Franz Kafka - La Condena

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LA CONDENA DE FRANZ KAFKA Era domingo por la mañana 21 en lo más hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante,· estaba sentado en su habitación en el primer piso de una de las casas bajas y de construcción ligera que se extendía a lo largo del río en forma de hilera, y que sólo se distinguía entre sí por la altura y el color. Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la ce- rró con lentitud juguetona y miró luego, con el codo apoyado sobre el escritorio» por la ventana, hacia el río, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde pálido 22. Reflexionó sobre cómo este amigo, descontento de su éxito en su ciudad natal, había literalmente huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía un negocio en San Petersburgo, que al principio había marchado muy bien, pero que desde hacía tiempo parecía haberse estancado, tal como había lamentado el amigo en una de sus cada vez más infrecuentes visitas. De este modo se mataba inútilmente trabajando en el extranjero, la extraña barba sólo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los años de la niñez, rostro cuya piel amarillenta parecia manifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Según contaba, no tenía una auténtica relación con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relación social alguna con las familias naturales de allí y, en consecuencia, se hacia a la idea de una soltería definitiva. ¿Qué podía escribírsele a un hombre de este tipo, que, evidentemente, se había enclaustrado, de quien se podía tener lástima, pero a quien no se podía ayudar? ¿Se le debía quizá acon- sejar que volviese a casa, que trasladase aquí su existencia, que reanudara todas sus antiguas relaciones amistosas, para lo cual no existía obstáculo» y que, por lo demás, confiase en la ayuda de los amigos? Pero esto no significaba otra cosa que decirle al mismo tiempo, con precaución, y por ello hiriéndole aún más, que sus esfuerzos hasta ahora habían sido en vano, que debía, por fin, desistir de ellos, que tenía que regresar y aceptar que todos, con los ojos muy abiertos de asombro, le mirasen como a alguien que ha vuelto para siempre; que sólo sus amigos entenderían y que él era como un niño viejo, que debía simple-

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LA CONDENADE FRANZ KAFKA

Era domingo por la maana 21 en lo ms hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante, estaba sentado en su habitacin en el primer piso de una de las casas bajas y de construccin ligera que se extenda a lolargo del ro en forma de hilera, y que slo se distingua entre s por la altura y el color.Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la ce-rr con lentitud juguetona y mir luego, con el codo apoyado sobre el escritorio por la ventana, hacia el ro, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde plido 22.Reflexion sobre cmo este amigo, descontento de su xito en su ciudad natal, haba literalmente huido ya haca aos a Rusia. Ahora tena un negocio en San Petersburgo, que al principio haba marchado muy bien, pero que desde hacatiempo pareca haberse estancado, tal como haba lamentado el amigo en una de sus cada vez ms infrecuentes visitas.De este modo se mataba intilmente trabajando en el extranjero, la extraa barba slo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los aos de la niez, rostro cuya piel amarillenta pareciamanifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Segn contaba, no tena una autntica relacin con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relacin social algunacon las familias naturales de all y, en consecuencia, se hacia a la idea de una soltera definitiva.Qu poda escribrsele a un hombre de este tipo, que, evidentemente, se haba enclaustrado, de quien se poda tener lstima, pero a quien no se poda ayudar? Se le deba quiz acon- sejar que volviese a casa, que trasladase aqu su existencia, que reanudara todas sus antiguas relaciones amistosas, para lo cual no exista obstculo y que, por lo dems, confiase en la ayuda de los amigos? Pero esto no significaba otra cosa que decirle al mismo tiempo, con precaucin, y por ello hirindole an ms, que sus esfuerzos hasta ahora haban sido en vano, que deba, por fin, desistir de ellos, que tena que regresar y aceptar que todos, con los ojos muy abiertos de asombro, le mirasen como a alguien que ha vuelto para siempre; que slo sus amigos entenderan y que l era como un nio viejo, que deba simple- mente obedecer a los amigos que se haban quedado en casa y que haban tenido xito.E incluso entonces era seguro que tuviese sentido toda la amargura que haba que causarle? Quiz ni siquiera se consiguiese traerle a casa, l mismo deca que ya no entenda la situacin en el pas natal, y as permanecera, a pesar de todo, en su extranjero, amargado por los consejos y un Poco ms distanciado de los amigos. Pero si siguiera real mente el consejo y aqu se le humillase,naturalmente no con intencin sino por la forma de actuar, no se encontrara a gusto entre sus amigos ni tampoco sin ellos, se avergonzara entonces no tendra de verdad ni hogar ni amigos. En estas circunstancias no era mejor que se quedase en el extranjero tal como estaba? Podra pensarse que en tales circunstancias sal- dra realmente adelante aqu? Por estos motivos, y si se queda mantener en pie la relacin epistolar con l, no se le podan hacer verdaderas confidencias como se le haran sin temor al conocido ms lejano. Haca ms de tres aos que el amigo no haba estado en su pas natal y explicaba este hecho, apenas suficientemente, mediante la inseguridad de la situacin poltica en Rusia, que, en consecuencia, no permita la usencia de un pequeo hombre de negocios mientras que cientos de miles de rusos viajaban tranquilamen- te por el mundo. Pero precisamente en el ranscurso de estos tres aos haban cambiado mucho las cosas para Georg. Sobre la muerte de su madre, ocurrida haca dos aos y desde la cual Georg viva con su anciano padre en la misma casa, haba teni- do noticia el amigo, y en una carta haba expresado su psame con una sequedad que slo poda tener su origen en el hecho de que la afliccin por semejante acontecimiento se haca inimaginable en el extranjero. Ahora bien, desde entonces, Georg se haba enfrentado al negocio, como a todo lo dems,con gran decisin. Quiz el padre, en la poca en que todava viva la madre, le haba obstaculizado para llevar a cabo una autntica actividad propia, por el hecho de que siempre quera hacer prevalecer su opinin en el negocio. Quiz desde la muerte de la madre, el padre, a pesar de que todava trabajaba en el negocio, se haba vuelto ms retrado. Quiz desempeaban un papel importante felices casualidades, lo cual era incluso muy probable; en todo caso, el negocio haba progresado inesperadamente en estos dos aos, haba sido necesario duplicar el personal, las operaciones comerciales se haban quintuplicado, sin lugar a dudas tenan ante si una mayor ampliacin. Pero el amigo no sabia nada de este cambio. Anteriormente, quiz por ltima vez en aquella carta de condolencia, haba intentado convencer a Georg de que emigrase a Rusia y se haba explayado sobre las perspectivas que se ofrecan precisamente en el ramo comercial de Georg. Las cifras eran mnimas con respecto a las proporciones que haba alcanzado el negocio de Georg. l no haba querido contarle al amigo sus xitos comerciales y si lo hubiese hecho ahora, con posterioridad, hubiese causado una impresin extraa. Es as como Georg se haba limitado a contarle a su amigo cosas sin importancia de las muchas que se acumulan desordenadamente en el recuerdo cuando se pone uno a pensar en un domingo tranquilo. No deseaba otra cosa que mantener intacta la imagen que, probablemente, se haba hecho el amigo de su ciudad natal durante el largo perodo de tiempo, y con la cual se haba conformado. Fue as como Georg, en tres cartas bastante distantes entre s, inform a su amigo acerca del compromiso matrimonial de un seor cualquiera con una muchacha cualquiera, hasta que, finalmente, el amigo, totalmente en contra de la intencin de Georg, comenz a interesarse por este asunto. Georg prefera contarle estas cosas antes que confesarle que era l mismo quien haca un mes se haba prometido con la seorita Frieda Brandenfeld, una joven de familia acomodada.

Con frecuencia hablaba con su prometida de este amigo y de la especial relacin epistolar que mantena con l. --Entonces no vendr a nuestra boda -deca ella--, y yo tengo derecho a conocer a todos tus amigos. --No quiero molestarle -'-contestaba Georg---, entindeme, probablemente vendra, al menos as lo creo, pero se sentiria obligado y perjudicado, quiz me envidiara y seguramente, apesadumbrado e incapaz de prescindir de esa pesadumbre, regresara solo, solo sabes lo que es eso? --Bueno, no puede enterarse de nuestra boda por otro camino? --Sin duda no puedo evitarlo, pero es improbable dada su forma de vida. --Si tienes esa clase de amigos, Georg, nunca debiste comprometerte. --S, es culpa de ambos, pero incluso ahora no deseara que fuese de otra forma. Y si ella, respirando precipitadamente entre sus besos, alegaba todava: --La verdad es que s que me molesta. Entonces era realmente cuando l consideraba inofensivo contarle todo al amigo. --As es como soy y as tiene que aceptarme ---deca l--. No pienso convertirme en un hombre a su medida, hombre que quiz fuese ms apropiado a su amistad de lo que yo lo soy. Y, efectivamente, en la larga carta que haba escrito este domingo por la maana, informaba a su amigo del compromiso que se haba celebrado con las siguientes palabras: Me he re- servado la novedad ms importante para el final. Me he prometido con la seorita Frieda Brandenfeld, una muchacha perteneciente a una familia acomodada que se estableci aqu mu- cho tiempo despus de tu partida y a la que t apenas conocers. Ya habr oportunidad de contarte ms detalles acerca de mi prometida, baste hoy con decirte que soy muy feliz y que en nuestra mutua relacin slo ha cambiado algo en cuanto que t, en lugar de tener en mi un amigo corriente, tendrs un amigo feliz. Adems tendrs en mi prometida, que te manda saludos cordiales y que te escribir prximamente, una amiga leal, lo que no deja de tener importancia para un soltero.

