Antología - Tema 3 - Lit. Hisp. XX

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    TEMA 3: RENOVACIÓN DE LA NARRATIVA

    MACEDONIO FERNÁNDEZ (Argentina, 1874-1952)

    Cirugía psíquica de extirpación

    1

     MACEDONIO FERNÁNDEZ (Argentina, 1874-1952)

    CIRUGÍA PSÍQUICA DE EXTIRPACIÓN

    Se ve a un hombre haciendo su vida cotidiana de la

    mañana en un recinto cerrado. Es el herrero Cósimo

    Schmitz, aquél a quien, en célebre sesión quirúrgica

    ante inmenso público, le fue extirpado el sentido de

    futuridad, dejándosele prudencialmente, es cierto

    (como se hace ahora en la extirpación de las

    amígdalas, luego de reiteradamente observada la

    nocividad de la extirpación total), un resto de

    perceptividad del futuro para una anticipación de

    ocho minutos. Ocho minutos marcan el alcance

    máximo de previsibilidad, de su miedo o esperanza

    de los acontecimientos. Ocho minutos antes de que

    se desencadene el ciclón percibe el significado de los

    fenómenos de la atmósfera que lo anuncian, pues

    aunque posea la percepción externa e interna, carece

    1 De Relato, cuento, poemas y misceláneas, recogido en el volumen VII delas Obras completas.

    del sentido del futuro, es decir de la correlación de

    los hechos: siente, pero no prevé.

    Y contémplasele, con agrado, levantarse,

    lavarse, preparar el mate; luego se distrae con undiario, más tarde se sirve el desayuno, arregla una

    cortina, endereza una llave, escucha un momento la

    radio, lee unos apuntes en una libreta, altera ciertas

    disposiciones dentro de su habitación, escribe algo,

    alimenta a un pájaro, quédase un momento

    aparentemente adormilado en un sillón; luego

    arregla su cama y la tiende; llega el mediodía, haterminado su mañana.

    Sacuden fuertemente su puerta y la abren con

    ruido de fuertes llaves, y aparécensele tres carceleros

    o guardias y que se apoderan violentamente de él,

    pero sin resistencia.2 (Comprenderéis que la mañana

    cotidiana que estaba pasando transcurre en un

    calabozo). Se queda muy asombrado y sigue dondeellos lo llevan; pero al punto de entrar en un gran

    salón se presenta en su espíritu la representación

    2 Lo que hace los cuentos son las y . Los cuentos simples de apretado narrareran buenos. Pero arruinó el género la invención de que había un «sabercontar». Se decidió que quien sabía contar era un tal Maupassant. Ydesapareció el perfecto cuento de antes; y el invocado Maupassantcontaba como antes, ¡bien!

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    detallada de una sala con jueces, un sacerdote, un

    médico y parientes, y a un costado la gran máquina

    de electrocución. En ese lapso de los ocho minutos

    de futuro previsible, recuerda y prevé que se le habíanotificado la sentencia de muerte el día antes y que

    aquella máquina lo esperaba para ajusticiarlo.

    Recuerda también que un tiempo antes, cierta

    tarde recurrió a un famoso profesor de psicología

    para que le extirpara el recuerdo de ciertos actos y

    más que todo el pensamiento de las consecuencias

    previsibles de esos actos, había asesinado a su familiay quería olvidar el posible castigo. ¿Qué ganaría con

    huir, si el temor lo turbaba incesantemente? Y el

    famoso especialista no había logrado producir el

    olvido, pero sí reducir el futuro a un casi presente. Y

    Cósimo andaba por el mundo sin sentido de la

    esperanza, pero también sin sentido del temor.

    El futuro no vive, no existe para Cósimo Schmitz, el

    herrero, no le da alegría ni temor. El pasado, ausente

    el futuro, también palidece, porque la memoria

    apenas sirve; pero qué intenso, total, eterno el

    presente, no distraído en visiones ni imágenes de lo

    que ha de venir, ni en el pensamiento de que en

    seguida todo habrá pasado.

    Vivacidad, colorido, fuerza, delicia, exaltación

    de cada segundo de un presente en que está excluidatoda mezcla así de recuerdos como de previsión;

    presente deslumbrador cuyos minutos valen por

    horas. En verdad no hay humano, salvo en los

    primeros meses de la infancia, que tenga noción

    remota de lo que es un presente sin memoria ni

    previsión; ni el amor ni la pasión, ni el viaje, ni la

    maravilla asumen la intensidad del tropel sensual dela infinita simultaneidad de estados del privilegiado

    del presente, prototípico, sin recuerdos ni

    presentimientos, sin sus inhibiciones o exhortaciones.

    Esta compensación es lo que alegaba, en

    explicaciones que nos dio, el famoso profesor, para

    superar a las desventajas que resultaban de su

    operación. Es así que Cósimo vivía en elembelesamiento constante, total y continuo, y se

    compadecía del apagado vivir y gustar lo actual de las

    gentes.

    Conmueve verlo en el embebecimiento de

    cada matiz del día o la luna, en el deslumbre de cada

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    instante del deseo, de la contemplación. Es el

    adorador, el amante del mundo. Tan todo es su

    instante que nada se altera, todo es eterno, y la cosa

    más incolora es infinita en sugestión y profundidad.Todo tenso y a la vez transparente, porque

    mira cada árbol y cada sombra con todas las luces de

    su alma, sin cuidados, sin distracción. La palabra se

    retrasa, rige la inefabilidad de lo que se agolpa y

    renueva irretenible.

    A mí, que lo cuento, me enternece contemplar eldulce y menudo vivir la mañana del pobre Cósimo

    Schmitz, un automatista de la dicha sorbo a sorbo, un

    cenestésico. Siento que las cosas hayan sucedido así;

    como psicólogo psicológico, no psicofisiológico,

    concibo perfectamente obtener el mismo resultado,

    sea de desmemoria, sea de desprevisión, sin

    necesidad de la aparatosa, biológicamente cara,extirpación quirúrgica, que, como toda intervención

    química, clínica, dietética o climática en los gustos y

    espontaneidades con que nacemos, es una universal

    ruinosa ilusión. Para no prever, basta desmemoriarse,

    y para desmemoriarse del todo, basta suspender

    todo pensamiento sobre lo pasado.

    Así, pues, querido lector, si este cuento no te

    gusta, ya sabes cómo olvidarlo. ¿Quizá no lo sabías ysin saberlo no hubieras podido olvidarlo nunca?

    Ya ves que éste es un cuento con mucho lector,

    pero también con mucho autor, pues que os facilita

    olvidar sus invenciones.

    Extinguida pues su disponibilidad conciencial de

    previsión para ocho minutos, percibe la actualidad de

    que están atándolo a la máquina, pero no prevé elminuto siguiente en que será fulminado. El ritmo

    conciencial de las actitudes de previdencia es

    turnante o cíclico, no es continuo (aparte de que, por

    el abandono deliberado del ejercicio de prever, cada

    vez vive más en presente total, cada vez existe menos

    el instante que viene), y fuera de que tampoco es

    continuo en una conciencia que no ha sufrido latécnica de ablación conciencial hoy ya tan en uso y

    con tanto éxito del doctor Desfuturante. (Seudónimo

    del bien conocido médico Extirpio Temporalis; en que

    también se oculta, pues su verdadero nombre es

    Excisio Aporvenius, que tampoco es definitivo porque

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    el verdaderamente verdadero de sus nombres es el

    de Pedro Gutiérrez. Denuncio, por lo demás, y a

    pesar de lo encantador de la acción de este cirujano,

    que se apropia de todos los porvenires que extirpa,con lo que ocurrirá que ningún contemporáneo

    tendrá el gusto de asistir a sus funerales).3 

    Informo de paso —dato útil para el lector— 

    que el doctor Desfuturante tiene esperanza de

    perfeccionar la operatividad psicoextirpativa del gran

    capítulo de la nueva Cirugía Conciencial,

    extendiéndola a la extirpación de pasado. Cuandoesto se cumpla y lo aprovechen todos los que

    quisieren no haber vivido jamás ciertos hechos,

    quizás un buen cuento —ojalá éste lo fuera, ojalá lo

    eligiérais— sería suficiente recreo para olvidarlo todo

    a lo largo de la vida. El lector desfuturado y también

    desanteriorizado viviría así a cada momento en el

    volver a leer mi cuento, me sería deudor del

    3 ¿Es artístico aprovechar este momento, como todo el que se preste, parainsertar cuanta comparación o analogía acuda a la mente, por ejemplo queel doctor hacía en este caso lo que el sastre con el cliente que se va con laropa nueva puesta y tira la vieja? Porque para la literatura de todos lostiempos la comparación tiene un uso tan frecuente que se podría decir, enlugar de «está escribiendo», «está comparando».

    privilegio dignificante de ser persona de vivir de un

    solo cuento.

    Dejo la pluma al lector para que escriba para sí

    lo que yo no sabré describir: la locura, el espanto, eldesmayo, el estrujarse por el desasimiento mientras

    es arrastrado, el horror de ser sentado en aquella silla

    y maniatado; y en ese rostro, en su semblante, la

    aparición de una aurora de felicidad, de paz, por

    haberse agotado los ocho minutos de percepción de

    futuridad: dos minutos antes de expirar ajusticiado

    cesa su representación. (Como el terror vive de loque va a suceder, agotado el turno de ocho minutos

    de previsión, se queda sonriente, tranquilo, sentado

    en la silla eléctrica, y en ese estado es fulminado.

    Porque como acaso no lo hemos dicho y lo requiere

    urgentemente la composición inventiva de esta

    narrativa, la impulsión previdente de ocho minutos

    era seguida de una pausa de otros tantos minutos deabsoluto reino del presente, es así que la víctima de

    la máquina de electrocución, y nuestra víctima

    también, pereció con la más plácida de las sonrisas.)

    ¿Será el lector el Poe que yo no alcanzo a ser

    en este trance espantador, seguido de beatitud? (¿Y

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    es artístico describir con palabras y gesticulaciones en

    textos literarios?)

    Está muerto ahora sin haber experimentado el

    tormento agónico, sin ninguna pena, sin ningúnesfuerzo de evasión, como si fuera a comenzar una

    mañana cotidiana de su eternidad de presente.

