Algernon Blackwood - Descenso a Egipto

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    DESCENSO AEGIPTO

    Algernon Blackwood

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    Descenso a Egipto Algernon Blackwood

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    Era un hombre polifactico y capaz, al que algunas personas

    calificaban incluso de brillante. Tras sus muchas aptitudes haba talriqueza de materiales, que de haber sido sometidos a una seleccinadecuada, podran haber alcanzado la autntica excelencia. Sinembargo, movido por una curiosidad insaciable que haca que nuncaparara quieto, se dedicaba a demasiadas cosas como para llegar adescollar en alguna de ellas. No obstante, George Isley era unhombre competente. Su breve carrera en el cuerpo diplomtico as lohaba demostrado, a pesar de lo cual, cuando la abandon paradedicarse a los viajes y las exploraciones, no hubo nadie que pensaraque era una lstima. Hara grandes cosas en cualquier actividad queemprendiera. Simplemente trataba de encontrarse a s mismo.

    Entre las piedras movedizas de la humanidad, algunas terminanpor coger musgo de un valor considerable. No hay por quconsiderarlos unos holgazanes; viajan con poco equipaje; y lascmodas oquedades hacia las que se sienten atradas la mayora delas personas en el gran juego de la vida son demasiado pequeaspara retenerlos: entran en ellas y al instante ya han salido. Todo elmundo exclama:

    Qu pena! No perseveran en nada! Pero lo nico que ocurrees que, al igual que las aves migratorias, siempre estn buscando el

    nido que ms les conviene. Es una simple cuestin de valores. Tomanrpidamente una decisin, cambian la direccin de su vuelo, y antesde que llegue a sus odos el comentario de que podran haberseretirado con una buena pensin, ya han desaparecido.

    George Isley perteneca sin duda a ese tipo de espritusvagabundos y errantes. Pero no era ni mucho menos un holgazn.Simplemente senta el anhelo insaciable de encontrar ese nidomullido en el que poder establecerse de forma permanente. Yacompaado por el coro unnime de suspiros y lamentos de todossus amigos, termin por encontrarlo; y lo encontr, adems, no en elpresente, sino retirndose del mundo sin una buena pensin ydesprovisto de cualquier tipo de honores y distinciones. Se alej delpresente y se fue deslizando poco a poco hacia ese Pasado grandiosoal que perteneca. El cmo y el por qu lo hizo, o cules fueron losextraos instintos que le impulsaron a realizar aquello, es algo quean se desconoce y que constituye el hondo secreto de una vidainterior que no encontr acomodo en el mundo moderno. Talesinstintos no se pueden desvelar utilizando el lenguaje propio del sigloveinte, ni es posible describir con exactitud los detalles de un viaje deesa ndole. Excepcin hecha de unos cuantos poetas, profetas,

    psiquiatras y otras gentes similares, la mayora de las personassuelen desdear tales experiencias clasificndolas bajo la etiquetamusestica de lo raro.

    Quien esto escribe que por puro azar fue testigo de alguno de

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    los signos visibles y externos de ese viaje espiritual interior tambinmerece el honor de que se le aplique tal etiqueta. Sin embargo, laasombrosa realidad de la experiencia es innegable; y el hecho de quetan slo el autor de estas pginas posea alguna de las posibles clavesde la misma, quiz se deba a que tambin l, aunque de una formamenos imperiosa, se sinti tentado de emprender un viaje similar. Entodo caso, esta interpretacin est destinada a aquellos pocos queson conscientes de que los trenes y dems vehculos motorizados noson los nicos medios de viajar de que dispone nuestra progresistaespecie.

    Intim con George Isley en su juventud, y an hoy le sigotratando. Pero el George Isley que conoc en el pasado, aquellapersonalidad arrolladora con quien compart viajes, escaladas yexpediciones, ya no se encuentra entre nosotros. No est aqu. Fuedesapareciendo gradualmente hasta perderse en el pasado. GeorgeIsley ya no existe. Y que una personalidad de tal calibre sedesvaneciera, cuando an no haba cumplido los cincuenta, mientrasalguien con su mismo aspecto siga paseando por las calles desiempre, aparentemente con toda normalidad, es una historia que,por ms difcil que resulte, es digna de ser contada. Aunque yo fuitestigo de esa lenta inmersin, y s que fue algo muy gradual, nopretendo comprender su significado ltimo. En todo aquel asuntohubo algo muy dudoso y siniestro que permita vislumbrar unasposibilidades increbles. De existir un cuerpo de polica espiritual, esposible que el caso se hubiera podido aclarar en parte, pero dado queninguna de las iglesias existentes parece haber tomado ningunamedida eficaz en este sentido, se dira que slo queda recurrir a unade esas dichosas frmulas mgicas que todo lo explican o a hacercomentarios en voz baja sobre un posible trastorno mental o cosasemejante. Como es natural, tales etiquetas, como tantos otrosclichs en la vida, no explican gran cosa. En esa figura de portemarcial, vestida siempre de punta en blanco, que pasea por Picadilly,asiste a las carreras o sale a cenar, no hay signo de trastorno mentalalguno. Su semblante no expresa melancola y en sus ojos no hay niun atisbo de furia. Sus gestos son reposados y su hablar comedido. Y

    sin embargo, tiene la mirada perdida y el rostro carece de expresin.Su persona transmite una sensacin de vaco que invita a reflexionar.Si no llama en exceso la atencin se debe, sin duda, a que, en estavida, son pocos los que esperan u ofrecen mucho ms que eso.

    Quiz una observacin ms minuciosa lleve a plantearse algunosinterrogantes, o quiz no; me temo que ms bien a esto ltimo. Encualquier caso, alguien puede llegar a preguntarse por qu ese algoque continuamente se espera no hace nunca su aparicin, o quedarseaguardando a que se presente algn signo de esa personalidad quela presencia general del hombre hace previsible. Quien as lo haga sellevar sin duda una decepcin; pero desafio a cualquiera a queadvierta el ms mnimo atisbo de desorden mental, trastorno psquicoo afeccin nerviosa, pues no hallar en l nada de eso. Puede que nose tarde mucho en tener la sensacin de estar hablando con el

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    mueco de un ventrlocuo o con un autmata perfectamenteentrenado; un ser insignificante carente de una vitalidad espontnea.Tambin es posible que, ms adelante, se descubra que el recuerdode tal individuo se desvanece rpidamente sin dejar la ms mnimahuella en nuestra memoria. No voy a negar tal posibilidad, pero enello no ha de verse nada patolgico. Habr a quienes estadiscrepancia entre las expectativas y las realidades les despierte lacuriosidad, pero la mayora, acostumbrada a juzgar las cosas por lasapariencias, se dirn: un tipo agradable pero sin nada deespecial... y al cabo de una hora ya le habrn olvidado porcompleto.

    Pues como quiz ya se habr adivinado, la verdad es quedurante todo este tiempo no se ha estado sentado al lado de nadie;no se ha hablado, mirado o escuchado a nadie. De ese trato no se haobtenido nada que pueda dar lugar a una reaccin humana; buena,mala o indiferente. George Isley no existe. Y tal descubrimiento, encaso de haberse producido, ni siquiera habr provocado un temblorde inquietud, pues el exterior de la persona resulta extremadamentegrato. El George Isley de hoy en da es como un cuadro que noencierra ningn significado y que complace meramente por laarmona cromtica con que se presenta un tema insustancial. En elreducido mbito social en el que naci pasa desapercibido, sin salirsedel carril en el que unos hbitos adquiridos a edad temprana hanhecho que se sienta perfectamente cmodo. Nadie sospecha nada;nadie, claro est, excepto aquellos pocos con quienes le uni unaestrecha amistad en otras pocas. Sin embargo, su vida errante hahecho que stos se encuentren desperdigados por todo el mundo, yla mayora de ellos ya se habrn olvidado de cmo era l. Encarnacon tal perfeccin los modales del hombre convencional a la moda,que ninguna de las mujeres de su crculo se da cuenta de que hayalgo que le diferencia del tipo al que estn acostumbradas. Devuelvelos cumplidos atenindose al lenguaje establecido en los manualesque ellas manejan, da paseos en coche, juega al golf y haceapuestas, segn los cnones que rigen en ese mundo concreto. Es unperfecto y excelente autmata. Es un ser inexistente. Es la forma

    vaca de un ser humano.

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    Haca varios aos que el nombre de George Isley andaba en

    boca de todo el mundo, cuando tras un perodo de tiempoconsiderable volvimos a encontrarnos en un hotel de Egipto, dondeyo haba ido por motivos de salud y l por razones que, al principio,me eran desconocidas. Sin embargo, no tard en averiguarlo: lapasin por las excavaciones y la arqueologa haba hecho presa en l,aunque se haba dedicado a ello con tal discrecin que nadie parecahaberse enterado. No estoy seguro de que se alegrara de verme,pues en un primer momento trat de evitarme; molesto, al parecer,de que alguien le hubiera localizado. No obstante, luego debipensrselo mejor y, tras algunas vacilaciones, se acerc a m. Mesalud realizando un extrao movimiento de todo el cuerpo con elque pareci sacudirse de encima algo que le haba hecho olvidar miidentidad. Haba en su actitud un cierto patetismo, casi como siesperara provocar un sentimiento de compasin.

    Llevo por aqu, yendo de un lado para otro, durante los ltimostres aos dijo, tras contarme alguna de las cosas que haba estadohaciendo. Encuentro que es la aficin ms gratificante del mundo.Aspira a reconstruir me refiero, por supuesto, a una reconstruccinimaginaria algo grandioso que el mundo ha perdido por completo.Creme, es una aficin maravillosa y estimulante, verdaderamente

    seduc... sacrificada rpidamente cambi de palabra.Recuerdo haberle mirado de arriba a abajo con verdadero

    estupor. Se apreciaba un cambio en l, una carencia; haba algo quese echaba en falta en su entusiasmo, en el timbre de su voz, en susademanes. Los elementos que componan su personalidad no estabancombinados exactamente del mismo modo que antao. No quiseincomodarle hacindole preguntas, pero lo cierto es que desde elprimer instante advert esa sutil alteracin en su persona. Aquelhombre presentaba una nueva faceta de su personalidad. Todo lo queen l haba de independiente y de enrgico haba sido sustituido por

    una especie de vacuidad que inspiraba compasin. Ese cambio seapreciaba incluso en su fisico; produca la extraa sensacin de haberempequeecido. Volv a fijarme en l ms detenidamente. S,empequeecido era la palabra adecuada. Pareca haber menguado.Resultaba sorprendente y, a la vez, un tanto repulsivo.

    Como era habitual en l, dominaba el tema a fondo, conoca atodas las personas importantes y haba gastado el dinero a manosllenas en su aficin. Re al recordarle que en cierta ocasin habacomentado que Egipto no le atraa, pues debido a la sistemticapropaganda que se haca de sus encantos, stos le resultaban un

    tanto teatrales. Reconoci su error con un gesto y, sin ms, pas poralto aquella objecin. Sus ademanes, y una especie de aura quepareca envolverle mientras responda a mis preguntas, no hizo sinoaumentar mi primera sensacin de estupor. Su voz tena una

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    entonacin muy expresiva y sugerente.

