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N or be rto Alcover, S. J. (ed.)

PEDRO ARRUPEMEMORIA SIEMPRE VIVA

Ediciones f f J Mensajero

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Está prohibida por ley la reproducción, almacenamiento o transmisión, total o parcial, por cualquier medio o procedimiento técnico,de esta publicación -incluido el diseño de la misma y las ilustraciones- sin permiso expreso del editor.

Con el permiso del P. Isidro González Madroño,provincial de España de la

Compañía de jesús.

Portada y diseño: Alvaro Sánchez

El cupyrighl de los textos incluid os en esie vol um en co rre spo nd e ¿i su;-autores

© 2001 Ediciones Mensajero, S.A. - Sancho de A/.peitin, 2 - 48014 BilbaoE-mail: [email protected] Web: http://wvvvv.mensaiero.com ISBN: 84-271-2416-3Depósito Eegal: BE 2135-01Printed in Snain

Impreso en: R.G..V1. c/ Larra mend i, 4 - 48012 Bilbao

Des de la gra t i tud y la adm irac ióndedicamos este l ibro al H. Rafael Bandequien, de forma tan sol íci ta y tan cariño

cui dó del P. Ar ru pe d ur an te su largapenosa enfermedad . Nadie como es te f

compañero conoció en profundidad e l mis tedo nd e se mov ía e l anc iano a l que a tend

Ambos, ya en la gloria de Diospros egu i rán su en t rañable y f ra terna amis t

«Puede s estar seguro: si de joven, tú misino te poníasel cinturón para ir a donde q uerías, cua ndo seas viejoextenderás los brazos y será otro el que te ponga un

cinturón para llevarte donde no quieres»(El Señor a Pedro, en Juan 21,18)

Nuestra gratitud a quienes con sus palabras de ánimo colaboraciones escritas han permitido que este libro llebuen puerto, y especialmente a María Teresa Simón Lpor su permanente contribución personal.

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índice

Prólog o (Ignacio Igle sias S.j.) 1

Presen tación (Norb erto Alcov er S.J.) 1Las fechas de Pedro Arrupe (Pedro M igu el Lamet S.J.)

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

• «El Magníficat del P Arrup e», hom ilía del P Peter-1 lanKolvenbach en las exequias 37

PRIMERA MEMORIA:

LA DIMENSIÓN INTERIOR DEL P. ARRUPE

1. Jesucristo, en El sol o... la esperanza 47

A) Aproximación analítica: «El Cristo de A rrupe» , de Ignacio Iglesi as S.J 47

13) Textos de Arrupe:Jesucristo, inspiración del jesuíta 5Jesucristo, clave del Evangelio 5

C) Testimonio personal: Alfredo Verdoy S.J 53

D) Oración: «Invocación a Jesucristo mod elo» 57

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2. Vida religiosa, la urgente renovación

A) Aproximación analítica: «Dios, mu ndo , misión: el sentidode la renovación arrupista», de Ignacio Ellacuría S.J. ..

B) Textos de Arrape:El éxodo de la Vida ReligiosaSer y estar de la Vida Religiosa

C) Testimonio personal:Eduardo Briceño S.JJesús María Lecea Sch. P.Vincent O'Keefe S.J

D) Oración: «A los diez años de ser Su perior General»

3. Iglesia ante la contradicción

A) Aproximación analítica: «El Padre Arrape, testimonio pro-félico de los tiem pos n uevos» , de B artolomeo Sorge S.J. .

15) Textos de Arrape:Iglesia, manifestación del servicioEsperanza y frustración planetariasResponsabilidad de los cristianosSer misionero hoy

C) Testimonio personal:

Mons. Teodoro UbedaJosé María Guerrero S.JJean-Yves C alvez S.J

13) Oración: «Ho milía a los cincuenta años de ser jesuíta» ...

4. Vaticano II, esa alta exper iencia

A) Aproximación analítica: «Una figura clave del p ostco ncilio», de Pedro Ferrer Pi S.J

B) Textos de Arrape:Dinamismo del postconcilioTres dimensiones europeasEl Corazón de Jesucristo, centro del misterio crístico ..

C) Testimonio personal:Joaq uín Barrero S.J 104Juan Luis Blan co S.J 105

D) Oración: «Al presen tar su renuncia» 10

5. El miste rio interior, de utopía en utop ía 109

A) Aproximación analítica: «Un hombre para la utopía», deNo rbe rto Alcov er S.J 109

B) Textos de Arrape:Experien cia radica l de la voca ción 1La Trinidad com o mo delo persona l 1Servicio a los dem ás, servicio al Reino La carid ad/a mo r conforma la Com pañía

C) Testimonio personal:Darío Mo lla S.J 123Jua n Luis Veza S.J 124

D) Oración: «En La Storta, tras renun ciar» 12

SEGUNDA MEMORIA:

LA DIMEN SIÓ N PLANETARIA DEL P. ARRUFE

6. Evang elización, fe y justicia 133

A) Aproximación analítica: «Hombre de Dios y hom bre delos hom bre s», de Jon Sob rino S.J 1

B) Textos de Arrape:

Radicalidad en el com partir 13La mise ricord ia, sub lim ació n de la justicia Entre la carid ad y la justicia 13Prom oción de la justicia y pro pag ació n de la fe

C) lestimonio personal:Alva ro Ale ma ny S.J 142Ángel Ca mi na S.J 143Simón DeclouxS.J 143

D) Oración: «Oración en H Corp us Chrisli» 1

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7. La realidad real, luces y sombras 147A) Aproximación analítica: «Vida y muerte de un profeta»,

de M anu el Alcalá S.J 14713) Textos de Arrupe:

La ma yor equivo cación posible 156Contestación eclesial 156Dispo nibilidad y estabilidad 156

C) Testimonio personal:Luis Esp ina S.J 157Ed ua rdo Serón S.J 158

D) Oración: «Consagración de la Compañía al SagradoCorazón» 159

8. Ese futuro, los signos de los tiempos 161A) Aproximación analítica: «Carta no enviada a Pedro Arru

pe», de José Ignacio Go nzále z-Fa us S.J 161

13) Textos de Arrupe:El proble ma de las mas as trabajadoras 164Iglesia y secula rizació n 165Dime nsiones de la inculturación 166Sobre el análisis ma rxista 167La Com pañía ante los refugiados 169

C) Testimonio personal:Alfonso Álva rez Bolado S.J 170No rber to Alcover S.J 172

D) Oración: «Sób rela mu erte» 1749. Los jesuítas: la necesaria id entid ad

A) Aproximación analítica: «Los horizontes de sus pasiones»,de Ign acio Iglesia s S.J 175

13) Textos de Arrupe:Definición de la esp iritu alid ad ignacian a 182De la necesaria expe riencia de Dios 182Ese carisma conce dido por el Padre 183

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C) Testimonio personal:Mon s. Rem bert G. Weakland O.S.B 1

D) Oración: «A la Trin idad» 187

10. Sacerdocio, esa mística implacableA) Aproximación analítica: «Lo que permanece», de Ignacio

Salv at S.J 191

13) Testimonio personal:Ignacio Arreg ui S.J 201Juan An ton io Estr ada S.J 204

C) Oración/Texto de Arrupe:«Mi catedra l» 204

ÚLTIMA MEMORIA:TESTAME NTO CREYENTE DEL P. ARRUPE

Confidencias de un enfermo: Las últ imas declaraciones dePedro Arrup e 221Texto original, escrito, a manera de diario, por el biógrafo nuestro protagonista, Pedro Miguel Lamet S.J 223

CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR

«Gracias por los años de amistad e inspiración». Carta dMons. Rembert G. Weakland, ex-Superior General de lbenedictinos 253

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Prólogo

«Traer la memoria sobre...», «traer en memoria», «traer a la m emoria». Así reclama reiterad ame nte Ignacio de Loyola eEjercicios Espirituales la utilización de la memoria, insustitble en un proceso y en una espiritualidad que tienen matriz la historia y que se nutren de la experiencia viesa historia como lenguaje de Dios.

Y es que, desde qu e Dios no sólo acom paña y precedinfinito respeto la historia de cada ser humano, convirtila con él y enseñándole a convivirla, sino que El mismoce historia de tod os, el hombre no pue de cortar con esaria sin romper su propia identidad y sin perderse. Es lo sucede cuando pierde la memoria.. . Ése fue precisame

drama del hombre del Antiguo Testamento: olvidar. Borrar lapresencia del pas ado d e Dios en y con él: «Acuérdate de todo elcamino que Yahveh, tu Dios, ha ¡¡echo contigo...» (Dt 8,2). Siempre que olvidaba, el pueblo regresaba, como un autómprimitivismo de la idolatría. Por eso, el gran servicio nuo de los profetas fue despertar y reorientar la memocordando cosas obvias: «¡Recuerda, Israel... Recuerda, Israel

La memoria es frágil, por lo común, en el ser humamás, cuando, como hoy, el hombre ha inventado colosachivos de datos, que se dedica a almacenar, pero que no

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tiempo de procesar. Su misma prisa (y la de sus aparatos) poralmacenarlos le imposibilita el revivirlos. Paradójicamente,cuanto más almacena, más olvida. Y cuanto má s olvida, má s seempobrece su calidad de vida. Este es su drama. Porque, si esevidente que el ser hum ano no pued e vivir de . memo ria (de espaldas al futuro), no es menos evidente que no puede vivir sinmemoria. Significaría autocondenarse a cuna y chupete perman entes, a recibir de otros pasiva men te su historia, pero no arealizarla por sí mismo, y a estar empezándola siempre, desdecero, como si no hubiera pasa do nada . Y ha pasado mucho .

La importancia que Ignacio asigna a la memoria en su pedagogía, reside en el descubrimiento de su función retroali-mentadora. El caudal inmenso de la vida -«la acequia deDios»- p asa todo s los días a raudales po r encima del homb re,en el torrente de su propia historia. Pero no le riega. Y acabaarrastrando muc ho, pero haciendo germinar poco. Y es que lahistoria realmente la vivimos cuando conscientemente la registramos como voz y llamada de ese Otro que nos habla des

de el hondón de todas las cosas de todos los días.La presente obra se ha propuesto ayudar a esa función re-troalime ntado ra d e la me mo ria. Y no para ha cerno s re-vivir,por pu ra nostalgia, cosas que ya vivimos y que se nos han perdido en el mar del olvido, sino simplemente para hacernos vivir, por primera vez, caudales de vida que nos han resbaladopor encima, es decir, que, de hecho, todavía no hemos vivido.Y que son de ho y mism o. Nos sucede , de hecho, esa vida cu ando la memo ria no s pon e los hechos, en que se desarrolló, delante de los ojos y cuan do log ramos descifrar su mensaje.

Pedro Arrupe S.J. es uno de esos caudales, que no ha pasado, si nos otro s no lo dejam os pasa r. Y no por cons ervarlocomo pieza preciosa de museo, sino porque -denso de vidacomo vivió su historia- anticipó realidades que hoy nos ocupan y nos preocupan, que son de hoy mismo, y de mañana, yde todos. Su caudal fue siempre de río manso, pero de anchasorillas. Pero hubo dos momentos (los últimos de su vida) enque se desbordó: el primero ruidoso, de torrente inundandollanuras y abriéndose camino entre numerosos obstáculos(1965-1981) -acababa de recibir la cascada de Dios del Vaticano II-; el seg un do , y final, silencioso, pero ho nd o, el de su de -

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sembocadura en Dios (1981-1991). Pero también enarrastrando consigo y dentro de sí a muchos.. .

Regó mucho, hizo germinar mucho. Pero aún hay mcaudal por aprovechar.. . trayendo la memoria... Ya otro granprofeta del Nuevo Testamento, Mons. Hélder Cámara, bajado el telón que retiró a Pedro Arr upe del escenario,voz y alertó a los jesuítas de Brasil: ¡No olvidéis a Arrupe

En este horizonte de necesidad humana profunda -cuan do se trata de la historia de la propia salv ación- ha cribirse la presente obra. Norb erto Alcover la concibió, ñó y la realizó como texto de vida y para contagiar vidauna historia pa ra leer, ni un e nsayo de reflexión cristianpoblar la inteligencia. Contiene esos ingredien tes, ciertapero, a la manera de Ignacio de Loyola e inspirándose pretende encender y orientar un proceso interior de dDios-hombre, hombre-Dios, por mediación de Pedro Amiembro de esa «ingente muchedumbre de testigos» (Ileb 12,1)que nos precede y en medio de la cual caminam os... c

metidos (ésa es la infinita confianza que Dios ha dado almano) en mejorar y cambiar este mundo.Norberto Alcover ha concebido la obra presente co

texto pa ra «ejercitarse» en echar raíces en Dios (Primera Meria) y en vaciarse con El por el ser hum ano (Segunda M eEs el cue rpo central d e la obra, desarro llado e n diez «capverdaderas meditaciones ignacianas. Empieza con una composición de lugar («aproximación analítica») obra de personastuvieron un conocimiento más directo de Pedro Arrupelos piados de meditación (textos del propio P. Arrupe); «breve y su

maria declaración» (San Ignacio) del contenido de esos texbase a testimonios vivos, y en su mayoría actuales, de le trataron; para terminar d e nuevo con el Coloquio, otra vez oraciones vivas de Arrupe. Una Tercera y última Memoria -Testamento creyente de Arrupe la titula No rbe rto- forma parte de l rio personal en el que Pedro Miguel Lamet, S.J., su biógrafo, recoge sus entrevistas con Arrupe enfermo. Errano de 1982, justo un año de spués de su trombosis, cuandmet trabajaba en la biografía de Arrupe. La carga testimesos primeros pasos de su calvario de diez años salta a y fácilmente enciende u na cordial contem plación.

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Es mi libro para ser leído a sorbos, dejándose llevar, mediante un a sencilla lee tío divina, a una experiencia espiritual d eoración. Es necesario -también en el mundo de la Iglesia y dela vida cristiana a todos sus niveles, y muy especialmente ené l- curarnos de la epidemia febril de «hacer y archivar» o «producir almacenar usar y tirar...», causante de una difusa anorexiaespiritual que nos rodea y salpica debilitándonos, y que acabamatando. Necesitamos, como el aire, poner raíz a toda nuestraacción, interiorizar, «sentir y gustar internamente» (San Ignacio)los por qué s y para qu és de las cosas y, sobre todo , el «por Quiény para Quién» de todo y de todos. Y, al mismo tiempo, mirar anuestro alrede dor al que no tiene. Es un indicad or que Juan Pablo II nos ha clavado en el recodo de un nuevo milenio y paraayudarnos a emprender su subida animosamente: «Es importante que lo que nos propongamos, con ¡a ayu da de Dios, esté fundado en ¡a contemplación y en la oración» (El Nuevo M ilenio, 15).

Elay, naturalmen te -en Arrupe y en torno a Ar rup e- m ucho más caudal que el que ofrecen estas páginas. Evidentemente no fue pretensión del autor agotarlo, sino hacer correrde nuevo un agua que no es agua de mesa para quien se lapue da propo rcionar, sino agua de m anantial abierto a todo elque quiera saciar alguna sed, de tantas como nos angustian atodos. A Arrupe le dolieron todas.

La plur alidad de estilos, formas y lenguajes presen tes en laobra, lejos de ser un inconveniente, es una riqueza de la misma. Son mod os que entraña n una m isma carga común, la carga del testimonio viviente desde diversas m odalida des d e vida. No pod ía ser de otra mane ra, si uno h a de referirse a qu ienla vivió y contagió en tantas direcciones y en tanta abun dancia.

Más que por su no disimulada devoción al Padre Arrupe,hay que felicitar a Norberto Alcover por la idea, el sistema yla vitalidad de estas página s, incluso por su mezcla de estilos,pastorales, íntimos, teológicos, periodísticos, familiares, antiguos y nuevos, que, unos a unos y otros a otros, pueden«ayudar» -eso tan ignaciano- a desbloquear el «surtidor deagua viva» (Jn 4,14;7,38) que todo ser humano lleva dentro.

IGN ACIO IGLESIAS S.J.

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Presentación

INTENCIÓN DE LA OBRA

El 5 de febrero de 1991, moría en R oma P edro A rruprante dieciocho años Superior General de la Compañíasús, y retirado en una sencilla enfermería durante los údiez años de su vida. Personalidad piiblica de gran reledurante su mandato al frente de los jesuítas, estuvo en delera po r las diferentes apreciaciones sobre su gobiernsuperior religioso, pero también por su decidida aplicacVaticano II, concilio en el que participó con tanta inteSu muerte, tras un funeral multitudinario, sumió su perdad en un discutible silencio oficial, mientras en much o

res del mu nd o y en muchos corazones persistía una mfiel. En 1997, sus restos son depositados en un altar lateriglesia del Gesú, madre de todas las iglesias jesuíticas,ma. Y en este año, décimo aniversario de su muerte, asa una esperada recuperación de la figura de Pedro Aauspiciada por los órganos rectores de la misma CompJesús. Tras una larga experiencia de sepultura históricape cabalga d e nue vo y en uno s instantes eclesiales y cique su persona, su palabra y su sensibilidad se hacen umemoria para enfrentar el reto de los tiempos nuevos.

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Pero el hecho es que, dura nte los años en que Pedro Arrape perman eció recluido en la enfermería rom ana, como también en esta década posterior a su muerte, han ido apareciendo una serie de obras que, como signos de una vivencialatente, intentaban mantener su presencia desde muy diferentes puntos de vista. Biografías, textos propios sobre suépoca japonesa, artículos sin número, aproximaciones a su feliz intuición sobre la fe que engendra justicia, y multitud cié

referencias a la Vida Religiosa, han ido creando el excelentecaldo de cultivo para que, ahora, podamos acercarnos a Pedro Arrup e de forma más unitaria, intentando su perar la dispersión de textos alusivos a su extensa e intensa vida.

Así, el volumen que el lector tiene en sus manos es una especie de punto de llegada de lo escrito anteriormente, comotambién un empujón para asumir la personalidad de nuestroprotagonista en una suerte de calidoscopio unificado por laperspectiva de la memoria agradecida. En todo caso, es dejusticia mostrar nuestra gratitud a tantos y tantas como hantrabajado por hacer presente el recuerdo arrupista en tiemposno fáciles.

Nue stro em peñ o, como ya habrá intuid o el lector, ha sidosencillo pero también un tanto ambicioso: ofrecer unas páginasdonde se reunieran los oportunos y complementarios elementos para hacer comprensible, en la actualidad, la dimensión histórica dePedro Arrupe, como ser humano, como creyente cristiano y comoreligioso jesuíta, sin perder jamás de vista su talante sacerdotal yeclesial. Siguiendo los materiales reunidos, y su misma estructura de organización en el texto, se puede constatar una personalidad eminente como Superior General de la Compañíade Jesús, un certero profeta en todo lo relativo a los caminosde la Vida Religiosa, y un arriesgado evangelizador, que nunca dudó en abrir caminos diferentes para que Jesucristo, suauténtica obsesión, estuviera en el epicentro de la historiaeclesial y civil, com o piedra fund ame ntal.

De esta manera, el mismo título de la obra contiene y expresa perfectamente nuestra intención: al «hacer memoria dePedro Arrupe», descubrimos que «esa memoria permanecesiempre viva», es decir, siempre viva en sí misma considerada (perm anece su validez), y siempre viva respecto de noso-

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tros mismos (pe rmane ce su ejem plaridad). Porq ue esmás llamativo de este hombre singular: al cabo del tpermanece fresco en palabras y en obras, como si la veconciliar, ahora desviada de la atención pública, se hhecho carne en su propia vida. De tal manera que esaplicada a las nuestras, consigue conmover nuestras dades de toda suerte de frivolidad, m iedo o monotonírelanzarlas hacia la realidad donde Jesucristo nos e

Puede que precisamente por esta capacidad de movilien un determinado sentido, Pedro Arrupe siga susctantas adhesiones y tantas reticencias en el cuerpo eclcivil de nuestros días. A nadie deja indiferente su copersonalidad.

Así, nuestra intención, tan decididamente expresadha procura do, en la elaboración de este volum en, unativa sorpresa: Pedro Arrupe es memoria siempre vivatodo, por su «excepcional calidad mística». Sus obras de una identificación personalísima con Jesucristo coviente. Sus palabras estaban provocadas por una filtracmás objetiva posible, de las mismas comunicaciones dñor en la oración y, sobre todo, en la más alta de las cplaciones. Hizo lo que hizo en los ambientes jesuíticossiales, sencillamente porque, en conciencia, no podía infiel al Dios que se le manifestaba con tanta proximluminosidad, según uno de los principios ignacianoarraigados. Y si en un m om ento dado , se produjo un cjo margen de distancia con el Vaticano, se debió, por eque pu eda pare cem os, al amor servicial y filial con qucedía respecto de l Sumo Pontífice y del cuerpo de la Igleen general.

De esta manera, como tantas veces descubrirá el leclas página s siguientes, vivió sumergid o en la menesterdel misterio pascual, viviendo, muriendo y resucitandel Jesucristo hecho Iglesia en este mundo de todos. Apudo equivocarse, como todo ser humano. Pero puedmarse qu e las equivocaciones arrupistas estuvieron prdas, en el colmo de la paradoja, por su acendrada plemística. No comprender este detalle imposibilita el acla interioridad radical del vasco universal.

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En esta misma línea, comprenderá el lector que ese textotitulado Mi catedral, y que apare ce com o colofón de las palabras arrupistas en este volumen, significa el punto de llegadade un viaje existencial que solamente encuentra parámetroválido en Jesucristo hecho Eucaristía, fijación en la que Arrape permanec ía horas y horas en esas sorprendentes estanciasjunto al Santísimo y en esa honda devoción al Corazón delSeñor como manifestación del amor al Padre en el Espíritu.

Pretende mos, en una palabra, que nuestros lectores descubran el motor auténtico de este hombre fidelísimo, carismático hasta la mística, y que supo ser tradicional en lo íntimo ydel todo avanza do en lo evangelizador, sin perde r jamás unasustancial alegría. Ahí radica su misterio y su magisterio.

SISTEMÁTICA DE LA OBRA

El may or problem a con que nos hem os enfrentado a la ho

ra de determinar el conjunto de esta obra ha sido la tremendacomplejidad de textos previos sobre nuestro protagonista, según ya indicábamos en su mome nto. Abun dantes recopilaciones de sus conferencias, anuarios repletos de comunicacionesa los jesuítas, extensas reflexiones sobre la Vida Religiosa,hondísimas aproximaciones a la fidelidad eclesial, textos programáticos sobre la evangelización, y tantos motivos más, llegaron a crearnos cierta angustia al tener que estructurar lopreviam ente seleccionado, otorgándole el carácter de u n cor-pus entre personalizado y doctrinal, pero también intentandoque sirviera para la experiencia espiritual personal. Al intentar entregar una «memoria siempre viva» pero a la vez una«memoria siem pre creciente», hem os pasa do largas horas enla incertidumbre y en la duda. Pero debemos confesar que, alrevisar la obra ya cerrada, nos sentimos satisfechos de un trabajo que juzgamos serio y de gran utilidad. Solamente lamentamos haber tenido que prescindir de posibles colaboraciones:la extensión de la obra ha impuesto sus leyes.

Al cabo, la sistemática seguida se encontrará plena men tevisible en el índice. Pero aportamos estos datos sustanciales

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para q ue el lector sepa, de a ntem ano, cuáles son los cseguidos en su factura:

1. El texto se abre con una Cronología comentada, paraque se pueda seguir la dinámica arrupista desde mienzo, y resituar en ese proceso cronológico cadmen to de su vida. Hará bien el lector repasándo latamente, puesto que es muy variada.

2. El texto propiamente dicho se abre con su corre

diente «Principio y Fundamento», y se cierra con sucomplementaria «Contemplación para alcanzar amorsiguien do la estructura dom inan te en los Ejerciciorituales ignacianos. Los textos que se aportan en casos tienen carácter de iniciación y de cierre de la

3. Cuanto aparece entre ambas referencias, es decparte más amplia del libro, se divide en tres grapartes: Mem oria de la vida interior, Memo ria de lada exterior y Ultima Memoria, donde se hace hincapiéen la dimensión más íntima, después más evangdora y, en fin, en una especie de testamento de nleza coloquial, que ofrecemos entero como docude gran interés.

4. Las dos primeras partes constan cada una de cinpítulos y, a su vez, cada uno de tales capítulos cocuatro apartados:a) Aproximación analítica: mini-ensayo que profundi

za en la característica propia de cada capítulorrespondiente a un texto ya elaborado de antey de comprobada calidad.

b) Textos de Arrupe: retazos d e sus escritos, relativosla materia de cada capítulo.c) Testimonios personales: opiniones plurales sobre

Arrupe, encargadas a personas muy variadas.d) Oración: un texto oracional, seleccionado de en

los muchísimos que tiene el P. Arrupe, y que ccada capítulo de forma explícitamente creyente

Con esta sistemática estructural de la obra, el lector vado a muy complementarias y muy complejas experi

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desde la mera reflexión sobre las plurales características deArrupe (una tarea intelectual), hasta la misma oración y contemplación desde los textos oracionales arrupistas (una tareade interiorización), pasando por la permanencia en sus mismas palabras y también de otras personas sobre el citadoArrupe (una tarea meditativa). Así concebido, el conjunto denuestro texto se abre a todas las dimensiones posibles arrupistas, permitiéndole a cada lector incidir en la que más le interese o satisfaga.

Preciso es comentar que en la escritura del volumen hanparticipado m ás de treinta personas, de muy diferentes tipologías y actividades evangelizadoras, casi todas ellas españolas, detalle que hemos cuidado con expresa intención. Así,hemos pretendido una obra polifónica, sin que alguna vozdomina ra sobre todas las demá s, como aportación de la Compañía de Jesús en general, y de algunos amigos, a la memoriade quien fue Superior General durante dieciocho años. Sinembargo, esta pluralidad provoca, en varios mom entos, repeticiones evidentes e insistencias llamativas: pues bien, precisamente tales repeticiones e insistencias acaban por transformarse en kairos/manifestación de Dios y nos per mit en vislumbrar el camino profundo de una vida tan compleja comola de nuestro protagonista.

Damos las gracias, como no podía ser de otra manera, acuantos respondieron, en el momento oportuno, a nuestrallamada de colaboración, pero también a los grupos editoriales que nos han permitido reproducir materiales de su competenc ia. Y qu ed e constancia de que nue stra específica tareaha sido, como consta desd e el comienzo, la de editar/c oord i

nar, sin que, salvo pequeñas y pedagógicas intervenciones,hayamos actuado en el texto propiamente tal. En cualquiercaso, la autoría es de todos cuantos aparecen como firmantesde la obra y en la obra, remitiéndonos así a «un libro de memorias personales» para «hacer memoria de Pedro Arrupe».Curiosa coincidencia literaria y existenciai.

Ojalá nuestro trabajo y las aportaciones de todos resultenpositivas para aproxim arse a nuestro personaje en este décimo aniversario de su muerte. Es cierto, v de ello deseamosdejar constancia, que nos mantenemos a la espera de unas

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«obras completas» de Pedro Arrupe, como urgente pque se alza desde muchos ámbitos: seguro que a alcomp ete organizar este trabajo, y segura men te se dé pdido. Nosotros, por nuestra parte, hemos intentado sequien tanto nos regaló. Sintiendo, a nuestra vez, quetrabajado a su servicio ha constituido un autentico donte comienzo de m ilenio.

NORBERTO ALCOVER S.J.Editor/Coordinador

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1907

Nace el 14 de n ovie mb re e n Bilbao, en el «Casco Viejo», como se denomina hoy a la parte antigua de la ciudad. Sus padres, el arquitecto Marcelino Arrupe y D olores Go ndra, eranambos naturales de Munguía, localidad vizcaína cercana aBilbao. Al día siguiente de nacer recibe el bautismo en la basílica de Santiago.

1914

El 1 de octubre inicia sus estudios en el colegio de los Escolapios de Bilbao, en donde cursará el Bachillerato hasta1922.

1916

Fallece su madre. Cuando el P. Basterra -el primer jesuíta

que conoció- le señala una imagen de la Virgen, su «otra madre», Arrupe exclama: «Entonces entendía más profundamente aún que la Madre de Dios era mi madre».

1918

El 29 de marzo ingresa en la Congregación Mariana de SanEstanislao de Kostka, «los Kostkas», dirigida por el P. Basterra, cuya influencia fue notable en su posterior vocación a laCompañía de Jesús. Pedro Arrupe llegó a ser vicepresidentede los «Kostkas».

1923

Comienza el primer curso de Medicina en la Facultad deSan Carlos de Madrid. Las notas de su carrera son extraordinarias: en casi todas las asignaturas, sobresaliente y matrícula de honor. Severo Ochoa, que llegaría a ser premio Nobel yque entonces era condiscípulo de Arrupe, confesaría más tarde : «Pedro me q uitó aquel año el premio extraordinario».

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1926

Muere su padre y, poco después, decide hacer un vLourd es con sus herm anas . Allí asiste a más de una cumilagrosa que él tiene ocasión de analizar como estude Medicina. Diría: «Sentí a Dios tan cerca en sus mique m e arrastró violentamen te tras de sí».

1927

El 25 cié enero ingresa en la Compañía de Jesús, en viciado de Loyola. El doctor Negrín, uno de sus profesla facultad madrileña de Medicina, hizo lo posible pperder a un alumno tan brillante. Más tarde, iría a Lovisitar a Peciro: «A pesar de todo, me caes muy simpátallí se dieron un abrazo el futuro presiden te del gobiela República y el futuro general de la Compañía.

1932

Poco después de haber comenzado sus estudios de Ffía en el monasterio de Oña (Burgos), donde tiene unaexperiencia de Dios («Lo vi todo claro»), llega el decrdisolución de la Compañía en España. Arrupe parte atierro con sus compañeros y profesores. Continuarán tudios e n Marneffe (Bélgica). Para cu rsar Teología le enValkenburg (Holanda). En la vecina Alemania, surgía

fatídica sombra de Hitier y el nazismo. «Para mí -dirtarde- el encuentro con la mentalidad nazi fue un tresJwck cultural».

1936

El 30 de julio recibe la ordenación sacerdotal en Vburg. Destinado a especializarse en Bioética, intervienCongreso Internacional de Eugenesia.

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1936

En septiembre, se traslada a los Estados Unidos p ara realizar estudios de Moral Médica en la Universidad de San Luisy Cleveland (EE.UU.), donde trabaja pastoralmente en cárceles de máxima seguridad.

1938

A punto de concluir el curso de Tercera Probación, unaespecie de «segundo noviciado» que hacen los jesuítas alterminar sus estud ios, en Cleveland , recibe el 6 de junio u nacarta del Padre General en la que le destina a la misión deJapón, destino que había solicitado ya muchas veces a sussuperiores.

1938

El 30 de septiem bre emb arca en Seattle rum bo a Y okohama.

1940

En junio, después cié varios meses de aprendizaje de lalengua y costumbres japonesas, es destinado a la parroquiade Yamaguchi, llena de recuerdos de San Francisco Javier.

1941

Japón acaba de implicarse en la ÍI Guerra Mundial. Al díasiguiente, 8 de diciembre, tres policías japoneses vienen apracticar un registro en la parroquia y es detenido y encarcelado bajo la acusación de «espía». Le recluyen en un cuartucho de dos por dos metros. Tiene una profunda experiencia deDios desde el vacío y tT consuelo del canto de villancicos desus fieles desde la calle el día de Navidad. Al cabo de un meses puesto en libertad, debido al respeto que provocó su b uencomportamiento y su conversación con carceleros y jueces.

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1942

En marzo es nombrado maestro de novicios. Parte hnoviciado de Nag atsuk a, un a colina a las afueras de ITir

1945

El 6 de agosto, a las ocho de la mañana, Pedro Arrutestigo de la explosión de la bomba atómica sobre Hiro

Inmediatamente, convierte el noviciado en un hospiemergencia. Más de ciento cincuenta personas , abrasadla irradiación, son atendidas por Pedro sin apenas msobrealime ntándolas y en vela día y noche. Más tardepe escribiría un libro sobre esta experiencia: Yo viví la bombaatómica (Ediciones Mensajero).

1954

El 24 de marzo, es nombrado superior de todos los je

de Japón (300 jesuítas de 30 nacionalidades), con el caviceprovincial. Da varias veces la vuelta al mundo pciando conferencias para recabar fondos para la Iglesentonces empobrecido Japón.

1962

El 10 de junio inaugura el monumento a los MártirNagasaki, construido por su iniciativa, en el centenariocanonización.

1965

Es elegido G eneral de la Com pañía de Jesús el 22 deSupo afrontar los tiempos críticos de los años sesenta, cuIglesia y la Compañía llevan a cabo su renovación postcotras el Vaticano II. Lleno de valor, de visión del presentfuturo y, sobre todo, de una inquebrantable fe en Dios, tusufrir incomprensiones y contradicciones de todas partcluso, a veces, de las m ás altas instancias d e la Iglesia. Per

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ó d l C ñí d J ú d j í 1980

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có unos derroteros para la Compañía de Jesús que no dejaríande influir tam bién en otros sectores de la sociedad h um ana .

1968

Carta conjunta con los provinciales de América Latina endefensa de la justicia social y dando prioridad al trabajo conlos más pobres.

1970

Visita a España con motivo de la crisis en la Orden. La rama integrista pretendía la escisión. Fuertes tensiones ademása raíz de su visita a Francisco Franco.

1970-1980

Intensa actividad de gobierno como Prepósito General.Multiplica sus viajes y actividades eclesiales, contactos conpolíticos, rueda s de prensa, den uncias profélicas y preo cupaciones por la renovación espiritual de los jesuítas. En 1973,viaje a Valencia para el Congreso de Antiguos Alumnos, donde tiene su célebre y discutido discurso: «Formación en lapromoción de la justicia».

1974

El 2 de diciem bre, con visión profética del presen te y futuro de la Compañía de Jesús y de la humanidad, convoca la

Congregación General XXXII (la Congregación General es elmáximo órgano legislativo de la Compañía de Jestís, con poder sobre el Superior General, al que elige). Supondrá un hitofundamental en la historia de los jesuítas, sobre todo p>or laproclamación de que nuestra fe en Dios ha de ir insoslayablemente unida a nuestra lucha infatigable para abolir las injusticias. Esta decisión inaugura una nueva forma de martirio enla Co mp añía y fuera de ella: los asesinado s en El Salvador, enÁfrica y otros lugares son buena prueba de ello.

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1980

Tras consultarlo con sus asistentes y con los provinpiensa en convocar la Congregación General y presendimisión al percibir que no cuenta con la confianza deJuan Pablo II le ordena aplazar dicha convocatoria.

1981

7 de agosto. Al retorno de un viaje a Oriente, adondeido a visitar a los jesuítas de Filipinas y Tailandia, en emóvil que le conducía del aeropuerto a Roma, sufre unbosis cerebral que le deja incap acitado d el lado derechosiguiente, le admin istran el sacrame nto d e los enfermosra el reloj de Pedro Arrupe, que asombrará con su ejemsilencio y hum illación du rant e casi diez años de enferm

1981

El 6 de octubre el Papa no mbra un deleg ado person aatender al gobierno de la Compañía en la persona del P. Dezza, y su coadjutor, P. Pittau. Se interru mp e así el so normal de nombrar un nuevo Superior General porde una Congregación General. El P. Arrupe y, con él, tCompañía reaccionaron con dolor pero con obediencia las decisiones del Romano Pontífice.

1983

El 3 de septiembre, reunida por fin la Congregación ral, el P. Arrupe presenta su renuncia, en un admirable mento, que lee el P. Iglesias ante todos los Padres condos. Pocos días después, el P. Peter-IIans Kolvenbacelegido General de la Compañ ía. Su primer gesto fue aal P Arr up e m ientra s le decía: «Ya no le llamaré a ustedGeneral, pero le seguiré llamando padre». Arrup e siguhabitación de la enfermería de la Curia, intentando repy recibiendo visitas de todo tipo.

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1989

Pierde el habla, aun que tiene mom entos de lucidez.

1991

Tras casi diez años de dolorosa inactividad y de grave postración física y psíquica, que ofrece por la Compañía, la Iglesia y la Hum anid ad, el 5 de febrero, complicada su enfermedad con una hernia y ataques epilépticos, entrega su alma aDios en la casa generalicia de los jesuítas en Roma. Días antes, ya en agonía, le había visitado por tercera vez Juan PabloII. Las últimas palabras de Pedro Arrupe habían sido: «Parael presente, amén; para el futuro, aleluya».

1991

El 9 de febrero se celebra el funeral en la iglesia del G esú.Su sucesor, el holandés Peter-Hans Kolvenbach, evoca en suhomilía «su confianza absoluta en el Señor, cargando con sucruz». La demo stración d e aprecio tanto eclesial como pop ular resulta llamativa.

1997

Son trasladados sus restos, de forma privada, desd e el cementerio de Monte Verano de Roma al Gesú, donde hastahoy reposan. La Com pañía le dedica un homenaje discreto enla citada iglesia el 14 de noviembre, coincidiendo con su noventa cumpleaños.

2001

Con el apoyo y ánimo del mismo Kolvenbach, los jesuítasy quienes forman parte de la gran familia ignaciana celebranel décimo aniversario de la muerte de Pedro Arrupe. Pareceabrirse un a eta pa diferente e n la presencia eclesial, social y jesuítica de quien fue «un hombre para los demás».

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Pedro Arrupe con Pablo VI: «Durante estos dieciocho años, mi únicailusión ha sido servir al Señor y a su Iglesia con todo mi corazón».

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P R I N C I P IO Y F U N D A M E N TO

Tras los pasos de Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, abrimos esta memoria siempre viva de Pedro Arrupe conun texto que bien puede entenderse como «Principio ydamento» de la personalidad entera de nuestro protagoTodo cuanto fue prioritario y fundamental en su experhumana y cristiana, aparece en estas líneas escritas por cesor, el P. Peter-Han s Kolvenbach, y p ronun ciadas en sa de Exequias por el eterno descanso del P. Arrupe, iglesia del Gesú, en Roma, el 9 de febrero de 1991. El P. Kolvenbach ha querido que este texto significara sumon io personal sobre la person alidad de su antecesor.

«En resumen, todo aquél que escucha estas palabras mías y laspone por obra se parece al hombre sensato que edificó su csobre roca. C ayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientarremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estcimentada en la roca» (Mt 7,24-25)

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El Magníficat del P. ArrupePeter-Hans Kolven bach S.J.

Superior General dela Compañía de jesús

HOMILÍA EN LAS EXEQUIASDEL P. ARRUPE

Nos encontramos reunidos aquí esta mañana parapor el P. Arru pe, pa ra o rar con él, y para a gradecer al-sirviéndonos en cuanto sea posible de las palabras mdel R A rru pe- el habérnoslo dad o.

Re pasan do los setenta años anteriores de su vida, cosión de su jubileo religioso, el P. Arrvipe expresó el deque su vida hubiera sido, o, al menos, empezara a ser aquel mom ento , un con tinuo Magníficat. Su vida lo fuela misericordia de Dios lo será ya por siempre. No obsu deseo de actuar siem pre a plena luz, de no sustraersca a las llamadas de quien fuera, a las interrogaciones hermanos o a las preguntas de los periodistas, el P. A

hub o de confesar que había en él una zon a oculta o semta aun para él mismo: «La correlación estrecha entre Dios, que esamor y ama a cada uno de modo diverso, y la persona que, en el fondo de su esencia, da una respuesta, que es única, pues no habrá otraidéntica en toda la historia». El llamaba a esta zona escond id«el secreto del maravilloso amor trinitario que irrumpe cuquiere en la vida de cada uno» y desemboca en el triple amoqvie caracterizó toda la acción y todas las palabra s del P. Arrupe: el amor a la Compañía -cuerpo para el espíritu-, ela la Iglesia, el am or a C risto y a Dios Pa dre.

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El l C ñí l i í l i i b l h d l E í i d

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El amor a la Com pañía lo vivía realmente como un a irru pción del Espíritu. Lo imprevisto de las etapas decisivas, losvirajes radicales de su camino eran, al decir del mismo P.Arrupe, vigorosos golpes de timón que el Espíritu de Diosdaba a su vida: «La vocación a ¡a C ompañía de Jesús en medio dela carrera de Medicina que tanto me entusiasmaba, y por ello en lamitad del curso; mi vocación al japón (misión por la que, hasta lallamada de Dios, no sentía ninguna inclinación) y que me negaronlos superiores durante diez años... mi presencia en la ciudad sobrela que explotó la primera bomba atómica; mi elección como generalde la Compañía». Nosotros debem os añad ir aquí: la imprevistaenfermedad que cortó en seco para siempre su desbordanteactividad. El P. Arru pe continúa: «Han sido acontecimientos taninesperados y tan bruscos y han llevado al mismo tiempo tan claramente la marca d e Dios... Todo ello m e hace desear que mi vida hubiese sido o, al menos, sea desde ahora un continuo Magníficat».

