciarlo. Mientras tanto, en la habitacin contigua reinaba unprofundo silencio. Tal vez los padres, sentados a la mesa con el gerente, estuvieranhablando en voz baja. Tal vez permanecieran pegados a la puerta, escuchando.Gregorio se desliz lentamente con la silla hacia la puerta; al llegar all, solt lasilla se dej caer contra la puerta y se sostuvo en pie, pegado a ella por la viscosidad desus patas. Descans as un momento del esfuerzo realizado. Luego intent hacer girar lallave con la boca. Por desgracia, no pareca tener dientes propiamente dichos. Con quiba entonces a coger la llave? Pero, en cambio, sus mandbulas eran muy fuerte y, graciasa ellas, pudo poner la llave en movimiento, sin reparar en el dao que seguramente sehaca, pues un lquido oscuro le sali por la boca, resbalando por la llave y goteandohasta el suelo.- Escuchen dijo el gerente; est girando la llave.Estas palabras alentaron mucho a Gregorio. Pero todos, el padre, la madre,deberan haber gritado: Adelante, Gregorio! S, deberan haber gritado: Adelante!Duro con la cerradura! Imaginando la ansiedad con que todos seguiran sus esfuerzos,mordi con desesperacin la llave, desfallecido. A medida que la llave giraba en lacerradura, Gregorio se bamboleaba en el aire, colgando por la boca, forcejeando,empujando la llave hacia abajo con todo el peso de su cuerpo. El sonido metlico de lacerradura al abrirse le volvi completamente en s.Bueno se dijo con un suspiro de alivio; no ha sido necesario que viniera elcerrajero, y dio con la cabeza en el pestillo para acabar de abrir.Este modo de abrir la puerta fue la causa de que no le viesen inmediatamente.Gregorio tuvo que girar lentamente contra una de las hojas de la puerta, con gran cuidadopara no caer de espaldas. Y an estaba ocupado en llevar a cabo tan difcil operacin, sintiempo para pensar otra cosa, cuando oy una exclamacin del gerente que son como elaullido del viento, y le vio, junto a la puerta, taparse la boca con la mano y retrocederlentamente, como empujado por una fuerza invisible.La madre que, a pesar de la presencia del gerente, estaba all sin arreglar, con elpelo revuelto mir a Gregorio, juntando las manos, avanz liego dos pasos hacia l, y sedesplom por fin, en medio de sus faldas desplegadas a su alrededor, con la cabeza cadasobre su pecho. El padre amenaz con el puo, con expresin hostil, como si quisieraempujar a Gregorio hacia el interior de la habitacin; se volvi luego, saliendo con pasoinseguro al recibidor y, cubrindose los ojos con las manos, manos rompi a llorar de talmodo, que el llanto sacuda su robusto pecho.Gregorio no lleg, pues, a salir de su habitacin; permaneci apoyado en la hojade la puerta, mostrando slo la mitad de su cuerpo, con la cabeza ladeada, contemplandoa los presentes. La lluvia haba amainado, y al otro lado de la calle se recortaba ntido untrozo de edificio negruzco de enfrente. Era un hospital, cuya montona fachada jalonabannumerosas ventanas idnticas. La lluvia caa ahora en goterones aislados, que se veanllegar claramente al suelo. Sobre la mesa estaban los utensilios del desayuno; para elpadre, era la comida principal del da, que prolongaba con la lectura de varios peridicos.En la pared que Gregorio tena enfrente, colgaba un retrato de ste durante su serviciomilitar, con uniforme de teniente, la mano en el puo de la espada, sonriendodespreocupadamente, con un aire que pareca exigir respeto para su uniforme y suactitud. Esa habitacin daba al recibidor; por la puerta abierta se vea la del piso, tambinabierta, el rellano de la escalera y el primer tramo de sta que conduca a los pisosinferiores,- Bueno dijo Gregorio, convencido de ser el nico que haba conservado lacalma. Enseguida me visto, recojo el muestrario y me voy. Me dejaris quesalga de viaje, verdad? Ya ve usted, seor gerente, que no soy testarudo yque trabajo con gusto. Viajar es cansado; pero yo no sabra vivir sin viajar.Adnde va usted? Al almacn? S? Lo contar todo tal como ha sucedido?Uno puede tener un bajn momentneo; pero es precisamente entoncescuando deben acordarse los jefes de lo til que uno ha sido y pensar que, unavez superado el contratiempo, trabajar con redobladas energas. Yo, comousted bien sabe, le estoy muy agradecido al seor director. Por otra parte,tengo que atender a mis padres y a mi hermana. Es verdad que hoy meencuentro en un apuro. Pero trabajando saldr bien de l. No me ponga lascosas ms difciles de lo que estn. Pngase de mi parte. Ya s que al viajanteno se le quiere. Todos creen que gana el dinero a espuertas, sin trabajarapenas. No hay ninguna razn para que este prejuicio desaparezca; pero ustedest ms enterado de l que son las cosas que el resto del personal, incluso queel propio director, que, en su calidad de propietario, se equivoca confrecuencia respecto a un empleado. Usted sabe muy bien que el viajante, comoest fuera del almacn la mayor parte del ao, es fcil blanco de habladuras,equvocos y quejas infundadas, contra las cuales no le es fcil defenderse, yaque la mayora de las veces no llegan a sus odos, y slo al regresar reventadode un viaje empieza a notar directamente las consecuencias negativas de unaacusacin desconocida. No se vaya sin decirme algo que me pruebe que me dausted la razn, por lo menos en parte.Pero, desde las primeras palabras de Gregorio, el gerente haba dado media vueltay le contemplaba por encima del hombro, con una mueca de repugnancia en el rostro.Mientras Gregorio hablaba, no permaneci un momento quieto. Se retir hacia la puertasin quitarle la vista de encima, muy lentamente, como si una fuerza misteriosa leretuviese all. Lleg, por fin, al recibidor y dio los ltimos pasos con tal rapidez quepareca que estuviera pisando brasas ardientes. Alarg el brazo derecho en direccin a laescalera, como si esperase encontrar all milagrosamente la libertad.Gregorio comprendi que no deba permitir que el gerente se marchar de aquelmodo, pues si no su puesto en el almacn estaba seriamente amenazado. No lo vean lospadres tan claro como l, porque, con el transcurso de los aos, haban llegado a pensarque la posicin de Gregorio en aquella empresa era inamovible; adems, con la inquietuddel momento se haban olvidado de toda prudencia. Pero no as Gregorio, que se dabacuenta de que era indispensable retener al gerente y tranquilizarle. De ello dependa elporvenir de Gregorio y de los suyos. Si al menos estuviera all su hermana! Era muylista; haba llorado cuando Gregorio yaca an tranquilamente sobre su espalda. Seguroque el gerente, hombre galante, se hubiera dejado convencer por la joven. Ella habracerrado la puerta del piso y le habra tranquilizado en el recibidor. Pero no estaba suhermana, y Gregorio tena que arreglrselas solo. Sin reparar en que todava no conocasus nuevas facultades de movimiento, y que lo ms probable era que no lograse entender,abandon la hoja de la puerta en que se apoyaba y se desliz por el hueco formado alabrirse la otra con intencin de avanzar hacia el gerente, que segua cmicamenteagarrado a la barandilla del rellano. Pero inmediatamente cay al suelo, intentando congrandes esfuerzos, sostenerse sobre sus innumerables y diminutas patas, profiriendo unleve quejido. Entonces se sinti, por primera vez en el da, invadido por un verdaderobienestar: las patitas, apoyadas en el suelo, le obedecan perfectamente. Con alegra, vioque empezaban a llevarle adonde deseaba ir, dndole la sensacin de que sus sufrimientoshaban concluido. Pero en el momento en que Gregorio empezaba a avanzar lentamente,balancendose a ras de tierra, no lejos y enfrente de su madre, sta, pese a sudesvanecimiento previo, dio de pronto un brinco y se puso a gritar, extendiendo losbrazos con las manos abiertas: Socorro! Por el amor de Dios! Socorro! Inclinaba lacabeza como para ver mejor a Gregorio, pero de pronto, como para desmentir estaimpresin, se desplom hacia atrs cayendo sobre la mesa, y, ajena al hecho de queestaba an puesta, qued sentado en ella, sin darse cuenta de que a su lado el caf sala dela cafetera volcada, derramndose sobre la alfombra.