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“Me hace falta la selva, la selva es otro ambiente, no sé ni cómo explicarlo” Transformaciones de las territorialidades de las mujeres de la FARC en el proceso de reincorporación Presentado por: Paula Alejandra Villamil Castellanos Directora: Nubia Yaneth Ruiz Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá Facultad de Ciencias Humanas Departamento de Sociología Bogotá, 2018

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“Me hace falta la selva, la selva es otro ambiente, no sé ni cómo explicarlo”

Transformaciones de las territorialidades de las mujeres de la FARC en el

proceso de reincorporación

Presentado por:

Paula Alejandra Villamil Castellanos

Directora:

Nubia Yaneth Ruiz

Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá

Facultad de Ciencias Humanas

Departamento de Sociología

Bogotá, 2018

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Agradecimientos.

A mi Mamá y a mi Papá, por su apoyo incondicional.

Es a ustedes a quienes debo mis primeras preguntas e inquietudes sociológicas.

A Juanita, por compartir la vida, por tejer conmigo esa complicidad de hermanas y por estar

siempre ahí. Les agradezco por su compañía, durante la construcción de este documento,

durante la carrera y durante mi vida.

Gracias a la profesora Nubia Ruiz, por recibirme con tranquilidad, cuando yo llegaba

impaciente, por los consejos, las sugerencias y las conversaciones.

Gracias por guiarme y darme seguridad en este proceso de investigación.

A la Colectiva Blanca Villamil, a Paula, a Daniela, a Diana, a María del Mar,

Por permitirme construir junto a ustedes no solo una militancia feminista,

sino una amistad basada en la sororidad que nos fortalece.

Agradezco a Ana González, Paula Buitrago, Camila Granados,

Angie Díaz, Viviana Cotachira, por su amistad sincera y permanente.

Porque mi paso por la universidad no habría sido lo mismo sin todo lo que compartimos.

Agradezco a las militantes del partido FARC en Mesetas, Meta,

porque abrieron sus brazos para recibirme con acogida y me mostraron con sinceridad otras

historias no contadas. Es a ustedes a quienes debo muchas de las reflexiones, inquietudes,

que me interpelan como socióloga, como feminista y que me motivan a seguir trabajando por

otro mundo posible.

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Contenido.

1. Introducción ........................................................................................................... 4

Problema trabajado ..................................................................................................... 6

2. Abordaje metodológico ......................................................................................... 8

Investigación bibliográfica ......................................................................................... 9

Trabajo de campo ...................................................................................................... 10

Tratamiento de la información .................................................................................. 11

3. Feminidad Insurgente ......................................................................................... 13

División sexual del trabajo y trabajos del cuidado ................................................... 13

Política reproductiva en la organización ................................................................... 16

Relaciones Jerárquicas .............................................................................................. 27

Relaciones de raza/etnicidad ..................................................................................... 28

4. De la selva al pueblo: espacio/temporalidades en la organización ................. 30

La Organización como familia: Espacios públicos y privados ................................. 35

“Si uno se gustaba con alguien … no era mucha la política que había que echar.” . 40

5. Desterritorialización en la reincorporación ...................................................... 46

“Uno enseñado a la libertad, la sombra de la naturaleza, el aire y llegar uno acá” .. 48

La institucionalidad propia frente a la institucionalidad estatal ............................... 51

Fragmentación de la jerarquía vertical...................................................................... 54

6. Conclusiones ........................................................................................................ 59

7. Bibliografía .......................................................................................................... 64

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1. Introducción

La historia colombiana la cuentan las guerras que durante décadas expresaron los conflictos

sociales del país. En los últimos 60 años, el conflicto armado interno determinó los órdenes

jurídicos, políticos, económicos, territoriales y las lógicas regionales del país. (Uribe de

Hincapié, 2000) Los conflictos sociales desencadenaron el surgimiento de guerrillas que

hicieron frente al orden hegemónico estatal y que se consolidaron en los lugares de mayor

exclusión y menor presencia del Estado. Como en las guerrillas no existía un sistema de

reclutamiento específico, se facilitaba la participación de las mujeres, razón por la cual, la

población insurgente era tan diversa como la misma población del país. (Jiménez, 2004)

Sin embargo, esa diversidad no se veía reflejada en la historia del conflicto, en donde las

mujeres militantes de grupos armados han sido invisibilizadas, bajo los principios que asocian

la masculinidad a la guerra. Su participación se explicaba únicamente a través de una lógica

binaria entre víctima y victimaria, en la que ingresaban a la organización como resultado de

estrategias militares de la insurgencia, o reclutamientos forzosos. Estos enfoques resultaban

insuficientes, pues dejaban de lado cualquier capacidad de agencia o de toma de decisiones de

las mujeres insurgentes. De forma que un análisis más complejo, implica preguntarse y

entender las experiencias tanto colectivas como individuales de las mujeres guerrilleras, en un

contexto histórico, espacial y social.

Es por ello, que debe reclamarse su reconocimiento como parte activa de la historia del país,

evitando que sus acciones queden reducidas a la victimización, y, por ende, negarlas como

actores políticos. (Dietrich, 2013) Las mujeres en las insurgencias, han disputado espacios de

agencia, que, aunque no se centran en la emancipación desde el género, cambian su experiencia

de la vida civil. La intención es entonces preguntarse por las mujeres en la guerra, como sujetas

activas de la configuración y disputa del orden territorial, cultural, económico, en el conflicto

armado colombiano y en la transición a la paz.1

En este trabajo se pretenden problematizar las trayectorias de militancia y reincorporación de

las mujeres de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), en el

Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR)2, Mariana Páez, Buena Vista,

1Hablo en términos institucionales del fin del conflicto armado. Pero reconozco que la paz está ligada a un

concepto amplio de justicia social, que ubica en el origen del conflicto armado interno, las desigualdades

sociales, económicas, culturales, que operan en nuestra sociedad. 2 Anteriormente Zonas Veredales Transitorias y de Normalización (ZVTN). Lugares en dónde se concentraron las y los miembros de las FARC-EP, como parte del proceso de reincorporación y dejación de armas establecido

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Meta. Por una parte, en términos de las transformaciones de la identidad que como mujeres han

construido a lo largo de sus trayectorias de vida. Por otra parte, en términos de los espacios que

habitaron en el marco de su actividad militar, y, los que habitan ahora, en la reincorporación.

Las relaciones entre estos dos elementos abren preguntas por el territorio, como punto de

encuentro de ambas partes. ¿Qué ocurre en la reincorporación? ¿Qué transformaciones implica

el paso de su regulación por parte de la guerrilla, a la del Estado?

Acogerse a un proceso de paz colectivo, va más allá de dejar las armas. La reincorporación

implica la ruptura del orden insurgente, en términos de su estructura militar, de su quehacer

político, de las relaciones de género construidas, de la espacialidad a la que se estaba vinculada.

Estos cambios son muy significativos, debido a que la mayoría de las mujeres ingresa a la

organización a edades tempranas, por lo que su socialización es, principalmente, la de

militantes.

En un primer capítulo parto por analizar la trayectoria de la identidad de género de las mujeres

pertenecientes a las antiguas FARC-EP, haciendo énfasis en las particularidades que

diferencian esta feminidad insurgente, de la socialización de las mujeres en la vida civil.

Partiendo de afirmar que la experiencia guerrillera, lejana de la vida civil y del orden estatal,

determina las relaciones construidas entre sus militantes. Sin dejar de lado que sus trayectorias

de vida están atravesadas por las categorías raza, género, posición respecto a la democracia

liberal, edad, clase, espacio, que se entretejen en las experiencias de vida de quienes formaban

parte de la antigua guerrilla de las FARC-EP y dan cuenta de su posición social. (Butler, 2010)

En un segundo capítulo abordo la construcción de la espacialidad de la organización en dos

vías. La primera, se centra en los espacios habitados y apropiados, por la organización, en un

plano socio-geográfico. La segunda, se refiere a la configuración de los espacios públicos y

privados, construidos de la mano de las relaciones sociales y temporales, que se leen a partir

un entramado de formas de apropiación o segregación en la cotidianidad. Los lugares en donde

la insurgencia se fortaleció, eran trazados por un discurso bélico de exclusión, estigmatización

y señalamiento del enemigo común, ubicado en estos puntos geográficos. (Uribe de Hincapié,

2000) La población guerrillera que se encontraba al interior de esos marcos discursivos,

reforzaban su identidad y apropiación de estos lugares.

Finalmente, en el tercer capítulo realizo un análisis integrado sobre las relaciones entre la

en el Acuerdo Final de Paz.

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identidad y la espacialidad descritas en los capítulos anteriores. En otras palabras, la pregunta

es por el territorio, como punto de intersección entre la identidad y la apropiación o

significación de un espacio. Se tiene la certeza de que ese territorio, cargado de soberanía,

identificación y relevancia, existían en la organización cuando estaba en armas. Pero no hay tal

seguridad con el ETCR. ¿Logra consolidarse como un espacio territorializado? Justamente esta

es la inquietud del último capítulo.

Problema trabajado

La pertenencia de mujeres a un grupo armado como las FARC-EP representa transformaciones

en muchos aspectos de su vida. El solo hecho de insertarse en un ámbito militar irregular, tan

fuertemente patriarcal y vertical, es ya, un elemento que se enfrenta con el estereotipo y las

labores que se esperan de las mujeres. La guerra, ha sido asociada a los valores de la

masculinidad, por ende, se ha mantenido como un aspecto lejano a lo femenino. Sin embargo,

la alta participación de las mujeres en las insurgencias, contradice esta visión masculinizada de

la guerra. Sin embargo, ellas asumen su militancia de forma particular, pues, cuando enfrentan

este ámbito tradicionalmente masculino, asumen prácticas que cambian la construcción de su

identidad de género y sus valores feminidad. Como es descrito por varias de ellas en sus

recopilaciones de experiencias, apropiaron las “formas de ser masculinas” como estrategia de

adecuación al ámbito militar; estrategias necesarias para que fueran reconocidas y legitimadas

en roles de mando, o en escenarios de discusión.

A pesar de la homogeneización existente en una organización militar, la identidad de las

mujeres combatientes, tiene particularidades respecto a la totalidad de la organización. Por ello,

cabe preguntarse por las relaciones de género, bajo las que se construyen identidades de género

diferentes a las de la vida civil. Sin perder de vista que esa feminidad insurgente determina,

pero a la vez, es determinada por una forma particular de relacionarse con el espacio,

inicialmente inmerso en la guerra, y, después, afectado por el proceso de reincorporación. De

allí la importancia del presente trabajo, para el aporte de los estudios de género, así como del

conflicto dentro del país.

La trayectoria de guerra de las mujeres militantes, vuelve a tomar un papel protagónico en el

panorama político y académico colombiano, en medio del contexto de los diálogos entre el

gobierno y las FARC-EP, y en especial ahora, después de un año de implementación del

Acuerdo Final de Paz. El proceso derivado del Acuerdo, no sólo pone sobre la mesa los

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conflictos históricos en el país, sino que, además, permite ver aquellos conflictos que perduran

y van más allá de la dejación de las armas.

Si bien el Acuerdo reconoce la existencia de desigualdades sociales producto de raza, clase,

sexo, las medidas afirmativas formuladas, apuntan a disminuir el impacto de los sistemas de

opresión, pero resultan insuficientes frente a las raíces estructurales de las dominaciones, que

se expresan en las relaciones cotidianas y se escapan a las medidas institucionales y normativas

planteadas. Sin embargo, la intención aquí no es profundizar en el debate de las acciones

afirmativas, sino presentar la necesidad de volver la mirada sobre los conflictos que

permanecen, algunos latentes y otros cada vez más a flote, después e incluso a raíz del proceso

de reincorporación.

Las relaciones de género en la guerra y en la reincorporación hacen parte de esas tensiones

sociales que perduran en escenarios de guerra y “paz”. La transición a la vida civil,

indudablemente transforma la cotidianidad de hombres y mujeres que vivieron gran parte de

su vida en medio del “monte”, por una parte, debido a los cambios que representa salir del

margen militar y armado, y, por otra, debido a los incumplimientos en la implementación del

Acuerdo Final de Paz. Estos elemente hacen mucho más problemática la reincorporación y el

sostenimiento de la organización ahora como partido político.

Así mismo, las relaciones de apropiación y dominio de los espacios que, en cierta medida,

parecían estables en el periodo de guerra, ahora sufren cambios que profundizan o rompen las

relaciones constituyentes de las identidades de género insurgentes. Si bien las relaciones

sociales que rigen la vida civil, logran colarse en muchas de las experiencias de guerra, la vida

en la guerrilla también condiciona plenamente la nueva aparición en el escenario de lo civil.

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2. Abordaje metodológico

El presenta trabajo se desarrolló por medio de metodologías cualitativas que permitieron un

análisis más profundo y detallado sobre la identidad de género de las mujeres pertenecientes a

las antiguas FARC-EP, así como de las relaciones espaciales que las construyeron, y sus

transformaciones derivadas del proceso de reincorporación en los ETCR.

El desarrollo investigativo se estructuró a través de tres partes que se entretejen

permanentemente a lo largo del documento. La primera, se realizó un proceso de identificación

de los elementos que construyen la identidad de género de las mujeres en la vida guerrillera y

sus transformaciones derivada del proceso de reincorporación. La segunda, abordó la relación

de las mujeres con los espacios habitados y vividos a lo largo de su trayectoria tanto militante

como civil; prestando especial atención sobre la configuración de los espacios públicos y

privados en esta trayectoria. Una tercera, se rigió por preguntas sobre la apropiación del espacio

por parte de las mujeres en el proceso de reincorporación. Las tres partes de la investigación se

abordaron a su vez, por medio de tres fases: Primera: Investigación bibliográfica; Segunda:

Trabajo de campo; Tercera: Tratamiento de la información. La conjugación de los métodos

usados en cada una de las fases, es parte fundamental de la apuesta de la investigación, en vías

de lograr una triangulación de la información necesaria para complejizar el análisis.

La definición y el rumbo de la investigación, se ciñó a un análisis interseccional que reconoce

y desentraña las diferentes opresiones existentes en la sociedad occidental; a grandes rasgos a

raíz de la clase, la raza, la edad, el género, el territorio. La interseccionalidad para Hill Collins

(2000) requiere incluir aspectos tanto macrosociológicos como microsociológicos (Viveros,

2016), que logren evidenciar los puentes existentes entre estas escalas. Entonces, el análisis se

enfocó en ubicar cómo estas categorías atraviesan las experiencias de las mujeres que

pertenecieron a las FARC-EP a lo largo de su militancia armada y en el proceso de

reincorporación. El análisis desde esta perspectiva, plantea la necesidad de reconocer los

procesos de agencia que desarrollaron las mujeres excombatientes, en busca de la construcción

de apuestas políticas, ya sea de carácter colectivo o individual

La presente investigación se realizó gracias a los aportes y colaboración de 7 mujeres y un

hombre del ETCR Mariana Páez, en el departamento del Meta. Las mujeres se encuentran entre

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los 22 y los 40 años de edad, y el hombre tiene 52. En este trabajo, se priorizó a la población

que se encontraba en el ETCR, como lugar que representa su vinculación y permanencia en el

proyecto del partido político. Sin embargo, se centra en la trayectoria de 5 mujeres, quienes se

involucraron de forma permanente durante el proceso de investigación; aunque las otras tres

personas, también aportaron, incluso, con consejos metodológicos.

Investigación bibliográfica

Se realizó un acercamiento histórico del territorio a manera de contexto y se ubicó un marco

de estudios sobre mujeres guerrilleras desde una perspectiva feminista, tomando el género

como herramienta de análisis, para cuestionar la naturalización de los roles entre los sexos y la

heteronormatividad, en la sociedad. Esta perspectiva, también permite comprender el proceso

histórico por el cual se invisibilizan y se subvaloran los aportes de las mujeres en los grupos

armados, reproduciendo las representaciones tradicionales que desconocen a las mujeres, por

un lado, como combatientes y por otro, como garantes de paz. (Ibarra, 2008).

Los diferentes estudios que rescatan la participación de las mujeres como militantes armadas,

se centraron en un periodo específico de sus vidas. Algunas autoras se preocupan por la vida

civil de las mujeres y por su ingreso a la organización, describiendo sus motivaciones, su

contexto social, económico y político, sus relaciones familiares; con el fin de hacerlas visibles

como sujetas políticas. Otros documentos prestan especial atención en sus experiencias como

guerrilleras, las relaciones jerárquicas, la división sexual del trabajo, la maternidad.

Finalmente, otras referencias bibliográficas destacan de la reincorporación las desigualdades

en la experiencia de hombres y mujeres tanto en las políticas gubernamentales como en las

prácticas cotidianas, y, analizan las concepciones sobre la paz.3

Las categorías orden de género global y regímenes de género específicos, que Dietrich (2014)

retoma de Connel (2002), fueron muy significativas para el presente análisis, ya que

permitieron identificar los elementos que constituyen la primera parte de la investigación,

alusiva a la identidad de género de las mujeres guerrilleras. Para este mismo punto, fueron

relevantes los aportes de Dietrich (2014) quien entiende las nuevas identidades de género de la

militancia guerrillera, como Feminidades y Masculinidades insurgentes; que serán retomadas

3 Ibarra Melo (2008) analiza las motivaciones de vinculación de las mujeres, rompiendo la idea de que son

solamente reclutadas forzadamente, sino que tienen agencia para decidir sobre sus apuestas políticas. (Dietrich,

2014) (Barrera, 2014)

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para hablar de la identidad de las mujeres.

Igualmente, esta fase fue relevante para la segunda y tercera parte de la investigación en la que

se planteaban preguntas alrededor de las relaciones espacio-temporales de las mujeres

militantes, ligadas a la identidad de género que construyeron. Si bien los distintos textos hacen

mención sobre las relaciones de la guerrilla con los territorios, en este caso la búsqueda versó

principalmente sobre la relación de la construcción de identidad ligada a una espacialidad. En

otras palabras, a la construcción mutua de los espacios y lugares vinculadas con las identidades

de quienes los viven (McDowell, 1999; Arango, 19995)

En ese sentido se apostó por hacer una articulación de la investigación directa que implicó la

co-participación de las entrevistadas y la investigación indirecta, por medio de testimonios

escritos (Aceves, 1998).

Trabajo de campo

Se construyó en conexión con la revisión bibliográfica y se basó en la realización de entrevistas

semiestructuradas que permitieron la construcción de historias orales temáticas. Esta

herramienta metodológica entendida como un conjunto de proyectos que tienen como propósito

central el conocimiento de un problema o tema de investigación, y que se constituye como el

objeto de conocimiento. (…) (Aceves Lozano, 1998) En esta fase, la Observación de carácter

investigativo fue de gran relevancia en la medida en que permitió dar cuenta de la configuración

espacial del lugar que habitan las mujeres en la reincorporación.

