Benítez Rubio, Fco. Javier - Unamuno, Filósofo a La Contra

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Breve bosquejo de la contrafilosofía de Don Miguel de Unamuno y Jugo.

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  • UNAMUNO: FILSOFO

    A LA CONTRA.

    FCO. JAVIER BENTEZ RUBIO

  • Unamuno: Filsofo a la contra Fco. Javier Bentez Rubio

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    Ser o no ser, he aqu la cuestin. Qu es ms digno para el espritu, sufrir los golpes y dardos

    de la insultante fortuna o tomar armas contra ocanos de calamidades y, hacindoles frente, acabar con

    ellas? Morir..., dormir; no ms Y pensar que con un sueo damos fin al pesar del corazn y al los mil

    naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! He aqu un trmino devotamente apetecible!

    Morir... dormir, tal vez soar! Si, ah est el obstculo! Pues es forzoso que nos detenga el considerar

    qu sueos pueden sobrevivir en ese sueo de la muerte, cuando nos hayamos liberado del torbellino de la

    vida. Esta es la reflexin que da tan larga vida al infortunio! Pues Quin soportara: los ultrajes y

    desdenes del mundo, los agravios del opresor, las afrentas del soberbio, los tormentos del amor desairado,

    la tardanza de la ley, las insolencias del poder y los desdenes que el paciente mrito recibe del hombre

    indigno, Cuando uno mismo podra procurar su reposo con un simple estilete? Quin querra llevar

    tales cargas, Gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, Sino fuera por: Temor a algo tras la muerte,

    la ignorada regin de cuyos confines ningn viajero retorna, Temor que desconcierta nuestra voluntad y

    nos hace soportar los males que nos afligen antes de lanzarnos a otros que desconocemos? As la

    conciencia nos vuelve cobardes a todos y as los primitivos matices de la resolucin desmayan en el plido

    tinte del pensamiento, y as empresas de gran importancia, por estas consideraciones, tuercen su curso y

    pierden el nombre de accin.

    Hamlet (William Shakespeare)

    ndice:

    1. Introduccin: La filosofa a la contra de Unamuno. 3

    2. Unamuno contra la razn. 5

    3. Unamuno contra la muerte. 8

    4. Unamuno contra el cristianismo. 10

    5. La autntica forma de la vida humana. 13

    5. Eplogo: San Manuel Bueno mrtir. 18

    Bibliografa. 22

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    1. Introduccin: La filosofa a la contra de Unamuno1.

    A lo largo del presente trabajo veremos que Unamuno no dar explicaciones

    racionales a los problemas que plantea, los deja ah flotando en un inmenso ocano de

    paradojas (Ferrater Mora, 1985:53). El suyo es un mtodo de confusin ms que de

    clarificacin, de incitacin ms que de dar respuestas. Las interrogaciones jalonan toda

    la obra de Don Miguel y pasan, por contagio, al lector. Unamuno es un pensador que

    nos entrega sus dudas, sus sueos y deseos, sus razones y sinrazones, en definitiva.

    Es un filsofo hereje2 frente a las distintas tradiciones filosficas sean idealistas

    o empiristas, materialistas o espiritualistas, sean monistas o pantestas; coge de todas

    pero su filosofa no es de ninguna de esas corrientes. Es una especie nica de filsofo,

    que huye de las normas establecidas en el ramo del pensamiento filosfico. Podemos

    proponer algunos tpicos ms sobre su especial carcter: que es hiperblico y

    paradjico, a la vez que intenso hasta ardoroso en la defensa de sus vivencias, algo que

    lo hace nico e inmarcesible; que rompe con los esquemas, por ejemplo, o que no hay

    etiquetas para describir al Unamuno real de carne y hueso. Este comentario es un lugar

    comn en todos los comentadores y especialistas en Miguel de Unamuno y Jugo. Pero

    el hecho de que sea un asunto muy manoseado no le quita veracidad al mismo. Padilla

    Novoa (1985:33) entiende que esto era buscado a conciencia por el propio Unamuno,

    para protegerse; al quedar resaltados estos caracteres tan peculiares defenda su

    identidad y originalidad3.

    1 Ganivet, Azorn, Baroja, Unamuno, Machado, Maetzu y Valle-Incln son los ms destacados representantes

    de esta corriente de pensamiento que inaugura el siglo XX en Espaa y que conocemos como La Generacin del 98. Las

    diferencias personales e ideolgicas de tan insignes personajes saltan a la vista, pero ms all de stas existen varios

    elementos comunes que hacen que sean agrupados. Es de sobra conocido el inicio de todo esto, el impacto histrico y emocional de la prdida de las ltimas colonias de Espaa en 1989. Y cmo estos grandes hombres trataron, cada uno a

    su modo, de salir de ese tremendo boquete en el que qued la nacin. La rebelda inconformista, la renovacin, la apertura a Europa, el hacer frente a la decadencia y a esa arraigada corrupcin poltica tan nuestra. Tambin un cierto

    lirismo y una actitud esttica y ensoadora, con un hroe mtico en el que depositan sus esperanzas: Don Quijote. Todos estos elementos comunes hacen que sean agrupados.

    La Generacin del 98 estuvo impregnada del espritu modernista europeo. Compartieron con ste el rechazo

    al positivismo y una cierta actitud romntica e idealista, sumando la sensibilidad ante el problema nacional y por las cuestiones que se dan cita en ese enclave donde religin y filosofa se encuentran. Para Suances (2010:213), la temtica

    de esta generacin fue de ndole filosfica, poltica, histrica y social, centrada en el problema de Espaa, pero tratado desde

    una perspectiva esttica. 2 Tomo esta expresin de Ferrater Mora (1985:57): el dios unamuniano es un Dios hereje frente a las

    ortodoxias religiosas y a las concepciones filosficas. 3 La peculiaridad unamuniana alcanza sus ms altas cotas en su produccin literaria novelstica y potica. Es

    all donde zanja de un modo concreto las cuestiones que trata en sus tratados filosficos. Efectivamente, Unamuno plasma en sus personajes todo aquello en lo que cree, todo aquello en lo que no cree, todo lo que anhela y todo lo que

    detesta. Lo hace de manera directa y clara, con ese estilo hiperblico tan suyo. Unamuno nos muestra su humanidad, la de carne y hueso, en sus novelas, tambin en su poesa. Sus personajes hablan por l, ms y mejor que en sus valiosos tratados de erudicin. La nivola de Unamuno es un autntico laboratorio de la vida (Padilla, 1985:43), mezcla de sueo y

    vigilia, de misterio y evidencia, de dudas y seguridades, de razones y sinrazones, donde experimentarlas hasta llegar al nudo de la realidad de un modo ms autntico.

