Viaje California, varios autores

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VIAJE A CALIFORNIA. DESCRIPCIÓN DE SU SUELO, CLIMA Y SUS MINAS DE ORO, POR ED. BRYÁND. CAPITULO PRIMERO. DESCRIFCION GEOGRÁFICA T POLÍTICA. SUMARIO. Croquis geográfico.—Instituciones políticas y sociales.—Rio Co- lorado.—Vega, y rio de san Joaquín.—Gobierno antiguo.—Pre- sidios.—Misiones.—Puertos y comercio. El territorio designado con el nombre dealta ó nueva California, se halla cerrado al Norte por el Oregon álos 42° de latitud septentrional, al Esle por las montañas pedregosas y ia Sierra de los Mimbres, con- tinuación de las mencionadas montañas; al Sur por la Sonora , y la antigua ó baja California, y al Oeste por el Océano'pacífico. Su eslension, de Nortea Sur, es próximamente de setecientas millas; del Este al Oes- te de seiscientas á ochocientas millas, y su superfi- cie de cuatrocientas mdlas cuadradas. Solamente una pequeña parle de esle vasto territorio se halla habi- tado y cultivado por gente civilizada; es la que se estiende á lo largo del Océano pacífico, sobre un es- pacio de setecientas millas de longitud, por ciento, ó ciento cincuenta de latitud, tocando, en un lado, la Sierra-Nevada y en otro el mar. El rio mas caudaloso de la alta California es el que lleva por nombre, rio Colorado. Este rio recorre un espacio de trescientas leguas y se precipita en el golfo de California. Poco ó nada podemos decir respecto de las regiones que atraviesa.'Segun el testimonio de los esploradores, casi todo su curso se halla encerrado entre montañas y precipicios, y sus riberas son en general áridas y arenosas: sus piincpales afluentes son el rio Grai.de y el rio Verde, los cuales bajan de las montañas pedregosas y del terriiorio de los Esta- dos-Unidos. La Gila desagua en el Colorado, cerca de la embocadura de este. El Colorado también recibe las aguas del Sevier y del rio de la Virgen. El rio de María, que no se halla consignado en ningún mapa, toma su origen á los 42° de latitud, y después de recorrer un espacio de cua- trocientas millas se pierde en el desierto. TOMO III. El Sacramento, donde se han hecho tan precio- sos descubrimientos por los mineros y el San Joa- quín , ostentan un curso de cuatrocientas millas. El primero de estos rios viene del Norle, y el segundo del Sur, y se arrojan ambos en la bahía de San Fran- cisco, regando enlre la Sierra-Nevada y las monta- ñas una estensa y fértil vega. Esta vega dice el doctor i Marsh, es sin disputa la mas hermosa de toda la Ca- j lifornia, y una de las mas magníficas del mundo. Tiene próximamente quinientas millas de longitud y cin- cuenta de latitud. Se halla rodeada, al Este, por las grandes montañas nevadas, y al Oeste por una cordi- llera de colinas. El San Joaqujn se desliza en medio de esta vega sobre un espacio de doscientas cincuenta millas, y después se vuelve al Este. A sesenta millas mas lejos y al Norte se encuentra la punta septentrio- nal del lago de Buena-Vista que cuenta cerca de cien millas de longitud y de diez á veinte de latitud. | Este lago recibe las aguas de una docena de rios I que tienen su origen en las montañas nevadas. El mas notable de estos ríos es llamado, por los españoles, El Beyes, y está situado en laestremidad septentrional del indicado lago. Sus orillas son mu» frondosas y sus aguas riegan un hermoso y fértil territorio. Rio arriba del San Joaquín, se deja notar desde luego, entre los rios que á este se unen, El Estanislao, claro y rápido torrente de cua- renta á cincuenta metros de anchura y muy profundo en su parte inferior. Cerca de su embocadura han constiuido los mormones dos ó tres casas y fundado un establecimiento con el título de Nueva-Esperanza. Las márgenes de este rio cuentan anchos trozos de terreno fértil y buenos pastos. Diez millas mas arriba se halla el Taivulomes, abundante en salmones, y á treinta millas de este último, el Merced, uno de l s principales tributarios del San Joaquín. El terreno que se estiende entre ambos rios y á lo largo del lago de Buena- Vista, ofrece en ciertos puntos escelentes pastos y en otros tierras de cult vo y recursos par<i quien se estableciera allí: fue esplorad'o deun modo imperfecto; pero es, á no dudarlo, uno de los mej res distritos del continente. En las llanuras que riegan los rios que U

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VIAJE

A CALIFORNIA. DESCRIPCIÓN DE SU SUELO, CLIMA Y SUS MINAS DE ORO,

POR

ED. B R Y Á N D .

CAPITULO PRIMERO.

D E S C R I F C I O N G E O G R Á F I C A T P O L Í T I C A .

SUMARIO. Croquis geográfico.—Instituciones políticas y sociales.—Rio Co­

lorado.—Vega, y rio de san Joaquín.—Gobierno antiguo.—Pre­sidios.—Misiones.—Puertos y comercio.

El territorio designado con el nombre dealta ó nueva California, se halla cerrado al Norte por el Oregon á l o s 42° de latitud septentrional, al Esle por las montañas pedregosas y ia Sierra de los Mimbres, con­tinuación de las mencionadas montañas; al Sur por la Sonora , y la antigua ó baja California, y al Oeste por el Océano'pacífico. Su eslension, de Nortea Sur, es próximamente de setecientas millas; del Este al Oes­te de seiscientas á ochocientas mil las , y su superfi­cie de cuatrocientas mdlas cuadradas. Solamente una pequeña parle de es le vasto territorio se halla habi­tado y cultivado por gente civilizada; es la que se estiende á lo largo del Océano pacífico, sobre un e s ­pacio de setecientas millas de longitud, por ciento, ó ciento cincuenta de latitud, tocando, en un lado, la Sierra-Nevada y en otro el mar.

El rio mas caudaloso de la alta California es el que lleva por nombre , rio Colorado. Este rio recorre un espacio de trescientas leguas y se precipita en el golfo de California. Poco ó nada podemos decir respecto de las regiones que atraviesa.'Segun el testimonio de los esploradores, casi todo su curso se halla encerrado entre montañas y precipicios, y sus riberas son en general áridas y arenosas: sus p i incpales afluentes son el rio Grai.de y el rio V e r d e , los cuales bajan de las montañas pedregosas y del terriiorio de los Esta­dos-Unidos. La Gila desagua en el Colorado, cerca de la embocadura de este.

El Colorado también recibe las aguas del Sevier y del rio de la Virgen. El rio de María, que no se halla consignado en ningún mapa, toma su origen á los 4 2 ° de lat itud, y después de recorrer un espacio de c u a ­trocientas millas se pierde en el desierto.

TOMO I I I .

El Sacramento, donde se han hecho tan prec io ­sos descubrimientos por los mineros y el San Joa­quín , ostentan un curso de cuatrocientas millas. E l primero de estos rios viene del Nor le , y el segundo del S u r , y se arrojan ambos en la bahía de San Fran­cisco, regando enlre la Sierra-Nevada y las m o n t a ­ñas una estensa y fértil vega. Esta vega dice el doctor

i Marsh, es sin disputa la mas hermosa de toda la C a -j lifornia, y una de las mas magníficas del mundo. Tiene

próximamente quinientas millas de longitud y c i n ­cuenta de latitud. Se halla rodeada, al E s t e , por las grandes montañas nevadas, y al Oeste por una cordi­llera de colinas. El San Joaqujn se desliza en medio de esta vega sobre un espacio de doscientas cincuenta mil las , y después se vuelve al Este. A sesenta millas mas lejos y al Norte se encuentra la punta septentrio­nal del lago de Buena-Vista que cuenta cerca de cien millas de longitud y de diez á veinte de latitud.

| Este lago recibe las aguas de una docena de rios I que tienen su origen en las montañas nevadas.

El mas notable de estos ríos es l lamado, por los españoles, El Beyes, y está situado en laestremidad septentrional del indicado lago.

Sus orillas son mu» frondosas y sus aguas riegan u n hermoso y fértil territorio. Rio arriba del San Joaquín, se deja notar desde l u e g o , entre los rios que á es te se unen, El Estanislao, claro y rápido torrente de cua­renta á cincuenta metros de anchura y muy profundo en su parte inferior. Cerca de su embocadura han constiuido los mormones dos ó tres casas y fundado un establecimiento con el título de Nueva-Esperanza. Las márgenes de este rio cuentan anchos trozos de terreno fértil y buenos pastos. Diez millas mas arriba se halla el Taivulomes, abundante en salmones, y á treinta millas de este últ imo, el Merced, uno de l s principales tributarios del San Joaquín. El terreno que se estiende entre ambos rios y á lo largo del lago de Buena- Vista, ofrece en ciertos puntos escelentes pastos y en otros tierras de cult vo y recursos par<i quien s e estableciera al l í : fue esplorad'o deun modo imperfecto; pero es , á no dudarlo, uno de los mej res distritos del continente. En las llanuras que riegan los rios que

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162 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. bajan de las montañas nevadas, se encuen t ran estensos b o q u e s de p i n o s , de maderas rojas y cedros . Todo el te r reno situado al Este del San Joaquín y de las aguas que unen á este rio con los lagos ha sido c a l i ­ficado por los mas per i tos , de muy á propósito para el cultivo de la vid , cuyo producto está llamado á ser u n i de lo- principales recursos agrícolas de la Ca l i ­fornia.

El r o de las Salinas desemboca en el Océano p a -cí f i&i , á doce millas de Mon'.erey. El llamado rio del Oso desemboca en el lago de la Sal. Los demás rios d e la Califor ia t ienen poca impor tancia .

A sesenta millas y al Nor te de la bahía de San F r a n ­c i sco , se encuen t ra una Laguna de la que no se hace mención en el mapa y que cuenta de cuarenta á s e ­senta millas de longitud. La:i l lanuras que la rodean son m u y fértiles y de. una b lleza increíble. Cerca de este lago está si tuada una montaña de azufre puro , y aquí y allí hay sur t idores de agua de Seltz y otros minera les .

Los nombres de las principales montañas pedregosas d é l a California s o n : Los Wahsalch , el Utah, la Sier­ra-Nevada y las cordilleras de la costa. Los Wahsatch son el límite oriental del valle i n t e r io r , formado por ambas montañas .

Hay en este valle numerosos ramales que se e s t i e n ­den al Nor te y al Sur y se hallan separados á una y otra parte por áridas l lanuras. La Sierra-Nevada se eleva mas que las montañas pedregosas y sus cimas es tán cubiertas de nieve co- s t an temente . Es ta sierra se es t iende como las cordi leras de la costa casi p a r a -lelam nte con la r ibera del Océano pacífico. La p r i ­m e r a se aleja del Océano á distancia de ciento á d o s ­cientas millas y la segunda de cuaren ta á sesenta millas. E n t r e ambas cordil eras se encuen t r a la región mas fértil de la California.

La California alta fue descubier ta en 1548 por el navegan te español Cabril o. En 1578 su distr i to sep­tentr ional fue visitado por Francisco Dralce, que le dio el nombre de Nueva-Albion. La California fue colo­n izada por los españoles en 1768 y formó una de las provinc ias de Méjico. Agitáronla d u r a n t e mucho t iempo numerosas revoluciones y no o b s t a n t e , hasta el año de 1 8 4 6 , época en q u e fue conquis tada por los Es tados-Unidos , permaneció sometida á la au­toridad de Méjico. En 1822 un escri tor español d e s ­cribía de es te modo el estado social y político de la al ta California.

Gobierno. La alta California, teniendo presente su poca ó débil población y no pudiendo formar un E s ­tado en la g r an república Mejicana, eslá clasificada de provincia y bajo la autor idad de un comandante gene ­ra l que ejerce las funciones de jefe político superior , cuyas atr ibuciones dependen por entero del p res i ­den te de la república y del congreso genera l . Sin e m ­bargo , para regular izar su propia legislación, esta p ro­vincia nombra siete d ipu tados , cuyas sesiones las pres ide el indicado comandante genera l . Los habitantes d 1 país se encuen t ran repar t idos ent re los presidios, l as ciudades y los establecimientos agr ícolas , desig­nados con el nombre de misiones.

Presidios. Estos han sido establecidos, según las c i rcuns tanc ias , para protejer la predicación apostólica. E l l lamado de San Diego es el pr imero que se es table­ció y á continuación los de Santa B á r b a r a , Monterey y San Francisco . Todos t i e n e n , con corta diferencia, la misma forma; son un cuadrado de doscientos met ros por fachada, formado por un débil m u r o de ladrillo de c u a t r o me t ro s de elevación.

Estos cuadrados encierran una capi l la , a lmacén, habi tación para el comandan te , oficiales y soldados, y ademas un cuerpo de guardia .

Como medio de defensa , en caso de agresión por los genti les ó indios salvajes, esta const rucción e ra suficiente en otro t i e m p o ; pero ahora que ya no son

de t emer los i nd io s , los presidios deber ían ser d e m o ­lidos. Estos edificios se arruinan por sí solos.

En la par te ester ior se elevan también edificios que con el t iempo formarán par te de ciudades impor tan tes . A una ó dos millas del presidio, y próximo á u n punto de d e s e m b a r q u e , se eleva un fuerte dotado de algunos cañones pequeños. Las posiciones de estos fuertes son m u y ventajosas para la defensa de los p u e r t o s ; pero sus muros y aspilleras son bas tante imperfectos.

Cada presidio cuenta para su guarnic ión con un escuadrón de ochenta h o m b r e s montados que se llama Cuera. Cuenta ademas con t ropas auxiliares y con un destacamento de ar t i l ler ía . El jefe del escuadrón desempeña las funciones de c o m a n d a n t e del presidio, y á mas de estas atr ibuciones mili tares y políticas es el encargado de todo lo que t iene relación con la mar ina .

Misiones. Se cuentan en el país ve in te y una cons­t ru idas en distintas épocas. La mas ant igua es la de San Diego, que fue establecida en el año de 1769 y se encuen t r a p r ó x i m a m e n t e , á dos leguas del presidio que lleva el mismo n o m b r e . La mas moderna es la de San Francisco Dolores, construida en 1822.

Los edificios de estas misiones no t ienen la misma es tension, y sí casi todos la misma forma. Están cons­t ruidos con ladrillo y con divisiones des iguales , s e ­gún las c i rcunstancias . La mayoría encier ran h a b i ­taciones cómodas para los religiosos, a lmacenes , g r a ­n e r o s , tal leres para los fabricantes de j a b ó n , para cur t idores y h e r r e r o s ; anchas azo teas , cuadras para caballos y ganado y habitaciones pa ra los niños i n ­dios de ambos sexos.

Todos estos establecimientos t ienen una iglesia bien construida y r i camente alhajada. A poca distancia del edificio principal está La Ranchería ó sea la h a b i ­tación de los indios. En algunas misiones esa Ranche­ría se compone de pequeñas casas de ladr i l los , c o r ­tadas por calles, y en otras los indios han conservado sus cos tumbres primitivas. Estos habitan en chozas de forma cónica que apenas t ienen cuatro met ros de d i á ­me t ro por t res de elevación. E n la construcción de estas chozas usan ramas que cubren con césped y en ella se ponen al abrigo del frió y de la lluvia. Según m i opin ión , estas chozas ó ba r racas son las q u e mas convienen á los indios por la facilidad con que las l e ­vantan en caso de necesidad. En frente de las Ran­cherías existen cuarteles ocupados por u n c a b o , cinco soldados y sus familias. Esta guarnición es suficiente para hacer frente á los a taques de los indios salvajes, y ademas de este servicio, presta el de la co r r e spon­dencia mensual y se encarga de conducir los despachos es t raordinar ios . Tedas las misiones de la California están encomendadas á los religiosos de la orden de San Francisco. El n ú m e r o de los que se hallan en el país es de veinte y s i e t e , la mayor pa r t e de mucha edad.

Cada misión t iene por adminis t rador á uno de estos rel igiosos, que ejerce en el es tablecimiento una a u ­toridad absoluta, y bajo su dirección se ejecutan todos los trabajos de ag r i cu l tu ra é industr ia , de tal modo que si la misión t i ene por jefe á un religioso intel igente y hábil, proporciona á los indios el bienestar y la p r o s ­per idad , asi como por el c o n t r a r i o , si está dirigida por uno inac t ivo , l anguidece y declina. El término de cada misión linda con la misión vecina y á pesar de no cul t ivar todo el ter reno de su término r e s p e c t i v o , se. r e se rvan , no obs tan te , su posesión con el fin de evitar que nadie se establezca en t r e ellas. Sin e m b a r g o , es probable que la necesidad de que se aumen ten las p ro­piedades par t icu la res , obligue al gobierno á tomar medidas que conciben los intereses genera les . El n ú ­mero de indios católicos que cont ienen las misiones, asciende á veinte y uno ó á veinte y dos m i l , mal repar t idos .

Hay misiones que cuen t an con t r e s ó cua t ro mil in­dios y otras apenas con algunos cen iena res . Exis te ,

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ademas, en las alquerías que dependen de dichos e s t a ­blecimientos , un número considerable de los no con vertidos al catolicismo. Los indios son por naturaleza sucios, indiferenles y de una inteligencia súmanmete l imitada. En ciertos trabajos no carecen de algún don de imi tación, pero sí carecen comple tamente de i n ­ventiva. De un carácter tímido y vengat ivo, se e n t r e ­gan fácilmente a la traición, y la ingrat i tud es también uno de sus defectos habituales.

Bien sea de resul las de los baños de vapor que t o ­man cont inuamente ó bien efecto de su falta de, l i m ­pieza ó á causa de lo poco que se airean sus habitacio­nes , lo cierto es que son débiles é ine r tes , y muy p r o ­pensos á los espasmos y r eumat i smos , asi como t a m ­bién á enfermedades causadas por sus cos tumbres livianas y l icenciosas. Asi se esplica que se cuen t en , ent re e l los , por cada partida de nac imiento , diez d e ­funciones. Los ii isioneros no omiten medio para cor­regir los defectos de los indios asi como para mejorar su estado físico y moral . Los productos de las m i s i o ­nes s o n : la cria del g a n a d o , el cultivo del t r i g o , del maiz , gu i san tes , habas y otros vegetales.

En las del Sur se cultivan ademas viñedos y o l iva ­res . De todos estos p r o d u c t o s , el mas lucrat ivo es el ganado , cuya grasa y pieles son objetos importantes de comercio para los buques estranjeros que fondean en la costa. La importancia de este comercio cuen ta apenas seis años ; pues an te r io rmente los directores de las misiones solo vendían una cantidad suficiente para a t e n d e r á sus necesidades, y n ingún part ido se s a c a ­ba de lo s o b r a n t e ; pero ahora los comerciantes es t ran-

su lozanía , atest iguan la bondad del clima. Las m u ­jeres d e aquel país se d is t inguen por su actividad, asi como por el celo con que llenan sus deberes de m a ­dres y esposas, y también por la decencia y pulcritud de sus trajes.

Puertos y comercio. Aquel te r r i to r io tiene cua t ro puer tos pr inc ipa les , cuyos títulos son los mismos que los de los presidios á que corresponden. El de San Diego es el mas resguardado ; pero el de San Fran­cisco es hermosísimo, lil de Santa Bárbara es to lerable en su época de b o n a n z a ; pero peligroso en todo lo res tante del año. E n t r e estas bahías de pr imer orden existen puntos en que los buques pueden fondear; pa r t i cu la rmente en Santa Cruz; San Luis Obispo; El Refugio , y San Pedro y Sun Juan.

El solo objeto que se proponen ios buques mercantes que t' can en los puertos de la California, consiste en ca rga r pieles y sebo , por cuyos cargamentos c a m ­bian géneros remotos . La plata es m u y escasa en la California, y la única moneda que allí se conoció, an ­tes de la emancipac ión , fue la española , que se e m ­plea en las t ransaciones frecuentes con Méjico. Tal e r a , hace t re in ta años , el estado de la California, se ­gún el escri tor español á que se refiere Mr. Bryant; pero Mr. Dupetil-Thouars ha publicado otros d e t a ­lles mas recientes acerca de aquel país , y creemos que nues t ros lectores nos a g r a d e c e r á n , sin d u d a , que les p resen temos un r e s u m e n .

Duran te el dominio de ¡os españoles , dice el i lustre mar ino ( 1 ) las dos Californias estuvieron m u y d e s ­cu idadas , y el gobierno de la metrópoli parecía que

joros compran al año de t re in ta á cua ren ta mil pieles I solamente concedía una importancia secundaria á a q u e -y . p róx imamen te , un número igual de arrobas d g ra sa ó sobo. Se cree muy probable que dentro de a l ­g u n o s años se doblará la' esportaciori de los mencio­nados géneros. También convendr ía mucho el a u m e n ­to de los producios del Uno, del vino, del aceite de oli­v a , del irigo y otras recolecciones agrícolas; pero sola­m e n t e se cultiva lo necesario para satisfacer las n e c e ­sidades de las misiones. i

Ciudades. T re s son las que existen a m a s de Mon- ¡ tare;/, y la mas populosa es la de Los Angeles que ] cuen ta con mil doscientos hab i t an t e s ; seiscientos la de San José de Guadalupe^ doscientos la de Branáfor- ; te. Las t res ofrecen un aspecto i r r egu la r í s ímo , pues los edificios fueron levantados por los habi tan tes , c o r a - . p lc lameute ágenos á toda idea de alineación , y con en- ; lera l ibertad en la elección de sitio. El p r imero de e s - I tos pueblosostá gobernado por u n a ' c a l d e ó j u e z , cuatro reg idores , un síndico y un sec re ta r io ; el segundo por :

un a lca lde , dos r eg ido res , un síndico y un secretar io: y el t e r c e r o , á causa de su escasa población, depende , del comandante de Monkrey, capital de la California, i y se comp ne de cuaren ta á cincuenta casas y de dos- i cientos habi tantes . Estos habi tantes son blancos , y | para dist inguirlos de los indios , se les llama la gente , de razón. El número de habi tan tes blancos de la alta ; California, inclusos los pres id ios , asciende p róx ima- j m e n t e á cinco m i l , los cuales se h a n trasladado allí desde Mégico en clase de colonos u n o s , y oíros en la milicia. En el corto espacio de c incuenta años ss ha formado esta generac ión , y los hombres b lancos , de que hablamos, son gene ra lmen te r o b u s t o s , vigorosos y muy á propósito pava el t r aba jo ; pe ro su buen deseo se estrella en ¡a dificultad que hallan para poder a d ­quirirse propiedades te r r i tor ia les .

La gente razonable, es de una fecundidad es t rema­da y difícilmente se e n c u e n t r a en t r e ellos un matr i ­monio de cierta e d a d , que no tenga de cinco á seis hijos, y muchos doce y q u i n c e , y á mas t ienen el placer de verse reproduc'idosen la segunda generación. Desconocidas en este país las enfermedades de otras regiones , ofrece u n a larga existencia á sus moradores , y se hallan con facilidad h o m b r e s que cuen tan cien años , y mujeres de edad bas tante avanzada q u e , por

lia hermosa posesión, guarneciéndola no mas que por espíri tu de rivalidad y pr ivando asi de ella á otro p u e ­blo. Parecía que desconocía su importancia agrícola, y se contentaba con nombra r l e gobe rnadores ; pero sin enviarle socorros ni subsidios. Abandonados los c o l o ­nos , se sostenían en t regados á sus propias fuerzas, pe­ro asistidos generosamente por las mis iones .

Debemos confesar que aquellas misiones han sido el pr imer e lemento de prosper idad mater ia l , y ei primer móvil de la civilización de la California, especialmente las de la alta California, que , gracias á la piedad, á la v i r tud y á la intel igencia de ¡os franciscanos que ¡as dir igían, merecen ser contadas en el n ú m e r o de los mas hermosos y nobles establecimientos con que se honra el genio del hombre .

Inmensos espacios de t ierra se desmon ta ron , y m u ­chos indios ind ígenas , e r ran tes y vagabundos en o t ro t iempo, iban á las misiones á inclinar su frente, á i lus­t ra rse , bajo la dirección de los i eligiosos , y á emplear sus brazos en trabajos út i les . Los unos se dedicaban al cultivo de los campos, de los j a rd ines , y a! cuidado de! ganado. Otros aprendían los oficios 'de aibañilería, carpinter ía y cu r t i do re s , mientras sus ¡lijos recibían una educación crist iana en el interior del edificio r e l i ­gioso. Muchas misiones tenían ren tas considerables , perfectamente adminis t radas , y los es t ranjeros ha l la ­ban en eilas una generosa hospitalidad. La unión de la California á la república mejicana produjo el abandono de las mis iones , tan p róspe ras , en la tilla California. P a r t e de ¡os rel igiosos, no habiendo quer ido r e c o n o ­cer al nuevo gob i e r no , hicieron dimisión de sus c a r ­gos, y otros mur ie ron . Muchas misiones perdieron la integridad de sus r e n í a s , y las que les quedan ca re ­cen de una buena adminis t rac ión , por cuyo motivo se hallan en un estado de decadencia fa ta l , y quizá i r ­remediable . La mayoría de los indios que se a l be r ­gaban en aquellos establecimientos se han vuelto al in te r ior , y en medio de las t r ibus salvajes han a d ­quir ido nuevamen te sus ant iguas cos tumbres depra­vadas y degüellan al ganado ¡levándoselo para a t e n ­der unas veces á sus necesidades y otras solamente por espír i tu de venganza.

(i) Viaje de ¡a Venus , 1.11. P a r í s ; Í8 Í0 . TOMO U!. í i *

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•!64 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. Las diferentes t r ibus de indios indígenas que p u e ­

blan el interior de la alta California, se r epa r t en el t e r r i to r io á la distancia de veinte á t re in ta leguas de la costa. Cada cual establece sus c h o z a s , ya en un s i ­tio , ya en o t r o ; pero s iempre en la l lanura y en pa ra ­j e s despejados para evitar cualquier sorpresa , eligiendo también sitios á propósito p a r a la pesca y la c a z a , en el límite de su distr i to. Cada t r ibu t iene su lenguaje pa r t i cu la r , á veces ininteligible para las t r ibus v e c i ­na s . Los indígenas se dist inguen por los signos con que se p i n t a n , y estos adornos les s i rven de d is t in t i ­vos para conocer e n t r e ellos la t r ibu y familia á que per tenecen . La general idad están m u y p o b r e s , poco cubiertos en inv ie rno , y en el verano"van desnudos comple tamente . Las mujeres indígenas visten una piel de gamo ó telas que fabrican con bril lantes p lumas y es de mucho abrigo; también confeccionan con plumas de varios colores adornos de cabeza y c in turones para sus j e fe s , y m u y presuntuosas en su tocado se a g u -gerean las orejas de modo que les sea posible llenar aquellos agujeros con pedazos de madera ó de hueso, que las sirven de alfileteros. También cuelgan de sus orejas trozos de conchas y de nácar , asi como b o t o ­n e s variados. Los indios establecidos cerca de las m i ­siones crian ganados y se dedican al cultivo de las p a ­ta tas : los demás se a l imentan con bellotas y con el p roduc to de la caza y de la pesca . El t e r reno que ocu­pan es abundante en c a z a , y las lagunas y los rios próximos abundan en pescado de varias clases. Las r iberas del mar están plagadas de mar iscos , e n t r e los q u e se deja no t a r el haliostis gigante m u y alimenticio y que suele ence r ra r en sus conchas preciosas pe r ­las . Los indios independien tes emplean en la caza t o ­do género de es t ra tagemas . Una de las mas i n t e r e ­santes es la que les sirve para la caza del ciervo. Se proporcionan la piel de una de estas reses adornada aun con su cornamenta , se dir igen á los puntos donde se cria ordinar iamente la m o s t a z a , cuya planta se eleva m u c h o ; y por los movimientos que imprimen á su cabeza se dir ia q u e t r i s can , imi tando con tan ta p rop iedad los movimientos de aquellos pobres anima­les que estos se aproximan sin n inguna desconfianza, y cuando están á t i r o , los indios les disparan sus f le ­chas; m a s si la herida que reciben no es mor t a l , con­c luye la caza porque el ciervo huye con toda la ban­dada . Los arcos que usan los na tura les de la California t i enen un m e t r o de l ong i t ud , y con mucha dificultad se dob lan , por cuya razón es mayor su pujanza y su a lcance. Las flechas construidas de maderas sumamen­t e l ige ras , t ienen de ochenta á ochenta y cinco c e n t í ­me t ros de longi tud. En una de las estremidades lleva u n trozo de vidrio volcánico en forma de lanza d e n t a ­da . La otra e s t remidad está adornada con cua t ro b a r ­bas de p lumas de diez cent ímet ros de long i tud , por quince mil ímetros de a l tu ra . Hay quien asegura que los indios envenenan á veces sus flechas, a lgunos d i ­cen que con el veneno de las s e rp i en t e s , y otros af i r ­m a n que con el j ugo de la y e d r a , muy ra ra en la alta California. Se dice que este veneno solo puede dar la m u e r t e al hombre y que el aire que pasa por a q u e ­llos campos influye pel igrosamente en ciertos ind iv i ­d u o s ; pero n ingún c a s o , has ta a h o r a , atestigua la rea l idad de este r u m o r . Los indios de la California son de u n color rojo y o s c u r o , el cabello negro y ap l a s t ado , los ojos p e q u e ñ o s , la boca g r a n d e , los p ó ­mulos salientes y el conjunto es túp ido . Su estatura es genera lmente m u y pequeña y casi todos están p i ca ­dos de viruelas . Las mujeres son por lo general feas y s u c i a s , pero sus den taduras son de una blancura admi rab le . Su cabello suelto les cae sobre la espalda y su t ra je se compone de u n refajo en forma de saco y p o r calzado un trozo de cuero de buey rodeado á los p ies . Es tos ind ígenas solo se ocupan en construi r cestas de un tejido bas tante tupido para contener el agua y cocer en ellas sus a l imentos : también fabr i ­

can ingeniosas c o p a s , adornando el in ter ior con p l u -m a s de diferentes colores y conchas nacaradas .

Desde que pasó Mr. Dupe t i t -Thoua r s á la Califor­n i a , la revo luc ión , cuyos pr imeros indicios t u v o o c a ­sión de v e r , se llevó á efecto. La California ya no a r ­r o s t r a r á , de aquí en ade lan te , las fatales c o n s e c u e n ­cias del ignorante y tu rbu len to gobierno de Méjico,, pues per tenece á los Es tados-Unidos . Mr. Bryant ha. sido testigo ocular de los úl t imos incidentes de esta revolución y ha unido su relato á los minuciosos y e s ­crupulosos detalles de su i t inerar io .

CAPITULO II .

DE LA NUEVA—HELVECIA Á LA MISIÓN D E S A N J O S É .

SUMARIO.

Salida de la Nueva-Helvecia.—El rio de Coscumr.e.—El rio de-Mickelemes.—El San Joaquín.—Los caballos montaraces.—Vi­ñas y ganado de la California.—Una señora de la California.— Ostras fósiles.—Esqueleto de una ballena encontrado en una montaña.—Misión de San José.—Demandaderos.—Jardines y quintas.—Almacenes.

El 13 d e se t iembre del ano de 1846 , y á ¡as t res d e la t a r d e , abandonamos la Nueva-Helvecia (1) p a r a dir igi rnos á San Franc isco . La caravana se componía del coronel Russe l l , de Mr. Mackec, de Monte rey , d e u n viajero, Mr. P icke t t , que habia venido del O r e g o n , y de u n cr iado indio. Después de haber caminado h a s ­ta que el sol se puso , por una l lanura cubier ta de v e r ­de césped , hicimos alto á la orilla de un lago próximo al r io l lamado Coscumne, uno de los t r ibutar ios de l Sac ramen to . Aquel r iachuelo r iega con sus aguas u n suelo m u y fecundo. Allí encont ramos el rancho ó h a ­bitación 3e Mr. Murphy, que se estableció allí hace dos años con su esposa é hijos. E n el espacio d e diez y seis meses se h a hecho erigir una casa cómoda con. todas sus dependencias . Nos enseñó su recolección, m u y h e r m o s a , y nos ofreció cuanta leche y m a n t e c a podíamos apetecer . Distancia: diez y ocho mil las .

14 efe setiembre.—A una milla de distancia de n u e s ­tro c a m p a m e n t o , a t ravesamos el Coscumne y p e n e ­t r amos en una l l anura cubier ta de magnífico césped y sombreada por ve rdes y e levados robles . A las t res-a t ravesamos El Mickelemes, t ambién t r ibu ta r io del Sacramento y acampamos en su r i b e r a , e n t r e f rondo­sos robles . El Mickelemes es mucho m a s ancho q u e El Coscumne. El suelo que se estiende por ambos lados parece m u y fér t i l , y los cerros se hallan cub ie r ­tos también de espesa ye rba , marchi tada por el o toño . Atravesamos campos de avena s i lves t re , cuyos g r a n ­zones se elevan á una al tura de cinco á seis p ies . E l criado indio fingía, ponerse m a l o , deseoso d e s e p a ­ra rse de nosot ros , y en , el momento en que obtuvo este p e r m i s o , almorzó a l e g r e m e n t e , montó á c a b a ­llo y huyó en dirección al fuer te . Después d e m e ­diodía le sus t i tu imos con un m a r i n e r o ing lés , l l a m a ­do Jack , que se dirigía á Monterey y se brindó á s e r ­virnos cíe cocinero y palafrenero "durante el res to d e nues t ro viaje. Una cant idad de l lores d e la es tación, de un amarillo m u y p u r o , b ro tan en las encan tadoras orillas del rio. D i s t anc ia : veinte y cinco millas.

15 de setiembre.—Asustados nues t ros caballos d u ­ran te la n o c h e , por la proximidad de ¡os o s o s , h u ­y e r o n . Hasta las diez nos ocupamos en buscarlos y cont inuamos n u e s t r a marcha al t ravés de una l lanura cubier ta de césped , d e avena s i lvestre y de bril lantes flores. Convenimos en que m u c h o s t rozos de aquel t e r r eno serian i nundados , sin ningún género de duda ,

(í) Es te establecimiento fue fundado por un colono su izo , el eñor coronel Su t l e r , que obtuvo del gobierno mejicano ana con­

cesión de terreno de treinta leguas cuadradas , y en ese terreno so bailaron las mas estensas minas de oro . Se encontrarán mas mi­nuciosos detalles , acerca de esta propiedad, en la noticia que pu­blicamos á continuación del itinerario de Mr. Bryant.

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VIAJE A ( 1 anua lmente . El cr iado se quedó at rás y le p e r d i ­mos de vista. Por la t a rde dist inguimos bandadas con­siderables de venados y de ciervos. La caza de t o ­das clases abunda en aquel la vega . Hicimos alto en u n a de las r iberas del San J o a q u í n , encendimos una h o g u e r a , y disparamos unos cuantos t iros de pistola con el objeto de hacer sabedor al criado del sitio que .nos ha l lábamos; pero no pareció.

-lfi de setiembre.—Jack llegó a r ras t rando á su fa t i ­gado caballo. Nos dijo que habia pernoctado en la l l a ­nura , y que temiendo cjue su caballo se le escapara , le habia tenido cogido por la brida du ran te toda la n o ­che. La anchura del San Joaquín es de cien me t ros ; pe ­ro nuestros caballos lo atravesaron sin grande dificul­tad, llegándoles el agua á los pechos . E n las orillas de este rio se elevan copudas y frondosas encinas , y á ca­da paso encont rábamos el ras t ro de los caballos m o n ­taraces , de los venados y alces.

Un cazador t endr ía allí ocasión de lucir su des t reza y satisfacer su afición.

Al medio dia a t ravesamos muchas lagunas s e m b r a ­das de cañavera le s , designadas con el nombre de fu ­lares. A cierta distancia nos hicieron aquellas e! efecto de campos sembrados de trigo m a d u r o . Un mes antes nos hubiera sido imposible seguir tal r u t a , pero e n ­tonces estaba bas tante seca. Creo que este punto se­r ia muy á propósito para arrozales y pa ra el cultivo de la caña dulce. Siguiendo nues t ra marcha por la l lanu­ra , tuvimos ocasión de ver bandadas de caballos salva­jes y de ciervos que at ravesaban la vega. Nada hay mas hermoso que ver una de estas legiones de caballos montaraces divididos en bandas do dos ó t res cientos. Al aproximarnos á ellos, se adelantaban para cerc iorar­se de quiénes é ramos y después hu ían con la rapidez del r e l ámpago , deteniéndose m u y p r o n t o , é inclinan­do con gracia su cuello. Repetida esta maniobra al­gunas veces, se lanzaban al escape detrás de las ondu­laciones de la l l anu ra , donde desaparecían. Los c i e r ­vos, en mayor número y en bandas de dos mil lo menos con sus enormes astas presentaban un a s p e c ­to sumamente pintoresco. Nos acercamos á ellos hasta l a distancia de unos c incuenta m e t r o s , sin que se a la rmasen . El buey en la California, es de t an e s -quis i ta calida;! y tan b a r a t o , que se desprecia su c a r ­n e , asi es que el ciervo y el alce se hallan un poco domesticados y no h u y e n , hasta tanto que la p rox i ­midad del viajero es muy poca. Llegamos m u y fatiga­dos al r ancho ó posesión del doctor Mr. Mar sh , que ocupa una posición muy románt ica al pié de una mon­t aña , la mas elevada de la cordillera que separa la vega de San Joaquín de la l lanura que rodea la bahía de San Franc i sco . Esta mon tana se llama El Diablo.. Cuando la atmósfera está despe jada , se la ve desde m u c h a distancia. La casa de Mr. Marsh es de un piso solo, dividido en muchas p iezas ; una ó dos mesas , a lgunos bancos y una cocina es todo el mueblaje de que se compone . Tales son las privaciones á que t ienen for­zosamente q u e res ignarse los que van á fijarse en aquel país .

Mr. Marsh es un letrado m u y instruido que desdo la Nueva-Inglaterra fué á establecerse allí hace de sie­t e áocho años.

Obtuvo la concesión de un trozo de t e r reno , y á pe­sar de los a taques de los indios m o n t a r a c e s , que m u ­chas veces le robaron par te de sus g a n a d o s , ha l l e ­gado á afincarse de un modo muy du rade ro , y cuen ta en su r ancho dos mil cabezas de ganado , que aumen tan todos los anos. He visto cerca del edificio un huer to sembrado de diferentes l e g u m b r e s , y una estensa viña cuya uva es la mas delicada y sabrosa que he probado. Esta uva , de origen eslranjero , fue introducida en el país por los religiosos, y el suelo y el clima de la Cali­fornia la han mejorado. Se ven racimos d e esa uva que t ienen diez pulgadas de longi tud y que pesan a l ­gunos m u c h a s l ibras. El grano es de u n t amaño m e -

AL1FORN1A. 16;; d i ano , y de u n color de pú rpu ra o s c u r o ; y su piel tan de lgada , que se deshace en la boca. Esa viña r e ­c ien temente p lan tada , ha dado ya varios toneles de vino. Allí bebí por p r imera vez aguardiente del pa ís , y su gusto es a g r a d a b l e , promet iendo ser con el t i e m ­po tan superior como el de F ranc ia . Mr. Marsh m e

i dijo que sus t ie r ras de secano habían dado u n ciento por c iento. En el mes de jul io dos ó trescientos c o -

I lonos de la Amér ica del N o r t e , mujeres hombres y ! niños vinieron á es te distrito en busca de t e r r eno dori-I de establecerse. Los conducía el capi tán G r a u , q u e

a t ravesó ocho veces consecutivas las m o n t a ñ a s p e -• dregosas y que en varias espediciones de cacería es ­

ploró toda la región si tuada en t re los E s t a d o s - U n i -i dos y el Océano Pacífico. Completamente ocupada la

casa de Mr. M a r s h , nos vimos obligados á do rmi r ! en u n cobertizo , de cuyo techo colgaban cuar tos de ] buey tan apetitosos que cualquier gas t rónomo se h u -1 hiera entus iasmado al verlos. E n n inguna par te h e | visto reses tan hermosas como las de la California,

tan to que ni en los Es tados-Unidos se encuen t ran tan : g randes . Pas tan duran te el año entero como los caba­

llos , y se a l imentan con yerbas de varias clases y de : mucho al imento que engordan al ganado vacuno y i pres tan brio á los caballos que l laman la atención por ' la s imetr ía de sus proporciones y por su vigor . | 17 de setiembre.—En este país la t empera tu ra de la | mañana es sumamen te agradable . Después de nues t ro

a l m u e r z o , que se compuso de pan caliente y ca rne de ; vaca aliñada con p imentón, fr i jonesyeafé, subimos á la i c u m b r e de una mon taña , acompañados de Mr. Marsh, i desde cuya a l tura se ofreció' á nues t ro s ojos una v í s -: ta magnífica.