    Yace Cósmico Schmitz muerto, y quince días después

    el Tribunal hace la declaración rehabilitante

    siguiente:

    “Un conjunto de fatalidades sutilísimas que haobnubilado la mente de este tribunal lo ha incurso en

    un fatal error sumamente lacerante. El infeliz Cósimo

    Schmitz era un espíritu inquietísimo y afanoso de

    probar toda novedad mecánica, química, terapéutica,

    psicológica que se da en el mundo; y así fue que un

    día se hizo tratar, hace quince años, por el

    aventurero y un tiempo celebrado sabio JonatanDemetrius, que, no obstante su cinismo,

    efectivamente había hecho un gran descubrimiento

    en histología y fisiología cerebral y lograba

    realmente, por una operación de su creación,

    cambiar el pasado de las personas que estuviesen

    desconformes con el propio.4 

    “A su consultorio cayó el ávido de novedades

    Cósimo Schmitz, infeliz; protestó de su pasado vacío yrogó a Demetrius que le diera un pasado de

    filibustero de lo más audaz y siniestro, pues durante

    cuarenta años se había levantado todos los días a la

    misma hora en la misma casa, hecho todos los días lo

    mismo y acostándose todas las noches a igual hora,

    4 Con perdón del Tribunal aporto esta pregunta de colaboración científica:¿trasplantándoles tejidos corticales de individuos alegres? Tal técnica seríamuy eficaz, pero por ciertos riesgos se ha prohibido destaparsimultáneamente cierto número de cráneos, pues en la precipitadaadjudicación de nuevas conciencias podría haber equivocaciones —comoha ocurrido— y que a quien no quisiera tener futuro le transplantaran unode un siglo.

    En fin, podría citar a Ramón y Cajal, pero con Ramón y Cajal nobasta; hay muchos otros autores y cansaría mucho al lector, aparte de queno me gusta mucho que en unas pocas páginas el lector termine sabiendomás que yo.

    El respetable Tribunal me observa que mal puedo controvertir elorden o idoneidad de sus considerandos, cuando yo presento la másenrevesada serie narrativa y digo lo primero al último y lo último alprincipio. Admito; ¿pero no se advierte que la técnica de narrar a tiempocontrario, cambiando el orden de las piezas de tiempo que configuran mirelato, despertará en el lector una lúcida confusión, diremos, que losensibilizará extraordinariamente para simpatizar y sentir en el enrevesadotramo de existencia de Cósimo? Sería un fracaso que el lector leyeraclaramente cuando mi intento artístico va a que el lector se contagie de unestado de confusión.

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    por lo que estaba enfermo de monotonía total del

    pasado.

    “Desde allí salió operado con la conciencia

    añadida, intercalada a sus vaguedades de recuerdo,de haber sido el asesino de toda su familia, lo que lo

    divirtió mucho durante algunos años pero después se

    le tornó atormentador. Cumple al tribunal en este

    punto manifestar que la familia de Cósimo Schmitz

    existe, sana, íntegra, pero que huyó colectivamente

    atemorizada por ciertas señas de vesania en Schmitz,

    ocurriendo esto en una lejana llanura de Alaska; deallí provino a este tribunal la información de un

    asesinato múltiple que no existió jamás.

    “Confiesa, pues, el tribunal, que si Cósimo

    Schmitz fue un total equivocado en sus aventuras

    quirúrgicas, más lo ha sido el tribunal en la

    investigación y sentencia del terrible e inexistente

    delito que él confesaba”. Pobre Cósimo Schmitz, pobre el Tribunal de

    Alta Caledonia.

    Vivir en recuerdo lo que no se vivió nunca en

    emoción ni en visión; tener un pasado que no fue un

    presente.5  Oh, aquel día, entre pavor y delicia con

    qué pulso apretó el arma. ¡Toda su familia! Hasta los

    cuarenta años, un pasado, ahora otro, la memoria de

    otro ser bajo las mismas formas del cuerpo. Quizámás tarde, tampoco este presente habrá sido nunca

    suyo. Tendrá, con un nuevo toque en su mente ya

    dócil, otra fragilidad de haber sido; un héroe, un

    químico; moverá los brazos de cuando exploraba el

    Sudán o Samoa.

    Jonatan Demetrius, enamorado de toda

    felicidad, plástico de las dichas, de dar recuerdosamorosos a los que fueron presentes de lágrima, con

    suave ciencia y dulce ternura se ingeniaba en la

    adivinación de cada alma.

    5  Estamos bastante descorteses en este retomar la pluma después dehabérsela pasado al lector. El mundo no tiene al lector de un solo cuento;inmensa dignidad; pero tampoco al mágico autor de un cuento de sólo deél vivir. Yo, lejos de soñarme, y menos con la muestra de éste, investido dela dignidad máxima de autor de aquel cuento único, he aspirado,modestamente, sí, a vivir de un solo cuento; quizá no lo he logrado.Desprendido ahora ante el lector de toda vanidad en este encantadoraspecto, admito que por momentos he creído advertir en este escrito míoalgo muy parecido a cuento dejado de contar. Pero me decide a publicarlo,no obstante, su alto valor científico. Además, no confunda, lector, cuentodejado de contar con lo que resulta de un no seguido contar.

    Tristes tú y yo, Lector, ni tuviste de mí el cuento de vivir sólo de él,ni tuve yo la Fortuna Única de vivir de sólo uno de otro.

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    —¿Qué es lo que usted desea? —Y leíale a

    Cósimo las páginas más terribles del filibustero

    Drake, de Morgan, o del amante de la Récamier.

    —Yo preferiría haber sido...—Lo será.

    Pobre Cósimo Schmitz; ¿no habrá una tercera

    cirugía, después de dos tan siniestras, que lo

    resucite? Ah, no —exclama la Terapéutica—, nuestro

    oficio es de infalibilidad, no nos incumbe disimular las

    fallas de los tribunales de justicia.

    Como no se ha encontrado hasta ahora en las más

    pacientes investigaciones que hubiera algún remedio

    que con toda seguridad fuera más benéfico que

    destructor, es el caso de moralizar en este momento

    de este cuento acerca de la inevitable debilidad de

    las ingeniosidades humanas con el ejemplo de los

    deslumbradores procedimientos del gran científicodoctor Desfuturante, en cuya aplicación, como se ve,

    la conveniencia de eximirnos de todo género de

    temores vagos remotos y agitantes esperanzas

    remotas, tiene el inconveniente de la turnación de

    pausa tras esos ocho minutos de previdencia, ante

    los cuales, suspensa toda previsibilidad, el paciente

    tratado no prevé ni siquiera que el tren que viene a

    diez metros de él por la vía en que camina lo matará

    en tres segundos.6 

    6  Porque hay apendicectomías que propenden a graves accidentes, laextirpación de las amígdalas predispone a la poliomielitis, los auges de lasdosis macizas, la insulina, el iodo, engruesan las cifras de la mortalidad; yde toda la intervención quirúrgica queda pendiente por obra de losanalgésicos que desoxigenan la sangre numerosas muertes repentinas porembolias. Las estadísticas inglesas demuestran que ocurren allí másmuertes por la vacunación que por la viruela; tenemos también la

    bancarrota del suero Behring y quizá la del suero antirrábico.Parece, lector, que a compás de la lectura nos estamos

    instruyendo bastante. Pero usted al agradecerlo se reservará pensar que lainstrucción es buena, pero la digresión es mala, lamentable defectillo detan nutrida información. Yo no veo por qué una digresión, aun en uncuento y aun científica, está mal después de los novelones habituales, enque se llenan capítulos con historia literaria, crítica pictórica, análisis desinfonías, salvaciones sociológicas. (Todo esto, entre descripciones demobiliarios y la Naturaleza más próxima.) Más difícil es entender que unopositor a digresiones converse, mientras come, con amigos en la familia,o no pase un instante ni haga cosa alguna durante el día o la noche que nola haga acompañar con el conventillo fonético de la radio.

    Yo he dado aquí un cuento total, la juventud y muerte de unhombre. ¡Y qué juventud y qué muerte! Lo demás puede el lectorconsiderarlo como la radio, algo intersticial a su lectura de cuento. Elcuento y la radio va todo en el texto y os libráis de los avisos.

    Así como en las óperas —que es lo interminable por naturaleza— hay lo más interminable de ellas que es su final y que funciona como elaplauso que la ópera se prodiga a sí misma, de modo que el aplauso delpúblico parece un servilismo al éxito ya aplaudido —aunque lacomparación es de muy poca analogía—, yo lo que quiero es seguridad,acertar con algo (pues lo que menos poseo es la seguridad de autor de

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    Al lector le toca, ahora que yo he cumplido con

    todo, cumplir con su deber; de hacer como que cree.7 

    ópera), sea con el ciento, sea con las digresiones. Yo no me aplaudo, perodesarmo las toses del tedio.

    He prolongado esta digresión para disimular que estaba tratandode encontrar dónde habíamos dejado el cuento. Reanudando, es de anotarque el pobre Cósimo, que había escapado a todos los desatinos ypercances que acabo de enunciar, vino a caer al abrasamiento eléctrico sinque podamos tener el gusto de quejarnos en absoluto de la terapéutica,sino totalmente de la culpa suya.

    Insisto en mi consejo: no aceptes lector sino los tratamientos quedejan sanar; y no salgas a provocar a la Cirugía, que no se hará rogar;guárdate una memoria y un apéndice que te acompañen mientras estés en

    esta vida.7  Ya dije que lo único que no me he propuesto es el «saber contar»; el«bien contar» que se descubrió en tiempos de Maupassant, después dequien ya nadie narró bien, es una farsa a la cual el lector hace la «farsa decreer».

    Fatuo academismo es creer en el Cuento; fuera de los niños nadiecree. El tema o problema sí interesa. No hay éxito para la tentativa ilusoriay subalterna del hacer creer, para lo cual se pretende que hay un sabercontar.

    Mi sistema de interponer notas al pie de página, de digresiones yparéntesis, es una aplicación concienzuda de la teoría que tengo de que elcuento (como la música) escuchado con desatención se graba más. Y yohago como he visto hacer en familias burguesas cuando alguna persona sesienta al piano y dice a los concurrentes, por una norma socialrepetidamente observada, que si no prosiguen conversando mientras tocasuspenderá la ejecución. En suma: hace una cortesía a la descortesía a queella misma invita. Hago lo mismo con estas digresiones, desviaciones, notasmarginales, paréntesis a los paréntesis y alguna incoherencia quizá, pero lacontinuidad de la narrativa la salvo con el uso sistemático de frecuentes y ,y confieso que lo único que me sería penoso que no me aplaudan es estesistema que propongo y cumplo acá. Es imposible tomar en serio uncuento, me parece infantil el género, pero no por eso resulta que éste sea

    Para más informaciones, puede consultarse

    sobre la cirugía conciencial mi cuento Suicida, en el

    que ya presenté la temeraria y profunda insinuación

    de los métodos de la Ablación Conciencial total, que,como habrá visto el lector, ha sido aprovechada en su

    técnica, limitando su aplicación a parciales

    ablaciones.