- Madre! Madre! gimi Gregorio, mirndola desde abajo. Por un momento seolvid del gerente; y no pudo evita, ante el caf vertido, abrir y cerrarrepetidas veces las mandbulas en el vaco. Su madre, gritando de nuevo yhuyendo de la mesa, se lanz en brazos del padre, que corri a su encuentro.Pero Gregorio no poda dedicar ya su atencin a sus padres; el gerente estabaen la escalera y, con la barbilla apoyada sobre la baranda, diriga una ltimamirada a aquella escena. Gregorio tom impulso para darle alcance, pero ldebi de comprender su intencin, pues, de un salto, baj varios escalones ydesapareci, profiriendo unos alaridos que resonaron por toda la escalera. Paracolmo de males, la huida del jefe pareci trastornar por completo al padre, quehasta entonces se haba mantenido relativamente sereno; pues, en lugar decorrer tras el fugitivo, o por lo menos permitir que as lo hiciese Gregorio,empuo con la diestra el bastn del gerente que ste no haba recogido, comotampoco su sombrero y su gabn, olvidados en una silla y, armndose con laotra mano de un gran peridico que haba sobre la mesa, se dispuso, dandofuertes patadas en el suelo, esgrimiendo papel y bastn, a hacer retroceder aGregorio hasta el interior de su cuarto. De nada le sirvieron a ste sus splicas,que no fueron entendidas; y aunque inclin sumiso la cabeza, slo consiguiexcitar an ms a su padre. La madre, a pesar del mal tiempo, haba abiertouna ventana y, violentamente inclinada hacia fuera, se cubra el rostro con lasmanos. Entre el aire de la calle y el de la escalera se estableci una fuertecorriente; las cortinas de la ventana se ahuecaron; sobre la mesa se agitaronlos peridicos, y algunas hojas sueltas se agitaron por el suelo. El padre,inflexible, resoplaba violentamente, intentando hacer retroceder a Gregorio.Pero ste careca an de prctica en la marcha hacia atrs, y la cosa iba muydespacio. Si al menos hubiera podido moverse! En un santiamn se hubieseencontrado en su cuarto. Pero tema, con su lentitud en girar, impacientar a supadre, cuyo bastn poda deslomarle o abrirle la cabeza. Finalmente, sinembargo, no tuvo ms remedio que volverse, pues advirti contrariado que,caminado hacia atrs, no poda controlar la direccin. As que, sin dejar demirar angustiosamente a su padre, empez a girar lo ms rpidamente quepudo, es decir, con extraordinaria lentitud. El padre debi percatarse de subuena voluntad, pues dej de hostigarle, dirigiendo incluso de lejos, con lapunta del bastn, el movimiento giratorio. Si al menos hubiese dejado deresopla! Esto era lo que ms alteraba a Gregorio. Cuando ya iba a terminar elgiro, aquel resoplido le hizo equivocarse, obligndole a retroceder poco apoco. Por fin logr quedarse frente a la puerta. Pero entonces record que sucuerpo era demasiado ancho para poder pasar sin ms. Al padre, en medio desu excitacin, no se le ocurri abrir la otra hoja para dejar espacio suficiente.Estaba obsesionado con la idea de que Gregorio haba de meterse cuanto antesen su habitacin. Tampoco hubiera permitido los lentos preparativos queGregorio necesitaba para incorporarse y, de este modo, pasar por la puerta.Como si no hubiese problema alguno azuzaba a Gregorio con furia creciente.Gregorio oa tras de s una voz que pareca imposible que fuese la de un padre.Se incrust en el marco de la puerta. Se irgui de medio lado y quedatravesado en el umbral, lacerndose el costado. En la puerta aparecieron unasmanchas repulsivas. Gregorio qued all atascado, sin posibilidad de hacer elmenor movimiento.Las patitas de uno de los lados colgaban en el aire, mientras que las del otroquedaban dolorosamente oprimidas contra el suelo... En esto, el padre le dio por detrs unempujn enrgico y salvador, que lo lanz dentro del cuarto, sangrando copiosamente.Luego, cerr la puerta con el bastn, y por fin volvi a la calma.Hasta la noche no despert Gregorio de un pesado sueo, semejante a undesmayo. No habra tardado mucho en despabilarse por s solo, pues ya haba descansadobastante, pero le pareci que le despertaban unos pasos furtivos y el ruido de la puerta delrecibidor, que alguien cerraba suavemente. El reflejo del tranva proyectaba franjas de luzen el techo de la habitacin y la parte superior de los muebles; pero de abajo, dondeestaba Gregorio, reinaba la oscuridad. Lenta y todava torpemente, tanteando con susantenas, que en ese momento le mostraron su utilidad, se desliz hacia la puerta para verlo que haba ocurrido. En su costado izquierdo haba una larga y repugnante llaga.Renqueaba alternativamente sobre cada una de sus dos hileras de patas, una de las cualesherida en el accidente de la maana sorprendentemente, las dems haban quedadoilesas, se arrastraba sin vida.Al llegar a la puerta, comprendi que lo que le haba atrado era el olor de algocomestible. Encontr una cazoleta llena de leche con azcar, en la que flotaban trocitosde pan. Estuvo a punto de rer de gozo, pues tena an ms hambre que por la maana.Hundi la cabeza en la leche casi hasta los ojos; pero enseguida la retir contrariado, puesno slo la herida de su costado izquierdo le haca dificultosa la operacin (para comertena que mover todo el cuerpo), sino que, adems, la leche, que hasta entonces habasido su bebida predilecta por eso, sin duda, la haba puesto all su hermana, no le gustnada. Se apart casi con repugnancia de la cazoleta y se arrastr de nuevo hacia el centrode la habitacin. Por la rendija de la puerta vio que la luz estaba encendida en elcomedor. Pero, en contra de lo habitual, no se oa al padre leer en voz alta a la madre y lahermana el diario de la tarde. No se oa el menor ruido. Quiz esta costumbre, de la quesiempre le hablaba la hermana en sus cartas, hubiese desaparecido. Todo estabasilencioso, pese a que, con toda seguridad, la casa no estaba vaca. Qu vida tantranquila lleva mi familia!, pens Gregorio. Mientras su mirada se perda en lassombras, se sinti orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y a su hermanatan sosegada existencia, en un hogar tan acogedor. De pronto pens con terror queaquella tranquilidad, aquel bienestar y aquella alegra iban a terminar... Para noabandonarse en estos pensamientos, prefiri ponerse en movimiento y comenz aarrastrarse por la habitacin.Durante la noche se entreabri una vez una de las hojas de la puerta, y otra vez laotra: alguien quera entrar. Gregorio, en vista de ello, se coloc contra la puerta que dabaal comedor, dispuesto a atraer hacia el interior al indeciso visitante, o por lo menos aaveriguar quin era. Pero la puerta no volvi a abrirse, y esper en vano. Esa maana,cuando la puerta estaba cerrada, todos haban intentado entrar, y ahora que l habaabierto una puerta y que la otra haba sido tambin abierta, sin duda, durante el da, ya novena nadie, y las llaves haban sido puestas en la parte exterior de las cerraduras.Estaba muy avanzada la noche cuando se apag la luz del comedor. Gregoriocomprendi que sus padres haban permanecido en vela hasta entonces. Oy como sealejaban de puntillas. Hasta la maana no entrara seguramente nadie a ver a Gregorio:tena tiempo de sobra para pensar, sin temor a ser importunado, en su futuro. Pero aquellahabitacin fra y de techo alto, en donde haba de permanecer echado de bruces. Le diomiedo; no entenda por qu, pues era la suya, la habitacin en que viva desde haca cincoaos... Bruscamente, y no sin algo de vergenza, se meti debajo del sof, en donde, apesar de sentirse algo estrujado, por no poder levantar la cabeza, se encontr en seguidamuy bien, lamentando nicamente no poder introducirse all por completo a causa de suexcesiva corpulencia.As permaneci toda la noche, sumido en un duermevela del que le despertabacon sobresalto el hambre, y sacudido por preocupaciones y esperanzas no muy concretas,pero cuya conclusin era siempre la necesidad de tener calma y paciencia y de hacer loposible para que su familia se hiciese cargo de la situacin y no sufriera ms de lonecesario.Muy temprano, cuando apenas empezaba a clarear, Gregorio tuvo ocasin deponer en prctica sus resoluciones. Su hermana, ya casi arreglada, abri la puerta quedaba al recibidor y le busc ansiosamente con la mirada. Al principio no le vio; pero aldescubrirle debajo del sof en algn sitio haba de estar! No iba a haber volado! seasust tanto que, compulsivamente, volvi a cerrar la puerta. Pero inmediatamente searrepinti de su reaccin, pues volvi abrir y entr de puntillas, como si fuese lahabitacin de un enfermo grave o un extrao. Gregorio, asomando apenas la cabeza fueradel sof, la observaba. Se dara cuenta de que no haba probado la leche y,comprendiendo que no haba sido por falta de hambre, le traera alimentos msadecuados? Pero si no lo haca, l preferira morirse de hambre antes que pedrselo, pesea que senta enormes deseos de salir de debajo del sof y suplicarle que le trajese algobueno de comer. Pero su hermana, asombrada, advirti inmediatamente que la cazoletaestaba intacta; nicamente se haba vertido un poco de leche. La recogi, y se la llev.Gregorio senta una gran curiosidad por ver lo que la bondad de su hermana le reservaba.A fin de ver cul era su gusto, le trajo un surtido completo de alimentos y los extendisobre un peridico viejo: legumbres de das atrs, medio podridas ya; huesos de la cenade la vspera, rodeados de blanca salsa cuajada; pasas y almendras; un trozo de queso quedos das antes Gregorio haba descartado como incomible; un mendrugo de pan duro;otro