E n las cumbres y ga rgan tas de las mon tañas , el ce­d r o , el pino eomun y el si lvestre elevan sus m a g e s -tuosas copas á una distancia de diez m i l l a s ; el San Joaquín aparece rodeado de un bosque de rob les , s i ­c ó m o r o s , y otros a rbus tos . La l lanura está cubier ta de r e b a ñ o s , unos paciendo la verde y abundan te y e r ­b a , y otros reposando á la sombra de los árboles. E l conjunto ofrece á la vista un delicioso paisaje. A las t res de la t a rde nos separamos de Mr. Marsh y al a n o ­checer l legamos á la morada de Mr. Rober t L i v e r m o -r e , que nos recibió amis tosamente y nos condujo a las principales habitaciones de su casa , compuesta de piezas edificadas en diferentes épocas. Allí habia s i ­llas, y vi por la p r imera v e z , desde mi llegada á la Ca­lifornia , un armario sur t ido de ja r rones de China. Se nos ofreció a g u a r d i e n t e , azúcar y a g u a , con l o q u e refrescamos. Las pa redes es tán cub ie r tas de cuad ros y grabados i luminados con colores verdes y azules , que represen taban la V i r g e n , y muchos santos , cu­yas imágenes son muy veneradas en t re los católicos del pa í s . En la e s t r emidadde esta sala se veían dos c a ­mas cubier tas con colchas blancas y a lmohadas q u e afrentaban la blancura de la nieve. Hacia algunos m e ­ses que no veía cosa que se le pareciera . La mesa que nos pus i e ron , cubier ta con un mante l m u y limpio, fue servida p r imero con la ca rne y el p i m e n t ó n , des ­pués los fr i jones, ácon t inuac ión p a s t e l e s , y ú l t i m a ­mente escelentes tazas de t é .

Hace m u c h o tiempo que no gozábamos de tanto bienestar . Tre in ta años lleva Mr. Livermore de ha­llarse establecido en Cal i fornia , en donde hizo una rica boda, y posee un ancho y fértil t e r r eno . Un a r ­royo, a l imentado por varios manan t ia les , atraviesa su r ancho y podría r ega r , á poca costa, mil ó dos mil fa ­negas de t i e r r a . Para el cultivo del m a i z , las patatas y l e g u m b r e s , el agua es nece sa r i a ; pero no para el cultivo del t r igo . Mr. Livermore posee t res mil q u i ­nientas cabezas de g a n a d o , y du ran te las revolucio­nes del país le fueron sustraídos y robados un núme­ro considerable de caballos por los indios. Tiene en sus corrales a lgunos centenares de carneros cuya ca r ­n e es e s c e l e n t e ; pero la lana es de mala cal idad, sir—

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'.(Vi MUEVO VIAJERO UNIVERSAL. viendo solo r a ra las manufacturas que se confeccionan en el país. Los cerdos snn de una calidad de p r ime­ra c l a - e ; pero el ganado vacuno es tan abundan te , que los na tura les do California no se ocupan de su u t i l idad , tan esencial en otras par tes y de tantos r e ­cursos . La esposa de Mr. Livermore es la pr imera híspano-americana que lie visto desde que l legué . Lleva u n a bata blanca sujeta con cierto abandono á la c i n t u r a , sin mas adornos que algunas s o r t i ­jas. Desdo que penetramos en su casa nos admiró el fuego de sus l íennosos ojos n e g r o s , sus cabellos, como la e n d r i n a , la gracia y soltura de sus mane ras , y el encanto de su conversación , m u y característ ico ó.n las mujeres españolas . Sus bonitos hijos revelan una inteligencia no tab le , y uno do ellos me ofreció una cesta construida con ciertas ye rbas , y adornada e n n p lumas de. vivísimos colores , notable modelo del ingenio d e los indios. A las diez de la noche gozamos , después de mucho t i empo , el placer de d e s c a n s a r e n una cama con colchones , sábanas b lancas , y a lmoha­d a s ; pero este placer era turbarlo por la idea de que los h u é - p e d e s , al cedernos sus lechos , se veian ob l i ­gados á refugiarse fuera de su morada habitual en la -piazsa.

i 8 de setiembre.—Acaban de t rae r un toro delante de la casa para matar le . Véase cómo llevan á efecto esta frecuente operación. Un vaquero ó caballo, p r o ­visto de un lazo, se dirige á la dehesa y después de haber elegido la r e s , le lanza á las astas el lazo que sujeta á la silla del caballo. Mientras la res lucha de una manera violenta para alcanzar su l ibertad perdida, el vaquero se ocupa solamente en hacer girar á su c a ­ba l lo , para l ibrarle de los a taques clel furioso a n i ­mal . Después de una lucha i n ú t i l , el toro se deja c o n ­ducir al sitio de la ejecución. Entonces el vaquero le lia las palas con su lazo y ie obliga á desplomarse, hundiéndole en el cuello el cuchil lo, que llevan cons­tan temente . El animal espira repen t inamente y en breve descuar t zado . la ca rne se cuece ó se asa. Coger con lazo y degollar á las roses es el ejercicio favorito de los habi tantes de la California, ejercicio que des­empeñan con una destreza admirable . Los montones do huesos esparcidos por los a l rededores de la casa prueban la matanza que alli se hace de esos c u a d r ú ­pedos y la eno rme cantidad de ca rne que se c o n s u ­m e . Mr. Livermore m e enseñó una car re tada de ostras fósiles, con las que t ra ta de hacer cal . A l ­gunas de las conchas tienen ocho pulgadas de long i ­tud y una anchura y espesor proporcionados. Estas os t ras provienen de la c u m b r e de un cerro plagado de ellas. Mr. L ivermore me enseñó también par te de uu esqueleto de ballena encontrado en la cima de una montaña elevada á mas de mil pies sobre el nivel del mar . La esplicacion de cómo se hallaba aquel fenó­meno en semejante a l tura es cosa que corresponde á los geólogos.

A las nueve de aquella mañana nos despedimos de Mr. Livermore y caminamos á lo largo ele una l lanura , donde pacían numerosos rebaños que huian corno ga­mos al aproximarnos; á continuación ganamos la a l ­tura de cerros cubier tos de avena silvestre hasta sus c u m b r e s , y de cierto césped que se ostenta verde y lozano todo el año . Rebaños esparcidos por los c e r ­ros pacen una vegetación abundant í s ima ; los a r r o ­yos de sus cañadas hacen oir su dulce murmul lo al t ravés de, frondosos encinares y de inmensos a rbus ­tos. Mas lejos , se ofrece á nues t r a vista un puen te e l egan temente c o n s t r u i d o , y desde la c u m b r e de es­tos ce r ros se dist ingue el ala derecha de la bahía de San Franc isco , y una vega que va declinando h a s - j ta la orilla del m a r , y que t iene una estension de diez j á doce millas. ' ¡

Un es t recho sendero nos conduce á la misión de San j José, al t ravés de hi leras de cabanas habi tadas en ot ro t iempo por mil lares de indios activos y laboriosos , y ;

ahora completamente desiertas y a r ru inadas . F r e n t e á estas viviendas abandonadas se eleva la iglesia y los dos edificios que ocupaban los religiosos cuando el establecimiento se hallaba en el lleno de su p r o s ­per idad. Todas las puer tas y ventanas estaban h e r ­mét icamente cerradas. Encon t r amos dos fra: ceses vestidos de marineros que conducían una carga de c a ­misas o rd ina r i a s , m e d i a s , pan ta lones , ar t ículos m e ­nudos y aguardiente . E ran comerciantes a m b u l a n t e s .

Como nos resolvimos pasar la noche en aquel p u n ­to p regun tamos á los franceses si conocían a lguna familia que se encargara de darnos de c e n a r : y nos indicaron una casa si tuada en la p l aza , á la cual nos dirigimos acto cont inuo. La dueña de la mencionada casa, horr ible y asquerosa mues t r a del bello sexo , se hallaba en el umbral de su p u e r t a y nos hizo e n t r a r en una habitación llena por un lado de pieles cu radas ; y por el o t ro de un montón de t r igo. El mueblaje s e componía de dos sillas, de las cuales una , mas alia que la o t r a , parecía dest inada á servir de mesa. Dijimos a aquella mujer que deseábamos cenar y pasar la noche en su casa, y nos contes tó : «Está b ien , señores ,» p e ­ne t rando en su cocina que respiraba una falta de l i m ­pieza r epugnan te . Apenas t rascurr ie ron algunos i n s ­t a n t e s , nues t ra patrona nos sirvió un trozo de ca rne aliñado con pimentón , unas torti l las y café; pero no­nos pudo proveer ni de cuchil los, ni do c u c h a r a s , n i de t e n e d o r e s , suplicándonos que la d i spensá ramos , y pre tes tando que era escesivamente pobre . A f o r t u n a ­damente estábamos habituados á sust i tu i r con los d e ­dos el t enedor , á causa de otras situaciones análogas.

Pe r t enecen á esta misión dos hue r t a s cercadas y p lantadas de frutales y cepas . Una de estas huer tas encierra cerca de seiscientos perales y una cant idad eno rme de manzanos y albaricoques agobiados p o r su fruto. Las peras son escelentes , pero las manzanas y los albaricoques t ienen un sabor mediano. Es tas huer tas se r iegan con el agua que baja de las m o n t a ­ñas vecinas . Muchos acueductos t raspor taban en otro t iempo el agua á las estensas propiedades de la misión; pero al p resen te , las t ierras están incultas y los a c u e ­ductos secos.

Las construcciones de la misión ocupan cincuenta fanegas de t i e r r a , y las chozas de los indios son de­forma cuadrada y maciza, con u n solo piso, dividi­do en dos p i e z a s , de las cuales una mira á la calle y la otra da á un patio ó cor ra l . Los pr incipales edificios t ienen dos pisos, largos corredores y e s ­pesos m u r o s , aunque si no reedifican sus techos m u y pronto se a r ru ina rán . En t ramos en grandísimos a lma­cenes donde yacen arr inconados los ins t rumentos y máquinas q u e servían en t iempos pasados pa ra la fabricación de las telas de lana. Por todas pa r t e s ei abandono y la falta de limpieza han susti tuido á los be ­neficios y á los encantos de la vida act iva. Sus a n c h í ­simos graneros atest iguan perfectamente la pasmosa fertilidad de aquel suelo en la época en que se cul t iva­ba, bajo la dirección entendida de los religiosos. T a m ­bién vimos la cárcel dividida en dos v iv iendas , una de ellas con una sola claraboya en el m u r o , y la otra p r i ­varla ele la luz y del a ire . Los ins t rumentos que s e r ­vían para el castigo aun se conservan en aquella p r i ­sión. Quise ver la iglesia, pero estaba cer rada y nadie, sabia el paradero de la l l ave ; me pareció que tenia de ciento á ciento ve in te pies de long i tud , por t re inta ó cua ren ta de ancho. Al regresar de nuest ro paseo, e n ­cont ramos á nues t ra huéspeda al lado de una mujer-anciana á quien llamaba m a d r e , y varias indias v e s t i ­das con el traje ma< l ige ro , de manera q u e , dejando ver sus cuerpos empolvados , presentaban un aspecto muy desagradable. Apenas se concluyó la c e n a , n u e s ­tra patrona nos dijo que aquella noche esperaba á su mar ido , y que llevaría muy á mal encont rar e s t r an j e -ros en su casa, por cuya razón habia t rasportado n u e s ­t ros efectos á una de las habitaciones del es t remo

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opuesto de la plaza. Es tas habitaciones, que habian ser­vido de corral á toda clase de an imales , exhalaban un hedor insoportable, pero las l impiamos como Dios nos dio á e n t e n d e r , y en el sitio que nos pareció mas l i m ­pio pasamos la noche . (Distancia diez y ocho millas).

CAPITULO III.

DE SAN JOSÉ Á SAN FRANCISCO.

SUMARIO.

Enjambre de insectos.—Salida de la misión.—Una familia deviaje-—Pueblo de san José.—Vega del pueblo.—Arquiteclura Califor-niana.—Fruta de ios trópicos.—Salas de juego.—Misión de san­ta Clara.—Efecto 6 consecuencia de un gobierno malo.—Bondad de las mujeres de California.—Misión de san Francisco .—Cu-dad de san Francisco.—Muchachas y muchachos.—Comercio de ia California.—Estorsiones del gobierno.

19 de setiembre.—Multitud de indios h a n llegado anoche y esta mañana á la mi s ión , y en t r e ellos el m a ­r ido de n u e s t r a p a t r o n a , que se ha mostrado m u y afectuoso con nosotros .

Mientras Jack ensilla y carga las m u í a s , los indios nos rodean y nos invitan á que aceptemos sus c a b a ­l los , á cambio de t ra jes . Algunos de ellos los n e c e s i ­tan bas t an te ; pero no era regular que les cediéramos los que l levábamos pues tos . Su empeño acabó por ser i m p o r t u n o , á causa del mal h u m o r que m e d o m i n a ­b a , pues las p u l g a s , las chinches y otros insectos no me habian dejado reconcil iar el sueño en toda la no ­che . Las misiones ar ruinadas crian mil lares de i n s e c ­tos terr ibles . Cuando logran pene t ra r en la cama ó en los vestidos de sus v íc t imas , no capitulan por nada del m u n d o , y ¡ ó la sangre ó la m u e r t e ! E>ta es su di ­v i sa , y uno se ve obligado á declararles una guer ra de es terminio . A pesar de la pobreza que afligía á nues t ra p a t r o n a , r ehusó el precio de la hospitalidad que nos habia d a d o , y so lamente , después de muchas ins tancias , aceptó un dollar de cada uno, y nos apretó cordialmente las manos con tono afectuoso: «Adiós.» Desde la misión de San José al pueblo del mismo n o m ­b r e , hay una distancia de quince mi l l as , y u n a l l anu­r a muy fértil que produce g ran cantidad de plantas, en t r e las que noté diversas clases de alfalfa y m o s t a ­za, cuyos granzones t ienen de seis á diez pies de a i s -t u r a . Es ta a l tura está regada por arroyos festonados de encinas frondosas y lozanas y otros árboles.

Siguiendo nues t ro c a m i n o , hal lamos una car re ta de v ia je , llena de mujeres y n iños . Es ta ca r re ta es uno de los vehículos mas ordinarios que he visto d u ­r a n t e mi vida. Las r u e d a s , que t ienen dos pies y medio de d i á m e t r o , poco mas ó m e n o s , están formadas por t ransversales un idas unas á o t r a s , median te atadijos cub ie r tos de pieles . Es tas ca r re ta s son t i radas por dos bueyes , y guiadas por un vaquero montado. Detrás de este bagaje venian dos br idantes caballeros con s o m ­brero ancho , chaqueta de un color vivo, calzones blan­cos , bot ines y zapatos de cuero sin c u r t i r , os tentan­do á la vez enormes espuelas .

La comitiva hizo alto al e n c o n t r a r n o s , y aquellas gentes , quitándose sus pesados s o m b r e r o s , nos a p r e ­ta ron la mano d ic iéndonos : « S e ñ o r e s , buenos dias.» Las muje res que venian den t ro del carruaje nos d i r i ­gieron el mismo saludo. Es t a s mujeres eran mas o r ­dinarias que los gineles de los s o m b r e r o s : su c u ­tis moreno o s c u r o , y sus trajes de telas sumamen te ordinarias . Los niños eran m u y hermosos y todos e s ­taban sentados á la oriental den t ro de la ca r re t a .

Al mediodía l legamos al pueblo de San J o s é ; pero como en la California no hay fondas ni casas de h u é s ­pedes, nos costó m u c h o encon t r a r una habitación. Por fortuna el capitán F i s b e r , natural de Massachtisets, y establecido en este país desde hace veinte a ñ o s , nos ofreció su casa , y nos hizo servir una comida soberbia, acompañada de diferentes vinos del ¿país y otros l i - j

cores . Gracias á la acogida hospitalaria del capitán y de su amab 'e s e ñ o r a , lo pasamos allí como si nos h a ­l láramos en el seno de nues l r a familia.

El pueblo de San José e: cierra de setecientos á ocho ' ien tos vecinos, y está siluadu en la vega, á quin­ce millas al Sur de San Francisco. P o r un canal n a ­vegable los buques de cierta cala se pueden aproximar á una distancia de cinco ó seis mi l l a s ; y en a 'guoas épocas la l lanura que se est iende en t r e el e m b a r c a ­dero y el pueblo se inunda . La v e g a , que es de una estension de ochenta á cien millas de longi tud, y vein­te p róx imamente de l a t i t ud , está regada por el rio d e Santa Clara y varios a r r o y o s , y es sin disputa la m a s fértil y pintoresca de toda la California. Nada he v i s ­to jamás que supere á su fertilidad, á sus variadas pro­ducciones , al encanto de sus puntos de v i s t a , ni á la bondad de su clima. Si esta l lanura es tuviera r egu la r ­men te cu l t i vada , produciria lo necesario para la m a ­nutención de millares de almas. Los edificios de la po ­blación son de muy mala construcción y se elevan acá y allá sin n inguna s imetr ía . La iglesia se halla s i tua­da en el centro del pueblo y parece , mas que un t e m ­p lo , una granja ó alquería holandesa.

Algunas cañer ías conducen y dis t r ibuyen por los barr ios del pueblo el agua de Santa Clara. Millares de cortapicos invaden las plazas y sitios soleados de la población; su color es escuro y su tamaño poco m a s ó menos como el del cortapicos común . Estos insectos abandonan sus estrechos agujeros y cor ren l i b r e ­men te al aire l ibre . Casi todos los vecinos de San José son indígenas y t ienen sus propiedades en la vega ó en sus r a n c h o s , pero su huer ta y morada en el p u e ­blo. Por la ta rde visi tamos una de estas hue r t a s l lena de p e r a l e s , na ran jos , h i g u e r a s , manzanos y enormes cepas , que ostentan colosales y esquisitos r ac imos . Desde allí nos dirigimos á ver un molino de t r i go , construido por un f rancés , que gana mucho con él.

El pueblo de San José es u n o de los mas ant iguos establecimientos de la alta California. Mr . F isber nos enseñó una casa construida con adobes hace ochenta ó cien a ñ o s , y que aun se conserva en un estado e s -ce len te .

La guarnición del pueblo se compone de mar ine ros de los Estados-Unidos y voluntarios enganchados e n ­t r e los colonos amer icanos . Esta t ropa está m a n d a d a por el capitán Montgomery , comandante de una cor ­beta de los Es tados-Onidos . Al anochecer pene t ré en a lgunas t a b e r n a s , donde mujeres y hombres reunidos jugaban á los naipes . El juego en la California es un vicio general sin distinción de sexos. Los que t u v e ocasión de ver m e parecieron m u y tranquilos por pa r ­te de los na tura les . Los votos y los lernos eran profe­ridos por los estranjeros. Los pr imeros tenían una r e ­signación estoica cuando la suer te no los favorecía; pero los últ imos exhalaban su cólera por medio de mal ­diciones y j u ramen tos impíos.

2 0 de setiembre.—La m a ñ a n a está fría y el cielo lleno de n u b e s ; pero á las nueve el sol las disipa y el cielo aparece de nuevo sin una mancha . A las once salimos de San José en dirección á San Francisco q o e dista sesenta millas. Los naturales salvan á caballo es ta distancia en seis ó siete h o r a s .

Santa Clara está á dos leguas de la población q u e hemos abandonado . Una magnífica alameda nos c o n ­duce á este es tablecimiento. El objeto de los religiosos al p lantar la indicada a l ameda , fue proporcionar s o m ­bra á los q u e , desde San José , iban á oír misa á la iglesia de aquella misión. La misión de Santa Clara no es tan g rande como la de San José ; p e r o , en cambio, sus edificios y sus obras se encuen t ran , gene ra lmen te , en mejor esi'ado. E n t r a m o s en la iglesia que casua l ­m e n t e estaba ab ie r t a , y v imos sus paredes cub ie r tas de grabados ordinar ios , y cuadros también muy o r ­dinar ios .

El pulpito estaba cubier to con mul t i tud de imágenes

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168 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. y adornos simbólicos. Por todas partes veíamos a d o r ­nos de papel dorado y de ta lco, dispuestos de una m a ­ne ra bá rba ra ; pero que una vez a lumbrado el t emplo , d e b e r á n producir un brillante y sorprendente efecto.

E l r ico t e r reno que rodea esta misión, está c o m p l e ­t a m e n t e abandonado, y el único ras t ro de cultivo que se ofreció á mi vista, fueron varias plantas traídas de climas templados y regiones tropicales; pero aquellas p lantas degeneran ó se pierden por falta de cuidado. La decadencia de un establecimiento t a n próspero en ot ro t i empo, y situado en tan hermosa y fértil comar­c a , e s , para el v ia je ro , un t r is te espectáculo y un g rave motivo de censura para el gobierno que r ige los desiinos de aquel país. Duran te a lgunas ho ra s c a m i ­namos por u n a l lanura sembrada de á rbo les , avena s i lves t re , yerba y mostaza. En algunos sitios esta ú l ­t ima planta c rece con tal f rondosidad, q u e nuestros caballos encont raban un obstáculo grandís imo, y sola­m e n t e á fuerza de trabajo logramos atravesar . Un s innúmero de pájaros vuelan de rama en r a m a , e n t o ­nando cantos armoniosos . Hicimos alto á la puer ta de una cabana para que nuestros caballos descansasen, y t o m a r nosotros un poco de al imento. El capitán F i sber t uvo la precaución de mete r en un saco para nosotros, q u e s o , carne asada , y u n frasco de aguard ien te .

En la cabana encontramos m u c h a l imp ieza , y una mujer joven y agradable . Con una soltura y una g r a ­c i a , muy na tura l en las mujeres españolas, nos dirigió el saludo siguiente. «Buenas tardes, señores caba­lleros.» La pedimos agua , la que nos fue presentada al momento i n un ja r ro de barro. Colocamos nues t ras provisiones sobre la m e s a , é invitamos á aquella m u ­j e r á que las compartiera con noso t ros ; lo que hizo sin cumpl imien to , dándonos las gracias por n u e s t r a fina atención. No hay mujeres que deban mas á la n a t u r a ­l eza , y menos al a r te y á la educac ión , que las e s p a ­ñolas americanas de las costas del Océano Pacífico. Su t r a to encierra la dignidad de una re ina , contras tando sobremanera con sus trajes de sencillas aldeanas. No son he rmosas ; pero la i r regular idad de sus facciones está muy compensada con la gracia y sol tura de sus movimientos , asi como por la espresion de sus h e r m o ­sos ojos negros . Mientras hacíamos colación en c o m ­pañía de nuestra amable huéspeda, una cabalgata en t ró en el corral i recedida de dos vaqueros . Los dueños de aquellos caballos nos ofrecieron caballos de refresco, y n o s dirigimos juntos hacia San Francisco. De paso vamos á esplicar á nues t ros lectores el modo de viajar á caballo en la California.

Cuando cualquiera se ve precisado á hacer un viaje d e cien mil las , por ejemplo, toma diez cabal los , c o n ­ducidos por un vaquero delante del que montan ¡os g i n e t e s , logrando asi salvar aquella distancia en el t rascurso del dia. Al cabo de veinte millas, los viajeros se apean y t rasladan á otras dos los aparejos de sus caba lgadu ra s , y estos ocupan el puesto de los recien aparejados, y prosigúese la jo rnada á escape abando ­nando en el tránsito al caballo que no puede resist ir t a n larga y rápida ca r re ra . Su dueño le impr ime c i e r ­t a s seña les , y después le recoge si aquel animal vale algo, y si no prescinde completamente de él.

En la California miran con indiferencia la pérdida de u n caballo, y no se inquietan por verse obl igadosá caminar diez millas por hora . En un rancho cambia ­mos de cabal los , y al ponerse el sol divisábamos ya la mis ión de San Francisco Dolores, situada a tres m i ­llas de la ciudad de San Francisco. La aspereza del camino en t re la misión y la c iudad , nos obligó á de te ­n e r n o s allí basta el dia s'iguiente; pero ¿cómo hallar un guia? D¡ spues de varias pesquisas inúti es encont ramos por fin á un anc iano , natural de la California, que v i ­vía en una pequeña casa , en uno de los barr ios a r r u i ­nados , pero habitados en otro tiempo por los indios. Nos dijo que cuanto poseia se hallaba á nues t ra d i spo ­s ic ión , y en verdad que nunca he cenado de peor

m a n e r a ; pero esta cena tenia á mis ojos el encanto que le pres taba la bondadosa sencillez d e nues t ro huésped . ¿No es acaso preferible para u n v ia jero , un vaso de agua dado con buena v o l u n t a d , que u n vaso de vino ofrecido sin ella? Nos dispusimos á dormir e n ­cima de nuestras capas ; pero los habitantes de la caba­na se opusieron d e tal modo y tanto ins is t ieron, q u e ú l t imamente acep tamos su ofrecimiento, que consistía en que reposáramos sobre sus j e r g o n e s , y asi lo h i ­c imos .

21 de setiembre.—Nos levantamos con la aurora , y el cielo estaba muy despejado; pero la t e m p e r a t u r a tan fria que nues t ros caballos temblaban como si e s t u v i e ­r an azogados.

La misión de San Francisco está s i tuada en el límite septentrional de la fértil l lanura que a t ravesamos aye r , y al pié de una cordillera de montañas m u y e levadas . La bahía de San Francisco dista dos millas de aquí . L a iglesia y demás edificios de la mis ión , es tán bas tan te bien conservados; pero los barr ios de los indios están convert idos en montones de escombros . Aunque n u e s ­t ro venerable h u é s p e d , que era un ferviente católico, nos creyó p a g a n o s , nos bendijo al par t i r de una m a ­ne ra muy espresiva. Atravesamos infinidad de a r e n o ­sas colínas.

Algunas horas después Pegamos á la morada de Mr. Leidersdorff, ú l t imo cónsul americano de San Franc isco . La mañana estaba hermosís ima, y n i n g u n a ráfaga turbaba la superficie dé la magnífica bahía , l lena de buques que se dedican á la pesca de la ballena unos , y otros al comercio, a l rededor de la corbeta de g u e r r a amer icana El Portsmouth. Numerosas embarcac io ­n e s , ademas de las que llevamos c i tadas , daban á aquel puer to un movimiento y u n a animación comercial q u e difícilmente se encont ra rá en muchos puer tos de la costa del Atlántico. La bahía de San Francisco t iene cerca de doce millas de a n c h o , y en ella se encuent ran algunos islotes que n ingún indicio de fertilidad o f re ­cen . F r e n t e por frente de esta bahía se dis t inguen algunas colinas q u e , g r a d u a l m e n t e , se van inclinando hacia una llanura m u y fértil conocida por «La cont ra ­costa.» Mr. Leidersdorff nos recibió m u y cordia lmen-te. Es te personaje , después de haber desempeñado du ran t e algunos años el ca rgo de cónsul de los E s t a ­dos-Unidos , fundó en esta ciudad una casa de c o ­merc io .

Su casa es la mayor de la población. Se nos hizo en t r a r en una habitación perfectamente amueblada , en la q u e cambiamos de t ra jes , y acto cont inuo se nos invitó á pasar al comedor. La mesa estaba cubie r ta de abundan tes m a n j a r e s , y nos sirvieron el a lmuerzo , compuesto de c a r n e , cebolla f r i t a , pata tas y r i q u í s i ­mo café. Dos jóvenes indios de ambos sexos nos s e r ­v ían . Hacia m u y poco tiempo que habian abandonado sus salvajes r a n c h e r í a s , y estaban m u y poco i m p u e s ­tos en las cos tumbres de la vida civilizada. Sospecho que nues t ro h u é s p e d , que habla todos los idiomas co­nocidos, crist ianos ó sa lvajes , se ha hecho cargo de la educación de estos indígenas r ep rend iéndo los , ya e n f r ancés , ya en inglés ó cas te l lano, en a lemán ó en p o r t u g u é s , según se le antoja. Me pa rece que estos infelices no han de sacar m u c h o provecho de la c i e n ­cia que su amo posea. E n t r e los convidados á este a l ­mue rzo se hallaba el teniente del Portsmouth y Mr. Bar-t l e t t , que desempeña el cargo de alcalde en San F r a n ­cisco , y el cual me invitó á que pasara á bordo de su c o r b e t a , que es u n o de los mejores buques de guer ra de los Estados-Unidos. Los oficiales y mar ineros asisten sobre cubier ta al oficio d iv ino , y escuchan con suma atención el sermón que lee el comandante Montgome­r y , miembro de la Iglesia. Por la t a rde subí a la cum­b r e de una col ina , desde la cual se ve la en t rada de las aguas del Océano Pacífico en la bahía de San F r a n ­cisco. En aquel sitio la profundidad es t a l , q u e los buques de mas cala pueden navega r , hallándose lan

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perfectamente protegida por uno y o t ro l a d o , que las embarcaciones de todos tamaños pueden man tene r se allí al abrigo en todas épocas , y con la mayor s e g u r i ­dad . Este hermoso puer to es tan espacioso, q u e en él podrían guarecerse todos los buques del universo . La c iudad de San Francisco se halla s i tuada en frente d e la b a h í a , y á seis millas de distancia del Océano.

El flujo y reflujo de las mareas es suficiente para que ¡ u n b u q u e ' s e a conducido á fondeadero y lo mismo cuando desea ganar la alta m a r , aunque el viento sea contrar io . Los navegantes aseguran que no conocen un puer to d e m a s fácil acceso n i m a s s egu ro . La p o ­blación se compone de doscientas almas (1) y en su mayor ía es t ranjeros . Dos ó t res familias indígenas so­lamente se cuentan en t re aquellos hab i tan tes . La p a r ­t e de población t r anseún te se forma por la guarnic ión, mar inos y t r ipulac iones de buques mercan tes y de buques dedicados á la pesca de la ballena. Las casas en su par te arquitectónica ni son hermosas ni cómodas, y m u y pocas t ienen ch imeneas . Es verdad que aquellos habi tantes no encienden lumbre mas que para cocer su s al imentos. La posición de San Francisco como ciudad comercial , es , sin n inguna duda , superior á t o ­dos los puertos del Océano Pací f ico , y nada supera ni la fertilidad ni la h e r m o s u r a , ni la bondad de su c l i ­m a . Su suelo puede producir todo lo útil para las n e ­cesidades del h o m b r e y á mas plantas d e lujo t ra ídas d e los t rópicos. También hay allí aguas medicinales. Esta ciudad está l lamada á ser uno de los principales mercados del m u n d o y creemos que bajo el gobierno americano su desarrollo será m u y rápido. Los p r i n c i ­pales comerciantes ac tua lmente , s o n : MM. L e í d e r s -dorff, Gr imas , David y F ranck W a r d . El comercio que estos señores hacen es bas tan te considerable y s u m a ­m e n t e lucrat ivo con el inter ior del país y las islas S a n d w i c h , El Oregon y la costa del Océano Pacífico. E l Oregon da h a r i n a , salmones y queso , y las islas de Sandwich a z ú c a r , café y frutas en c o n s e r v a , de los t rópicos.

Hasta estos ú l t imos años se puede afirmar que la California ha estado sin comercio de n inguna clase. Algunas casas de Boston y de N e w - Y o r k , en pa r t e , h a n monopolizado todo el comercio de la costa. A l g u ­n o s buques se dirigían de puer to en puer to cargados d e géneros , que vendían á la m e n u d a , y á precios i n ­concebibles teniendo en cuenta lo grosero de los t e -gidos de a lgodón. Algunos art ículos se vendían á d u ­ro el me t ro y o t r o s , aun mas caros . En pago de e s ­tos géne ros tomaban sebo y pieles, y estas p ie les , ya c u r a d a s , las aceptaban á razón de 30 r s . vend ién­dolas después á 80 y 100 r e a l e s , en Boston. E s ­tos negocios h a n creado fortunas e n o r m e s . La C a ­lifornia posee inmensos r e c u r s o s , n a t u r a l e s ; pero compra á u n precio escesivo los art ículos de lujo m a s ordinar ios , y aun asi , se halla muy mal sur t ida d e lo m a s indispensable para sus p r imeras nece­s idades . Toda clase de telas cuesta cinco veces mas «n California que en N e w - Y o r k , y en B o s t o n , efecto del cambio por pieles de á 3 0 ' r e a l e s , cada una , v iéndose obligados aquellos que desean ves t i rse con e legancia , á sacrificar doscientas cabezas de ganado . No hay pos i t ivamente un pueblo mas apasionado al lujo, ni q u e m a s sacrifique al placer de satisfacer su vanidad ni que pague mas caro lo que t rae consigo la vida civilizada,

(1) Esto era en 1816; pero un año después se aumentó esta po­blación y contaba mil doscientas almas.

CAPITULO IV.

O R I L L A S D E L H A R P A C Í F I C O .

SUMARIO.

Clima da San Francisco.—Llegada de Stockton.—Rumores de re ­belión en el Sur.—Tribunal de la California.—Baile.—Bellezas de la California.

Permanec imos en San Francisco desde el 21 de s e ­t iembre hasta el 13 de oc tubre . Duran te todo este t iempo la atmósfera estuvo muy despejada. San F r a n ­cisco , por la posición que ocupa , t iene un clima s i n ­gular ; y en verano y o t o ñ o , soplan los vientos del Este y del Nordes te . P o r las mañanas se goza u n a t empe ra tu r a agradable y al mediodía el viento que sopla del Océano , en el estío, es suficiente para r e ­frescar de tal suer te la atmósfera que se ve uno ob l i ­gado á vestir trajes de lana. Por las noches cae el vien­to y re ina una calma completa . E n invierno sopla el Suroes te y la t empera tu ra ra ras v e c e s b a j a a l l O 0 Reau-m u r . Cuando el a i re sopla por la p a r t e del Océano no l l ueve ; pe ro cuando sopla por la p a r t e de t i e r r a , lo que es m u y frecuente en invierno y en v e r a n o , el t iempo es lluvioso y m u y parecido al del mes de mayo , en la misma lati tud y en las costas del Atlántico. La t e m p e r a t u r a , de su clima y la frescura de su br isa , como llevamos dicho es u n fenómeno q u e no t iene igual en el in ter ior del p a í s , ni en los demás puntos de la costa.

El 21 comimos á bordo del P o r s t s m o u t h con el cap i tán Montgomery y otros oficiales de mar ina y por la noche cené en la casa de Mr. F r a n k W a r d , con ve­cinos de aquella población y algunos capitanes de b u ­ques bal leneros . Todos éramos amer icanos y nada nos recordaba la distancia q u e nos separaba de nues t ros país nata l . La opinión gene ra l es q u e la California d e aqui e n adelante formará par te de los Es tados-Unidos , de mane ra q u e todo amer icano se cree aquí e n su patr ia .

El 27 de se t i embre , la fragata amer icana E l C o n ­greso con la enseña del a lmi ran te Stockton y la fraga­ta Savannah mandada por Mr. Mervins anclaron en el puer to . El p r imero de oc tubre un cor reo del S u r trajo la noticia de que los habi tantes d é l o s Angeles s e habían rebelado contra la autor idad amer icana , y que habiendo cautivado en el puer to de San Ped ro un b u ­que mercan t e de los Estados Unidos se habían a p o d e ­rado de su ca rgamento . La fragala Savannah partió i n m e d i a t a m e n t e , en dirección al indicado punto . D u ­ran te este t iempo asistí en San Francisco al t r i buna l que se estableció en aquel p u n t o . La causa se juzga­ba aquel dia, bajo la presididencia de Mr. Bart le t t . Por una y otra par te perora ron los respect ivos abogados con infinidad de gestos vehementes y después de aquel debate los jueces se vieron obligados á in tervenir con u n a especie de despo t i smo, propio de mi l i t a r e s , pa ra poderse desembarazar de la t r ama tegida por los a b o ­gados y no pudiendo por en tonces , dar una solución al problema que los ocupaba, le aplazaron. Una noche asistí á u n baile que tuvo lugar en la casa de u n inglés llamado Mr. Ridley, y al que es taban convidadas m u ­chas personas del vec indar io . Las mujeres de la C a ­lifornia bailan con una sol tura y gracia notables . El Wals es su baile favorito. En estas reuniones no se prohibe el fumar y las mujeres de todas e d a d e s , f u ­m a n sus c igarros de papel, al compás del cotillón y del w a l s .

El 3 de oc tubre se anunció la l legada del comodoro S tock ton . Los ciudadanos fueron convocados por el alcalde para hacer los convenientes preparat ivos pa ra la recepción de aquel funcionar io , que llegaba con la invest idura de gobernador civil. La siguiente nota se inser tó en el Diario de la California del 24 de oc tubre de 1846: «Nuestros lec tores acogerán con placer la

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i 70 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. noticia d e que un número considerable de vecinos de San Francisco y sus contornos se ban reunido en la calle de Pors t smoutb para p r e c e d e r l a marcha de suesce lenc ia Mr. R. i t o c k t o n , y of ecerle la hosp i ta ­lidad de la población. A las diez el acompañamiento rompió la marcha al son de la música . Es te a c o m p a ­ñamien to se componía de una escolta mi l i t a r , d é l o s magistrados del d is t r i to , de los cónsules estranjeros, de los marinos de los buques apostados en el puer to , y avanzó por la calle de Po r s t smou tb al encuent ro de Mr. Stockton, el que fue arengado por Mr. W a n d . Despuesde la réplica del gobernador , la procesión rom­pió de nuevo la marcha , é hizo alto delante de la casa de Mr. Leídersdorff, en donde fue presenlado á una reunión de señoras que le esperaban para felicitarle y para dar le la bien venida. Mr. Stockton montó á poco á caballo y visitó acompañado de varias pe r sonas , la misión de San Francisco Dolores y después de aquella escursion ha regresado á la casa de Mr. Leídersdorff en donde ha a lmorzado. Infinidad de diputaciones le han sido presentadas para ofrecerle sus respetos . Mr . Stockton ti mó la pa l ab ra , y pronunció un d i s ­curso que duró una hora lo menos , y las a rengas p r o ­nunc iadas en i ng l é s , al momento se t raducían al c a s ­tel lano y vice-versa. Por la noche el comilé dispuso un ba i l e , y convidó á las mujeres de la población y sus cercanías , á los oficiales de los t res buques de guer ra , y á ios jefes de los buques mercan t e s . F u é tal el encanto que reinó en esta fiesta, que se prolongó hasta la mañana s iguiente.

E n t r e los buques anclados en el puer to se hallaba un bergant ín ruso de S i tka , estación principal de la compañía Rusa Americana. S i tka , s i tuada en la cos­ta del Noroeste del cont inente americano en una la­t i tud s ep t en t r i ona l , t iene cua t ro ó cinco mil h a b i ­t an te s ( 1 ) , la mayor ía de indios del p a í s , convertidos al c r i s t ianismo.

Ei bergant ín indicado ha sido construido en el Mas-sachusels , y está al mando del teniente Rudenoff, que nos dio u n a lmuerzo compuesto de p e s c a d o , huevos de idem y otros manjares muy sabrosos , pero cuyos nombres me son desconoc dos.

