Contratiempo 128 - Noviembre 2015

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1 CHICAGO, ILLINOIS, NOVIEMBRE 2015 NÚMERO 128 1 A CIEN AÑOS DE LA METAMORFOSIS Pink Line Dreams 51 Festival Internacional de Cine de Chicago Play, de Luis Alejandro Ordóñez

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En 2015, se cumplen cien años de la primera publicación de La Metamorfosis, de Franz Kafka. Obra cumbre del expresionismo literario y publicada en plena Guerra Mundial, la novela bien pronto trasciende a esa corriente y a su tiempo, y se convierte en una obra universal. La Metamorfosis, junto con El proceso y El castillo introducen el concepto de lo kafkiano como el absurdo de un mundo crecientemente gobernado, regulado y burocratizado, y de la angustia del ser humano frente al sin sentido de esos mecanismos. No olvidemos que Gregorio Samsa, antes de su transformación, es un viajante comercial, una profesión que convoca las imágenes de anonimato, angustia y falta de propósito.

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CHICAGO, ILLINOIS, NOVIEMBRE 2015 NÚMERO 128

1A CIEN AÑOS DE

LA METAMORFOSISPink Line Dreams

51 Festival Internacional de Cine de Chicago

Play, de Luis Alejandro Ordóñez

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Son contados los escritores cuya obra haya pe-netrado de tal manera la cultura universal, que su nombre, o el nombre de algún personaje que hayan creado se haya convertido en un adjetivo de uso común. Los adjetivos dantesco, quijotesco o kafkiano aún sin remitirnos necesariamente a Dante Alighieri, Cervantes, o Franz Kafka, nos revelan la contunden-cia de obras que sobreviven al paso del tiempo.

En 2015, se cumplen cien años de la primera pu-blicación de La Metamorfosis, de Franz Kafka. Obra cumbre del expresionismo literario y publicada en plena Guerra Mundial, la novela bien pronto tras-ciende a esa corriente y a su tiempo, y se convierte en una obra universal.

La Metamorfosis, junto con El proceso y El castillo introducen el concepto de lo kafkiano como el absurdo de un mundo crecientemente gobernado,

regulado y burocratizado, y de la angustia del ser humano frente al sin sentido de esos mecanis-mos. No olvidemos que Gregorio Samsa, antes de su transformación, es un viajante comercial, una profesión que convoca las imágenes de anonimato, angustia y falta de propósito.

La catedrática mexicana Angelina Muñiz Huberman coordina un excelente dossier, cuya amplitud nos lleva a repartir sus contenidos en dos secciones, Dossier y Deshoras, para que el lector aprecie ambas vertientes de un nuevo análisis sobre una obra inagotable.

Junto con ello, celebramos el trabajo del colectivo de mujeres artistas Mujeres Mutantes, damos la bienvenida en nuestras páginas al poeta mexicano Emilio Mendoza de la Fuente, y reseña-mos algunas cintas del 51 Festival Internacional de Cine de Chicago.

NOVIEMBRE 2015 • NÚMERO 128

TIEMPO EXTRA3 Poemas de Emilio Mendoza de la Fuente:Invierno PrimaveraVeranoOtoño

4 Play: El agudo sarcasmo de Luis Alejandro OrdóñezGerardo Cárdenas

5 Poto y Cabengo: Un lenguaje único para las dos José de María Romero Barea

6 Burning BluebeardTanya Victoria

7 Rectas y curvas: La delgada línea amarilla de Celso GarcíaGerardo Cárdenas

8 Utopias agónicas del liberalismo: Felicidad infinitaMarco Escalante

10 ContrafotoArturo RichardsonContrafotoSantiago Weksler

MIRADA CÓMPLICE12 Pink line dreams: El arte urbano de Mujeres MutantesCatalina María Johnson

DOSSIER14 Cien años de La MetamorfosisAngelina Muñiz -Huberman

16 El abogado y Josef K.Rodrigo Jardón Herrera

19 Sobre el Proceso de Kafka y Bartleby, el escribiente de Melville: La crisis de la individualidadMartín Peralta Castillo

20 La estructura interna del laberinto: El proceso de KafkaAdrián Soto

DESHORAS21 La religión de los númerosGabriela Lira Rosiles

22 Mar lejanoRodrigo Jardón Herrera

23 Los días tras sus sombrasMartín Peralta Castillo

24 La fila de esperaMiguel Ángel Morales

27 El carceleroAdrián Soto

contratiempoDIRECTIVAGerardo Cárdenas, Jochy Herrera, Moira Pujols, Helen Valdez, Ellen Wadey Placey

DIRECTORA EJECUTIVAMoira Pujols

DIRECTOR EDITORIALGerardo Cárdenas

DIRECTORA DE ARTE / PORTADAOlivia Liendo

CONSEJO EDITORIALAndrea Ojeda, Catalina María Johnson, Gerardo Cárdenas, Julio Rangel, Luis Alejandro Ordóñez, Marcopolo Soto, Noelia Cruz, Olivia Liendo, Kim Potowski, Rafael Franco, Rey Emmanuel Andújar, Stephanie Manríquez, Verónica Lucuy Alandia

COLABORADORESArturo Richardson, CHema Skandal!, Febronio Zatarain, Ignacio Guevara, Jochy Herrera, Jorge Frisancho, Marco Escalante

DISTRIBUCIÓNSouth Side Weekly

La revista contratiempo es una publicación gratuita que se imprime y distribuye diez veces por año a la comunidad hispanohablante de Chicago

contratiempo is grateful for the past and

present support of The Chicago Community

Trust, the Richard Driehaus Foundation,

the Field Foundation of Illinois, the Illinois

Humanities Council, the Illinois Arts Council,

the City of Chicago Department of Cultural

Affairs, the International Connections Fund

of the MacArthur Foundation and individual,

institutional and corporate donors, and

the contribution of writers, artists and

volunteers who make our work possible

© contratiempo nfp1900 South Carpenter, Chicago IL 60608. (312) 427 5450

INFORMACIÓN SOBRE LA REVISTA, PUBLICIDAD O SUSCRIPCIONES: [email protected]ÍO DE COLABORACIONES:Gerardo Cárdenas [email protected]ÍO DE ILUSTRACIONES Y FOTOGRAFÍAS:Olivia Liendo [email protected]

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POESÍA

Emilio Mendoza de la Fuente, Ciudad de México, 1963, ha publicado el libro de relatos Distraer al destino y otros relatos y el poemario Rastros de tinta (Abismos Casa Editorial, México, 2015). Los versos seleccionados aquí pertenecen a éste últi-mo libro y han sido publicados con permiso de Abismos Casa Editorial.

Ilustración de Carolina González

Primavera

Primera lluvia

lagunas en la acera

descansa el agua.

Alfombra lila

jacaranda que duerme

cubre la acera.

Verano

Fuentes que cantan

agua, mármol, cantera

sonríe el parque.

Fonda de esquina

repetidas delicias

urbano oasis.

Otoño

Luz que atraviesa

árboles de ocres hojas

un viejo parque.

Árbol sin hojas

ver su tronco, sus ramas

su desnudez.

Invierno

Jardín de invierno

las nochebuenas hablan

suaves murmullos.

Luz en la sombra

el farol ilumina

una noche invernal.

Haikus de Emilio Mendoza de la Fuente

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CRÍTICA

E l sarcasmo es el arma más letal del inteligente, y el único recurso de quien mira desde afuera. Carlyle lo definió como el lenguaje del diablo

pero el diablo siempre juega con ventaja; quien usa el sarcasmo suele jugar con des-ventaja. La rapidez mental y agudeza mental le viene como al tenista que acorralado con-tra su línea de base logra meter una dejadita en tierra de nadie.

En Play (Ars Communis Editorial/Colección Ríolago, Chicago, 2015), el escritor venezolano Luis Alejandro Ordóñez (Boston, 1973) plantea cinco narraciones, de ritmo vertiginoso donde el sarcasmo impera. Este elemento es central especialmente en las primeras cuatro narracio-nes donde la narración es en primera persona: el narrador ve el mundo de una cierta manera, y la observación o comentario sarcástico suele revelar su visión de las cosas.

Los protagonistas de los cuatro primeros relatos –“Chavela”, “La Nacha”, “Vitalicio” y “Érika Garú”—son outsiders. Miran el mundo desde el otro lado de un aparador y, cuando participan en él, son golpeados por la virulen-cia de los hechos. Observan y entienden pero no pueden incidir en el mundo y, cuando lo hacen, especialmente en un relato como “Chavela”, desatan tormentas de las cuales son las primeras víctimas. El sarcasmo es su refugio, la observación irónica del mundo su única alternativa.

Ordóñez sabe llevar de la mano al lector por esos vericuetos: hechos aparentemente anodinos que se van encadenando para formar una avalancha; o nudos que se desatan en la confusión y la ambigüedad.

Por debajo de esto, en relatos como “Cha-vela”, “Vitalicio” y “Érika Garú” subyace una advertencia del autor que el lector inteligente o sarcástico sabrá apreciar: el imperio de los medios electrónicos y las redes sociales que en-vuelven a las personas en sus propias dinámi-cas, y les quitan autonomía y libre albedrío.

No en vano Ordóñez titula el volumen Play. Al pulsar el botón de play en cualquier plataforma mediática, se desarrolla muchas veces un drama: reputaciones destruidas, ridículos universales repetidos una, y otra, y otra vez. La generalización e individuación de los medios, así como por un lado pueden alentar una creatividad sin límites, por el otro, en su lado oscuro, quitan a la persona toda posibilidad de controlar su narrativa. El play muestra realidades en su mejor o peor ejecución, pero retira frecuentemente el contexto que pasa a no importar más.

El planteamiento del autor es que la ironía, el sarcasmo, y la distancia son los únicos re-medios para la epidemia del play. Pero no son remedios inmediatos, requieren de un prolon-gado alejamiento de la escena pública; y no son totales. La redención tras la destrucción provo-cada por el play es siempre parcial y limitada. Al personaje, a nosotros, no nos queda otro remedio que la distancia, el posicionamiento perenne del otro lado del mostrador, tras la vitrina, y de ser posible a la sombra.

Dice el protagonista de “Chavela”:

“Si gugleas mi nombre, el retrato que obtendrás de mí sigue siendo el mismo. El video en YouTube encabeza los resultados y condiciona el resto. A pocas personas les interesa que yo existiera antes de que el video fuese colgado. La grabación borró para siempre cualquier rastro previo de mi vida…”.

Dice el protagonista de “Vitalicio”:

“Mi plan era sencillo: hacer la del avestruz. No tengo recursos para desaparecer, entonces lo mejor es mos-trar mi cara por un tiempo a ver si se olvidan del asun-to antes de que vengan a buscarme en el sitio donde siempre he estado”.

Actos y consecuencias pú-blicos, destrucción, desastre, y el vano intento por desapare-cer. Jugando con los sentidos de la palabra en inglés, play nunca es juego, sino ejecu-ción, acción irreversible.

Cierra Ordóñez su volu-men con una diversión: el play adopta otra versión de sí mismo que es la musical, y lo hace para enmarcar un cuento ubicado en el terre-no del absurdo, el de una operación de cirugía estética llevada al extremo de lo im-posible y del desquiciamien-to. Si bien el contraste es

fuerte con los cuatro relatos previos, el autor no pierde sus señas de identidad: la ironía y el sarcasmo marcan el camino, y al tiempo constituyen el refugio.

Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, es director editorial de contratiempo.

Play: El agudo sarcasmo de Luis Alejandro OrdóñezGerardo Cárdenas

Portada de Play,Ars Communis Editorial

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CRÍTICA

que las reconoce/ en la línea de sus huellas”. Para la poeta Alejandra Vanessa (Córdoba,

1981), el lenguaje no es un modo de referirse a un mundo de objetos, sino un medio de la conciencia. Su poesía depende de la total implicación del inconsciente del lector. La autora de Colegio de monjas (mención espe-cial del Premio Andalucía Joven de Poesía 2004) logra construir en Poto y Cabengo (Val-paraíso ediciones, 2015), un retrato cubista o una biografía sesgada, la de las niñas Grace y Virginia Kennedy, dos gemelas que usan un lenguaje secreto inventado por ellas, “un lenguaje único para las dos”.