Él mismo, siempre tan sensible al Espíritu, cuando fue elegido Superior General de la Compañía de Jesús, hacia el findel Concilio Vaticano II, no tenía m ás des eo qu e el de servir a

este don pentecostal y de expresar su amor po r la Com pañíatransfigurándola en un cuerpo para el Espíritu, disponiblepara llevar a cabo con amor las consignas apostólicas delConcilio. El P. Arrupe se entregó de lleno al esfuerzo de conciliar las exigencias inmutables del carisma de la Compañíacon las exigencias de la situación actual de la vida en la Iglesia y en el mundo. Un testigo de este esfuerzo del P. Arrupeha escrito: «Tanto trabajo difícil, delicado. No es de maravillar portanto, que en tantas cosas hubiese diversidad de opiniones y quetantas directrices pudieran ser objeto de crítica, especialmente cuando falsas interpretaciones o exageradas aplicaciones de ciertas orientaciones originaron abusos, que el mism o P adre General deplorómás de una vez. Pero nadie ha criticado, ni podría c riticar nunca, elesfuerzo generoso q ue animaba su empeño: adaptar la vida y el apostolado de la Compa ñía o de tantas otras familias religiosas, a travésde la Unión de Superiores Generales, a las exigencias del Espíritumanifestadas en el Concilio para la Iglesia en e l mundo actual».

El P. Arrupe, hombre al servicio del Concilio, cumplía yalo que nos ha recordado el Sínodo Extraordinario de 1985:aho nda ndo en las fuentes de la tradición no hay nad a nu evo ,

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y sin embarg o, en la escucha del Espíritu, tod o es recremo nuevo. Sin haber cambiado la Compañía, gracias del Espíritu que es el Padre Arrup e, todo es d iverso.

Este largo trabajo de dieciocho años de generalato, ra sido absolutame nte ab surdo sin una fe profun da enpíritu del Señor. Por esto se sentía el P. Arrupe tan cercano alpadre de los creyentes, a Abrahán. «Para mí aquella figura deAbrahán fue siempre fuente de inspiración profunda. ¿Adon dCom pañía?, me preguntaba n; m i respuesta fue siempre: a Dios la lleva. En otros términos, era como decir: No sé; peruna cosa, y es que Dios nos lleva a alguna parte: vamos seguros, vmos con la Iglesia, que va dirigida por el Espíritu Santo. SDios nos lleva a una tierra nueva, la de promisión, la suya. Édónde está, a nosotros no nos toca sino seguirle».

Es también la figura de Abrahán la que inspiraba latigable hospitalidad del P. Arrupe, su irreducible optimismen la fe. Su amo r a la Com pañía era tan profund o quecía visible en el amor, lleno de calor humano, respeto fianza, a cada jesuíta. Cada uno de sus encuentros erafectiblemente personalizado. Jamás salía de sus labiopalabra que no fuese de aliento y de esperanza. Condesarmada de Abrahán, presentaba sus manos desncontando únicamente con la fuerza del Espíritu, a la Padre Arrupe deseaba ofrecer la Compañía, con amorinstrumen to s iemp re disponible, s iempre pronto a seedificar su Iglesia.

Así, el amor a la Compañía desembocaba en el segamor del Padre Arrupe: el amor a la Iglesia del Señor.último mensaje a la Compañía pudo confesar: «Durante estos

dieciocho años, mi única ilusión ha sido servir al Señor y a susia con todo mi corazón. Desde el primer momento hasta el último».Basado en la renovación espiritual de la Comp añía p otorno a las fuentes de la espiritualidad ignaciana, cimen la integración diaria de la contemplación del Señor actividad apostólica, el P. Arrupe asumía cordialmengrandes consignas del Concilio Vaticano II y las demsiones confiadas a la Com pañía po r el Vicario de Cristosafío de la increencia m ode rna , el ecum enism o y el diálservicio del anun cio d e la fe con el am or preferencial a

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bres y la promoción de la justicia el apostolado teológico al contrar plena solución Este es el mensaje que quería com un

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bres y la promoción de la justicia, el apostolado teológico alservicio del magisterio ordinario de la Iglesia mediante losmo dern os me dios de publicación y difusión, la inculturacióny la ayuda a las Iglesias jóvenes y, hasta en su último mensaje , la invitación a afrontar el drama de los refugiados. Todaesta actividad no tenía sentido sino en nombre de la Iglesia,en la Iglesia y con la Iglesia. Fallar en la fidelidad al Santo Padre, Vicario de Cristo, «sería como firmar la propia sentencia de-muerte», porq ue significaría «separarse de esta circulación del Espíritu que es propia de la comunión -ko inonía- con la Iglesia jerárquica, con la Esposa de Cristo y su Vicario».

Cristo, hijo del Padre, manifestación del amor de Dios, esel tercer amor q ue caracteriza la vida d el P. Arrupe, según su smismas palabras. Todos los jesuitas saben cuál era la devoción del P. Arrupe a la visión de La Storta. El Padre Arrupedeseaba ardientemente, para sí mismo y para todos sus herman os, que el Padre lo pusiese con su Hijo para tener pa rtecon Él, a fin de que los hom bres tengan la vida en a bun dancia, el misterio pascual. Al Padre Arrupe le gustaba estar jun

to a Cristo, presente en la Eucaristía. ¿Quién no ha leído conemoción aquellas notas íntimas, que perman ecieron inéditasmucho tiempo, en que describe su «mini-catedral: de apenasseis metros por cuatro..., fuente de incalculable fuerza y dinamism opara toda la Compa ñía, lugar de insp iración, de consuelo, de fortaleza, de... ¡estar , estancia del ocio más activo, donde no haciendonada se hace todo. La llaman Capilla privada del Gene ral. Es cátedra y santuario, Labor y Getsemaní, Belén y Gólgota, Manresa y LaStorta. Siemp re la misma , siemp re diversa. Si sus paredes pudieranhablar... de la vida que se consum a en el amor, crucificada con Jesús, acompañada de María, ofrecida a Dios com o la víctima que todos los días se ofrece en el ara d el altar».

En su tíltimo gran discurso, el P. Arrupe revela que esteamor a Cristo se traducía en su devoción al Corazón de Jestis:«No querría silenciar mi profunda convicción de que todos, encuanto Com pañía de Jesús, tenemos que reflexionar y discernir ante Cristo crucificado acerca de lo que esta devoción ha significado ydebe significar, precisamente hoy, para la Compañía. En las circunstancias actuales, el mundo nos ofrece desafíos y oportunidadesque sólo co n la fuerza de este amor del Corazón de Cristo pueden en-

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contrar plena solución. Este es el mensaje que quería com unNo se trata de forzar las cosas ni de mandar nada en una materia eque entra por medio el amor... La Com pañía necesita la dynamisencerrada en ese símbolo y en la realidad que nos anuncia: el amodel Corazón de Cristo».

El amor a la Compañía, cuerpo para el Espíritu; el ala Iglesia, Esposa del Señor; el amor a Cristo, corazDios: este triple amor, reflejo del amor trinitario, es el sde la vida del Padr e Arrup e, cuyas obras y gestos hanserán para siempre un Magníficat.

Dando gracias al Señor, oremos por el Padre Arruoremos con él, que repetía la oración de San IgnacioDiario Espiritual, dicha desde el fondo de la debilidad:

Desde lo hondo a ti grito, Señor:Padre Eterno, confírmame;Hijo Eterno, confírmame;Espíritu Santo Eterno, confírmame;un solo Dios mío, confírmame.

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Pedro Arrupe en su primera misa.

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PRIMERA MEMORIA

LA DIM EN SIÓN INTERIORDEL P. AR RU PE

Resulta imposible co mp rend er la infatigable acción edel Padre Arrupe, de auténticas características planetary como se comenta en la segunda parte de este volumhacer memoria viva de su dimensión interior, es decir,conjunto de realidades que le unieron con el misterio den Jesucristo po r obra d el Santo Espíritu. El P. Ignacio Iglesias,en un texto clave para aproximarnos a nuestro protagdetermina la column a vertebral de esta dimensión m ána: la persona de Jesucristo, focalizada en su Corazónfestación del amor de Dios. El Arrupe «hombre para más» era, sobre todo, «hombre de Jesucristo».

La resurrección de la Vida Religiosa, la paciencia en tradicción, la alta experien cia del V aticano II y, en defsu dinamismo utópico, hunden sus raíces en esta tierrdita del cristocentrismo m ás a rraigado.

«Sin embargo, todo eso que para mí era gananc ia, ¡o tuve porpérdida comparado con Cristo; más aún, cualquier cosa tepor pérdida al lado de lo grande que es haber conocipersonalmente a Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3,7-8)

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1Jesucristo,

en Él solo . . . la esp eranz a

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

El Cristo de ArrupeIgnacio Iglesias S.J.

Asistente Generalde España y Portugal*

Algunas veces he oído a jesuítas discutir sobre la crgía del P. Arrupe. ¿Es una cristología clásica o actual, mna, puesta al día? Creo que es una discusión inútil, inclría banal. Ciertam ente pu edo testimoniar haber visto s

mesa del Padre Arrupe (y confieso mi curiosidad) losde los más actuales cristólogos de varias tendencias, los maestros del Norte, Schillebeeckx, Soonenberg, Ghasta los novísim os d e la cristología latina o latino-amna, González-Fau s y Jon Sobrino.

Pero esto no interesa. Lo que interesa más a la Comp aes su «cristología» sino su C risto. El Cristo del P. Arrape, aquel

* Los cargos que aparecen con un asterisco, fueron desem peñadrante el superiorato del Padre Arrupe.

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que él vive, el que antrncia y comunica como «visto y oído» - Es el Cristo de la kenosis y de la Pascua, que debe ser s

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q q y ypor él. Interesa su personal «sabiduría», su experiencia personal de C risto. (Sé bien que desd e la psicología y d esde la sociología se manifiestan no pocas reservas con relación a estas «experiencias» de Dios que el hom bre vive y cuenta. Sin emb argo,en la realidad de tantos hombres, desde Pablo de Tarso a laMad re Teresa de Calcuta, esas experiencias son algo profun damente real que coenvuelve y compromete profundamente laexistencia, aunq ue sean m isteriosas en sí mism as e inasibles).

Por tanto, nos importa la forma particular en la cual el P.Arru pe ha sid o «tocad o», «alcanzado» (Flp 3,12) por Jesús. Setrata ciertamente de algo difícil de expresar, pero que produce efectos, actitu des ... transferibles en lo cotidiano de la existencia, como aquel «sensus Christi» al cual frecuentemente serefiere en s us conv ersacione s y por la falta del cual expresa supena m ás fuertemente que por otras faltas nues tras.. .

Os pido de antemano excuséis si he osado describir muybrevemente este Cristo del P. Arrupe. Es, ante todo y fundamentalmente, el Cristo de Ignacio de Loyola, con matices propios. Lo enco ntrarem os en tod as partes, por tod os sus escritos.Me permito resumir los trazos que me parecen subrayadosmás fuertemen te y con may or frecuencia.

- Es el Cristo trinitario, con el cual pode mo s «ser enviad os»y por el cual nos acercam os y entram os en el Padre: «Pregunté-monos sobre e l tipio de encuentro, de diálogo, de unión y d e docilidadal Espíritu de Cristo que intentamos poner en nuestra vida. M ás alláde las palabras, siempre de una manera aproximativa, necesitamos r eencontrar una verdad simple y sacar de ella todas las consecuencias:Cristo vive, habla, actúa, recibiendo del Padre su ser su palabra, suacción, y nuestra existencia toda se desarrolla e n Cristo participandode sus relaciones con el Padre» (Acta Romana XV 736).

- Es el Cristo de la Encarnació n y de la med itación del Reino, Hijo y Enviado en una única realidad personal, que tomasobre sí la hu ma nid ad doliente y crea el nue vo tipo de ho mbre y de mundo: «Los jóvenes serán ayudados a encontrarse conDios... si aprenden a contemplar esta múltiple miseria que grita pidiendo un Salvador. El apóstol tendrá siempre delante de sí la miseria humana. Cuánto aprovechará el jesuíta si con liberalidad humilde y apostólica magnanimidad se reviste de Cristo en la aceptaciónde sí mismo y d e los otros» (Acta Romana XV 115).

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y qguido con un amor personal «hasta el final» (Jn 13,1) en el tercer grado de humildad, único modo de llegar a ser rete «conform es a la image n del Hijo... primogén ito de mhermanos» (Rom 8,29). Esta imagen de Cristo «hombrelos demás» inspiró todas las intervenciones del P Arrel Congreso Internacional de Antiguos Alumnos de V(1974), intervenciones que impresionaron a los oyentes ylectores mu y profund amen te y en un radio muy ampli «Debemos subrayar que la novedad radical del Evangelio está eclamar este humanismo singular, este nuevo modelo de hsurgido de la fe en Jesús: el hombre muerto a todas las formas deegoísmo y después resucitado, nacido de lo alto, libre para amar enla verdad libre para dar la propia vida, Ubre para comprometerse dtodo en el servicio de los demá s (...) El hombre, finalmente, tegrando en la íntima unidad de sí mismo como persona laamor, amor a Dios y am or al prójimo, hace sincera y visible toda lafecundidad social de nuestra fe e n Jesús, y así llega a ser como Jesús,el hombre para los demás» (1-7-1973).

- Es el Cristo de la amistad personal, del diálogo co(cfr. los varios textos de oracion es co mp uest os po r el Pral), de la esperanza («Cristo Jesiis, esperanza nuestra», ITim1,1): «Eos jóvenes deb en ser animad os a nutrir de una manera habitual el diálogo fraterno y real con Cristo vivo, presen te siemlos sufrimientos y en los deseos de los homb res, en la crisistiempo, en el progreso de la Iglesia. Es en verdad el que nopersonalmente y el que nos invita a compartir con El la crugloria de salvar al mu ndo» (Acta Romana XV 115).

- Es el Cristo que vive y actúa en la Iglesia en manpecial media nte su V icario: en la homilía de d espe didCongregación General XXXII, durante la concelebracida e n la Basílica de San Ped ro (6-3-1975) des pué s de habrayado la «transformación eclesial» de Ignacio de que le condujo a su peculiar «devoción» al Vicario deconcluye así el P. Arrupe: «Desde aquel momento en adelantecriterio nuevo para ayu dar a las almas será para Ignacio el recurso al Vicario de Cristo. Estaba convencido, escribe Nadal, Cristo se dignaría d irigirlo en la v ía del servicio divino por medio desu Vicario (Monumenta Narrat iva 1,264 . En la experiencia mís-

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tica de Ignacio el Romano Pontíficeaparece m ás claramentecada luntad del Padre llega a ser propiamente una misión,

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tica de Ignacio, el Romano Pontífice aparece m ás claramente cadadía como el Vicario de C risto, y la plena y concreta consagración deIgnacio y de sus compañeros al Rey Eterno llegará a ser en el futuro una total disponibilidad hacia e l Vicario de C risto en la tierra».

- Es el Cristo d e la Eucaristía, al cual el P. Arrap e se dirigiópúblicamente así: «Para miel diálogo de íntima conversación contigo, que estás realmente presente en la Eucaristía y m e esperas enel Sagrario, ha sido siemp re y es todavía fuente de inspiración y de

fuerza: sin éstas no podría continuar, y mucho menos soportar el peso de mis responsabilidades. La Misa, el Santo Sacrificio es el centrode mi vida. No puedo concebir un solo día sin la celebración o participación en el Sacrificio, convite eucarístico. Sin la Misa mi vidaestaría como vacía, m e, faltarían las fuerzas. Esto lo siento profundamente y lo afirmo».

La visión de La Storta

Es imposible pon er fin a este breve esbozo sin aludir sen

cillamente a otra experiencia personal. Releyend o estos escritos del P. Arr ape, me parece haber com prendido -al menosun poco- el porqué íntimo del continuo referirse a la visiónde La Storta en las páginas del P. Arrape. Se trata simplemente de la imagen de un Cristo que resume todo el Cristovivido po r él. A este Cristo intenta conectar toda su p ersonalexperiencia en el seguir a Jesús, que quería fuese también lade cada uno de nosotros y de toda la Com pañía. Con ocasiónde renovar la consagración de la Comp añía al Sagrado C orazón de Jesús (9-6-1972) se pone a sí mismo y quería poner atoda la Compañía dentro de aquella pequeña capilla de LaStorta y en el corazón de aquella experiencia, resumen detantas otras de Ignacio. Y aquí está el Cristo trinitario, Hijo yEnviado; aquí, la unión con Dios y la misión, la kenosis del«vexillum Crucis», el realismo del seguimiento de Cristo enRoma bajo su Vicario; aquí, el Cristo de la esperanza, de laPascua, del trabajo.. . « Si alguno quiere venir conmigo...».

Esta imag en de un Cristo misteriosamente un ificado en suintimidad como Dios y como hombre, en el cual toda la misión y la voluntad del Padre es vivida como tal, y toda la vo-

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luntad del Padre llega a ser propiamente una misión,fuertemente a Ignacio de Loyola y constituye en su intecentro unificador d el «in actione contemplativus», según la definición de Nadal.

Esta imagen, según sus mismas palabras expresas, siemp re al P. Ar rap e. Su preocup ación unificadora enguim iento de Jesús, de m anera que la unión con Dios ysión formen una u nid ad indestructible, es fácilmente idcable en muchas de sus páginas.

«Manteng amos intacto el principio: el que se abre a sí mismo hacia el exterior, debe no menos abrirse hacia el interior, esto es, haciaCristo. El que tiene que ir más lejos para socorrer necesidades humanas, dialogue más íntimam ente con Cristo. El que tiene que llegar aser contemplativo en la acción procure encontrar en la intención de esta acción la urgencia para una más profunda conteción. Si queremos estar abiertos al mundo, debemos hacerloCristo, de tal manera que nuestro testimonio brote, como el suyo, desu vida y de su doctrina. No temamos llegar a ser como Él, señal decontradicción y escándalo... Por lo demás, ni siquiera Él fue com

prendido por muchos».Así lo escribí en 1977. Ah ora lo ratifico. Se trata de u n

to todo El amor d el Padr e y, por eso, olvida do de sí, topara el hombre. O, con más propiedad y más bíblicamtodo El «por» todos los hombres. Para quien cada ser hno no sólo es destinatario querido, sino como un «moprofundamente entrañado.

Este entrañamiento del hombre en lo profundo de que es el «tanto amó Dios al mundo», tiene su locus teológico yreal plen o en el Cora zón d e Cristo; allí don de la person

traña a aquéllos por quienes es, vive, achia y muer e. Y todo ser humano, dejándose entrañar, descubre su razónsonal de existir y de obrar, su centro, sobre el cual rehasegún el proyecto original de Dios, como hombre o mpor Cristo y por todo hermano.. .

Pedro A rrup e hizo de su vida un aventu rarse en este locus.Centró progresivamente sobre él su vida, simplificándconstru yendo sobre él su obra.

Com o Juan, el apóstol, repitiendo en su vejez mon ocmente el «¡Amaos », este veterano luchador y apóstol, hoy r

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ducido a la impotencia física, ha querido recoger y resumir ená ó l senté me hallase»[EE 114] pidiendo con insistencia«conoci

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estas páginas su «razón» y acompañ aros con su persona l estilo hasta el centro del Evangelio. Las cerramos con respeto ycon la persuasión de haber entrado (o al menos de habernosasom ado, gracias a él) hasta lo más íntimo de ese sa ntuariode Dios, desde d on de C risto lo rehabilita tod o, lo plenifica todo, lo da todo, lo es todo: su Corazón.

B) TEXTOS DE AR RU PE

Jesucristo, inspiración del jesuí ta

«La imagen del jesuíta ha estado marcada siempre por laambivalencia y no se trata aquí, repito, de juzgar el pasado,sino de encontrar la versión actual de nuestro modo de proceder en su globalidad, como el Fun dad or lo haría, para -reteniendo los perenne s elementos que trascienden toda épo ca-conseguir la imagen más adaptada a este nuestro mundo delpostconcilio. En otras palabras: rehacer la ignaciana contemplación de Cristo desde el mundo contemporáneo, pues sóloCristo es el modelo nunca marchito y la fuente de inspiracióndel jesuíta. De Él debe recoger todos los rasgos que compongan su ser y actuar apostólico de ho y com o de ayer, los rasgosde segu ridad y los de la audacia, los de su espiritualidad enacción, y la presenc ia en el mun do» (La identidad de los jesuítasen nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1980, p. 67).

Jesucristo, clave del Evangelio

«Para Ignacio, la clave del Evangelio se encuentra en lapersona de Cristo y en su condición de enviado del Padre enmisión al hombre, que importa la encarnación -identificacióncon ese hombre- y la muerte por el hombre. Todos los Ejercicios Espirituales giran alrededor de la persona «del Señor,que por nú se ha hecho hombre» [EE 104]: la vida de Cristo, enespecial su vida ptíblica, su pasión y su resurrección, son unarealidad viviente, que el ejercitante debe meditar «como si pre-

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senté me hallase» [EE 114], pidiendo con insistencia «conocimiento interno del Señor... para que más le ame y le siga [EE104]. Cristo apare ce a los ojos del ejercitante com o Rey eque tiene frente a sí el universo mundo, al cual y a cadde los hombres invita a trabajar por los demás «y así entrar enla gloria de mi Padre» [EE 95]. Para ello, Cristo «escoge tantaspersonas, apóstoles, discípidos, etc. Y los envía por todo el mesparciendo su sagrada doctrina» [EE 145]. El Jesucristo deEvangelio es visto y sentido en los Ejercicios como elpobre, humillado, siervo obediente al Padre; como el de la kenosis, hecho como uno de tantos, como el hombrque debe redimir; como el Cristo de las bienaventurade la cruz. A los discípulos que envía para continuar sión, los envía cercanos al hom bre, servidores incondiles de todos los hom bres en cump limiento de la volun tPadre, los envía en pobreza, a que sean hu millados coma que como Él sufran y padezcan por la redención dedo» (La identidad de los jesuítas en nuestros tiempos, Sal Terrae,Santan der, 1980, p. 109).

C ) TESTIMONIO PERSONAL

Fiel al Corazón de Cristo

Alfredo Verdoy S.J.Provincial de Toledo

Al P. Arrupe se le ha presentado con frecuencia comhombre identificado con el Vaticano II, un hombre del aggior-namento, un hombre que supo leer los signos de los tiemen irnos años complejos. Fue en su generalato cuanCompañía reformuló su misión como «el servicio de la fpromoción de la justicia». Pero si el P. Arrupe fuera sósería simplem ente u n personaje del pasado . Sin embarfigura se agranda cada día, incluso para quienes le critiSus últimos años de pasividad revelaron más palmaria

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lo que su vida y sus escritos dejaban entrever: al creyente mientos de tu Corazón con que amabas al Padre (Jn 14,

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lo que su vida y sus escritos dejaban entrever: al creyente«arraigado y cimentado en la caridad», en el amor del DiosPadre, Hijo y Espíritu Santo. Ese amor que para él se expresaba de manera especial en el Corazón de Cristo. Ese amorera la fuente d e don de brotab an aquella alegría suya tan natural, la aceptación de su enfermedad, su amor a la Iglesia, sucoraje para emprender proyectos nuevos y adaptarse a loscambios, su aceptación de los fracasos, el ánimo y la confianza que infundía en sus compañeros jesuítas en las más difíciles situaciones o su preocup ación p or los refugiados. Celebrarel aniversario de Arrupe es una invitación a vivir de aquellafuente de donde sigue brotando una novedad que se hacesensible, que se hace carn e, que se hace solidarid ad y justicia,para todos los seres humanos.

D ) O R A C I Ó N

Invocac ión a Jesucr is to m od eloSeñor: meditando el modo de nuestro proceder he descubier

to que el ideal de nuestro modo de proceder es el mo do de proceder tuyo. Por eso fijo en Ti los ojos de la fe, para contemplartu iluminada figura tal cual aparece en el Evangelio. Yo soyuno de aquellos de quienes dice San Pedro: «a quien amáissin haberle visto, en quien creéis aunque de momento no leveáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa» (IPe 1,8).

Señor, tú mism o nos dijiste: «Os he da do ejemp lo para q ue

me imitéis» (Jn 13,15). Quiero imitarte hasta el punto de quepueda decir a los demás: «Sed imitadores míos, como yo lohe s ido d e Cristo» (ICo 11,1). Ya que n o pu ed a decirlo físicamente como San Juan, al menos quisiera poder proclamarcon el ardor y la sabiduría que me concedas «lo que he oído,lo que he visto con mis ojos, lo que he tocado con mis manosacerca de la Palabra de V ida; pu es la Vida se manifestó y yo lohe visto y doy testimon io» (lj n 1,3).

Dame, sobre todo, el sensus Christi (ICo 2,16) que Pabloposeía: que yo pueda sentir con tus sentimientos, los senti-

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q (los hombres (Jn 13,1). Jamás nadie ha tenido ma yor cque Tú, que diste la vida por tus amigos (Jn 15,13), culdo con tu m uer te en cru z el total abatimien to (Flp 2,7), kenosisde tu encarnación. Quiero imitarte en esa interna y sudisposición y también en tu vida de cada día, en lo pocomo Tú procediste.

Enséñame tu modo de tratar con los discípulos, con lcadores, con los niños, con los fariseos, o con Pilatos ydes; también con Juan Bautista aun an tes de nacer y deen el Jordán. Como trataste con tus discípulos, sobre tomás íntimos: con Pedro, con Juan y tam bién con el traidas. Comunícame la delicadeza con que les trataste en ede Tiberíades preparándoles de comer, o cuando les llos pies.

Qu e apre nda de Ti, como hizo San Ignacio, tu mod o mer y beber, cómo tomabas parte en los banquetes; cóportabas cu and o tenías ham bre y sed, cuan do sentías ccio tras las camin atas apostólicas, cuando tenías que r

y dar tiempo al sueño.Enséñame a ser compasivo con los que sufren: con lbres, con los leprosos, con los ciegos, con los paralíticos; trame cómo manifestabas tus emociones profundísimasderramar lágrimas; o como cuando sentiste aquella morgustia que te hizo su dar sangre e hizo necesario el consuángel. Y, sobre todo, quiero aprender el modo como mataste aquel dolor máxim o en la cruz, sintiéndote a banddel Padre.

Esa es la imagen tuya q ue contem plo en el Evangel

noble, sublime, amable, ejemplar; que tenía la perfectanía entre vida y doctrina; que hizo exclamar a tus ene«Eres sincero, enseñas el camino de Dios con franquezaimporta de nadie, no tienes acepción de personas» (Mt 2aquella manera varonil, duro para contigo mismo, conciones y trabajos; pero para con los demás lleno de bonamor y de deseo de servirles.

Eras duro, cierto, para quienes tienen malas intencipero también es cierto que con tu amabilidad atraías mu ltitudes ha sta el pu nto d e que se olvidaban de come

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los enfermos estaban seguros de tu piedad para con ellos; que Enséñanos tu modo para que sea nuestro modo en el día

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g p p qtu conocimiento de la vida hu ma na te permitía hablar en p arábolas al alcance de los humildes y sencillos; que ibas sembran do am istad con todos, especialmente con tus amigos predilectos, como Juan, o aquella familia de Lázaro, Marta yMaría; que sabías llenar de serena alegría una fiesta familiar,como en Cana.

Tu constante contacto con tu Padre en la oración, antes delalba, o mientras los demás dormían, era consuelo y alientopara p redicar el Reino.

Enséñame tu modo de mirar, como miraste a Pedro parallamarle (Mt 16,18) o para levantarle (Le 22,61); o como miraste al joven rico que no se decidió a seguirte (Me 10,21); ocomo miraste bon dad oso a las multitudes a golpadas en tornoa ti (Me 10,23); o con ira cuando tus ojos se fijaban en los insinceros (Me 3,5).

Quisiera conocerte como eres, tu imagen sobre mí bastarápara cambiarme. El Bautista qviedó subyugado en su primerencue ntro contigo (Mt 3,14); el centurión de C afarnaún se sien

te abru ma do po r la bo nd ad (Mt 8,8); y un sentimiento de estupor y maravilla invade a quienes son testigos de la grandezade tus prodigio s (Le 4,36). El mism o pas mo sobrecoge a tus discípulos (Le 5,26); y los esbirros del Huer to caen atem orizad os(Me 1,27 . Pilatos se siente inseguro y su mujer se asusta. Elcenturión que te ve morir descubre la divinidad en tu muerte.

Desearía verte como Pedro, cuando sobrecogido de asombro tras la pesca milagrosa tomó conciencia de su condiciónde pecador en tu presencia (Le 5,8). Querría oír tu voz en lasinagoga de Cafarnaiín o en el Monte, o cuando te dirigías a

la muchedumbre «enseñando con autoridad» (Mt 1,22 ,

conavitoridad que sólo del Padre te podía venir.Haz q ue nosotros apre ndam os de Ti en las cosas grandes y

en las pequeñas, siguiendo tu ejemplo de total entrega deamor al Padre y a los hombres, hermanos nuestros, sintiéndonos muy cerca de Ti, pues te abajaste hasta nosotros, y almismo tiempo tan distantes de Ti, Dios infinito.

Danos esa gracia, danos el sensus Christi, que vivifiquenuestra vida toda y nos enseñe -inclu so en las cosas exteriores - a proceder conforme a tu espíritu.

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p qde hoy y podamos realizar el ideal de Ignacio: ser coñeros tuyos, alter Christus, colaboradores tuyos en la obrade la redención.

Pido a María, tu Madre Santísima, de quien nacistequien conviviste 33 años y que tanto contribuyó a plasformar tu modo de ser y de proceder, que forme en mítodos los hijos de la Compañía otros tantos Jesús como

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2Vida religiosa,

la urge nte renovación

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

D i o s , mundo, mis ión: e l sen t idode la renovación arrupista

Igna cio E llacuría S.J.Rector de ¡a UCA de El Salvador

Pedro Arrupe logró vina profunda renovación de la religiosa, lo cual nos pe rmite, d esde vina experiencia m uhacer unas cuantas reflexiones sobre el carácter más unique, sin duda, tuvo como renovador no sólo de la vida giosa de los jesuitas, sino también en buena medida de da religiosa en general. No sería exagerado decir que lJuan XXIII supuso para la renovación de la vida eclesigeneral, lo ha supuesto el Padre Arrupe para la renovde los religiosos, en particular. En ambos casos parece ael mism o espíritu, aunq ue en cada un o de ellos en formtinta, pero con el mismo vigor. Quizá hoy, en un m om enque esa fuerza ren ova dora de la Iglesia, en general, y deda religiosa, en particular, se ve con algún recelo por los

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gros que tiene -sin fijarse en lo qu e tiene de pro me sa de futuro- conviene resaltar algunos pu ntos esenciales que hicieron

mo la de San Ignacio, pero que, sin dejar nunca de serltambién, por otra parte, siempre estrictamente cristológ

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ro , conviene resaltar algunos pu ntos esenciales que hicieronposible y prometedora dicha renovación.

a) Ante todo , hay que ver la renovación como obra del Espíritu. Pocos, si es que hay a lguno, se atreverán a dud ar d e la intensa y profunda espiritualidad del Padre Arrupe. Otras cosas se habrán pviesto en duda y aun bajo sospecha, perodifícilmente puede disimularse su recia y consistente espiritualidad. Esa espiritualidad es ignaciana por sus cuatro costados, aunqvie también todos esos costados estaban abiertos,como la propia espiritualidad ignaciana lo exige, a las distintas novedades que el Espíritu va creando sobre la faz de latierra. No me toca a mí insistir, y menos analizar, cuáles sonlas características que la espiritualidad ignaciana adopta en laexperiencia personal del Padre Arrupe y en sus directrices como G eneral de la Com pañía. Pero sí quiero subrayar el hechode que fue en un largo proceso de profundizacíón espiritualdonde él buscó (y reclamó que los demás buscasen) la renovación de la vida religiosa.

Arrupe ha sido un hombre de Dios, por encima de todaslas cosas; y quería qvie los jesuítas también lo fueran de verdad. Pero «de verdad». Ese «de verdad» implica que era aDios a quien él buscaba, no cualquier otra cosa que quiera hacerse pasar po r Dios, incluso en amb ientes religiosos y eclesiásticos. No sustituía a Dios por nada; un Dios más grandeque los hom bres; un Dios más grand e que las Constitucionesy la estructura histórica de la Compañía de Jesús; un Diosmá s gran de q ue la Iglesia y todas su s jerarquías; un Deus sem-per niajor et semper novus, q ue sigue siendo el mism o, pero quenun ca se repite; que necesita ser expresado en fórmulas dogmáticas, pero que nun ca es agotad o en ellas. Un Dios, en definitiva, imprevisible por un lado, pero inmanipulable porotro.

En la experiencia cotidiana de este Dios, al que dedicabamuch as horas de búsque da, es donde se despertaba su gran libertad de espíritu, su gran amor a todos, su constante disponibilidad y humildad, y también su clarividencia religiosa. Unaexperiencia q ue, po r vina parte, era estrictamen te trinitaria, co-

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también, por otra parte, siempre estrictamente cristológape gad a a lo que es el Jesús histórico d e los evangelios ysús histo rizad o de los Ejercicios Espirituales. Ho mb re deseguidor de Jesús, que no excluía otras mediaciones, persabía subordinarlas a lo que es principio y fundamentoque es criterio último , a lo que, en definitiva, es fin y no m

b) Desde esta solidísima base -q ue n o se tiene de un

por tod as, sino que, por su misma naturaleza, ha de rense día a día-, A rrupe vivía abierto a la historia y, en la historia, alos signos de los tiempos. Hom bre de Dios, pero también hombre de los hombres, hombre de la historia. La novedaDios se percibe en gran m anera en la nov eda d d e la hisLas nuevas realida des plante an nuev as exigencias. No sta de abandonar el pasado y sostener que cualquier pfue peor; pero tampoco se trata de repetir el pasado coqueñ as acom odaciones al presente, como si el presente de la humanidad y de su conciencia fuera tan sólo unqueña no veda d respecto de lo que esa misma huma nidconciencia fueron no ya hace siglos, sino simplementecincuenta años. Se trata de discernir en los signos de lospos , tan nuevos y tan desafiantes, la voluntad de Dios;voluntad que no es ajena a los hechos históricos.

Pero, para discernir esos signos, es menester estar abia la universalidad del mun do . Muchos dicen estarlo; pera ello se requiere no sólo mirar al mundo todo, sino, posible, mirar desde todo el mundo. Y esto viltimo esque no se hace, pero que Arrupe intentó hacer de modcepcional. El universalismo de Arrupe, ejercitado desdprimeros años de madurez (al final de sus estudios eCompañía), sometido a la ruptura cultural del Oriente de Superior General, cultivándolo generosamente, es uversalismo no tanto de objeto cuanto , sobre todo, de pertiva. Veía el mu nd o d esde R oma, pero también d esde laciones noratlánticas; y menos, pero también, desd e las nasometidas al socialismo real.

Y cada vez más, fue viéndolo desde las naciones del TMundo y desde los pobres de toda la tierra. Veía el m

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desde la jerarquía eclesiástica, pero también desde los intelectuales, desde las culturas má s diversas -él, tan preo cupa do

bía educad o doctrinalm ente, pudie ran hacerlo creer. La en favor de la evangelización integral de las mayorías

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, , p ppor la inculturación, no sólo para encarnar la fe, sino paraque la fe se enriqueciera en esas sucesivas encarnaciones-,desde las clases medias; pero sobre todo, y cada vez más, desde los más despro tegidos. La riqueza d e este universalismo leenseñaba la riqueza de Dios y le ponía en mejor dispo siciónpara encontrar su voluntad.

c) Sobre esos dos fund ame ntos, el principal d e los cualesera el propio Dios, pero cuyo correlato era el mundo en suhistoria, acabó entendien do el gran desafío del mun do actual.La evangelización, como anuncio de la buena nueva reveladaen Jesús para que los hombres tengan vida y la tengan enabun dancia, sigue siendo , en su formalidad, la misión principal d e la Iglesia y, en ella, de los jesuítas. Pero esa ev ange lización tiene un destinatario principal, que son las inmensas mayorías del mundo a las que la vida les resulta casi imposible,para las que el mero sobrevivir es la cuestión fundamental.De ahí que aquella indicación tan simple como la de evangelizar a los pobres, aque lla adv ertenc ia q ue ya Juan XXIII repetíade qu e la Iglesia debe ser, ante todo, una Iglesia de los pob res,se va a convertir en punto fundamental de la renovación de laIglesia y de la vida religiosa. A esta luz cobraba nuevas dimension es aquella insistente y grave preocupación de San Ignacio por dar la espalda a los honores y riquezas de estemu nd o para abrazarse con la pobreza, las humillaciones y lossufrimientos que traen consigo el aprecio de éstos y el desprecio de aquéllos. Los jesuítas iban a dejar de ser los amigosde los ricos para convertirse en aliados y colaboradores de los

más pobres.La evangelización y liberación de los más pobre s, entendida no de un modo exclusivo (y menos aún de un modo quesupusiera el fenómen o de la lucha de clases), sino en tendid ade modo preferencial, cobraba un sentido estrictamente teologal, un sentido que tenía que ver directamente con Dios ycon la donación de Dios a los hom bres. Arrup e no era en modo alguno dualista en este punto, aunque algunas de sus manifestaciones escritas, en razón d e la tradición en la que se ha-

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lares, a la que forzosamente pertenecía la lucha en favlas mism as, era algo que tenía que ver directam ente conal menos con el Reino de Dios.

d) La misión, entonces, era clara: ir preferencialmente a pobre s para, desd e ellos y con ellos, evangelizar el m unberar a la humanidad de todas sus cadenas, sin olvida

mu cho m enos, las caden as del pecado y las causas d e lamas . La vida religiosa volvía a entenderse desde la misila que el Rey eterno invita a sus fieles seguidores, perniendo muy en cuenta lo que es la bandera del «eneminatura humana» y lo que es la bandera de quien, «en pobreza» y en suma contradicción con los valores demundo, hace el llamamiento a seguirle.

La vida religiosa tenía su centro fuera de sí; no era aly para sí mism a, sino que era algo en y para la misión.no una misión abstracta para una evangelización abstr

sino una misión y una evangelización que tenían mucuenta la situación de nuestro mundo y que daban prioa lo que significaban las demandas de los más pobres.doble acento (el de poner la vida religiosa en función misión y el de enten der la misión desde la opción preferpor los pobres, sin olvidar en nin gún m om ento lo que dsólido y santificante tiene la espiritualidad ignaciana y edo auténtico de proceder de los jesuítas) es la raíz de unténtica renovación religiosa que busca a Dios y su voludonde mejor se puede encontrar; que busca lo que «

conduce al fin para que fuimos creados, tal como ese esos medios so n ilumin ados p or la vida de Jesiis.Nada había en ello de no ignaciano, aunque pudiera

como poco «jesuítico», si por «jesuítico» entendemos las adherencias que el ambiente y los comportamientoscos y/o institucionales de la Iglesia y del mundo habíaproduciendo en la Compañía de Jesús so capa de buen do, de moderación y madurez, de buenas formas curialconventuales.

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e) Volvió entonces a recuperar la vida religiosa su talanteprofético, y con ello un cierto sentido de confrontación no en todos

mino de la experimentación, la escucha de las necesiddel mu nd o y la respuesta d esde el Evangelio.

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los religiosos, pero sí en buena parte de ellos e incluso entrelos propios sup eriores, que por lo general habían estad o m ása cuidar de lo institucional que a fomentar la libertad y la creatividad del espíritu.

Arrupe pretendió ser fiel a la jerarquía, pero sin que estafidelidad derivada le impidiera alentar a quienes se sentíanllamados a arriesgar e innovar. Propulsó toda suerte de expe

rimentos, sin dejar que se perdiera nunca lo esencial (unaprofunda vida espiritual alimentada en métodos y prácticasignacianos; una gran seriedad en los estudios; un perm anente discernimiento que iluminara pero no negara lo fundamental de la obediencia). El torbellino de la experimentaciónfue en ocasiones demas iado violento, y en su propio generalato llegó el mo me nto de pone r cautela a los experimentos yde asegurar ciertas líneas comunes. Pero no por miedo a lanov eda d y al riesgo, sino por bu en juicio de no equivocar laactividad con la agitación, de no confundir el prurito de la

nov edad con la seriedad de la innovación.Podría decirse que en lo nuevo, en cuanto nuevo, veíaArrupe algo divino, algo que muestra el Espíritu haciendonueva s todas las cosas; pero sabía que no podía darse una novedad absoluta que rompiese con todo el pasado, en el quetambién se había hecho presente el Espíritu de Jesús (y por loque se refería a su pr opio caso y al de tod os los jesuítas, especialmente en el San Ignacio de los Ejercicios y de las Constituciones). Difícil tensión ésta entre lo nuevo y lo viejo, entrelo espiritua l y lo institucional, entre la tradición, que viene de

atrás, y la profecía, que mira hacia adelante, entre la obediencia a Dios y la obediencia a los hombres.Esta tensión fue la que le causó dificultades con muchos

estamentos jerárquicos y la que le originó los mayores disgustos con la Santa Sede, mientras eran numerosísimos losobispos, superiores religiosos, teólogos y pastoralistas queveían en él un signo de los tiempos y una luz alentadora deempresas eclesiales siempre nuevas, siempre audaces, incapaces de busc ar el reposo antes de hab er recorrido el largo ca-

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y p g

f) Pero nada de esto impedía que la vida religiosa sigusiendo vida en comunidad. La vida comunitaria no es en la vida religiosa un fin en sí misma ni es tampoco un puro mes , más bien, una p arte integrante de ella. Pero se ha prodido a entender la vida comunitaria como si se redujera acomunidad de bienes, a una comunidad de obediencia

una comunidad de ordenamientos externos. Hacer todacosas al mismo tiempo, conforme a un «orden del día», smaba por «vida en comú n»; el estar sometido a unos mireglamentos se consideraba lo esencial de la vida comuria. Esto daba lug ar a vidas paralelas, más q ue a vidas cnitarias; a la comunicación de lo exterior, más que a la cnicación de lo interior: algo muy alejado de poner la vidcormm y de hacer buena parte de la vida en común, d«vida» ya no es la práctica exterior, sino aquello que fumentalmente hace el hombre.