El 12 de octubre llegó ó San Francisco el capitán F r e m o n t con u n ejército de voluntarios para marchar bajo las órdenes del gobernador Stockton á los A n g e ­les contra los insurrec tos . Anter iormente habia o f re ­cido al gobernador mis servicios, y en el momento aquel le repetí mi ofrecimiento, piies aunque simple viajero en aquel p a í s , creí de mi deber volar á la d e ­fensa del pabellón amer i cano : pero el gobarnador me dijo que no habia necesidad de a u m e n t a r las t ropas destinadas á aquella espedicíon.

CAPITULO V.

ESPED1CI0N Á SAN RAFAEL.

SUMARIO.

Salida de San Francis ro.—El canal de Sanoma.—Los marineros americanos.—Sanoma.—Hermosa contaría.—Las estaciones de la California.—Noticias de la guerra del Sur.—Misión de San Rafael.—Un ranchero irlandés.—Regreso á San Francisco.

13 de octubre. Esta mañana han salido para el Sur la fragata Congreso y el buque mercan te El Sterling, con ochenta voluntar ios á las órdenes del capitán F r e ­m o n t , y yo m e he embarcado para Sonoma. Sonoma se halla si tuada en el lado septentrional de la bahía de San F r a n c i s c o , á quince millas de la playa y á c u a ­r e n t a y cinco de la ciudad de San Francisco . La ría de Sonoma es navegable por buques de mucha cala ha-.ta

(1) «Este número es exagerado. Silka, ó sea la Nueva-Arcangel está situada en la isla que Vanrouver llama archipiélago del Rey Jorge, centro de las onernclcmps comerciales déla Rusia. Esla población no cuenta mas que mil doscientos vecinos.»

la distancia de cua t ro millas de la población. El b u q u e que me conducía estaba tripulado por seis mar ineros y un pa t rón . Pasamos por muy cerca de la isla del P á ­j a r o , de la de Yerba-buena y de otras m u c h a s . Algu­nas de estas is las , efecto del escremento de las aves , esián blancas como la nieve. Millares de gansos , pa tos y o t ras a \es acuáticas pueblan las playas de aquellas islas. A fuerza de velas y r emos llegamos á las n u e v e de la noche á la embocadura de la ria de Sonoma, y acampamos en una de sus or i l las , plagadas de l a g u ­nas que á poca costa se harían product ivas , asi como las que yo he visto en otras comarcas . Nuestros m i r i -nerós par t ie ron con nosotros sus raciones de cerdo sa­lado y p a n , y estendímos nues t ras c apas , q u e d á n d o ­nos profundamente dormidos .

H de octubre. A favor del viento de la marea , a v a n ­zamos por la tortuosa r ia que se desliza al t ravés d e una fértil l l a n u r a , en algunos pun tos llena de l a g u ­n a s , y en otros completamente seco el t e r r e n o . A las diez llegamos al embarcade ro , y mientras varios p a ­sajeros saltaban á t ie r ra , yo m e quedé almorzando con los mar ineros . Nadie como el gobierno anglo-amer ica-no t r a t a á sus servidores . Con susrac iones habi tuales , nues t ros marineros nos dieron un almuerzo compuesto de pan , m a n t e c a , café , t é , beelsteak, conservado en v inagre , y otros a l imentos , de los que habíamos c a r e ­cido muchos meses consecut ivos , por no ser fácil h a ­llarlos en el país . Nos dijeron q u e sus raciones s i empre eran tan abundantes y de la misma escelente calidad, y que por n ingún gobierno se veian atendidos como por el de los Estados-Unidos. Parece que se hallan m u y animados por el sent imiento patriótico y que disfrutan de una felicidad completa .

Nos dirigimos desde el embarcadero á la c iudad , a travesando una l lanura cubier ta de árboles y a b u n ­dante césped , agostado por la estación. Es ta ' l l anura está rodeada de ce r ro s , cubiertos de avena silvestre y m u y p in to iescos .

Sonoma es una de las mas ant iguas misiones de la California; pero los restos de aquel establecimiento no son mas que montones de escombros .

Algunas c a s a s , e n t r e o t ras la del general don M a ­riano Guadalupe Val le jo , la de su hermano y cuñado , tienen m u y buen aspec to ; pero el resto de la c iudad ofrece un cuadro bastante t r i s te . Sus alrededores son fértilísimos y de una hermosura encan tadora . Bajo el gobierno americano Sonoma l legará á ser m u y pronto un punto considerable de comercio, asi como un ag ra ­dabilísimo punto de residencia. Una par te de los e d i ­ficios se elevan alrededor de una plaza adornada con infinidad de cabezas y esqueletos de b u e y e s , y es d e un diámetro de doscientos met ros cuadrados . Arroyos de agua tibia y fria bajan de las montañas y r iegan la l l anura . He visto melocotoneros , cepas y otros f r u t a ­les plantados por los rel igiosos; pero der r ibada la ce r ­ca que resguardaba aquella huer ta , se halla comple t a ­mente espuesta á las invasiones del ganado .

1 fj de octubre. No trato ni p re t endo fatigar la a t e n ­ción de mis lectores con mis constantes lamentaciones respecto de los enjambres de pulgas y otros insectos q u e pueblan las rancher ías y edificios de las misiones de la California; pero si a lguna a lma ha sufrido antes de separarse del cuerpo los tormentos todos del P u r ­gatorio , puedo decir que esta ha sido la mia du ran te la noche pasada. Cuando m e levanté esta m a ñ a n a no habia u n hueco en mi cuerpo que no es tuviera señala­do con la envenenada picadura de los mencionados in­sectos. Ni el sa rpu l l ido , n i la e r i s ipe la , ni la e sca r l a ­t ina , ni el sa rampión , n i todos estos males ó plagas reunidos m e hubieran producido una inflamación m a ­yor , s egu ramen te .

Estas plagas se engendran por la falta de limpieza, pues en las casas limpias no se cr ian .

He ido á visitar al señor genera l Vallejoy á Mr . L é e ­s e , para quienes llevaba cartas de recomendación . E l

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"VIAJE A CALIFORNIA. 17* general californiano t iene una inteligencia muy supe­rior a la de sus compa t r io t a s ; el interior de su casa es comple tamente dist into del dé las demás del país , y to­dos los depar tamentos de aquella casa respi ran c o m o ­didad y u n a limpieza de p r imer orden . El salón está lujosamente amueblado con sofás , espe jos , mesas y un piano que es el p r imero que be visto en la Califor­nia. Algunas p in turas y grabados de mér i to adornan las paredes , y la señora del general posee en alto g r a ­do la gracia natural y las encantadoras maneras de las mujeres españolas . El general creo que desea la anexión definitiva de la California á los Es tados -Unidos . D i s ­gustado del gobierno de Méjico, que en vez de secun­dar el progreso d e la California, le pone mil t r abas , hace m u c h o s años que deseaba el cambio de gODierno que se h a operado.

La casa de Mr. Léese está amueblada á la usanza americana, y cerca de la población t iene una viña, cu­yas uvas hub ie ran hecho cometer segunda vez á la madre Eva el c r imen de desobediencia. No conozco sabor que se pueda comparar al de las uvas de la Cal i ­fornia. Tal es su esquisito gus to .

Por la noche llegó Mr. Lark in , ú l t imo cónsul de los Estados-Unidos en la California. Nacido en Boston, hace quince años que se halla establecido a q u í , y se ha formado u n a fortuna considerable que aun podrá ac recen ta r se en vista d e los acontecimientos que se p repa ran . Mr. Larkin es sin duda él p r imer millonario de aquel país .

17 de octubre. La mañana está fría y l luviosa. Sin e m b a r g o , las lluvias no suelen empezar sino en n o ­v i e m b r e , y en invierno no son aquí cont inuadas como se dice. A veces l lueve par te del d i a , pero m u y p r o n ­to sale el sol á despejar los celajes, y estas lluvias concluyen á mediados de mayo . En el mes de dic iem­bre toóos los sembrados bro tan , y á principio de mayo llegan estos y los plantíos á su "madurez. Cuando las t ie r ras están húmedas se verifican las s iembras d e s ­pués de labradas aquel las , y cont inúan hasta el mes de marzo ó abri l . Nos disponíamos á ir á ver un r a n ­cho del general Vallejo, que se est iende cerca d é l a bahía de San Francisco sobre una estension de doce l e g u a s ; pero en el momento en que íbamos á e m p r e n ­der nues t ra marcha llegó un correo que traía noticias al comandante de la guarnición de Sonoma respecto á los asuntos del S u r , y estas noticias nos obligaron á volvernos á San Franc isco . Atravesamos á caballo la fértil vega de Pa ta l ama . El general posee allí un r a n ­c h o , y á m u c h o coste ha hecho cons t ru i r en él una casa. La a rqu i t ec tu ra de la California se e n c u e n t r a aun a t rasadís ima, y con el dinero invert ido en la cons­t rucc ión de la indicada casa, que es de una apariencia bas tan te m e z q u i n a , en los Estados-Unidos se habr ía levantado un magnífico palacio.

De Pa ta lama nos dirigimos por un camino m o n t a ­ñoso á la misión de San Rafael, á la que l legamos á las ocho de la n o c h e , habiendo caminado u n a d i s t a n ­cia de cuarenta y cinco millas.

Esta misión situada á dos ó fres millas de la bahía , domina u n vastísimo pun to de vista. Sus edificios se ha l l an , poco mas ó m e n o s , en el mismo estado que los que ya he visto an te r io rmen te en otros pun tos . H ic i ­mos alto delante de la casa de u n i r l a n d é s , l lamado Mr. M u r p h y , que desde hace muchos años se halla aquí establecido. La pue r t a de su casa estaba ce r rada , y solamente se de terminó á abrir la después de h a b e r ­se cerciorado por una rendija de quiénes é ramos . Su mesa estaba servida con carnes de vaca y carnero fiam­b r e . Unos criados indios nos prepararon café, y u n a r a ­ción de aguardiente puso de tan buen h u m o r al i r l a n ­dés que empezó á char lar rebosando de alegr ía .

i 8 de octubre. Desde San Rafael á Sansolito t e n í a ­mos que andar una distancia de quince millas al t r a ­vés de infinidad de cerros y te r renos des iguales , q u e fatigaban mucho á nues t ras cabalgaduras . No obstan­

te l legamos á la u n a y media á la morada y posesión de Mr. R icba rdson , dueño de Sansolito. En el curso de nues t ro camino hemos encont rado m u c h a s casas* construidas por colonos amer icanos . En Sansolito h e ­mos fletado una embarcac ión , y cerca de las once d e s ­embarcarnos en San F r a m i sco , en donde p e r m a n e c i ­mos desde el 18 has ta el 2 2 . El t iempo era m u y fr ío , pero los hab i tan tes de San Francisco solo enc ienden l u m b r e en las cocinas . Creemos que los amer icanos abolirán esa cos tumbre incómoda, pues en los Es tados-Unidos se cons t ru i r ía con mas facilidad una casa sinr puer tas que sin chimenea .

CAPITULO VI .

REGRESO Á H U E V A - H E L V E C I A .

SUMARIO.

Los kanarkas.—Estrecho de San Pablo.—Francisca.—Embocadu­ra del Sacramento.—Las islas.—Los pescadores indios.

22 de octubre. Quer íamos hacer por agua la e s p e ­dicion á Nueva-Helvecia con el objeto de observar la par te superior de la bahía y rio del Sacramento , y fle­t amos u n barco de vela. P a r a evi tar cuestiones a j u s ­tamos con anticipación el flete con todos los p o r m e ­nores consiguientes .

P o r el ajuste debíamos abonar al pa t rón 32 du ros , y él se obligaba á abonarnos S reales por cada ho ra de re t raso d e lo est ipulado. Al dia s igu ien te , que e r a el convenido para la sa l ida , nos encontramos sin e m ­barcación , y al cabo de dos horas de pesquisas ha l l a ­mos al pa t rón que nos dijo que no queria cumpl i r lo que habíamos convenido, por cuya razón tuvimos que apelar al a lcalde, quien después de haber oido n u e s ­tra deposición y leido el cont ra to que le p resen tamos por esc r i to , obligó al patrón á cumpl i r su c o m p r o m i ­so sin apelación.

A las dos de la ta rde a t ravesábamos la bahía de San Francisco y pasábamos por delante de u n buque m e j i ­cano cap turado p o r u ñ a corbeta de los Estados-Unidos. P o r la noclie una espesa b ruma cubr ió el hor izonte , y luchando con la marea nos decidimos p o r d i r ig i rnos hacia t i e r r a , lo que era m u y peligroso en vista de la. oscuridad profunda que nos rodeaba . Por fortuna e l piloto vio bri l lar u n a luz y nos guió hacia ella. A q u e ­lla luz provenia de u n campamento de t res kanackas , mar ineros fugitivos de las islas de Sandwich. Desde el momento que supieron lo qne deseábamos se a r r o j a ­ron al agua d e s n u d o s , y nos condujeron á t ie r ra á nado y sobre sus espaldas . Después que saltamos á t ierra se logró hacer flotar al buque que habia b a -r a d o .

Los indígenas de las islas de Sandwich son los m a r i ­ne ros mas hábiles del un iverso , pues nadan y se z a m ­bullen como si fueran anfibios. Se hal lan en el a g u a tan en su e lemento como en t ie r ra . Su cabello es n e ­gro , y sus facciones agradables revelan grande i n t e ­ligencia. Su constitución física es semejante á la de í m u l a t o , m u y bien formados y m u y robus tos . Las t r i ­pulaciones de los buques m e r c a n t e s y balleneros q u e navegan por aquellas costas s o n , en su m a y o r p a r t e , k a n a c k a s , y sus servicios son m u y apreciados.

23 de octubre.—La humedad del v ien to , p r e c u r s o r de las lluvias del o t o ñ o , azota nues t ros ros t ros . A t r a ­vesamos el es t recho de San Pablo y de San P e d r o , y pasamos el de Carquinez, en donde hicimos alto a l g u ­nas horas . En 1 8 4 7 , el general Vallejo y Mr. Semples , pusieron allí la pr imera piedra para la fundación d e una c iudad que deberá llevar el nombre de Francisca. Se atraviesa este es t recho por medio de una balsa. S e dan pr imas á aquellos q u e levanten edificios en aque l pun to . Al ponerse el sol luchamos contra la marea , que á pesa r de la ayuda de los remos nos obligó á d e t e n e r ­nos de n u e v o , y a r r ibamos á una playa cubier ta d a

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172 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. paja de avena que la marea habia arrojado, y montones de p luma que mil lares de aves acuáticas habian a b a n ­donado allí. Aquel lecho n a t u r a l , e ra m u c h o mejor <me los de las inmundas cabanas de los indios , y en él reconci l iamos un sueño profundo.

2 4 de octubre.—Navegamos por la orilla meridional de l Soeson. A las nueve sallamos á t i e r ra con la idea d e p repa ra r el a lmuerzo. La l lanura en que hacemos al to está rodeada de montañas fértiles has ta sus c u m ­b r e s , y numerosos rebaños pastan á nues t ro a l r e d e ­d o r . A las dos de la t a rde dis t inguimos la embocadura del Sacramento . Este rio y el San Joaqu ín desembocan por dist intos puntos en la bahía de San F ranc i s co , á sesenta millas del Océano Pacíf ico, y sus cauces se hallan llenos de lagunas con inmensos plantíos que for­m a n un laber into tan confuso, que navegantes s u m a ­m e n t e p rác t i cos , se han perdido y perecido en ellos. En la pa r t e superior de la embocadura del Sacramento se des tacan á lo iargo mul t i tud de montañas en el es­pacio de m u c h a s millas. Lasori l las d e e s t e r i o y las islas q u e encuen t r a á su paso , están cubier tas de encinas, s icómoros y varios a rbus to s , á cuyas ramas se c iñen vides cargadas de fruta. Las islas del Sacramento se i n u n d a n todas las pr imaveras , y sus suelos , asi como los de las r iberas del r i o , son fértilísimos. En esta época del año las aguas del Sacramento son m u y c r i s ­tal inas y m u y d u l c e s , á pesar de que la marea le i n ­v a d e hasta m u y adent ro , y n ingún obstáculo presenta pa ra la navegación. ¡ Jamás he visto un rio que sea mas h e r m o s o , ni mas apacible (1)1 A media noche la marea n o s obligó á desembarcar en una i s la , en la que t u v i ­m o s que abrirnos c a m i n o , ayudados de nues t ras h a ­chas y cuchi l los , y allí pe rnoc tamos .

25 de octubre.—Llegamos á la rancher ía de un i n ­d io anciano, ocupada por é l , su esposa y t res hijos. Su esposa es la mujer mas demacrada que he visto. Los a l rededores de" la rancher ía estaban sembrados de m a í z , habas y melones . A medida que vadeábamos el r i o , d is t inguimos comarcas llenas de encinares . Al mediodía sal tamos á t ierra cerca de un campamento de indios de VValla-Walla, restos de un ejército q u e , s e ­g ú n se d ice , ha pene t rado con intención hostil en la California.

E n t r e nosotros venia un indio de laware que hab la ­b a per fec tamente el inglés. Los niños estaban iodos ca l en tu r i en tos , y los h o m b r e s , a rmados con fusiles, se ocupaban en cazar ciervos y venados. Los indios de Walla-Walla , son mucho mas inte l igentes que los de l a California, y su fisonomía es mucho mas a g r a d a ­b le . Su color es menos oscuro , y sus facciones mucho m a s regu la res . Los hombres y las muje res es taban vest idos con pieles. Al ponerse el sol emprendimos d e nuevo nues t ra m a r c h a , y á la una de la mañana para­m o s en la cabana de un colono suizo llamado Schwar tz . E n el centro de esta cabana , cons t ru ida de made ra rúst ica y cubierta de cañas , ardia un he rmoso fueg >, sobre el que nues t ro suizo habia colgado salmón del S a c r a m e n t o , con el objeto de ahumar lo . Es te honrado suizo es el tipo mas es t raño que he visto. A fuerza de viajar por diferentes comarcas ha concluido por o lvi ­d a r su idioma n a t a 1 , sin haber podido ap render n i n ­g ú n ot ro . Nos habló en una especie de jerga mezclada d e a lemán, inglés , f rancés , español é indio. El sueño se apoderó de noso t ros , y pasamos la noche t r a n q u i ­l amen te acostados sobre los bancos que habia en la cabana .

26 de octubre.—Mr. Schwar t z nos acaba de servir u n a lmuerzo compuesto de salmón f r i to , y de leche acabada de o r d e ñ a r , á la que mezclamos el azúcar y café que l levábamos, y a lmorzamos opíparamente . Nos esplicó cómo habia perdido una gran cantidad de s a l ­

ín «Mr. Dupetit-Thouars también mencionaron admiración, el rio del Sacramento y dice así:»

•Este magnifico rio es navegable por buques de dos 6 trescien­t a s toneladas, hasta cincuenta leguas de su embocadura .o

m o n salado; , pero no nos fue posible comprende r l e . Siguiendo nues t ro r u m b o vimos algunos indios q u e acababan de hace r u n a g ran p e s c a , ayudados de r e ­des , y que se ocupaban en asar u n salmón d e cinco á seis pies de longi tud. Todos es taban casi d e s n u d o s , y los que se habian met ido en el agua con las r e d e s , t i ­r i taban de frió mient ras comían. Cerca de las once dis­t inguimos el embarcadero de Nueva-Helvecia , y nos dirigimos al fuerte á pié .

CAPITULO VIL

V U E L T A Á S A N FRANCISCO.

SUMARIO.

Alarmantes noticias del Sur.—Regreso del coronel Fremont.— Enganche de voluntarios.—Salida deNueva-Helvecia.—Paso del Sacramento.—Hermosa vega.—Montañas escarpadas.—Tierra firme de la California.—Indios estranjeros.—Greenwood.—Vega de Napp.—Sonoma. —Llegada á San Francisco.—Regreso á Nueva-Helvecia.

Permanec imos en la fortaleza has ta el 30 de o c t u ­b r e . El 28 Mr . R e e d , que formaba par te de u n a m u l ­titud de emigrados , se presentó á nosotros. Habia dejado á sus compañeros cerca del rio de Mar í a , y a t ravesado con u n s alo guia las montañas desier tas . Acababa de pasar siete dias sin a l imen tos , de sue r t e que se hallaba tan debilitado á causa del h a m b r e y la. fa t iga , que con dificultad podia man tene r se en p ié . El objeto de su venida era pedir socorros y alimentos para los infelices que quedaban t ras él . El capitán Sut te r le abasteció con el mayor des interés de cabal los , mu ías , h a r i n a , y o t ras provisiones, y ademas puso á sus ó r ­denes vaqueros indios. Desde mi llegada á este p u n t o es el segundo convoy que se envía á los emigrados . El 28 por la n o c h e , se recibieron por el correo cartas dol coronel F r e m o n t , fechadas en Monterey. Es tas car tas decían que un ejército d e californianos, com­puesto según unos de quinientos h o m b r e s , y según otros de mil y qu in i en tos , habia atacado a f c a p i t á n Merv ins , que acababa de desembarcar con cuatrocien­tos hombres en San Ped ro para marcha r en dirección á los Ange l e s , obligándole á refugiarse de nuevo en la f r aga t a , después de haberle matado siete hombres . También decían que las ciudades de los Angeles y de Santa Bárbara , habían sido tomadas por los i n s u r g e n ­tes , y que las guarniciones habian capitulado y e m ­prendido la re t i rada .

El cap i tán F r e m o n t , que acababa d e en t r a r en Mon­t e r e y , se ocupaba en rec lu ta r g e n t e , á m a s de los ciento ochenta voluntarios que le seguían para m a r ­char sobre los Angeles . E n vista de tal no t ic ia , m e ofrecí á servir como vo lun ta r io , y á r ec lu la r e m i g r a ­dos é indios para u n i r m e al coronel F r e m o n t . Otros muchos americanos hicieron el mismo ofrecimiento, y dirigimos nuestra solicitud al comandante del fuerte, del Sac ramen to , Mr. Kern .

Al dia s iguiente se me remit ió la competente a u t o ­rización para reclutar vo lun ta r ios , y tomar las m e d i ­das opor tunas para procurarnos víveres y ves tuar io . P o r la noche comenzó á llover y no cesó la lluvia h a s ­ta por la m a ñ a n a . Alrededor d e mediodía se d i s ipa ­ron las nubes y el t iempo quedó delicioso.

El dia 30 par t í , en compañía de Mr. Grayson. Atra­vesamos el Sacramento en una l a n c h a , y nues t ros c a ­ballos nos siguieron á n a d o , guiados por una canoa t r ipulada por t r e s h o m b r e s , uno de lan te , otro detrás y el tercero en el cen t ro .

Los pr imeros r emando y el úl t imo ocupado en s u ­j e t a r por las bridas á los animales á los costados d e la embarcación, para obligarlos á llevar la cabeza e r g u i ­da . En el momento de en t ra r en el agua se oponen abier tamente y se encabr i t an ; pero una vez que h a n pene t rado en ella se dejan conducir sin oponer res is ­tencia a lguna. Acampamos e n í a orilla del Pato, r ío

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VIAJE A CALIFORNIA. 1 7 $ del que se a l imenta el Sac ramen to , en unión de ocho emigrados que se dirigía á la Vega de Nappa. Cinco de ellos se comprometieron á servir mi l i t a rmente con nosot ros .

El 31 sigue la lluvia y sopla el huracán : l legamos a l a ria de Cache y á la vivienda de u n colono a m e r i ­cano , llamado Mr. G o r d o n , y rec l inamos allí multi­tud de voluntarios.

1,° de noviembre. Po r la noche encont ramos afor­tunadamen te un refugio en una cabana cons t ru ida con madera y ocupada por los hijos de Mr. G o r d o n , pues es tábamos comple tamente calados por el agua .

Al dia s iguiente el cielo estaba sereno y el sol bri­llante ; las aves cantan y saltan de r a m a en r a m a , en los árboles que se elevan en la encantadora vega en que acabamos de pernoctar . Es tal la alegría que rei­n a en este s i t io , que con m u c h a pena m e decido á ale j a r m e de él. Las vegas de la California son cuanta de­licia se p u e d e soñar . Subimos á una cordillera de montañas que dominan la r ia de Cache , y desde allí cuanto alcanza la vista per tenece á la inmensa l lanura del Sac ramen to , y sus islas están rodeadas de f rondo­sos bosques . Las gargantas y cumbres de las mon ta ñas por donde caminamos están cubier tas de pinos co­m u n e s y silvestres c e d r o s , y otros árboles. Desde una especie de plataforma bajamos á un fértil y rico valle, y acto cont inuo se p resen ta á la vista o t r a cordi l lera d e montañas que tenemos que subir y bajar por u n precipicio, que nues t ros caballos escalan muy lenta­m e n t e y resbalando á cada paso en las rocas. A la caí d a del sol en t ramos por otro valle m a s hermoso y m a s pintoresco aun que el an te r io r .

Teníamos noticia de que en aquella l lanura existia una c a s a , y allí creímos hallar u n guia para aquella noche .

Encon t ramos muchos ras t ros de g a n a d o , pero la oscuridad no nos permit ió seguir los , y después de ha ber vagado por un laclo y por o t r o , y lanzado gr i tos para l lamar á los habi tantes de la indicada ca sa , vien­do que todos nues t ros esfuerzos eran inút i les , v iva ­queamos bajo una e n c i n a , en donde encendimos una g rande h o g u e r a , a tamos los caballos y nos envolv i ­mos en las capas. La jornada de aquel dia habia sido de cuarenta millas. Duran te la noche habia l l ov ido , y p o r la mañana una espesa niebla cubría el valle. El r a s t ro del ganado nos condujo á la casa que buscamos la v í spe ra , cuya pue r t a estaba de par en p a r ; pero desier tas las habi tac iones , indicando el todo q u e h a ­cia algún t iempo q u e se hallaba deshabi tada. Cerca de allí hay campos de trigo que denotan haber sido s e ­gados aquel v e r a u o ; pero n ingún re s to de ia r e c o l e c ­ción se ve en la casa. Nos sen tamos á la orilla de una fuente y alli arreglamos el a l m u e r z o , ayudados p o r aquella agua cristalina y fresca.

Delante de nosotros se estiende una vega inmensa regada por mul t i tud de ar royos . La cantidad de t i e r ­r a s d e cul t ivo en California es super ior á lo q u e se dice por ciertos viajeros que solo h a n visitado a l g u ­nas misiones. La mayoría d e los valles de la S i e r r a -Nevada y de la c o s t a , son muy fért i les, están m u y r e ­gados y pueden produci r toda clase de g r ano . Los c o ­tos producen hermosos pas tos , y con las bellotas que caen al suelo se podría engordar al ganado de cerda , y m a n t e n e r con aquel fruto á los cabal los , mu los y d e -m a s ganados d u r a n t e las cinco ó seis semanas que t r a s c u r r e n en la época en que la yerba se seca y vuel­ve á reverdecer .

Abandonamos aquella l lanura para subir á otra m o n ­taña cubierta de bosques como las an ter iores . Al l l e ­gar á su c u m b r e una nube nos so rp rend ió , y llovió á mas no poder , siendo víct imas todos de un frió glacial. Desde allí bajamos á algunos ce r ros cubiertos de c é s ­ped y de a rena s i lvestre . En el fondo de una de a q u e ­llas ga rgan tas encon t ramos cua t ro indios vestidos con pieles y a rmados de arcos l a r g u í s i m o s , con s u s c o r ­

respondientes flechas del mismo tamaño . Su color es mucho mas claro q u e el de los indios de Ja California, y se ve c la ramente que pe r tenecen á alguna t r ibu mas-septentr ional . T ra t amos de entablar conversación con ellos; pero ni pudimos comprender de dónde venían n i á dónde se dirigían. Mas allá y en u n a vega es tensa encontramos cinco ó seis mujeres en m u y mal e s t ado , y ocupadas en coger semillas pa ra h a c e r pan . S e ñ a ­lándonos con el dedo el rio nos dieron á en tender q u e á lo largo encont rar íamos a lguna rancher í a . Nos s e ­paramos de ellas dejándolas proseguir su trabajo, q u i ­zás único recurso para a tender á s u manu tenc ión .

Después que atravesamos el r i o , el ras t ro de un r e ­baño nos condujo á una casa de doce pies cuadrados , construida con adobes y hermét icamente cer rada . A cier ta distaocia de aquella casa vimos una porción d e ind iv iduos , compuesta de h o m b r e s , mujeres y n iños esces ivamenle sucios y med io desnudos. P r e g u n t a m o s por el dueño de la casa y se nos hizo comprender q u e estaba a u s e n t e , y que no regresar ía á su morada has ­ta que el sol hubiera salido y ocultádose muchas ve-" ees . Les p regun tamos si se nos podría proporc ionar algún al imento y nos t ra jeron gal le ta , confeccionada con bellota pu lve r i zada , frutas si lvestres y una cesta de agua . Es tas cestas ocupan el puesto de la vajilla e n t r e los indios. Tal es lo tupido de su fabricación. Y o no ignoraba que desde por la mañana nos hab íamos separado de n u e s t r a verdadera ru t a , y eran las tres d e la t a rde en aquel m o m e n t o . Hice comprender á u n o de aquellos indios que t ra tábamos d e dirigirnos á S o -noma y le supliqué que nos indicara el camino. E s t e n ­dió su mano y nos indicó la dirección que deseábamos . Después de char lar un poco le ofrecí la camisa q u e llevaba p u e s t a , y se convino á servirnos de guia. A r ­rojó un trozo de piel sobre un caballo y rompió la m a r c h a . P r o n t o la lluvia, que hacia a lgún t i empo caia sobre su cuerpo , le fatigó en ta les t é r m i n o s , que nos manifestó el deseo d e v o l v e r s e ; pe ro yo no lo podia consent i r , Compadecido de su e s t ado , le eché sobre los hombros mi sobre todo , en el que se envolvió l leno de infantil a legría .

Atravesamos muchos cerros pedregosos , y después pene t r amos por u n valle. La niebla no me permi te ve r su es tens ion . A la vista de una ancha sábana de a g u a el indio lanzó un gri to de alegría y comencé á c r e e r q u e nos aproximábamos á la bahía de San Franc isco . Después que seguimos duran te algún t iempo el curse-de u n a r r o y o , oímos el sonido de un esquilón que nos advi r t ió la proximidad de a lgún campamento . Lancé un gr i to con todas mis fuerzas y se me contestó con estas p a l a b r a s : — ¿ Q u i é n diablos sois? ¿Españoles ó amer icanos?—Americanos , contes té . — ¡Mil t ruenos ! ¡Avanzad y ve remos el color de vues t ras caras!—Indi-cadnos por dónde debemos a t ravesar el a r royo y n o s ve ré i s , repuse .—Guiaos por el eco de mi voz, y sa l lad el t o r r e n t e , m e contes tó . Gracias á sus i n s t r u c c i o ­nes nos vimos m u y pronto al lado opuesto del a r royo y encont ramos t r e s hombres que nos esperaban : es tos eran cazadores , á cuyo frente se hallaba Mr. G r e e n -wood, famoso montañés conocido pore l anciano Green-wood, el cjue nos invitó á q u e le s iguiéramos á su cam­pamen to , si tuado á media milla del sitio en que e s ­t ábamos . Después de qui tar los aparejos á nues t ros cabal los , y co'ocar nues t ros bagajes en u n a t i enda , nos secamos delante de una hoguera . Hablamos de los inc identes de aquella j o r n a d a , y se nos dijo que nos hal lábamos separados cuaren ta millas del camino d e Sonoma , y que e ran falsas las señas que los indios nos habian dado. E n aquel momento nos encont rábamos cerca del lago denominado L a g u n a , que t iene de c i n ­cuenta á sesenta millas d e long i tud , y situado á d i s ­tancia de sesenta á se tenta millas de la bahía de San Franc isco . Mañana t endremos que desandar lo a n d a ­d o , y el anciano Greenwood n e s da las señas de u n a manera infalible.

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NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. Después del ayuno forzoso que habíamos sufrido,

nos llenó de alegría la abundancia de viandas de cier­vo y de oso oue habia en el campamento del anciano, q u e mas bien parecía el almacén de un carnicero . Mul­t i t ud de ollas llenas de carne de oso hervían en la lum­b r e , y grandes trozos de tierno venado desaparecían con la mayor velocidad. Solo faltaba p a n , pero los montañeses se pasan con facilidad sin este a l imento .

Aquella cacen i se componía de Mr. T u r n e r , de Mr. A d a m s , de. Mr. Greenwood , y sus t res hijos m e ­dio indios y muy jóvenes a u n . Uno de estos jóvenes lleva el nornb e. de! gobernador Boggs como recuerdo d e aquel funcionario, ant iguo amigo de: padre de este n iño. Mr. Greenwoo.í nos dijo que tenia ochenta y tres ¡ años , de los cuales habia pasado de cua ren ta y cinco I á cincuenta cazando en las mon ' añas . Vivió ent re ios j indios c r o w s , y casó con una de sus mu .e res . Su e s - i t a tu ra es de seis pies , musculoso y muy á g i l , á pesar í d e su avanzada edad. Viste una piel de macho cabrío , t e ñ i d a , y casi tan vieja como é l , porque s egu ramen te n o se la ha qu i t . do desde que se la puso . Nos dice que ha visto todas las t r ibus ríe las montañas pedrizas , peleado con ellas y vivido en t re ellas. Tiene muchos hi­jos esparcidos acá y acullá. «Mi esposa, dice, es c rows . Los c rows forman una herniosa nación. Se baten como los blancos y se avergonzarían de obrar como los pies n e g r o s , que matan cu la sombra á un h o m b r e , le despo jan , y después huyen c o b a r d e m e n t e , cual rept i ­les venenosos. Apesar de mi edad , añade el anciano, inu encuen t ro muy l í r m e , y lo único que m e moles­ta es este h u m o r que tengo en los o jos , adquir ido en cier ta época «me acompañé por la s ierra á algunos emigrados . Mi vista no es tan perspicaz como hace c incuenta años , pero aun tiro con bastante puntería . Acabo de guiar á varios viajeros que me al imentaron con p a n , t o c i n o , leche y o t ras d r o g a s ; pero ese a u ­mento no me conviene . Me he dedicado nuevamen te á la caza para p mer en ejercicio mis vetustos m i e m ­b r o s , y para comer carné fresca. El oso g r i s , el c i e r ­vo cebado , ia volatería y el pescado son los a l imentos propios del hombre . Yo sabia que aquí encontrar ía recursos , y hace veinte años que recorr í este distrito por primera vez. Ningún blanco Labia visto todavía ni es ta vega ni aquel lago lleno de pescado. E n este rec in to se hallan minas de oro y piala. Mañana mismo os las puedo e n s e ñ a r , si queré is . ¿Luego esos m a l d i ­tos españoles se han insurreccionado de nuevo? ¡Qué gen te tan endemoniada! Necesitan para poder vivir una revolución a n u a l , y lo peor es que ni aun saben ba t i r se . Ningún par t ido 'se puede sacar de ellos.» Tales e ran los discursos in ter rumpidos de nues t ro huésped.

Sa campamento consistía en dos t iendas pequeñas , en t r e las que se estendía una grande hoguera . De las r a m a s de los árboles colgaban las píeles de l/is roses m u e r t a s un la caza , y gran cantidad de venados.

Al día s igu ien te , :i de n o v i e m b r e , después de c o n ­cluido un almuerzo muy suculento , y hecho gran p r o ­visión de v iandas , nos pusimos en marcha en d i r e c ­ción á la casa que habíamos encontrado la víspera, á la que llegamos con un temporal espantoso; pero nos co­bijamos en ella, y sobre todo nos hallábamos muy pro­vistos de raciones y de l umbre .

4 fie noviembre.—Encontramos la senda q u e nos habia indicado Mr. G r e e n w o o d , y bajamos á ¡a r ia el N a p p a , que desemboca en la bahía de San Franc isco . A tiue tro alrededor se estietide una hermosa vega, en la que. muchos americanos han venido á establecerse.

Uno di; ellos, llamado Mr. Bale , ha establecido una máquina de ase r ra r y un molino. Allí so encuen t ran muchos pinos y maderas rojas muy útiles para c o n s ­t rucc ión . Los troncos de estos árboles son de un enor­m e tamaño y sin nudos . Gozamos de una hospitalaria y a t en ta recepción , debida á Mr. Ba l e , quien nos ofre­ció ademas un magnífico almuerzo a la amer icana . Después de s e g u i r , d u r a n t e algunas h o r a s , el Nappa,

a t ravesamos una cordillera de m o n t a ñ a s , y al a n o c h e ­c e r llegamos á Sonoma empapados por la lluvia q u e no habia cesa lo de caer en lodo el dia. Pasé la noche en la odiosa cabana en que ya me guarecí en o t ra oca­s ión , y el viento y la lluvia cjue penetraban en ella por todas p a r t e s , me l ibraron del enjambre de insectos que tanto me habian a tormentado en mi úl t imo viaje.

Al s iguiente día me embarqué para San Franc isco . Compré vestuario y municiones para los voluntar ios , y salí para Nueva-Helvecia en una lancha del P o r t s -m o u t h . El viento y la lluvia re ta rdaron cons iderab le ­m e n t e nues t ro viaje. Por fin, después de diez dias de marcha y de lluvia l legamos al sitio deseado.

CAPITULO VIII.

DE I.*. KUEVA-HELVBC1A Á SAN JUAN BAUTISTA.

SUMARIO.

Salida de Nueva-Helvecia.—Voluntarios indios.—Batalla entrn americanos é indios.—Muerte de dos oficiales.—Misiou de San Juan Bautista.

A mi llegada á Nueva-Helvecia supe que un agente del coronel F r e m o n t habia venido al fuerte con ia o r ­den de sur t i rse de caballos y reclutar voluntarios para la espedicion del S u r , y que le acompañaban sesenta hombres . A petición mia varios mensajeros fueron en­viados por Mr. K e r n , comandante del fuer te , á los j e ­fes indios de San Joaquín y sus contornos para que se unieran á mí con ios hombres de sus t r ibus q u e q u i ­s ieran mili tar al servicio de los Estados-Unidos. Yo concebí la idea de utilizar aquellos hombres como e s ­p i r a d o r e s y espías. El 1 4 , ocho emigrados recien v e ­n idos á la California llegaron al fuer te . El 16 m a r c h é con ellos en busca del coronel F r e m o n t , que debia ha­llarse en Monterey. Aquella noche v ivaqueamos á ori­llas del Cossumne.

El t iempo está h e r m o s o , y solo de vez en cuando descarga alguna nube pasajera y el sol vuelve á sal i r . El césped reverdece y cantan las aves .

El 17 avancé hacia la r ibera del Nicklemos, situado á veinte y cinco millas del Cossumne , y encont ré uno de los jefes indios, l lamado Antonio, que m e esperaba con doce combat ien tes . Ei 18 encont ré ot ro cerca de San Joaqu ín , con diez y ocho h o m b r e s . Los jefes y soldados de esta tropa están medio d e s n u d o s , y a l g u ­nos solamente cubie, tos con trozos de tela rodeada á la c in tura .

Todos están armados con arcos y flechas. Acampa­mos en la r ibera del San Joaquín.

No pudiendo al día siguiente atravesar el rio á c a u ­sa de lo crecido que es taba , cons t ru imos , ayudados por los ind ios , algunas balsas que nos sirvieron para t raspor ta r los bagajes. Las tales balsas son de una l i ­gereza admirab le . Cada una conliene seis hombres , y cua t ro indios á nado las empujan. Cuando estos n a d a ­dores salieron del agua temblaban como si fueran víc­t imas de una fiebre in te rmi ten te .

Establecimos nuestro campamento cerca de la casa de Mr. L ive rmore , que estaba ausen te . Nos fue m u y difícil bailar las suficientes raciones para la cena . A l ­gunos indios no se unieron á nosotros hasta después de anochec ido , y otros hasta por la mañana . Se q u e ­ja ron porque no tenian caballos, pero les p romet í dár­selos en el pueblo de San José.

El dia 20 matamos un toro en la cima de u n c e r r o , y se lo cedimos á los que tenian h a m b r e , d i r ig i éndo­nos al puebio de San J o s é , en donde nos p rocuramos vestuario para los indios.