untado con mantequilla, y otro con mantequilla y sal. Volvi a traer la cazoleta, quepor lo visto quedaba destinada a Gregorio, pero ahora llena de agua. Y por delicadeza(pues saba que Gregorio no comera estando ella presente) se retir cuanto antes y echla llave, sin duda para que Gregorio comprendiese que nadie le iba a importunar. Al irGregorio a comer, sus antenas fueron sacudidas por una especie de vibracin. Pero porotra parte, sus heridas deban de haberse curado ya, pues no sinti ninguna molestia, cosaque le sorprendi bastante, pues record que hacia ms de un mes se haba cortado undedo con un cuchillo y que el da anterior todava le dola. Tendr menos sensibilidadque antes?, pens, mientras probaba golosamente el queso, que fue lo que ms le atrajo.Con gran avidez y llorando de alegra, devor sucesivamente el queso, las legumbres y lasalsa. En cambio, los alimentos frescos le disgustaron: su olor mismo le resultabadesagradable, hasta el punto de que apart de ellos las cosas que quera comer.Haca un buen rato que haba terminado y permanecido estirado perezosamente enel mismo sitio, cuando la hermana, sin duda para darle tiempo a retirarse, empez a girarlentamente la llave. A pesar de estar medio dormido, Gregorio se sobresalt y corri aocultarse de nuevo debajo del sof. Para permanecer all, aunque slo fue el breve tiempoque su hermana estuvo en el cuarto, tuvo que hacer esta vez gran esfuerzo de voluntad,pues, a consecuencia de la abundante comida, su cuerpo se haba abultado lo suficientecomo para que apenas pudiera respirar en aquel reducido espacio. Un tanto sofocado,contempl con los ojos desorbitados cmo su hermana, ajena a lo que le suceda barra noslo los restos de la comida, sino tambin los alimentos que Gregorio no haba tocado,como si ya no pudiesen aprovecharse. Y vio tambin cmo lo tiraba todo a un cubo, quecerr con una tapa de madera. Apenas se hubo marchado su hermana con el cubo,Gregorio sali de su escondrijo, se estir y respir profundamente.De esta manera recibi Gregorio, da tras da, su comida: una vez por la maanatemprano, antes de que se levantaran sus padres y la criada, y otra despus del almuerzo,mientras los padres dorman la siesta y la criada sala a algn recado al que la mandaba lahermana. Sin duda sus padres tampoco queran que Gregorio se muriese de hambre; perotal vez no hubieran podido soportar el espectculo de sus comidas, y era mejor que slotuvieran noticias de ellas a travs de la hermana. Tal vez tambin quera sta ahorrarlesun sufrimiento extra.Gregorio no pudo averiguar con qu disculpas haban despedido la primeramaana al mdico y al cerrajero. Como nadie le entenda, nadie pensaba, ni siquiera suhermana, que l pudiese entender a los dems. Tena, pues, que contentarse, cuando suhermana entraba en su cuarto, con orla gemir y lamentarse. Ms adelante, cuando ella sehubo acostumbrado un poco a la nueva situacin (desde luego no se poda esperar que seacostumbrase por completo), Gregorio empez a notar en ella ciertos indicios deamabilidad. Hoy s que le ha gustado, deca, cuando Gregorio haba apurado la comida;mientras que en el caso contrario, cada vez ms frecuente, sola decir apenada: Vaya,hoy lo ha dejado todo.Aunque Gregorio no poda obtener directamente ninguna noticia, siempre estabaatento a lo que suceda en las habitaciones contiguas, y en cuanto oa voces, corra haciala puerta correspondiente y se pegaba a ella. Al principio todas las conversaciones sereferan a l, aunque no claramente. Durante dos das, en todas las comidas se discuti loque corresponda hacer en lo sucesivo. Tambin fuera de las comidas se hablaba de lomismo; ninguno de los miembros de la familia quera quedarse solo en casa, y comotampoco queran dejarla abandonada, siempre haba por lo menos dos personas. Ya elprimer da, la criada de la que no saban hasta que punto estaba enterada de lo ocurridole haba rogado a la madre que la despidiese en seguida, y al marcharse, un cuarto de horadespus, dando las gracias efusivamente y sin que nadie se lo pidiese, jur solemnementeque no contara nada a nadie.La hermana tuvo que ayudar a cocinar a la madre, cosa que, en realidad, no ledaba mucho trabajo, pues casi no coman. Gregorio los oa continuamente animarse envano unos a otros a comer, siendo un gracias, ya he comido bastante, u otra frase por elestilo, la respuesta invariable a estos requerimientos. Tampoco beban casi nada. Confrecuencia preguntaba la hermana al padre si quera cerveza, ofrecindose a ir a buscarla.Callaba el padre, y entonces ella aada que tambin podan mandar a la portera. Pero elpadre responda finalmente con una negativa tajante, y no se hablaba ms del asunto.Ya el primer da el padre plante a la madre y a la hermana la situacineconmica de la familia y sus perspectivas futuras. De vez en cuando se levantaba de lamesa para buscar en su pequea caja de caudales salvada de la quiebra cinco aosantes algn documento o libro de notas. Se oa el chasquido de la complicada cerraduraal abrirse o volverse a cerrar, despus de que el padre hubiese sacado lo que buscaba.Estas explicaciones constituyeron la primera noticia agradable que escuch Gregoriodesde su encierro. Siempre haba credo que a su padre no le quedaba absolutamentenada del antiguo negocio. El padre nunca le haba dado a entender que fuera de otromodo, aunque lo cierto era que Gregorio tampoco le haba preguntado nada al respecto.Por aquel entonces, Gregorio slo se haba preocupado de hacer lo posible para que sufamilia olvidara cuanto antes el revs financiero que los haba hundido en la mscompleta desesperacin. Por eso haba comenzado a trabajar con tal ahnco,convirtindose en poco tiempo, de simple dependiente, en todo un viajante de comercio,con grandes posibilidades de ganar dinero, y cuyos xitos profesionales se concretaban ensustanciosas comisiones entregadas a la familia ante el asombro y alegra de todos.Haban sido das felices. Pero no se haban repetido, al menos con igual esplendor, pese aque Gregorio haba llegado a ganar lo suficiente como para llevar por s solo el peso detoda la casa. La costumbre, tanto en la familia, que reciba agradecida el dinero deGregorio, como en ste, que lo entregaba con gusto, hizo que la sorpresa y alegrainiciales no volvieran a producirse con la misma intensidad. Slo la hermana permanecisiempre estrechamente unida a Gregorio, y como, contrariamente a ste, era muyaficionada a la msica y tocaba el violn con gran entusiasmo, Gregorio confiaba enpoder mandarla al ao siguiente al conservatorio, pese a los gastos que ello conllevara, ya los que ya encontrara modo de hacer frente. Durante las breves estancias de Gregoriojunto a los suyos, la palabra conservatorio se repeta con frecuencia en las charlas conla hermana, pero siempre como un hermoso sueo, en cuya realizacin no se poda nisoar. Los padres no vean con agrado estos ingenuos proyectos; pero para Gregorio eraun asunto muy serio, y tena decidido anunciarlo solemnemente la noche de Navidad.Estos pensamientos, ahora tan superfluos, se agitaban en su mente mientras,pegado a la puerta, escuchaba lo que hablaban en la habitacin contigua. De cuando encuando, la fatiga le impeda seguir escuchando, y dejaba caer cansado la cabeza sobre lapuerta. Pero en seguida volva a levantarla, pues incluso el levsimo ruido debido a estemovimiento suyo, era odo por su familia, que enmudeca en el acto.- Qu estar haciendo ahora? deca al poco el padre, si duda mirando hacia lapuerta.Y, pasados unos momentos, se reanudaba la conversacin interrumpida.As pudo enterarse Gregorio, con gran satisfaccin el padre se extenda en susexplicaciones, pues hacia tiempo que no se haba ocupado de aquellos asuntos, y ademsla madre tardaba en entenderlos que, a pesar de la desgracia les haba quedado algndinero; no mucho, desde luego pero poco a poco haba ido aumentando desde entonces,gracias a los intereses intactos. Adems, el dinero que entregaba Gregorio todos losmeses, quedndose para l nicamente una nfima cantidad, no se gastaba por completo,y haba ido formando un pequeo capital. Tras la puerta, Gregorio aprobaba con lacabeza, satisfecho de que existieran estas inesperadas reservas. Cierto que con ese dinerosobrante poda haber pagado poco a poco la deuda que su padre tena con el dueo, yhaberse visto libre de ella mucho antes; pero tal como estaban las cosas, era mejor as.Ahora bien, ese dinero era del todo insuficiente para permitir a la familia vivir del; todo lo ms bastara para uno o dos aos, pero no para ms tiempo. Por tanto, era uncapital que no se deba tocar, pues convena conservarlo para caso de necesidad. Eldinero para ir viviendo haba que ganarlo. Pero el padre, aunque estaba bien de salud, eraya viejo y llevaba cinco aos sin trabajar; por tanto