Benítez Rubio, Fco. javier - La perenne actualidad de Aristóteles

La perenne actualidad de Aristóteles. Una lectura gadameriana de la sabiduría práctica Fco. Javier Benítez Rubio

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PAPELES DE ÉTICA Y BIOÉTICA

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LA PERENNE ACTUALIDAD DE ARISTÓTELES. UNA

LECTURA GADAMERIANA DE LA SABIDURÍA PRÁCTICA.

Fco. Javier Benítez Rubio

Bibliografía:

- Gadamer, H.-G., Verdad y Método, 11ª Edición, Sígueme, Salamanca, 2005 [Tradujeron Ana Agud Aparicio y

Rafael de Agapito] La actualidad hermenéutica de Aristóteles, pp. 383-396.

- Gadamer, H.-G., Verdad y Método II, Sígueme, Salamanca, 2006 [Traducción de Manuel Olasagasti] La

hermenéutica como tarea práctica y teórica (1978) pp. 293-308; Problemas de la razón práctica (1980) pp. 309-318.

- Gadamer, H.-G., Antología, Sígueme, Salamanca, 2001 [Traducción de C. Ruíz-Garrido y M. Olasagasti] Sobre la

posibilidad de una ética filosófica (1963) pp. 117-134.

- Gadamer, H.-G., El Círculo Hermenéutico, 3ª Edición, Cátedra, Madrid, 2007 [Traducción de Arturo Parada]

Ciudadano de dos mundos (1985) pp. 173-186; La idea de la filosofía práctica (1986) pp. 187-196.

1. La tradición tiene que entenderse de manera diferente, digamos que de

manera no ‘tradicional’. Las reflexiones de Aristóteles sobre la sabiduría práctica, la

phrónesis, no tienen nada antiguo, ni pasado de moda, no es una aportación

obliterante y restrictiva, caduca ni claustrofóbica. Las preguntas y reflexiones que

hacía entonces el filósofo del Liceo siguen siendo actuales. Más aun, fundamentales

para la hermenéutica, y fundamentales para la bioética toda vez que ésta está, como

ninguna otra de las vertientes de la filosofía, en la encrucijada de la reflexión ética y

la científico-técnica. Para Gadamer, las preguntas ético-hermenéuticas claves que se

hace Aristóteles son las que se irán desgranando a continuación.

La primera: ¿cuál es el papel de la razón en la moral? Lo que hace Aristóteles

en este primer momento es reparar el nudo metafísico que la teoría socrático-

platónica había liado en la ética: logos y areté. A la razón y al saber se adhiere la

virtud alejándola del ser. “Aristóteles devuelve las cosas a su verdadera medida

mostrando que el elemento que sustenta el saber ético del hombre es la orexis, el

esfuerzo, y su elaboración hacia una actitud firme (hexis). El concepto de la ética


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lleva ya en su nombre la relación con esta fundamentación aristotélica de la areté en

el ejercicio y en el ethos” (V&M: 383-384). El hombre llega a ser el que es no por lo

que sabe sino por lo que hace y se comporta, por cómo lo hace y se comporta.

Aristóteles no niega la guía racional del ser humano, no que este logos no sepa lo

que es ‘lo bueno’. No hay una defensa del irracionalismo o del emotivismo, usando

etiquetas plenamente modernas.

La segunda: ¿es posible un saber moral del hombre?, ¿qué relación habrá entre

‘saber’ y ‘moral’? En ética, a diferencias de las matemáticas, no existe la exactitud

máxima. La ética filosófica, el saber moral, la phrónesis no puede ser nunca un saber

exacto, la episteme, ese conocimiento puro, teórico y aritmético; la ética no puede

ser tan general que no pueda ser nunca aplicada a lo concreto. “El saber moral debe

comprender en la situación concreta qué es lo que ésta pide de él” (V&M: 384). Las

actitudes éticas se educan y ejercitan, se desarrollan, hay que trabajar sobre ellas con

esfuerzo firme para mantenerlas a lo largo de nuestra vida. Queda determinar qué es

ese trabajarse a uno mismo con esfuerzo y dedicación que es el saber moral.