Las noticias que se acababan de recibir tenían s u s ­pensos á los vecinos de aquel fiueblo. Mr. L a r k i n , ú l ­t imo cónsul de los Estados-Unidos , liauia sido cogido por los insurgen tes . Se habia trabado un combate e n -

I t r e el ejército indio y t ropas amer icanas que c o n d u -

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VIAJE A CALIFORNIA. 17S cian cuatrocientos caballos al coronel F r e m o n t . E n este e u c u . n t r o mur ieron t res oficiales americanos, Mr. Larkin en su diario dice asi:

«El 15 de noviembre recibí cartas de mi familia y del capitán Montgomerv, que me decidieron á salir de Monterey en dirección á San Francisco. Emprendí mi viaje acompañado por uno de mis criados, p i e s tenia noticias de que las t ropas calil'ornianas se encontraban á cien millas de distancia. Aquella noche la pasé en la casa de Mr. G ó m e z , y envié á mi criado á San Juan , para que suplicara en nombre mío á Mr. Thompson, que también tenia que ir á San Francisco, que tuvie­ra la bondad de e s p e r a r m e . Hacia las doce de aquella noche unos diez caliíornianos penet raron en la habi ta­ción en que me ha l laba , a rmados con fusiles, sables, p is to las , y con an torchas encend idas .—¿Cómo esta­mos, señor cónsul? m e d i j e ron , añad iendo : vamos , señor Lark in . Comprend í que toda idea de resistencia seria inút i l . Cerca de la cabecera tenia algunas cartas que habia leído al acostarme, y las que p rocuré ocultar mien t r a s ensillaban mi caballo. Se m e condujo á las cercanías d e Monterey y á un campamento de unos ochenta hombres , cuyo gefe y oficíales pasaron la noche conversando conmigo. A poco, el jefe me dijo llevándo­m e apar te que su gen te exigía q u e escribiese al capi­t án de voluntarios americanos de San Juan , diciéndole q u e el objeto de mi salida de Monterey era llevar so­corros á las familias que habitan en las orillas del r io , y que me mandara veinte hombres para que me ayu­dasen á protejer á dichas familias. Hice cuanto p u d e pa ra hacer comprender al que m e hacia semejante proposición que no me e ra posible lomar par te en tan odioso a s u n t o , á lo que me contestó que mi vida d e ­pendía de mi reso luc ión , que deseaba salvarla , pero que no podia oponerse á la voluntad de sus subord ina ­dos . Entonces con toda la energía que pude le contes­té que j amás cometería una infamia semejante . Soy vuestro pr is ionero , haced de mí lo que querá i s , pero no escr ib i ré . A tanta costa la vi Ja nada me impoi ta .

Después de esta contestación definitiva, m e separé de aquel hombre y m e fui á sen tar á la l umbre del vivaque en que nos hal lábamos, an tes de aquella con­ferencia. Al rayar el dia rompimos la marcha al son d e las cajas y banderas desplegadas, y después de andar una distancia de ocho ó diez millas, acampamos en u n val le . Los caliíornianos cogieron con lazo algunos t o ­r o s , per tenecientes a un rancho vecino y se pusieron á comerlos . Durante el dia e n t e r o , infinidad de e s p i ­radores se adelantaron en diferentes direcciones con el objeto de cerciorarse si el ejércilo americano habia salido de San Juan y si el coronel F remont abandonaba á Monterey. Otros soldados pene t ra ron en las r a n c h e ­rías de aquellos con to rnos , y obligaron á sus ind iv i ­duos á que los siguieran. A la una este ejército, c o m ­pues to de unos ciento t re inta h o m b r e s , se puso en marcha de cua t ro en fondo. Yo ocupaba el cent ro cus ­todiado por un oficial y diez soldados. El plan conce ­bido era enviar unos "veinte soldados á San Juan y lograr la salida de las t ropas americanas para envo l ­verlas acto cont inuo .

A una distancia de diez millas de la misión encon­tramos diez soldados amer i canos , los que fueron per ­seguidos al instante por los califnrnianos. Algunos t i ros se dispararon de una y otra par te . El comandante m e mandó ir al encuent ro de mis compatriotas para int imarles la rendic ión , á lo que. contesté que a c o p ­laba aquel encargo con la condición de que mis c o m ­patr io tas se podrían dirigir sanos y salvos y con sus a rmas á Monterey ó á San Juan." Habiéndome sido negado lo que yo acababa de p ropone r , dije al coman­dante que fuera á conferenciar con ellos en persona. De repente llegaron unos cincuenta americanos mas y so empeñó el combate . A la primera descarga cincuenta californimos emprendieron la fuga, y los americanos se apoderaron de lodo su campamento .

Los nues t ros perdieron al espi tan Bur ronghs en esta acción y al capitán Fos te r . Los californianos tuvieron dos muer tos y siete ú ocho heridos en aquel encuen­t ro . Estos se" re t i raron á una distancia de una milla p róximamente . Durante la noche d e aquel dia un indio valla-valla se ofreció á ir á Moc terey para noticiar lo ocurrido al coronel F r e m o n t , mas perseguido por un grupo de enemigos recibió un lanzazo en una mano , pero derr ibando al que le habia her ido y á otros dos, cont inuó su marcha y cumplió lo que había efrecido. El coronel F remont salió al punto de Mon te rey , pero no pudo alcanzar á los californianos y acampó en la misión de San Juan .

El 25 abandonamos á San José y nos hicimos dueños de dos ó t rescientos cabal los , q u e , según not icias , debieron ser cogidos por los californianos'. 'El 28 por la noche llegamos á la misión de San Juan Bau t i s t a , que es u n a de las m a s estensas del país. Los edificios son de una solidez á toda p r u e b a , y se hallan muy bien-conservados. Los suelos de aquellos edificios son de ladrillos c u a d r a d o s , pero no por eso se dejaba de e s -per imentar un pesar á la vista del total abandono de. aquellos piadosos establecimientos. Por la nuche en t r é en el cementer io y los esqueletos de aquellos que ha­bian sido depositados en é l , yacían esparcidos por una y otra par te . El viento gemia en t r e los árboles y por las galerías cons t ru idas por aque l los , cuyos cuerpos se hallaban tan vergonzosamente espuestos á las in ju ­rias del a i r e , y quizás á la rapacidad de las fieras. Ante aquel t r is te espectáculo se me figuraba que las quejas de los muer tos se unían al melancólico silbido del v i e n t o , y m e alejé de aquel recinto afectado por aquella esceña de luto .

El valle que c i rcunda ¡a misión es muy fértil y se halla perfectamente regado. Esta l ianura 'es tá d o m i ­nada por elevados cerros al Este y el Oeste . N u m e ­rosos rebaños pacen la abundan te yerba . Hermosos jardines y huer tos se ven acá y acullá.

El 29 liegamos al campamento del coronel F r e m o n t , y le p resen té los hombres y los caballos que me s e ­guían , de los que se íurmó un cuerpo s e p a r a d o , cuyo mando se confió á mi compañero de viaje Mr. Jacob.

CAPITULO IX.

ESPEDICIONES A M A D A S .

SUMARIO.

Batallón Calilorniano.—Marcha sobre los Angeles.—Vega y rio de las Salinas.—Prisioneros caliíornianos.—Misión de Saa ¡ligue!. —Toma de la misión de San l.uis obispo.

30 de noviembre.—El escuadrón decarabinei os m o n ­tados al mando del coronel F r e m o n t , se compone de ochenta y ocho h o m b r e s , inclusos los indios y mozos. Su fuerza es , en su mayor par te americana. Los solda­dos de este escuadrón están avezados al peligro y son esceientes t i radores . Los indios son indígenas de la C a ­lifornia y par te de ellos wa l a -va l l a venidos del O r e -gon. Dos piezas de artillería aumentan esta fuerza y son mandadas por Mr. Macdane , teniente de art i l lería. Nuestro ejército no ostenta la pompa do las gue r r a s e u r o p e a s , pues ni se ven cascos br i l lantes , ni unifor­mes bordados. Eí uniforme se com; one de sombrero con alas a n c h a s , túnicas de ;ana de color azul y m u -

i chos llevan en voz de uniformes pieles de cabras , y i un c inturon de cuero del que pende el cuchillo d e i caza ó un par de pistolas. Tal es el uniforme de este t e jé rc i to , en oficiales y soldados. Muchos jóvenes n a ­

poleones al vernos marcha r sin pompa de n inguna i c lase , sentir ían helarse su entus iasmo ante el aspecto ! sencillo del ejércilo que hemos bosquejado, i Las guerras despojadas de sus espléndidos co lores , ! no son las que vemos en los cuadros ni las que cantan I los poetas. Desunes de una marcha de seis ú ocho h o -

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i 76 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. r a s por un t e r reno fangoso que nuestros caballos a n ­duvieron con sumo trabajo, acampamos en un peque­ño valle, y cerca de una casa desierta. Teníamos s e i s ­cientos caballos sin apare ja r ; pero rendidos á causa de los fardos que acababan de conducir . También t e ­níamos un número considerable de acémilas para el t rasporte ele Jos bagajes. Desprovistos de g a n a d o s , se enviaron algunos hombres á la misión , los que r e g r e ­saron conduciendo un cen tenar de res.es v a c u n a s , de Jas cuales una parte se mató y Ja res tan te fue puesta de reserva . La. lluvia no ha cesado desde fines de n o -v iembre . El suelo está empapado de a g u a , y los a r ­royos mas apacibles se han vuelto impetuosos to r ren ­t e s ; pero no o b s t a n t e , nues t ros soldados tienen m u y buen humor , y cantan y juegan que es un por ten to .

3 de diciembre.—Esta mañana ha cesado la lluvia i diez millas.»

su paso una estensa y fértil v e g a , en donde se hal lan hermosos ranchos . Muchos árboles pequeños bordan sus orillas. «Distancia: ocho millas.»

8 de diciembre.—El tiempo está despejado y a g r a ­dable. Llegan al campamento dos californianos que han sido arrestados en uno de los ranchos vecinos. El te r reno es igual al del dia an te r io r ; pero inculto y abandonado por temor á los a taques de los indios tril­lares. «Distancia: quince millas.»

9 de diciembre.—A las doce del dia el calor es tan sofocante que nos vemos obligados á qui ta rnos par te de nues t ras ropas .

La jornada es muy penosa á causa de la m u c h a maleza y de lo escarpado del t e r reno . El número de nues t ros caballos disminuye visiblemente. «Distancia:

y el sol ha vuel to á salir . Nos ponemos en m a r c h a con m u c h a lenti tud á causa del s innúmero de baches que se han formado por todo aquel piso. Nuestros c a ­ballos encuent ran poco aumento en la yerba que c o ­mienza á b ro ta r . Por la noche acampamos á la orilla de un arroyo guarnecida de enc inas , habiendo a t r a ­vesado en aquella jornada una distancia de ocho millas.

i de diciembre.—Recibí la orden de avanzar con un des tacamento ; y mas allá de un valle que te rmina en la garganta de una montaña encont ré el ras t ro de tropas éahforn ianas , tal vez la que hizo prisionero á Mr. Larkin . A las tres se reunió á nosotros el resto d é l a fuerza. En estos campos abunda mucho la y e r ­b a ; pero esta ha sido tan bañada por la lluvia que nues t ros caballos no Ja quieren. La comarca que aca­bamos de a t ravesar no es cult ivable. A las doce de este dia se matan t re in ta r e s e s , agotadas ya las p r o ­visiones a n t e r i o r e s , y es asombrosa la cantidad de carne que se consume. Parecerá una exageración si digo que las raciones eran de diez libras por barba , pero es un hecho positivo. He visto hombres que han asado un gran trozo de carne y se Jo han comido a n ­tes de acos ta rse , y levantarse á las dos de la m a d r u ­gada para repe t i r la misma operación, hasta empren ­der la marcha de aquel dia, sin que semejante r é g i ­m e n alterase en nada su salud. El ganado vacuno es genera lmente muy t ierno y muy suculento en la Cal i ­fornia. «Distancia : diez millas.»

'i de diciembre.—Me despierto antes de amanecer . La luna esparce aun sus reflejos pálidos, el aire es s u m a m e n t e f r ió , y el suelo está cubierto de rocío. El humo que se eleva de las hogueras del campamento en l igeras columnas Hola sóbre la c u m b r e d é l a s mon­t a ñ a s . Todo lo que se ofrece á mis ojos cont i tuye un magnífico asunto del que un artista sacaría un gran pa r t i do ; pero el claro día viene á desvanecer esta e s ­cena román t i ca , y la viste con su mojada túnica. Avanzamos por una garganta obstruida por Ja maleza y no podemos t raspor tar nues t ros cañones sino con m u ­cho trabajo. A las t res hicimos alto en u n valle. Mu­chos caballos se han quedado atrás en un es 'ado que no les permi te seguir nues t ra marcha . Al ganar la a l ­t u r a de un (.erro ví flotar en el aire un remolino de n ieve que se deshizo al llegar al suelo. El a r r o j o q u e está próximo á nues t ro campamento desemboca en el r io Salinas. El te r reno que nos rodea es arenoso y no crecen árboles ni césped en él. «Distancia doce millas.»

0 de diciembre.—El tiempo está s e r e n o ; pero frió. E l ter reno de esta comarca se halla desprovisto de agua y de bosques. Acampamos en un valle rodeado de m o n t a ñ a s , cuyas cimas están cubier tas de n ieves . «Dis tancia : quince millas.»

7 de diciembre.—E\ arroyo está cubierto con una capa d e h i e lo , que es el p r imero que veo desde que estoy en la Calilornia. Hacemos aito cerca del rio de Salinas. Es te rio llamado en muchos m a p a s , rio de San B u e n a v e n t u r a , atraviesa una longitud de ochenta millas p róx imamente y desemboca en el Océano P a ­cífico , á doce millas a Í N o r t e de Monte rey , regando á

10 de diciembre,—Estamos acampados en u n bos­que de e n c i n a s , á t res millas al Sur de la misión d e San Miguel. Esta misión está situada en una l lanura que se est iende cerca del Salinas. Cuando este esta­blecimiento estaba adminis t rado por los religiosos, se hallaba en un estado m u y próspero con magníficos r ebaños de ganado l ana r , y g rande surt ido de m a n u ­facturas y de telas de lana. Los graneros estaban l l e ­nos de trigo y habas y los almacenes m u y provistos. Actualmente los edificios de esa misión están medio ar ru inados . Allí habita un inglés con su esposa , su hijo y t r e s criados indios, el cual nos dijo que había comprado por 300 duros todas las t i e r ras p e r t e n e ­cientes á aquella magnífica insti tución. Agotadas todas las provisiones de carne que l levávamos, r ecu r r imos á los carneros que abundan mucho en este distr i to. L a lana de este ganado es m a l a ; pero su ca rne es de m u y buena calidad. El t e r r eno que hemos a t ravesado hoy es arenoso y de muy escasa vegetación.

12 de diciembre.—Se han quedado atrás o t ros ochenta caballos. Para poder conservar los res tantes se pasa una orden para que todo el mundo se apee . La comarca es m u y arenosa y árida. Hicimos alto c e r ­ca del r ancho de un californiano. Mi criado obtiene un poco de har ina con lo que m e hizo un amasijo que m e sirvió para var iar el rég imen de al imentos que t ra ía i.'esde mi salida de San Juan . «Distancia: doce millas.»

Í3 de diciembre.—La mañana de este dia es l l u ­viosa y fría. Muere uno de nues t ros voluntar ios d e resul tas de una tifoidea, al que dimos sepul tura con pesar al pié de un árbol . Acto cont inuo se verifica la ejecución de u n indio cogido en uno de los ranchos vec inos , y ha sucumbido bajo el fuego del pelotón, sin m u r m u r a r ni exhalar una queja. La lluvia es tan copiosa que, no nos es posible encender l u m b r e , c a ­yéndonos encima duran te toda la noche . «Distancia doce midas .»

14 de diciembre.-—Emprendemos nues t ra m a r c h a en medio de la lluvia que no cesa , y por un t e r reno surcado por infinitos arroyos. Al mediodía hicimos alto para m a t a r algunas reses y comer . Al anochecer l legamos cerca de la misión de San Luís Obispo en donde es taban encer rados muchos pris ioneros. D u ­r a n t e aquella noche cercamos los edificios y asustados los habi tantes por t an súbita invas ión, ni aun t ra tan de prepararse para su defensa. Todos cayeron prisione­ros menos dos ó t res que lograron fugarse. Sabíamos que «Tortoria Pico,» que habia figurado en algunos movimientos revolucionarios, se hallaba e n t r e aquella gente y se le a r res tó . Nuestros soldados se apode ra ­ron de l ascab : .ñas ; pero sin cometer el menor deso r ­den. Nuestro ejército se componía de diferentes clases de hombres la mayor par te de aspecto m u y ordinar io; pero d u r a n t e nues t ra travesía n inguno d e ellos se s e ­paró ni u n ápice de la ordenanza. «Distancia diez y ocho millas.»

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VIAJE A CALIFORNIA. 177

TOMO II I .

CAPITULO X.

DE LA MISIÓN DE SAN LUIS Á SANTA B Á R B A R A .

SUMARIO. Misionado Sai) Luis Obispo.—Misión y montañas (¡e Sania Inés.—

Vista de la llanura de Santa Bárbara.—Llegada á Santa Bárbara.

l o de diciembre.—Llueve de un modo horrible d u ­ran te ' l a noche . Los arroyuelos del valle de San Luis Obispo no se pueden vadear . Para no pr ivar á a q u e ­llos habi tantes de sus cabanas , se abre la ig les ia , y nuestros soldados se refugian en ella. La iglesia es u n ancho edificio perfectamente conservado. Su suelo está enladril lado, y sus ornamentos son idénticos á los de las demás iglesias de la California. Tiene también u n pequeño órgano por el estilo de los de Berber ía .

Pequeñas casucas de forma cuadrada se elevan aun alrededor de los principales edificios de la misión, y al ver por todas pa r t es inmensos montones de escombro , se comprende que aquel establecimiento debió de ser uno do los mas estensos y ricos de aquel país. Las t ier ras vecinas son fértiles y regables con facilidad. Aun se elevan algunos cercados que encierran h u e r t a s , donde crecen los n a r a n j o s , las h i g u e r a s , las pa lmeras , los olivos y las v ides . Las cercas de estas hue r t a s son de | cactus muy frondosos é impene t r ab le s , formando una ! ba r re ra in t rans i table . El cactus da un fruto con el que se fabrica un licor m u y sabroso llamado «calinche.»

En la misión encon t ramos h a r i n a , y esta se d i s t r i ­buyó ent re nues t ros soldados.

•16 dc diciembre.—Se formó un consejo de guer ra que condena á Pico á la pena de m u e r t e , por haber faltado al j u r amen to que hizo de no tomar las a rmas . Llega á nues t ros oídos la noticia de que las tropas ca-lilbrnianas y las nues t ra s han tenido u n a acc ión , en la q u e hemos perdido t re in ta hombres .

•17 de diciembre.—Una procesión de mujeres pasa por delante de mí con el ros t ro velado por rebocillos, menos la cjue hace de guia cjue es m u y bel la , y se halla vest ida con esquisito gus to . Vienen á rogar ai coronel F r e m o n t que respe te la vida de Pico , y su súplica es a tendida .

A las diez de la noche l legamos á un valle m u y pin­toresco , desde el cual se oye el ru ido que hacen las olas al estrel larse en las rocas , y allí acampamos . «Dis­t a n c i a : siete millas.»

18 de diciembre.—Antes de salir la aurora , el suelo está cubier to de hielo blanquecino; pero después de salir el sol, el tiempo se q u e d a m u y he rmoso . Una | marcha de cua t ro millas nos conduce á una playa del Océano Pacífico, en donde los buques pueden anclar y guarecerse cuando el viento no es m u y impetuoso. Los cerros y las l lanuras están cubier tas de césped y e n c i ­na re s . A nues t ra izquierda se elevan montañas c o r o ­nadas de nieve. A las tres de la t a rde acampamos en una linda l lanura surcada por un a r r o y o , y cerca del rancho del capitán D a m e , hombro intel igente y g e n e ­roso, establecido en aquel país desde hace treinta años. «Distancia : qu ince mil las .»

19 de diciembre.—La noche tempestuosa y fría. Por la m a ñ a n a el cielo ac l a ra , y cont inuamos nues t ra marcha al t r avés del va l le , ciiyo suelo parece m u y fért i l , y cuyas l o m a s , aunque a r e n o s a s , p roducen verde césped. Por uno y otro lado se ven numerosos rebaños de ganado lanar . D u r a n t e este dia hemos pe r ­dido otro centenar de caballos. «Distancia: diez y ocho millas.»

20 de diciembre.—Varíe de nues t ros soldados se ocupan en recoger los bagajes que conducían los caba­llos que se quedaron a t rás el dia anter ior . No r o m p i ­mos la marcha hasta la una del d í a , y después de aque­lla jornada establecimos nuestro campamento cerca del rancho de Mr. F a x o n , en la falda de una cordillera,

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cubierta de encinares. Nuestros soldados se ocupan en t i r a r , y mues t r an u n a admirable punter ía . Nuest ro campamento se estiende en un diámetro de media mi­lla. Las llamas de las hoguer. s , durante la noche , se reflejan sobre la alfombra de césped , formando una vista muy pintoresca . «Dis tancia : t res millas.»

21 de diciembre.—La t empera tu r a es agradable , i Caminamos á pié por u n a cañada, en donde e n c o n t r a ­

mos un rancho desier to , y ganamos la altura de algunas cordilleras de cerros escarpados y de dificilísimo ac ­ceso , que nos conducen a u n a vega , en donde acam­pamos á la orilla de un a r r o y o , y cerca de la misión de

| Santa Inés . Un destacamento sale para esplorar aquel ' es tab lec imiento , y regresa al campamento sin haber

hecho descubr imiento a lguno. Nuest ros caballos están tan es tenuados , que no pueden con las s i l las , y nos vemos obligados á abandonar los . «Distancia: qu ince millas.»

22 de diciembre.-—El t iempo cont inúa sereno. A l ­gunos soldados rendidos por el cansancio se quedan a t r á s , y obedecen de mala gana la orden de prose­guir la marcha . El terreno debe haber sufrido una gran s e c a , pero sin embargo hay en él una m a g n í ­fica vegetación. Pasamos por delante de u n rancho abandonado, y después de una m a r c h a de quince m i ­l l a s , hicimos alto.

23 de diciembre —No cesa de llover en todo el dia y nues t r a vanguard ia a r res ta dos indios a rmados con arcos y flechas, los que nos dicen que á u n a distancia de nueve ó diez millas hay caballos. La vanguard ia encuen t r a efectivamente veinte y cinco caballos briosos propiedad de u n indio insu rgen te , y los t r a e al c a m ­pamen to .

2 4 de diciembre.—-El t iempo nebuloso y frió y caen a lgunas gotas. Tenemos que a t ravesar la montaña de Santa Inés por un camino muy difícil. Esta m o n t a ñ a , t iene algunos millares de pies de elevación. A las doce de aquel día ganamos aquella a l tu ra q u e domina la hermosa l lanura de Santa Bárbara y las olas del Océano que ofrecen un punto de vista delicioso. Ayudados por un anteojo dis t inguimos los rebaños que pacen en la l l anura , ios arroyos que la r i e g a n , y muchos r anchos . A la distancia de diez millas, y al Sur vérnos las torres de la misión ele Santa Bárbara y en el úl t imo té rmino el ancho Océano. Esla vista es encantadora . La m o n ­taña en que estamos es una e n o r m e mole de piedra v i v a , cubier ta de maleza y de m u y difícil descenso. «Distancia: cua t ro millas.»

2o de diciembre, (Pascua de Navidad) .—La d i f i cu l ­tad que hemos tenielopara a r r a s t r a r nues t ros cañones obliga á var ios de nues t ros soldados á quedarse a t rás y no pueden alcanzarnos hasta las doce del dia. En el momento en que empezamos á bajar de aquella a l tu ra estalló u n a tempestad furiosa. El viento ruje de una manera horrible y la lluvia cae á tor ren tes sobre nos­otros .

El temporal duró lodo el dia y par te de la noche en que abandonamos los caballos y nos dejamos resbalar sobre las mojadas p i e d r a s , labradas por los to r r en te s . Muchos de nues t ros caballos caen den t ro de zanjas llenas de agua en donde se ahogan y otros asus tados por el terr ible h u r a c á n se hacen mil pedazos rodando por los precipicios. La vanguardia no llega al p é de la mon taña has ta m u y en t rada la n o c h e , que era m u y oscura y espantosa. El t e r r eno en donde acampamos parece una l a g u n a , y la lluvia apaga el fuego que t r a ­tamos de encender .

Después de grandes esfuerzos los soldados e n c a r g a ­dos de conducir IQS-,cañones se ven precisados á aban­donar los . Las muías y caballos que conducen nues t ros bagajes también se quedan a t r á s . Algunos soldados buscan un abr igo , en que poder pasar la noche, en t r e las breñosas grietas que forma la montaña . Tuvimos la sue r te de encont ra r nues t ra t ienda de campaña y la levantamos bajo una encina. No nos es posible enc'en-

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17S NUEVO VIAJERO UNIVERSAL, de r l u m b r e y nos Temos obligados á echarnos sobre la empapada ' t ierra. Hacia las dos de la madrugada el temporal se apaciguó y cuando me levanté vi que t r e s o cua t ro soldados estaban tendidos sobre una laguna sin mas almohada que un t ronco que les obligaba á e rgu i r la cabeza s bre la superficie del agua. Por fin logró encender lumbre , y secar en ella mi ropa . A po-co'salió el sol ante el cual mi alegría fue inmensa . «Dis­tancia: tres millas.»

26 de diciembre.—Varios destacamentos se ocupan en volver pies a t rás en busca de los cañones y de los bagajes que quedaron en la mon taña . En idgunos sitios se ven infinidad de caballos muer tos en t re el fango de los r ibazos, y calculo que hemos perdido de aquel modo, lo menos un cen tenar . Los destacamentos lo ­gran t r ae r por fin, los ca o n e s , y los bagajes al sitio q u e ocupamos . El res to de aquel "dia lo empleamos en l impiar el a r m a m e n t o y en secar nuestros equipos.

27 de diciembre.-—No emprendimos la marcha has­ta las dos de aquel cha, y antes de nues t ra salida, nos visi taron dos americanos y un i r l andés , vecinos de Santa Bárbara , los que nos dijeron que la c iudad ha­bia sido abandonada casi en su totalidad.

Atravesamos una he rm sa l lanura y establecimos nues t ro campamento en un encinar y á la distancia de milla y media de Santa Bárbara. El jefe Mr. F r e m o n t dio o rden de respe ta r las personas y los bienes d é l a s californianos que no habian tomado par te en la i n s u r ­rección y ningún soldado podia salir del campamento sin un permiso especial. Por la noche visité la ciudad. Las casas están completamente cer radas y las calles están desier tas . Pene t r é en la pobre cabana de un z a ­patero que estaba ocupada por una docena de mujeres y niños. En aquella cabana se me proporcionó una cena compue- la de t o r i l l o s , frijoles y carne aliñada con chile colorado. Sa l ido allí, dando al zapatero, dos monedas de plata que le l lenaron de alegría. Las m u ­jeres que temían mucho la l legada de los americanos se sorprendieron al ver nues t ra manera de c o n d u c i r ­nos , y nos invitaron á que volviéramos á visi tarlas.

CAPITULO XI.

DE S A N T A BARBARA Á LOS Á N G E L E S .

SUMARIO.

Sania ESrhara.—Fertilidad del suelo.—Población.—Misión de San Buenaventura.—Hermosos jardines.—Toma de los Ármeles.— Misión de San Fernando.—Capitulación de los californianos.— Llegadaá los Angeles .

Al dia s iguiente , de nues t ra llegada flotó en la plaza de la ciudad el pabedon de los Es tados-Unidos , y allí permanec imos desde el 27 de diciembre hasta el 3 de enero de 1847 .

La ciudad de Santa Bárbara está situada muy bien á una milla de distancia de una rada , en donde los bu­ques de cierta d mension pueden a n c l a r e n tiempo de calma; pero cuando sopla el viento Nor te , no es segu­r a . Hacia la costa se est iende una l lanura fér t i l , de veinte á t reinta millas de longitud por diez de la t i tud limitada al E s t e , por una cordillera de montañas e l e -vadisinias. A juzgar por el número de los edificios, la población debe ser de mi! doscientas a lmas. La mayor par te de aquellas oslan coi s t ru idas con adobes , y el orden arquitectónico es lo mismo que el de Méjico". Al g imas t ienen la misma apariencia y comodidad que las de los Estados Unidos. A la presente el comercio de Sania Bárbara está concretado al Cambio de pieles y sebo por diferentes mercancías que t raen á la costa los buques estranjeros. Pero day allí otros elementos de riqueza que darán mucho impulso á la ciudad.

A larüslancia de algunas millas de Santa Bárbara se hallan inmensas cantidades de be tún que han sido a r ­rojadas á la costa por e! Océano y que se elevan en

masas compac tas . No hay duda que la esplolaciou de las minas que existen en sus montañas daria á esta ciudad una importancia que jamás ha tenido. La p o ­blación de Santa Bárbara según dicen se dist ingue por la inteligencia de sus habitantes y por las ideas de c i ­vilización que a l imentan. En ella están avecindadas diversas familias españolas m u y influyentes y de r a n ­cia prosapia ; pero en este momento sus casas están abandonadas y cer radas escepto la de Mr. José Nor i e -g ' , hombre muy distinguido que ha desempeñado car­gos de suma importancia . Dando crédi to á las i nd i ca ­ciones que nos han sido hechas debemos c ree r que el clima debe ser delicioso tanto en invierno como en v e ­rano . Mientras estuvimos ai í el t e rmómet ro ( d e F a r e n -heit) no ha bajado duran te la noche mas de 50° y d u ­r a n t e el dia por término medio ent re el 60° y el 70° . El tiempo estuvo sereno como en el mes de abril en las costas del Atlántico. Algunos ensayos de hor t i cu l tu ra han sido hechos en Santa Bárbara. La misión del m i s ­mo n o m b r e situada á dos miüas de distancia de la ciudad, cuen ta dos hermosos ja rd ines en donde se e n ­c u e n t r a una g ran variedad de frutas de climas t e m ­plados, y de los t rópicos. El 31 se anuncia que los r e ­beldes t ra tan de presentarnos batalla en San B u e n a ­ven tu ra .

El i.° de enero los indios de la ciudad y los de la misión celebran el pr imero de año con cantos y bailes, y ellos mismos entonan el canto amer icano : Yankee Doodle.

3 de Enero.—Verdadero dia de p r imavera . S e g u i ­mos por la orilla del m a r , nues t ro camino y a c a m p a ­mos á diez millas de d is tancia , al Sur de Santa B á r ­bara en u n t e r reno cubier to de u n a esplendida v e g e ­tación.

4 de Enero.—Sospechamos que los californianos deben esperarnos en el Rincón es decir , en un sitio en que hay dos puntas salientes por la par te del ma r , que seria para ellos una posición magnífica. El suelo que pisamos es s u m a m e n t e arenoso y a u n en la marea baja, el agua de la resaca llega al v ientre de nues t ros c a b a ­llos. Esperábamos alguna demostración hos t i l , poro pasó el dia sin que encont ráramos ni un enemigo. S i ­tuamos nuest ro campamento cerca del Océano, y des ­de él se oyen los a tronadores mugidos de sus olas! Cen­tenares de delfines juegan en t re las olas, lanzando al aire gran cantidad do agua. «Distancia: seis mi l l as .»—

5 de enero.—La goleta Julia se coloca á cier ta d i s ­tancia pa ra ayudarnos con sus c a ñ o n e s , caso de que el enemigo se" opusiera á nues t ra marcha . A las dos divisárnosla misión de San Buenaventura . P ron to v i ­mos ante nosotros un destacamento de californianos que se aleja á la primera descarga de artillería. La mi­sión de San Buenaven tu ra es igual á todos los e s t a b l e ­cimientos de su g e n e r o , y está si tuada á dos millas de la cosía y de una pequeña bahía en la p u n t a de un valle regado por el Santa Clara, que desemboca en el Océa­no cerca de allí.

A diez y veinte millas de la r ibera se ve una c a d e ­na formada de islotes que principia en Santa Bárbara y se est iende hasta la bahía de San P e d r o . La misión solamente está ocupada por algunos indios. Los b l a n ­cos se han ret i rado al ap rox imarnos , escepto uno que ha venido á p resen ta r se á nosotros. Siguiendo nuestra marcha vimos una tropa de sesenta á se tenta califor­nianos en la l l a n u r a , agitando sus lanzas y banderas , y blandiendo sus espadas. Tienen m u y buenos caba ­llos y los manejan con suma habi l idad, pero los n u e s ­tros están tan débiles que no nos sirven para nada. Al acercarnos se re t i ra ron teniendo m u y buen cuidado de mantenerse fuera de t i ro de cañón." Un indio de l a ­w a r e y ot ro californiano sé dirigen á ellos. Se d i spa ­ran algunos tiros de una y otra p a r t e , pero sin qué resu l ien ni muer tos ni heridos.

7 de enero. Acampamos cerca de u n rancho en donde hallamos buena provisión de t r igo y frijoles.

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VIAJE A CALIFORNIA. En las al turas aparecen algunos cazadores california-nos. «Distancia: siete mil las .»

8 de enero. El viento levanta á nues t ro a l rededor remolinos de polvo, y acampamos en u n bosque cerca de otro rancho en dónde también encontramos p r o v i ­siones para nosotros y nues t ros caballos, per tenec ien­tes á un rebelde . Alguna fuerza pasa la noche sobre las a rmas para prevenir cualquier sorpresa . «Dis tan­cia: doce millas.»

9 de enero. Sabemos por el capitán H a m l e y , que acaba de llegar con un g u i a , que el gobernador m a r ­cha en dirección á los Angeles con el general Kearny . Hacemos alto en el es t remo de una fértil vega y cerca de un rancho ocupado por un anciano de ros t ro v e ­nerab le , y cuyos hijos están con los i n su rgen te s . Sus «raneros están llenos de t r i g o , cebada y habas . Todos los graneros d e este distrito están mejor provistos que ios del Nor te ; es verdad que también está mejor cul t i ­vado el t e r reno . «Distancia: doce millas.»

10 de enero. Acampados á la en t rada de una g a r ­ganta que nos separa de la vega de San F e m a n d o , vemos en una al tura de cuaren ta á cincuenta cal ifor­nianos. Nos sur t imos de víveres , apoderándonos de los ganados que pastan por la l lanura. «Distancia: diez millas.»

11 de enero. Nues t r a fuerza se ha dividido en dos des tacamentos , u n o escolta á la art i l lería y bagajes, siguiendo el camino d i rec to , y el otro avanza por un camino de colinas. Esle caniino es de fácil defensa, pero no encontramos alma viviente. La vanguardia ha arres tado á dos californianos que huian á caballo y nos hicieron saber que habia tenioio lugar un combate e n ­t re los americanos y los rebeldes , s i endoba t idoses to s ; y que las t ropas victoriosas al mando del va l i en tegene-ral K e a r n y , acompañado de Mr . S t o c k t o n , m a r c h a n sobre los Angeles . Mas lejos hallamos un francés p o r t a ­dor de un pliego para el coronel F remon t , el cual con­firma las noticias que se nos han comunicado. A l a u n a llegamos á la misión de San Fe rnando . De todos los es ­tablecimientos de este género es el mas conservado y el que mejores edificios posee. Tiene dos jardines con c e r c a s , cuya r iquís ima vegetación contras ta de una m a n e r a sorprendente con las t ier ras incul tas que aca­bamos de a t ravesar . Los rosales están llenos de rosas, y los olivos, l imoneros é h igueras apenas pueden r e ­sist ir el peso del fruto que los agovia. La roja trina, fruto del c a c t u s , brilla por todos aquellos sitios. A d ­vier to otra planta que se usa para fabricar el licor l l a ­mado Pulque, m u y apreciado por los mejicanos. Espo­sas viñas cubren aquel suelo . He probado el vino que con ellas se elabora, y es m u y bueno .

La misión de San Fe rnando está s i tuada en la e s -t remidad de u n valle e s t enso , en donde brilla una abundan te vegetación. El g ranero en que tomamos provisiones para nues t ros caballos encier ra mil lares de talegos de g rano . Soberbios ganados, vacuno y la­nar , pacen en los campos .

12 de enero. Dos oficiales californianos v ienen ú la misión para proponer u n t ra tado de paz ; pero se r e t i ­ran por la ta rde sin haber podido negociar nada .

13 de enero. Establecemos nues t ro campamento cerca de un rancho desierto en la l lanura de C o r r e n ­g a , y á poco vuelven los comisionados del ejército californíano, y se firma la p a z c ó n las s iguientes c o n ­diciones :

A r t . l . ° Los californianos ent regarán las a rmas y su artillería al coronel F r e m o n t , y se re t i ra rán á sus respectivas m o r a d a s , ofreciendo n'o volver á tomarlas contra los Estados-Uuidos en la g u e r r a que esta n a ­ción ha declarado á la república mej icana , c o n t r i b u ­yendo por su par te á man tene r la t ranqui l idad en el país,

Ar t . 2.° Los comisarios amer i canos , en vista del artículo pr imero se obligan á velar por las vidas y p ro ­piedades d e los californianos.

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T05JO l i í . 12*

Ar t . 3.° Mientras no se firme un t ra tado de paz en t r e los Estados-Huidos y Méjico, n i n g ú n cal ifornia-no ni c iudadano mejicano estará obligado á pres ta r j u ­r amen to de obediencia .

Ar t . 4.° E n vir tud de este t ra tado todo cal ifor­níano y mejicano puede abandonar esta comarca .

Art . S.° Los na tura les de la California gozarán del mi smo derecho y privilegios que los c iudadanos de los

, Es tados Unidos." 14 de enero. Después d e a t ravesar una cordi l lera

tle colinas pene t ramos en u n a magnífica l lanura ondu -. ¡ante que rodea el arrabal de los Angeles y está c u ­

bier ta de vegetación, en t r e l a q u e se cria la mos taza y pimienta . Pasamos por delante de varios manant ia les de agua caliente por donde salen grandes cant idades de b e t ú n , y a las t res llegamos á Ja ciudad. Tal vez n u n c a en t ró en una población civilizada u n ejército peor equipado. Sin el orden regular de la marcha se nos hub ie ra podido tomar m u y bien por una pandilla de t á r t a ros . Pocos de e n t r e nosotros poseían un v e s ­tuario comple to , y muchos carecían de calzado y de s o m b r e r o ; pero apar te de todo llegábamos al té rmino de nues t ra dilatada m a r c h a , de nues t ras fatigas y p r i ­vaciones.

En t r amos en la ciudad de los Angeles calados de : agua y cubier tos d e lodo, y a t ravesando sus calles nos

dirigimos á los cuar te les . La c iudad está ocupada por las tropas del gobernador Stockton y por las del gene­ral Kearny . Los habi tantes la han abandonado , de modo q u e la población se compone de es t ranjeros .

CAPÍTULO XII.

DESCRIPCIÓN DE LOS ANGELES V REVOLUCIÓN E N EL N O R T E .

SUMARIO.

! Ciudad de Angeles.—Producto de las viñas en California.—San ¡ Diego.—Minas de oro y de azogue.—Baja California.—Aguas i betuminosas.—Misiones'de San Gabriel y de San Luis , rey .— i Nombramiento de gobernador de California en el coronel F r e -j mont.—Revolución del Norte .

i La ciudad de los Angeles es la mas impor t an t e de la ; California, y se cuen tan en ella dos mil habi tantes . ; Sus calles no observan n inguna regular idad, y las ca-| s a s , cons t ru idas con a d o b e s , t ienen dos p i sos , y su s I tejados m u y aplanados. Algunas son de bas tante g r a n -: d o r , y no carecen de cierta forma elegante , i L a población está limitada por el Océano á la d í s -| tancia de veinte mi l l as , y por u n a l lanura si tuada al ; Nor te con sus cordi l leras de colinas m u y elevadas. A! I Es te por altas montañas cubier tas de n i e v e , y al O e s -; te y al Sur por el Océano ya indicado.