    Sal conmigo un da y ya vers lo poco que importan losturistas dijo en voz baja, lo insignificantes que son lasexcavaciones en comparacin con lo que queda por hacer, qu colosal

    pronunci aquella palabra con un nfasis impresionante es elcampo de lo que queda por descubrir.

    El movimiento que hizo con la cabeza y los hombros conseguatransmitir la idea de algo prodigioso, pues se trataba de un hombrefornido yde rasgos duros, ysus ojos, rehundidos en su rostro, memiraban con un oscuro fulgor que no alcanzaba a explicarme. Peroera su voz la que comunicaba una mayor sensacin de misterio. Bajosu sonido se perciba una vibracin que pareca proceder de algnlugar ms profundo.

    Egipto ha enriquecido su sangre con el desfilar de multitud de

    civilizaciones prosigui, con una solemnidad que, en un principio,me hizo cometer el error de pensar que elega aposta aquellasextraas palabras con objeto de dar mayor dramatismo a lo quedeca. Ha asimilado a persas, griegos, romanos, sarracenos ymamelucos, y a docenas de otras conquistas e invasiones... Qupueden importarle unos simples turistas y exploradores? Losarquelogos se limitan a escarbar en la superficie y a desenterrarunas cuantas momias. Y qu decir de los turistas! sonri condesdn. Son como moscas que se posan un instante sobre surostro oculto, para esfumarse de inmediato al primer atisbo de calor!

    Egipto ni se entera de que existen. El verdadero Egipto se encuentrabajo tierra, envuelto en oscuridad. Los turistas necesitan luz, para verypara que les vean. Y en cuanto a los arquelogos...!

    Hizo una pausa y sonri con una mezcla de conmiseracin ydesprecio que no fue de mi agrado, pues a m, al menos, los tenacesarquelogos me merecan el mximo respeto. A rengln seguido, conun matiz de apasionamiento en la voz que pareca indicar que estabaresentido contra ellos y que se haba olvidado de que tambin lhaba excavado, aadi:

    Unos hombres que desentierran a los muertos, restaurantemplos y reconstruyen un esqueleto creyendo que de ese modo haninterpretado la esencia palpitante de su corazn...

    Mientras deca aquello encogi sus enormes hombros; y el restode la frase no habra pasado de ser ms que la queja de un hombreque trataba de defender su aficin, de no haber sido por la seriedad yla gravedad desmedidas con que se expresaba, cuyo efecto fue hacerque aumentara an ms mi asombro. Habl luego de lo rara que eraaquella tierra: una mera franja de vegetacin extendida a lo largo delanciano ro, y el resto, nada ms que ruinas, desierto y una

    desolacin de muerte calcinada por el sol que, sin embargo, rebosabavitalidad, fascinacin y energa, y que produca la inquietantesensacin de poseer algo imperecedero. En aquella tierra donde elPasado perviva con tanta fuerza pareca hallar algn tipo de

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    revelacin espiritual fuera de lo comn. Hablaba como si en ella elPresente hubiera dejado de existir.

    Ciertamente, la solemnidad que dejaban traslucir sus palabrashaca que me resultara difcil seguir su conversacin, de modo que

    aprovech la pausa que lleg entonces para decir algo que expresarami sorpresa y los interrogantes que me surgan; aunque creo que, enlo sustancial, lo que vine a expresar fue, ms bien, mi asentimiento.Se notaba que posea una conviccin muy profunda, una pasin quele embargaba y cuyo sentido no acababa yo de captar. Sin embargo,aunque no le comprendiera, su enorme entusiasmo resultabacontagioso. Luego, bajando el tono de voz, se puso a hablar detemplos, tumbas y deidades, y a darme detalles sobre losdescubrimientos que haba hecho y sobre el efecto que haban tenidoen l. Pero la verdad es que no prest excesiva atencin a lo que medijo entonces, pues en aquel lenguaje tan inslito que habaempleado al principio haba detectado algo que despertaba ms micuriosidad... y la despertaba, adems, de una forma inquietante.

    De modo que, como le ocurre a casi todo el mundo, el hechizotambin ha hecho presa en ti, slo que con ms fuerza todava ledije, recordando el efecto que me haba producido Egipto dos aosatrs.

    Clav su mirada en m durante un segundo; en las durasfacciones de aquel rostro tan sugerente se dibujaron vagos signos deinquietud. Creo que deseaba contarme ms cosas pero que no se

    decida a confesrmelas. Vacilaba.De lo que me alegro es de que no se haya adueado de m en

    una poca ms temprana de mi vida respondi tras una pausa.Me habra absorbido por completo. Habra perdido inters porcualquier otra cosa. Ahora... y mientras hablaba, como una sombrafugaz, pas por sus ojos aquella extraa mirada de desamparo quepareca pedir comprensin. Ahora que estoy en declive... ya noimporta tanto.

    En declive! No me explico cmo pude ser tan torpe de dejar

    escapar esa oportunidad que nunca volvera a presentrseme; por larazn que fuera aquella singular expresin no me llam la atencinen aquel momento, y slo me di cuenta del alcance ltimo de esaspalabras ms adelante, cuando ya no tena ningn sentido hacerreferencia a ellas. Puso a prueba mi disposicin a ayudarlo, acomprenderlo, a compartir su vida interior. Pero la pista se me paspor alto. En ese momento senta mayor inters por una cuestin msprctica que haba apreciado en su lenguaje. Dado que yo mecontaba entre aquellos que lamentaban que no hubiera llegado asobresalir en algo, por no haber dedicado todas sus energas a unasola actividad, me limit a encogerme de hombros. Capt deinmediato el significado de aquel gesto. S, estaba deseando hablar!Creo que intua la posibilidad de encontrar en m la comprensin quebuscaba.

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    No, no, no me has entendido bien dijo con tono grave. Loque quiero decir y nadie lo sabe mejor que yo! es que si bien lamayora de los pases te dan algo, hay otros que te lo quitan. Egiptote cambia. Nadie puede vivir aqu y seguir exactamente igual a comoera antes.

    Aquello me desconcert. Una vez ms haba conseguidosobresaltarme. Hablaba con la mxima seriedad.

    Y quieres decir que Egipto es uno de esos pases que tequitan algo? le pregunt. Lo extrao de aquella idea me tena untanto confundido.

    Primero se lleva algo tuyo respondi, pero al final es a timismo a quien se lleva. Hay tierras que te enriquecen prosigui, alver que le escuchaba atentamente, pero otras te hacen ms pobre.De la India, de Grecia, de Italia, de todas las tierras de la antigedad,

    se regresa con recuerdos de los que se puede hacer uso. De Egipto seregresa... sin nada. Su magnificencia tan slo aturde; es intil.Produce un cambio en lo ms hondo de tu ser, un vaco, un anheloinexplicable, y nada puede llenar esa carencia de la que ahora eresconsciente. Nada puede reemplazar lo que ha desaparecido. Te havaciado.

    Le mir fijamente, pero hice un gesto de aquiescencia generalcon la cabeza. Aplicado a un temperamento sensible y artsticoaquello era cierto sin duda, aunque no fuera ni mucho menos laopinin generalizada que sola admitirse de forma superficial. Lamayora de la gente senta que Egipto les haba llenado a rebosar. Sinembargo, entenda la lectura ms profunda que l haca de loshechos. Por otra parte, aquella idea me produca una rarafascinacin.

    A fin de cuentas continu, el Egipto moderno no es msque una civilizacin artificial hablaba como si le faltara el aliento,pero su tono de voz era reposado; sin embargo, el antiguo Egiptopermanece justo ah debajo, oculto, esperando. Muerto y, a la vez,increblemente vivo. Cada vez que sientes que te roza, se lleva algo

    de ti. Se enriquece contigo. Al regresar de Egipto... se es menos de loque se era antes.

    Es difcil de expresar lo que entonces se me pas por la cabeza.Sent como si un fulgor de imaginacin visionaria me atravesara lamente trazando una senda de fuego. Pens en algn antiguo hroegriego que hablara de una magnfica batalla librada contra los dioses;una batalla en la que se saba derrotado de antemano y que, sinembargo, le causaba un gran placer, pues saba que tras su muertesu espritu se unira a aquella gloriosa compaa en su morada delms all. En otras palabras, perciba en l una mezcla de resignacin

    y de rebelda. l senta ya el natural abandono que sigue a una luchaprolongada y desigual, como la de un hombre que, enfrentado contralos rpidos de un ro, termina por rendirse ante un empuje superior asus fuerzas y se deja arrastrar por la espantosa masa de agua que

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    suave e indiferente le precipita hacia la paz de la cada.

    No obstante, lo que haca que mi mente se viera sumida en laoscuridad y el misterio, no eran tanto las palabras que con tantaplasticidad revestan una verdad innegable, como la profunda

    conviccin que se adivinaba tras ellas. He de reconocer que sus ojos,que durante todo aquel tiempo haban sostenido mi mirada,relampagueaban, y sin embargo, expresaban la misma serenidad ycordura que los de un doctor que analizara los sntomas de esabatalla diaria en la que, finalmente, todos habremos de sucumbir. sefue el smil que se me ocurri entonces.

    Es cierto que... en alguna parte de este pas... hay algoinconmensurable... lo reconozco. Pero... no crees que exageras unpoco? Hablaba con un ligero tartamudeo y las palabras me salanentrecortadas.

    Me respondi con voz pausada, mientras desviaba los ojos de mirostro y los diriga a la ventana que enmarcaba el cielo esplndido ysereno que se tenda en direccin al Nilo.

    Te aseguro que el verdadero Egipto, el invisible murmur,me resulta demasiado... fuerte. Me cuesta mucho manejrmelas conl. Sabes dijo, volvindose hacia m y sonriendo como un chiquillocansado, en realidad creo que es l quien me maneja a m.

    Arrastra... comenc a decir, y al interrumpirme l deinmediato, di un respingo.

    Hacia el Pasado.No me siento capaz de describir la forma en que pronunci la

    ltima de aquellas palabras. Transmita una magnificenciadesbordante, una sensacin de paz y belleza, de batallas concluidas,de un reposo al fin alcanzado. Ningn santo habra conseguido que elsignificado de la palabra cielo rebosara tal grado de pasin y deseduccin. S, l parta por propia voluntad, y si prolongaba la luchaera simplemente para aumentar el alivio y la dicha de laconsumacin.

    Porque de nuevo hablaba como si en su interior se estuvieralibrando un combate. Yo al menos tena la impresin de que habauna parte de l que peda ayuda. Ahora comprenda mejor aquelpatetismo que ya haba percibido vagamente con anterioridad. Sucarcter, de por s fuerte e independiente, pareca haberse debilitado;era como si le hubieran arrancado alguna de las fibras que locomponan. Tambin comprend entonces que el hechizo de Egipto,objeto de tanta chchara sensacionalista e insustancial, pero tandesconocido en lo que es su fuerza desnuda esa influenciaindescriptible y sigilosa que, desde las profundidades, enva delicados

    zarcillos al exterior lo llevaba ahora en la sangre. Yo mismo, apesar de mi supina ignorancia, lo haba sentido, no lo poda negar; enEgipto se perciben muchas cosas extraas e incomprensibles, hastalos individuos ms prosaicos pueden llegar a sentirlas. El Egiptomuerto est prodigiosamente vivo...