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    De algn modo el encasillamiento es la metfora de la homogeneidad, de la

    simple comodidad de pertenecer a una corriente y participar de los tics de stas, de que

    si un pensamiento puede ser enmarcado en una escuela se convierte en pieza de museo

    o en algo que ha de ser venerado. Y esto va contra todo lo que fue Unamuno. A la

    contra, siempre a la contra, contra todos y contra todo, a favor de s mismo y sus

    contradicciones. No fue amigo de cnones ni de ortodoxias. Si es cierto eso que dice de

    que lo que se define se muere, y se acaba, la personalidad filosfica del hombre carne y

    hueso que fue Unamuno es inagotable e inmortal; su genialidad, trgica y agnica, que

    golpea al que lo lee, al que lo suea, no puede ser definida, ni acotada, ni analizada

    racional y framente, encerrada en un texto erudito para siempre. Unamuno vivir, ser

    inmortal, mientras algunos de nosotros nos acercamos a l, le pensemos y razonemos,

    s; y tambin le sintamos y percibamos el estallido en nuestras conciencias de su dolor

    y su deseo de inmortalidad, que es tambin el nuestro.

    Esto merece una explicacin: que el lector sea parte fundamental de la

    inmortalidad de Unamuno. La nica forma de conocimiento que admite es la intuicin

    vivencial expresada por medio de recursos retricos: metforas, alegoras, paradojas e

    hiprboles (Padilla, 1985:40-41). Una intuicin que penetra en la realidad con los

    sentidos, pero con todas las entraas, con todo el ser. Para Unamuno el deseo es

    anterior al conocimiento. Es por ello que el ser humano es un ser anhelante antes que

    un ser cognoscente. La conciencia humana es puro sentimiento y deseo, y el

    conocimiento surge a partir de estos y no de la razn (Padilla 1985:112-113). Pero claro,

    tal tipo de conocimiento es inefable, y cuando tratamos de racionalizarlo se desvirta.

    Unamuno, claro est, no es santo de la devocin de los filsofos que slo usan la

    herramienta racional para pensar el ser que son. Pero hay una coherencia en esto:

    Unamuno no racionaliza lo irracional; como veremos, hace que ambas se peleen, pero

    no quiere reducir la una a la otra o sintetizarla en otra categora. De este modo es el

    lector el que descubre por s mismo vivencias semejantes y propias a las que vive Don

    Miguel. Efectivamente, la vaguedad del lenguaje potico frente al lenguaje racional

    permite que el lector se convierta en interlocutor de Unamuno, trayndolo de nuevo a

    la vida.

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    2. Unamuno contra la razn.

    El hombre conoce para vivir y conoce slo lo que necesita para conservar y aumentar la

    vida. El conocimiento tiene histricamente un origen teleolgico o finalista.

    (De la desesperacin religiosa moderna, p. 46).

    Y ahora bien; para qu se filosofa?, es decir, para qu se investigan los primeros

    principios y los fines ltimos de las cosas? Para qu se busca la verdad desinteresada? Porque

    aquello de que todos los hombres tienden por naturaleza a conocer, est muy bien, pero para

    qu?

    Buscan los filsofos un punto de partida terico o ideal a su trabajo humano, el de

    filosofar; pero suelen descuidar buscarle el punto de partida prctico y real, el propsito. Cul

    es el propsito al hacer filosofa, al pensarla y exponerla luego a los semejantes? Qu busca en

    ello y con ello el filsofo? La verdad por la verdad misma? La verdad para sujetar a ella

    nuestra conducta y determinar conforme a ella nuestra conducta y determinar conforme a ella

    nuestra actitud espiritual para con la vida y el universo?

    La filosofa es un producto humano de cada filsofo, y cada filsofo es un hombre de

    carne y hueso que se dirige a otros hombres de carne y hueso como l. Y haga lo que quiera,

    filosofa, no con la razn slo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los

    huesos, con el alma toda y con todo su cuerpo. Filosofa el hombre.

    []

    Saber por saber! La verdad por la verdad! Eso es inhumano. Y si decimos que la

    filosofa terica se endereza en la prctica, la verdad al bien, la ciencia a la moral dir: y el bien

    para qu? Es acaso un fin? Bueno no es sino lo que contribuye a la conservacin,

    perpetuacin y enriquecimiento de la conciencia. El bien endereza al hombre, al mantenimiento

    y perfeccin de la sociedad humana, que se compone de hombres

    []

    En el punto de partida, en el verdadero punto de partida, el prctico, no el terico, de

    toda filosofa, hay un para qu. El filsofo filosofo para algo ms que filosofar.

    (Del sentimiento trgico de la vida, pp. 30-31)

    La razn est en crisis. Aquella panacea capaz de acabar con todos los conflictos

    del hombre resulta que no puede dar solucin a muchos de ellos. A veces, incluso,

    parece que los empeora. La fantasmas de la razn comienzan a quitarnos ms de lo que

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    la razn nos da. La incapacidad de la razn es uno de los principales argumentos de

    Unamuno, compartido con otros pensadores de su tiempo4. La filosofa de Don Miguel

    va a la contra del racionalismo idealista; Garagorri (1985:19) llama a su pensamiento

    irracionalismo iconoclasta.

    No pretende Unamuno, ni su filosofa, entregarnos una verdad verdadera, un

    nuevo dogma, -cmo podra! La filosofa de Unamuno tiene muy poco de doctrina y

    mucho de testimonio, tal y como le dice a su amigo Pedro de Mjica en 1903: Procuro

    ejercer la decimoquinta obra de misericordia, esto es, despertar al dormido (Garagorri,

    1985:23). Unamuno, inquieto y acongojado, trata tambin de inquietarnos y

    acongojarnos con sus tribulaciones existenciales. Y descubrimos que no son solo suyas,

    que son aflicciones compartidos por muchos, todos aquellos que hagan un honesto

    ejercicio de humana introspeccin.

    S que pretende un alzamiento frente a la tirana de las ideas (Ferrater Mora

    1985:36), y frente al dominio abusivo de la razn, como sistema de ideas y de

    prescripciones. La filosofa como rebelin, como desarticulacin de este status quo y de

    aquellos filsofos, tambin de carne y hueso, que cierran los ojos ante su propio existir.

    Unamuno juega siempre a la contra. Dice Don Miguel que convierten al ser humano

    concreto en abstracciones: el animal poltico, el animal simblico, la realidad

    histrica, o el sujeto pensante (Ferrater Mora, 1985,40). Se convierten ellos mismos en

    abstraccin, en concepto, en ideales, en cogito. Qu puede llevar a un filsofo a

    semejante mutilacin? Claro!, preguntan muchos a Unamuno, qu le lleva a este

    sufrimiento agnico, a ese estado de crisis perenne? Y el profesor salmantino les

    pregunta, y a ustedes, qu os lleva al suicidio por el concepto abstracto, a la

    automutilacin en la mera razn?

    La autntica existencia de ese hombre de carne y hueso es que vive

    trgicamente. Si no fuera as sera tambin una abstraccin este carne y hueso tan

    grato a Don Miguel. La vida desgarrada por las oposiciones, por las luchas intestinas,

    por la coexistencia de fuerzas litigantes sin pacificacin alguna. Unamuno, como

    apunta Ferrater Mora (1985:42) quiere que cada uno de nosotros se enfrente con un hecho: el

    de que la tensin entre opuestos, y especialmente entre la razn y lo irracional, es el ncleo

    ltimo de la existencia humana, y posiblemente de toda la existencia.