Así, se profundizó en los elementos encontrados a partir de la investigación bibliográfica, sobre

la construcción identitaria de las mujeres a largo de su trayectoria de vida, y, abordó su relación

con el nuevo espacio que configura el ETCR. En el análisis se incluyeron las dinámicas que se

tejen alrededor de los espacios en la guerrilla y en la reincorporación, para establecer puentes

que responden a la tercera parte de la investigación, sobre la articulación de las identidades

construidas y transformadas de la mano de los espacios y lugares.

Las fuentes orales propuestas como herramientas metodológicas de la investigación,

permitieron acercamientos a las experiencias de las mujeres como militantes y sus relaciones

de género en el marco de la pertenencia una guerrilla en reincorporación. Las historias orales

temáticas giraron en torno a: 1) las continuidades y discontinuidades de la identidad de género

durante su militancia y en el proceso de reincorporación. 2) los procesos de apropiación o

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extrañamiento de los espacios ligados a la conformación de identidad de las antiguas

combatientes. A través de los relatos se recogieron elementos de los escenarios cotidianos, en

donde se abordaron preguntas sobre temas como: trabajos realizados, relaciones familiares,

relaciones con sus compañeros, maternidad, control del cuerpo, sexualidad; para indagar por

las trayectorias de la identidad de género de las mujeres.

Cabe aclarar que las entrevistas son espacios de interacción e intimidad y pueden variar entre

las personas entrevistadas, no son uniformes ni estáticas y, por ende, no se llevaron a cabo de

la misma forma, ni con la misma profundidad con todas las mujeres. Las entrevistas plantean

un reto metodológico, que exige una relación empática entre las partes, poniendo en duda y

desafiando, las concepciones objetivistas de la investigación. (Salazar, 2004) Algunas mujeres

se sentían más cómodas hablando sobre ciertos temas, más que sobre otros. Esta también fue

una razón por la cual las entrevistas no fueron homogéneas, sino que tuvieron grados de

profundidad diferente, de acuerdo a las experiencias de las entrevistadas. Entonces, cuando una

mujer era madre, era factible que se extendiera mucho más contando los avatares de la

maternidad a diferencia de una que no lo fuera.

Aunque se realizaron entrevistas semiestructuradas para la construcción de las historias orales

temáticas, cabe señalar que no toda la información se abordó en encuentros predefinidos y

formales. Partiendo de resaltar la importancia de los encuentros casuales, el diálogo cotidiano

tuvo un papel fundamental, pues en él, salieron a flote elementos significativos sobre la

experiencia de construcción de feminidad insurgente y en general, sobre las relaciones basadas

en género que tenían las 5 mujeres centrales de la investigación. En esta fase, también se prestó

atención sobre los silencios, los implícito, el contexto de la narración. (Aceves Lozano, 1998)

Tratamiento de la información

Una vez concluidas las fases anteriores y el proceso de sistematización del archivo oral, se da

inicio a esta fase. Para ello se implementó una matriz que descomponía y agrupaba la

información según las 4 categorías principales de la investigación: Identidad de género,

Espacio/temporalidad en la guerrilla, Lugar y Territorio/Desterritorialización, en busca de

identificar los núcleos centrales de información en las entrevistas. (Aceves Lozano, 1998) Por

medio de la matriz se organizó la información de las experiencias individuales, sus flujos y

trayectorias de acuerdo a los puntos de interés del proyecto.

A manera de reflexión cabe resaltar que el tratamiento de la información resulta una tarea

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fundamental para la construcción del documento que recoge la investigación. Es por ello que

deben planearse previamente los mecanismos y herramientas para este punto, pues de lo

contrario será más difícil llegar al punto de saturación de información. Entonces, la

sistematización de información debe hacerse de forma intercalada y simultánea, con el avance

en el trabajo de campo, pues así será más fácil ubicar los elementos que faltan o en cuáles de

ellos debe profundizarse. Una vez finalizada la categorización, organización y sistematización

de la información, se realizó la triangulación de la información, incluyendo fuentes secundarias

y primarias.

Si bien, en la investigación se establece un énfasis particular en las historias personales, es

importante no perder de vista el diálogo permanente en la relación individuo-sociedad. Es por

ello que se establecieron permanentemente puntos de conexión entre las experiencias

individuales y colectivas, relatadas no solo en estas entrevistas, sino también en textos

autobiográficos de mujeres excombatientes. Este entrecruzamiento de la información fue

fundamental en tanto que permitió finalmente ubicar la experiencia guerrillera como un eje

transformador de la forma en la que se construyen las relaciones entre sexos.

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3. Feminidad Insurgente

División sexual del trabajo y trabajos del cuidado

Una de las reivindicaciones bases de movimientos y estudios feministas, es el reconocimiento

de la división de trabajo basada en la diferencia sexual. Bajo esta división, los órganos

procreativos de las mujeres y nuestra posibilidad de tener hijos, nos asocian a los trabajos que

se vinculan con la maternidad. De allí, se deriva la importancia del foco de atención sobre los

trabajos del cuidado, basados en esta división sexual.

En distintas referencias tanto académicas como experienciales, la vida en la guerrilla aparece

como un espacio en el que no existen divisiones basadas en sexo, pues parece que los distintos

trabajos se realizan por la totalidad de la militancia. No se trata aquí de decir simplemente si

existen o no divisiones sexuales de trabajo en la guerrilla, pues para responderlo parece

inevitable referirse a sus orígenes campesinos, y, por ende, a las relaciones de género que

construyen la vida en el campo y en la ciudad, entonces terminaríamos concluyendo

apresuradamente que si las hay. Sin embargo, en este apartado, se trata más bien de

problematizar las experiencias ligadas a los trabajos que realizaban y realizan ahora en la

reincorporación de las mujeres que fueron combatientes de la guerrilla de las FARC-EP. Es

importante aclara que pongo especial atención sobre sus trabajos, en la medida en que estos se

ubican como parte importante de la construcción de su identidad como “mujeres farianas”4.

En ese orden de ideas, resulta necesario partir por ver la experiencia de las antiguas

combatientes en su complejidad, para no caer en la idealización o condena, ni de su trayectoria

militante, ni de su reincorporación. El tránsito a la vida civil5 aparece como un escenario de

resolución de conflictos sociales, en dónde a primera vista, la experiencia guerrillera termina y

abre la posibilidad a los antiguos combatientes de acceder a los derechos de esta sociedad. Sin

embargo, resulta necesario problematizar los escenarios de fin de conflicto armado, porque

contrario a esta imagen idealizada, parecen acentuar conflictividades invisibles o acalladas en

el marco de la guerra. El fin del conflicto armado, no necesariamente representa, el mejor

4 Como no existe una única categoría en la que ellas se reconocen, se hará referencia de múltiples formas

(mujeres farianas, o mujeres de la(s) FARC antiguas combatientes). 5 Se habla aquí de vida civil pues es la forma en la que ellas reconocen su nueva experiencia.

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contexto para la trasformación de roles de género. Si bien los trabajos realizados en la guerrilla

eran diversos, las mujeres entrevistadas coinciden en que sus trabajos en la reincorporación son

completamente diferentes, pues se ha evidenciado un vuelco mayoritariamente hacía los

espacios domésticos en la vida civil. (Ibarra, 2008)

El escenario de reincorporación plantea una necesidad inmediata a la que hacen referencia

permanentemente las mujeres entrevistadas. Para toda la militancia, en especial la de base, la

vida laboral es una preocupación, pues vincularse a este ámbito tiene muchas limitantes, pero

ahora que la responsabilidad de vida depende de cada quien, representa una urgencia. La

ausencia de formalización de los estudios y aprendizajes impide que quienes quieren continuar

desempeñando los trabajos de enfermería, medicina, diseño, comunicaciones, aprendidas en el

marco de la guerra y bajo las necesidades de la misma, tendrían que reiniciar sus estudios,

empezando por el bachillerato.

Si las condiciones son difíciles para toda la militancia, el marcador de género atraviesa

completamente estas experiencias de reincorporación; el regreso al orden de género operante

en la sociedad en general, implica que las antiguas combatientes enfrenten barreras por su

condición de mujeres cuando se quieren vincular a la vida laboral. En ese orden de ideas, los

hombres son priorizados como actores y su experiencia militante tiene más valor frente a la de

las mujeres, quienes suelen ser desplazadas laboralmente por ellos, entre otras, porque se espera

que se dediquen al hogar, lo que termina en un “retorno” a los espacios domésticos. 6

Por su vinculación con el ámbito militar, un espacio laboral cercano es el de seguridad, sin

embargo, este siempre es leído en clave masculina, entonces tanto las políticas, como el sentido

común, prioriza a los hombres como sujetos securitizados de desarrollo y las mujeres como

pacíficas. (Dietrich, 2012) En medio de una charla, una mujer contaba un poco de su

experiencia en la postulación al cargo de escolta. Después de hacer la escuela y pasar por las

pruebas físicas pertinentes, concluía con un examen sico-social; en él, hacían varias preguntas

que apelaban a la emocionalidad como debilidad asociado a lo femenino. Ella contaba con

6 Dietrich (20012) cita el caso del estudio realizado por la Fundación 16 de Enero de 1993, en el que se analiza el

caso de 1.100 mujeres de diferentes estructuras del FMLN en el Salvador. Allí se evidencia que un 57% de ellas

trabajaba fuera de sus casas antes de la guerra y un año después del proceso de paz 95% expresaban dedicarse al

trabajo doméstico. Un caso similar registró el Colectivo de Mujeres Excombientes en Colombia, en el año 2000

registraron que un 98% de las mujeres encuestadas, habían regresado a hogares paternos. Un reto muy grande,

porque la familia era realmente el escenario donde las contradicciones eran más fuertes. Y ahí regresamos”

(Salazar 2008). Citado por Dietrich, 2012 Pág.88

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indignación que le preguntaban si alguna vez había visto morir un compañero y si había estado

afectada por ello, aunque era cierto, respondió de forma negativa, pues ya sabía la historia de

otros compañeros que se quedaban en este punto y eran excluidos del grupo aceptado.

Este es tan solo un ejemplo de la violencia de género institucional que se evidencia en el

proceso de reincorporación. Sin embargo, estas expresiones pueden ser más difíciles de

identificar en los escenarios no formales, pues es allí donde más naturalizadas están. La

cotidianidad es entonces un permanente enfrentamiento con este nuevo escenario.

Después de la desmovilización, muchas no han logrado recomponer sus relaciones familiares,

perdieron la solidaridad del grupo y volvieron a actuar en concordancia con los preceptos

genéricos de los matrimonios convencionales. Otro menoscabo individual, que afectó directamente

su posición en la sociedad, fue la disminución del reconocimiento político y del estatus que

ostentaban mientras permanecieron en las organizaciones armadas. (Ibarra, 2008)

Las relaciones de género presentes tanto en la sociedad como en la organización guerrillera, se

pueden entender a la luz de dos conceptos acuñados por Raewyn Connell (2002). La autora

entiende el orden de género como los patrones de género que se dan en una sociedad y en un

contexto histórico determinado. Por otra parte, entiende el régimen de género como las

configuraciones de relaciones de género dentro de un espacio u organización específico. Esto

incluye la estructuración social interna de dichas instituciones, concepciones sobre

masculinidades y feminidades, imágenes, roles y comportamientos de mujeres y hombres que

son valorados y fomentados. (Connell 2002, 53) citado por Dietrich, 2012. El régimen de

género de la organización plantea separaciones frente al orden de género en la sociedad y

plantea una predisposición a cambios sociales.

Como se ha venido planteando, la reincorporación implica rupturas y continuidades de las

relaciones sociales dentro de la organización. Sin embargo, el régimen de género de la guerrilla

se fractura en el proceso de reincorporación. Sin organización que contenga e implemente el

régimen de género insurgente, estos arreglos de género particulares no pueden persistir en el

tiempo. El impacto del régimen de género insurgente sobre un orden de género más amplio de

la sociedad es limitado. Los hombres y mujeres militantes se exponen al orden de género.

Citado por Dietrich (2012). Entonces, los espacios garantizados por la organización para las

mujeres, terminan teniendo un blindaje temporal porque los mecanismos que los garantizan,

solo funcionan mientras existe la organización insurgente. Como se planteaba, el impacto del

régimen de género insurgente sobre un orden de género en la sociedad, es limitado. (Dietrich,

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2012)

Política reproductiva en la organización

La maternidad de la guerra a la reincorporación

La guerra y el accionar de un ejército hacen indispensable acogerse a muchas normas y

prohibiciones que permiten la toma de decisiones rápidas y estratégicas en medio de un

enfrentamiento o simplemente, en su movilidad cotidiana. En ese orden de ideas, la guerrilla

como organización, no sólo disputó el orden social establecido, sino que también se consolidó

como una institución reguladora, tanto hacia el exterior, principalmente en la vida rural donde

tiene mayor presencia; como hacia el interior, en la cotidianidad de quienes son sus militantes.

Podía entenderse como una institución total7, que ejerce control legitimo sobre las identidades

y corporalidades por medio de normas, prácticas y discursos.

La política reproductiva dentro de la organización fue un punto central en la vida armada de la

organización, pero, además, ha estado en el centro de atención de la sociedad civil. Las críticas

y cuestionamientos sobre las normas ligadas a la reproducción en las FARC-EP, fueron

permanentes; principalmente por la distancia que tienen frente a la concepción hegemónica

sobre los cuerpos femeninos y especialmente, sobre la forma en la que se espera que se lleve a

cabo la maternidad. Pues, sin duda, la reproducción en medio de la guerra adquiere otros

significados y es objeto de control a través de otros instrumentos.

La jerarquía vertical y el control sobre los diferentes ámbitos de la vida de las militantes, se

hace explícito desde el momento de su ingreso a la organización. Las normas y las sanciones

derivadas de su no cumplimiento, están consignados en los estatutos y demás documentos que

revisaban a diario. Entonces, la imposibilidad de tener embarazos y por lo mismo, hijos,

perteneciendo a un ejército, parecían mandatos claros para toda la militancia. Por supuesto, esa

imposibilidad pone en evidente tensión la concepción de la procreación como finalidad de los

cuerpos femeninos.

Tener hijos también significa riesgos importantes en términos políticos militares. La

clandestinidad de la guerrilla podía ser vulnerada ante la necesidad de sacar a una mujer para

7 Goffman, E. Citado por Dietrich (2012)

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que tuviera un hijo. Fácilmente, la madre podía ser descubierta al no contar con documentos

que formalizaran el nacimiento. Cuando este tipo de situaciones se presentaban en zonas en

donde el conflicto armado era agudo, podía asociarse rápidamente con la militancia guerrillera.

Por eso mismo es que no se podían tener hijos. Porque una guerrillera salía a tener el bebé,

de una vez el Estado se da cuenta, las capturaba, pa’ la cárcel. (Helena, entrevista personal,

19 de marzo de 2018. Anexo 2)

Incluso, cuando el nacimiento se daba en “la mata”, era necesario el contacto con la vida civil.

Normalmente a uno se lo dejan por ahí un mes, máximo dos meses, y le dicen que toca

entregarlo. (…) Pero sabía que uno lo entregaba y estaría vivo de por vida. Era mejor

separarse uno de él. Pero también es difícil. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018.

Anexo 5). Esta sensación de inseguridad producida por un contacto necesario de las mujeres

con el espacio público civil, el encuentro con la vida civil mediada por la institucionalidad

estatal a través de la maternidad, reforzaba las razones por las que debían mantenerse estas

normas.

Como los hijos no podían permanecer en los frentes, el cuidado pasaba a estar a cargo de

personas cercanas. Las cadenas de apoyo tejidas alrededor de la organización eran muy

importantes. Si bien la crianza podía dejarse a cargo de familiares de la madre o padre del niño,

en ciertos casos también se acudía a las personas civiles, cercanas a quienes son su círculo

familiar en la guerrilla. Sin duda, el contacto con la vida civil implicaba un riesgo tanto para la

militancia como para quienes se encontraban fuera de la organización. En todo caso, la tensión

entre maternidad y militancia, permanecía como un aspecto paradójico en la experiencia de las

mujeres guerrilleras. (Barrera, 2014)

Mi mamá cuando estuvo, mi papá la sacó para que me tuviera, me tuvo normalmente ahí en el

Vichada. Le dijo que me criara y ella no me quiso criar. O sea, ella no quería de mí nada, que por

culpa mía la habían sacado, o sea me cogió rabia. Me dejo y cuando mi papa pregunto por mí que

"no que la costeña la dejo en una comunidad indígena.” (…) Ella se fue para unas unidades, para

el séptimo, y ahí la mataron. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de 2018. Anexo 3)

Su deseo de permanecer vinculadas a la guerrilla, la alusión a la entrega absoluta y la

permanente resistencia, alimentaron la decisión de no tener hijos. La imagen de un destino

materno de las mujeres se rompe debido a que la prioridad es continuar la lucha armada.

Entenderla como debilidad o barrera de la vida militar (Dietrich, 2012), hace énfasis en el

riesgo que implica para el ritmo de la militancia, ante la presencia de un sujeto dependiente y

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demandante de cuidados. En ese sentido, varias militantes expresan su decisión de evitar un

embarazo para continuar su desempeño normal en la guerra. Entonces, la maternidad no se

entiende como un destino, una esencia femenina o, más aún, una experiencia constitutiva de lo

que es ser “realmente una mujer”. Desde esta concepción, la maternidad es, ante todo, una

decisión, una relación y, sin ninguna duda, un trabajo. (Barrera, 2014)

Sin embargo, otra percepción de las mujeres estaba más en el marco de la valorización y deseo

de la maternidad. (Barrera, 2014) Cabe aclarar que no son pocos los casos de hijos nacidos en

medio de la guerra, y, son muchas las razones que explican que en la práctica se transgrediera

esta norma de la organización; las fallas en la planificación podían ser unas de las más

representativas. Cuando la planificación no se cumpliera a cabalidad y resultaban embarazos

no esperados, los legrados podían ser una opción. Aunque en estos casos de embarazos durante

la planificación, era frecuente que se cuestionaran las definiciones sobre la situación.

Yo lo que si nunca compartí era que a las mujeres que estuvieran planificando les hicieran el

legrado. No me parecía bien porque no era planeado. Diferente que había mujeres que planeaban

un embarazo. O sea, no se aplicaban las inyecciones. Porque hay veces que el medicamento

tampoco les servía, la clase de planificación, tenían que planificar con otra clase de inyecciones.

(Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

Sin embargo, no siempre se podía acudir a esta práctica, pues en el marco de la agudización de

los combates, bombardeos y si se quiere, cercos armados, la posibilidad de hacer llegar los

medicamentos necesarios para el procedimiento, podía ser nula. En estos casos era inevitable

el quebranto de la política reproductiva y las relaciones entre militantes se transformaban,

ahora, en torno al cuidado colectivo del embarazo no esperado.