La escritura, de aparente sencillez, es com-pleja. Los juegos de palabras se suceden. Dop-pelgängers acechan por todas partes (“Alejandra sabe cómo se llama (…) / El lenguaje se hace fuerte contra ella”). Los padres van y vienen: el señor Kennedy, con el que “no hay conversa-ción. No hay. Nada”; la señora Christine y “sus manos castigadas por el miedo”. Los lugares son estados de ánimo (“pupitre, castigo, nostal-gia, merienda”); la libertad se abre paso a través de los deseos contradictorios: las niñas buscan un hogar para escapar; solo están seguras de sus dudas (“No. Nunca. No. Puedo”).

En Poto y Cabengo, la escritura se esfuerza por reformar las convenciones literarias a tra-vés de la (ausencia de) sintaxis, el (ab) uso del lenguaje, el sentido del sinsentido. Gertrude Stein declaró una vez: “Nadie está por delante de su tiempo”. Andy Warhol apostilló: “Soy una parte muy importante de mi época, de mi cultura, tan parte de ella como la televisión”. En su último poemario, Alejandra Vanessa lo-gra alinearse con “el tiempo/ cuánto tiempo, del tiempo, / ni idea”.

José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural.

E n el poemario, las gemelas Grace y Virginia viven en una continua tensión y liberación (“el miedo las une. El lenguaje las separa”).

El personaje de Alejandra “se desprende del lenguaje/ como la piel del hueso”. Los significados luchan contra los significantes, las rimas internas contra las externas, el ingenio se alía con la inocencia, como en un libro para adultos leído por un niño en voz alta, donde “las cosas aguardan el instante

Poto y Cabengo: un lenguaje único para las dosJosé de María Romero Barea

Portada de Poto y Cabengo, Valparaíso Ediciones

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ESCENA

L a compañía de teatro The Hypo-crites da la bienvenida en su casa del Den Theatre al colectivo The Ruffians, un grupo formado por

payasos, mimos, bailarines, dramaturgos, di-rectores, diseñadores y actores, y que presen-ta una ingeniosa puesta en escena de Burning Bluebeard, pieza de Jay Torrence.

Esta obra está basada en el trágico incendio del Teatro Iroquois, el cual representaba la opulencia de los teatros estadounidenses del cambio del siglo XIX al XX. El incendio ocurrió en Chicago, el 30 de diciembre 30 de 1903 a las tres de la tarde, y en él murieron alrededor de 600 personas, entre los cuales muchos eran niños que ya estaba sentados en las butacas para ver la matinée del musical Barba Azul, una adaptación del cuento de los hermanos Grimm. La versión infantil tiene un final feliz en donde las siete esposas de Barba Azul regre-san milagrosamente de la muerte.

En esa época Chicago era una ciudad que estaba creciendo a grandes pasos, tras la des-trucción causada por el gran incendio de 1871. El incendio del Iroquois fue un acontecimien-to devastador para la ciudad. El siniestro fue resultado de muchos errores que pudieron evitarse, incluyendo puertas de emergencia bloqueadas y señales de salida que no eran visibles por estar escondidas detrás de in-mensas y pesadas cortinas. Ese día se habían admitido en el recinto a casi mil 750 perso-nas, muchas más que la capacidad normal del teatro. Fue a raíz de ese incendio que se refor-maron varios códigos de seguridad, tanto en Chicago como en el resto del país.

El musical Barba Azul se convirtió en un recuerdo amargo para Estados Unidos en general y Chicago en particular. Burning Bluebeard es una pieza oscura que es contada por mimos al estilo vaudeville; es un libreto sumamente ingenioso, y que ya habían inter-pretado con éxito de crítica notable Neo-Futurarium en 2011 y The Ruffians en 2014.

En Burning Bluebeard, seis payasos que mueren en el incendio del teatro Iroquois resurgen de las cenizas, como si hubieran sido condenados a regresar al escenario para realizar su acto de pantomima en Navidad. Los payasos deben contar su historia una y otra vez hasta lograr un final feliz y evitar el trágico incendio que les quitó la vida.

El dramaturgo Jay Torrence, quien también es parte del elenco actoral, describe Burning Bluebeard como una historia abrumadora que destruye la expectativa de felicidad de las fiestas decembrinas, tal y como ocurrió

durante la tragedia de 1903. Es por ello que ahora se presenta en la misma fecha, con una función especial de matiné programada para las tres de la tarde del 30 de diciembre; esta es la forma en que Torrence honra a los desapa-recidos del incendio.

Burning Bluebeard se presenta del 19 de no-viembre del presente año hasta el 10 de enero de 2016 el Main Stage del Den Theatre, 1329 N. Milwaukee Avenue, en el área de Wicker Park. La producción contará con dos actuaciones el

30 de diciembre, cuando se cumple el 112 ani-versario de la tragedia: la matiné de las 3 pm, y una segunda función a las 8 pm.

Para más informes, visitar http://www.the-hypocrites.com, o llamar al 773-525-5991.

Tanya Victoria escribe sobre teatro y reside en el área de Chicago

The Ruffians: Burning BluebeardTanya Victoria

Burning BluebeardFoto: Evan Hanover.

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CINE

L as metáfora y analogías son inevita-bles: la vida es una carretera que tiene rectas y curvas. Por el camino, todos buscamos algo que se nos ha perdido.

Las malas noticias surgen de pronto, a la vuelta de una curva. Alguien se sacrifica para que los demás sigan su vida.

Con todos estos elementos podría estable-cerse una narrativa cursi y predecible. O crear una historia cuya sencillez deslumbra, y cuyos elementos artísticos atrapan. Esto último es el largometraje La delgada línea amarilla, del mexicano Celso García, producida por su compatriota Guillermo del Toro, y que tuvo su premiére estadounidense en el marco del 51 Festival Internacional de Cine de Chicago.

La cinta es el primer largometraje de García (Ciudad de México, 1976). Al serlo, es notable el cuidado del guión, que también en suyo, y de la producción. Este bautismo viene apuntalado por Del Toro, y por la sólida, impecable actua-ción de Damián Alcázar, posiblemente el mejor actor mexicano de estos tiempos.

La anécdota es sencilla: cinco hombres son contratados para trazar la raya divisora entre los dos carriles de una carretera regional, en algún punto indeterminado de la geografía mexicana. A lo largo de los 217 kilómetros entre el punto de partida y el punto de llega-da, estos hombres deben trabajar de forma coordinada para trazar una raya amarilla im-pecable, y para protegerse contra la imprevisi-bilidad de los pocos automóviles y autobuses que circulan por esa carretera.

Cada uno de sus hombres es un ser mar-cado por la pérdida: la pérdida de la pareja, de un hijo, de un hermano, de un trabajo, de la libertad, o inclusive de la salud. Cada uno debe excavar dentro de sí mismo para encontrarle sentido a vidas que son como carreteras sin raya divisoria.

Es a lo largo del camino, en la refriega de un trabajo monótono pero peligroso, que los hombres van contándose sus historias, ante la mirada y el silencio frecuente de su capataz Toño (Alcázar), y las penetrantes preguntas del joven Pablo (Américo Hollander).

En algún punto del recorrido, cuando la carretera aún es recta, se les une un perro que ha sufrido también su propia pérdida, la del abandono de parte de sus amos.

Es cuando llegan las lluvias, y comienzan las curvas, en que los personajes deben lograr de-finiciones, y en que lo imprevisible, lo acciden-tal, se apodera de la acción. El paisaje marca el drama de la acción. La carretera amenaza y está llena de puntos ciegos. La tragedia sobreviene,

y al mismo tiempo libera. Hay una pérdida final, un sacrificio de raíces casi bíblicas, que permite que los demás compañeros reanuden su búsqueda pero con un nuevo sentido de propósito, de finalidad, de esperanza.

La delgada línea amarilla sigue fielmen-te los trazos del road movie, donde el camino es punto de transfor-mación, experiencia iniciática, redención, liberación o clímax.

Insisto: los ele-mentos del road movie pueden muchas veces incitar a la cursile-ría, a simplificar los rasgos del personaje, a resolver la trama con trazos burdos en vez de buscar el detalle. García sabe manejar su guión, ajustar los sentimientos lo necesario para subra-yar lo dramático sin caer en lo sensiblero.

La actuación de Alcázar ancla a los actores. Su personaje es capataz del grupo, pero es también el centro en torno al cual giran los otros actores en su pa-pel. La expresividad del rostro de Alcázar marca los puntos dramáticos, determina los giros y cambios de los demás personajes, modera los contrastes.

El producto final es notable. Un debut más que promisorio para un joven director que ya cuenta con la bendición de Del Toro pero que se defiende por sí mismo con un uso honesto de la narración, y un claro sen-tido del tempo cinematográfico.

Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, es director editorial de contratiempo.

Rectas y curvas: La delgada línea amarilla de Celso GarcíaGerardo Cárdenas

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CINE

1Imagina un edificio enorme de diez pisos,

con cerca de 500 apartamentos y un paseo exterior, más o menos inclinado, que los une, de modo tal que puedes prescindir del eleva-dor y llegar a casa, según quieras, caminando o montando bicicleta. Imagina además que en ese paseo exterior la gente se encuentra a cada instante, conversa, establece lazos amicales y comunitarios que luego se materializan en sesiones conjuntas de “pilates”, “tai chi” o yoga, para las cuales el conjunto habitacional dispo-ne de espacios vacíos, libres para quien quiera darles cualquier uso creativo.

No es eso todo. El lugar ha desterrado el auto, y apenas cuenta con un estacionamiento minimalista a una distancia considerable de la fortaleza, para el reducido 6% que todavía tiene uno. Los otros se mueven a pie o en bicicleta –y hasta hay un inventor descocado que utiliza un monociclo.

Lo olvidaba. El rasgo más interesante es el complicado interior de la bestia, codificado por un sistema numérico de incontables dígitos, tan impráctico, tan lejano del dictado vertical del sentido común, que el chico que hace el delivery de las pizzas, y también el cartero, a menudo se pierden. El laberinto, que es en realidad la plasmación arquitectónica del juego, admite los caprichos de la flexibilidad y el accidente; en contraste con los muñequeros que abundan en los Estados Unidos –colosos erguidos en honor del hacinamiento y el tedio.

Todo esto y más es el Edificio 8, ubicado exactamente a 12 minutos del centro de la capital danesa, por tren, en un espacio todavía bucólico, gracias a la presencia de un río y a los pastores de cabras y vacas. La mole ha tomado como apodo un guarismo gracias a la vista aérea –desde el cielo, parece un 8 enorme de concre-to, aunque el mismo descocado prefiere imagi-narla como una mujer tendida en los verdores del campo. Sus gestores, que han terminado por aceptar el símil popular del 8, hubieran tal vez preferido el corbatín, propia de la indumentaria del dandy y el mago. Porque en el Edificio 8, o más bien el Edificio Corbatín, se materializa, por medio de la magia o la alquimia, un sueño futurista: la ciudad burbuja, el punto utópico en que convergen todas las obsesiones que oponen la ilusión al apocalipsis –la vida comunitaria como respuesta al individualismo creciente de la Unión Europea, la bicicleta y el tren eléctrico

como alternativas al combustible, la pausa del campo como fuerza temporal que desacelera el vértigo de las ciudades, el contacto directo con la energía natural –principalmente la del sol y el viento- como terapia que mengua los embates psicosomáticos del nuevo milenio: la ansiedad, la depresión, el stress.