no se poda contar con l: en losltimos cinco aos, los primeros de descanso en su vida laboriosa, aunque fracasada,haba engordado mucho y se haba vuelto lento y pesado. Y cmo podra trabajar lamadre, que padeca de asma, que se fatigaba con slo andar un poco por casa ycontinuamente tena que tumbarse en el sof, con la ventana abierta de par en par, porquele daban ahogos? Tendra, entonces, que trabajar la hermana, una nia de diecisieteaos, y cuya envidiable existencia haba consistido, hasta el momento, en ocuparse de smisma, dormir cuanto quera, ayudar en las tareas de la casa, participar en alguna sencilladiversin y, sobre todo, tocar el violn?Cada vez que la conversacin derivaba hacia la necesidad de ganar dinero,Gregorio se apartaba de la puerta y, trastornado por la pena y la vergenza, se meta bajoel fresco sof de cuero. A menudo pasaba all toda la noche en vela, araando el cuerohora tras hora. A veces llevaba a cabo el extraordinario esfuerzo de empujar el sillnhasta la ventana y, agarrndose al alfizar, permaneca de pie en el asiento y apoyado enla ventana, sumido en sus recuerdos, pues antes sola asomarse a menudo a aquellaventana.Poco a poco empez a ver con menos claridad. Ya no distingua el hospital deenfrente, cuya vista tanto le desagradaba; y de no haber sabido que viva en una calle enplena ciudad, aunque tranquila, hubiera podido creer que su ventana daba a un desierto,en el cual se confundan el cielo y la tierra, igualmente grises.Slo dos veces vio la hermana, siempre atenta, que el silln se encontraba junto ala ventana. Y ya, al arreglar la habitacin, aproximaba ella misma el silln. Ms an:dejaba abiertos los primeros dobles cristales.Si al menos hubiera podido Gregorio hablar con su hermana; de haberle podidodar las gracia por cuanto haca por l, le hubieran resultado ms leves las molestias queocasionaba, y que de este modo tanto le hacan sufrir. Sin duda, su hermana haca loposible para atenuar lo doloroso de la situacin, y, a medida que transcurra el tiempo, ibaconsiguindolo mejor, como es natural. Pero tambin Gregorio, a medida que pasaban losdas, tena ms clara la situacin.Ahora, las visitas de su hermana eran para l algo terrible. En cuanto entraba en lahabitacin, y sin cerrar siquiera previamente las puertas, como antes, para ocultar a todosla vista del cuarto, iba corriendo hacia la ventana y la abra bruscamente, como siestuviese a punto de asfixiarse; y hasta cuando el fro era intenso, permaneca all un ratorespirando ansiosamente. Este ajetreo asustaba a Gregorio dos veces al da; aunqueconvencido de que ella le hubiera evitado esas molestias, de haber podido permanecer enla habitacin con las ventanas cerradas, Gregorio se quedaba temblando debajo del softodo el tiempo que duraba la visita.Un da ya haba transcurrido un mes desde la metamorfosis, as que no tena porqu sorprenderse del aspecto de Gregorio su hermana entr algo ms temprano que decostumbre y se lo encontr mirando inmvil por la ventana. No le hubiera extraado aGregorio que su hermana no entrase, pues tal como estaba le impeda abrir la ventana.Pero no slo no entr, sino que retrocedi y cerr la puerta rpidamente: quien la hubieravisto reaccionar de esa forma hubiera credo que Gregorio se dispona a atacarla.Gregorio se meti inmediatamente debajo del sof; pero hasta el medioda no volvi suhermana, ms intranquila que de costumbre. Este incidente le hizo comprender que suvista segua resultndole insoportable ala hermana, que slo gracias a un esfuerzo devoluntad evitaba echar a correr al divisar la pequea parte del cuerpo que sobresala pordebajo del sof. Con objeto de ahorrarle por completo su visin, llev un da sobre suespalda trabaj para el cual precis de cuatro horas una sbana hasta el sof, y la pusode modo que le tapara por completo y que su hermana no pudiese verle por mucho que seagachase.De no haberle parecido oportuno tal medida, ella misma hubiera quitado lasbana, pues fcil era comprender que, para Gregorio, el aislarse no era nada agradable.Pero su hermana dej la sbana tal como estaba, y Gregorio, al levantar sigilosamentecon la cabeza la punta de sta, para ver como era acogida la nueva disposicin, creyadivinar en la joven una mirada de gratitud.Durante las dos primeras semanas, sus padres no se decidieron a entrar a verle. Amenudo los oy alabar la actitud de la hermana, cuando hasta entonces solan, por elcontrario, considerarla poco menos que una intil. Los padres solan esperar ante lahabitacin de Gregorio mientras la hermana la arreglaba, y en cuanto sala se hacancontar como estaba el cuarto, qu haba comido Gregorio, cul haba sido su actitud y sidaba seales de mejora.La madre haba querido visitar a Gregorio enseguida, pero el padre y la hermanala haban hecho desistir con argumentos que Gregorio escuch con la mayor atencin yaprob por entero. Ms adelante tuvieron que impedrselo por la fuerza, y cuandoexclamaba: Dejadme entrar a ver a Gregorio! Pobre hijo mo! No comprendis quenecesito verle?, Gregorio pensaba que tal vez fuera mejor que su madre entrase, notodos lo das, pero s, por ejemplo, una vez a la semana: ella era mucho ms comprensivaque la hermana, quien, pese a su indudable valor, al fin y al cabo no era ms que unania, que quiz slo por juvenil inconsciencia haba podido asumir tan penosa tarea.No tard en cumplirse el deseo de Gregorio de ver a su madre. Durante el da, porconsideracin a sus padres, no se asomaba a la ventana, y en los dos metros cuadrados desuelo libre de su habitacin casi no poda moverse. Descansar tranquilo le era ya difcildurante la noche. La comida pronto dej de causarle placer, y para distraerse empez atrepar zigzagueando por las paredes y el techo. En el techo era donde ms a gusto seencontraba: aquello era mucho mejor que estar echado en el suelo; respiraba mejor, y seestremeca con una suave vibracin. Un da Gregorio, casi feliz y despreocupado, sedesprendi del techo, con gran sorpresa suya, y se estrell contra el suelo. Pero su cuerpose haba vuelto ms resistente y, pese a la fuerza del golpe, no se lastim.Su hermana advirti inmediatamente el nuevo entretenimiento de Gregorio talvez dejase al trepar un leve rastro de baba, y quiso hacer todo lo posible para facilitarlesu actividad, quitando los muebles que le estorbaban, sobre todo el bal y el escritorio.No poda hacerlo sola y tampoco se atreva a pedir ayuda al padre; con la criada no podacontar, pues la buena mujer, de unos sesenta aos, aunque se haba mostrado muyanimosa desde la despedida de su antecesora, haba rogado que le dejaran tener siemprecerrada la puerta de la cocina, y no abrirla sino cuando la llamasen. Por tanto, la nicaposibilidad era pedir ayuda a la madre en ausencia del padre.La madre acudi eufrica, pero se qued muda al llegar a la puerta. La hermanacomprob que todo estuviera en orden, y slo entonces hizo pasar a la madre. Gregoriohaba bajado la sbana ms que de costumbre, de modo que formara abundantes plieguesy pareciera que estaba all por causalidad. En esta ocasin no atisb por debajo; renuncia ver a su madre, feliz de que por fin hubiese entrado a su habitacin.- Pasa, no se le ve dijo la hermana, que seguramente llevaba a la madre de lamano.Gregorio oy a las dos frgiles mujeres mover el viejo y pesado bal; la hermana,animosa como siempre, haca la mayor parte del esfuerzo, sin hacer caso de lasadvertencias de la madre, que tena miedo de que se fatigara excesivamente.Al cabo de un cuarto de hora, la madre dijo que era mejor dejar el bal dondeestaba, en primer lugar porque era muy pesado y no acabaran antes del regreso del padre;adems, estando en medio de la habitacin el bal le cortara el paso a Gregorio; porltimo, tal vez a Gregorio no le agradara que se retirasen los muebles, sino todo locontrario. La vista de las paredes desnudas la deprima. Por qu no haba de sentirGregorio lo mismo, acostumbrado desde haca tiempo a los muebles de su cuarto? No sesentira como abandonado en la habitacin vaca?