VOCERRANTE 9 - Soledades

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1 VOCERRANTE (9) Apertura (Sobre “White Man Sleeps II”, por Kronos Quartet): (Andante tranquilo) “Las palabras vagan, yerran, buscan. Van y vienen por ahí hasta que encuentran un refugio. En las manos, en los ojos, en cualquier cosa que las rescate del olvido.” (Raúl) Este es el noveno programa de VOCERRANTE. Bienoídos y bienoídas. Alguien sale disparado desde una montaña rusa. Mientras se afirma en el aire, está solo. Pero soledad no es

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Novena emisión del programa radial VOCERRANTE. En vivo todos los jueves a las 23:00, hora de Buenos Aires, por arinfoplay http://www.arinfo.com.ar/notix/sociedad.htm

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VOCERRANTE (9)

Apertura (Sobre “White Man Sleeps II”, por Kronos Quartet):

(Andante tranquilo)

“Las palabras vagan, yerran, buscan. Van y vienen por ahí hasta que encuentran

un refugio. En las manos, en los ojos, en cualquier cosa que las rescate del

olvido.”

(Raúl)

Este es el noveno programa de

VOCERRANTE.

Bienoídos y bienoídas.

Alguien sale disparado desde una montaña rusa.

Mientras se afirma en el aire, está solo.

Pero soledad

no es

estar solo.

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Soledad es desasimiento.

El yo ensimismado, como burda redundancia.

El yo, que de ficción de los verbos

pasa a ser

objeto

sustantivo y acabado.

Un significante significado.

Espejo tapado.

Lluvia seca.

El agotamiento de un cansancio. O el aletargamiento de la renuncia.

La pared en la pared. El canario en el canario. El rostro en la cara.

Soledad es desasimiento.

Cuando cada cosa sólo quiere decir esa cosa. Límite en el límite de la

sombra. Reflejo exacto.

Certeza

Perpleja.

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Soledad es desasimiento, no olvido.

Es cortedad de la distancia. Lejanía en el centro de las manos.

Horizonte vertical.

Camino cumplido.

Exacto contorno.

Estar solo es conservar los rostros que te dieron rostro,

Las voces que te dieron boca,

Los abrazos que te dieron cuerpo,

Los sonidos que te dieron aire,

Los oídos que te dieron voz,

Las voces que te dieron huellas,

Las huellas que te dieron piernas,

Las heridas que te dieron sangre

Las bocas que te dieron lengua,

Los gestos que te dieron el habla.

Las palabras que te dieron nombre,

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Las miradas que te dieron forma,

Las manos que te dieron manos.

Estar solo es escuchar el silencio múltiple.

Ya que la apartada y verdadera soledad, es ruptura de la polisemia.

Fernando

La soledad habitada o la soledad desierta.

La soledad sonora o la soledad reseca.

Raúl

Pero hay una vasta soledad en la que nada se encuentra.

Soledad en el extremo de las brisas y los gritos.

Una soledad en la que nada suena.

Y el yo, el puro y absoluto y ficcionado

yo,

se levanta, mayestático.

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Daniel

Había vuelto Sieno a ese exacto lugar, a esa misma mañana. Quería

reconstruir con todas sus señas, el momento en que había sido por fin aquel que

ahora buscaba.

Había sido muy penosa la búsqueda, muy ardua la preparación, muy

dificultosa la llegada. Pero, al fin, él estaba allí. Ahora se veía tomar ese café

nuevamente, dejar la taza sobre la mesa y mirar hacia la ventana, por la que venía

ella.

Los deseos y los milagros no se repiten.

Sieno ahora miraba a través de la misma ventana, a la misma chica, pero

con ojos de recuerdo.

Las llegadas y las partidas son similares. Sieno movió el brazo de él en un

saludo modesto, que ella retribuyó con una sonrisa extrañada.

Para estar solo hace falta mucho trabajo. Hace falta, por ejemplo, haberla

conocido primero.

Raúl

Soledad compartida de la radio, una y múltiple.

Sola y acompañada.

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Divergente y convergente, del decurso de los pensamientos.