La tercera: ¿es el saber moral una tekhne, un saber productor de cosas? Pues

no: “Es completamente evidente que el hombre no dispone de sí mismo como el

artesano dispone de la materia con la que trabaja. No puede producirse a sí mismo

igual que puede producir otras cosas. En consecuencia el saber que tenga de sí mismo

en su ser moral será distinto, y se destacará claramente del saber que guía un

determinado producir. Aristóteles formula esta diferencia de un modo audaz y

único, llamando a este saber un saberse, esto es, un saber para sí” (V&M: 387). Pero,

¿hay que rechazar, desde el saber moral, todo lo que de bueno puede aportar el

análisis de la tekhne? Pues tampoco. La complejidad que el concepto de tekhne tiene

en la cultura clásica se ha perdido por completo en la modernidad. Los griegos

hilaban muy fino y distinguían entre el saber que se adquiere por adelantado y la

experiencia. Tekhne es el arte y la habilidad para producir, aquel saber del artesano,

del experto en algún campo. De este saber producir podemos extraer varias


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conclusiones, la primera es que sólo puede aplicarse, llevarse a la práctica, aquello que

se conoce previamente; la segunda, es que el artesano experto consigue un

conocimiento profundo de la generalidad de su campo y lo aplica al caso concreto;

tercero, sabe elegir de entre la multiplicidad que se le presenta, los medios y

materiales adecuados para producir cosas. Así, las cosas o se hacen por suerte y

fortuna (las menos, y algunas ciertamente imposibles), o las cosas se hacen por saber

hacerlas. Entonces, el que hace cosas es porque sabe hacerlas. ¿Cómo sabe lo qué sabe

el qué sabe? Bien por la acumulación de experiencia, por la repetición práctica de las

mismas cosas. Bien por la enseñanza y el aprendizaje, por un saber previo que se

adquiere por adelantado.

¿Y no hace el saber moral como la tekhne, no procede del mismo modo?

Habrá que delimitar, entonces, las similitudes y las diferencias. El que decide

éticamente es alguien que ha aprendido algo anteriormente y que tiene que dar en el

clavo (hacer lo correcto) en una situación concreta a partir de su conocimiento

general de la cosa. Ahora bien, si la tekhne puede olvidarse cuando deja de

practicarse, la phrónesis no se olvida nunca. La phrónesis se adquiere por experiencia

y repetición, nunca por adelantado. No hay una a priori en la vida correcta como tal.

Aunque la auténtica diferencia entre ambas la encontraremos en la relación medios-

fines: “El saber moral no está restringido a objetivos particulares, sino que afecta al

vivir correctamente en general; el saber técnico, en cambio, es siempre particular y

sirve a fines particulares. (…) Cuando hay una tekhne, hay que aprenderla, y

entonces se podrán elegir los medios idóneos. En cambio, el saber moral requiere

siempre ineludiblemente este buscar consejo en uno mismo. (…) La expansión del

saber técnico no logrará nunca suprimir la necesidad del saber moral, del hallar el

buen consejo. El saber moral no podrá nunca revestir el carácter previo propio de los

saberes susceptibles de ser enseñados” (V&M: 392-393). La ética, no puede ser nunca

un saber meramente enseñable, hay que vivirla, experimentarla.


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2. El estatus del saber moral, la ética, en Aristóteles es el de una filosofía

práctica, Praxis, en la que la phrónesis (la virtud de la racionalidad práctica) ocupa un

lugar central. A un lado encontramos la Theoría o filosofía teórica, al otro la Poiesis1

o las artes de los tejnai. Aristóteles pensaba la filosofía práctica en debate explícito

con ambas dos, y a la racionalidad prudencial y responsable en articulación con la

racionalidad científica de la Theoría y con la racionalidad instrumental y creadora de

la Poiesis2. La racionalidad práctica, la praxis, es una esfera autónoma del saber3

(V&M2: 313): “«Praxis» designa el conjunto de las cosas prácticas y por tanto toda

conducta y toda autoorganización humana en este mundo, e incluye también la

política y dentro de ella la legislación”.

La ética de Aristóteles es una ética de virtudes, éstas son conceptos

normativos cuya validez ya está presupuesta. En ella, la virtud de la phrónesis no es

una facultad neutra y mecánica que le encuentra fines justos a los medios prácticos.