    Murió en sonrisa; su mucho presente, su

    ningún futuro, su doble pasado no le quitaron en la

    hora desierta la alegría de haber vivido, Cósimo que

    fue y no fue, que fue más y menos que todos.

    (Antes una palabra para las esperanzas):

    Manera de la psique sin cuerpo

    burla de cuento, porque mi sistema digresivo ya lo dejo defendido y lacontinuidad y apretado narrar me preocupo hacerlos lucir mediante las y.

    Las y   y los ya  hacen narrativa a cualquier sucesión de palabras,todo lo hilvanan y «precipitan». Entre tanto, sin decirlo, me estoydeclarando escritor para el lector salteado, pues mientras otros escritorestienen verdadero afán por ser leídos atentamente, yo en cambio escribodesatentamente, no por desinterés, sino porque exploto la idiosincrasiaque creo haber descubierto en la psique de oyente o leyente, que tiene elefecto de grabar más las melodías o los caracteres o sucesos, con tal queunas y otros sean intensos, dificultando al oidor o lector la audición olectura seguidas.

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    Manera de la inespacialidad de lo sólo psíquico.

    Manera de la identificación entre psiques

    meras y de la identidad para sí cada una.

    Manera de la comunicación directa entrepsiques meras con identificación, por cada una, de los

    “estados” en ella promovidos directamente por la

    otra, como distintamente reconocibles y no

    pertenecientes a la corriente mental propia.

    Pero estos estados psíquicos “otros”, visitantes

    de nuestra fluencia psíquica propia aunque

    reconocidos como ajenos y susceptibles de serexcluidos por nuestra eficiencia (por no llamarla

    “energía”) psíquica, pueden ser prohijados por

    nosotros y sustituir y desviar, a veces para consuelo o

    vencer resistencia para mal, la temática psicológica

    de ese momento de nuestra fluencia asociativa

    propia.

    Si aclaráramos, lo que no me es dable ahora —y quizá

    nunca en mi forma actual psico-física—, estos hondos

    problemas de la Posibilidad Psíquica pura,

    conoceríamos que los Cuerpos no son más que

    intermediarios, no poseedores, de un Psiquismo

    Universal siempre existente, lo único que siente, con

    toda simultaneidad, aun la simultaneidad del

    principio con el Fin, del Deseo con su Satisfacción;

    conoceríamos también que la sucesividad no esforzosa al ser y que la única realidad o ser es el

    Psiquismo.

    Mantente en el Misterio, lector. Para la Psique no hayel “en”, no está en un Cuerpo. Y en un cuerpo pueden

    manifestarse y recibir estímulos dos Psiques tanextrañas una a otra como las que se manifiestanmediante dos cuerpos. La llamada “doble

    personalidad” es mera verbalidad, mala

    denominación. Doble personalidad es unaabstrusidad, un inconcebible; pero el hecho de dospersonalidades es auténtico. Y esta experiencia essuficiente para iluminar la no-dependencia. Latranspresencia de la Psique en los Cuerpos. Otrailustración es la falacia de las localizaciones en elcuerpo de los estados psíquicos: no nos duele la

    mano sino en el cerebro, y tampoco en el cerebrosino en un antes y un después de tal o cual otroestado psíquico; el estado sentido se sitúatemporalmente entre estados psíquicos.

    ROBERTO ARTL (Argentina, 1900-1942)Extraordinaria historia de dos tuertos 

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    Dudo que tuerto alguno pueda contar otramaravillosa historia semejante a la que nos ocurrió amí y a Hortensio Lafre, tuerto también como yo. Yahora tomáos el trabajo de leerme.

    Tenía yo pocos años de edad cuando perdí mi ojoderecho en un accidente de caza que le aconteció ami padre, y la ruina sobrevenida a éste poco tiempodespués, por ser más aficionado a los deportescinegéticos que al cuidado de su molino y campos,nos arrastró a todos hasta ese refugio de fracasadosque es el Barrio Latino de París. Después denumerosas peripecias que no son del caso, a la edadde dieciocho años conseguí un empleo de cobradorde una compañía de mutualidad, y en este trabajome ganaba penosamente la vida, durante loscomienzos del año 1914, cuando a fines del mes deenero trabé conocimiento con un venerable caballeroque estaba asociado a la compañía. Este buen señorusaba barba en punta como un artista, y su melena

    de cabello entrecano y ondulado, así como su miradabondadosa, le concedían la apariencia que podríatener el padre del género humano si acertaba ahacerse invisible. Se llamaba monsieur Lambet.

    Monsieur Lambet vivía en una discreta casa con jardincillo en el arrabal de Mont Parnasse, y la

    segunda vez que le fui a cobrar la cuota de su seguro,como no tuviera nada que hacer, me acompañó porlas calles y se interesó evidentemente en lascondiciones en que vivía yo y mi madre y mihermana. Cuando le manifesté que nuestra condicióneconómica era sumamente precaria, no se asombró,y sí recuerdo que me dijo con tono de vozsumamente patético:

    -Mi querido joven: si vos usarais un ojo de vidrio ossería mucho más fácil conseguir un puestohonorable.

    -¿De dónde sacar el importe de un ojo de vidrio,monsieur Lambet? ¿De dónde?

    Monsieur Lambet guardó un prudente silencio ycontinuó caminando en silencio a mi lado. Luego medijo:

    -Evidentemente, no se trata de menospreciar vuestrapersona, pero un joven tuerto no es, en maneraalguna, atrayente.

    -Vaya si lo sé -repuse yo, suspirando tristemente.

    Monsieur Lambet prosiguió:

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    -Ha progresado tanto la industria de los ojos devidrio, que hoy se hacen tan perfectos, que haypersonas que afirman que los ojos de vidrio son mástiernos y expresivos que los ojos naturales. Yo no meatrevería a jurar eso, pero evidentemente un hombretuerto con su ojo de vidrio es mucho más atrayenteque sin él.

    -Monsieur Lambet: creo que yo jamás reuniré eldinero que cuesta un ojo de vidrio.

    Pero monsieur Lambet era un hombre desentimientos nobles. Me tomó de un brazo, meapretó y me dijo:

    -Querido joven: vos me recordáis, precisamente, elrostro de un hijo mío muerto hace muchos años.Permitidme seros útil. Monsieur Tricot, honradocomerciante amigo mío, trafica en anteojos, lentes,

    vidrios de aumento y ojos artificiales. Yo osrecomendaré a él, y estoy seguro que accederá acolocaros un ojo de vidrio en condiciones que no osserán onerosas.

    Deshaciéndome en muestras de gratitud le direpetidas gracias a monsieur Lambet, quien me

    estrechó contra su pecho y dijo que estabaencantado de poder serme útil en tal insignificancia,y debió serlo, porque cuando al día siguiente mepresenté en la tienda de monsieur Tricot, monsieurTricot, un caballero alto, grueso, de atravesadamirada y espesa barba negra, me recibióaparatosamente, me hizo entrar a su trastienda y dioprincipio al trabajo de probarme diferentes ojos devidrio, hasta que finalmente descubrió un hermosoejemplar que parecía hermano gemelo del mío,natural, a punto, que al observarme en un espejo nopude menos de lanzar un grito de admiración. Me

    había transformado en otro hombre gracias a labondadosa generosidad de monsieur Lambet.

    Cuando lo interrogué a monsieur Tricot respecto alprecio del ojo de vidrio, me respondió:

    -Vete a darle las gracias a tu benefactor, y no tepreocupes. Lo que des aquí en la tierra, lo recibirás

    centuplicado en el cielo. Lo que debes hacer, trueneo llueva, es quitarte este ojo todas las noches yponerlo en remojo en un vaso de agua como si fuerauna dentadura. Mediante ese procedimiento, suscolores se mantendrán siempre frescos y puros y nodarás a la gente una mala impresión, porque los ojosde vidrio se empañan mucho con la humedad.

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    Nuevamente le di las gracias a monsieur Tricot,prometiéndole seguir escrupulosamente susconsejos, y poco menos que bailando por las callesllegué a Mont Parnasse, donde al ver a monsieurLambet me precipité hacia él. Monsieur Lambet,como si yo fuera su mismo hijo resucitado, me tomópor los brazos, me miró y me dijo:

    -Vive Dios que eres mi hijo, mi propio hijo resucitado,y no te dejo marchar. De aquí en adelante vivirás enmi casa.

    No hubo forma de persuadirle para que dejara decumplir su deseo, y tuve que complacerle ymarcharme de mi casa a vivir en la suya. No dejé deser lo suficiente ingrato para desconfiar de lasatenciones de mi protector; pero a los pocos días devivir bajo su techo, comprendí que me habíaequivocado groseramente. Monsieur Lambet era el

    más simpático y bueno de los hombres. Lo único queexigía de mí era que durmiera en su casa y almorzaray cenara con él. Luego me dejaba salir avagabundear, no sin dejar de decir siempre que sedespedía de mí:

    -Gracias, muchacho. Me has dado el placer de pasaruna hora con mi hijo.

    Mi excelente familia se alteró con este cambio, enrazón de mi juventud e inexperiencia, peroterminaron convenciéndose de que monsieur Lambetera un viejo maniático cuyo trato nos beneficiaba. Yasí era. Un mes después de este cambio, monsieurLambet, alegremente, me informó que por favor demonsieur Tricot había obtenido para mí una plaza devendedor de anteojos y ojos de vidrio en la zonaalemana de Hamburgo. Recibiría sueldo y un tanto

    por ciento sobre los beneficios de las ventas. Yo memanifesté algo reacio a abandonar mi puesto decobrador, pero tanto insistió monsieur Lambet enque mi posición económica cambiaríafundamentalmente, que resolví contra mi agradohacer la prueba. No creía en el éxito de los ojos devidrio. Para que mis gastos fueran menores,monsieur Lambet me recomendó al Hotel de "Las

    Tres Grullas", cuyo propietario, un sonriente y gordohamburgués, me recibió como si fuera su hijo.¡Evidentemente, el mundo estaba repleto de buenagente!

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    Mi primera salida por Hamburgo fue un éxito. Vendílentes y ojos artificiales como para reparar a unejército de tuertos.

    Desde entonces Hamburgo fue mi base deoperaciones..., pero una noche que dormía en "LasTres Grullas" me ocurrió un suceso tan extraño, queaún hoy es motivo de maravilla entre los que tienenla paciencia de escuchar mi relato.

    Había llegado tarde al hotel porque me entretuve enel puerto, conversando con algunos comerciantes

    que querían estudiar en París las posibilidades decolocar ciertos artículos de fantasía.