Aquí y allá.

Lejos y cerca.

Central y periférica.

Dicha y oída y vuelta a decir o a generar en el aire sus palabras.

La voz errante que encuentra un lugar

Para continuar su vocación vagabunda.

Primer Tema: “Soledad”, de Gardel y Lepera, por Adrián Iaies en piano

(07:04).

Acabamos de escuchar “Soledad”, de Gardel y Lepera, por Adrián Iaies en piano.

Estar solo es una construcción. La soledad sonora es una construcción

habitable. Hecha de detalles, de recortes, de miradas, de gestos y de equívocos,

de pasajes e inconstancias. Cualquier cosita la desarma. Cualquier ruidito la

deshace. Pende a veces de un aroma, de una frase, de un sabor… Y se disipa tan

sencillamente como vino. O brindar cobijo por unas cuantas noches.

La soledad sonora, es el anverso de la intimidad.

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La soledad distante, en cambio, es deshabitada. Donde las propias

paredes, de tan sólidas y firmes, están tapiadas.

La soledad distante, de tanta fijación, carece de soltura.

La soledad completa es lo contrario del verbo.

Fernando

Una gotera, una gotera puede ser el único vínculo con la soledad sonora.

Una gotera que anuncie, que perturbe, que llame, que despierte al aire que

agoniza.

Una gotera que sustraiga al yo de sus mismidades y a la lógica de sus

retruécanos.

Allí donde esa gota persiste, no estoy. Está la gota. Soy al menos el alma

que gotea, la atención cansada en esa pausa de secreto tedio. La calma

regularidad de una presencia.

¿Pero por qué aludo a UNA gota que cae?. ¿Es que acaso su rigurosidad,

su rutina, su pertinacia, la hacen ser una sola?.

Y sin embargo, si se pudiera detectar, entre una y otra caída hay

mumerosas divergencias. Como en las composiciones minimalistas, en las que el

cambio imperceptible es el que produce la música.

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Raúl

Encontró la soledad de otro, y sólo le apetecía regresarla. Tenía la forma de

gorrión dormido, así que la acunó en su mano, y tibiamente le preguntó de dónde

venía.

De aquí, le señaló, sin mirar a ningún lado.

De aquí. De un rato antes de soltarme y retenerme.

Daniel

Está por escribirse la historia de los cuerpos. De la lucha, no de la

conquista. En la que sudar, temblar, amar, rugir, sean los verbos de la proeza.

En la que el héroe huela. En la que el héroe sepa y pueda estar solo.

Claudio había acogido a la diosa en su casa. Le había dado sustento,

comida, descanso y distracción. Largamente pasaban las horas, compartiendo la

sobrevivencia.

En el sótano, revuelto de memorias, una noche, Claudio no volvió.

Sencillamente no volvió. Cuando ella despertó de uno de sus sopores del

atardecer, ya no estaba.

La diosa lo esperó hasta el día siguiente.

No existe la ausencia hasta que alguien no te espera. De forma tal que

Claudio se ausentó, Ella se sintió usurpando la vida de otro. Su cáscara, su

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caparazón, sus intimidades. Estaba en su casa, había sido invitada a su casa, y él

ya no estaba allí.

Ahora era la dueña de otro. De los olores y rincones de otro. Por lo que

acomodó las cosas, como él lo hubiera hecho, y salió de allí, mareada,

confundida.

No existe la soledad hasta que aparece algún otro. Hasta que somos algún

otro. Y se desdobla en nosotros la otredad, dejándonos el espejo de una mirada.

Adentro, más adentro, a través de la rotura, ella se sentía cada vez más

dentro de sí misma.

No existe el cuerpo antes que el desgarro.

Fernando

“Necesita tiempo” – indicó una pequeña raíz lastimada.

“Dejar las luces encendidas de una esquina” – aseguró otra voz, más femenina y

ausente

“Para que se detenga,” – una puerta se cerraba sobre esta afirmación.

“Sembrar una memoria para cuando calle”. – el aullido de un perro ocultó

estas palabras.