Una muchacha se dio cuenta cuando tenía un mes de embarazo. Entonces informaron para que le

hicieran el legrado, pero no se consiguió. (…) Ya a lo último nosotros no permitíamos que le

echaran remesa ni nada, ni la pusieran a trabajar, porque tampoco era algo que ella estaba

planeando. Ya aceptamos que ella tuviera el bebé. (…) Nosotros teníamos esos campamentos por

allá retirados donde había enfermeros, les decíamos nosotros hospitales, y a ella la llevaron para

allá a parir, en ese sitio. Tuvo una niña, ya a esta fecha tiene como 12 años. (Luisa, entrevista

personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

Ahora bien, el hecho de tener hijos no se reducía a las dificultades sobre los métodos de control.

Transgredir las políticas reproductivas también era producto de decisiones de las mujeres que

buscaban alternativas para conciliar la maternidad y la militancia por medio de múltiples

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estrategias. (Barrera, 2014) Si bien la planificación y de ser necesario, los legrados, eran

órdenes de los más altos rangos, no siempre se cumplían a cabalidad. Tras un desempeño en la

vida militar y en general en los trabajos asignados en la guerra, algunas mujeres optaban por

hablar directamente con los superiores, dando las razones suficientes para que permitiera el

embarazo. El permiso para tener un hijo, podía estar condicionado a la permanencia de las

mujeres en la guerrilla después del parto. Sin embargo, era necesario estar cerca de los círculos

de poder más altos para que esta estrategia fuera efectiva. No puede generalizarse, pero queda

la inquietud de si tener hijos, podía entenderse como una ventaja ligada a jerarquías dentro de

la organización.

Fue un problema para yo poder tener a mi hija. Cuando yo supe que estaba embarazada,

el jefe de personal en esa época era Alfonso Cano y yo me desplacé hasta allá. Yo le dije:

vengo es a pedirle que me deje tener mi hijo. He entregado toda mi juventud al servicio de

las FARC, usted sabe que he sido una enfermera muy responsable, colabóreme camarada.

(…) hagamos una cosa, déjeme tener a mi hijo y yo le prometo que yo se lo entrego a mi

familiar y no me voy. “váyase a esperar que llegue su hijo”. Pero yo digo que esos son

méritos que uno se los gana. (Erika, entrevista personal, 29 de marzo de 2018)

Por otra parte, en un ámbito más cotidiano, una estrategia podía ser el ocultamiento, en otras

palabras, tener un embarazo clandestino hasta un punto en donde ya fuera inevitable el parto:

La primera niña, la escondía. (…) A los 8 meses no se dieron cuenta, sin embargo y por

casualidad de la vida nació. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5). Esta

estrategia se basaba en círculos de apoyo dentro de la misma organización. Las relaciones

familiares que se construyen bajo experiencias comunes en la guerrilla, sirven de base para

mantenerse en las decisiones de transgresión de la política normativa, y, se configuran como

complicidades que blindan a las mujeres que están en embarazo.

Justamente, como parecía no haber una forma precisa de conciliación entre militancia y

maternidad, podía representar incluso el abandono de la lucha armada, al ser más significativa

que el proyecto político. Nosotras éramos claras, sabíamos que no los podíamos tener ahí con

nosotros y que si lo tenían se lo dejaban a cualquier persona. Quién sabe cómo iba a ser el

trato. (…) Aunque había siempre muchachas que no aceptaban y se iban o se iban juntos.

(Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1) Esto no implica que la militancia

perdiera valor, pero frente el conflicto que representaban esos dos aspectos de su vida, algunas

optaban por dejar de lado su militancia, a pesar de la nostalgia que esta les implicaba.

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Yo salí a visitar a mi hija, me dieron permiso para un mes. Pero yo dije, voy a

mandarle una carta al camarada Raúl. Y le mandé una carta donde le decía que por mi

situación de salud no me sentía en condiciones de regresar y lo otro era que de verdad

quería disfrutar de mi hija, porque en 8 años hasta ahora iba a conocerla. El camarada

me aceptó. Cuando le envié la carta al camarada, yo lloré, me dio duro tener que

reintegrar a la población civil. (Erika, entrevista personal, 29 de marzo de 2018)

Estas experiencias relatadas por mujeres, permiten dar cuenta de la importancia de la

maternidad en su vida militante. Los nacimientos en la guerra eran vividos de forma

diferenciada entre hombres y mujeres. Ibarra (2006) señala que estas tensiones se manifestaban

en las trayectorias de vida de las mujeres, pues en las de los hombres, los hijos no representaban

una limitante para su desarrollo como militantes. Dietrich (2012) hace referencia a este mismo

hecho y lo entiende como una paternidad irresponsable, un claro privilegio de los hombres

militantes.

Entre otras cosas esta centralidad para la vida de las mujeres, se debe a que la maternidad se

despolitiza, se excluye del espacio colectivo; se individualiza y privatiza la responsabilidad

por el embarazo en las mujeres, sin tener en cuenta la participación de los hombres en este

asunto. (Dietrich, 2012) Por otra parte, las mujeres, en especial, las que alcanzaban posiciones

jerárquicas altas y decidían tenerlos, eran fuertemente criticadas y su decisión era asociada a

una elección sentimental. Lo que se justificaba con el argumento que los hijos apegaban a las

personas, creaban lazos y generaban arraigo. Puros sentimientos individualistas que ellas

como guerreras no debían experimentar. (Ibarra, 2006)

Ahora bien, las múltiples tensiones que se expresan en la maternidad, salen a flote en el periodo

de reincorporación. Aunque ya no existen las limitaciones que ponía previamente la guerra, sus

huellas se manifiestan permanentemente en el nuevo escenario civil. La decisión que muchas

tomaron, de ser madres a distancia, implicaba que existiera una lejanía espacial y temporal que

tendría repercusiones en los vínculos con los hijos (Ibarra, 2006). Para las madres de hijos que

se criaron fuera de la guerrilla, suele existir un deseo de reconocimiento de su maternidad, que

se enfrenta al papel dentro del cuidad que han ejercido otras personas.

Nunca tuve un hijo en la guerra fue por eso, porque por ejemplo usted tiene su hijo, y sacarlo a

que otro se lo críe, eso es regalarlo. A la mayoría de mujeres nos pasó eso, o sea que mandamos

los hijos pequeñitos que, porque no podíamos tenerlos ahí, y ahorita paila. Ahorita fácil porque

esta vez los cría usted mismo y ellos saben que usted es su mamá y los cuida, pero antes no. (Luisa,

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entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

Así mismo, el vínculo con la vida civil a través de los hijos, configuraba cadenas de cuidado

que iban más allá de la organización. Si bien la maternidad es una decisión política, para las

mujeres que son madres, esta experiencia atraviesa y transforma toda su trayectoria de vida.

Pero puede existir un retorno a la concepción esencialista sobre las mujeres que radica en

pensar a las madres como las indicadas para la crianza, las mejores cuidadoras posibles. (Faur,

2014)

Vea: yo me separé de mi hija cuando era una bebé y hoy ella ha regresado conmigo porque a mí

me la devolvieron. Nosotros la dimos a la abuela paterna y cuando ella muere queda con unos

tíos, los tíos la crían a ella y ahora que se dio eso -el proceso- ellos me la devuelven. Pero ya no

es lo mismo. Ella es rebelde, uno nunca la educó, eso es lo triste. Ya el comportamiento no es igual.

Si ella viviera con uno sería mejor. Porque la mamá es mamá y sabe educar a sus hijos. (Gina,

entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

El giro que representa la reincorporación, más allá de la dejación de armas, supone una nueva

relación con los cuerpos de las mujeres. La dependencia, ahora, hacia el Estado, deja de lado

la institucionalidad guerrillera propia; cuando la salud pasa a ser responsabilidad del Gobierno,

la planificación deja de ser una prioridad, y empieza a ser asumido de forma individual.

Después del proceso de concentración de la guerrilla en las ZVTN, ocurrió un fenómeno, al

parecer inesperado, que causó conmoción y fue centro de atención de los medios de

comunicación en el país. El Baby Boom8 expresaba los masivos embarazos de las mujeres que

llegaban de la guerra.

Ante esta realidad, es fundamental la concepción estatal sobre la maternidad de las mujeres en

reincorporación. Puno que destacó una de las entrevistadas, quién hacía énfasis en su

imposibilidad de regresar al monte debido a los nuevos nacidos. Y hubo un tiempo también

que nacieron muchos niños porque no había casi. Los manes querían que las guerrilleras

tuvieran hijos. Como la estrategia del Estado, tal vez para que no volvieran a las montañas.

(Gina, entrevista personal, 28 de marzo de 2018. Anexo 5) Así como en la guerrilla las

limitantes de tener hijos eran claras, el Estado parece tampoco desconocerlas. El Baby Boom

más allá de ser una celebración a las libertades de las mujeres, como lo hacían parecer en

8 Los resultados de la caracterización de la comunidad FARC-EP realizado por la Universidad Nacional de

Colombia, arroja que para julio de 2017 163 mujeres estaban embarazadas en las diferentes ZVTN. Disponible

en: http://www.reintegracion.gov.co/es/sala-de-

prensa/SiteAssets/Presentaci%C3%B3n%20rueda%20de%20prensa%20Julio%206%202017.pdf

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muchas ocasiones organismos gubernamentales; también tenía un carácter político de

asentamiento y establecimiento, una garantía del no retorno a las armas, ante la nueva

construcción de familia y el asumir las tareas de cuidado que requieren de tiempo y espacio.

La imposibilidad de regresar a la lucha armada por parte de las mujeres entrevistadas, tiene

como causa principal, el cuidado de sus hijos.

-Como mamá- Yo personalmente nunca volvería a las armas, yo quiero a mis hijos, y si la guerra

algún día vuelve como lo que hicieron la Unión Patriótica, buscaré otro medio de vida, pero yo

volver a las montañas, sería muy difícil. Yo amo mucho mis hijos y quiero vivir con ellos. (Gina,

entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

Así mismo, la concepción plana del Estado sobre la maternidad y a su vez, descontextualizada

de la experiencia e inquietudes de las mujeres guerrilleras, exacerba las inconformidades en

torno a las medidas institucionales planteadas para las madres. En el ETCR, solamente existe

un espacio específico para ellas, en donde se abordan temáticas sobre los cuidados de los niños.

Por ahí cada 15 días vienen, porque ni tienen instalada la guardería. Acá hay como 30 niños,

ya para una guardería. Se ha planteado eso, pero no, se aprobó que disque cada 15 días vienen

2 viejas ahí a dar charlas. Acá están las mujeres para que las contraten y no venga gente de

afuera. (Helena, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 4) Ante la ausencia de

oportunidades laborales, ellas reclaman un espacio que atienda sus propias necesidades, aunque

también reclaman el reconocimiento de su trabajo de cuidado.

En ese orden de ideas, las medidas institucionales son insuficientes porque no atienden las

necesidades inmediatas ni a largo plazo de las madres. No existen medidas diferenciadas que

se preocupen por la vida laboral, los proyectos productivos e incluso, ni siquiera hay garantías

suficientes para la alimentación de los niños nacidos. En medio de algunas imprecisiones de lo

acordado en La Habana, el gobierno colombiano asumió que la alimentación estaría

garantizada hasta el 31 de marzo de 2018, sin embargo, la forma en la que se ha llevado a cabo

la implementación, imposibilita que esta pueda ser asumida por cada militante de la

organización. Después de presiones sobre esta decisión, el apoyo estará hasta junio del mismo

año, pero con ciertas restricciones que afectan directamente a las madres. Ahorita en la

alimentación suspendieron las ayudas para los niños. Estaban dando leche, frutas, refrigerios,

eso fue muy terrible (…). Si tenemos en cuenta que muchas de las madres no tienen el subsidio

de alimentos, mejor dicho, están a medias y eso es fatal. (Luisa, entrevista personal, 19 de

marzo de 2018. Anexo 1) De forma que todos los gastos adicionales que implican un bebé, son

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asumidos de forma individual.

En general, la maternidad como trabajo termina desplazando las otras actividades, de modo

que las madres ocupan la mayor parte de su tiempo en los cuidados de los niños, en su mayoría,

menores de 5-6 años. Cabe resaltar que la presencia de los padres en estas tareas es muy

reducida, entre otras cosas, porque se retorna al esquema que separa la producción y la

reproducción9. Entonces, ellos se encargan del trabajo remunerado que en la mayoría de casos,

se realiza fuera del ETCR, mientras ellas se concentran en los trabajos de cuidado ubicados

principalmente el ámbito doméstico y fuera del marco de la remuneración. Si bien, las madres

acuden a las personas cercanas de su “círculo familiar” de la organización, para tener un apoyo

en el cuidado de los niños, la responsabilidad recae de forma individualizada sobre ellas.

Si bien, varias de ellas son madres primerizas, esa experiencia no les es completamente ajena,

en tanto que en su vida previa a la guerrilla cuidaron de sus hermanos y primos menores. Sin

duda la reincorporación implica un retorno al ámbito doméstico, la educación sentimental y

política de muchas mujeres, de quienes tienen las posibilidades de un computador o un

televisor, es por medio de las novelas. Una de las formas más potentes de normalizar

pensamientos alternativos y subversivos.

Organización de masas

Si bien, la participación política de las mujeres puede ser muy amplia y recoger las acciones

cotidianas, en este apartado centraremos la atención en los escenarios de debate y diálogo, pues

es en estos en donde se puede expresar la asignación de roles de género que desdibujan la

imagen de trabajo sin distinción para toda la militancia. Esto no desconoce el carácter político

de las decisiones y relaciones cotidianas de las mujeres.

Uno de los escenarios más relevantes en estos términos, era el de Organización de Masas. En

primer lugar, porque implicaba una apertura hacia la vida civil y porque quienes hablaban en

esos espacios, representaban la organización ante la población rural. En segundo lugar, porque

en estos espacios, se consolidaba la guerrilla como institución en las poblaciones de influencia.

Esas reuniones se hacían con varios sentidos: orientar la población. O sea: ojo con las tumbas,

no talar la montaña porque se secan las aguas. En las casas hay que ser higiénicamente

9 Cuando se hace referencia a este esquema, se trae a colación la discusión planteada por las feministas que

reivindicaron el trabajo reproductivo, como un trabajo no remunerado. Ello ponía en tensión la concepción

masculinizada del trabajo solo como actividad remunerada, pero justamente se reclamaba su reconocimiento como

tal. (Faur, 2014)

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aseados. Porque nosotros nos encargábamos de visitar casita por casita, mirábamos la casa,

la higiene y luego hacíamos la reunión. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo

5) Entonces, quienes participaban en las reuniones tenían que ser militantes destacados que

conformaban la comisión de masas, asignada por los comandantes. Usted allá le estudian su

capacidad, tiene que tener buena hoja de vida, tener buen comportamiento, ser activa, cuando

le digan: “compañera usted tiene la palabra”, hablar sobre el tema. Necesitan a alguien que

esté desarrollado, que se sepa compenetrar con la población civil, que no le dé pena hablar.

(Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

Sin embargo, los atributos requeridos para conformar la comisión de masas, podían resultar en

la exaltación de valores masculinos. La forma de socialización de los sexos de la sociedad

occidental y de cierta raza10, ha ligado a las mujeres a los ámbitos privados, y a los hombres a

los escenarios públicos. Estos esquemas perduran en la vida guerrillera y en el caso de las

mujeres se manifiestan a través de sensaciones como pena, vergüenza que limitan su activa

participación en los escenarios amplios. Incluso, cuando ellas contaban con experiencias de

formación en escuelas, podían sentirse ajenas a estos espacios que les fueron históricamente

negados. A diferencia de los hombres que no tenían esos complejos.11

Porque durante generaciones ha sufrido del patriarcado, como que el hombre comprime a la

mujer. En una charla, no faltaba el fastidioso que decía, “jmmm cállese que usted habla más feo”.

Entonces las comprimía, eso las llenaba de complejos y muchas de ellas no hablaban. O muchas

jóvenes que se dedicaban a otras cosas, ellas no estaban metidas en el cuento, porque les daba

pena, se sentían mal. La mujer dentro de las FARC era muy buena para la guerra, hay mujeres

muy buenas para el combate, para el trabajo, para cosas de esas, pero para la vida política no.…

no tanto. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

Aunque no todas las mujeres actuaban frente a los grandes públicos, si hacían uso de los

espacios cotidianos con la población, para involucrarse en sus demandas y sus necesidades. De

esta forma, hacían de estos encuentros, los escenarios precisos para hablar del proyecto político

de las FARC. Entonces, justamente por la cercanía de algunas mujeres con los espacios

domésticos, la forma de llegar a la población era por medio de la conversación “uno a uno”.

10 La relación de los espacios públicos y privados en la guerrilla, se profundiza en el capítulo 2. Sin embargo es

importante decir que frente a esta discusión, las feministas negras y posteriormente las decoloniales, plantean la

necesidad de cuestionar esta separación para todas las mujeres. Pues las mujeres proletarias, las mujeres negras,

han estado en los espacios públicos. 11 A veces salían más los hombres porque nosotras sufríamos de complejo, es raro la mujer que se sabía expresar,

ellas son buenas.

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Esta se convertía en la potencialidad política de las mujeres que llegaban a los espacios no

formales. Por supuesto, eso no implicaba que ninguna mujer participara como voz central del

espacio.

Yo si les hablaba normal, vea las orientaciones, normal y no me daba pena. Me gustaba mucho,

incluso hoy en día tengo tanta población que ya perdí la memoria, pero ellos siempre vienen a

visitarme. “¿No se acuerda de mí?” yo los atiendo bien, y hablamos. La pasábamos chévere. Pero

me sacaron después, porque ya redujeron la comisión a menos, y a mí me correspondía una unidad

de orden público. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

Así como no existía una esencia que alejaba a algunas mujeres de los escenarios públicos, la

participación de otras mujeres en estos escenarios también se ligaba a factores sociales,

culturales, raciales, así como sus experiencias previas, que podían facilitar su confianza. Para

las mujeres que llegaban desde la ciudad y especialmente las que habían tenido formación

política en militancias previas a la guerrillera, estos escenarios no eran ajenos. Sin duda, la

educación era un factor que marcaba diferencias entre las mujeres militantes y los trabajos que

realizaban; este podía ser incluso un elemento que representaba agencia por parte de las mujeres

que se querían vincular a los espacios de organización de masas. La militancia en la guerrilla

les imponía privilegiar entre su vida personal y la participación política y como los hijos

constituyen un obstáculo para la segunda, sobre todo en los campamentos, ellas eligieron ser

sujetos políticos sin negarse, muchas veces, a ser madres. (Ibarra, 2006)

Ahora bien, en la reincorporación la maternidad vuelve a ser un foco de atención, pues abre un

nuevo punto de búsqueda de conciliación: la maternidad frente a la participación política. Es

posible decir que esta tensión profundiza las desigualdades ya existentes en la reincorporación,

para la participación política de las mujeres, haciendo aún más difícil su actividad militante.