    4 Garagorri (1985:19) cita a Kierkegaard, a James, a Nietzsche, a Dewey, a Bergson y a Blondel.

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    No hay solucin definitiva, ni una quietud serena o una completa calma. No

    tiene el hombre ninguna de las dos posibilidades que paso a apuntar: primera, huir de

    la sinrazn y del sufrimiento dejndose iluminar por la razn; segunda, escapar del

    mbito racional, de la claustrofobia que procura la lgica implacable y el concepto

    abstracto para alojarse en la clida seguridad de la fe (Ferrater Mora, 1985:43). Usamos

    ahora una metfora de corte unamuniano, exagerada y cierta: la vida se parece a una

    batalla de la Gran Guerra, en Marne, en Somme, en Verdn. En medio de una batalla

    encarnizada entre dos bandos irreconciliables, que luchan sin cesar dentro de sus

    trincheras; ora gana terreno la una, ora lo pierde. As sucesivamente, sin victorias ni

    derrotas, a lo sumo un tenso descanso, un armisticio esculido. Solo la guerra.

    Aqu Unamuno es el filsofo del sufrimiento descarnado. Ese pensador al que

    quisiramos no or, no haberle ledo nunca. Al que califican ad hominem de amargado

    y resentido o de pesimista. Pero es ese mismo pensador que hace mirarnos al fondo del

    ser que somos para descubrir de qu pasta estamos hechos, si tenemos los nervios bien

    templados, si realmente nos convencemos a nosotros mismos de todo lo que

    pensamos5.

    Si Unamuno fuera un pensador al uso, tradicional, ya estaramos esperando que

    en alguna de sus pginas apareciera algn esbozo, siquiera, de sntesis a tan trgica y

    agnica dialctica de enemigos irreconciliables. Que en algn momento sacar de la

    manga, de ese modo tan suyo, abrupto y vehemente, -unamuniano-, un Tratado de

    Paz que nos alivie, que nos d solucin a este entuerto terrible, que satisfaga a tirios y

    que pacifique a los troyanos. Pues no! El corazn y la cabeza, la cochina lgica y el

    cochino sentimiento, la realidad y el deseo, la reflexin y el sentimiento, la razn y la

    fe, se sostienen el uno al otro: la paz es la muerte. Si ganara la batalla uno de los

    contendientes realmente la persona real y concreta perdera la guerra de la existencia

    (Ferrater Mora, 1985:52).

    5 En esa ocasin tan delicada y grave como es el despertar individual, para esa aventura decisiva del aprendizaje de uno

    mismo, la obra de Unamuno contiene una levadura inestimable. Para arrancar al sujeto del sonambulismo de la vida rutinaria, para enfrentarle con su intimidad y ensearle a percibirla, reconocerla, medirla y en posesin de s mismo, emerger del embotamiento de una existencia invasoramente socializada, a la vida personal, las pginas de Unamuno pueden obrar una intensa accin catalizadora. () Hay en la prosa de Unamuno una constante irradiacin que mana desde la intimidad y nos conduce fcilmente hacia dentro, hacia la interioridad de cada uno, hacia el reducto solitario, individual que slo habita el yo que hayamos logrado

    hacer (Garagorri, 1986:20).

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    3. Unamuno contra la muerte.

    La sed de eternidad es el fruto de la desesperacin producida por la muerte ineludible, y

    esta necesidad la solucionamos afirmando o negando, creyendo en otra vida trascendente o

    tratando de resignarnos al aniquilamiento. Pero tanto quien afirma como quien niega, lo hace

    por desesperacin: stos, desesperados por no encontrar la solucin del problema, afirman la

    existencia de otra vida; aquellos la niegan y nos aconsejan la renuncia religiosa a la

    inmortalidad.

    (De la desesperacin religiosa moderna, p. 48).

    Ese pensamiento de que me tengo que morir y el enigma de lo que habr despus, es el

    latir mismo de mi conciencia.

    (Del sentimiento trgico de la vida, p. 41)

    Cuando no se hacan para los vivos ms que chozas de tierra o cabaas de paja que la

    intemperie ha destruido, elevbanse tmulos para los muertos, y antes se emple la piedra para

    las sepulturas que no para las habitaciones. Han vencido a los siglos por su fortaleza las casas de

    los muertos, no las de los vivos; no las moradas de paso, sino las de queda. Este culto, no a la

    muerte, sino a la inmortalidad, inicia y conserva las religiones

    (Del sentimiento trgico de la vida, p. 42).

    No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre,

    siempre, y vivir yo este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aqu, y por esto me tortura

    el problema de la duracin de mi alma, de la ma propia.

    (Del sentimiento trgico de la vida, p. 46).

    La crisis de confianza en el racionalismo es uno de los ejes sobre los que pivota

    la filosofa unamuniana. Ahora nos centraremos en otros de los ejes tambin

    importantes. La razn no es capaz de dar cuenta de la vida. La razn experta en

    definir, en acotar, no est capacitada para hacerse cargo de la vida. Cuando Unamuno

    dice vivir lo que est diciendo es, realmente, no morir. La razn no es capaz de

    hacerse cargo del hambre de inmortalidad del ser humano. La razn no logra arrojar

    certidumbres ni certezas sobre nuestra perduracin en la existencia. Por tanto, la razn

    es enemiga de la vida.

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    El problema ms importante para el hombre, as lo entiende Unamuno, es la

    inmortalidad6. Desde los primero tiempos de la humanidad, era el seguir existiendo

    tras la muerte el principal motor de todo lo que haca cuando todava exista. El destino

    del hombre individual, o qu ser de nosotros cuando hayamos muerto, es el problema

    que ms le preocup y atenaz, como pensador, pero sobre todo como hombre

    individual.

    En este tema de la inmortalidad le asediaban profundas dudas. La razn, fiel a

    sus disposiciones, mete a la inmortalidad en el cajn de las cosas absurdas. La

    perplejidad aumenta, ya que esperamos otra repuesta de tan reputada herramienta. Y

    la fe quiere dar por buenos ingenuos argumentos que sirven para poco. La fe del pobre

    carbonero, esa que acepta lo que le dicen sin ms, tampoco sirve a Don Miguel. Y pacta

    el pobre carbonero con la herramienta inservible de la razn naciendo la teologa en la

    religin. Y eso no es lo que quiere, busca y ansa Unamuno.

    El hambre de inmortalidad, nos dice Unamuno, es una especie de mpetu7, una

    tendencia a ser siempre y en todo momento, un querer perpetuarse en el espacio y el

    tiempo. Y busca y rebusca Unamuno en lo que otros antes que l dijeron y pensaron

    sobre la inmortalidad; y ninguna de ellas le satisface plenamente. A lo sumo, afirma

    Ferrater Mora (1984:61), aceptara a regaadientes un mnimo en el que resignarse y

    consolarse. Por eso sigue su agona y su bsqueda, hasta el ltimo aliento de su existir.

    Y encuentra, de nuevo, la contradiccin perpetua en el tema de la inmortalidad. Entre

    el s a que moriremos que da nuestro sentido comn racional y el no a querer morir de

    nuestra fe se produce una oscilacin ontolgica constante que tiene forma de inquietud

    permanente, de agona existencial. Una especie de lucha a muerte contra la propia

    muerte, y la vida una especie de purgatorio donde coexisten en dependencia completa

    la esperanza y el sufrimiento, la ansiedad y la bienaventuranza (Ferrater Mora, 1985:68-

    69).