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    Dirig la mirada a los grandes ventanales que se abran a suespalda: la montona extensin de leguas y ms leguas amarillas dedesierto despedan una tenue luz y dos inmensas pirmides emergandesde la otra orilla del Nilo. De pronto inexplicablemente, comoms tarde pensara al rememorar lo ocurrido la robusta figura demi compaero, que deba encontrarse a tan slo dos palmos de misojos, desapareci de mi vista. Se acababa de levantar de la silla ytena que encontrarse de pie a mi lado y, sin embargo, no conseguaverle. Algo oscuro como una sombra y etreo como un soplo de airese haba alzado, llevndose consigo mis pensamientos y cegando mivisin. Durante un instante me olvid de quien era; mi propiaidentidad me abandon. El pensamiento, la vista, todos mis sentidos,se hundieron en el vaco de aquellas arenas abrasadas por el sol. Sehundieron, por as decirlo, en la nada; arrancados del Presente,subyugados, absorbidos.

    ...Y cuando volv a mirar hacia donde l estaba para responderle,o ms bien preguntarle por el significado de aquellas enigmticaspalabras, ya no estaba all. Invadido de un sentimiento que ibamucho ms all de la mera sorpresa pues haba algo en aquelladesaparicin que me perturbaba profundamente me di la vueltapara buscarle. No le haba visto irse. Se haba escabullido de mi ladocon sumo cuidado, se haba esfumado en silencio, misteriosamente, ycon una facilidad asombrosa. Recuerdo que un ligero estremecimientome recorri todo el cuerpo al darme cuenta de que me encontrabasolo.

    Acaso haba captado por un momento un reflejo de su estadode nimo? La simpata que senta hacia su persona, no habraproducido en m un eco de lo que l experimentaba de forma plena;ese ir hacia atrs, esa prdida de vigor, esa sutil y tentadoraatraccin que ejercan las inconmensurables arenas que ocultaban yprotegan a los muertos vivientes de las negligentes intromisiones delos vivos...?

    Me sent para reflexionar un poco y, de paso, aprovech paracontemplar el esplendor del crepsculo. Una cosa que haba dicho

    resonaba en mi mente con poderosa insistencia como si se tratara delrepicar de unas campanas lejanas. Su charla sobre tumbas y templosno haba dejado huella en m, pero aquello permaneca. Me producaun extrao efecto estimulante. Recordaba que era as como solaconseguir que su conversacin despertara la curiosidad de los dems.Hay pases que dan y otros que quitan. Qu era exactamente lo quequera decir con eso? Qu era lo que le haba quitado Egipto?Entonces me di cuenta con mayor claridad de que haba en l algoque se echaba en falta, algo que en otro tiempo haba posedo y queya no tena. Su propia figura se me apareca ya borrosa cuando

    trataba de pensar en ella. Mi mente se afanaba por recordarla, perotodo era en vano... Al cabo de un rato dej mi silla y me cambi deventana, invadido de una vaga sensacin de desasosiego de la queformaba parte la inquietud que senta por l. Haba despertado micompasin. Pero tras aquel sentimiento se esconda tambin una

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    curiosidad vida y absorbente. George Isley pareca estarperdindose en la distancia, y lo curioso es que yo mismo me sentaacometido por un deseo irrefrenable de alcanzarle, de acompaarleen su viaje hacia aquel esplendor perdido que l haba vuelto adescubrir. Era un sentimiento verdaderamente singular, pues ibaunido a un anhelo; el anhelo de una belleza olvidada e indescriptibleque el mundo haba perdido. Tambin yo lo senta dentro de m.

    Ante la proximidad del crepsculo la mente se complace enalbergar sombras. A mi espalda, la sala, vaca de huspedes,permaneca a oscuras; tambin sobre el desierto se iba extendiendolentamente un velo de oscuridad, ahondando la serenidad de surostro adusto e inexpresivo. El paisaje iba palideciendo en la lejana;toda aquella inmensa sbana avanzaba susurrando hacia la noche.Suspendidas frgilmente en el aire, como si se tratara de racimos degrosellas que pudieran arrancarse, titilaban en el cielo las primerasestrellas; el sol se haba ocultado ya en el horizonte libio, donde lastonalidades doradas y carmeses, al irse atenuando, pasaban del colorvioleta al azul. Me qued contemplando el misterioso anocheceregipcio mientras un embrujo sobrecogedor haca que mis sentidosmedio embotados percibieran la inquietante proximidad de 1oimposible... y entonces comprend lo que estaba ocurriendo. SobreGeorge Isley, sobre su mente y sus energas, sobre su pensamiento,e incluso sobre sus propias emociones, tambin se estabaextendiendo lentamente una especie de oscuridad. Aunque no eracosa de la edad, algo en l se haba debilitado, se haba apagado.Una noche interior se estaba apoderando del Presente y lo estabaeliminando. Y, no obstante, su mirada se diriga al amanecer. Al igualque ocurra con los monumentos egipcios, sus ojos miraban... haciaoriente.

    Se me ocurri que quiz lo que haba perdido era su ambicin.Deca alegrarse de que sus estudios egipcios no se hubieranadueado de l en una poca ms temprana; los trminos en que sehaba expresado eran bastante singulares: ahora que estoy endeclive ya no importa tanto. Una base poco slida, sin duda, paraasentar sobre ella una certeza y, a pesar de ello, tena elconvencimiento de que no andaba desencaminado. Estaba fascinados, pero fascinado en contra de su voluntad. En su interior combatanel Presente y el Pasado. Aunque segua luchando, ya haba perdidotoda esperanza. El deseo de no cambiar le haba abandonado...

    Me apart de la ventana para no ver aquel desierto gris que todolo invada, pues el hallazgo que acababa de hacer haba provocado enm cierta zozobra. Egipto me pareca de pronto una entidad dotada deun inmenso poder. Se agitaba a mi alrededor. En aquel precisoinstante estaba sintiendo cmo se agitaba. Aquella tierra llana e

    inmvil que aparentaba carecer de movimiento, en realidad estabaconstantemente realizando multitud de ademanes que, poco a poco,se iban enroscando al corazn de las personas. A l lo estabadisminuyendo. De la compleja textura de su personalidad ya habaarrancado una hebra vital, cuya relacin con la trama general de su

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    ser era de crucial importancia: su ambicin. Era mi mente quienhaba elegido ese smil, pero en mi corazn, donde las ideaspalpitaban con inusitada violencia, se insinuaba otro smil an mscertero. En lugar de hebra la palabra era arteria. Me alejrpidamente de all y sub a mi habitacin para estar a solas. Habaen aquella idea algo que me resultaba repugnante.

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    Sin embargo, mientras me vesta para ir a cenar, aquella idea

    comenz a exfoliarse como si se tratara de un ser vivo. Veadibujarse sobre la figura de George Isley un gran interrogante queanteriormente no estaba all. Todo el mundo, por supuesto, llevaconsigo un interrogante, aunque por lo general no suele manifestarsede forma visible hasta el momento final. En su caso, tal presencia leenvolva de forma palpable cuando an se encontraba en la plenitudde la vida. Gravitaba sobre su cabeza como una esplndida cimitarra.Aunque estaba lleno de vitalidad, pareca haber aceptado de buengrado la muerte. Por ms que mi imaginacin trataba de encontraruna posible explicacin, nunca iba ms all de una conclusin decarcter negativo: cierta energa, que no guardaba relacin algunacon la mera salud fisica, haba desaparecido. Creo que se trataba dealgo ms que la ambicin, pues inclua tambin una falta deobjetivos, de deseos, de confianza en s mismo. Era la propia vida.George Isley haba dejado de pertenecer al Presente. Ya no estabaaqu.

    Algunos pases dan y otros quitan... Me cuesta muchomanejrmelas con Egipto. Lo encuentro demasiado... y despus eseadjetivo tan sencillo, tan corriente fuerte. Por sus recuerdos y porsu propia experiencia, el mundo entero no guardaba secretos para l;

    tan slo le quedaba Egipto para ensearle aquella novedadmaravillosa. Pero no se trataba del Egipto de hoy en da; era elEgipto desaparecido el que le haba robado las fuerzas. Haba dichoque se encontraba enterrado, oculto, esperando... De nuevo volv asentir un leve estremecimiento, como si en lo ms hondo de micorazn anidara en secreto el deseo de compartir aquella experienciacon l, como si la compasin que senta implicara un consentimientovoluntario de que as fuera. La compasin conlleva siempre una ciertarenuncia al propio yo; cada vez que me invada ese sentimiento tenala sensacin de que una parte de m me abandonaba. Mi pensamiento

    se mova en crculos sin encontrar un punto firme donde poderapoyarse y decir: ya lo tengo; ahora lo entiendo todo. Que un pastenga una cierta disposicin a dar es algo fcilmente comprensible,pero aquella idea de un pas que despoja, que roba, medesconcertaba. Me invadi una vaga sensacin de alarma; no slo porl sino tambin por m.

    En cualquier caso, durante la cena que me invit a compartircon l en su mesa aquella impresin termin por rseme de lacabeza, y me reproch a m mismo haber incurrido en unasexageraciones ms propias de una mujer. Sin embargo, a medida

    que hablbamos de tantos das de aventura como habamos pasadojuntos en otras latitudes, me llam la atencin lo raro que era quenunca hiciramos mencin del presente. Lo ignorbamos. Se diraque a su pensamiento le resultaba ms sencillo orientarse hacia elpasado. Cada una de aquellas aventuras, como impulsada por su

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    Descenso a Egipto Algernon Blackwood

    propio peso, conduca de forma natural a una misma idea: la inmensamagnificencia de una edad desaparecida. En aquel misterioso juegoentre la vida y la muerte el antiguo Egipto representaba la casilla delhogar. La gravedad especfica de su propio ser por no hablar demomento de la ma se haba desplazado hacia un punto inferior yms lejano, hacia atrs y hacia las profundidades, o como l mismodeca, bajo tierra. Yo mismo experimentaba literalmente la sensacinde estar hundindome.

    Empezaba a preguntarme cul sera la razn que le haba llevadoa elegir un hotel como ste. En mi caso haba venido aqu aquejadode una afeccin en un rgano de mi cuerpo que, segn me habaasegurado el especialista, no tardara en sanar gracias a losmaravillosos aires de Helouan; pero me pareca extrao que micompaero tambin lo hubiera elegido. La clientela estaba compuestaen su mayor parte de convalecientes, alemanes y rusos sobre todo.Su gerencia viva de espaldas al lado ms alegre y frvolo de la vidaque, por lo general, los hoteles egipcios fomentan con todoentusiasmo. Era una verdadera casa de reposo, un lugar paradescansar y disfrutar del ocio, donde se poda permanecer en elanonimato con la seguridad de no ser descubierto. Los ingleses nosolan frecuentarlo. Era el lugar indicado se me ocurri sbitamente para esconderse.