Apuestas “feministas” o de género

Uno de los temas álgidos y de gran debate a nivel nacional en torno al Acuerdo Final de Paz,

se vinculó directamente con la sección referida al enfoque de género, entendido por una

importante parte de la población, como un riesgo a las familias y a la sexualidad aceptada. Pero

más allá de eso, lo que se pudo ver al poner sobre la mesa este enfoque, fue la multiplicidad de

problemáticas y relaciones inequitativas que no incomodan a quienes tienen la balanza a su

favor. La militancia de la antigua guerrilla no es ajena a estos privilegios y por ello plantea

alternativas.

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Es por ello que no se pueden dejar de lado las iniciativas, que no sólo corresponden a agencias

individuales, sino también, a las apuestas colectivas de mujeres que, a través de su militancia

guerrillera, buscan transformar las relaciones de género. En ese sentido, en el ETCR Mariana

Páez, crearon la comisión de mujer y género compuesta por 4 mujeres y un hombre. Las

personas que componen la comisión, realizaron un diplomado sobre prevención de violencias

basadas en género en la Universidad Nacional, que sirvió como base para trazar sus agendas

de acción.

Hicimos campaña de la no más violencia, enseñamos cuales son los tipos de violencia, que estaban

como en construcción. Nosotras como guerrilleras sí los conocemos, pero civiles no, ellas no

conocen cuales son los 5 tipos de violencia que hay, hay que enseñar que los hombres y las mujeres

jugamos el mismo rol.(…) Entonces, enseñarles que es una cultura, que Colombia es una sociedad

patriarcal, que eso viene de muchos años atrás, que es una sociedad machista, que es una cultura,

que hay que cambiarla, pero que la cambiamos hombres y mujeres, que no solamente las mujeres,

que toca involucrar los hombres, los niños, niñas, ancianos. (Helena, entrevista personal, 28 de

marzo de 2018. Anexo 4)

La construcción de apuestas que impulsan iniciativas conjuntas alrededor de las

reivindicaciones de mujeres, pasa por preguntarse por el papel del feminismo en estas apuestas

y en su articulación con las organizaciones sociales.

En un interesante estudio a propósito de la participación de las mujeres en las revoluciones

cubana, sandinista y salvadoreña, así como en la lucha armada en Chiapas, Karen Kampwirth

(2002, p. 45) constató que el feminismo fue uno de los productos inesperados de estos procesos

revolucionarios. (…) Una de las principales reivindicaciones del movimiento feminista

salvadoreño, en el que participan las excombatientes del FMLN, es una comprensión distinta del

poder desde las experiencias concretas de las mujeres (Falquet, 2002, p. 7) (Barrera, 2014)

Como se venía planteando, la FARC también tiene incidencia de pensamientos feministas que

nutren estas apuestas. Es por ello que varias mujeres, en especial, las que se encuentran en

posiciones de poder dentro de la organización, empiezan a plantear la apuesta por la

construcción de un “feminismo fariano”12. Este ha recibido muchas críticas y a los ojos del

feminismo blanco académico seguramente es inexistente. Sin embargo, llamo la atención sobre

este punto, debido a que busca constituirse como una apuesta por la transformación de prácticas

12 El feminismo insurgente es una construcción colectiva que formulamos desde nuestra práctica cotidiana, en

interacción con teóricos y teóricas, militantes y representantes de organizaciones de mujeres. Tomado de:

https://www.mujerfariana.org/vision/663-el-feminismo-en-las-farc-ep.html

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concretas. Si se quiere, puede verse como un conocimiento situado que surge a partir de las

prácticas mismas y cotidianas de las mujeres de la organización. Olvidar este punto sería

quitarle agencia a estas mujeres como sujetos políticos que también construyen realidad social.

Relaciones Jerárquicas

En una organización militar, las normas explícitas son muy importantes porque rigen la

cotidianidad de las personas. En esos términos, la organización guerrillera, como institución

total, vigilaba el comportamiento, pero también la apariencia (el aseo personal, la formas de

vestir el uniforme, la preparación requerida para cocinar), por medio de la revisión del equipo

que realizaba el inspector de higiene. Así mismo, los horarios de la agenda del día debían

cumplirse a cabalidad. En torno a las tareas militares, las normas internas establecían por turnos

el cumplimiento de la guardia, de día y de noche. Al mismo tiempo, los comportamientos de

los hombres insurgentes hacia las mujeres insurgentes son vigilados por la comandancia y por

los demás compañeros y compañeras. (Dietrich, 2012) La organización ejercía no solo un papel

de control, sino que además encarnaba la instancia de denuncia y apelación ante las situaciones

de prácticas injustas, violentas o transgresoras de la normatividad, ante las que tomaba medidas

sancionatorias. Que le pegaran a una mujer, era sancionable. Que violar una mujer, la Justicia

Revolucionaria no perdonaba, el que hiciera eso, era fusilado. En 16 años en la guerrilla,

jamás vi una cosa de esas. (Helena, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 4)

Como las relaciones de sexo/género no son homogéneas, sino que están atravesadas por otras

relaciones que las complejizan y hacen que se vivan las opresiones de forma diferenciada,

ciertas experiencias previas pueden consolidarse como factores de poder en el escenario

militante. Las entrevistadas destacaban que la militancia activa era una de las razones

principales para acceder a estos rangos de poder. Para las mujeres que hacían parte del conjunto

de la militancia de base, era importante contar con mujeres en espacios decisorios y de máxima

conducción. (Barrera, 2014) Las trayectorias de las mujeres se veían alteradas por factores

como: la duración de su militancia, el desempeño en el campo político y militar, ligados al

nivel de educación y al lugar de proveniencia, tensionaban los rangos jerárquicos y en algunos

casos eran ventajas que permitían acceder a posiciones de poder.

Finalmente eran los trabajos realizados por cada militante los que daban cuenta de su posición

de poder dentro de la organización. Las personas que se desempeñaban en labores específicas,

usualmente tenían acceso a conocimientos que también representaban ciertas ventajas. Estar

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vinculada a un trabajo de salud (enfermería y medicina) o a tareas específicas en el marco

militar (como actividades de fuerzas especiales, de inteligencia y acciones bélicas), les permitía

para el primer caso, mantenerse al margen del combate, o para el segundo, tener distinciones

frente a la militancia en general.

Cuando las relaciones eran verticales, es decir cuando las mujeres estaban en cargos de mandos,

cambiaban las relaciones hacia ellas. Es de resaltar que, de las 5 mujeres entrevistadas, 4 fueron

comandantes, 3 de escuadra (12 personas) y una de guerrilla (24 unidades). Estas

responsabilidades eran importantes, pero no dejaba de ser mandos medios o bajos, las mujeres

tenían mayores posibilidades de destacarse, principalmente en las tareas especiales. A pesar de

todo, las entrevistadas coinciden en que su condición de mujeres jugó un papel fundamental en

sus experiencias de mando, ya que tuvo mucho que ver con la forma en la que la militancia se

relacionaba con ellas y en como ellas debían asumir tal papel jerárquico.

Ya le toca a uno dirigir, o sea lidiar con genio. Lidié con eso, porque alegaban. "esta china que no

sé qué”. Yo fui comandante de guerrilla también, pero uy no. Entre más hartos, más le toca a uno

lidiar, porque es más grande y hubo gente más antigua que uno, y ellos no estaban de acuerdo de

que una mujer los mandara. Entonces imagínese. Hombres. Decían: “uy que esa vieja mandarnos

a nosotros”. Porque, o sea, ellos como un orgullo. Machismo, eso es un machismo en la sociedad.

Los hombres no les gusta que los manden las mujeres. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de

2018. Anexo 3)

Cuando no se hacía explícita la marca de género que ponía en duda la autoridad de las mujeres

en cargos de mandos, esta se expresaba por medio de los “genios” de las personas, a los que

todas hicieron referencia. De hecho, este era uno de los factores para que las mujeres

entrevistadas manifestaran dificultades y disgusto al asumir este rol, además, el hecho de tomar

decisiones sobre la vida de sus subordinados y darles órdenes, tampoco era una actividad de su

mayor agrado. Finalmente, cuando era necesario, las reglas de la organización legitimaban su

posición como mandos y ante los casos de desobediencia, aplicaba sanciones; aunque

permanecían la resistencia de ciertos hombres a aceptar el rango superior y de autoridad de las

mujeres, en especial, cuando eran sus parejas afectivas. (Dietrich, 2012)

Relaciones de raza/etnicidad

Partimos por entender la raza como una matriz social que es tanto ente discursivo, como

práctica social: La raza como una construcción y práctica social, así como un ideario que se

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ha desarrollado a través del poder del discurso. (...) Más que una realidad biológica, es una

construcción intelectual y social que conlleva una variedad de contenidos significativos a lo

largo de la historia. Sin embargo, el concepto de “raza” ha conservado su funcionalidad:

diferenciar, segregar, tergiversar la otredad y, de esta manera, “racializar” por medio del

determinismo biológico las relaciones sociales”. (Hering, 2007)

Si bien se reconoce la presencia de población indígena y negra dentro de las FARC-EP, se

mantiene la lógica que invisibiliza las diferencias o las reconoce por debajo de una unidad, que

en este caso se configura alrededor del proletariado; esta homogenización de la identidad,

termina ignorando la heterogeneidad propia de los sujetos y sus diferencias en cuanto a la

posición social que ocupan. En ese orden de ideas, como organización militar, con todo lo que

ello implica, representa ese continuo colonial que configura jerarquías a partir de un único

sujeto.

La herencia colonial, no es más que otra forma de racismo (Hering, 2007), pero que, además,

pretende suprimir la diferencia, ignorarla, representando una idea de un sujeto unívoco. Las

feministas latinoamericanas y caribeñas han problematizado esa idea de mestizaje y raza

unívoca, como rezago propio de la colonialidad: “La democracia racial pasa a ser el mito

fundador de la nacionalidad latinoamericana y caribeña, un mito que niega la existencia del

racismo. Esta ideología del mestizaje se hizo con base en la explotación y violación de las

mujeres indígenas y negras.” (Curiel, 2007)

La imagen que parece omitir la diversidad de las personas hacia afuera de la organización, se

complejiza cuando se ve al interior. Las FARC-EP se constituyó como una guerrilla

principalmente campesina, constituida por hombres y mujeres provenientes principalmente de

regiones fuertemente afectadas por el conflicto armado. A pesar de esto, no dejan de presentarse

situaciones que ponen en tensión esa lógica homogeneizante. Por ejemplo, manifestaciones

artísticas que permiten ver un poco de la cultura indígena que se encuentra dentro de las FARC;

a través de canciones con letras de lenguas de comunidades indígenas presentes en la

organización, que en muchos casos son apropiadas por la guerrillerada en su conjunto y

reconocidas como parte de las FARC.

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4. De la selva al pueblo: espacio/temporalidades en la organización

Es importante partir por mencionar que el espacio es una construcción social e histórica, por lo

que está en permanente cambio. Si bien, tiene un carácter concreto, está determinado por el

conjunto de la sociedad y se expresa en relación con la realidad del espacio en el que se integra

(Santos, 2000) Concebir el espacio de esta forma, permite reconocer su heterogeneidad y

movimiento.

El espacio, y el modo en que se organiza, denota el carácter histórico que asume la naturaleza

mediatizada por la actividad práctica del hombre y, como tal, constituye el fundamento obvio de

esa actividad, pero también su producto, producto material elaborado, modelado y organizado en

función de esa actividad estructurada a partir de un conjunto de relaciones sociales dentro de las

cuales se inserta, adquiriendo una forma, una función, una significación social. (Sormani, 1977)

Sin embargo, no se trata de un simple contenedor de relaciones sociales. El espacio también

construye identidades y subjetividades, pues tiene distinciones en términos de los significados

que se le atribuyen. Además, los espacios y lugares, expresan, pero también, son definidos por

distintas relaciones de poder y exclusión que varían con el tiempo. Justamente por ese carácter

histórico, el espacio no se puede entender sin una temporalidad que lo ubica permanentemente.

Por supuesto, las relaciones sociales y de poder, dan cuenta de cómo hombres y mujeres

experimentan de forma diferencial los espacios y lugares. (McDowel, 1999) De forma que un

análisis feminista, en este caso, apuesta por reconocer y develar estas desigualdades de género,

en relación con las divisiones espaciales, en el ETCR.

En este capítulo se abordan las relaciones espaciales de la organización, en dos vías. Por una

parte, el tránsito de la espacialidad guerrillera, caracterizada por el permanente contacto con

un paisaje de selva, abierto, móvil y demarcado principalmente por las dinámicas de guerra; a

una espacialidad de la vida civil en el ETCR, en donde los espacios son demarcados, de forma

individual (la casa en la cada quien habita) y colectiva (el ETCR como lugar de concentración

de “guerrilleros”). Por otra parte, las configuraciones de los espacios públicos/privados, en el

marco de esta transición; haciendo énfasis en una configuración en la que los límites de estas

dos esferas, parecen corresponder a los mismos de la organización.

La configuración territorial de los espacios habitados por las guerrillas, estaba ligada a una

estrategia militar que demarcaba su presencia, principalmente en espacios vastos de refugio y

resistencia en los que sus habitantes manifestaban distancias, o incluso oposición frente al

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poder institucional. (Uribe de Hincapié, 1999) Así los grupos guerrilleros, fueron conformando

una topografía y una división territorial, en la que la significación de los espacios dependía y

estaba enlazada con su accionar bélico: los itinerarios, los desplazamientos, los núcleos

poblados de abastecimiento, las zonas de descanso, los lugares para guardar armas, y demás

acciones propias de su estrategia militar, configuraban el mapa de su espacialidad. Es así como

se fue consolidando una territorialidad bélica con fronteras simbólicas cada vez más

demarcadas, que señalan y diferencian un territorio con otros mandatos y autoridades. (Uribe

de Hincapié, 1999)

Entonces, la vida guerrillera era en espacios cuyos límites no estaban establecidos por la

institucionalidad estatal, sino que correspondían más bien a las territorialidades bélicas

descritas por Uribe de Hincapie. Son estos espacios, los que se ponen en tensión en el proceso

de reincorporación, producto del cambio de una vida, casi nómada, con pocos asentamientos y

continuas marchas, a una vida estática: La verdad nosotros no estábamos enseñados a estar

quietos, a andar a conocer, y no en un sitio estable. (…) Me hace falta la selva, por el ambiente,

uno en la selva es otro ambiente, no sé ni cómo explicarlo. (Helena, entrevista personal, 28 de

marzo de 2018. Anexo 4). Los espacios habitados por los militantes en medio de la guerra,

cambiaron completamente en la reincorporación. La configuración de esta nueva espacialidad,

es traída a colación frecuentemente, por las mujeres entrevistadas, como un factor problemático

en su nueva experiencia.

Entonces, la relación con los espacios, el orden y la identidad dentro de la organización se

configuraban en relación de oposición frente a la vida civil, en especial frente a los espacios

urbanos que eran mucho más lejanos a la cotidianidad del campo. Las personas que se

vinculaban a la lucha armada y provenían de la ciudad, eran leídos y también entendían el

espacio de otra forma. No son los mismo que uno porque uno fue criado a trabajar duro, brusco

y pues ellas son más delicadas. (…) a mí me daba pesar porque no es lo mismo estar uno

enseñado a unas personas de afuera. Había unas que lloraban, es que yo entre mí decía "es

que esta vida no es fácil”. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de 2018. Anexo 3) Esta

relación de familiaridad con los espacios, representada en el dominio y conocimiento del

territorio, podía establecerse como ventaja en la verticalidad militar. Incluso, podían llegar a

poner en cuestión los rangos o expresar posibilidades de acenso que primaran frente al género.

(Dietrich, 2012) Sin embargo, considero que estas inestabilidades de los rangos se situaban en

ocasiones específicas, pero no necesariamente representaban trasformaciones a largo plazo,

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porque las decisiones políticas, estratégicas y militares, seguían siendo del ámbito de los altos

rangos.

Los conocimientos previos y adquiridos en la experiencia guerrillera, que eran sinónimo de

privilegios o ventajas, rápidamente se empiezan a dejar de lado si no tienen una utilidad

concreta en la reincorporación. Las y los militantes, vuelcan sus esfuerzos a las pocas

posibilidades laborales existentes en el ETCR en busca de garantizar sus propias condiciones

de vida. La organización había proyectado la conformación de Cooperativas en las que la

militancia se agrupara en torno a proyectos productivos concretos que permitieran darles

sostenibilidad. Sin embargo, nuevamente, los tropiezos de la implementación, la falta de

coordinación y claridad sobre los proyectos, explican que hoy en día, estos no tengan mucha

fuerza: Lo más difícil es el punto que no tenemos cómo desarrollar los proyectos productivos,

estamos frustrados completamente porque no tenemos cómo desarrollar un proyecto

productivo. Todo se va en ilusiones. (Yesica, entrevista personal, 29 de marzo de 2018. Anexo

2)

Las problemáticas sobre los proyectos productivos, están muy vinculadas a una relación

diferente con el espacio. Entre la militancia, existe un afán y preocupación por resolver una

alternativa estable para mantenerse en el nuevo espacio del ETCR; de forma que su relación

con los espacios, tiene mucho que ver con las condiciones de vida a las que acceden.

Previamente, la institucionalidad insurgente garantizaba la alimentación, los uniformes, la

dotación de aseo, la planificación, así como la educación y la atención de salud.

Algunas de las mujeres hacen referencia a estas garantías, con un valor agregado, pues eran

obtenidas por la organización en el marco de la guerra; ellas resaltan que las FARC garantizaba

estas condiciones de vida a pesar de las acciones bélicas, en las que se encontraban, pero que

el fin del conflicto armado parece haber representado un cambio negativo en tanto que no

necesariamente ha implicado una mejoría de estas condiciones. Contrario a la experiencia

guerrillera, en la reincorporación los y las antiguas militantes pasan a vivir en carne propia las

limitantes de la burocracia estatal, y, por supuesto, las condiciones de salud son las primeras

en verse afectadas. La atención en general, pasa a ser una responsabilidad individualizada.