    Serían las dos de la madrugada, y trataba inútilmentede conciliar el sueño, cuando la puerta de mihabitación se abrió tan cautelosamente, que,sobreponiéndome al instintivo temor que causa lapresencia de un extraño en nuestra alcoba, resolví

    espiarlo. En caso que pasara algo, sabría defenderme.

    Como es natural, esperaba que el desconocido sedirigiera al ropero, en cuyo interior estaba colgado mitraje; pero con mi único ojo entreabierto, a lagrisácea claridad que se filtraba por un postigo

    entreabierto, reconocí al dueño de "Las Tres Grullas",que se dirigía a la mesa.

    ¿Sabéis lo que hizo allí? Tomó la copa de agua dondese encontraba sumergido mi ojo de vidrio, y con ellase retiró tan cautelosamente como había venido.

    Yo quedé atónito. ¿Qué quería hacer el hombre conmi ojo de vidrio? ¿Pretendería robármelo?

    El suceso me resultaba tan extraordinario, que unahora después no había conseguido dormirme, y en el

    mismo momento que en el reloj daban las tres de lamadrugada, la puerta de la habitación volvió achirriar, y el infiel hospedero, de puntillas, tancauteloso como había entrado, con el vaso de aguaen la mano, se aproximó a la mesa y dejó allí la copa.

    En el interior del vaso de agua se encontraba mi ojode vidrio.

    ¿Qué misterio encerraba ese ritual?

    Pero no tuve tiempo de meditar mayormente sobreel misterio de mi ojo de vidrio, porque a las cinco dela mañana salía el rápido de París, y a pesar de quemi noche había sido extraordinaria, aquel amanecer

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    no lo iba a ser menos, por efecto de una de aquellascasualidades de apariencia sobrenatural y que en larealidad de la vida son tan frecuentes einagotablemente asombrosas.

    Me despedí del dueño de "Las Tres Grullas" como sino me hubiera ocurrido nada, pero "in mente" estabaresuelto a aclarar aquel suceso, cuando otro hechovino a complicar mi desorden mental.

    No había terminado de ocupar mi asiento en micoche de segunda, cuando frente a mí se detuvo

    Hortensio Lafre, un camarada de mi infancia.

    Desde que mi familia había abandonado el pueblo nonos habíamos visto. En cuanto cambiamos unamirada, nos reconocimos, y después de abrazarnosefusivamente nos quedamos contemplándonos conese gusto asombrado con que volvemos aencontrarnos con los testigos de nuestros primeros

     juegos; y de pronto, ambos nos lanzamos aquemarropa:

    -Tú tienes un ojo de vidrio.

    -Sí. Y tú también.

    -Sí.

    -¿Y qué haces por aquí?

    -Vendo cristales, anteojos, ojos de vidrio.

    Yo me quedé examinándolo, turulato.

    -¡Cómo! ¿Tienes la misma profesión?

    -¡Tú también vendes ojos de vidrio!

    -Sí.

    -¡Cristo! Esto sí que es raro.

    Ahora le tocaba a Hortensio asombrarse.Súbitamente inspirado, le dije:

    -¿Cómo te metiste en esto?

    Hortensio comenzó a narrarme su historia:

    Acosado por la necesidad se había dedicado a vendernovelas por entregas, cuando un día, al llegar albarrio de Saint-Denis, se encontró con un honorable

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    anciano que le cobró simpatía porque Hortensio separecía prodigiosamente a su hijo muerto.

    -¡Satanás! ¡Esa es mi historia! Continúa.

    El viejo bondadoso, lamentándose de que Hortensiofuera tuerto, lo recomendó a lo de monsieur Tricot,quien no sólo le regaló un ojo de vidrio, sino que leproporcionó una ventajosa colocación para venderlosen el extranjero.

    -Lo mismo me ha ocurrido a mí, Hortensio.

    Exactamente lo mismo.

    -No.

    -Así como lo oyes. Dime: tu protector ¿no es unanciano con facha de pintor, pelo entrecano, barbaen punta?

    -Sí.

    -Pues es él, monsieur Lambet.

    -Yo lo conozco bajo el nombre de Gervasio Turlot.

    -Pues el viejo, se llame Turlot o Lambet, debe ser unpeligrosísimo bribón: en nuestra aventura haydemasiado misterio.

    -¿Qué te parece si vemos al comisario de Saint-Denis? Yo lo conozco porque le he vendido a sumujer varias novelas por entregas.

    -Perfectamente.

    En cuanto llegamos a París nos dirigimos a lacomisaría de Saint Denis, y Hortensio se hizo anunciar

    al comisario. Una vez en su presencia, yo me senté enel escritorio y comencé a narrarle las etapas de miaventura. El comisario nos escuchabaasombradísimo. Finalmente requirió la presencia deun perito en ojos de vidrio, y cuando el hombre llegó,le entregamos nuestros ojos artificiales. Éstecomenzó a manipular en los globos de vidrio hastaque éstos se abrieron en sus manos. En el interior de

    un ojo de vidrio (el mío), en un espacio hueco ycircular, encontró un rollo de papel de seda, escritocon letra casi microscópica. Era un pedido a monsieurLambet de la dirección de un oficial que había sidoexonerado del ejército por deudas. En el ojo de vidriocorrespondiente a mi amigo Hortensio había, encambio, una orden a monsieur Turlot, para que

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    asesinara al "agente 23", culpable de proporcionardatos falsos.

    No quedaba duda. Monsieur Lambet, alias Turlot, erael eslabón terminal de una activa cadena de espías ynosotros, dos inocentes tuertos, sus mensajerosinsospechables. Como aún no había estallado laguerra, monsieur Lambet, mi benefactor, fuedetenido y condenado a treinta años de presidio. Encuanto al dueño de "Las Tres Grullas", continúa enHamburgo, y posiblemente sirva ahora a otra pandillade espías. Pero yo ya no creo en la bondad de los

    protectores desconocidos.

    HORACIO Q UIROGA (Uruguay, 1878-1937)

    El hombre muerto8 El hombre y su machete acababan de limpiar la

    quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles;pero como en éstas abundaban las chircas y malvassilvestres, la tarea que tenían por delante era muypoca cosa. El hombre echó, en consecuencia, unamirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el

    8 Publicado por primera vez en 1920, recogido después en Los desterrados(1926).

    alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Masal bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pieizquierdo resbaló sobre un trozo de cortezadesprendida del poste, a tiempo que el machete se leescapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvola impresión sumamente lejana de no ver el machetede plano en el suelo.

    Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre ellado derecho, tal como él quería. La boca, queacababa de abrírsele en toda su extensión, acababatambién de cerrarse. Estaba como hubiera deseado

    estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobreel pecho. Sólo que tras el antebrazo, einmediatamente por debajo del cinto, surgían de sucamisa el puño y la mitad de la hoja del machete,pero el resto no se veía.

    El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó unamirada de reojo a la empuñadura del machete,

    húmeda aún del sudor de su mano. Apreciómentalmente la extensión y la trayectoria delmachete dentro de su vientre, y adquirió fría,matemática e inexorable, la seguridad de queacababa de llegar al término de su existencia. Lamuerte. En el transcurso de la vida se piensa muchasveces en que un día, tras años, meses, semanas y días

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    preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbralde la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista;tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramentepor la imaginación a ese momento, supremo entretodos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entreel instante actual y esa postrera expiración, ¡qué desueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimosen nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existenciallena de vigor, antes de su eliminación del escenariohumano! Es éste el consuelo, el placer y la razón denuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está lamuerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!

    ¿Aún...?

    No han pasado dos segundos: el sol estáexactamente a la misma altura; las sombras no hanavanzado un milímetro. Bruscamente, acaban deresolverse para el hombre tendido las divagaciones alargo plazo: se está muriendo. Muerto. Puedeconsiderarse muerto en su cómoda postura. Pero el

    hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo hapasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en elmundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda elhorrible acontecimiento?

    Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.

    El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- ypiensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué hacambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese elbananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo?¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente elbananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas alsol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento.Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía;pero deben ser las doce. Por entre los bananos, alláarriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojode su casa. A la izquierda entrevé el monte y lacapuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe

    muy bien que a sus espaldas está el camino al puertonuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo,yace en el fondo del valle el Paraná dormido como unlago. Todo, todo exactamente como siempre; el solde fuego, el aire vibrante y solitario, los bananosinmóviles, el alambrado de postes muy gruesos yaltos que pronto tendrá que cambiar...

    ¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de lostantos días en que ha salido al amanecer de su casacon el machete en la mano? ¿No está allí mismo conel machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatrometros de él, su caballo, su malacara, oliendoparsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí!Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas

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    al camino; mas siente resonar en el puentecito lospasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas lasmañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Ysiempre silbando... Desde el poste descascarado quetoca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monteque separa el bananal del camino, hay quince metroslargos. Lo sabe perfectamente bien, porque élmismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.

    ¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un naturalmediodía de los tantos en Misiones, en su monte, ensu potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla

    corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo...Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desdehace dos minutos su persona, su personalidadviviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, queformó él mismo a azada, durante cinco mesesconsecutivos, ni con el bananal, obras de sus solasmanos. Ni con su familia. Ha sido arrancadobruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara

    lustrosa y un machete en el vientre. Hace dosminutos: Se muere.

    El hombre muy fatigado y tendido en la gramillasobre el costado derecho, se resiste siempre aadmitir un fenómeno de esa trascendencia, ante elaspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe

    bien la hora: las once y media... El muchacho detodos los días acaba de pasar el puente.

    ¡Pero no es posible que haya resbalado...! El mangode su machete (pronto deberá cambiarlo por otro;tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimidoentre su mano izquierda y el alambre de púa. Trasdiez años de bosque, él sabe muy bien cómo semaneja un machete de monte. Está solamente muyfatigado del trabajo de esa mañana, y descansa unrato como de costumbre. ¿La prueba...? ¡Pero esagramilla que entra ahora por la comisura de su boca

    la plantó él mismo en panes de tierra distantes unmetro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es sumalacara, resoplando cauteloso ante las púas delalambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atrevea doblar la esquina del alambrado, porque él estáechado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; yve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruzy del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy

    grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve.Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.

    ...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haberpasado ya varios minutos... Y a las doce menoscuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techorojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus

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    dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre,antes que las demás, la voz de su chico menor quequiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá!¡Piapiá!

    ¿No es eso...? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oyeefectivamente la voz de su hijo... ¡Qué pesadilla...!¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos,claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calorsilencioso de horno sobre la carne, que hace sudar almalacara inmóvil ante el bananal prohibido.