    6 Esta preocupacin aparece muy pronto en el pensamiento de Unamuno. En Pompeya de 1892, con 28 aos,

    se puede apreciar ya su inters por la muerte y la eternidad: Contemplando las ruinas de Pompeya y frente a ellas su verdugo que lanza bocanadas de aliento de la Madre Tierra, se siente que es la muerte un accidente de la vida, como en la desolada campia romana, junto a las ruinas que se tienden al pie de los montes sabinios, se oye cantar a la cigarra la eternidad de la vida y lo vano de la gloria(Pasajes de alma, Alianza Editorial, 1997,Madrid).

    7 Dice Ferrater Mora (1985:59-60) que se parece al conatus de Spinoza, del que tomo slo el nombre y no el sentido spinoziano.

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    4. Unamuno contra el cristianismo.

    El cristianismo es un valor del espritu universal que tiene sus races en los ms ntimo

    de la individualidad humana.

    (La agona del Cristianismo, p.23)

    El tema religioso es el centro de la obra toda de Miguel de Unamuno, nos dice

    Garagorri (1985:191), que poco ms adelante sentencia: Unamuno es el ms grande libre

    pensador religioso de nuestra lengua. La muerte y la inmortalidad, la conciencia personal

    y Dios, la fe sencilla del carbonero y la fe lgica de los telogos, tambin el cristianismo

    son temas recurrentes en Unamuno; todos ellos entendidos de forma polmica y

    conflictiva.

    La conciencia y Dios. Si la fe fuera un recipiente, en su fondo encontraramos el

    ansia de inmortalidad, la perpetuacin del propio ser. La razn ignora el problema de

    la vida, sta no puede resolver el problema que supone para el hombre su muerte. La

    ciencia liquida los problemas, pero el asunto de la muerte es tan acuciante, tan vital,

    que no puede ser eliminado de un plumazo por sta. Este camino es el que ha de andar

    la fe y la voluntad, de la mano de la filosofa.

    Unamuno trata el asunto de la inmortalidad desde dos vertientes (Suances,

    2010:234): la sustancialidad, es la primera de ellas y la plenitud existencial es la

    segunda. Veamos. La existencia real y concreta del hombre no necesita de motivos o

    dogmas externos para afirmarla. La razn (ah lo positivo de sta) no solo confirma

    nuestra existencia sino que defiende la sustancialidad de lo que somos, de lo que

    queremos seguir siendo. Esta vertiente es la de la trascendencia intramundana: la razn

    revela nuestra sustancialidad y la de los dems. Sabemos que somos, tenemos

    conciencia de ser, de estar vivos y de querer seguir siendo, y por la razn creamos todo

    un mundo de cosas que nos mantienen siendo, que nos haga permanecer en el ser, en

    la existencia. Y esto escapa a la propia razn, que sea el sentimiento de inmortalidad el

    fundamento de la razn y su finalidad utilitaria.

    La trascendencia intramundana tiende un puente desde el aqu hasta el all,

    hasta Dios, que es el que procura nuestra plena existencia, nuestra inmortalidad. Dios

    es, as, la trascendencia extramundana que surge de nuestra propia necesidad, de

    nuestro miedo al vaco y a la nada, a desaparecer en silencio en la eternidad. El hombre

    crea, por su fe, por su fuerza de voluntad, la existencia de Dios. Explica Suances

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    (2010:235), que para Unamuno, Dios es la proyeccin infinita de nuestra conciencia

    para salvarse de la aniquilacin.

    El cristianismo. No esperen en Unamuno prueba racional alguna de la

    existencia de Dios. Querer conocer a Dios por razonamientos lgicos y teolgicos es

    una prdida de tiempo, un esfuerzo intil y prescindible. Las pruebas racionales y

    lgicas de Dios nos llevan al Dios lgico y racional, a la idea de Dios. La razn nos

    devuelve a un Dios muerto, un algo que no le sirve a Unamuno para nada, que no le

    ayuda a resolver su necesidad de inmortalidad. La religin unamuniana no es

    dogmtica ni racional, sino personal y mstica, profundamente heterodoxa8.

    No poda ser de otro modo: el cristianismo de Unamuno es trgico, agnico y

    contradictorio. Efectivamente, como apunta Ferrater Mora (1985:74-75), Unamuno vea

    en el cristianismo una serie de conflictos y contradicciones que lo desgarraba al tiempo

    que lo revitalizaba9. De entre todos estos, hay uno que destaca: el choque entre lo

    universal y lo personal e individual, tal y como lo hemos visto enunciado al comienzo

    de su La agona del Cristianismo. El mensaje que plantea el Cristianismo es

    intemporal, pero la experiencia humana donde cala es concreta y temporal, siempre. El

    nico modo en el que estos valores antitticos persistan es en lucha, en estado de

    guerra. Si eliminamos alguno de los dos elementos el cristianismo desaparecer; para

    8 Espaa siempre ha sido catlica. Pero en el s. XIX esta cuestin comienza a llenarse de matices, y

    complicaciones, con la llegada desde Europa del influjo del catolicismo liberal que predica una religin humanitaria y universal, sin dogmas ni autoritarismos jerrquicos. Se trata de un movimiento de conciliacin de la ciencia y la religin, tambin de construccin de un humanismo que prime la autonoma y la libertad humanas frente al ciego sometimiento

    al dogma. Se trata, por tanto, de transformar las estructuras tradicionales. Y las estructuras tradicionales en Espaa estaban muy arraigadas y tenan un peso especfico, y un poder, enormes. En la Crisis de fin de siglo todo este

    movimiento gana empaque y peso en el llamado modernismo religioso. Hay que decir que este modernismo, tambin esttico y literario, de tono crtico y antitradicional, recorre toda Europa, teniendo en cada pas sus particulares

    elementos. De modo general, apuntamos que los rasgos ms caractersticos de este modernismo fueron: el predominio del sentimiento, la libertad de conciencia y el inmanentismo, tambin la historicidad del dogma y el simbolismo como camino de acceso a lo trascendente. Pero esta corriente es considerada hertica por Po X, primero en el Decreto

    Lamentabili sane exitu y luego en la Encclica Pascendi domini gregis, ambas de 1907. La Iglesia espaola apegada y fiel al tradicionalismo opuso fuerte resistencia al catolicismo liberal y ms tarde al modernismo religioso.

    El modernismo religioso influy en el pensamiento unamuniano. Vemos en Don Miguel las mismas problemticas que arrastraba esta corriente: la relacin entre la razn y la fe, la libertad de la conciencia frente al dogma impuesto (en este punto hay tambin gran influencia de Kierkegaard). En Suances, 2010:210 y ss., y la entrada

    Modernismo en el Diccionario de Filosofa de Ferrater Mora (Tomo III, K-P). 9 Podemos rastrear al menos diez contradicciones agnicas del cristianismo. Las enumero brevemente:

    Individuo Colectivo

    Vida (Camino) Verdad

    Vida Muerte

    Fe Duda

    Inmortalidad de la carne Inmortalidad del alma

    Relacin Que no relaciona

    Historia Revelacin

    Fe impuesta Fe libre

    Gracia Libre albedro

    Cristianismo social Cristianismo individual

  • Unamuno: Filsofo a la contra Fco. Javier Bentez Rubio

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    que sea verdaderamente universal ha de ser experimentado personalmente en la vida

    concreta del creyente.