    O sea, que por ahora no ests metido en ningn proyectoarqueolgico, no es as? le pregunt. Nada de expediciones o

    excavaciones de momento?Me estoy recuperando me respondi de manera

    despreocupada. He estado dos aos en el Valle de los Reyes y, laverdad, creo que he forzado un poco la mquina. Pero estoypreparndome para trabajar en un asunto aqu cerca, en la otra orilladel Nilo y seal hacia Sqqara donde el inmenso cementeriomenfita se extenda bajo tierra desde las pirmides de Dachur hastalas moles de Gizeh, cuatro millas ms abajo. Slo en ese lugar haytarea para cien aos de trabajo!

    Debes haber reunido una gran cantidad de materialinteresante. Supongo que ms adelante lo utilizars para un libro o...

    La expresin de su cara hizo que no continuara; de nuevo habaasomado a sus ojos aquella extraa mirada que, cuando la vi porprimera vez, ya me haba producido una gran inquietud. Era como sialgo dentro de l consiguiera con gran esfuerzo aflorar por uninstante a la superficie, y tras echar una mirada sombra sobre elpresente, volviera a hundirse y desaparecer.

    Mucho ms de lo que nunca pueda llegar a utilizar respondicon desgana. Lo ms probable es que sea ello lo que me utilice a

    m. Lo dijo todo precipitadamente, mientras echaba una ojeada porencima del hombro, como si temiera que alguien pudiera estarescuchando. Luego, volvi a mirarme con una elocuente sonrisa en surostro. Le dije que pecaba de modesto.

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    Descenso a Egipto Algernon Blackwood

    Si todos los arquelogos fueran como t aad seramos lospobres ignorantes como yo quienes sufriramos las consecuencias acompa mi comentario con una risa, pero aquella risa no pas msall de mis labios.

    Neg con la cabeza con una expresin de indiferencia.Lo hacen lo mejor que pueden; y lo cierto es que hacen

    verdaderas maravillas replic, mientras haca un gesto indefinibleque pareca indicar que prefera desentenderse de aquel tema,aunque no pudiera conseguirlo del todo. Conozco sus libros, ytambin a sus autores... de muy diversas nacionalidades. Hizo unabreve pausa, y sus ojos adquirieron una expresin grave. Lo que nollego a comprender del todo es ... como lo consiguen aadi con untono de voz apagado.

    Lo dices por el esfuerzo que supone, no? La dureza del clima

    y esas cosas? Hice aquel comentario a propsito, pues sabaperfectamente que no era a eso a lo que l se refera. No obstante, laforma en que clav sus ojos en mi cara me turb hasta tal punto, quecreo que di un respingo. Una parte muy profunda de m le escuchabacon la mxima atencin, en actitud vigilante, casi en guardia.

    Lo que quiero decir es que tienen una capacidad de resistirseextraordinaria respondi.

    Eso era! Haba usado justo la palabra que yo mismo llevabaescondida en mi interior!

    Es algo que me deja perplejo prosigui, pues quitando auno de ellos, no son personas excepcionales. En cuanto a su talento,s, claro. Pero yo me refiero a su capacidad de resistirse, deprotegerse. De protegerse a s mismos aadi con nfasis.

    La manera en que haba dicho resistirse y protegerse a smismos haba hecho que un escalofro me recorriera el cuerpo. Msadelante me enterara de que l haba realizado algunosdescubrimientos asombrosos durante aquellos dos ltimos aos,ahondando en los misterios de la vida del antiguo Egipto sacerdotalms que cualquiera de sus predecesores o colegas... y que despus,inexplicablemente, haba abandonado sus investigaciones. Pero todoaquello slo lo supe ms tarde y por boca de terceros. En aquelmomento de lo nico que era consciente era de aquel extraosentimiento de turbacin. Aunque no entendiera muy bien lo quequera decir, intua que estaba tocando unos temas que afectaban alo ms profundo de su ser. Hizo una pausa, como si esperara que yodijera algo.

    Es posible que Egipto simplemente fluya a travs suyo sindejar huella me aventur a decir. Dan a conocer los datos de una

    forma mecnica y no se dan cuenta de la importancia que tienen.Presentan los hechos sin interpretarlos. En tu caso es el verdaderoespritu del pasado el que se descubre y se presenta en su realidaddesnuda. T lo vives. Sientes el antiguo Egipto y lo revelas. Siempretuviste unas dotes de adivino que a m, recuerdo, me parecan

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    sorprendentes.

    El destello que percib en su sombra mirada puso de manifiestoque haba dado en el blanco. Entonces tuve la sensacin de que untercero se haba unido silenciosamente a nosotros en aquella pequea

    mesa de la esquina. Se haba entrometido invocado por el poder dealgo que planeaba constantemente sobre nuestra conversacin sinque nunca se llegara a mencionar. Era una presencia inmensa ydifusa que pareca vigilarnos. Egipto se deslizaba hacia nosotros yascenda flotando a nuestro lado. Poda verlo reflejado en el rostro yen la mirada de mi compaero. El desierto se filtraba a travs de losmuros y del techo, emerga bajo nuestros pies, se iba depositando anuestro alrededor; nos escuchaba, nos observaba, nos acechaba.Aquella sbita y extraa fantasmagora pareca completamente real.Las colosales dimensiones de Egipto fluan por entre los pilares, losarcos y los ventanales de aquel moderno comedor. Un aire glido,que los rayos del sol nunca haban alcanzado, brotaba desde debajode los monolitos de granito y me rozaba la piel. Tras l vena lasofocante atmsfera de las tumbas trmicas del Serapeum, de lascmaras y los pasadizos de las pirmides. Se oa un rumor como deuna mirada de pasos avanzando en la lejana y de arenas movidassin descanso por el viento a lo largo de los siglos. Y de pronto, enasombroso contraste con esta impresin de algo descomunal, lafigura de Isley pareci encoger. Durante un segundo disminuy a ojosvistas. Se estaba alejando. Su silueta pareca retirarse y decrecercomo si se encontrara envuelto en una neblina que le llegara porencima de la cintura, dejando tan slo al descubierto su cabeza y sushombros. Cada vez se le vea ms lejos.

    Se trataba sin duda de una vvida imagen mental que, de algnmodo, haba adquirido una realidad objetiva. No era ms que unaespecie de escenificacin de algo que haba sentido. La frase que lehaba odo decir antes, ahora que estoy en declive, me vinosbitamente a la memoria, producindome un intenso desasosiego.Puede que, de nuevo, una especie de telepata emocional hubierahecho que su estado anmico se reflejara en el mo. Invadido de unasensacin de opresin casi fsica de la que no me podadesembarazar, me qued a la espera de que dijera algo. Parecieronpasar siglos antes de que se decidiera a hablar, y cuando por fin lohizo, en su voz se notaba un temblor que, no obstante, intentabareprimir. Por alguna razn no fui capaz de levantar la vista de lamesa. Pero le escuch con la mxima atencin.

    Eres t quien tiene dotes de adivino, no yo aquella extraasensacin de lejana se perciba incluso en su voz; pareca retumbarcomo si ascendiera encerrada entre muros. Creo que hay algo aquque no se deja investigar ms de cerca o, ms bien, que se resiste a

    ser descubierto... es casi como si se sintiera ofendido.Alc rpidamente la vista y de inmediato volv a bajarla.

    Resultaba sorprendente or aquello de labios de un inglscontemporneo. Hablaba con ligereza, pero la expresin de su rostro

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    contradeca su tono despreocupado. En la seriedad de aquellos ojosno haba asomo de burla, y tras su voz apagada se perciba un levesonido arrastrado que de nuevo me puso la carne de gallina. Slo seme ocurre una palabra para describirlo: subterrneo. Todo lo queen l era mental se haba hundido, pareca hablar bajo tierra; eracomo si tan slo la cabeza y los hombros permanecieran a la vista. Elefecto que produca era casi repugnante.

    Son tan formidables los obstculos que se interponen en elcamino cuando las pesquisas se acercan demasiado a la realidad prosigui. Me refiero a obstculos fsicos, externos. O bien eso... obien la mente pierde su capacidad de asimilacin. Siempre ocurre unacosa o la otra y, entonces, todo descubrimiento cesaautomticamente haba bajado la voz hasta convertirla en unmurmullo.

    En aquel preciso instante, como si fuera un muerto saliendo deuna tumba, se levant y se apoy sobre la mesa. Estaba realizandoun violento esfuerzo interno, pues se dispona estoy convencido deello a realizar una declaracin ntima cargada de significado. Tenala actitud de quien va a hacer una confesin; creo que iba a hablarmede sus trabajos en Tebas y de la razn que le haba llevado ainterrumpirlos tan bruscamente. Yo mismo me senta como alguienque, de un momento a otro, iba a tener que asumir la ingrataresponsabilidad de escuchar un secreto muy importante. sa era lasensacin que me embargaba cuando, casi sin querer, le dirig una

    mirada y descubr que estaba completamente equivocado. No era am a quien miraba. Su vista me dejaba a un lado y se diriga hacia losamplios ventanales abiertos que se encontraban a mi espalda. Algo lehaba hecho enmudecer.

    De forma instintiva, me di la vuelta, y pude ver lo que lcontemplaba. Al menos en lo que respecta a los detalles externos, lovi.

    Mi vista atraves el deslumbrante resplandor de aquel comedorostensiblemente moderno, dej atrs las mesas atestadas de gente, ypasando por encima del cuadro que compona aquel bosque decabezas de alemanes alimentndose burdamente, alcanz a ver... laluna. Su disco rojizo, inmenso e irreal, permaneca suspendido enmedio del firmamento, alzando la extensa sbana del desierto hastahacerla flotar sobre la superficie del mundo. El gran ventanal se abrahacia el este, donde el desierto arbigo se adentra en un desoladorpaisaje de gargantas, despeaderos y montes de cimas aplanadas.Se trata de un territorio inhspito y ominoso en el que, por todaspartes, se siente acechar el peligro. A diferencia de lo que ocurre conlas serenas dunas del desierto libio, tras aquel mar de sombras sepalpa la amenaza y la tentacin. El claro de luna no haca sino

    acentuar su espectral desolacin, su crueldad, su severa hostilidad,hasta hacerlo parecer mortfero. Ningn ro endulza con su presenciaeste tramo del desierto arbigo, donde las suaves arenas sonreemplazadas por un paisaje erizado de colmillos de roca caliza,

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    afilados y amenazantes. A lo lejos, como un plido hilo gris iluminadopor la luz de la luna, la vieja ruta de las caravanas pareca emitirseales. Era aquello lo que l miraba con tanta intensidad.