“La luz que derrame los colores…” – un viento débil derritió estos sonidos

sobre la pared rajada.

De un lugar abandonado a otro. Como parte de otro mundo, de otro círculo,

estaban más cómodos en el vacío, que les recordara al menos por su íntima

vastedad, las sombras de lo eterno.

Los dioses van poblando los intersticios y despojos de la civilización.

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Personas perdidas o cuyos dolores habían arrastrado fuera de sí. Sótanos, hoteles

abandonados, lugares con apenas la memoria de albergar a alguien.

Raúl

Hay voces, gestos, verbos, sensaciones, que buscan cuerpos de los que

arrancarse. Esos cuerpos habitados son los vocerrantes.

Que atraviesan la noche buscando en dónde

vibrar

Fernando

Las notas, por ejemplo, cualquiera de las notas, las salidas del piano, de la

cítara, del laúd o de la garganta, no suenan solas.

Toda nota reverbera. Y hace sonar en ella, por ella y a través de ella, otras

notas que se le arriman y le acercan. Se conocen con el nombre de armónicos

todas las notas que ya están allí, alrededor de la que sola parece que suena.

Así, si una nota suena por aquí o por allí, todo lo que esté afinado en alguno

de sus armónicos, suena también. Reverbera con ella.

Estar solo es habitar las resonancias.

Soledad es la insistencia en la unidad, el énfasis en su certeza.

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Poblar la garganta de tonos. Poblar las secuencias de sonidos. Ser la voz,

no el cuerpo ni el cerebro que la dice. Y dejar que pueblen gota a gota los

silencios.

Raúl

Que el tiempo no se detenga, puede decirse. ¿Realmente puede decirse

algo que no puede hacerse?. En la soledad sonora, una voz puede describir

aquello que ve en el instante en que lo ve, a pesar de moverse en el tiempo, a

pesar de que aquello que ve también se desplaza. En la soledad habitada de una

simple descripción, se está en un orden suspenso. Todo se dice y se cuenta. Todo

se relata, mientras permanece quieto.

El ejercicio reiterado de esta habilidad, permite concentrar una presencia en

una serie de haces. Permite concentrar en un nombre los reiterados ecos del

llamado.

Permite concentrar en un cuerpo el regreso de las soledades.

El regreso a la discontinuidad de una serie de soledades.

Daniel

Numerosas normas regulan la permanencia de los leprosos, en la Casa

Religiosa de Cuidados. Como si fueran responsables de su mal, se les constriñe a

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una confesión perpetua. Llevan cencerros, grillos, campanas, colgando de sus

carnes laceradas, que anuncian sus dolencias.

El encierro configura una soledad desierta. Requiera para ella una extrema

identidad unívoca. No debe quedar duda de que el leproso sea el leproso, el

maldito el maldito, el descastado el descastado. La única prueba que se le exige

superar es la de no ser otro que él mismo.

Ellos deben tomar los alimentos que les entregan por medio de un palito.

No pueden tener contacto físico con ninguno de los trabajadores. Deben hablar en

dirección contraria a la del viento. Plegar sus sábanas bajo una piedra. No sonarse

la nariz con la manga. No hacer bolitas con el pan. Masticar con la boca cerrada.

Beber sin hacer burbujas. Secar sus ropas en lo oscuro. No sangrar en compañía.

La mano, estrecharla a través de un tronco acomodado a tal fin tras de la puerta.

Pueden salir, pero haciéndose preceder de un tamborilero, o cantando a viva voz

un salmo penitencial, al tiempo que hacen sonar una matraca escandalosa.

Algarabía de lo incurable.

Ismael padece de lepra, en los tiempos en que lepra era un concepto moral,

una condena a despojarse de todos sus vínculos, atributos y funciones, para

retirarse a una rutina de cuidados y de repulsiones.