S que muchas cosas te impiden hacemos una visita, pero acaso no sera precisamente mi boda la mejor oportunidad de echar por la borda, al menos por una vez, todos los obstculos? Pero, sea como sea, acta sin tener en cuenta todo lo dems y segn tu buen criterioGeorg haba permanecido mucho tiempo sentado en su escritorio con la carta en la mano y el rostro vuelto hacia la ventana. Con una sonrisa ausente haba apenas contestado a un conocido que, desde la calle, le haba saludado al pasar. Finalmente, se meti la carta en el bolsillo y, a travs de uncorto pasillo, se dirigi desde su habitacin a la de su padre, en la que no haba estado desde haca meses. No exista por lo dems, necesidad de ello, porque constantemente tena contacto con l en el negocio; coman juntos en una casa de comidas, por la noche cada uno se tomaba lo que le apeteca pero despus la mayora de las veces se sentaban un ratito, cada uno con su peridico, en el cuarto de estar comn, a no ser que Georg, como ocurra con mucha frecuencia, estuviese en compaa de amigos o, como ahora, fuese a ver a su novia. Georg se extra de lo oscura que estaba la habitacin del padre incluso en esta maana soleada, tal era la sombra que proyectaba la alta pared que se elevaba al otro lado del estrecho patio. El padre estaba sentado ante la ventana, en un rincn adornado con recuerdos de la difunta madre, y lea el peridico, que sostena de lado ante los ojos, con lo cual intentaba contrarrestar una cierta falta de visin. Sobre la mesa estaban an los restos del desayuno, del que no pareca haber comido mucho. --iAh Georg! --exclam el padre, e inmediatamente se dirigi hacia l. Su pesada bata se abra al andar y los bajos revoloteaban a su alrededor. Mi padre sigue siendo un gigante, se dijo Georg. --Esto est insoportablemente oscuro --dijo a continuacin. --Si, si que est oscuro ---contest el padre. -'-Tambin has cerrado la ventana? --Lo prefiero as -Fuera hace bastante calor ----dijo georg como complemento a lo anterior, y se sent. El padre retir la vajilla del desayuno y la coloc sobre una cmoda. --La verdad es que slo quera decirte ---continu Georg, que segua los movimientos del anciano totalmente aturdido--- que, por fin, he informado a San Petersburgo de mi compromiso. Sac un poco la carta del bolsillo y la dej caer dentro de nuevo. --Cmo que a San Petersburgo? -pregunt el padre. --Si, a mi amigo ---dijo Georg, y busc los ojos del padre. En el negocio es completamente distinto, pens. Cunto sitio ocupa ah sentado y cmo se cruza de brazos! --S, claro, a tu amigo ---dijo el padre recalcndolo. --Ya sabes, padre, que en un principio quera silenciar mi compromiso. Por consideracin, por ningn otro motivo. T ya sabes que es una persona difcil. Puede enterarse de mi compromiso por otros cauces, me dije, y si bien esto apenas es probable dada su solitaria forma de vida, yo no puedo evitarlo, pero por mi mismo no debe enterarse. ---Y ahora has cambiado de opinin? --pregunt el padre. Puso el peridico en el antepecho de la ventana y sobre el peridico las gafas que tapaba con las manos. --S, ahora he cambiado de opinin. Si verdaderamente se trata de un buen amigo, me he dicho, entonces mi feliz compromiso es tambin para l motivo de alegra y por eso no he dudado ms en comunicrselo. Sin embargo, antes de echar la carta quera decrtelo Georg ---dijo el padre, y estir la boca sin dientes--, escucha por una vez. Has venido a m por este asunto, para discutirlo conmigo. Esto te honra sin duda alguna, pero no sirve para nada, y menos an que para nada, si no me dices ahora mismo toda la verdad. No quiero traer a colacin cosas que nada tienen que ver con esto. Desde la muerte de nuestra querida madre han ocurrido ciertas cosas desagradables. Quiz tambin les llegue su turno, y quiz antes de lo que pensamos. En el negocio se me escapan algunas cosas, quiz no se me oculten, ahora no quiero en modo alguno alimentar la sospecha de que se me ocultan, ya no estoy lo suficientemente fuerte, me falla la memoria, ya no puedo abarcar tantas cosas. En primer lugar esto es ley de vida y, en segundo lugar, la muerte de tu madre me ha afligido mucho ms que a ti. Pero ya que estamos tratando de este asunto de la carta, te pido, Georg, que no me engaes. Es una pequeez, no merece la pena, as pues, no me engaes. Tienes de verdad ese amigo en San Pe- tersburgo? Georg se levant desconcertado. --Dejemos en paz a mis amigos. Mil amigos no sustituyen a mi padre. Sabes lo que creo?, que no te cuidas lo suficiente, pero los aos exigen sus derechos. En el negocio eres indispensable para mi, bien lo sabes t, pero si el negocio amenaza tu salud maana mismo lo cierro para siempre. Esto no puede seguir as. Tenemos que adoptar otro modo de vida para ti, pero desde el principio. Ests sentado aqu en la oscuridad y en el cuarto de estar tendras buena luz. Tomas un par de bocados del desayuno en lugar de comer como es debido. Ests sentado con las ventanas cerradas y el aire fresco te sentara bien. iNo, padre mo! Ir a buscar al mdico y seguiremos sus prescripciones Cambiaremos las habitaciones. T te traslada rs a la habitacin de delante y yo a sta. No supondr una alteracin para ti, todo se llevar all Ya habr tiempo de ello, ahora te acuesto en la cama un poquito, necesitas tranquilidad a toda costa. Vamos, te ayudar a desnudarte, ya vers como s hacerlo. O prefieres trasladarte inmediatamente a la habitacin de delante y all te acuestas provisionalmente en mi cama? La verdad es que esto sera lo ms sensato. Georg estaba de pie justo al lado de su padre, que haba dejado caer sobre el pecho su cabeza de blancos y despeinados cabellos. -Georg ---dijo el padre en voz baja y sin moverse. Georg se arrodill inmediatamente junto al padre, vio las enormes pupilas en su cansado rostro dirigidas hacia l desde las comisuras de los ojos. --No tienes ningn amigo en San Petersburgo. T has sido siempre un bromista y tampoco has hecho una excepcin conmigo. iCmo ibas a tener un amigo precisamente all No puedo creerlo de ninguna manera. --Padre, haz memoria una vez ms ---dijo Georg, levant al padre del silln y le quit la bata, estaba all tan dbil...--, pronto har ya tres aos que mi amigo estuvo en casa de visita. Recuerdo todava que no te haca demasiada gracia. Al menos dos veces te ocult su presencia, a pesar de que en esos momentos se hallaba precisamente en mi habitacin. Yo poda comprender bien tu animadversin hacia l, mi amigo tiene sus manas, pero despus conversaste agradablemente con l. En aquellos momentos me senta tan orgulloso de que le escuchases, asintieses y preguntases... Si haces memoria tienes que acordarte. l cont entonces historias increbles de la revolu- cin rusa. Cmo, por ejemplo, en un viaje de negocios a Kiev, haba visto en un balcn a un sacerdote que se haba cortado una ancha cruz de sangre en la palma de la mano, la levant e invoc con ella a la multitud. T mismo has contado de vez en cuando esta historia. Mientras tanto Georg haba conseguido sentar al padre y quitarle cuidadosamente el pantaln de punto que llevaba encima de los calzoncillos de lino, as como los calcetines. Al ver la ropa, que no estaba precisamente limpia, se hizo reproches por haber descuidado al padre. Seguro que tambin formaba parte de sus obligaciones el cuidar de que el padre se cambiase de ropa. Todava no haba hablado expresamente con su prometida de cmo iban a organizar el futuro del padre, porque tcitamente haban supuesto que l se quedara solo en el piso viejo. Sin embargo, ahora se decidi, de repente y con toda firmeza, a llevrselo a su futuro hogar. Bien mirado, casi daba la impresin de que el cuidado que el padre iba a recibir all podra llegar demasiado tarde. Llev al padre en brazos a la cama. Una terrible sensacin se apoder de l cuando, a lo largo de los pocos pasos hasta ella, not que su padre jugueteaba con la cadena del reloj sobre su pecho. Se agarraba con tal fuerza a la cadena del mismo, que no pudo acostarle inmediatamente. Apenas se encontr en la cama, todo pareci volver de nuevo a la normalidad. Se tap solo y se cubri muy bien los hombros con el cobertor. No miraba a Georg precisamente con hostilidad. --Verdad que ya te acuerdas de l? --pregunt Georg, y asinti con la cabeza haciendo un gesto alentador.

---Estoy bien tapado? --pregunt el padre como si no pudiese asegurarse l mismo de que sus pies se encontraban tapados. -As es que te gusta estar en la cama --dijo Georg, y coloc mejor el cobertor a su alrededor. --Estoy bien tapado? --pregunt el padre de nuevo, y pareci prestar especial atencin a la respuesta. --Estte tranquilo, ests bien tapado. --iNo! --grit el padre de tal forma que la respuesta choc contra la pregunta, ech hacia atrs el cobertor con una fuerza tal que por un momento qued extendido en el aire y se puso de pie sobre la cama. Slo con una mano se apoyaba ligera mente en el techo. ---Queras taparme, lo s retoo mo, pero todava no estoy tapado, y aunque sea la ltima fuerza es suficiente para ti, demasiada para ti. iClaro que conozco a tu amigo! Sera el hijo que desea mi corazn, por eso tambin le has engaado duran- te todos estos aos. Por qu si no? Acaso crees que no he llorado por l? Precisamente por eso te encierras en tu oficina, el jefe est ocupado. Slo para poder escribir tus falsas cartitas a Rusia. Pero, afortunadamente, nadie tiene que dar lecciones al padre de cmo adivinar las intenciones del hijo. De la misma manera que ahora has creido haberle subyugado, subyugado de tal forma que podras sentarte con tu trasero sobre l y l no se movera, en ese momento mi seor hijo ha decidido casarse. Georg levant la mirada hacia el espectro de su padre. El amigo de San Petersburgo a quien de repente el padre conoca tan bien, se apoderaba de l como nunca hasta ahora. Le vio perdido en la lejana Rusia. Le vio en la puerta del negocio va co y desvalijado Entre las ruinas de las estanteras entre los gneros hechos jirones, entre los tubos de gas 23 que estaban cados, l permaneca todava erguido. Por qu haba tenido que irse tan lejos? --iPero mrame --grit el padre, - Georg corri, casi distrado, hacia la cama, con la intencin de comprenderlo todo,pero se qued parado a mitad de camino. --Porque ella se ha levantado las faldas ----comenz a hablar el padre---, porque se ha levantado as las faldas de cerda asquerosa --y para expresarlo plsticamente se levant el camisn tan alto que se vea sobre el muslo la cicatriz de sus aos de guerra--, porque se ha levantado as, y as las faldas, te has acercado a ella y, para poder gozar con ella sin que nadie molestase, has profanado la memoria de nuestra madre, has traicionado al amigo y has metido en la cama a tu padre para que no se pueda mover, pero puede moverse o no? Permaneca en pie sin apoyo alguno y lanzaba las piernas en todas las direcciones. sonrea con entusiasmo al comprenderlo todo. Georg estaba de pie en un rincn lo ms lejos posible del padre. Desde haca un rato haba decidido firmemente observarlo todo con exactitud, para no ser indirectamente sorprendido de alguna forma por detrs o desde arriba. Entonces se acord de nuevo de la decisin, ya haca rato olvidada, y volvi a olvidarla