Muestra flotante del preciso punto medio del modelo nórdico, el Edificio 8 se eleva como alternativa humanitaria a la arquitec-tura vertical, prepotente y monetarizada del capitalismo duro, cuya cede principal es New York, y como la antítesis de esa arquitectura taciturna que el stalinismo impuso en los países del Europa del Este, casi como reafir-mando la contiguidad del hogar y la prisión. En este sentido, es necesario ubicar al Edificio 8 en un contexto social y político y enten-derlo como un producto arquitectónico de la social-democracia, inseparable de los privi-legios que han convertido a Dinamarca en modelo –el seguro médico universal, la for-taleza de los sindicatos, sólidos beneficios de desempleo y un salario mínimo inverosímil que no baja de los 20 dólares por hora. Los diseñadores del Edificio 8 manifiestan que su creación reafirma las aspiraciones de la clase media –¿Cuál clase media? En Dinamarca, la pobreza prácticamente no existe.

Ahora bien, he enfatizado el carácter utópico del proyecto por una razón sencilla:

ningún lugar en el mundo puede gozar de una felicidad impune. No existen las islas. Las naciones modelo, en cierto punto de su historia, comienzan a atisbar en el hori-zonte la llegada de los bárbaros, y entonces su espíritu jovial, universalista y tolerante, mengua. Europa, acosada por los fantasmas del colonialismo, de pronto los ve llegar encarnados en los inmigrantes, y el pánico alcanza al norte. En esos modelos ejemplares de la socialdemocracia –Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia- hoy se expanden fuerzas de extrema derecha que pretenden incluso reducir los beneficios sociales que por décadas han garantizado la neutraliza-ción sustancial de la lucha de clases.

Hay un clamor universal del liberalismo humanista –ese que todavía cree en la com-binación armónica del interés social con los intereses del mercado- por un retorno a esa utopía centrista, erosionada por la globaliza-ción y el capital financiero. Aunque el modelo se plasmó sólo en unos cuantos países, y con diferencias sustanciales, su crisis repercute mundialmente, puesto que es el último re-ducto en que la democracia liberal halla rea-firmados sus valores. La razón primordial por la cual los liberales humanistas de nuestros días niegan una filiación conservadora reposa en la hibridez de sus principios básicos, que conciben al mercado libre como piedra

UTOPIAS AGÓNICAS DEL LIBERALISMO

Felicidad infinitaMarco Escalante

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CINE

angular de la democracia siempre y cuando el capital no olvide su responsabilidad cívica. Su clamor, sin embargo, tiene ya el sabor de la nostalgia, en un mundo en que cada día se erosionan más los valores éticos del humanis-mo y se consolidan las leyes aparentemente naturales de la selva. Así lo pone Berardi: “Como resultado de una serie de desarrollos progresivos, la modernidad culminó con la creación de una forma de civilización social, una civilización en la cual las necesidades sociales prevalecían sobre los intereses de los individuos. Esta civilización social fue forjada con la intención de prevenir las interminables guerras entre cada hombre y su vecino. Sin embargo, durante los últimos treinta años, la civilización social se ha ido desmoronando, a causa de los golpes propinados por la filosofía del Darwinismo Social, que ha actuado como precursor ideológico de la consolidación de las políticas neoliberales a escala global”.

En este sentido, el Edificio 8 posiblemente sea una expresión arquitectónica de un decli-ve. Una forma más en que el capitalismo se remoza, asumiendo las formas de la rebelión como suyas. La utopía de la ciudad burbuja y futurista –consciente de su misión ecológica-, ya es quizás otro medio sofisticado de lucro. El lucro inscrito en la ilusión progresista de las bicicletas, los autos eléctricos, los alimen-tos orgánicos, la salud de hierro.

2“The Infinite Happiness” –el documental

sobre el Edificio 8 que es parte del programa del Festival Internacional de Cine de Chicago- elude calculadamente el análisis político y deja que el objeto de su fascinación hable por sí mismo. Lo que más sorprende de esta pieza arquitectónica es su metamorfosis, su capacidad de adaptación a los diversos requerimientos de quienes la habitan: aparece, en varias ocasiones, como una comuna moderna en que los niños crecen como parte de una sola familia; en otras como encarna-ción arquitectónica del sueño clasemediero del destierro suburbano; en otras, menos frecuentes, como un arca de espiritualismo donde medita-ción y silencio se confunden. La solemnidad de estas variantes halla su compensación en la rup-tura humorística, casi siempre protagonizada por animales –un gato con el poder destructivo de un saurio, un perro que insiste en sus proposiciones amicales, cabras que balan a coro, disolviendo el torpe intento comunicativo entre dos sujetos que hablan idiomas diferentes.

El modelo formal posiblemente sea 32 Short Films About Glenn Gould, la excelente película experimental de Francois Giroud que elige como método de exposición el mosaico. En “Infinite Happiness”, cada viñeta ilustra sintéticamente los aconteceres de un día, pero el procedimiento,

digno reflejo del carácter laberíntico del edificio, suprime el orden cronológico y el propósito definido: busca la improvisación en el desorden. Se puede por tanto saltar del día 20 al día 10, y de la entrevista más o menos predecible con uno de los vecinos a una vista aérea del lugar o a una pequeña sinfonía de luces que remiten a Stars Wars. La película tiene, por cierto, un subtítulo: “21 días al interior del Edificio 8- Un diario”; que casi parece una respuesta optimista al apocalíp-tico augurio de “28 días más tarde” –la película de Danny Boyle en que la arquitectura europea aparece como realidad distópica.

Inevitable, al ver esta película, recordar The Strange Little Cat, ese filme alemán donde un complejo habitacional berlinés aparece como espacio de constantes colisiones; o Prefab People, la gran película de Bela Tarr que muestra la arquitectura del socialismo bajo el régimen soviético como expresión brutal de la alienación y el aburrimiento. El contraste es notorio: el Edificio 8 registra poquísimos choques e inconveniencias, y la disposición de sus formas en el espacio remiten a menudo al espectáculo. Puede ser una impresión personal, pero siento que el valor de la película aflora en cierto escepticismo subterráneo que incluso puede darle al título cierto carácter irónico: hay en las imágenes de “Infinite Happiness” cierta gelidez, cierta artificialidad, cierto rigor metódico en el ordenamiento de la existencia,

que solo puede ser producto de una felicidad aparente: la de la bonanza. Por más que los habitantes del recinto lo comparen a menudo con una villa italiana, no hay modo de encontrarle a este monumen-to extraordinariamente frío su mediterráneo. Como que el carácter clínico del futuro ha tomado forma, e incluso las prácticas más dignas de la vida comunitaria –como la solidaridad- comienzan a parecer actos reflejos, robó-tica expresión de un sistema, más que emanación de una vivencia interior.

Marco Escalante es escritor peruano y reside en el área de Chicago.

Fotografías cortesía: The Infinite Happiness

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CONTRAFOTO

Arturo Richardson

CONTRAFOTO Santiago Weksler

CONTRAFOTO

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1900 South Carpenter Street Chicago, IL 60608¡Gratuitos y abiertos al público!

PROGRAMAS DE CONTRATIEMPO EN CULTURA IN PILSEN

VIERNES de CINEFORUM 7pm

Ciclos temáticos de cine sobre la condición humana que crea nuevo espacio para compartir, elaborar ideas o confrontarlas, y crear mecanismos de consenso y solidaridad, tan vitales en el ejercicio de la participación política. Moderado por Julio Rangel.

• Contacta [email protected] para información sobre el próximo ciclo de Cinemaforum

V

DOMINGOS de TALLER 1 pm

El taller es un punto de encuentro para el desarrollo de los poetas y escritores hispanohablantes de Chicago y suburbios y es parte vital de la misión de contratiempo en la comunidad inmigrante. Coordinado por Febronio Zatarain.

• Consulta las próximas fechas en facebook.com/eltallerdecontratiempo

D

¿Más info? www.contratiempo.net o escríbenos a [email protected]

MIÉRCOLES de PROHIBIDO LEER 8 pm

Estas noches son parte del desarrollo de los talleristas en contratiempo. Los participantes traen sus escritos a las tablas en un performance poético para adquirir dominio del escenario. Participan miembros de taller de contratiempo ¡y tú!. Coordinado por Marcopolo Soto y Miguel Marzana.

• Consulta las próximas fechas enfacebook.com/eltallerdecontratiempo

M

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MIRADA CÓMPLICE

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MIRADA CÓMPLICE

“ Nos conocimos a través del arte y de espacios alternativos; allí nos unimos”, dice Naomi Martínez, una de las funda-doras del colectivo de artistas femeninas

Mujeres Mutantes.  El colectivo se formó en 2012 para crear arte callejero que se expresa en grafiti, breakdancing y murales.

Continúa Martínez: “Queríamos difundir información de quienes éramos y al unirnos, fue una manera de ayudarnos, ya que varias de nosotras habíamos estado trabajando juntas en murales como diez años y otras como Gloe y Delilah Salgado tenían hasta más tiempo trabajando juntas”.

El colectivo cuenta con quince mujeres que son muralistas, artesanas, dueñas de empresas, maestras, artistas docentes y organizadoras de arte comunitario. Cuenta Martínez que también se unieron porque seguir trabajando en su arte se les dificultaba al ser mamás, y encontraron que la mejor manera de lograr ese cometido era con la fuerza que lograban a través de la unión.

Mujeres Mutantes enfoca mucho de su arte a la idea de vivir sin violencia en la vecindad y la co-munidad. Martínez indica que, además, los temas femeninos le son muy importantes porque  “es mucho más difícil para mujeres con familias sacar nuestro arte, que se nos tome en cuenta”.

Explica Martínez que algunas mujeres del colectivo aprendieron graffiti a muy tempra-na edad, pero que ella como artista gráfica aprendió de esas chicas; ahora todas buscan ser mentoras de otras jóvenes que quieren expre-sarse a través del arte urbano.

Recientemente, Mujeres Mutantes armó la exposición Pink Line Dreams, una muestra de pequeños modelos de espectaculares que “soñaban” ver al viajar por la Línea Rosa de la CTA, que atraviesa Pilsen y comunica al barrio mexicano con el resto de la ciudad. Los pequeños espectaculares realmente lo eran, y no solamente en nombre.

En miniatura y de diversas maneras, mos-traban otras realidades que uno quisiera ver: homenajes al arte, rechazo al consumismo, expresiones líricas, caprichosas, y humorísti-cas, pequeños pedazos de almas y sueños que evocan dulces fantasías. Cada uno fascina a su manera. La inauguración de la exposición, que se realizó en conjunto con el evento “Hecho en Chicago” de contratiempo para el mes del arte, ofreció el perfecto marco para música y poesía en manos de mujeres, ya que Juana Goergen y Naomi Martínez fueron las poetas invitadas, junto con las DJ’s The Ponderers (Stephanie Manríquez y Sandra Treviño) y Rebel Betty (Amara Betty Martin), quienes acompañaron los poemas con sus selecciones musicales.

La inauguración de Pink Line Dreams fue otro gran ejemplo de la fuerza femenina colectiva en la expresión artística. Fuimos partícipes y testigos del sentimiento que Martínez afirmó al explicar el poder de su colectivo: “Yo me siento más valiente porque me ayudan las otras. ¡Es maravilloso que te ayuden tus hermanas!”.

El arte de Mujeres Mutantes se puede ver en un muro de Kimball y Bloomingdale, decorado por Steph, artista de graffiti para la Ruta 606.

Mujeres Mutantes arman en noviembre su exposición anual en colaboración con Elevarte para el Día de los Muertos. También está ex-puesta una instalación de un mural de graffiti dirigida por Liz Lazdins de Mujeres Mutantes en Hyde Park Art Center (hasta enero de 2016), titulada Creatures from the Concrete.  

Catalina María Johnson es miembro del consejo editorial de contratiempo, escritora y locutora/productora de Beat Latino (www.beatlatino.com), programación radial para estaciones de radio pública desde México, D.F. a Berlín.