    Me doy perfecta cuenta de que la imagen que acabo de describir

    parecer quiz un tanto teatral, pero lo cierto es que posea unafuerza de seduccin poderossima. Ven a probar mi belleza atroz,pareca susurrar. Ven, pirdete, y muere. Ven a seguir la ruta quebajo la luz de la luna conduce hacia el Pasado... donde te espera lapaz, la inmovilidad y el silencio. Mi reino subterrneo permaneceinmutable. Baja, ven lentamente, ven a travs de los corredores dearena que se esconden tras el oropel del mundo moderno. Regresa,baja a mi ureo pasado...

    Un deseo arrebatador, que pareca llegar hasta m montado enlos propios rayos del claro de luna, me traspas el corazn; senta un

    anhelo irresistible de dejarme llevar sin ofrecer resistencia. Aquellavisin repentina e inquietante del mundo exterior tena una fuerzainusitada. El contraste que ofrecan aquellos velludos extranjeros consus toscos atuendos, comiendo afanosamente bajo la deslumbranteluz artificial, era formidable. Sobre aquellas lejanas que se avistabantras la ventana se cerna una de esas atmsferas que suelencalificarse de sobrenaturales. Estaba penetrada de misterio. Egiptonos contemplaba, nos observaba, nos escuchaba; y a travs de lasventanas del corazn que iluminaba la luna, nos haca seas para quenos acercramos y lo descubriramos. La mente y la imaginacin

    podrn vacilar cuanto quieran, pero tanto si las palabras son capacesde expresar la verdad como si no, es innegable que algo as estabaocurriendo. George Isley, que se saba observado, no poda quitar losojos de encima a ese terrible semblante... estaba fascinado.

    Sobre el bronce de su piel se haba extendido una tonalidadgriscea. Por mi parte, tambin yo senta crecer en m esesentimiento cautivador; ese deseo de salir y perderme bajo el clarode luna, de abandonar el mundo de los seres humanos y errar aciegas por el desierto, de ver el resplandor plateado de losdesfiladeros y sentir el fro cortante e intenso de la brisa. En mi caso

    las cosas no iban ms all, pero no me caba ninguna duda de que micompaero experimentaba la atraccin ms intensa y profunda quese ocultaba tras aquel encanto superficial. Lo cierto es que, duranteun instante, cre que iba a levantarse de la mesa. Hizo ademn deponerse de pie, pareci luchar y resistirse... pero, finalmente, supoderosa anatoma se dej caer en la silla. La postura que adopt sucuerpo haca que pareciera menos imponente, ms pequeo; daba lasensacin de que sus dimensiones se haban reducido a una escalamucho menor. Era como si, en aquel preciso instante, le hubiera sidoarrebatada una parte de su persona, de tal modo que incluso su

    apariencia fsica pareca haber disminuido. Su voz, cuando al pocotiempo volvi a hablar con tono resignado, sonaba apagada y carecade timbre viril.

    Siempre est ah susurr mientras se retrepaba torpemente

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    en la silla, siempre est vigilando, esperando, escuchando. Es casicomo el ogro de los cuentos, verdad? Nunca se mueve, sabes? Selimita a permanecer suspendido entre el cielo y la tierra como unagigantesca tela de araa. Sus presas se precipitan volando contraella. As es Egipto all donde uno vaya. Dime, sientes t lo mismo, ocrees que son imaginaciones mas? A m, por lo menos, me pareceque slo espera a que llegue su hora; de ese modo te atrapa antes.Al final no queda ms remedio que partir.

    S, desde luego tiene mucho poder le dije, tras hacer unabreve pausa para recuperar el control sobre m mismo, pues aquelsmil morboso haba hecho que aumentara mi turbacin. Inclusopuede que llegue a producir terror... a alguna de esas personasdbiles de carcter que son todo imaginacin. No conseguahilvanar mis ideas ni encontrar las palabras adecuadas paraexpresarlas. Una vista como sa, por ejemplo, posee una grandezaextraordinaria dije sealando al ventanal. Te sientes arrastradohacia ella y... s, simplemente tienes que partir. En mi menteresonaban an sus extraas palabras, al final no te queda msremedio que partir. En ellas quedaba resumido el sentir de su almay de su corazn. Me imagino que algo similar le debe ocurrir a unamosca o a una mariposa cuando se siente arrastrada hacia la llamadestructora. O ser algo de lo que no son conscientes? aad.

    Sacudi su imponente cabeza con un gesto muy expresivo.

    Bueno, bueno, pero eso no tiene por qu indicar que la mosca

    sea dbil o que la mariposa sea una insensata respondi. Quizpequen de aventureras, pero ambas obedecen las leyes que rigen losinstintos ms profundos de su ser. Adems, estn advertidas; lo quepasa es que, cuando la mariposa quiere saber demasiado, el fuego ladetiene. Tanto la llama como la araa se enriquecen al comprender lanaturaleza de sus presas; y la mosca y la mariposa vuelven una yotra vez hasta que su destino se cumple.

    A pesar de aquellos comentarios, George Isley estaba tan cuerdocomo poda estarlo el mismsimo matre del hotel, que al advertir elinters que demostrbamos por el ventanal, se acerc parapreguntarnos si haba corriente y desebamos que lo cerrara. Encualquier caso, me daba cuenta de que Isley se estaba esforzandopor exteriorizar un apasionado estado anmico para el cual, dada susingularidad, no existe una forma de expresin adecuada; hay unlenguaje de la mente pero, de momento, no lo hay del espritu. Yome senta muy inquieto. Todo aquello era absolutamente ajeno aaquel carcter saludable y enrgico que yo recordaba.

    Querido amigo le dije con un temblor en la voz, noestars dando al pobre Egipto una mala reputacin que en ningncaso se merece? Lo nico que siento es una fuerza y una bellezaformidables; sobrecogedoras si quieres, pero en absoluto eseresentimiento al que t aludes de forma tan misteriosa.

    Puedes decir lo que quieras, pero yo s que t lo entiendes

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    me respondi con tranquilidad. De nuevo pareca estar a punto dehacer una confesin crucial que aliviara el pesar de su alma. Misensacin de incomodidad creci. No caba duda de que alguna partede su ser estaba sometida a una gran presin. Adems, de sernecesario, me ayudaras. En realidad tu comprensin ya me sirve deayuda. Lo dijo como si hablara consigo mismo y en un tono de vozque, sbitamente, volva a ser ms bajo.

    Ayudarte! exclam con un grito ahogado. Micomprensin! Claro, si la...

    Un testigo murmur sin mirarme, alguien que comprenda,pero que no me tome por loco.

    Haba en su voz tal tono de splica que no pude menos quesentirme dispuesto y ansioso de hacer todo cuanto estuviera en mimano para ayudarle. Nuestros ojos se encontraron, y trat de que los

    mos expresaran aquella disposicin; pero apenas recuerdo que fue loque dije, pues mi mente se hallaba envuelta en una nube deconfusin y tartamudeaba como un colegial. Estaba absolutamentedesconcertado. En medio de tal perplejidad, slo alcanc a coger elfinal de otra frase que entonces me dijo: el alivio de tener alguienen quien confiar... cuando llegue el momento de la desaparicin.Aquellas palabras me produjeron la sensacin de haber sidopronunciadas por una voz salida de un sueo. Pero no cog la oracincompleta y tampoco me atrev a pedirle que la repitiera.

    Haciendo un gran esfuerzo, consegu que de mis labios brotarauna respuesta que expresaba mi comprensin, aunque no s qu fueexactamente lo que dije. En cualquier caso, deb acertar en laspalabras que entonces murmur, pues al orlas, se apoy sobre lamesa y, durante un instante, pos su enorme mano sobre la ma y laapret con un gesto muy elocuente. Tena la mano helada. Unamirada de gratitud se dibuj fugazmente en aquellas faccionesquemadas por el sol. Dej escapar un suspiro y, seguidamente, noslevantamos ambos de la mesa y nos dirigimos a tomar el caf a lasala de fumadores; una sala cuyas ventanas daban a unos patiosrodeados de columnas que no tenan vistas al desierto. George Isleyllev la conversacin hacia temas menos personales y gracias aDios sin un carcter tan intensamente emotivo y misterioso. Ya heolvidado de qu hablamos; aunque era interesante posea un carizcompletamente distinto. Su antiguo encanto y su energa an surtanefecto; volv a experimentar con fuerza el respeto que siempre habasentido por su carcter y su talento, pero el sentimiento que ahorapredominaba en m era de pena. El cambio que se haba producido ensu persona resultaba cada vez ms patente. Sus palabras ya noimpresionaban tanto, eran menos convincentes, menos sugestivas.Aunque daba muestras de su vasta cultura, en su conversacin se

    echaba en falta esa nota de espiritualidad que hace que las cosas nostoquen de cerca. Por alguna misteriosa razn me pareca menos real.Cuando finalmente sub a la habitacin para irme a la cama, lo hiceturbado e inquieto. No es cosa de la edad, me dije, y aunque

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    haya hablado de desaparecer, tampoco es la muerte lo que teme. Esalgo mental en el sentido ms profundo del trmino. Tiene que vercon eso que los creyentes llaman el alma. Algo le ocurre a su alma.

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    La palabra alma no iba a abandonarme ya hasta el momento del

    desenlace final. Egipto se estaba llevando su alma hacia el Pasado.Todo lo que en l haba de valioso parta de buen grado; el resto,algn aspecto menor de su mente y de su carcter, se resista ytrataba de aferrarse al presente. Por lo tanto, s que haba lucha. Perotambin ella se iba desdibujando poco a poco.

    Cmo pude llegar tan alegremente a una conclusin tanmonstruosa es algo que, an hoy, me sigue pareciendo un misterio.Es bien sabido que de una conversacin se suele extraer una ideageneral cuyo contenido excede siempre al de las palabras queefectivamente se pronunciaron o se oyeron. Naturalmente, aqu slo

    he recogido una parte de lo que nos comunicamos a travs dellenguaje, y en cuanto a lo que se sugiri mediante gestos,expresiones o silencios quiz poco ms que algn indicio suelto. Lonico que puedo asegurar es que, para m, ese veredicto tanperturbador equivala a una certeza. Cuando sub al piso de arriba,vino conmigo; caminaba a mi lado, observndome, escuchndome.Aquel misterioso Tercero que habamos evocado en nuestraconversacin era ms grande que cualquiera de nosotros porseparado; podra denominarse el espritu del antiguo Egipto, ogeneralizando todava un poco ms, el espritu del Pasado. Lo cierto

    es que aquel Tercero permaneca a mi lado, susurrndome al odoaquella cosa tan increble. Cuando sal al pequeo balcn de mihabitacin para fumar una pipa y disfrutar de la reconfortantepresencia de las estrellas antes de irme a dormir, aquello salitambin conmigo. Estaba en todas partes. Se oa ladrar a unosperros, a lo lejos se escuchaba el montono redoble de un tamborque pareca provenir de Bedraschien, y desde las barracas y las callesoscuras llegaba el sonsonete de las musicales voces de los nativos.Detrs de todos aquellos sonidos tan familiares perciba la presenciainvisible de aquel Tercero. El inmenso cielo nocturno, salpicado de

    estrellas, tambin me hablaba de su presencia. Estaba en la brisahelada que susurraba en torno a los muros del hotel y se cerna sobretoda la superficie del desierto insomne. Estaba tan acompaado comosi el propio George Isley en persona se encontrara a mi lado... y enese momento, me llam la atencin una figura que se mova a lolejos. Aunque mi ventana se encontraba en el sexto piso, la estaturay el porte marcial de aquel hombre que se alejaba paseando del hoteleran inconfundibles. George Isley se estaba internando lentamenteen el desierto.