tan deprisa como se pasa un hilo corto a travs del ojo de una aguja. --No obstante el amigo no ha sido todava traicionado --grit el padre, y lo corroboraba su ndice movido de ac para all-- yo era su representante en este lugar. Georg no pudo evitar gritar: iComediante! Reconoci inmediatamente el dao y demasiado tarde, los ojos fijos se mordi la lengua hasta doblarse de dolor. --iSi, por supuesto que he representado una comedia! iComedia! iBuena palabra! Qu otro consuelo le quedaba al anciano padre viudo? Dime, y durante el momento que dure la respuesta s todava mi hijo vivo. Qu otra salida me quedaba en mi habitacin interior, perseguido por un personal infiel, viejo hasta los huesos? Y mi hijo iba con jbilo por la vida, ultimaba negocios que yo haba preparado, se retorca de la risa y pasaba ante su padre con el reservado rostro de un hombre de honor. Crees t que yo no te hubiese querido, yo, de quien saliste t? Ahora se inclinar hacia delante, pens Georg, si se cayese y se estrellase! Esta palabra se le pas por la cabeza como una centella. El padre se ech hacia delante, pero no se cay. Puesto que Georg no se acercaba como haba esperado, se irgui de nuevo. --iQudate donde ests, no te necesito! Piensas que tienes todava la fuerza suficiente para venir aqu, y solamente te contienes porque as lo deseas, iNo te equivoques! Todava soy el ms fuerte, iYo solo habra tenido quiz que retirarme pero as la madre me ha dado su fuerza, con tu amigo me ali mara- villosamente y a tu clientela la tengo aqu en el bolsillo! --ilncluso en el camisn tiene bolsillos! --se dijo Georg, y crey que con esta observacin podra hacerle quedar en ridculo ante todo el mundo. Pens en esto slo durante un momento, porque inmediatamente volva a olvidarlo todo. --iCulgate del brazo de tu novia y ven hacia m! iTe la barro de al lado y no sabes cmo! Georg haca muecas como si no pudiese creerlo. El padre slo asenta con la cabeza, ratificando la verdad de lo que deca y dirigindose al rincn en que se encontraba Georg. --iCmo me has divertido hoy cuando has venido y me has preguntado si debas contarle a tu amigo lo del compromiso! Si lo sabe todo, estpido, lo sabe todo! Yo le escriba porque olvidaste quitarme las cosas para escribir. Por eso ya no viene desde hace aos, lo sabe todo cien veces mejor que t mismo, tus cartas las arruga con la mano izquierda sin haberlas ledo, mientras que con la derecha se pone delante mis cartas para leerlas. De puro entusiasmo agitaba el brazo por encima de la cabeza. --iLo sabe todo mil veces mejor! --grit. --Diez mil veces ---dijo Georg con la intencin de burlarse de su padre, pero todava en su boca estas palabras adquirieron un tono profundamente serio. --iDesde hace aos estoy a la espera de que me vengas con esa pregunta! Crees que me preocupa alguna otra cosa? Crees que leo peridicos? iMira! Y tir a Georg un peridico que, de alguna forma, haba ido a parar a su cama. Un peridico viejo con un nombre que a Georg le era completamente desconocido. --iCunto tiempo has tardado en llegar a la madurez! Tuvo que morir tu madre, no lleg a ver el da de jbilo. El amigo perece en su Rusia, ya hace tres aos estaba amarillo de muerte, y yo, ya ves cmo me va a m, para eso tienes ojos. -Entonces me has espiado --grit Georg. El padre dijo como si tal cosa y en tono compasivo: --Probablemente eso queras haberlo dicho antes, ahora ya no viene a cuento. Y en voz ms alta: --Ahora ya sabes lo que haba adems de ti, hasta ahora no sabias ms que de ti mismo. Lo cierto es que fuiste un nio inocente, pero an ms ciertamente fuiste un hombre diablico. Por eso has de saber que yo te condeno a morir ahogado. Georg se sinti como expulsado de la habitacin, el golpe con el que el padre a su espalda haba cado sobre la cama resonaba todava en sus odos. En la escalera, por cuyos escalones bajaba tan deprisa como si se tratase de una rampa inclinada, sorprendi a la criada que estaba a punto de subir para arreglar el piso. -Jess! -grit, y se tap la cara con el delantal, pero l ya se haba ido. Sali del portal de un salto, el agua le atraa por encima de la calzada. Ya se asa firmemente a la baranda como un hambriento a la comida. Salt por encima como el excelente atleta que, para orgullo de sus padres, haba sido en sus aos juveniles. todava segua sujeto con las manos, que se iban do poco a poco, divis entre las barras de la baranda un mnibus 24 que cubrira con facilidad el ruido de su cada, exclam en voz baja: Queridos padres, siempre os he querido, y se dej caer. En ese momento atravesaba el puente un trfico verdaderamente interminable.

La colonia penitenciaria[Cuento: Texto completo.]Franz Kafka

-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y contempl con cierta admiracin el aparato, que le era tan conocido. El explorador pareca haber aceptado slo por cortesa la invitacin del comandante para presenciar la ejecucin de un soldado condenado por desobediencia e insulto hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el inters suscitado por esta ejecucin. Por lo menos en ese pequeo valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, slo se encontraban, adems del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostena la pesada cadena donde convergan las cadenitas que retenan al condenado por los tobillos y las muecas, as como por el cuello, y que estaban unidas entre s mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tena un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el momento de la ejecucin.El explorador no se interesaba mucho por el aparato y se paseaba detrs del condenado con visible indiferencia, mientras el oficial daba fin a los ltimos preparativos, arrastrndose de pronto bajo el aparato, profundamente hundido en la tierra, o trepando de pronto por una escalera para examinar las partes superiores. Fcilmente hubiera podido ocuparse de estas labores un mecnico, pero el oficial las desempeaba con gran celo, tal vez porque admiraba el aparato, o tal vez porque por diversos motivos no se poda confiar ese trabajo a otra persona.-Ya est todo listo! -exclam finalmente, y descendi de la escalera. Pareca extraordinariamente fatigado, respiraba con la boca muy abierta, y se haba metido dos finos pauelos de mujer bajo el cuello del uniforme.-Estos uniformes son demasiado pesados para el trpico -coment el explorador, en vez de hacer alguna pregunta sobre el aparato, como hubiera deseado el oficial.-En efecto -dijo ste, y se lav las manos sucias de aceite y de grasa en un balde que all haba-; pero para nosotros son smbolos de la patria; no queremos olvidarnos de nuestra patria. Y ahora fjese en este aparato -prosigui inmediatamente, secndose las manos con una toalla y mostrando aqul al mismo tiempo. Hasta ahora intervine yo, pero de aqu en adelante el aparato funciona absolutamente solo.El explorador asinti y sigui al oficial. ste quera cubrir todas las contingencias, y por eso dijo:-Naturalmente, a veces hay inconvenientes; espero que no los haya hoy, pero siempre se debe contar con esa posibilidad. El aparato debera funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay entorpecimientos, son sin embargo desdeables, y se los soluciona rpidamente. No quiere sentarse? -pregunt luego, sacando una silla de mimbre entre un montn de sillas semejantes, y ofrecindosela al explorador; ste no poda rechazarla. Se sent entonces; al borde de un hoyo estaba la tierra removida, dispuesta en forma de parapeto; del otro lado estaba el aparato.-No s -dijo el oficial- si el comandante le ha explicado ya el aparato.El explorador hizo un ademn incierto; el oficial no deseaba nada mejor, porque as poda explicarle personalmente el funcionamiento.-Este aparato -dijo, tomndose de una manivela. y apoyndose sobre ella- es un invento de nuestro antiguo comandante. Yo asist a los primersimos experimentos, y tom parte en todos los trabajos, hasta su terminacin. Pero el mrito del descubrimiento slo le corresponde a l. No ha odo hablar usted de nuestro antiguo comandante? No? Bueno, no exagero si le digo que casi toda la organizacin de la colonia penitenciaria es obra suya. Nosotros, sus amigos, sabamos aun antes de su muerte que la organizacin de la colonia era un todo tan perfecto, que su sucesor, aunque tuviera mil nuevos proyectos en la cabeza, por lo menos durante muchos aos no podra cambiar nada. Y nuestra profeca se cumpli; el nuevo comandante se vio obligado a admitirlo. Lstima que usted no haya conocido nuestro antiguo comandante. Pero -el oficial se interrumpi- estoy divagando, y aqu est el aparato. Como usted ve, consta de tres partes. Con el correr del tiempo, se generaliz la costumbre de designar a cada una de estas partes mediante una especie de sobrenombre popular. La inferior se llama la Cama, la de arriba el Diseador, y esta del medio, la Rastra.-La Rastra? -pregunt el explorador.No haba escuchado con mucha atencin; el sol caa con demasiada fuerza en ese valle sin sombras, apenas poda uno concentrar los pensamientos. Por eso mismo le pareca ms admirable ese oficial, que a pesar de su chaqueta de gala, ajustada, cargada de charreteras de adornos, prosegua con tanto entusiasmo sus explicaciones, y adems, mientras hablaba, apretaba aqu y all algn tornillo con un destornillador. En una situacin semejante a la del explorador pareca encontrarse el soldado. Se haba enrollado la cadena del condenado en torno de las muecas; apoyado con una mano en el fusil, cabizbajo, no se preocupaba por nada de lo que ocurra. Esto no sorprendi al explorador, ya que el oficial hablaba en francs, y ni el soldado ni el condenado entendan el francs. Por eso mismo era ms curioso que el condenado se esforzara por seguir las explicaciones del oficial. Con una especie de soolienta insistencia, diriga la mirada hacia donde el oficial sealaba, y cada vez que el explorador hacia una pregunta, tambin l, como el oficial, lo miraba.-S, la Rastra -dijo el oficial-, un nombre bien educado. Las agujas estn colocadas en ellas como los dientes de una rastra, y el conjunto funciona adems como una rastra, aunque slo en un lugar determinado, y con mucho ms arte. De todos modos, ya lo comprender mejor cuando se lo explique. Aqu, sobre la Cama, se coloca al condenado. Primero le describir el aparato, y despus lo pondr en movimiento. As podr entenderlo mejor. Adems, uno de los engranajes del Diseador est muy gastado; chirra mucho cuando funciona, y apenas se entiende lo que uno habla; por desgracia, aqu es muy difcil conseguir piezas de repuesto. Bueno, sta es la Cama, como decamos. Est totalmente cubierta con una capa de algodn en rama; pronto sabr usted por qu. Sobre este algodn se coloca al condenado, boca abajo, naturalmente desnudo; aqu hay correas para sujetarle las manos, aqu para los pies, y aqu para el cuello. Aqu, en la cabecera de la Cama (donde el individuo, como ya le dije, es colocado primeramente boca abajo), esta pequea mordaza de fieltro, que puede ser fcilmente regulada de modo que entre directamente en la boca del hombre, tiene la finalidad de impedir que grite o se muerda la lengua. Naturalmente, el hombre no puede alejar la boca del fieltro, porque la correa del cuello le quebrara las vrtebras.