- Al quitar los muebles continu en voz muy baja, casi en un susurro, como siquisiese evitar a Gregorio, que no saba exactamente dnde se encontraba,hasta el sonido de su voz, pues estaba convencida de que no entenda laspalabras, no parecera que renuncibamos a toda esperanza de mejora, yque lo abandonbamos sin ms a sus suerte? Yo creo que lo mejor sera dejarel cuarto igual que antes, para que Gregorio, cuando vuelva a ser uno denosotros, lo encuentre todo como estaba y pueda olvidar ms fcilmente esteparntesis.Al or estas palabras de la madre, Gregorio comprendi que la falta de todarelacin humana directa, unida a la monotona de su nueva vida, deba de habertrastornado su mente en aquellos dos meses, pues de otro modo no poda explicarse sudeseo de que vaciaran la habitacin.Acaso quera realmente que se convirtiese aquella confortable habitacin, consus muebles familiares, en un desierto en el cual hubiera podido, es verdad, trepar entodas las direcciones sin obstculos, pero donde en poco tiempo hubiera olvidado porcompleto su pasada condicin humana?De hecho, ya estaba a punto de olvidarla, y nicamente la voz de su madre, queno oa haca tiempo, le haba hecho reaccionar. No, no haba que quitar nada; todo tenaque quedar como antes; no poda prescindir de la benfica influencia que los mueblesejercan sobre l, aunque coartaran su libertad de movimientos, lo cual, en todo caso,antes que un perjuicio, deba considerarlo una ventaja.Desgraciadamente, su hermana no era de esta opinin, y como se habaacostumbrado no sin motivo a considerarse la experta de la familia en lo que aGregorio se refera, rebati los argumentos de su madre y declar que no slo debansacar de la habitacin el bal y el escritorio, como al principio haban pensado, sinotambin todos los dems muebles, con excepcin del indispensable sof.Su actitud no era fruto de la mera testarudez juvenil ni de la en s misma, tanrepentinamente adquirida en los ltimos tiempos: haba observado que Gregorio, ademsde necesitar mucho espacio para arrastrarse y trepar, no utilizaba los muebles en lo msmnimo. Tal vez, con el entusiasmo propio de su edad y deseosa de mostrarse til,tambin deseaba inconscientemente que la situacin de Gregorio se volviera an msdrstica, a fin de poder hacer por l ms de lo que haca. Pues en un cuarto en el cualGregorio se hallase completamente solo entre las paredes desnudas, seguramente no seatrevera a entrar nadie excepto Grete.No logr, pues, la madre hacerla cambiar de idea, y como en aquel cuarto sentauna gran desazn, tard en callarse y en ayudar a la hermana, con todas sus fuerzas, asacar el bal. Gregorio poda prescindir de l, si no haba ms remedio; pero el escritoriotena que quedarse all. Apenas hubieran abandonado el cuarto las dos mujeres, jadeandoy arrastrando el bal trabajosamente, saco Gregorio la cabeza de debajo del sof paraestudiar la forma de intervenir con la mayor delicadeza y el mximo de precauciones. Pordesgracia su madre fue la primera en volver, mientras Grete, en la habitacin de al lado,segua forcejeando con el bal, aunque sin lograr cambiarlo de sitio. La madre no estabaacostumbrada a la vista de Gregorio y la impresin poda ser muy fuerte, por lo que ste,asustado, retrocedi rpidamente hasta el otro extremo del sof; pero no pudo evitar quela sbana que le ocultaba se moviese ligeramente, lo cual bast para llamar la atencin dela madre. sta se detuvo bruscamente, qued un instante indecisa y volvi junto a Grete.Aunque Gregorio se deca que no iba a ocurrir nada del otro mundo, y que slounos muebles seran cambiados de sitio, aquel ajetreo de las mujeres y el ruido de losmuebles al ser arrastrados le causaron una gran desazn. Encogiendo cuanto pudo lacabeza y las piernas, aplastando el vientre contra el suelo, se confes a s mismo que nopodra soportarlo mucho tiempo.Estaban vaciando su cuarto, quitndole cuanto amaba: se haban llevado el balen el que guardaba la sierra y las dems herramientas, y ahora estaban moviendo elescritorio, slidamente asentado en el suelo, en el cual, cuando estudiaba la carrera decomercio e incluso cuando iba a la escuela, haba hecho sus ejercicios. No tena unminuto que perder para neutralizar las buenas intenciones de su madre y su hermana,cuya existencia, por lo dems, casi haba olvidado, pues, rendidas de cansancio,trabajaban en silencio y slo se oa el rumor de sus pasos cansinos.Mientras las dos mujeres, en la habitacin contigua, se recostaban un momento enel escritorio para tomar aliento, Gregorio sali de repente de su escondrijo, cambiando detrayectoria hasta cuatro veces: no saba por dnde empezar. En esto, le llam la atencin,en la pared ya desnuda, el retrato de la mujer envuelta en pieles. Trep precipitadamentehasta all y se agarr al cristal, cuyo fro contacto calm el ardor de su vientre. Al menosesta estampa, que su cuerpo cubra ahora por completo, no se la quitaran. Volvi lacabeza hacia la puerta del comedor, para ver a las mujeres cuando entrasen.stas casi no se concedieron descanso, pues enseguida estuvieron all de nuevo;Grete rodeaba a la madre con el brazo, casi sostenindola.- Qu nos llevamos ahora? pregunt Grete mirando a su alrededor.En esto, su mirada se cruz con la de Gregorio, pegado a la pared. Grete logrdominarse nicamente a causa de la presencia de la madre; se inclin hacia sta, paraimpedir que viera a Gregorio, y, aturdida y temblorosa, dijo:- Ven, vamos un momento al comedor.Para Gregorio, las intenciones de Grete estaban claras: quera poner a salvo a lamadre, y despus echarle de la pared. Que lo intentase si se atreva! l continuabaagarrado a su estampa, y no cedera. Prefera saltarle a Grete a la cara.Pero las palabras de Grete slo haban logrado inquietar a la madre. sta se ech aun lado, vio aquella enorme mancha oscura sobre la empapelada pared y, antes de poderdarse siquiera cuenta de que aquello era Gregorio, grit con voz aguda:- Dios mo! Dios mo!Se desplom sobre el sof, con los brazos extendidos, como si sus fuerzas laabandonasen, quedando all sin movimiento.Y se desmay.- Gregorio exclam la hermana con el puo en alto y la mirada de reprobacin.Era la primera vez que le hablaba directamente despus de la metamorfosis. Gretefue a la habitacin contigua, en busca de algo que dar a la madre para reanimarla.Gregorio hubiera querido ayudarla para salvar el cuadro haba tiempo, peroestaba pegado al cristal, y tuvo que desprenderse de l de un brusco tirn. Luego corri ala habitacin contigua, como si an pudiese, igual que antes, dar algn consejo a suhermana. Pero tuvo que contentarse con permanecer quieto detrs de ella.Grete estaba rebuscando entre diversos frascos; al volverse, se asust, dej caer alsuelo la botellita, que se rompi, y un fragmento hiri a Gregorio en la cara,salpicndosela de un lquido corrosivo. Grete, sin detenerse, cogi tantos frascos comopudo y entr en el cuarto de Gregorio, cerrando tras de s la puerta con el pie. Gregorio seencontr, pues, completamente separado de la madre, la cual, por culpa suya, se hallabatal vez en peligro de muerte. No poda entrar sin echar de all a su hermana, cuyapresencia junto a la madre era necesaria; por tanto, no tena ms remedio que esperar.Alterado por el remordimiento y la inquietud, comenz a trepar por las paredes,los muebles y el techo hasta que se sinti mareado y se dej caer con desesperacinencima de la mesa.Pas un rato. Gregorio yaca extenuado; en la casa reinaba el silencio, lo cual eratal vez buena seal. Llamaron. La criada estaba, como siempre, en la cocina, y Grete tuvoque salir a abrir. Era el padre.- Qu ha pasado?stas fueron sus primeras palabras. La expresin de Grete se lo haba reveladotodo. Grete ocult su cara en el pecho del padre, y dijo ahogadamente:- Madre se ha desmayado, pero ya est mejor. Gregorio se ha escapado.- Lo saba dijo el padre. Os lo advert; pero vosotras, las mujeres, nuncahacis caso.Gregorio comprendi que el padre haba malinterpretado el comentario de Grete yseguramente crea que el haba hecho algo malo. Por tanto, deba apaciguar a su padre,pues no tena tiempo ni forma de aclararle lo ocurrido. Se lanz hacia la puerta de suhabitacin, aplastndose contra ella, para que su padre, en cuanto entrase, comprendieseque tena intencin de regresar inmediatamente a su cuarto, y no haca falta empujarlohacia dentro, sino que bastaba con abrirle la puerta para que entrase en el acto.Pero el padre no estaba en condiciones de captar estas sutilezas.