Fernando

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El bufón de palacio, Sarlack, decide retirarse al silencio. A su silencio, que

recoja el llamado de las cosas. Y así oír (asir) los ruidos puros. Escuchar

largamente los ecos de una mirada. Comprender los gritos de un gesto. Las voces

de los brazos. Se marcha solo, de noche. Recuerda a su abuela tirada en el jardín,

señalándole las sombras como suaves campanadas. Ella escuchaba los sonidos

de las flores. Nada está callado ni quieto. Ahora él, convocado por una especial

santidad, desea hallar el rezo estático. La adoración inmóvil. Centrar en sí toda la

espiral de lo creado. Para hacerse inteligibles los azares y las rocas.

Llega hasta la ermita con una esperanza que lo sosiega. Un deseo que lo

calma. Ansiedad que da cobijo.

En las paredes de la gruta ve crecer los extremos de su risa. Sobre dos

oscuros filamentos. Abriéndose entre las grietas, por el musgo contenido y el

atento líquen.

Ha llegado. Una lluvia portentosa lo invita a entrar, súbitamente empujado.

Entonces obedece a esa tierra abierta en boca pedregosa, e ingresa. Las gotas de

agua penetran en la caverna, haciendo sonar como chicharras los cristales.

Daniel

Se aparta Ismael del resto de los leprosos, animado por un viaje. Esperanza

a lo largo. Peregrino hacia su muerte, preso de su propia condición, rinde el peso

de sus piernas al cansado devenir. Nunca su camino queda más cercano de la

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carne, de la que se separa, violentamente, a grandes trozos, entre llagas y

letargos. Nunca una huella tan explícita, un despojo tan desarrollado. Un

desprendimiento que considera cada aspecto de sí a medida que derrota su

desgarbo. Avanza desandando. Tiene los brazos lánguidos y secos. Las fuerzas

apretadas. Las vendas estiradas, sueltas. Las piernas en vibrantes estropicios, los

labios nacarados. Anda hacia delante, aunque toda su figura tire para abajo.

Notarán su partida en el hospicio cuando su ausencia se demuestre radical, más

abierta y elocuente que la mesura de la lepra.

Desliza su mirada, la deriva. Avanza con la soledad y la soberanía del

destierro.

Se interna en una agreste letanía. Ha perdido ya toda referencia a la Casa

de Cuidados, de la que se marchara, hace ya unos siete o nueve días. Bebe del

agua acumulada entre las hojas, come de las raíces rojas y oscuras. Tallos

turbulentos. Traga, más bien, ya que el masticar le produce cortes y sangrías en la

boca. Un dolor agradecido en la garganta lo alimenta. Sin embargo, Ismael sigue

repitiendo sus rutinas aprendidas hasta la exasperación.

Fernando

A partir del retiro del bufón, ahora eremita, en el palacio que ocupara sólo

se retiene el humor perverso. Grandes torturas, vejaciones y sucios

enfrentamientos. Ver a los débiles peleando. Un cojo contra un ciego. Un sordo

contra un mudo. Un manco contra un descerebrado. Escenas de una enajenante

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saciedad, en la que sólo se ríe por vacío. Simples ecos de un brutal alejamiento.

Así nace el público, lacerado de lo cómico. Contemplativo de su soledad. La risa

entonces ocurre realmente en otro sitio, respecto del que son extraños los

espectadores.

Mera lástima. Dádiva del privilegio. El cínico recogimiento de la

invulnerabilidad. Una falsa protección, que sirve apenas de consuelo.

Daniel

Ismael alcanza la mirada del eremita. Ismael se esconde para no

intimidarle. Concentrado en sus rezos, sus plegarias y oraciones, tiene ese

hombre los ojos cerrados. Mas, en un momento, prueba una semilla que toma

desde el aire, y le invita a acercarse. El leproso desconfía de la amabilidad. Como

toda víctima de la lástima. Pero poco a poco toma confianza y estrecha la

distancia entre los dos, hasta quedar a un palmo de una suerte de pelusa, muy

difuminada, que teje un semicírculo en derredor de aquel hombre. Algo así como

suaves filamentos de algodón diseminado. Toma unas cenizas de la tierra, y

haciéndolas frotar con dos peñascos, las asperja de un polvillo reluciente.

Húmedo, fresco, suave y dulcemente agradecido.