-Esto es algodn? -pregunt el explorador, y se agach.-S, claro -dijo el oficial riendo-; tquelo usted mismo.Cogi la mano del explorador, y se la hizo pasar por la Cama.-Es un algodn especialmente preparado, por eso resulta tan irreconocible; ya le hablar de su finalidad.El explorador comenzaba a interesarse un poco por el aparato; protegindose los ojos con la mano, a causa del sol, contempl el conjunto. Era una construccin elevada. La Cama y el Diseador tenan igual tamao, y pareca dos oscuros cajones de madera. El Diseador se elevaba unos dos metros sobre la Cama; los dos estaban unidos entre s, en los ngulos, por cuatro barras de bronce, que casi resplandecan al sol. Entre los cajones, oscilaba sobre una cinta de acero la Rastra.El oficial no haba advertido la anterior indiferencia del explorador, pero s not su inters naciente; por lo tanto interrumpi las explicaciones, para que su interlocutor pudiera dedicarse sin inconvenientes al examen de los dispositivos. El condenado imit al explorador; como no podra cubrirse los ojos con la mano, miraba hacia arriba, parpadeando.-Entonces, aqu se coloca al hombre -dijo al explorador, echndose hacia atrs en su silla, y cruzando las piernas.-S -dijo el oficial, corrindose la gorra un poco hacia atrs, y pasndose la mano por el rostro acalorado-, y ahora escuche. Tanto la Cama como el Diseador tienen bateras elctricas propias; la Cama la requiere para s, el Diseador para la Rastra. En cuanto el hombre est bien asegurado con las correas, la Cama es puesta en movimiento. Oscila con vibradores diminutos y muy rpidos, tanto lateralmente como verticalmente. Usted habr visto aparatos similares en los hospitales; pero en nuestra Cama todos los movimientos estn exactamente calculados; en efecto, deben estar minuciosamente sincronizados con los movimientos de la Rastra. Sin embargo, la verdadera ejecucin de la sentencia corresponde a la Rastra.-Cmo es la sentencia? -pregunt el explorador.-Tampoco sabe eso? -dijo el oficial, asombrado, y se mordi los labios-. Perdneme si mis explicaciones son tal vez un poco desordenadas: le ruego realmente que me disculpe. En otros tiempos, corresponda en realidad al comandante dar las explicaciones, pero el nuevo comandante rehye ese honroso deber; de todos modos, el hecho de que a una visita de semejante importancia -y aqu el explorador trat de restar importancia al elogio, con un ademn de las manos, pero el oficial insisti-, a una visita de semejante importancia ni siquiera se la ponga en conocimiento del carcter de nuestras sentencias, constituye tambin una inslita novedad, que... -Y con una maldicin al borde de los labios se contuvo y prosigui- ... Yo no saba nada, la culpa no es ma. De todos modos, yo soy la persona ms capacitada para explicar nuestros procedimientos, ya que tengo en mi poder -y se palme el bolsillo superior- los respectivos diseos preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.-Los diseos del comandante mismo? -pregunt el explorador-. Reuna entonces todas las cualidades? Era soldado, juez, constructor, qumico y dibujante?-Efectivamente -dijo el oficial, asintiendo con una mirada impenetrable y lejana.Luego se examin las manos; no le parecan suficientemente limpias para tocar los diseos; por lo tanto, se dirigi hacia el balde y se las lav nuevamente. Luego sac un pequeo portafolio de cuero, y dijo:-Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo del condenado, mediante la Rastra, la disposicin que l mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscriptas sobre el cuerpo de ste condenado -y el oficial seal al individuo- sern: HONRA A TUS SUPERIORES.El explorador mir rpidamente al hombre; en el momento en que el oficial lo sealaba, estaba cabizbajo y pareca prestar toda la atencin de que sus odos eran capaces, para tratar de entender algo. Pero los movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no entenda nada. El explorador hubiera querido formular diversas preguntas, pero al ver al individuo slo inquiri:-Conoce l su sentencia?-No -dijo el oficial, tratando de proseguir inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador lo interrumpi:-No conoce su sentencia?-No -repiti el oficial, callando un instante como para permitir que el explorador ampliara su pregunta-. Sera intil anuncirsela. Ya lo sabr en carne propia.El explorador no quera preguntar ms; pero senta la mirada del condenado fija en l, como inquirindole si aprobaba el procedimiento descrito. En consecuencia, aunque se haba repantigado en la silla, volvi a inclinarse hacia adelante y sigui preguntando:-Pero, por lo menos sabe que ha sido condenado?-Tampoco -dijo el oficial, sonriendo como si esperara que le hiciera otra pregunta extraordinaria.-No? -dijo el explorador y se pas la mano por la frente-, entonces el individuo tampoco sabe cmo fue conducida su defensa?-No se le dio ninguna oportunidad de defenderse -dijo el oficial y volvi la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergenza de or una explicacin de cosas tan evidentes.-Pero debe de haber tenido alguna oportunidad de defenderse -insisti el explorador, y se levant de su asiento.El oficial comprendi que corra el peligro de ver demorada indefinidamente la descripcin del aparato; por lo tanto, se acerc al explorador, lo tom por el brazo, y seal con la mano al condenado, que al ver tan evidentemente que toda la atencin se diriga hacia l, se puso en posicin de firme, mientras el soldado daba un tirn a la cadena.-Le explicar cmo se desarrolla el proceso -dijo el oficial-. Yo he sido designado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud. Porque yo era el consejero del antiguo comandante en todas las cuestiones penales, y adems conozco el aparato mejor que nadie. Mi principio fundamental es ste: la culpa es siempre indudable. Tal vez otros juzgados no siguen este principio fundamental, pero son multipersonales, y adems dependen de otras cmaras superiores. Este no es nuestro caso, o por lo menos no lo era en la poca de nuestro antiguo comandante. El nuevo ha demostrado, sin embargo, cierto deseo de inmiscuirse en mis juicios, pero hasta ahora he logrado mantenerlo a cierta distancia, y espero seguir logrndolo. Usted desea que le explique este caso particular; es muy simple, como todos los dems. Un capitn present esta maana la acusacin de que este individuo, que ha sido designado criado suyo, y que duerme frente a su puerta, se haba dormido durante la guardia. En efecto, tiene la obligacin de levantarse al sonar cada hora, y hacer la venia ante la puerta del capitn. Como se ve, no es una obligacin excesiva, y s muy necesaria, porque as se mantiene alerta en sus funciones, tanto de centinela como de criado. Anoche el capitn quiso comprobar si su criado cumpla con su deber. Abri la puerta exactamente a las dos, y lo encontr dormido en el suelo. Cogi la fusta, y le cruz la cara. En vez de levantarse y suplicar perdn a su superior por las piernas, lo sacudi y exclam: "Arroja ese ltigo, o te como vivo". Estas son las pruebas. El capitn vino a verme hace una hora, tom nota de su declaracin y dict inmediatamente la sentencia. Luego hice encadenar al culpable. Todo esto fue muy simple. Si primeramente lo hubiera hecho llamar, y lo hubiera interrogado, slo habran surgido confusiones. Habra mentido, y si yo hubiera querido desmentirlo, habra reforzado sus mentiras con nuevas mentiras y as sucesivamente. En cambio, as lo tengo en mi poder y no se escapar. Est todo aclarado? Pero el tiempo pasa, ya debera comenzar la ejecucin y todava no termin de explicarle el aparato.Oblig al explorador a que se sentara nuevamente, se acerc otra vez al aparato, y comenz:-Como usted ve, la forma de la Rastra corresponde a la forma del cuerpo humano; aqu est la parte del torso, aqu estn las rastras para las piernas. Para la cabeza, slo hay esta agujita. Le resulta claro?Se inclin amistosamente ante el explorador dispuesto a dar las ms amplias explicaciones.El explorador, con el ceo fruncido, consider la Rastra. La descripcin de los procedimientos judiciales no lo haba satisfecho. Deba hacer un esfuerzo para no olvidar que se trataba de una colonia penitenciaria, que requera medidas extraordinarias de seguridad, y donde la disciplina deba ser exagerada hasta el extremo. Pero, por otra parte, pensaba en el nuevo comandante que evidentemente proyectaba introducir, aunque poco a poco, un nuevo sistema de procedimientos; estrecha mentalidad que este oficial no poda prender. Estos pensamientos le hicieron preguntar:-El comandante asistir a la ejecucin?-No es seguro -dijo el oficial, dolorosamente impresionado por una pregunta tan directa, mientras su expresin amistosa se desvaneca-. Por eso mismo debemos darnos prisa. En consecuencia, aunque lo siento muchsimo, me ver obligado a simplificar mis explicaciones. Pero maana, cuando hayan limpiado nuevamente el aparato (su nica falla consiste en que se ensucia mucho), podr seguir explayndome con ms detalles. Reduzcmonos entonces por ahora a lo ms indispensable. Una vez que el hombre est acostado en la Cama, y sta comienza a vibrar, la Rastra desciende sobre su cuerpo. Se regula automticamente, de modo que apenas roza el cuerpo con la punta de las agujas; en cuanto se establece el contacto, la cinta de acero se convierte inmediatamente en una barra rgida. Y entonces empieza la funcin. Una persona que no est al tanto, no advierte ninguna diferencia entre un castigo y otro. La Rastra parece trabajar uniformemente. Al vibrar, rasga con la punta de las agujas la superficie del cuerpo, estremecido a su vez por la Cama. Para permitir la observacin del desarrollo de la sentencia, la Rastra ha sido construida de vidrio. La fijacin de las agujas en el vidrio origin algunas dificultades tcnicas, pero despus de diversos experimentos solucionamos el problema. Le dir que no hemos escatimado esfuerzos. Y ahora cualquiera puede observar, a travs del vidrio, cmo va tomando forma la inscripcin sobre el cuerpo. No quiere acercarse a ver las agujas?El explorador se levant lentamente, se acerc y se inclin sobre la Rastra.-Como usted ve -dijo el oficial-, hay dos clases de agujas, dispuestas de diferente modo. Cada aguja larga va acompaada por una ms corta. La larga se reduce a escribir, y la corta arroja agua, para lavar la sangre y mantener legible la inscripcin. La mezcla de agua y sangre corre luego por pequeos canalculos, y finalmente desemboca en este canal principal, para verterse en el hoyo, a travs de un cao de desage.El oficial mostraba con el dedo el camino exacto que segua la mezcla de agua y sangre. Mientras l, para hacer lo ms grfica posible la imagen, formaba un cuenco con ambas manos en la desembocadura del cao de salida, el explorador alz la cabeza y trat de volver a su asiento, tanteando detrs de s con la mano. Vio entonces con horror que tambin el condenado haba obedecido la invitacin del oficial para ver ms de cerca la disposicin de la Rastra. Con la cadena haba arrastrado un poco al soldado adormecido, y ahora se inclinaba sobre el vidrio. Se vea cmo su mirada insegura trataba de percibir lo que los dos seores acababan de observar, y cmo, faltndole la explicacin, no comprenda nada. Se agachaba aqu y all. Sin cesar, su mirada recorra el vidrio. El explorador trat de alejarlo, porque lo que haca era probablemente punible. Pero el oficial lo retuvo con una mano, con la otra cogi del parapeto un terrn, y lo arroj al soldado. Este se sobresalt, abri los ojos, comprob el atrevimiento del condenado, dej caer el rifle, hundi los talones en el suelo, arrastr de un tirn al condenado, que inmediatamente cay al suelo, y luego se qued mirando cmo se debata y hacia sonar las cadenas.