Él rio de San Gabriel atraviesa la ciudad á cuyas i orillas so est ienden muchos v iñedos , y jardines Henos

de frutas de varios cl imas. Las viñas producen í n u -• c h o , pues el .vino y aguard ien te q u e se fabrican do ; ellas son de m u y buena calidad. P ron to la cosecha del ! vino será e n la California u n impor tan te elemento de : comercio . El suelo y la t empe ra tu r a de los distri tos . meridionales de esta 'comarca son m u y a propósito para

el cultivo de las vides. | Encont ramos en los Angeles abundan tes provis io-' nes de t r i g o , maiz y frijoles que p rueban la fertili— i dad de su te r r i to r io . En su t é rmino no se halla n i n -I g u n m o l i n o , y el uso establecido es moler á fuerza de ! b r a z o s , do m a n e r a que no es m u y fácil hallar s in t r a -j bajo grandes cant idades de ha r inas . | En las hue r t a s no he visto mas que cebol las , p a t a -| tas y pimientos rojos, de los que se hace un gran con-I sumo en las misiones del país . Otras muchas l e g u m -¡ b res se podrían cul t ivar en aquellos t e r r enos . I Habi tamos t res oficialas y yo en la casa de un cali— 1 fo rn iano , pos t rer alcalde de la ciudad y hombre a g r a -i dable v polí t ico, por el que somos t ra tados con s u m a

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i so ?7UEVO VIAJERO UNIVERSAL. •cortesanía. Por la mañana se nos sirve una taza de café y un plato de tortillas. A las once un almuerzo mas sustancioso y compuesto de carne cocida y asada, fr i joles, tortillas" y vínu del país. La cena es la r e p e t i ­ción del a lmuerzo .

Las pocas mujeres eme lian quedado en la p o b l a ­ción no corresponden m u c h o á la pomposa descripción que se me hizo de las bellezas de los A n g e l e s ; pero qu i / á s la guerra ha hecho desaparecer á las que h u ­bieran anima lo con los encantos que se las atr ibuyen á la abandonada ciudad. La balda de San P e d r o , s i ­tuada á veinte millas al Sur de los Angeles , es el pue r ­to de mar de esta c iudad . E s t a bah ía , en que d e s ­emboca el rio de San Gabr ie l , ofrece buen fondeadero á les buques de cierta d imens ión , pero no es segura en todos t iempos.

A doce millas al Es te de los Angeles se halla la m i ­sión de San Gabr ie l , espacioso establecimiento rodea­do de t ie r ras muy fértiles. En el Sur está la de San L u i s , r e y , sólida y elegantemente construida en m e ­dio de mul t i tud de ja rd ines , y de u n ter reno pe r fec ­t amen te cult ivado. San Diego es la población mas me­r id ional ríe la alta California, y está s i tuada en la b a ­hía del mismo nombre y en el 33° de lat i tud. Algunos que han recorrido este distrito le pintan muy arenoso; pe ro aquel te r r i tor io encierra minas de a z o g u e , o ro , cobre y carbón de piedra, que algún dia le darán suma importancia .

El puerto de San Diego, colocado en t re el estrecho de Fuia y el de Acapulco, es después cleide San F r a n ­cisco el mejor quo se encuent ra en la costa del O c é a ­no Pacífico. Después de haber llegado á los límites de ia alta California, creo cjue no carezca de in te rés la descripción q u e se m e ha remit ido de la baja Califor­nia por el agente contador del buque de guer ra a m e ­r icano, el Cyane, Mr. P r in , que duran te dos años hizo por aquellos puntos diversas espediciones.

B u r l i n g t o n , 7 d e j u n i o de 1848 .

«El cabo de San L u c a s , situado en la estremidad meridional de la península de la California ba ja , por los 22° 4 5 ' de l a t i tud , t iene una buena b a h í a , y m u y segura duran te nueve meses del a ñ o ; pero abierta ál Es t e , es impenet rable en los meses ele ju l io , agosto y se t i embre , en los cuales sopla mucho el Suroeste. He tocado dos veces en aquel cabo á bordo de un pepueño b u q u e , y creo que á poca costa se podría cons t ru i r un dique que haría seguro aquel puerto en todos los m e ­ses del año . Con gran facilidad se podrían sacar p i e ­dras de las rocas que forman la pun ía meridional del cabo llamado «Frailes.»

En el de-arrollo futuro del comercio del Océano Pacífico, aquel inmenso prormntor io podrá uti l izarse como sitio útilísimo para el depósito de mercancías y car­b ó n , y también para la reparación de buques . Mr. R í t -c h i e / q u e vive al l í , su r t e á un gran número de b a ­lleneros que doblan el cabo de víveres , frutas y agua. Aquellas jirovision-s son trasportadas del valle de San J o s é , distante veinte mi l l a s , al Norte del cabo. La tierra que rodea este cabo es breñosa y estéril , pero el estenso valle con buen cultivo produce u n a gran cantidad de fruta y vegeta les , patatas de Ir landa, t o ­m a t e s , co les , l echugas , habas , gu i san te s , r e m o l a ­c h a s , zanahor ias , naran jas , l imones , b a n a n a s , higos, dá t i l e s , uvas y olivas. La carnée le ganado vacuno y lanar es sumamente barata . También se cul t ívala cana d u l c e , la que se pone á he rv i r , y se hace con su jugo l ina especie de ja rabe compacto.

San José t raspor ta cargamentos de fruta seca á San Blas y á Mazat lan, y también pieles y sebo.

No puedo apar ta rme de este va l le , en el que nos hemos sur t ido de tan magníficas provisiones, sin men­cionar el agua que le r i e g a , y que el golfo rec ibe con tanto placer. Esa hermosa vega , vista desde el mar con su cínturon de elevadas montañas á r i d a s , ofrece

u n magnífico punto de v i s t a , y da una exacta idea de la afortunada fecundidad de la baja California. La v i s ­ta de aquel terr i tor io parece un sueño fantástico para el que acaba de pasar meses y mes-s en alta mar . S i ­guiendo la costa se encuent ra un buen fondeadero, ade­m a s del ya citado ent re la península y la isla de C e r -ra lbas . En el Norte de la isla están las dos en t radas ele la hermosa bahía de la Paz , y la Septentrional de a q u e ­llas es la mas segura para los buques que calan m a s de doce pies en el agua. La ciudad de la Paz está s i t u a ­da en la par te meridional de la b a h í a , á veinte millas próximamente de su embocadura . En el interior de la bahía se halla el apacible puer to de Pichel inque, en el que ha estado anclado muchos dias el Cyane. La pes­ca de perlas es la principal ocupación de sus h a b i t a n ­t e s , las cuales son de una calidad super ior . He visto un collar de estas tasado en 2 , 0 0 0 duros . Los indios las recogen penet rando en el agua á una profundidad de ocho brazas . Las conchas de estas perlas se envían á la China¡, y en la ciudad de la Paz se venden á duro y medio la arroba. Es muy est raño que los indios no tengan un aparato para zambul l i r , que hiciera mas fá­cil y mas productivo su trabajo. La industr ia a m e r i ­cana aun no ba esplotado aquella región, pero sin em­b a r g o , Mr. David ha empleado mul t i tud de indios en la pesca de p e r l a s , y sacado b u e n a ganancia. A l r e d e ­dor de la Paz el ter reno está m u y seco, y con todo cu­bierto ele césped. En las montañas vecinas hay ricos mine ra l e s , y á cuarenta millas al Sur y cerca de San Antonio se esplotan con gran ventaja minas de plata . La Paz esporta a renas de oro y barras de plata del valor de 1 0 0 , 0 0 0 duros al año.

Al Norte de esta ciudad se encuen t r an buenos puer ­tos , en t r e otros el de Escondida , el de Loreto y Mule-ge , protegidos por islotes si tuados en frente de la t ier­ra firmo. En la isla hay u n ancho lago cubierto con una capa de sal de varios pies de espesor y de m u y buena calidad. Hasta la presente la venta de la sal ha sido monopolizada por el gobernador de la baja Ca l i ­fornia. Al Norte del puerto de Mulege el golfo es tan e s ­trecho cjue forma otro pue r to . Dos buques ingleses están ac tua lmente ocupados en reconocer aquel golfo tan poco conocido aun .

En la costa de la península está la gran balda de la Magdalena, en donde existen buenos puer tos ; pero sin agua, sin provisiones y deshabitados. Sus elevadas r iberas d icen que encierran metales preciosos. Los dos últ imos años un sin número de balleneros p e r m a n e ­cieron allí du ran te el invierno ocupados en la pesca de ballenas, cuyo aceite es muy á propósito pa ra la p in tu­r a , y comple tamente nueva la especie de aquellos ce ­táceos. Bajo el punto de vista geográfico ¡a California baja llegará á ser de mucha importancia. Es muy sen­sible que no baya sido comprendida en el t ra tado que , rec ien temente , se ha firmado en t re los Estados-Unidos y Méjico.

El l imite déla alta California toca con el golfo, y laal ta Californiase encuent ra de esta manera separada del t e r ­ri torio mejicano. El cabo de San Lúeas está llamado é ser el Gibraltar del Océano Pacíf ico, aunque para ese caso quizás se preferir ía al de Paz . Pa ra cualquier na­ción estraña, la posesión de la baja California me p a ­rece mas apetecible que el grupo de islas de Sandwich , porque en aquella hay mas t ierras de labor , que en este archipiélago, j r s c a do perlas finas, ricos m i n e r a ­les y hermosas bahías . E n el seno de las montañas ári­das se encuen t i an fecundos val les , parecidos á los de San José y he oido elogiar mucho el de Todos Sanios, Cornudos Sania Guadalupe, y otros muchos . «Vol­vamos ahora á la alta California. En el t é rmino de los Angeles existen abundantís imos manantiales de agua caliente que destilan enormes cant idades de be tún , que endureciéndose al enfriarse, arele como resina. En muchos sitios se encuent ran capas de aquella m a ­teria de varios píes de a l tura . Se emplea para los t e -

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VIAJE A CALIFORNIA. Í8£ clios de las casas y al quemarlo exhala u n olor seme­jante al del carbón de piedra. No hay duda n inguna que este mineral llegará á ser un importante objeto de comercio. No existe en California n ingún documen to estadístico, por cuya razón el viajero se ve obligado á formar sus cálculos , según sus propias observacio­nes . No se puede dar crédito n inguno á los informes de los naturales pues' cuando Se les pregunta y se dig­nan contes ta r , su contestación se r e d u c e á decir: ¿Quién sabe? y n ingún caliibrniano se ocupa en tales investigaciones.

A juzgar por lo que he visto en las viñas de u n americano llamado Mr. VFolfskill, creo que el p r o ­ducto da estos plantíos y las fábricas de aguard ien te son m u y considerables. La viña de Mr. Wolfskill es aun nueva y tiene próx imamente una ostensión de terreno de cuaren ta peonadas. El año pasado ha p r o ­ducido ochenta barri les de vino y otros tantos de aguardiente . Es de esperar que con el t iempo produz­ca mucho m a s . He gozado mucho al ver aquel viñedo rodeado de árboles frutales dé los trópicos y la casa de Mr. Wolfskill en 'a que ha in t roducido cómodas c o s ­t u m b r e s , r a r a m e n t e adoptadas en este país . He p r o ­bado sus v inos , los que m e parecen tan buenos como los de Francia y M a d e r a ; y aguardiente común y de melocotón, de un sabor perfecto. Creo que la Califor­nia produce cien mil barr i les de vino y aguard iente , y esto re la t ivamente á lo que puede produci r es una cant idad mezqu ina .

E n los Angeles no pude encontrar un par de zapa­tos ni una pieza de tela para hacerme un pantalón, y solamente después de r eco r r e r todas las t iendas do la ciudad compré por fin, por 12 d u r o s , cuatro pedazos de veludillo, que en los Estados-Unidos m e hubieran costado 6 duros y medio . Uu sastre a m e r i c a n o , que formaba par te del ejército do K e a r n y , me pidió 4 d u ­ros por hacerme el pantalón. Por fortuna llegó de las montañas Pedregosas un esp loradorque traía cargazón de pieles curadas de a lano , con las que se confeccio­naron trajes para el ejército que ya estaba medio des ­n u d o .

Permanec í en Los Angeles desde el 14 I n s t a el 29 de enero en cuyo tiempo ó escepcion de dos días de m u ­cho viento y uno de l luvia, el t iempo ha estado muy :

bueno y muy agradable. Las noches eran un poco :

frescas; pero 'durante el dia no era necesaria la lumbre ; y al pié de los cer ros , cubiertos do nieve, se esponjaba la verdura del valle.

El 18 el general Kearny y Stockton part ieron para Saii Diego. El 19 el coronel F r e m o n t fue proclamado . gobernador de la California. Cuando marchábamos sobre los Angeles estalló una revolución en el Nor te . Uncentenardeca l i fo rn ianos se apoderaron de Mr. Bart- ' i e t t alcalde de San Francisco y de otros muchos a m e - | r icanos. El 2 de enero el capitán W a r d Marston salió i al encuentro de los rebeldes y les obligó á h u i r . El 3 la fuerza de Mr. Marston fue reforzada por un destacamen­to de c incuenta y cinco hombres . El 8 el enemigo c a ­pituló, en t regó sus a r m a s , y se hizo pr i s ionero , y e n ­t regando también las munic iones , se dio l ibertad á todos para que regresa ran á sus hogares .

Aquí t e rminaron las insurrecciones de la alta Cal i ­fornia, si asi se pueden l lamar la resistencia hecha á la | invasión. El dia 29 m e puse en marcha para r eg resa r j á San Francisco. ;

CAPITULO XIII. | SALIDA DE LOS ÁNGELES Y LLEGADA Á SAN FRANCISCO. 1

SUMARIO. ! Don Andrés Pico.—Un rancho.—Un baile.—Singular coslumbre.— :

Llegada a Santa Bárbara.—Muntcrey.—Llegada á San Francisco, i

Salimos de los Angeles con dos viajeros indios y con caballos cansados, pero los mejores que pudimos e n ­cont ra r . Por la noche vivaqueamos en la l lanura de

Carrenga cerca del r ancho desierto en que se firmó e 1. t ra tado de paz.

Allí habian sido enviados dos indios para que tuv i e ­ran cuidado del ganado y los de te rminamos á o r d e ñ a r una vaca con cu a leche cenamos . Durante la noche d^ - i r t a ron los vaqueros llevándose las ropas que les habíamos confiado.

En muy poco tiempo se ha efectuado u n cambio no ­table en el país. El nuevo césped t iene ahora varias pulgadas de altura y las l lores en g ran porción han bro tado . El cielo está sereno y la t empe ra tu r a es d e ­liciosa.

El 30 de enero , dejando á la de recha la misión d e San F r a n c i s c o , á la distancia de ocho ó diez mil las , tomamos el sendero habi tual de las colinas. Curca d e un rancho un californiano, r icamente equipado, obser ­va nues t ros miserables caballos y los reclama como propiedad suya. Le contestamos que aquellos caballos eran de una ganader ía pública de los Angeles lo que n o le convence al parecer .

Después de cambiar a lgunas palabras nos dijo que se llamaba André s Pico, úl t imo general de los califor-

. n ianos . E n lugar d e insistir en su reclamación nos apretó la mano de una mane ra m u y afectuosa y se alejó dic iéndonos: «A Dios.»

Un ins tante después encon t ramos á un joven cali­forniano que no se atrevía á entablar conversación con nosot ros . Al cabo de varios segundos acabó por r e v e ­larnos que regresaba á su hogar procedente del e j é r ­cito insu r rec to , del cual habia formado par te , á pesar suyo . Según dijo habia sido obligado, por los jefes de su "partido, como otros muchos de su clase á tomar las a rmas . Es tuvo en la batalla del 8 y del 9 de enero cerca de los Angeles y deseaba no volver á ver cosa igual . Después de haber pasado por delante de dos ó t res casas deshabitadas llegamos á u n rancho y r e s o l ­vemos pasar en él la noche , con la esperanza" de e n ­con t ra r allí a l imento. Al acercarnos á la casa cons­truida con ladrillos y de una sola pieza, el ranchero y la ranchera salieron á recibirnos saludándonos de esta

1 m a n e r a : «Buenas t a rdes , señores paisanos y amigos» y nos invitaron á en t ra r en su morada .

Aquella buena muje r se puso á p repa ra r la cena , y : una muchacha india se puso á moler el g r a n o , d u r a n ­

te cuya operación la ranchera l i m p i á b a l a harina con una cesta que la servia de cedazo.

Concluida esta pr imera faena la m u c h a c h a se puso á amasar aquella har ina y dio á la pasta la forma de ga­l l e tas , que puso á cocer sobre una plancha de h ie r ro . P ron to es tuvo lista la cena, que se componía de to r t i ­l las, acabadas de hacer , de carne cocida, y aliñada con el consabido chile co lorado , leche y quesadillas.

; Teníamos buen apetito y aquelia cena nos pa re íó ; opípara.

Nuestros huéspedes estaban ansiosos de oir noticias y cíe saber él resul tado de la conquista del país por los amer icanos . Les anunciamos que la paz se había fir­mado y que ya no habia mas guer ra en la California, que todos é ramos hermanos y todos amer icanos . Las mues t ras de placer , por tal noticia, no se economiza ­r o n por aquella familia, y cada uno de los oyentes manifestó su entusiasmo de la mane ra que pudó .

P r e g u n t a m o s á la dueña cuánto le habia costado la saya que l levaba, y nos contestó que 6 pesos. Cuan ­do la dijimos que gracias al gobierno amer icano aquella tela la costaría en adelante u n p e s o , l e ­vantó las manos para manifestar la mas viva y a legre sorpresa. Nos preguntó lo que costaría un trajo c o m ­pleto para e l la , y el precio de los trajes que nosotros l levábamos. Cada respues ta mía aumentaba su e s t r a ­ñeza . «Vivan los amer icanos» esc lamó, «vivan». Yo l levaba una chaque ta ordinaria de lana por la cjue me ofreció nues t ro huésped un caballo muy hermoso; pero no me era posible deshacerme de ella porque no tenia o t ra .

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)S2 NUEVO VIAJE RO UNIVERSAL. hermosos.. Una gran par te del te r reno que per tenece ü su rancho es de tal cal idad, que sin riego y con poco t r aba jo , produce m u y buen tr igo y otros vegetales. Mr. Faxon nos enseñó mues t ras de p lomo, con el que fabrica ba la s , procedente de una mina inago tab le , s i ­tuada á cincuenta millas de distancia del valle de Tula r , y de una calidad superior á cuantas h e visto. También me enseñó el producto de u n a planta que abunda m u ­cho en el valle de T u l a r , y con la que fabricajabon.

Al dia s iguiente paramos en u n r a n c h o , en d o n -j de nos procuramos otros caballos, y pasárnosla noche ¡ en la casa de u n inte l igente amer icano , l lamado i Mr. B r e a n c h , establecido en este país hace ya algunos i años. Su propiedad se halla s i tuada en la orilla de u n • arroyo que desemboca en el Océano Pacífico, á dos ó : t res millas de allí.

Su casa está rec ien temente cons t ru ida , y su forma es igual á la d e ¡as alquerías de A m é r i c a , y tiene h a ­bitaciones muy cómodas , con sus respectivas c h i m e ­neas.

Las t ierras de su propiedad son á propósito para c! cultivo del ma íz , del trigo y pa t a t a s . El b pasamos pol­la misión de San Luis Obispo, y pensamos pasar la noche á tres millas dc distancia d e aquel es tab lec i ­m i e n t o ; pero habiendo estallado una to rmenta , el cielo se oscureció de tal m o d o , q u e ya no pudimos d i s t i n ­guir nues t ro c a m i n o , y después de vagar por una y otra p a r t e , tuvimos que acampar al airo libre y bajo una lluvia copiosísima.

Al siguiente día encont ramos á una milla del sitio en que acabábamos de pe rnoc ta r , la casa que en vano buscamos la víspera. Cerca de las nueve hicimos alto en un rancho ocupado por u n indio solo, que n ingún al imento pudo proporcionarnos . A unas cuantas leguas d e este r a n c h o , obtuvimos por fin en la casa d e un mej icano, huevos y tor t i l las . Habíamos estado sin t o ­m a r al imento t re in ta horas . Aquella noche llegamos á la misión de San Migue l , habi tada por u n i n g l é s , su esposa q u e es de raza m i s t a , u n n i ñ o , y varios v a ­queros indios .

El 7 no t enemos m a s al imento que una quesadil la , de la q u e gua rdamos la mitad para el a lmuerzo del dia s iguiente.

Pa ramos bajo una encina en la vega de las Salinas. El aspecto de esta llanura ha variado tanto desde el mes de d ic i embre , que no la reconozco.

La yerba t iene seis y ocho pu lgadas , y los cer ros están tapizados de flores de todas clases.

El 8 l legamos al r ancho de San L o r e n z o , habitado por dos h e r m a n o s , de los que uno me dijo que solo habia salido de su propiedad una ó dos veces en el t rascurso de muchos años. Hermosos rebaños pacen en las dehesa s , y los sembrados de trigo p rometen una gran cosecha. Sin e m b a r g o , el he rmano mayor nos dijo que solo podia ofrecernos ca rne fresca. Un criado indio eligió varios p e d a z o s , y los hizo asa r .

Nuest ro patrón, que era hombre a tento y m u y agra­dable , se esensó por no poder ofrecernos otras c o m o ­d i d a d e s , protes tando que no tenia mujeres en la quinta . A poco , con tono m u y g rave , nos pregunto sí nos seria posible proporcionarles dos hermosas amer i ­canas , añadiendo que les const rui r ía u n a linda casa , y que satisfaría todos sus deseos.

Cuando salimos de allí nos acompañó hasta cuairo ó cinco millas de distancia para e n s e ñ a m o s el camino , suplicándonos que volviéramos pron to . Al amanecer l legamos en frente de Monterey. Yo deseaba visitar aquella c iudad ; pero no e ra cosa d e a t ravesar á nado el r io de las Sa l inas , cjue se oponía á mi deseo.

Monterey está situado en la bahía del mismo n o m ­b r e , y á noventa millas al Sur de San Francisco. Aquella bahía es muy buena duran te el buen t iempo; pero m u y espuesta á los vientos del Nor te que soplan amenudo y con g ran fuerza.

La ciudad encierra cerca de mil y quinientos h s b i -

Por la noche llegaron parientes do aquella honrada familia. Uno de ellos tornó una gui tar ra , otro un violin y asistimos á un concierto vocal é ins t rumenta l . A lgu ­nos trozos de música, ejecutados por los clikttanti parecían trozos de cantos del país , y otros m u y s e n t i ­dos y de grande espresion. Ya avanzada la noche nues t ros huéspedes quisieron cedernos su habitación; pero rehusamos su delicado ofrecimiento y dormimos fuera de la casa. Al dia siguiente (31 de enero) cuan­do desper tamos, brilla! a el sol, y los pájaros cantaban a legremente en las r amas de las enc inas . Empleamos todos los medios que juzgamos decorosos para lograr que aceptasen el precio del hospeda je ; pero nos c o n ­testaron que aunque no e ran r icos , tenian lo suficiente para hospedar g ra t i s , ú los viajeros. Como vieran en nosotros una g rande insistencia, a cep t a ron , p e r o á condición de que habíamos do l levarnos una provisión de, tortillas y quesadillas para el camino. El ranchero montó á caballo y nos acompañó hasta la distanoia de tres ó cua t ro millas para indicarnos el verdadero c a ­mino , después de lo cual nos dio un adiós muy a fec­tuoso.

Dejamos atrás mul t i tud de ranchos comple t amen te abandonados , cuyo suelo está sembrado de osamenta de roses vacunas . Cerca de las cinco de la ta rde llega­mos á un grupo de casas si tuadas en la vega de Santa Clara á diez millas al Este de la misión de San B u e n a ­ventura y en t ramos en la casa de un aldeano llamado Sánchez . Nuestra llegada fue un acontecimiento , y pol­la noche se celebró con un baile ai que fueron i n v i t a ­dos todos ¡os vecinos de aquellos contornos . Unas cua­r en t a personas, jóvenes y viejas se r eun i e ron en la h a ­bitación mas capaz de la casa, la cual contenia una c a ­ma y algunos bancos que sirvieron de asiento á los que no bailaron. En estos bailes existe una cos lumbre muy s ingular . Duran te los in termedios del wa l s , cuadrillas y o t ros , u n a joven se adelanta sola al centro de la sala y después de habe r lucido su gracia se acerca á uno de los espectadores y para agradar le par t i cu la rmente eje­cuta a lgunas p i rue tas has! a tanto que le coloca u n sombre ro ó u n gor ro en la cabeza , separándose de él para con t inuar ante nosotros el mismo j u e g o . El som­b r e r o debe ser devualto con algún r e g a l o , ó moneda . Como nosotros no bailábamos gozamos repet idas veces de aquella mues t r a de preferencia. Cada baile , e j ecu­tado an t e nues t ra humilde pe r sona , nos costaba un peso. P o r desgracia nues t ra bolsa no estaba m u y r e ­pleta y no hub ie ra resistido mucho t iempo á una p r u e ­ba semejante , por cuya razón creímos que debíamos re t i ra rnos , abandonando á otros el campo en donde lucen sus gracias las bellas californianas que esceden á todo encomio, sobre todo en el wals . Los hombres son en la equi tación m u y notables.

.Mientras dura el ba i le , so improvisan versos á ¡os encantos de las bailarinas ó cantan sus amores en c o ­plas cuyo estribillo se r ep i t e , á coro por todos los con­cu r r en t e s .

El huésped nos acompañó á una especie de pórt ico, en donde se nos habían hecho las c a m a s ; pero e 1 ru ido de la fiesta no nos dejó dormir en toda ¡a noche .

Al siguiente dia nos procuramos caballos nuevos , y á las dos de la tarde l legamos á Santa Bárbara . Esta ciudad se hallaba mucho mas animada que cuando estu­vimos en ella la ú l t ima v e z , porque una gi ¿ a par te de los vecinos ejue la abandonaron habían v u e i l o á e l l a . Pa ­sá rnos la noche en un vuiolio próximo al m a r . La llanura de Santa Bá rba ra , os fértilísima. La vegetación t iene de seis á ocho p u l g a d a s , y por todas par tes se ven flo­res precoces . Cerca del rancho hay un campo sembrado o'e t r i g o , que ofrece una gran cosecha .—El 3 d e f e ­bre ro a t ravesamos la montaña de Santa I n é s , é l u c i ­mos alto delante de la casa de un inglés llamado Mr. F a x o n , para pernoctar allí. El dueño de aquella propiedad hace t re in ta años que se e s t ab lec ió , y está • asado con una ca l i forn ia™, de !a que t iene hijos m u y

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VIAJE A CALIFORNIA. 183 tan tes ( I ) , y camina rápidamente por la via del p r o ­greso.

En t ramos en un r a n c h o , en donde solo pudimos obtener una quesadilla. Los arroyos han ciecido tan to , efecto de las l luv ias , que hacen dificilísimo el t ránsi to de aquel distr i to. A siete ú ocho millas mas allá de la misión d e San Juan , la l lanura que tenemos que a t ra­vesar está comple tamente inundada . Después d e i n ­tentar en vano por diferentes pun tos el paso del A r r a -go desbordado , resolvimos pasar Ja noche sobre un r ibazo , sin v íve re s , sin hombres , agoviados de fatiga, y con hambre . Nuestro estado no tenia nada de d i ­vert ido.

Al s iguiente d i a , 10 de f eb re ro , encont ramos m a ­nera de a t ravesar el r í o , y descansamos de nues t ros apuros y de nues t ra s privaciones en la casa de un i n ­g lés , que nos recibió con generosa hospitalidad.

El 11 nos embarcamos en un pequeño b u q u e que se dirigía ó San F ranc i s co , y el 13 por la mañana l l ega ­mos á dicho pun to . Me dirigí á la casa de Mr. L e i d e r -dorff, en donde esper imenté un placer g rande al v e s ­t i rme á m i g u s t o , y hallando el deseado reposo después de una espedicion de cinco meses por montes y valles.

CAPITULO XIV.

PROGRESO V SUBASTA DE T E R R E N O S E N SAN F R A K C I S C O .

SUMARIO.

P r o g r e s o e n S a n F r a n c i s c o . — P r e s i d i o . — S e m e n o m i n a a l c a l d e . — A d m i n i s t r a c i ó n d e j u s t i c i a e n C a l i f o r n i a . — V e n t a d e l e r r c n o s e n S a n F r a n c i s c o .

Do quiera q u e la raza anglo-sajona coloca su planta , lleva consigo de u n modo ó de o t r o , el progreso . Es tal su naturaleza ené rg ica , que n a d a puede resis t i r á su act ividad. A pesar de las turbulencias de las g u e r r a s y de las insurrecciones San Francisco me pareció m u y floreciente. Una población amer icana habia venido á establecerse en él , y terrenos que an ter iormente no t e ­nian n ingún valor, se venden ahora á precios m u y e l e ­vados. Se han construido rec ien temente muchos edifi­cios, se h a n abierto nuevos establecimientos comerc i a ­l e s , se h a n establecido fondas p a r a los v ia je ros , y se empiezan á publ icar periódicos. La pequeña población q u e dejé con unas doscientas a lmas , se convierte en una c iudad impor tan te , y buqu¡ s cargadísimos descargan en el puer to sus m e r c a n c í a s , en lugar de conservarlas sobre el puen te como otras veces. Por todas par tes se nota g rande ac t iv idad , gran movimiento , y u n a nece­sidad de empresas inus i tadas , que hacen esperar que la situación propicia de San Francisco realice un b r i ­l lante porven i r . Aquí se me presentó por pr imera vez el general K e a r n y , que es h o m b r e de u n a es ta tura de cinco pies y diez p u l g a d a s , de rostro casi griego. Sus ojos azu les , cuando no h a b l a , t ienen una espresion m u y a rd ien te , y su carác ter peculiar es la du lzura . Se dist ingue por la urbanidad de sus m a n e r a s y lenguaje, y m a s aun por su s o l t u r a , exenta de toda afectación y vanidad. Es u n enérgico y val iente soldado, m a n t e n e ­dor de la severa d i sc ip l ina , sin t i r an í a ; u n h o m b r e en fin, que sabe dar cumpl imiento á sus d e b e r e s , en cualquiera p a r t e q u e se le dest ina. Tal fue la p r imera impresión que m e causó su p resenc ia , y el t iempo no ha hecho m a s que confirmar este efecto. Nunca j u z ­garé yo sus a c t o s , porque estos per tenecen á la historia civil y mi l i ta r de nues t ro p a í s ; pero mi opinión es que en las mismas c i rcunstancias que han rodeado al g e n e ­ral , n ingún h o m b r e hubiera desempeñado con m a s

(1) D i e z a n o s a n t e s , e n la é p o c a en q u e Mr. D u p e t i t - T h n u a r s la Trisito, era la capi ta l d é l a Cal i fornia a l ia j su impor tanc ia tan ins ign i f i cante c o m o Keykicrclj, capi ta l d e la p o b r e isla d e I s l a n d i a , y s o l o t e n i a d o s c i e n t o s h a b i t a m o s . E s a prque i ia p o b l a c i ó n s e c o m p o n í a , c r i n o t o d a s las d e sn g é n e r o de c r i o l l o s e s p a ñ o l e s , i n ­d í g e n a s , de a l g u n o s n a t u r a l e s c e n p a d n s en l e s t r a b a j o s tlel s e r v i ­c io d o m é s t i c o , ? i a l g M a s p ; u ; ¡ ¡ l i ; ! s ; . n i f j i c . a M s .

rec t i tud sus debe re s , ni nadie hubiera desplegado mas celo por los intereses del pa í s , ni desafiado mas pe l i ­gros , ni sufrido mas privaciones.

El 16 fui con él y dos oficiales de ingenieros , á visi­t a r el presidio de San F ranc i s co , y las ant iguas f o r t i ­ficaciones de la embocadura de la bahía . El presidio está á una distancia de t res millas de la ciudad, y con­siste en varios edificios construidos con adobes y t e ­jas . Los muros e^tán m u y descuidados y comienzan á d e r r u i r s e ; de manera que sí i o t ienen una p ron ta r e ­parac ión , se desplomarán comple tamente . El fuerte está situado en una elevación, milla y media dis tante de la bahía.

Sus muros de ladrillo pueden resist ir una ba ter ía ; pe ro como todas las const rucciones de esta comarca , están muy deter iorados .

Hace m u c h o s años que no ha estado guarnecido aquel p u n t o , y los cañones es tán desmontados y de t e ­r iorados en pa r t e por las lluvias y el efecto de la t e m ­p e r a t u r a .

El 20 el genera l Kearny me ofreció el cargo de a l ­c a l d e , ó sea pr imer magis t rado del distr i to de San Francisco. Como n inguna urgencia me reclamaba en mi p a í s , acepté aquel empleo y t omé posesión el dia 2 2 , aniversario del i lustre fundador de nues t r a r epúb l i ca , día solemne que los buques de los Estados-Unidos celebran en todas p a r t e s , y m a s aun cuando estamos lejos de la m a d r e pa t r ia .

Alas doce del dia los buques americanos que es taban anclados en el p u e r t o , dispararon sus c a ñ o n e s , y el eco fue repe t ido por las montañas vecinas. Se hubiera dicho que la voz del g ran Washington se mezclaba á la del b ronce para proc lamar el diohoso porveni r de la California, y para ofrecer sus estensas vegas y su s r i ­quísimos cotos ami l l ones de hombres l ibres . Los b u ­ques mercan tes y balleneros repi ten nues t ro saludo nac iona l , y por algunos ins tantes es tuvieron e n v u e l ­tos en h u m o el pue r to y la r a d a .

El genera] Kearny salió para Monterey el dia 2 3 . Allí publ icó , como gobernador civil de la California, una p r o c l a m a , en la que anunciaba que el gobierno a m e ­r icano respetar ía las inst i tuciones religiosas de los c a ­l ifornianos, que pro teger ía sus personas y sus propie­dades , y que lo mas pronto posible t ra ta r ía de dar les una cons t i tuc ión , en vir tud d e la c u a l , nombrar ían ellos mismos sus represen tan tes para la defensa d e sus i n t e r e s e s , y pa ra establecer su legislación.

El general declaró ademas , q u e en adelante es taban relevadi s del j u r a m e n t o pres tado al gobierno mej ica ­n o , y que eran c iudadanos de los Estados-Unidos.

«Cuando Méjico, anadia el gene ra l , nos obligó á declarar la g u e r r a , el gobierno de los Estados-Unidos no tuvo el suficiente lugar para invitar á los cal ifor­nianos á que. se colocaran bajo su amparo , y tuvo n e ­cesar iamente que invadir este te r r i tor io para evitar que alguna nación europea se apoderase de él .

«Si al cumpl i r los agentes de los Es tados-Unidos con las instrucciones dadas por su g o b i e r n o , h a n abu­sado del poder que se les conf i r ió , estos actos de v i o ­lencia se rán seve ramen te inspeccionados , y aquellos que hayan sido v í c t i m a s , recibirán la jus ta i n d e m ­nización de los perjuicios que se Jes hayan ocas io­nado .

»La California ha sufrido m u c h o con sus discordias y gue r r a s c ivi les ; pero aquel l iempo de desastres con­cluyó. La bandera estrellada ondea en este hermoso país , á quien s iempre p r o t e g e r á , y bajo su egida se mejorará la agr icu l tura , y las ciencias y las a r t e s flo­recerán en esta r iquís ima región.

»Los americanos y los californianos ya no son mas q u e un pueblo . No tengamos mas que un deseo y una esperanza; unámonos como hermanos y trabajemos en la via del p rogn so y de la prosperidad de este país , que ya mi ramos como el propio.»

Esta proclama fue acogida con inequívocas mues t ras

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13-i NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. do júbilo por los indígenas y por los colonos. Muchos funcionarios de mi jurisdicción y muchos part iculares me espresaron, por medio de cartas y verbalmente , la alegría que ios causó aquel lenguaje , y lo felices que se conceptuaban al ser considerados como ciudadanos de losEstailos-Unidos, Se esperaba que inmedia tamen­te establecería el general un sisloma de gobierno r e ­presen ta t ivo ; poro una carta del general Scott le a d ­vertía que no tomase n inguna medida d e c h i v a , hasta tanto que le fueran enviadas nuevas ins t rucciones por el gobierno.

En el mes de marzo y abril vimos llegar mul t i tud de buques cargados de municiones y utensilios q c e de­bían servir para fortilicar los principales puertos de la costa, como San F ranc i sco , Monterey y San Diego. El regimiento del coronel Slevenson se dividió en des t a ­camentos que se estacionaron en San F ranc i s co , S o -n o m a , Monterey , Santa Bárbara y los Angeles. Una compañía salió en persecución de los indios de Sierra-Nevada y de los indios t u lu ro s ; que se ocupan en r o ­bar caballos.

La Estrella Californiana clel mes de marzo de 18-17 publicó la siguiente caria relativa ó los escesos de que venimos hablando.

«Bajo el gobierno español nunca so oyó hablar de robos de caballos; pero desde que los mejicanos inva­dieron esta comarca , fue presa de la a n a r q u í a , y los indios abandonaron las misiones.

El pr imero q u e s o entregó al robo fue u n neófito de la misjon de San Clara , llamado Gorge , que se re t i ró hacia el valle de Stanislao, 0 , 1 donde habia nacido.

Desdo allí iba por las misiones á robar caballos, que por entonces abundaban mucho por aquellos a l r e d e ­dores .

Recibió la m u e r t e al volver de una espedicion, y desde entonces la misión do Santa Clara se ha c o n v e r ­t ido en a lbergue de los ladrones de cabal los , y el rio Stanislao en punto de reunión .

T ra té de informarme por personas m u y dignas de crédi to de la cant idad de caballos que habian sido r o ­bados en estos úl t imos veinte a ñ o s , y se me ha c o n ­tes tado que mas de cien m i l ; pero que han sabido que el número asciende al doble. Casi todos estos caballos han sido comidos. De-de el rio de Stanislao se e s t e n ­dieron las depredaciones ai Norte y al Sur por un lado, has ta el rio dé Mícklemes , y por otro hasta el rio de San Joaquín. Los indios habitan las pendientes occi­dentales de las montañas que se elevan en aquellos l í ­m i t e s , y están tan acos tumbrados á ia carne de ca' a -11o, que consti tuye su principal a l imento. Diferentes veces han sido persegu idos , y muchos han muer to de resul tas de tales persecuc iones , y aun se han des t ru i ­do algunos de sus puehlecillos; pero n inguna medida ha si cío suficiente á repr imir su audac ia , y el número de caballos cada dia es nías reducido.

En sus expediciones han sacrificado lo menos v e i n ­te pe r sonas , y hace un mes h i r i e ronácua t ro personas ele la alquería"de Mr. W a b e r s , cerca clel pueblo de San José, y se llevaron mas de doscientos caballos. De diez días á esta par te se han aproximado en gran número á la jurisdicción de Con t ra -Cos ta , y no pasa noche sin que se oiga contar algún robo cometido por aquella gen te . Al apuntar estas notas no t ra to de contar los detalles ocurridos en la ocupación de la California por los Estados-Unidos . Semejante deseo exigiría una obra m u y voluminosa, y que carecería de in te rés . Miesclu-siva i-lea se ha concretado en trazar u n pequeño cro­quis de las operaciones mil i tares en la California d u ­r a n t e mi permanencia en este pa í s , y creo que no he omit ido n inguna circunstancia in te resante .

El cuerpo de ingenieros que acompañaba al genera l K e a r n y , daba sin duda preciosas nociones respecto á esta comarca, y Mr. S tanley , artista de la espedicion, ha trazado en una numerosa colección de dibujos y cuadros el aspecío de las mon tañas , de las l lanuras y

de las tr ibus salvajes que se liaban ent re la California y Santa Fé , y ademas las ru inas de los vivaques, como también las minas de mármol de los des ie r tos .