Acá ha venido droga pasada, que le faltan 2 días, 3 días. Estamos afiliados disque a la Nueva EPS,

pero no cubre nada. Entonces qué pasa, alguien grave acá, sacar del bolsillo, no hay de otra. Vea,

me fui a hacer un examen que valía como 200. (…) quería hacerme un chequeo porque de pronto

me podía dar cáncer. Costó 200 fuera del pasaje. Eso no lo cubre. (Gina, entrevista personal, 28 de

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marzo de 2018. Anexo 5)

De forma que las condiciones de vida empiezan a configurar una brecha entre el espacio

habitado y las personas que lo habitan. Esta brecha se profundiza mucho más, con uno de los

problemas históricos, parte de las raíces del conflicto armado en el Colombia. La militancia

en proceso de reincorporación, entra a ser parte del campesinado desposeído del país, pues no

cuenta con terrenos propios para desarrollar sus proyectos. Los predios en los que se ubican los

ETCR, no son propiedad ni de la organización, ni de ninguno de sus miembros e incluso, en

ciertos casos, tampoco son del Estado, sino de privados. Entonces, la posibilidad de que las y

los exguerrilleros proyecten su establecimiento permanente y a largo plazo en estos lugares, es

casi nula. Por lo menos, solo lo de tierras, para los proyectos, es la hora que aquí no se ha visto que

el gobierno nos diga: Bueno, este es el terreno que ustedes van a empezar a cultivar o trabajar. Esto

no es ni de nosotros todavía, está en arriendo. (Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo

1)

Entonces, la espacialidad de la reincorporación, pasa a establecer relaciones de exclusión e

inclusión que se mantienen en tensión. Así, el nuevo lugar de las y los militantes del partido

FARC, parece difuso, pues justamente este puede estar determinado por las relaciones de poder

y exclusión que determinan quienes pertenencen o no a un espacio. (McDowell, 1999) Para

este caso, los factores previamente mencionados desvinculan a las personas de este espacio.

Sin embargo, además de estos, existen ciertas continuidades en las relaciones, que incluso, van

más allá del desplazamiento a un nuevo espacio habitado. En ese sentido, el ETCR, representa

más que un espacio geográfico, el lugar en dónde se refuerzan los vínculos familiares tejidos

durante la militancia.

Yo con la gente que estoy ahí, en la comuna donde yo milito, siento que la guerrilla la tomé como

si fuera mi propia familia, sangre de mi sangre. Entonces eso ha hecho de que yo no me vaya para

ningún lado porque yo quiero mucho las personas con las que yo convivo. (…) De no ser así ya

me hubiera ido. (Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

A pesar de los múltiples cambios que representa el asentamiento en este lugar, para quienes

permanecen allí, el ETCR es el escenario más cercano a la vida guerrillera, que también se

construye en oposición a la vida exterior. Yo no me amaño afuera, ese ambiente afuera nunca

me ha gustado, yo he estado por irme pa' fuera, yo digo: no. Al lado de la familia, de mi papá

y de mi mamá también está afuera, pero a mí me gusta andar, pero lejos de ellos porque no fui

criada con ellos. Especialmente ante las presiones que representan la vida en reincorporación,

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el referente construido durante toda su militancia sobre una vida en colectivo, prevalece en

quienes deciden permanecer en los ETCR. Nosotros siempre hemos vivido en colectivo y

quisiéramos que todos saliéramos adelante pero que fuéramos beneficiados todos, no

solamente una persona y si empezamos a irnos, seguramente los beneficios para nosotros no

van a salir.

La relación inclusión/exclusión del lugar, también se expresa como una tensión entre

tranquilidad y temor. Por una parte, la vida fuera de la guerra brinda calma, tranquilidad y la

posibilidad de acceder a otros aspectos como el estudio formalizado, la conexión con las

tecnologías, entre otras. Ahora hay tranquilidad, porque uno no está pensando a qué hora nos

vamos a encontrar con el ejército, cómo vamos a entrar la remesa, no piensa uno eso ya.

(Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1) Sin embargo, al mismo tiempo

existe cierta sensación de vulnerabilidad ligada a la dejación de armas. La vida civil es

sinónimo de debilidad. Para la mayoría, depender de las instituciones gubernamentales no

solamente es tedioso, sino que, además, no garantiza la atención de sus necesidades.

Por otra parte, el ETCR como lugar de concentración, en medio de un país que aún se mantiene

en el marco de la guerra, puede ser también un espacio cercado por las dinámicas de guerra

extra militar que permanecen en el país. Las herencias de la guerra no finalizan con la firma

del Acuerdo Final de Paz, pues estas han ido muy importantes en la política y las formas de

administrar y gobernar los territorios. Estos imaginarios que giran alrededor de la guerra,

atravesadas por narraciones, lenguajes y ´prácticas, perduran y son traídas a colación para

justifica el uso de las armas. (Uribe de Hincapié, 2004) Estas lógicas de guerra se vuelcan al

enemigo construido a lo largo de los años de conflicto armado, es decir que ahora se vuelcan a

las y los excombatientes que se encuentran en el proceso de reincorporación y que son

fácilmente identificables al encontrarse en los ETCR. Para mí es bueno, a mí me gusta [la

reincoporación], anda uno más calmado. Pero, (…) que tal después de los dos años, sea porque nos van

a matar, yo no confío mucho. Si se quieren poner a hacer masacres aquí, conmigo no cuente, me voy

donde sea, pero acá no me quedo. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de 2018. Anexo 3)

Esta posibilidad de vulneración, atenta directamente contra la tranquilidad mencionada por

todas las entrevistadas, incluso, como lo más (en algunos casos, único) rescatable de este nuevo

escenario. Sin embargo, las nuevas relaciones que tienen ese temor latente, no dejan de ser

experiencias en gran medida ajenas. Una vez más, como parte del encuentro entre la vida civil

y la vida militar, el género condiciona estas relaciones. En ese sentido, insertarse al orden de

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género de la sociedad, también contribuye a esos temores. Por decir, yo ahorita siento más

miedo que cuando estábamos en la guerrilla. Yo salgo de aquí y me da mucho miedo, sabiendo

que cuantas mujeres no matan, violan, sabiendo que en la guerrilla a nosotras nunca nos pasó

nada. (Helena, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 4)

La Organización como familia: Espacios públicos y privados

La división de los espacios públicos y privados, está atravesada por las relaciones desiguales

de género que ubican a ciertos grupos sociales en cada uno de ellos. Esta asignación también

tiene implícitos los trabajos, valores y demás aspectos que se espera que compongan cada uno

de los espacios. La socialización diferenciada de los hombres se construye en vías de que

atiendan a los ámbitos públicos, mientras que las mujeres a los ámbitos privados.

Esta visión de las primeras feministas que reclaman la centralidad de la división

público/privado y reivindicaban su espacio en lo público (las precursoras del sufragismo dan

cuenta de ello), es ampliamente criticada, por dejar de lado otras relaciones desiguales y de

opresión. Los privilegios de mujeres de clases medias y altas, podían enmarcarse en esta misma

diferenciación de esferas. Es por ello que las mujeres negras y obreras, fueron las primeras en

alzar la voz frente a esta concepción y problematizaron su papel histórico como trabajadoras

en ámbitos públicos, ya que habían estado en los ámbitos públicos en trabajos precariamente

remunerados. (Davis, 2012; Pateman, 1996)

Esta crítica finalmente apunta a pensar que la división no funciona de forma tan tajante y

homogénea, como una escisión divisoria y excluyente. Por el contrario, son múltiples los

matices que se entrecruzan y complejizan estas divisiones y, por ende, las relaciones sociales

vinculadas a ellas. La división de los espacios públicos y privados, lleva consigo una

desigualdad entre hombres y mujeres. Que además no puede ser totalizable, porque depende

de condiciones de clase, raza, edad. (Pateman, 1996)

Incluso, podría pensarse, que existen subdivisiones para cada uno de estos ámbitos. o mejor

dicho, ambivalente, pues en un espacio público, se puede encontrar nuevamente una

subdivisión de espacio público privado. Bourdieu habla de esta yuxtaposición de los espacios

en una etnografía de la población Cabilia, Argelia en donde centra su atención sobre las

relaciones de la frente al mundo exterior. Habla de esta división público/privado, que a su vez

tiene oposiciones en su interior:

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Así, la oposición entre la casa de las mujeres y la asamblea de los hombres, entre la vida privada

y la vida pública, o, si se quiere, entre la plena luz del día y el secreto de la noche, (…) la oposición

que se establece entre el mundo exterior y la casa no adquiere su pleno sentido a menos que se

perciba que uno de los términos de esta relación, es decir la casa, está dividido él mismo según

los mismos principios que lo oponen al otro término. (…) De modo que es a la vez falso y verdadero

decir que el mundo exterior se opone a la casa tal, como se opone lo masculino a lo femenino,(…)

puesto que el segundo término de esas oposiciones se divide cada vez en sí mismo y su opuesto.

(Bourdieu, 2007)

La descripción sobre los espacios en Cabilia, tiene punto en común con la configuración

espacial en la guerrilla. La construcción de la espacialidad guerrillera en contraposición con la

vida exterior, empieza a dibujar ciertos márgenes de lo privado y lo público para la organización

y su militancia. La oposición del espacio público frente al privado, se expresa principalmente

por medio de las fronteras de la misma organización; así, el espacio público corresponde al

espacio exterior a la organización, mientras que el espacio privado, refiere al interior de la

organización. La forma en la que se construyen estas fronteras, móviles, incide directamente

en las relaciones de género tanto durante la guerra, como en la reincorporación, y, terminan

ubicando nuevamente a las mujeres en la esfera privada de la organización.

La frecuente alusión a la guerrilla como familia en la organización, no solo habla del fuerte

tejido social construido durante la experiencia guerrillera, sino que evidencia como se

configura la esfera de lo familiar como lo privado. En algunos casos la referencia familiar

correspondía a relaciones de consanguineidad, pero en otros, es producto de los fuertes vínculos

afectivos que ligaron a la militancia, por medio de relaciones de complicidad basadas en

experiencias comunes en torno a la guerra. En la guerrilla encontré una familia, ellos me

acompañaban, me enseñaban a bañarme, me sacaban los piojos, me cortaban el pelo, me

enseñaban a cepillarme los dientes a vestirme, me acompañaban en la noche a ir al baño.

(Yesica, entrevista personal, 29 de marzo de 2018. Anexo 2)

En ese orden de ideas, la guerrilla no solo era familia por los afectos construidos, sino porque

en ella, se establecían las condiciones de cuidado y reproducción de sus miembros. Los trabajos

de cuidado no solo se refieren a los trabajos materiales domésticos (barrer, planchar, cocinar,

vestir), sino que los trabajos de atención, acompañamiento y salud, física, emocional y

sicológica de la sociedad, hacen parte del cuidado. (Faur, 2014) Sin embargo, como parecen no

tener una dimensión material tan clara, se pueden pasar por alto, debido a que son

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fundamentales para la sociedad. El trabajo de los cuidados, ha sido estudiado también con la

intención de evidenciar su importancia en la reproducción de la fuerza de trabajo útil para el

sistema capitalista, y así mismo reconocer su peso económico, negado durante cientos de años.

La concepción de familia guerrillera en la que los trabajos de cuidado tienen una centralidad,

termina siendo determinante incluso de los trabajos que muchas mujeres realizaron: El tema de

la medicina en las FARC era un tema de que se hacía por amor a los compañeros, por ese

amor filial, por ese deseo de preservar la vida del compañero. La medicina no era el cliente ni

el paciente, sino que era la familia. (Yesica, entrevista personal, 29 de marzo de 2018. Anexo

2) La prioridad del cuidado de los otros, establecía la norma desde la que se veían los trabajos

a realizar, en especial, aquellos que directamente se asociaban al cuidado como los de salud.

Ahora bien, el hecho de que la delimitación entre ambas esferas no dependa solamente de

aspectos geográficos, sino que obedezca principalmente a límites sociales, hace que cada esfera

sea particular en la organización. En ese sentido, el ámbito público es central porque es

constituido y exalta las condiciones político-militares de la guerrilla, de forma que aquí es

donde más fuertemente se manifiesta la primacía del proyecto político sobre los intereses

individuales. Sin embargo, también existe una apertura del espacio público, pues pasa a incluir

relaciones que bajo la normatividad de la vida civil, no serían parte de esta esfera. Sin embargo,

la apertura del espacio público, se da en tanto que la inserción de la institución es explícita y

ahora son reguladas no solo por la institucionalidad guerrillera sino por la misma militancia.

Con la ampliación del espacio público insurgente, las relaciones entre militantes y, en particular,

las violencias antes consideradas “privadas” –violencias sexuales, de género y en parejas

afectivas– pasan a ser vividas a la luz pública, bajo el escrutinio de todos los miembros del grupo.

Las transgresiones no pasan desapercibidas, y ante la amenaza de sanciones. (Dietrich, 2012)

Por otro lado, todo lo que se pueda considerar del ámbito privado, se excluye de la esfera

pública y por ello parece estar escindido de la lucha armada. Entonces, el margen de accionar

y regulación de la organización, se centra en el espacio público. Despolitizar el espacio privado

hace parte de una de las continuidades provenientes del orden de género de la sociedad

occidental. Por ello, los estudios feministas han prestado especial atención sobre esta esfera,

haciendo evidente que, más bien, esta ha sido objeto de permanentes intervenciones y

regulaciones de políticas públicas. Así, dan cuenta de la preocupación del Estado por este

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ámbito que constituye una de las bases y partes fundantes de la sociedad occidental.13

(Pateman, 1996)

En este caso, la guerrilla, pasa a ser la institución reguladora de las relaciones del ámbito

doméstico. Desde las relaciones afectivas, así como el aseo personal y los controles sobre la

maternidad, hacen parte de los puntos de intervención de la organización. Entonces, podría

decirse, que la apertura del espacio público en la guerrilla, no es más que otra forma de

evidenciar la relevancia de la esfera privada para la sociedad y para esta organización, razón

por la cual, es muy importantes su regulación.

Ahora bien, el tránsito a la vida civil, lleva consigo múltiples rupturas frente a las

espacialidades guerrilleras. En ese orden de ideas, la reconfiguración de lo que era previamente

militar y vertical, ahora se busca constituir en un escenario civil y le resta fuerza a la

organización como institucionalidad reguladora; por ello, esta no logra garantizar el

mantenimiento las relaciones espaciales y de género vividas en medio de la guerra. Ante las

transformaciones surgidas a partir del proceso de reincorporación, es necesario ver con detalle

la configuración espacial que se pone en tensión con la incursión de una vida estable y estática.

A primera vista, los espacios públicos en la vida guerrillera, eran muy amplios mientras que

los espacios privados tenían lugares muy concretos y escasos. Desde esta perspectiva, la vida

en la reincorporación, podría delimitar los espacios privados y clarificar los públicos, lo que

implicaría también consecuencias en las relaciones de género vinculadas a la configuración de

lo público y lo privado. Sin embargo, esas concepciones de lo privado, no corresponden

plenamente a los límites físicos que demarcan las viviendas, pues su arquitectura, construida

en bloques de casas prefabricadas y contiguas unas de otras, no necesariamente es expresión

de la privacidad.

No tenemos nuestras propias casas, porque eso siempre viviendo así en grupo, el vecino se tira un

pedo y uno lo escucha, (…) todo eso es muy incómodo. Mientras que uno tenía como más

privacidad en la guerrilla cuando estábamos en la mata porque usted tenía su caleta y a tres metros

13 Carole Pateman (1996) menciona algunas de estas políticas estatales que recaen sobre el espacio privado, siendo

consideradas como factores públicos: (…) por leyes sobre la violación y el aborto, por el estatus de <esposa>,

por políticas relativas al cuidado de las criaturas y por la asignación de subsidios propios del Estado del bienestar

y por la división sexual del trabajo en el hogar y fuera de él. Carole Pateman (1996) Así mismo, Faur (2014) hace

explícitos estos controles. (…) el Estado siempre intervino en las familias mediante la regulación del matrimonio,

la sexualidad, la definición sobre los hijos “legítimos”, la potestad sobre ellos e, incluso, mediante la

invisibilización que durante siglos operó en relación con la violencia (contra las mujeres y contra las niñas y

niños) acaecida en el ámbito del hogar.

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la otra caleta. Y usted aquí lo que pasara, jmm no escuchaba al otro. (Luisa, entrevista personal,

19 de marzo de 2018. Anexo 1)

Así mismo, los arreglos y regímenes de género existentes en el marco de la guerra, se

transforman por la misma inserción al orden de género de la sociedad en general. Entonces, se

reestablece la división de trabajo de reproducción/producción en la que los hombres se

encargan de los trabajos remunerados y las mujeres de los no remunerados, en la reproducción.

La fractura entre estas esferas se profundizó y disoció de manera tajante además, los ámbitos

de producción y reproducción: “la casa” y “el trabajo” (Faur, 2014) Esta división reafirma la

relación pública/privado que tiene como delimitación la organización en sí, representada

espacialmente por los límites del ETCR que aparece como el lugar privado. Los hombres salen

de este espacio en busca y siguiendo oportunidades laborales escasas en la reincorporación,

mientras las mujeres realizan los trabajos de cuidado y reproducción en el marco de este mismo

espacio.

(…) los hombres, cuando salen, sienten una presión y una demanda de la familia muy fuerte de

convertirse en proveedores de alguna forma, porque no lo han sido. Las mujeres lo pueden sentir

porque son mujeres libres, […] pero me parece que no hay esa presión tan fuerte. Pero ahí hay

algo distinto, los padres no le exigen a las mujeres que salen: ‘Ahora aporta, aporta, aporta’, lo

que quieren es que estén quietas” (Mujer 1, MRTA, Perú). Citado por Dietrich (2012) pág 121

La organización entendida como familia implica también que es ese el lugar en dónde se

garantiza la perpetuación de los miembros, la trasnmisión de la cultura, y de las posiciones

sociales entre las generciones. La familia es entonces una insttución necesaria en tanto que se

adecua a las instituciones de la sociedad moderna, pero especialmente, porque en ella se

encuentran las raíces de la división sexual del trabajo, la regulación de la sexualidad y la

construcción y reproducción de los géneros. Entonces, las jerarquías de genero se crean,

reproducen y mantienen, es entonces la institución primaria de organización de las relaciones

de género. (León, 1995) La organización guerrillera continua con el papel socializador de sus

militantes, ya que la mayoría ingresan a una corta edad.

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“Si uno se gustaba con alguien … no era mucha la política que había que echar.”

A la hora de verla como compañera de lucha

y en política que sea entre iguales.

Pero la relación de pareja

es de subordinación. (Dietrich, 2012)

Cómo se ha venido desarrollando, la división entre las esferas pública y privada y la forma en

la que se entienden, condiciona y es condicionado por las relaciones de género. La línea

divisoria entre estas esferas, no es homogénea, por lo que las relaciones afectivas se

encontraban en márgenes ambivalentes. Por una parte, podían ser objeto de la regulación

explícitamente pública, pero por otra, ciertos ámbitos de la relación, eran despolitizados y

consignados en la esfera privada.

Partiendo de que la regulación de la institucionalidad sobre los espacios domésticos no

necesariamente excluye ciertas relaciones del ámbito privado, la normatividad sobre las

relaciones afectivas con la población civil, expresa cómo se configuraba en la práctica, el

espacio privado enmarcado por la organización. En este caso, la centralidad del género demarca

experiencias diferenciadas sobre las relaciones afectivas y sobre la división de las esferas. Si

bien la normatividad reglamentaba para toda la militancia la prohibición de las relaciones

afectivas con la población civil, en la práctica, la medida recaía principalmente sobre las

mujeres. La rigurosidad de la norma para el caso de las militantes, puede entenderse como una

forma de mantener su actividad en el ámbito privado.