Es entonces cuando Ismael percibe una molesta suavidad, un sosiego

desgarrante. Tranquilidad rotunda. Como en un ruego definitivo, lleva las manos al

rostro. Asustadamente, lo halla terso, compuesto y mejorado. Una cura raudal.

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Sanidad con el hacha. Abrupta. La angustia de lo serenio descargado con

violencia. Y una bendición terrible. Un grito agudo en el que encuentra su voz

articulada.

Las manos perfectas no entienden el abismo. Confuso, Ismael asume la

gracia. De la que fuera inconsistente, ajeno, desentendido. Pasivo a la

trascendencia. El milagro en la resignación. La salud recobrada en el tiempo de

renuncia. El milagro involuntario, sin deseo. Un don cansado, incomprendido.

Habilidad disipada, como de descarte. Lujo, en el sentido de suntuario y de

derroche.

Se siente firme, suave, lindo. Como si lo hubieran untado con crema de

leche. No puede volver a la caverna, sucia, maloliente, y sigue viaje, hacia no sabe

dónde. Ahora que tiene tiempo para partir.

Raúl

Ismael, dueño de un milagro incidental, peregrina, incomprendido. No

puede encontrar su lugar en el mundo. Antes perdía sus partes, ahora él es el

perdido.

Las hierbas suspendidas alimentan a la imagen de un demonio femenino

deslizante. Así, el eremita brinda de comer a su tentación. Milagro que distiende.

Cálida utilidad, precioso sosiego. Semillas entregadas al acaso. Errático signo de

divinidad.

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Belleza dedicada. Salmo humilde. Beso de tierra. Manos de barro. El

ermitaño es feliz cuando la escucha masticar sus jugos crepitantes. Aguarda la

hora en que se acerque como un secreto sostenido. Pecado bendito. Mies de

carne. Gracia pecadora. Devoción de la necesidad.

Suave, la tentación, que no vuela, camina con sus pies desnudos sobre el

musgo de la cueva.

Extasiado el peregrino de su contemplación, fiel a su ayuno persistente, no

toca una sola de las plantas comestibles que crecen a su alrededor. Las deja

florecer y romperse en otros aromas, más carnales y sensibles. Puede ver cómo

una mano femenina levanta la fruta frente a sí y la destroza, apretándola sobre la

palma dulce.

Sobre “O antiqui sancti”, de Hildegard von Bingen, por Anna Maria Hefele en

canto polifónico (02:33). https://www.youtube.com/watch?v=letfkSJ92Js

Fernando

El canto polifónico, o diafónico o de garganta, en el que el cantante o la

cantante emiten más de una nota a la vez, es una técnica desarrollada

milenariamente en el Asia Central.

Frecuentemente utilizada por los monjes tibetanos (“monje” literalmente

quiere decir “solo”, proveniente del griego “monachos”) para la pronunciación de

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mantras sagrados, y por el folklore tradicional de toda la zona de influencia de

Mongolia.

El sonido se produce directamente en la faringe, produciendo resonancias

que la frecuencia de las cuerdas vocales va seleccionando, o filtrando, dejando

intelegir sólo aquellas que sean necesarias para la producción de la melodía y el

contrapunto.

Sobre una nota fundamental, se destacan las reverberaciones que a la

manera por encima o por debajo de ella (sobretonos o infratonos) le permitan a la

misma voz emitirlos en consonancia.

La garganta canta, sin necesidad de articulación de palabras. Y produce un

sonido equidistante a la armónica de cristal, y al aullido.

Estamos escuchando, “O antiqui sancti”, de Hildegard von Bingen, por Anna

Maria Hefele en canto polifónico.

Daniel

Soledad silvestre, buscando un quién como a un dónde.

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Un racimo de soledades compone un secreto.

Una lluvia de soledades recupera la voz

Un recuerdo de soledades no puede asir el viento.

Un sendero de soledades compone una roca.

El árbol de la soledad crece hacia las raíces.

Los huicholes usan la soledad para reír. Sólo permiten dejarse ver riendo a

personas de su más cercana intimidad, ya que les parece amenazante la boca

abierta llena de dientes, y grosero el estallido de la risa.