No cualquier medio, sino el medio correcto, aquel que es, al mismo tiempo, recto y

útil. La phrónesis viene, inextricablemente, unida al ethos. Es éste el arjé de toda

ilustración filosófico-práctica (V&M2:294,306). El ethos, el ser que se hace con el

hábito, designa todas las facticidades a las que el ser humano se encuentra arrojado:

las creencias, valoraciones, usos compartidos, el sistema de vida en que vivimos, en

definitiva. (V&M2: 315-316). Recordemos que para Aristóteles el ser humano es

siempre social, está siempre con otros, aceptando el intercambio con los otros. Por

eso decimos que el ethos, como facticidad ineludible, es punto de partida primero y

determinante. Sobre ese ethos, sobre lo factible, actúa la phrónesis para que no se

quede convertido en mero adiestramiento adaptativo y conformista. Y para que la

1 Para los griegos, la única ciencia posible eran las matemáticas, que versan de aquellas cosas inmutables.

Todo lo demás cosas carecen de esa inmutabilidad y no eran objeto del saber científico. La medicina, la arquitectura, el comercio y la navegación por ejemplo, eran tejnai de las que se encargaba la poiesis. Y la moral y la política era el territorio de la phrónesis.

2 A Gadamer le servirá la filosofía práctica de Aristóteles para explicar el lugar de las Humanidades, especialmente la filosofía y la hermenéutica, dentro del universo de las Ciencias.

3 Aristóteles no plantea una jerarquía que coloque la vida teórica o técnica por delante de la práctica, o de ésta sobre aquellas dos. Lo que plantea el maestro peripatético es la conjunción de todas ellas, no la disyunción o el enfrentamiento, la búsqueda de hegemonías dentro de la conciencia humana. Los conceptos teórico y práctico son aclaraciones conceptuales de Aristóteles (CH: 190).


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conciencia individual no quede imbuida y diluida en ese sistema de vida (familia,

sociedad y Estado), sin que desde el interior de la conciencia surjan novedades,

objeciones, críticas, etc. Pero la phrónesis no es un don natural; se posee porque se

cultiva, porque se educa. Y no aparece en todas las personas, no es una particularidad

de sabios y filósofos.

3. Volvamos a las relaciones entre saber y actuar. La ética, saber práctico, no es

únicamente el saber acerca de la virtud, queremos saber de ellas para practicarlas y ser

mejores personas. La pragmateia ética, antes y ahora, no puede ser un saber aséptico

y recopilador que describe las normativas y su vigencias. Ha de introducir en el

mundo del hombre normas más justas y deseables (V&M2: 296; A: 117).

El concepto de ethos aristotélico expresa que la virtud, hacer el bien y lo

justo, no es una mera cuestión de saber cosas; es una cuestión de cómo es uno. No

es que Aristóteles esté enmendando a Sócrates y su intelectualismo. Le está diciendo

que ese ‘cómo es uno’, el ethos, tiene que ver con la educación y con la forma de

vivir la vida, cada uno la suya pero entre otros. El ser moral de cada uno de nosotros

no es puro intelecto, ni una construcción teórica. El ser moral que decide en cada

caso particular está condicionado múltiplemente. Pero ese ser condicionado

tampoco elimina lo que de logos hay en la persona: hay comunicación entre el logos

y el ethos. Entre el saber general de lo bueno y el acto recto concreto coloca

Aristóteles a la phrónesis: la que muestra entre aquello que es general, lo que es

factible (A: 127,128). La gran aportación de la ética aristotélica a la posteridad, o una

de las más importantes, es la explicitación de la existencia en todas las personas de la

conciencia moral concreta que persigue lo correcto4. Las épocas pasan y con ellas

llegan los cambios fácticos en las costumbres y las formas de pensar. Pero en el

hombre, en su conciencia moral, permanece la prudencia (phrónesis), permanecen la

hexis y la orexis (esfuerzo y actitud firme) y la elección de lo mejor y lo bueno entre

las posibilidades existentes (prohairesis), conectadas con lo recto.

