Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

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AVANCE EDITORIAL

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Talbot

Mi segunda vida

Esther G. Recuero

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Lado Oscuro, 2017

[email protected]

Http://www.BlogLadoOscuro.com/

Editado por Esther G. Recuero

© Talbot. Mi segunda vida, 2014

© Esther Galán Recuero, todos los derechos reservados.

Primera edición: Agosto, 2017

Impreso por Create Space

ISBN: 978-1548140168

Impreso en América – Printed in United State

Corrección ortográfica de las obras, Eva Tello

Maquetación y diseño de portada, Alicia Vivancos

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema

informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste

electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y

por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede

ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

(Arts. 270 y siguientes del Código Penal).

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Prefacio

Esperé escondido entre los matorrales del

parque hasta que ella subió al autobús

que la llevaría a su casa. Antes de eso y

para mi mala suerte él se acercó con sus

delicados gestos y le plantó un beso en

los labios. Un maldito beso.

Las manos me temblaban tanto que no

sabía si iba a controlarme lo suficiente

como para no abalanzarme contra ellos y

destrozar todo lo que se pusiera por

medio, pero eso no ocurrió. La besó y

ella subió los dos escalones del autobús

para, tras picar el billete, sentarse con

rapidez junto a la ventana, llevando una

preciosa aunque estúpida sonrisa pintada

en su cara. Esto era el colmo. Esperé

hasta que el autobús se había alejado lo

suficiente como para que Nicole no

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pudiera ver la escena desde dentro del

vehículo y entonces salté los arbustos

intentando parecer fiero. En cambio mi

pie se enredó en una de las ramas del

matorral y caí de morros en un gran

charco de barro. Wallace me miró

alzando una ceja, con cara de suficiencia,

después comenzó a andar hacia casa.

—No es justo —grité notando como

mis brazos temblaban con violencia.

—James, la vida no es justa —

murmuró con aquella asquerosa voz que

siempre había tenido. Agarré un pegote

de barro y se lo lancé con todas mis

fuerzas. Este pasó por su lado sin

mancharle la chaqueta si quiera. Se giró

para mirar la distancia desde la que le

había arrojado la bola y puso los ojos en

blanco—. Cuándo dejarás de ser un…

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La segunda bola de barro atinó en su

cara, llegando a metérsele dentro de la

boca. Wallace escupió con repugnancia,

era demasiado fino como para morder el

polvo, o en este caso el barro. Pero

después de eso negó con la cabeza,

mientras se pasaba una mano por la cara

para quitar los restos del barro y siguió

andando.

—Nicole era mía —farfullé mientras

me levantaba y corría tras él.

—Ella no es un objeto que se pueda

poseer.

Miré al cielo sin querer aguantar un

segundo más y entonces la luna se

descubrió entre las oscuras nubes que la

cubrían. Aquella perla del cielo lucía

anaranjada, casi rojiza. Roja, como

sangre en la tierra. Me quedé petrificado

unos segundo mirándola mientras notaba

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las palpitaciones aumentar, mis pupilas

dilatarse y como mi cuerpo se

contorsionaba ante ella. La ropa estallaba

en girones y el pelo comenzaba a plagar

todo mi ser. Gruñí bien alto, molesto por

la tardanza de la transformación, pero

cuando terminé de hacerlo un júbilo

inmenso me invadió.

Wallace se giró en la lejanía para echar

un vistazo, no pareció sorprendido. Aullé

a la luna y después corrí hacia él. El

ladrón de chicas, aquel horrible ser que

se escondía en la biblioteca del instituto,

al que todos bailaban los vientos, aquella

mala bestia que se reía de mí con su gran

intelecto.

Mis fuertes patas traseras soportaban

todo el peso de mi nuevo ser, y a cada

paso que avanzaba el suelo temblaba a

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mis pies. Acabaría con él. Acabaría con

Wallace. Acabaría con mi hermano.

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1. Comienzos

Septiembre vino con fuerza, la calidez de

los días veraniegos no tardó en

esfumarse y dejar paso a la temporada de

frío y viento. A mí, que las temperaturas

no me molestan, el que todo se volviera

más gris, oscuro y algo deprimente me

alegraba; me hacía sentir como en casa.

No nuestra nueva casa de dos plantas con

sótano y jardín trasero, sino al hogar en

el que nos criamos los primeros años de

vida; la casa de mi abuelo materno. Si

bien no pasamos mucho tiempo allí, cada

vez que se daban ciertas condiciones

climáticas ―la oscuridad, el frío, la

lluvia― yo volvía a trasportarme a

cuando era un crío y correteaba por los

largos pasillos de piedra bajo las luces

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titilantes de las velas que sujetaban los

candelabros.

Amaneció con niebla, no demasiado

densa pero sí lo suficiente como para

crear la sensación de ir navegando por un

pueblo fantasmal en un viejo autobús

escolar.

―Anoche echaron un maratón de pelis

de terror ―comentó Joe a mi lado.

―¿Lo viste?

―Por supuesto.

Sus ojeras, más marcadas que de

costumbre, eran prueba de ello.

―No me parece bien que emitan las

cosas chulas entre semana. Nadie puede

quedarse a ver nada porque al día

siguiente trabajan. Es de idiotas.

―Sí ―añadió con un suspiro―, algún

día trabajaremos eligiendo la

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programación de la tele, y entonces el

terror tendrá el lugar que se merece.

Me reí ante su dramatismo. Joe era un

gran amante del terror, el gore y las cosas

consideradas freaks por los demás

compañeros de instituto, en parte por eso

fue la única persona con la que trabé

amistad cuando empezaron las clases.

Mudarse de casa es un proceso complejo,

embalar todas las cosas y asegurarte de

que llegan de una pieza hasta el nuevo

hogar. Mudarse de ciudad es un tragedia

griega, hay demasiadas cosas que dejas

atrás y aunque haya promesas de seguir

siendo amigos, tarde o temprano se

rompen, como los jarrones mal

embalados. Pero mudarse de continente

es una locura, abandonar una forma de

vida para adaptarse a una nueva. Eso era

lo que habíamos hecho.

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―Tío, estás muy serio ―dijo Joe.

―Estaba pensando en ―contesté con

lentitud mientras mi miraba se perdía en

los recuerdos.

Mi amigo miró alrededor para

cerciorarse de que ningún otro estudiante

en el autobús le escuchaba decir en voz

baja:

―El circo.