Está p reparando una obra sobre, las naciones de la América clel Norte y las islas d d Océano Pacífico, que según su plan será la mas exacta y la mas completa que existe de aquellas regiones .

La legislación de la California es m u c h o menos com­plicada que la de los Estados-Unidos. Los californianos apenas t ienen leyes escri tas . Las únicas obras que t ie­nen de legislación son una especie de códice publicado en España hace un siglo, con el titulo do Leyes de Es­paña y sus Indias, y otra pequeña obra que esplica las atr ibuciones de varios magistrados bajo la admin i s t r a ­ción mejicana.

El ú l t imo gobernador mejicano de la California p r e ­guntaba á un juez cómo debia adminis t rar jus t ic ia , y la respuesta fue': administrad justicia según el sen t imien­to na tu ra l . Tal es el fundamento de la ju r i spruden­cia californiana.

La ejecución de las leyes locales está confiada á los a lcaldes , que ent ienden en todo lo que t iene relación con los negocios munic ipa le s , juzgando los delitos o r ­dinarios y las d e u d a s , que no pasan de cien duros . En los negocios mas graves el alcalde no hace mas que examinar los , y los traslada al juez ele pr imera i n s t a n ­c ia , del cual se apela al prefecto ó gobernador de la provincia. La jurisdicción de «hombros buenos» se es­tablece cuando una de las par tes los rec lama.

El gobierno mejicano deseaba animar con su p r o ­tección la fundación de pueblos y el engrandec imien­to de las c iudades. Con esto objeto autorizaba á las municipalidades locales para que conced ie ran , m e ­diante ciertas s u m a s , porciones d e t e r renos á los que se obligaran á levantar casas ; pero los magistrados no podian concede r , sin u n permiso especial del g o b e r ­n a d o r , n ingún t e r r eno próximo al m a r . Impor taba m u ­cho q u e se establecieran desembarcaderos y a lmacenes en la playa que se es t iende delante de la población de San F ranc i sco . El genera l Kearny accedió á petición m i a , y m e autorizó con un decre to especial para que dispusiera de aquel te r reno r e s e r v a d o , y le dividí en lotes que subas té . Los adelantos de la c i u d a d , p r in ­cipiados por mi antecesor Mr. Farre l le en la pa r t e t o ­pográfica , se te rminaron duran te mi administración y se formó un plano d é l a bahía de San Francisco y sus a l rededores . Anchos trozos de t e r renos fueron c o n c e ­didos á los mejores pos tores , y los e s t r a d o s que s i ­guen inser tados en La Estrella Californiana darán una idea exacta del progreso de esta población.

13 de marzo de 1847 . «La ciudad de San Francis ­co se aumenta con tal rapidez , que es de esperar que algún dia podrá rivalizar con las ciudades mas activas del continente americano. Si no escasean los trabaja­dores , se cons t ru i rán probablemente en el t rascurso del año trescientas ó quinientas casas. Aquí hay t r a ­bajo para a r tesanos , maquinis tas y t rabajadores de todas clases. Los salarios son m u y elevados y también se pagan m u y caros todos los efectos de construcción.

«San Francisco e s t á , á no d u d a r , llamado á ser el Liverpool ó el New-York del Océano Pacífico. Aquí afluirán las empresas industr ia les y los capitales e m ­pleados en el comercio de estas regiones se doblarán fácilmente. La posición de esta ciudad no conoce igual, y solamente una revolución t e r r e s t r e puede hacer bro­ta r otro punto que ofrezca el espacio estenso y la se­gur idad que encierra nues t ra hermosa bahía . Los bu­ques de cualquiera dimensión e n t r a n en lodos t i e m ­pos en esta b a h í a , sin n i n g ú n pel igro , y con la mayor facil idad, y es [tan espaciosa, que podría contener las flotas de todo el universo .

Cuando los valles estensísimos del Sacramento y San Joaquín estén poblados como es de espera r , _ der­r a m a r á n aquí sus p roduc tos , que serán cambiados por los géneros que necesi ten. Cuanto produzcan las

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VIAJE A CALIFORNIA. 185 minas de o r o , p l a t a , c o b r e , h ie r ro y a z o g u e , se de ­positará en este puer to para la fabricación y e s p o r t a -cion. Dentro d< algunos años los embarcaderos y c a ­lles de esta ciudad presentarán escenas tan animadas como Liverpool , Nueva-Or leans y New-York. De t o ­dos los puntos del globo v c d r á n mecánicos, a r t e s a ­nos , y gozaremos del lujo como las c iudades mas c i ­vilizadas.

No t ra tamos de describir un cuadro imaginario; Lo que decimos es u n hecho positivo.»

Mayo de 1847 . «Se acaba de establecer un servicio regu la r de correos e n t r e San Francisco y San Diego. Es te correo saldrá dos veces al m e s , y hará el viaje en quince dias .

»Lá población de San Francisco crece con u n a r a p i ­dez sin ejemplo. El m e s pasado se h a n construido cin­cuenta casas. Todos los t rabajadores es tán ocupados cons tan temente , y si estos se aumen ta r an en muchos millares, n inguno carecería de ocupación.

Fa l t an materiales para la construcción, asi es que el que se dedicara á traerlos"realizaría una gran g a ­nancia . Lo caro de estos art ículos coarla las cons t ruc-

' c iones , y estas no son tan numerosas como se desea; pero el año próximo esa dificultad no existirá. Una mul t i tud de buques mercantes t r aen géneros de todas c lases , y salvo los derechos de t raspor te y de comi-s ion , se venden tan baratos como en los Estados-Unidos.»

CAPITULO XV.

LOS PRIMEROS MISIONEROS Y LA RELIGIÓN.

SUMARIO. Observaciones generales sobre la California.—Primer estableci­

miento de misioneros.—Población.—Ocupaciones.—Armamen­tos.—Estado de las mujeres.—Suelo.—vegetación.—Ganados. — Animales salvajes. — Minerales. — Clima.—Floricultura. — Bosques.—Religión.

E n el mes de noviembre del año de i (102, en el m o m e n t o en que el sol se ocultaba de t rás de los c e r ­ros y colinas que forman el fondo de un grandísimo puer to en la eslremidad meridional de la alta Califor­n i a , una pequeña flota buscaba un sitio á propósito p a r a anc la r , y sus velas I r -ncbidaspor la brisa la obli­ga ron á romper una valla de algas, y llegar á un puer­to que en aquella época remola pertenecía á una r e ­gión desconocida. Después de doblar Una punta de t i e r ra la flotilla ancló en el momento en que la aurora a lumbraba aquella comarca . De entonces data la l l e ­gada de los españoles y el principio de la civilización de la California. Al dia s igu ien te , una parte de los n a v e ­g a n t e s , acompañados de un rel igioso, saltaron a t i e r ­r a para examinar el país . El suelo estaba cubier to de vegetac ión var iada , y de encinas y otros árboles. Des­de la cumbre de una colina se veía hasta ía distancia de t res ó cua t ro leguas el estenso pue r to en que h a ­bían en t rado .

E n la playa se levantó una tienda para decir misa. Las lanchas a t racaron en la cos ía , una pa r t e de los mar ineros se ocupó en cortar l eña , y otros hacían cent inela . Pronto llegaron á la orilla mul t i tud de i n ­dios desnudos y armados con arcos y flechas. Un r e ­ligioso se dirigió á ellos con seis soldados y una b a n ­dera blanca en señal de p a z , y arrojando al alto p u ­ñados de a r e n a ; el buen religioso de terminó rend i r las a rmas á los salvajes , los abrazó con efusión, y les dio s ó m b r e n l o s y collares que al momento se p u s i e ­ron con u n a alegría infantil . Esla manifestación de buenos sent imientos los condujo cerca del sitio en que se hallaba el comandante q u e habia desembarcado, pero á la vista de la m u c h e d u m b r e que le rodeaba se r e t i r a r o n , y después enviaron a los españoles diez mujeres de e d a d , en t r e las que se distr ibuyeron p r e ­s e n t e s , haciéndolas entender q u e los blancos respecto

á la nación india solo abrigaban sent imientos a m i s t o ­sos. No fue necesario mas para que se establecieran relaciones de paz e n t r e unos y o t r o s , cambiando los indios sus pieles y demás efectos por p a n y l egumbres .

Llegó el dia eii que la flotilla debía par t i r y se d i r i ­gió hacia el N o r t e , visitó á Monterey y Mendócinas , y volvió m u y satisfecha de sus observaciones á N u e v a -España .

Esta feliz espedidon escitó el entus iasmo de los e s ­pañoles y los determinó á conquistar y conver t i r al crist ianismo á los habitantes de aquella lejana porción del cont inente amer icano. Mas de un español a v e n t u ­re ro se perdió en sus t en t a t i va s , y mas de Un laborio­so ensayo de colonización quedó sin r e su l t ado , has ta que ú l t imamente se orga^ izó una formidable e s p e d i -cion por don Gaspar de Portal y el padre S e r r a , q u e alcanzó el objeto que tanto se deseaba.

En San Diego, en donde un siglo antes los pr imeros navegantes entablaron relaciones con los indígenas, se erigió un altar en la a rena y desde allí se elevaron ora­ciones ó incienso al Ser S u p r e m o ; allí a l rededor de la c ruz empezó la conquista esp i r i tua l , por el celo r e l i ­gioso de los misioneros que formaban par te d é l a e s -pedic ión , y en poco t i e m p o , gracias á su esquisi ta des t reza , se t e rminó la construcción del p r imer e s t a ­blecimiento. A él atrajeron los indios conver t idos , y los c a m p o s , incul tos hasta en tonces , se trabajaron por p r imera vez . Las a r t - s y las ciencias empezaron á bri­llar all í , donde poco antes todo era ignorancia y t inie­blas , y de dia en dia fue mayor la obra de la misión apostólica. E n breve se fundaron otras insti tuciones en Santa B á r b a r a , Monterey y San Franc i sco , y cerca de estos establecimientos se levantaron fortalezas milita­res para defenderlos contra las t r ibus salvajes que h a ­bian permanecido opuestas á estas comunidades .

Los indios convert idos sentían hacia sus padres es ­pirituales Un cariño a r d i e n t e , y bajo su amparo se concep tuaban m u y dichosos. Dispuestos s iempre á obedecerlos te rminaban con pront i tud el trabajo q u e se les indicaba, y las misiones prosperaron de una m a ­nera maravil losa. En los distr i tos que adminis t raban , se veian en terrenos de a lgunas- leguas de estension praderas en donde, pacian numerosos g a n a d o s , y c a m ­pos cubiertos de r iquís imas cosechas.

Esta prosperidad duró hasta la revolución de Méji­co , que trastornó y desanimó de una mane ra tal á los leales misioneros, que no se ocuparon mas de s u s i n s ­t i tuciones y las dejaron caer en la decadencia. Las dis­cordias civiles que estallaron en California acabaron con aquell is magnííi as inst i tuciones, po que se c o n ­fiaron al mando de hombres que no hicieron otra cosa que saquear las .

El gob erno dio el ejemplo de la rap iña , y sus agen­tes no hicieron m a s que imitar le . Los rebaños se d iv i ­dieron en muchas p a r t e s , la mayor para el jefe ú j e ­fes , y otra para el pueblo y las misiones.

El desas t re ocurr ido en estos establecimientos da la del año 1836. En aquella época, los mas considerables lenian á mas de sus propiedades terr i iorialcs t ierras porva lor de 250 ,000 duros . Ahora aquellos edificios es tán medio a r r u i n a d o s , y su s bienes son m u y r e d u ­cidos.

Contrario á la opinión de los mas ardientes defenso­res de aquellos establecimientos, creo que la decaden­cia y la ru ina de las misiones ha d a d o , sin e m b a r g o , un impulso nuevo al país. Los californianos que han recibido porciones de ter reno se han puesto á cul t ivar­los por su cuenta . Cuando acabó la dominación de los mej icanos , una infinidad de a lquer ías se erigieron en diferentes p u n t o s , y cen tenares de colonos amer ica ­nos se esparcieron por estas comarcas. Antes del año de 1 8 3 0 , el número de ganado vacuno no escedia de cien mil cabezas. En 18*2 ascendía á cuatrocientas mil, y en el dia ascienden á un millón.

La' noticia estadística que sigue á coniinuacion in-

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186 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. dica el estado de esplotacion terri torial en 1 8 3 1 , en comparación de la del año de 1842.

En 1 8 3 1 , la población de blancos de la alta Califor­nia ascendía á 4 ,500 almas, y la india de vein te y una misiones á 190,000 almas. En 1842 la p r imera ascen­dió á 7 ,000 individuos, y la segunda so quedó en b , 0 0 0 .

En 1831 el número de roses vacunas era de 5 0 , 0 0 0 , y en 1842 de 40 ,000 (1) .

En 1831 se contaban 64 ,000 caba l los , a s n o s , m u -las, e t c . , e tc . , y en 1842 solo habia 3 0 , 0 0 0 .

En 183J , 321 ,000 cabezas de ganado menor , como cabras , ovejas, cerdos , e t c . , y en 1842 , 3 0 , 0 0 0 .

En el trascurso d e diez años , la producción del t r i ­go habia disminuido en mayor proporción a u n , en la proporción de 7 0 á 4 .

El producto de los derechos de aduana cobrados en Monterey del 39 al 42 se repar t ió asi:

1839 85 ,613 d u r o s . 1840 7 2 , 3 0 8 » 1841 101 ,150 » 1842 7 2 , 7 2 9 »

El producto ín tegro de la venta en otro t iempo solo ascendía al año á la suma de 80 ,000 d u r o s , y cuando resul taba un déficit en el presupuesto el gobierno r e ­cur r ía á las misiones.

El valor de las pieles y del sebo procedentes de ma­tanzas puede ser calculado en 372 ,000 pesos. Unien­do á esto los demás objetos de espor tac ion , como p ie -Jes de ca s to r , e t c . , e t c . , el total asciende á unos 400 ,000 duros .

La población sedentar ia de la Alta Cal i fornia , s i ­tuada en t re Sierra-Nevada y el Océano Pacífico, es de 2 5 , 0 0 0 almas, en t re los que se pueden contar 8 ,000 hispano-amerieanos , 5 ,000 es t ran jeros , la mayoría de tos Estados-Unidos, y 12 ,000 indios convertirlos. Ade­mas existen en los valles de San Joaquín y en las ga r ­gantas de la Sier ra muchos indios salvajes. La pobla ­ción que existe en el lago de la Sal , en el rio de María y en las orillas del rio Colorado es numeros ís ima; pero el t e r reno que ocupan es t an g rande que no se en­cuen t ran fáci lmente.

Los californianos no se diferencian ma te r i a lmen te de los mej icanos , de quienes de sc i enden , pero en la par te in te lec tua l , son superiores á los que hab i tan las comarcas d e las ce rcan ías de Méjico.

Los californianos son casi lodos muy bien formados; su fisonomía es agradable ; su cont inente d i g n o ; t i e ­n e n mucha g rac i a , soltura en sus m a n e r a s , y su con­versación es v iv í s ima; pero no conocen de 1 m u n d o y de su historia mas que lo que han sabido por conduc­to de los me j i canos , balleneros y mercaderes que des ­embarcan en la costa . En el país no hay escuelas e s ­tablecidas, y se encuen t r an muy pocos l ibros. La casa del general Vallejo es la única en donde he hal lado una buena biblioteca.

Los h o m b r e s están s iempre á cabal lo , j en n inguna pa r t e he visto mejores g ine tes . Efecto de sus juegos y ocupac iones , han elevado el ar te de la equitación ú una a l tura ve rdaderamente admirab le . Desde su niñez se ejercitan en mon ta r á caballo y en hacer uso del l a zo , principiando por lanzarlos á les g a t o s , m a s t a r ­de á los perros y á las t e rner i l l a s , hasta que c o n c l u ­yen por arrojarlos á los caballos y á los toros. El p u n ­to culminante de esta operación es lanzar el lazo á los osos. Disciplinados y dirigidos por jefes diestros , los californianos formarían la pr imera caballería del m u n ­do. No conozco silla de mejor forma que la de ellos, y una vez sentados en ella no hay incidente que pueda hacerlos sal tar . El bocado que usan es bas tan te o r d i ­na r io , pero de tal hechura que el b r u i o obedece á la menor insinuación. Las espuelas son colosales , pero

t i) Mr. Dupctit-Thouars, cita la misión de San Gabriel ene. ea IS3* poseía «dienta mil cabezas áe . ' janado, y que en 1837 c«a-isfca solo mil j qí'mienta*.

el g inete esper to no solamente las usa para hacer m a r ­char á su cabal lo , sino que se sirve de ellas para no ser arrojado al suelo en los momentos mas difíciles.

El natural d é l a California no se ocupa mucho de los placeres q u e ofrece una buena m e s a : con tal q u e posea u n caballo y un a r n é s , una capa y un pedazo de tort i l la , es cuanto necesita, pero en cambio es m u y afecto á las fiesta, al juego de c a r t a s , á las car re ras de caballos y á los combates de osos y las corr idas de to ros . Juega con una especie de frenesí, cumple con m u c h a exactitud todos sus compromisos y so mues t r a muy su­miso ante los magis t rados . En todas las causas ó litigios acepta sin m u r m u r a r el fallo que le toca. Se les acusa de ser de un natural hipócrita y pérf ido, pero según mis observar-iones, sus defectos son iguales á los de los de ­m á s pueblos. Mientras los hombres se ocupan de s u s caballos y de los ganados, las mujeres de la clase med ia de los r anchos , cuidan de la casa y cult ivan, ayudadas de varios indios reducidos á una especie de servilismo, los ja rd ines y hue r t a s de donde se sacan las l e g u m ­bres dest inadas al consumo de la casa, ta les como p a ­t a t a s , fr i jones, cebollas y p imentón. Ninguna d é l a s t ier ras que he visto, supera á la fertilidad de las com­prendidas en t r e la Sierra-Nevada y el m a r . En todos los valles el t r igo , la cebada, el lino y el t a b a c o , c r e ­cen sin r i ego , pero para el m a i z , patatas y o t ras p l a n t a s , el r iego se hace necesar io . La avena y la mostaza bro tan e spon táneamen te , y con tal fuerza que cubren la t ier ra . Algunas veces he pene t rado e n algunos campos, cuyas plantas se elevan mas que u n hombre á caballo. La avena crece aun en las cumbres de las mon tañas , pero allí no se eleva t an to como en las l l anuras .

La variedad de plantas de esta región es mayor q u e la del cont inente a t lánt ico, y son mucho mas nu t r i t i ­vas . He notado siete clases de alfalfa, y cuando esta planta se s e c a , esparce por el suelo tal cant idad d e semilla que no hay necesidad de hacer acopio pa ra el g a n a d o , pues este grano sus t i tuye á la avena y la cebada. La agr icu l tura californiana se encuen t r a t o ­d a v í a , poco m a s ó m e n o s , á la misma a b u r a e n que se hallaba en la época en que Cortés conquis tó á Méjico. El arado que se usa es una especie de orquilla de m a d e r a , por el estilo de las que usaban los R o m a -manos hace unos dos mil años . Los demás utensi l ios son con poca diferencia iguales . Los colonos de ¡os E s -tados-Uiddos acaban de int roducir en el país el arado americano y otros efectos d e l ab ranza , que ha rán u n a revolución en la agr icu l tura . Los campos que h e visto do tr igo y a v e n a , p rometen una cosecha m u c h o m a s rica que las anter iores y que las de ¡os mismos Es ta ­dos -Unidos . Se m e ha dicho que la recolección de Mr. Su l te r ascenderá en el año d e 1847 , á se tenta y c inco mil fanegas.

Muchas personas c reen que se podr ían cul t ivar aquí el a lgodón , el a r roz y el a z ú c a r , y yo no dudo que en ciertos distr i tos sea a s i ; pe ro en otros no creo que el suelo sea propicio á las indicadas p l an ta s : la cues­tión es si los beneficios serian proporcionados al coste de su cult ivo. Ya Le dicho respecto á las f r u t a s , que las d e los cl imas templados y las d e los t rópicos m a ­duran muy bien en la California.

Los ganados y los caballos const i tuyen la principal r iqueza do esta comarca y son de tal calidad que en n inguna par te h e comido vaca mas esquisita que en la California. Creo que en 1847 a sc i enden , sin exageración á c incuenta mil pieles y otras tan tas a r ­robas de sebo las es t ra idas . El valor del ganado se ca l cu l a , p r ó x i m a m e n t e , á 5 duros por cabeza. E x i s ­te el mismo n ú m e r o de cabezas de ganado vacuno que de caballos y acémilas. La mayor pa r t e de estos se emplea en el pais , pero se vende un cierto n ú m e r o á Sonora , á Nuevo Méjico y á los Es tados-Unidos . Los caballos son pequeños y no sé cual sería su resis tencia en el t rabajo, pero para m a r c h a s corlas no reconocen

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rivales. Un buen cabadlo se vende de 10 á 2o duros , y las yeguas á o. Desde que los americanos lian invadido el p a í s , ya no son estos precios los m i s ­mos y se aumen tan con la mayor rap idez . Los a n i ­males montaraces de la California son el caballo, el a l ano , el ciervo de cola n e g r a , el o s o , el castor y otros. También existen otros mas pequeños , tales como la liebre y el h u r ó n . La cant idad de aves no'es tan abun-te como en otras p a r l e s ; pero las especies son m u y numerosas . Las bahías , los golfos do la cos t a , los rios y los lagos contienen gran cantidad de g a n s o s , cisnes y patos . Algunos islotes de la bahia de San Franc i sco , están cubiertos de guano y se pueden ca rgar buques con los huevos que por alií depos i tan . Las montañas están cuajadas do faisanes y de perdices.

No se tienen nociones exactas de los minerales que existen en California (1) . Los dueños del t e r r eno h a n t ratado s iempre de ocu l t a r l a s , porque en v i r tud de una ley mejicana si a lguno descubre una mina en la propiedad de o t r o , la puede esplolnr ó denunc ia r , s iempre que el propietario no la espióte. He visto muest ras de plata , de azogue y de hierro , proceden­tes de minas inagotables. También he sabido que exis­ten minas de oro combinadas , y he señalado m i n a s de azuf re , sa l i t re , carbonato de sosa y be tuminosas , convenciéndome de que la California es tan rica en minerales , como cualquiera comarca de Méjico.

He anotado diar iamente en mi i t inerario las v a r i a ­ciones de la atmósfera y r a r a vez desciende el t e r m ó ­metro hasta el pun to de congelación. Dos veces he visto h i e lo ; pero del grueso de un cristal de lgado. La nieve se deshace en el sue lo , y las lluvias principian en noviembre y duran hasta el m e s de mayo . También suele llover en el mes d e agosto. El estado normal de la t empe ra tu r a es tá e n t r e el 50 y el 80° ( F a h r . ) . E n muchos puntos , sobre todo en San Franc isco , du ran t e el v e r a n o , el viento del m a r refresca la atmósfera y d u r a n t e el invierno el viento de t i e r ra que es m u y templado aminora la c rudeza de la es tación; pero estos son fenómenos pu ramen te locales.

El c l ima d e la costa californiana es el m a s s a l u d a ­ble que existe. Allí he estado espuesto á todas las i n ­t empe r i e s , y á toda clase d e pr ivaciones , durmiendo m u c h a s veces al s e r eno , y nunca he sufrido la m a s i n ­significante indisposición. En a lgunos distr i tos del Sac ramen to y del San Joaquín en que la vegetación es m u y abundan t e , se no tan a lgunos casos de fiebres, pero m u y ligeras y fáciles de cu ra r . La atmósfera es tan p u r a , á lo largó de la cos ta , que no he visto car­ne, en estado de putrefacción.

Los esqueletos de animales esparcidos por el suelo no exhalan mal olor.

La floricultura es m u y rica y llegaría á ser un n o -tivo de mucho estudio para los na tura l i s tas . Se e n ­cuen t ran aqui mul t i tud de plantas de una vi r tud m e ­dicinal es t raordinaría . E n t r e otras se ci tan el amolé ó sea planta de j a b ó n , cuya raíz, semejante á la de la cebol la , limpia la ropa blanca tan bien corno el j abón mejor p reparado ( 2 ) . Otra planta l lamada canchala­gua, es m u y apreciada por ios cal i fornianos, que la consideran como un ant ídoto pa ra las c a l e n t u r a s , y dudo que exista otra mas á propósi to [ a r a purif icar la s a n g r e , por cuya razón es de esperar q u e se use mucho en la medicina de hoy en ade lan te . En la épo­ca de la f lores , es d e c i r , d u r a n t e el m e s de mayo y junio, sus corolas brillan en los campos p o r todas par tes .

Las aguas de la California son bas tan te a b u n d a n -tos para mover ruedas d e molinos y máqu inas por el estilo.

Las maderas de construcción no abundan tanto c o - j i

(1) N o s e d e b e o lv idar q u e c s l a s p á g i n a s s e e s c r i b i e r o n en antes q u e s e d e s c u b r i e r a n las m i n a s del S a c r a m e n t o .

(2) l . o s i n d i o s q u e c a r e c e n d e ropa l a v a b l e c o m e n e s t a s r a i c e s l u c í » c o c e r en l o s h o r n o ? . ¡

V1A1E A CALIFORNIA. 1S7

CAPITULO XVI. "•

IXF0RME3 OFICIALES SOBRE LAS MINAS.

SUMARIO.

Carla d e M. M a s ó n , c o r o n e l del pr imer r e g i m i e n t o d e d r a g o n e s , d ir ig ida al b r i g a d i e r J o n e s .

Monterey 17 de Agosto de 1848.

«Tengo el honor de informaros que e! 12 de Junio úl t imo salí con el ten ien te Sher inann para r e c o r r e r la pa r t e setentr ional de la California. El 20 l legamos á San Franc isco y casi todos los h o m b r e s habian salido de allí para dirigirse á las minas . Aquella ciudad t an an imada algunos meses a n t e s , está ahora casi d e s i e r ­ta . En todo lo largo de nues t ro camino hemos vis to los campos de t r igo invadidos por los ganados las casas vacías y las quintas abandonadas .

»E1 2o l legamos al sitio designado con el n o m b r e de minas bajas. Las colinas se hallan cubier tas de t iendas de campaña y de cabanas . Allí se veía un a l ­macén y se cons t ru ían casillas de tablazón.

»La t e m p e r a t u r a es m u y cálida y no obstante c e r ­ca de doscientos hombres se ocupan en el lavado del o r o , en pleno sol , unos con cacerolas d e es taño, otros con cestas const ru idas por los indios, y la mayor p a r ­t e con una sola máqu ina conocida con el nombre d e cuna. Es t a máqu ina está colocada en dos pies y es tá abier ta e n su base . E n la par le in ter ior t iene a lgunas l l aves , y en su superficie una reja ord inar ia . Cua t ro hombres se emplean en esta máquina , uno recoge la a rena y la t i e r r a p róxima al r i o , otro la lleva á la m á q u i n a , el te rcero i m p r i m e á la máquina u n m o v i ­mien to de rotación m u y violento , y el cuar to se ocu­pa en echar le agua . La re ja no deja pasar las p iedras g r andes y el agua separa la pa r t e de t ie r ra . La g reda cae g radua lmen te al pié del aparato y la a rena y el oro se quedan mezcladas en las p r imeras l laves. E s t e minera l se recoge en u n crisol y después de secado al sol, se sopla y se separa el oro de la a rena . E n t r e los cua t ro hombres , recogen por té rmino medio cien d u r o s diarios. Los indios y aquellos que solo t ienen c a c e r o ­las ó cestas qui tan con sus manos la g reda y la t ie r ra y conservan el oro so lamente mezclado con a renas neg ra s . E n las minas bajas se encuen t ra el oro en pajitas de las cuales os remi to a lgunas mues t r a s .

Al volver á subir por el lado meridional hallamos una comarca mas montañosa . A veinte millas m a s abajo de las minas b a j a s , las colinas se elevan á mil pies s o ­b re el nivel de la l lanura del S a c r a m e n t o . Aquí se ha­llan unos pinos que fueron los que iniciaron el d e s c u ­br imiento del oro. Mr . Suéter habia contra tado con Mr. Marshaí la construcción, en aquel sitio, de una má­quina para aserrar m a d e r a s . Cuando la obra se t e rmi ­nó fue preciso conducir el agua á las ruedas para que el aparato se moviera , y se vio que el canal era d e ­masiado es t recho para dar al a g ú a l a suficiente r a p i ­dez. P a r a evi tar una nueva obra Mr. Marshal hizo.

mo era de esperar , pues las encinas que crecen en los campos solo s i rven para la l u m b r e , pero en S i e r r a -Nevada y en las ga rgan tas de las mon tañas existen soberbios bosques de donde se sacarán todas las m a ­deras que se necesi tan cuando se establezca el modo de esplotarlos.

Los californianos profesan la religión católica r o ­mana y son m u y devotos para el c u l t o s , espec ia l ­m e n t e ¡as muje res .

En los dias de fiesta, he visto las naves de las i g l e ­sias llenas de mujeres arrodilladas con sus hijos y mezclando con fervor su canto al del coro . Solo q u e ~ dan en el país algunos religiosos muy anc ianos . En las iglesias que he visitado se celebra el oficio d iv ino por los indígenas ind ios , educados en la misiones.

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1 8 8 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. p e n e t r a r en el agua un apa ra to , que al salir a r ras t ró en pos de sí una masa de t ierra y greda.

Examinando Mr. Marshal aquel aparato le. l lamaron la atención algunas pajas que en él vio bri l lar y las examinó al momento con la mayor curiosidad. Habien­do comprendido su valor se dirigió al fuerte á dar p a r t e a Mr. Su t te r de su descub r imien to , y a m b o s convinieron en guardar secreto hasta la conclusión de la máquina que Mr. Su t t e r quería cons t ru i r ; pero aquel la gran noticia se esparció por un lado y por otro, como por encanto. Los pr imeros esploradores o b t u ­vieron un resultado m u y sat isfactorio, y apenas t r a s ­cur r ie ron algunas s e m a n a s , centenares de personas se presentaron en aquel sitio. Tres meses después del descubrimiento de aquella mina , cua t ro mil h o m ­b re s t rabajaban en ella. Cerca del molino existe u n rico depósito que es respetado como propiedad de Mr. Su t te r aunque él solo p re tende percibir un t r i ­bu to , como compensación de los gastos considerables que ha tenido con la construcción de su molino.

Mr. Marshal me dijo que mul t i tud de individuos se ocupaban encima y debajo de aquella o b r a , y que se valían de las mismas máquinas que en las minas bajas, sacando los mismos r e su l t ados , de una á tres onzas de oro diarias .

Es te oro no es tan puro como aquel . Mr. M¡rshal me condujo desde el molino á la cum­

b r e de una m o n t a ñ a , en la que cor ren varios arroyos y en los cuales se han encontrado grandes cant idades de oro. Se me presentaron mues t r a s de cua t ro á cin­co onzas de peso. Advert i ré is que la superficie de es tas mues t ras es áspera y que han sido formadas en las concavidades de alguna roca.

No han podido ser a r ras t radas por el a g u a y se h a n encont rado bas tante dis tantes de la roca que las c o n ­ten ia . P r e g u n t é á los mineros si habian hallado a l g u ­na vez el metal en los cr iaderos y me contes taron que n o . Todos afirmaron que habian recogido el oro en m a s ó menos cantidades y en los numerosos to r ren tes de la región montañosa .

»EI 7 de ju l io , visité el lavadero de los señores S i -mol y compañía. Trabajan en él unos t re in ta ind iv i ­duos que son pagados con géneros .

Se recoge una g ran cant idad de minera l m u y p a ­recido al que he visto cerca del mol ino. Recor r í el arroyo en una distancia de ocho millas, y encont ré m u l -tituil de t rabajadores, los unos dentro de la corr iente y otros en diferentes si t ios. Aquí las minas son tan a b u n d a n t e s que u n h o m b r e solo recoge dos onzas d iar ias . Se m e indicó u n a corr iente de cien metros de longitud y de cuatro pies de p rofundidad , por dos ó t res de lati tud en donde dos especuladores W . Daly y P e r e y , y Mr. Caon habian sacado , t iempos a t r á s , u n a cant idad de oro del valor de 17 ,000 d u ­r o s . Aquellos especuladores ocupaban cuatro blancos y cien indios. Al cabo de Una semana , después de p a ­gados todos los g a s t o s , real izaron una cant idad de 10 ,000 d u r o s .

Se m e indicó otro torrente del cual se habian e s -t ra ido 12 ,000 duros de mineral . Existen centenares de t o r r e n t e s de la misma índole que aun no se han esplotado. No podría reso lverme á creer en el p r o d u c ­to de aquellas pesqu i sas , si no hubiera sido testigo ocular de los hechos . Un agente de Stockton, recogió en t res s e m a n a s , valor de 2 ,000 duros en pajitas de o ro .

Mr. Lymari m e ha dicho que habia t rabajado en unión de o t ros c u a t r o , du ran te ocho d i a s , debajo de l molino de Mr. S u t t e r , y que cada uno g a n a ­ba 50 duros d ia r ios , pero que abandonaron aquella mina al saber que existia otra mejor un poco mas lejos.

La comarca que se es'.iende por u n a y o t ra p a r t e de W e b e r , eslá dominada por colinas surcadas de t o r r e n t e s por todas par tes que cont ienen oro. Solo en

la superficie de e s t a s , se han sacado millares de on­zas de oro , y cada dia se encuen t ran nuevos y r i q u í ­simos depósitos. E s t a l l a abundancia d e meta l , que su valor puede m u y bien d isminui rse .

»E1 8 de Julío volv ía las minas bajas y el 17 r e ­gresé á Monterey. Antes de abandonar el e s tab lec i ­miento de Mr. Su t t e r , me aseguré de que existia oro en el rio de la P l u m a , en el del Oso y en el de J u b a t , como también en una porción de arr 'oyuelos.

En una corr iente el oro se encuen t r a en paji tas, y en las montañas vecinas en globulillos.

»Mr. Senclair propietario de un r a n c h o , s i tuado á t res millas mas arr iba de la habitación de Mr. S u t t e r emplea en el lavado del mineral c incuenta indios, que se sirven de cestas solamente . En el t rascurso de cinco semanas recogió por valor de 16 ,000 duros .

Desde el 1.° de m a / o hasta el 10 julio el principal a lmacén del fuerte L u t t e n , ha recibido en pago de diferentes géneros la cantidad de 36 ,000 d u r o s . Dia­r i amen te se envían á los indios mul t i tud de fardos de géneros , pues estos hace muy poco tan miserables en r o p a s , son ahora apasionadísimos por el lujo.

Ya he dicho queda mayor pa r t e de los quinteros habian abandonado sus l abo re s ; pero no ha sucedido asi en las propiedades del Mr. Su t te r que ha cogido cuaren ta mil fanegas de t r igo . Ya sé pagan por u n barri l de har ina 36 d u r o s , y m u y pronto se p a g a ­r an 5 0 , porque si el país no recibe p ron to provis io­nes , padecerá m u c h o . Como todos los individuos t ienen el dinero necesario para pagar lo que consumen, es de esperar que ios negociantes de Chile y del O r e -gon t ra igan aquí todas las provisiones que hagan falta.

De las noticias que he adquirido deduzco que cerca de cua t ro mil h o m b r e s , la mitad ind ios , se emplean en el distrito aurífero y que recogen d ia r iamente , por valor dé 30 á 50 ,000 duros . Todo el distr i to del oro, escepto algunos terrenos que fueron concedidos por el gobierno a n t e r i o r , pe r t enece á los Es tados-Unidos . R e p e n s a d o formalmente en proporcionar al gobierno una r e n t a con el producto de una contribución i m ­pues ta á los que esplotan las m i n a s , pero la e s t e n -sion de la c o m a r c a , el carácter de sus h a b i t a n t e s em­peñados en aquel trabajo y la poca fuerza q u e tengo á mi disposición, no m e pe rmi ten in t e rven i r en esta g r an empresa mas que para repr imir discordias y crí­m e n e s .

El descubr imiento de los depósitos auríferos ha operado u n cambio completo en la alta California. Sus habi tantes ocupados poco ha en cultivar sus campos y en mejorar sus g a n a d o s , se preparan á i r ó h a n mar ­chado á las minas .

Los ar tesanos de todas clases han abandonado sus talleres y los comerciantes sus t iendas. Los marineros abandonan sus buques en el momen to que desembar ­can en aquella costa. Muchos buques se h a n dado á la vela sin la suficiente tr ipulación y dos ó t r e s de estos se hallan en el puer to de San Francisco sin gen t e .

También en las t ropas se notan deserciones muy considerables . En Sonoma veinte y seis, en San Fran­cisco veinte y c u a t r o , y otros tantos en Monterey. No vacilo en asegurar que en las comarcas regadas por el Sacramento y San Joaquín hay oro para pagar cien veces , los gastos ocasionados por la g u e r r a con Méjico.

Para recoger oro no hay necesidad de esponer capi ­tales , para ello solo se necesita una p ique t a , una pala y un cazo de es taño. Algunos con sus cuchillos han desprendido trozos dé mineral en las r o c a s , del peso de dos á seis onzas de o r o . '

Se dice que también se encuen t ra oro en la ver t ien­te oriental de S ' e r r a -Nevada , y un intel igente m a r i ­nero me ha dicho que también se e n c u e n t r a e n el g ran lago de la Sal. Todos los mar ine ros se dirigen á este úl t imo punto con la esperanza de recoger tanto oro como en el Sac ramen to .

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CAPÍTULO XVII.

MAS DETALLES T PRECIOS DE LOS V Í V E R E S .

SUMARIO.

Mas pormenores.—Tasación de los salarios.—Modo de procurarse oro.—Estcnsion de la región aurífera.—Precio de las provi­siones.

Creemos que nuestros lectores verán con in terés la siguiente c a r t a , fechada en Monterey el 16 de n o ­viembre .

Los maquinis tas se pagan aquí á 10 y 16 duros d iar ios , y los obreros ganan de S á 10 d u r o s ; los dependientes de los almacenes de 1,000 á 3 ,000 d u ­ros al a ñ o , y algunos de estos se ajustan por 8 duros diarios. Los cocineros quieren ganar de 60 á 100 d u ­ros al mes .

Toda clase de trabajo se paga de una manera e x o r ­bi tante . Tal vez nues t ros lectores no nos c r ee rán , porque lo cpie está sucediendo en la California parece un sueño ó un cuento de las Mil y una noches . Los ha­bitantes de las islas Sandwich, del Oregon y de la baja California, llegan á esta costa y se dirigen al S a c r a ­m e n t o , en donde el minero que no recoge cien onzas de oro al mes cree que debe dirigirse á otro t e r r eno mejor.

Podéis a segura r que muchos han recogido de 3 á •10 onzas de oro diarias .

Nues t ra región aurífera t iene una estension de t res­cientas á cuatrocientas millas en los ramales de la par te oriental del S a c r a m e n t o , y á un lado del San Joaquín.

Duran te mis escurs iones , coando descansaba á la sombra de algún á rbo l , he visto mas de una vez p e ­dazos de oro puro encontrados en las gr ietas de las rocas que se veían á mi a l rededor . Un dia que pasaba por las cercanías (le un a r royo , no esplo'ado aun , uno de mis compañeros sacó un cazo de e s t a ñ o , le llenó de a r e n a , y en el espacio de cinco minutos sacó de 1 á 3 duros ele oro.