Ciertamente, Arrupe no es un dualista, ni es tampocodespreciador de aquellas cosas externas que ayudan a onar la vida en comú n. Pero mucho meno s es un reduccioque entienda por vida en común lo que no es vida y lo qmerece la pena de ser comunicado. No confundía el fcon la forma ni lo esencial con lo accidental; y mucho mhacía cuestión máxima de lo que es mínimo y mínima que es máximo. Incluso en actos al parecer tan solitariomo su misa diaria en su pequeña «catedral» (de la que exesplénd idos testimonios personales), él se esforzaba muvam ente po r estar en comu nida d real con todos los jesu

él enco men dado s. No se sentía solo; estaba allí para comcar y para recibir, para dar y para aceptar. Lo que era sión» en su concepción de la vida apostólica era «comución» en su concepción de la vida comunitaria. Pero erafeliz da ndo que recibiendo, a pesar de su inmensa humde superior que a todos preguntaba para enriquecer suspios puntos de vista.

Fue así, con su ejemplo, con sus directrices y exhortanes, un gran renovador de la vida comunitaria, impulsa

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los discernimientos comunitarios y la Eucaristía en común,donde lo importante no era estar materialmente juntos, sino

i i l i d bi l h l

Dicho brevemente: Arrupe ejercía la autoridad de udo evangélico. Suelen decirlo mucho s superiores, pero

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espiritualmente comunicados, abiertos a la escucha y a la corrección, pronto s a dar lo mejor de un o mism o, pero siem predesde la perspectiva de la misión apostólica, del hacer bien alos dem ás, de la evangelización. La verd ad de la vida comunitaria debía contrastarse con lo que era el trabajo apostólicoque, cuanto más arduo y peligroso, más necesidad tenía deintensa vida comunitaria y, sobre todo, de estrecha relación

del hombre con Dios. La com unida d, no ob stante, debía constituirse en lugar privilegiado, en mediación excepcional deesa estrecha relación, que podía verse sometida a au toengañ osin el contraste comu nitario.

g) Nada de esto anulaba tampoco el valor y la necesidadde la autoridad y la obediencia, sino que situaba amb as en suexacto lugar. Tal vez en este punto fundamental del modocristiano de ejercer la autoridad y de animar a la obedienciaes donde -quizá más con el ejemplo que con grandes disquisiciones teóricas o con normas de gobierno- da el PadreArrupe un mayor impulso a la vida religiosa. No puede desconocerse el hecho de que un bu en g rupo de jesuítas (los másconservadores y los más opuestos al cambio) opuso fuerte resistencia a la autorid ad del Padre Arru pe y fue buscand o escapatorias teóricas y procedimien tos prácticos para e vadir elcambio que había suscitado el Vaticano II y que Arrupe, junto con otros, procuró que se viviese de mo do e special en la vida religiosa. Los que tenían la mirada puesta atrás no comprend ieron fácilmente el nuevo rum bo, pero sí lo hicieron losque miraban hacia adelante.

Por eso, no debe considerarse a Arrupe como un conservad or de las formas antig uas de la vida religiosa, sino com oun profundo renovador, al que el futuro dará la razón y sabrá medir con equidad. No es que siguiera el gusto de unosy se opusiera a los modo s de otros. A quienes ansiaban la renovación como una necesidad imperiosa, también los sometió a prueba y no dejó que campasen por sus respetos. Pero,en general, éstos aceptaron su auto ridad e interiorizaron susorientaciones.

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tantos los que lo pone n en práctica. Podría asegurarse qnía del todo prese nte el mand ato evangélico de no ejeautoridad con la Iglesia como se ejerce en el mundo: lode los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen;entre los discípulos, el que vaya a estar arriba y haya tuar como primero, ha de ser servidor y esclavo, porqHijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a serv

dar su vida en rescate de todos (cfr. Me 10,42-45; Mt 20,El Padre Arrupe ejercía su ministerio de superior efectiva y afectivamente- como quien sirve hasta dar spor los demás. Ambas notas son características de él, yunid ad m ues tran el idealismo cristiano de la forma de perior: no sólo dar la vida, sino darla co mo qu ien sirve;lo servir, sino servir dando la vida; jamás aprovechar ldición de superior para ser alabado, para ser servido,estar delante de los dem ás. Esto, junto a su capacidad tica y su don de comunicación y de animación, hizo qsuperiores generales de otras Orden es le eligieran reitmente, hasta el último momento, presidente de la UniSuperiores Generales.

Com o Superior G eneral, daba directrices y buscaba qcumplieran; daba órdenes, a veces dolorosas, y exigcumplimiento. Pero, con anterioridad, no sólo escuchquien quería representarle otro punto de vista, sino qumaba paternalmente para que la orden en cuestión sucomo resultado de un conocimiento iluminado. No habtonces tanta dificultad en obedecer, sino porque la forencontrar la voluntad de Dios, la forma de mandar, erna, era conforme al espíritu del Evangelio. La cual hacícon el tiempo, pudie ran cam biarse sus decisiones, porqse consideraba infalible ni tenía miedo a perder autoSabía que quien quiere ser el primero en el Reino ha tuarse con los últimos, para que sea el Señor, no los hoquien le invite a subir más cerca de él.

No deja de ser significativo de este espíritu el hech o ber sido el primer General de la Compañía de Jesús qpleno uso de sus facultades, ha pretendido presentar

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nun cia. Sólo lo ha he cho u n Pa pa en la Iglesia, y sólo lo ha hecho el Padre Arrupe en la Compañía. Creen algunos que su

i i f d l f d d N í A

tema para poder perfilar, desarrollar y fundamentar pliar lo que aqu í se ha d icho. El méto do s eguido ha sid

ó í l ó d l d

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renuncia vino forzada por la enfermedad. No es así. Arrupehabía querido preparar una Congregación General para presentar ante ella su renuncia al generalato. Juan Pablo II se loimpidió, y en el intervalo se desató el fulminante ataque cerebral, al regreso de un viaje a Filipinas, adonde había ido, como superior, a conocer mejor la vida de sus subditos, a escuchar sus problem as, a animarles en sus emp resas, a estar con

ellos en medio de la persecución.En sus viajes como superior, el Padre Arrupe escuchabamuchísimas ho ras, con lo que sus palabras ya no eran palabrastraídas de hiera, sino respuesta a los proble mas y a las preguntas que se le prese ntab an antes y duran te el mism o viaje.

h) Arrupe está también persuadido de la vigencia de la vida religiosa en el momento actual y para el futuro. Estaba persuad ido deque la vida religiosa era indispen sable pa ra la santificación demuchos cristianos con esa concreta vocación, para que la fe y lagracia resplandecieran en toda su fuerza, para que la Iglesia pudiera cumplir mejor con su misión santificadora y evangeliza-dora, pero también (y no en último lugar) para que el mundohiera realmente más humano, a la vez que más divino.

A pesar de las sacudidas que el desafío y la libertad delVaticano II, junto con la irrupción de los valores del m un doen la conciencia actual, causaron en d istintas órdenes y congregaciones religiosas, no excluida la Compañía de Jesús, elPadre Arrupe no dudó de la vitalidad de la vida religiosa nide su enorm e utilidad, siempre que se renovara com o lo exigía el Concilio y como lo dem and aba n la nueva realidad his

tórica y su conciencia correspondiente. Seguía pensando -yasí lo iba transmitiendo p or dond equiera que iba - que la vidareligiosa ofrecía las máxim as posibilid ades pa ra la realizacióndel Reino de Dios entre los hombres, que incluye tanto la presencia salvífica de Dios entre ellos como la realización de unmundo conforme al designio de Dios.

Concluyamos ya este argumento de Arrupe como gran renovador de la vida religiosa. Muchas más cosas podrían decirse y, sobre todo, podrían estudiarse sus escritos sobre este

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mostrar cómo se veía la acción del Padre Arrupe, por se refiere a la vida religiosa.

No en todas partes se pide lo mismo hoy de la vidagiosa; pero si no aparecieran, en la forma que fuere, ade los aspectos que aq uí se han tratado, no sólo pod ríase que se está olvidando y desvirtuando el gran apoArrupe a la vida religiosa, sino que (lo que es más gra

estaría impidiendo la renovación misma de la vida rely, con ello, lo que ésta puede aportar a la salvación y ción de los hom bres.

B) TEXTOS DE AR RU PE

El éxodo de la Vida Religiosa

La Iglesia y la Vida Religiosa viven hoy (de alguna ra han vivido y vivirán siempre) en situación de éxogantesco: de salida de una cultura, de unos conceptunas seg uridades , de tmas ideologías, de un o rden sociobliga a roturas y desprendimientos unas veces violedolorosísimos, otras veces inconscientes, para com enznuevo, desconocido, que se va generando com o esponmente y fuera de control del hombre, precisamente céste se creía capaz de dominar el mundo y de configcon su creatividad. Un éxod o en el que el prime ro y el do mundo salen hacia el tercero y el cuarto.. . , obligad

la interdependencia y el crecimiento de las nuevas naUn éxodo al mism o tiempo del cuarto y del tercer m uncia el prime ro y el segu ndo , en busca d e ayud a par a suficación y progreso económico y de nuevas fórmulas propio desarrollo. Un éxodo total, de todos y de tod o..un país desconocido que aparece como un no-man-land, quese pu ede convertir o en la tierra prometida o en un camconcentración en el que el hombre se convierte en su verdugo, ¡una especie de Dachau gigantesco

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Pero también un éxodo espiritual muy íntimo de cadauno , que tiene que salir de su mundo interior, de sus ideas,

l hábi i

Desde esta perspectiva han de ser comprendidas, pmadas y renovadas las estructuras que la Vida Religio

id d i i l i di bl

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sus esquemas mentales, sus apegos, sus hábitos, para sustituirlos por otros nuevos, desconocidos, no probados aún . . .Y así com o para p od er cam inar po r el desierto y arribar conseguridad al país de la promesa fue necesario el contactocon el Dios acompañante, que hacía la Historia con su Pueblo, sea como interlocutor de los profetas, sea como cond uctor invisible de la totalidad del Pueblo -y el Pueblo caminó

seguro mientras vivió ese encuentro y relación personal, yse desorientó en los momentos del olvido-, así también uncontacto similar, una experiencia de Dios es la que nos ha deconducir y dirigir en este nuestro éxodo, individual y colect ivo, darle sentido y hacernos llegar seguros al nuevo paísde la promesa (Conferencia en la IV Semana Nacional deReflexión para Religiosos en el Instituto de Vida Religiosade Madrid, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, pp. 670-671).

Ser y estar de la Vida Re ligiosa

Por entrañ ado v italmente en este seguimiento al Señor delhombre, cuenta tanto para el religioso la fidelidad al ser humano que está en, y hace, esta Tierra nuestra y su historia. Enlo más profundo de cada religioso y cada religiosa, y en sumisma consagración de tales, late una profunda solicitud porel hombre concreto, que es también proximidad y cercaníapersonal al drama y a la alegría hum ana . Solidaridad profunda del religioso con toda persona humana concreta, conver

sión al hombre herido de todas las pobrezas. Hasta el puntode hacer ideal de su vida ofrecerla por entero realizando conello la más profunda inserción en el corazón de la realidadhumana.

En ningún caso la Vida Religiosa puede pensarse comohuida de la realidad de los hombres. Es precisamente porellos por quienes se abraza. No puede ser de otra forma,siendo, como es, seguimiento de quien fue entregado, y seentregó, po r ellos.

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considerado convenientes o incluso indispensables paencarnación concreta en el mundo. Todas, desde las qtreman la distancia a las que afrontan la inserción más gada; las que ayudan a testimoniar la fraternidad o lagarantizan la más p lural dispersión m isionera; las que a la estabilidad y las que constituyen la misión y el envque favorecen la oración y el silencio y las que instrum

la proclamac ión pública de la Palabra con los más momed ios o las que explora n posibilidades con templativaciudad secular; las que reproducen hoy viejas y nuevamas de eremit ismo y las que ensayan mod alidades cotarias de tipo mixto... Todas, en fin, son estructuras «estar en» la Historia de los hombres, que se justifica modo concreto de «ser» para el hombre a que cada famligiosa es llamada («La Vida Religiosa, hoy», artículo pobra 2.000 años de cristianismo, en La Iglesia de hoy y del futuroMensajero, Bilbao, 1982, pp . 721-722).

C) TESTIMONIO PERSONAL

Padre y amigo

Eduardo Briceño S.J.Casa de la juventud Bogotá)

Su espíritu de oración se me grabó especialmente.pa do en sus reun iones y conferencias, solía llegar al Ctarde en la noche. Iba al comedor, tomaba un vaso decon un ba nan o qu e le dejábam os en la neve ra y se retsu cuarto. Al día siguiente, su luz indefectiblemente cendía a las cuatro de la mañana. ¿A qué horas descante hombre? -me preguntaba yo. No sabía que, desdt iempos de sus estudios de Medicina en Madrid, habquirido el hábito de dormir sólo cuatro horas. Ese háb

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conserv ó hasta el 7 de agosto d e 1981, cua ndo le sobrev inola trombosis. Estuviera de viaje o tranquilo en casa, sólod í t h l d

ponsabilidad fundamental: la de acompañar al mundo en esbio, iluminándolo con la luz del Espíritu. No podemos quedatrás corrigiendo los errores sino que hemos deesforzarnospor pro

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dormía cuatro horas y algunas veces menos, cuando, por razones especiales, tenía que acostarse más tarde de lo cotidiano. Así sacaba tiempo para todo y especialmente paraorar, porque todos los días pasaba largos ratos en diálogoíntimo con su Señor.

En 1982, el P. Jean Cla ude Dietsch publicó una entrevistaque había ido haciendo al P. Arrupe los meses anteriores a

su trombosis. Al preguntarle «¿Para usted, quién es Jesucristo?», el P. Arrupe contestó así: «Esta misma pregunta me ¡ahicieron de repente, hace unos cinco años, después de una entrevista que hice por la televisión italiana. La pregunta me cogió porsorpresa y respondí de forma totalmente espontánea: para mí Jesucristo lo es todo. Hoy respondo lo mismo, pero todavía con másfuerza y más claridad: Para mí, Jesucristo lo es TODO. Desde queentré en la Comp añía, él fue y es siempre mi fuerza. Pienso que noes necesario explicar más lo que esto significa: si se quita a Jesucristo de mi vida, TOD O se deshace como un cuerpo al que se lequite el esqueleto, el corazón y la cabeza» (Dietsch, Jean Claude:Pedro Arrupe. Itineraire d'un jésuite, Le Centurión, París, 1982,p.49).

Esas palabras d el P. Arru pe, pro nun ciada s en 1981, reflejan exactamente la impresión que tuve yo de él en 1954 y quese fue afirmando con el paso de los años. Ese amor apasionado por Jesucristo es la explicación de su vida.

De esa fuente de su vida interior, brotaba también otra desus características como hombre de gobierno: la audacia.Nun ca tuv o miedo al cambio. Siempre estuvo abierto para estudiar los que parecían convenientes para la Compañía, envista de su adaptación a los tiempos nu evos, y cuand o estabaconvencido de esa conveniencia, se lanzaba a ellos sin ningúntemor, más aún, consciente de las dificultades y sinsaboresque ellos acarrearían.

El 4 de diciembre de 1974, dirigió a la Congregación General XXXII una instrucción sobre «El desafío del mundo y misión de la Compañía» en la que afirmó: «No hay por nuestraparte, como jesuítas, m ás que una actitud fundam ental: la de la entera apertura al Espíritu que renueva la faz de la tierra y una res-

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atrás corrigiendo los errores, sino que hemos de esforzarnos por proyectar aquí y ahora nuestra luz hacia el porvenir, tratar de sorprenderlo y acompañar la marcha, el cambio, desde la acción inspiradoray transformadora del Espíritu» (Congregación General 32, p238).

Y en el discurso inicial de la Congregación General dcuradores de 1978, se expresó así: «L a lucha por ¡ajusticia y so

lidaridad con los pobres conduce a veces a la confrontación yla persecución. Es el precio que tenem os qu e pagar. Y esto tanto enregímenes comunistas como en los llamados de seguridad no en los que la opresión e injusticia a que nos oponemos tiene sus raíces en el capitalismo» (La identidad de los jesuítas en nutiempos, Sal Terrae, San tande r, 1980, p. 538).

Servir en vida y en muerte

Jesús María Lecea Sch. P.Presidente de la CONFER

Ha n pasa do diez año s de su muerte, que tanto se aspor el largo y concentrado sufrir de sus últimos años, ato y calvario de Jesús. El tiempo barre toda memoria que fueron, pero no puede suprimir la capacidad humevocar a aquéllos que dejaron huella especial en la Hisen las historias de los hombres.

Uno de éstos es Pedro Arrupe, dieciocho años SuGeneral de los jesuítas en momentos nada fáciles, inctes muc has veces y marcados por cambios profundos eda y en la cultura, en las relaciones sociales y en la emism a de la comu nidad eclesial.

Venía de tierras vascas, como las de Ignacio de Loyocup ó su pue sto, com o el vigésimo o ctavo sucesor, ade la Compañía de Jesús. Pude saludarle personalmeuna ocasión, yo estudiante de Teología en Roma y él

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elegido R Gene ral, cuando vino a celebrar misa en la habitación-capilla que por treinta y seis años fue testigo de los santos desvelos de José de Calasanz fundador de los escolapios

cial del carisma ignacian o. Él intuy ó lo que esto significra los jesuítas hoy, desde los com ienzos de su generalatsu mue rte Le fue dad o un ím petu especial para hacer l

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tos desvelos de José de Calasanz, fundador de los escolapios,de quienes Arrupe recibió su primera formación humana ycr is t iana . «Vengo a pedirle que me ayude de un modo especial y para agradecerle las gracias que por medio de sus hijos recibí en la niñez». Después, como tantos otros, le fui siguiendo a través desus escritos y actuaciones narradas aquí y allá.

Pedro Arrupe es una de las mejores encarnaciones del

Concilio Vaticano II. Supo situarse, aligerando pesos inútilesdel pasado, en la dirección del viento del Espíritu, que soplófuerte para la Iglesia en el Concilio. Y con igual disponibilidad, acompañada de marcada decisión, trató de impregnardel mism o espíritu a la Comp añía y a la vida religiosa. Ésta sesiente hoy deudora por cuanto recibió de su acertado impulso , de sus ilusiones y desvelos, que ocu paron su tiempo comoPresidente de la Unión de Superiores Generales en Roma.«Servir en vida y en muerte» fue su magnífico testimonio deobediencia religiosa. Asumió e impulsó con lucidez el cam

bio, desde la fidelidad más transparente y leal a Jesucristo ysu Evangelio, a la Iglesia, al hombre de nuestro tiempo. Unreligioso cabal y para los demás, ni más ni menos. Esto es loque recuerdo de P edro Arru pe y de esta manera lo evoco como me moria viva para el presente.

La experiencia fundante de los Ejercicios

Vincent O Keefe S.J.

Consejero General yAsistente General dela Compañía de Jesús

Hay una clara identidad entre la vida d e Ignacio y los Ejercicios Espirituales. A partir de la experiencia fundante de losEjercicios Espirituales en su propia vida y en la vida de los demás, Pedro Arrup e tenía una compre nsión intuitiva de lo esen-

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su mue rte. Le fue dad o un ím petu especial para hacer lcicios Espirituales co mo Ignacio los pen só. Se instituyergram as para estud iar los Ejercicios y cóm o dirigirlos. Lotros de Espiritualidad Ignaciana fueron promocionadosla Curia Gen eral y a través de toda la Com pañía. Ca da vhablaba, don Pedro insistía en conceptos ignacianos clamo el «magís» en nuestras vidas; el Cristo de los Ejercicios

pirituales; la experiencia de La Storta y ser pues to con el Principio y Fun dam ento , del cual brotan la indiferendisponibilidad ; el coloquio en la meditació n del peca dono de C risto y las Dos Banderas, qu e llegan a ser nuesty nuestra meta, con la radicalidad del «magis», la Contem plación para alcanzar Amor, donde Cristo nos desafía en tcreado, en todos los hombres y mujeres; el discernimieespíritus, tan crucial en el pen sam iento ignaciano; y laspara sentir con la Iglesia.

D ) O R A C I Ó N

Oración a los diez años de ser Superior General

Señor, estamos aquí en tu presencia, a tu alrededor,tus discípulos, para escuchar tus enseñanzas y tus conpara una charla íntima contigo, como los apóstoles, ccon toda confianza te decían: «Señor, enséñanos a ora11,1); «Señor, explícan os la paráb ola» (Mt 13,36).

Con la confianza que nos inspiran tus palabras «Vosois mis am igos» (Jn 15,15), tenem os tan tas cosas que tenemos necesidad de escuchar tantas cosas de Ti: «Señor, que tu siervo escucha» (ISam 1,39 ; «Porque hablas como jamás un hombre ha hablado» (cfr. Jn 7,46); «Señquié n vam os a ir? Tú tienes palabras de vida eterna » (J

Estamos ciertos, Señor, de que tus promesas son sincno engañan: «Pedid y se os dará... llamad y se os abrir7,7). Anim ados con estas palabras, queremos hoy pedirt

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chas cosas, que e n definitiva se redu cen a un a sola: «Venga tuReino. Hágas e tu volun tad» (Mt 6,10). En esto se resu me todolo que te pedimos; sin embargo, aunque no sea más que por

de Láza ro, no sea «de m uer te, antes sea para la gloria dpara que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11

Enfermo como estoy quiero decirte con las herman

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lo que te pedimos; sin embargo, aunque no sea más que pordesahogo del corazón, queremo s hacerte una serie de peticiones, como lo hacían los que te rodeaban en el tiempo delEvang elio. Tú q ue eres el sí a la disposición del Pad re: «El I lijo de Dios no fue sí y no, en Él no hubo más que sí» (2Cor1,19 , responde con u n sí a nuestros pedid os.

Señor, cuando me siento ciego y sin luz para com prend erlo que d ebo ha cer yo, o sugerir a los otros, viene n a mis labioslas palabras del ciego del Evangelio: «Señor, que vea» (Le18,41). Da luz a mis ojos para que puedan ver siempre la realidad verdadera y no me deje engañar por la falsa aparienciadel mundo.

Cuá ntas veces me cuesta dar oídos a tus palabras, cuántasveces permanezco sordo a tus llamadas, a tus órdenes, a tumisión. Repíteme, Señor, también a mí lo que dijiste al sordomudo : «Effetá, que quiere decir ábrete» (Me 7,34), y mis oídosse abrirán y escucharé aquella tu voz tan profunda y sutil,que no llego a distinguir en el estruendo del mundo. Dame,sobre todo, sensibilidad y prontitud para escuchar, para quepueda oír cuando llamas a mi puerta: «Mira que estoy a lapuerta y llamo» (Ap 3,20).

A veces, Señor, me encuentro interiormente tan pobre, tansucio, tan lleno de heridas, peores que las de la lepra, casi todo una «llaga» y una «úlcera» [EE 58]. Extiéndeme tu mano,como hiciste con el leproso d el Evangelio: «Si quieres, p ued eslimpia rme» (Mt 8,2). Te pid o que pron unc ies la palab ra todopoderosa: «Quiero, queda limpio» (Mt 8,3). Y mi cuerpo quedará limpio como la carne de Naamán, después de haberse

lavado en las aguas del Jordán (cfr. 2Re 5,14), y mi alma se hará pura y sin mancha, como la de aquéllos que lavaron susvestiduras en la sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14).

La debilidad de mi alma me da a veces la sensación de decaimiento, como de morir. Por eso te pido, desde lo más profundo de mi ser, com o el centurión: «Di una sola palabra y micriado quedará sano» (Mt 8,8). Que también yo pueda decirtecon la misma fe: «Y tu criado, es decir, mi alma, quedará sana». Me queda un consuelo, el de que mi enfermedad, como la

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Enfermo como estoy, quiero decirte con las hermanLázaro: «Señor, aquél a quien tú quieres está enferm11,3). Quiero escuchar de tus labios las palabras que dijMarta: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). Ypreguntases como a Marta «¿Crees esto?», quisiera podpo nd erte como ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el CHijo de Dios viv o, el que va a ven ir al mu nd o» (Jn 11,2

Y si mi debilidad fuese tal que deba decirse de mí, de Lázaro: «Ya huele mal» (Jn 11,39), tengo, sin embaconfianza de que tú mandarás con voz imperiosa: «Sal(Jn 11,43) y yo volveré de nuevo al mundo con una vidva, mientras se caen todas mis ataduras p or orde n tuyasatadle y dejadle andar» (Jn 11,44). Así podré seguir sdanzas el camino de tu voluntad.

Señor, otras veces el peso de mi respo nsab ilidad saceme aplasta, viéndome tan poca cosa delante de mi voctan superior a mis propias fuerzas, que me veo tentadcirte como Moisés: «¿Por qué tratas tan mal a tu siervoqué no he hallado gracia a tus ojos? (...) No puedo carsolo con todo este pueblo, es demasiado pesado para vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado grtus ojos, para que no vea más mi desventura» (Num 1115). Pero apresúrate a darme la misma respuesta que dMoisés: «¿Es acaso corta la mano de Yahveh? Ahora vasi vale mi palabra o no» (Num 11,23).

Si en ciertos mome ntos de desaliento y abatimiento mrece, como a los apóstoles, sumergirme y casi ahogvuelve n a resonar en mi alma las palabras de ánimo y

ce reproche que dijiste a Pedro: «Hombre de poca fe, ¿has dudado?» (Mt 14,31). «Aumenta, Señor, nuestra f17,5). Tenemos sed, como la samaritana, y sentimos la ndad de esa agua viva que sólo Tú nos puedes dar: «Desa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4,15).

Señor, se está aquí tan bien en tu presencia que, comdro, querríamos hacer tres tiendas para quedarnos copero sab emo s que estar aquí contigo, en estas horas sno pu ede ser sino por poco tiemp o, porque «la mies es

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y los obreros pocos» (Mt 9,37), y tú nos ma nd as a trabajar po rti en el mundo: «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20, 4),«id por el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la cre

los veinticuatro ancianos del Apocalipsis queremos r«Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquera, que es, que va a venir (...) Eres digno, Señor y

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«id por el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Me 16,15).

Sí, nosotros iremos a trabajar por ti en tu viña, pero nuestro corazón se quedará aquí, a tus pies, atento como María,para escuchar tus pala bras de vida eterna (cfr. Le 10,42); comotu Madre, que «conservaba cuidadosamente todas las cosasen su corazón» (Le 2,51), para gustar tamb ién nosotro s tus pa

labras en nuestro corazón. En séñanos a ir y a quedar, a trabajar por ti sin separarnos de ti, a ser contemplativos en la acción, a experimentar en nuestro corazón tu presencia de«dulce huésped del alma».

Conscientes de que las necesidades del apostolado son innumerables, estamos aquí a tu disposición: danos la misiónque quieras, má nda no s adon de quieras, porqu e: «Por Yahvehy por tu vida, Rey, mi Señor, que donde el Rey mi señor esté,mu erto o vivo, allí estará tu siervo» (2Sam 15,21).

Danos tu fuerza para cumplir nuestra misión, la fuerzaque diste a los apóstoles, cuan do los llamaste para seguirte,la que diste a Mateo, cuando le dijiste: «Sigúeme. El se levantó y le siguió» (Mt 9,9). Para que se renueve nuestro fervor, repítenos, Señor, aquellas tus palabras que son una invitación y una promesa al mismo tiempo: «Venid en pos demí y os haré pes cado res d e hombre s» (Mt 4,19). Y dan os v alor para que nos hagamos «sal de la tierra» y «luz del mundo» (Mt 5,13-14).

Dinos lo que hemos de hacer. Siguiendo el consejo de tuMadre en Cana («Haced lo que él os diga», Jn 2,5), estamosciertos de que, si acogemos tus palabras, tu fuerza todopode

rosa no sólo cambiará el agua en vino, sino que hará de nuestros corazones de piedra corazones de carne (cfr. Ez 11,19).Por eso te pedimos: «Ayuda a mi falta de fe» (Me 9,23).

Contemplando esta hostia a la luz de la fe, reconocimosen ella a Aqu él que dijo de sí mism o antes d e venir al m undo: «He aqu í que veng o a hacer tu volun tad» (Heb 10,9); aAquél que colmó su vida en la cruz con el «todo está cumplido» (Jn 19,30); a Aquél que, vuelto al seno de la Trinidad,de donde había salido, está sentado en el trono; y unidos a

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, q , q (...) g , ynuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porqhas creado el univ erso , po r tu volunta d fue creado lo existía» (Ap 4,8-11).

«Gran des y marav illosas son tus obras, Señor, Diospodero so; justos y ve rdade ros rus caminos, ¡oh Rey deciones ¿Quién no tem erá, Señor, y no glorificará tu noPorque sólo Tú eres santo, y todas las naciones vend rápos trará n a nte Ti» (Ap 15,3-4).

Sentimos que desde esta hostia, trono humilde y esdo, nos dices: «Yo soy la vid y vosotros los sarmiento15,5), «yo soy el camin o, la verda d y la vida» (Jn 14,6), tros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, posoy» (Jn 13,13). Por eso no podemos sino repetir comApocalipsis: «Ven» (Ap 22,17). Que p oda mo s tambiéntros ser dignos de escuchar tu respuesta: «El que tengque se acerqtte, y el que quiera, reciba gratuitamente avida» y tu inefable promesa: «Sí, pronto vendré» (Ap «Amén, ven, Señor Jesús».

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La Iglesiaante la contradicción

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

El Padre Arrupe, test imonio profét icode los t iempos nuevos

Bartolomeo Sorge S.J.Director de La Civiltá Cattólica

Hac e diez a ños , al atarde cer d el 5 de febrero d e 199edad de ochenta y tres años, fallecía en Roma el padreArrupe, Superior General de la Compañía de Jesús 1965 hasta 1983. El Padre Arrupe es uno de esos testi

proféticos que el Esp íritu suscita en la Iglesia en las endas más difíciles de su historia. Tuvo la misión de guiCompañía de Jesús en la primera fase del postconciltiempo ato rmen tado pe ro grávido de futuro. Su misiónde los profetas: ser, adem ás de prego nero de los tiempovos del Espíritu, «signo de contradicción». Así lo resalP. Peter-ITans Kolvenbach, actual Superior General, en ta enviada a toda la Orden con motivo del décimo anivde su muerte: «Como todo testigo profético, el Padre Arrape

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signo de contradicción, incomprendido o mal comprendido, en laCompañía y fuera de ella».

(...) Es algo que se percibe con claridad a lo largo de su ge

con Dios» (Decreto 4: Nuestra misión hoy: diaconía de la fe ypromoción de la justicia, n. 2).

Esta «opción decisiva» se encuentra en el origen de

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( ) g q p g gneralato, cuyos dieciocho años coincidieron con la primera fase del postconcilio. Hemo s de tener en cuenta esta coincidenciapara form ular u n juicio objetivo sobre el Padre A rrup e, pues elpostconcilio de la Iglesia y el de la Com pañ ía se ilum inan recíprocamente. Los dos vivieron un momento intensamente ca-rismático, de crecimiento real pero en parte contradictorio, cu

yos efectos benéficos no fueron adver tidos del mismo m od o entodos los sectores de la Iglesia y de la Co mp añía.(...) Durante los años de su generalato, se verificó -en la

Compañía del mismo modo que en la Iglesia- lo que sueleacontecer en los mo men tos decisivos del cambio de una época a otra, cuando la dialéctica entre carisma e institución esmás agitada, y hasta tal vez incontenible. Son momentos difíciles, de prueb a y de cruz, pero ricos de innovaciones po sitivas y de promesas. En ellos el Espíritu se manifiesta de manera extraordinaria y creativa a través de la tensión fecundaentre fidelidad al pasado y apertura al futuro.

La «opción decisiva»

Aunque todo el generalato del Padre Arrupe fue «profecía» y «signo de contradicción», la verdadera prueba defuego fue la XXXII Congregación General (1974-1975), convocada para decidir las grandes líneas de la renovación delos jesuítas a la luz del Vaticano II. En aquella ocasión laCompañía realizó la «opción decisiva» de «comprometerse,

bajo la bandera de la Cruz, en la batalla crucial de nuestro tiempo: la batalla por la fe, y la lucha qu e comporta po r la justicia (...)viendo en esa opción el elemento central que define en nuestrotiempo la identidad de los jesuítas en su ser y su obrar» (Declaración: Los jesuítas hoy, nn . 2 y 3). Efectivamente -explic a laXXXII Congregación Gen eral- , «la misión de la Compañía deJesús hoy es el servicio de la fe, de la que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta porque forma parte de lareconciliación entre los hombres querida para su reconciliación

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p glas dem ás que la Com pañía iría haciend o en los años stes. No se produjo casual ni impro visam ente, sino que fruto de un largo discernimiento, llevado a cabo para drespuesta a la misión que Pablo VI había confiado a lostas de combatir el ateísmo contemporáneo en todas sunifestaciones: en la cultura, en los com portam ientos y

estructuras sociales.(...) A partir de ese momento los jesuítas intensificacompromiso evangélico (en muchos casos hasta derrasangre) contra todas las formas de violencia y de injuEstas, en efecto, son algunas otras manifestaciones delmo co ntemp oráneo , que rechaza a Dios no sólo directasino también en el hombre, imagen suya e hijo. Es ateíhambre de mil millones de seres humanos que mata millones de person as al año y a mil quinientos niños cara, mientras que los países ricos arrojan lo «superfluviolencia y ateísmo la deuda externa de los países del Mundo (casi 2.000 millones de dólares), que genera nformas de colonialismo y de esclavitud. Es injusticia ymo toda forma de racismo, desde la discriminación dblos enteros por el color de su piel al incremento de egcontra los inmigrantes en busca de trabajo honesto, a loros en los que se aisla a los extracomunitarios. Son ateícriminalidad organizada contra las diversas ramificade los discapacitados, la droga, el sida y especialmenatentados contra la vida humana desde la manipulacinética al aborto , a la violencia sobre los meno res, a la s

de los ancianos, a la eutanasia, hasta la explotación irrsable de la naturaleza y la alteración del equilibrio ecoPues bien, la Compañía está comprometida en estos

tes para respo nder a la misión contra el ateísmo co ntemneo recibida del Papa. El Padre Arrupe, que había anresueltamente esta «opción decisiva», pagó personalun alto precio. Mu chas veces fue inco mpre ndido , o mapretado, tanto dentro de la Compañía como fuera deconvirtiéndose así en «signo de contradicción».

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(...) En una palabra, las dificultades, las incomprensionesy las acusaciones, que no pararon al Padre Arru pe, no p od ránparar tampoco el servicio que la Compañía está llamada a

de defensa que persiste en muchos jesuítas. Éstos experimenuna especie de desconfianza», de tal modo que «la aplicación delos decretos de la última Congregación General se encuentra

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ofrecer, según su carisma y en obediencia al mandato de Pablo VI primeramente y de Juan Pablo II después, a la luchacontra las diversas formas d e ateísmo contem poráne o. El camino ab ierto por el Padre Arrup e es hoy el camino d e toda laCompañía. Un camino difícil y arduo.

Bajo el signo de la Cruz:la incomprensión con Pablo VI

Es preciso, en efecto, reconocer que el «cambio» y la renovación queridos po r el Padre A rrupe no se produjeron sin in-cert idumbres, ambigüe dades e imprudencias por parte de nopocos jesuítas. Ciertam ente, el hecho de qu e la «opción definitiva» se realizara cuando el Concilio no había sido plenamen te acogido por todos en la Iglesia y en la Comp añía, ayuda a explicar muchas de las incomprensiones, de las pruebas

y las críticas que el Padre Arrupe tuvo que aguantar.Por lo dem ás, el propio Padre A rrupe, el 27 de septiembrede 1978, a tres años de la «opción decisiva», insistiendo en eltema de la renovación de la Com pañía con los Padres Procuradores reunidos en Roma, subrayaba la persistencia de unasituación todavía difícil, aunque no dejara de señalar que ibamadurando una comprensión y aceptación correctas de la«lucha por ¡a fe y ¡a justicia» (n. 8). Esta difícil situación era debida, en parte, a una interpretación de tipo sociológico y político de la «promoción de la justicia», y en parte a una inter

pretación de signo o puesto , que llevaba a una realización detipo «espiritualista». En primer lugar -precisaba el PadreArrupe-, no han faltado abusos: algunos jesuítas han caídoen el compromiso político, otros han cedido a la tentación delmarxismo, otros más tienden a reducir la evangelización auna m era acción de prom oción de la justicia. Y hem os tenidoque in terven ir (cfr. n. 10). Pero, en la parte op uest a, se ha bíanproducido actitudes de «desconfianza» y de rechazo: «El camino que queda por recorrer es largo todavía debido a cierta reacción

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vía en el principio» (n. 4).Incluso la XXXIII Congregación General (1983), de

de aceptar la dimisión del Padre Arrupe (que sufrió umorragia cerebral el 7 de agosto de 1981), sintió la necde hacer una autocrítica pública por los errores come«No siempre -se lee en el Decreto n. 1: Co mpa ñeros de Jenviados al mundo de hoy- hemos tenido presente que debemobuscar la justicia social a la luz de la justicia del Evangelio, lacual es como el sacramento del amor y de la misericordia de(...) No hemos entendido lo suficiente en qué sentido la Iglelos tiempos recientes espoleaba a transformar las estructuras sociales y cuál es nuestra tarea» (n. 32). Esto «ha creado algunas tensiones tanto dentro como fuera de la Compañía» (n. 33).

No obstante, por encima de las dificultades relaciocon la «opción decisiva» de la «lucha por la justicia», da interpretaciones opuestas y equivocadas -que fueroduda, causa de honda aflicción para el Padre Arrupe-prueba indudablemente más penosa fue para él el dolequívoco, surgido con la Santa Sede, durante la XXXIgregación General (1974-1975), con ocasión del debateel voto de obediencia al Sumo Pontífice «sobre las misiEste voto (llamado «cuarto voto» porque se añade a lohabituales de obediencia, pobreza y castidad), segúConstituciones de la Orden está reservado exclusivamlos jesuitas sacerdotes debidamente preparados y problos llamados «profesos».

Pues bien, ya antes de que la Congregación Genera

men zara, llegaban a Rom a de todas las partes del m un dmerosas peticiones de que se extendiera el «cuarto votodos los miembros de la Orden. Pablo VI, informado ddeseo de tantos jesuitas, había manifestado que era cona toda innovación en este sentido.

El mism o juicio negativo del Papa se repetía neg ativte en una ca rta del car dena l J. Villot, Secretario de E stadviada al Padre Arrupe el 3 de diciembre de 1974, es demismo día de la apertura de la XXXII Congregación G

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En ella se ped ía q ue, en el desarrollo de los trabajos, se tuviera prese nte la posición co ntraria, manifestada por el Pontífice,sobre la cuestión del cuarto voto.

é l d l d d f

importantes y delicadas? (...) Es el Papa quien humildemente, perocon la intensidad y la sinceridad de. su afecto, os repite con trepidaciónpaterna y con extremada seriedad: Pensad bien, queridos hijos, en lo

h é { ó f l d d f b d

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¿Por qué la carta del Secretario de Estado no fue tra nsm itida a los padres reunidos hasta el día 16 de diciembre, después de que la Congregación General había decidido incluiren el orden del día de los trabajos la discusión sobre el cuarto voto? El tema todavía aún no se ha aclarado. ¿Se debió, talvez, al deseo de no «condicionar» las decisiones de los padresreunidos? En realidad, fvie un error.

Justo es decir, no ob stante, que la Congregación G eneral n opensó n unc a en d arle vueltas a la prohibición pontificia. La única prohibición era hacer conocer al Papa -s egrín el estilo igna-ciano de la repraesentatio, usado en la Com pañía - las razones enpro y en contra de la eventual admisión de todos los miembrosde la Com pañía al voto d e obediencia especial al Rom ano Pontífice, dejando luego la última palabra al Superior. Pero el asunto no fue enten dido . Y el parecer final de la Asamblea, con unresultado a mpliam ente favorable a la extensión del cuarto voto,fue visto por Pablo VI como u n acto de desobediencia.