-Pngalo de pie! -grit el oficial, porque advirti que el condenado distraa demasiado al explorador. En efecto, ste se haba inclinado sobre la Rastra, sin preocuparse mayormente por su funcionamiento, y slo quera saber qu ocurra con el condenado.-Trtelo con cuidado! -volvi a gritar el oficial.Luego corri en torno del aparato, cogi personalmente al condenado bajo las axilas, y aunque ste se resbalaba constantemente, con la ayuda del soldado lo puso de pie.-Ya estoy al tanto de todo -dijo el explorador, cuando el oficial volvi a su lado.-Menos de lo ms importante -dijo ste, tomndolo por un brazo y sealando hacia lo alto-. All arriba, en el Diseador, est el engranaje que pone en movimiento la Rastra; dicho engranaje es regulado de acuerdo a la inscripcin que corresponde a la sentencia. Todava utilizo los diseos del antiguo comandante. Aqu estn -y sac algunas hojas del portafolio del cuero-, pero por desgracia no puedo drselos para que los examine; son mi ms preciosa posesin. Sintese, yo se los mostrar desde aqu, y usted podr ver todo perfectamente.Mostr la primera hoja. El explorador hubiera querido hacer alguna observacin pertinente, pero slo vio lneas que se cruzaban repetida y labernticamente, y que cubran en tal forma el papel que apenas podan verse los espacios en blanco que las separaban.-Lea -dijo el oficial.-No puedo -dijo el explorador.-Sin embargo, est claro -dijo el oficial.-Es muy ingenioso -dijo el explorador evasivamente-, pero no puedo descifrarlo.-S -dijo el oficial, riendo y guardando nuevamente el plano-, no es justamente caligrafa para escolares. Hay que estudiarlo largamente. Tambin usted terminara por entenderlo, estoy seguro. Naturalmente, no puede ser una inscripcin simple; su fin no es provocar directamente la muerte, sino despus de un lapso de doce horas, trmino medio; se calcula que el momento crtico tiene lugar a la sexta hora. Por lo tanto, muchos, muchsimos adornos rodean la verdadera inscripcin; sta slo ocupa una estrecha faja en torno del cuerpo; el resto se reserva a los embellecimientos. Est ahora en condiciones de apreciar la labor de la Rastra, y de todo el aparato? Fjese! -y subi de un salto la escalera, e hizo girar una rueda-. Atencin, hgase a un lado!El conjunto comenz a funcionar. Si la rueda no hubiera chirriado, habra sido maravilloso. Como si el ruido de la rueda lo hubiera sorprendido, el oficial la amenaz con el puo, luego abri los brazos, como disculpndose ante el explorador, y descendi rpidamente, para observar desde abajo el funcionamiento del aparato. Todava haba algo que no andaba, y que slo l perciba; volvi a subir, busc algo con ambas manos en el interior del Diseador, se dej deslizar por una de las barras, en vez de utilizar la escalera, para bajar ms rpidamente, y exclam con toda su voz en el odo del explorador, para hacerse or en medio del estrpito:-Comprende el funcionamiento? La Rastra comienza a escribir; cuando termina el primer borrador de la inscripcin en el dorso del individuo, la capa de algodn gira y hace girar el cuerpo lentamente sobre un costado pera dar ms lugar a la Rastra. Al mismo tiempo, las partes ya escritas se apoyan sobre el algodn, que gracias a su preparacin especial contiene la emisin de sangre y prepara la superficie para seguir profundizando la inscripcin. Luego, a medida que el cuerpo sigue girando, estos dientes del borde de la Rastra arrancan el algodn de las heridas, lo arrojan al hoyo, y la Rastra puede proseguir su labor. As sigue inscribiendo, cada vez ms hondo, las doce horas. Durante las primeras seis horas, el condenado se mantiene casi tan vivo como al principio, slo sufre dolores. Despus de dos horas, se le quita la mordaza de fieltro, porque ya no tiene fuerzas para gritar. Aqu, en este recipiente calentado elctricamente, junto a la cabecera de la Cama, se vierte pulpa caliente de arroz, para que el hombre se alimente, si as lo desea, lamindola con la lengua. Ninguno desdea esta oportunidad. No s de ninguno, y mi experiencia es vasta. Slo despus de seis horas desaparece todo deseo de comer. Generalmente me arrodillo aqu, en ese momento, y observo el fenmeno. El hombre no traga casi nunca el ltimo bocado, slo lo hace girar en la boca, y lo escupe en el hoyo. Entonces tengo que agacharme, porque si no me escupira en la cara. Qu tranquilo se queda el hombre despus de la sexta hora! Hasta el ms estlido comienza a comprender. La comprensin se inicia en torno de los ojos. Desde all se expande. En ese momento uno deseara colocarse con l bajo la Rastra. Ya no ocurre ms nada; el hombre comienza solamente a descifrar la inscripcin, estira los labios hacia afuera, como si escuchara. Usted ya ha visto que no es fcil descifrar la inscripcin con los ojos; pero nuestro hombre la descifra con sus heridas. Realmente, cuesta mucho trabajo; necesita seis horas por lo menos. Pero ya la Rastra lo ha atravesado completamente y lo arroja en el hoyo, donde cae en medio de la sangre y el agua y el algodn. La sentencia se ha cumplido, y nosotros, yo y el soldado, lo enterramos.El explorador haba inclinado el odo hacia el oficial, y con las manos en los bolsillos de la chaqueta contemplaba el funcionamiento de la mquina. Tambin el condenado lo contemplaba, pero sin comprender. Un poco agachado, segua el movimiento de las agujas oscilantes; mientras tanto el soldado, ante una seal del oficial, le cort con un cuchillo la camisa y los pantalones por la parte de atrs, de modo que estos ltimos cayeron al suelo; el individuo trat de retener las ropas que se le caan, para cubrir su desnudez, pero el soldado lo alz en el aire y sacudindolo hizo caer los ltimos jirones de vestimenta. El oficial detuvo la mquina, y en medio del repentino silencio el condenado fue colocado bajo la Rastra. Le desataron las cadenas, y en su lugar lo sujetaron con las correas; en el primer instante, esto pareci significar casi un alivio para el condenado. Luego hicieron descender un poco ms la Rastra, porque era un hombre delgado. Cuando las puntas lo rozaron, un estremecimiento recorri su piel; mientras el soldado le ligaba la mano derecha, el condenado lanz hacia afuera la izquierda, sin saber hacia dnde, pero en direccin del explorador. El oficial observaba constantemente a este ltimo, de reojo, como si quisiera leer en su cara la impresin que le causaba la ejecucin que por lo menos superficialmente acababa de explicarle.La correa destinada a la mano izquierda se rompi; probablemente, el soldado la haba estirado demasiado. El oficial tuvo que intervenir, y el soldado le mostr el trozo roto de correa. Entonces el oficial se le acerc y con el rostro vuelto hacia el explorador dijo:-Esta mquina es muy compleja, a cada momento se rompe o se descompone alguna cosa; pero uno no debe permitir que estas circunstancias influyan en el juicio de conjunto. De todos modos, las correas son fcilmente sustituibles; usar una cadena; es claro que la delicadeza de las vibraciones del brazo derecho sufrir un poco.Y mientras sujetaba la cadena, agreg:-Los recursos destinados a la conservacin de la mquina son ahora sumamente reducidos. Cuando estaba el antiguo comandante, yo tena a m disposicin una suma de dinero con esa nica finalidad. Haba aqu un depsito, donde se guardaban piezas de repuesto de todas clases. Confieso que he sido bastante prdigo con ellas, me refiero a antes, no ahora, como insina el nuevo comandante, para quien todo es un motivo de ataque contra el antiguo orden. Ahora se ha hecho cargo personalmente del dinero destinado a la mquina, y si le mando pedir una nueva correa, me pide, como prueba, la correa rota; la nueva llega por lo menos diez das despus, y adems es de mala calidad, y no sirve de mucho. Cmo puede funcionar mientras tanto la mquina sin correas, eso no le preocupa a nadie.El explorador pens: Siempre hay que reflexionar un poco antes de intervenir decisivamente en los asuntos de los dems. l no era ni miembro de la colonia penitenciaria, ni ciudadano del pas al que sta perteneca. Si pretenda emitir juicios sobre la ejecucin o trataba directamente de obstaculizarla, podan decirle: "Eres un extranjero, no te metas". Ante esto no poda contestar nada, slo agregar que realmente no comprenda su propia actitud, y de ningn modo pretenda modificar los mtodos judiciales de los dems. Pero aqu se encontraba con cosas que realmente lo tentaban a quebrar su resolucin de no inmiscuirse. La injusticia del procedimiento y la inhumanidad de la ejecucin eran indudables. Nadie poda suponer que el explorador tena algn inters personal en el asunto, porque el condenado era para l un desconocido, no era compatriota suyo, y ni siquiera era capaz de inspirar compasin. El explorador haba sido recomendado por personas muy importantes, haba sido recibido con gran cortesa, y el hecho de que lo hubieran invitado a la ejecucin poda justamente significar que se deseaba conocer su opinin sobre el asunto. Esto pareca bastante probable, porque el comandante, como bien claramente acababan de expresarle, no era partidario de esos procedimientos, y su actitud ante el oficial era casi hostil.En ese momento oy el explorador un grito airado del oficial. Acababa de colocar, no sin gran esfuerzo, la mordaza de fieltro dentro de la boca del condenado, cuando este ltimo, con una nusea irresistible, cerr los ojos y vomit. Rpidamente el oficial le alz la cabeza, alejndola de la mordaza y tratando de dirigirla hacia el hoyo; pero era demasiado tarde, y el vmito se derram sobre la mquina.-Todo esto es culpa del comandante! -grit el oficial, sacudiendo insensatamente la barra de cobre que tena enfrente-. Me dejarn la mquina ms sucia que una pocilga -y con manos temblorosas mostr al explorador lo que haba ocurrido-. Durante horas he tratado de hacerle comprender al comandante que el condenado debe ayunar un da entero antes de la ejecucin. Pero nuestra nueva doctrina compasiva no lo quiere as. Las seoras del comandante visitan al condenado y le atiborran la garganta de dulces. Durante toda la vida se aliment con peces hediondos, y ahora necesita comer dulces. Pero en fin, podramos pasarlo por alto, yo no protestara, pero por qu no quieren conseguirme una nueva mordaza de fieltro, ya que hace tres meses que la pido? Quin podra meterse en la boca, sin asco, una mordaza que ms de cien moribundos han chupado y mordido?El condenado haba dejado caer la cabeza y pareca tranquillo; mientras tanto, el soldado limpiaba la mquina con la camisa del otro. El oficial se dirigi hacia el explorador, que tal vez por un presentimiento retrocedi un paso, pero el oficial lo cogi por la mano y lo llev aparte.