Asentí notando que la niebla, el paisaje

gris y el frío no eran suficientes para

mantener la sensación cándida del hogar.

La nostalgia fue abriéndose paso como

un abusón en el pasillo, hasta que el

bajón sobrevino y me empecé a sentir

triste. Una vibración sonó a mi lado y Joe

se llevó la mano al pantalón para sacar el

móvil. Todo el mundo en este pueblucho

tenía móviles, todos menos nosotros.

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―¿Algo interesante? ―pregunté al ver

la cara de interés que ponía al leer el

mensaje.

―No demasiado ―apagó la pantalla

del dispositivo y lo volvió a guardar―.

Han abierto el plazo de inscripción para

las actividades extraescolares. ¿Vas a

apuntarte a algo?

Yo negué con la cabeza. ¿Club de

ajedrez?, ¿de ciencias?, ¿teatro?, ¿la

banda del instituto?, ¿el coro?,

¿colaborar con el blog escolar? No era

muy bueno en las actividades que

requirieran pensar, no me gustaba el

teatro ni cantar; tampoco se me daba bien

trabajar en equipo y eso afectaba a los

deportes. Sí, se me daba de miedo el

correr, mi fuerza bruta era fuera de lo

normal y mi resistencia envidiable, pero

no podía usarlas cerca de nadie.

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―Yo tampoco. Son un tostón

―sentenció.

Nos fuimos acercando al recinto donde

la enorme silueta del instituto Mount

View se desdibujaba entre la sutil

neblina. Tras aparcar el autobús abrió sus

puertas y los alumnos, como condenados

a la horca, fuimos saliendo con un ritmo

pausado. A nadie le apetecía dar clase.

Vivir en un pequeño pueblo tenía sus

cosas buenas y sus malas. Entre las

malas se contaban el tener que compartir

medio de transporte ―el autobús en

nuestro caso―, que todo el mundo se

conociera entre sí o el que los forasteros

no acabaran de estar bien vistos. Y entre

las buenas estaba el que vivía poca gente

en él ―menos de novecientos

habitantes―, así que el control mental

masivo era más sencillo de llevar a cabo;

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pero como yo nunca he poseído ese don,

pues no había demasiados pros en

mudarnos a un pueblo. Puede que me

esté pasando, sí había algo que me

gustaba; el setenta por ciento de

Thorndike eran praderas verdes, bosque

y campo, una maravilla para las personas

que poseyeran mi variación genética.

Mientras esperaba en el estrecho

pasillo del vehículo a que los demás

compañeros de delante bajaran los tres

escalones del bus, percibí la oscura

presencia de Wallace, mi hermano

mellizo. Noté el vello de mis bazos

ponerse de punta, algo que solía pasarme

al estar cerca de él. Esperé a que me

dijera algo pero no lo hizo, Joe descendió

la escalerilla y justo cuando yo lo hacía

la monótona voz de Wallace llegó a mis

oídos.

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―Llevas la mochila abierta.

Me giré y al hacerlo los libros y

cuadernos se desparramaron por los

escalones y en la húmeda acera.

―Mierda.

Joe se agachó a recoger los que habían

caído fuera. Los pocos alumnos que

quedaban haciendo cola empezaron a

quejarse por mi tardanza. Alcancé los

dos libros que había en los últimos

peldaños y salí al aire fresco.

Wallace se apeó del vehículo mucho

más rápido que el resto de alumnos,

aunque no era por su esencia, sino

porque estaba más motivado que el resto

de nosotros. Al contrario de mí, a mi

hermano le encantaba nuestra nueva

vida. No tenía problema en cambiar su

horario natural, sobrellevaba genial el

que el resto de personas huyeran de él

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como si fuera la peste o que su estética

chirriara frente a la de los demás. Le

observé pasar por mi lado, sin abrir su

paraguas negro que siempre le

acompañaba, hasta llegar a donde le

esperaba mi prima Lavinia para perderse

juntos entre la multitud de alumnos. Joe

me tendió los cuadernos y libros y yo los

guardé en la mochila sin cuidado alguno.

Lavinia era la mayor de mis tres primos

hermanos, nos sacaba un año y era la

chica más introvertida que había

conocido. Su carácter chocaba con el de

su hermana Ágata, dos años menor que

Wallace y yo, quien había sabido

integrarse en la sociedad estadounidense

de maravilla. Ambas tenían un hermano

más pequeño, Maddox, que estudiaba en

el colegio.

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―Tu prima tan simpática como

siempre ―comentó Joe, al que tampoco

se le había escapado el detalle.

―Lavinia siempre ha sido rarita

―contesté.

―Se me olvidaba que vosotros sois

muy normales ―preguntó mi amigo, que

no sabía el secretito que intentábamos

ocultar mi familia y yo al resto de la

sociedad de Thorndike.

―Bueno, tal vez os parecemos raros a

los que os habéis criado aquí; pero entre

los nuestros también es rarita.

Joe entrecerró los ojos, pensativo.

―Pues en carácter se me parece a tu

hermano.

―A Wallace ―le corregí―. No digas

que es mi «eso» en voz alta.

―Perdona, Jim.

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Cruzamos bajo la magnífica cristalera

que recubría el techo, siguiendo el

camino que acababa de recorrer la

marabunta humana de estudiantes, hasta

las taquillas. La de mi amigo estaba

bastante cerca de la mía, cosa que me

encantaba porque así no teníamos que

dejar conversaciones a medias o hacer

turnos para intercambiar los libros.

Cuando cerré la puertecilla metálica

Wallace apareció ante mí con su habitual

sigilo. Di un brinco al verle allí plantado,

él no se sorprendió al verme.

―He hablado con Lavinia ―dijo.

―¿En serio? ―pregunté intentando

que sonara a «no me importa lo que

vayas a decirme».

―Esta noche cenamos en casa de los

tíos ―Wallace ignoró mi pregunta―.

Nos esperan sobre las seis en su casa.

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―¿Y por qué me cuentas esto? Tía

Quimera seguro que ha llamado a madre

y ya saben que cenamos allí ―comenté

molesto.

―No quiero que le pongas de excusa a

nadie el que no has podido hacer los

trabajos y deberes porque han surgido

planes de última hora. Planifica tu día.

Observé a Wallace marcharse y entrar

en el aula y no pude evitar sentir rabia.

Tenía que estar siempre encima de todo,

presionándome. Poco a poco todos

fueron metiéndose en las clases, nosotros

íbamos de camino cuando alguien golpeó

el hombro de Joe tirándole la mochila

que llevaba colgada de un solo tirante.