Los levines usan la soledad para tomar decisiones. De acuerdo con la

importancia o trascendencia de la decisión es el lapso de tiempo durante el cual

permanecen solos, en cámaras públicas dispuestas a ese sólo efecto.

Los samudis usan la soledad para agradecer. Retribuyen cualquier acción,

dación o gesto generoso con un retiro allí mismo donde esa acción, esa dación,

ese gesto los conmuevan, permaneciendo en silencio y como fuera del mundo, en

homenaje a quien le deban el agradecimiento.

Los gumandris usan la soledad para protestar. Usan una suerte de

pequeños modulares, armados con unos biombos que cierran a su alrededor, y

con los que se presentan a la puerta o al interior del domicilio de la persona o

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institución contra la que se encuentran en disconformidad, y allí se quedan, hasta

que alguien consiga hablar con ellos.

Los jinates usan la soledad para la batalla. Conscientes de que la guerra

insume demasiadas vidas y recursos, los generales se retiran a una fortificación

en las afueras de sus ciudades y allí no sólo planean sino que desarrollan cada

uno de los detalles de cualquier pelea, y luego, vuelven a palacio y anuncian los

resultados de la contienda. Ha habido casos de batallas que duraron más de siete

años de soledad. Y de generales vencidos que nunca más regresaron de aquellas

fortificaciones.

Cada pueblo, historia, civilización, tiene su forma de obtener la soledad, de

retenerla y de cobijarla. Cada uno su forma de habitarla y desprenderla. A fin de

que la soledad tome el lugar del fuego en el silencio, de la canción en el olvido, del

relato en la distracción.

Raúl

Abrir la soledad es el modo infrecuente de ser sincero.

Abrir la soledad es el modo de atravesar cada uno de los hilos que

sostienen el vuelo. Hilos en tensión, frágiles y evanescentes. De los que asirse y

deslizarse, sin jalar ni eludir.

Danza de hilos en la fragua de los labios.

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Asaltado de voces o de tonos o de giros.

Que pugnan por hacerte eco de sus vuelos.

Por hacerte palabra de sus manos.

Daniel

Se hicieron estudios en la soledad, que permiten afirmar la existencia

indudable de una comunicación.

Excepto en el caso de la abominable soledad del poder, que es

constitutivamente arrasada por el yo, y la norma que lo usurpa todo, se han podido

hacer llegar desde una soledad a otra mensajes cada vez más complejos y a

distancias cada vez más alejadas.

Como en las moradas de Santa Teresa, en la que al mismo tiempo se

avanza hacia adentro y hacia afuera, tocando en lo profundo la piel de cada cosa;

o como en la metafísica de Macedonio, en el que un “almismo ayoico”, una

hermosa y diversa y siempre renovada alma sin un yo que la recorte, representa el

Universo; o como en la sentencia de Lacan, de ser en donde no se piensa… Se ha

detectado la posibilidad de un recorrido entre las ajenas soledades.

Un recorrido que tiene la forma de una raíz, pero cuyo recorrido reproduce

exacta aunque suavemente el tendido de las proyecciones de lava en el momento

de mayor erupción.

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Comenzamos, como en muchos de estos juegos, con una carta. A

diferentes personas, en diferentes lugares del mundo, sin conocimiento entre ellas,

se les pidió que eligieran una carta al azar, de todas las disponibles en el mazo

completo de poker, una vez que se sintieran completamente y absolutamente

solos. Todo lo que tenían que hacer era separarla del montón y destacarla de

cualquier manera, a fin de que a la mañana siguiente pudiera conocerse su

elección.

Por algún motivo, la primera noche fue el tres de corazones. Al día siguiente

el 9 de trébol, y al siguiente el as de diamante.

No importa en sí la secuencia ni siquiera el valor de las cartas elegidas. Esa

será tarea de supersticiosos y numerólogos. Nosotros nos quedamos con la

coincidencia. ¿Por qué la misma carta, en la misma noche?.