El Padre A rrupe se sintió profun dam ente afligido. Con fecha 6 de febrero de 1975 envió al Papa una cuidada relaciónde lo suced ido, como el mism o Pablo VI había pe dido . Se hatratado -escribió el Padre Arrupe- de «un equívoco desafortuna do y de la interpretación errada» de los deseos del Papa.Efectivamente, «la Congregación General plenamente dispuesta a¡a obediencia, y m uy consciente de la mente de Vuestra Santidad sobre este punto, consideraba que no estaba cerrado el camino a la representación ignaciana, que permite a los subditos manifestar a lossuperiores sus dificultades so bre la ejecución de una orden, a salvo

siempre la disposición de ánimo para aceptar prontame nte lo que finalmente decida el superior» (texto mecanografiado, distribuidoa los padres reunidos).

Llegó la fuerte y afligida respu esta d e Pablo VI. Desp ués deafirmar que ninguna innovación podía ser adoptada en relación con el cuarto voto, añadía con eviden te amarg ura: «¿Podrátodavía la Iglesia confiar como siempre en vosotros? ¿Cuál tendrá queser la actitud de la jerarquía eclesiástica con la Compañía? ¿Cómo podrá confiarle, con ánimo libre de temores, la realización de tareas tan

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que hacéis» {Carta autógrafa al Padre Arrupe, 15 de febrero de1975, en Acta Romana, XVI [1973-1976] 448s).

El Padre Arrupe, afectado por estas fuertes expresiodeseoso de asegurar al Papa sobre la pronta y total obedde la Congregación General, solicitó una audiencia prque se le concedió el 20 de febrero de 1975. Al día siguiede febrero, sintiendo la necesidad de aclarar con los reunidos el doloroso equívoco, el Padre Arrupe -despuuna noche pasada en oración- escribió una de las págimayor altura de su generalato. La Congregación Generafesó él hum ilde me nte- «reconoce haberse equivocado, haber entendido lo que debía haberse entendido». Po-añadía- «nos encontramos en el momento más profundo de la aflicción y de la humillación, sintiendo que. hemos perdido la confianza deaquél a quien hemos hecho voto de fidelidad que. es el principio y elfundam ento de nuestro Instituto. Estamo s realmen te, en lo mfundo, porque, lo que más amamos y es la razón de nuestraexistencia -es decir el servicio de. la Iglesia bajo el Romano Pontíficha parecido vacilar al vacilar su confianza». Quien presenció aquella escena difícilmente olvidará el tono de sgarra do y la humillada y dolorida con que el Padre A rrupe pronuncipalab ras. ¡Él, que tanto a mab a al Pap a y a la Iglesia

Luego, recuperando el vigor, con el ánimo fuerte del ta, exhortó a no d esan imars e y a evitar dos peligros: «el de querer defender nuestros errores con explicaciones que, por lo menos enparte, podrían ser justas, y el de. desanimarnos ante, la humillació(texto mecanografiado distribuido a los padres reunidos

El 7 de marzo, último día de la XXXII Congregación ral, Pablo VI recibió una vez más en audiencia al Padre pe y le entregó un mensaje para los padres reunidos. Fabrazo de paz. Despué s de indicar que había intervenid«el gran afecto que tenemos a los jesuítas», el Papa con«Nos ha consolado mucho que. los miembros de. la Congregación General hayan comprendido el significado de nuestras indicaciolas hayan acogido con buen espíritu» (en Acta Romana, XVI[1973-1976] 452).

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Concluía así, positivamente, la experiencia más dolorosadel generalato del Padre Arrupe y de la primera fase de la renovación de la Com pañía de Jesús despué s del Concilio: «Du

siervo haciéndose tan semejante a los hombres que ésreconocieron como suyo (Flp 2,7). Los verdaderos siervnen la mente y las ma nos limpias de todo pod er. En su

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rante estos dieciocho años -escribe el Padre Arrupe en su mensaje de desp edid a, hecho pú blico el día de su dim isión (3 deseptiembre de 1983)- no he deseado nada que no haya sido serviral Señor y ala Iglesia con todo el corazón. Desde el primer instantehasta el último. Doy gracias al Señor por los grandes progresos quehe visto realizarse en la Compañía. Ha habido sin duda defectos -y

en primer lugar, los míos-, pero es evidente que se han producidoprogresos notab les: en la conversión personal en el apostolado, en laatención a los pobres, a los refugiados. Es oportuno hacer una mención especial de la actitud de lealtad y de obediencia hacia la Iglesiay el Santo Pa dre (...) Dem os gracias a Dios».

El mismo día de la dimisión, el padre Dezza, delegadopontificio e ncargado de prep arar la elección del nuevo PadreGeneral, dio ptiblicamente las gracias al Padre Arrupe reconociend o sus méritos. El -dice en tre otras cosa s- «se ha situado plenamente en la línea conciliar» con su esfuerzo de reno vara la Compañía: «trabajo difícil, delicado, por lo que no cabe maravillarse de que muchas cosas se hicieran con opiniones contrapuestas ni que muchas decisiones pudieran estar sujetas a críticas (...)Pero nadie ha criticado nun ca ni pued e criticar el esfuerzo generoso que animaba su trabajo».

Sus liltimos diez años de vida transcurridos en la inmovilidad, en el silencio y la oración fueron el sello del Señor sobre la misión del Padre Arrupe, testimonio profético de lostiempos nuevos. La cruz es la rúbrica con la que Dios acredita siempre sus obras.

B) TEXTOS DE AR RU PE

Iglesia, manifestación del servicio

Nue stra participación en el ministerio de Cristo tiene q uehacerse siguiendo el modo de servir que tuvo Cristo. El seanonadó, vació de sí toda potencia y tomó la condición de

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cio hoy, la Iglesia no pue de pro ceder de otra mane ra. Schos generosos servicios no han logrado los frutos espey aún han despe rtado resentimientos y reacciones defenes precisamente porque se han hecho tales servicios una posición -o con unas apariencias- de poder. El posus apariencias, destruye automáticamente la credibi

del testimonio. Las jóvenes iglesias, los nuevos pueblonen esa prodigiosa capacidad de intuir -propia de la jtud- si quien les habla o sirve es sincero: donde hay ptencia -aun inconfesada y con el profundo deseo de mejor- hay un implícito sentido de superioridad que etradictorio con el servicio.

Me decían en un país del Tercer Mundo, comentanincansable actividad del agente de una agencia caritativtranjera: «Sí, Padre, nos ayuda. Pero en el fondo nos desprecia».Cuando se hiere la sensibilidad, el servicio, aunque log

objetivos materiales, ha perdido su significado de llamReino, de testimonio de un amor que ha de mantenersta dar la vida. Las ayudas que las grandes potencias danses en desarrollo no consiguen los fines políticos secunque pretenden, precisamente porque tales dones llevainevitable connotación de poder que excita la sospecha egoísmo oculto (Conferencia en Colonia, en la celebracicentenario de su catedral, el 22 de agosto de 1980, en L a Iglesia de hoy y del futuro, Me nsajero , Bilbao, 1982, p. 117).

Esperanza y frustración planetariaEn su frustrada búsqueda de algo que pueda trascen

y darle significado y libertad, el hombre, desilusionadvuelve hacía sí mismo para acabar descubriendo su raincapacida d pa ra alcanzar solo y sin ayuda s su destino(.. .) El Hombre busca apoyo y comprensión entre sus jantes. Pero esta esperanza incipiente se desvanece al ite cuando ve a los hombres completamente divididos,

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diosos y desconfiados unos de otros y cuando descubre quela comunidad, destinada a ser su fuente principal de seguridad y apoyo, amenaza con absorberle, privándole incluso de

l b d d d d l ( l d d l

sidades de orden espiritual, es la pobreza material (...) Esionero no es ya el héroe que , dejando patria y familia, iba a eterrarse para siempre en un país lejano y desconocido. E

d j i l í ( ) S l h

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su libertad e identidad personal («La Iglesia, portadora de lasesperanzas de los hombres», conferencia en el Congreso deAntiguos Alumnos de Europa, en Padua, el 28-8-1977, en LaIglesia de hoy y del futuro, Me nsajero , Bilbao, 1982, pp . 87-88).

Responsabi l idad de los c r i s t ianos

Es muy cómodo y tranquilizador colgar la responsabilidad de la injusticia estructural e institucionalizada a anónimas y siniestras corporaciones multinacionales o a uno o dosde los colosos industriales o potencias políticas. Si esas corporacion es o estados existen es porq ue, entre otros, los cristianos son sus fundadores, promotores o sumisos clientes.Mu chos go biernos son los que son -insensib les a la fraternidad e incapaces de tener a raya las causas o agentes de injusticia- porque sus ciudadanos no se avienen a sacrificarse, a

no odiarse, a renunciar a sus ansias de tener siempre más, areducir su tren de vida, para que pueda ser mitigada la pobreza que azota a la inmensa mayoría de la humanidad. Como decía Eric Fromm: «Lo superfluo se convierte en conveniente, lo conveniente se torna en necesario y lo necesario nosparece indispensable» («Un nuev o servicio para el mu nd o dehoy», conferencia en el III Congreso de Religiosos de América del No rte y del Sur, en M ontreal, 21-11-1977, en La Iglesia dehoy y del futuro, Me nsaje ro, Bilbao, 1982, p . 407).

Ser mis io nero s ho yHasta hace pocos años los países de misión eran conocidos,

casi exclusivamente, por los misioneros. Hoy los han invadidono sólo los industriales, técnicos y sociólogos, sino también unnúmero intenso de turistas que visitan estos países admirandosus bellezas naturales y volviendo impresionados por las condiciones económ ico-sociales y por la miseria en q ue yacen. Loque sorprende a esa categoría de visitantes, más que las nece-

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uno de tantos extranjeros que v iven en el país (...) Se le hcompetencia en la ayuda que antes prestaba: educación yasistenciales.

Incluso el misionero q ueda e ngan chad o en el engranalos nue vos circuitos de la ayud a. En su deseo d e colaboel desarrollo, podrá disponer de una serie de elementos

císimos para su labor. Prim ero, la ay ud a de jóvenes laicdeseosos de colaborar en el desarrollo humano de losblos, juventud generosa, idealista, pronta al sacrificio yalegremente, ofrece algunos años de su vida para llevotros países lo que el suyo po see en abu ndancia. Segunayud a económ ica que llega de fundaciones y otras instines internacionales y nacionales que, dándose cuenta obra cultural y humana de los misioneros, ponen en sunos enormes cantidades de medios económicos antes ivistos («Fe cristiana y acción misionera hoy», en La Iglesia dehoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, p. 186).

C ) TESTIMONIO PERSONAL

Al viento del Vaticano II :hacia las raíces y hacia el futuro

Mon s. Teodoro ÚbedaObispo de Mallorca

Dos breves comentarios a los diez años de la muerte dArrupe. Uno más de experiencia personal, el otro más flexión eclesial.

Sólo una vez tuve la oportunidad de encontrarme pnalme nte con el P. Pedro Arrup e, en el Colegio de Montde Palma, algunos años antes de su grave enfermedadcon muc ha alegría y cierto nerviosismo . Y me en contr

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un hermano mayor pero pletórico del siempre joven dinamismo del Espíritu, sencillo y acogedor, lúcido y realista, queanimó mi vida de creyente y mi tarea de obispo. Sus ojos agud i fi i

El sueño de un u tópico

José María Guerrero S.J.P f d Ed i l í

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dos pero co mpresivo s, su voz serena, su figura casi transparente, se me graba ron en el alma. A mom entos, se me antojaba que hablaba con el mismo Jesús.

Pedro Arrupe fue elegido General de la Compañía el año1965, cuando se claustrraba el Vaticano II. Todo el Concilio,pero especialmente el Decreto Perfectae Charitatis (junto con el

motu proprio «Ecclesiae Sanctae» de Pablo VI -1966- que loilumina y lo complementa), se percibe con meridiana claridad en su ingente trabajo como General y en la vida de laCompañía hasta hoy.

Para mí -y estoy seguro que para otros mu ch os - su viday su obra constituyen u na referencia im prescindible a la hora de discernir aquella m ane ra de vivir el Concilio VaticanoII que el Espíritu nos pide, en nuestras vidas y en nuestrasiglesias: dócil a su inspiración tan claramente manifestada,humilde, serena y real is ta , pero decidida, perseverante y

lúcidamente comprensiva de todo su conjunto. Desde suclarividente percepción de la Iglesia y de la humanidad, Pedro Arrupe condujo a la Compañía hacia sus más profundas raíces cristianas e ignacianas y.. . hacia el futuro, conasombroso aliento profetice Con riesgos y con graves dificul tades dentro y fuera de la Com pañía, naturalm ente, pero con un temple evangélico y sereno digno de admiracióny de im itación.

Si me p idiera n calificarlo con u na pa labra, diría «valiente».Estas palabras suyas abonan mi opinión: «No quiero defender

cualquier equivocación que los jesuítas podamos cometer, pero lamayor equivocación sería permanecer en tal estado de miedo a cometer errores que, simplemente, paralicemos la acción» (New YorkTimes, 25-11-66).

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Profesor de Edesiología

El P. Arrupe soñó la utopía de anunciar el Reino enmundo tan cambiante en claves nuevas, es decir, en eguaje que los hombres entendieran, y por ello había qutender a los hombre s.

La Iglesia y la vida religiosa tenían que sentir a la hudad en su realidad doliente, tenían que oír la voz de Diolas enviaba al Egipto de tantas esclavitudes para liberapueblo y tenían que tener el valor de conducirlo hacia lrra de Promisión con ilusión y coraje.

La Iglesia y la vida religiosa no po día n de soír el clamlos hombres con sus problemas e inquietudes, que eranbién voz de Dios. No podían replegarse «a sus cuartelinvierno». Cierto que los religiosos no son del mundo,eso no significa que no estén en el mu nd o, ni que pued aservarlo a distancia como a los leprosos de las aldeas dlestina en tiempos de Jesús. Para la Iglesia y la vida relhuir del mu nd o es huir de Dios.

Por eso el P. Arrupe acogió el Concilio con el corazópar en par. Es verd ad que los raudales de creatividad y ranza que produjo el deshielo conciliar, a veces, por facauces adecuados, saltaron barreras y produjeron a sudesconcierto y hasta anarq uía. Pero la culpa no fue delcilio sino de una cierta miopía humana que no preparócuada y responsablemente a los hombres que debíamovirlo. A veces, la improv isación su stituyó al discernimiela libertad de los hijos de Dios se confundió con libertinsecas, los carismas del Espíritu con los caprichos propiosentid o crítico con el espíritu de crítica, etc.

Creo que se puede decir de él que consagró su vida toservicio de n ues tro S eñor Jesucristo (cfr. Hch 15,26). Pasotros, los jesuítas -y quizás también para muchos henos- , fue no sólo una bendición sino una interpelación.

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La Iglesia de Pedro Arrupe, toda de Dios,toda de l hombre

Jean-Yves Calvez S J

y más hermoso... , porque la obra de Cristo no sólo no agotarse, sino que, por el contrario, tenía necesariamentintensificarse. Y manifestaba su firme esp eranza de pcontemplar un día ese mañana de la Iglesia desde el rei

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Jean Yves Calvez S.J.Consejero General y Asistente

General de ¡a Compañía de Jesús

El Padre Arrupe vivió como Superior General unos añoscruciales de la reciente historia de la Iglesia y se vio implica doen casi todos los acontecimientos importantes que la han jalonado, así como en el debate de casi todas las cuestiones trascende ntales q ue la Iglesia se ha visto obligada a afrontar en este perío do. P articipó en la tiltima sesión del Concilio V aticanoII y fue miembro de todos los Sínodos Generales de los Obispos celebrados después del Concilio, hasta el de 1980 sobre eltema de la familia. Tomó parte en la Asamblea del E piscop adoLatino americ ano de M edellín (1968) y en la de Pue bla (1979).Tuvo que tratar multitud de problemas referentes a H olanda,durante los años de la más aguda crisis de la Iglesia en aquel

país, y referentes también a Centroamérica, antes y despuésde Pueb la. Asimism o, vivió muy de cerca los avatares de la vida española d uran te los últimos años del franquismo y en elmomento de la transición a la democracia. Por otra parte,siempre fue muy sensible a los problemas de la inculturaciónen las Iglesias de Asia y África. Frecuen tó los simposios de losepiscopados europeos y africanos, apreciando muy particularmente el clima de franca amistad y enorme sencillez que serespiraba en las reunio nes d e los obispos del continente ne gro.

El Padre Arrupe, finalmente, gustaba de encontrarse con

las gentes sencillas (comunidades parroquiales sumamentepobres, grupos de jóvenes, especialmente estudian tes.. .) , conquienes hablaba con enorme familiaridad, captando sus preguntas con su gran agudeza y respondiéndolas con entusiasm o, tratando siempre de darles más esperanza, más espíritude servicio y una may or profundización en sus motivacionesy en su comprom iso con Cristo.

Amaba locamente, pues, el tiempo presente de la Iglesia, ala vez que pensaba que éste habría de ser mañana más vasto

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contemplar un día ese mañana de la Iglesia desde el reiDios hecho realidad, aunque no podía ocultar una ciertsadumbre por no poder contar, en buena lógica, con prciar perso nalm ente, aq uí abajo, ese ma ñan a de la Iglesitanto esperaba. ¡Cuántas veces, con palabras tremendamhumanas, reiteraba a quienes vivían a su lado su inquetable esperanza y su sobrenatural confianza en la Iglesi

Y es que el P. Arrupe -y el haber estado junto a él ttiempo me permite afirmarlo- irradiaba un amor sin la ma sombra a la Iglesia, para la que deseaba todo el biele era dado imaginar. E irradiaba igualmente un sinceramor al Vicario puesto por Cristo para velar por la proción de su obra. Dos rasgos indudablemente providencen un período histórico en el que ambas instituciones ciales se vieron fuertemente sacud idas y atacadas.

El P. Arru pe n o ha co nvencido a todo el mu nd o; peromu cho s, porqu e sus palab ras en defensa de la Iglesia y dcario de Cristo poseían -de un modo eximio, por ciertlos últimos años de su generalato- y siguen poseyendo lidad de un testimonio muy personalmente vivido.

D ) O R A C I Ó N

Ho mi lía a los cincue nta años de ser jesuí ta

Al recorrer yo también el camino de estos mis 70 añvida y 50 de Compañía de Jesús, no puedo menos que nocer que los jalones decisivos de mi vida, los virajes rles en mi camino h an sido siemp re inesperad os, irraciopero en ello he podido siempre reconocer, tarde o templa ma no d e Dios que daba un atrevido golpe de timón.

La vocación a la Com pañía de Jesús en med io de la cra de Medicina q ue tanto m e entusiasma ba, y ello en la del curs o; mi vocación al Japón (misión por la que hasta

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mad a de Dios no sentía ningun a inclinación) y que me negaron los superiores durante diez años, mientras me preparabapara ser un día profesor de Moral; mi presencia en la ciudadsobre la que explotó la primera bomba atómica; mi elección

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sobre la que explotó la primera bomba atómica; mi eleccióncomo General de la Compañía.. . han sido acontecimientostan inesperados y tan bruscos y han llevado al mism o tiempotan claramente la marca de Dios, que realm ente y o los he considerado y los considero como aquellas irrupciones con que laamorosa providencia de Dios se complace en manifestar supresencia y su absoluto d omin io sobre cada uno de nosotros.Y las reacciones que uno siente son algo parecido a las de unIsaías: «Ay de mí, que estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros» (Is 6,5); de u n Jeremías: «Ah, Señor Yahveh, miraque soy un muchacho» (Jer 1,6); o de M oisés : «¿Q uién soy yo para ir al Faraón?» (Ex 3,11).

Estáis asistiendo de nuevo a uno de tantos aniversarios, enlos que la pequenez del hombre (¡y ese hombre soy yo ) reacciona con estupor y gratitud ante los beneficios de Dios. Estupor y gratitud no solam ente, o no tanto por esos mo men tosprivilegiado s, decisivos o apreciables de mi vida, sino sobretodo por esa serie de gracias incalculables que he ido recibiend o de Dios a lo largo de la vida cotidiana, en la mon otonía de una existencia corriente y vulgar. Todo ello me hacedesear que m i vida hubiese sido, o al men os lo sea desde ahora, un continuo «Magníficat».

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4

Vaticano II,esa alta experiencia

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Una f igura clave del postconcil io

Pedro Ferrer Pi S.J.Provincial de España*

¡Arrup e ha muerto Pocas noticias como ésta, difu npor los medio s de comu nicación nacionales y extranjerodría resultarme m ás evocadora del pasado. En mi mem oagolp an mis largas y num erosa s conversaciones con el dtido General de la Compañía de Jesús, el sinfín de sabrovividas anécdotas en torno a su figura, sus ingenuas y,mejor, proféticas confidencias, sus alocuciones y homilíacartas como G eneral a todos los jesuítas, sus cartas pe rsles, la que me escribía pocos días antes de aquel viaje a Emo Oriente que fue su último viaje.

Y bien, ¿cómo p asará a la historia este hombr e, vascomo el fundador de la Com pañía de Jesús, Ignacio de Loel que en 1927, a punto de terminar la carrera de MediciMadrid, decide hacerse jesuíta, que parte de España en

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gado destierro en 1931, que estudia en H oland a, Alemania yEstado Unidos, que pasa la mayor parte de su vida apo stólica (27 años) en Japón (en Hiroshima vive directam ente los horrores de la bomba atómica y atiende a los primeros enfer

distraído, mitad con socarronería vasca: «¿Y tú crees tambiénque el Vaticano II ha sido promovido por el Espíritu San«Hombre, claro que sí», contestó sin du dar Perico. «Bueno - concluyó entonces Arrup e- ,pues no te preocupes, que si el Espíri

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y pmos), el que en 1965 es elegido General de la Compañía deJesús y que para mu chos es signo de contradicción? ¿Qué dirán los historiadores de P edro A rrupe? O, por lo menos, ¿quédecimos hoy los que le conocimos?

A mí me gusta ver a Arrup e como un o de los hom bres claves del período inmediato al Concilio Vaticano II. Parece como si la Providencia le hubiese preparado para esta misión,mediante la confluencia de una serie de factores favorables.Elegido como General de los jesuítas el mismo año en queterminó el Concilio Vaticano II (1965); hombre formado conun firme arraigo en la espiritualidad tradicional, pero dotadode un espíritu inquieto e intuitivo; apto para otear el futuro,universalista por vocación y necesidad al tener que integrarla cultura europeo-norteam ericana con la nipona; vibrante deun respeto y una pasión por el hombre alimentados por unafe en Dios.

Arrupe, aquél a quien los japoneses llamaban «el huracán Arrupe», ayudó a impulsar vigorosamente la vida de laIglesia entre 1965 y 1982. Convencido como pocos de que elVaticano II era una obra del Espíritu, entró sin miedos porla vía del Concilio y, en cuanto estuvo en su mano, hizo entrar en esa vía, con suav idad pero con fortaleza, a los jesuítas de los cinco continentes. Lo hizo con sus visitas a travésde sus continuos viajes, con sus orientaciones, con sus cartas, con sus exhortaciones, con toda suerte de medios degobierno p ropio s de u n instituto religioso y, sobre todo, consu ejemplo.

De él es esta anécdota, q ue me na rró el mismo p rotagonista, Perico Basterrechea, un compañero suyo de infancia enBilbao. Al contarle éste en uno de sus viajes a Roma sus temores por los profund os cambios y eventuales desórdene s enla Iglesia, oyó que el Gene ral de los jesuítas, despu és d e escucharle sin inmu tarse, le pregunta: «¿Tú crees, Perico, que la causa de todos estos desarreglos está en el Vaticano II?». Ante el signoafirmativo de cabeza, Arrupe continuó preguntando, mitad

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cluyó entonces Arrup e , pues no te preocupes, que si el EspíriSanto lo ha desarreglado, ya lo arreglará».

Esta fe en el Espíritu y esta fidelidad al Vaticano II fududa una de las grandes líneas del gobierno de Pedro pe, cuyo generalato ha ocup ado un o de los períodos mástivos, más dinámicos y más ignacianos de la moderna pañía de Jesús. Ya pu ed e supo nerse que todo ello no ssin incomprensiones, sin graves tensiones dentro y fuercríticas de ingenuo, de iluminista, y hasta de ser lo que nos deseaba ser, desobedien te al Papa. Esto último podfutarse muy fácilmente; basta con leer el abundante eprio dirigido a los jesuítas.

Personalmente, todavía recuerdo todos los detalles encuentro que tuve con él en 1978 en Heverlee (Lovcon ocasión de una reunión de provinciales europeosme habló con verdadero apasionamiento del respetoservicio a la Iglesia y al Papa. No mucho antes, ene1977, había dicho en una homilía en Roma: «Según se va penetrando en el misterio de la Iglesia y en el carisma de la Coñía, se siente con m ayor fuerza que la Com pañía tiene su verra razón d e ser en el servicio a la Iglesia bajo el Romano Pontífice:fallar en esto sería firmar nuestra sentencia de muerte». No es raro , pues, que cuando, golpeado por la enfermedad y acda la renuncia por la Santa Sede, enviaba su mensaje cial a la Compañía, dijese: «D urante estos dieciocho años, múnica ilusión ha sido servir al Señor y a su Iglesia con todo zón». Todavía nos atrevemos a decir más: si la Compaante unas medidas graves y humil lantes que l imitabaautonomía, obedeció sin fisuras ni protestas, ello se sin duda a su mística de obediencia, conservada en sudad, pero también al ejemplo heroico que hasta el úmomento dio el P. Arrupe. Un ejemplo que le supustensión interior, que bien pudo ésta influir en la lesiónbral de la que ya no se podría recuperar.

Por todo ello me parece claro que Arrupe pasará a latoria, particu larm ente a la historia d e la Iglesia y de los

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tutos religiosos, como un ejemplo viviente de la tensión ins-titución-carisma propia de los hijos de una Iglesia que va «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos deDios» (Lumen Gentium, 8). El supo vivir en su propia carne la

Tres d im ens ion es euro peas

Europa, com o ya he dicho en alguna ocasión, me da presión de estar muy introvertida. Es verdad que se

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( ) p p ptensión provocada por las novedades a veces incómodas quetodo carisma genuino comporta en la Iglesia, y que explicaque haya una conexión constante entre carisma y cruz (Re-demptoris Missio, 11). De ah í que en su s alocuciones proíéticas,de genuino corte evangélico, hubiera cierta incisividad que elmism o Pablo VI no d ud ó en elogiar.

Hoy, a los 35 años del fin de aquel acontecimiento de gracia que se llamó Concilio Vaticano II, bien po de mo s decir queArrupe ha cumplido ya su misión. Una misión dura, que élsupo llevar con la alegría de un hombre de fe, de un cristianoenamorado de Jesús. Por eso, al evocarle, me gusta decirleahora lo que le dije hace un tiempo, yaciente en su carrito deruedas: «¡Adiós, P. Arrupe Los jesuítas agradecemos mucho susescritos, sus palabras y su ejemplo». Agur, agur.

B) TEXTOS DE AR RU PE

Dinamismo de l pos t conc i l i o

En este período de ajuste que sigue a un acontecimientotan profundo y polivalente como el Concilio, nos parece q uedominan la confusión y la desorientación. Pero mañana,cuando haya pasado la crisis y podamos recorrer nuevamente las etapas por las qu e ha pas ad o la renovación de la Iglesia,nos daremos cuenta de que precisamente hoy, en nuestraatormentada época, han sido echados y han comenzado abrotar los gérmenes del gran movimiento misionero que hanllevado el Evangelio a penetrar en nuevos pueblos y nuevasculturas qu e germ inaron luego, y gracias a las cuales el Evangelio habrá penetrado en nuevos pueblos y nuevas civilizaciones («Fe cristiana y acción misionera hoy», en La Iglesia dehoy y del futuro, Me nsajer o, Bilbao, 1982, p. 197).

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p y qafrontando en la Europa actual muc hos prob lemas (. . .)corre el peligro de encerrarse en sí misma e ignorar latencia de fuerzas que están a punto de nacer en otras py con las que tiene que contar (...) Europa podría ayudasolver los graves problemas de América Latina aporelementos de reflexión; pero para esto, necesitaría ella cambiar de men talidad (.. .) y no olvidar nunca q ue la úsolución de los problemas se ha de buscar y encontrarpropio país. Creo que esa apertura, ese tratar de pensar cabeza de los dem ás, es una virtu d que hoy desgrac iadte en muchos casos no tenemos («El futuro cristiano derica Latina», en La Iglesia de hoy y d el futuro, Mensajero, Bilbao,1982, p. 84).

La realización de la justicia en el m un do actual tiene pecto esencialmente internacional. La injusticia y la exción no se deben sólo a individuo s o grupo s: son tambié

to de estructuras económ icas, sociales, políticas y cult(. . .) Lo he experimentado personalmente, y lo experimcontinuamente en mi preocupación por aquel los hermque trabajan y sufren al servicio de la Iglesia. El am or cno del prójimo tiene, sin duda, el deber de vendar las hde quienes han caído en manos de los ladrones y yacesangrentados a lo largo del camino. Pero es también del cristiano hacer que los hombr es inocentes no tengacaer más en manos de ladrones. Este deber se experimparticularmente ahora, y si vale para todos los cristianoto más lo es, también, para los cristianos europeos («El cristiano de A mérica L atina», en L a Iglesia de hoy y d el futuro,Mensajero, Bilbao, 1982, p. 77).

Nosotros, los cristianos europ eos, tenemo s una obligespecial de dar testimonio a este respecto. Estamos llaa vivir hoy con mu cha más sencillez, como individu os,lias y gru pos sociales; a pon er c oto, o al me nos a frenarpiral de la vida de lujo y competitividad social (...) Tenque renunciar a un a lo necesario, porque otros tienen m

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cesidad que nosotros. ¿No necesitan más de pan los 15.000morib undo s por ham bre de Bangladesh, India, África o Am érica Latina, que nosotros de whisky, champán o de un excesode tallarines? («La Iglesia, portadora de esperanza para los

patible la más honesta investigación científica con unaíble ternura y penetración espiritual. Teilhard profesapasio nada adhe sión al corazón d el Cristo. Y esto, a dveles. Uno, la devoción pura y simple al Corazón de

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homb res», Conferencia en el Congreso E uropeo de Antigu osAlum nos en Pad ua, 25-8-1977, en La Iglesia de hoy y del futuro,Mensajero, Bilbao, 1982, p. 93).

El Corazón de Jesucristo,

centro del misterio cr is tológicoCristo no pu ede ser entendido sino desde su ser divino: en

esto consiste la fe en El. A la libre donación que de sí mismohace, debe corresponder en el hombre la libertad de haberleaceptado. En Cristo coincide la oferta de Dios al hombre y lamás alta respuesta del hombre a Dios. Esta es, creo yo, la respuesta que debe darse al moderno convencionalismo que habla de «cristología desde abajo» o ascendente, y «cristologíadesde arriba» o descendente. Cristo es el punto de conjuncióny, expresa men te, concebido como lugar de encuentro delamor recíproco entre Dios y los hombres.

Cristología desde abajo y desde arriba es una distinciónque en la fértilísima cristología actual puede ofrecer ventajasmetodológicas pero que hay que manejar con sumo cuidadoy sin rebasar ciertos límites para n o objetivar divisiones en algo que no puede disociarse. El Cristo que baja del cielo es elmism o que , consum ado el misterio pascual, está a la derechadel Padre (cfr. Jn 3,13). Nuestro conocimiento y experienciade su persona n o pued e hacerse solamente tom ando el Verbocomo punto de partida o arrancando de la historia de Jesúsde Nazaret. Es peligroso pretender hacer teología partiendoexclusivamente de Jesús para conocer a Cristo, partie ndo deCristo para conocer a Jesús.

Es inevitable, en este tema, la mención de Teilhard de Cha r-din, que en Cristo Jesús ve la meta unitaria del universo. Porsupuesto, no hay por qué estar de acuerdo en todos y cadauno d e los pasos del razonam iento teilhardiano. Pero aduzcosu recuerdo por que inspira respeto esta figura que hizo com-

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entend ida a la maner a m ás típica de presentación de evoción e n el per íod o d e fines del siglo XIX y prim er terXX. Sin rebozo ni concesió n algu na. Es el Co razón de Jsu vida espiritual personal y el aliento en las no ordinarficultades con que hubo de contar en sus actividades debre de ciencia. Es el Sagrado Corazón de su diario, de rresponde ncia, de su dirección espiritual.

Otro nivel -y quizá a él le irritaría esta distinció n- esCristo punto Omega del universo que él intuía, y quemente se define, como tentativa, en un acto de amor. Pdo del convencimiento de que el universo evolucionaque cada etapa sólo tiene sentido por su relación con lacedentes, Teilhard concluye que el conjunto del procesotener una razón y un término, un «punto omega» que, nido ya virtualmente en el mismo proceso, lo dirige dentro y le da dinamismo y sentido.

Pocos me ses ante s de su mue rte, en 1951, escribe diario esta frase que ilustra incontrovertiblemente el efinal de su pensamiento: «El gran secreto, el gran mihay un corazón en el mundo (dato de reflexión), y esezón es el Corazón de Cristo (dato de revelación) (...misterio tiene dos grados: el centro de convergencia (verso converge hacia un centro) y el centro cristiano (etro es el Corazón de Cristo). Quizá sea yo el único questas palabra s. Pero estoy conven cido de qu e expresansiente cada hombre y cada cristiano» («El Corazón de

centro del misterio cristiano y clave del mundo», en eversario de la fundación de los Misioneros del Sagradozón, 1981, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao,1982, p. 577).

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C) TESTIMONIO PERSONAL

Me mo ria agradecida del P. Pedro Arrupe

Esa caja de resonancia

Juan Luis Blanco S.J.Escritor

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Joaquín Barrero S.J.Provincial de Castilla

El P. Pedro Arrupe tuvo un secreto de gobierno que ojalásepamos hoy favorecer y desarrollar en la vida eclesial. Merefiero a su capacidad grande de confiar en la persona, deayudarla a madu rar desde lo mejor de sí mism a, de regalar alotro la libertad que precisa para vivir con gozo su vocación.Creía en el hom bre con la hon dura con que sólo pue den creerlos que ap uestan p or Dios con pasión y con peleado optimismo de fe.

Su autoridad no precisaba de leyes ni decretos dogmáticos. Eso sí, gozaba del prestigio evangélico y moral que tienen los que inspiran más que mandan, los que disminuyen

su vida para que Otro crezca, los que van por delante en eltrabajo en la viña del Señor, sin miedo a los riesgos que implica la opción por roturar surcos creativos y nuevos. Su actitud abierta, comunicativa, dialogante, profética es otra aportación que no podemos desaprovechar y que trasciende loslímites de influencia de la Compa ñía d e Jesús para alcanzar latotalidad de la vida cristiana.

El P. Arru pe nos ha obsequiado con su capacidad contemplativa que se deja afectar por la realidad, como realidad deDios, desde el ignaciano principio del «buscar y hallar a Dios

en todas las cosas, a El en todas amando y a todas en El».«Hombre de Dios y gran conocedor del mundo», en expresión del Cardenal Tarancón, hizo del discernimiento unpue nte te ndid o entre la fidelidad a las fuentes d e ayer y la fidelidad a los retos y las sensibilidades de hoy. Un equilibrioque no puede romper la Vida Religiosa del presente si pretende ser en el futuro llama del Reino.

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Escritor

¿Por qué sopo rtó el P. Arru pe tantas contradiccionesatrevo a empezar diciendo una obviedad: las soportó plas tuvo y porque supo que habían de venir. «¡Qué cruz », le

había dicho confidencialmente a alguno de sus conseuna vez elegido por la Congregación General. Sin embtambién dijo entonces que aceptaba con inmensa alegrmisión que el Señor le confiaba.

Todo iba a ocurrir en un mundo política y culturalte cambiante, en una Iglesia en Concilio que se prolonun com plejo y difícil postconcilio y en una C om pañ ía sús con graves tensiones internas a la hora de replantemisión de cara al futuro. En esos tres enclaves bullíaaguas de la renovación (el Espíritu parecía moverse

ellas) pero de ahí mismo brotaban las ocasiones candpara los conflictos. El P. Arr upe se movió en esa coy uhistórica con total libertad nacida de su espíritu de fsentido de Iglesia y su carisma ignaciano. Algunos codieron esa libertad con falta de orientación y eficaciael gobierno.

No hará falta volver aquí sobre cada uno de los probque ya conocemos, pero sí me parece importante señalno fueron problemas «de Arrupe» sino que en él resoncomo cabeza de la Compañía, las voces, las preguntas, peran zas d e tantos jesuítas que por él reencontraron sudo en la Compañía, en la Iglesia y en el mundo.

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D) ORACIÓN

Alocución del P. Arrupeal presentar su renuncia

el P. O'Keefe-, a los Asistentes Regionales, a toda la Culos Provinciales. Y agradezco muchísimo al P Dezza yPittau su respuesta de amor hacia la Iglesia y la Compael encargo excepcional recibido del Santo Padre.

P b t d l C ñí d d i h

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al presentar su renuncia

(leída por el P. Ignac io Ig lesia s S.J.)

Queridos Padres:

Cómo me hubiera gustado hallarme en mejores condiciones al encontrarme ahora ante ustedes. Ya ven, ni siquierapuedo hablarles directamente. Los Asistentes Generales hanentend ido lo que quiero decir a todos ustedes.

Yo me siento, más que nunca, en las manos de Dios. Eso eslo que he de seado toda m i vida, desde joven. Y eso es también lo único que sigo queriendo ahora. Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Señor. Les aseguro quesaberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia.

Al final de estos dieciocho años como General de la Compañía, quiero, ante todo y sobre todo, dar gracias al Señor. Élha sido infinitamente generoso conmigo. Yo he proc urado corresponderá sabiendo que todo me lo daba para la Compañía, para c omu nicarlo con tod os y cada un o de los jesuítas. Lohe intentado con todo empeño.

Durante estos dieciocho años mi única ilusión ha sido servir al Señor y a su Iglesia con todo mi corazón. Desde el primer momento hasta el último. Doy gracias al Señor por losgrandes progresos que he visto en la Comp añía. C iertamente,también habrá habido deficiencias -las mías, en primer lugar-, pero el hecho es que ha hab ido g randes p rogresos en laconversión personal, en el apostolado, en la atención a los pobres, a los refugiados. Mención especial merece la actitud delealtad y de filial obediencia mostrada hacia la Iglesia y elSanto Padre particularme nte en estos últimos años. Por tod oello, sean dadas gracias al Señor.

Doy gracias de una manera especial a mis colaboradoresmás cercanos, mis Asistentes y Consejeros -empezando por

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Pero sobre todo a la Compañía, a cada uno de mis hnos jesuítas, a quienes quiero hacer llegar mi agradecimSin su obe diencia e n la fe a este pobre S uperior G eneralhubiera conseguido nada .

Mi mensaje hoy es que estén abiertos a la disposicióSeñor. Que Dios sea siempre el centro, que le escuchque busquemos conscientemente qué podemos hacer mayor servicio, y lo realicemos lo mejor posible, con desprendidos de todo. Que tengamos un sent ido muy nal de Dios.

A cada uno en particular querría decir «tantas cosasA los jóvenes les digo: Busquen la presencia de Dios

propia santificación, que es la mejor preparación para ero . Que se entreguen a la voluntad de Dios en su extranaria gran deza y simplicidad a la vez.

A los que están en la plenitud de su actividad les

que no se gasten, y po ng an el centro del equilibrio de das no en el trabajo sino en Dios. Manténganse atentantas necesidades del mundo. Piensen en los mil lonhombres que ignoran a Dios o se portan como si no leciesen. Todos están llam ado s a conocer y servir a Diosgrande es nuestra misión: llevarles a todos al conocimy amor de Cristo.

A los de mi edad reco miendo apertura: apren der qu éque ha y que hac er ahora, y hacerlo bien.

A los mu y qu eridos herm ano s querría decirles «tantsas» y con mucho afecto. Quiero recordar a toda la Comla gran importancia de los Hermanos. Ellos nos ayudato a centrar nuestra vocación en Dios.

Estoy lleno de esperanza viendo cómo la Compañíaa Cristo, único Señor, y a la Iglesia, bajo el Rom ano PoVicario de Cristo en la tierra. Para que siga así, y para Señor la bendiga con muchas y excelentes vocaciones cerdotes y hermanos, ofrezco al Señor, en lo que me quvida, mis oraciones y los padecim ientos anejos a mi en

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dad. Personalmente, lo único que deseo es repetir desde elfondo de mi alma:

Tomad Señor, y recibid toda mi libertad,mi mem oria, mi entendimiento y toda mi voluntad,

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todo mi haber y poseer.Vos me ¡o disteis, a Vos, Señor lo tomo.Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad.Dadme vuestro am or y gracia, que ésta me basta.