PINK LINE DREAMS

El arte urbano de Mujeres MutantesCatalina María Johnson

Cortesía: Mujeres Mutantes

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DOSSIER

A 100 años de la publicación de La me-tamorfosis de Franz Kafka, también traducida como La transformación, una serie de textos aquí incluidos ce-

lebran este hecho. Ensayos y cuentos prueban que las interpretaciones sobre el autor pra-guense nunca estarán de más.

Rodrigo Jardón Herrera titula su ensayo: “El abogado y Josef K”. Se centra en la com-paración entre El proceso de Kafka y Bartleby, el escribiente de Herman Melville. Señala en ambas narraciones la idea de la irrupción, la fatalidad, el absurdo, lo irremediable y la búsqueda del sentido de la vida.

De estas mismas obras Martín Peralta Castillo escribe: “Sobre El proceso de Kafka y Bartleby, el escribiente de Melville: la crisis de la individualidad”. Dicha crisis consiste en la lucha entre el mundo interior y la falta de relación con el exterior. Los personajes reflejan el despropósito de vidas arrinconadas en medio del conflicto de la individualidad propio de nuestra época.

Adrián Soto en “La estructura interna del laberinto: El proceso de Kafka” presenta una visión panóptica que coloca a Joseph K. en el centro de una mirada que lo vigila sin cesar, a

la manera carcelaria. Conceptos como culpabi-lidad, sistema aleatorio, estructuras del poder, sacrificio, son fundamentales.

La siguiente sección* es la de los relatos al modo kafkiano. Gabriela Lira Rosiles en “La religión de los números” se vale de la ironía para retratar el actual dominio del sistema financiero sobre los ciudadanos, dejándolos indefensos y endeudados.

En “Los días tras sus sombras”, Martín Peralta describe cómo el personaje K., a la hora de dormir, recuerda el día pasado en la oficina y sus aciertos, por lo que decide premiarse con una buena comida. Pero en el restorán sólo le sirven algo indescriptible. En la noche, K. se desdobla y es su propio testigo de los hechos ocurridos.

“La fila de espera” de Miguel Ángel Morales se basa en una ley sobre el control natal y el permiso que deben obtener las mujeres para embarazarse. El colmo es resolver un embarazo múltiple. La palabra “excedente” clasifica esos casos y el final es sorpresivo.

“El carcelero” de Adrián Soto plantea la relación entre un condenado a muerte y su carcelero. Este último será sujeto de una transformación que lo llevará a interceder por

el prisionero, aunque en vano. En su desespe-ración, el carcelero se volverá un criminal.

“Mar lejano” de Rodrigo Jardón se refiere a un hombre que pasea por la ciudad elaborando historias mentales de personas y cosas, unien-do cabos sueltos y tramas. Cuando regresa al pequeño cuarto donde vive, ante el temor de ser desalojado, piensa en una solución extrema.

*Para efectos de publicación en este ejemplar de contratiempo, se han separado los ensayos, que se llevan en este Dossier, de los cuentos, que aparecen en la sección Deshoras. Las biografías de todos los autores se publican al final de esta sección.

Angelina Muñiz-Huberman (PhD), realizó estu-dios de posgrado en CUNY. Catedrática titular, UNAM. Autora de 50 libros de poesía, narrativa, ensayo y traducción. Incluida en las antologías The Oxford Book of Jewish Stories, Tropical Synagogues (ed. Ilan Stavans). Premios: Xavier Villaurrutia, José Fuentes Mares, Sor Juana Inés de la Cruz, Woman of Valor Award y Orden de Isabel la Católica. Su obra ha sido publicada en inglés por Gaon Books.

Cien años de La Metamorfosis

Angelina Muñiz-Huberman

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DOSSIER

K afka, al inicio de El proceso, nos dice que el protagonista de su narración “siempre solía tomarse las cosas del mejor modo posible,

sin creer en lo peor más que cuando lo peor se producía, y sin adoptar precauciones para el futuro aunque todo le pareciera amenaza-dor”. Desde las primeras páginas nos anuncia que el optimismo se cierne sobre su personaje como una sombra que no lo abandonará. Por su parte, el famoso cuento de Herman Melvi-lle, Bartleby, el escribiente, también nos ofrece un personaje similar; no se trata del escribien-te, sino del abogado que orquesta la narración en primera persona: “Soy, en primer lugar, un hombre que desde la juventud ha sentido profundamente que la vida más fácil es la mejor”. Se podrá objetar que no es lo mismo tomarse las cosas del mejor modo posible que preferir el camino más sencillo; sin embargo, considero que ambas posturas expresan una confianza optimista hacia la vida que será desmantelada del todo. El abogado y Josef K. son la misma cara de la moneda.

K. se posiciona ante el mundo con una resignación absoluta; es fascinante porque no opone ninguna resistencia ante su fal-ta de control sobre su suerte: “estoy desde luego muy sorprendido, pero cuando se lleva treinta años en este mundo y ha habido que abrirse paso solo, como ha sido mi destino, se curte uno contra las sorpresas y no se las toma muy a pecho”. Su misterio se cifra en la ausencia de un crimen y en la aceptación de un proceso que lo condena irremediablemen-te. El narrador de Melville se comporta de forma muy distinta: el estupor frente al aban-dono de Bartleby de cualquier destino guía el relato: “Imaginen mi sorpresa, mi cons-ternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby con una voz singularmente suave y firme, replicó: ‘Preferiría no hacerlo’”. Es el aterrado testigo de un ser humano que se ha despojado a sí mismo de cualquier rumbo; su inmovilidad y su abandono son el espectáculo angustiante que llevan al abogado a aceptar-lo, a querer comprenderlo. Es en este punto que las diferencias entre ambas obras pueden convertirse en una especie de armonía: el abogado y K. son el mirador que nos permite enfrentarnos a la inquietante posibilidad de una ausencia de sentido de la vida, de una desaparición del destino.

En ambas narraciones irrumpe un elemen-to nuevo que trastoca el orden de las cosas: el proceso y el escribiente. A partir de esa intro-misión los personajes tendrán que adaptarse a la sinrazón: “Está usted detenido, desde luego, pero eso no debe impedirle ejercer su profesión. Tampoco debe verse estorbado para hacer su vida habitual”, le dicen a K. En el caso del abogado su exasperación ante to-das las negativas de Bartleby irá menguando debido al misterio que podría ocultarse tras la anomalía: “había algo en Bartleby, que no sólo me desarmaba singularmente, sino que de manera maravillosa me conmovía y descon-certaba”. El curso de la vida debe continuar ininterrumpidamente: K. tiene que asistir un domingo por la mañana a su primera inves-tigación, recorre un espacio laberíntico para poder al menos decir quién es: “Soy apode-rado general de un banco importante”. El abogado, un hombre práctico, declara: “Nada exaspera más […] que una resistencia pasiva”. Al igual que K. sabe que hay una ausencia de sentido en lo que le acontece; sin embargo, al igual que el personaje de Kafka está atrapado en el vértigo de lo absurdo: “Su pobreza es grande; pero su soledad ¡qué terrible! Pien-sen. Los domingos, Wall Street es un desierto como la Arabia Pétrea; y cada noche de cada día es una desolación. Ese edificio, también; que en los días de semana bulle de animación y de vida, y el domingo está desolado. ¡Y es aquí donde Bartleby hace su hogar, único es-pectador de una soledad que ha visto poblada –una especie de inocente y transformado Ma-rio, meditando entre las ruinas de Cartago!”

El domingo de la primera audiencia de K. y del descubrimiento del abogado del escri-biente en las oficinas son los días fatídicos de la resignación. Después de aquellos mo-mentos ambas narraciones abandonan toda lógica y con el paso de las páginas nos mues-tran lo irremediable: “Ahora bien, el hom-bre es efectivamente libre, puede ir adonde quiera, solo la entrada en la Ley le está vedada, y además solo por una persona, por el guardián”, y en Bartleby, el escribiente: “No sé cómo, últimamente yo había contraído la costumbre de usar la palabra preferir. Temblé pensando que mi relación con el amanuense ya hubiera afectado seriamente mi estado mental. ¿Qué otra y quizás más honda abe-rración podría atraerme? Este recelo había

influido en mi determinación de emplear medidas sumarias”. Ambos personajes se abisman y poco a poco se van mimetizando con la paradoja que en un inicio los conster-naba: K. al vivir su proceso y el abogado, en su relación con el escribiente, actúan como ratones atrapados en las alcantarillas de las tramas que Kafka y Melville nos presentan.

Los dos relatos plantean la búsqueda de, al menos, el vestigio de una lógica: K. asiste a to-das sus inverosímiles audiencias y el abogado, a pesar de huir momentáneamente del escri-biente, no puede evitar buscarlo. La muerte de K. se debe a que “no hay nadie que tenga influencia en la absolución auténtica”; inclu-so se podría decir que su muerte lo persigue desde el inicio y el personaje de Kafka no pue-de evitar pensar antes de ser ejecutado que “la lógica es sin dudad inconmovible, pero no re-siste a un hombre que quiere vivir”. Del mis-mo modo, el abogado no puede evitar sentir compasión por Bartleby cuando es confinado: “Supe después que cuando le dijeron al ama-nuense que sería conducido a la cárcel, éste no ofreció la menor resistencia. Con su pálido modo inalterable silenciosamente asintió”. El abogado no puede aceptar la inexistencia de una razón que explique el comportamiento de Bartleby, rastrea su pasado y descubre que fue un trabajador del departamento de cartas muertas, de las cartas que nunca pudieron lle-gar a su destino; intenta consolarse pensando que esa labor trastornó al extraño escribidor: “Cuando pienso en este rumor, apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas! ¿No se parece a hombres muertos?” En el caso de Kafka no se nos ofrece respuesta alguna; quizás el mundo de K. ya sólo es ese vendaval de cartas no leídas cuya única certe-za es que tarde o temprano serán calcinadas.

Rodrigo Jardón Herrera es egresado de la carrera de letras italianas de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, su línea de investigación se enfoca en el análisis y la traducción de la litera-tura italiana del siglo XX; su tesis de maestría consiste en el análisis de la crítica literaria de Félix de Azúa y Giacomo Debenedetti. Ha publicado en diversos espacios para la difusión de la cultura mexicana en el extranjero, tales como la revista contratiempo de Chicago y el Mexican Cultural Centre de Inglaterra.

El abogado y Josef K.Rodrigo Jardón Herrera

Ilustración: Franz Kafka

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DOSSIER

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DOSSIER

¿Dónde estaba el juez que no había visto nunca? ¿Dónde estaba el alto tribunal al que nunca había llegado?

Franz Kafka

T anto Kafka como Melville cons-truyeron personajes que son casi espejos de la condición humana: recordatorios de la nulidad y la

insignificancia de los esfuerzos del hombre por llegar a ser. Con Bartleby, y luego con Joseph K., los escritores afirman la irreme-diable futilidad de la voluntad del hombre frente a una colectividad desintegrada, una masa sin un horizonte definido desprovisto de un sentido que la justifique.

Sin embargo, es precisamente con la muerte de dichos personajes que, median-te la experiencia estética de la lectura, los autores apuntalan la necesidad intrínseca de buscar salidas frente a esa realidad que no es otra sino la nuestra, y que tanto en El proceso como en Bartleby, el escribiente aparecen re-flejadas. He de declarar que comparto la idea de Ernesto Sábato acerca de la literatura que surge en el siglo XX: “Dada la reivindicación del individuo, de su experiencia concreta e in-transferible, es lógico que los representantes de la revuelta contemporánea hayan recu-rrido a la literatura para expresarse, ya que sólo en la novela y en el drama puede darse esa realidad viviente. Pero no a esa literatura que se solazaba en la descripción del paisaje externo o de las costumbres burguesas, sino a la literatura de lo único, de lo personal”.