―Pringado ―dijo uno de los tres

chicos que nos sobrepasaron.

Eran los matones del instituto,

encabezados por el imbécil integral más

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grande que había conocido este pueblo;

Charlie Akerman. Sus risas resonaron

por el pasillo, como lo hicieron dentro de

mi amigo las miradas que le dedicaron

varias chicas al verle recoger su mochila

del suelo.

―Cada año odio más a ese capullo

―gruñó Joe, al que la lástima femenina

le hacía sentirse humillado.

Una de las primeras cosas que me

chocaron al conocer a Joe fue el cómo

aceptaba convertirse en el juguete del

grupo de Akerman. La primera vez que

los vi metiéndose con él saqué la cara

por mi amigo, sabiendo que si intentaba

pelearse conmigo yo tendría ventaja

sobre su altura y sus músculos; al parecer

fue una mala idea. Acabamos en el

despacho del director, quien nos echó un

sermón y nos avisó de que la próxima

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vez recibiríamos un castigo. Después me

sermoneó Wallace, el señor de lo

correcto y al llegar a casa mis padres, a

quienes el director había telefoneado

para avisarles de mi conducta

«provocadora». Aunque intenté

explicarles lo que ocurría mis padres me

lo dejaron bien claro, no podía meterme

en líos porque teníamos que pasar

desapercibidos, nadie debía enterarse de

lo que éramos. Joe me dijo que así era

como debía ser, que nadie daba la cara

por los débiles mientras que los gallitos

hacían de las suyas. Pero eso no

solucionaba el problema de Charlie

Akerman y su troup de catetos nivel «soy

popular y la gente ama oler mis sobacos

sudados». Un verdadero asco. Lo peor de

este instituto, sin duda, era tener que

compartir los pasillos con gente ajena a

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la «fauna» local. Y es que la población

joven en Thorndike era tan escasa que el

instituto se quedaba muy grande para un

solo pueblo, así que el Mount View se

convirtió en el centro de estudios para

estudiantes de otros pueblos del condado

de Waldo.

Al llegar al aula en el que había

entrado Wallace, me despedí de mi

amigo hasta la siguiente hora, no sin el

temor de que tuviera que sacarle de la

taquilla, como la semana anterior.

Sin contar a mi familia, Joe era la

primera persona en mi vida con la que

trababa amistad. No es que fuera un

chico serio e introvertido ―como

Wallace―, más bien se debía a que el

resto de personas que me rodeaban solían

sentirse conmigo como yo con mi

hermano. Todos percibían algo extraño

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en mí; y es que ser un hombre lobo

adolescente no es tarea fácil.

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2. Mi familia, lo más normal del

mundo

Al salir de las clases los alumnos estaban

mucho más entusiasmados que al

comienzo del día. Su energía, al

contrario de lo que la gente pudiera

pensar, había ido aumentando durante las

clases. La idea de salir por la tarde con

los amigos o de ir a algún sitio distinto

les motivaba lo suficiente como para

animarles. Para mí era al contrario.

Odiaba el pueblo, el no tener un grupo de

amigos con los que hacer planes, el no

poseer un coche con el que desplazarme

a sitios más interesantes y, sobre todo,

odiaba como el mudarnos a este lugar

había cambiado a mi familia.

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Antes de convertirnos en inmigrantes

europeos los Talbot poseíamos un circo,

lo anunciábamos como «Circo Talbot.

Adentrarte en un mundo de pesadillas y

horrores», y su carpa de lona negra daba

cobijo a una pequeña parte del clan

familiar. Fue fundado por Joseph

Fitzwilliams Talbot, un apasionado de lo

misterioso y adivinador en sus ratos

libres. Durante muchos años, y hasta su

muerte, se dedicó a encontrar gente

insólita, especial, monstruosa o con

habilidades únicas y fascinantes. Tras dar

con ellos y ver de lo que eran capaces les

proponía unirse al Circo Talbot,

adoptándolos y velando por ellos. No

tardó en juntar una curiosa troup de

gente extraña que trabajara para él.

Desde personas que sufrían atroces

deformidades hasta monstruosos híbridos

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de criaturas de leyenda; todos tenían un

hueco en su peculiar familia. Le

resultaba sencillo convencerles ya que,

en aquella época, cualquier persona

diferente era repudiada y marginada. Al

estar en constante movimiento requerían

tener la documentación en regla para que

no les exportaran de los países europeos

que visitaban, razón por la que los

trabajadores que no poseían un apellido

―porque sus padres les habían

abandonado al nacer en un orfanato,

porque nunca conocieron a nadie y se

criaron en montañas sin siquiera un

nombre, o porque huían de algo y habían

decidido dejar su antigua identidad

atrás― pasaron a apellidarse Talbot.

Cuando muchos años después el señor

Joseph F. Talbot murió un el espantoso

incendio, provocado por uno de los

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propios fenómenos de la compañía, el

circo y sus integrantes desaparecieron

intentando olvidar lo ocurrido y

decidieron volver al anonimato, buscar

un hogar escondido en algún pueblo

pequeño del continente o errar por los

distintos países sufriendo de nuevo el

rechazo.

Fue Vittorio, uno de los hijos de la

«Poderosa Valentina Acraccia», la

telequinética del circo y Douglas el

«Hombre pez», quien invirtió su parte de

la herencia tras el fallecimiento de sus

padres y recuperó el circo Talbot de sus

cenizas. Y era él quien bebía vino de

forma animada en la cabeza de la larga

mesa en la que cenábamos.

―¿Recuerdas la cara que puso Gladis

cuando vio que Svetlava se quedaba boca

abajo con el camisón de noche a la vista

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de todos? ―le preguntaba a padre entre

carcajadas. El vino ayudaba a que las

batallitas vividas en el circo durante los

años que fueron jóvenes.

―Estaba en ropa interior ―respondió

tía Gladis abriendo mucho su ojo

bueno―. Eso no era parte del número.

―Pero el público no lo sabía ―las

carcajadas de tío Vittorio y padre

sobresalían por encima del resto de

conversaciones.

Madre y su hermana, tía Quimera,

charlaban sobre algo sucedido con una

de las amigas del club de lectura de esta

primera. A ojos de cualquiera no había ni

una diferencia entre ellas. Se peinaban

igual su larga melena negra, lisa durante

la mayor parte del tiempo hasta que se

enfadaban y se les rizaba sola; se vestían

igual, con vestidos largos, negros y

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ceñidos; hablaban igual y los gestos que

hacían eran idénticos. Pero para alguien

que ha sufrido las regañinas constantes

de madre, era evidente que era quien se

sentaba junto a mi hermano.