No se crea por esto c¡ue no surgen inconvenientes en los lavaderos de oro del Sacramento . Desde el 1.° de julio al 1.° de oc tubre , la mitad de los trabajadores han sido víctimas d é l a s ca lenturas . En el invierno el agua está m u y fria y no se puede t rabajar . Algunos mineros aprovechan solo la superf icie , y otros d e s ­p renden de las rocas el m i n e r a l , y solo aprovechan los glóbulos graneles, dejando los mas pequeños para los que los sucedan en aquel trabajo. Se calcula que un pequeño número de obreros puede es t raer al año por valor de 1 .000,000 de duros en t r e el S a c r a m e n ­to y el San Joaqu ín , y si se a u m e n t a r a n aquel los , se podrían estraer hasta 3 0 0 . 0 0 0 , 0 0 0 . Creedme si os digo q u e está muy cerca el día en que la California es­por tará anualmente 300,000 onzas de oro de 22 á 24 q u i l a t e s , y algunos pedazos de una l ibra . A l ­gunos sugetos que empezaron la operación en el mes de junio últ imo con el capital de 50 d u r o s , t ie­nen hoy de 5 á i 0 , 0 0 0 . He visto á un individuo que acababa de comprar provisiones para su familia, de­positar en el mos t rador un saco que encerraba 109 onzas de a rena de oro , cuando cinco sacos i g u a ­les valdrían en N e w - Y o r k cerca de 10 ,000 d u ­ros ; aquel hombre se habia separado de su familia en el mes de agosto ú l t i m o , y en el espacio de t res meses habia l lenado cua t ro ó cinco ta legas , valor m u y superior al sueldo de 40 duros mensuales que ganaba en el buque . No se crea tampoco que todos los mine ­ros obtienen el mismo r e su l t ado , pues al lado de los que han g a n a d o 4 ó 5,000 duros mensua le s , los hay que solo han recogido duran te lodo el verano 1,000 d u r o s , y otros monos aun . Otros muchos apenas han podido comprar un cabal lo , una si l la , y los med ica ­mentos necesarios para cura; se las ca lenturas . Hay médico que exige 1 onza de oro por una consu l ta , y

VIAJE A CALIFORNIA. 189 6 por una visita. La misma cant idad de carne que cuesta en las alquerías 4 cént imos, se vende en las mi­nas de 1 á 2 d u r o s , y el barril de cerdo salado vale ele 30 á 75 d u r o s ; el barril de h a r i n a , á i d e m , y de 50 céntimos á un du ro la libra de café, de azúcar y de a r r o z , y la misma can t idad , el lavado de la ropa blanca interior. Nadie t iene lugar para a fe i t a r se , y sin e m b a r g o , no se trabaja el domingo ; pero se l i m ­pian las t iendas de la arena negra que ha d e p o s i ­tado en ellas el trabajo de la s emana . El flete de un lanchon para un viaje de t res dias cuesta 5 du ros por ba r r i l , y un car re te ro se deja pedir por conducir una carga á la distancia de vein te á c incuenta millas p o r buen c a m i n o , 50 ó 100 duros . La fanega de cebada , guisantes y habas se vende á 10 duros . Conuzco á un médico que compró una gran máquina do madera para el lavado de la a r e n a , y se embarcó á mucho coste para el Sac ramen to . Se t ra taba de t raspor ta r la m á ­quina á una distancia de cincuenta millas en un c a r ­r i to , y el dueño de esle car rua je exigió 100 duros por aquel t r a s p o r t e , sin que re r rebajar un cén t imo. Poco

j t iempo después el c a r r e t e ro cayó en c a m a , y llamó á I es te médico , que le, exigió 100 duros por los p r i m e -¡ ros medicamentos que le a d m i n i s t r ó , prometiéndole i que en lo sucesivo le bar ia una rebaja. Cuando el j o r ­

nal de un h o m b r e , ya sea médico , ca r re te ro ó c u a l ­quier cosa , vale 100 d u r o s , no se debe tener en con­sideración una libra de o r o , y es de esperar que todos hagan forluna en aquel suelo ele bendición.

E n San Francisco se venden ahora mas géneros en un m e s cpie an tes en un año . Los buques se ap resuran á desembarcar sus ca rgameu los , y acto cont inuo las tr ipulaciones desaparecen , muchas veces acompaña ­das de sus capi tanes . Hay b u q u e en el puerto que no puede zarpar , ni aun con la ayuda de los hombres q u e quedan en t res y cua t ro barcos. Algunos navegan con m a r i n e r o s , sin esperiencia en su obligación, que g a ­nan 50 duros al mes . Los mar ineros de oficio p re f i e ­r e n á esto las minas en donde beben vino de C h a m ­p a g n e , que les cuesta media onza la botel la , y comen galleta á 6 duros la libra. He visto un capitán que en vir ud de un antiguo contra to ganaba 60 duros m e n ­sua le s , y tenia que pagar 75 á un cocinero. Los c a p i ­tanes de los buques americanos ofrecen una r e c o m ­pensa de 200 á 500 duros á quien ar res te á u n o de sus dese r to re s , y s in e m b a r g o , El Ohio que llegó el m e s pasado al puer to de Monterey, ha perdido en m u y poco t iempo veinte á t r e in ta h o m b r e s . El reg imiento del coronel Stevenson se ha desbandado . Los oficiales han comprado pequeñas ca r re tas y b u e y e s , y se h a n dirigido á las m i n a s . El comodoro Yones , que llegó hace poco á Monte rey , se ha encontrado hasta sin el gobernador . Ya no se sabe en dónde se encuen t ra e! cuar te l g e n e r a l , si en Monterey ó en el fuerte Su t t e r , ó en un wagón lirado por cuatro m u í a s , y m a r c h a n d o hacía la región aur í fera . No se sabe si el cuartel gene ­ral es tá provisto de municiones de gue r r a ó de capotes y camisas para los indios.

Una car ta del t en ien te L a r k i n , publicada en La Union ds Washington, dice que todos los dias se d e ­nunc ian nuevas minas y de mejor calidad. S : han h a ­llado trozos de oro de dos á t res l i b r a s , y otros de diez y seis á veinte y cinco l ibras . Muchas personas pobres han ganado du ran t e el mes de jun io en el t r a ­uco con los indios , 30 ,000 d u r o s , y el sde el mes de

I jul io hasta el de o c t u b r e , el p roducto de un dia riela-vado ha sido, por término medio , de 100 d u r o s ; pero en cambio la mitad de los mineros e-dán con calentu­r a s . Muy pocos han muer to de sus resul tas . Los indios pagan una onza de oro por una camisa ordinaria rio percal .

La región aurífera se es t iende por un espacio de trescientas mi l l as , y es m u y de suponer que su e s ­tension sea doble. Una car ta de Yones dice que m u ­chos oficiales y Soldados han deser tado. Algunos de los

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.NUEVO VIAJERO UNIVERSAL.

buques están comple tamente abandonados. El navio Isaac Walton ha ofrecido 50 duros mensuales á los soldados cumpl idos , p i r a dirigirse á Callao, pero t o ­dos han rechazado el par t ido .

Todos los buques de la costa carecen de brazos . El t e rcer regimiento de artillería ha deser tado casi en su totalidad. Las provisiones escasean , y son muy c a ­r a s . Los dependientes de las casas de comercio ganan d e 2 , 0 0 0 a 3,000 duros al año,»

CAPITULO XVIII.

DE LA CALIFORNIA Y SUS RECURSOS.

SUMARIO.

'¡A California .—Su situación.—Sus recursos , seguí» documentos auténticos (-1).

Esta comarca bien r e g a d a , según el dicho de los v ia je ros , es u n a de las mas pintorescas que existen. El clima es var iable , pero t emp lado ; algunas veces es verdad que las espesas nieblas envuelven la a t ­mósfera ; pero también es m u y cierto que estas n i e ­blas fortifican la vegetación y' fecundan el suelo. La vega del Sacramento y la de San Juan son las m a s fé r t i l e s , y es ta últ ima se llama «El jardín del país ,» y produce m a i z , c en t eno , avena y todas las frutas de regiones templadas y equinocciales. También da escelentes pastos. Según el capitán W i l k e s , que for ­m ó pa r t e de la espedicion esploradora amer i cana , se es t iende sobre una superficie de quince á veinte m i ­llas de anchura al Nor te , y al Sur de la bahía de San Franc i sco .

El rio de San Joaquín que r iega la l lanura de San B u e n a v e n t u r a , residencia principal de los indios de la California, recibe muchas aguas desprendidas de las m o n t a ñ a s . A t re in ta millas de distancia de la cos ta , y en verano , re inan vientos de-agradables del Noroes te que producen muchas variaciones en la t empera tu ra . E n n inguna pa r t e se goza de un clima mas benigno, q u e en la vega de San Juan . E s muy parecido al de Andalucía . D u r a n t e una par te del año los campos e s ­t á n cortados por infinidad de a r royos ; pero en la e s ­tación de las l luv ias , que comienza en el m e s de n o ­v iembre y acaba en el de febrero , aquellos arroyos crecen de tal modo q u e a l g u n o s s o n inatravesables . El Sacramento es el rio mayor de la California, y se cree que nace al Es te de la montaña de Shas te . Después de recibir el agua de «El r io amer icano ,» se une al San Joaqu ín , que viene del Sur y desemboca en la bahía de San Francisco. La mayor par te de los a r r o ­yos que atraviesan los campos ofrecen á los l a b r a d o ­r e s medios fáciles para el r i e g o ; pero solamente el Sa­c ramento es navegable. San F r a n c i s c o , si no es el mas hermoso puer to es uno de los mayores del u n i ­verso . Hay pocos , dice el capitán W i l k e s , q u e s e a n tan g r a n d e s , y que con menos dificultad se puedan defender. Todas las Ilotas americanas y europeas po­drían caber en él á un t iempo.

Hasta ahora el comercio de la California ha sido muy insignificante. Se reciben cargamentos de te las «le algodón , sedería y terc iopelos; y ademas a g u a r ­dientes , vino y té. En cambio se esportan para otros p u n t o s c u e r o s , s e b o , forrajes, t r igo y pescado. An­tes del descubrimiento d é l a s minas de o r o , los h a b i ­tantes solo so ocupaban en el cultivo de los campos y cria d é l o s ganados . Los campos dan abundan tes cose­chas , siendo la recolección de ochenta por g rano o r ­d ina r i amen te .

Manufacturas.—En otro t iempo había en las m i ­siones fábricas de varios a r l í cu los , y en par t icular de capas ordinarias para el uso de los i nd ios ; pero la caida de aquellos establecimientos puso t é rmino á es-

¡1) California, Us siiuaUon atitl resources , frora a-t'neniic do-:"4a!?IItS.

tas fabricaciones. En algunas par tes se fabrica m u y buen jabón con el cual se podría especular pe r fec ta ­m e n t e . La mater ia que sirve para su fabricación abun­da m u c h o en el país y también se ven pieles muy bien c u r t i d a s , pero los californianos solo c u n e n las que necesitan para su uso par t icu lar , vendiendo á los t ra­ficantes estranjeros las pieles curadas que les sobran .

Ganados.— Ademas da las reses mayores es m u y fácil cr iar carneros en California. Para esto seria n e ­cesario dejarlos comer todo el año aquel hermoso pas ­to. El precio de uua de estas reses cebadas, es de 8 fran­cos á !o sumo. Los cerdos se ceban fácilmente con las bellotas de los enc inares que cubren las col inas, y se salan con la sal que cuaja en los l a g o s , y en las temporadas de sequía . La caza ofrece también m u ­chos recursos á los californianos, pues los bosques es­tán llenos de c ie rvos , lobos , z o r r o s , l iebres y otros cuadrúpedos .

Nueva-Helvecia.—El señor capitán S u t t e r , funda­dor de este es tablecimiento , en el cual se han d e s c u ­bierto las mas hermosas m i n a s , es na tura l de Suiza. El gobierno mejicano le concedió treinta leguas c u a ­dradas de t e r r e n o en las orillas del Sacramento , á la distancia de cincuenta millas de su embocadura . A principios de su instalación que fue por los años de 1838 ó 1 8 3 9 , se vio molestado algunas veces por los ind ios ; pero con su firmeza de c a r á c t e r , y con su habilidad no solamente ha logrado repr imir el espír i tu de vagancia de aque l los , sino que ademas los ha obl i ­gado á dedicarse al t rabajo , y ellos fueron los que han construido los fosos que c i rcundan aquellos campos de t r i g o , los ladrillos que sirvieron para la c o n s t r u c ­ción del f u e r t e , y también los que d smonta ron y l a ­braron sus t i e r ras . La recompensa de aquellos t r a b a ­jos se reducía á una capa b u r d a , una camisa ó c u a l ­quiera otra p renda análoga. Como si fuera ei jefe de alguna t r i b u , obtiene para el r iego de sus jardines y para las fábricas de lanas que ha montado todos los brazos que necesi ta .

El oro en la California.—Ya no se permite la duda . Una gran par te del Norte de la California cria oro en su superficie. Lo que se ha dicho de ese d e s c u b r i ­m i e n t o , ya no puede ser considerado como fábula , ni el meta l q u e se ha recogido es imaginar io . Se sabe que desde el mes de junio al de set iembre ú l t imo , mi ­l lares de individuos se ocupan en el lavado del oro y que el valor de lo que un hombre limpia du ran te un d i a , asciende á una onza y de veinte y tres quilates, es d e c i r , veinte du ros . Pos te r iormente se ha sabido que el producto se ha aumen tado en diferentes si t ios, gracias á procedimientos mas fáciles para la esplo ta-cion.

Las noticias mas i n t e r e s a n t e s , respecto á este p a r ­t i cu la r , que se han dado á luz en los periódicos a m e ­ricanos son las que contiene la relación oücial d i r i g i ­da por el capitán Folson al gobierno de l i s Es t ados -Unidos. Las publicamos ín t eg ras presentando asi á nues t ros lectores un cuad ro exacto de la situación de. aquella comarca.

San Francisco 18 de setiembre de 1818.

«Os doy cuenta del efecto producido por el d e s c u ­brimiento" de las minas en California , y da ré principio á mi esplicacion haciéndoos a lgunas observaciones acerca del estado anter ior de este pa í s .

Hasta la época en que la enseña amer icana ondeó en la California, esta región habia estado desde el pr in­cipio de la pr imera colonización, ine r t e y dormida . El clima favorecía el na tura l indolente y holgazán de sus imprevisores habi tan tes .

E r a n muy poco activos hasta para la vida pastoril . Rodeados de numerosos rebaños , no tenian ni leche, ni man teca , ni q u e s o , y apenas intentaban el cultivo del t e r r eno . Un poco de t r i g o , habas y melones bastaban á est s habi tantes , que desconocían" comple tamente las

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VIAJE A CALIFORNIA, creaciones de la indust r ia . La carne del ganado era el alimento general . La apatía de los indígenos e ra t a l , que no se hallaban en el Continente mas i n v e n ­ciones que las que surgían de la imperiosa necesidad.

' Antes de la úl t ima revo luc ión , se hallaban aquí americanos y otros e s t ran je ros ; pero n inguna e m i ­gración formal habia invadido aun aquel terr i tor io; y la administración vac i lan te , y las revuel tas políticas del pa í s , llenaban de t rabas á todas las empresas s i s t e ­máticas. Se degollaba á las reses para vender sus p i e -íes á cambio de géneros d iversos , y la indolencia s e ­guía t ranqui lamente su curso .

El cambio de enseña hizo una revolución en sus cos tumbres , y la autor idad amer icana se hizo a c r e e ­dora á su confianza. Mult i tud de colonos a n g l o ­americanos vinieron á este país á buscar for tuna , y muy en b reve la indus t r i a , y la agr icul tura h.cieron rápidos progresos . j

Los colonos int rodujeron en la California sus s i s t e - j mas agrícolas y los maquinis tas sus máquinas . Por 1

todas par tes se oía el ruido del trabajo y los o b r e ­ros en su ardor ponían en olvido los dias de fiesta. Pueblos se fundaban como por magia en dist ritos p u n i o s , y todo daba una idea de progreso indefinido. Un suceso imprevis to cambió la faz de las cosas. E n el mes de febrero del año de 1848, u n maquinista l l a ­mado M. Marsha l l , construyendo u n aparato para a s e r r a r , en la pa r t e meridional de un r io , descubrió pedazos de oro. E n poco t iempo se estendió esta nueva por todo el t e r r i to r io . Al pronto no se dio c r é ­dito á esta no t ic ia , pero cuando se vieron los pedazos de metal precioso, de los cuales algunos e ran m u y graneles, una especie de calentura se apoderó de e s ­tos habi tan tes . Leg i s t a s , m é d i c o s , c l é r igos , q u i n t e ­ros , a r t e s a n o s , m e r c a d e r e s , mar ineros y soldados, todos abandonaron sus ocupaciones ordinarias para emprender lo que les auguraba una fortuna en pocas s e m a n a s .

Pueblos y distri tos animados poco antes por la in­dus t r i a , en'poco tiempo quedaron despoblados. Todos se lanzaron á las minas y los trabajos cesaron para dejar el paso franco á la esplotacion del oro . Los c a m ­pos promet ían u n a abundant ís ima recolección; pero esta pereció en siembra por falta de brazos.

Algunos buques se quedaron sin oficiales y sin ma­r ineros , y los cargos públicos mas impor tan tes se t u ­vieron que suspender .

E n la época en que estalló la efervescencia habia mandado reparar el berga i r in La Anua. Los operarios reci bian un sueldo de 3 duros diarios y man tenidos á bor­do . Pidieron m a s sueldo y acabaron por declarar q u ; renunciaban á lodo lo ganado a n t e r i o r m e n t e , antes que trabajar á menos de C duros diarios. Simples m a ­r ineros empleados en la bahía exigían un sueldo de 100 duros mensuales .

El flete desde San Francisco á Nueva Helvecia cuya distancia es de cien mi l l a s , cuesta ahora de 2 á 4 duros el tonel. Se pagan SO duros diarios por una c a r ­re ta de cua t ro bueyes . He visto en la región aurífera á un negro cocinero que ganaba 25 duros diarios.

Tal era ol estado de las cosas hace próx imamente t res meses. En algunos dias la población se ha quedado casi des ier ta , pues solamente quedan dos ó t res c o ­merciantes y algunos soldados. Úl t imamente ha tenido lugar una reacción. Muchos de los que trabajaban en las minas han vuelto a tacados por la fiebre, y otros para evitar el contagio. También tenemos aquí un número considerable de trabajadores recien l legados; pero el tipo de los jornales sigue muy e levado, y yo abono de 6 á 8 duros á los que trabajan en mi buque. El precio de los géneros también ha crecido re la t ivamente . La manteca y el j amón valen á duro la l i b ra , la ar ina 2 5 , el barniz y la galleta á 40 cén timos de duro la l ibra. He pagado por un pa r de bo ­tas 14 duros y por olro 18. En las minas el precio

191 de la ha r ina , y de cerdo salado varía de 40 á 200 d u ­ros el barr i l . Zapatos ordinarios se venden allí á 12 du­ros . Kn Boston se c o m . r a r i a n por 75 cén t imos . He visto una caja de polvos de Sedlitz q u e e n San F r a n ­cisco valen 50 céntimos, y que allí se vendió por 24 du­ros . También se m e ha 'dicho q u e habian pagado por una botella de aguardiente 48 duros . Algunas tiendas ambulantes de géneros t ienen mas ganancia que los mejores almacenes de Boston y de N e w - Y o r k .

El 1,° de julio m e encontraba en las minas y el c a ­lor era insoportable. Nunca he sentido tanto calor ni aun en la estación mas calorosa del Brasil . Todo e s ­taba agostado por el sol y e ra preciso esperar cinco meses la época de las lluvias.

La brisa del mar que se est iende por el valle del Sacramento no pasa de Sierra-Nevada, y muy ra ras veces refresca las vegas la te ra les , ni los' to r ren tes de la cordillera de montañas . Ni la mas leve ráfaga l l ega­ba á las m i n a s , y el sol t an abrasador como el de los trópicos oncendia la atmósfera de tal manera que p a ­recía un horno. Predije que se desarrollarían muchas enfermedades en t r e los m i n e r o s , lo que asi ha s u c e ­dido desgraciadamente .

Estos abandonaron sus ocupaciones habituales y u n cambio de v ida , tan comple to , unido al mas r igoroso c l ima , no podia menos d e influir de una manera f u ­nes ta en su salud.

Sus al imentos e ran malos y el trabajo ímprobo, e s ­puestos diar iamente al sol y por las noches percibían la atmósfera fría de aquel las mon tañas .

Muchos trabajaban con los pies dent ro del agua y se inflamaron la sangre con bebidas esp i r i tuosas , r e ­sul tando muchos atacados de fiebres bi l iosas, é i n t e r ­mi tentes y otros por grandes disenter ias . La m a y o r pa r t e de los tor rentes que a r ras t ran oro en su curso bajan do las mon tañas , al t ravés de las rocas y de los precipios , pasando por un ter reno rojo que a tes t igua la existencia de g randes cantidades de h ier ro . He p o ­dido observar que el oro se encuen t r a s iempre en las capas de arena á menos que estas capas no hayan sido destruidas por los mismos to r ren tes ó por cualquier otro móvil mas r ec i en te .

Todas las máquinas que se han usado ha s t a ahora en la California para el lavado del o r o , son sumamen te imperfectas. La amalgama del azogue aun no se ha in t en tado , y es de creer que con las operaciones h e ­chas en la forma corr iente habrán desperdiciado u n a par te considerable de oro.

En la pa r t e inferior de los arroyos el oro se e n c u e n ­t ra en una especie de escamas m u y parecidas á las de los peces y un poco mas arr iba en glóbulos de dist intas formas y de variados t amaños . Los hay que pesan de 5 á 0 onzas , y los mayores suelen estar adheridos á los guijarros ó masas de grani to . En muchos sitios el agua pasa por encima de pizarras verticales y es j u s t amen te en t r e estas capas donde se encuen t r a el oro.

Como nadie aun ha descubier to el oro en sus c r i a ­deros , no se puede dar una esplicacion respecto á su origen ; pero creo que les trozos de mayor t amaño es tán próximos al filón, y que las escamas han sido a r reba tadas á mas distancia. La mayor par te de las rocas de la California son de m u y débil resistencia y poco á poco se han ido desmoronado , de modo que ei oro paula t inamente también se ha desprendido de sus c r iaderos .

Es de todo punto imposible calcular has ta dónde se est ienden las regiones aur í feras , porque también se ha encontrado oro á ciento cincuenta millas ele dis tan­cia del fuerte Su t t e r . También se ha encontrado este metal en grandes porciones en ol rio «.Oso» en el «P luma ,» en el «Arado americano,» y en sus afluentes en ol «Cosumnes , en el «Estanislao» y en ambas o r i ­llas del San Joaquín . Se ha encontrado también en Bodega , en la cosía del m a r , en las cordilleras d e

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192 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. las montañas que separan las aguas del San Joaquín, de las que penetran en el Océano Pacífico, en el Sur c e r c a d o los Angeles , y en las llanuras que rodean la misión de Santa Clara. Se sabe posi t ivamente que exis­te una región aurífera de mas de seiscientas millas de estension, y que es muy probable que se estienda bas­ta el Oregon. Hay cuestiones que uno no se a t reve á es -planar por temor á la incredul idad, y que solamente con gran desconfianza se locan. Fui á visitar las minas con las disposiciones mas escéplicas y he regresado con una convicción comple ta , dudando que existan en el mundo minas mas r icas . Me he convencido de que un operario activo puede recoger diar iamente per valor ele 23 á 40 d u r o s , á razón de 10 duros la onza. En ciertos sitios cada hombre recoge por va­lor de 800 á 1,000 duros diarios. Encuentro varias personas que han estado ausentes de esta capital t res meses y que t raen ele 2 ,000 á 3 ,000 d u r o s . Mientras cine permanec í en las minas r eun í una gran cantidad de hechos positivos y voy á citar a l - imos . En la c o r ­r i e n t e mas meridional del Fourche , y á diez y seis mil las del curso principal MM. Neiily y C r o w l y , a y u ­dados por seis hombres , han recogido en el t rascurso de seis dias diez libras y medía de oro .

E n las en t rañas de un to r ren te se o , MMr. D a l y y Mac Coons con una tropa de trabajadores han ganado en dos d i a s , 17,000 duros . Me han asegurado que en otro tor rente próximo al que acabo de m e n c i o n a r , se estrageron en tres dias 30 ,000 duros . Un eclesiástico poco acos tumbrado á las fatigas del trabajo me dijo que evaluaba su trabajo de cinco horas d i a r i a s , en unos 30 duros al dia. Un minero mej icano, l lamado Mr. Vaca, y que vive á treinta millas por encima del fuer te S u t t e r , me ha confesado que con la ayuda de cuatro hombres habia recogido en siete días diez y siete libras de oro. El señor Mayor Cooper ha ganado en unión de dos hombres y un m u c h a c h o 1,000 d u ­ros . Mr. Sinclair ha ocupado en las minas unos c u a ­renta indios, duran te cinco semanas , á los que pagaba con h a r i n a , a r r o z , azúca r , y café que tomaban t r e s veces al dia. La mayor par te de estos indios eran s a l ­vajes y trabajaban con útiles muy ordinarios. E n c i n ­co semanas después de pagados todos los gastos le quedaron á Mr. Sinclair 17 ,000 duros de ganancia.

No muy lejos de los tor rentes que llevo menc iona ­dos , Mr. Norr is ha recogido en dos dias, ayudado por un c o m p a ñ e r o , 3 ,000 duros . Mr. Tara An-gland ha permanecido veinte dias en las minas y ha traillo 2 ,300 duros . Temeroso de fatigar vuestra a ten­ción suspendo la enumeración de otros incidentes aná­logos. Deseáis saber cuál será el resul tado de la e s -plotacion y os debo contestar que dudo mucho que. la r iqueza se agote. Los ramales se estienden sobre una región m u y grande , y el oro se encuentra de tal modo j mezclado con la t i e r ra , por todas p a r l e s , que se p u e ­de decir que. const i tuye una par le de aquel t e r reno . La abundancia del metal p e c i o s o , es superior en los valles y en los r íos; pero también so encuent ra en las colinas y en los flancos d é l a s m o n t a ñ a s , á cien pies sobre el nivel del agua .

Mientras estuve en el distrito de las minas t raté de recoger datos relativos al valor de las regiones aur í fe ­ras y del número de hombres que se ocupan en aquel t r aba jo , que entonces ascendía á tres mil e;-.tre b l a n ­cos ó indios, pero d iar iamente crece el número á causa de las emigraciones de toda, la California, del Oregon de la Sonora , y de las islas de Sandwich. F u e tal el m o ­vimiento de los habitantes de las islas que apenas que­daron artesanos en Holola, y lo mismo ba sucedido en el Oregon, á juzgar por el escesivo número de p a s a - j jaros que desemba:can . En t re los mineros hay gran j cantidad de soldados y m a r i n e r o s , dese r to res , esp ío- | r adores , montañeses , muy holgazanes y muy disipados.

El todo de esta reunión de gente ofrece un cuadro ¡ muy vicioso, Ningún operario gana menos de 0 d u - I

[ ros diarios. Calculando el mínímiin del valor estraido | desde el pr imero de julio de 1848 y dando á la onza el i valor de 16 d u r o s , no baja de 1.300,000 duros . S e ­

gún el diccionario comercial de Mac Culloch es m a s que todo lo que se ha estraido de las minas de los E s -

| lados-Unidos en el t rascurso de quince añes y t res ve-S ees mas de lo que ha salido de nuestra moneda a m e -\ ricana en el curso del año. | Según los datos que he reunido se han espor tado; ; desde el mes de julio al de s e t i e m b r e , 300 ,000 duros j que serán acuñados en el es t ranjero . Es probable q u e i se renueve este p roduc to , a n u a l m e n t e , á menos que j el gobierno no tome las medidas necesarias para la f a -i bricacion de moneda en la California. Desde el cabo l de Hornos hasta el estrecho de Puge t la moneda de los

Estados-Unidos no se conoce. La falla de talleres para la fabricación, hace que el

pueblo tenga g randes cantidades de o r o , en polvo, y en glóbulos, en cuya venta sufren una g ran pé rd ida , pero se ven obligados á vender para cubr i r sus neces i ­dades . El interés de los Es tados-Unidos , asi como el de la California, exigen que el congreso decre te una disposición p ron ta y eficaz, poniendo coto al actual

, estado de cosas. Es imposible prever el resul tado de : un desarrollo tan rápido de r iqueza . Es verdad que

este país se verá invadido por turbas de aven tu re ros \ ávidos y desordenados , cpie los trabajos de la i n d u s -; t r ia y cíe la agricul tura se verán suspendidos años e n ­

teros ; que el juego y los escesos re inarán por todas par tes ; que muchos escapados de los presidios de los

; Estados-Unidos , y de otros pun tos se refugiarán en estas comarcas , que les ofrecen la realización de u n a for tuna, en poco tiempo y se l ibran del r igor de las l e ­yes . E n los desfiladeros solitarios de la S ie r ra -Neva­da , exisien grupos de individuos cjue solo tienen para abr igarse las r amas de los árboles, y tan solo la fue r ­za corporal y la vigilancia para defenderse. ¡Qué sitios tan tentadores para el malhechor! Allí podría comete r sus c r ímenes lejos de las m i r a d a s , pues se dice que poseen grandes acopios de oro en aquellos sitios. Ya se han cometido robos , y algunos asesinatos, pero o c u ­pado todo el mundo en sus tareas p r o d u c t i v a s , h a n pasado inadvert idos tales c r ímenes . Lo que se i g n o ­r a es el número de los cr ímenes comet idos , porque nadie ha sido testigo ocu l a r , y los muer tos es sabido que no declaran. Se hacen m u y necesarias las m e d i ­das enérgicas de nuestro gobierno pa ra evitar los actos de violencia, y los desórdenes que nos amenazan .

Lo mas pronto que se p u e d a , es preciso establecer en la California una buena adminis t rac ión , y que la persona que desempeñe el cargo de gobernador sea hábil firme ó ín tegro . El sueldo aplicado á este cargo público no se debe calcular por los establecidos en nues t ra repúb l ica , pues un buen operario gana aquí el doble que uno de los primeros agentes del gobierno americano. En ninguna p a r t e , como aquí se hace n e ­cesario el establecimiento de buenas guarnic iones . Sin el refuerzo del e jérci to , esta comarca caerá en la ma ­yor anarquía y en la mas deplorable confusión. Es preciso que los sueldos de las t ropas se a u m e n t e n , y que se castiguen con el mayor r igor las deserciones. Nunca se han visto las t ropas americanas mas t e n t a ­das que a q u í , para la deserc ión. Diar iamente se e n ­cuent ran personas que sin mas inteligencia que la del soldado ganan en pocas semanas mas que aquellos en cinco años de servicio. Los habi tan tes de la California simpatizan mucho con los soldados y no se t iene por cr imen la deserción ent re ellos. A la vista del oro ia moral idad del ejército se est ingue y las guarniciones desaparecen. Si las minas de la California son un m a ­nantial de r iqueza para el gobierno, es indispensable que este defienda los in tereses públ icos , y tome las medidas que conduzcan á asegurar con la mayor efi­cacia la fidelidad y la disciplina de las tropas.»'

J. L. Folson.

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VIAJE A CALIFORNIA. 193

Una vez que ya consta en documentos i r recusables la cantidad de oro de las minas de la California, y h a ­biendo sido reconocida la cal idad del metal en varios ensayos, hechos al efecto, solo queda una cuest ión que reso lver : á saber si el producto d isminui rá ó " aumen­ta rá . Las opiniones en este asunto son m u y diversas. Un escri tor amer icano, presenta d é l a siguiente m a n e ­ra , imparcial , el problema.

«Es v e r d a d , d i ce , que las minas se est ienden por una grande estension de t e r r enos ; pero dudo que sean en todos los puntos tan abundantes como en el t é r m i ­no del fuerte S u t e r . Se m e d i rá q u e las minas de oro del Ura l , s o n , después de algunos años de esp lo ta ­cion, mas productivas que al principio y que n u n c a ; pero es necesario t ener en cuenta que las m i n a s c o ­m u n m e n t e suelen ser m a s r icas en sus p r i nc ip io s , y que luego no justifican las esperanzas que se c o n c i ­bieran. Los aventureros de la California agotarán las mas a b u n d a n t e s , y después las demás .

P resumimos que el p roduc to de las minas en 1849 , aunque sea m u y considerable lo se rá m e n o s que en 1848 . Sabemos q u e aun quedan que descubrir los criaderos pr incipaies del mine ra l ; pe ro si es tas m i n a s prolongan su durac ión , cen la misma abundancia creemos que esta no tendrá a u m e n t o . No conocemos en el dia una mina de oro que ofrezca una ganancia de 20 dol lars , diar ios , por el t rabajo que se las c o n s a ­gra . No obstante , es m u y cierto que en los años v e n i ­deros se es t raerán grandes cant idades de oro en el t e r reno californiano.»

Estado sanitario de la comarca.—La California es sin duda n inguna m u y sana para las personas p ruden­tes y sobrias. Los viajeros que la han visitado cuen tan q u e ' l a raza indígena' es de una consti tución m u y r o ­bus ta , y el sencillo r é g i m e n que observan los m a n t i e ­ne en su robus tez . Rep rueban toda bebida espirituosa y el que las usa a t rae hacia sí la reprobación de los demás . El clima es templado, y agradable, pero en la época de las lluvias es preciso evitar todo lo posible la influencia de aquellos a i res .

Recursos de la California.—Ademas de sus f a m o ­sas minas de oro existen otras muchas de otros m é t a ­los , como son de azogue , cobre , h ie r ro y plat ino. La agr icul tura d a r á abundantes cosechas , y las crias del ganado serán un r ecu r so p e r m a n e n t e , para la r iqueza de sus hab i t an tes . Los traficantes harán m u y buenos capitales en este suelo p ingüe .

¿Quién puede pensar en ir á la California?— Aquellos que amen las empresas aven tu radas los que puedan res is t i r , las fatigas del trabajo y las p r ivac io ­nes mater ia les , prescindiendo de toda comodidad pa ra desafiar toda clase de dificultades. No os figuréis que la California es u n E d e m , en el cual los p laceres p a s ­toriles son pe rmanen tes , y las dichas no t ienen fin, no la California es u n suelo en donde , pa ra conquistar u n a posición es preciso m u c h a paciencia y no poco i n g e ­nio á no se r que la for tuna se e n c u e n t r e de r e p e n t e , efecto de a lgún gran descubr imien to . El talento y la industr ia t ambién hal lan, no obs t an i e , el p r emio que merecen sus afanes.

Aviso á los emigrados que se dirijan á este país.— El que se dirija á la California necesita disponer de u n capital p roporc ionado , po rque el pasaje cuesta m u c h o y el es t ranjero cuando llega t iene q u é pagar m u y c a ­ros los objetos que son de p r i m e r a neces idad , h a b i t a ­c ión , y vivir á sus espensas du ran t e a lgún t iempo, mas ó menos largo.

Los que sean industr iosos y perseveran tes l iaran m u y bien en dedicarse al trabajo de las m i n a s ; pero los que no puedan resist ir aquellas penosas fatigas, evitarán la l l a n u r a , y so dedicarán al cult ivo de las t ierras y á la cria del ganado .

Es inútil viajar con muchos equipajes , s iendo p r e ­ferible rea l izar los in tereses .

Los mercados de la California m u y p r o n t o se ve rán

sur t idos de géneros en abundanc i a , traídos per los bu­ques mercan te s de Valparaíso, de las islas de Sandwich y de América.

CAPITULO XIX.

A P É N D I C E .

Noticias respecto á los indios de la California.

Los indios de la California se dividían en t r ibus , q u e diferian no tab lemente las unas de las o t ras en sus cos ­t u m b r e s , en sus cul tos y en su l e n g u a , y para e n ­tender los e ra preciso un estudio par t icu lar . Los q u e no se convir t ieron al cr is t ianismo, y no se a p l i ­caron al trabajo de las m i s i o n e s , pe rmanecen en el mi smo estado pr imit ivo. Lo que se dijo hace un siglo de ellos es verdad aun en m u c h o s p u n t e s , pero es d e espera r q u e la g r an obra de la civilización borre sus ins t in tos sa lvajes , y modifique d e un modo radical la vida de sus primitivos hab i tan tes . P a r a complemento de las nociones que ofrece el l ibro d e Mr. Bryant y las páginas de Mr . D u p e t i t - T h o u a r s , t omamos los d e t a ­lles siguientes del viaje de don P e d r o F a g e s , escri­tos en el año de 1778 ( 1 ) , y del libro que escribió Mr. Forbes en Londres el año de 1839. D, Pedro F a ­ges dice que los indios que habitan en la cos ta , desde San Diego á San F r a n c i s c o , son de color o s c u r o , p e ­q u e ñ o s , mal fo rmados , recelosos y pérfidos enemigos de los españoles . Sus pueblos están sometidos á las órdenes de u n jefe absoluto. Solo t ienen una muje r , que cambian cuando les acomoda por o ' ra . Los hijos ap renden lo q u e sus padres ap rend ie ron , y las j ó v e ­nes se dedican á lo que las conviene.

Adoran á un anciano que ellos mismos elevan á esa d ign idad , y al cual ofrecen las pr imicias de sus c a c e ­rías y cosechas.

En las guer ras que so agi tan m u y amenudo e n t r e unos y otros pueb los , ya por disputarse las mujeres ó por cuestiones de t e r r i t o r i o , colocan al anciano en un ce r ro rodeado de empalizadas y por medio de s u b t e r ­ráneos hechos al efecto l levan al imentos á su Dios , y defienden con el mayor a rdor aquel t e r r e n o cont ra el . enemigo , y se convier ten en pro tec tores y en los á n ­geles tu te la res de aqueda divinidad electa . Casi todos están completamente d e s n u d o s , y solamente a lgunos l levan trajes hechos con pieles de conejo , l iebre ú otros cuadrúpedos . Es ta casaca ó chaque ta no llega mas que á la c in tu ra . Las muje res llevan una especie de delantal de u n tejido de hojas de caña que atan á su c in tura y las cubre has ta las rodil las. Un pedazo de piel de ciervo colocado en los hombros , comple 'a su t raje . A pesar de ser estos trajes tan míseros es m u y cor to el n ú m e r o de los que usan u n lujo semejan te . Los indios que hab i tan las orillas del r io que el v e n e ­rable don P e d r o llama r io de los Temblores de t i e r r a , t ienen el color c l a r o , el cabello rojo y el ro s t ro m u y agradable . Lo mismo que los de San Diego están g o ­bernados por u n jefe que ejerce sobre ellos un poder despót ico , y ademas puede tener dos mujeres y r e p u ­diarlas cuando se le a n t o j e , reemplazándolas con o t ra del pueblo . Los hombres fabrican r edes para t r a s p o r ­tar sus víveres . También fabrican flechas, arcos y s a ­bles de madera m u y d u r a , que parecen c i m i t a r r a s , y las cuales tienen piedras de corte por u n lado. Es tos sables no solamente les sirven para gue r r ea r , sino q u e los usan para la c a z a , lanzándolos á una gran d i s t a n ­cia , y con tal ac i e r to , que r a r a vez dejan de q u e b r a r las piernas del animal á q u i e n les ases tan . También fa­brican botes de caña, con los que pescan en alta m a r , y en los cuales llegan hasta las islas de San Clemente y de San ta Bárbara . Aquellos b o t e s , único medio de

(1) Es te manuscrito es propiedad de Mr. T e r i i a u x Compans, quien le publico y a cuyo erudito debemos tantas nociones, respecto á la America y á la literatura española.

13 TOMO III .

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194 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. t r a s p o r t e , dice Mr. Forbes que se llaman balsa. Es el medio mas pesado y mas ant iguo de navegación. Es t a s balsas se construyen con juncos de diez pies de longi tud y con mucho 'espesor en el c e n t r o , q u e va ade lgazando gradua lmente hasta las es t remidades , por donde se a lan con fuerza. Solo pueden caber dos p e r ­sonas en estas ba l sas , y movidas por 1 s costados, m a r c h a n igualmente por u n o y otro t es te ro . Cuando r e i n a la c a lma , el cent ro de esta embarcación puede pe rmanece r s e c o , pero lo m a s genera l es que los r e ­m e r o s vayan con los pies den t ro del agua .