Sin embargo, al mediodía, cuanto más afirmada está la actividad centrada

en las habilidades de la vigilia, la misma experiencia no resulta sino muy contados

casos.

Raúl

La civilización productiva repugna de la soledad habitada. Sólo entiende la

desierta. Y esconde en la desierta, o manda a esconder y a encerrar todo lo que

pueda liberarla.

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Entonces el aturdimiento. La programación. La clasificación. El esto y

aquello. Para no escapar, te sigue. Te sigue con la ilusión de una absurda

actualidad. Te cerca. Te cerca con la mentida constatación de un individuo, una

naturaleza, y consecuentemente, una propiedad, una razón y un interés.

Ni te suelta ni te tiene. Te entretiene. Te entretiene del mismo y constante

modo en el que te

Vacía.

Daniel

La soledad desierta está llena de seguridades. Es completa, integrada,

precisa; sólida pura y orgullosa.

Se yergue soberana con su mañana vertical.

Se yergue amurallada con un derredor lleno de ausencias.

Segundo tema: “Memories of Green”, de la banda de sonido de Blade

Runner, por Fernando Ilucik en piano. (05:10)

Acabamos de escuchar “Memories of Green”, de la banda de sonido de la película

de Ridley Scott, basada en la novela de Phillip Dick, “Blade Runner”, por Fernando

Ilucik en piano.

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Fernando

La soledad habitada es pródiga en extrañamientos. Cuanto más lejos del sí

mismo, más intensa, plena y vasta es la soledad.

Así, somos seres reconstituidos. Armados con las mismas piezas que

desarman nuestros pasos.

Son esas piezas las que nos llaman. Desde cada silencio, olvido o

desconcierto. Nos llaman y estiran, a fin de que hagamos un lugar, un lugar que

nos permita saber del otro, estando solos.

Desde cada una de las desesperanzas, desde cada uno de los abandonos.

Desde cada precipicio, margen o intemperie. Notas sueltas de un acorde roto,

esparcido y arrancado.

Sonidos iniciales, vocales liberadas, hebras destejidas, colores desteñidos,

huellas disipadas, cuerdas derruidas. Tiran de nosotros, dándonos los nervios.

Voces descarriadas claman por nosotros, dándonos la boca.

Gritos descuidados piden por nosotros, dándonos el tono de los brazos.

¿Sueñan los otros con nosotros?

¿Hay esquirlas de nosotros en ellos?

¿Hay esquirlas de nosotros en sus sueños?

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Daniel

Somos las semillas, no los árboles.

Somos las semillas. Aéreas, busconas, dudosas e incipientes; esparcidas,

derivadas, flojas; volátiles, inhábiles, ansiosas y pacientes.

En el aire, por el agua, a ras de tierra, en el pico de un pájaro, sobre el

abdomen de la abeja, en la boca del murciélago, en el cuero

de la madera.

Somos las semillas, no los árboles.

Ignotas, corrientes, dispersas.

Nuestra raíz llevamos, expuesta y vulnerable.

Somos las semillas, no los árboles.

Preciosas, secretas, celosas e inconstantes.

Nuestra raíz expuesta reclama la sed.

Nuestras raíces expuestas son nuestra piel.

Raúl

Lo real comienza con la diseminación. Todo lo que puede desprenderse,

luego es verdadero.

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Esta voz que construye su silencio, que entra y sale de un huidizo

pensamiento.

Es todo cuanto de mí no es mío.

Es todo cuanto sé de mí.

Cierre

(Sobre “L´inverno” Segundo Movimiento – Antonio Vivaldi, por

IlGiardinoArmonico):

(Lento - Grave)

“Siguen vagando las palabras, criaturas del aire, harinas de tiempo, hurgando por

las cuerdas, y los labios y la boca, para vibrar de nuevo.”

En el próximo programa de “Vocerrante”,

Tocaremos el secreto.

Abriremos el secreto.

El secreto como una de las formas objetivas de la soledad

El secreto como uno de los modos de suspender el curso del tiempo.

El secreto como intriga, como indagación, como castigo y como regalo.