    En realidad, aquella visin no tena nada de particular. No eran

    ms que las diez de la noche, y yo mismo, de no ser por las rdenesdel mdico, bien podra haber estado haciendo otro tanto. Sinembargo, mientras me apoyaba en el alfizar de la ventana y leobservaba desde aquella altura de vrtigo, un escalofro me recorriel cuerpo, y una sensacin que, por ms pginas que escribiera,

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    jams podra llegar a explicar o describir, me invadi y se apoder dem. Las palabras que l haba pronunciado durante la cena mevinieron a la memoria con singular fuerza. Egipto le rodeaba comouna inmensa e inmvil telaraa gris. Sus pies haban quedadoatrapados en ella y haba empezado a vibrar. Aquella urdimbreplateada que iluminaba la luna iba transmitiendo la noticia de Menfisa Tebas, desde la subterrnea Sqqara al Valle de los Reyes, a una yotra orilla del Nilo. Un temblor recorra todo el desierto, y una vezms, como ya ocurriera en el comedor, escuch el rumor delmovimiento de miles de leguas de arena. Tuve la impresin dehaberle sorprendido en el preciso instante en que iba a desaparecer.

    En aquel momento me di cuenta del poderoso embrujo que sedesprende de esa misteriosa atmsfera de inmovilidad que es Egipto,y sent que una emanacin mgica de su poderoso pasado rompasbitamente sobre m como si se tratara de una ola. Quizexperiment entonces lo mismo que l: la sensacin de que el reflujode aquella ola gigantesca me arrancaba una parte de mi ser y laarrastraba hacia el pasado. Un anhelo indescriptible extraa de micorazn algn elemento vital que, embargado de una dulzuraardiente y anhelante, ansiaba alcanzar el xtasis de una pasinespiritual que haca mucho que haba dejado de existir. No haypalabras para expresar la intensidad del dolor y la felicidad queaquello me produca; mi personalidad o al menos una parteesencial de ella pareca marchitarse ante aquella fuerzacautivadora.

    Permanec en aquel lugar, inmvil como una piedra, sin poderdejar de mirarle. Firme y erguido, consciente de que cualquierresistencia sera vana, ansiando partir y, a la vez, esforzndose porquedarse, George Isley, ms que andar pareca flotar en el aireavanzando hacia aquel hilo gris plido que era la ruta de Suez y dellejano Mar Rojo. Mientras le contemplaba me invadi un extrao eintenso sentimiento de pesar, de desgarramiento y de compasin queno soy capaz de explicar; era tan misterioso como lo es el dolor enlos sueos. Creo que sent algo de la espantosa soledad que lexperimentaba, una soledad que nada en el mundo poda atenuar.Despojado del Presente, su alma buscaba la quimera de un Pasadoirreal. Ni siquiera la majestuosa calma de la esplndida noche egipciaconsegua disipar aquel sortilegio; reinaban una paz y un silenciomaravillosos y el dulce perfume del aire del desierto eraembriagador; pero aquello tan slo contribua a hacerlo ms intenso.

    Aunque me senta incapaz de explicar mis propias emociones, laconmocin que me producan era tan real que se me escap unsuspiro y me di cuenta de que estaba a punto de llorar. No podadejar de observarle y, sin embargo, senta que no tena derecho a

    hacerlo. Lentamente me fui retirando de la ventana con la sensacinde haber estado entrometindome en su intimidad, pero antes pudever cmo su silueta se funda con el oscuro universo de arena quecomenzaba nada ms traspasar los muros del hotel. Llevaba puestoun manto verde que le caa casi hasta los talones y cuyo color se

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    fusionaba con la superficie plateada de la oscuridad marina deldesierto. Aquel brillo que, en un principio, pareca rodearle,finalmente le ocult. Desapareci bajo uno de los pliegues de esamisteriosa vestidura, sin costuras ni cierres, que envuelve a Egipto alo largo de miles y miles de leguas. El desierto se haba apoderado del. Egipto le haba atrapado en su tela de araa. Haba desaparecido.

    No me senta capaz de irme a dormir en aquel momento. Elcambio que l haba experimentado haca que me sintiera menosseguro de m. Su desintegracin me haba sobrecogido. Me dabacuenta de hasta qu punto yo mismo estaba nervioso.

    Permanec sentado junto a la ventana, fumando; estaba agotadofsicamente pero mi imaginacin se hallaba en un desagradableestado de sobreexcitacin. Los grandes carteles luminosos del hotelse apagaron; una por una se fueron cerrando debajo de m todas las

    ventanas; en las farolas de la calle ya no haba luz, y Helouan seasemejaba al montn de piezas blancas de un juego de construccindesperdigado sobre la moqueta de un cuarto de nios. Su aspecto enmedio de aquella vasta inmensidad era insignificante. El entramadoreticular de sus luces parpadeaba como si se tratara de un racimo delucirnagas cado en una pequea grieta de aquel formidabledesierto. Pareca levantar la vista hacia las estrellas con caraasustada.

    Haca una noche serena. Sobre el paisaje flotaba una atmsferade una belleza inmensa, tras la cual se adivinaba un matiz siniestro,

    apenas aliviado por el centellear de las estrellas. Pero, en realidad,nada dorma. Agrupados a intervalos sobre aquel universo de tonospardos se alzaban solemnes y vigilantes los guardianes eternos: lasdescomunales Pirmides, la Esfinge, los adustos Colosos, los templosvacos, las tumbas abandonadas desde hace siglos. Por todas partesse senta la presencia de aquellos centinelas apostados a lo largo dela noche. El silencio pareca susurrar: Esto es Egipto; es en Egiptodonde ests. Ms all de tu ventana palpitan ochenta mil aos dehistoria. Bajo tierra reposa, insomne, poderoso, imperecedero; no esalgo que se pueda tomar a la ligera. Ten cuidado! O tambin a ti te

    transformar! Mi imaginacin me ofreci entonces una pista. Egipto es una

    realidad difcilde concebir. Como si se tratara de una idea fabulosa ycuasi legendaria, la mente no consigue darle cabida. Son tantos loselementos descomunales que lo componen que no hay forma deasimilarlos; el nimo se queda en suspenso, trata de ganar tiempopara recobrar el aliento, los sentidos comienzan a vacilar y,finalmente, un embotamiento prximo al estupor se va apoderandodel cerebro. Con un suspiro se abandona el combate y la mentecapitula ante Egipto aceptando todas sus condiciones. Slo los

    excavadores y los arquelogos, al ceirse estrictamente a los hechos,consiguen resistirse. Ahora comprenda mejor el significado que miamigo daba a los trminos resistencia y proteccin. Mi raznvacilaba, pero la intuicin no paraba de darle vueltas a esta pista

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    Descenso a Egipto Algernon Blackwood

    tratando de descubrir cules pudieran ser las influencias que estabanen juego en aquel proceso. George Isley tena una idea mucho msclara que la mayor parte de la gente de lo que era Egipto, pero setrataba del Egipto que fue.

    Record entonces la primera impresin que me caus aquellatierra y cmo, ms adelante, haba sido incapaz de sobrellevar surecuerdo. Al evocarlo, acuda a mi mente una mezcolanzaimpresionante, una gigantesca mancha de color que, simplemente,anonadaba. Slo los aspectos de menor importancia encontrabanacomodo en el corazn. La visin que tena era catica: arenasinundadas de una luz deslumbrante, vastas naves de granito,imponentes efigies que miraban al sol sin parpadear, un ro brillante yun desierto envuelto en sombras, el uno como el otro tan infinitoscomo el cielo; pirmides descomunales y gigantescos monolitos,ejrcitos de cabezas, de zarpas y de rostros de una escala prodigiosa.Si cada uno de aquellos elementos tomados por separado aturda, elefecto de conjunto era demasiado vasto e inabarcable para que lamente pudiera darle cabida. Su refulgente esplendor pasaba tancerca de los ojos y tan lejos a la vez que no era posibledistinguirlo con claridad; no haba manera de comprenderlo.

    Al cabo de unas semanas todo aquello comenz lentamente acobrar vida. Me atac por sorpresa y qued atrapado entre susformidables garras; pero ni siquiera entonces fui capaz de hablar deello, de describirlo, de pintarlo. Cuando menos se esperaba lanzaba

    su ataque: de repente, en las neblinosas calles de Londres, en el Clubo en el teatro, un sonido evocaba el gritero de los rabes en lascalles o una bocanada de aire perfumado traa a la memoria lasardientes arenas que se extienden al dejar atrs los palmerales.Entonces, el inmenso embrujo de Egipto, que hasta ese momentohaba permanecido enterrado en uno de esos recodos del corazn alos que no tienen acceso las realidades cotidianas, surga y lotransformaba todo. Tras l se adivinaba la presencia oculta de algoinexplicable, inquietante y sobrecogedor; el atisbo de una eternidadglida, el hlito de algo terrorfico e inmutable, una realidad sublime,fascinante y ultraterrena, perdida entre las sombras del tiempo y delespacio. La melancola del Nilo y la grandiosidad de un centenar detemplos en ruinas derramaban sobre el corazn un torrente deinefable belleza. El aire del desierto se levantaba y, con l, plidassombras luminosas y una desolacin desnuda que, sin embargo,rebosaba de enrgica vitalidad. Por la mente pasaba rauda la vvida ycolorista imagen de un rabe a lomos de un burro, hasta que,finalmente, se empequeeca y se perda en la distancia. Las siluetasde una hilera de camellos se recortaban contra el cielo prpura.Grandes vientos, espacios resplandecientes, majestuosas noches,das inmensos de un ureo esplendor surgan del suelo del patio debutacas del teatro; y, entonces, Londres, la sombra Inglaterra y latotalidad de la vida moderna quedaban reducidos a algo insignificantee irrisorio que produca un dolorido anhelo por el esplendor deaquellos millones de almas desaparecidas. Durante un instante,

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    Egipto te traspasaba el corazn, y luego... se desvaneca.

    As pues, yo mismo recordaba haber tenido una experienciafantstica de ese tipo. Desde luego, parece indudable que para ciertaclase de personas Egipto puede hacer que el Presente pierda en gran

    medida el inters que antes despertaba en ellos. En mi caso, aquelrecuerdo termin por convertirse en una parte integrante de mipersonalidad; algo en m ansiaba aquella extraa y terrible belleza.Quien ha bebido del Nilo regresar para volver a beber de sus aguas... Y, si en mi caso esto era posible, qu no sera en el de unapersonalidad como la de George Isley? Comenzaba a vislumbrar elsignificado de lo que estaba ocurriendo. El antiguo Egipto, ese Egiptoque permaneca enterrado y oculto, haba lanzado sus redes sobre sualma. Su vida, cada vez ms desdibujada en el Presente, estabasiendo transferida a un Pasado glorioso y reconstruido donde suexistencia se iba perfilando con ms nitidez. Hay pases que dan yotros que quitan... y George Isley era una pieza digna de sercobrada.