    La fe. Fe!, si dudo, si no hacemos otra cosa que dudar, tenemos realmente fe?

    Unamuno sentencia: fe que no duda es fe muerta, la fe no da seguridades. Y cmo no

    vamos a dudar en medio de este impresionante embrollo. No hay treguas. Es la fe viva

    que duda, cada da en nuestro interior, que se debate consigo mismo. Qu es ese

    golpe, ese destello, que me ha hecho caer del caballo cuando iba a Damasco? Un

    susurro se abre paso en nuestro interior. La gracia! vuelve la lucha: qu fe es ms

    autentica, la que nos llega desde afuera, la que no es ma, la graciosa; o la que nos sale

    desde el fondo, en la que quiero creer y creo? No es la gracia una fe impuesta por Dios

    al hombre?

    La escalada continua, llega el momento de hacer memoria, de volver al origen, a

    ver si all, al menos all, hay un momento de serenidad, de calma, para esta carne y

    estos huesos ya cansados de pelear. Pero no la encontramos. Porqu parece que hay

    tanta diferencia entre lo que el Cristo predic y lo que sus sucesores continuaron? El

    Cristo y su mensaje nada tienen que ver con lo econmico o lo poltico; con la

    romanizacin se entra de lleno en ellas, tambin en la ley. El cristianismo es algo que se

    vive en las entraas del individuo, alejado de comunidades y sociedades, no es social.

    Pero claro, entonces caera la Iglesia y con ella, el propio Cristo. Tampoco tiene que ver

    con la civilizacin, ni con el progreso, pero no puede vivir sin ella, ni tampoco la

    civilizacin sin el cristianismo. Tampoco tiene que ver ni con la guerra ni con la paz,

    cosas mundanas stas de las que no debera ocuparse, pero lo hace. Y por eso hay

    agona.

    La agona y la lucha ya estn plenamente encarnadas en el hombre, al principio

    peleaba para dejar de pelear, ahora pelea para seguir peleando. Hay una lucha

    especialmente dolorosa, la de la carne y el alma, la de su perduracin. Mueres y

    desnaces, vamos a la ultracuna (Garagorri, 1986:51-62). En vida, durante ella, todo es

    lucha y agona. Hay esperanza y fe en que tras la vida haya otra vida y no la nada, la

    muerte. Es ms, que esa vida, esa otra vida, realmente sea otra. Porque si en esa otra

    tambin hay agona y lucha, no es otra, es la misma. Cul deseara Unamuno? La

    nada, la otra vidamisma vida o la otraotra vida? Desde luego Don Miguel quiere

    perdurar, no desaparecer en silencio en la oscuridad, por lo que la nada se descarta.

    Unamuno tambin quiere bulto con lo que otra vida tal vez no la quisiera, no creo que

    quisiera solamente que su alma fuera la que resucitara en esa otra vida distinta de esta

  • Unamuno: Filsofo a la contra Fco. Javier Bentez Rubio

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    vida. Entonces Unamuno quiere otra vida que no es otra sino sta. Vivir y existir

    siempre aqu en sta. Y claro eso no estaba en su mano, y el hombre protestaba y

    luchaba, agonizaba, viviendo plenamente, de lleno, esta vida. Porque es una lucha viril,

    de igual a igual, sin sufrimientos, porque agona es lucha, pelea y no dolor o

    pesadumbre.

    5. La autntica forma de la vida humana.

    Y el objeto central de nuestra fe, la sustancia de lo que esperamos, nuestro radical

    anhelo, se fija en la inmortalidad del alma

    (De la desesperacin religiosa moderna, p. 47).

    La creencia en un Dios personal y trascendente surge, ms que de una necesidad de

    explicarnos el universo, de la necesidad de darle un fin. Y el fin del universo es la conciencia.

    Creer en Dios es, ante todo y sobre todo, querer que Dios exista y obrar como si Dios existiera,

    obrar, es decir, como si existiera una conciencia suprema, la conciencia del universo que dio

    finalidad y objeto a ste.

    (De la desesperacin religiosa moderna, p. 49-50).

    La fe, la fe viva, la fe que se alimenta de dudas, surge de la desesperacin.

    (De la desesperacin religiosa moderna, p. 54).

    Carne y hueso. Y la realidad del individuo?, dnde pone la filosofa, y la

    ciencia, al hombre concreto, al de carne y hueso?, se pregunta Unamuno, le pregunta a

    idealistas y a positivistas. Unos, epatados en el plano conceptual, lo convierten en una

    abstraccin, en un cogito, en sustancias muertas. Otros, obnubilados en el plano fctico,

    lo eliminan y ejecutan vacindolo de toda su humanidad. El idealismo y el positivismo,

    cada uno a su manera, liquidan al hombre real.

    Y la filosofa de Unamuno trata de traer del mundo de los muertos y las cosas

    inanes al hombre real, devolverlo a la existencia. Porque ser, existir, estar vivo, es lo

    que define al ser humano. Dice Suances (2010:226) que la filosofa unamuniana gira en

    torno a este valor: el vivir personal y eterno del hombre concreto. El punto central de la

    filosofa unamuniana es el hombre concreto. Su obra, si hacemos caso a Padilla

  • Unamuno: Filsofo a la contra Fco. Javier Bentez Rubio

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    (1985:69), puede ser caracterizada como una ontologa antropolgica, un tratado del ser

    desde la perspectiva humana.

    Mucho llevamos dicho del intenso y radical carcter de filsofo bilbano, y

    como esta personalidad suya influye, arraiga y rasga, cual afilada zarpa, en su

    pensamiento. Es el cosmos personal del que habla Ferrater Mora (1985:26). Don Miguel

    decidi vivir en crisis permanente, y trasladar esa cuestin personal al resto del

    mundo: transponer sus propios lmites y, con ellos, los ajenos (Ferrater Mora, 1985:22 y

    32). Esta cuestin personal es la que hace de inicio de su filosofa: el hombre de carne y

    hueso que vive trgicamente. Y el pensamiento, la reflexin filosfica, no es un clculo,

    algo fro y cerebral. La filosofa ha de estar conectada a las condiciones somticas y

    psquicas, tambin a las biogrficas del ser humano (Padilla, 1985:81).

    Y en este hombre de carne y hueso, lo decisivo es la voluntad, el querer ser, no

    el ser que se es. Un individuo que slo es lo que es es una cosa, un constructo abstracto.

    El hombre de carne y hueso que existe de verdad es el que quiere ser, el que aspira y se

    esfuerza por ser ms (el conatus spinoziano, de nuevo), que pretende y tiende a llegar a

    ms (Ribas, 2002:144).

    Los instintos. La esencia humana es la existencia. Y esta esencia-existencia, la

    realidad del individuo de la pregunta lanzada en el epgrafe anterior -segn Unamuno-

    se despliega en un doble instinto, el de conservacin y el de perpetuacin. El primero,

    crea todo un mundo material cuya razn de ser es preservar la vida corporal del ser

    humano. Y el segundo, crea un mundo espiritual cuyo sino es procurar la eternidad al

    ser humano, esto es, ser siempre. Por el primero de ellos tiene el hombre hambre y sed

    de alimentos, de nutrientes. Y pone todos sus sentidos y toda su capacidad cerebral

    para procurarse el sustento material del existir. Y por el segundo, tiene el hombre real

    sed y hambre de eternidad, esto es, perpetuarse en la existencia.