    ...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántasveces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendoa casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, yantes había sido monte virgen! Volvía entonces, muyfatigado también, con su machete pendiente de lamano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarsecon la mente, si quiere; puede si quiere abandonarun instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él

    construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullovolcánico con gramas rígidas; el bananal y su arenaroja: el alambrado empequeñecido en la pendiente,que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver elpotrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un postedescascarado, echado sobre el costado derecho y laspiernas recogidas, exactamente como todos los días,

    puede verse a él mismo, como un pequeño bultoasoleado sobre la gramilla -descansando, porque estámuy cansado.

    Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautelaante el esquinado del alambrado, ve también alhombre en el suelo y no se atreve a costear elbananal como desearía. Ante las voces que ya estánpróximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato lasorejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, sedecide a pasar entre el poste y el hombre tendidoque ya ha descansado.

    El conductor del rápido9 Desde 1905 hasta 1925 han ingresado en el Hospiciode las Mercedes 108 maquinistas atacados dealienación mental

    Cierta mañana llegó al manicomio un hombreescuálido, de rostro macilento, que se tenía

    malamente en pie. Estaba cubierto de andrajos yarticulaba tan mal sus palabras que era necesariodescubrir lo que decía. Y, sin embargo, segúnafirmaba con cierto alarde su mujer al internarlo, ese

    9 De Más allá y otros cuentos (1927).

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    maquinista había guiado su máquina hasta pocashoras antes.

    En un momento dado de aquel lapso de tiempo, unseñalero y un cambista alienados trabajaban en lamisma línea y al mismo tiempo que dos conductores,también alienados.

    Es hora, pues, dados los copiosos hechos apuntados,de meditar ante las actitudes fácilmente imaginablesen que podría incurrir un maquinista alienado queconduce un tren.

    Tal es lo que leo en una revista de criminología,psiquiatría y medicina legal, que tengo bajo mis ojosmientras me desayuno.

    Perfecto. Yo soy uno de esos maquinistas. Más aun:soy conductor del rápido del Continental. Leo, pues,el anterior estudio con una atención también

    fácilmente imaginable.

    Hombres, mujeres, niños, niñitos, presidentes yestabiloques: desconfiad de los psiquiatras como detoda policía. Ellos ejercen el contralor mental de lahumanidad, y ganan con ello: ¡ojo! Yo no conozco lasestadísticas de alienación en el personal de los

    hospicios; pero no cambio los posibles trastornos quemi locomotora con un loco a horcajadas pudieradiscurrir por los caminos, con los de cualquierdeprimido psiquiatra al frente de un manicomio.

    Cumple advertir, sin embargo, que el especialistacuyos son los párrafos apuntados comprueba que108 maquinistas y 186 fogoneros alienados en ellapso de veinte años, establecen una proporción enverdad poco alarmante: algo más de cincoconductores locos por año. Y digo ex profesoconductores refiriéndome a los dos oficios, pues

    nadie ignora que un fogonero posee capacidadtécnica suficiente como para manejar su máquina, encaso de cualquier accidente fortuito.

    Visto esto, no deseo sino que este tanto por cientode locos al frente del destino de una parte de lahumanidad, sea tan débil en nuestra profesión comoen la de ellos.

    Con lo cual concluyo en calma mi café, que tiene hoyun gusto extrañamente salado.

    Esto lo medité hace quince días. Hoy he perdido ya lacalma de entonces. Siento cosas perfectamentedefinibles si supiera a ciencia cierta qué es lo que

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    quiero definir. A veces, mientras hablo con algunomirándolo a los ojos, tengo la impresión de que losgestos de mi interlocutor y los míos se han detenidoen extática dureza, aunque la acción prosigue; y queentre palabra y palabra media una eternidad detiempo, aunque no cesamos de hablar aprisa.

    Vuelvo en mí, pero no ágilmente, como se vuelve deuna momentánea obnubilación, sino con hondas ymareantes oleadas de corazón que se recobra. Nadarecuerdo de ese estado; y conservo de él, sinembargo, la impresión y el cansancio que dejan las

    grandes emociones sufridas.

    Otras veces pierdo bruscamente el contralor de miyo, y desde un rincón de la máquina, transformadoen un ser tan pequeño, concentrado de líneas yluciente como un bulón octogonal, me veo a mímismo maniobrando con angustiosa lentitud.

    ¿Qué es esto? No lo sé. Llevo 18 años en la línea. Mivista continúa siendo normal. Desgraciadamente, unosabe siempre de patología más de lo razonable, yacudo al consultorio de la empresa.

    - Yo nada siento en órgano alguno -he dicho-, pero noquiero concluir epiléptico. A nadie conviene verinmóviles las cosas que se mueven.

    -¿Y eso?-me ha dicho el médico mirándome-. ¿Quiénle ha definido esas cosas?

    -Las he leído alguna vez-respondo-. Haga el favor deexaminarme, le ruego.

    -El doctor me examina el estómago, el hígado, lacirculación y la vista, por descontado.

    -Nada veo -me ha dicho-, fuera de la ligera depresiónque acusa usted viniendo aquí... Piense poco, fuerade lo indispensable para sus maniobras, y no leanada. A los conductores de rápidos no les convienever cosas dobles, y menos tratar de explicárselas.

    -¿Pero no sería prudente -insisto- solicitar un examen

    completo a la empresa? Yo tengo unaresponsabilidad demasiado grande sobre misespaldas para que me baste...

    -...el breve examen a que lo he sometido, concluyausted. Tiene razón, amigo maquinista. Es no sóloprudente, sino indispensable hacerlo así. Vaya

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    tranquilo a su examen; los conductores que un díaconfunden las palancas no suelen discurrir comousted lo hace.

    Me he encogido de hombros a sus espaldas, y hesalido más deprimido aún.

    ¿Para qué ver a los médicos de la empresa si por todotratamiento racional me impondrán un régimen deignorancia?

    Cuando un hombre posee una cultura superior a su

    empleo, mucho antes que a sus jefes se ha hechosospechoso a sí mismo. Pero si estas suspensiones devida prosiguen, y se acentúa este ver doble y triple através de una lejanísima transparencia, entoncessabré perfectamente lo que conviene en tal estado aun conductor de tren.

    Soy feliz. Me he levantado al rayar el día, sin sueño ya

    y con tal conciencia de mi bienestar que mi casita, lascalles, la ciudad entera me han parecido pequeñaspara asistir a mi plenitud de vida. He ido afuera,cantando por dentro, con los puños cerrados deacción y una ligera sonrisa externa, como procede entodo hombre que se siente estimable ante la vastacreación que despierta.

    Es curiosísimo cómo un hombre puede de prontodarse vuelta y comprobar que arriba, abajo, al este, aloeste, no hay más que claridad potente, cuyos ionesinfinitesimales están constituidos de satisfacción:simple y noble satisfacción que colma el pecho y hacelevantar beatamente la cabeza.

    Antes, no sé en qué remoto tiempo y distancia, yoestuve deprimido, tan pesado de ansia que noalcanzaba a levantarme un milímetro del chato suelo.Hay gases que se arrastran así por la baja tierra sin

    lograr alzarse de ella, y rastrean asfixiado porque nopueden respirar ellos mismos.

    Yo era uno de esos gases. Ahora puedo erguirmesólo, sin ayuda de nadie, hasta las más altas nubes. Ysi yo fuera hombre de extender las manos y bendecir,todas las cosas y el despertar de la vida proseguiríansu rutina iluminada, pero impregnadas de mí: ¡Tan

    fuerte es la expansión de la mente en un hombre deverdad!

    Desde esta altura y esta perfección radial me acuerdode mis miserias y colapsos que me mantenían a rasde tierra, como un gas. ¿Cómo pudo esta firme carnemía y esta insolente plenitud de contemplar, albergar

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    tales incertidumbres, sordideces, manías y asfixiaspor falta de aire?

    Miro alrededor, y estoy solo, seguro, musical y rientede mi armónico existir. La vida, pesadísima tractora yfurgón al mismo tiempo, ofrece estos fenómenos:una locomotora se yergue de pronto sobre susruedas traseras y se halla a la luz del sol.

    ¡De todos lados! ¡Bien erguida y al sol!.

    ¡Cuán poco se necesita a veces para decidir de un

    destino: a la altura henchida, tranquila y eficiente, o aras del suelo como un gas!

    Yo fui ese gas. Ahora soy lo que soy, y vuelvo a casadespacio y maravillado.

    He tomado el café con mi hija en las rodillas, y en unaactitud que ha sorprendido a mi mujer.

    -Hace tiempo que no te veía así -me dice con su vozseria y triste.

    -Es la vida que renace -le he respondido-. ¡Soy otro,hermana!

    -Ojalá estés siempre como ahora -murmura.

    -Cuando Fermín compró su casa, en la empresa nadale dijeron. Había una llave de más.

    -¿Qué dices? -pregunta mi mujer levantando lacabeza. Yo la miro, más sorprendido de su preguntaque ella misma, y respondo:

    -Lo que te dije: ¡qué seré siempre así!

    Con lo cual me levanto y salgo de nuevo.

    Por lo común, después de almorzar paso por laoficina a recibir órdenes y no vuelvo a la estaciónhasta la hora de tomar servicio. No hay hoy novedadalguna, fuera de las grandes lluvias. A veces, paraemprender ese camino, he salido de casa coninexplicable somnolencia; y otras he llegado a lamáquina con extraño anhelo.

    Hoy lo hago todo sin prisa, con el reloj ante elcerebro y las cosas que debía ver, radiando en suexacto lugar.

    En esta dichosa conjunción del tiempo y los destinos,arrancamos. Desde media hora atrás vamos

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    corriendo el tren 248. Mi máquina, la 129. En elbronce de su cifra se reflejan al paso los pilares delandén. Perendén.

    Yo tengo 18 años de servicio, sin una falta, sin unapena, sin una culpa. Por esto el jefe me ha dicho alsalir:

    -Van ya dos accidentes en este mes, y es bastante.Cuide del empalme 3, y pasado él ponga atención enla trocha 296-315. Puede ganar más allá el tiempoperdido. Sé que podemos confiar en su calma, y por

    eso se lo advierto. Buena suerte, y enseguida dellegar informe del movimiento.

    ¡Calma! ¡Calma! ¡No es preciso, oh, jefes querecomendéis calma a mi alma! Yo puedo correr eltren con los ojos vendados, y el balasto está hecho derayas y no de puntos, cuando pongo mi calma en lapunta del miriñaque a rayar el balasto! Lascazes no

    tenía cambio para pagar los cigarrillos que compró enel puente...

    Desde hace un rato presto atención al fogonero quepalea con lentitud abrumadora. Cada movimientosuyo parece aislado, como si estuviera constituido de

    un material muy duro. ¿Qué compañero me confió laempresa para salvar el empal...