    Turbado por tan singulares reflexiones, cerr la ventana y mealej de ella. Sin embargo, aquello no bast para dejar fuera lapresencia de aquel Tercero. La cortante brisa nocturna entrconmigo. Corr la mosquitera en torno a la cama, pero no apagu laluz; y una vez tumbado, intent poner por escrito mis extraasimpresiones en un trozo de papel, aunque no tard en descubrir conqu facilidad su sentido se perda al tratar de reflejarlo con palabras.

    Estas percepciones visionarias y espirituales son demasiado sutilespara poder captarlas por medio del lenguaje. Al volver a leerlo tras unintervalo de varios aos cuesta trabajo recordar lo mucho quesignificaba para m y la asombrosa emocin que lata tras aquellaslneas desvadas escritas a lpiz. Su retrica resulta vulgar y sucontenido muy exagerado; pero, en su momento, cada una de susslabas encerraba una verdad. Egipto, que desde la noche de lostiempos ha sufrido el violento expolio de manos de todo el mundo, setoma ahora su venganza eligiendo una presa. La hora de Egipto hallegado. Tras su mscara moderna permanece a la espera, rebosantede actividad y confiado en su poder oculto. Esta tierra, que ha sido laprostituta de tantos imperios fenecidos, descansa ahora en paz bajolas mismas estrellas de la antigedad; con su belleza intacta,engalanada con el oro batido a lo largo de los siglos, con sus pechosal descubierto y sus magnficas extremidades tendidas al sol. Alzandosus hombros de alabastro por encima de los montculos de arena,inspecciona a las pequeas figuras del presente... y elige.

    Aunque aquella noche no tuve ningn sueo, mi mente tampocodescans del todo. Durante las largas horas de oscuridad una imagenme vena una y otra vez a la cabeza: la imagen de George Isley

    perdindose en el desierto bajo la luz de la luna. Con un gilmovimiento, la noche dejaba caer su capucha sobre su figura y l sefunda misteriosamente con esa entidad inmutable que envuelve alpasado con su manto. Una inmensa mano envuelta en sombras,suave como si estuviera enfundada en un guante pero labrada en

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    granito, sala de debajo y se estiraba a lo largo de cientos de leguasde desierto para atraparle. Entonces, l desapareca.

    Se habla mucho de la inmovilidad del desierto y de su falta deexpresividad! Pues bien, aquella noche yo lo vi moverse, y correr.

    Marchaba a toda prisa en pos de l. Se entiende lo que quiero decir?No, claro! Pero sa es la extraa impresin que produce cuandocomienza a agitarse; y el momento ms terrible llega cuando...consciente de la propia impotencia... uno termina por rendirse y lonico que se desea es ser devorado. Se le deja acercarse sin hacernada. George Isley haba hablado de una tela de araa. Desde luego,se trata de algn poder primordial que se oculta tras el encantosuperficial de eso que las gentes llaman el embrujo de Egipto. No esalgo que se aprecie a simple vista. Se encuentra junto al AntiguoEgipto: bajo tierra. Tras la quietud de esos das ardientes en que nosopla el viento, tras la paz de las noches sosegadas e inmensas,permanece al acecho, monstruoso e irresistible, sin que nadie loadvierta. Mi mente era tan incapaz de asimilar aquella idea como elhecho de que nuestro sistema solar, con toda su cohorte de satlitesy planetas, recorra anualmente varios millones de millas a todavelocidad en direccin a una estrella en la constelacin de Hrcules,sin que, aparentemente, dicha constelacin parezca hallarse msprxima de lo que estaba hace seis mil aos. Sin embargo, aquellome dio una pista. A George Isley, con toda su cohorte depensamientos, de vivencias y de sentimientos, tambin le estabanarrastrando. Y yo, un satlite menor, senta igualmente esa terriblefuerza de arrastre. Era algo impresionante... y en la cresta de aquellainmensa ola me qued dormido.

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    Sin que nos diramos cuenta fueron pasando los das, y tambin,

    creo, las semanas. Escondidos en aquel hotel cosmopolita pasbamosdesapercibidos, apartados del resto del mundo. El tiempo parecaseguir su curso al ritmo que ms le placa: rpido unas veces, lentootras, llegando incluso a detenerse en algunas ocasiones. Aquellosdas radiantes, situados entre el esplendor del amanecer y delcrepsculo, eran tan similares que producan la impresin de no serms que un nico e interminable da. El mecanismo mentalencargado de realizar mediciones se haba desajustado. El tiempomarchaba hacia atrs; las fechas se olvidaban; el mes, la poca delao, incluso el siglo, se hundan en un transcurso indiferenciado.

    El Presente discurra de una forma verdaderamente extraa; losperidicos y la poltica carecan de importancia, las noticias no tenanningn inters. La vida inglesa resultaba tan remota que parecairreal y los acontecimientos europeos se desdibujaban. El flujo denuestras vidas corra en una direccin completamente distinta:marchaba hacia atrs. Los nombres y los rostros conocidos aparecanenvueltos en brumas. Las gentes llegaban como cadas del cielo; derepente estaban ah. Al encontrarlos en el comedor se tena lasensacin de que haban llegado de un mundo exterior que, enalguna parte, deba seguir existiendo. Cierto que un vapor haca la

    travesa cuatro veces por semana, y que el viaje slo duraba cincodas, pero eso era algo que, aunque se saba, no se tena en cuenta.El hecho de que aqu fuera siempre verano, mientras en aquellosotros lugares reinaba el invierno, contribua a hacer que la distanciapareciera inconcebible. Mirbamos al desierto y hacamos planes:haremos esto y aquello; tenemos que ir a ese sitio; visitaremos talycual lugar..., y, sin embargo, nunca suceda nada. Todas las cosaspertenecan al ayer o al maana; como Alicia, habamos descubiertoque el hoy, en realidad, no existe. Nos bastaba con pensar en algopara que ocurriera. Con eso era suficiente. Si lo pensbamos, haba

    ocurrido. Vivamos inmersos en la realidad de los sueos. Egipto eraun mundo de fantasa en el que el corazn viva hacia atrs.

    As pues, durante aquellas semanas estuve contemplando cmose iba apagando una vida, y aunque mantena una actitud vigilante yllena de comprensin hacia l, me senta incapaz de intervenir y deprestar ayuda. A travs de pequeos detalles adverta en GeorgeIsley el progreso de aquel combate desigual, pero mi capacidad desocorrerle se vea anulada por el hecho de que tambin yo meencontraba en una situacin similar a la suya. Lo que lexperimentaba de forma definitiva y completa, yo lo experimentaba

    en menor medida y solamente en algunas ocasiones. Tambin yopareca haber quedado atrapado en los bordes de aquella telaraainvisible. Me senta tan implicado en aquella situacin que no mecostaba comprender lo que le estaba ocurriendo... y asistir a sudeclive era algo verdaderamente espantoso. En el proceso su carcter

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    desapareca; vi cmo todas sus aptitudes se iban extinguiendo, cmomenguaba su personalidad, cmo su propia alma se disolva anteaquella influencia insidiosa e invasora. Apenas si ofreca resistencia.Me haca pensar en esos insectos abominables que paralizan elsistema motriz de sus vctimas para despus poder devorarlas aplacer cuando an estn vivas. Aquella increble aventura erarigurosamente cierta, pero, dado su carcter espiritual, no es posiblenarrarla como si se tratara de un relato detectivesco. La versin quedoy de ella no es sino una interpretacin personal; tan slo una delas muchas versiones posibles. Todo aquel que conozca el verdaderoEgipto, ese Egipto que nada tiene que ver con la construccin depresas, con el nacionalismo o con el bienestar material de losfalaheen, lo entender. Esa tierra an tiene que sufrir el despojo desus muertos, y en venganza, elige tranquilamente sus presas entrelos vivos.

    Las circunstancias en que se delataba podan ser de lo msbanales; lo que las haca interesantes era la posibilidad que ofrecande entrever el proceso que se desarrollaba bajo su tranquilo aspectoexterno. Recuerdo que en cierta ocasin, tras comer juntos en Mena,fuimos a visitar unas excavaciones que se estaban haciendo no muylejos de las pirmides de Gizeh, y de regreso, pasamos junto a laEsfinge. Era la hora del crepsculo; el grueso del ejrcito de turistasya se haba retirado, aunque algunas docenas de visitantes pululabantodava por el lugar entre el gritero de los muchachos que alquilabanborricos y de los pedigeos. De pronto, vimos emerger su cabeza ysus hombros descomunales flotando sobre aquel mar de arena. Bajoaquella luz mortecina, su figura oscura y monstruosa se destacabatan imponente como de costumbre, como un ser cuyo linaje no fuerahumano. Ningn grado de familiaridad con esa imagen puededevaluar su grandeza, el impresionante marco en donde se ubica o laexpresin vaca de un semblante de unas dimensiones tan vastas queno permiten identificarlo como un rostro. Aunque se visite un millarde veces su podero permanece inalterable. Se ha agregado a latierra desde un mundo desconocido. Tanto George Isley como yo noshicimos a un lado al avistar aquella presencia ajena e inquietante. No

    llegamos a detenernos, pero aminoramos la marcha. Hacerlo era algoobvio, inevitable.Entonces, con una brusquedad que hizo que mesobresaltara, me seal algo con la mano. Apuntaba a los turistasque se encontraban por all.

    Ves dijo en voz baja, de da y de noche, encontrarssiempre a una multitud rindiendo pleitesa a esa cosa. Pero fjate ensu comportamiento. Que yo sepa las gentes no hacen eso frente aninguna otra ruina en el mundo.

    Se refera a cmo las personas procuraban apartarse de los

    dems para contemplar aquel rostro formidable a solas.Desperdigados por aquella profunda concavidad de arena se veanhombres y mujeres de pie, tumbados, en cuclillas que semantenan alejados del grueso del grupo donde los dragomanes, consu proverbial labia, recitaban sus peroratas.

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    Es el deseo de estar solo prosigui como si hablara consigomismo, tras habernos detenido un momento la necesaria intimidadque exige la adoracin.

    Aquella escena era muy significativa, pues pona de manifiesto

    como, a pesar de toda la propaganda que se le haba hecho, nodisminua en nada el efecto que causaba aquel semblanteinescrutable cuyos ojos de piedra contemplaban en silencio loshumanos. Ni tan siquiera aquel soldado de casaca roja, de pie sobreuna de sus gigantescas orejas, consegua introducir una nota banalen aquel cuadro. Pero las palabras de mi compaero s que aadanalgo ms al espectculo, algo menos excelso y que dejaba caer unagota de horror en aquel cuenco de arena. Por un instante no eradifcil imaginar que esos turistas rendan culto... en contra de suvoluntad. No costaba imaginarse que el monstruo se percataba de supresencia, que lentamente haca girar su espantosa cabeza, mientrasla arena comenzaba a deslizarse visiblemente entre una de sus patasque empezaba a moverse. En una palabra, que poda apoderarse deellos... y transformarlos.