Es ésta la razón por la que en obras literarias como la de Melville o la de Kafka, encaminadas a problematizar la existencia, hallamos un desplazamiento hacia el mundo interior que desembocó en la preeminencia del yo en la literatura, que luego cultiva-rían grandes autores como Sartre, Camus, Carpentier o el mismo Sábato. Cabe aclarar que, desde mi perspectiva, a la literatura no le concierne solucionar los problemas humanos ni retratar una realidad sin sentido con el único objetivo de dar constancia de ello: por lo contrario, su campo de acción reside en señalar aquellos aspectos vitales que, consciente o inconscientemente, busca-mos acallar, y lo logramos en una suerte de “ilusión” que desaparece aquellos resquicios

de inseguridad, de soledad y hasta de maldad mediante la comedia humana del ir, venir, hacer, trabajar, avanzar y, en el discurso seu-doprogresista de nuestras sociedades posmo-dernas que enarbolan el éxito personal y el confort, ser alguien en la vida.

En este sentido, Bartleby representa el espejo de los horrores de ser, por lo que en su desencanto con la vida “prefiere no hacer”, puesto que no es aquello que no hace. Este hombre impersonal busca voluntariamente trabajar para el narrador de la historia como copista y, curiosamente, al círculo al que va a dar es el aletargante y uniforme ambiente de oficina; igual que Joseph K. se desenvuelve en sus labores burocráticas bancarias.

En un naciente siglo XX, siglo de guerras, siglo de la despersonalización, siglo de las masas y siglo de la nada manifiesta en una cantidad avasallante de opciones, Kafka parece expresar mediante ese ámbito alienan-te que es la burocracia una posibilidad para evidenciar un problema mucho más profundo y complejo: el problema metafísico de la des-personalización del individuo y su consecuen-te vacío, así como la carencia de destinos que justifiquen el dolor y la incomunicación. Esto ya lo presentía Herman Melville y lo plasmó en su obra Bartleby, el escribiente.

Quizá la definición que mejor se ajusta a la historia de Bartleby es la de parábola, pues este cadavérico copista resulta una suerte de mate-rialidad de la falta de sentido del que adolecerá todo el siglo XX, oculto tras su doble discurso de “progreso” y “bienestar”. Asimismo, Joseph K. es la manifestación de la carencia de salidas de una opresión cuyos orígenes no son claros, pero cuya asfixia presentimos todos, en menor o mayor grado según nuestras sensibilidades.

Podemos decir que mientras en Bartleby es evidente la ausencia de un mundo inte-rior, lo que hay en Joseph K. es una lastimo-sa desconexión del mundo interior con la realidad que lo cerca y que lo cosifica; una realidad que lo sujeta al absurdo como a nosotros nos someten a su arbitrio entidades “evanescentes”, pero poderosas como los sis-temas –ya sean capitalistas o comunistas– en los cuales no hay cabida para la individuali-dad y para los que todos no somos más que números en medio de un inacabable juego en el cual se disputa el poder. Es ahí donde constatamos que la preocupación expuesta

en las narraciones de Melville y de Kafka articula la problematización de la individua-lidad de sus personajes con el conflicto de la condición humana en general.

En estos autores se da un desplazamiento hacia el yo que rebasa el intimismo y des-emboca en la búsqueda de respuestas acerca de qué es lo que nos define como individuos en una realidad que no tiene cabida para la subjetividad ni para la personalidad. Ante esto, somos testigos del irremediable fraca-so: Kafka y Melville parecen afirmar que no hay un asidero existencial que dé sentido al enfrentamiento entre un mundo interior y esa dimensión en la que la única solución aparente es devenir en hombre-masa.

En las dos obras es notable la carencia de algo que podamos llamar propósito para ambos personajes. En Bartleby el ejemplo es terrible, pues sabemos por la última noti-cia del narrador que se trata de un hombre que tuvo que trabajar con cartas muertas, es decir, con la desesperanza de cientos de personas. Probablemente esto es algo que no cruza por nuestra mente debido a la ilusión de la cotidianidad y su inmediatez, pero se vuelve una angustia mayúscula si nos pone-mos en situación e imaginamos diariamente ver pasar por nuestras manos todo lo que no fue, lo que no significó: “perdón para quien muere descorazonado; esperanza para quie-nes mueren desesperados; buenas noticias para los que murieron ahogados por cala-midades irremediables”. De igual manera la vulnerabilidad de K. en El proceso radica en no saber nada acerca del proceso, y ésa es su sentencia: hallarse inmerso en una trampa sin saber que se encuentra en ella. El destino de Bartleby y de Joseph K. es trágico, pues ante la imposibilidad de resolver cuestiones que atañen a la existencia lo único que les queda es la muerte.

Martín Peralta Castillo es estudiante de Posgrado en Letras, cursó la carrera de Letras Hispánicas en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, su tema de tesis se centra en la recepción de la obra de la escritora tabasqueña Josefina Vicens. Se inte-resa por la literatura universal, particularmente la literatura mexicana –el Barroco y el Medio Siglo–, así como la teoría de la literatura y los vínculos de la filosofía con la literatura.

SOBRE EL PROCESO DE KAFKA Y BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE DE MELVILLE

La crisis de la individualidadMartín Peralta Castillo

Ilustración: Franz Kafka

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DOSSIER

R eferirnos a El proceso de Kafka conlleva en esencia hablar de una subversión de los órdenes entre lo interno y lo externo, entre lo metafí-

sico y lo social.El conflicto de la modernidad se manifies-

ta esencialmente en la evolución –e incluso podríamos afirmar que a través de las conti-nuas mutaciones– de los complejos sistemas de poder constituidos a la vez por estructuras institucionales. Dichos sistemas estatales se conceptualizan a partir de metáforas que implican maneras de concebir a sus inte-grantes, de subordinarlos a su mecanismo o a sus órganos institucionales, conformando las complejas relaciones entre el adentro y el afuera, entre lo privado y lo público.

Este determinismo, el control estatal de lo interno, provocó que la historia del hombre moderno –del idealismo al anarquismo– pu-diera resumirse en la búsqueda de la posibili-dad de intervenir en los sistemas que él mismo había creado, de liberarse de la coacción que las estructuras ejercían sobre él. Empero, la tensión que se generó era particularmente pro-blemática debido a que tales sistemas surgieron a la par que se iban construyendo nuestras nociones de individuo y de libertad. Dicho conflicto formal se manifiesta de manera plena en el Contrato social: “A fin de que este pacto social no sea una vana fórmula, encierra fácil-mente este compromiso: que sólo por sí puede dar fuerza a los demás, y quien quiera se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre”.

Esto ocurre por una aporía connatural al concepto de libertad, pues asumirse como individuo implica, a la vez, asumirse dentro de un sistema. Es así como, a través de sus

contradicciones internas, las estructuras que habrían de conducir al hombre a la liber-tad parecen haberse revertido, volviéndose en contra de éste. En El proceso de Kafka el sistema parece haber suplantado la fatalidad del destino al cobrar la forma de una estruc-tura independiente del acusado, la cual, sin embargo, lo determina, incidiendo contun-dentemente en su existencia.

La aleatoriedad de la ley es símbolo de esta suplantación del destino; la estructura cobra un carácter ominoso mediante el cual Josef K. accede a una metafísica distinta: el protagonista, incapaz de aceptar el dominio que una estructura desconocida ejerce sobre él, se enfrenta a un tribunal espectral que no está representado por rostro alguno, ya que la implementación del poder debe ser anónima y despersonalizada. Se trata de la presión de lo colectivo sobre el individuo, de la presión que ejerce el cuerpo estatal sobre el ciudadano.

Por supuesto, el de Kafka no es el sistema perfecto –organizado arquitectónicamente y esterilizado por las instituciones de sanea-miento– que han planeado las distopías más modernas, sino, como ya se ha dicho, un sistema aleatorio y equívoco conformado a partir del azar y de la improvisación. El obje-tivo de la ley consiste en la yuxtaposición de diversos estratos textuales que se manifiestan plenamente a través las estructuras de control; pero esta suerte de bricolaje posee además otras funciones que justifican su actuar, pues en rea-lidad no importa si Josef K. es culpable: ciega e imparcial, la ley actúa bajo la premisa de que el sistema más justo, más perfecto, es el azar.

Asimismo, la ley se fundamenta en estruc-turas paranoides que buscan integrar dentro de sí los elementos externos y subvertir la relación entre el interior y el exterior en su

aspiración por controlar la esfera privada de los individuos. El principio paranoide de todo sistema consiste en integrar lo externo dentro de su cuerpo, de forma que todo pueda estar sujeto a su control, y este sistema no sólo convierte lo exterior en parte de sí mismo, sino que lo interno de los individuos debe formar parte de él; sólo así constituirá el sistema de control más absoluto.

Ésta es la razón de que, en la novela inconclusa de Kafka, el tribunal sea abstracto, oculto e impenetrable, pues debe cobrar el rostro de todos los que rodean a Josef K., de manera que él se sienta constantemente observado; es el sujeto atrapado dentro de un panóptico intangible, un espacio de extraña-miento interno que lo disocia de sí mismo con la finalidad de que el sistema se interiorice, pues éste demanda un sacrificio voluntario.

El problema planteado en El proceso con-siste en que el sistema mismo está unido a la noción de individuo, de manera tal que todo aquel que asuma su individualidad e inde-pendencia se encontrará irremediablemente atrapado dentro del sistema; el apoderado Josef K. está integrado a las estructuras de poder, y su error consistió en creer que sus acciones podrían determinar el curso del proceso, pues “Sólo había sufrido la derrota porque había buscado la lucha”.

Adrián Soto Briseño es poeta, ensayista y tra-ductor; egresado de la carrera de letras alemanas por la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, actualmente se encuentra cursando la Maestría en Literaturas Comparadas en la misma institu-ción con el proyecto: Der tragische Transport: la destrucción de un lenguaje en la Antígona de Friedrich Hölderlin.

La estructura interna del laberinto:El proceso de KafkaAdrián Soto

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DESHORAS

N ingún sacerdote conoce la crisis material y espiritual de nuestra época con tanta exactitud como un ejecutivo de cuenta. El teléfo-

no supera al más impersonal, pero a la vez, al más íntimo de los confesionarios. Las rejillas del auricular son celosías con orificios blinda-dos que impiden el paso a cualquier silueta. El sacramento se sublima en un puro intercambio de dos voces, que se multiplican de par en par, hasta volverse un murmullo ininteligible, pero acompasado, como las plegarias que se elevan al Cielo. A diferencia del clérigo, el ejecutivo no interpela a los feligreses para que confiesen sus yerros. Por el contrario, él se los enume-ra todos, porque los sabe de antemano. Las religiones están en crisis porque no disponen de un sistema tan exacto e infalible que relegue la “omnisciencia” y “omnipresencia” a super-poderes infantiles. El sistema no sólo está al tanto de qué fechoría se cometió, sino dónde y a qué hora. $ 4,500 pesos en Liverpool Polanco, el 2 de marzo de 2015, a las 5:30 pm. $ 1,900 pesos en Amazon, el 9 de marzo de 2015, a la 1:25 am. $ 750 pesos en Body Shop Cuernavaca, el 30 de marzo de 2015, a las 12:40 pm. Quie-nes alguna vez confiaron en la buena fe de los devotos estaban condenados al fracaso. Prote-gido contra la deshonestidad, el Alzheimer, la negación y los lapsus freudianos, este sistema no requiere que el culpable escarbe en su memoria interna para exhumar los cadáveres fétidos que ahí sepulta. El culto financiero, más elegante y aséptico, fabrica memorias plastificadas: las tarjetas de crédito. Una simple consulta de mo-vimientos basta para enlistar todos los pecados o pecadillos, sorteando las lagunas morales. Éste es el gran avance respecto al viejo dogma: el arrepentimiento es insustancial. Cínico o hipócrita, nadie escapa de la penitencia. Pero el ejecutivo, misericordioso con el rebaño, fija plazos de pago: tres, seis, nueve, doce meses, dependiendo del pasivo. Si el transgresor purga su condena, obtiene la absolución, pero además el privilegio de mantener en secreto su vicio: el consumo insolvente. Los créditos bancarios son las llaves maestras que lo llevarán al Cielo de las apariencias: Bank of America, Deutsche