- Ah! exclam con un tono a la vez furioso y amenazador. Gregorio apart lacabeza de la puerta y la dirigi hacia su padre. En los ltimos tiemposocupado por completo en perfeccionar su tcnica de trepar por las paredes,haba dejado de preocuparse como antes de lo que suceda en la casa; portanto, deba haber imaginado que iba a encontrar las cosas muy cambiadas.Sin embargo, era aqul realmente su padre? Era el mismo hombre que, antes,cuando Gregorio iba a salir en viaje de negocios, permaneca fatigado en la cama? Era elmismo hombre que, al regresar a la casa, se encontraba en batn, hundido en su butaca, yque, sin fuerzas para levantarse, se limitaba a levantar los brazos en seal de alegra? Era el mismo hombre que, en los raros paseos en comn, algunos domingos u otros dasfestivos, entre Gregorio y la madre, cuyo paso lento se volva an ms pausado, avanzabaenvuelto en su viejo gabn, apoyndose cuidadosamente en el bastn, y que sola pararsecada vez que quera decir algo, obligando a los dems a detenerse a su alrededor?Ahora, sin embargo, apareca firme y erguido, con un severo uniforme azul conbotones dorados, como el que suelen llevar los ordenanzas de los Bancos. Del rgidocuello alto sobresala la papada; bajo las pobladas cejas, los ojos negros destellaban conuna mirada vivaz y alerta, y el cabello blanco, hasta entonces siempre en desorden, estabareluciente y peinado con una raya impecable.Tir sobre el sof la gorra, que llevaba una insignia dorada probablemente la dealgn Banco y, dando un rodeo, fue hacia Gregorio con expresin hostil, con las manosen los bolsillos del pantaln y los largos faldones de su uniforme de levita recogidoshacia atrs. El padre no saba lo que iba a hacer; al caminar levantaba los pies a una alturadesusada, y Gregorio qued asombrado del enorme tamao de sus suelas. Sin embargo,no se revolvi, pues ya saba, desde el primer da de su vida, que caba esperar de supadre el mximo rigor con respecto a l. Ech a correr delante de su padre, detenindosecuando ste lo haca y corriendo de nuevo en cuanto le vea hacer un movimiento.Dieron veces la vuelta a la habitacin, sin que pasara nada y sin que esto, debido alas dilatadas pausas, tuviese siquiera el aspecto de una persecucin. Gregorio opt porpermanecer en el suelo: tema que su padre interpretase su huida por las paredes o por eltecho como un gesto malvolo.Gregorio no tard en comprender que aquella situacin no poda prolongarse,pues mientras su padre daba un paso l tena que llevar a cabo un sinfn de movimientos,y ya empezaba a jadear. Aunque lo cierto era que tampoco en su estado anterior podaconfiar mucho en sus pulmones.Se estremeci, intentando hacer acopio de energas para emprender nuevamente lahuida. Apenas si poda tener los ojos abiertos; estaba tan aturdido que no pensaba msque en seguir corriendo, olvidando la posibilidad de trepar por las paredes; aunque locierto era que estaban atestadas de muebles tallados de peligrosos ngulos y picos. Depronto, algo diestramente lanzado cay a su lado y rod ante l; era una manzana, a laque inmediatamente sigui otra. Gregorio, atemorizado, no se movi; era intil quesiguiera corriendo, puesto que su padre le estaba bombardeando. Se haba llenado losbolsillos con las manzanas del frutero que estaba sobre el aparador, y se las lanzaba unatras otra, aunque sin acertarle por el momento.Las rojas manzanas rodaban por el suelo como electrizadas, tropezando unas conotras. Una de ellas, lanzada con mayor precisin, roz la espalda de Gregorio, pero no lehizo dao. En cambio, la siguiente le dio de lleno. Gregorio intent correr, como sipudiese liberarse del insoportable dolor cambiando de sitio; pero era como si le hubieranclavado donde estaba, y qued all indefenso, sin nocin de cuanto suceda a sualrededor.Con el ltimo resto de conciencia vio abrirse bruscamente la puerta de suhabitacin y a su madre corriendo en camisa pues Grete la haba desnudado para hacerlavolver en s delante de la hermana, que gritaba; luego vio a la madre lanzndose hacia elpadre, perdiendo en el camino una tras otra de sus desabrochadas, para por fin llegar atrompicones junto a su marido y abrazarse a l...Y Gregorio, con la vista ya nublada, oy por ltimo cmo su madre, echando losbrazos al cuello del padre, le suplicaba que no matase a su hijo.Aquella grave herida, que tard ms de un mes en curar nadie se atrevi aquitarle la manzana, que qued, pues, incrustada en su carne como testimonio ostensiblede lo ocurrido, pareci recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese a su aspectorepulsivo actual, era un miembro de la familia, a quien no se deba tratar como a unenemigo, sino, por el contrario, con la mxima consideracin, y que era un elementaldeber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse.Aun cuando a causa de su herida se haba mermado, acaso para siempre, sucapacidad de movimiento; aun cuando precisaba ahora, como un viejo tullido, varios einterminables minutos para cruzar su habitacin y no poda ni soar en volver a trepar porlas paredes, Gregorio tuvo, en aquel empeoramiento de su estado, una compensacin quele pareci suficiente: por la tarde, la puerta del comedor, en la que tena puestos fijos losojos desde haca una o dos horas antes, se abra, y l, echado en su cuarto a oscuras,invisible para los dems, poda observar a su familia en torno a la mesa iluminada y orsus conversaciones con la aprobacin general. Claro que dichas conversaciones no eran,ni mucho menos, las animadas charlas de otros tiempos, que Gregorio aoraba durantesus viajes en los cuartuchos de la fondas, al dejarse caer exhausto sobre las hmedassbanas de una cama extraa. Ahora, las veladas eran casi siempre montonas y tristes.Poco despus de cenar, el padre se dorma en su silln, y la madre y la hermana se hacanmutuas seas de silencio. La madre, inclinada muy cerca de la luz, cosa lencera para unatienda, y la hermana, que se haba colocado de dependienta, estudiaba por las nochesestenografa y francs, con miras a conseguir un puesto mejor que el actual. De vez encuando, el padre despertaba y, como si no se diese cuenta de haber dormido, la deca a lamadre: No haces ms que coser! Y volva a dormirse en seguida, mientras la madre yla hermana, rendidas de cansancio, cambiaban una sonrisa.El padre se negaba obstinadamente a quitarse, ni siquiera en casa, su uniforme deordenanza. Y mientras el batn, ya intil, colgaba de la percha, dormitaba totalmenteuniformado, como si quisiera estar siempre preparado y esperase or incluso en la casa laorden de algunos de sus jefes. De este modo el uniforme, que ya al principio no eranuevo, se fue ajando rpidamente, a pesar de los cuidados de la madre y la hermana.Gregorio a menudo se pasaba horas enteras contemplando aquel traje lustroso, lleno demanchas, pero con los botones dorados siempre relucientes, dentro del cual su padredorma incmodo pero tranquilo.A las diez, la madre intentaba despertar al padre para convencerle de que seacostara y durmiera como es debido, cosa que l tanto necesitaba, puesto que entraba atrabajar a las seis. Pero el padre, con la obstinacin que le caracterizaba desde que eraordenanza, insista en permanecer ms tiempo en la mesa, pese a que se dormainvariablemente y al gran trabajo que costaba hacerle cambiar el silln por la cama.Sordo a los argumentos de la madre y la hermana, segua all con los ojos cerrados dandocabezadas. La madre le tiraba de la manga, dicindole al odo palabras cariosas; lahermana interrumpa su tarea para ayudarla. Pero no serva de nada, pues el padre sehunda an ms en su silln y no abra los ojos hasta que las dos mujeres le asan pordebajo de los brazos. Entonces las miraba a una tras otra, y sola exclamar:- Vaya vida! Ni siquiera los ltimos aos voy a poder estar tranquilo?Y penosamente, como si llevara una pesada carga, se pona de pie, apoyndose enla madre y la hermana, se dejaba acompaar hasta la puerta, les indicaba con un gesto queya no las necesitaba, y segua solo su camino, mientras las dos mujeres dejaban sus tarease iban tras l para continuar ayudndole.Quin, en aquella familia agotada por el trabajo, hubiera podido dedicar aGregorio ms tiempo que el estrictamente necesario? El nivel de la vida domstica seredujo cada vez ms. Se despidi a la criada y se contrat, para que ayudara en lostrabajos ms duros, a una asistenta corpulenta y huesuda, de cabellos blancos, que venaun rato por la maana y otro por la tarde, y la madre tuvo que aadir a su nada desdeablelabor de costura las dems tareas de la casa. Incluso tuvieron que vender varias joyas dela familia, que en otros tiempos haban llevado orgullosas la madre y la hermana enfiestas y reuniones. Gregorio se enter de ello por los comentarios acerca del resultado dela venta en una de las conversaciones nocturnas de la familia. Pero el mayor motivo delamentacin consista siempre en la imposibilidad de dejar aquel piso, demasiado grandeen las actuales circunstancias, ya que no haba forma de trasladar a Gregorio. Sinembargo, ste se daba cuenta de que no era l el verdadero impedimento para lamudanza, ya que se le podra transportar fcilmente en un cajn con agujeros pararespirar. La verdadera razn por la que no se mudaban, era porque ello les hubieraobligado a asumir plenamente el hacho de que haban sido alcanzados por una desgraciainaudita, sin precedentes en el crculo de sus parientes y conocidos.El infortunio se cebaba en ellos: el padre tena que ir a buscar el desayuno delhumilde empleado de Banco, la madre cosa ropas de extraos, sujeta a los caprichos delos clientes. La familia estaba llegando al lmite de sus fuerzas. Y Gregorio sentarenovarse el dolor de la herida de su espalda cuando la madre y la hermana, despus deacostar al padre, volvan al comedor y dejaban sus respectivas tareas para sentarse muyjuntas, casi mejilla con mejilla. La