-Quisiera hablar confidencialmente algunas palabras con usted -dijo este ltimo-. Me lo permite?-Naturalmente -dijo el explorador, y escuch con la mirada baja.-Este procedimiento judicial, y este mtodo de castigo, que usted tiene ahora oportunidad de admirar, no goza actualmente en nuestra colonia de ningn abierto partidario. Soy su nico sostenedor, y al mismo tiempo el nico sostenedor de la tradicin del antiguo comandante. Ya ni podra pensar en la menor ampliacin del procedimiento, y necesito emplear todas mis fuerzas para mantenerlo tal como es actualmente. En vida de nuestro antiguo comandante, la colonia estaba llena de partidarios; yo poseo en parte la fuerza de conviccin del antiguo comandante, pero carezco totalmente de su poder; en consecuencia, los partidarios se ocultan; todava hay muchos, pero ninguno lo confiesa. Si usted entra hoy, que es da de ejecucin, en la confitera, y escucha las conversaciones, tal vez slo oiga frases de sentido ambiguo. Esos son todos partidarios, pero bajo el comandante actual, y con sus doctrinas actuales, no me sirven absolutamente de nada. Y ahora le pregunto: le parece bien que por culpa de este comandante y sus seoras, que influyen sobre l, semejante obra de toda una vida -y seal la maquinaria- desaparezca? Podemos permitirlo? Aun cuando uno sea un extranjero, y slo haya venido a pasar un par de das en nuestra isla. Pero no podemos perder tiempo, porque tambin se prepara algo contra mis funciones judiciales; ya tienen lugar conferencias en la oficina del comandante, de las que me veo excluido; hasta su visita de hoy, seor, me parece formar parte de un plan; por cobarda, lo utilizan a usted, un extranjero, como pantalla. Qu diferencia era en otros tiempos la ejecucin! Ya un da antes de la ceremonia, el valle estaba completamente lleno de gente; todos venan slo para ver; por la maana temprano apareca el comandante con sus seoras; las fanfarrias despertaban a todo el campamento; yo presentaba un informe de que todo estaba preparado; todo el estado mayor -ningn alto oficial se atreva a faltar- se ubicaba en torno de la mquina; este montn de sillas de mimbre es un msero resto de aquellos tiempos. La mquina resplandeca, recin limpiada; antes de cada ejecucin me entregaban piezas nuevas de repuesto. Ante cientos de ojos -todos los asistentes en puntas de pie, hasta en la cima de esas colinas- el condenado era colocado por el mismo comandante debajo de la Rastra. Lo que hoy corresponde a un simple soldado, era en esa poca tarea ma, tarea del juez presidente del juzgado, y un gran honor para m. Y entonces empezaba la ejecucin. Ningn ruido discordante afectaba el funcionamiento de la mquina. Muchos ya no miraban; permanecan con los ojos cerrados, en la arena; todos saban: ahora se hace justicia. En ese silencio, slo se oan los suspiros del condenado, apenas apagados por el fieltro. Hoy la mquina ya no es capaz de arrancar al condenado un suspiro tan fuerte que el fieltro no pueda apagarlo totalmente; pero en ese entonces las agujas inscriptoras vertan un liquido cido, que hoy ya no nos permiten emplear. Y llegaba la sexta hora! Era imposible satisfacer todos los pedidos formulados para contemplarla desde cerca. El comandante, muy sabiamente, haba ordenado que los nios tendran preferencia sobre todo el mundo; yo, por supuesto, gracias a mi cargo, tena el privilegio de permanecer junto a la mquina; a menudo estaba en cuclillas, con un niito en cada brazo, a derecha e izquierda. Cmo absorbamos todos esa expresin de transfiguracin que apareca en el rostro martirizado, cmo nos babamos las mejillas en el resplandor de esa justicia, por fin lograda y que tan pronto desaparecera! Qu tiempos, camarada!El oficial haba evidentemente olvidado quin era su interlocutor; lo haba abrazado, y apoyaba la cabeza sobre su hombro. El explorador se senta grandemente desconcertado; inquieto, miraba hacia la lejana. El soldado haba terminado su limpieza, y ahora verta pulpa de arroz en el recipiente. Apenas la advirti el condenado, que pareca haberse mejorado completamente, comenz a lamer la papilla con la lengua. El soldado trataba de alejarlo, porque la papilla era para ms tarde, pero de todos modos tambin era incorrecto que el soldado metiera en el recipiente sus sucias manos, y se dedicara a comer ante el vido condenado.El oficial recobr rpidamente el dominio de s mismo.-No quise emocionarlo -dijo-, ya s que actualmente es imposible dar una idea de lo que eran esos tiempos. De todos modos, la mquina todava funciona, y se basta a s misma. Se basta a s misma, aunque se encuentra muy solitaria en este valle. Y al terminar, el cadver cae como antao dentro del hoyo, con un movimiento incomprensiblemente suave, aunque ya no se apian las muchedumbres como moscas en torno de la sepultura, como en otros tiempos. Antao tenamos que colocar una slida baranda en torno de la sepultura, pero hace mucho que la arrancamos.El explorador quera ocultar su rostro al oficial, y miraba en torno, al azar. El oficial crea que contemplaba la desolacin del valle; le cogi por lo tanto las manos, se coloco frente a l, para mirarlo en los ojos, y le pregunt:-Se da cuenta, qu vergenza?Pero el explorador call. El oficial lo dej un momento entregado a sus pensamientos; con las manos en las caderas, las piernas abiertas, permaneci callado, cabizbajo. Luego sonri alentadoramente al explorador, y dijo:-Yo estaba ayer cerca de usted cuando el comandante lo invit. O la invitacin. Conozco al comandante. Inmediatamente comprend el propsito de esta invitacin. Aunque su poder es suficientemente grande para tomar medidas contra m, todava no se atreve, pero ciertamente tiene la intencin de oponerme el veredicto de usted, el veredicto del ilustre extranjero. Lo ha calculado perfectamente: hace dos das que usted est en la isla, no conoci al antiguo comandante, ni su manera de pensar, est habituado a los puntos de vista europeos, tal vez se opone fundamentalmente a la pena capital en general y a estos tipos de castigo mecnico en particular; adems comprueba que la ejecucin tiene lugar sin ningn apoyo popular, tristemente, mediante una mquina ya un poco arruinada; considerando todo esto (as piensa el comandante), no sera entonces muy probable que desaprobara mis mtodos? Y si los desaprobara, no ocultara su desaprobacin (hablo siempre en nombre del comandante), porque confa ampliamente en sus bien probadas conclusiones. Es verdad que usted ha visto las numerosas peculiaridades de numerosos pueblos, y ha aprendido a apreciarlas, y por lo tanto es probable que no se exprese con excesivo rigor contra el procedimiento, como lo hara en su propio pas. Pero el comandante no necesita tanto. Una palabra cualquiera, hasta una observacin un poco imprudente le bastara. No hace siquiera falta que esa observacin exprese su opinin, basta que aparentemente corrobore la intencin del comandante. Que l tratar de sonsacarlo con preguntas astutas, de eso estoy seguro. Y sus seoras estarn sentadas en torno, y alzarn las orejas; tal vez usted diga: "En mi pas el procedimiento judicial es distinto" o "En mi pas se permite al acusado defenderse antes de la sentencia" o "En mi pas hay otros castigos, adems de la pena de muerte" o "En mi pas slo existi la tortura en la Edad Media". Todas stas son observaciones correctas y que a usted le parecen evidentes, observaciones inocentes, que no pretenden juzgar mis procedimientos. Pero como la tomar el comandante? Ya lo veo al buen comandante, veo cmo aparta su silla y sale rpidamente al balcn, veo a sus seoras, que se precipitan tras l como un torrente, oigo su voz (las seoras la llaman una voz de trueno) que dice: "Un famoso investigador europeo, enviado para estudiar el procedimiento judicial en todos los pases del mundo, acaba de decir que nuestra antigua justicia es inhumana. Despus de or el juicio de semejante personalidad, ya no me es posible seguir permitiendo este procedimiento. Por la tanto, ordeno que desde el da de hoy..." y as sucesivamente. Usted trata de interrumpirlo para explicar que no dijo lo que l pretende, que no llam nunca inhumano mi procedimiento, que en cambio su profunda experiencia le demuestra que es el procedimiento ms humano y acorde con la dignidad humana, que admira esta maquinaria... pero ya es demasiado tarde; usted no puede asomarse al balcn, que est lleno de damas; trata de llamar la atencin; trata de gritar; pero una mano de seora le tapa la boca... y tanto yo como la obra del antiguo comandante estamos irremediablemente perdidos.El explorador tuvo que contener una sonrisa; tan fcil era entonces la tarea que le haba parecido tan difcil. Dijo evasivamente:-Usted exagera mi influencia; el comandante ley mis cartas de recomendacin, y sabe que no soy ningn entendido en procedimientos judiciales. Si yo expresara una opinin, sera la opinin de un particular, en nada ms significativa que la opinin de cualquier otra persona, y en todo caso mucho menos significativa que la opinin del comandante, que segn creo posee en esta colonia penitenciaria prerrogativas extenssimas. Si la opinin de l sobre este procedimiento es tan hostil como usted dice, entonces me temo que haya llegado la hora decisiva para el mismo, sin que se requiera mi humilde ayuda.Lo haba comprendido ya el oficial? No, todava no lo comprenda. Mene enfticamente la cabeza, volvi brevemente la mirada hacia el condenado y el soldado, que se alejaron por instinto del arroz, se acerc bastante al explorador, lo mir no en los ojos, sino en algn sitio de la chaqueta, y le dijo ms despacio que antes:-Usted no conoce al comandante; usted cree (perdone la expresin) que es una especie de extrao para l y para nosotros; sin embargo, crame, su influjo no podra ser subestimado. Fue una verdadera felicidad para m saber que usted asistira solo a la ejecucin. Esa orden del comandante deba perjudicarme, pero yo sabr sacar ventaja de ella. Sin distracciones provocadas por falsos murmullos y por miradas desdeosas (imposibles de evitar si una gran multitud hubiera asistido a la ejecucin), usted ha odo mis explicaciones, ha visto la mquina, y est ahora a punto de contemplar la ejecucin. Ya se ha formado indudablemente un juicio; si todava no est seguro de algn pequeo detalle el desarrollo de la ejecucin disipar sus ltimas dudas. Y ahora elevo ante usted esta splica: Aydeme contra el comandante.El explorador no le permiti proseguir.-Cmo me pide usted eso -exclam-, es totalmente imposible! No puedo ayudarlo en lo ms mnimo, as como tampoco puedo perjudicarlo.