Wallace, sentado a mi lado, hablaba de

forma tranquila y pausada ―exasperante

para mí― con nuestra prima Lavinia.

Discutían sobre las actividades

extraescolares y sobre su importancia a

la hora de parecer más «normales» a los

ojos humanos. Sus labios se movían sin

apenas emitir sonido, pero los Talbot

poseemos un gran oído y no

necesitábamos alzar la voz para lograr

hacernos escuchar. A mi otro lado padre

reía recordando tiempos mejores en los

que no necesitaba esconderse tras una

tienda de esoterismo y remedios

naturales. Tía Gladis, frente a él, tapaba

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su medio desfigurada boca con la

servilleta mientras sonreía como lo

hacían las mujeres recatadas de su época.

Puede que los felices años 20 quedaran

atrás hace décadas, pero ella seguía

manteniéndolos vivos con su estilo

pasado de moda y un corte de pelo que

realzaba su rizada cabellera naranja.

Frente a mí Ágata pulsaba con rapidez la

gran pantalla de su última adquisición,

un teléfono móvil. Era casi idéntico al de

Joe y el resto de compañeros de instituto

pero, al parecer, no era el mismo. Ella

era la persona con la que mejor

conectaba pero desde que nos habíamos

instalado en Thorndike su atención había

cambiado hacia otras cosas, y el tiempo

que pasábamos juntos era mínimo

comparado con el que antes

compartíamos. En parte entendía que no

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quisiera prestar atención a las charlas que

había a su alrededor, y que estar sentado

junto a alguien tan aburrida como

Lavinia era mortal, pero su forma de

evadirse chocaba con la forma en que

había planeado pasar la cena en familia.

Y ni que decir que mi primo pequeño,

Maddox, también se moría de

aburrimiento entre su hermana mayor y

su madre. Contemplaba con su único ojo

la comida que revolvía con el tenedor.

―¿Y qué tal por el otro pabellón? ―le

pregunté a Ágata, que se mordía el labio

intentando controlar una sonrisa

bobalicona―. ¿Mucho niñato?

―Bastante ―contestó sin mirarme

siquiera―, pero no pasa nada. En clase

son muy agradables conmigo y los

mayores son un amor.

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Las palabras «mayores» y «amor»

chocaron en mi mente. Mi prima

mediana acababa de cumplir hacía poco

tiempo catorce años, estudiaba el octavo

grado y los chicos a los que se refería en

ese tono tan pasteloso eran los que

estudiaban en nuestro curso, en el de

Lavinia, o peor aún, en el último año de

instituto. Puede que hubiera trabado

amistad con chicos más o menos

normales; pero en nuestro curso había

demasiados idiotas, sólo tenía que mirar

al grupito de Charlie Akerman.

―¿Y los mayores no son un poco...

mayores para ti? ―la pregunta captó su

atención. Desvió sus expresivos ojos

oscuros hacia mí y toda alegría

desapareció de su rostro.

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―Sólo me sacan un par de años, mi

madre le saca más de cincuenta a mi

padre.

Era cierto, nuestras madres tenían

ciento diecisiete años mientras que su

padre no llegaba a los cuarenta y cinco.

Pero, a pesar de ello, era una situación

muy diferente.

―Sigo pensando que alguien como

nosotros nunca llegará a adaptarse al

mundo humano ―respondió con

sequedad Lavinia―, por mucho que

participe en el equipo de animadoras.

En cuanto entendí a lo que se refería mi

boca se abrió de la sorpresa. El tono de

su comentario no dejaba vislumbrar

nada, su voz era monocorde y aburrida

pero su expresión corporal ―aunque

mínima― fue reveladora. El pelo largo y

rubio caía por su cara tapándole parte de

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ella, el ojo que quedaba al descubierto

lanzó una furtiva mirada a Ágata que

ignoró el comentario de su hermana.

―¿Vas a presentarte a las pruebas de

animadoras? ―la sorpresa atenazaba mi

voz y en ese momento mi pregunta

resonó con más fuerza de la deseada,

captando la atención del resto de

familiares.

Ágata puso cara de circunstancia. Sabía

que algunos de nosotros no acabábamos

de ver la integración como un modo de

vida, por eso me sorprendió que por toda

respuesta dijera un claro:

―Sí.

―Es absurdo ―murmuró Lavinia.

―A mi no me lo parece ―comentó

Wallace.

―Yo creo que si a ella le apetece

probar cosas nuevas... ―empezó

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diciendo Tía Gladis antes de ser cortada

por nuestra tía Quimera.

―Le he dicho que haga lo que quiera,

pero a mí no me parece necesario

adentrarse tanto en su cultura.

―Querida ―dijo Vittorio dejando

claro que ya habían hablado del tema.

―Ya lo sé, pero ¿no es suficiente que

vaya al instituto, repleto de humanos,

todos los días?

―¡Mamá! ―protestó Ágata.

―A mí también me parece una tontería

―dijo Maddox, su hermano pequeño―.

¿Por qué tendríamos que rebajarnos a

compartir actividades con seres

inferiores a nosotros?

―¿Y tú qué sabes si son inferiores o

no, enano tuerto?

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―¡Ágata! ―la voz de Vittorio se alzó

sobre las demás―. Discúlpate ahora

mismo con tu hermano.

―Pero papá...

―Discúlpate ―repitió el tío Vittorio

con tono serio.

Entonces ocurrió algo que se salía de lo

común en nuestra familia. Ágata se

levantó de la silla y golpeó la mesa con

las manos. Estaba enfadada.

―No pienso disculparme. No paráis de

quejaros de lo crueles que son las

personas por marginarnos; pero en

cuanto uno de nosotros pasa más tiempo

del debido con ellos os parece mal.

Estáis haciendo lo mismo que hacen

ellos, y yo no pienso entrar en ese juego.

―Te estás pasando ―le advirtió su

padre.

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―Eres un bicho venenoso, ¿crees que

van a ser tus amigos cuando se enteren?

―dijo Maddox con la mayor frialdad

con la que es capaz de decirlo un crío de

diez años.

―¡Maddox! ―protestó Quimera ante

su réplica.