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El misterio interior,de utopía en utopía

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Un hombre para la utopía

Norberto Alcover S.J.Escritor y periodista

El 3 de septiemb re d e 1983, los jesuítas congregado sdesignar sucesor al enfermo y un tanto desautorizado Arrupe, escuchaban en emocionado y doloroso silencpalabras de despedida, pronunciadas por Ignacio Iglesespa ñol q ue fue un o de los más fieles ejecutores de la pgeneralicia del vasco universal.

Tras finalizar con la oración que Ignacio de Loyola cna sus Ejercicios Espirituales y que condensa el dinamde todo jesuíta y también de cualquier hombre o mujer inspire en la mentalidad espiritual ignaciana, el viejecitaniq uilad o por la trombo sis del 81 besó la carta autógraPapa en que le agradecía los servicios prestados, besóbién la mano del P Dezza, delegado papal durante lostransitorios de la gran crisis, y bajo el palio de estruen

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aplausos, mientras muchos lloraban, desapareció del aulacongregacional. Pedro Arrupe había vivido besando con laternura de un padre y de un amigo a cuantos se cruzaron ensu camino, inclusive a sus adversarios. Y desaparecía de lahistoria que él mismo había levantado no con poco sufri

rá cerrarse a cualquier novedad histórica por problemádesconcertante que resulte1 arriesgando lo necesario.

Como creyente, Pedro Arrupe tuvo una formación clásiseria pero clásica, que le pre par ó para enfrentar futural idades desde fundamentos sól idos pero también un

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historia que él mismo había levantado no con poco sufrimiento, hasta la experiencia evangélica de la calumnia, repartiendo besos: beso s al Pa pa, es decir, a la Iglesia, y besos al P.Dezza, en quien contem plaba a la Com pañía toda de Jesús. Yasí, besando, concluía la era Arrape.

El origen de la utopía de Pedro Arrupe

Pedro Ar rupe es un conce ntrado eximio de todo lo que este siglo ha dado de sí, para bien y para mal. En su persona yen su experiencia, encontramos, como en una cita ambiciosay globa lizante, los más significativos d atos civiles, eclesiales yjesuíticos. La vida le preparó para encarar el determinantetiempo de los convulsivos años sesenta, y más tarde le animóa realizar cuanto había encarado con extraordinaria lucidez.Dicho de otra manera, Arrupe vivió largos años acumulandoelementos utópicos que solamente p ud o come nzar a verificarde manera intensiva desde que fue elegido Superior Generalde la Compañía en 1965.

Como hombre, nacido en Bilbao en 1907, experimenta laevolución científica durante sus estudios de Medicina en laUniversidad Central de Madrid, vive intensamente las alternancias de la política española hasta que en 1932 marcha alexilio tras la disolución de la Compañía en España por el gobierno de turno. En Bélgica y Alemania constata la confrontación entre socialismo y fascismo desde el 32 al 36, más tardeconoce el pragmatismo norteamericano desde el 36 al 38, ydesde el 38 al 65 (nada menos que 27 años, los años claves enla vida d e todo hom bre) se sumerg e en la ilumin adora realidad japonesa, donde comprende que la racionalidad es muyinferior al don de la sensibilidad, comprensión que determinará toda una forma de ser y de gobernar. La universalidad, dela que más tarde será proclamador incansable, hunde susraíces en esta riquísima experiencia humana, que le impedi-

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l idades desde fundamentos sól idos pero también un escolást icos. Sin embargo, como nuestro hombre s ievivió desde una entera globalidad personal los disavatares existenciales, esa solidez que pudo haberle llal gran fracaso de las seguridades dogmatistas (cootros de su gen eración), esa solidez encajó el golpetaztural japonés con serena normalidad y, sobre todo, asin fisuras la revolución del Vaticano II hasta convertiel norte de su personal y gubernativa revolución: elSuperior General de la Compañía durante el Conciliobiendo recibido de Pablo VI el encargo de tomar comoprioritaria la cuestión del ateísmo, Arrupe tuvo la cdad y la osadía de ex plosionar en la Iglesia como unade profundidad que tantos estaban esperando pero thacerlo: el postconci l io deb e mu cho a Pedro Arru pe. La in-culturación, otra de sus obsesiones, hunde sus raíces en

formación sól ida, que evi ta las ingenuidades, pero mmás en una real apertura a los signos de los tiemposvence el pánico a los hábitos previamen te ad quir idos2. Como creyente, Arrupe vivió su propia evolución. Y desdcomprendió que la vida es eso, evolución, desde muysegur idades . Arriesgando lo necesario.

Y, en fin, como jesuíta, Pedro Arrupe tuvo la impagablsuerte de conocer muy variadas formas de vivir el espírnaciano en España, Bélgica, Alemania, Estados Unidopón, l legando a compren der que la unidad de la Ord

día darse (y debía darse) desde la riqueza de una plurque hu nd e sus raíces en el mism o Ignacio, tan respetu

1 Rush, Robert T.: «Pedro Arrup e, misionero: un corazón tan como el mundo», en Asilo vieron, Sal Terrae, San tander, 1986, p. 242).

2 Arrupe , Pedro: «Aspectos y tensiones de la inculturación», en La Iglesia de hoy en el futuro, Men sajero, Bilbao, 1982, pp. 247-258, y en «Cartbre la inculturación», en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santa nder, 1981, pp . 95-102).

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las diferencias de personas, lugares, experiencias y, sobre todo, carismas. La unión de los ánimos3, frase tan querida por Ignacio, se daba la mano con el discernimiento de la vida, que esel medio pro pues to por el fundad or de la Com pañía par a ga

ti l bi t d t d l i l

Las cinco utopías fundamentales de Pedro Arrupe

Cuanto llevamos dicho provocó la aparición de una de actitudes utópicas concretas durante los dieciochoreales de Superior Ge neral de la Com pañía (1965-1983

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rantizar el bienestar de todo proceso personal y comun icarlo,desde el que se construye la unidad en la pluralidad, construcción que tantos recelos produciría dentro y fuera de laCompañía. También aquí, arriesgando lo necesario.

La vivencia civil le inició en el camino de la universalidad.

La vivencia creyente le descubrió una inculturación evolutiva. La vivencia jesuítica hincó en su espíritu la necesidad demantener los ánimos unidos pero desde la experiencia de unapluralidad discernida.

Un último matiz de trascendental importancia. Arrup e fue,como es evidente, un personaje inteligente y lúcido, pero elmeollo de su personalidad no radica tanto en su capacidad para racionalizar y organizar, sino en su poderosa capacidad para comunicarse y comprender, desde esa misma comunicación,personas, situaciones y problemas4. Precisamente por esta

prioridad del componente comunicativo, Arrupe fue necesariamente un utópico empedernido. Quien se abre a la fascinante experiencia de la comunicación como actitud de fondo vital, descubre que la existencia es dinámica y jamás estática, esdecir, que la historia corre hacia metas siempre atractivas,siempre en claroscuro, siempre exigentes, siempre rompedoras, siempre incomprendidas, siempre plenificantes, pero, a lavez, siempre inasequibles de una manera total.

3 Arrup e, Pedro: La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae,

Santander, 1981. Discurso inicial a la Congreg ación de Procu radore s. Informe sobre el estado de la Compañía (27-11-1978), pp. 22-48. La cuestión de la unión de los ánimos está tratada en concreto en las pp. 34-44, pero el discurso entero es uno de los más importantes para conocer elpensamiento de Arrupe en su conjunto, precisamente al contar con unaamplia experiencia como General.

4 Arrupe, Pedro: La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae,Santander, 1981, pp. 49-82. «El modo nuestro de proceder» (18-1-1979),donde se nos da una visión del jesuíta y de la Compañía que se remite, enúltimo término, a estas características de la comunicación y comprensión.

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reales de Superior Ge neral de la Com pañía (1965 1983titudes que definieron ante el mundo un talante de gobdiferente, y que, como es lógico, a unos entusiasmmientras para otros entrañaban la mismísima destrude la Compañía. Sin mayores reflexiones previas, pasacomentar las brevemente:

1. «La utopía de un Dios siempre mayor. Arrupe ha sidhombre de Dios, por encima de todas las cosas; y quería que los jesuítas también fueran de verdad. Pero de verdad. Este de verdadimplica que era a Dios a quien él buscaba, no cualquier otraque quiera hacerse pasar por Dios, incluso entre ambientesgiosos y eclesiásticos. No su stituía a Dios por nada; un Diogrande que los hombres; un Dios más grande que las Constines y la estructura histórica de la Com pañía de Jesús; un más grande que la Iglesia y todas sus jerarquías; un Dios siemayor y siempre nuevo, que sigue siendo el mismo pero quca se repite... Un Dios, en definitiva, imprevisible, por unpero no manipulable, por otro. En la experiencia cotidiana dDios, al que dedicaba muchas horas de búsqueda, es donde se dpertaba su gran libertad de espíritu, su gran amor a todosconstante disponibilidad y humildad y también su clarividenciareligiosa. Una experiencia que, por otra parte, era estrictamtrinitaria, como la de San Ignacio, pero que, sin dejar nuncserlo, era también, por otra parte, siempre estrictamente crigica y a pegada a lo que es el Jesús histórico de los evangelioJesús historizado de los Ejercicios Espirituales»5.

Estas palabras, que demuestran a su vez una imprnante sensibilidad espiritual, son de Ignacio Ellacuría nad o posteriorm ente en El Salvado r-, con quien Arru pa trabar una hermosa amistad, nacida, sin embargo, enno de fortísimas discrepancias.

5 Ellacuría, Ignacio: «Pedro Arr upe, renov ador de la vida religiAsilo vieron, Sal Terrae, Santan der, 1986, pp. 141-171.

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Y esta utopía d e un Dios siempre m ayo r y siempre nue voes la dinámica que, en último termino, explica todas las demás utopías, porque era principio y fundamento de la personalidad íntima de Pedro Arrupe. Por la causa de ese Dios,manifestado en el Jesucristo de la historia, Pedro Arrupe se

ción es para discurrir y hacer vida donde se espere mayor servicio deDios y ayuda a las almas»7.

3. La utopía de la confrontación profética. Pedro Arrupe jamásdeclinó confrontar sus pun tos de vista con los de los

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, planzó a todo lo que se lanzó, convencido de que era voluntadde Dios, soberana instancia de Ignacio en los Ejercicios. Ante esta realidad, n ada ni nadie le paraba los pies: era el Dioslo quiere de los grandes santos. Y naturalmente, la pasiónpor Dios provocó la incomprensión de las tinieblas, en pala

bras de Juan.En nuestro mundo, la utopía de un Dios así es lo más escandaloso que plantearse pueda. Porque rom pe esquem as yporque señala hipocresías. Arrupe, dicho en pocas palabras,encontró la fortaleza de su acción en la intimidad oculta conun Dios que le urgía manifestarle como el Jesús de la Historia, la intimidad de eso tan manido y tan poco practicado qu ees , sencillamente, la vida de oración.

2. La utopía de una Com pañía para servir. Para Pedro Arrupe,la Compañía obtenía sentido desde el servicio, es decir, desdeuna permanente misión a instancias de la Iglesia, que deberíaconducirla inclusive hasta donde ella misma no deseara serllevada, como los íntimos años han demostrado... Tal vezfuera Pablo VI, gran amigo de Arrupe hasta la llegada deldistanciamiento final, quien mejor definiera esta utopía que alos jesuítas coloca ante responsabilidades enormes, desdeuna absoluta humildad y dependencia de Dios: «En la Iglesia,los jesuítas siempre han estado y siguen estando en los campos másdifíciles y de primera línea, en las encrucijadas del espíritu, donde seconfrontan directamente recíprocamente las más diversas doctrinas,donde surgen los conflictos sociales y donde chocan frontalmente lasexigencias apasionadas de los hombres con el eterno mensaje delEvangelio»6. Esta mism a Com pañía deseaba Arrup e, no estática sino dinámica, no seguróla sino arriesgada, no pendiente delas noventa y nueve ovejas sino de la perdida. «Nuestra voca-

6 Seibel, Vitud: «Un testigo creíble», en Así lo vieron, Sal Terrae, Santander, 1986, pp. 15-42.

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pentre otras razones porque tenía el talante interior de ténticos profetas bíblicos. Apoyado en su Dios siempyor y siempre nue vo, que le marcaba en la experienciaoración discernida los caminos de la Compañía, el SuGen eral de la misma aceptó todo tipo de reto, viniera d

de viniera, acogien do aquellas fabulosas palabras d e Ien los Ejercicios, puestas en labios de un Jesucristo qua seguirle: «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y tlos enemigo s, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quiequisiere venir conmigo ha de trabajar conm igo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» [EE 95].

La confrontación profética se basa en la seguridad ese conmigo no pu ed e fallar y, po r ello mis mo , la presencJesús es presencia pascual de muerte y de resurrecciónte terreno, las tensiones entre Pedro Arrupe y el Vatica

sería inútil por infantil no recordar en estas palabras, etran su origen en esta necesidad de ser fiel al conmigo pase loque pase. Y Arru pe estaba convenc ido de que obran-exponiendo siempre lo que en conciencia pensaba- mejor al Santo Padre, aun que éste tal vez no acabara dprenderle . Es algo muy hum ano, basado en el temperapersonal. Es la fatalidad de la Pascua. Es el misterio d EcceHomo, que jamás llegaremos a com prend er del todo8: por h onestidad, se sufre, y el dolor llega de los que amamos.

4. La utopía de la fe en el hombre. Aquí se centra una de lapeculiaridades gigantescas de la personalidad de Ar9.

7 Constituciones de la Compañía de Jesús, parte III, cap. 26 y part e VI, cap3, n °. 5 .

8 Alcover, Norb erto: Instrumentos de resurrección, Mensajero, Bilbao,2000, pp. 155-205.

9 Arrupe, Pedro: ¡JI Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, pp727-765. «Arra igados y cim entado s en la caridad» (6-2-1981). Uno d etos fundamentales para conocer la centralidad del amor en la espir

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Más allá de toda reticencia, desde un corazón radicalmentebueno y bondadoso, Arrupe se fiaba absolutamente de laspersonas. Más aún, desde ese corazón de padre y de hermano, comprendió que los hombres de su tiempo necesitan unaurgente liberación de toda opresión, liberación basada en el

ce de su utopía huma nista: «N o es nuestra intención defender loserrores. Sin embargo, no quisiéramos cometer el mayor de ehacer nada por puro m iedo a poder equivocarse^2.

5. La u topía de la Iglesia peregrina. En las entretelas del alm

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urgente liberación de toda opresión, liberación basada en elEvangelio que se mediatizaba en el complejo universo de lasrealidades temporales.

De ahí su célebre opción por la justicia, que cuajaba en laCongregación General XXXII, tenida en 1975, en su célebreDecreto IV, do nd e se dice: «Dicho brevemente: la misión de ¡aCompañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promociónde la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto formaparte de la reconciliación de los hombres, exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios»w. Para añadir premonitoriamente más adelante: «No trabajaremos, en efecto, en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio. Pero este trabajohará más significativo nuestro anuncio del Evangelio y más fácilsu acogida»11.

Desde esta perspectiva y solamente desde ella, se comprende el entusiasmo con que este hombre envió a sus mejores compañeros a las misiones más comprometidas, les defendió hasta sangrar por ellos, y hasta arriesgó muchocuando le presentaron posibilidades evangelizadoras que noacababa de comprender: en este contexto, hay que situar suactitud ante el fenómeno de la Teología de la Liberación, quevivió con profundo desconcierto al principio y más tardeapoyó a fondo perdido. Y es que, radicalmente preocupadopor el hom bre sufriente de su mom ento histórico, también sefió hasta el tuétano de sus hombres. Como es lógico, en esteimpresionante acto de credibilidad cometió errores de go

bierno, pero una frase suya explica la profundidad y el alean-

de Pedro Arrupe, que aparece, ademá s, como un auténtico testamento espiritual puesto que meses más tarde le sobrevendría la embolia cerebral.

10 Congregación General XXXII Dec reto IV, n°. 2 (1975), y en La Iglesia dehoy y del futuro, Mensajero, B ilbao, 1982, pp . 347-359. «Formación en la promoción de la justicia», célebre y discutido discurso en el Congreso de Antiguos Alumnos, Valencia, 1973.

11 Congregación General XXXII Dec reto IV, n°. 46 (1975).

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p g p gllevaba Pedro Arrupe esta imagen eclesial, recogida decano II pero, además, típica en el ignacianismo. No eIgnacio de Loyola, en su Autobiografía dictada al P. Goncalvesde Cámara, siempre se denomina a sí mismo como el peregrino . Arrup e, desde mi pun to de vista, comp rendió la int

dad y exterioridad eclesial desde esta perspectiva: una para los demás y nunca para sí misma, es decir, como comienzo de la Gaudium et Spes, una Iglesia para el sufrimiento y la esperanza de los hombres, necesariamenttonces, peregrinante junto a la gran peregrinación hishumana. Son palabras del mismo Arrupe: «La Iglesia ha emprendido decididamente el camino -tan doloroso, pero muy ble- de reconocer y afirmar sus propias limitaciones y su impocia terrena. También en este sentido es una Iglesia en marcha. Perolo es, adem ás, en otro sentido: en el sentido de que se encuenun camino que le permite

acoger y

conocer cuanto hay de cristiano

y de humano fuera de ella»u.Creo que pocas personas han querido al Vicario de

to como Pedro Arrupe. Su gran cruz, probablemente acabó con él, fue que su forma de amar al Vicario de no acabó de ser com prend ida en su innovadora dimeNu nca fue servil. Jamás pe rsiguió el halago . Siempre verdad . Y de hecho, durante m ucho t iem po, ya enfpreguntaba continuamente a quienes le vis i tábamos de estup or an te tan sublime misterio de calidad espiriel Papa seguía enfadado con él, si le había perdonadoque él solamente había pretendido servirle desde ladiencia más a rriesgada. La utopía d e esta Iglesia renovrenovadora acogía todo lo demás. Como ya sucedió c

12 Seibel, Vitud: «Un testigo creíble», en Así lo vieron, Sal Terrae, Santander, 1986, p. 22.

13 Calvez, Jean-Yves: «Cómo veía a la Iglesia», en Asi lo vieron, Sal Terrae, Santa nder, 1986, pp . 173-197.

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nació, que en tantas ocasiones, desde la verd ad, discutió conpontífices y con obispos, porque Dios, repito, es mayor queninguno otro14.

Pedro Arrufe, un hombre para la utopía. Ahora sabemos coni ió é ig ifi t fi ió Ah d

Compañía de Ignacio, tan perfecta en sus intenciones,sotros, los jesuítas, tan imperfectos en nuestra vida.

Conclusión d e invitación y esperan za

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mayor precisión qué significa esta afirmación. Ahora podemos comprender mejor, desde el misterio de toda una vidaque se explicita en sus propias obras, lo que condujo a PedroArrupe, dígase o no se diga, a la trombosis conclusiva y a lasoberana impotencia de una habitación de enfermería, apar

tado del devenir hum ano , convertido en un puro despojo, casi en un vegetal que espera llegue la guadaña definitiva de lamuerte. Insisto en ello, Pedro Arrupe cometió una multitudde errores, como hombre y como gobernante, que provocaron, en su momento, juicios sumamente severos y que seríauna ingenuidad no reconocer. Pero nadie podrá negar queesos errores, paradójicamente, eran la consecuencia de unapersonalidad fuera de serie, capaz de enfrentar la vida y laspersonas con la misma limpieza que nuestro personaje enfrentaba su propia vida y su propia persona: tal vez la clavede los errores de Arrupe residiera en que siempre creyó quesus propias utopías eran compartidas, de verdad, por los demás. Y los demás, será bueno decirlo, no éramos como él,éram os mu cho m ás pequeñ os y quebradizos. Esta es la tínicarealidad aceptable, que, por otra parte, tantas veces se pro duce en la histori a hu m an a y eclesial. La distancia entre la santidad y la vulgaridad1 5. La distancia, siempre latente, entre la

14 Arrupe, Pedro: L a Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982.«Misión de la Iglesia: al servicio del R eino», pp. 99-121, y en La identidad deljesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1981. «Servir sólo al Seño ry a la Iglesia, su Esp osa, bajo el Roma no Pontífice, Vicario de Cristo en latierra» (18-2-1978), pp . 293-310, uno de los más de cisivos textos de Ar rup esobre la comprensión de la Iglesia y la relación de la Compañía con el Romano Pontífice.

15 Alcover, Norberto: Instrumentos de resurrección, Mensajero, Bilbao,2000. «El Principio y Funda men to, manifestación del proyecto creador deDios /Padr e sobre el hombre y todo lo creado», pp. 41-56. Dond e el conocido texto del «Principio y Fun dam ento» (en el n°. 23 de los Ejercicios) se propone como horizonte y articulación globalizante de la vida cristiana y de laespiritualidad ignaciana.

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A este hombre de excepción, a quien descaradamenmiro, sobre todo porque ha recibido el don insuperablacompañar a Jesucristo en el alumbramiento históricmisterio pascual, mi gratitud fraternal por tanto bien

nos ha hecho a nosotro s, jesuítas, y a tantos homb res yres de todo el mundo, esparciendo su mensaje de justiberadora desde la fe. Y mi deseo de sincera imitación pmejores hom bres, mejores creyentes y mejores jesuítaspera ndo el carisma ignaciano. Todo ello lo resumo en lacatoria que un día escribió Jon Sobrino en uno de sus dedicatoria que surgía de un hombre avezado en las dtades y tropiezos más hondos: «A Pedro Arrupe, que ha ayudado a la Compañía a ser un poco más de Jesús»16. En menos palabras , no puede decirse más de un hombre.

B) TEXTOS DE AR RU PE

Experiencia radical de la vocación en la Compañía

Personalmente, la convicción de que lo que Dios qpara mí era lo mejor posible me ha producido siemprprofunda satisfacción interior. La vida religiosa, y máscretamente la vida en la Compañía de Jesús, lo es todo

mí. Esta vida me ha proporcionado un ideal muy supelo que yo hubiera podido proponerme; me ha indicado min o a seguir para alcanzarlo; me ha dad o, y sigue dá ndla fuerza para recorrer ese camino sin desfallecer; si suaprovecharlo al máximo, me permitiría, estoy seguro, hasta el final (...) Ella me ha presentado a este Hombre

16 Lamet, Pedro Miguel: Arrupe, una explosión en la Iglesia, Temas deHoy, Ma drid, 1989, p. 459.

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que es el ideal de mi existencia y que sacia todo lo que yopu edo desear como ho mbre , como cristiano y como religioso(...). Además, la vida apostólica, fundada sobre estos principios de la imitación de Cristo, me ha proporcionado en la formación, en la dirección espiritual y tantos otros elementos,

cer-, al menos por un tiempo compatible con vuestraspaciones, yendo a ayudar a esos mil lones de hermenteramente abandonados o, a l menos, a los inmigrarefugiados en este país, cuyas condiciones vosotros mque yo mismo conocéis? Camboya Timor Oriental S

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mación, en la dirección espiritual y tantos otros elementos,los mejores medios para, aprovechándome de ellos, contribuir a la salvación del mundo y el bien de las almas (Vesperance en trompe pas, Centurión, París, 1981, p. 22).

La Tr in idad com o mod elo personalEn la Trinidad el concepto de persona adquiere su más al

ta y misteriosa realización: modelo fascinante e inalcanzable;pero, al mism o tiemp o, ejemplar suprem o en cuya imitación,a infinita distancia, el hombre puede encontrar estímulo parasu propio perfeccionamiento, tanto en lo que cada uno es, como en las relaciones que mantiene con sus semejantes. Al finy al cabo, el hom bre, en cuan to persona, ha sido creado porDios -que es uno en esencia y trino en pers ona s- a su p ropiaimagen y semejanza.

Cada una de las tres personas no es en sí ni se pertenece así misma, sino en cuanto se refiere y se da toda entera a lasotras dos simultáneamente.

La persona humana debe inspirarse para su perfección y,analógicamente, para su realización y consumación, en eseinalcanzable modelo de la persona divina («Inspiración trinitaria del carisma ignaciano», en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santand er, 1981, pp. 424-425).

Servicio a los demás, servicio al ReinoPermit idme dir igiros una pregunta: ¿No habrá l legado

el momento de dar un paso hacia adelante, un salto de cualidad, en esta obra maravillosa que estáis haciendo por laIglesia y la humanidad? ¿No será posible que, desde ahora,vuestra ayuda no sea solamente financiera, sino que sea algo más personal, es decir, que vosotros mismos, en persona, os ofrezcáis a trabajar -como ya se ha comenzado a ha-

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que yo mismo conocéis? Camboya, Timor Oriental , Slia, Banglad esh.. . son nom bres co n el timbre de desafícaridad, al servicio cristiano. Ése es el mensaje del PDonald y otros que han experimentado lo que os digservicio personal directo e inmediato tiene un valor inciable y constituye, además, un testimonio irrefutable verdad del Evangelio y de la constitución de la Iglesimo Cuerpo Místico. No es eficaz solamente para resolproblem a de la enfermedad y del hamb re, sino tambiéra mover en fuerza de ese testimonio a muchos que nnocen la verdadera fe, a descubrir a Jesucristo, que inspirar tal servicio fraterno.

Más aú n: el servicio realizado en favor de otros re durá en vuestro propio favor. El contacto experimental consituaciones límite produce un radical cambio interiortransformación de los conceptos sobre el hombre y la vireordena la escala de valores, se reduce el egoísmo, y sete el impulso de transformar las estructuras injustas ledas por los hom bres de corazón materialista.

Ello os permitirá descub rir y experimentar u n nuevo do: el mundo de la verdadera fraternidad universal -«homb re es mi herm ano »- basada en el amor de un padm ún p ara tod os los hombres, siendo así los realizadoregran revolución del amor, mu cho m ás profunda y radical qucualquier otra revolución. De ese amor fraterno nace lagen de u n Dios qu e es amor: lograremos así resucitar aen el corazón de tantos hombres que lo creían muerto supuesto deicidio por el egoísmo. Será el gran servicinos hará reinar, por que ese amo r con su servicio dom intodo el mundo, y así se cumplirá ampliamente el sentila «vocación cristiana: servir y reinar» (Conferencia ennia, en la celebración del centenario de su catedral, el agosto de 1980, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, p. 120).

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La ca r i dad / am or con fo rm a la Co mp añ ía

La caridad, principio de conservación y aumento de laCom pañía. Y, sin embarg o, no son los medios jurídicos losque han de propo rcionar el tipo de unión q ue precisa la Com

con los enfermos, para con los tentados. No voy a citapues es suficientemente conocido de todos. Pero simece oportuno aducir las palabras que escribía al P. MeCarneiro, nomb rado obispo para la misión de Etiopía, pnos dan la formulación ignaciana de la teoría de la u

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q p p p q ppañía. Porque se trata, ante todo, de unir ánimos, para unir elcuerpo, y para esto, el vínculo principal de e ntre amba s pa rtes para la unión de los miembros entre sí y con la cabeza esel amor d e Dios nuestro S eñor; porq ue estan do el Superior ylos inferiores muy unidos con la de su divina y suma bondad,se unirán m uy fácilmente entre sí mismo s por el mism o amo rque de ella descenderá y se extenderá a todos los próximos yen especial al cuerp o de la Comp añía. Un a vez má s, Ignacioretorna a su concepción predilecta: el descenso del am or deDios y su difusión, a travé s de nosotro s, a todo s los prójimos,de los que los primeros son los propios m iembros de la Compañía; Ignacio teme ser repetitivo y añade: «Así que la caridad, y en general toda bon dad y virtudes con que se procedaconforme al espíritu, ayuda rán pa ra la unión».

Ignacio está persuadido de que respondiendo al amor de

Cristo con el amor a Cristo, brotará, necesariamente, el amormutuo. Para mantener su unión, la Compañía no cuenta conotros medios d e que d isponen otras órdenes monásticas, talescomo el trabajo y la oración en común y una rigurosa convivencia. En la Compañía la unión tiene que tener ligadurasmás trascenden tales que todo eso compatibles con la dispersión, e incluso que den sentido a la dispersión: ad intra, la caridad y el amor mutuo, íntimamente sentido y operante; adextra, la participación en la misión global por la misión personal. Ayuda rá tamb ién la posible uniformidad de pareceresy la intensa comunicación entre los dispersos. Para Ignacioesta unión de los ánimos tiene tal valor que a quienes la lesionan les reserva las palabras más duras de todas las Consti-úiciones, urgien do qu e se les aparte como peste .. . con mu chadiligencia, incluso despidiéndoles de la Com pañía.

Ignacio iba por delante en el ejemplo de amor y caridadpara con todos. El anecdotario de la caridad ignaciana es inmenso y está esparcido en las páginas de Monumenta: caridad, verdadero amor de Padre, para con los novicios, para

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nos dan la formulación ignaciana de la teoría de la u«Tened por cierto que os hemos de tener siempre en ltrañas, apretándose tanto más la unión interior cuanto malejáredes de la presencia exterior». Al P. Godinho, quba pasando una mala temporada, le asegura: «Os tengdentro del alma».

El P. Luis Goncalves de C ámara, su confidente para ltobiografía, dejó de él esta semblanza en el memorial qcribió viviendo aún San Ignacio: «Siempre es más inclinamor, tanto, que todo parece amor» (Notas de la caignaciana, dentro de «Arraigados y cimentados en ladad» , Conferencia de Clau sura del Centro Ignaciano de ritualid ad e n 1981, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero,Bilbao, 1982, pp . 727-765).'

C ) TESTIMONIO PERSONAL

Lib re , hu m an o y apos tó l i co

Darío Molla S.J.Provincial de Aragón

No resulta fácil responder a la pregunta que se me pl¿qué dime nsión o elemento específico d el P. Arrup e p

que ha constituido su aportación má s importante para lreligiosa? La dificultad estriba, sobre todo, en selecciodejar fuera algo que me parece importante. Forzándoelegir quiero destacar tres elementos, sin que el orden elos expon go signifique d ema siado.

En primer lugar, destacaría su libertad, su enorme ltad, para buscar y para emprender. Arrupe es un hombbre en su acción y en su gobierno, y el mayor servicio

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ofreció a la Iglesia y a la vida religiosa fue el servicio de su libertad pa ra encontrar nuevas respu estas a los nuev os desafíos.Fue todo lo contrario de un g oberna nte «conservado r». Y esadmirable su coraje para permanecer en la búsqueda y en lalibertad, para no tener «miedo a la libertad», en los tiempos

La vida me ha ido enseñando lentamente que no faltansiones para ex perimen tar la incom prensión, la interpredeformada de nuestras intenciones, alguna porción dedad, el sacrificio de nuestro proyecto más íntimamente gado , cierto grado de contradicción involuntaria, el encd i ió i d l l íti

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difíciles d e los fracasos, las incomp rensio nes, las críticas.Creo, en segundo lugar, que Arrupe «humanizó» la vida

religiosa, un tanto rígida y esclerótica en los tiempos delpre-conci l io. Contagió su enorme humanidad a su manerade vivir, presentar y gobernar la vida religiosa. Si el Señor,que nos llama al seguimiento, no nos libera del peso denuestra humanidad, si El mismo la quiso asumir con todaslas consecuencias, ser nosotros mismos humanos como religiosos o religiosas y ser tratados humanamente es lo evangélico. Arrupe hizo eso, tan importante y a veces tan olvid a d o , de ser humanos, con la sencillez de la sonrisa y elgesto cotidiano.

Y no pue do ni quiero olvidar su inagotable dina mism oapostólico, su incansable mirada hacia afuera, en un momento en que la vida religiosa tiene la tentación de perder demasiado tiempo y demasiada energía mirándose a sí misma. Para la vida religiosa servir es vivir y creo que fue la infinitacapacidad de compasión del P. Arrupe la que le hizo, en elfondo, profeta de la vid a religiosa.

Contradicción y fragi l idad

Juan Luis Veza S.J.Director General Radio ECCA

¿Por qué el P. Arrup e soportó tantas contradicciones comopersona in dividual y como Superior General de la C omp añíade Jesús?

El texto sobreco gedor de la regla 11 (aquel dese ar las injurias de Cristo por su amor, aquello de vestir su librea) hacecuarenta años me parecía una cumbre lejana, casi inaccesible.

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de una misión que nos priva de la legítima paz persoHace sólo unos meses me recordaba un compañero jeque éstas y otras experiencias de sufrimiento p ue den svidas como las dosis fragmentadas de la cruz con queresponde a aquella radical oblación que un día le hab

hecho: Tomad Señor, y recibid toda mi libertad... Disponed a todavuestra voluntad...Sí me alegra recordar al Arru pe exp ansivo, construct

futuro, líder confiado en los años desbordantes del pocilio (sus palabras alimentaron y alimentan mi esperanzfe ahonda cada vez más en su silencio. Aquel clamorolencio final con que acep tó la distancia, la desconfianza ta el tácito rechazo que impregnó el aire de Roma. En lgilidad del Arrupe sufriente leo la impresionante cohede su v ida con la regla 11.

D ) O R A C I Ó N

H om ilía d el P. Arr upe e n La Stortaal día s iguiente de presentar su renuncia comoPrepósi to General de la Compañía de Jesús

Es justo, por m ucho s mo tivos, que al terminar mi secomo Prepó sito General de la Com pañía de Jesús, yo vLa Storta para cantar mi nunc dimittis, aunque sea en el silencio que me imp one m i presente condición.

El anciano Simeón, al final de una larga vida de fiel cio, y en el esplendor del magnífico templo de Jerusaléncumplido su ardiente deseo al recibir en sus brazos al Jesús y estrecharlo contra su co razón. Ignacio de Loyolasencillísima capilla de La Storta, a punto de comenzar sva vida de servicio como Fundador y primer Gener

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nuestra Com pañía, se sintió llevado al Corazón de Jesús: DiosPadre le ponía con Cristo, su Hijo, como El mism o había pe did ocon insistente plegaria a la V irgen.

Lejos de mí pretender asimilarme a estos dos excelsos siervos del Señor. Aunque sí es cierto que siempre he tenido unagran devoción a la experiencia de Ignacio en La Storta y que

experiencia de La Storta recibió una confirmación muycial. Es de advertir la estrecha afinidad entre las frases dnez y las de la Fórmula del Instituto aprobada por JuliCualquiera que en esta Com pañía -que deseamos se distinga con elnombre de Jesús- quiera ser soldado para Dios y servir al solo Señory ala Iglesia su Esposabajo el Romano PontíficeVicario de Cris

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gran devoción a la experiencia de Ignacio en La Storta, y queahora siento inmensa consolación al hallarme en este venerado lugar para dar gracias a Dios y rendir mi viaje. P orque misojos han visto tu salvador ¡Cuántas veces, a lo largo de estosdieciocho años, he pod ido c omp robar la fidelidad de Dios a

su promesa: ¡O s seré propicio en RomaLa profunda experiencia de la amorosa protección de la divina providencia me ha d ado fuerzas para cargar con el pesode mis responsabilidades y afrontar los desafíos de nuestrotiempo. Es cierto que he pasado por dificultades, grandes ypequeñ as; pero confortado siempre con la ayud a de Dios. EseDios en cuyas manos me siento ahora más que nunca, eseDios que se ha ap ode rado de mí.

La liturgia de este domingo me parece muy a propósitopara expresar mis sentimientos en este momento. Como SanPablo, pu edo decir que soy anciano y ahora prisionero de CristoJesús. Yo había p ensa do las cosas de otra man era; pero quienman da es Dios, y sus designios son misteriosos. ¿Q uién puedepenetrar los planes del Señor? Y, sin emba rgo, sabem os cuál esla voluntad del Padre: hacernos conformes a la imagen de suHijo. Y éste, a su vez, nos dice claram ente en el Evange lio: Elque no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

El P. Laínez, que no s transm itió las palabras de la prom esa os seré propicio), se apresu ra a aclarar que Ign acio no las interpretó nunca en el sentido de que no tendrían que sufrir niél ni sus compañeros. Al contrario, está persuadido de queeran llamados a servir a Jesús cargando con la cruz: L e parecíaver a Cristo con la cruz al hombro y, junto a él, al Padre que le decía: «Quiero que tomes a éste por servidor tuyo». De m odo que Jesúslo tomó diciendo: «Yo quiero que tú nos sirvas». Por esta razón, cogiendo gran devoción a este santísimo nombre, quiso que la Congregación se llamase Compañía de Jesús.

Este nomb re lo habían elegido los comp añeros ya antes devenir a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Pero con la

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y ala Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra....

Lo que para Ignacio fue cumbre y el resumen de tagracias especiales recibidas desde su conversión, fue pCom pañía u na g arantía de que participaría en las graci

Fundador en la medida en que fuese fiel a la inspiracióle había dado vida. Pido al Señor que esta celebraciónpara m í es un adiós y una conclusión, sea para ustedes ra toda la Com pañía aquí represen tada, el inicio, con redo entusiasmo, de una nueva etapa de servicio; que laboración de toda la Compañía en la restauración de la cde La Storta sea un sím bolo peren ne e inspiración co nen el esfuerzo co mú n de renova ción espiritual, confiadlas gracias cuya memoria se venera en La Storta. Yo seacompañándoles con mis oraciones.

Com o hizo San Ignacio, ruego a la Virgen que seamodos puestos con su Hijo; y que como Reina y Madre Compañía, Ella esté con ustedes en toda la labor de lagregación General, especialmente en la elección del nGeneral.

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Pedro Arrupe: un comnnicador nato.

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SEGUNDA MEMORIA

LA DIM EN SIÓ N PLANETAR IADEL P. AR RU PE

Pedro Arrupe, tan íntimo y escondido en sus vibracinteriores, extendió por el planeta entero su generosidhombre, de sacerdote y de religioso: fue, como él misidefinió, «un hombre para los demás», llevand o a plenitud así sucristocentrismo, analizad o hasta aquí. La memoria de stórica conjunción entre fe y justicia, absolutamente revonaria de la Iglesia contemporánea, nos permite descucomo un firme escrutador de los signos de los tiempos,de perspicacia para distinguir el trigo entre la cizaña, renovador de la Compañía de Jesús y, en fin, un sacemístico que encontraba en la Eucaristía el referente esde su acción evangelizadora.

Así, el Pad re Arru pe fue una pe rsona de una pieza, strías, aun que sí con su condición de peca dor a cuestas, qllevaba a constatar tantas debilidades co tidianas. Sin ego , era capaz d e trascender todo, en un decid ido aleteosu Dios, como se descubre en ese texto esencial que es «

tedral», punto de llegada de una poderosa experiencia ca. Hasta aquí, precisamente, deseamos conducir al lec

«Tú, en cambio, hombre de D ios, huye de todo eso, esmérala rectitud, la piedad la fidelidad, el amor, la constancia, ladelicadeza. Ludia en el noble combate de la fe, conquista la veterna a la que fuiste llamado: de esa fe hiciste noble profesión,en presencia de muchos testigos» (ITim 6,11-12)

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6Evangelización,

fe y justicia

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Hombre de Dios y hombre de los hombres

Jon Sobrino SJ.Teólogo

Creo que a ning uno de los jesuitas que estamos aq uí ha ocurrido venir a visitar esta capilla a rezar por el P. Arrape. Al enterarnos de su muerte, nos hemos reunido máscomo atraídos por la necesidad de recordar los mejorementos de nuestra vida en la Compañía, y de agradeDios el habernos dado a este hombre entrañable que metió a todos en el corazón.

Decir en pocas pala bras q uién fue el P. Arru pe, para tros los jesuitas, no es cosa fácil. Yo quisiera hacerlo ctando desde mi propia experiencia lo que de él dijo IgEllacuría: «El P. Arrupe fue hombre de Dios, hombre de los hbres y hombre de la historia».

El P. Arrupe fue un hombre de. los hombres. Como Superiorle tocó mirar la totalidad de este mundo, y lo que vio

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mundo deshumanizado de mil maneras, pero deshumanizado sobre todo por la terrible pobreza e injusticia del TercerMundo. Lo miró con ojos de misericordia, como nos pide SanIgnacio en la meditación de la encarnación, y nos pidió a losjesuitas que reaccionásemos «haciendo salvación-». Qué hacerpara a yud ar a salvar a este mu ndo es lo que la Congregación

Arrup e sabía también el precio que hay q ue paga r «fe y la justicia», como está escrito sobre la tumba de numártires en esta capilla y, de hecho, más de cuarenta jehan sido asesinado s en el Tercer Mun do desde 1975. Ebién aceptó pagar su precio. Su defensa de los jesuitasSalvad or y el apo yo crítico a la revolu ción sa ndinista le

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para a yud ar a salvar a este mu ndo es lo que la CongregaciónGeneral de 1975, presidida y animada por él, nos exigió a todos: «¡a de fensa de la fe y la promoción de la justicia».