Por otra parte, los hombres que no obedecían esta regla, mantenían las relaciones en secreto,

porque permanecía un factor de riesgo de sanción. Sin embargo, su contacto frecuente con el

espacio público (externo a la organización), les daban la ventaja de naturalizar las relaciones

afectivas con civiles, como parte implícita de su interacción con esa esfera. En varios casos,

este tratamiento diferenciado era reconocido y rechazado por las militantes: Siempre existió

como ese bajón. Yo nunca compartí eso. Una guerrillera se cuadraba un civil y eso se le iba el

mundo encima, en cambio un guerrillero se cuadraba una civil y nadie decía casi nada. (Gina,

entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 5)

Sin embargo, en otros casos, ellas lo entendían como una medida adecuada de acuerdo a la

realidad de la vida en la guerrilla. Aunque finalmente, esta concepción en el fondo está ligada

a la permanencia de las mujeres en el espacio privado, en la organización, respondiendo a las

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necesidades de los hombres militantes de la organización. En otras palabras, bajo esta

concepción se mantiene una mirada sobre los hombres, que supone que tienen deseos sexuales

biológicos, necesidades naturales sexuales que impregnan la naturaleza del ser hombre.

(Dietrich, 2012)

Había un régimen ahí. Eso es de prestigio, porque imagínese, tantos aquí y ¿ir uno a conseguir

un compañero civil, es maluco, ¿cierto? Entonces los civiles piensan muy mal de uno, tantas

mujeres que hay allá. Una vez, una muchacha se metió con un civil y eso la trataban de prostituta

y todo, lo peor. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de 2018. Anexo 3)

En este punto el régimen de género dialogaba con el orden de género de la sociedad para el

mantenimiento de ambos. Las mujeres que salían de la normatividad en la guerrilla, eran

señaladas con el fin de “normalizar” su conducta y llevarlas a retornar a uno de los dos

esquemas de relaciones de género. Por supuesto, fueron varias las mujeres que se encontraron

con la vida pública a través de relaciones afectivas, pero sus relaciones fueron

permanentemente cuestionadas e incluso sancionadas. Por lo que la relación con la vida civil

de ciertas mujeres, también era débil, especialmente si se trataba de relaciones afectivas.

Las estructuras de poder por fuera de la organización, a las que se ligaban las mujeres, en

algunos casos, se vieron fortalecidas por los vínculos de maternidad que demandaban el

cuidado de niños nacidos en la guerra. Sin embargo, estas relaciones no se presentaban de

manera uniforme, si las mujeres tenían familiares que pudieran hacerse cargo de sus hijos, se

apoyaban en ellos; pero cuando no se contaba con esas redes, se creaban nuevas, especialmente

a través de los mismos vínculos familiares de los hombres. (Dietrich, 2012) Pues eran los

hombres, quienes tenían contactos un poco más estables y permanentes con la vida civil, tenían

fuera de la organización, parejas afectivas, quienes se encargaban principalmente del cuidado

de los hijos.

Yo les decía: “El día en que yo tenga un marido como las esposas que ustedes tienen, ¡ah!, ese

día, rica la vida”. Pero de resto, le toca a uno el doble trabajo de la militancia y el trabajo de la

crianza de los hijos. Es que yo había tenido el primero en condiciones muy difíciles. Entonces no

es lo mismo para ellos militar y ser padres, que para uno militar y ser madre. Eso era muchísimo

más difícil. (Mujer 3, M-19, Colombia) (Dietrich, 2012).

Entonces, el espacio social amplio, fuera del marco de la organización, era un espacio conocido

y habitado por hombres. Esto reforzaba su posibilidad de acceder a relaciones afectivas en esta

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esfera y limitaba la de las mujeres. Sin embargo, esa distancia con la vida pública, no

correspondía únicamente a la normatividad de la organización, también podía ser producto de

decisiones propias que alejaban a las mujeres de relaciones afectivas con personas civiles. Las

trasformaciones en las relaciones de género vividas durante la experiencia guerrillera, eran

determinantes en estas decisiones.

La construcción de masculinidades y feminidades insurgentes alejadas o diferenciadas de las

de la vida civil, construía brechas en torno a las expectativas de una relación con personas

civiles y una relación con personas guerrilleras. En ciertos casos, las feminidades insurgentes,

influían en las decisiones de los hombres, para alejarse de relaciones con guerrilleras y buscar

establecer relaciones con civiles. En su mayoría, las mujeres de la guerrilla, son jodidas, ellas

no encajan por completo en los estereotipos de madres, esposas, y son participes de las

decisiones de la pareja. Ellas son camaradas, compañeras, que no se ciñen al esteriotipo de lor

roles sociales de las mujeres. (Dietrich, 2012)

Por otra parte, justamente los cambios en la división sexual de trabajo producto de otras

relaciones de género, son las razones para que las mujeres decidan tener sus relaciones afectivas

principalmente con hombres militantes. Esta tendencia se mantiene incluso en la

reincorporación. El papá de ella, por ejemplo, es muy juicioso, antes él la baña, la viste, hace

aseo, hace de comer, lava, normal. (…) Él dice: Siempre en la vida civil debería existir la

equidad, yo no sé por qué los hombres quisieron someter a la mujer sabiendo que la mujer es

mucho más inteligente que nosotros. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo

5)

A pesar de los elementos que construyen relaciones diferenciadas de la vida civil, son

justamente las relaciones afectivas, las que hacen más evidentes privilegios de los hombres,

tanto hacia el exterior como hacia el interior de la organización. (Dietrich, 2012) Ya

internamente, los hombres, usualmente los que están en rangos jerárquicos importantes, pueden

dotar de poder a las mujeres subordinadas a través de relaciones afectivas o familiares.

Entonces, las relaciones con hombres de estas jerarquías, puede ser un atajo para acceder a

poderes formales e informales dentro de la organización. Ser pareja del comandante puede

representar beneficios que no necesariamente corresponden a la lógica meritocrática militar

para acceder a cargos. Esas relaciones, también pudieron ser sinónimo de beneficios para las

mujeres en cuanto a no tener que asumir en algunos casos labores forzosas; ello termina

representando jerarquías entre las mujeres más cercanas a círculos de poder. (Dietrich, 2012)

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La otra cara de esta situación, era la del desconocimiento de la agencia de las mujeres en torno

a sus procesos y avances en la vida militar. En ciertos casos las mujeres también eran asesoras

políticas, delegadas temáticas o representantes del mando, en escenarios de discusiones

políticas. Sin embargo, por la misma lógica que las asociaba a su pareja hombre, estos trabajos

no eran reconocidos, sino que se entendían solo como parte de la relación afectiva. La

concepción de las mujeres en el ámbito público únicamente a la luz de una presencia masculina,

se traduce en que cuando las mujeres militantes accedían a espacios de poder y mando, su

ascenso era asociado a un hombre representativo en sus vidas, usualmente a su compañero

sentimental. Así, sus asensos y desarrollos político-militares, carecían de reconocimiento, por

ello las mujeres a veces ocultan sus relaciones para mantener su jerarquía por sus propios

méritos. (Dietrich, 2012)

Entonces, poco a poco se iba configurando una nueva tensión entre relaciones afectivas y

militancia. Si bien esta no era una relación irreconciliable, si expresaba puntos problemáticos,

porque a veces los trabajos y los tiempos militares podían no corresponder a las dinámicas de

la relación en la guerrilla. La organización en su regulación sobre las relaciones, se supone que

deja al margen estas relaciones para la toma de ciertas decisiones, es decir, se es primer

guerreras que cualquier otra cosa. En esa lógica, las mujeres ponen por encima las misiones o

tareas propias de la organización sobre las relaciones amorosas.

Uno tenía que estar dispuesto a que lo mandaran para donde sea (…) y cuando se trataba

de parejas uno veía que en las decisiones de traslados o de cambios generalmente se

favorecía más el desarrollo político del hombre (...) Entonces un tipo ideal de mujer era

que no tuviera pareja porque tenía capacidad para irse de un lado para el otro,

respondiendo a su desarrollo. (Londoño Nieto, 2006)

Sin embargo, la organización también mediaba las tareas propias de la militancia y las

relaciones amorosas. Si bien era claro que como parte de la estructura militar de un ejercito,

las relaciones afectivas no eran prioridad, también lo era, que las relaciones afectivas eran parte

importante de la vida en la guerrilla; especialmente como resultado de complicidades de

experiencias comunes. Entonces, la organización conciliaba estos aspectos de la vida de las y

los combatientes: Si usted tenía buen comportamiento con su compañero, que era respetuoso,

y él también hacia usted, entonces tenía ese privilegio que los dejaban juntos. (Luisa, entrevista

personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1) En estos casos, la permanencia con la pareja, se seguía

haciendo en el marco de cumplir con responsabilidades como militantes.

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Pero estos trabajos podían significar que se primara la carrera militar de uno de los dos,

usualmente, la de los hombres. Estas situaciones se presentaban cundo uno de los dos era

enviado a cumplir misiones o tareas fuera del comando. Entonces, podían mandar a las mujeres

a hacer parte de la misma comisión de su pareja, pero como acompañante. Podría tratarse

incluso de trabajos de cuidado que cumplirían las mujeres acompañando a sus parejas afectivas.

Estas eran decisiones tomadas por los rangos medios que debían ser adoptados como ordenes,

pero terminan correspondiendo a la primacía del trabajo político de los hombres.

Yo fui mando de una escuadra, 12 unidades. Iba escalonando bien, sino que en eso salió el

compañero con el que yo vivía a cumplir una misión y entonces, me enviaron con él a que fuera a

acompañarlo. Ahí paró la carrera. Él le tocó salir para organización de masas. Yo vivía con él

entonces me mandaron. Yo si conté con ese privilegio en la guerrilla casi siempre, de que a mí

nunca me separaron de mi compañero a la fuerza como en ocasiones se presentaba. yo viví 9 años

con él. (Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

Entender los trabajos del cuidado como trabajos que transcienden del ámbito doméstico es

fundamental. Pues en estos espacios, la participación de las mujeres podía centrarse en la

compañía a sus parejas, “socios”, o simplemente a sus compañeros, que protagonizaban las

charlas. Las relaciones de cuidado que se tejían en la cotidianidad de la vida guerrillera, se

expresaban especialmente en las relaciones afectivas.

Así, las mujeres participan de trabajos de cuidado, en este caso no solamente físico, sino

afectivo y emocional. Su acompañamiento hace parte de ese cuidado del otro masculino que es

quien trabaja hacia el espacio público. Entonces, las relaciones afectivas son sujetos de

transformaciones de las relaciones de género, pero en el fondo, están configuradas por

estructuras patriarcales que componen las de la sociedad civil. Por supuesto eso no implica

desconocer las rupturas y acciones de agencia que se configuran en ese margen, pues estos son

justamente los que enriquecen la experiencia guerrillera y que son potenciales elementos de

organización de las mujeres en torno a sus reivindicaciones. las relaciones afectivas, tienen una

connotación bastante diferente a la concepción romántica de la vida civil. Son relaciones de

pareja que se han erigido bajo las dinámicas de la guerra, en medio del combate y los

enfrentamientos, han tenido pequeñas transformaciones que apuntan a relaciones diferentes,

entre “socios”, como ellas lo llaman.

Se trata más bien de no caer en la idealización y reconocer, que, en el trasfondo de estas

relaciones, permanece como un continuo de los pilares que estructuran las relaciones desiguales

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de género. La heterosexualidad obligatoria (Rich, 1999) es uno de esos pilares que se encuentra

en las entrañas de nuestra sociedad colombiana y se extiende hacia las relaciones en la vida

guerrillera. Durante la guerra y como parte del régimen militar que exalta la masculinidad

hegemónica, las relaciones entre géneros, no contemplaban otras posibilidades en la

sexualidad. De hecho, las experiencias diversas, eran sujetos de burla e incluso, podían ser

sancionables.

-Sobre parejas homosexuales dentro de las filas- Uno nunca supo. Que yo conozca así, no.

Nunca. Por la misma inocencia de nosotros o... Yo creo que hubiera sido muy recriminado por

la gente. En un tiempo si se le hacía Consejo de Guerra y se sacaba. (…) Cuando no se entendía

bien. Pero ya de unos años para acá, no. Se dejaba. Pero yo nunca lo llegué a ver. Pero si, lo

que nos explicaban era que los debíamos aceptar porque eran personas normales.14 (Luisa,

entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 1)

La heterosexualidad naturalizada, se leía como desviaciones contranaturales, a veces asociadas

a la burguesía. (Dietrich, 2012) Sin embargo, el escenario de reincorporación que implica el

encuentro del régimen de género de la guerrilla y el orden de género de la sociedad, no

necesariamente es negativo. Esta transición también implicó que se empiecen a pensar alianzas

con sectores oprimidos de la sociedad y por ende, exista una apertura a pensar otras formas de

sexualidad posibles, dejando de lado, al menos en términos discursivos, la condena a la

homosexualidad.

14 Lo que está entre guiones es añadido por mí.

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5. Desterritorialización en la reincorporación

Conocí Buena Vista, Meta, cuando apenas habían pasado unos meses desde el día de

concentración de la guerrilla en la vereda. En eso la Zona Veredal Transitoria de

Normalización Mariana Páez contaba con más de 500 guerrilleros y guerrilleras que se

acogían al proceso. Aunque existían temores importantes respecto al cumplimiento de lo

pactado, en general se vivía un ambiente de esperanza, reencuentro y bueno, un poco de

nostalgia. Sin embargo, primaban las expectativas, las posibilidades que se abrían en la nueva

vida.

Muchas de las exguerrilleras tenían mascotas salvajes que adoptaron en las marchas diarias,

monos, loros, perros, tenían libertad de ir a andar por los árboles y regresar para comer. Aún

no había casas construidas, los guerrilleros y guerrilleras vivían en "caletas" (pequeñas

casetas construidas con una estructura de madera de 4 palos que permitían tensar tela

asfáltica y un plástico negro en el techo) que arreglaban y organizaban muy bien. Cuando

llovía, se filtraba el agua por casi todos los lados, era frecuente que se inundarán, pero cuando

el sol arreciaba, a medio día, estar adentro era insoportable. El contexto, estaba cambiando,

aunque seguía siendo más cercano a la vida guerrillera.

Con el paso del tiempo, el contacto con las personas con las que me conocí en la ZVTN, se fue

perdiendo. Muchas cambiaron de número y solo pude reencontrarme con 2 que llegaron a

trabajar a Bogotá dentro de las actividades del partido. Justamente fueran ellas quienes me

contactaron con mujeres del ahora ETCR Mariana Páez. Intercambiamos algunos mensajes y

dejamos programadosnuestros encuentros.

En mi nuevo viaje, volviendo a la vereda, el camino era conocido, aunque en el paisaje había

algunos cambios; dos o tres retroexcavadoras en el trayecto mostraban que estaban

trabajando sobre las vías. Desde un alto se alcanzaba a ver un poco del “asentamiento”, pero

yo no lo reconocía, cambió por completo. Cuando el señor del jeep se detuvo indicando mi

destino, no sabía exactamente qué hacer. En dónde solía haber una tarima para eventos en

medio de un campo amplio de pasto, ahora estaban ubicados los módulos, bloques de 20 casas

blancas y uniformes. Unas cuantas tenían alguna pared pintada de color. A las 4 pm el sol

calentaba, mi primera imagen: un pueblo deshabitado, las calles estaban desiertas y algunas

casas también. 2 o 3 personas que se bajaron conmigo, rápidamente se refugiaron. El único

lugar activo era la tienda/billar a la entrada. Allí me dieron razón de Yesenia, la mujer con la

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que me había contactado, el tendero, a quién había visto en mi anterior viaje, me dio algunas

indicaciones y me sugirió que volviera a preguntar más adelante, lo que no sabía yo, era que

no habría a quién preguntar. En eso apareció un señor, Sergio, quien me recibió con mucha

amabilidad y se convirtió en sinónimo de seguridad dentro del nuevo lugar que ahora me era

ajeno.

Las nuevas relaciones con el espacio cambian varios aspectos de las relaciones sociales en el

lugar. Existe en cierta medida una población flotante en el ETCR. Aunque tanto afuera como

adentro se pensaba que empezaría a haber “deserción”15 o retorno a los hogares de familiares,

nunca se dimensionó la magnitud del asunto. La mayoría de personas ligan el despoblamiento

del ETCR, a la falta de cumplimiento y garantía laborales en la reincorporación. En

estimaciones, de las 500 personas que se encontraban inicialmente en el lugar, ahora no llegan

a ser 150, de los cuales, no todos son guerrilleros, llegan personas “cercanas políticamente”,

otras desplazadas, algunas personas sin casa, que ante las agresivas políticas económicas que

cada vez más las marginan, ven en el ETCR, una posibilidad de sobrevivir, al menos, un lugar

donde vivir.

Todos estos aspectos que componen un nuevo escenario, diferente al que conocí por primera

vez, condicionaron e influyeron de sobremanera el curso de la investigación. La entrada y

salida constante de las guerrilleras que tienen la posibilidad de hacerlo, implicó que muchas

de las mujeres se hubieran ido de imprevisto en el momento de mi llegada a la zona. Este

parecía no ser un inconveniente previamente, porque mi idea era seguir trabajando con las

mujeres que había conocido desde la primera vez. Pero en medio de los ritmos académicos, yo

olvidaba que sus vidas también son dinámicas, cambian rápidamente, razón por la cual,

algunas de ellas habían salido de imprevisto y otras simplemente habían abandonado el ETCR

en días recientes.

Por eso me enfrenté a establecer nuevamente relaciones con otras mujeres que no me conocían

y podrían no estar dispuestas a participar de la investigación. Establecer nuevamente

relaciones con mujeres desconocidas era todo un reto, porque, además, muchas

investigaciones, relatos periodísticos, han puesto el ojo en la población en reincorporación,

razón por la cual, nuestra presencia puede ser tediosa; entonces, existía ya una prevención

sobre quienes llegábamos de afuera. Es importante mencionar que a pesar de las diferencias

15 No necesariamente de la militancia en el partido, pero si de los lugares de concentración de la angitua

guerrilla.

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sobre las formas en las que nos habíamos construido como mujeres en nuestros contextos,

permanecían ciertos puntos en común; basados principalmente en la forma en la que éramos

leídas en ese espacio como mujeres. Además, mis condiciones sociales también fueron

determinantes, ser mujer, viajar sola y ser citadina, podían entenderse como posibles

debilidades frente a las que las mujeres atendieron extendiendo su solidaridad y recibiéndome

con gran acogida.

***

“Uno enseñado a la libertad, la sombra de la naturaleza, el aire y llegar uno acá”

La vinculación de las mujeres a una organización guerrillera, corresponde a múltiples razones

dentro de las que se deben incluir aspectos estructurales, pero también decisiones individuales.