4 Lo correcto es la conjunción de lo recto, lo que es bueno y justo, y lo útil, lo adecuado a su fin.


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4. ¿Porqué Gadamer se preocupa tanto en reconsiderar la oferta de la ética

aristotélica?, ¿por mero romanticismo nostálgico de todo pasado fue mejor?, ¿o

porque puede ser una ayuda imprescindible para afrontar el difícil presente que nos

aguarda? Dos apuntes:

“En la moderna civilización técnica, asentada sobre la ciencia, la

automatización de los medios se ha hecho definitivamente dueña de la libertad de

decisión y la capacidad humanas de elegir lo bueno y que, por lo tanto, todo

depende únicamente del saber fundado en la ciencia” (CH: 184).

“En este nuestro mundo cada vez más apretujado se producen encuentros

profundos entre culturas, religiones, costumbres y valoraciones distintas. Sería una

ilusión creer que en este planeta progresivamente abigarrado la convivencia humana

sólo puede estar regulada por un sistema racional de la utilidad, una especie de

religión de la economía mundial, como quien dice” (CH: 186)

El punto de partida de la reflexión gadameriana no es ni mucho menos

abstracto. Es una situación real de atasco en el que vivimos hoy en día en las

sociedades occidentales. La situación no es buena, desde luego, y parte de la

responsabilidad de que esto sea así surge de la misma ciencia moderna. Ésta al querer

convertirse en solucionadora total y única de todas las dificultades, en depositaria

eterna de las verdades posibles, termina convirtiéndose en parte crucial del mismo

problema que quería resolver. Pero si otra ciencia es posible, entonces otro mundo

es posible. ¿Cuál es esa otra ciencia sobre la que reflexiona nuestro maestro alemán?

La ciencia moderna parece olvidar el pasado que la vio nacer, olvidó aquella feliz

infancia a orillas del Mediterráneo. Al traer al presente aquel pasado, con Aristóteles,

es posible que tengamos una buena posibilidad de vivir mejor. Aristóteles habla de

tensiones dialécticas entre Theoría, Praxis y Poiesis, entre ciencia, ética y técnica, y

sus respectivas racionalidades, nunca de enfrentamiento. Cada una de ellas trata con

lo suyo y la sabiduría práctica busca lo correcto en el momento concreto; en el


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fondo están bien avenidas. El saber teórico y general plantea la meta, un objetivo

final al que tendemos, al que hay que llegar, como si fuera el blanco de una diana

(CH: 189). Y el saber prudencial y concreto de la phrónesis es el arco que lanza la

flecha que busca el centro, lo correcto.

En los tiempos que corren, toda vez que ciencia y técnica unen sus destinos

para siempre, se enfrentan al saber moral, relegándolo más allá de un segundo plano.

Se instaura el pensamiento de que es el nivel de conocimiento científico el que

determina los dilemas morales. Entonces, la ignorancia científica explica

determinadas problemáticas, como por ejemplo el asunto de la eutanasia y el

estatuto del embrión, también el cambio climático o la escasez de los recursos

naturales. Cuando el conocimiento científico se eleve, el dilema simplemente

desaparecerá. Cuanta más y mejor tecnociencia tengamos, menos ética será

necesaria.

Y esto no es solo el lugar de la hermenéutica. Este es el terreno de juego

donde también está la bioética. Por tanto, las reflexiones sobre la filosofía práctica, la

sabiduría prudencial de Aristóteles, y de Gadamer, son plenamente pertinentes en la

actualidad, también en la reflexión bioética. De algún modo, habrá que hacer

entender al común de los mortales que la acumulación de saberes no otorga

sabiduría; que la superabundancia de medios tecnológicos no fabrica sabiduría; y que

el amontonamiento de conocimientos científicos, valiosos por supuesto, no es

sabiduría. El saber, la técnica y la ciencia son importantes, qué duda cabe, no lo

dudamos un instante, no se puede desdeñar su necesidad. Pero, el asunto del trato

con el otro, y especialmente el cuidado al otro enfermo y padeciente no va a

clausurarse ni a desaparecer por muchos adelantos que podamos juntar o por el

hecho de convertirlo en un problema mecánico del que algún día cercano

encontraremos solución. En el trascendental asunto de la vida y la muerte, hay

espacio para la ciencia del mismo modo que lo hay para la ética.


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Nomenclatura:

V&M: Verdad y Método.

V&M2: Verdad y Método 2.

A: Antología.

CH: El Círculo Hermenéutico.

Fco. Javier Benítez Rubio

Licenciado en Filosofía

Algeciras, Abril 2013

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