Fe y justicia, eso que Dios había un ido d esd e el princ ipio yque la Iglesia y la Compañía habían separado a lo largo de la

historia, eso es lo que el Padre A rrup e no s exigió y eso es a loque nos animó. Aquí en El Salvador lo sabemos muy bien.Hu bo u nos añ os, antes de 1975, en los que tuvimos tensionescon su curia cuando comenzábamos a dar aquí los primerospaso s en la dirección de la justicia. Pero, pas ado s los prim erosmalentendidos, Arrupe siempre nos apoyó y nos animó. Enenero de 1976 explotó en la UCA la primera de las quincebombas y Arrupe nos escribió en seguida. No nos acusó deque estábam os me tiéndonos en política, ni siquiera nos llamóa la prude ncia . Nos an imó a seguir. Y con uno de esos gestostan suyos, nos envió un do nativo d e cinco mil dólares comodiciendo: «reparen cuanto antes los destrozos y sigan trabajando». Pocas seman as despu és fue asesinado Rutilio Gra ndey en el mes de junio todos los jesuitas fuimos amenazados demu erte, si no salíamos del país, por la Unión Gue rrera Blanca. Arrupe, de nuevo, no se asustó. «No salgan, sigan en suspuestos», y él mism o quiso venir al país para anima rnos, au nque no le dejaron. Y así siempre en El Salvador y en todo elTercer Mundo.

Lo que quisiera añadir es que el Padre Arrupe llevó a cabola opción por la fe y la justicia de una manera muy suya, muyhumana y muy cristiana, y ante todo con misericordia. Pordecirlo con un ejemplo, cuentan que una mañana de 1981reunió a sus Asistentes Generales y les sorprendió con la siguiente iniciativa: la Compañía tiene que organizar ya un servicio de ay ud a a refugiados. Y es que la noche anterior habíaescuchado la noticia de barcos de vietnamitas que naveg abansin rumbo por los mares sin que en ningún puerto les diesenasilo. Y a Arru pe, com o a Jesús, se le removie ron las en trañas .

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Salvad or y el apo yo crítico a la revolu ción sa ndinista leron muchos sufrimientos, mucha marginación y muchadad. Pero ejerció la fortaleza para mantenerse en su ohasta el final.

Al P. Arrupe le tocó tomar decisiones difíciles y dolor

avisarnos de excesos y exageraciones, pero en todo elhombre de delicadeza. Si me permiten una palabra peren 1980 recibió quejas del Vaticano contra mí, pue s unagía en favor de la justicia les parecía ex cesivam ente pelEl Padre Arrupe me transmitió las quejas, me pidió qescuchara con fe y hum ildad , y que las contestara con dez. Pero lo que no olvidaré son las siguientes palabrascarta: «En cuanto recibí las quejas contra usted envié al P. CecilMcGarry para que comunicase al V aticano que yo salgo garante desu fe».

Finalmente, lo que siempre irradiaba el Padre Arrupuna increíble esperanza, por la que podían tildarlo de vrio y hasta de ingenuo. Arrupe comunicaba una inamoven la bon dad de Dios y en las posibilidades de bond adseres humanos. Creía -él que había sido testigo de la atómica de Hiroshima- que, a pesar de todo, la historiacambiar a mejor y que en el fondo de los seres hum ano sun reduc to de bond ad p ara ponerlo siempre a producirque para unos era ingenuidad y para otros ilusión utópipara m í la esperanza qu e a todos nos hu maniza .

Este hombre de los hombres fue también un hombre deDios. Todos los que le conocían quedaban cautivados psincero y profundo amor a Jesucristo, su larga oraciósentida vocación en la celebración de la eucaristía. Yo tsuerte de convivir con él una semana en junio de 197pu de com probar. Para mi sorpresa, me había llamado apara «liablar de teología», y dijo: «Padre, usted se va a reír peroquiero leerle una poesía que escribí en honor a Cristo el día del Corpus». P or supu esto que no reí, ni por fuera ni por d entr

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que sentí al escuchar su poesía es que, corno en el caso deMonseñor Romero, la teología del Padre Arrupe no era comola nuestra, pero expresaba lo decisivo y lo más importante:una inmensa fe en Dios, un inmenso amor a Jesús y un inmenso amor a los hombres.

Nada puedo decir de su fe en lo íntimo de su corazón, pe

ñutos para recobrar la calma aunque la Compañía se viese como sal en el agua, palabras d e un santo que mula calidad de su fe. No sé si el P. Arru pe rum ió estas palabraspero sí le tocó a él, como a San Ignacio y como a todonerse delante de un Dios mayor que todo y mayor qCompañía de Jesús. El P. Arrupe mantuvo la opción p

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p , pro sí quiero agradecer el profundo impacto que me causó esafe. Lo que más me impresionó es que no antepuso nada a lavoluntad de Dios. Y si me perm iten decir una obvied ad, queno es nada obvia para los seres huma nos , me impresion ó que

no puso su corazón con ultimidad en nada que no fuese Dios.Con toda sencillez dejó a Dios ser Dios.Y esto, más que sus palabras, lo hizo muy claro para mí su

vida; por decirlo en forma concreta, el Padre Arrupe amó a laCompañía con todo su corazón, pero nun ca obstaculizó, sinoque llegó a poner en peligro su anterior prestigio y buena fama dentro de la Iglesia -y en algunos momentos casi su existencia- por la opc ión p or la fe y la justicia. Y de ello era b ienconsciente, pues en su largo generalato tuvo que constatarlas dolorosas consecuencias de esa opción. En su tiempo, sedieron terribles divisiones internas, intentos, incluso, aplaudidos por algunos obispos, de fundar una Compañía paralela contraria a la línea de Arrupe. El número de jesuítasdescendió en unos 8.000 porque la Com pañía aban donó sucerrado mundo anterior y se encarnó en el mundo de la injusticia y de la increencia, nad a de lo cual es fácil. La C om pañía perdió antiguos amigos y bienhechores, y se ganó poderosos enemigos que la han atacado y perseguido hasta elasesinato.

La Compañía ha tenido serias dificultades con los tres últimos papas, Pablo VI al final de su pontificado, Juan Pablo Iy Juan Pablo II, que no entendían y criticaban incluso la nueva opción, y en 1981 se llegó a la intervención papal, hechoinsólito en la historia de la Co mp añía . Y en lo pers ona l, el P.Arrupe tuvo que pasar -quizás ése fue su mayor sufrimiento - por la incomp rensión del Vaticano hacia su prop ia pe rsona, él tan fiel al Papa.

Al pensar en estas cosas me viene n a la mente u nas palabras de San Ignacio cuando decía que le bastarían quince mi-

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p p p pjusticia hasta el final porque creyó hon rada men te q ue éla voluntad de Dios, y de esa forma nos mostró a todorealmente puso su fe en Dios.

El P Arrupe fue, por último, hom bre de la historia y de una

historia cambiante. Le tocó abandonar las formas relitradicionales de sus primeros años en Europa, Estadodos y Japón, y adentrars e en la gran nov edad del Concdespués le tocó ver la involución, el invierno eclesial como dijo Karl Rahner, otro gran jesuíta de nuestro tiempo. Si aun que gozoso, fue pasa r de lo tradicional conocido avedoso desconocido, más difícil le fue mantener el espílo nuevo en medio de la involución y aceptar el dolor dlo desapare cido poco a poco . Pero se man tuv o fiel. En toria cambiante, el P. Arrupe, con el profeta Miqueasiempre con claridad lo que tenía que hacer: practicar lcia y amar con ternura. Pero todo ello en lo cambiantehistoria y, en sus últimos años, en oscuridad. Lo impnante del P Arrupe es que siguió caminando en la hihumildemente y siempre con su Dios.

Para term inar de hablar del P. Arr up e quiero usar bras mejores que las mías, las palabras de dos creymártires y salvadoreños. Ignacio Ellacuría dijo del P.pe que fue «el Juan X XIII de la vida religiosa». Y en efecto, elP. Arru pe abrió las venta nas de una Com pañía enrarya para el mundo de hoy, y dejó que a través de esas nas abiertas penetrase aire fresco, la luz y el viento dpíritu. Monseñor Romero fue a visitarlo el 25 de jun1978 para encontrar consuelo y ánimos en sus propiacultade s con el Vaticano. Y en su diario no s ha dejadopalabras: «El P. Arrupe es un hombre santo y se ve que el Espí-ritu de Dios lo ilumina».

El P. Arrupe está ahora en el corazón de muchos, dmár tires, de religiosos y religiosas, de cristianos y de h

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y mujeres de buena volu ntad en todo el mu nd o que vieron enél la presencia de Dios entre nosotros. Los pobres de nuestrospaíses, los pueblos crucificados, quizá no conocen su nombre.Pero para ellos vivió los dieciocho años de vida activa comoSuperior General de la Compañía de Jesús, y por ellos sufriósus diez últimos años de silencio e impotencia (Homilía en el

La misericordia, sublimación de la just icia

En cuanto es posible hablar de estas cosas en términmano s, podem os decir que el amor más pu ro, la caridamisma, son, por una parte, el constitutivo formal de la edivina y, po r otro, la explicación y causa de las operacio ad

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sus d e ú t os a os de s e c o e pote c a ( o a e efuneral por el P. Arrupe en la UCA, Carta a las Iglesias, SanSalvador, 1-14 febrero 1991, p p. 4-6).

B) TEXTOS DE AR RU PE

Radical idad en el compart ir

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a compart i r nuestros bienes, con alegría y sencillez de corazón, como dicen losHechos de los Apóstoles (Hch 2,47)? ¿O seguiremos clamando que lo mío es mío y no pue de ser de nadie m ás? Es una delas ironías de la historia que, a pesar del ejemplo de los pri

meros cristianos, haya quien acuse a la Iglesia, al tiempo queotros la alaban, por haber man tenido el derecho ab soluto a lapropiedad privada (. . .) . Debe quedar bien claro que la Iglesia jamás ha sostenido que sea absoluto e incondicional elderecho a la propiedad privada. El principio absoluto quedefiende es el destino universal de todas las cosas creadas y,por consiguiente, el derecho de cada un o a poseer lo que necesita para sí mismo y su familia. Esto es doctrina de SantoTomás de Aquino.

¿Estamos dispuestos a aceptar que algo no marcha cuand o

una economía de mercado distribuye los recursos sólo a quienes pued en co mprarlo s y no a los que tienen necesidad? ¿Estamos dispuestos a aceptar que un orden económico que, envez de responder a las necesidades fundamentales de todos,favorece el despilfarro de los que ya son ricos, necesita cambios? («Hambre de pan y evangelio», discurso en el CongresoEucarístico d e Filadelfia en 1976, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, pp. 389-399).

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y, p , p y pextra: la creación del hom bre, señor del univers o, y el rede tod o a Dios en un a historia de reden ción y santificac

Si que remo s que se realice en nosotros, con la pro funignaciana de los Ejercicios, que parte de lo más profun

corazón del hombre, tendremos que dejarnos invadir caridad (...) Nosotros, creados ya a imagen y semejanDios, que es caridad, nos asemejaremos más a El. Esa caserá la dynamis, la fuerza mo triz de nuestra actividad apolica, y nos hará capaces de colaborar en la solución de lmendos problemas de este mundo convulso en los estedel tránsito a una época nueva. Toda renovación que noahí, que deje intacto y sin purificar el corazón de l hombrá incompleta y está con den ada al fracaso. En camb io, stra potencia volitiva se purifica y se transforma, hab

que dado perfectamente orientados: la renovación no prrá traumas, nos situaremos en un plano superior en quecotomías y tensiones, fe-justicia por ejemplo, desapareestar ambas informadas p or la caridad, y nos moveremla misericordia, sublimación de la justicia (Conferencclausura del Mes Ignaciano, 6-2-1981, «Arraigados y cidos en la caridad», en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero,Bilbao, 1982, pp. 727-765).'

Entre la caridad y la justicia

Pero hay también una caridad aparente que es un dde la injusticia, cuando más allá de la ley se concede apor benevolencia, lo que le es debido en justicia. Es la na como subterfugio. De estas dos aberraciones -unajusticia y vina falsa caridad- ofrece numerosas muestratra época. Las tiranías que imponen una ley contra el dy los paternalismos que tienden caritativos planes de

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en sustitución d e una política de justicia, son dos lesiones qu ehacen imposible el establecimiento entre los hombres de lafraternidad y la paz. La ley, el derec ho y la justicia no pu ed ensepararse. Ni pueden prescindir de la caridad. El documentoem ana do del Sínodo d e 1971, dedica do a la justicia en elmundo, dice: El amor del prójimo y la justicia, son inseparables.

da de la renovatio accommodata que pide el Concilio- ha tomado en un profundo proceso interno de renovación y dismiento. A los ojos de alguno s, se ha produ cido u n abade antiguas y gloriosas tradiciones y se está generanddesviación del ideal ignaciano .

L id d á difí il t ió l i bilid

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, p j yj , pEl amor es , ante todo, exigencia de justicia es decir reconocimientode la dignidad y de los derechos del prójimo. No se pue de hacerjusticia sin amor. Ni siquiera se puede prescindir del amorcuando se resiste a la injusticia, puesto que la universalidaddel amor es por deseo de Cristo un man dato sin excepciones.

Entonces, ¿cuál es, exactamente, la relación entre la caridad y la justicia? Juan Pablo II la ha ilustrado en su encíclicaDives in Misericordia: «el amor, por así decirlo, condiciona ala justicia y, en definitiva, la justicia es servidora de la caridad» . Es evidente que la promoción de la justicia es indispensable, porque constituye la parte inicial de la caridad.Pedir justicia, a veces, parece revolucionario, una reivindicación subv ersiva. Y, sin embarg o, es tan poco lo que se pide: hace falta más. Hay que sobrepasar la justicia, para llegar a colmarla con la caridad. La justicia es necesaria perono es suficiente. La caridad añade a la justicia su dimensióntrascenden te, interior, y es capaz de seguir avan zan do cuando se ha llegado al límite del terreno propio de la justicia.Porqu e, así como la justicia tiene un límite, y se para do nd econcluye el derecho, el amor no tiene confines porque reproduce a nuestra escala humana la infinitud de la esenciadivina y hace a cada hombre-hermano el titular de un servicio ilimitado por nuestra parte (Ibidem).

Promoción de la just icia y propagación de la fe

Este enfrentamiento de valoraciones pasa actualm ente p orun período de exacerbación. A partir de las CongregacionesGenerales XXXI y XXXII se advierte, incluso, vina significativa novedad: algunos de nuestros mejores amigos y bienhechores no acaban de comprender la motivación, significado yconsecuencias de las opciones que la Compañía -en búsque-

La idea de más difícil penetración es la inseparabilidla promoción de la justicia con la propagación de la fenuestra Congregación General XXXII nos presenta comdisolublemente unidas. Puede produ cirse, como conscia, el doloroso cambio de actitud para con nosotros denos de nuestros amigos y bienhechores (cosa que la mCongregación General preveía). Unas veces se limitamarcar su distanciamiento; otras -posible men te y aun sda-, por sincero amor y estima de la Compañía, pasangrosar las filas de los opositores. No faltan casos de ahostilidad y aun de abierta persecución. Lo aceptamosuna aplicación del misterio de la cruz que forma parte téntico seguim iento d e Cristo.

Pero yo me pregunto y os pregunto. Por grande quel dolor y decepción que estas actitudes nos producedebería ser muc ho m ás inquietante que -da da s las si tnes tan diversa s en que la Com pañía trabaja a lo largocho del mundo, muchas de el las profundamente marpor signo s de injusticia y negación d e los valores humcristian os- no sería inquie tante, repito, si nuestra luch -mi-litancia la llamaba Ignacio- en servicio de la fe y promode la justicia no provocase acá o allá desconfianza e ihostilidad, y nos desdeñasen con el silencio o con la rencia sin sentirse turbados por nuestra proclamación lores y nuestra actividad ? ¿No ser la fuerza de choq ue

Iglesia o, para decirlo con palabras del Papa Pablo Vya no seríamos esos jesuítas que están «donde quiera la Iglesia, incluso en los campos más difíciles, y de primera línea, cruces de las ideologías, en las trincheras sociales, donde hado y hay confrontación entre las exigencias del hombre y esaje cristiano»? ¡Mal augurio p ara la Com pañía la paz y lgu rida d de los indolen tes (Homilía del P. Arr up e fiesta de San Ignacio, el 31 de julio de 1981, en InformaciónS.J. n°. 76, nov -dic de 1981, p. 185).

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C) TESTIMONIO PERSONAL

Discípulo del Espír i tu en el t iempo

Alvaro Alem any S.J.Coordinador In terprovincial

Razones de una crucifixiónÁngel Camina S.J.

Escritor y director de Ejercicios

L li i f i d j d d Di

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pde Acción Social

El P. Arru pe mos tró una especial sensibilidad para acoger

e interpretar las llamadas de la realidad en un momento deeclosión de tantos cambios. Seguram ente venía mediad a p orsu manera de mirar a las personas con respeto y confianza,descubriendo en ellas sus inquietudes y esperanzas, pero almismo tiempo las necesidades colectivas ocultas tras los rostros marcados por los sufrimientos.

No desechaba las tradiciones institucionales y vitales acumuladas en la historia de su Orden y de la Iglesia, sino queera capaz d e extraer de ellas el núcleo m ejor de su significadopara aplicarlo al presente, sin miedo a dejar atrás otras formas obsoletas que habían ido quedando anquilosadas.

Por eso su actitud resultaba contradictoria con ámbitosinst i tucionales mucho más temerosos y replegados en unaposición defensiva: Arrupe parecía traslucir siempre la convicción de fondo de que el Espíritu de Dios sigue actuandoen nuestro mundo y nuestra época; confiaba más en lo queiba suscitando a través de la gente, que en el peso de laspropias seguridades (e incluso de los propios errores). Setomó en serio el movimiento expresado en el Concilio Vaticano II en el marco de las grandes ansias de justicia de lahumanidad y fue capaz de trasmitir a los demás el coraje yla esperanza que brotaban de la novedad de Dios en esemomento .

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Las religiones con frecuencia dejan d e ador ar a Diospíritu y en verdad. Incluso la Iglesia Católica va cayenlargo de los siglos en la trampa de la hipocresía y de lapulación religiosa, pecados tan clericales. La conversió

aggiornamento (que es un o de su s aspectos lógicos) consistvolver a la verdad que nos hace libres. Creo que por ePedro Arrupe tan duramente juzgado y perseguido, pbuscaba la verdad y la afrontaba (aunque fuera doloros

Actuar en la Iglesia con libertad y de sde la verda d llegintolerable p ara ciertos eclesiásticos m ediocres, bien insta veces meros funcionarios. Por eso, los mayores enemArrupe estuvieron en Roma, si bien alentados y apoyadde lejos por esos po líticos, militares y homb res de negocpiensan que el mundo está muy bien como está y que npor qué cambiar. La autenticidad de Arrupe, hombre dción, discernimiento espiritual y amigo fiel del CorazJesús, hizo que quedaran al descubierto las intencionmu cho s coraz ones. La cruz, qu e éstos le hicieron vivir, erantía de que fue un verdadero seguidor de Jesucristo.

El sentido optimista del P. Arrupe

Simón Decloux S.J.Delegado para los CentrosInterprovinciales de Roma

Se ha subrayado muchas veces el optimismo del P pe, un optimismo que no suponía para nada ignorar lacultades en las que se debaten los hom bres. Si hay dides que enfrentar en la vida de fe, ellas no son motivmirar en forma negativa las situaciones en las que se e

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tra la humanidad. Las crisis, explícita el Padre Arrupe, pueden ser d e crecim iento. Y, en el cam po de la fe, es a través demo me ntos de crisis como se realiza la purificación necesariapara que el hombre esté más plena y humildemente abandonado a Dios. La fe, de hecho, no es de por sí medida por elhombre, y exige una confianza que va más allá de cada segu

Pero, por otro lado, oigo, veo y siento decir que tu pcia en el Sagrario les tiene tan sin cuidado que no te una sola visita durante el día y nuestras capillas se vsiertas, sin que se acerque nadie a saludarte. Más aúnman que tu presencia en nuestras comunidades no es nria.. . que no te necesitan.. .

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ridad. ¿No sabía algo de eso el Padre A rrup e en su mism a experiencia, pue sto qu e le gustaba referirse a Ab rahán, el padr ede los creyentes, quien, llamado por Dios, salió confiando ensu palabra, sin saber ad ond e iba?

Más aún, a los ojos del P. Arru pe, es la calidaci de la acciónapostólica la que pue de e xperim entar los efectos positivos deuna fe purificada, porque ésta es más capaz de dialogar conla increencia. Todo depende rá, aña de, de la calidad de h um ildad y de la capacidad de adoración que residan en el corazónde los apóstoles de los tiempos mo dern os.

D ) O R A C I Ó N

Oración en el Corpus Christ iSeñor, hoy es el día de Co rpus C hristi y en este mo me nto

estás dentro de nuestro corazón, en cada uno de los miembros del Consejo ampliado, de mis consejeros, los que meayu dan a llevar el peso de la gran responsabilidad q ue sup one la dirección de la Compañía; después del diálogo que hemos tenido estos días, te pido desde el fondo del alma queme ilumines y nos ilumines en un punto fundamental.

Para mí el diálogo y la conversación íntima contigo, queestás realmente presente en la Eucaristía y me esperas en elTabernáculo, ha sido siempre y es todavía fuente de inspiración y de fuerza; sin ellos no podría sostenerm e, cuánto m enos llevar el peso de mis resp onsabilid ades. La Misa, el santo Sacrificio es el centro de mi vida: no puedo concebir unsolo día de mi vida sin la celebración eucarística o la participación en el sacrificio-banquete del altar. Sin la Misa mi vidaqueda como vacía y desfallecerían mis fuerzas: esto lo sientoprofundamente y lo digo.. .

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Reconocen en la Misa valor infinito, pero dicen quedebe celebrar todos los días, pue s eso es demasiad o pacosa tan grande; y sostienen que no se debe celebrar si una com unid ad que participe en el Sacrificio.. . Y todo apoyan en argumentos teológicos, psicológicos, sociatúrgicos.. y en pareceres de perso nas que ocupa n puestogran responsabilidad en la Compañía, de formadornuestros jóvenes, de profesores de teología. Hablan tade su propia exp eriencia personal, que les hace prescinti en el Sacram ento por que aseg uran qu e te encuentr any más fácilmente en el trabajo, en los prójimos, etc.

¿Será verdad? Yo no du do de su buen a volunta d, de racidad subjetiva, pero no lo entie ndo. ¿Se equivoc an es que Tú has cambiado de modo de ser y de alimenta

almas para el difícil trabajo apostólico actual?Señor, ¡no lo entiendoDoce me. Siento, por una parte, laevidencia de mi experiencia personal y de otros muchopañeros, que sienten como yo. ¿Es que estamos ya andos? ¿Esa nueva manera de pensar y de actuar en las del espíritu es hoy la correcta? Te pido luz, pues no qcaer en lo que San Ignacio prevenía: que el mayor errodirector espiritual es «querer llevar a todos por su pcamino»: no, Señor, sé que hay muchos caminos y quque conceder amplia libertad para que tu Espíritu actú comoTú deseas.

Pero, por otra parte, meditando la vida de IgnacioConstituciones, sus cartas, viendo toda la tradición Com pañía hasta ahora, y sobre todo recordand o a los jsantos de todos los tiempos, descubro que la EucarisMisa, el Sagrario han sido el alimento, la inspiración, suelo, la fuerza d e tantas empre sas que han edificado el m un do y han hecho que la Compañía fuera como unde hombres alrededor de la Eucaristía.

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Precisamente hoy, cuando el mundo ha cambiado tanto yse ha secularizado de un mo do tan impresionante, cuand o lasnecesidades de la humanidad nos exigen un apostolado y unservicio mucho más peligroso y difícil que antes, parece quedeberíamos tener más necesidad de un contacto íntimo y continuo contigo para poder ganar el mundo para Ti, pero es

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g p p g p , pprecisamente ahora cuando se diría que hay muchos jesuítasque, si no d e palabra, al menos con los hechos pa recen mo strar que no te necesitan. ¿Es verdad? ¿Son sinceros? ¿No seengañan?

Yo estoy dispuesto, Señor, a estudiar el problema, para verlos efectos aceptables que estos cambios culturales y de mentalidad traen consigo. Indícame, Señor, tus deseos, tus modosde actuar en estas nuevas circunstancias, las formas de expresión que sean inteligibles para todos. Pues, si es necesarioacomodarme a las nuevas circunstancias, antes de cambiarnada, deseo tener una prueba clara de tu parte, ya que uncambio erróneo en esta materia podría ser mortal para toda laCom pañía. Señor, ilumínanos. Vias tuas edoce m e («M uéstrametus ca minos », Sal 24,4).

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La realidad real,luces y sombras

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Vida y muerte de un profeta

Manuel Alcalá S.J.Teólogo y periodista

Se cum plen diez años de la mue rte de Pedro Arruptiguo Superior General de la Compañía de Jesús. En dida en que su figura se deshace en la historia, puedlorarse mejor su persona y gobierno en vina etapa cdel mundo.

De los iconos religiosos que encarnó en su vida: misiapóstol, gobernante, Padre General, ninguno quizá le mejor qvie el de profeta. En la tradició n cristiana, profeta espersona traspasada de mística religiosa que vive, procpredice y pregona las palabras de Dios, reveladas en Jeto . Los profetas cristianos acompañan en su modo de der en vida y en mvierte a Jesús, svi prototipo. Son, pucompañeros en sentido pleno.

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En el Antig uo Testam ento Isaías, habla ndo de sí mi smo yatisbando el futuro, describió la preparación que Dios hacede sus profetas:

Yahveh me ¡lamo del seno de mi madre; desde las entrañas de mimadre me llamó por mi nom bre. Hizo de mi boea espada afilada,reteniéndome a mano, hizo de mí saeta afilada y me guardó en sulj b (I 49 2 4)

extremas. Tras dos años de brega con el japonés, marcpárroco a Yamaguchi. Allí , acusado como espía occidenencarcelado por un mes. Lo aprovecha para hacer los cicios ignacianos», que le pone n en m anos de Dios y leplan como espada afilada.

El 6 de agosto de 1945, ya maest ro de novicios en Nsuka junto a Hiroshima es testigo de la primera expl

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aljaba (Is 49,2-4).

La preparación pro)ética

Ped ro Arr upe (1907-1991), benjam ín de una familia m uyespañola compuesta de otras cuatro hermanas, heredó de supadr e Marcelino, arquitecto, la honr adez y el espíritu de empresa. De su madr e, Dolores Gond ra, ima ternura genero sa ysin límites. Los escolapios de Bilbao le hicieron bachiller; losjesuítas le fund aron su espiritua lidad ignaciana. A los 20 años,el universitario Pedr o Arr upe, ya huérfano, entra en la Compañía de Jesús. Había estudiado Medicina en las universidades de Valladolid y de Madrid. En ésta última, sería compañero y contrincante del futuro premio Nobel, Severo Ochoa.

A los cuatro años de estancia en Loyola, como novicio yestudiante de Hu ma nida des, marchó a Oña (Burgos), para estudia r Filosofía. En pleno curso 1931-32 la Com pañ ía d e Jesúses expulsada de España. El joven debe abandonarla con suscompañeros. Este primer desarraigo le lleva a Bélgica y H olanda, para completar estudios de Filosofía y Teología. A las dossemanas de estallar la guerra civil española, Arrupe llega alsacerdocio. Celebrará en soledad su primera misa el día delFun dad or, 31 de julio de 1936. Su familia no p ued e asistir, aislada en Bilbao. Luego Dios le pide otro mayor desarraigo y,después de un bienio en los EE.UU. para completar su formación, marcha de misionero al Japón, en 1938, cuando sefragua la II Gu erra Mu ndial.

Visión apocalíptica

Los profetas suelen vivir situaciones-límite que les vanpreparando al propio martirio. Las que vivió Arrupe fueron

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suka, junto a Hiroshima, es testigo de la primera explatómica de la historia humana. Aquella experiencia deter io de iniquidad produce en Pedro Arrupe impactosvidables: ante todo, el de un Dios siempre mayor que todo lo

demás. Allí enraizaría su optimismo impenitente. Luego la relatividad de las cosas terrenas, incluidas las eclesiástDesde entonces no tuvo miedo a nada ni a nadie. Finalmente, lapaz y serenidad de quien vive de prestado y en presencia tal de Dios. Para él, la experiencia atómica se transfor mun cierto toque, místico.

Pero los profetas también se equivocan. Arrupe cerróneamente que el Japón derrotado mil i tarmente y llado en su cosmovisión se abriría a la fe. Por eso, anipor Pío XII y por su G ener al, J. B. Janssen s, viajó por t

mundo buscando ayudas y misioneros para el Lejano Ote . De hecho, el Japón sólo se abrió al dios del materialismooccidental. Sin emb argo , el esfuerzo valió la pena , puevilizó a 300 jesuítas de 30 naciones. Fue una gesta incional, análoga a la de las «reducciones paraguayas» en tigua Compañía. Tal vez por eso, no resultó llamativnom bram iento de provincial del Japón en 1958, a sólo tmanas de la muerte del Papa Pacelli. Poco después Juanconvocaba, de modo sorprendente, el Concilio Vatica(1959).

Espada afilada

La XXXI Congregación General de la Com pañía , celebrad aentre la tercera y la cuarta fase del concilio ecum énico, eyo de 1965, eligió Gen eral a Pedro Arru pe. Ya era papa VI. La Iglesia entraba en horas difíciles, dentro del mconcilio. Aunque una mayoría abierta de obispos impo

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ritmo, la poderosa minoría tradicional, apoyada en la curia,cedía terreno sólo con enormes tensiones y obligando a concesiones en cada documento. El Papa Montini, temiendo cisma, decidió terminar el Vaticano II con su cuarta sesión. Enella actuó por dos veces el nuevo General jesuíta.

La minoría embozada que agrupaba a muchos obispos españoles y polacos esperaba que Ar rupe se les sum ase con su

«creación de su imagen pública». Quizá se prodigó en econ declaraciones sobre temas fronterizos de fácil defción. Proba blem ente n o fue bien aconsejado. El hecho ese produjo un fenóm eno de «alejamiento» entre imagen sona. Todo el m un do daba opinión sobre él, pero apresumen te y sin ponderación. La tramp a má s peligrosa fue q

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pañoles y polacos esperaba que Ar rupe se les sum ase, con suprestigio personal. Erraban. El General les sorprendió conuna intervención favorable al diálogo con la increcncia y otracon la revisión del modo clásico de evangelización mediante un

estilo de inculturación radical. A partir de entonces, aquelsector minoritario calificó a Arrupe de progresista. En cambio, Pablo VI le otorgaba una gran confianza, quizá por eltemple de optimismo y seguridad que irradiaba aquel General, ajeno a dud as y pe simism os.

No habían pasado 15 meses de la elección de Arrupe, niacabado la XXXI Congregación General de la Ord en, c uand osurge en España un foco de oposición. Algunos jesuítas veteranos, desencantado s po r el concilio, comienzan a censurarle.Ven en él al hombre ejemplar, pero débil; le consideran un asceta y místico, pero idealista en exceso y sin dotes de gobierno. Arrupe no encajaba en los moldes autoritarios a que sinduda se habían habituado, por contagio de la dictadura contempo ránea. En este juicio influyeron sin du da los p roblem asdel difícil momento eclesial, durante el primer postconcilio.

Mientras, Arrup e, un auténtico convertido d uran te el Vaticano II, apostaba fuerte por los proyectos y esper anzas surgidos en el aula conciliar. Quizá por esto, la Unión Internacional de Superiores Generales le elige sistemáticamentecomo su presidente y como su delegado a las asambleas delSínodo de los Obispos de 1967,1969,1970,1974,1977 y 1980.Es un caso único. En aquella época, creció fulmin antem entesu contacto con prensa y televisión. Su influjo se hizo mundial. Llama ban la atención, sobre todo, su honrad ez y sus declaraciones sobre la conexión entre fe y justicia; entre promoción y liberación hum ana s.

Poco a poco A rrupe se hizo personaje de opinión pública.Con todo, el que era un gran maestro de d iscernimiento espiritual no acertó a discernir el trigo de la paja en el proceso de

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men te y sin ponderación. La tramp a má s peligrosa fue qemp ezó a oponer su figura a la del Papa, como prototipprogreso y de la conservación en la Iglesia contemporánvid and o su radical fidelidad al prim ado de la Iglesia, ulas claves de la Orden y casi una obsesión de su gobiern

Al intuir aquella distonía, arreciaron las campañas dnuncias a Roma. Casi todas llegaban de compañeros jeinsatisfechos y de un grupo de obispos iberoamericanosautorizados por las decisiones de la asamblea del CEen Medellín (Colombia, 1968). Algo análogo ocurrió al re de la crisis de autoridad, ocasionada por la encíclic Hu~manae V itae, en que alg unos profesores jesuítas mostraron dentes reservas.

Aquellas denuncias causaron mella en Pablo VI. AuArrupe exhortó constantemente a la fidelidad al magieclesial, no supo calibrar ciertos peligros. Se fiaba de slaboradores ha sta lo inverosímil y se hacía «escudo hu mde sus herm anos . Así, por ejemplo, los ataques contra c«teologías de la liberación», protagonizadas a veces portas, o contra compañeros desedificantes, o contra escritoteólogos de la Orden que actuaban sin la debida modeen su crítica eclesial, repercu tían sobre él. Se le llegó a aincluso el descenso de vocaciones a la Comp añía, fenóque afectaba a casi todos los institutos en el «primer m

Crisis con el Papa

Consciente, finalmente, de que alguno s de tales temabordaban su jurisdicción, Arrupe reunió, en diciemb1974, la XXXII Congregación General de la Ord en, que dur óhasta marzo de 1975. Cierta falta de conexión con la cvimana, debido a la interpretación de una recomendredactada en lenguaje ambivalente, provocó la crisis a

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con Pablo VI, aunque fue superada, por el organismo legislativo de la Orden, con ejemplaridad.

Entre tanto, Arrupe sigue visitando a sus compañeros lejanos y les escribe constantemente. Así, cartas sobre «Misiónapostólica", clave del carisma ignaciano» (1975); «Integraciónde vida espiritual y apostolado» (1976); «Disponibilidad como contemplación en la acción» (1977); «La inculturación»

Eran acusaciones indirectas contra Arrupe , que se vio odo a descalificar las acusaciones y a defender a los suyodiante una nota de protesta que dio la vuelta al mundo.

El calvario del profeta

d fl l ñí

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mo contemplación en la acción» (1977); «La inculturación»(1978). En enero de 1977 celebra sus bod as de oro como jesui-ta. Sólo pide q ue la Santa Trinida d le confirme en su amor.

Al año siguiente, en plena reunión de delegados de toda

la Orden, muere repentinamente Juan Pablo I, gran amigode la Com pañía. Sem anas d espu és, es elegido Juan Pablo II.La elección del Cardenal K. Wojtyla fue bien recibida por elPadre Arrupe . Quien esto dice estaba con él, vien do salir lahumareda blanca de la Capilla Sixtina, y escuchaba sus comentarios. El Padre G eneral conocía bien al nue vo P apa, n osólo desde la última fase conciliar, sino durante su visita aCracovia y en las asamb leas del Sínodo d e los Obispo s, aunque sus opiniones discreparan a veces. Ahora, como General y Presidente de la Unió n Internacion al de Superiores G enerales, se puso totalmente a su disposición. Sin embargo,en aquella primera audiencia pudo observar un cierto desconocimiento del nuevo pontífice sobre la vida religiosaapostólica. Esto había ap arecido en sus peticiones al Concilio (1959) y eran explicables por la situación política de supatria, que pedía una fiscalización total de toda la Iglesia,frente al gobierno comunista.

Con todo, Pedro Arrupe no logró con el nuevo Papa ni laempatia ni el trato íntimo qu e había te nido con Pab lo VI. Tampoco consiguió disipar algunas reservas de la curia romana, apesar de sus documentos dirigidos públicamente a la Orden.Una aceleración de las tensiones surgió en la asamblea episcopal de Puebla de los Ángeles (México, 1968). Había allíuno s 125 jesuítas. El P. Arrupe, contra la opinión explícita delsecretario del CELAM, el colombiano A. López Trujillo, acudió invitado personalmente por el Cardenal S. Baggio. Enagitada conferencia de prensa, dos periodistas acusaron a losjesuítas de «causantes de la violencia» en El Salvador; de «infectados de marxismo» y de «rebeldes al magisterio papal».

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Las acusaciones de influjo marxista en la Compañía rebelión ante el magisterio resultaban pa rticularmente bles para el Papa W ojtyla. Él había pa dec ido el comvmissu propia patria y luego, de pontífice, luchaba contra éen vano se dice que ha sido un factor principal de su d ebamiento. Por otra parte, su gobierno iniciaba una fascentralista y fiscalizadora d el pluralism o eclesial y surgíficultades en varias órdenes y congregaciones religiosavez por todo eso, el Papa no tuvo el menor reparo en lla atención del Padre General, duran te la audiencia a alprovinciales regionales en otoño de 1979.

Fue por entonces cuando Pedro Arrupe intuyó que ssión fundamental estaba a punto de cumplirse. Tenía años y estaba cercano al límite de edad sugerido por el Derecho Canónico para los cargos eclesiásticos (1983)una m adura ción p ersonal, consultó, tanto con sus cuatrtentes generales como con todos los sesenta provincialsuítas, sobre su eventual dimisión, debido a la edad y asecuelas. La respuesta muy mayoritaria y positiva de den fue una de las grandes alegrías de su vida. Así me jo con toda sencillez en su habitación romana.

En abril de 1980, tomó la decisión personal de confiproyecto al Papa. Se sentía obligado en conciencia, por

primera vez que ocurría tal caso en la historia de la Ordaudiencia, que tardó en concederse, estuvo llena de msorpresas. Fue breve, pues no pasó de veinte minutos.Pablo II fue sorprendido por una propuesta que no espen absoluto. Arrupe también, pues no recibió contestacime diata. Sólo tres meses de spu és, el 3 de julio de 1980, nicaría a toda la Compañía que el Papa no aceptaba suyecto de dimisión.

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Saeta elegida y afilada

A pesar de la situación incómoda, la vida de Arrupe nocambió para nad a. Continu ó visitando a los com pañe ros lejanos; estuvo en la quinta asamb lea del Sínodo, elegido por lospadres generales, y hasta publicó, a fines de 1980, una excelente carta a los provinciales de la América Latina, sobre «El

excepción» decreta do po r el Pap a Juan Pablo II, a dosexactos de su embolia, nombrando «delegado personalPaolo Dezza. El quedaba prácticamente de general honde la Compañía.

Un bienio de spu és, el Papa autorizaba la celebraciónXXXIII Congregación General, donde Arrupe, algo recuperadpero esencialmente impedido presentó formalmente

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p ,análisis marxista» q ue, por cierto, agrad ó mu cho al Papa. Elúltimo gran documento del General fue vina carta a todos suscompañeros con el título «Arraigados y cimentados en la ca

ridad» (febrero, 1981). En ella proponía el amor de Diospatente en el corazón de Cristo, como superador de las tensiones entre fe y justicia; perfección propia y ajena; acción ycontemplación; los votos religiosos, discernimiento y obediencia.

A fines de julio del mismo año marchó a Filipinas, a celebrar allí el IV centenario de la llegada de la Compañía al archipiélago. Fue la visita más larga de su gobierno, con unaveintena de actos y discursos, culminados el día de San Ignacio, en Manila. Ya de vuelta, el 5 de agosto, hizo escala enBangkok (Tailandia), para visitar a los compañeros que trabajaban con refugiados en Vietnam, Laos y Camboya que vivíanhacinado s en barcos y barcazas. Ante sus difíciles problem asno sólo con las autoridades civiles, sino también con las ecle-siales, dijo: «Por favor, no os desaniméis. Os digo una cosa. No Jaolvidéis: ¡orad orad mucho Estos problemas no se resuelven a basede esfuerzos humanos. Os estoy diciendo algo que quiero subrayar.Es un mensaje, quizás m i canto de cisne».

Tras once horas de vuelo, el avión aterrizaba en Roma-Fiumicino. Cu and o, tras pasar las barreras de la policía y laaduana, Arrupe subía al coche de su curia, fue fulminado por

un infarto cerebral que le dejó sin habla y hemipléjico. Susacom paña ntes decidieron llevarle al hospital Salvator M und ide la ciudad, pero aquella infinita media hora de viaje frustrótoda esperanza de recuperación.

Con todo, no era el fin. Empezaba un largo viacrucis de 9años y 7 meses. Pedro Arrupe iba perdiendo, con altibajos,casi todas sus facultades: habla, comunicación, sonrisa. Mantuvo intacta la mente. Por eso, fue consciente del «estado de

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pero esencialmente impedido, presentó formalmenteuno de sus compañeros, su «dimisión», tan largo tiempcutida. La ovación fue atronadora. A continuación, secasi unán imem ente al pr imer escrutinio, como nuevo

ral, a Peter-Hans Kolvenbach, a quien Arrupe había haños antes, provincial del Próximo Oriente y superioPontificio Instituto Oriental de Roma, cargo que ocupaquel momento.