    El instinto de perpetuacin se manifiesta de modo concreto y real, no de modo

    conceptual o abstracto, por la conciencia. Conciencia que surge, nos dice Unamuno,

    por el dolor y el sufrimiento fsico y mental. Es por el dolor corporal y espiritual por lo

    que sabemos que estamos aqu, viviendo. Luego, en segundo lugar, se manifiesta por el

    amor sexual; y de la conjuncin de ambos surge la compasin, primero por uno mismo

    y luego por los otros humanos, hombres y mujeres de carne y hueso, que son como uno

    mismo.

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    Es el instinto de perpetuacin personal el que termina convirtiendo al ser

    humano en una persona abierta y social. El hombre unamuniano es un ser complejo y

    complicado, en tensin, emparedado entre s mismo y los otros. Y ms an. La

    conciencia tiene su particular sentido interno: la imaginacin creativa origen de las

    dos facultades irreductibles del ser humano, la razn y la fe.

    La razn y la fe. La una y la otra, son facultades opuestas e irreductibles entre s

    de ah su lucha incesante-, pero completamente necesarias para la vida por eso lo de

    la tragedia y la agona. La primera es un instrumento al servicio del instinto de

    conservacin; la segunda es la facultad del instinto de perpetuacin. La razn conduce

    a un conocimiento segregado de las cosas, la fe nos conduce a un conocimiento

    sustancial de la vida.

    La razn (el entendimiento) cuantifica, pesa, ordena, analiza las cosas para

    poder aprehenderlas y usarlas. Pero se le escapa lo vivo, esto es, lo inestable, lo

    individual, todo aquello que muta y deviene, todo aquello que cambia. El campo

    racional no capta la vida y cuando pretende hacerlo tiene antes que matarla, para

    poder luego cuartearla y examinarla. La razn lo que hace es inmovilizar y paralizar la

    vida, asesinarla, para que todo se le pueda hacer inteligible.

    El entendimiento (la razn) fabrica utensilios materiales (tecnologa) y

    utensilios mentales (conceptos) para manejar la realidad. No hay comprensin alguna,

    por tanto, su fin es utilitario y prctico. En realidad, para Unamuno la razn solo araa

    la superficie de la vida, no penetra en ella, no la entiende en toda su gran magnitud. Es

    el peor enemigo de la vida, aun cuando su funcin sea conservarla, porque no hay en

    la razn una sinrazn criminal?: analiza y disuelve sin descanso, critica y destruye sin

    remisin, hasta el punto de que se destruye a s misma en el escepticismo, no termina

    la razn destrozando aquello que quiere conservar? Empiezan a acumularse los

    motivos para el sufrimiento agnico y trgico: no puede el hombre eliminar a la razn

    que tanto le procura, sabiendo que tarde o temprano terminar acabando en l.

    La fe s penetra en la realidad de la vida proporcionando al ser humano

    comprensin y sabidura. Explica Suances (2020:230) que el concepto unamuniano de

    fe es muy amplio, y que no se trata de aquella facultad pasiva y acrtica de tragarse

    determinados dogmas sin ms. Unamuno ataca con dureza lo que llama fe del

    carbonero que acepta todos los dogmas que le imponen desde fuera sin rechistar. La fe

    de Unamuno es cualquier cosa menos renuncia y resignacin. La fe de Don Miguel

    tiene un componente activo: la voluntad. La fe es sentimiento, s, una intuicin

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    personal y concreta, pero tambin es un deseo, un querer, una voluntad. La fe no cree

    en lo que no vemos, la fe crea lo que no vimos. A esto aade Unamuno la duda

    pasional, esto es, el carcter dubitativo de la fe. Ms motivos para el sufrimiento

    agnico y trgico: la fe sobre la que ponemos nuestra esperanza de vida y de

    pervivencia tambin nos procura dolor y sufrimiento porque no es perfecta, porque

    desconfa de s misma, porque puede ser engaada.

    No podemos vivir sin la una ni la otra. La disputa que mantienen la fe y la

    razn en el interior del ser humano es la ley fundamental de la existencia: la inevitable

    ley de la contradiccin, la inexcusable ley de la lucha agnica, en eso consiste la vida

    humana.

    Inmortal. La esencia del ser humano es subsistir. Nuestro ntimo sino es

    perseverar en la existencia, en no perecer, en no dejar de ser. Sobrevivir siendo uno

    mismo en una vida perpetua y plena. Esta sed de inmortalidad choca contra el muro de

    la ms dura de las rocas: la muerte invencible. Este doble movimiento, tan doloroso, de

    ansia y frustracin es fundamental en nuestra vida. Y frente a lo que dice Spinoza, el

    hombre autnticamente libre es el que lo tiene presente en su vida de manera

    constante. No se puede ser libre en una doble negacin, el ansia de vida y la muerte

    segura. Se puede vivir ms feliz, pero no ms libre. La libertad conlleva asumir este

    desastre de que no viviremos para siempre. La libertad no es fcil ni sencilla, todo lo

    contrario, es profundamente lacerante y dolorosa.

    Unamuno quiere que lo tengamos presente. Su filosofa, su completa

    produccin literaria, es una constante llamada de atencin de esto que decimos, para l

    mismo y para sus lectores. Este es el autntico sentimiento trgico de la existencia,

    asumir consciente y completamente esta tensin entre la inmortalidad que deseamos y

    la salida a la oscuridad insoslayable que nos espera. Y sirve Don Miguel este plato sin

    subterfugios ni engaos, sin evadirse ni esconderse en optimismos pueriles o

    intelectualismos vacos. La filosofa, que busca la libertad y no la felicidad, no puede

    ser ligera en este punto: ha de ser honesta, sincera y mostrar la angustia, la

    desesperacin y el desgarramiento tal y como son.

    Qu soluciones han dado otros a esta desesperacin? Unamuno va haciendo

    una especie de examen a las distintas escapatorias que otros han propuesto; desde la

    supervivencia grupal en forma de Humanidad hasta la pervivencia material en un gran

    Todo mstico. Para Don Miguel estos consuelos son poco menos que engaos. Acude

    entonces a la razn para ver si sta arroja algo de luz a tan vital asunto y descubre sus

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    lastimosos fracasos: el racionalismo no puede hacerse cargo de la muerte. La razn

    patina y fracasa cuando ha de tratar con lo individual y concreto, con lo personal de los

    afectos y emociones, tambin cuando se trata de valorar las cualidades de las cosas. Lo

    vivo es ininteligible para la razn. Habr, entonces, una salida digna en la teologa del

    catolicismo ms ortodoxo? Tampoco, puesto que sta, dice Unamuno, se mueve entre

    un misticismo ingenuo y un intelectualismo excesivo. Y esto ltimo se lo reprocha,

    duramente, al cristianismo dogmtico e institucionalizado: el exceso de racionalismo,

    que trata de dar respuestas lgicas a la fe (Guy, 1985:282).