―Prefiero estar con ellos que con

vosotros ―se dio media vuelta y corrió

hacia la escalera.

―Vete a tu cuarto ―ordenó el tío

Vittorio algo tarde.

Escuchamos las fuertes pisadas en cada

uno de los escalones a medida que

ascendía y después el portazo. Un

incómodo silencio se adueñó de la mesa.

A pesar de las muchas discusiones que

hemos podido tener a lo largo de los

años, los Talbot nunca habíamos

discutido por otras personas que no

Page 39: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

fueran familia. Una pizca de miedo

apareció en mi interior y fue germinando

hasta convertirse en pánico. ¿Qué nos

había ocurrido?

Tía Gladis comenzó a hablar sobre una

llamada que había recibido de un

familiar lejano ―de la época del primer

circo Talbot―, su cháchara no me hacía

olvidar a mi prima mediana. La

visualizaba en mi mente tumbada boca

abajo en la cama, desecha en un mar de

lágrimas corrosivas. Sentí el impulso de

subir a verla y sin querer reprimirlo me

levanté. En ese momento observé que

Wallace también estaba pensando en lo

mismo que yo, al verme dar el primer

paso se quedó quieto en la silla,

fingiendo que no había hecho el amago

de ir junto a Ágata. Al verme de pie los

Page 40: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

ojos de los presentes se posaron en mí

planteándome una silenciosa pregunta.

―Voy al baño.

Caminé con tranquilidad hacia la

escalera y con sigilo la subí. Era evidente

que lo que había dicho no era más que

una excusa para poder ir a consolar a mi

prima. Me planté frente a la puerta

cerrada en la que se balanceaba un cartel

plastificado en el que se veía la cara de

un gato junto a su nombre. Sin llamar

abrí la puerta y me colé en su habitación,

cerrando tras de mí.

―Soy yo ―dije al verla sentada en el

suelo, con los brazos rodeando sus

rodillas y la cara hundida en ellos.

―Lo sé ―dijo con voz entrecortada.

Al mirarme pude ver cómo las lágrimas

resbalaban por sus mejillas, bañándolas

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por completo―. Eres el único que no

llama antes de entrar.

Rió su comentario y después se quedó

callada. Quería subir a consolarla pero

una vez dentro no supe muy bien cómo

hacerlo. Recorrí la distancia que nos

separaba y me senté en el suelo, junto a

ella.

―Sé que a ti tampoco te parece bien

que haga esas estúpidas pruebas de

animadora.

Abrí la boca para negarlo pero la cerré

al momento sabiendo que era cierto.

Pensaba que era una soberana tontería,

tanto el equipo de animadoras como el

club de ajedrez o el de teatro; pero era

algo que ella deseaba hacer y para mí ese

siempre ha sido el mayor motivante.

―No os gusta que tenga amigos

humanos, ni que me lleve bien con la

Page 42: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

gente. Mis padres ni siquiera se alegran

cuando esos «seres inferiores» me dan

propina en la tienda.

Sopesé lo que acababa de decir y me

sentí un poco hipócrita. Yo tenía un sólo

amigo en Thorndike y él lo era.

―A mí no me caen muy bien los

humanos en general, pero he de

reconocer que no todos son malos y

crueles.

―Lo había olvidado ―dijo

asintiendo―, tú tienes un amigo

humano. ¿Cómo se llamaba?, ¿Arthur?

―Joe ―le corregí.

―Joe ―susurró para sí misma.

Se quedó pensativa unos instantes. Sus

mejillas brillaban por la humedad pero

ya no se la veía sofocada, se había

relajado un poco. De forma impulsiva

alargué la mano para secar sus lágrimas

Page 43: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

pero me paré en seco al recordar cuando

de pequeño me salió una especie de

eccema en las manos por hacer eso

mismo; así que sujeté la manga de mi

camiseta con los dedos y limpié su cara

con el talón de la mano. Ella sonrió ante

el detalle.

―Lo que he dicho antes ―comenzó―

es cierto. Exceptuándote a ti, nunca antes

me había sentido aceptada a querida.

―Ágata, todos te queremos.

―Lo sé, pero ―hizo una pausa y se

humedeció los labios― con esos

humanos me siento bien, feliz. Es como

cuando estoy contigo. No me censuran,

aunque opinen distinto a mí. Me siento a

gusto.

―En ese caso no deberías de dejar que

lo que opinaran los demás te afecte. Si de

Page 44: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

verdad te hacen sentir así, no pueden ser

tan malos como los perciben ellos.

―Como los percibís ―puntualizó.

Sonreí ante su comentario.

―Tan terribles como los percibimos.

Ella asintió, confortada por nuestra

pequeña charla. Le pasé el brazo por los

hombros y ella apoyó su cabeza en mí.

―Todos echan de menos el circo

―dijo― y yo también, pero tenemos que

adaptarnos a esto.

―Si ―murmuré sintiendo que no

había punto de comparación entre lo feliz

que éramos antes y en cómo nos

sentíamos ahora.

Ella se apartó de mí y me clavó sus

oscuros ojos antes de decir:

―Nunca he pensado que fuera tu culpa

lo que ocurrió.

Page 45: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

Fijé mi vista primero en uno de sus iris

y luego en el otro, leyendo la verdad de

sus palabras. No toda la familia pensaba

como ella, no todos eran tan indulgentes

como Ágata.

―Hay cosas que tienen que pasar,

llámalo destino.

Asentí y ella volvió a dejarse abrazar

por mí. Me reconfortaba el peso de su

cabeza en mi hombro, notar la calidez de

su cabello en mi mejilla. No era

consciente de cuánto la añoraba hasta

que la volvía a tener cerca. Por mi cabeza

desfilaron las imágenes de Ágata con

uno o dos años, apenas sosteniéndose en

pie, y de mí intentando hacerla reír con

tontas muecas. Y ella sonreía, siempre

sonreía.

Page 46: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―Quiero teñirme el pelo ―dijo de

pronto cambiando el rumbo de mis

pensamientos.

La miré sin apartarme de su lado y ella

alzó la vista sin descomponer nuestra

postura.

―No todo el pelo, sólo un mechón

―aclaró―. De azul claro. Creo que

combinará bien con el castaño.

Quise decir algo pero ese tema me

había pillado con la guardia baja.

―Si a ti te gusta ―fue lo único que se

me ocurrió decir.

Ella me miró de nuevo y rompió en

carcajadas. No supe a qué venía su risa,

pero la voz cantarina me hizo sonreír y al

segundo los dos reíamos como tontos.