A partir de entonces Pedro A rrup e podía entonar, coprofeta Sim eón, su cántico de desp edida y desaparecermente del panorama. Lo hizo como la saeta profética escondida en el carcaj, sino silenciosamente disparada apero guardando su filo y su temple. Las gentes le visincesantemente. Juan Pablo II en persona acude a abra

Su viejo amigo , el increyente No bel Severo Ochoa, se lló ante él y le pidió su bendición. Bastantes de sus ancontradictores cambiaron, reconociendo los aciertos modo de gobierno, «paternal, no avasallador y haciémodelo de todos», como había dicho Pedro, el primer

Así llegó el fin, en febrero de 1991. Ignacio había escsus Constituciones (VI.4): «Como en la vida toda, así también ela muerte y m ucho m ás, debe cada uno de la Compañía esforzarse yprocurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servlos prójimos edificados, al menos del ejemplo de su paciencia y for

taleza, con fe viva y espera nza y amo r». Ésa fue la muerte deArrupe. Sus funerales en la iglesia del Gesú fueron loprofeta mue rto, elocuente despué s de su vida. Lo mismrrió cuando en 1997 se trasladaron sus restos a un aumausoleo en la misma iglesia de la Compañía en Roma

Allí reposa la espada afilada y saeta elegida por el siempre mayor» que había sido definitiva y hasta únicsión de su vida.

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B) TEXTOS DE AR RU PE

La mayor equivoc ac ión pos ib le

No tengo miedo al mundo nuevo que surge. Temo másbien que los jesuitas tengan poco o nada que ofrecer a estemu nd o poco que decir o hacer que pu eda justificar nuestra

más toda la carga de llevar a cabo el proceso comunitarnecesario para la hum anid ad. ¿Cómo pen sar que el relen este aspecto, pu ed a permane cer, no en la vanguard ien la retaguardia de los cristianos? Por tanto, los supedeben comprender la necesidad de no mover en formconsiderada a los subditos, con riesgo de destruir el ncomunitario. No hay nada nuevo en este punto: siemp

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mu nd o, poco que decir o hacer, que pu eda justificar nuestraexistencia como jesuitas. Me espanta que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana. No pretendemosdefender nuestras equivocaciones; pero tampoco queremos

cometer la mayo r de tod as: la de esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo a equivocarnos («Carta alos jesuitas de H ispanoam érica»).

Contes tac ión ec les ia l

Si señalamos la preocupación por el hombre como centrode interés de nuestro tiempo, entonces la Iglesia está llamada,como nunca quizás hasta ahora, a dar una respuesta teológica a las preguntas del hombre de hoy (. . .) El hombre actual

(. . .) se plantea preguntas nuevas de orden personal e interpersonal, que en gran parte proceden de una más amplia ydiferenciada c omp rensión de sí mism o y de una relación máscompleja con el mundo. La Iglesia se ha de tomar muy en serio la novedad y urgencia de esas preguntas del hombre. Sucontestación no ha de regirse por las preguntas humanas deayer, sino por las de hoy y de mañana (En el discurso en elKatholikentag de Tréveris el 10-9-70, en La Iglesia de hoy y delfuturo, Men sajero, Bilbao, 1982, p. 37).

Disponib i l idad y es tab i l idadEsta inserción necesaria obliga a revisar el concepto mis

mo de la disponibilidad del religioso. No se trata de disminuir las exigencias del misterio de obediencia, todo lo contrario. Pero es necesaria una presencia estable, incluso uncompromiso, con los núcleos comunitarios en btísqueda deun nu evo m od o de vivir. Sin esto, el religioso dejaría a los de-

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y p pcongregaciones religiosas han aceptado la permanenccluso el com prom iso d e por vida por voto especial de de sus su bditos con las misiones más heroicas («Expe

de Dios en la Vida Religiosa», conferencia en la Semancional de Religiosos de España, en Madrid del 12 al abril de 1977, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 19 82, p . 703).

C ) TESTIMONIO PERSONAL

Razones de una crucif ixión

Luis Espina S.J.Provincial de Andalucía

La indisoluble unió n entre experiencia pe rsonal de Dcomprom iso con las real idades del mu ndo m e queda diez años de spué s de svi mu erte, como la aportación mportante del P. Arrupe a lo que debe ser la vida religiosvida cristiana. Cad a vez tengo m ás claro que el P. Arru pe fueun auténtico hombre de Dios, hondamente seducido en lo

Ejercicios po r la invitación de Jesús par a trabajar po r ely valorando posteriormente siempre la relación con Dimo lo más importante y absoluto de su vida, hasta el de que no sería difícil rastrear sus abundantes escritolocalizar abundantes rasgos místicos al hablar de su experiencia de Dios.

Pero, simultáneamente, el compromiso del P. Arruplos problemas del mundo, de los hombres y mujeres

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tiempo, cada vez m e resulta más evidente: no pasó de los conflictos más difíciles (refugiados, por ejemplo); supo descubriry sintonizar con las características cambiantes d el mun do desu tiempo («no dar soluciones de ayer a los problemas de mañana», creo que dijo); planteó posturas concretas ante los problemas más difíciles, hasta el punto de verse criticado y menospreciado por los que pensaban de forma diversa; llegó a

dente de la Federación de Antiguos Alumnos; perotambién el origen y el punto de apoyo en el que se ha do poster iormente el t rabajo de muchas asociacioneAntiguos Alumnos, para las cuales la referencia al P Ape es obligada.

En este conte xto, una reflexión final sobre los diez vílaños de la vida de Pedro Arrup e, sumido en la enferme

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p p q p ; gmolestar por sus actitudes proféticas. Al P. Arrupe no le alejóla oración del mundo, sino que fue precisamente su intensaexperiencia d e Dios la que má s le comp rometió con los ho m

bres y con el mundo. Un ejemplo de espiritualidad y compromiso, en unión indisoluble.

De la incom pren s ión a la admirac ión

Eduardo Serón S.J.Rector del Colegio El Salvador Zaragoza)

Pedro Arrupe fue un hombre de Dios y un profeta paranuestros días. Nos recordó cosas de la Compañía y de la Iglesia que estaban do rmid as y olvidadas, y nos desveló nuestroscam inos hacia el futuro. Y esta tarea qu e le tocó hacer de cara a la Compañía de Jesús tuvo también repercusiones paratoda la Iglesia, má s allá de los mur os jesuíticos.

Las instituciones, todas, aun las religiosas, necesitan profetas, pero al mismo tiempo los orillan porque molestan, yaque no ex iste el profeta sin aristas. Y a los profetas les toca recorrer un camino que comienza en la incomprensión, pasa

luego por la tolerancia, sigue más tarde en un cierto interés ytermina (pero cuando pasan los años) en la admiración. Esteitinerario, leído a posteriori, es gozoso; pero vivido día a díaes crucificante. A Pedro Arrupe le tocó recorrerlo.

Quiero contar una experiencia personal: la conferenciaque tuv o en 1973, en el Con greso de Antig uos A lumn os enValencia, sobre la formación en la fe para la justicia, provocó las críticas de muchos e incluso la dimisión del Presi-

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en la disminución. Alguno habrá pensado en todo lo qubiera pod ido h acer y decir en esos diez años. A mí me ron más bien esos años qu e toda su vida anterior, porqu

mencé a enten der q ue el grano de trigo, cuan do cae en comienza a dar fruto.

D ) O R A C I Ó N

Consagrac ión de la Compañíaal Sagrado Corazón

Oh Padre Eterno: mientras oraba Ignacio en la capilLa Storta, quisiste Tú con singular favor aceptar la peque por mucho tiempo él te hiciera por intercesión de tra Señora: de ser puesto con tu Hijo. Le aseguraste también queserías su apoy o al decirle: Yo estaré con vosotros. Llegaste a m anifestar tu deseo de que Jesús, port ado r de la Cruz, lo tiese como su servidor, lo que Jesús aceptó dirigiéndosenacio con estas inolvidables palabras: Quiero que tú nos sirvas.

Nosotros, sucesores de aquel puñado de hombres quron los primero s compañeros de Jesús, repetimos a nuestra vezla misma súplica de ser puestos con tu Hijo y de servir bajo lainsignia de la Cruz, en la que Jesús está clavado por obedicia, con el costado traspasado y el corazón abierto en sesu amor a Ti y a toda la hum anid ad.

Renov amos la consagración de la Compañía al CorazJesús y te prom etem os la mayor fidelidad pid iendo tu para continuar sirviéndote a Ti y a tu Hijo con el mismoritu y el mismo fervor de Ignacio y de sus compañeros

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Por intercesión de la Virgen María, que acogió la súplicade Ignacio, y delante de la Cruz en la que Jesús nos entregalos tesoros de su corazón ab ierto, decimos hoy, por med io deEl y en El, desd e lo más ho nd o de nu estro ser: Tomad Señor yrecibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mivoluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor,lo torno, todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad; dadmevuestro amor ygraciaque ésta me basta

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vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

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Ese futuro, los signosde los t iempos

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Carta no enviada a Pedro Arrupe

José Ignacio González-Faus S.J.Teólogo y escritor

Estas letras no las vas a leer tú ya, aunque son las mátas que te escribo. Antaño nos carteam os algun as vecespor as untos «oficiales», otras incluso con nuestros p eq«piques»: mis pequeñas protestas encendidas (y todavveniles) o tus peq ueñ as y pacientes advertencias (que mjaban más desa rma do que otra cosa). Esto era necesariocionarlo ahora para que no parezca que mi carta alabmito jamás conocido de cerca.

En estos momentos acabo de salir de tu habitación dfermo, que ya se me ha hecho familiar. Concluye estagregación Ge neral XXXIII y era preciso hace rte la últimta, antes de regresar a casa mañana. Al final te he repcasi gritando para que la emoción no me ahogase la «Gracias por lo mucho que usted ha hecho por la Compañía, y pida

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a Dios que no se lo estropeemos entre todos». Tú me has repetidolo que me acababas de decir y me habías dicho varias vecesdura nte estos días, que son una s de las pocas palabras q ue sete entienden: «Yo, aquí... callar. Abandonarme en Dios». La emoción, que a veces es buena consejera, me ha hecho pensar queestas palabra s te definían. Y de ahí he pas ad o a recordar, a generalizar y a concluir que, en realidad, hay tres palabras tuyas que te definen Aquí van

2o

) Que des de la justicia -si es ve rda der a- podrá el bre abrirse a la fe, porque sólo desde la lucha pjusticia brotan hoy en el mundo del bienestar lasguntas a las que la fe responde. Y sólo en la luchla justicia se libera el hombre de ese pecado pridial que consiste en «cautivar la verdad de Dios en la injusticia» (Rom 1,18 .

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yas que te definen. Aquí van.

Servicio de la fe y promo ción de la justicia

Siempre serás el General de lo que nosotros llam am os «elDecreto Cuarto». A pesar de que venías de Oriente y te creíamos menos preparado para nuestros problemas, supisteabrir oídos y corazón a la realidad, con esa sabiduría queprecisamente un oriental ha definido mejor que nadie: «Elpan, para mí, es un problema material; pero el pan, para el prójimo, es un problema espiritual». Ahí está todo el meollo denuestro «Decreto Cuarto»; y tú comprendiste también queesa sabiduría, cien por cien evangélica, contradice a toda lasabiduría de nuestro primer m und o, que prácticamente suena así: el pan, para nosotros, es un problema espiritual, porque para algo somos «la civilización cristiana»; mientrasque el pan, para los demás.. . ése es un problema material y,por eso, menos importante, porque «no sólo de pan vive elhombre. . .» .

Total que, como tú ya profetizabas, te ganaste enemigos.Volvió a oírse la clásica acusación de «marxista» de parte dequienes n o pensa ron que con ella no te herían a ti , sino q ueherían de muerte al cristianismo, al despojarle de aquello que«da vida» a la fe. Porque, en este tema del «Decreto Cuarto»,

sólo se trata en realidad de estas dos cosas:Io) Que de la fe -si es ver dad era - brota necesariamente la

bú sq ue da de la justicia. Tanto del acto de fe, que es acto de salida de sí, como del contenido de la fe, que sólo tiene signos visibles, para ser anunciado hoy, enesos pequeños sacramentos de la dignidad del hombre que son las obras de justicia.

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El Provincial es usted...

Así se lo he oído a varios provinciales, algunos de elzonas bien difíciles. Después de hablar contigo, de oírteoídos sin necesariamen te coincidir plenam ente en los pde vista, oí terminabas diciendo: «Pero el Provincial del lugar esusted. Usted decida...». Si comprendieras la jerga que hoy hblamos en España, te diría que has sido el General «de ltonomías». Pero a ti te sonará nías este otro lenguaje: hsucitado aquella manera de gobernar de San Ignaciotodos alaban como tan descentralizada y tan potenciadolas instancias intermedias. Has sido, sin du da alguna, i

de vida.Algunos dijeron, por ello, que no tenías autoridad. Taeran esos mismos pa ra quien es «autoridad» sólo coinci«centralización», y «unidad» sólo coincide con «unifdad». Aludiendo a esto, tú dijiste alguna vez: «No quiero gobernar una C ompañía que sea un campo de concentración», o, almenos, eso cuenta nuestra Formgeschichte jesuítica. ¿Para qu esirve el bien en un cam po d e concentración, cuando el Dios ha preferido respetar «nuestra autonomía» de hohasta el fondo, au n cua ndo tantísimas cosas de las que

mos no sean de su gusto? ¡C uántas veces defendías en co a quien tú mism o habías corregido en privad o Y tapor eso, a todos los que creen que hay que gobernar «cotigos ejemplares» les parecía que te faltaba auto ridad . Pera así. O, en todo caso, te faltaría tal vez esa autoridanuestro lenguaje ascético llamaba «mu ndan a»; pero notó la autoridad evangélica: la que realmente «se ha davuelta» y se ejerce convertida verdaderamente en servicio, y no

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sólo calificando nominahnente de servicio lo que no es sino dominio. Que esto último ya lo había criticado Jesús (cfr. Le22,25-26).

Yo aquí callar. Abandonarme en Dios

Estos días te lo he oído tantas veces que me parecía que ya

viendo solos, como gotas perdidas en el mar, quizá mádos a vuestra propia suerte de lo que permite mi propponsabilidad y la de vuestros inmediatos Superiores? Ca veces en ciudades y ambientes supercultivados se adesproporcionadamente a devotas minorías, ahí estánmultitudes inm ensas, sin nadie que e n ellas entienda. No sé q uéjuicio dará la historia de esta Iglesia del postconcilio, p

í d b é é l

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lo dices sin darte cuenta. Te sale como un tic, un reflejo de tusistema nervioso, herido y mal controlado por tu enfermedad. Nadie, ni tú mismo, sabrás nunca cuánto me has ense

ñado con ello. Pero déjame recordarte que hoy, en esta entrevista quizá última, he sentido cierta rebeldía interior y te hedicho, bromea ndo: «¡Qué val Usted se lo va a ir contando todo alenfermero, que es el único que le entiende plenamente. Y ya verá cómo él lo anota todo y yo lo convierto en un libro...». No sé si meentendías, pero te reías diciendo algo así como: «¡Uy, uy...lYo, callar». Y los dos sabemos que será así. Que le vas a dar aDios lo más humano que puede sentir un hombre: su legítimo de seo de da r su versión d e los hechos. Y que, para darleeso a Dios, hay que creer mu cho en El, realmente; hay qu e estar mu y seguro de que Dios es Alguien m uy vivo y que no vaa fallar: «Abandonarme en Dios».

Y la pa z que aho ra irra dian tus ojos parece confirma r queDios no te ha fallado. Y, a lo mejor, hasta se vale de mi poca fey de mi escasa pureza de corazón, que se resiste a callar comotú, para reivindicarte un po quito. Qu e El suele escoger lo débil de este mundo...

Adiós, pues , P. Arrupe. Y gracias, una última vez.

B) TEXTOS DE AR RU PE

El problema de las masas t rabajadoras

Es un apostolado que, en mucho s países, entra en aquellascosas que se ve que no hay otros que en ellas entiendan (Const. 623)y por eso debe ser preferido po r la Compañ ía. ¿Qué os voy adecir yo a vosotros de este abandono, si cada día os estáis

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querría que se extendiese también a esta época el repque se ha hecho a la Iglesia de los últimos cien años de perd ido a las masa s trabajadoras. Es un apo stolado mu

cil: de acuerdo. Y con muchos riesgos: de acuerdo tamVosotros lo sabéis tan bien como yo. Pero ¿podemos dela Iglesia y la Compañía no están obligadas a más de actualmente hacen?

Por último, como he indicado ya anteriormente, vuapostolado es importante por constituir un punto adide referencia, ciertamente precioso, para el resto de lapañía y para sensibilizar a los nuestros cuya misión seza en condiciones más seguras (Const. 623), para ejempla rizala apertura a la problemática de la increencia y la ins

entre los pobres. Se cumplirá así lo que nos pedía la Cgación General XXXII (d. 4, n. 49): «Se hace preciso, gracias a lasolidaridad que nos vincula a todos y al intercambio fraternatodos seamos sensibles, por med io de aquéllos de los nuestros implicados más de cerca, a las dificultades y aspiraciones de los más desposeídos. Aprenderemos así a hacer nuestras sus preocupacionessus temores y sus esperanzas» (Encuentro con los representantde la Misión Obrera, 9-10 de febrero de 1980).

Iglesia y secularización

Cu an do se ha vivido a lo largo de varios decenios ypuesto uno en contacto con muchas ideologías en siseconómicos y políticos muy diferentes, habiendo asissus cambios, se vuelve uno escéptico ante cualquier tede amalgama. Y esto, hoy más que nunca. Se ve claraque en todos los sistemas económicos e ideológicos haycio libre para el mensaje de Cristo. Cuanto más visibles

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cen los límites y posibilidades de acción de las fuerzas y potencias intramundanas, tanto más apremiante se hace la necesidad de una presencia del mensaje salvador de Cristo. Y loserá más todavía, cuando en el curso de la evolución ulteriorde la hu ma nid ad, la posibilidad de la culpa personal alcanceuna vehemencia desconocida hasta ahora.

Tampoco entonces podremos prescindir de la redenciónl C Ni t d l d dif

(...) Para dejarnos transformar por la inculturacióbastan las ideas ni el estudio. Es necesario el shock de una experiencia personal profunda. Para los llamados a vivir cultura, será el integrarse en un país nuevo, en una lengua, en una nueva vida. Para los que se quedan en pio país, será experimentar los nuevos modos del muntual que cambia: no el mero conocimiento teórico de lvas mentalid ades sino la asimilación experimental del

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en la Cruz. Ni tampoco cuando en el proceso de diferenciación del psiqu ismo y de la autoconciencia hum ana , la pregunta por el sentido de la existencia reciba un nuevo signifi

cado, para la felicidad y la desgracia de muchos.La Iglesia ha sido fundada por el Señor como portadoradel mensaje de salvación. Erguida o caída, pervivirá en elmundo del mañana con este mensaje, o perecerá con él. Eneste sentido no puede secularizarse a sí misma («La Iglesia enel mundo», en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao,1982, p. 47).

Dimensiones de la incul turac ión

No intentéis nada para obligar a estos pueblos a cambiarsus tradiciones y usos si no son abiertamente contrarios a lareligión y buen as costumb res. ¿Habría algo más absur do queintroducir Francia, España, Italia o cualquier otra nación deEuropa en China? No introduzcáis esos países, sino la fe queno desprecia ni hiere las costumbres y tradiciones de los pueblos, antes al contrario, quiere que se conserven en su vigor,con tal que no sean con denables en sí mism as.

(...) La necesidad de la inculturación universal. Hasta hace unos años, se la podía suponer limitada a países o conti

nentes diversos de aquéllos en los que el Evangelio se dabapor inculturado desde hacía siglos. Pero los cambios galopantes acaecidos en esos países -y el cambio es ya una condición permanente- nos persuaden de que hoy es indispensable una inculturación nueva y constante de la fe si queremosque el mensaje evangélico llegue al hom bre m ode rno y a losmuros subculturales. Sería un peligroso error decir que esospaíses ya no necesitan una reinculturación de la fe.

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vas mentalid ades , sino la asimilación experimental delde vivir de los grupos con los que hay que trabajar, pu ede n ser los ma rgin ado s, los chícanos, la poblaciónsuburbios, los intelectuales, los estudiantes, los artistas

Ahí está, por ejem plo, el m un do inme nso de los jóvquienes servimos en los colegios, en las parroquias, Comunidades de Vida Cristiana, en los Centros de Etualidad, etc. Pertenecen a una cultura que es distintade much os de nosotros, con esquem as men tales , escavalores y lenguaje (singularmente, el lenguaje religiosiempre fácilmente inteligible (. . .) En cierto sentido, extranjeros en su mundo. Pienso que muchos jesuitascialmente en los países desarrollados, no caen en la del abismo que s epara fe y cultura y, por ello, son mide la Palabra menos aptos (Écrits ponr évangeliser, Centurión, Pa rís, pp . 42, 97 y 100).

Sobre el anál is is marxista

En primer lugar, me parece que, en vista del análishacemos de la sociedad, pod emo s aceptar un cierto númpuntos de vista metodológicos que surgen más o menanálisis marxista, a condición de que no les demos un cexclusivo. Por ejemplo, la atención a los factores econó mlas estructuras de propiedad, a los intereses económicpueden mover a unos grupos o a otros; la sensibilidaexplotación de que son víctimas clases sociales enteatención al lugar que ocupan las luchas de clases en laria (al me nos de num ero sas socied ades); la atención a llogías que pue de n servir de disfraz a ciertos interesesa injusticias.

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Sin embargo, en la práctica, el adoptar el análisis marxistarara vez significa adoptar solamente un método o un enfoque; significa generalmente aceptar también el contenidomismo de las explicaciones dadas por Marx acerca de la realidad social de su tiempo , aplicándolas a la de nues tro tiempo. Así pues, se impone aquí una primera observación: enmateria de análisis social no debe haber ningún a priori; tienen cabida las hipótesis y las teorías pero todo debe verifi

La Compañía ante los refugiadosEnfrentaremos problemas. Las Provincias tienen y

planes apostólicos. ¿Cómo puede encajarse el trabajo crefugiados sin destruirlos? ¿Cómo podemos combinacon otros deberes ministeriales? ¿Dónde podemos encla gente? ¿Necesitaremos nuevas estructuras? ¿Cómo lacionaremos con la Iglesia y otros grupos?

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nen cabida las hipótesis y las teorías, pero todo debe verificarse y nada se puede presuponer como definitivamente vál ido. Ahora bien, se da el caso de adoptar el análisis marxistao algunos de sus elemen tos como un a priori que no sería necesario verificar, sino cuando mucho ilustrar. Con frecuenciase les confunde abusivamente con la opción evangélica en favor de los pobres; siendo así que no se derivan directamentede ella. En este campo de la interpretación sociológica y económica tenemos que ser muy cuidadosos en verificar las cosas, y ejemplares en el esfuerzo de la objetividad.

En suma, aunque el análisis marxista no incluye directamente la adhesión a la filosofía marxista en todo su conjunto-y menos todavía al materialismo dialéctico en cuanto tal-,sin embargo, tal como se le entiende de ordinario, implica dehecho un concepto de la historia humana que no concuerdacon la visión cristiana del hombre y de la sociedad, y desemboca en estrategias que ponen en peligro los valores y las actitudes cristianas. Esto ha producido con frecuencia consecuencias muy negativas; aunque no siempre o, al menos, nosiempre inmediatamente. El aspecto de la moral es particularmente importante en esta materia: algunos cristianos quehan inten tado segu ir duran te un tiempo el análisis y la práctica marxista, han confesado que esto les indujo a aceptar fácilmente cualquier medio para llegar a sus fines.. . De modo

que se corrobora por los hechos lo que escribía Pablo VI en laOctogésima Adveniens (n°. 34): «Sería ilusorio y peligroso (...)aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer susrelaciones con la ideología». Separar el uno de la otra es másdifícil de lo que a veces se supone («Sobre el análisis marxista», a los Provinciales de América Latina y para conocimiento de los Superiores Mayores, 1981, en Información S.J. n°. 72,marzo-abril 1981, p. 65).

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lacionaremos con la Iglesia y otros grupos?¿Cómo podrá esta mínima Compañía encontrar la finan

ciación y la organización pa ra com prom eternos en estejo tan masivo? P odría estar equivo cado, pero creo que es el problema. El dinero y las estructuras están ya dibles a través de las exigencias. Nuestra contribución seveer la gente.

Tal trabajo será una gran ayuda para desarrollar nuespíritu de pobreza cuando veamos tanta gente sufrtanto. También ayu dará a desarrollar en nuestros apostun real sentido de universalidad. Nos pondrá los piestierra al colocarnos en estrecho contacto con la realidala gente que está dese sperad a.

Pero esto no es sólo un apostolado material. Es unblema humano como bien lo dicen los padres en sus mes . La presencia de un sacerdote significa mucho pagente, sea o no cristiana, pues ellos buscan también uyo religioso.

Este trabajo nos dará credibilidad al mostrar que esdispuestos a sufrir con la gente. Reforzará nuestra prquizás más efectivamente que algunas formas de trabcial más directam ente económicas o políticas.

Creo que nuestra acción en este campo es un apostnuev o y de gran actua lidad p ara la Compa ñía, hoy y e

turo, y del que puede derivarse para la Compañía uncrecimiento espiritual (Por qué com prom eternos, en «fugiados y la Compañía», Información S.J. n°. 74, julio-agosto1981, p. 124).

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C) TESTIMONIO PERSONAL

Con su mano en mi mano

Alfonso Álvarez Bolado S.J.Profesor de Teología Fundamental

La situación económica del Instituto no era fácil, y Aquería que todas las Provincias españolas colaborarantían las usuales resistencias, y fui convocado a una rede los Provinciales con el Gen eral en Roma. U n poco cde la brega, mi prop uesta era que no se forzara a las Pcias más re nuen tes. Nad a m ás salir yo de la sala de reArrupe recordó «Esto ya lo habíamos decidido. ¿Cuándo emzan a pagar?»Me iba de Roma al día siguiente y me ma

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Entre mis 38 y 51 años, algunos encargos de la Iglesia y dela Compañía me permitieron tratar cercanamente al Padre

Arrupe. Quiero recordar sólo anécdotas que evidenc ian cóm ose hacía quere r de los her ma no s a quienes presid ía, y les hacíasentir que sabía y quería guiarles (Const. 667); que ejercía suliderazgo con benignida d, manse dum bre y compasión (Const.727). Entre 1966 y 1972, fui asesor del entonces existente Secretariado Pontificio para los No Creyentes, lo que coincidiócon el encargo de la Compañía de ocuparme del naciente «Instituto Fe y Secularidad». Me tocó también participar de diciembre de 1974 a ma rzo d e 1975 en la Con gregació n Gen eralXXXII. Obviamente viajé esos años con frecuencia a Roma y

me hosp edé en la Curia.Pedro Arrupe aprovechaba cualquier ocasión para hacertesentir que eras alguien importante para él, en la Compañía. Siestaba componiendo algún documento de destinación ecle-sial o jesuítica, te insistía amablemente en que leyeras el escrito en su actual estado y le sugirieras cuanto te parecieraoportuno.

Los primeros años del «Instituto Fe y Secularidad» no fueron nada fáciles. Más de una vez tuve que visitarle para pedirle su apoyo. Recuerdo una vez que, mientras le exponía

una situación delicada, nos interru mpió la señal del rezo comun itario d e las letanías. Mientras bajábamos las escaleras,me resumió muy precisamente cuanto me había oído, y anticipando mi demanda, concluyó: «O sen que... ¿aquíquería usted llegar? Me parece bien, cuente conmigo». Quedé admiradísimo de que, a última hora de la maña na, me hubiera prestad otan precisa atención y atendiera mi demanda con tal decisióny cord ialidad.

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zan a pagar?». Me iba de Roma al día siguiente, y me maaviso de que pasara un m om ento p or su cuarto. Entreapuerta, y me dijo algo de este estilo: «¿Le han dicho cuál ha si

do mi decisión? Pues no olvide que su General tiene una cabeza tanresistente como la de cualquiera de sus hermanos españolecualquiera procedencia provincial».

A la Congregación General XXXII tuve que acudir Chile sin pasar por España. La dictadura sólo me habícedido pasa porte para un solo viaje, y caducaba al pislo español . Algunos días más tarde, mu y de mad rugadespe rtó el P. Gav ina para de cirme que mi padr e acabmorir y debía regresar de inmediato a España. Antes partiera en el primer avión de la mañ ana, el P. Arru pe

bía preocupado de prepararme un aval para que las adades políticas, después del entierro de mi padre, me tieran regresar a Roma, aunque fuera de nuevo copasap orte para un solo viaje.

A medio curso de 1978, el Padre A rrupe pa só algunoen Ma drid. Era yo entonces vicerrector académico de versidad Comillas. El Asistente o el Provincial de Espsugirieron que procurara una visita. Me indicaron qupodía animarle, a veces se sentía un poco solo. Fui congusto. N o le había vu elto a ver desde m arzo d e 1975. Mguntó en qué me ocupaba. Le contesté que era viceracadémico y que enseñaba el tratado de fe en el curso cional de Teología. «Y ¿qué hace usted ahí?», repuso. «Lo queusted debería hacer es dedicarse a la investigación». Tenía yo entonces 50 años. Una vez m ás me adm iró su cercanía, srés, su saber guiar. No sé si acerté a realizarlo. Pero, luego, me puse a hacerle caso de inm ediato.

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Por f in estás en el Gesú

Norberto Alcov er S.J.Escritor y Periodista

Cuando Pedro Arrape moría un cinco de febrero de 1991en la oscura enfermería de la curia jesuítica romana, fueron

con alguien que respeta, que admira y de quien espera tgrandes cuestiones. Puede que resulte el colmo de la patransitar del silencioso Cam po V erano al mu ltitudinario so del Gesú. Pero es que el Señor de la Historia la condforma inusitada y mucho más acertadamente que nospobres hombres. Rompiendo esquemas, vamos.

Por tod o ello, pen sam os q ue la Iglesia debiera estar alos jesuitas sentirse motivados por el ejemplo de este h

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mu chos los que respiraron tran quilos. El profeta ilum inadode misteriosos y nuev os tiem pos que o bligaba a rectificar ideasy sentimientos eclesiales respecto de la sociedad secular, además de lanzar a la misma Compañía de Jesús por derroterosinno vad ores d e clásicas tradiciones, tal profeta les dejaba, porfin, tranquilos y anqu ilosados en sus má s ancestrales convicciones. Una s convicciones que para nada tenían presentes niel Vaticano II ni las grandes revoluciones de todo tipo de losúltimos cincuenta años. Por esta razón, pensaron que era un asabia decisión de las autoridades jesuíticas dejar reposar losrestos del emblemático personaje en la tumba genérica que laCompañía tiene en el cementerio de Campo Verano a lasafueras de Roma. Allí, lejos de toda posible celebración festi

va y popular, Pedro Arrupe se convertiría en una especie devano recuerdo y nada más. El asunto del arrupismo habíaacabado de forma un tanto penosa, tras los largos años de humillante hemiplejía.

La gente pequeña tiende a empequeñecer hasta lo másgrande.

Pero han pasado los días, y las cosas, con la típica lentitudde la Iglesia y, en ocasione s también , de la Comp añía de Jesús,han remodelado su cauce histórico. Así, estamos celebrando lapresencia de aquellos restos mortales del inmortal Pedro Arrupe nada menos que en uno de esos espléndidos altares laterales de la iglesia m ad re de los jesuítas, llamada El Gcsii y situada en el mismísimo corazón de la Roma eterna y siempreoscilante. Suponemos que la celebración será intensa e inmensa, por que si bien los jesuítas prete nde n no au men tar la ya merecida fama y protagonismo de quien fue Superior General dela orden ignaciana dur ant e dieciocho añ os (1965-1983), el pueblo respond erá como suele hacerlo cua ndo se las tiene que ver

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inusual, auténtico regalo de su Dios en tiempos de cam bfundo. Pero también la sociedad civil del mundo enterque una de las grandes preocupaciones de Pedro Aquien vivió la tragedia de Hiroshima, fue conseguir hatrar en íntima relación a sus jesuitas con la realidad secuponer m árgenes al mar de la historia hum ana, po rque siempre se está manifestando nada menos que el sublimterio pascual de muerte y de resurrección. Refugiados, bantipersonas, clasismo en la distribución de la riquezagelización de la increencia, inclusión en los lugares doporvenir del mundo se decide, defensa del marginado, de investigación científica, tantas y tantas cosas, junto cpreocu pación mu y seria y específica p or la educación d

ventud , motivaron que esa sociedad civil aludida co ntra a nues tro hom bre con un res peto y admiración sin froEn esta soberana actitud, que tantos ataques le valió detus pequ eño s, Arr upe recogía el mejor espíritu de los EjEspirituales, auténtica escuela de formación p ara to dos desean seguir las huellas del de Loyola.

Una época, pues , de Pedro Arrup e ha pasado . Y no no las más altas instancias de la orden ignaciana hanluz verde para que se comience a recoger datos con vuna posible causa de beatificación. Sin mitificacionessin dejar pasar la ocasión de ofrecer a los creyentes unlo de profetismo histórico hoy más que nunca necesaridrá, en consecuencia, la pena viajar hasta la tumba delArrod illarse an te los restos de do n Pe dro. Y allí, con seorar por la Iglesia y no menos por la Humanidad. Sinse muy al lado de quien hizo del sano riesgo la ban detigante de toda inoperancia temerosa.

A Pedro Arrupe, precisamente hoy, gracias. Y un sil

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D) O R A C I Ó N

Sobre la muerte

En realidad, esta muerte que a veces se teme tanto es pa ramí el acontecimiento más esperado de mi vida, es lo que dasentido a la vida, o como el um bral de la eternidad; cada uno

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de estos dos aspectos me consuela.Al ser el fin d e la vida, la mue rte es siem pre el fin de u n ca

mino que atraviesa el desierto de la vida para llegar a la eternidad, un camino a veces muy difícil y en el que, a medidaque las fuerzas declinan, el peso de los años se hace másgrande.

Al ser también el umbral de la eternidad, la muerte es laentrada en esa eternidad, a la vez desconocida y esperada; esel enc uen tro con el Señor, es el llegar a la eterna familiaridadcon El. Igual que San Pablo «m e siento apremiad o por los do sdeseos: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cualciertamente es con mucho lo mejor; pero por otra parte, sipuedo ser útil, no relrúso el trabajo» hasta que el Señor quiera que trabaje.

Eternidad, inmortalidad, visión beatífica, perfecta felicidad . . todo será nuev o, no sabemos cóm o será. La muerte ¿esun salto en el vacío? No, ciertamente no. Es un arrojarse enlos brazos del Señor, es esperar esa invitación, no merecida,que ciertamente nos hará el Señor: «Bien, siervo bueno y fiel,entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21), es llegar a ese momen to en que n o hay luga r para la fe ni para la esperan za, yse vivirá ya en la caridad eterna sin fin.

¿Qué será el cielo? No po dem os imagina rlo, «es lo que ni elojo vio ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó», «es loque Dios ha preparado para los que lo aman» (ICo 2,9). Espero que será un «todo ha sido cumplido», espero que sea el último «amén» de m i vida y el prim er «aleluya de mi eternidad ».

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Los jesuítas:la necesaria iden tidad

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Los hor izontes de sus pas iones

Ignacio Iglesias S.J.Asistente Genera de España y Portugal

Uno pe nsaba que du rante el largo aislamiento de caaños, apenas roto en el verano-otoño de 1983 para balbuadiós corno General a la Compañía, al silencio de subras hubiera seguido el silencio de su persona; o creía,tamente, que la admiración y el agradecimiento a este

bre era un poco propiedad privada de quienes tuvimgracia de orar con él, convivir y colaborar con él, com ppena y la gloria de sus últimos nueve años y medio acomo General.

Y ahora contempla, agradecido y abrumado, este reconocimiento público. Impresiona también o bservartrata de un plebiscito espontáne o no prom ovid o por napactad o ni acordado con nadie, sino con la única garanda la libertad y la verdad con que se ha producido en

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las regiones, desde todas las clases, por hombres con significación pública y por innumerab les hom bres y mujeres anónimos. Por supuesto desbordando las fronteras de la propiaCom pañía d e Jesús e incluso las zonas de inm ediato contactoe influencia de ésta. Las voces disonantes o los silencios -quetambién los ha habido- han tenido un cierto carácter de excepción necesaria.

nos de su uso más habitual habrían de figurar con npreferencia a otros apostolad o, servicio, evangelizaciócernimiento apostólico, misión, problemas hu man os, incia, injusticia, liberación, adaptación apostólica, reto, ción, solidaridad, testimonio, «enviado», universalicon los que se autorretrata olvidado y despreocupadomismo, centrado en el mapamundi vivo de los hombreuna inmensa capacidad de resonancia y de entrañam

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Primer horizonte: p asión por el ser huma no

Por cada ser hum ano , personalmen te, y por tod o el ser humano. La heredó Arrupe de Ignacio de Loyola y la alimentóen el ho rno ig naciano de los Ejercicios. La obsesión ignaciana(si cabe hablar así) de «ayu dar a las ánimas» (ayu dar a la pe rsona a ser persona plenamente, traduciríamos hoy) discurrepor las palabras y los gestos de Arrupe como una sangre quelos vivifica. No hace falta ningún esfuerzo para descubrirlo.Servir, liberar, salvar.. . , comb inados en in num erables armónicos, son su melodía básica, perm anen te, que no es otra qu eel eco de esa Pasión de Dios por el hom bre, que tomó po r en

tero a Ignacio de Loyola contemplando el misterio central dela Encarnación.Pasión (de una verdadera pasión se trata, como fuerza in

terior capaz de comprometerle por entero y de por vida contodas las causas legítimas del ser humano) que le viene a Pedro Arrupe de muy atrás, ya de los principios de su vida.Cuando describía los orígenes de su vocación, vinculados asu experiencia en Lourdes, lo haría en estos términos: «SentíaDios tan cerca en sus milagros que me arrastró violentamente detrás de sí. Y lo vi tan cerca de ¡os que sufren, de los q ue lloran, de los

que naufragan en esta vida de desamparo, que se encendió en m í eldeseo ardiente de imitarle en esta voluntaria proximidad a los desechos del mundo, que la sociedad desprecia...» Este Japón increíble,Mensajero, Bilbao, 1965, p. 18).

Os invito a hacer la prueba de abrir al azar los volúmenesque contienen sus intervenciones más importantes, en la seguridad de que esta su pasión asomará en todas sus páginas,aun en las dedicadas a otros temas. En un catálogo de térmi-

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p ypersonal de todo lo humano.

Y si pasa mo s del horizon te de sus palabra s al de su

tos vivos, habría que dejar hablar a cuantos tuvieron latunidad, o la gracia de tratarle. Muchos de ellos y de ehan manifestado espontáneamente, recordando anécpreciosas. Arrupe recibió el carisma de la relación pefácil y profunda con todos. El don no sólo de ser accescualquiera, sino de adelantarse a salir al encuentro de Más aún, el don de hacer que, junto a él, cada uno se simportante. En último término porque era uno de esosbres dotados del don divino de creer en el otro, de fiarhombre hasta.. . dejarse conscientemente engañar.

Pero tal vez quienes le han experimentado y confmás cercano hayan sido quienes, por vivir una idéntisión de fondo por el hom bre más empo brecido, han asrespuestas personales, o incluso institucionales, que hvantado a su alrededor la incomprensión y la contradiArrupe hubiera hecho otra cosa, tal vez, pero cree en eles defiende al precio de sí mismo.

Segundo horizonte: pasión por Dios

Me he detenido en este primer horizonte de sentidser el de percepción más inmediata y universal. Su ppor el hombre no fue una creación suya autóctona, nconquista perso nal, sino un regalo gratuito nacido necmente de su «pasión por Dios».

Cu and o da razón de su prop ia vocación, lo hace contérminos: «M i ú nico motivo m isionero fue la voluntad de Sentía que me llamaba al japón y por eso quise venir aquí. Tengo el

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convencimiento íntimo de que el conocido juego de palabras: 'cadacosa en su sitio y un sitio para cada cosa', podría modificarse un poco para dejarlo así: 'cada hombre en su sitio y un sitio para cadahomb re'. Porque ascéticamente es cierto que ninguna vocación esgrande por el solo fin al que se consagra, sino porque esa orientaciónde entregas, tal vez heroicas, se ha fraguado sobre ¡a base inconmovible de la voluntad de Dios. La vocación más grande sin aprobaciónde Dios, noesvocación, es latrocinio. Lavocaciónm ás humilde, con

Somos muchos los testigos de esta familiaridad qupasa las palabras de Arrupe, no sólo cuando ora y hahombre a Dios, sino cuando habla al hombre de un Dque no se pue de h ablar (y él ciertamen te no pue de), sapasionadamente.

er er horizonte; com-pasión

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de Dios, no es vocación, es latrocinio. La vocación m ás humilde, conla bendición de Dios, no es mezquinda d, es soberanía» (Este Japónincreíble, Mensajero, Bilbao, 1965, p. 33).