    Qu queda, pues, tras todos estos fracasos? Terminamos donde comenzamos;

    realmente no nos hemos movido de donde estbamos: queda la contradiccin sin

    sntesis posible. Queda aceptar el conflicto entre la supervivencia y la muerte, el

    enfrentamiento entre la razn y la fe. Con los racionalistas a un lado y los vitalistas en

    el otro, sin que vaya a aparecer un Hegel de turno ondeando la bandera de la

    Aufhebung. Compartiendo cosas con unos y compartiendo cosas con otros, pero sin

    ponernos de acuerdo ni con unos ni con otros. Lo que queda es aceptar la tragedia y la

    agona, sin apaciguamientos, sin sedantes, todo a puro dolor. No queda una persona

    pasiva, que baja los brazos o desfallece frente al pesimismo. Lo que queda es ser, y

    vivir, como un hroe, una especie de quijote espiritual (Guy, 1985:284), una persona

    tenaz y entusiasmada, que no desfallece ante el desnimo. El Quijote ser el emblema

    de este librepensador, de este creyente heterodoxo y sui generis.

    Religin. La religin es una queja, una protesta del ser humano por su lmite

    mortal. La religin no es un dogma ni un credo, no es lgica ni teologa. La religin es

    un deseo, un anhelo por la inmortalidad. La religin no son un listado de

    mandamientos ni una determinada ortodoxia moral. En la religin juega un papel de

    importancia suprema la pasin y la ilusin del sentimiento. La religin no es una

    institucin inquisitorial y autoritaria, endurecida y embotada en su bilis atrabiliaria. La

    religin es la sincera agitacin del que busca y no encuentra.

    La religin es el estrato profundo del que parten todos los dems mbitos

    humanos. Y plantearse la vida en trminos religiosos (la cuestin de la muerte, la

    finitud humana, el ansia de eternidad) es la forma humana de plantearla10.

    10 A esta caracterizacin sucinta que se ha hecho de la religin tendramos que haber aadido una nota que

    aparece en los ltimos trabajos de Don Miguel. He preferido desgajarlo y desarrollarlo en el siguiente punto, el del

    eplogo dedicado a la nivola San Manuel Bueno, mrtir, porque es all donde de manera ms clara y contundente est expuesta.

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    5. Eplogo: San Manuel Bueno mrtir.

    Esta pequea pero intensa novela viene a recoger lo que Unamuno trat de

    exponer durante dcadas. Bien que puede servir de eplogo a su obra toda, de resumen

    o conclusin. En sus novelas, a travs de sus personajes, Don Miguel expone de

    manera directa y concreta los muchos pensamientos que le atenazaban. Del mismo

    modo que nunca vio con buenos ojos la tendencia a la abstraccin en la filosofa,

    apelando siempre a lo concreto, en su obra literaria quizs se senta mejor exponiendo

    sus reflexiones en las novelas donde cobraban vida esos pensamientos, que enlazar una

    parrafada tras otra. El Unamuno del sentimiento trgico y de la agona del cristianismo

    es un pensador intenso y abigarrado, hasta apocalptico por la desesperacin tremenda

    que destila; pero el de Niebla, San Manuel o el Cristo de Velzquez es un hombre

    descarnado que muestra el interior de su alma. En San Manuel Bueno, mrtir, como

    decimos, aparecen todos y cada uno de los temas unamunianos. Empezaremos por uno

    de ellos, el ms claro y evidente: la cuestin de la religin y el papel de sta en la vida

    del hombre.

    El bueno de Don Manuel no quiere formar parte de la lite eclesistica. Quiere

    ser fondo, base y suelo de la misma y atender all a los del fondo, a los del suelo, a los

    de la base. Se puede extender y concretar la fe en Cristo sin una lite de dignatarios, y

    sobre todo, sin dogmas ni lgicas teolgicas. Son las necesidades bsicas y concretas

    del hombre, como el alimento y la ropa, tambin el trabajo, lo bsico de la vida

    humana, -la redundancia aqu es importante, por cierto. Tambin son bsicos el afecto,

    la atencin, la escucha, el compromiso y el cario a las buenas gentes, que se hacen aun

    mejores cuando son tratadas con educacin, respeto, sensibilidad y afecto. No usa el

    cura los sermones para alimentar la fe de los feligreses del pueblo; tampoco para atacar

    a los supuestos contrarios del cristianismo. Esto es algo abstracto e inaccesible para el

    pueblo. Prefiere centrarse en los problemas cercanos y cotidianos de los villanos y

    hacer todo lo posible para que convivan pacfica y cotidianamente. No se trata de atizar

    con la culpa; se trata de responsabilidad, de hacerles partcipe de la corresponsabilidad

    que todos tienen para con todos por el hecho de compartir una vida, una existencia. Y

    no se trata, finalmente, de hacer milagros, de que todo sea misterio, sino de ayudar y

    de aportar activamente a la comunidad.

    Y es que el cura prroco de Unamuno predica con el ejemplo. Lo que la gente

    ve, lo que el pueblo siente, es que est acompaado y no se siente atacado por un

    inquisidor o un moralista o un dogmtico puntilloso de la palabra escrita, de la palabra

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    muerta. El cura es un hombre de accin que se faja da a da con su gente. Un cura que

    no se esconde detrs del plpito, o del latn. Sabe sacrificarse por los dems, y no de

    palabra, sino con hechos concretos. Un cura que se arremanga y echa una mano en el

    campo; que est a favor del mdico y su ciencia; del maestro y su enseanza, ayudando

    a que ambos realicen su labor en las mejores condiciones posibles. Don Manuel, como

    Don Miguel -quizs porque sean una y la misma persona-, hace bueno aquello del

    primum vivere deinde philosophari. Y claro est, Don Manuel es una eminencia, una

    autoridad en su pueblo. Y como nos explicar Gadamer11 algunas dcadas despus no

    es una autoridad de sumisin sino una autoridad de reconocimiento: el prestigio moral

    de Don Manuel est cimentado en que hace siempre el bien y lo correcto para las

    gentes de su pueblo. La gente capta con meridiana claridad que el cura est con ellos,

    que es parte de ellos, y que slo quiere lo bueno para ellos. Claro est que el pueblo no

    sabe lo que late en el interior del alma del mrtir, eso slo lo sabe la dulce ngela. A

    eso no tardemos en llegar.

    Lo primero deca- es que el pueblo est contento, que estn todos contentos de vivir. El

    contentamiento de vivir es todo. Nadie debe querer morirse hasta que Dios quiera.

    La gente es lo primero, va antes que todo lo dems. No hay uno sin los dems.