-Puede -dijo el oficial; con cierto temor, el explorador vio que el oficial contraa los puos-. Puede -repiti el oficial con ms insistencia todava-. Tengo un plan, que no fallar. Usted cree que su influencia no es suficiente. Yo s que es suficiente. Pero suponiendo que usted tuviera razn, no sera de todos modos necesario tratar de utilizar toda clase de recursos aunque dudemos de su eficacia, con tal de conservar el antiguo procedimiento? Por lo tanto escuche usted mi plan. Ante todo es necesario para su xito que hoy, cuando se encuentre usted en la colonia, sea lo ms reticente posible en sus juicios sobre el procedimiento. A menos que le formulen una pregunta directa, no debe decir una palabra sobre el asunto; si lo hace, que sea con frases breves y ambiguas; debe dar a entender que no le agrada discutir ese tema, que ya est harto de l, que si tuviera que decir algo prorrumpira francamente en maldiciones. No le pido que mienta; de ningn modo; slo debe contestar lacnicamente, por ejemplo: "S, asist a la ejecucin" o "S, escuch todas las explicaciones". Slo eso, nada ms. En cuanto al fastidio que usted pueda dar a entender, tiene motivos suficientes, aunque no sean tan evidentes para el comandante. Naturalmente, ste comprender todo mal, y lo interpretar a su manera. En eso se basa justamente mi plan. Maana se realizar en la oficina del comandante, presidida por ste, una gran asamblea de todos los altos oficiales administrativos. El comandante, por supuesto, ha logrado convertir esas asambleas en un espectculo pblico. Hizo construir una galera, que est siempre llena de espectadores. Estoy obligado a tomar parte en las asambleas, pero me enferman de asco. Ahora bien, pase lo que pase, es seguro que a usted lo invitarn; si se atiene hoy a mi plan, la invitacin se convertir en una insistente splica. Pero si por cualquier motivo imprevisible no fuera invitado, debe usted de todos modos pedir que lo inviten; es indudable que as lo harn. Por lo tanto, maana estar usted sentado con las seoras en el palco del comandante. l mira a menudo hacia arriba, para asegurarse de su presencia. Despus de varias rdenes del da, triviales y ridculas, calculadas para impresionar al auditorio -en su mayora son obras portuarias, eternamente obras portuarias!-, se pasa a discutir nuestro procedimiento judicial. Si eso no ocurre, o no ocurre bastante pronto, por desidia del comandante, me encargar yo de introducir el tema. Me pondr de pie y mencionar que la ejecucin de hoy tuvo lugar. Muy breve, una simple mencin. Semejante mencin no es en realidad usual, pero no importa. El comandante me da las gracias, como siempre, con una sonrisa amistosa, y ya sin poder contenerse aprovecha la excelente oportunidad. "Acaban de anunciar -ms o menos as dir- que ha tenido lugar la ejecucin. Slo quisiera agregar a este anuncio que dicha ejecucin ha sido presenciada por el gran investigador que como ustedes saben honra extraordinariamente nuestra colonia con su visita. Tambin nuestra asamblea de hoy adquiere singular significado gracias a su presencia. No convendra ahora preguntar a este famoso investigador qu juicio le merece nuestra forma tradicional de administrar la pena capital, y el procedimiento judicial que la precede?" Naturalmente, aplauso general, acuerdo unnime, y mo ms que de nadie. El comandante se inclina ante usted, y dice: "Por lo tanto, le formulo en nombre de todos dicha pregunta". Y entonces usted se adelanta hacia la baranda del palco. Apoya las manos donde todos pueden verlas, porque si no se las cogern las seoras y jugarn con sus dedos. Y por fin se escucharn sus palabras. No s cmo podr soportar la tensin de la espera hasta ese instante. En su discurso no debe haber ninguna reticencia, diga la verdad a pleno pulmn, inclnese sobre el borde del balcn, grite, s, grite al comandante su opinin, su inconmovible opinin. Pero tal vez no le guste a usted esto, no corresponde a su carcter, o quiz en su pas uno se comporta diferentemente en esas ocasiones; bueno, est bien, tambin as ser suficientemente eficaz, no hace falta que se ponga de pie, diga solamente un par de palabras, susrrelas, que slo los oficiales que estn debajo de usted las oigan, es suficiente, no necesita mencionar siquiera la falta de apoyo popular a la ejecucin, ni la rueda que chirra, ni las correas rotas, ni el nauseabundo fieltro, no, yo me encargo de todo eso, y le aseguro que si mi discurso no obliga al comandante a abandonar el saln, lo obligar a arrodillarse y reconocer: "Antiguo comandante, ante ti me inclino". Este es mi plan; quiere ayudarme a realizarlo? Pero, naturalmente, usted quiere; an ms, debe ayudarme.El oficial cogi al explorador por ambos brazos, y lo mir en los ojos, respirando agitadamente. Haba gritado con tal fuerza las ltimas frases, que hasta el soldado y el condenado se haban puesto a escuchar; aunque no podan entender nada, haban dejado de comer y dirigan la mirada hacia el explorador, masticando todava.Desde el primer momento el explorador no haba dudado de cul deba ser su respuesta. Durante su vida haba reunido demasiada experiencia para dudar en este caso; era un persona fundamentalmente honrada y no conoca el temor. Sin embargo, contemplando al soldado y al condenado, vacil un instante. Por fin dijo lo que deba decir:-No.El oficial parpade varias veces, pero no desvi la mirada.-Desea usted una explicacin? -pregunt el explorador.El oficial asinti, sin hablar.-Desapruebo este procedimiento -dijo entonces el explorador-, aun desde antes que usted me hiciera estas confidencias (por supuesto que bajo ninguna circunstancia traicionar la confianza que ha puesto en m); ya me haba preguntado si sera mi deber intervenir, y si mi intervencin tendra despus de todo alguna posibilidad de xito. Pero saba perfectamente a quin deba dirigirme en primera instancia: naturalmente al comandante. Usted lo ha hecho ms indudable an, aunque confieso que no slo no ha fortalecido mi decisin, sino que su honrada conviccin ha llegado a conmoverme mucho, por ms que no logre modificar mi opinin.El oficial callaba; se volvi hacia la mquina, se tom de una de las barras de bronce, y contempl, un poco echado hacia atrs, el Diseador, como para comprobar que todo estaba en orden. El soldado y el condenado parecan haberse hecho amigos; el condenado haca seales al soldado, aunque sus slidas ligaduras dificultaban notablemente la operacin; el soldado se inclin hacia l; el condenado le susurr algo, y el soldado asinti.El explorador se acerc al oficial, y dijo:-Todava no sabe usted lo que pienso hacer. Comunicar al comandante, en efecto, lo que opino del procedimiento, pero no en una asamblea, sino en privado; adems, no me quedar aqu lo suficiente para asistir a ninguna conferencia; maana por la maana me voy, o por lo menos me embarco.No pareca que el oficial lo hubiera escuchado.-As que el procedimiento no lo convence -dijo ste para s, y sonri, como un anciano que se re de la insensatez de un nio, y a pesar de la sonrisa prosigue sus propias meditaciones-. Entonces, lleg el momento -dijo por fin, y mir de pronto al explorador con clara mirada, en la que se vea cierto desafo, cierto vago pedido de cooperacin.-Cul momento? -pregunt inquieto el explorador, sin obtener respuesta.-Eres libre -dijo el oficial al condenado, en su idioma; el hombre no quera creerlo-. Vamos, eres libre -repiti el oficial.Por primera vez, el rostro del condenado pareca realmente animarse. Sera verdad? No sera un simple capricho del oficial, que no durara ni un instante? Tal vez el explorador extranjero haba suplicado que lo perdonaran? Qu ocurra? Su cara pareca formular estas preguntas. Pero por poco tiempo. Fuera lo que fuese, deseaba ante todo sentirse realmente libre, y comenz a retorcerse en la medida que la Rastra se lo permita.-Me rompers las correas -grit el oficial-, qudate quieto. Ya te desataremos.Y despus de hacer una seal al soldado, pusieron manos a la obra. El condenado sonrea sin hablar, para s mismo, volviendo la cabeza ora hacia la izquierda, hacia el oficial, ora hacia el soldado, a la derecha; y tampoco olvid al explorador.-Scalo de all -orden el oficial al soldado.A causa de la Rastra. esta operacin exiga cierto cuidado. Ya el condenado, por culpa de su impaciencia, se habla provocado una pequea herida desgarrante en la espalda.Desde este momento, el oficial no le prest la menor atencin. Se acerc al explorador, volvi a sacar el pequeo portafolio de cuero, busc en l un papel, encontr por fin la hoja que buscaba, y la mostr al explorador.-Lea esto -dijo.-No puedo -dijo el explorador -, ya le dije que no puedo leer esos planos.-Mrelo con ms atencin, entonces -insisti el oficial, y se acerc ms al explorador, para que leyeran juntos.Como tampoco esto result de ninguna utilidad, el oficial trat de ayudarlo, siguiendo la inscripcin con el dedo meique, a gran altura, como si en ningn caso debiera tocar el plano. El explorador hizo un esfuerzo para mostrarse amable con el oficial, por lo menos en algo, pero sin xito. Entonces el oficial comenz a deletrear la inscripcin, y luego la ley entera.-"S justo", dice -explic-; ahora puede leerla.El explorador se agach sobre el papel, que el oficial, temiendo que lo tocara, alej un poco; el explorador no dijo absolutamente nada, pero era evidente que todava no haba conseguido leer una letra.-"Se justo", dice -repiti el oficial.-Puede ser -dijo el explorador-, estoy dispuesto a creer que as es.-Muy bien -dijo el oficial, por lo menos en parte satisfecho-, y trep la escalera con el papel en la mano; con gran cuidado lo coloc dentro del Diseador, y pareci cambiar toda la disposicin de los engranajes; era una labor muy difcil, seguramente haba que manejar rueditas muy diminutas; a menudo la cabeza del oficial desapareca completamente dentro del Diseador, tanta exactitud requera el montaje de los engranajes.Desde abajo, el explorador contemplaba incesantemente su labor, con el cuello endurecido, y los ojos doloridos por el reflejo del sol sobre el cielo. El soldado y el condenado estaban ahora muy ocupados. Con la punta de la bayoneta, el soldado pesc del fondo del hoyo la camisa y los pantalones del condenado. La camisa estaba espantosamente sucia, y el condenado la lav en el balde de agua. Cuando se puso la camisa y los pantalones, tanto el soldado como el condenado se rieron estrepitosamente, porque las ropas estaban rasgadas por detrs. Tal vez el condenado se crea en la obligacin de entretener al soldado, y con sus ropas desgarradas giraba delante de l; el soldado se haba puesto en cuclillas y a causa de la risa se golpeaba las rodillas. Pero trataban de contenerse, por respeto hacia los presentes.Cuando el oficial termin arriba con su trabajo, revis nuevamente todos los detalles de la maquinaria, sonriendo, pero esta vez cerr la tapa del Diseador, que hasta ahora haba estado abierta; descendi, mir el hoyo, luego al condenado, advirti satisfecho que ste haba recuperado sus ropas, luego se dirigi al balde, para lavarse las manos. Descubri demasiado tarde que estaba repugnantemente sucio, se entristeci porque ya no poda lavarse las manos, finalmente las hundi en la arena -este sustituto no le agradaba mucho, pero tuvo que conformarse-, luego se puso de pie y comenz a desabotonarse el uniforme. Le cayeron entonces en la mano dos pauelos de mujer que tena metidos debajo del cuello.