La cena terminó mejor de lo esperado.

Ágata y yo bajamos y ella se disculpó

Page 47: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

con todos por su comportamiento. No se

volvió a hablar de humanos ni de

actividades escolares y pudimos poner

fin a la velada con la alegría habitual de

los Talbot ―a excepción de Lavinia, que

nunca parecía dar muestras de

felicidad―. Nos despedimos para volver

a casa mientras madre y su hermana

planificaban hacer la próxima cena

familiar en nuestra casa. Ágata se acercó

a mí sosteniendo una sonrisa cómplice y

me abrazó.

―Gracias, Jim ―me dijo al oído.

―No hay de qué, enana.

Me di cuenta de que mi prima ya no era

la pequeña Ágata, que siempre

necesitaba de su primo mayor y que se

cuidaba de decir cosas que pudieran

hacer daño a alguien. No, Thorndike nos

había cambiado, estaba sacando lo peor

Page 48: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

de nosotros y tenía la sensación de ir

cuesta abajo y sin frenos. Temía lo que

podía pasarnos si seguíamos por ese

camino pero no habían muchas más

opciones. Los mayores tomaron una

decisión y debíamos aceptarla con todas

las consecuencias.

Page 49: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

3. El secreto al descubierto

Amanecía otro día otoñal en Thorndike.

El cielo estaba encapotado pero no

terminaba de romper y soltar su carga

sobre nosotros. El instituto atestado,

lleno de personas con prisas, chicas

coquetas que se apartaban de nuestro

lado y malotes que iban buscando

camorra. Estábamos devorando el

almuerzo cuando ellos, vinieron a

buscarnos las cosquillas.

―Eh, pringado ―se escuchó decir

entre el griterío habitual de la cafetería.

Antes de que pudiéramos reaccionar

una pelota de rugby golpeó nuestras

bandejas, esparciendo el almuerzo de Joe

y el mío por todas partes. Busqué con la

mirada a esa panda de idiotas y los

encontré no muy lejos, sentados a tres

Page 50: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

mesas de la nuestra. Sus risotadas

resonaban con fuerza, alrededor el resto

de gente también se reía. Sentí como la

sangre subía a mi cabeza, me estaba

encendiendo. Mi primer impulso fue

levantarme, ir allí y patearles el culo uno

a uno; pero la mano de Joe me retuvo.

―No vale la pena. Sólo conseguirás

que te expulsen.

Asentí, escuchando en mi cabeza las

voces de madre y Wallace. «Estás

tentando a la suerte con tu

comportamiento estúpido e

irresponsable. Conseguirás que nos

echen del instituto», «No puedes meterte

en líos. Tenemos que pasar

desapercibidos entre los humanos. ¿Es

que no lo entiendes, hijo? Nadie debe

saber lo que somos» . Volví a tomar

asiento, presintiendo que tarde o

Page 51: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

temprano explotaría, que esos chicos me

harían llegar hasta un límite que no debía

rebasar.

―¿Te apetece que salgamos fuera?

―propuso Joe―. Podemos terminar lo

que nos queda allí.

No tuve que pensarlo demasiado. Si

seguía ahí escuchando cómo se

carcajeaban de nosotros acabaría

cabreándome y todo terminaría en

tragedia; como ocurrió en Viena.

Fuera no hacía el mejor tiempo, el

viento soplaba con fuerza emitiendo aquí

y allá silbidos que helaban la sangre. Las

nubes, cada vez más negras, recorrían el

cielo con prisa, como un niño que

necesita llegar al retrete para no orinarse

encima. Mientras comíamos lo que

quedaba de nuestro maltrecho almuerzo,

observábamos las pistas de baloncesto

Page 52: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

que había frente a nosotros. En ellas un

grupo de chicos algo mayores jugaban un

partido mientras varias alumnas

babeaban por ellos sentadas en los

bancos. Muchos de los que estaban

reunidos en esa estampa deseaban en un

futuro poder salir de Thorndike, hacerse

ricos, famosos y tener una vida cómoda

lejos del pueblucho en el que habían

crecido. Los envidié, ellos siempre iban a

ser libres de poder hacer lo que

quisieran, de ir a donde quisieran y vivir

la vida que añoraban; yo en cambio tenía

que esperar décadas a que la gente

olvidara, para poder retomar nuestro tipo

de vida dónde la dejamos. Y mientras

tanto tenía que soportar toda la mierda

que me echaran encima, como a la

pandilla de Charlie Akerman.

Page 53: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

Pensar en nuestra vida de antes me

hacía sentir aún peor. Cuando salía a la

pista y me convertía en bestia ante los

ojos atónitos de la gente me sentía más

vivo que nunca, cuando aullaba y corría

hacia el público enseñando dientes y

garras sus caras pasaban del asombro al

miedo. Éramos estrellas y la gente venía

a vernos, muchos incluso repetían y tras

las actuaciones querían hablar con

nosotros. Nunca había oportunidad.

Plantábamos la carpa, estábamos un fin

de semana y nos íbamos a otra parte sin

documentos gráficos que revelaran al

mundo lo que ocurría dentro. Ese era el

Circo de los Talbot.

Se hizo un largo silencio en el que

terminé con el almuerzo. Demi, el amor

platónico de Joe, pasó frente a nosotros

con su monopatín. Mi amigo la miraba

Page 54: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

embobado. Ella no era una chica guapa,

tampoco fea, digamos que era distinta;

como nosotros. Llevaba el pelo teñido de

un moreno desgastado; los ojos muy

maquillados, de negro; los labios

variaban entre el morado, el marrón y el

negro. Las ropas eran más de lo mismo,

pantalones ajustados y oscuros, con

cadenitas que colgaban de los bolsillos,

deportivas anchas y sudaderas o jerséis

que variaban desde el azul oscuro, hasta

una amplia variedad de grises. Nunca

supe si era eso, o el hecho de que estaba

siempre sola, leyendo y dibujando, lo

que provocaba que Joe se desconectara

del mundo real siempre que la veía; pero

aun teniendo un par de admiradores

como él, Demi nunca mostró interés por

nadie. Los demás alumnos la

consideraban una lunática y una paria,

Page 55: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

como a nosotros y por ese motivo,

cuando Joe me dijo que le gustaba esa

chica desde que iban juntos al colegio,

yo me limité a darle mi visto bueno.

Nunca me había sentido atraído por una

chica y menos estar muchos años

prendado de una, así que ¿qué más podía

decirle?