    No hay vida propia si los dems no viven. Nadie es una isla y aunque tengamos una

    cuota de individualidad personal irrenunciable, sta no puede ser sino es participando

    de una cuota social. Y en el caso de nuestro curita la cuestin se hace radical: Don

    Manuel antepone el bien de su gente antes que el suyo propio. Y dice: Cmo voy a

    salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo?, o Yo no puedo perder a mi pueblo para ganarme

    el alma. Aqu enlazamos con otra de las constantes unamunianas sobre el tema

    religioso. La religin como servicio a la gente est ntimamente relacionada a la religin

    como consuelo del pueblo12. La gente tiene que creer por tranquilidad y consuelo, por

    estabilidad psquica personal y grupal. Creer en creencias infantiles e ingenuas, de

    buenos y malos, de cielos e infiernos procura felicidad y esperanza al comn de los

    mortales. Tienen que creer en este sentido, porque este sentido es estabilidad, es

    cordura y salud mental individual y colectiva. El pueblo ha de creer en lo absurdo

    tranquilizador y dejar que los hroes quijotescos se enfrenten a los demonios y a los

    11 la autoridad de las personas no tiene su fundamento ltimo en un acto de sumisin y abdicacin de la razn, sino

    en un acto de reconocimiento y de conocimiento () La autoridad no se otorga sino que se adquiere, y tiene que ser adquirida si se quiere apelar a ella. Reposa en el conocimiento y en consecuencia sobre una accin de la razn misma que, hacindose cargo de sus propios lmites, atribuye al otro una perspectiva ms acertada. Verdad y Mtodo (La historicidad de la comprensin como

    principio hermenutico) 12 Esta la caracterstica de la que me hice eco en una nota anterior: la religin como consuelo afectuoso de las

    gentes.

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    dioses de la verdad verdadera. Su sacrificio est justificado, piensa el cura, piensa

    Unamuno. Mantener este status quo tiene un precio, porque el orden no viene porque

    s, y ese pago no tiene que hacerlo todo el pueblo. Es el servicio que hacen los hroes

    para con el resto de las personas, es el papel de los mrtires dentro del mundo, el papel

    del prroco y tambin, en cierta medida, el papel de los hermanos Carballino. Los

    hroes y los mrtires no mantienen esta ilusin por crueldad, no mantienen este

    engao por beneficio propio. Don Manuel Don Miguel-, tienen razones de peso para

    apoyar la idea de la religin como consuelo13.

    El cura no tiene fe, no cree en lo que predica. Esta vaciado, desfondado por

    dentro y tiene miedo, a morir, a no resucitar, a que la gente sepa lo que l sabe. Esa es

    su verdad, ese es su miedo: que no hay nada despus de esto. Esta es la razn de peso,

    este es el latido interior del buen prroco. Por esto entienden Don Manuel y Don

    Miguel que hay que ayudar al moribundo, consolndolo. Y esa mentira es piadosa, no

    cruel: Unamuno da ms importancia a la intencin bondadosa del que miente que la

    mentira en s, que est completamente justificada. La sociedad est moribunda -y

    entindase aqu la calificacin-, en cierto sentido nacemos para morir, nacemos ya

    moribundos, con el tiempo en nuestra contra, sin garantas de inmortalidad. La vida es

    un camino golgtico, desde luego. Y el curita prroco de Valverde de Lucerna trata a

    todos los mortales como moribundos a los que hay que tratar con delicadeza y dulzura.

    Unamuno entiende que la gente, el comn de los mortales, no quieren saber que va a

    morir y pide realmente que se le mienta14.

    El episodio de Lzaro (el progre que vuelve de las Amricas) y su comunin

    confirma todo esto: el hermano no se confiesa porque crea, lo hace para contentar a la

    sociedad viva y moribunda, para apaciguarla, para que no sufra, para que viva

    apaciguada viendo que es cierto eso de que 2 ms 2 siguen siendo 4. Hay aqu, en la

    obra toda de Unamuno, una revuelta, un revolcn, un giro de esos copernicanos: uno

    no se convierte y luego cree, es al contrario. Hay que obligarse a creer, para poder

    convertirse. Don Manuel no cree, el quiere creer, pero no le sale, en su interior no cree

    en absoluto. Pero le ha sido encomendada una misin, el mismo Dios en el que no cree

    13 La filosofa despierta y la religin consuela: hay aqu una tpica relacin trgica y agnica unamuniana. La

    filosofa nos muestra, descarnada, el problema de la inmortalidad y la religin trata de consolar la profunda

    pesadumbre y desesperacin que proporciona este descubrimiento. 14 Es un asunto ste que desborda por completo la economa de la obra, pero podra hablarse largo y tendido

    del tab de la muerte, de la cantidad de temores y supersticiones infundadas que existen en la sociedad por el mero hecho de hablar de la muerte, con tan siquiera nombrarla. Sin embargo Unamuno a pesar de su desesperacin angustiosa no teme hablar de la muerte, quizs por ello los hados le otorgaron una vida longeva. En esta obra asistimos

    a una escalada dramtica de muertes: el padre de ngela, la mujer del payaso, la madre de los hermanos Carballina, la propia de Don Manuel y Blasillo el bobo, y finalmente, la de Lzaro.

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    le ha encomendado cuidar de un grupo de personas. Y l se ha comprometido con ese

    Dios en el que no cree a cuidarlos. Y por Dios que los cuidar y consolar!

    La verdad rotunda de la muerte segura y de la inseguridad incierta de la

    inmortalidad; la verdad de que nacemos para morir es tremenda y, as lo entiende

    Unamuno y su Don Manuel-, insoportable para la mayora de las personas:

    La verdad? La verdad, Lzaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la

    gente sencilla no podra vivir con ella.

    Lo que aqu hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y

    con la verdad, con mi verdad, no viviran. Que vivan.

    Djalos, pues, mientras se consuelen. Vale ms que lo crean todo, aun cosas

    contradictorias entre s, a que no crean en nada.

    Hay dos reinos en este mundo, en este de aqu: el del ms ac del consuelo y la

    mentira piadosa, el mundo que necesita de la presencia constante de la religin; y el del

    ms all, el de la verdad, el de la filosofa agnica y desesperada. Y es el papel de los

    hroes, de los mrtires y los santos encajar los golpes de la existencia y que su vida sin

    tacha sirva de ejemplo al resto, les sirva para que acepten la cara ms amable del

    sentido de la vida.

    Y hasta nunca ms ver, pues se acaba este sueo de la vida

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    Bibliografa:

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    - Garagorri, P., La filosofa espaola en el siglo XX. Unamuno, Ortega, Zubiri,

    Alianza Universidad, 1985, Madrid.

    - Guy, A., Historia de la Filosofa Espaola, Anthropos, 1985, Barcelona.

    - Padilla Novoa, M., Unamuno, filsofo en la encrucijada, Cincel, 1985,

    Madrid.

    - Ribas, P., Para leer a Unamuno, Alianza, 2002, Madrid.

    - Suances Marcos, M., Historia de la Filosofa Espaola contempornea,

    Sntesis, 2010, Madrid.

    - Unamuno, M., De la desesperacin religiosa moderna, Trotta, 2011, Madrid

    (1907).

    - Unamuno, M., Del sentimiento trgico de la vida, en Miguel de Unamuno

    Obras Selectas, Austral Summa (Espasa Calpe), 1998, Madrid (1913).

    - Unamuno, M., La agona del Cristianismo, Alianza, 1986, Madrid (1925).

    - Unamuno, M., San Manuel Bueno, Mrtir, en Miguel de Unamuno Obras

    Selectas, Austral Summa (Espasa Calpe), 1998, Madrid (1933).

    Fco. Javier Bentez Rubio

    Algeciras

    Enero-Marzo 2014