    -¡Amigo! -le grito-. ¿Y ese valor? ¿No le recomendó

    calma el jefe? El tren va corriendo como unacucaracha.

    -¿Cucaracha? -responde él-. Vamos bien a presión... ycon dos libras más. Este carbón no es como el delmes pasado.

    -¡Es que tenemos que correr, amigo! ¿Y su calma? ¡La

    mía, yo sé dónde está!

    -¿Qué?-murmura el hombre.

    -El empalme. Parece que allí hay que palear de firme.Y después, del 296 al 315.

    -¿Con estas lluvias encima? -objeta el timorato.

    -El jefe... ¡Calma! En 18 años de servicio no había yocomprendido el significado completo de esta palabra.¡Vamos a correr a 110, amigo!

    -Por mí... -concluye mi hombre, ojeándome un buenmomento de costado.

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    ¡Lo comprendo! ¡Ah, plenitud de sentir en el corazón,como un universo hecho exclusivamente de luz yfidelidad, esta calma que me exalta! ¡Qué es sino un

    mísero, diminuto y maniatado ser por losreglamentos y el terror, un maquinista de tren delcual se pretendiera exigir calma al abordar un ciertoempalme! No es el mecánico azul, con gorra, pañueloy sueldo, quien puede gritar a sus jefes: ¡La calma soyyo! ¡Se necesita ver cada cosa en el cenit, aisladísimoen su existir! ¡Comprenderla con pasmada alegría!¡Se necesita poseer un alma donde cada cual posee

    un sentido, y ser el factor inmediato de todo losediento que para ser aguarda nuestro contacto! ¡Seryo!

    Maquinista. Echa una ojeada afuera. La noche es muynegra. El tren va corriendo con su escalera de reflejosa la rastra, y los remaches del ténder están hoyhinchados. Delante, el pasamano de la caldera parte

    inmóvil desde el ventanillo y ondula cada vez más,hasta barrer en el tope la vía de uno a otro lado.

    Vuelvo la cabeza adentro: en este instante mismo elresplandor del hogar abierto centellea todoalrededor del sweater del fogonero, que está inmóvil.

    Se ha quedado inmóvil con la pala hacia atrás, y elsweater erizado de pelusa al rojo blanco.

    -¡Miserable! ¡Ha abandonado su servicio! -rujo

    lanzándome del arenero.

    Calma espectacular. ¡En el campo, por fin, fuera de larutina ferroviaria!

    Ayer, mi hija moribunda. ¡Pobre hija mía! Hoy, enfranca convalecencia. Estamos detenidos junto alalambrado viendo avanzar la mañana dulce. A ambos

    lados del cochecito de nuestra hija, que hemosarrastrado hasta allí, mi mujer y yo miramos enlontananza, felices.

    -Papá, un tren -dice mi hija extendiendo sus flacosdedos que tantas noches besamos a dúo con sumadre.

    -Sí, pequeña -afirmo-. Es el rápido de las 7.45.

    -¡Qué ligero va, papá! -observa ella.

    -¡Oh!, aquí no hay peligro alguno; puede correr. Peroal llegar al em...

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    Como en una explosión sin ruido, la atmósfera querodea mi cabeza huye en velocísimas ondas,arrastrando en su succión parte de mi cerebro, y meveo otra vez sobre el arenero, conduciendo mi tren.

    Sé que algo he hecho, algo cuyo contactomultiplicado en torno de mí me asedia, y no puedorecordarlo. Poco a poco mi actitud se recoge, miespalda se enarca, mis uñas se clavan en la palanca...y lanzo un largo, estertoroso maullido!

    Súbitamente entonces, en un ¡trae! y un lívido

    relámpago cuyas conmociones venía sintiendo desdesemanas atrás, comprendo que me estoy volviendoloco.

    ¡Loco! ¡Es preciso sentir el golpe de esta impresión enplena vida, y el clamor de suprema separación, milveces peor que la muerte, para comprender el alaridototalmente animal con que el cerebro aúlla el escape

    de sus resortes!

    ¡Loco, en este instante, y para siempre! ¡Yo hegritado como un gato! ¡He maullado! ¡Yo he gritadocomo un gato!

    -¡Mi calma, amigo! ¡Esto es lo que yo necesito!...¡Listo, jefes!

    Me lanzo otra vez al suelo.

    -¡Fogonero maniatado! -le grito a través de sumordaza-. ¡Amigo! ¿Usted nunca vio un hombre quese vuelve loco? Aquí está: ¡Prrrrr!...

    "Porque usted es un hombre de calma, le confiamosel tren. ¡Ojo a la trocha 4004! Gato". Así dijo el jefe.

    -¡Fogonero! ¡Vamos a palear de firme, y noscomeremos la trocha 29000000003!

    Suelto la mano de la llave y me veo otra vez, oscuro einsignificante, conduciendo mi tren. Las tremendassacudidas de la locomotora me punzan el cerebro:estamos pasando el empalme 3.

    Surgen entonces ante mis pestañas mismas laspalabras del psiquiatra:

    "...las actitudes fácilmente imaginables en que podríaincurrir un maquinista alienado que conduce sutren..."

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    ¡Oh! Nada es estar alienado. ¡Lo horrible es sentirseincapaz de contener, no un tren, sino una miserablerazón humana que huye con sus válvulassobrecargadas a todo vapor! ¡Lo horrible es tener

    conciencia de que este último quilate de razón sedesvanecerá a su vez, sin que la tremendaresponsabilidad que se esfuerza sobre ella alcance acontenerlo! ¡Pido sólo una hora! ¡Diez minutos nadamás! Porque de aquí a un instante... ¡Oh, si aúntuviera tiempo de desatar al fogonero y deenterarlo!...

    -¡Ligero! ¡Ayúdeme usted mismo!...

    Y al punto de agacharme veo levantarse la tapa de losareneros y a una bandada de ratas volcarse en elhogar.

    ¡Malditas bestias... me van a apagar los fuegos! Cargoel hogar de carbón, sujeto al timorato sobre un

    arenero y yo me siento sobre el otro.

    -¡Amigo! -le grito con una mano en la palanca y laotra en el ojo-: cuando se desea retrasar un tren, sebusca otros cómplices, ¿eh? ¿Qué va a decir el jefecuando lo informe de su colección de ratas? Dirá: ojoa la trocha mm... millón! ¿Y quién la pasa a 113

    kilómetros? Un servidor. Pelo de castor. ¡Este soy yo!Yo no tengo más que certeza delante de mí, y laempresa se desvive por gentes como yo. ¿Qué esusted?, dicen. ¡Actitud discreta y preponderancia

    esencial!, respondo yo. ¡Amigo! ¡Oiga el temblequeodel tren!... Pasamos la trocha...

    ¡Calma, jefes! No va a saltar, yo lo digo... ¡Salta,amigo, ahora lo veo! Salta...

    ¡No saltó! ¡Buen susto se llevó usted, míster! ¿Y porqué?, pregunté. ¿Quién merece sólo la confianza de

    sus jefes?, pregunté. ¡Pregunte, estabiloque delinfierno, o le hundo el hurgón en la panza!

    -Lo que es este tren -dice el jefe de la estaciónmirando el reloj- no va a llegar atrasado. Lleva doceminutos de adelanto.

    Por la línea se ve avanzar al rápido como un

    monstruo tumbándose de un lado a otro, avanzar,llegar, pasar rugiendo y huir a 110 por hora.

    -Hay quien conoce -digo yo al jefe pavoneándomecon las manos sobre el pecho -hay quien conoce eldestino de ese tren.

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    -¿Destino? -se vuelve el jefe al maquinista-. BuenosAires, supongo...

    El maquinista ya sonríe negando suavemente, guiña

    un ojo al jefe de estación y levanta los dedosmovedizos hacia las partes más altas de la atmósfera.

    Y tiro a la vía el hurgón, bañado en sudor: el fogonerose ha salvado.

    Pero el tren, no. Sé que esta última tregua será másbreve aun que las otras. Si hace un instante no tuve

    tiempo -¡no material: mental!- para desatar a miasistente y confiarle el tren, no lo tendré tampocopara detenerlo... Pongo la mano sobre la llave paracerrarla-arla ¡eluf eluf!, amigo ¡Otra rata!

    Último resplandor... ¡Y qué horrible martirio! ¡Dios dela razón y de mi pobre hija! ¡Concédeme tan sólotiempo para poner la mano sobre la palanca-

    blancapiribanca, ¡miau! El jefe de la estación anteterminal tuvo apenas tiempo de oír al conductor delrápido 248, que echado casi fuera de la portezuela legritaba con acento que nunca aquél ha de olvidar:

    -¡Deme desvío!...

    Pero lo que descendió luego del tren, cuyos frenos alrojo habíanlo detenido junto a los paragolpes deldesvío; lo que fue arrancado a la fuerza de lalocomotora, entre horribles maullidos y debatiéndose

    como una bestia, eso no fue por el resto de sus díassino un pingajo de manicomio. Los alienistas opinanque en la salvación del tren -y 125 vidas- no debeverse otra cosa que un caso de automatismoprofesional, no muy raro, y que los enfermos de estegénero suelen recuperar el juicio.

    Nosotros consideramos que el sentimiento del deber,

    profundamente arraigado en una naturaleza dehombre, es capaz de contener por tres horas el marde demencia que lo está ahogando. Pero de talheroísmo mental, la razón no se recobra.

    MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS (Guatemala, 1899-1974)

    Hombres de maíz (1949)

    [Fragmento] Gaspar Ilóm

    1—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de llora le robenel sueño de los ojos.—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le botenlos párpados con hacha… 

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    —El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm lechamusquen la ramazón de las pestañas con lasquemas que ponen la luna color de hormiga vieja… El Gaspar Ilóm movía la cabeza de un lado a otro.