—Me encanta como se ha peinado hoy

—murmuró Joe mientras ella, a lo lejos,

se tomaba su batido.

—Parece un erizo que ha olvidado

igualarse los mechones de las puntas—

comenté intentando dar una

aproximación grafica de su estilo.

—Sí, pero la queda tan bien ese look.

¿Crees que debería cambiar mi forma de

vestir? No sé, algo más moderno o

menos friki ―me preguntó el chico que

Page 56: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

más camisetas de series y películas tenía

de todo Thorndike.

—Joe, creo que cambiar tu estilo

personal no te va a ayudar a captar la

atención de Demi —suspiró con pesadez

mientras terminaba de comerse el

almuerzo.

—Qué mal —se quedó en silencio un

buen rato mientras mirábamos el

panorama estudiantil que teníamos en

frente—. ¿Y si me vistiera como un

rapero? Ya sabes, pantalones más

anchos, camisetas dos tallas más grandes.

—Aparte de que los gallitos del

baloncesto te machacarían el doble y que

irías siempre enseñando los calzoncillos,

no. No creo que eso funcione.

—Lo suponía.

La campana sonó, dando por terminado

el pequeño intervalo de tiempo para

Page 57: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

preparar nuestras almas para el infierno

que estaba por venir.

Hicimos una parada en la taquilla para

coger los libros y apuntes de Geometría.

Era la única clase en la que coincidíamos

Joe, Wallace y yo; y también era la que

menos me gustaba. Justo cuando

recorríamos la mitad del pasillo, vimos a

dos de los chicos del grupo de Akerman,

Henry y Paul, entrar en el aula. No sólo

odiaba Geometría porque no se me daba

bien ni me gustaba esa asignatura, sino

que las clases eran infernales. Esos dos

idiotas se entretenían tirando bolitas de

papel a los compañeros, riéndose de ellos

o insultándolos sin que el profesor que

daba la clase, el señor Darringham,

hiciera nada por evitarlo.

Page 58: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―¿Preparado para aguantar a ese par

de idiotas? ―me preguntó Joe, quien

parecía intentar darme lecciones de cómo

ser un buen sirviente y recibir las mofas

y faltas con orgullo.

―Después de lo del almuerzo no tengo

el cuerpo para muchas bromas

―respondí apretando el tirante de mi

mochila.

Al llegar al aula, mi hermano ya estaba

sentado en su sitio, al final del todo,

dónde el sol, aunque abrieran las

persianas hasta arriba no lograba

alcanzarle. Me saludó con un leve

movimiento de cabeza y después volvió

a clavar la mirada en su mesa, en sus

cosas. Joe y yo nos sentamos juntos, yo

delante y él detrás, eso facilitaba la

comunicación por notas que solíamos

tener desde que empezó el curso.

Page 59: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

La clase se hizo larga y pesada, más

que una mañana sin comida. Como de

costumbre los ejercicios estaban mal

pero al menos los habíamos llevado

hechos, para no variar Wallace resolvió

todos los problemas de forma correcta y

dejó claro que el genio no estaba en los

genes de toda la familia, si no solo en los

de algunos. En esas nos encontrábamos

cuando escuché el inconfundible sonido

del papel al caer al suelo. «Bolitas de

papel», pensé y no me equivocaba. Al

girarme para mirar a Joe me di cuenta de

que Paul estaba riéndose como un

bobalicón mientras que Henry afinaba

puntería con la cabeza de mi amigo.

―Señor Talbot ―dijo el profesor

alzando la voz―, ¿querría usted

honrarnos con su atención y dejar de

distraer al resto de compañeros?

Page 60: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

Se escucharon algunas risas ahogadas

entre nuestros compañeros.

―Me están tirando bolas de papel,

señor Darringham ―repliqué, esperando

que expulsara a esos dos matones de su

clase o, al menos, les diera un toque de

atención.

Pero el profesor me miró por encima de

sus gafas y frunció el labio superior

como muestra de desprecio.

―Ese es su problema. Cuando atienda

me encargaré de que nadie le haga perder

la concentración, pero mientras sea un

vago ocioso no tengo gana que hacer al

respecto.

Notaba como la ira crecía dentro de mí,

cada vez más y más. La impotencia, la

injusticia, la sensación de que éramos los

muñecos a los que golpear y de los que

reírse; todo ello se iba compactando,

Page 61: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

convirtiéndose en una enorme bola. Algo

imposible de digerir ni de sobrellevar

con dignidad.

Apreté los dientes y mi mandíbula se

tensó bajo mis pobladas patillas rubias.

El profesor continuó con la clase

mientras Henry y Paul se regocijaban del

respaldo que les proporcionaba. Sentía

tanta rabia, que el lápiz que sostenía

entre mis dedos se partió por la fuerza

con que lo agarraba.

Podía sentir la mirada de Wallace

clavada en mi nuca, si en ese momento

hubiera podido mandarme un mensaje

mental lo hubiera hecho. Un

«Tranquilízate, no te dejes llevar por tus

impulsos» o «No seas estúpido, ¿quieres

que todo el mundo vea lo que eres?».

Aguanté, movido por esos pensamientos

Page 62: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

que sólo conseguían cargarme de

presión. No podía hacer nada.

En cuanto sonó el timbre que daba fin a

las clases, cogí mi mochila y sin esperar

a Joe salí lo más rápido que pude. Antes

de cruzar la puerta el señor Darringham

me lanzó una última ofensa:

―No lloriqueé como una nena,

¿quiere? Ya es hora de que se vaya

convirtiendo en un hombre.

«Convirtiendo en un hombre», pensé,

«¿Y qué es lo que haría un hombre ante

esta situación?»

Joe me alcanzó justo cuando pisaba el

pasillo en dirección a los baños. Debía

tranquilizarme, estaba a punto de rebasar

mi límite de control y si eso ocurría no

podía haber nadie delante.

Page 63: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―Tío, ¿estás bien? ―me preguntó

mientras intentaba seguirme el paso.

―No, Joe ―dije cortante―. Necesito

estar solo.

Las voces de madre y Wallace se

hicieron más fuertes dentro de mi cabeza.

««No puedes meterte en líos», «Estás

tentando a la suerte con tu

comportamiento estúpido e

irresponsable», «Tenemos que pasar

desapercibidos entre los humanos»,

«Conseguirás que nos echen del

instituto», «¿Es que no lo entiendes,

hijo? Nadie debe saber lo que somos».