Bank, Banco de México, tantos como religiones se profesan en la Tierra, pero unidos por un común denominador: el dios Dinero. Un Dios que deja en ridículo al “Misterio de la Trinidad”, pues gracias al cambio de divisas es al mismo tiempo dólar, euro, peso, franco suizo, libra esterlina... Un Dios que embriaga a sus fieles ovejas, no con espejismos, sino con aparadores. Pero cuando de entre ellas surge la oveja negra, sobreviene el Día del Juicio. Pasa a la nómina del Libro de los Muertos o de la cartera vencida. Y de ahí al Purgatorio sólo hay un parpadeo. Intereses sobre intereses. Solicitudes de pago. Notificaciones por correo electrónico y ordi-nario. Temblores de ansiedad ante el timbre telefónico. Y cuando por fin se declara la ban-carrota, tras el embargo sólo queda un círculo del Infierno: el buró de crédito. Ningún Cristo ha resucitado a los Lázaros que ahí duermen el sueño eterno de los injustos. Pero si ese milagro sucediera, el muerto-vivo estaría excluido por siempre del Paraíso. Viviría como pagano, sin cuentas bancarias, tarjetas ni cheques. Sería un hereje que transforma un colchón, una alacena o una caja fuerte, en su templo personal. O un rojillo anacrónico que lucharía en vano contra el Demonio del capitalismo desde su trinche-ra socialista. Mientras tanto este Dios, este Diablo, sepultaría sus protestas con un ejército de apóstoles que, luego de digerir el catecismo económico, lo regurgitarían de memoria: “¿Ya tiene lo que es la tarjeta de crédito Master Card?” “¿Conoce lo que son sus beneficios? Plazos de hasta 36 meses y la tasa más baja del mercado: 2.14% mensual y 28.93% anual”. El pecador es-cucharía por doquier y a toda hora ese estribillo, el recuerdo de que está perdido irremediable-mente, porque el Padre, celestial y demoniaco al que ha fallado, no tiene hijos pródigos a quienes devolver su reino.

Gabriela Lira Rosiles estudió la Licenciatura en Letras Hispánicas y la Especialidad en Literatura Mexicana del Siglo XX, ambas en la UAM. Ac-tualmente cursa la maestría en Letras Modernas Alemanas en la UNAM, con una investigación sobre Die Verwandlung de Franz Kafka.

La religión de los númerosGabriela Lira Rosiles

Ilustración: Franz Kafka

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DESHORAS

C uando se duerme cerca del mar, el sonido de las olas es el recordatorio incesante de su presencia. Bueno, eso me han contado, yo nunca he

ido al mar ni a ninguna parte. Vivo desde hace cuatro años en la azotea de un viejo edificio, no lejos del centro de la ciudad.

Pude haber escogido cualquier otro lugar para acurrucarme por las noches: esta ciudad es tan grande que siempre hay una pocilga disponible; pero cuando el dueño me mostró el cuartucho, que ahora es mi hogar, no pude evitar escuchar el paso de los automóviles por Tlalpan. Por esos días un conocido acababa de regresar de Veracruz, y sus historias todavía latían frescas en mi memoria. Recordé espe-cialmente su melancolía por el oleaje. No lo conozco; sin embargo, el flujo de sonidos de la avenida me brindaba la oportunidad de apro-piarme de un recuerdo ajeno. Podría decirse que, en el fondo, es un préstamo que no le he devuelto por varios años, quizás no lo haga. Mi existencia anterior me es indiferente.

En fin, aquí estoy de nuevo, escuchando esta vocecita urbana. Nunca he pasado un día entero en lo que supuestamente es mi casa, ni siquiera un domingo. Mi trabajo me obliga a ausentarme toda la semana. Salgo a las siete de la mañana y regreso ya entrada la noche. Algunas personas no me creen, pero así es. Soy sastre en una tienda de trajes en la calle de Mesones. No me pagan mucho, pero sí lo suficiente como para darme el lujo de vagar por las tardes del sábado y del domingo por el entramado infinito de calles de esta ciudad.

Sería perfectamente razonable que esos días regresara temprano para descansar. No puedo. Siento que si lo hiciera, mi relación con este espacio perdería sentido. Hay en mis veladas un trato invisible que me deja escuchar historias de desconocidos en el vaivén de la pista de neumáti-cos. Quizás estoy loco, pero es como si una sirena me compartiera los secretos de muchas personas tristes. En esta gran ciudad abundan. No se me ha revelado el nombre de ningún personaje. A veces creo que esa omisión es parte de un acuer-do secreto. Las noches son el único escenario para estos rostros inmersos en la penumbra.

Al inicio solía repetirme que me atormen-taba escuchar tanto. Sería vano otorgarme una fuerza que nunca tuve. La verdad es que hay ciertos fragmentos sobrecogedores que no me atrevería a repetir. Éste es mi secreto, la extra-ña razón de mi existencia; un vicio vital que me compenetra en silencio con todas estas calles.

Después del trabajo, sobre todo los fines de semana, camino horas o viajo largos trayectos en el transporte público, observando las venta-nas de las casas y edificios. Trato de imaginar los rostros de algunas de las personas que conozco por la voz que me visita. Cuando algún detalle me parece significativo, como una grieta en un muro o una maceta olvidada, cierro los ojos para darle facciones a esas vidas. Me complace hacerlo, y hago recuentos mentales de todos los relatos para encontrar los cabos sueltos que me puedan ayudar a conectar las tramas. Creo que si escribiera, habría superado muchos miles de páginas. Un respeto indefinido me lo impide. Cada vez que intento poner la pluma sobre el papel, me tiemblan las manos y desisto.

Me pregunto si este privilegio tendrá fin; si fuera así, vivir ya no tendría sentido. Me he alejado de todos mis conocidos. De unos años para acá, soy un hombre solitario con la cabeza repleta de las acciones cotidianas de los otros. He dejado de experimentar la vida para adentrarme en los secretos de los demás. Soy celoso de mi don y no lo comparto con nadie. El dueño quiere que me vaya. Están a punto de derrumbar esto, que ya son escombros. Quizás si lo mato no me desalojen, y mi existencia continúe con este ritmo de sueño dilatado.

Rodrigo Jardón Herrera es egresado de la carrera de letras italianas de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, su línea de investigación se enfoca en el análisis y la traducción de la litera-tura italiana del siglo XX; su tesis de maestría consiste en el análisis de la crítica literaria de Félix de Azúa y Giacomo Debenedetti. Ha publicado en diversos espacios para la difusión de la cultura mexicana en el extranjero, tales como la revista contratiempo de Chicago y el Mexican Cultural Centre de Inglaterra.

Mar lejanoRodrigo Jardón Herrera

Ilustración: Franz Kafka

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DESHORAS

L a noche se imponía silenciosa cuando K. se detenía a pensar en el derrotero de su vida. De pronto el pasado ad-quiría formas extrañas de presentarse.

K. creía entender que sus días parecían ser más angostos en relación con ese pasado que aque-lla noche no aparentaba tanta lejanía, aunque recuerdos y emociones volvían a su mente de diversas maneras desprovistas de consistencia y ni siquiera el presente adquiría solidez en medio de la espesura de la oscuridad de su cuarto.

Dio otra vuelta en la cama, esta vez con cuidado para no agudizar con ello el dolor que desde tiempo atrás atormentaba su pulmón izquierdo; mientras más sueño sentía, menos podía dormir y mientras más se concentraba en dormir, sólo conseguía aproximarse a algo que se asemejara a un cansancio insomne. Otra vuelta, con las sábanas empapadas en sudor y el cabello enredado en su nuca. Recordó de pronto que era imperioso descansar para estar puntual en la junta de mañana, misma que se había pos-tergado la tarde anterior; K. se enojó al pensar que lo había sorprendido la noche en la oficina por esa intempestiva reunión que nunca llegó. Si bien su pasado le había parecido no tan distan-te, tras un apretado parpadeo supo que, desde luego, pasado era justamente un sinónimo de lejanía, de obnubilada distancia, de un presente que se extendía como un látigo que se agita sin llegar nunca a golpear nada. No había querido abrir los ojos cuando el primer ladrido del perro de su vecina, la señora García, quebró el silencio del amanecer que entraba a través de la cortina mal recorrida y secaba sus enrojecidos ojos.

En la calle K. se topó con el tráfico y el in-faltable ruido de la masa que se agitaba como en una olla a la que todos intentaban encon-trarle las esquinas. El camino a la oficina fue aletargado e insalvablemente tormentoso; sin embargo la junta le hizo pensar en su buena suerte, pues el licenciado le aseguró al equipo que era urgente atender los casos de K., y que su departamento atendería sin demora ni apla-zamiento los asuntos con hasta cuatro años de atraso; pero que no olvidaran que son priori-dad aquellos llegados desde la presidencia, to-dos y cada uno de ellos. Eran buenas noticias y, luego de terminada la reunión, K. caminó con paso firme, se apretó la corbata y, sin mucho tiempo, bebió el café que se encuentra todas las mañanas dispuesto con alegre generosidad para todos los trabajadores. Así comenzó a te-clear con la lengua completamente escaldada.

El transcurso de la mañana a la tarde fue insuperable: todos sus compañeros lo elogiaban por la resolución del licenciado de otorgar la impronta de primordiales a los asuntos de K.; con ese incentivo sentía como si cada uno de los movimientos de sus dedos sobre el teclado, o el

manejo de los oficios sobre el escritorio, fuese el más práctico y eficiente de su vida; más aún, era otro el rumbo que definía ese camino que iba sintiendo cada vez más estrecho y circun-dante en torno a sí mismo. Ahora podía evocar sonriente el mareo que a diario lo acosaba por la postergación del término de sus labores. El li-cenciado era su defensor, era la materialización de su fortuna, y por eso podía sonreír.

Luego de considerarse domador de su propia situación en su trabajo y en su vida, K. decidió festejarse y osó imaginar un gran banquete para él solo en los cuarenta minutos de su comida. El único problema era el tardado servicio del restaurante que frecuentaba y que le tenía dispuesta la misma mesa desde hacía ya varios años: él lo sabía, pues en una ocasión, mientras hacía el borrador de una respuesta para un asunto complejo, en el límite de la fatiga, dibujó con su marcador indeleble tres breves y desconfiados trazos que bien vistos formaban una K. El tiempo seguía siendo su problema y su mayor enemigo, pero no era impedimento para ir imaginando una delicio-sa crema de espárragos, un jugoso corte, una copa del vino más costoso y aquel pastel que siempre quiso probar y que en una ocasión se dio cuenta que ordenó el licenciado junto con los demás directores del piso 16; lo había nota-do por la inesperada sorpresa de hallar en ese rincón a gente que no habría esperado encon-trar precisamente en ese lugar. Ya comenzaba a salivar cuando tropezó con López y Romero, quienes lo saludaban apenas y que laboraban en las estanterías del lado este de su propio piso; ellos se deshicieron en elogios hacia K. De buena gana él veía cómo iba llenándose el restaurante pues, ante todo, el mundo reco-nocía el brillante cambio de rumbo en su vida entera. Cuando por fin K. se despidió, entró al lugar y se sentó para degustar, más los minutos pasaban y no le llevaban la carta; no importa-ba, él sabía de antemano lo que iba a pedir.