Según Esguerra (2013), citada por (Barrera, 2014), se pueden identificar seis motivaciones

principales para ingresar en un grupo armado: el gusto por la vida militar, una situación

anterior de violencia intrafamiliar, la falta de perspectivas debidas al desempleo y a la

pobreza, la adhesión ideológica, el deseo de venganza o el resentimiento personal y el

reclutamiento forzado.16 (pp. 116-117).

En el caso de las mujeres entrevistadas, todas de origen rural, las razones expresadas por

Esguerra (2013), las alejaban de reconocerse en la vida civil. El primer contacto de las mujeres,

determinante para su vinculación, podía ser producto del tránsito de la guerrilla en los

territorios en los que la violencia política era más aguda, que coincidían con los lugares de

proveniencia de muchas de ellas; las relaciones del núcleo familiar también fueron importantes,

especialmente cuando existían referentes familiares vinculados previamente, pues generaban

un acercamiento a la experiencia guerrillera, haciéndola menos ajena a su realidad; incluso, la

cercanía previa podía ser tal, que unas nacieron y se criaron en la guerrilla, por lo que se han

construido como una mujeres guerrilleras. Sin embargo, así como había familias que creían en

el proyecto político de las entonces FARC-EP, otras reprobaban la decisión de las mujeres.

Entonces, además de las razones de seguridad durante la militancia guerrillera, muchas mujeres

perdieron contacto o relación total con sus familiares, porque se unieron a la organización en

contra de sus familiares.

Ahora bien, cuando su vinculación correspondía a las apuestas políticas de las entonces FARC-

16 Es necesario preguntarse si realmente su carácter es forzado.

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EP, usualmente, existía una militancia previa en partidos de izquierda y comunistas, cuya línea

política era similar. Sin duda, los fuertes impactos del conflicto armado sobre sus lugares de

proveninencia, hacen parte de su distanciamiento frente a la vida civil, pues en un escenario de

permanente guerra, las personas civiles podían ser sinónimo de personas fácilmente vulneradas.

Entonces, la vida en la guerrilla era, no sólo una posibilidad de tomar partida y enfrentarse a la

guerra que ya las había decidido involucrar; sino que también podía convertirse en un refugio

o en la opción de supervivencia frente a las amenazas, asesinatos y desplazamientos forzados

que vivieron de propia mano.

Entonces, todos estos factores que construían un distanciamiento de la vida civil,

paulatinamente generaban una ilusión que poco a poco se iba concretando en el reconocimiento

de la vida guerrillera como objetivo y deseo, que terminaba consolidando su decisión de

vincularse a la organización armada. El distanciamiento al momento de ingresar a la

organización, reaparece en escenario de reincorporación, pero incrementado por la identidad

construida durante la militancia guerrillera. exacerbada por los años de lucha armada que

configuraron las identidades de las militantes, en torno al proyecto político de la guerrilla y

fortalecieron su pertenencia a la guerrilla.

La reincorporación irrumpe en orden social de la guerrilla generando rupturas importantes en

la cotidianidad de las mujeres. La identidad que antes era clara y parecía homogénea, se

construía alrededor de la imagen del proletariado y de: la camarada, la compañera, que se

basaba en relaciones de género diferentes a las de la vida civil en varios aspectos. En primer

lugar, la base de la identidad guerrillera, se constituye a partir de la identidad política y de clase,

dejando de lado otras identidades. El no reconocerse bajo otras identidades, dificulta la

posibilidad de luchar en torno a reivindicaciones propias marcadas por otras categorías como

la raza y el género. Sin embargo, a su vez esta homogenización de la identidad, permite entablar

relaciones de complicidad, basadas en el sufrimiento, sacrificio y compromiso revolucionario.

(Dietrich, 2012) Su tejido social, construido principalmente a raíz de estos sentimientos y

valores, se ve amenazado y cuando reaparecen como ciudadanas civiles, se hace más evidente

su ausencia de relaciones con ese nuevo espacio, de forma que ellas no encuentran en la vida

civil esa estructura de afectos construida en su experiencia previa.

Sin embargo, si existe el reconocimiento como mujeres guerrilleras, principalmente

diferenciado de la socialización anterior como mujeres. Si bien sus decisiones están marcadas

por las dinámicas de guerra que atraviesan sus trayectorias de vida, la vida en la guerrilla abre

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oportunidades que no hubieran sido posibles fuera de la organización. Dentro de la misma

organización se generan espacios de mayor participación activa de las mujeres, en dónde

pueden ser reconocidas como sujetas políticas y acceder a escenarios y esferas de poder. Para

las mujeres en su militancia guerrillera logran ciertas ventajas respecto a las mujeres civiles.

En primer lugar, no son excluidas del proyecto colectivo a causa de su condición como mujeres,

genera espacios nuevos donde las militantes acceden a nuevas formas de poder y de liberarse

de dependencias y recibir reconocimientos. Dietrich (2012) Su militancia actúa como blindaje

frente a las fuerzas que le asignan posiciones de subordinación en el orden de genero de la

sociedad.

Ahora bien, a pesar de las rupturas que representan las relaciones en la organización, los

elementos que se transforman aportan a la construcción de relaciones más equitativas, pero las

raíces estructurales de la opresión de género, se mantienen intactas. Si bien se pretenden

subsumir las identidades genéricas bajo la identidad de “compañeros”, las diferencias de género

siguen siendo un eje ordenador de las relaciones sociales. De hecho, la reincorporación pone

de manifiesto las raíces encubiertas, pues después del proceso de dejación de armas e inserción

a la vida civil, el blindaje que representaba la organización se desestructura, pues ya no existe

una institucionalidad que garantice y vele por el cumplimiento de estas normas y prácticas.

(Dietrich, 2012)

Sin embargo, en este momento, los conflictos que se derivan de un proceso de implementación

que no se ha desarrollado en su totalidad, dan cuenta de la dificultad de reconocerse bajo una

única identidad. Muchas mujeres prefieren no ser reconocidas como excombatientes, pues

pareciera que esta negara su experiencia en la guerrilla le pusiera un punto final, cuando lo que

se puede evidenciar es que, así como la experiencia de la vida civil logra colarse en la

trayectoria como guerrilleras, su experiencia guerrillera, que, por cierto, abarca casi en todos

los casos, la mayoría de su vida, tiene muchas continuidades o es muy importante para el

espacio de reincorporación. Sin dudarlo, a ninguna le gusta la categoría de desmovilizadas,

pues esta las pone en un lugar de no movilidad, las desliga de la actividad militante. De forma

que esta es la categoría que rechazan en la mayoría de casos. Incluso, muchas de ellas siguen

reconociéndose como guerrilleras, pero se corrigen a sí mismas haciendo énfasis en que esta

corresponde a una experiencia antigua: “ahora que somos civiles”.

Incluso, Luisa ve su vida en la guerrilla como una experiencia muy cercana: todavía se siente

ser guerrillera. Por lo que identificarse por fuera de ese sentirse guerrillera no es factible. La

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construcción de identidad, como algo móvil, está en transformación, pero por supuesto

mantienen una línea de continuidad con su vida guerrillera, de la que no se puede desprender

en la reincorporación.

El proceso de reincorporación entonces implica que la identidad alrededor de la cual se

movilizan, se fractura y tiende a perderse. Sumado a ello, existen varios aspectos que hacen

diferenciada la experiencia de reincorporación de las mujeres, basadas en género. En primer

lugar, se instala una asimetría en la entrega de beneficios materiales e inmateriales en los

programas. Así mismo, en la mayoría de procesos de dejación de armas y transición a la paz,

se evidencia una subrepresentación de las mujeres, con consecuencias concretas respecto a su

participación dentro de la organización, pues estos procesos en muchos casos implicaron la

despolitización de las mujeres. Además, es frecuente que no se cuente con un lugar de llegada

posterior al proceso. (Dietrich, 2012)

Sin embargo, el paso por la guerrilla ya ha generado transformaciones en la vida de las mujeres

guerrilleras, de forma que: ellas valoran las vivencias y los aprendizajes en ese espacio; la

actitud crítica y reflexiva que asumieron frente a la realidad del país y su capacidad para

sacrificar sus proyectos individuales por los comunitarios, aunque son críticas de los

dogmatismos que rigieron las organizaciones y el privilegio del proyecto militar sobre el

político, impuesto en la orientación de la lucha. (Ibarra, 2008) Como se evidencia en el

Capítulo 2. El feminismo termina siendo una de las apestas colectivas no esperadas que resultan

después del proceso de paz.

La institucionalidad propia frente a la institucionalidad estatal

La vida en la reincorporación aparece como un retorno a la sociedad civil, que se contrapone y

trata de negar la experiencia guerrillera, en la mayoría de los casos, correspondiente a la mayor

parte de la vida de las mujeres. Han sido más sus años en la guerrilla, que en la vida civil, de

forma que en su retorno, los valores y objetivos de esta nueva vida, son ajenos. Era muy

ordenada la gente, era muy chévere, la educación. Y esa vida de esa a esta, es muy distinta y

uno extraña esa vida. Como se ha venido hablando, la guerrilla como comunidad, construyó

toda una institucionalidad que permitió su gobierno propio. Todo ese aparato previo de la

guerrilla para atender a sus necesidades, resolver conflictos, pierde importancia y validez,

cuando en la reincorporación, es la institucionalidad estatal la que aparece para velar por esta

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población. Las normas, los valores y las prácticas, guerrilleras se ven fuertemente afectadas

con la irrupción del orden de la vida civil. En gran medida, esta ruptura limita la identificación

y apropiación de los ETCR.

Ahorita sufro más que cuando estábamos como guerrilla porque nosotros, los que éramos guerrilla

sólo guerrilla, era muy unida y el respeto y todo. No digo que acá no respetemos, sino que acá ya

entra gente civil. Es otro ambiente, no es igual. Hay gente descompuesta, ya con mañas, con vicios,

cuando nosotros no éramos así. (Helena, entrevista personal, 19 de marzo de 2018. Anexo 4)

El encuentro de esos valores, también da cuenta de la oposición entre estas institucionalidades.

La forma en la que las antiguas FARC-EP se organizaron, estaba basada en comisiones múltiples que

se encargaban de garantizar los diferentes aspectos vitales de la militancia, asumidas de forma colectiva.

Sin embargo, en el escenario posterior a la guerra, la educación, la salud, la alimentación, pasan a ser

asumidas por cada militante y quedan a cargo de la institucionalidad estatal, que no logra garantizarlas

para todos los miembros. Antes era mejor mil veces, estudiaba uno, trabajaba, pero todos unidos,

ahora no. (…) teníamos la remesa ahí diaria, la ropa a diario, no necesitábamos mendigarle

al gobierno que nos diera la ropa, nosotros mismos nos financiábamos trabajando como fuera.

La pérdida de la institucionalidad propia, empieza a ser un factor de fragmentación de la propia

organización, pues anteriormente, también era sinónimo de autonomía y apropiación de la

misma.

El cambio del carácter de la institucionalidad guerrillera, también se ve reflejado en los estudios

guerrilleros que se daban en el marco de la guerra. Los conocimientos específicos, en especial,

los de salud, ahora no pueden ponerse en práctica en la vida en reincorporación, porque no han

sido validados en la institucionalidad civil. A pesar de las imposibilidades de formalizar estos

estudios, en especial cuando involucran educación superior, se mantiene fuerte la legitimidad

de quienes adquirieron formaciones específicas en la guerra. Incluso, en la cotidianidad es

evidente una mayor confianza hacia las personas que previamente hacían parte de comisiones

como salud, y no, hacía quienes representan la institucionalidad en estos aspectos. Alguien

viene por acá y me dice: me va a aplicar la inyección. Yo siempre sigo con esa solidaridad

como si estuviera allá. (…) Eso también se cayó. Aquí, internamente deberíamos tener nosotros

construido un hospital general, para nosotros, pero dónde está la plata. (Gina, entrevista

personal, 28 de marzo de 2018. Anexo 5)

Este tipo de prácticas dan cuenta de la importancia de la institucionalidad guerrillera puesta en

función, incluso en otros espacios al margen de la guerra. Los trabajos realizados durante su

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militancia armada, marcaron las trayectorias de vida de las mujeres, porque no se desligaron fácilmente

de ellos. Por el contrario, eran retomados con frecuencia cuando era necesario:

En la cárcel lo usé varias veces, porque el sistema de salud carcelario es precario, pésimo, si es

horrible para la gente que está libre no se imaginan ustedes cómo es la situación de los enfermos

en las cárceles, horrible. Y pues uno aplicando una inyección, haciendo una curación, dando una

pastilla, uno hace algo por la comunidad (…). Pero lo hacía por debajo de cuerda porque yo no

tengo títulos para hacerlo. (Yesica, entrevista personal, 29 de marzo de 2018. Anexo 2)

Entonces, si bien, por fuera de la guerra se empieza a dejar de lado la institucionalidad

guerrillera, esta permanece por medio de líneas de continuidad en la práctica. Así, la

experiencia guerrillera no tiene un final último en la reincorporación, porque la experiencia

civil se alimenta de la construcción de la organización durante la guerra, no parte de cero. Sin

embargo, prima la oposición de la experiencia previa, por lo que existe una permanente

negociación lo que se permite retomar y lo que no en la vida civil. Muchos de los aspectos

centrales de la experiencia guerrillera, más allá del hecho de estar en armas, que construían la

institucionalidad guerrillera, pasan a un segundo plano.

El trabajo político realizado por la organización también hacía parte del proyecto de la guerrilla

y por ende, representaba uno de los pilares constitutivos de la experiencia guerrillera que se

agota en el nuevo espacio. En las condiciones que presenta la reincorporación, la militancia se

ve desvinculada del trabajo previo de organización de masas. Ese espacio, que permitía mayor

conexión con la población civil, también era una de las apuestas por las que trabajaban las

mujeres entrevistadas. Así muchas no fueran las de la vocería en este escenario, porque más

bien cumplían un papel de acompañamiento, cuidado y apoyo a los trabajos campesinos, sí lo

consideraban como un espacio de gran importancia para la organización, ya que este podía ser

el lugar de concreción de las apuestas de la organización, por medio del trabajo con la población

en torno a sus necesidades específicas (escuelas, carreteras, ect.).

El qué hacer político posterior al Acuerdo Final de Paz, se transforma completamente y se

aboca un poco más a las ciudades, dejando de lado esas prácticas de contacto directo con la

población principalmente campesina. Por supuesto, la forma en la que la organización se

constituye como partido político, en medio de un país inmerso completamente en una lógica

de guerra, evidencia factores de seguridad que limitan su forma de hacer política. En ese

sentido, ya no se expone el proyecto de la organización por medio del mismo trabajo de

organización de masas que realizaban cundo estaban en armas. Además, previamente, la

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movilidad en el territorio, garantizaba la llegada a muchos de los lugares de mayor precariedad

y menor presencia estatal. Sin embargo, ahora el trabajo en las poblaciones más alejadas del

país, se ve limitado por los costos de transporte que también deben ser asumidos por el partido.

Por lo menos lo que nos reclaman los campesinos de los rincones, donde nosotros llegábamos

anteriormente, hoy ya no llegamos, entonces esa gente se siente distanciada de nosotros, (…) van

a decir que mientras tuvimos la necesidad de llegarles a ellos, les llegamos y ahora que ya no

tenemos esa necesidad, pues no les llegamos. (Luisa, entrevista personal, 19 de marzo de 2018.

Anexo 1)

Ante esas necesidades irresueltas de la población, las mujeres manifiestan su inconformidad

respecto a la falta de trabajo con las comunidades, pues estos espacios concretaban el quehacer

político de la organización comunista. El trabajo de organización de masas, era entonces, un

eje fundamental que estructuraba a la institucionalidad guerrillera y fortalecía la cohesión entre

militantes. De forma que la ruptura con esta práctica en la reincorporación, representa también

una fractura interna del ahora partido político.

Se acabó, si hay gente vinculada a la organización, pero no es tan amplia como antiguamente. (...)

Y usted qué va a dejar, un ejemplo, su estudio y su trabajo, que es el que le va a dar la comida, por

irse por ahí a nada, sin plata, que nadie le garantice nada. Entonces es triste como las FARC se

fue disolviendo ella misma en lo interno, por causa del no cumplimiento de los acuerdos. (Gina,

entrevista personal, 28 de marzo de 2018. Anexo 5)

Enfrentarse al nuevo escenario legal, ha implicado que el partido se vuelque hacía otras formas

de hacer política que en cierta medida dejan de lado las formas previas. Esta desidentificación

que implica alejarse de la forma de hacer política y de quienes eran sujetos centrales de sus

apuestas, debilita la organización en sí; termina siendo otro elemento de distanciamiento frente

a la causa que inicialmente las motivo a alzarse en armas.

Fragmentación de la jerarquía vertical

Si bien la reincorporación reafirma las experiencias comunes entre militantes, también implica

un proceso de fragmentación interna que corresponde a la ruptura de ciertas dinámicas

organizativas estables y permanentes en medio de la guerra. En ese sentido, la unidad, a la que

muchas hacen referencia con nostalgia, también estaba fuertemente ligada a la lógica de

verticalidad militar bajo la que se tomaban decisiones, o más bien, se seguían órdenes. Por

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supuesto, en el nuevo escenario, tal verticalidad se resquebraja y empieza a poner en tensión el

proyecto político de la organización

Como se desestructuró la lógica vertical bajo la que se construyó la organización, esta, tampoco

ha logrado establecer una forma concreta de tomar de decisiones en la práctica. Por una parte,

existe una permanente incertidumbre y decepción por no lograr el proyecto colectivo, al entrar

a la política electoral; esta se alimenta con el temor a que la militancia de base sea olvidada,

que ya muchas vienen manifestando. (Dietrich, 2012) Las consecuencias respecto a esta

debilidad organizativa, son expresadas por la militancia de base, que permanece a la espera de

información, o simplemente un papel más activo por parte de los mandos altos y medios. La

falta de orientaciones de los antiguos mandos, alimenta la incertidumbre de la militancia, que

requiere claridad respecto a sus necesidades concretas en el ETCR. Unos porque están en

política y otros porque les dieron las camionetas y ya con eso los compraron y las pobres tropas

es las que estamos aquí llevando. (…) Hubieron camaradas, los jefes yo creo, que dijeron,

claro hagámosle y ahí estamos pagando el precio, ellos no lo están pagando. (Diana, entrevista

personal, 29 de marzo de 2018. Anexo 3)

Aunque los anteriores comandantes corresponden en su mayoría, a cargos que expresan sus

posiciones de poder dentro del Partido político FARC, ya no mantienen la misma la

comunicación con la militancia en general que cada vez está más alejada de la información.

Entonces, empieza a configurarse y hacerse visible una brecha cada vez más amplia, entre la

militancia de base y los mandos, quienes tienen una creciente pérdida de su autoridad, cuando

se desligan de la guerra. Además, su deslegitimidad se afianza especialmente, cuando ellos, no

atienden a las necesidades de quienes, durante muchos años, les apoyaron y siguieron.