madre sealaba hacia la habitacin d Gregorio y deca:- Grete, cierra esa puerta.Y Gregorio quedaba de nuevo sumido en la oscuridad, mientras en la habitacincontigua las dos mujeres lloraban en silencio o se quedaban mirando fijamente a la mesa,con los ojos secos.Gregorio casi nunca dorma, ni de noche ni de da. A veces pensaba que ibaabrirse la puerta de su cuarto, y que l iba a encargarse de nuevo, como antes, de losasuntos de la familia. Volvi acordarse, tras largo tiempo, del director y el gerente delalmacn, el dependiente y el aprendiz, aquel ordenanza tan robusto, dos o tres amigos quetena en otros comercios, una camarera de una fonda provinciana... Tambin le asalt elrecuerdo dulce y pasajero de una cajera de una sombrerera, a quien haba cortejadoformalmente, aunque sin empeo suficiente...Todas estas personas se mezclaban en su mente con otras extraas hace tiempoolvidadas; pero ninguna poda ayudarle, ni a l ni a los suyos. Eran inasequibles, y sesenta aliviado cuando lograba apartar su recuerdo. Luego, dejaba tambin depreocuparse por su familia, y slo senta hacia ella la irritacin producida por la pocaatencin que le prestaban. No haba nada que le apeteciera realmente, sin embargo, hacaplanes para llegar hasta la despensa y apoderarse, aunque sin hambre, de lo que leperteneca por derecho propio. La hermana no se preocupaba ya de buscar alimentos a sugusto; antes de irse a trabajar, por la maana y por la tarde, empujaba con el pie cualquiercosa dentro del cuarto, y luego, al regresar, sin mirar si Gregorio slo haba probado lacomida lo cual era lo ms frecuente o si ni siquiera al haba tocado, recoga los restoscon la escoba. El arreglo de la habitacin, que siempre tena lugar de noche, eraigualmente apresurado. Las paredes estaban cubiertas de suciedad, y el polvo y losdesperdicios se amontonaban en los rincones.En los primeros tiempos, al entrar la hermana, Gregorio se situaba precisamenteen el rincn en que haba ms suciedad. Pero ahora poda haber permanecido all semanasenteras sin que ella se hubiese aplicado ms, pues vea la porquera tan bien como l, peroal parecer estaba decidida a dejarla. Con una susceptibilidad en ella completamentenueva, pero que se haba extendido a toda la familia, no admita que ninguna otra personase ocupase del arreglo de la habitacin. Un da, la madre quiso limpiar a fondo el cuartode Gregorio, tarea para la que tuvo que emplear varios cubos de agua, mientras Gregorioyaca amargado e inmvil debajo del sof, molesto por la humedad. Pero en cuanto notola hermana, al regresar por la tarde, el cambio operado en la habitacin, se sintiterriblemente ofendida, irrumpi en el comedor y, sin escuchar las explicaciones de lamadre, rompi a llorar con tal violencia y desconsuelo que los padres se asustaron. Elpadre, a la derecha de la madre, le reproch el no haber cedido por entero a la hermana elcuidado de la habitacin de Gregorio; la hermana, a la izquierda, dijo que ya no le seraposible encargarse de aquella limpieza. La madre quera llevarse el dormitorio al padre,que no acababa de calmarse: la hermana, sacudida por los sollozos, daba puetazos en lamesa, y Gregorio silbaba de rabia, porque nadie se haba acordado de cerrar la puertapara ahorrarle aquel espectculo.Pro si la hermana, extenuada por el trabajo, estaba cansada de cuidar a Gregorio,no tena por qu reemplazarla la madre, ni Gregorio tena por qu sentirse abandonado:para eso estaba la asistenta. Aquella viuda entrada en aos, a quien su huesudaconstitucin deba de haber permitido resistir las mayores amarguras a lo largo de suvida, no senta hacia Gregorio ninguna repulsin. Sin que ello pudiera achacarse a lacuriosidad, abri un da la puerta del cuarto de Gregorio, que en su sorpresa, y aunquenadie le persegua, comenz a correr de un lado para otro; sin embargo, la mujerpermaneci inmutable, con las manos cruzadas sobre el vientre.Desde entonces, cada maana y cada tarde entreabra furtivamente la puerta paracontemplar a Gregorio. Al principio, incluso le llamaba, con palabras que sin duda creacariosas, como: Ven aqu, bicharraco!.Gregorio no responda a estas llamadas: permaneca inmvil, como si ni siquierase hubiese abierto la puerta. Cunto mejor hubiera sido que se ordenase a la sirvientalimpiar diariamente su cuarto, en vez de dedicarse a importunarle intilmente!Una maana temprano mientras una lluvia que pareca anunciar la inminenteprimavera azotaba furiosamente los cristales la asistenta le incordi como de costumbre,y Gregorio se irrit de tal manera que se volvi contra ella, lenta y dbilmente, pero endisposicin de atacar. Sin embargo, en vez de asustarse, la mujer alz en alto una sillaque estaba junto a la puerta, y esper con la boca abierta de par en par, mostrando a lasclaras su propsito de no cerrarla hasta no haber desgarrado sobre la espalda de Gregoriola silla que blanda.- No vienes, eh? dijo al ver que Gregorio retroceda. Y tranquilamente volvia colocar la silla en el rincn.Gregorio casi no coma. Al pasar junto a los alimentos que le ponan, tomabaalgn bocado, lo guardaba en la boca durante horas, y casi siempre acababa escupindolo.Al principio, pens que su desgana era efecto de la melancola en que le suma el estadode su habitacin; pero se acostumbr muy pronto al aspecto de sta. Haban adoptado lacostumbre de meter all las cosas que estorbaban en otra parte, que por cierto eranmuchas, pues uno de los cuartos de la casa haba sido alquilado a tres huspedes. Erantres seores muy formales los tres llevaban barba, segn comprob Gregorio una vezpor la rendija de la puerta y cuidaban de que reinase el orden ms escrupuloso no sloen su habitacin, sino en toda la casa, y muy especialmente en la cocina. No soportabanlos trastos intiles, y mucho menos la suciedad.Adems, haban trado consigo la mayor parte de su mobiliario, lo cual hacainnecesario algunos muebles imposibles de vender, pero que la familia tampoco queratirar. Y todas esas cosas haban ido a parar al cuarto de Gregorio, junto con el recogedorde la ceniza y el cubo de la basura. Lo que de momento no haba de ser utilizado, laasistenta lo tiraba rpidamente al cuarto de Gregorio, quien, por fortuna, la mayora de lasveces, slo vea el objeto en cuestin y la mano que lo sujetaba. Quiz tuviese intencinla asistenta de volver en busca de aquellas cosas cuando tuviese tiempo, o pensara tirarlastodas de una vez; pero el hecho es que permanecan all donde haban sido dejadas, amenos que Gregorio se revolviese contra algn trasto y lo desplazara, impulsado a elloporque el objeto en cuestin no le dejaba ya sitio libre para arrastrarse o por pura rabia,aunque despus de tales traslados quedaba horriblemente triste y fatigado, sin ganas demoverse durante horas enteras.A veces los huspedes cenaban en casa, en el comedor, con lo cual la puerta quedaba a la habitacin de Gregorio permaneca cerrada tambin algunas noches; pero aGregorio esto le importaba ya muy poco, pues incluso algunas noches en que la puertaestaba abierta, no haba aprovechado la ocasin, sino que se haba retirado, sin que lafamilia lo advirtiese, al rincn ms oscuro de su cuarto.Un da la sirvienta dej algo entornada la puerta que daba al comedor, y as siguicuando los huspedes entraron por la noche y encendieron la luz. Se sentaron a la mesa,en los sitios antao ocupados por el padre, la madre y Gregorio, desdoblaron lasservilletas y empuaron los cubiertos. Acto seguido llag la madre con una fuente decarne, seguida de la hermana, que llevaba otra fuente llena de patatas.Los huspedes se inclinaron sobre las fuentes de humeante comida, como siquisiesen probarla antes de servirse, y, en efecto, el que se hallaba sentado en medio ypareca llevar la voz cantante, cort un pedazo de carne en la fuente misma, sin duda paracomprobar que estaba suficientemente tierna y que no era necesario devolverla a lacocina. Mostr su aprobacin, y la madre y la hermana, que haban observadoexpectantes la operacin, respiraron aliviadas y sonrieron.La familia coma en la cocina. El padre, antes de dirigirse hacia sta, entr en elcomedor, hizo una reverencia y, con la gorra en la mano, se acerc a la mesa. Oshuspedes musitaron algo. Despus, ya solos, comieron casi en silencio.A Gregorio le resultaba extrao or, entre los diversos ruidos de la comida, el delos dientes al masticar, como si quisiesen demostrarle que para comer se necesitandientes, y que la ms hermosa mandbula de nada sirve sin ellos. Qu hambre tengo pens Gregorio, preocupado. Pero no son stas las cosas que me apetecen... Cmocomen estos huspedes! Y yo, mientras, murindome de hambre!Aquella noche Gregorio no recordaba haber odo el violn en todo aquel tiempooy tocar en la cocina. Ya haban acabado los huspedes de cenar. El que estaba enmedio haba sacado un peridico y dado una hoja a cada uno de los otros dos, y los treslean y fumaban recostados en sus asientos. Al or el violn, se levantaron y, de puntillas,fueron hasta la puerta del recibidor, junto a la cual permanecieron inmviles, apretadosuno contra otro. Debieron de orles desde la cocina, pues el padre pregunt:- A los seores les molesta la msica? De ser as, puede cesar al momento.