-Aqu tienes tus pauelos -dijo, y se los arroj al condenado.Y explic al explorador:-Regalo de las seoras.A pesar de la evidente prisa con que se quitaba la chaqueta del uniforme, para luego desvestirse totalmente, trataba cada prenda de vestir con sumo cuidado; acarici ligeramente con los dedos los adornos plateados de su chaqueta, y coloc una borla en su lugar. Este cuidado pareca, sin embargo, innecesario, porque apenas terminaba de acomodar una prenda, inmediatamente, con una especie de estremecimiento de desagrado, la arrojaba dentro del hoyo. Lo ltimo que le qued fue su espadn y el cinturn que lo sostena. Sac el espadn de la vaina, lo rompi, luego reuni todos los trozos de espada, la vaina y el cinturn, y los arroj con tanta violencia que los fragmentos resonaron al caer en el fondo.Ya estaba desnudo. El explorador se mordi los labios y no dijo nada. Saba muy bien lo que iba a ocurrir, pero no tena ningn derecho de inmiscuirse. Si el procedimiento judicial, que tanto significaba para el oficial, estaba realmente tan prximo a su desaparicin -posiblemente como consecuencia de la intervencin del explorador, lo que para ste era una ineludible obligacin-, entonces el oficial haca lo que deba hacer; en su lugar el explorador no habra procedido de otro modo.Al principio, el soldado y el condenado no comprendan; para empezar, ni siquiera miraban. El condenado estaba muy contento de haber recuperada los pauelos, pero esta alegra no le dur mucho porque el soldado se los arranc, con un ademn rpido e inesperado. Ahora el condenado trataba de arrancarle a su vez los pauelos al soldado; ste se los haba metido debajo del cinturn, y se mantena alerta. As luchaban, medio en broma. Slo cuando el oficial apareci completamente desnudo, prestaron atencin. Sobre todo el condenado pareci impresionado por la idea de este asombroso trueque de la suerte. Lo que le haba sucedido a l, ahora le suceda al oficial. Tal vez hasta el final. Aparentemente, el explorador extranjero haba dado la orden. Por lo tanto, esto era la venganza. Sin haber sufrido hasta el fin, ahora sera vengado hasta el fin. Una amplia y silenciosa sonrisa apareci entonces en su rostro, y no desapareci ms. Mientras tanto, el oficial se dirigi hacia la mquina. Aunque ya haba demostrado con largueza que la comprenda, era sin embargo casi alucinante ver cmo la manejaba, y cmo ella le responda. Apenas acercaba una mano a la Rastra, sta se levantaba y bajaba varias veces, hasta adoptar la posicin correcta para recibirlo; toc apenas el borde de la Cama, y sta comenz inmediatamente a vibrar; la mordaza de fieltro se aproxim a su boca; se vea que el oficial hubiera preferido no ponrsela, pero su vacilacin slo dur un instante, luego se someti y acept la mordaza en la boca. Todo estaba preparado, slo las correas pendan a los costados, pero eran evidentemente innecesarias, no haca falta sujetar al oficial. Pero el condenado advirti las correas sueltas; como segn su opinin la ejecucin era incompleta si no se sujetaban las correas, hizo un gesto ansioso al soldado, y ambos se acercaron para atar al oficial. ste haba extendido ya un pie, para empujar la manivela que haca funcionar el Diseador; pero vio que los dos se acercaban, y retir al pie, dejndose atar con las correas. Pero ahora ya no poda alcanzar la manivela; ni el soldado ni el condenado sabran encontrarla, y el explorador estaba decidido a no moverse. No haca falta; apenas se cerraron las correas, la mquina comenz a funcionar; la Cama vibraba, las agujas bailaban sobre la piel, la Rastra suba y bajaba. El explorador mir fijamente, durante un rato; de pronto record que una rueda del Diseador hubiera debido chirriar; pero no se oa ningn ruido, ni siquiera el ms leve zumbido.Trabajando tan silenciosamente, la mquina pasaba casi inadvertida. El explorador mir hacia el soldado y el condenado. El condenado mostraba ms animacin, todo en la mquina le interesaba, de pronto se agachaba, de pronto se estiraba, y todo el tiempo mostraba algo al soldado con el ndice extendido. Para el explorador, esto era penoso. Estaba decidido a permanecer all hasta el final, pero la vista de esos dos hombres le resultaba insoportable.-Vuelvan a casa -dijo.El soldado estaba dispuesto a obedecerlo, pero el condenado consider la orden como un castigo. Con las manos juntas implor lastimeramente que le permitieran quedarse, y como el explorador meneaba la cabeza, y no quera ceder, termin por arrodillarse. El explorador comprendi que las rdenes eran intiles, y decidi acercarse y sacarlos a empujones. Pero oy un ruido arriba, en el Diseador. Alz la mirada. Finalmente habra decidido andar mal la famosa rueda? Pero era otra cosa. Lentamente, la tapa del Diseador se levant, y de pronto se abri del todo. Los dientes de una rueda emergieron y subieron; pronto apareci toda la rueda, como si alguna enorme fuerza en el interior del Diseador comprimiera las ruedas, de modo que ya no hubiera lugar para sta; la rueda se desplaz hasta el borde del Diseador, cay, rod un momento sobre el canto por la arena, y luego qued inmvil. Pero pronto subi otra, y otras la siguieron, grandes, pequeas, imperceptiblemente diminutas; con todas ocurra lo mismo, siempre pareca que el Diseador ya deba de estar totalmente vaco, pero apareca un nuevo grupo, extraordinariamente numeroso, suba, caa, rodaba por la arena y se detena. Ante este fenmeno, el condenado olvid por completo la orden del explorador, las ruedas dentadas lo fascinaban, siempre quera coger alguna, y al mismo tiempo peda al soldado que lo ayudara, pero siempre retiraba la mano con temor, porque en ese momento caa otra rueda que por lo menos en el primer instante lo atemorizaba.El explorador, en cambio, se senta muy inquieto; la mquina estaba evidentemente hacindose trizas; su andar silencioso ya era una mera ilusin. El extranjero tena la sensacin de que ahora deba ocuparse del oficial, ya que el oficial no poda ocuparse ms de s mismo. Pero mientras la cada de los engranajes absorba toda su atencin, se olvid del resto de la mquina; cuando cay la ltima rueda del Diseador, el explorador se volvi hacia la Rastra, y recibi una nueva y ms desagradable sorpresa. La Rastra no escriba, slo pinchaba, y la Cama no hacia girar el cuerpo, sino que lo levanta temblando hacia las agujas. El explorador quiso hacer algo que pudiera detener el conjunto de la mquina, porque esto no era la tortura que el oficial haba buscado sino una franca matanza. Extendi las manos. En ese momento la Rastra se elev hacia un costado con el cuerpo atravesado en ella, como sola hacer despus de la duodcima hora. La sangre corra por un centenar de heridas, no ya mezclada con agua, porque tambin los canalculos del agua se haban descompuesto. Y ahora fall tambin la ltima funcin; el cuerpo no se desprendi de las largas agujas; manando sangre, penda sobre el hoyo de la sepultara, sin caer. La Rastra quiso volver entonces a su anterior posicin, pero como si ella misma advirtiera que no se haba librado todava de su carga, permaneci suspendida sobre el hoyo.-Aydenme -grit el explorador al soldado y al condenado, y cogi los pies del oficial.Quera empujar los pies, mientras los otros dos sostenan del otro lado la cabeza del oficial, para desengancharlo lentamente de las agujas. Pero ninguno de los dos se decida a acercarse; el condenado termin por alejarse; el explorador tuvo que ir a buscarlos y empujarlos a la fuerza hasta la cabeza del oficial. En ese momento, casi contra su voluntad, vio el rostro del cadver. Era como haba sido en vida; no se descubra en l ninguna seal de la prometida redencin; lo que todos los dems haban hallado en la mquina, el oficial no lo haba hallado; tena los labios apretados, los ojos abiertos, con la misma expresin de siempre, la mirada tranquila y convencida; y atravesada en medio de la frente la punta de la gran aguja de hierro.Cuando el explorador lleg a las primeras casas de la colonia, seguido por el condenado y el soldado, ste le mostr uno de los edificios y le dijo:-Esa es la confitera.En la planta baja de una casa haba un espacio profundo, de techo bajo, cavernoso, de paredes y cielo raso ennegrecidos por el humo. Todo el frente que daba a la calle estaba abierto. Aunque esta confitera no se distingua mucho de las dems casas de la colonia, todas en notable mal estado de conservacin (aun el palacio donde se alojaba el comandante), no dej de causar en el explorador una sensacin como de evocacin histrica, al permitirle vislumbrar la grandeza de los tiempos idos. Se acerc y entr, seguido por sus acompaantes, entre las mesitas vacas, dispuestas en la calle frente al edificio, y respir el aire fresco y cargado que provena del interior.-El viejo est enterrado aqu -dijo el soldado-, porque el cura le neg un lugar en el camposanto. Dudaron un tiempo dnde lo enterraran, finalmente lo enterraron aqu. El oficial no le cont a usted nada, seguramente, porque sta era, por supuesto, su mayor vergenza. Hasta trat varias veces de desenterrar al viejo, de noche, pero siempre lo echaban.-Dnde est la tumba? -pregunt el explorador, que no poda creer lo que oa.Inmediatamente, el soldado y el condenado le mostraron con la mano dnde deba de encontrarse la tumba. Condujeron al explorador hasta la pared; en torno de algunas mesitas estaban sentados varios clientes. Aparentemente eran obreros del puerto, hombres fornidos, de barba corta, negra y luciente. Todos estaban sin chaqueta, tenan las camisas rotas, era gente pobre y humilde. Cuando el explorador se acerc, algunos se levantaron, se ubicaron junto a la pared, y lo miraron.-Es un extranjero -murmuraban en torno de l-, quiere ver la tumba.Corrieron hacia un lado una de las mesitas, debajo de la cual se encontraba realmente la lpida de una sepultura. Era una lpida simple, bastante baja, de modo que una mesa poda cubrirla. Mostraba una inscripcin de letras diminutas; para leerlas, el explorador tuvo que arrodillarse. Deca as: "Aqu yace el antiguo comandante. Sus partidarios, que ya deben de ser incontables, cavaron esta tumba y colocaron esta lpida. Una profeca dice que despus de determinado nmero de aos el comandante resurgir, desde esta casa conducir a sus partidarios para reconquistar la colonia. Crean y esperen!" Cuando el explorador termin de leer y se levant, vio que los hombres se rean, como si hubieran ledo con l la inscripcin, y sta les hubiera parecido risible, y esperaban que l compartiera esa opinin. El explorador simul no advertirlo, les reparti algunas monedas, esper hasta que volvieran a correr la mesita sobre la tumba, sali de la confitera y se encamin hacia el puerto.El soldado y el condenado haban encontrado algunos conocidos en la confitera, y se quedaron conversando. Pero pronto se desligaron de ellos, porque cuando el explorador se encontraba por la mitad de la larga escalera que descenda hacia la orilla, lo alcanzaron corriendo. Probablemente queran pedirle a ltimo momento que los llevara consigo. Mientras el explorador discuta abajo con un barquero el precio del transporte hasta el vapor, se precipitaron ambos por la escalera, en silencio, porque no se atrevan a gritar. Pero cuando llegaron abajo, el explorador ya estaba en el bote, y el barquero acababa de desatarlo de la costa. Todava podan saltar dentro del bote, pero el explorador alz del fondo del barco un cable pesado, los amenaz con l y evit que saltaran.