Esta sensación de abandono, se profundiza con todos los problemas que han aparecido en el

proceso de implementación del Acuerdo, pues profundizan la brecha entre mandos y militancia

de base. Con todos los inconvenientes e incumplimientos en la reincorporación, las bases no

se sienten plenamente recogidas en los puntos de lo acordado, aunque más específicamente, en

la forma en la que se llevó a cabo la ejecución de cada punto; porque no atendió a los

compromisos de ambas partes, sino que exigió mayor cumplimiento por parte de la guerrilla

en reincorporación, que, por parte del gobierno, al que no se le exigió con suficiente

vehemencia. Entonces, las condiciones de vida de la militancia, la liberación de los presos del

ahora partido político, que en este momento está dependiendo del gobierno, dan cuenta de lo

que para ellas corresponde al olvido de las bases.

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Unidad erosionada: Nostalgia y Soberanía Previa

La reincorporación fragmenta la organización, cada vez más afectada por la alta deserción de

los ETCR; en Mesetas, anteriormente se contaba con más de 500 exguerrilleros y

exguerrilleras, de los que restan menos de la mitad. Ante la ausencia de oportunidades

laborales, el aumento de los gastos, y la falta de claridades respecto al desarrollo de la

implementación, la cohesión de la estructura militar se va desvaneciendo.

Frente a este escenario, la nostalgia como sentimiento frecuente cuando las mujeres recuerdan

su experiencia guerrillera. La nostalgia expresa una vez más la lejanía que ellas sienten respecto

la vida civil; pero especialmente, ese sentimiento refleja la pérdida de autonomía que

garantizaba la colectividad y la soberanía que podían ejercer sobre los que se configuraban

como sus territorios. Como en tiempos de guerra, la unidad era la regla, la construcción del

territorio, estaba asociada justamente a esa colectividad; el territorio era entendido como tal,

en tanto que daba sustento a las relaciones sociales entre la militancia de la organización.

Entonces, no correspondía a un espacio físico estático y concreto, sino que sus límites se

vinculaban con los lugares frecuentados, conocidos, pero especialmente, los lugares

significativos en tanto que construían también identidad.

De la guerrilla hay muchas cosas que extraño. jmmm Extraño la unidad que manteníamos, la

armonía. Pues ahorita hay, pero muy poco. (…) En cambio, allá se mantenía como más juntos

entre los guerrilleros, para los trabajos. Todo era en colectivo. La selva, respirar aire fresco. No!

La verdad yo extraño muchas cosas, muchas cosas de la guerrilla. (Luisa, entrevista personal, 19

de marzo de 2018. Anexo 1)

La fragmentación de la organización debilita su presencia, pero principalmente, es decisiva

porque rompe con los lazos sociales y familiares tan fuertemente construidos durante la guerra.

Entender a la organización como la propia familia, implica que la ruptura del tejido social que

viene sucediendo en la reincorporación, también debilite y ponga en duda las identidades que

se construyeron como arte de la vida militante. Usted encuentra la segunda familia, mujeres

que ama como sus padres, como su madre, hombres que ama como sus padres. (…) Y ya en la

vida civil se ha acabado. Ellos se van. Se pierde ese contacto. (…) En cambio, allá permanecía

la unidad. (Gina, entrevista personal, 19 de marzo de 2018)

El trabajo político, uno de los pilares que sirvió de base para esa construcción identitaria, hoy

desaparece ante la imposibilidad material de llevarla a cabo. Esta falla en la estructura, debilita

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completamente a la organización y limita la posibilidad de reconocerse en el espacio que

configura el ETCR. Partiendo por pensar que el espacio es construido, pero a la vez construye

relaciones sociales. Las transformaciones espaciales derivadas del proceso de transición a la

vida civil implican muchos más ámbitos de la vida en la organización. La relación con los

espacios, con la naturaleza, cambia completamente en la reincorporación, y se limita

principalmente a las actividades agropecuarias que se estén desarrollando en el marco de los

proyectos productivos.

Una primera tensión espacio/temporal que se puede reconocer en este proceso es el paso de la

vida en movimiento, a una sedentaria. Mientras antes las relaciones se daban en el marco de un

territorio amplio cuyas fronteras no correspondían a la configuración administrativa, sino más

bien a las fronteras demarcadas por la guerra, ahora, el espacio es delimitado y controlado por

el Estado. La relación con el Estado ahora, está ligada a una cierta dependencia que cambia

completamente las formas de gobierno interno de las antiguas FARC-EP. Esto implica que el

acceso a servicios públicos, a derechos como la alimentación, las formas de resolución de

conflictos, y demás aspectos que se tramitaban por parte de la misma organización, ahora

depende plenamente del Estado. Pero, además, implican la irrupción de lógicas mercantilistas

en sus vidas. Durante la vida como guerrilleras, la posibilidad de relacionarse y conocer la

diversidad natural en el país, los paisajes, el agua, los pájaros, son razones para recordar con

nostalgia. La relación previa con el espacio, también es regulada por el Estado.

Todos estos elementos que representan el contraste entre la vida civil y la vida urbana y que

son materializados en la espacialidad de los ETCR, son determinantes para que las y los

excombatientes, no se reconozcan plenamente en ese lugar. Sin embargo, al mismo tiempo, el

ETCR es ambivalente porque también simboliza el escenario más cercano a la experiencia

guerrillera, que ocupo gran parte de sus vidas. El ETCR se establece como el lugar de

reincorporación, de reconocimiento de las personas que fueron parte de la guerrilla. Pero

también establece el vínculo con lo civil, que niega su experiencia anterior. Así mismo el ETCR

pone en conflicto la libertad, pues si bien ya se ha cumplido el tiempo en el que las y los

excombatientes no podían salir de la zona, por razones jurídicas, de seguridad, ellos no salen

permanentemente, su movilidad se ve restringida.

El conflicto que representa ese binarismo del ETCR, se hace más evidente cuando las mujeres

salen de la zona para visitar a sus familias. Hace como 3 meses estuve afuera, donde la familia

de mi papá, que son puros indígenas por Cundinamarca viven ellos. Duré 8 días no más, pero

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no me aguanté más, no porque ellos sean regañones ni nada, sino porque es como estresante,

no, esa no es vida pa mí. (Diana, entrevista personal, 18 de marzo de 2018. Anexo 3) A pesar

de que, en la mayoría de casos, ellas no veían a sus familiares desde su ingreso, el referente de

hogar sigue siendo el ETCR, incluso sabiendo todos los conflictos que representa ese nuevo

espacio.

Especialmente porque es en este lugar en donde se materializan las políticas de reincorporación

que tienen un marcador de género contundente. En la reincorporación, las mujeres

combatientes afrontan múltiples marginaciones que no son casuales, y más bien, son

sistemáticas, recurrentes y se mantienen a pesar de las diferentes razones de la terminación del

conflicto. Estas políticas excluyentes, así como las estrategias de resistencia frente a ellas,

varían según clase, raza, edad, educación y orientación sexual; y radican principalmente en: 1)

una asignación desigual beneficios económicos, 2) la marginación en espacios de participación

política, 3) la trivialización de sus aportes. Estas desigualdades se pueden intensificar con crisis

económicas o campañas electorales. (Dietrich, 2012) Justamente el escenario actual en el que

se encuentra el país.

Entonces, el periodo de no guerra, resulta mucho más complejo que la terminación del conflicto

armado, pues va haciendo cada vez más evidentes problemáticas internas de la organización y

las tensiones derivadas de la burocracia estatal que no ha tenido voluntad política para

resolverlas. Entre otras, porque conoce las ventajas que le representa la fragmentación y

debilitamiento de una las organizaciones de más permanencia a lo largo de los últimos 50 años,

en oposición a la democracia liberal.

Toda esta situación se puede englobar por medio de un análisis que tiene como base la idea de

que existe una producción política de la humanidad, que se ratifica y se reproduce a través de

sistemas de significados y reconocimientos que definen qué cuerpos son humanos y cuáles no.

(Butler, 2010) El género hace parte de las categorías que definen esa humanidad, pero también

lo es la posición frente a la democracia liberal. De forma que la situación de precariedad que

viven en este momento las exguerrilleras, responde a este principio, que de por si, ya les resta

su carácter de humanidad y legitima las acciones desiguales que han fragmentado la

organización.

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6. Conclusiones

Los estereotipos y roles de género han alejado a las mujeres de ciertos ámbitos de la sociedad

y las han concentrado principalmente en espacios ligados al cuidado y la reproducción. Es por

ello que se analizan los trabajos realizados por las mujeres en la organización. Este análisis,

reclama la necesidad de tener una perspectiva interseccional que reconozca la yuxtaposición

de opresiones, configuradas en la matriz de dominación. En ese sentido, las opresiones no se

pueden entender como condiciones sociales separadas que sumándose explican las

experiencias, sino que deben pensarse como una imbricación de categorías que se entretejen

marcando las experiencias de las mujeres por sus condiciones de edad, raza, lugar de

proveniencia, clase e incluso, como es analizado por Butler (2010), por su oposición frente a

la democracia liberal. Entonces, no se es por una parte mujer, por otra joven y por otra

guerrillera, sino que se mujer, guerrillera, joven, madre, al mismo tiempo.

Con base en las experiencias comunes que surgen a partir de su lugar de enunciación, la

militancia de la guerrilla construye una identidad alrededor del ser proletario. Las demás

condiciones sociales se subsumen ante esta gran categoría, que se basa en la idea de una

opresión principal, de la que se derivan las otras, a saber: la contradicción entre clases. Sin

embargo, aunque existe una homogenización, no se puede pensar en una identidad estática que

se encaja solamente en los pilares de la organización, pues en la práctica, se viven las

opresiones y los privilegios de forma diferenciada. Es común que se llegue a pensar que debido

a la tendencia a homogenizar la identidad alrededor del ser proletaria, militante y camarada, se

anulen las desigualdades correspondientes las demás categorías, o se instalen concepciones

menos dicotómicas al respecto. (Dietrich, 2012) Aunque es importante destacar que por

ejemplo el proceso de paz abrió paso a generar reflexiones que obliguen a pensar de forma más

amplia el género. No hay nada más equivoco, pues, contrario a ello, esa homogenización

disfraza algunas prácticas, desconociendo sus raíces en las dominaciones de grupos sociales

frente a otros; por el contrario, el género sigue siendo un eje rector de las relaciones en la

organización.

Si bien las mujeres no se reconocen bajo una identidad particular, pasar por la militancia en la

guerrilla, si fue determinante para su construcción como mujeres. La feminidad insurgente

construida durante su militancia, se basaba en una experiencia diferenciada de la socialización

que tuvieron en la vida civil, especialmente en los siguientes puntos: división sexual del trabajo,

participación política, régimen de género y relaciones de raza/etnicidad.

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A primera vista parece que la división sexual del trabajo se desdibuja bajo la lógica militar de

la organización, en la que toda la militancia se encargaba de las tareas requeridas, sin distinción

alguna. Sin embargo, en esta asignación de trabajos operan preconceptos sobre las tareas más

aptas para cierto grupo de personas. Justamente los trabajos del cuidado y la política

reproductiva dan cuenta de la división sexual del trabajo implícita en diferentes aspectos de la

organización. En primer lugar, la maternidad tiene un doble carácter que se pone en tensión

con la militancia. Por una parte, algunas priman el proyecto político, sobre la idea de ser

madres, lo que conlleva a una desnaturalización de la maternidad sobre los cuerpos femeninos.

Por otra parte, las mujeres que han tenido hijos, ya sea durante la militancia o durante la

reincorporación, se acogen a la idea esencialista de que el cuidado de los hijos es mejor

desempañado por las madres, incluso, a pesar de que muchas estuvieron alejadas de sus hijos

durante sus años de militancia.

Sin embargo, la maternidad también tuvo otro carácter, tener hijos en medio de la guerra podía

ser una forma de rechazo a la política reproductiva de la organización, otorgándole contenido

político a esa decisión. Cuando esa decisión no era tan clara, la maternidad también era

fuertemente despolitizada; se esperaba que fuera asumida por las madres, de acuerdo con los

trabajos a los que se las asocia facilitando lo que Dietrich (2012) denomina, paternidad

irresponsable.

Ahora bien, se considera que las mujeres podían encontrarse en un papel más activo dentro de

la organización, o más bien, que abrieron más espacios para su participación política. Sin

embargo, los aspectos estructurales limitaban el acceso de mujeres al escenario más fuerte en

estos términos, representativo también por su conexión con la vida civil, la Organización de

masas. Las comisiones encargadas de estas tareas, eran en su mayoría de hombres. Aunque

eran pocas, había mujeres que se encargaban de las charlas con la población, en muchos casos,

porque previamente habían tenido cercanías con escenarios similares, antes de su ingreso a la

organización. Sin embargo, la mayoría dejaba de lado su participación, siguiendo los

estereotipos y la construcción social del género, que las desvinculaba de estos escenarios

públicos. La pena, los nervios y las inseguridades, daban cuenta de esas razones estructurales

presentes en este tipo de escenarios.

También era cierto que las mujeres participaron de esta comisión, pero con una función

“secundaria”, acompañando el trabajo de los hombres que la conformaban. Los trabajos del

cuidado, reaparecen aquí, como parte de la división sexual del trabajo; ellas acompañan a sus

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parejas afectivas, para velar por ese cuidado que va más allá de las labores domésticas, pues se

trata del cuidado emocional que, por su dimensión menos física y visible, suele ser ignorada-

Pero sí que corresponde a la asignación de trabajos según el género.

Sin embargo, como estas relaciones no son homogéneas, la participación de las mujeres en

estos espacios, también fue importante. Incluso, en el escenario de reincorporación, estos

espacios, fueron referente para la construcción de apuestas colectivas en torno a

reivindicaciones concretas de las mujeres en la organización. Tanto así que, en otras

experiencias de reincorporación guerrillera, las apuestas feministas terminaron siendo un

resultado, no esperado de la reincorporación.

Por supuesto, la experiencia de militancia armada de las mujeres, también las desligo del

espacio al que estaban tradicionalmente asociadas y las puso en escenarios, no solo públicos,

sino además de mandos, principalmente medios y bajos en la verticalidad militar. Estas

posiciones de poder sobre la vida de otros, en algunos casos eran conflictivas, porque los

hombres rechazaban su autoridad, disfrazándola de mal genio o simplemente desacatando sus

órdenes. Sin embargo, en esos casos la organización servía como blindaje y reafirmaba la

posición de poder de estas mujeres destacadas.

La feminidad insurgente como identidad de las mujeres de la organización se construyó de la

mano de una forma de concebir, habitar y vivir el espacio, el tiempo y el territorio. En ese

sentido, el espacio de la guerrilla, puede entenderse en dos vías. En primer lugar, una relación

con el paisaje, con los lugares habitados; en segundo lugar, por la configuración de los espacios

públicos y privados de la organización, que se transforman en la reincorporación. Por un lado,

se construye un territorio en el marco de la guerra, que, si bien tiene una materialidad sobre los

lugares más frecuentados, los lugares seguros, los pueblos que los recibían con agrado; en

realidad, el territorio se encuentra y se confunde con la organización misma. La identidad

construida durante su militancia, da cuenta de que el territorio es y está con la organización.

Las relaciones de los espacios públicos y privados, también se dibujan a partir de los límites de

la organización misma. La relación con la vida civil, representa el espacio público, mientras

que lo privado parece estar contenido en el marco de la organización misma. Durante el periodo

la guerra, la configuración público-privado transversalizada por el género, era visible en las

relaciones afectivas con población civil. Para las mujeres, la prohibición de estas relaciones era

mandato, la normatividad y la sanción social operaban con gran rigurosidad, mientras que, para

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el caso de los hombres, este requisito era más flexible. Casualmente los contactos de las

mujeres con ese espacio público y civil, eran mucho más reglamentados y vigilados. En el

fondo se encontraba el presupuesto esencialista que asigna a las mujeres a los espacios

privados. No es necesario que estos espacios estén delimitados por fronteras geográficas, para

que se mantengan las lógicas patriarcales, pues las relaciones sociales dan cuenta de los lugares

a los que se supone que pertenecen ciertos grupos.

Ahora bien, partiendo de que la división entre público-privado, no es rígida ni estable, podemos

decir que hay situaciones en las que se yuxtaponen. En la reincorporación, el espacio

doméstico, la casa, se opone frente al espacio exterior compuesto por las calles, el aula, los

cultivos, demás. A la vez, el ETCR se opone como espacio privado que enmarca a la

organización, frente al espacio exterior, el espacio público. Nuevamente el ETCR, como lugar

de la antigua guerrilla, establece los límites de lo públicos y lo privado, manteniendo la

asignación genérica de los espacios. La referencia de la organización como familia, no solo

expresa las relaciones emocionales entre militantes, sino que da cuenta de la configuración de

la espacialidad pública/privada y por ende, la asignación de roles genéricos vinculada a ellas.

La división espacial del mundo occidental entre la casa como espacio privado y la vida pública

del trabajo remunerado, ha dado cuenta de la asignación de atributos a hombres y mujeres. En

el caso del ETCR, las jerarquías espaciales, ubican el trabajo reproductivo, no solo fuera de la

casa, sino fuera del ETCR mismo. Los espacios profundizan las lógicas de exclusión/inclusión

que configuran las identidades, modulándolas. El espacio se constituye entonces como una

variable más a incluir en el análisis interseccional. El lugar, que ocupan los sexos afecta la

planificación de los espacios, en donde los lugares masculinos y femeninos se distinguen por

su estatus (McDowell,1999)

Ahora bien, el ETCR, se constituyó no solo como un lugar de agrupamiento y vivienda, sino

como un lugar estratégico geográficamente, cercano a poblaciones de histórica presencia de las

FARC-EP. De forma que un poco, la apuesta de la organización, apuntaba a consolidar estos

lugares, como territorios de disputa frente al orden hegemónico, y de ejercer soberanía propia

a través de la institucionalidad previa. Sin embargo, son pocos los casos de militantes que ven

en el ETCR Mariana Páez, un lugar de construcción de sus proyectos de vida, pues no son

muchas las certezas que se tienen allí. Los temores sobre la seguridad, la vida laboral, la

propiedad de la tierra, fragmentan estas posibilidades y refuerzan las ideas de salir en busca de

un lugar de residencia. Además, la alta deserción de militantes de las zonas, implica la ruptura

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del tejido social que daba sentido y sustento a la permanencia en el nuevo espacio.

Sumado a ello, el cerco que representa el ETCR, como espacio que ahora es dominado por el

Estado, conflictúa y desarticula la institucionalidad que la guerrilla construyó durante tantos

años de permanencia en las montañas. La normatividad es ahora impuesta y aunque este

espacio representa lo más cercano a su experiencia guerrillera, en realidad es un espacio de

tránsito en el que son muchas las amenazas y pocas certidumbres.

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