- Todo lo contrario asegur el seor de ms autoridad. No querra la seoritatocar aqu? Sera mucho ms cmodo y agradable.- Claro no faltaba ms! contest el padre, como si fuese l mismo elviolinista.Los huspedes volvieron al comedor y esperaron. Muy pronto lleg el padre conel atril, luego la madre con las partituras y, por fin, la hermana con el violn. Grete lodispuso todo para comenzar a tocar. Mientras, los padres, que nunca haban tenidohabitaciones alquiladas y extremaban la cortesa para con los huspedes, no se atrevan asentarse en sus propios sillones. El padre qued apoyado en la puerta, con la manoderecha metida entre los botones de la librea cerrada; uno de los huspedes le ofreci unsilln a la madre, y sta se sent en un rincn apartado, pues no movi el asiento dedonde aquel seor lo haba colocado casualmente.La hermana comenz a tocar, y el padre y la madre, cada uno desde su sitio ,seguan todos los movimientos de sus manos. Gregorio, atrado por la msica, se atrevia avanzar un poco y se encontr con la cabeza en el comedor. Casi no le sorprenda laescasa consideracin que tena para con los dems en los ltimos tiempos; sin embargo,esa consideracin haba sido antes su mayor orgullo. Por otra parte, ahora ms que nuncatena motivo para ocultarse, pues, debido al estado de su habitacin, cualquiermovimiento que haca levantaba nubes de polvo a su alrededor, y l mismo estabacubierto de polvo y llevaba pegados, en el dorso y en los costados, hilachos, pelos yrestos de comida. Su indiferencia hacia todos era mucho mayor que cuando poda, echadosobre la espalda, restregarse contra la alfombra. A pesar del estado en que se hallaba, nose avergonzaba lo ms mnimo de arrastrarse por el inmaculado suelo del comedor.Aunque lo cierto era que nadie se fijaba en l. La familia estaba completamenteabsorta por el violn, y los huspedes, que al principio se haban colocado, con las manosen los bolsillos del pantaln, cerca del atril para poder ir leyendo las notas y molestabanseguramente a la hermana, no tardaron en retirarse hacia la ventana, en dondepermanecan cuchicheando con la cabeza inclinada, observados por el padre, a quien estaactitud contrariaba visiblemente, pues pareca indicar a las claras que sus esperanzas deescuchar buena msica haban sido defraudadas y empezaban a cansarse, y que slo porcortesa seguan all. Especialmente el modo en que echaban por la boca o la nariz elhumo de sus cigarros, delataban gran nerviosidad.Sin embargo, que bien tocaba Grete! Con el rostro ladeado segua el pentagramaatenta y tristemente. Gregorio se arrastr otro poco hacia adelante y mantuvo la cabezapegada al suelo, ansioso de encontrar con su mirada la de su hermana.Sera una fiera, que la msica le emocionaba de aquel modo?Era como si ante l se abriese un camino que haba de conducirle hasta unalimento desconocido, ardientemente anhelado. Estaba decidido a llegar hasta suhermana, a tirarle de la falda y hacerle comprender que haba de ir a su cuarto con elvioln, porque nadie apreciaba su msica como l. No la dejara marcharse mientras lviviese. Por primera vez iba a servirle de algo su espantosa forma.Quera poder estar a un tiempo en todas las puertas, dispuesto a saltar sobre losque pretendiesen atacarle. Pero era preciso que su hermana permaneciese junto a l, no ala fuerza, sino voluntariamente; era preciso que se sentase junto a l en el sof, que seinclinase hacia l, y entonces le contara al odo que haba tenido el firme propsito deenviarla al conservatorio y que, de no haber sobrevenido la desgracia, durante las pasadasNavidades pues las Navidades ya haban pasado, no? se lo hubiera dicho a los padres,sin aceptar ninguna objecin. Y al or esta confidencia, la hermana, conmovida, romperaa llorar, y Gregorio se alzara hasta sus hombros y la besara en el cuello, que, desde queiba a la tienda, llevaba desnudo.- Seor Samsa dijo de pronto al padre el seor que pareca la voz cantante. Ysin ms palabras seal con el ndice a Gregorio, que iba avanzandolentamente. El violn enmudeci al instante, y el seor sonri a sus amigos,meneando la cabeza, y volvi a mirar a Gregorio.Al padre le pareci ms urgente echar de all a Gregorio, tranquilizar a loshuspedes, los cuales no se mostraron ni muchos menos intranquilos, y parecandivertirse ms con la aparicin de Gregorio que con el violn. Se precipit hacia ellos y,extendiendo los brazos, intent empujarlos hacia su habitacin a la vez que les ocultabacon su cuerpo la vista de Gregorio. Ellos, entonces, no disimularon su contrariedad,aunque no era posible saber si se deba a la actitud del padre o al hecho de descubrir quehaban convivido sin saberlo con un ser de aquella ndole.Pidieron explicaciones al padre, alzaron los brazos al cielo, se mesaron las barbasnerviosamente y no retrocedieron sino muy despacio hacia su habitacin.Mientras, la hermana haba logrado sobreponerse a la impresin causada por tanbrusca interrupcin. Permaneci un instante con los brazos cados, sujetando conindolencia el arco y el violn, y la mirada fija en la partitura, como si todava estuvieratocando. Y de pronto estall: solt el instrumento en el regazo de su madre, que seguasentada en su silln, respirando con gran dificultad, y corri al cuarto contiguo, al que loshuspedes, empujados por el padre, se iban acercando ya ms rpidamente. Con grandestreza manipul mantas y almohadas, y antes de que los huspedes entrasen en suhabitacin, ya haba terminado de arreglarles las camas y se haba escabullido.El padre estaba tan fuera de s que olvidaba hasta el ms elemental respeto debidoa los huspedes, y los segua empujando frenticamente. Ya en el umbral, el que parecallevar la voz cantante dio una patada en el suelo, y le detuvo diciendo enrgicamente:- Participo a ustedes alz la mano al decir esto y busc con la mirada tambina la madre y a la hermana que, en vista de las repugnantes circunstancias queen esta casa concurren y al llegar aqu escupi con fuerza en el suelo, eneste mismo momento me despido. Por supuesto no voy a pagar lo ms mnimopor los das que aqu he vivido; al contrario, me pensar si he de pedirles unaindemnizacin, la cual, desde luego, sera muy fcil de justificar.Call y mir a su alrededor, como esperando algo. Y, efectivamente, sus dosamigos se solidarizaron en el acto diciendo:- Tambin nosotros nos despedimos.Tras lo cual, el primero en hablar agarr el picaporte y cerr la puerta de un golpe.El padre, con paso vacilante, tanteando con las manos, fue hasta su silln y sedej caer en l. Pareca disponerse a echar su sueecillo de todas las noches, pero laprofunda inclinacin de su cabeza, cada como sin vida, demostraba que no dorma.Durante todo este tiempo, Gregorio haba permanecido callado, inmvil en elmismo sitio en que lo haban sorprendido los huspedes. La decepcin por el fracaso desu plan, y tal vez tambin la debilidad producida por el hambre, le hacan imposible elmenor movimiento. No sin razn, tema que se desencadenara de un momento a otro unareaccin general contra l, y esperaba. No siquiera se sobresalt con el ruido del violn,que cay del regazo de la madre a causa del temblor de sus manos.- Queridos padres dijo la hermana, dando, a modo de introduccin, un fuertepuetazo sobre la mesa, esto no puede seguir as. Si vosotros no lo querisver, yo s. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre demi hermano; y, por tanto, slo dir que hemos de librarnos de l. Hemoshecho todo lo humanamente posible para cuidarlo y soportarlo, y no creo quenadie pueda hacernos el menor reproche.- Tienes toda la razn dijo el padre.La madre, que an no poda respirar bien, comenz a toser ahogadamente, con lamano en el pecho y los ojos extraviados como una loca.La hermana corri hacia ella y le sostuvo la cabeza.Al padre, las palabras de la hermana parecan haberle movido a reflexin. Sehaba incorporado en el silln, jugaba con su gorra de ordenanza por entre los platos de lacena de los huspedes y de vez en cuando diriga una mirada a Gregorio, impertrrito.- Hay que deshacerse de l repiti, por ltimo, la hermana al padre, pues lamadre, con su tos, no poda or nada. Esto acabar matndonos a los dos.Cuando hay que trabajar como nosotros trabajamos, no se puede soportar,encima, una tortura como sta. Yo tampoco puedo ms.Y se puso a llorar de tal forma que sus lgrimas cayeron sobre el rostro de lamadre, se las limpi mec