    Ven, se hace tarde, y quedarse a solas con esa cosa es algoque en este momento me resulta insoportable me susurr con vozapagada, interrumpiendo mis fantasas como si las hubiera adivinado. En fin, ya te habrs dado cuenta, de lo poco que importan losturistas, no? aadi mientras me tiraba del brazo para que nosalejramos rpidamente de all. En vez de hacer que disminuya su

    efecto, no hacen sino aumentarlo. Los utiliza.Una vez ms un ligero escalofro, causado posiblemente por el

    nerviosismo que apreci en l al tocarme o por la seriedad con quehaba pronunciado aquellas extraas palabras, me recorri todo elcuerpo. Una parte de m se qued rezagada en esa oquedad dearena, postrada ante aquella inmensidad que simbolizaba el pasado.Un anhelo misterioso e insensato se apoder de m por un instante,un intenso deseo de comprender exactamente por qu se senta enaquel lugar la presencia del terror, cul era el verdadero sentido quetuvo aquella figura para quienes la colocaron all, esperando al sol;

    cul era el papel especfico que desempeaba a qu almasconmocionaba y por qu lo haca en ese sistema de majestuosascreencias y de fe del cual segua siendo el emblema msindestructible. El pasado se agrupaba solemne en torno a aquellaamenazadora efigie. Perciba con toda claridad esa especie de fuerzade succin espiritual que arrastraba hacia atrs y a la que micompaero, a pesar de la oposicin de su yo ms moderno y comn,se someta con gusto. Consegua que el pasado pareciera algoextremadamente deseable y desligaba todas las ataduras que nosunen al presente. Encarnaba tres de los principales ingredientes del

    profundo embrujo de Egipto: el tamao, el misterio y la inmovilidad.Por fortuna, a George Isley le dejaban indiferente los aspectos

    ms burdos de aquel hechizo. Lo convencionalmente misterioso no leinteresaba; ni relataba historias de momias ni tan siquiera hizo nunca

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    alusin a esa cualidad sobrenatural que acude siempre a la mente dela mayora cuando piensa en Egipto. Lo suyo no era ningn juego.Aquella influencia era algo serio y vital. Aunque yo saba que tenaideas muy firmes sobre la impiedad de perturbar el reposo de losmuertos, estando yo presente nunca atribuy ningn carctersupuestamente vengativo a las energas de un pasado ultrajado. Lasclsicas historias de este tipo adecuadas tan slo para las mentessupersticiosas y para los nios las ignoraba completamente; lasdeidades que queran apoderarse de su alma tenan un rangomuchsimo ms elevado. l viva ya si es que se puede expresar as en un mundo que su corazn haba reconstruido o recordado; ladireccin hacia la que le conducan era radicalmente distinta. Con esavisin moderna y sensacionalista de la vida, su espritu ya no tenatrato alguno: viva hacia atrs. Observaba cmo su figura se ibaalejando hacia la espaciosa y dorada atmsfera del tiempo

    recuperado con tristeza, pero nunca con sentimentalismo. El almainmensa del Egipto subterrneo le arrastraba hacia abajo. Suempequeecimiento fsico era, por supuesto, una interpretacinmental que yo haba hecho, pero otra interpretacin todava msextraa, de carcter espiritual, maravillosa y horrible a un tiempo,corra en paralelo a aquella. Mientras su apariencia externa y todo loque le vinculaba con el mundo moderno y el Presente parecadisminuir, por dentro creca y se volva gigantesco. El tamao deEgipto haba penetrado en l. Unas dimensiones descomunalescomenzaban a acompaar cualquier representacin que mi visin

    interior se haca de su personalidad. Se estaba agigantando. Ya sehaban apoderado de l dos rasgos caractersticos de aquella tierra: lamagnitud y la inmovilidad.

    Finalmente, ese temor reverencial que el mundo moderno ignoracon desprecio, se despert en mi corazn. La mera presencia de micompaero bastaba a veces para asustarme, pues uno de losaspectos del embrujo de Egipto radica precisamente en su tamao ysus dimensiones. Nuestro corazn desdea este presente que es slovelocidad, pero las grandes magnitudes siguen inquietndole, y enEgipto se encuentran tamaos que fcilmente pueden llegar a

    producir espanto.Cada detalle de esa tierra parece empeado en meternos esa

    idea en la cabeza, hasta que, por fin, el presente tiene que dejarle susitio. Los cmputos en millas no bastan para hacer comprensible lainmensidad del desierto, y las fuentes del Nilo se encuentran a taldistancia que, ms que en el mapa, se dira que slo existen ennuestra imaginacin. El esfuerzo necesario para aprehender surealidad se paraliza; dara lo mismo que estuvieran en la Luna o enSaturno. An se desconoce la magnificencia desnuda del desierto, yen cuanto a las pirmides, los templos, los pilares y los Colosos, susproporciones se quedan a las puertas de nuestra mente, pero nuncallegan a superar ese umbral. Egipto permanece fuera, revestido delas prodigiosas medidas del pasado. Sus antiguas creencias no sloparticipan de ese efecto titnico sino que lo elevan a una dimensin

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    superior. Sus dimensiones agobian y producen una desagradablesensacin de inmensidad; por eso la mayora de las personas regresacon alivio a aquellos detalles que pueden medirse haciendo uso deuna escala ms manejable. Los trenes expresos, los aviones o lostransatlnticos no exigen una expansin tan dolorosa de nuestrasfacultades como los pilares de Karnak, las pirmides o el interior delSerapeum.

    Por otra parte, justo detrs de esa magnitud, acecha lomonstruoso. No es algo que se manifieste solamente en las arenas ylas piedras, en los extraos efectos de luz y de sombra o en lasrelumbrantes puestas de sol y los mgicos crepsculos, sino tambinen toda su variada vida animal. Se adivina en esos bfalos devoluminosas cabezas, en los buitres, en las miradas de milanos o enel grotesco aspecto de esos camellos que nunca paran de rumiar. Nohay un slo lugar de ese paisaje colosal y spero donde no se percibaesa sensacin. La lrica no tiene cabida en esa tierra de arrebatadosespejismos. Una inmensidad deforme observa el diario ajetreo de losminsculos seres humanos. Los das se suceden en una marea de undorado esplendor, y no queda ms remedio que dejarse llevar por esacorriente irresistible que arrastra hacia atrs, hacia las profundidades.Vestidos con sus coloridos ropajes, los indgenas caminan en silencioa este lado de la cortina; al otro lado habita el alma del antiguoEgipto la Realidad, como la llamaba George Isley observndolotodo con sus ojos insomnes de un gris infinito. A veces la cortinatiembla y se levanta una esquina; surge una mano invisible; el almarecibe su toque... y alguien desaparece.

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    El proceso de desintegracin deba estar ya bastante avanzadocuando aparec yo, pues los cambios se producan con gran rapidez.

    Aquel era su tercer ao en Egipto, y dos de ellos los habapasado de forma ininterrumpida en las proximidades de Tebas, encompaa de un egiptlogo llamado Moleson. No tard en descubrirque, para Isley, esa regin constitua el gran polo de atraccin o,como l mismo deca, el corazn de la telaraa. Naturalmente noeran Luxor ni las vistas de la reconstruida Karnak lo que leinteresaba, sino esa extensin de terreno cubierto de sombras eimponentes montaas donde la realeza terrenal y espiritual hababuscado la paz eterna para sus restos mortales. Rodeados de aquellasoberbia desolacin, los grandes sacerdotes y los poderosos reyes sehaban credo a salvo de los sacrlegos. En aquellas cavernassubterrneas haban acudido fielmente a su cita con los siglos,protegidos por el silencio de su impresionante oscuridad. Allesperaban dormidos, en ntima comunin con el transcurrir de lasedades, a que Ra, su alegre divinidad, los convocara para darsatisfaccin a su antiguo sueo. Y all, en el Valle de las Tumbas delos Reyes, su sueo se hizo aicos, sus maravillosas profecas fueronobjeto de burla y su gloria se vio ensombrecida por la impa

    profanacin de los curiosos.Que George Isley y su compaero, a diferencia de sus

    pragmticos colegas, no se haban limitado a emplear el tiempo enexcavar y descifrar jeroglficos, sino que se haban enfrascado en unaserie de extraos experimentos de recuperacin y reconstruccin delpasado, era un tema del que se hablaba abiertamente en el seno dela comunidad arqueolgica. Los increbles acontecimientos que allhaban tenido lugar haban sido la comidilla de, por lo menos, las dosltimas temporadas de excavaciones. De todo aquello me enterarams adelante, y las historias que entonces me contaron eranabsolutamente asombrosas: hablaban de cmo aquel desolado vallerocoso se repoblaba las noches de luna llena, del humo de unasmisteriosas hogueras que se elevaba hasta coronar las cumbresachatadas de los montes, de cmo se haba visto salir de unasaperturas situadas en las colinas unas procesiones pertenecientes aalgn culto olvidado y se haba escuchado el eco de unos cnticossonoros e increblemente dulces que brotaban de aquellosdesoladores y repulsivos precipicios. Al parecer el contenido deaquellas historias se haba exagerado hasta extremos inusitados;primero las difundieron algunos beduinos nmadas; luego los guas y

    los intrpretes las repitieron aadindoles nuevos toques de misterioy, finalmente, a travs de los sirvientes indgenas de los hoteles,llegaron a odos de los turistas aderezadas con todo tipo deancdotas pintorescas. Segn parece, tambin llegaron a odos de las

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    autoridades. En cualquier caso, el nico dato fiable que obtuve enaquel momento fue que todo aquello ces bruscamente. George Isleyy Moleson se separaron; y, por lo que o, era Moleson quien habainiciado aquel asunto. Entonces an no le conoca personalmente; sufascinante libro, Una reconstruccin moderna del culto al sol en elantiguo Egipto, era mi nico contacto con aquella mente tan pococomn. En l defenda la idea de que el sol sera la deidad de unareligin cientfica que remplazara en el futuro a los diversos diosesantropomorfos de unos credos pueriles y planteaba la posibilidad deque los signos del zodiaco fueran una especie de InteligenciasCelestes. La fe resplandeca en cada una de sus pginas. Tena lateora de que el calor, cuya fuente de procedencia exclusiva era elsol, constitua la base de la vida humana y, por lo tanto, los hombresformaban parte del sol del mismo modo que, para los cristianos, cadahombre forma parte de su deidad personal. El destino final era la

    absorcin. La descripcin que haca de los ceremoniales del culto alsol consegua transmitir una sensacin de realidad y una bellezaimpresionantes. Aunque este libro tan singular era lo nico que sabade su autor hasta que