    Negar, moler la acusación del suelo que estabadormido con su petate, su sombra y su mujer yenterrado con sus muertos y su ombligo, sin poderdeshacerse de una culebra de seiscientas mil vueltasde lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, pájarosy retumbos que sentía alrededor del cuerpo.—La tierra cae soñando de las estrellas, perodespierta en las que fueron montañas, hoy cerros

    pelados de Ilóm, donde el guarda canta con lloro debarranco, vuela de cabeza el gavilán, anda elzompopo, gime la espumuy y duerme con su petate,su sombra y su mujer el que debía trozar lospárpados a los que hachan los árboles, quemar laspestañas a los que chamuscan el monte y enfriar elcuerpo a los que atajan el agua de los ríos quecorriendo duerme y no ve nada pero atajada en las

    pozas abre los ojos y lo ve todo con mirada honda…  El Gaspar se estiró, se encogió, volvió a mover lacabeza de un lado a otro para moler la acusación delsuelo, atado de sueño y muerte por la culebra deseiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques,aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos quele martajaba los huesos hasta convertilo en una masa

    de frijol negro; goteaba noche de profundidades. Yoyó, con los hoyos de sus orejas oyó: —Conejosamarillos en el cielo, conejos amarillos en el monte,conejos amarillos en el agua guerrearán con el

    Gaspar. Empezará la guerra el Gaspar Ilóm arrastradopor su sangre, por su río, por su habla de ñudosciegos… La palabra del suelo hecha llama solar estuvo

    a punto de quemarles las orejas de tuza a los conejosamarillos en el cielo, a los conejos amarillos en elmonte, a los conejos amarillos en el agua; pero elGaspar se fue volviendo tierra que cae de donde caela tierra, es decir, sueño que no encuentra sombra

    para soñar en el suelo de Ilóm y nada pudo la llamasolar de la voz burlada por los conejos amarillos quese pegaron a mamar en un papayal, convertidos enpapayas del monte, que se pegaron al cielo,convertidos en estrellas, y se disiparon en el aguacomo reflejos con orejas. Tierra desnuda, tierradespierta, tierra maicera con sueño, el Gaspar quecaía de donde cae la tierra, tierra maicera bañada por

    ríos de agua hedionda de tanto estar despierta, deagua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas porel maíz hecho hombre sembrador de maíz. Deentrada se llevaron los maiceros por delante con susquemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra,doscientas mil jóvenes ceibas de mil años. En el pastohabía un mulo, sobre el mulo había un hombre y en

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    el hombre había un muerto. Sus ojos eran sus ojos,sus manos eran sus manos, su voz era su voz, suspiernas eran sus piernas y sus pies eran sus pies parala guerra en cuanto escapara a la culebra de

    seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques,aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos quese le había enroscado en el cuerpo. Pero cómosoltarse, cómo desatarse de la siembra, de la mujer,de los hijos, del rancho; cómo romper con el gentíoalegre de los campos; cómo arrancarse para la guerracon los frijolares a media flor en los brazos, las puntasde güisquil calientitas alrededor del cuello y los pies

    enredados en el lazo de la faina. El aire de Ilóm olía atronco de árbol recién cortado con hacha, a ceniza deárbol recién quemado por la roza. Un remolino delodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos,pájaros y retumbos dio vueltas y vueltas y vueltas yvueltas en torno al cacique de Ilóm y mientras lepegaba el viento en las carnes y la cara y mientras latierra que levantaba el viento le pegaba se lo tragó

    una media luna sin dientes, sin morderlo, sorbido delaire, como un pez pequeño. La tierra de Ilóm olía atronco de árbol recién cortado con hacha, a ceniza deárbol recién quemado por la roza. Conejos amarillosen el cielo, conejos amarillos en el agua, conejosamarillos en el monte. No abrió los ojos. Los teníaabiertos, amontonados entre las pestañas. Lo

    golpeaba la tumbazón de los latidos. No se atrevía amoverse, a tragar saliva, a palparse el cuerpodesnudo temeroso de encontrase el pellejo frío y enel pellejo frío los profundos barrancos que le había

    babeado la serpiente. La claridad de la noche goteabacopal entre las cañas del rancho. Su mujer apenashacía bulto en el petate. Respiraba boca abajo, comosi soplara el fuego dormida. El Gaspar se arrancóbabeado de barrancos en busca de su tecomate, agatas, sin más ruido que el de las coyunturas de sushuesos que le dolían como si hubiera efecto de luna,y en la oscuridad, rayada igual que un poncho por la

    luz luciérnaga de la noche que se colaba a través delas cañas del rancho, se le vio la cara de ídolosediento, pegarse al tecomate como a un pezón ybeber aguardiente a tragos grandes con voracidad decriatura que ha estado mucho tiempo sin mamar.Una llamarada de tuza le agarró la cara al acabarse eltecomate de aguardiente. El sol que pega en loscañales lo quemó por dentro: le quemó la cabeza en

    la que ya no sentía el pelo como pelo, sino comoceniza de pellejo y le quemó, en la curva de la boca,el murciélago de la campanilla, para que durante elsueño no dejara escapar las palabras del sueño, lalengua que ya no sentía como lengua sino comomecate, y le quemó los dientes que ya no sentíacomo dientes, sino como machetes filudos. En el

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    suelo pegajoso de frío topó sus manos medioenterradas, sus dedos adheridos a lo hondo, a loduro, a lo sin resonancia y sus uñas con peso depostas de escopeta. Y siguió escarbando a su

    pequeño alrededor, como animal que se alimenta decadáveres, en busca de su cuerpo que sentíadesprendido de su cabeza. Sentía la cabeza llena deaguardiente colgando como tecomate de un horcóndel rancho. Pero la cara no se la quemó elaguardiente. El pelo no se lo quemó el aguardiente.No lo enterró el aguardiente. No lo decapitó elaguardiente por aguardiente sino por agua de la

    guerra. Bebió para sentirse quemado, enterrado,decapitado, que es como se debe ir a la guerra parano tener miedo: sin cabeza, sin cuerpo, sin pellejo.Así pensaba el Gaspar. Así lo hablaba con la cabezaseparada del cuerpo, picuda, caliente, envuelta enestropajo canoso de luna. Envejeció el Gaspar,mientras hablaba. Su cabeza había caído al suelocomo un tiesto sembrado de piecitos de

    pensamientos. Lo que hablaba el Gaspar ya viejo, eramonte. Lo que pensaba era monte recordado, no erapelo nuevo. De las orejas le salía el pensamiento a oírel ganado que le pasaba encima. Una partida denubes sobre pezuñas. Cientos de pezuñas. Miles depezuñas. El botín de los conejos amarillos. La PiojosaGrandemanoteó bajo el cuerpo del Gaspar, bajo la

    humedad caliente de maíz chonete del Gaspar. Se lallevaba en los pulsos cada vez más lejos. Habíanpasado de sus pulsos más allá de él, más allá de ella,donde él empezaba a dejar de ser solo él y ella sola

    ella y se volvían especie, tribu, chorrera de sentidos.La apretó de repente. Manoteó la Piojosa. Gritos ypeñascos. Su sueño regado en el petate como sumata de pelo con los dientes del Gaspar comopeinetas. Nada vieron sus pupilas de sangre enlutada.Se encogió como gallina ciega. Un puño de semillasde girasol en las entrañas. Olor a hombre. Olor arespiración. Y al día siguiente: —Ve, Piojosa, diacún

    rato va a empezar la bulla. Hay que limpiar la tierrade Ilóm de los que botan los árboles con hacha, delos que chamuscan el monte con las quemas, de losque atajan el agua del río que corriendo duerme y enlas pozas abre los ojos y se pugre de sueño…, los

    maiceros…, esos que han acabado con la sombra,porque la tierra que cae de las estrellas incuentraonde seguir soñando su sueño en el suelo de Ilóm, o

    a mí me duermen para siempre. Arrejuntá unostrapos viejos pa amarrar a los trozados, que no faltetotoposte, tasajo, sal, chile, lo que se lleva a laguerra. Gaspar se rascó el hormiguero de las barbascon los dedos que le quedaban en la mano derecha,descolgó la escopeta, bajó al río y desde un matochohizo fuego sobre el primer maicero que pasó. Un tal

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    Igiño. El día siguiente, en otro lugar, venadeó alsegundo maicero. Uno llamádose Domingo. Y un díacon otro el Igiño, el Domingo, el Cleto, el Bautista, elChalío, hasta limpiar el monte de maiceros. El mata-

    palo es malo, pero el maicero es peor. El matapaloseca un árbol en años. El maicero con sólo pegarlefuego a la roza acaba con el palerío en pocas horas. Yqué palerío. Maderas preciosas por lo preciosas.Palos medicinales en montón. Como la guerrilla conlos hombres en guerra, así acaba el maicero con lospalos. Humo, brasa, cenizal. Y si fuera por comer. Pornegocio. Y si fuera por cuenta propia, pero a medias

    en la ganancia el patrón y a veces ni siquiera amedias. El maíz empobrece la tierra y no enriquece aninguno. Ni al patrón ni al mediero. Sembrado paracomer es sagrado sustento del hombre que fuehecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre delhombre que fue hecho de maíz. El bastón rojo delLugar de los Mantenimientos, mujeres con niños yhombres con mujeres, no echará nunca raíz en los

    maizales, aunque levanten en vicio. Desmerecerá latierra y el maicero se marchará con el maicito a otraparte, hasta acabar él mismo como un maicitodescolorido en medio de tierras opulentas, propiaspara siembras que lo harían pistudazo y no ninguneroque al ir ruineando la tierra por donde pasa siemprepobre, le pierde el gusto a lo que podría tener: caña

    en las bajeras calientes, donde el aire se achaparrasobre los platanares y sube el árbol de cacao, coheteen la altura, que, sin estallido, suelta bayas dealmendras deliciosas, sin contar el café, tierras majas

    pringaditas de sangre, ni el alumbrado de los trigales.Cielos de natas y ríos mantequillosos, verdes,desplayados, se confundieron con el primer aguacerode un invierno que fue puro baldío aguaje sobre lasrapadas tierras prietas, hora un año milpeando, todasmilpeando. Daba lástima ver caer el chayerío del cieloen la sed caliente de los terrenos abandonados. Niuna siembra, ni un surco, ni un maicero. Indios con

    ojos de agua llovida espiaban las casas de los ladinosdesde la montaña. Cuarenta casas formaban elpueblo. En los aguasoles de la mañana sólo uno queotro habitante se aventuraba por la calle empedrada,por miedo de que los mataran. El Gaspar y sushombres divisaban los bultos y si el viento erafavorable alcanzaban a oír la bulla de los sanatespeleoneros en la ceiba de la plaza. El Gaspar es

    invencible, decían los ancianos del pueblo. Losconejos de las orejas de tuza lo protegen al Gaspar, ypara los conejos amarillos de las orejas de tuza nohay secreto, ni peligro, ni distancia. Cáscara demamey es el pellejo del Gaspar y oro su sangre —«grande es su fuerza», «grande es su danza»— y susdientes, piedra pómez si se ríe y piedra de rayo si