Tras angustiosos ocho minutos, el mesero se acercó sin quitar la vista de K. “¿Puedo ayudar-lo?”. Dijo el hombre mientras le extendía la carta. K. apenas la revisó y dijo: “Quisiera ordenar la crema de espárragos, el corte de 250 gramos bien asado, el vino más costoso que tengan y de postre el pastel”. “No será posible”, contestó el mesero por demás molesto y cansado, como si K. hubiera preguntado por un atlas de anatomía en una carpintería o si le hubiera pedido al carnicero que sacara brillo a sus zapatos. “¿Cómo dice?”, preguntó K. con la boca seca y con un agudo dolor de cabeza tras una respuesta tan breve e indefectiblemente rotunda. “Lo que le he dicho es que no tenemos nada que ofrecerle hoy”. “¿Es que acaso no es éste un restaurante donde sirven comida?”; dijo K. estrujando la servilleta con una

mano y jalando la manga de su camisa con la otra mano. “Sin duda, señor, pero, para nuestra ventura, aquellos señores han elegido nuestro restaurante como el único donde comerán de ahora en adelante, lo que nos otorga mayores responsabilidades y obligaciones para nuestros comensales.” En ese momento K. se sintió con-fuso al distinguir al licenciado sentado en medio de un numeroso grupo de caras desconocidas pero que de alguna manera compartían algo que K. no alcanzaba a definir; sin duda, se trataba de los directores de los 28 pisos del edificio donde K. trabajaba. “¿Y es que acaso no soy yo un comen-sal? También ocupo un lugar en su restaurante y en estos momentos me encuentro sentado en esta silla esperando algo que comer.” Sin siquiera notarlo, K. volvió la mirada hacia el lugar de la mesa donde él sabía que estaba la pequeña marca pintada años atrás. Y la encontró ahí mismo, no se había movido ni un centímetro. “Defini-tivamente, la presencia de estos caballeros tan distinguidos que ahora puede ver degustando nuestros platillos le da una mayor categoría a nuestro restaurante, y cada platillo está enca-minado a cumplir esa misión.” “De cualquier modo deben de tener en estos momentos algo para ofrecerme.” “Eso es un hecho indudable, pero tendrá que saber que es sólo por hoy y que no podrá repetirse. Le puedo ofrecer un guiso de lo más original, pues sepa que ahora para este restaurante es imposible rebajar su calidad, y por ello mismo debe considerarse afortunado, puesto que departirá a tan sólo unas cuantas mesas de estos importantes caballeros.” Tras una espera no muy larga, el mesero volvió con K. y le extendió una bandeja en la que se veía un platillo extraño que K. no habría imaginado; era completamente ajeno a la idea que se había formado de esa co-mida en homenaje propio, sin embargo, el guiso tenía un aroma agradable. Contó K. con exactos 14 minutos para comer, pero con menos de cinco hubiera bastado pues al probarlo no logró con-tinuar comiendo, ya que aquello que se encon-traba en su plato era reamente picoso; al menos pudo tomar vino, pero no el más costoso, porque ahora ése valía lo que K. ganaba en un mes.

La sensación de picor lo acompañó el resto del día. Al volver al trabajo preparó oficios con denuedo, y con satisfacción observó que ya habían sido atendidos tres de sus asuntos. ¡Tres asuntos atendidos antes de concluir el día! Gozosamente frotaba la lengua entumida en su paladar mientras tecleaba incansablemente. Camino a casa, supo que su vida había sufrido un giro favorable en mucho tiempo, y lo mejor era que él mismo había sido testigo de ello. En la noche, acostado en su cama, K. durmió pláci-damente hasta que sintió de nuevo el dolor en su pulmón izquierdo; sonrió profusamente, y la noche transcurrió fría y silenciosa.

Los días tras sus sombrasMartín Peralta Castillo

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DESHORAS

—Todo nacimiento es un milagro, una posibilidad de crear. Parir una idea, una duda o un niño es, en cierta forma, una variante del

mismo acto de imaginación. Pero hay algunos alumbramientos que son terribles.

Esa afirmación, hecha por la mujer ubicada delante de mí en la fila, frenó mi falsa lectura del periódico. Ella y otra mujer llevaban largo rato charlando con un volumen alto, inusual para la quietud del Departamento de Pobla-ción. La más anciana (aunque ahora que lo pienso no podría calcular su edad) se llamaba Diotima. Lo sabía porque conocía el nombre de casi todas las ahí presentes; excepto el de la otra, que había llegado hace unos días a la fila y de la cual sólo conocía la voz y la espal-da. El guardia había dado unos pasos hasta llegar a donde estaban las dos. Puso su dedo índice entre la comisura de sus labios. Ambas guardaron silencio de nuevo. La frase siguió tintineando en mi memoria y en la pequeña grabadora que portaba en el bolsillo izquier-do. “Algunos alumbramientos son terribles”.

Terrible o no, lo cierto es que todas las pre-sentes teníamos algo que ver con nacimientos y específicamente con la maternidad: había solicitantes que tenían en mente embarazarse o adoptar o –con desesperadas y absurdas esperanzas– pedir un permiso especial para tener más de un niño. Hasta hace poco yo no quería ninguna de estas tres opciones, pero conocía a cabalidad las historias de las mujeres que puntualmente asistían una vez o dos veces por semana. Sus voces habían sido registradas por mí en pequeñas entrevistas clandestinas a lo largo de un año. Procuraba no hablar más de medio minuto con cada una porque siempre había un guardia para silenciarnos, un soplón que arruinaría todo. La sensación era pesadillesca.

El control natal era uno de esos horrores cotidianos que tenía que soportar el país desde hacía muchos años. La contundencia de la ley era de martillo: una mujer sólo tenía derecho a tener un hijo, no más. El trámite podía durar años y no aseguraba éxito alguno en la empresa. Había casos de candidatas que abandonaban el proceso faltando sólo un documento o un par de firmas.

—Siguiente —gritó la empleada de la ventanilla—.

La empleada me dice que necesito un par de documentos. Lo extraño es que la cantidad sigue siendo la misma pese a que cada sema-na traigo un papel nuevo. Me apunta algunas

direcciones y personas a las cuales acudir. Concepción Luque. 39 años. Dos años en trá-

mite. Casada. Cero hijos. Petición para adopción de infante. Requiere hacer un depósito por una cantidad absurda de dinero.

Luz Saldaña. 42 años. Tres meses en trámite. Soltera. Embarazada de triates. Petición para embarazarse. El gobierno le pide elegir uno de los tres productos. Todas son niñas. Petición para dar a luz a dos productos o ceder ella mis-ma su espacio en lugar del excedente.

Brenda Azcarategui. 41 años. Cuatro años y tres meses en trámite. Soltera. Petición de adopción de infante.

Sara San Juan. 67 años. Cinco años y cinco meses en trámite. Viuda. Cuatro hijos, todos fa-llecidos en las revueltas de hace 12 años. Petición de adopción de infante.

Georgina Mendel. 45 años. Un mes en trámite. Soltera. Embarazada de gemelos. Petición para tener a ambos productos o petición para ceder su espacio ella misma en lugar del excedente.

Felice Baure. 21 años. Dos meses en trámite. Soltera. Cero hijos. Violada en una revisión policial de rutina. Petición para abortar.

Beatriz Verbo. 66 años. Ocho años en trámi-te. Viuda. Cinco hijos, fallecidos todos en las revueltas de hace seis y 12 años. Petición para adopción de infante.

Diotima de Mantine. Viuda. 75 años. 24 hijos, todos exiliados en las revueltas de hace 25 años. Petición para adopción de infante.

Esperanza Bolaños. 20 años. Tres semanas en trámite. Soltera. Cero hijos. Embarazada de gemelos. Petición para tener a ambos productos o petición para ceder su espacio vital en lugar del excedente.

Sería difícil llenar una libreta con los nom-bres y datos de todas las solicitantes. Ésta era más bien una lista de sospechosas de “actos subversivos”, si bien la autoridad no las deten-dría o perseguiría. Su castigo es más sutil: la espera y la imposibilidad del linaje.

Se tenía conocimiento, por ejemplo, de que la señorita Baure se dedicaba a dar clases de música. La señorita Azcarategui pintaba. Georgina daba clases de historia universal. Diotima era poeta.

Nuestra labor en el periódico El País hace tiempo que dejó de ser periodística. Escribía-mos notas falsas en las que el gobierno siempre destacaba por sus acciones benéficas. Entre las labores estaba también la de informar sobre esos actos subversivos. Yo tenía vergüenza de lo que hacía, pero pensaba que era un poco tarde para cambiar. Mas nunca me creí una sola de esas

verdades artificiosas. Sin embargo, toda la redac-ción llegó a pensar que era un trabajo honesto.

—¿Quién querría, en su sano juicio, mo-dificar su cuerpo, herirlo incluso, en pos de tener a alguien que probablemente no viviría dignamente? —decía mi jefe.

A él le parecía estúpido que estas mujeres estuvieran ahí en un acto que iba en contra de lo usual. Ya nadie quería un hijo en estos tiempos. Quienes tenían el infortunio, vieron crecer a su descendencia entre árboles enne-grecidos, saqueos, páramos llenos de costras purulentas y un aire azufrado que cubría las cada vez menos casas habitadas.

La investigación periodística disfrazada que ha-cía me hizo cambiar de opinión. Causó en mí ese sentimiento raro, el de la empatía. En el gobierno y el periódico creían que yo era muy profesional –me veían como un paladín del “periodismo gon-zo”, hace años ya caduco– al embarazarme real-mente y ponerme en los zapatos de las mujeres de la fila. Todo con el fin de señalar sospechosas.

No siempre tuve una actitud de traición. Cuando joven saboreé las incomodidades que causa un cuestionamiento certero en una mente frágil, revelé la podredumbre de un sistema que replicaba errores, me burlaba de las contradicciones verbales de los maqui-nistas dueños de la verdad; de vez en vez, esa mayéutica provisional me llevaba a conclusio-nes efectivas. Mas no conocía la poesía.

—Uno vive si no llega a conocerse —recuerdo que me decía Eugenia, mi madre.

En verdad deseaba tener un hijo a mis 43 años. Pero me seguía traumando la idea de ser una madre-abuela.

—No serías la primera, Apolonia. Piensa en esa mujer de la Biblia. ¡Tenía tantos años cuando tuvo a Isaac!

Genia, como le decíamos de cariño, sabía de memoria los cientos de fábulas que dieron origen a las grandes poesías. Sus parábolas me eran útiles, pero aquellas ligadas al tema ma-ternal no habían surtido efecto hasta después de su muerte. Moldear una gelatina carnosa, un ser informe discurriendo en mi barriga no era parte de mi plan de vida, pensaba antes. Yo era soberbia, un poco más que ahora. Nunca tuve la sensibilidad de ella. Me fastidiaba la idea de lidiar con un pequeño que estuviera todo el tiempo preguntándome cosas e inven-tando mundillos ingenuos a los que no sabría seguirles el juego. ¿Cómo pensar en metáfo-ras en un mundo estéril, en el que los niños enfermaban y envejecían pronto, en un mundo donde no existía el concepto de futuro?

La fila de esperaMiguel Ángel Morales

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DESHORAS

El control natal se implementó en tiempos en los que mi madre era una adolescente. Recibió el mazazo estatal cuando se enteró de que esperaba gemelas. ¿Por cuál de las dos decidirse?, ¿quién tenía derecho al ser y quién a la nada? En esos años aún no existía la ex-cepción llamada “excedente”, que no era otra cosa que esos hijos “sobrantes”: los gemelos, los cuates, los triates, etc. Para el gobierno, la abominación de la duplicación de la especie implicaba posibles disidencias.

Hallé hace unos años el registro del dilema materno en la mínima corresponden-cia que Genia mantuvo con mi padre, quien había migrado poco antes hacia pastos más fértiles, en donde el trabajo escaseaba menos y aún se pensaba en utopías. Muy joven empezó a quedarse ciega; eso no impidió que le escribiera mucho a mi padre duran-te su ausencia. Dictaba cartas larguísimas en las que le narraba los pequeños indicios caseros de la crisis posterior: le decía que sus zapatos favoritos ya no tenían suelas, que en el barrio se escuchaban menos los ladridos de los perros, que el mercadito local surtía menos verduras; incluso, le contaba que sus sueños habían cambiado y se habían vuelto intranquilos. En uno de esos estados oníri-cos pensó en los nombres que nos daría. Ya he dicho el mío antes, Apolonia. El de mi hermana sería Dione.