Tenía la puerta del baño a sólo cinco

pasos de mí cuando recibí un brusco

golpe en el hombro. Al percatarme de

quién había sido empecé a notar un

hormigueo punzante en las yemas de los

dedos. Esto no podía estar pasando.

Page 64: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―Ten más cuidado, subnormal

―gruñó Charlie Akerman. Su mirada era

desafiante. «Soy el rey de este instituto y

tú no puedes disputarme la corona,

pringado»―. Casi me arrugas el jersey y

es nuevo.

―Vámonos, James ―dijo Joe

empujándome hasta el lavabo.

Notaba el sudor empapando mi cara, el

temblor de mis brazos, esa presión en las

pantorrillas. Estaba a punto de suceder.

―¿Pero a quién tenemos aquí?

―preguntó en tono de mofa―, si es el

pringado oficial del insti. ¿Qué se siente

al no ser más que mierda en la zapatilla

de los demás?

―Déjanos en paz, Charlie ―contestó

Joe.

Page 65: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

El rostro de Charlie cambió de humor.

Le habían retado y lo peor de todo,

muchos ojos lo habían visto.

―Tú no aprendes, ¿verdad, McKinley?

Las palpitaciones martilleaban mis

venas, escuchaba los latidos de mi

corazón tras las orejas. En cualquier

momento ocurriría, en cualquier instante.

―¿Qué está pasando aquí?

La voz de la señorita Palmer, la

profesora de Literatura, irrumpió en

aquel momento. Apenas pude mirarla

pero no me pasó por alto la sombra alta,

delgada y oscura que estaba junto a ella.

Wallace.

―Nada, señorita Palmer.

―Pues ya estáis despejando el pasillo.

No pude aguantar más, corrí hacia el

baño y tiré la mochila al suelo. No me

dio tiempo a nada más, la piel de mis

Page 66: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

manos se hizo jirones y unas garras

peludas aparecieron en su lugar. Noté el

resto de mi cuerpo contorsionarse,

recolocando mi nueva estructura ósea. La

ropa estalló en pedazos y mi piel desnuda

fue sustituida por una densa mata de pelo

oscuro. Me contemplé en el alargado

espejo que cubría la pared en la zona de

los lavamanos y el corazón se me

encogió al instante.

―Tío... ―murmuró Joe con los ojos

como platos y la cara desencajada.

Me giré y ambos nos miramos durante

unos segundos en silencio. Él

sorprendido y aterrado a partes iguales,

yo preocupado porque saliera corriendo y

desvelara mi gran secreto. La puerta

volvió a abrirse y a cerrarse con tal

rapidez que el ojo humano no hubiera

podido percibirlo. Joe notó la corriente

Page 67: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

generada por el batir de la puerta y se

giró, aún con la boca abierta de par en

par.

Wallace estaba allí, obstaculizando la

entrada ―y salida― de cualquiera.

―Menudo momento has elegido para

cambiar ―dijo mi hermano llevándose la

mano a la cara.

―Tío... ―repitió Joe mirándome.

―Voy a tener que borrarle la mente

―dijo Wallace.

Cómo movido por un resorte, Joe se

giró hacia él y comenzó a negar con la

cabeza de forma exagerada.

―No, no, Wallace, por favor.

―Espera ―dije con mi voz gutural.

Joe al escucharme hablar de ese modo

volvió a mirarme de nuevo, sus ojos

estaban abiertos al máximo y tenía una

expresión de alucine en su cara.

Page 68: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―Tío... ―dijo por tercera vez―. Eres

una especie de hombre lobo ―dijo al fin

alargando su mano a mi hocico.

―James, hay que borrarle la mente

―insistió Wallace.

―¿Y esto es normal? ―preguntó mi

amigo palpando el pelo de mis

hombros―. Me refiero a que si te ha

pasado más veces.

―Constantemente ―contestó mi

hermano.

―Calla ―le dije.

―Es un rey del drama ―siguió

Wallace.

―Es un flipe ―murmuró Joe

levantándome el labio y observando mis

dientes―. Los colmillos los tienes igual

de enormes que en tu forma normal.

¿Porque la otra es tu forma normal, no?

Page 69: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―Sólo necesito un momento para

volver en mí ―les aseguré.

―¡Qué fuerte! ―gritó Joe―, mi mejor

amigo es un hombre lobo.

―Shhh ―Wallace le tapó la boca con

sus largos, pálidos y fríos dedos―, te va

a oír todo el mundo.

―La leche ―la sonrisa de mi amigo se

ensanchó―. ¿Has matado a alguien

alguna vez?

―No ―contesté.

―Joe, mírame fijamente a los ojos ―le

dijo mi hermano a Joe, obligándole a

apartar la vista de mí y a fijarla en él.

―Wallace, espera ―le pedí.

―Es un alucine esa voz tuya ―Joe

seguía en su pompa―. Da un miedo que

te cagas.

―Hay que borrarle la mente ―insistió

de nuevo mi hermano.

Page 70: Avance editorial de Talbot. Mi segunda vida

―No ―pedimos al unísono mi amigo

y yo.

Wallace se llevó la mano a los ojos y se

los tapó con expresión cansada. Entendía

que quisiera borrar las huellas del

crimen, asegurarse de que nadie

descubría nuestro secretito; pero era la

primera vez que alguien humano veía mi

transformación sin estar en escena

―sabiendo que era real al cien por

cien―, y a pesar de ello no había salido

corriendo aterrado.

―Por favor, Wallace ―le pedí.

Él me miró poniendo los ojos en blanco

y chascó la lengua contra el paladar.

―Está bien, no le borraré la mente

―dijo Wallace―. Pero tenemos que

decírselo a madre y padre ―puntualizó

Wallace.

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Asentí, percibiendo una especie de

emoción. La adrenalina seguía

recorriendo mi cuerpo y el que a Joe le

pareciera tan alucinante sólo me

hinchaba el orgullo. Volvería a mi ser y

planearíamos llevar a mi amigo a casa

para que nuestros padres determinaran lo

que era mejor hacer. Entonces, pensando

en convertirme en humano de nuevo caí

en la cuenta de algo importante.

―Por cierto, chicos... ―dije aún

convertido en bestia―. Necesito que me

busquéis algo de ropa.

Wallace suspiró de forma pesada

mientras que Joe tardó un rato en captar

lo que ocurría; al hacerlo rompió a reír a

carcajadas.

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