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    muerde o los rechina, son su corazón en la boca,como sus carcañales son su corazón en sus pies. Lahuella de sus dientes en las frutas y la huella de suspies en los caminos sólo la conocen los conejos

    amarillos. Palabra por palabra, esto decían losancianos del pueblo. Se oye que andan cuando andael Gaspar. Se oye que hablan cuando habla el Gaspar.El Gaspar anda por todos los que anduvieron, todoslos que andan y todos los que andarán. El Gasparhabla por todos los que hablaron, todos los quehablan y todos los que hablarán. Esto decían losancianos del pueblo a los maiceros. La tempestad

    aporreaba sus tambores en la mansión de laspalomas azules y bajo las sábanas de las nubes en lassabanas. Pero un día después de un día, el hablañudosa de los ancianos anunció que de nuevo seacercaba la montada. El campo sembrado de floresamarillas advertía sus peligros al protegido de losconejos amarillos. ¿A qué hora entró la montada enel pueblo? A los ladinos amenazados de muerte por

    los indios les parecía un sueño. No se hablaban, no semovían, no se veían en la sombra dura como lasparedes. Los caballos pasaban ante sus ojos comogusanos negros, los jinetes se adivinaban con carasde alfajor quemado. Había dejado de llover, peroasonsaba el olor de la tierra mojada y el pestazo delzorrillo. El Gaspar mudó de escondite. En el azul

    profundo de la noche de Ilóm se paseaban conejillosrutilantes de estrella en estrella, señal de peligro, yolía la montaña a pericón amarillo. Mudó deescondite el Gaspar Ilóm con la escopeta bien

    cargada de semillita de oscurana —eso es lapólvora—, semillita de oscurana, mortal, el machetedesnudo al cinto, el tecomate con aguardiente, unpaño con tabaco, chile, sal y totoposte, dos hojitas delaurel pegadas con saliva a los sentidos sustosos, unvidrio con aceite de almendras y una cajita conpomada de león. Grande era su fuerza, grande era sudanza. Su fuerza eran las flores. Su danza eran las

    nubes. El corredor del Cabildo quedaba en alto. Abajose veía la plaza pan zona de agua llovida. Cabeceabanen la humedad humosa de sus alientos las bestiasensilladas, con los frenos amarrados en las arciones yla cincha floja. Desde que llegó la montada olía el airea caballo mojado. El jefe de la montada iba y veníapor el corredor. Una tagarnina encendida en la boca,la guerrera desabrochada, alrededor del pescuezo un

    pañuelo de burato blanco, pantalón de fatiga caídoen las polainas y zapatos de campo. En el pueblo yasólo se veía el monte. La gente que no huyó fuediezmada por los indios que bajaban de las montañasde Ilóm, al mando de un cacique pulsudo ytraicionero, y la que se aguantó en el pueblo vivíasurdida en sus casas y cuando cruzaba la calle lo hacía

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    con carrerita de lagartija. La noticia del bando lossacó a todos de sus casas. De esquina en esquina oíanel bando. «Gonzalo Godoy, Coronel del Ejército y Jefede la Expedicionaria en Campaña, hace saber que,

    rehechas sus fuerzas y recibidas órdenes y efectivos,anoche hizo su entrada a Pisigüilito, con cientocincuenta hombres de a caballo buenos para elchispero y cien de a pie, flor para el machete, todosdispuestos a echar plomo y filo contra los indios de lamontaña…» Sombra de nubes oscuras. Remoto sol.

    La montaña aceitunada. El cielo, la atmósfera, lascasas, todo color de tuna. El que leía el bando, el

    grupo de vecinos que escuchaba de esquina enesquina —casi siempre el mismo grupo —, lossoldados que lo escoltaban con tambor y corneta, noparecían de carne, sino de miltomate, cosasvegetales, comestibles… Los principales del pueblo

    estuvieron después del bando a visitar al coronelGodoy. Pasadito el bando llegaron en comisión. DonChalo, sin quitarse la tranca de la boca, sentado en

    una hamaca que colgaba de las vigas del corredor delCabildo, fijó sus redondos ojos zarcos en todas lascosas, menos en la comisión, hasta que uno de ellos,tras tantearse mucho, dio un paso al frente y empezócomo a querer hablar. El coronel le echó la miradaencima. Venían a ofrecerle una serenata conmarimba y guitarras para celebrar su llegada a

    Pisigüilito. —Y ya que lo brusqueamos, mi coronel —dijo el que hablaba—, juiceye el programa: «Muchamostaza», primera pieza de la primera parte;«Cerveza negra», segunda pieza de la primera parte;«Murió criatura», tercera pieza… —¿Y la segundaparte? —cortó el coronel Godoy en seco. —Asegundaparte nu hay —intervino el más viejo de los queofrecían la serenata, dando un paso al frente—. Aquíen propio Pisigüilito sólo son esas piezas las que setocan den-de tiempo y toditas son mías. La últimaque compuse fue «Murió criatura», cuando el cielorecogió tiernita a la hija de la Niña Crisanta y no tiene

    otro mérito. —Pues, amigo, ya debía usted irsolfeando para componer una pieza que se llame«Nací de nuevo», porque si nosotros no llegamosanoche, los indios de la montaña bajan al pueblo hoyen la madrugada y no amanece un baboso de ustedesni para remedio. Los rodajean a todos. El compositorcon la cara de cáscara de palo viejo, el pelo en lafrente pitudo como de punta de mango chupado y las

    pupilas apenas visibles entre las rendijas de lospárpados, se quedó mirando al coronel Godoy,silencio de enredadera por el que todos sintierondeslizarse las indianas que al mando del Gaspar Ilómno le habían perdido gusto a lo que no tenían y lellevaban ganas al ganado, al aguardiente, a loschuchos y al pachulí de la botica para esconder el

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    sudor. El guerrero indio huele al animal que loprotege y el olor que se aplica: pachulí, aguaaromática, unto maravilloso, zumo de fruta, le sirvepara borrarse esa presencia mágica y despistar el

    olfato de los que le buscan para hacerle daño. Elguerrero que transpira a cochemonte, despista y seagracia con raíz de violeta. El agua de heliotropoesconde el olor del venado y la usa el guerrero quedespide por sus poros venaditos de sudor. Máspenetrante el olor del nardo, propio para losprotegidos en la guerra por aves nocturnas,sudorosas y heladas; así como la esencia de jazmín

    del cabo es para los protegidos de las culebras, losque casi no tienen olor, los que no sudan en loscombates. Aroma de palo rosa esconde al guerrerocon olor de cenzontle. El huele de noche oculta alguerrero que huele a colibrí. La diamela al quetranspira a micoleón. Los que sudan a jaguar debensentir a lirio silvestre. A ruda los que saben aguacamayo. A tabaco los que sudando se visten de

    charla de loro. Al guerrerodanta lo disimula la hoja dehigo. El romero al guerrero-pájaro. El licor de azaharal guerrero-cangrejo. El Gaspar, flor amarilla en elvaivén del tiempo, y las indiadas, carcañales que erancorazones en las piedras, seguían pasando por elsilencio de enredadera que se tramó entre el coronely el músico de Pisigüilito. —Pero, eso sí —avivó la voz

    el coronel Godoy—, los matan a todos, los rodajean yno se pierde nada. ¡Un pueblo en que no hay cómoherrar una bestia, me lleva la gran puta! Los hombresdel coronel Godoy, acurrucados entre las caballerías,

    se pararon casi al mismo tiempo, espantándose esecomo sueño despierto en que caían a fuerza de estaren cuclillas. Un chucho tinto de jiote corría por laplaza como buscaniguas, de fuera la lengua, de fueralos ojos, acecidos y babas. Los hombres volvieron acaer en su desgana. Sentándose sobre sus talonespara seguir horas y horas inmóviles en su sueñodespierto. Chucho que busca el agua no tiene rabia y

    el pobre animal se revolcaba en los charcos de dondesaltaba, negro de lodo, a restregarse en la parte bajade las paredes de las casas que daban a la plaza, en eltronco de la ceiba, en el palo desgastado del poste.—¿Y ese chucho…? —preguntó el coronel desde lahamaca, atarraya de pita que en todos los pueblos lopescaba a la hora de la siesta. —Ta accidentado —contestó el asistente, sin perderle movimiento al

    perro, pie sobre pie, atrancado a uno de los pilaresdel corredor del Cabildo, cerca de la hamaca dondeestaba echado el coronel, y después de buen rato, sinmoverse de aquella postura, dijo—: Pa mí que comiósapillo y se atarantó. —Anda averiguar, casual vaya aser rabia… —¿Y ónde se podrá averiguar? —En labotica, jodido, si aquí no hay otra parte. El asistente

  • 8/16/2019 Antología - Tema 3 - Lit. Hisp. XX

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    se metió los caites y corrió a la botica. Como decir elCabildo de este lado, enfrente quedaba la botica. Elchucho seguía desatado. Sus ladridos astillaban elsilencio cabeceador de los caballos mechudos y el

    como sueño despierto de los hombres en cuclillas. Derepente se quedó sin pasos. Rascó la tierra como sihubiera enterrado andares y los buscara ahora quetenía que andar. Un sacudón de cabeza, otro y otro,para arrancarse con la cabeza y todo lo que llevabatrabado en el galillo. Baba, espuma y una masablanquizca escupida del galillo al suelo, sin tocarle losdientes ni la lengua. Se limpió el hocico con ladridos y

    echó a correr husmeando la huella de algún zacatemedicinal que en el trastorno culebreante de su pasose le volvía sombra, piedra, árbol, hipo, basca,bocado de cal viva en el suelo. Y otra vez en carrera,como chorro de agua que el golpe del aire pandea,hasta caer de canto. Se lo llevaba el cuerpo.Consiguió pararse. Los ojos pepitosos, la lenguacolgante, el latiguillo de la cola entre las piernas

    atenazadas, quebradizas, friolentas. Pero al quererdar el primer paso trastabilló como maneado y eltatarateo de la agonía, en rápida media vuelta, loechó al suelo con las patas para arriba, fuerceandocon todas sus fuerzas por no irse de la vida. —Puédejó de vultear, pué…  —dijo uno de los hombresencuclillados entre las caballerías. Imponían estos

    hombres. El que habló tenía la cara color de nata devinagre y un chajazo de machete directamente en laceja. El chucho sacudía los dientes con tastaseo dematraca, pegado a la jaula de sus costillas, a su jiote,

    a sus tripas, a su sexo, a su sieso. Parece mentira,pero es a lo más ruin del cuerpo a lo que se agarra laexistencia con más fuerza en la desesperada de lamuerte, cuando todo se va apagando en ese dolor sindolor que, como la oscuridad, es la muerte. Asípensaba otro de los hombres acurrucados entre lascaballerías. Y no se aguantó y dijo: —Entuavía semedio mueve. ¡Cuesta que se acabe el ajigolón de la

    vida! ¡Bueno, Dios nos hizo perecederos sin