Tal vez la comunicación epistolar con mi padre, similar a una larga fila de espera, le ayudó a Genia a sentirse menos triste, a pensar en esa esperanza mansa que uno tiene al reci-bir un mensaje de vuelta. Lo epistolar, como decía Cortázar, es un mensaje en una botella en mar abierto en espera de que un navegante lo recoja. Nuestro mar era tóxico. Se trataba de un mecanismo imaginario que aplazaba el patíbulo al que iría una de las bebés.

Meses después recibió dos telegramas de mi padre, ambos escuetos y herméticos. A ellos añadía todas las cartas que ella le man-dó. El primer telegrama contenía un bello verso: Alles Nahe werde fern: “Todo lo cercano se aleja”. Cada relectura es una nueva posibi-lidad de ver y si, al escribir el verso, Goethe pensaba en la llegada de la noche, en el con-texto en el que se encontraba Genia a todos les sonó como una melancólica despedida y una huida cobarde de la paternidad.

El segundo telegrama era aún más extraño y pareció confirmar la separación. Contenía dos palabras: “Dimito, idiota”.

Nunca se supo más de él.

Buscando relatos antiguos en folletines de periódicos atrasados y volúmenes descabalados de enciclopedias descifré el mensaje. “Dimite. Idiota” era un anagrama: Diotima.

Cuando acudí a ella le dije las dos palabras. Ella sonrió y dijo:

—Si todo lo cercano se aleja, entonces, acerquémonos a lo lejano. Hay un lugar que encierra todas las be-llezas del mundo: las manzanas mágicas que comen los dioses, las murallas de fuego más altas que jamás hayas conocido, las bóve-das que guardan los poemas más sublimes y todo el conocimiento acumulado a través los tiempos. Ahí, se juntan las maravillas de lo apolíneo y lo dionisiaco.

El procedimiento era complicado pero no imposible. Mediante los sueños y la memoria se accedía a un lugar remoto e inaccesible para aquellos devoradores de realidad. No recuer-do cómo entré, pero ahí estaban los hijos de nuestro mundo tóxico. Hablaban una extraña lengua que sin embargo entendí. Vi a Dione hablando con una gran comunidad de Exce-dentes. Era tan similar a mí pero diferente. Todos fraguaban una revuelta de la manera más discreta posible. Regresarían uno por uno a una fila de espera.

Desperté después de no sé cuanto tiempo. A un lado de mí había una manzana de fragancia exquisita. La devoré.

Acudí, como de costumbre, al Departamen-to de Población. Abrí un periódico y simulé leerlo pero dejé de hacerlo cuando escuché una plática acalorada entre dos mujeres. Recuerdo con certeza lo que dijo la segunda:

—Todo nacimiento es un milagro, una posi-bilidad de crear.

Reconocí su voz y temí.

Miguel Ángel Morales, originario de Tlaxcala, es-tudió Comunicación y Filosofía en la UNAM. Ac-tualmente cursa la Maestría en Letras Mexicanas en la misma institución, con la tesis Apocalipsis mexicanos del siglo XXI. Visiones de la catástrofe en David Miklos, Héctor Toledano y J. M. Servín. Ha sido editor de las revistas de artes Vocero y El Fanzine. Asimismo, ha colaborado en publica-ciones como La Tempestad, Mula Blanca, Fo-lio, Picnic y Cuadrivio.

Ilustración: Franz Kafka

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DESHORAS

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DESHORAS

S ólo aquellos que estamos condena-dos sabemos que no existe nada tan terrible como la ejecución que se mantiene suspendida en un proceso

interminable, la espera nos transforma en seres irreconocibles.

Por algún tiempo preferiríamos la muerte a aquella incertidumbre; el ataque directo y definitivo de la autoridad que nos aniquila es más deseable que la expectación. No es extraño que cuando el proceso de ejecución se dilata por tanto tiempo –como era mi caso durante aquella primera época– sean los car-celeros quienes proporcionan los instrumen-tos indispensables para el suicidio.

En dichas circunstancias poco importa si eres culpable o inocente, y la redención mis-ma adquiere un valor relativo, pues la espera es un rasero que vuelve a todos los hombres iguales, e incluso los más valientes o deprava-dos ven su temple destruido.

Siguiendo ciertas formalidades poco claras, de vez en cuando el capellán de la prisión me visitaba, me leía algunos pasajes de la Biblia e intentaba consolarme diciendo estas palabras: “Todo hombre es un prisionero de su propio cuerpo, en espera de la ejecución para liberar-se”. Yo lo escuchaba con cierto tedio, jugaba con él para pasar el rato y respondía a sus pre-guntas por simple condescendencia. En cierta ocasión, recordando pasajes de La divina come-dia me atreví incluso a relatar una superficial e inexacta visión del empíreo y de la rosa mística; cuando hube terminado el capellán me dijo, con lágrimas en los ojos, que: “Sólo un hombre condenado puede hablar de esa forma sobre la maravilla de los coros celestiales”. Evidente-mente el capellán se complacía en expresarse con frases particularmente dramáticas.

Por otra parte, era previsible la confesión de mi mujer: “que había conocido a alguien más –me dijo–, y debía continuar con su vida”; lo acepté de buena gana, nadie tenía que ser arrastrado conmigo a aquel abismo, nadie lo merecía, porque en definitiva lo cier-to era que aquella mujer se había convertido en una carga para mí, una interrupción inne-cesaria que turbaba aquellas circunstancias a que me había entregado.

Tras algún tiempo –cuando todos nos han abandonado y cualquier esperanza ha sido erradicada en nuestro interior–, algo nue-vo surge en nosotros frente al provisional y

contingente miedo a la muerte; algo nunca visto irradia del preso encerrado en su celda pequeña, húmeda y subterránea: la aceptación de que no se es libre en esa elección, el consue-lo de la inexorabilidad de aquella situación que se nos impone, suplantando nuestro destino.

*Otra cosa les ocurre a aquellos en quienes

recae aquel resplandor, indirectamente; algo, durante cierto tiempo, los transforma en bestias o dioses; hace surgir de ellos una cierta esencia perturbadora que convierte sus rostros en una faz desconocida, que irradia en este mundo desde más allá de lo humano.

El carcelero nunca fue mi amigo; sin em-bargo, intentó ayudarme cuando mi proceso se hubo estancado definitivamente. A partir de cierto punto habíamos penetrado en el limbo. Él, por la simple cercanía en que se en-contraba de mí, se vio contaminado: un tedio aniquilador se había apoderado de su espíritu; mientras que yo –ante lo irremediable– logré acostumbrarme a mi situación, el carcelero envejecía más cada día; parecía que, a la larga, los ejercicios que le habían asignado para castigarme lo cansaran más a él de lo que conseguían perjudicarme a mí y, debido a la tensión, por las noches era incapaz de dormir; cuando lo conseguía era un sueño anormal, lleno de presentimientos.

El sueño emergía en oleadas, el agua del mar le llegaba hasta el torso que tenía desnudo, veía relucir en las cercanías la franja casi blanca de la playa pero unas enormes cadenas le impe-dían acercarse: un peso muerto lo arrastraba al interior de un vórtice abismal que se abría en las inmediaciones. Debido a la fricción de la arena las cadenas le laceraban la piel, de manera que incluso respirar era para él un acto insoportable. Finalmente, incapaz de mante-nerse en pie, la fuerza de aquel peso lo arrastró al vacío mientras forcejeaba desesperadamen-te…, pero aquel vacío era un rostro, mi rostro, que irradiaba desde la oscuridad y lo llenaba de una tranquilidad que nunca había sentido.

Pronto comenzó a interceder por mí ante la compleja estructura de la administración carcelaria: después del trabajo organizaba sus actividades para exigir que se me liberara o se me diera muerte de una vez por todas. No transcurrió mucho tiempo para que llevara a sus hijos consigo, a los más pequeños. Para provocar compasión los hacía ponerse de

rodillas, arrastrarse, suplicar entre lágrimas. Poco habituados a estos menesteres, en las primeras ocasiones los pequeños no sabían fingir el llanto, pero después de que su padre les diera los primeros azotes, la desesperación fue auténtica y suplicaban, no por el prisionero condenado a muerte –pero en su nombre–, sino por sí mismos, por el temor al castigo paterno; su miedo era tan grande que incluso llegaron a desmayarse mientras ensuciaban con lágrimas y secreciones los zapatos de algún funcionario especialmente vinculado a mi caso.

De que las vías legales se habían agotado en mi proceso era consciente desde hacía mucho tiempo, pero el carcelero no sabía rendirse ante su propia insignificancia y nulidad. Tras cada tentativa regresaba con renovadas esperanzas: estaba enterado de que mi ejecución se había aplazado por ineptitud burocrática, pues el tribunal perdió ciertos documentos esenciales para llevar mi asunto a término; sólo hacía falta reiniciar el proceso que duraría a lo sumo algunos meses. Pero no pasaba mucho tiempo para que el carcelero se percatara de lo volubles que podían ser aque-llos funcionarios y recayera en el desánimo; sus estados emocionales volvían a fluctuar y con renovado ímpetu intercedía a mi favor.

A veces incluso les pegaba a sus hijos fren-te a los oficinistas, quienes –más que conmo-vidos– dejaban sus escritorios y se acercaban para ver aquel espectáculo morboso, felices de romper la rutina a costa de aquellos niños. Los funcionarios del tribunal de justicia son renuentes a impresionarse; el carcelero estaba acostumbrado al intercambio de favores que rige el sistema penitenciario. Idealmente el tribunal de justicia funcionaba como una es-tructura bien jerarquizada, pero en la práctica las capas se superponían, sedimentándose unas sobre otras como un complejo e impe-netrable laberinto.

El carcelero se encontraba indefenso ante estas fuerzas, su único refugio era quizá la transformación que yo le había otorgado, el cual poseía un carácter muy distinto del que inicialmente le habíamos atribuido…

*Hoy ha llegado el carcelero hasta mi celda

para confesar que ha incendiado su casa con su esposa e hijos dentro, y afirma –mientras sos-tiene un cuchillo en la mano– que nadie podrá evitar que cumpla sus obligaciones conmigo.

El carceleroAdrián Soto

Ilustración: Franz Kafka

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Benito Juarez Community Academy

10:00 AM | Simply Nigella | Nigella Lawson [ENTRADAS AGOTADAS]

12:00 PM | Hacker, Hoaxer, Whistleblower, Spy | Gabriella (Biella) Coleman

2:00 PM | Citizen DREAMers | Linda Lutton y Gaby Pacheco

4:00 PM | The Seldoms: RockCitizen

Museo Nacional de Arte Mexicano

10:00 AM | Dispatches from Dystopia 12:00 PM | Citizen Artist: Ramiro Gomez 2:00 PM | Mohawk Interruptus|

Audra Simpson 4:00 PM | #justice| Kimberly “Dr.

Goddess” Ellis y David Iberkleid

6:00 PM | City of Clowns |Daniel Alarcón

Cultura in Pilsen *

12:00 PM | Borders & Islands | Achy Obejas [ENTRADAS AGOTADAS]

2:00 PM | Illegal | José Ángel N. [ENTRADAS AGOTADAS]

4:00 PM | On Place and Belonging| Gerardo Cárdenas, Len Domínguez, María Pesqueira, Kari Lydersen y Raúl Raymundo. [ENTRADAS AGOTADAS]

Crossing Paths |Chicago Latino Writers Initiative, contratiempo y Proyecto Odisea**.

*Programas bilingües con interpretación simultánea.

** Este segmento de diez minutos da inicio a las tres sesiones en

Cultura in Pilsen.

Mana Contemporary11:30 AM | Citizen Artists | Open Studios

Stitching a Citizen [ENTRADAS AGOTADAS]

GRAN FIESTA DE CIERRE THALIA HALL

7:00 PM | David Chávez de Sound Culture | Sones de México Ensemble | Dos Santos Antibeat Orchestra | Sonorama | Calixta

INFORMACIÓN Y BOLETOS:

www.chicagohumanities.org

Pilsen Day | Domingo, 8 de noviembrePatrocinado por Chicago Community Trust

CLAUSURA 2015