Los indios que habitan por los a l rededores de San L u i s , r e y , son de una es ta tu ra regu la r y bien f o r m a ­dos . Muestran afán por el t raba jo , y t ienen d i spo ­sición para el tráfico. Se puede decir que son los chinos de la California, pues ni dan ni desperdician n a d a . Se m u e s t r a n afables y cariñosos con los españo­les , pero s i empre están guer reando en t re ellos. Los hombres usan una especie de capote de piel de l iebre ó d e r a p o s o , que les cae hasta la c i n t u r a , pero la clel jefe llega has ta m u c h o m a s aba jo , y es el signo de d i s t inc ión . Las mujeres llevan refajos encarnados ó a z u l e s , con cenefas de conchas de varios co lo re s , y sus cabellos atados por de t rás caen en forma de c o ­leta sobre sus espaldas. Se fabrican ellas mismas b r a ­zaletes , pendientes y collares con conchas del mar . Los hombres se afeitan por medio de un procedimien­to rud í s imo. Pr ivados de toda arma cor tan te emplean pa ra esa operación una especie de p i n z a s , y de esta mane ra se es t raen las b a r b a s , pelo por pelo.

No pudiendo cor tarse el cabello se le queman con ca rbones hasta dejarle rapado . Adoran ídolos que c o ­locan muy cerca de los pueb los , y a lgunas veces en los campos pa ra que prote jan las frutas y los s e m ­brados .

Estos ídolos no son m a s que pedazos de piedra ó de m a d e r a g rose ramen te labrados y p in tar ra jeados , y adornados de gui rna ldas de flores y de p lumas .

Los jefes de este distr i to t ienen el privilegio de po­de r vivir con dos ó t res muje res y r e p u d i a r l a s , s u s ­t i tuyéndolas con o t r a s , todas las veces que les conv ie ­n e . Los demás indios solamente pueden tener una m u j e r , sin que les sea permi t ido r epud ia r l a , m a s q u e en el caso de adul ter io . Los viudos no pueden volver á tomar estado mas que con viuda. Cuando fallece u n o d e estos indios se conduce al cadáver an te el ídolo, y algunos le velan du ran t e toda una n o c h e , sentados a l rededor de u n a hoguera . Al dia s iguiente toda la po­blación se r e ú n e en aquel sitio pa ra la ceremonia f u ­n e r a l . Se adelanta un indio fumando en u n a g r a n pipa de p i e d r a , seguido de otros t r e s , y da t r e s vue l tas a l rededor del cadáver y del ídolo. E n cada vuelta l e ­van t a el cuero que cubre la cabeza del d i fun to , y le echa t res bocanadas do h u m o en el ros t ro . Se para después de esta operación y reza una oración á los pies clel finado. Después se "adelantan suces ivamente los par ientes y amigos del m u e r t o , y ofrecen al sacer­dote un collar de la longitud de una b raza , y todos em­piezan á exhalar gr i tos y gemidos. Acto continuo cua­t ro sacerdotes cargan con el cadáver y le conducen á la sepu l tu ra que se le d e s t i n a , á cuyo lado se colocan var ios objetos fabricados por el que ya no e x i s t e , y se c lava en su tumba una lanza teñida con diferentes c o ­lores . Si la defunción es de mujer , se cuelgan de la lan­za cestas con obras confeccionadas por ella.

A la l legada de los españoles los indios del Sur t e ­n ian c e m e n t e r i o s ; pero dice Mr . Forbes q u e cerca de San Francisco quemaban los cadáveres después de h a ­ber los adornado de flores, plumas y otros ob je tos , y colocado á su lado un arco y una flecha. Cuidan con s u m o esmero á los enfermos y á los her idos , y conser­van para las personas amadas q u e les a r r eba ta la m u e r t e un car iño inalterable y profundo.

Los indios que habi tan por las cereanías de San Luis Obispo, son m u y bien formados y de buena índole. Sus

casas t ienen u n a forma igual á una media esfera, y es ­tán construidas con a r t e , pudiendo habi tar en ellas cua t ro ó cinco familias. Tienen u n a abe r tu ra en la par te s u p e r i o r , u n a puer ta en la pa r t e oriental y otra en la occidental . Duermen sobre montones de p e d a ­zos de m a d e r a , un idos , llamados «Tap ex th .» Cuatro vallas de caña rodean la cama y forman una especie de a l coba , pero es m u y ra ro que u n indio due rma en su casa. Al aproximarse la noche toman sus arcos y sus flechas y se r eúnen en grandes caravanas , temiendo los ataques imprevistos del enemigo y las sorpresas en medio de sus mujeres y sus hijos.

Ot ras veces se dirigen hacia el enemigo y so rp ren ­den á los que no están prevenidos .

Sus mujeres llevan enaguas de un hermoso color encarnado con cenefas de c o n c h a s , llevando a d o r n a ­da la cabeza con una cesta trabajada con mucho g u s ­t o , y que parece u n sombrero sin a la . Los hombres

i gustan de pintarse el cuerpo con varios co lo res , p a r -í t i cu la rmente cuando van á campaña ó á g randes i danzas . ! Cuando u n a india siente los dolores de p a r t o , a b r e

en la t ie r ra u n h o y o , le llena de yerba seca para que se c a l i e n t e , y en él da á l u z , t r anqu i l amente . T a n pronto como nace la cr ia tura le aplasta la nar iz y la cara con la m a n o , y ambos se van á b a ñ a r . Fajan á las cr ia turas desde los hombros has ta los p i e s , los a tan á una tabla , y por medio de dos cordones se co­locan la tabla en la espalda. Cuando la m a d r e quiere dar de m a m a r á su h i jo , ejecuta esta operación co lo­cando sobre sus rodillas aquel a p a r a t o , sin tocarlo de como e s t á , y asi pueden da r cumpl imien to á sus quer-hace res , sin descuidar las necesidades de sus hijos. El suelo que ocupan estos indios es m u y fértil. Las f r u ­tas y el grano con que se al imentan crecen allí espon­t áneamen te . También hacen mucho uso del aloe para su a l imen to , y util izan cier tas raíces de caña que ma­chacan en u n m o r t e r o , y después que las secan al sol las vuelven á moler de nuevo para separar las fibras de la par te h a r i n o s a , con las q u e hacen una comida s u m a m e n t e agradab le . También comen una flor d u l ­ce que encuen t r an en los t e r renos p a n t a n o s o s , y con ella al imentan á las crias q u e a r r eba tan á los osos.

Los indios de este distrito son mas hábiles q u e los mencionados an te r io rmente . Sus mor te ros de piedra y otros utensil ios t ienen incrustaciones de nácar ar t ís­t icamente imaginadas . Las mujeres labrican preciosas ces ta s , y gua rnecen sus calabazas y sus cántaros con hilos que es t raen de las ra ices , y que pe rmanecen con su color na tu ra l . Los bajos de sus enagüetas los b o r ­dan con conchas , y para todos estos trabajos solo se valen de dos u tens i l ios , u n cuchillo y u n punzón h e ­chos del hueso de las manos de los c iervos . El c u c h i ­llo es mas bien pa ra el uso de los h o m b r e s , que le lle­van hundido en sus cabelleras. El mango de es te c u ­chillo es de madera con incrustaciones de n á c a r , y con una piedra que aguzan con arena finísima y agua, frotándola con otra piedra mas d u r a . P a r a encender l u m b r e no conocen otro medio que frotar dos pedazos de m a d e r a , y esta es la razón por que s iempre llevan colgados á la c in tura dos pedazos , de los que uno t i e ­ne la forma de un huso , y el o t ro u n agujero en donde e n t r a el p r imero . Hacen rociar con fuerza el uso en t re sus m a n o s , y á poco sale humo y mas ta rde la l lama.

Los de las cercanías de la misión de San Miguel anunc ian de u n a manera m u y original sus desposo­r ios . Cuando se ve á una mujer y á un h o m b r e que la v íspera e r a n solteros y que en aquel momento van j u n t o s y con el ros t ro lleno de a r a ñ a z o s , se c o m p r e n ­de por aquellas señales que vienen de c a s a r s e , pero no se contentan con e s t o , sino que p a r a asegura r su estado c o n y u g a l , cont inúan arañándose m u t u a m e n t e en todas ocasiones , conceptuando esto como una g ran p rueba de amor. Este p roceder parece incre íb le , pero es un hecho que he presenciado m u c h a s veces .

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VIAJE A CALIFORNIA. Í9S

Mr. Forbes nos da pormenores dist intos respecto á los matr imonios de los ind ios , pero estos sin duda serán relativos á o t ras t r i b u s . El m a t r i m o n i o , d ice , queda terminado en vista del consentimiento de a m ­bos cónyu je s , y este lazo se rompe cuando es tos no pueden a v e n i r s e , p ronunciando esta frase sola: «Te rechazo.» ' Las esposas no oponen á este acto n inguna resistencia, y ellas mismas invitan á sus maridos á que se desposen con sus h e r m a n a s y hasta con sus m a d r e s , siendo con frecuencia aceptada esta proposi­ción. Las mujeres no abr igan la pasión de los celos, y viven en t r e ellas sin d isputas , y t ra tando á los hijos de sus he rmanas con el mi smo cariño que á los p r o ­pios.

El p r imer bautizo celebrado en San Franc isco fue el de t res niños hijos de u n indio que habia contraído matrimonio con t r e s he rmanas y con la madre de e s t a s .

Los indios que rodean la misión de San Antonio adoran el so l , el a g u a , las bellotas y o t ras s imientes . Elevan también á la dignidad de dioses á ciertos ancia­nos á qu ienes ofrecen sacrificios por ob tener l luvias, t iempo benigno para sus cosechas y otros favores. Se a l imentan en par te con unas cerezas que l laman islay, y hacen amasijos con las a lmendras q u e enc ie r ran sus í luesos . Tienen también una "semilla que mezclan con ia h a r i n a , la cual da á sus tor tas un sabor parecido al d e la man teca , y o t ra que se asemeja al a r roz , de gus ­to azucarado , y m u y del caso para sus cocimientos.

Los indios del distr i to de Monterey se dividen en dos c l a ses : los de la costa y los de las m o n t a ñ a s .

Los pr imeros son genera lmente bien formados, pero débiles física y m o r a l m e n t e , y n o se a t reven á a l e j a r ­se mas que cuatro ó cinco leguas de distancia del d i s ­t r i to en que h a b i t a n , temiendo encont ra r se con sus enemigos. Los españoles les p res ta ron el apoyo de q u e t an to neces i taban , y ellos pagan este b ien con el m a ­yor agradecimiento . Están casi s iempre desnudos com­p le t amen te , y solo algunos llevan una piel que les c u ­b re la e spa lda , y apenas la c in tu ra . Las mujeres usan un delantal hecho de juncos que les llega has ta la r o ­dilla.

No t ienen sitios destinados á servir de cemente r io ; asi es que los que fallecen son sepul tados en el m i s ­m o sitio en que m u e r e n .

Cuando los habi tantes de otros pueblos emprenden u n a romer ía para asistir á ciertas fiestas, qu i t an las cue rdas de sus arcos para demost ra r que sus intencio­nes no son host i les . No t i enen pun to fijo de residencia, y vagan por uno y otro p u n t o , astableciendo sus r e s i ­dencias en donde e n c u e n t r a n a l imentos . Sus mal cons t ru idas c a b a n a s , se componen de r amas de á r b o ­les , y son de u n a forma c i rcu la r .

Toman amenudo baños de v a p o r , dispuestos de u n modo m u y bá rba ro . Elevan una torre con p i e d r a s , en la que se penet ra p o r medio de una pue r t a m u y e s t r e ­cha , abierta al efecto , y encienden u n m o n t ó n de leña v e r d e , cuyo h u m o hace s u d a r al que se baña . Después de haber soportado el efecto de aquel vapor se arroja al agua fría, repit iendo este ejercicio dos veces al dia.

Estos indios carecen á veces de a l imen to ; pero c o ­m e n el fruto que produce u n árbol l lamado za rzamora , f resas , que hallan e n abundanc ia en el cabo de los P i n o s , s e t a s , y otra fruta del t a m a ñ o de una pe ra , pero cuyo sabor es un poco a m a r g o . E n los meses d e j u n i o , jul io y agos to , se ven en la costa ballenas y lo­bos mar inos . Si a lguna ballena bara en la costa es para ellos un gran mot ivo de júbi lo , porque g u s t a n m u c h o d e la ca rne y gordura de este cetáceo. P a r a cocer la ca rne d e la ballena ab ren agujeros en el suelo, y d e s ­pués que su voracidad se c a l m a , suspenden el res to en las r a m a s de los á rbo le s , y de allí cor tan según el consumo. Lo mismo hacen con la foca , que después de la ballena es la que comen con mas gus to . Los i n ­d i o s que habi tan lejos de la costa son menos salvajes,

y mas sociables que aquellos. Sus pueblos son g e n e ­r a lmen te mas considerables , y sus casas t ienen cuatro pies de d i á m e t r o ; pe ro en el verano se ven obligados á abandonar las porque se l lenan de insectos, y se re t i ­r a n á c ier ta d i s t anc i a , formando cabanas con r a m a s y hojarasca. Es te distr i to produce las semillas necesa ­r ias para el consumo de sus hab i tan tes .

Los que habi tan a l rededor de M o n t e r e y , y á ve in te leguas de este punto adoran al s o l , y le saludan todas las mañanas con gr i tos de júbi lo. Creen en la t r a s m i ­gración de las a l m a s , y dicen q u e las de los m u e r t o s se re t i ran á c ier tas islas si tuadas en medio del m a r , y desde cuyos sitios vienen á animar los cuerpos de los r e ­cien nacidos. Las montañas que se elevan al o t ro lado del rio de San Franc i sco , es tán llenas de bosques, o c u ­pados por los indios cíbolos. Los jefes de aquellas t r i ­bus ilevan capas adornadas con p lumas , y u n e n cabellos postizos á los suyos. Los hombres del pueblo t renzan sus cabe l los , y colocan e n estas t r enzas los pocos objetos que poseen , especialmente el cuerno en que llevan el tabaco que fuman. El tabaco en t r e ellos es u n ar t ículo que cul t ivan cu idadosamente . Después de secas su s ho j a s , las pulver izan y mezclan con cal , formando pildoras que envuelven en hojas de caña . Después de las comidas t ragan u n a de estas p i ldoras , y a segu ran que con ellas pasarían sin comer t r e s dias consecut ivos. Sus pueblos p r e sen t an el aspecto de u n a calle l a r g a , y sus casas es tán m u y separadas. En fren­te de las que habi tan cons t ruyen ot ras que s i rven pa ra el depósito de sus v íveres . Fabr ican con piedras m o r ­te ros y j a r ras parecidas á las d e E s p a ñ a , y vasijas d e m a d e r a adornadas con hilos que sacan de las raices de za r a t e . Sus camas y sus man ta s , son de pieles de cua­d rúpedos . Los hombres t i enen la es t raordinar ia c o s ­t u m b r e de t r aza r se en la frente una c r u z , sin q u e a lcancen el significado de este s ímbolo. Los indios d e la misión de San L u i s , t ienen la m i s m a cos tumbre .

Lo jynd ios hacen dos comidas al d i a , u n a an tes de la salla* del sol que dura hasta la u n a del d i a , y la otra á la t a r d e , d u r a n d o cua t ro ho ras . Después de la s e ­gunda comida se ponen á fumar en una g r a n pipa de p i e d r a , q u e pasa de mano en m a n o . Los bailes que se celebran á causa de alguna b o d a , ó por o t ra c i r c u n s ­t a n c i a , d u r a n has ta el a m a n e c e r , y cuando se r e t i r a n á dormir colocan por u n lado y por ot ro cent inelas para que les den aviso de la proximidad de sus e n e ­migos por medio de silbidos, ó haciendo vibrar la c u e r ­da de sus arcos . Usan las mismas señales para los casos de incendio ú otros inc identes . P a r a celebrar una boda se r eúnen los par ien tes y amigos de los pueblos c e r ­canos , t rayendo presentes á los futuros esposos , y ví­veres para los t res ó cua t ro dias q u e du ra la fiesta, asi como los objetos que quieren cambia r . Todo el t i e m ­po q u e d u r a la fiesta, le pasan bailando y bebiendo al compás de sus cantos indígenas. E n estas s o l e m n i d a ­des las muje res se p intan de varios co lo re s , y llevan en las manos ramos dé p l u m a s , m i e n t r a s que los h o m ­bres ocul tan su desnudez con los dibujos que se p i n ­t an sobre el cu t i s . Solamente bailan dos pa re ja s , y los demás , simples e spec t ado re s , se contentan haciendo ruido con dos pedazos de caña q u e hacen chocar u n a con o t ra . Es tas danzas se ejecutan al son de una flau­t a , y al compás de canciones s u m a m e n t e d e s a g r a ­dab le s .

CAPITULO XX.

DEL ORO.

SUMARIO. De los medios que se emplean para distinguir el oro de las mate­

rias que se le parecen.—Modo de reconocer sus quilates.—Al­gunos medios usados para esplotarle.

Cuando el oro es p u r o , es un metal amarillo de l color del l a t ó n , y casi tan flexib'e como el p l o m o ; se

13» TOMO ¡II ,

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196 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. puede cor tar con un cuchil lo, y se funde en la m i s ­m a t e m p e r a t u r a que el cobre y la plata. Las piezas d e 20 francos y de 4 0 , están l igadas con una décima p a r t e de c o b r e , y las joyas tienen una liga de una cua r t a p a r t e . El cobre da al oro un color m a s rojo que -el que t iene en su estado n a t u r a l , y mas dureza . Mu­chas veces las alhajas t ienen una liga compues ta de p la ta y c o b r e , y estos dos metales unidos forman los doscientos c incuenta milésimos de l iga. Cuanta mas plata tiene la l iga , m a s palidez adquiere el metal . Cuando las cantidades de plata y cobre son igua les , el oro t iene casi su color n a t u r a l ; pero m u c h a m a s dureza .

E l oro es uno de los metales menos a l te rab les : r e ­siste á la acción del a i r e , del a g u a , de los ácidos s u l ­fúricos , y al agua f u e r t e , e t c . , e l e ,

Las mater ias q u e se asemejan mas al oro, s o n : i.° Las composiciones de cobre y zinc q u e se deno­

mi n an l a t ó n , cobre amar i l lo , s imi lor , e t c . , e tc . 2.° La combinación del cobre y el azufre con el

sulfato de c o b r e , ó pir i ta de cobre. 3 .° La combinación del hierro y el azufre con el

sulfato de h ie r ro , ó p i r i ta marcia l . Las ligas del cobre y del zinc se dist inguen fácil­

m e n t e del oro, sumergiéndolas en el ácido acé t ico ,pues forman al m o m e n t o una capa verde en su superficie, mien t ra s que el oro pe rmanece bri l lante y amaril lo. El ácido acético ó v inagre basta para dis t inguir ambas m a t e r i a s , aunque su acción es menos viva en el latón. £1 sulfato de h i e r r o , golpeado con un pedazo de a c e ­ro , lanza chispas de fuego , mien t r a s que el oro se aplana.

El sulfato de cobre de color de o r o , contiene s i e m ­pre una p a r t e de sulfato de h ie r ro , y da l u m b r e , pero con dificultad.

El sulfato de cobre , asi como el de h i e r r o , se d i s ­t inguen fácilmente del o r o , porque estos son solubles en el ácido acé t ico , y m u y candentes exhalan un olor su l furoso , perdiendo el color de oro . También se d i s ­t ingue el oro de las ma te r i a s que se le parecen por medio de la dens idad , es dec i r , por la relación de su peso comparado con igual peso de agua .

La densidad del oro es de . La del latón e n t r e . . .

L a del cobre La de las pir i tas de cobre . La de las pir i tas marc ia les .

1 9 , 2 6 . 7 y 8 según su

composición 8, 7 9 . 4 , 17 . 4 , 9 8 .

Lo que significa q u e u n pedazo de oro pesa diez y nueve veces y vein te y seis centes imos m a s que u n volumen igual de a g u a , e tc .

No existe mas que un meta l que t enga m a s d e n s i ­dad que el o r o , y es el p l a t ino : su densidad varia de 2 2 á 20 , según su calidad.

La densidad d e la plata es de 10, 47 y por esta r a ­zón las amalgamas de oro y p l a t a , de oro y c o b r e , de o r o , plata y c o b r e , t ienen una densidad menor que la del oro pu ro .

Solo las amalgamas con el platino pueden t ene r t an ­t a densidad como el oro, pero la mas pequeña porción de platino hace blanquear m u c h o al oro.

P o r lo que acabamos de d e c i r , es m u y fácil d i s ­t i n g u i r el oro de las mater ias que se le asemejan á p r i ­m e r a vista y no puede ser confundido, mas que cuan­do ía liga cont iene una g ran cant idad de oro . Solo nos queda la esplicacion de cómo se aver igua si un trozo de oro cont iene otros metales y vamos á l lenar es ta misión con m a s ó menos facil idad, esponiendo con toda la exact i tud que podamos la cant idad de mater ia que pueda con tene r el oro .

Desde luego es m u y fácil concebir que el problema presenta tonta dificultad como g rande es el deseo de

su exac t i tud , y por tan to vamos á ci tar varios medios de los cuales algunos son m u y imperfectos.

El p r imero y.mas fácil es la p iedra de toque . La piedra de toque es oscura y resiste á la acción

de los ácidos. Se frota el metal contra la piedra y deja una huella amari l la : esta, si es oro pu ro , pe rmanece in t ac t a , y si es otro m e t a l , desaparece por la influen­cia del ácido n í t r i co , aplicado sobre e l l a , a l t e r á n ­dola , mas ó menos si el oro está ligado con otro me ta l . Pa ra poder de terminar Já cantidad de oro que cont iene una amalgama, es preciso mucho cuidado y g ran d e s ­treza; asi es que aque l que n o esté m u y p rác t i co , no podrá resolver la cuest ión ni poco ni m u c h o , s iendo m u y difícil hasta para el que se precie de g ran c o ­nocedor .

Se preparan amalgamas de oro y c o b r é , conocida la cant idad de este úl t imo metal y en lugar del ácido n í ­t r i c o , se hace una mezcla que cont iene noventa y ocho pa r t es de ácido nítr ico de una densidad igual á 1, 34 ó m a r c a n d o 37° en el a reómet ro B e a u m é ; dos pa r t e s de ácido clorídico de una densidad igual á 1, 17 ó marcando 21° en el a reómetro Beaumé y veinte y cinco par tes de agua .

Se frota el trozo destinado á la prueba y se señalan t r e s ó cua t ro t o q u e s , unos al lado de otros á a lgunos mi l ímetros a l o l a rgo , por dos mil ímetros p r ó x i m a ­men te de la t i tud .

Al lado de estos se señalan otros toques del meta l que contenga mas o r o , se mojan del mi smo modo t o ­das las señales ó toques con una p l u m a , y con igual cantidad de ác ido , y se ve cuál es el toque que p r e ­senta la misma apariencia que los del ensayo. Como los quilates dé los toques son conocidos, facilitan el co ­noc imien to de los quilates que t i ene el oro que s i rve para este ensaj-o. Si los diversos toques no p resen tan el mismo aspec to , lo que suele suceder con m u c h a f recuenc ia , cons is te en que la superficie t iene m a s oro que la par te in ter ior . Los joyeros l laman á es to , «El baño de color.» En ese caso el úl t imo toque es el que de termina ev identemente los verdaderos qui la tes del oro que se clasifica.

Si en una pr imera operación solo se logra conocer de una mane ra incompleta la calidad del m e t a l , se debe repet i r la operación para lograr la exac t i tud . Por e j emplo : supongamos q u e , según su aspec to , la mues t ra contiene mas de la mitad de oro pu ro ; se h a ­r á n cinco toques con amalgamas que t engan c inco , s e i s , s i e t e , o c h o , nueve y diez décimos de oro p u r o , y se compara el efecto del ácido aplicado á es tos t o ­ques con el que produzca en los del oro que se ensaya; dando por resu l t ando que se asemeja mas al t e rce ro y c u a r t o , de es to se colegirá que sus quilates es tán e n t r e siete y ocho décimos ó setenta y ochenta c e n ­tes imos.

Se repi te la operación con toques que contengan s e t e n t a , se tenta y d o s , se tenta y c u a t r o , se ten ta y s e i s , se ten ta y ocho y ochenta cen te s imos , y si se asemejan al segundo y t e r c e r o , se deducirá que su valor es de se tenta y dos á se tenta y cua t ro c e n t e s i ­m o s . No es posible l legar á mayor exact i tud y aun es m u y difícil, como ya lo hemos d icho, l legar á esta a l tu ra .

El segundo medio es la determinación de la densidad del oro que se p rueba .

P a r a de te rminar la densidad de un cuerpo cualquie­r a , se le debe pesar con la mayor exac t i tud , y . d e s ­pués por medio de u n hilo se le suspende por la par te inferior del platillo de la balanza, colocando una vasija con agua en la misma par te inferior, de mane ra que el cuerpo destinado á la prueba, pueda estar d e n ­tro del agua comple tamen te .

Después de es tar a s i , se ponen pesas en el o t ro plat i l lo , hasta que ambos se equ i l ib ren , y asi se verá que el peso del cuerpo es m e n o r que antes de s e r introducido en el a g u a , r ep resen tando la diferencia

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VIAJE A CALIFORNIA. el poso de igual volumen de a g u a : se dividirá el peso del cuerpo por el volumen igual de agua y el r e s u l ­tado será la densidad.

Por e jemplo : un cuerpo pesa 35 granos , 4 2 , y den­tro del agua solo 33 g r a n o s , 3 5 . Siendo la diferencia de estos dos n ú m e r o s 2 g ranos 0 , 7 , esa es p r e c i s a ­mente el peso de igual volumen de agua .

Se divide el peso del cuerpo 35 g r a n o s , 4 2 , por el peso de igual volumen de agua 2 ,07 y se encuen t r a 17 ,11 , que es la densidad del cuerpo en cuest ión y siendo inferior esta densidad á 19 ,26 se logra la con­vicción de que no es oro pu ro .

Suponiendo que sea una composición de oro y c o ­bre se de terminará como s igue , su ca l idad, ó sus quilates.

La densidad hallada es . La del cobre es . . .

17 , 11 8 , 79

La diferencia es pues de . . . . 8, 32

Da otra m a n e r a la densidad del oro es 1 9 , 26

La del cobre 8, 79

Diferencia 10 , 4 7 ,

El esceso de densidad sobre la par te de cobre es por ejemplo 8 ,32: y debiendo ser 10,47 para que fuera o r o , la relación que media e n t r e ambos números r e ­presentará poco mas ó menos la cant idad de oro q u e contiene el metal que s i rve para el ensayo .

E n ese caso dividiendo 8,32 por 10 ,47 , se obtiene 0 , 7 9 , resul tando que la liga p r o b a d a , contiene 79 centesimos de oro . S 'ria una ilusión que re r lograr u n a división mas exacta y quere r de te rmina r los mi l é s imos , pues aun cuando se haya pesado con la mayor precisión nuestra operación está fundada en que en la liga el oro y el cobre se combinan sin var iar de volumen lo que no es exacto , pues u n cen t ímet ro cúbico de o r o , fundido con u n c e n t í m e ­t ro de c o b r e , también cúb ico , no dan dos c e n t í m e ­t ros de liga sino un poco m e n o s , pues en esta mezcla existe lo qu'i se llama penetración.

Si en lugar de cobre es p la t a , hágase la misma ope­r a c i ó n , e m p l e á n d o l a densidad de la plata 10,47 en vez de la del cobre 8 ,79 . Si la composición part icipa d e o r o , plata y cob re , el resu l tado de e<ta operación será mucho mas d u d o s o , y si á esta se añade el p l a ­t i n o , todavía crece mas la d u d a , por el aumento de densidad que produce este últ imo me ta l .

El tercer medio que vamos á esplicar es la copela­ción , que se funda en que el oro y la p l a t a , a u n e n infusión, uo son al terables y sí lo son el cobre , el plo­mo y el hierro que cont iene la l iga. La diferencia de los pr imeros consiste en q u e el ácido acético disuelve la p l a t a , pero no el o r o .

La copelación se hace en un ho rno . Es te horno se compone en su par te inferior de un cen ice ro , una re ja ó parrilla, un espacio en t re esta y la cúpula y un con­ducto encima q u e sirve d e ch imenea .

Se da el nombre de copelas á una especie de copas ó tazas hechas de huesos calcinados al contacto del

a ire . La copela debe ser de un peso superior al del p lo ­mo que se emplea en el ensayo.

Como la cantidad de plomo que se emplea para el ensayo , depende de la cant idad de cobre que cont iene la liga , la cual no se puede calcular hasta después de te rminada la operación, es preciso repet i r el ensayo diferentes veces para lograr un resul tado m a s exac to . Supon amos que se hacen cuatro ensayos sucesivos.

En el pr imero pesará el plomo diez y seis veces el peso de la cantidad de la liga que se va á probar , por ejemplo, medio de liga y ocho de plomo. Es te se depo­sita en la copela que deberá estar s u m a m e n t e enro je­cida por la lumbre . Una vez que el plomo está f u n d i ­do y que su superficie br i l la , se coloca dent ro d e la disolución con la ayuda de unas p i n z a s , la pa r t e d e liga envuel ta en una delgada hoja de p l o m o , en t ra en infus ión, se combina con el plomo y la superficie del metal toma una forma convexa y se cubre al momen to de gotas parecidas á las del acei te , pero que se forman del óxido del plomo y del cobre . Es t a s gotas son a b ­sorbidas por la t a z a , que si fuera de un t amaño m e ­n o r no podría absorber todo el óxido que se forma del plomo.

Por esta razón h i m o s formado la taza con un peso m u y superior al.del plomo que se emplea. Cuando el volumen de la liga llega á la mi tad de su reducción se aproxima de nuevo la taza á la l u m b r e . Esta p r e c a u ­ción es tanto mas necesaria cuanto mas plata tenga la liga, po rque la plata al e n d u r e c e r s e , esper imentar ia una decrepitación que arrojaría p a r t í c u l a s , hasta fue­ra de la taza en algunos casos.

Cuando ya no se forme óxido en la superficie de I a mater ia fundida y se quede esta br i l l an te , se dejara enf r ia r , re t i rándola paula t inamente del fuego. E n el momen to que se cuaje , se la re t i ra rá de la copela y cepillará con cuidado.

El botón fundido debe t e rne r la pa r t e inferior poco adher ida á la vasija; el borde todo alredor de un color blanco m a t e , pe ro l impio , y la pa r t e superior bril lan­t e y r e g u l a r m e n t e combada .

Si por el contrar io la par te inferior so halla m u y adher ida á la taza la superficie es m a t e y los bordes están afilados, es que la t empe ra tu r a ha sido m u y ba­j a , produciendo este mismo efecto la falta de plomo necesar ia . Si la par te superior no está combada de u n modo regular y b r i l l an te , es efecto de que la t e m p e ­r a t u r a era demasiado alta.

Las diferentes precauciones que acabamos de i n d i ­car , relat ivas al p r imer ensayo son a u n m a s n e c e s a ­rias para las s iguientes p r u e b a s , de mane ra que j u z ­gamos inúti l repet i r las . Muchas veces se descuidan aquella* precauciones en los pr imeros ensayos ; pero son de absoluta necesidad en la prueba definitiva."

Concluido el p r imer ensayo se pesa el t rozo de liga, y su peso indicará la cantidad de o r o , plata y plat ino que cont iene aquella l iga. Si el p r i m e r ensayo indica u n a cant idad de cobre superior á los cua t ro décimos de la liga en ensayo , se podrá suspender el segundo, en sayo , y pasar desde luego al te rcero , pero si se vé que la liga cont iene menos de cua t ro décimos de c o ­b r e , se procederá al segundo ensayo , en ia misma forma que el p r imero , disponiendo las dosis del plomo

| del modo que sigue :

Cantidad de cobre que contiene la liga 0 0,5 0 ,10 0 ,20 0 ,30 0 ,40 0,S0 Cantidad de plomo necesario para 1 g ramo de l iga. . Ogr . 5 3 d r . 7 g r . Í O d r . 1 2 g r . 1 4 g r . l O g r .

Este segundo ensayo hecho con m a s cuidado que el p r i m e r o , dará á conocer exactamente la cantidad de cobre que la liga cont iene.

Para el t e rcer ensayo se colocará en ¡a taza con la liga que haya que probar una cantidad de plata pura , triple del peso del o r o , plata y platino que contenga ia hga y entonces la cantidad de plomo deberá ser c a l ­

culada con arreglo á la tabla arr iba indicada , t e n i e n ­do presen te la porción de plata añadida.

Supongamos por e j emplo , que en el segundo ensa • yo S 3 vé que un g r a m o de l igase componia de :

O g r , 45 de cobre 0 g r . 55 de o r o , piala y platino.

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195 NUEVO VIAJERO UNIVERSAL. sa deberá añadir 1 gr . 6o de plata y el total será de

O gr . 4b' de cobre 2 g r . 20 de o r o , plata y plat ino.

Entonces el cobre que forme pa r t e de la liga se rá de 45 á 220 que reducido á decimales da poco mas ó menos 0 , 2 0 , y entonces según la tabla citada p e n ú l ­t imamente se emplearán doce cant idades de plomo de igual peso que el de la l iga contando la plata aña­dida: por e jemplo , V» g r a m o de liga */s g r a m o de plata y 24 g ramos de p lomo.

Después de t e rminada la te rcera operación la pérdi ­da que baya sufrido el peso de la liga y de la plata, reunidos demos t ra rá el cobre que tenia aquella.

El botón que se re t i re de la vasija deberá contener el o r o , la plata y platino que contenia la liga y á mas Ja plata que se añadió. Se machacará este botón has ta reducir lo á u n a hoja m u y de lgada , y hecha esta o p e ­ración se arrollará la hoja en forma de c u c u r u c h o , al que se t r a t a rá pr imero con el ácido sulfúrico y d e s ­pués dos veces consecut ivas con el ácido acét ico.

Si la liga no contiene plat ino se suprimirá el ácido sulfúrico.

El cuar to ensayo es absolutamente igual al t e rcero y solo difiere de este en la cantidad de plata que se ánade .

En los ensayos Ordinarios de Jas a lha jas , la m u l t i ­plicación de aquellos es innecesar ia , pues se conocen fácilmente los quilates del meta l con m u y poca d i fe ­rencia porque no cont iene platino el que se dedica á las joyas .

Se p rocede al ensayo definitivo que consiste en aña­dir u n peso de plata triple al del o r o , y fundido con la cant idad de plomo indicado en la penúl t ima t a b l a , y t ra tado el c u c u r u c h o con el ácido acético.

Solo nos res ta esplicar los medios que se emplean para es t rae r el oro de los minera les que le cont ienen tal como las a renas auríferas y cenizas d e p la tero . .

Es tos medios son el l avado , la amalgama, la fund i ­c ión , la copelación, y el refino.

El lavado ha sido ya esplicado en el capítulo XVI. La vista de la operación y la práctica podrán dar Jas nociones necesar ias . Solo d i remos que la operación del l a v a d o , por el medio ya esp l icado , no estrae el oro de las a renas comple tamente , asi es que los que ensayen pos te r io rmente el medio de e s t r ae r el oro que ha q u e ­dado en las a renas de esta comarca t o c a r á n , sin duda las ventajas que les ofrezca la perfección de aquel m e d i o .

La amalgama consiste en disolver el oro contenido en el minera l , por medio del m e r c u r i o ; s epa rando en seguida este de los meta les que d isuelve .

Exis ten varios aparatos para llevar á efecto la amal­gama , pero no c i taremos mas que u n o . . Se coloca la a rena ó el polvo que contiene el oro en toneles atravesados por un eje horizontal y se añade agua hasta dar á la pasta la suficiente h u m e d a d , y en­tonces se hacen dar vuel tas al tonel para que la pas ta llegue á ser h o m o g é n e a , añadiéndola mercu r io en cant idad igual á la mi tad ó á la tercera par le del m i ­nera l empleado , haciendo dar vueltas á los toneles, d u ­ran te veinte y cua t ro h o r a s , con m u c h a rapidez para que el mercur io no se divida en la m a s a ; después se añade m a s agua para que la masa se vuelva mas l íqui-d a , después de cuya operación las vue l tas deben ser m a s len tas para que el mercu r io se r eúna . Cuando las ma te r i a s no cont ienen gran porción de meta l p r e c i o ­so , se emplea el mercur io para una segunda y t e r ­

cera operac ión , has ta tanto que dé un 5 p o r 100 d e oro ó p l a t a , que se colocan en talegas de cut í m u y tupido y estas fuer temente a tadas . Haciendo filtrar la preparación al t ravés de la tela de las talegas por m e ­dio de u n a gran presión. La amalgama sé divide en dos p a r t e s , una líquida que cont iene poco o r o , y que s i rve de mercur io en las operaciones s i gu i en t e s , y la otra sólida que pe rmanece en las talegas y q u e contie­n e , p róx imamen te , un 5 por 100 d e o r o , plata y c o ­b r e , si el mineral contiene estos meta les .

Se coloca la amalgama sobre dos platos de h i e r ro , se cubre el todo con una campana también de h i e r r o , cuyos bordes inferiores en t ran en el agua que cont iene la cuba. Se hace lumbre a l rededor de la campana has ­ta q u e esta se pone canden te , el mercur io se r educe á vapores que se condensan con el agua que está debajo de la campana . El metal que queda en los platos no cont iene mas que dos á cinco milésimas de m e r c u r i o , que desaparece m a s t a rde en la fundición ó en la co­pelación.

La fundición se verifica en crisoles y solamente se es t rae el c o b r e , separando el oro de la p l a t a , si hay mas cantidad de la que se necesita para el objeto é quo se destina el oro .

La copelación se hace del mismo modo que los e n ­sayos citados a n t e r i o r m e n t e , pero m a s en g r a n d e . Tiene por objeto unas veces es t raer el cobre q u e con­t iene el o r o , obtenido por la amalgama y ot ras m a t e ­rias que cont ienen el o r o , sin pasar por la ama lgama .

El refino t iene por objeto principal la separación del oro de la plata , es t rayendo la par te de cobre que ambos meta les puedan t e n e r .

Es la operación se puede llevar á efecto con el ácido acét ico, pero cuando se emplean grandes porciones, el ácido sulfúrico es m u c h o mas económico.

Cuando en Europa se procede á es la operación es genera lmente para es t raer las pequeñas dosis de oro que suele con tener la p l a t a , y vice-versa en cuyo caso se funde el oro unido á la p l a t a , de suer te que la liga no contenga m a s que la cuar ta pa r t e del peso del oro , y si esta se obt iene por la copelación, se puede añadi r esta plata al fin de la operación cuando todavía está en fusión el oro den t ro de la copela. Se funde la liga com­pues ta d e oro y plata y se v ier te en el agua para que se convierta en pedac i tos , después se le in t roduce en calderas de plat ina.

Se v ier te sobre la liga el doble de su peso de ácido sulfúrico al 66° B e a u m é , se hace h e r v i r y al cabo de t r e s ó cua t ro ho ra s , suponiendo que se operan menos de 50 k i l o g r . , la efervescencia cesa é indica el fin de la operación.

Se apar ta Ja disolución que aun h ie rve y se la vier te en una caldera de plomo ó se la deja depositar . Es te depósito es casi todo de oro . El a g u a s e v ier te en otra ca ldera , y el depósito del oro lavado y s e c o , ya se puede fundir. La disolución de la piala que se ha t ras ­ladado , como hemos d i cho , en una caldera de plomo, se mant iene en una t e m p e r a t u r a elevada por medio del vapor de agua y se in t roducen las hojas de cobre y en defecto de este h i e r r o , aunq e este úl t imo no es ventajoso. La piala se precipita a la superficie de las hojas de c o b r e , y solamente res ta sacarla y fundirla.

El líquido que queda cont iene sulfato de cobre que puede cr is tal izarse; pero no nos es tenderemos r e s ­pecto á ello porque suponemos que el objeto principal y casi ú n i c o , que se halla á la vista es la estraccion del oro y accesor iamente de la p ' a t a , por cuya razón t e rminaremos aquí lo que teníamos que decir de la esplotacion de estos meta les .