Quiero decir que entiende su pasión po r el ser hu ma no como vocación nacida de su experiencia gratuita de la pasiónde Dios por el hombre, por él mismo y como respuesta apasionada, por su pa rte, a un Dios cuyo princ ipal asun to (si eslícito hablar así) es cada ser hum an o q ue viene a este mu nd o.Su pasión por el hombre es el rostro visible de su pasión porDios. Esta sintonía de lenguajes habrá de reflejarse hasta ensu modo familiar de relacionarse con Dios, fácilmente docu-mentab le en sus propios textos.

En otros textos he intentado asomarme a esta familiaridad,que tiene su más valioso refrendo en la fe de Arrupe en cadaperso na. Pa ra él creer en el hom bre es creer en Dios, que se fíadel hombre. Nada extraña, pues, la querencia espiritual conla que Arrupe vuelve una y otra vez, como Ignacio de Loyo-la, a la contemplación frontal de la Encarnación, extrayendode ella la interpretación más profunda, y más dinámica a lavez, de la misión como clave y razón de ser de la Compañía.Y desde ahí acierta a explorar la intuición más identificadorade Ignacio de Loyola. «En Arrupe, como en Ignacio, la actitud deservidor es inseparable d e la de adorador y de la de hijo. Ambos rescatan para el verbo servir (hoy comúnmente usado como verbo decontratación) el sentido original, evangélico, de la gratuidad, quepor principio elimina toda barrera y toda distancia, tanto de partedel hombre... El tú de Arrupe, refiriéndose a D ios, por ser el tú deuna seducción, como en su Invocación a Jesucristo mod elo, expresa su aspiración a una identificación personal inefable, en la queel y o abandona su propia persona en un tú ardientemente deseado»(Iglesias, Ignacio : Las oraciones de Arrupe. Cuatro oraciones deArrupe: Ma nresa 62,1990 , p. 174-175).

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El tercer horizonte de sentido lo titulo «Com-pasiócon él quiero aludir a la pasión de Arrupe por la Igles

la vida religiosa, por la Compañía. Asumo el espacio pasión en común. Porque entiendo que en ella vive sudo patrim onial de la fe. Es su pasión de com partir, enlas direcciones y a todos los niveles, lo que sabe que esdos y pertenece a todos. Como se comparte un patrimun legado de todos.

Este tiempo nos ha ofrecido la ocasión de recoger dede allá millares de anécdotas, franciscanas, que como cillas del P. Arru pe» conserv an q uienes las vivieron una reliquia.

Todas ellas tienen un alma común, heredada tambiIgnacio de Loyola, pero con su marca personal: «el secon» como por una especie de necesidad vital incontenintercambiar y hacer circular la vida (dolor con... gozode los Ejercicios) que el Espíritu obra indiscriminadaen todos para todos, particularmente en los renacidoagua y del Espíritu.

Limitan do a la Com pañía de Jesús -su espacio vitaldiato- lo que ha proyectado habitualmente también aniveles y en otros escenarios, esta su «pasión con» tu

mejor reflejo cotidiano en el ritmo dialogado de su exisArrupe fue un hombre sin llave, con puerta abierta pdos. Más aún, con la pregunta siempre en los labios, qcomo salir afuera para invitar a entrar. Más discípulmaestro, más de pupitre que de cátedra. Más «peqevangélicamente que «sabio y entendido». Alguien dese podía discrepar y que hasta te agradecía la libertad ber discrepado.

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Esta «pasión-con» que es pasión por personas y por esocom unión con personas, con todas, no le imp idió ser libre ensus adhesiones, abiertas y públicas, en muchos campos, a loque creía voluntad de Dios. Evidentemente a la adhesión sigue, como una sombra, el conflicto. Pero ni sus adhesiones nilos inevitables conflictos subsig túentes cerraro n nunc a su corazón a nadie.

Es, finalmente, este ritmo dialogal personal, en el que vier

cuerdo sobre todo con emoción la desolación profunda que ementó al meditar la tercera semana, sobre la pasión. Yo creo que pasó un verdadero Getsemaní. Vio con claridad el cáliz que el Padre leofrecía. Y sintió la misma resistencia de Jesús. No me dijo econsistía su cáliz: sino sólo su pavor su angustia en aceptar esta do~torosa prueba que le amenazaba. Le animé cuanto pude a la confianza en el Señor, que había experimentado tan claramente, a través toda su vida. Pero yo veía que todas mis razones eran huecas, fr

i i i ] V l íl dí i i d

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g p qte su pasión-con , el que le capacita no sólo para unir lo disperso , sino para integrar lo aparentemente irreconciliable. Lo ex

plicará él mism o dan do testimonio de su amor a la C ompañ ía:«A medida que se conoce más íntimamente la intuición evangélica deeste carisma, se admira uno más de la simplicidad de esta intuición(ignaciana): es la intuición del amor que puede unir elementos que,al faltar ese amor parecerían irreconciliables o al menos conducir a d icotomías y tensiones que frenarían el verdadero dinamism o ap ostólico: oración-contemp lación, fe-justicia, obediencia-libertad, pobreza-eficacia, unidad-pluralismo, sentido local-sentido universal.San Ignacio, al contrario, encuentra soluciones admirables que unenlo que al parecer es contrario y producen así la eficacia apostólica máxima» («Homilía en ocasión de sus cincuenta años de jesuíta»,en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1981, p. 538).

Palabras q ue le retratan, crucificado entr e alternativas polares, con apasionada voluntad de integrar la Verdad contenida en ambos polos.

Pasión... sin más

A quien ha vivido abierto al dolor del mundo y ha cargado con él hasta el tope de sus fuerzas, se le pide también, aveces, su prop io dolor. La pasión de Dios por el ser hu ma nolleva en sí mis ma la vulner abilidad voluntaria de la cruz. Lapasión de Arrupe por el mundo no podía eludir esta pruebade autenticidad. Al final, es subiendo a Jerusalén como se salva y se ayuda a salvar.

Quie n le ayud ó en sus últim os Ejercicios Espirituales (agosto de 1980) nos acaba de regalar un precioso testimonio: «Re-

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te a su angustia existencia]... Volví al día siguiente con temor deque los Ejercicios Espirituales terminaran en plena desolacióro todo había cambiado . Había asum ido filialmente el cáliz qofreciera el Padre y se sentía sereno y animoso para proseguir su camino en el gobierno, ya am enazado, de la Compañía» (González,Luis: «El P. Arrupe que yo conocí. Recuerdos personales Razón y Fe 223,199 1, pp . 294-300).

Seis meses después caería sobre él la desconfianza málorosa para un hombre limpio, transparente, bienintencdo hasta el extremo, como él. Y otros seis meses más tarjaría de repente el telón en el escenario de su vida iniciaría el gran silencio. Un silencio que ha sido su úpalabra apa sionada por Dios y por el hom bre. Lo balbu

ayudado, en su última intervención pública como Ge«El Señor ha sido infinitamente generoso conmigo. Yo he procuradocorresponderle sabiendo que todo me lo daba para la Com pañía, para comunicarlo con todos y cada uno de los jesuítas. Lo he intentado con todo empeño ... Para que la Com pañía siga así, para qSeñor la bendiga con muchas y excelentes vocaciones de sacerdotesi/ hermanos, ofrezco al Señor, en lo que me quede de vida, mciones y los padecimientos anejos a mi enfermedad» (CongreGeneral XXXIII de la Compañía de Jesús, Bilbao, 1984, p. 108).

Así terminó su E ucaristía. . . Evocarle hoy sería vanorecogiéramos de alguna manera el reto de sus palabra «Elmundo es de aquéllos que sepan ofrecerle y contagiarle horizontes ysíntesis de sentido».

En ningún ámbito tiene cabida más propia este reto qel ámbito universitario. Es el servicio más profundo duniversidad de la Compañía. Pero explicitado y tomadta el fondo. Como Arrupe lo entendió cuando escribía «Laeducación no será nunca tal si no alcanza al hombre entero, hacién-

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dolé testigo de la verdad de Cristo y útil artífice de un orden nuevo.Un nuevo orden, que en el mundo de hoy ha de nacer de hombresnuevos».

«Un orden nu evo », que no es el que recientem ente se ha hecho resonar y rodar por el m un do como eslogan justificador d eintervenciones bélicas, que d udos amen te crearán hom bres llenos de pasión po r el ser hum ano concreto y de pasión por Diosy capaces, por ello, de sumarlas a la misma pasión de otroshombres y mujeres de nuestro mundo, al precio que sea, inclu

desorientó en los momentos de olvido- así también untacto similar, una experiencia de Dios, es la que nos conducir y dirigir en este nuestro éxodo, individual y cvo, darle sentido y hacernos llegar seguros al nuevo paíspromesa («Experiencia de Dios en la Vida Religiosa», rencia en la Semana Nacional de Religiosos de EspañMadrid del 12 al 16 de abril de 1977, en La Iglesia de hoy y delfuturo,Mensajero, B ilbao, 1981, p. 671).

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hombres y mujeres de nuestro mundo, al precio que sea, incluso , por supuesto, al precio de sí mismos.

B) TEXTOS DE AR RU PE

Defin ic ión de la esp i r i tua l idad ignac iana

Deseo añadir u na observación q ue considero necesaria: nome parece objetivo el caracterizar la espiritualidad ignacianapor su ascética, cosa que consciente o inconscientemente seha venido haciendo, quizás más en épocas pasadas que en lanuestra. La espiritualidad ignaciana es un conjunto de fuerzas motrices que llevan simultáne amen te a Dios y a los hombres. Es la participación en la misión del enviado del Padre enel Espíritu, media nte el servicio, siemp re en superació n, p oramor, con todas las variantes de la cruz, a imitación y en seguimiento de ese Jesús que quiere reconducir a todos loshombres, y toda la creación, a la gloria del Padre (La identidaddel jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1981, pp.421-422).

De la necesaria experiencia de Dios

Lo mism o que para p ode r caminar por el desierto y arribarcon seguridad al país de la promesa fue necesario el contactocon el Dios acompañante, que hacía la Historia con su pueblo, sea como interlocutor de los profetas, sea como condu ctor invisible de la totalidad del pueblo -y el pueblo caminóseguro mientras vivió ese encuentro y relación personal y se

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futuro, Mensajero, B ilbao, 1981, p. 671).

Ese carisma concedido por el Padre

Si la contemplación del misterio de la Santísima Triperm itió a Ignacio llegar a resoluciones prácticas propnadas a las necesidades de su tiempo -la función de lapañía, con su determinado carisma-, poner en luz aqucho, y ponernos también nosotros a la misma luz, permitirá tam bién a nosotros revivir en toda su purezacarisma y hacernos más aptos para las necesidades detros días. Si lo hacem os así, habre mos conse guido, comseaba el Concilio Vaticano II, nuestra actualización meel retorno a las fuentes más altas de nuestra generaciónreligiosos.

Me pregunto si la falta de proporción entre los geneesfuerzos realizados en la Comp añía en los últimos añlentitud con que procede la esperada renovación inteadaptación apostólica a las necesidad es de nuestro tiemalgunas partes - tem a del que me he ocupad o rei teradte - no se deberá en buena parte a que el empeño en nuardorosas experiencias ha predom inad o sobre el esfuerlógico-espiritual por descub rir y reproducir en nosotro

námica y contenido del itinerario interior de nuestro dor, que conduce directamente a la Santísima Triniddesciende de ella al servicio concreto de la Iglesia y «de las ánimas».

¿Parecerá a alguno que todo esto es un tema demaarcano y alejado de la realidad de la vida cotidiana? valdría cerrar los ojos a los fundamentos más profundnuestra fe y de nuestra mism a razón de ser. Hemos sid

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dos a imagen y semejanza de Dios, que es uno y trino. Nuestra vida de gracia es participación de esa misma vida. Y nuestro destino es ser asumidos, por la redención del Hijo, en elEspíritu Santo, en la gloria de Dios Pa dre. Cristo, a quien ycon quien servim os, tiene esa misión de llevarnos al Padre yenviarno s el Espíritu Santo qu e nos asiste en nuestra santificación, es decir, en la perfección en nos otros d e esa vida divina. ¡He aquí las grandes realidades

C l i ió d i i l d i i

Centro I gnaciano de Espir itualidad , el 8 de febrero de en Información S.J. n° . 67, mayo-ju nio 1980, p. 106).

C ) T E S T I M O N I O P E R S O N A L

Manresa y Montserrat

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Com o la inserción de servicio en el m un do vigoriza nuestro celo apostólico, por que nos da a conocer las realidad es ynecesidades en que se opera la redención y santificación delos her ma no s, así un a pene trac ión en el significado q ue la Trinida d tiene en la gestión de nuestro carisma nos prop orcionauna participación vivencial de esa misma vida divina que esconocimiento y amor y da al celo apostólico impulso en elrum bo cierto. Más aún : en el plano de las realidades terrenas,la experiencia confirma y, a lo más, profundiza el conocimiento; pero a nivel de contemplación espiritual, el conocimiento vivo de Dios es ya participación y gozo. Via ad Illum,como se llama a la Compañía en la Fórmula de Julio III, es lavía a la Trinidad. Ese es el camino que debe seguir la Compa

ñía; camino largo que no terminará sino cuando lleguemos ala plenitud del Reino de Cristo. Pero el camino está trazado ydebem os recorrerlo siguiendo las huellas de Cristo que retorna al Padre, i lum inados y vigorizad os por el Espíritu que habita en nosotros.

Sí, este sublime misterio de la Trinidad tiene que ser objeto preferente de nuestra consideración, de nuestra oración.Esta invitación no es ninguna novedad. Nadal, el mejor conocedor del carisma ignaciano, la hizo a toda la Compañía,hace más de cuatro siglos. Su voz llega también hasta noso

tros: «Tengo po r cierto que este privilegio concedido a nuestro Padre Ignacio es dado también a toda la Compañía; y que su gracia deoración y contemplación está preparada también para todos nosotros en la Compañía, pues está vinculada con nuestra voc ación. Pol-lo cual, pongam os la perfección de nuestra oración en la contemplación de la Trinidad, en el amor y unión de la caridad, que abrazatambién a los prójimos por los ministerios de nuestra vocación»(Conferencia del acto de clausura del Curso Ignaciano del

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Mons. Rembert G. Weakland O.S.B.Arzobispo de Mihuaukee,

ex-general de los benedictinos

Considero mi amistad con Pedro Arrupe como una dmás importantes gracias de mi vida. Todos conocemos nas personas que nos parecen realmente santas por todcom unid ad eclesiástica. Creo que el Padr e Arru pe entraesta categoría especial.

Durante diez años fui abad primado de la ConfederaBenedictina (1967-1977) y el Padre Arrupe era el presi

de la Unión de Superiores Generales, de la que yo era presidente . Nos reun íamo s con frecuencia para tratar detuación de la vida religiosa en el contexto de la Iglesia mundo entero. Y era normal que estos frecuentes contnos llevaran a intercambiar nuestros criterios personalebre nuestras tareas y responsabilidades sobre la vida dIglesia en general.

Si se me pidiera que dijera la virtud má s llamativa dArrup e en aquel los años turbulentos, respondería inmtamente que era la alegría. No era la alegría de la euforia, sinla que procedía d e una fe profund a. A pesar de los imptes problemas que todos teníamos que afrontar, el P. Asiempre sonreía y nunca parecía deprimido o disgustadecuanimidad quizás fuera la causa que le hacía ser un acogedor de todos y que le hacía recibir sin alterarse laves historias que muchos superiores religiosos le contprocedentes de sus propias congregaciones religiosas sus relaciones con la Santa Sede.

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Esta calma y alegría interior procedían de dos fuentes evidentes: su fe imp erturba ble en la acción del Espíritu Santo enla Iglesia y especialmente en el Santo Padre, y su gran confianza en svis colaboradores, fvmdada en esta misma accióndel Espíritu. Nunca oí al P. Arr upe proferir p alabras de desánimo acerca de la manera como el Espíritu iba guiando a laIglesia. Aceptaba lo bue no y lo malo, pero parecía saber instintivamente que lo bueno vencería porque era del Espíritu.El mismo poder del Espíritu era la fuente de su plena con

do sentido de trascendencia. En las eucaristías uno sentíaera un santo quien las estaba p residien do.Con sus certeras intuiciones, su liderazgo y su capac

para d ar ánim os a todos, hizo mu cho par a reforzar la vidligiosa en aquellos años postconciliares. Muchos quizás den ese aspecto de su respo nsabilid ad e n la Iglesia y limsu influencia sólo a lo que hizo en la Compañía de Jesúsro su influencia fue realmente universal y afectó a toda ld li i

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El mismo poder del Espíritu era la fuente de su plena confianza en los que le rodeaban.

Y qui zás esta gran confianza en el Espí ritu fuera la razó npor la que el P. Arrupe fue una persona tan libre. Siempre tenías la impresión de que él te estaba diciendo exactamente loque sentía sobre cualquier cuestión. La fuente de esta confianza era la conciencia que él tenía de sí mismo como persona y cuál era su responsabilidad como líder, así como de lapresencia del Espíritu Santo en medio de nosotros. Puedoañadir que yo siempre esperaba con gusto nuestros encuentros y siempre volvía de ellos a mis tareas con nueva ilusión yconfianza.

Con frecuencia yo me preguntaba por qué regresaba de

esos encuentros con el P. Arrupe tan animoso y con nuevasfuerzas. Estoy seguro de que era porqu e él nunc a necesitabahacer que los otros se sintieran inferiores para sentirse él superior. Tales categorías nunca entraron en su cabeza, puestoque él estaba seguro de su ide ntidad y no tenía que negociarla con los demás. También se podría explicar esto por su ecle-siología, que aceptaba la diversid ad y no la consideraba unaame naza ni para sí ni para su vida de fe. Siempre animaba alos demás, nunca destruía.

Ad em ás, el P. Ar rup e era una persona de oración profunda. Puedo atestig uarlo. Con frecuencia h ablábam os de las diferencias en el mo do como los benedictinos y los jesuítas entendía mos la vida espiritua l. El nunc a veía estas diferenciascomo contradictorias sino como complementarias. Su fe eraconstantemente alimentada en las largas horas de comunióncon el Señor. Como benedictino tal vez no le hubiera dadouna nota muy alta en cuanto a sus conocimientos litúrgicos,pero siem pre se manifestaba en todo lo que hacía un profun-

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da religiosa.Era un hombre siempre amable y de buen humor, son

te e irradia ndo alegría, siempre dispuesto a escuchar, siepron to a sacrificarse por los demá s. Para mu chos de nosque le conocíamos bien, era como un Ignacio redivivo.ciertamente un auténtico jesuíta, sinceramente enamoratoda la Iglesia y de la Sede de Pedro.

Un día, cuando yo visitaba el monasterio benedictinMontserrat, en España -un importante lugar en la vidSan Ignacio-, resultó que él estaba en la cercana ciudaManresa. Él telefoneó exp resando que quería repetir la hria y acudir al mon asterio a visitarme, tal y como había hIgnacio al visitar al abad en su tiempo. Pero yo le roguéme dejara cambiar las cosas y que aceptara que yo le vien Manresa. Había aprendido tanto de ese hombre espirque debía ser yo quien hiciera la peregrinación17.

D ) O R A C I Ó N

A la Trinidad

¡Oh Trinidad Santísima Misterio frontal, origen de t«¿Quién te ha visto para que pueda describirte? ¿Quiénde en gra nde cer te tal com o eres?» (Ecl 63,41). Te siento tablime, tan lejos de mí, ¡misterio tan profundo , que me

17 El arzobispo Rembert Weakland era General de los benedictinote artículo se publicó en el Catholic Herald periódico de la archidiócesis deMilwaukee.

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exclamar del fondo d e mi corazón: Santo, Santo, Santo. Cuando más siento tu grandeza inaccesible, siento más mi pequenez y mi nada, te encuentro en el fondo mismo de mi ser: / ';/-timior intimo meo (San Agu stín, Las Confesiones), amándome,creándome para que no me reduzca a la nada y trabajandopor mí, para mí, conmigo en una comunión misteriosa deamor [EE 236]. Puesto delante de Ti me atrevo a elevar miplegaria, a pedir tu sabiduría, aun sabiendo que el vértice delconocimiento d e Ti por par te del hom bre es saber que no sa

sentir como él que «todo termina en Ti» (Diario, 3 marzo1544).

Te pid o tamb ién que me enseñes a com pren der ah orque significa par a m í y para la Com pañía lo que manifte a Ignacio. Ha z que vay am os descu briendo los tesorosmisterio, que nos ayudará para av anzar sin errar por el no de la Com pañía, de esa via nostra ad te Formula Instituti, 1).Convéncenos de que la fuente de nuestra vocación está y que conseguiremos mucho más tratando de penetra

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conocimiento d e Ti por par te del hom bre es saber que no sabe nada de Ti (De Poient. q.7, a.5, ad . 14).

Pero sé también que esa oscuridad está llena de la luz delmisterio, que ignoro. Dame esa «sabiduría misteriosa, escondida, destinada desde an tes de los siglos para gloria nuestra»(ICo 2,3).

Como hijo de Ignacio y teniendo que cumplir con la mismavocación, para la que Tú me elegiste, te pido algo de aquellaluz «insólita», «extraordinaria», «eximia», de la intimidad trinitaria, para pode r com prender el carisma de Ignacio, para p oder aceptarlo y vivirlo como se debe en este mo me nto histórico de la Compañía.

Concédeme, Señor, que yo comience a ver con otros ojos

todas las cosas, a discernir y proba r los espíritus que m e permitan leer los signos de los tiempos, a gustar de tus cosas ysaber comunicarlas a los demás. Dame aquella claridad deentendim iento que diste a Ignacio (Laínez, Diego: Carta a Po-lanc o, n°. 10).

Deseo, Señor, que comiences a hacer conmigo de mae strocomo con un niño (Autobiografía, n°. 27), pu es estoy disp uest oa seguir aunq ue sea a un perrillo, para que me in dique el camino (ídem, n° . 23).

Que sea para mí tu iluminación com o fue la zarza ardiente para Moisés o la luz de Da masco pa ra Pablo, y el Cardone ry La Storta para Ignacio. Es decir, el l lamam iento a emp render un ca mino q ue será oscuro, pero qu e se irá abriendo antenosotros, como le sucedió a Ignacio, según lo iba recorriendo.

Concédeme esa luz trinitaria, que hizo comprender a Ignacio tan profundamente tus misterios que llegó a poder escribir: «No había más que saber en esta materia de la Santísima Trinidad» (Diario, 20 febrero 1544). Por eso, quiero

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y que conseguiremos mucho más t ratando de penetramisterios en la contemplació n y de vivir la vida d ivina abun-dantius, que pr ocurando sólo medios y act ividades hum aSabemos que nuestra oración nos conduce a la acción y«ninguno es ayudado por Ti en la Compañía para él s(Nadal, Jerónimo: 3a Plática de A lcalá).

Como Ignacio, hinco mis rodillas para darte graciasesta vocación trinitaria tan sublim e de la Com pañía (LDiego: Adh ort. in exa me n, 1559, n°. 7). Co mo tamb ién Sblo doblaba sus rodillas ante el Padre, suplicándote quecedas a toda la Compañía que «arraigada y cimentada amor pueda comprender con todos los Santos cuál es lchura, la longitud, la altura y profu ndida d (.. .) y me vay

nando hasta la total plenitud de ti , Trinidad Santísima3,14-29). Dame tu Espíritu «que todo lo sondea hasta lafundidades de Dios» (ICo 2,10).

Para conseguir esa plenitud, sigo el consejo de N«Pongo la preferencia de mi oración en la contemplacila Trinidad, en el amor y unión de caridad que abrazabién a los prójimos por los ministerios d e nuestra voca(Nadal, Jerónimo: Comentario del Instituto).

Termino con la oración de Ignacio: «Padre Eterno, cma me ; Elijo Eterno, confírmame; Espíritu Santo, confírSantísima Trinidad, confírmam e; un solo Dios mío, conm e» (Diario, 18 febrero 1544).

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Sacerdocio,esa mística implacable

A ) A P R O X I M A C I Ó N A N A L Í T I C A

Lo que permanece

Ignacio Salvat S.J.Provincial de Cataluña

Cuando acepté la invitación de escribir unas páginarespuesta a la pregunta «¿Qué permanece y qué se ha do de Pedro Arrupe, a los diez años de su muerte?», locon un convencimiento: el mensaje plural de Pedro Ano sólo permanece sino que avanza en profundidad, pes capaz de sviscitar nuev as respu estas a las nue vas prtas que surgen en un mundo tan acelerado y globalizadmo el que esta mo s vivie ndo hoy . Y, al decir esto, estoysando que respecto a Arrupe estamos viviendo lo que su sucesor, Peter-Han s Kolvenbach , en la reunión de L2000: una fidelidad creativa.

La permanencia del mensaje y del testimonio de Arrumás impactante todavía si consideramos que él nos faltde hace ya dieciocho años, porque cuando murió aquel

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de febrero (vigilia de los mártires del Japón, y en pleno añoignaciano), ya llevaba ocho años retirado del gobierno a causa de una trombosis.

Perma nece la inspiración ignaciana de Arrupe

Comienzo por este aspecto de la vida de Pedro Arrupe,que tanto me llamó la atención cuando le conocí personalmente en Roma en 1967 durante un seminario de estudio

suita que nace de los Ejercicios, un hombre que tiene unsión, recibida de Cristo, en su Compañía.

La conferencia que dio en 1979 sobre «Nuestro modproceder», explicando a fondo qué significaban estas pbras para el Fundador de la Compañía de Jesús, muestrdespués de tantos años de gobierno, una profundizamadura de lo que es el verdadero espíritu de Ignacio, fdo en sus cartas y en sus documentos de gobierno. Es oque considero todo este legado de Arrupe permanente y

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mente, en Roma, en 1967, durante un seminario de estudiosobre la espiritualidad ignaciana, en el que yo hacía de secretario. Arrupe había sido maestro de novicios en el Japón y tuvo que profun dizar en el conocimiento de Ignacio, vasco como él. Eran años en los que estaba desc ubriend o MonumentaIgnaciana, un a colección única so bre las fuentes de la historiay el gobierno de Ignacio.

Arrupe, por su conocimiento del castellano, tuvo accesodirecto a los docum entos y cartas del primer Supe rior General de la Compañía, escritos normalmente en castellano, y poreso, desde el principio, las palabras de Arrupe rezum an espiritualidad ignaciana. Así, muy pronto creó y potenció el Centro Ignaciano de Espiritualidad (CIS), para que se difundierael conocim iento directo d el autor de los Ejercicios Esp iritualesy del Fundador de la Compañía de Jesús, desde sus mismasfuentes.

En esto, en realida d, no hizo m ás que se guir la petición delVaticano II a los Institutos de Vida R eligiosa de q ue volviera na sus raíces. Y Arru pe lo hizo en la Comp añía de un mo do espontáneo y fácil para él, pues conocía en profundidad a Ignacio de Loyola. Lo hizo con coraje y fidelidad al Concilio y sufuerza arrastró a otros muchos Superiores Generales de Institutos Religiosos. La uni ón o asociación don de éstos se reu níanle eligió y reeligió, varias veces, presidente, para poder realizar bajo su carisma la adecuada renovación de la vida religiosa p ostconciliar.

Arrupe nos dio a conocer más y mejor a Ignacio gracias alconocimiento interno que tuvo de su paisano y de sus primero scompañeros. Es así como lanzó al primer plano de la espiritualidad de la Compañía contemporánea la definición del je-

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capacidad para revitalizar nuestra vida religiosa, cuandestancase.. .

Permanece la vocación de Arrupeal servicio en misión universal

Le escuché ya una vez, cuando vino a España por el1953 para pedir todo tipo de ayuda para el Japón, en elmen to de recuperación material de aquel país, despué s derrota en la II Guerra Mundial, y de recuperación espirdespués de la declaración del Emperador de que él noDios.

Lo que cautivaba de su personalidad era tanto su fe y ranza en el Dios Padre y Salvador de todos sin distinciónna como su confianza y entusiasmo en el proyecto misique tenía entre mano s, po rqu e veía el Japón ante una ho rcial de su historia. ¿Era demas iado optimista? Quizás, persu imp ulso la Universid ad Sofía de Tokio ha pod ido ser les y ha abierto cauces de diálogo interreligioso.

Y am aba a fondo el Japón . No lo olvidó nu nca y enconversaciones íntimas salían muchas veces anécdotaaquella época feliz de su vida. Porque para él la misió

fruto espontáneo del amor, nunca de un deseo irrespetde conquista.El espíritu misionero de Arrupe no se cerraba en una m i

sión. Era una misión universal como quiso Ignacio. Poral comenz ar su etapa de go bierno en la Compañ ía univquiso primero ver y comprender su realidad, para poder después marcar las prioridades apostólicas de su acción.

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ello, encargó a un gru po de sociólogos un análisis social, unSurvey, d e toda la Com pañía, y con el conocimiento profundoque obtuv o, comenzó despu és a marcar las líneas y opcionesconcretas prioritarias que debería seguir la Com pañía.

Así a lo largo de sus años com o Superior G eneral no hub olugar ni tarea que le fueran ajenas. Todos los contin entes recibieron su impulso específico, desde los problemas sociales deAmérica Latina, pasando por los problemas raciales en Estados Unidos, hasta los problemas de la evangelización e incul-t ió A i Áf i

se ha encargado de profundizar, abriéndola al diálogo coreligiones y con la cultura. Si esto hoy ha sido posible, sido por el modo de proceder de Pedro Arrupe, quien edio de las dificultades de los extremos supo mantener laza integradora e integrante del binomio fe-justicia.

Cuando vino a España, en 1980, para la celebraciónCentenario de San Pedro Claver sus palabras calaron hpor el profun do sentido cristiano que dab a al servicio aClaver se consagró haciendo voto de ser esclavo de los

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turación e n Asia y África.Por otra parte, todas las tareas o mediaciones para la evan

gelización entraban en el corazón universal de Arrupe: el trabajo intelectual teológico y el científico, el trabajo social de investigación o de acción en la misión obrera europea o en losCentros Ignacianos de Acción Social de América Latina, loscolegios, las revistas de todo tipo y el nuevo mundo de losniass media, que co menz aban ya a globalizar la co municaciónsocial y empezaban a crear una cultura común en muchosámbitos intelectuales.

No puedo olvidar el impacto que causó a los AntiguosAlum nos de Valencia el 1 de ago sto de 1973. Impac to que enmedios c onservado res provocó el insulto. Arrup e no limitabala misión de los colegios de los jesuítas a la enseñanza y formación que se da en ellos en los cursos académicos, sino quela extendía a los antiguos alum nos. Su discurso, inspirado enel Sínodo Extraordinario de los Obispos sobre la justicia en elmundo, se centró en una consigna: «ser hombres para los demás», formarse para ser personas capaces de ser agentes decamb io social. Era atrev ido dec ir cosas así en Esp aña en 1973,pero, para Arrupe, los antiguos alumnos tenían que ser forma dos así desd e una visión d e la justicia y la solidaridad quenacen del E vangelio.

Poco después, la Congregación XXXII, convocada porArrupe para marcar opciones y líneas prioritarias, definió lamisión de la Compañía hoy como «el servicio de la fe, del que lapromo ción de la justicia co nstituye una exigencia absoluta». Serconsecuente con esta opción llevó a Arru pe y a la C omp añíaa muchísimas dificultades. Pero fue una opción que ha marcado un futuro que perm anece y que la Congregación XXXIV

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gvos negros. A quienes conocíamos un poco m ás a Arru ppareció que estaba describiendo su propio espíritu de cio que se hace entrega total a los demás, con opciónferencial por los más pobres. De aquí nace una obra qupermanecido, como mensaje y como reto para las geciones futuras del mundo globalizado: el servicio jesuítarefugiados. De ella hablaré más adelante.

Su amor a la Iglesia y su devoción al Papa

En los años en que conocí más de cerca al P. Arru pe algo que me llamó profun dam ente la atención. Su amoIglesia y su actitud de devoción al Papa. Era algo, maen la experiencia religiosa ignaciana, que vivió en circucias no fáciles tanto durante la Congregación General Xcomo du rante el tiempo en que qu iso presentar su dimiJuan P ablo II y no le fue acep tada.

Visitándole un día en su habitación de la enfermeríRoma, ya después de la elección de su sucesor, le comenimpresión de que, en los últimos años, algunos hombrIglesia importantes le habían atacado injustamente, ende los puntos que él llevaba más dentro en el corazón: delidad a la Iglesia y al Papa. Los ojos de Arrupe se emnaron e inclinó suavem ente la cabeza. Nunca lo olvida

Yo nunca oí en labios de Arrupe una crítica a la Iglesal Papa y lo digo por momentos en que muchos no gumos esta misma actitud. Pero, en esto, él no dejaba de itarnos porque sus actitudes nacían de una profunda riencia de fe, y en definitiva, de amor a Jesús.

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En jimio de 1980, tuvimo s en Man resa una reunión de Provinciales de la Asistencia de España, coincidiendo con la celebración del centenario del nacimiento de Pedro Claver, enVerdú (Lérida). El P. Arru pe explicó cómo había exp resado alPapa su deseo de prese ntar su dimisión y cómo el Papa le había respondido que no quería que lo hiciera. Un silencio quese podría cortar dominó la reunión unos momentos, hastaque el mism o Arru pe tomó la palabra para decir: «Padres, estasituación es un reto para ¡a Compañía. Un reto para mostrar su fi

misma Compañía. Pero Arrupe levantó la mano, interry me dijo que siguiese adelante, que aquello ya estaba y olvidado. No quiso entrar en el tema. Quiso perd onavidar, pero no en términos teóricos sino ante la persoplicada. Lo hacía fácil. Así era Arrupe. Y esto permanera siempre: «el amor no pasa nunca».

Con él empezó un tipo de gobierno más cercano ayecto que Ignacio expresa en las Constituciones: que elrior conozca a la persona a quien va a dar una misión

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delidad a la Iglesia».Y así fue. Porqu e cua ndo el Padre A rrupe fue afectado por

una trombosis y el Papa nombró un Delegado suyo para laCompañía, hecho insólito, la Compañía respondió siguiendoel ejemplo de su Superior General, aceptando ejemplarmente un reto que sólo en un amor profundo a Jesús se podíaaceptar.

Este espíritu no se ha perdido, y la Compañía, en sus últimas Congregaciones Generales, lo ha asumido y reafirmado,y lo ha hecho con mayor amplitud, recordando la actitudignaciana de la representación y de la disponibilidad a losservicios que se pidan a la Compañía y asumiendo también,

con respeto, una actitud de crítica que procure ser positiva yconstructiva.

El gobierno paternal permanece

De Ignacio de Loyola decía el P. Goncalves de Cámara que«en casa no había nadie que no se sintiese muy amado de nuestroPadre... de m anera que todo él parece amor». Ese otro vasco quefue P edro Arr upe p articipó de este don. Él sabía person alizarla relación, humanizarla. Él hacía sentir a su interlocutor queera persona apreciada y amada.

En mi visita a Roma en marzo del 78, hablé con el P. Arrupe explicándole mi vida y milagros, para q ue pudiese juzgarsobre mi futura misión. Durante la explicación, salió un temadifícil para mí, pues quise darle cuenta de por qué habíamosfirmado una carta contestataria a una decisión suya de gobierno. Le quería explicar que muchos firmamos por amor a la

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que «no le ponga en dificultades mayores de ¡o que pueda amorosamente sufrir». As í gob ernó Arr up e. Y po r eso viajó tanto ytaba cercano a los suyos y los llamaba a Roma y los esba y los animaba y sabía rectificar.

Por otra p arte, en a quellas ép ocas, finales de los 60 y70, visitar España no era fácil ni sencillo y menos para había vivido alejado bastantes años de la problemáticambio social y político en nviestro país. Él no tuvo mhacerlo. Siempre aceptó el diálogo y recibió a todos y los escritos contestatarios que se le hacían llegar. Y se impactar por ellos aunque, después, sabía seguir sus pconvicciones y su propia línea de gobierno.

Un día me comentaba que le habían «reñido de arriba» porque había defendido a uno s jesuítas norteam ericanos qbían firmado en una página del Neiv York Times apoyand o u nmo vimien to contestatario. Y añadía que los que le reñsabían q ue él a su vez había avisad o a los firmantes quepitiesen el hecho. Fue bastantes veces reñido por ser ebue no qu e no castiga du ro a sus hijos. Muchos le enteny adm iram os aq uí, otros, los menos, le censuraron.

Este estilo de gobierno permanece y permanece ensus consecuencias, que son la creación de órganos de to , comunicación, deliberación y consulta, en las áreas gobiernos provinciales e interprovinciales. Más aún, eslo de gobierno es el que actúa de telón de fondo en lmentos de las reformas de estructuras, porque la eficacia es unobjetivo importante, siempre que vaya acompañado del resatención paternal a la persona. Era un estilo de gobierno y ddiálogo que convencía y arrastraba a los jóvenes, a lArrupe dedicó siempre una preferencia.

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El espíritu de fe-amor y de oraciónde Pedro Arrape permanece

El mes de noviembre de 1978 participaba yo, en Roma, enun encuentro o escuela de nuev os provinciales de habla castellana. Era la época de apogeo de las dinámicas de grupo y, cómo no, hicimos varias en las casi tres semanas que pasamosen la Ciudad Eterna. Tuve la suerte de que me tocó estar enun grupo con el P. Arrupe. Recuerdo que una de las dinámi

i tió ú t l i b d l

minos para resolverlo ni medianamente. Pero entoncevía no había salido a la luz con la fuerza impactante clo ha hecho en los últimos tiempos entre nosotros en elcho o en los vuelos que llegan procedentes de Américaa nuestros aeropuertos.

Arrupe puso manos a la obra y enseguida encontrópuestas en jesuítas, religiosas y religiosos, personas lainstituciones. E n poc o tie mp o el JRS (Servicio Jesuita afugiados) se exp and ió con fuerza po r África (en la regi

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cas consistió en poner en c omú n entre los miem bros del grupo cuál era el horario real que llevaban y compararlo cada

uno con el horario ideal-modelo que cada uno creyese quedebería llevar para tener una vida espiritual profunda y unavida psicológicamente sana.

Cuando le tocó el turno a Arrupe para explicar la vida quehacía, comentó con mucha sencillez: «Yo no tengo posibilidadesde elección. Todas mis lloras están dedicadas a la Compañía». Y entre todos sonsacamos qu e todas las horas quería decir desde lascuatro y media de la mañana hasta las once o doce de la noche. Y quería decir también qu e su horario comenzaba portres horas dedicadas por completo al Señor, en la oración y la

Eucaristía. Impactante.Arrupe era una persona agarrada por Jesús. Se le podríadefinir, al igual que definieron a Iñigo de Loyola, como «unloco por nuestro Señor Jesucristo» y como «un hombre para grandes cosas», como pid en las Constituciones de la Comp añía asus candidatos.

Y de este foco nació el Servicio Jesuita para los Refugiados.Fue en un viaje al sudeste asiático donde Arrupe hizo la experiencia del mundo de los refugiados, de los que huyen enbúsqueda de un mundo mejor donde poder trabajar y comery de los que se hu nd en en el océano cuan do su embarcaciónsobrecargada n o pued e aguan tar el temporal. Y no son uno spocos.

Él pidió información y le informaron que, en aquellos momentos, podría tratarse en todo el mundo de cifras sobre loscuarenta millones y que se trataba de una cifra que iba en aumento. Ahora nos parece claro y obvio que hay que afrontarel problem a y, sin embargo , aún n o hem os encontrad o los ca-

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troafricana de los Lagos), América Latina (especialmeCentroamérica), Asia (en los países del sudeste asiáticdonesia) y, paralelamente, en los países del llamado pmundo, receptores de inmigración, tanto en la Uniónpea com o los Estados Unidos. Y continúa con fuerza: Kbach acaba de escribir una carta para potenciar más y mte servicio internacional tan urgente.

Quisiera concluir este apartado añadiendo una razórica a la razón experiencial, para explicar por qué Arrupe hacía todo esto. En la conferencia que dio sobrma «Enraizados y fundados en el amor», Arrupe, sigla línea iniciada por el Sínodo de la Justicia en 1973, exconexión intrínseca que se da entre el amor y la justicésta, el amor carece de base, le faltan los mínimos doasienta, el respeto a los derechos de la persona humanapor otra parte, la justicia necesita de la fuerza dinámiamor, para subir el nivel de sus exigencias, para no qencerrada en una ética de mínimos, la de los meros deporq ue la generosidad y la gratitud del amor han de tegar en las relaciones hu ma nas .

Arrupe y los medios de comu nicación social

Ya en la primera Congregación de Procuradores qucomo General de la Compañía, en octubre de 1970, Aseñalaba una nueva prioridad en las tareas principales Compañía había de asumir en el futuro: la presencia medios de comunicación social, como instrumentos dsión de cultura, de incidencia social y de evangelizació

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Sin olvidar la dificultad que tiene el estar en estos medioscon una buen a preparac ión técnica y profesional, Arru pe anima a los representantes de las Provincias de toda la Compañía a que hagan un esfuerzo para entrar en este campo y paraayudar a cuantos trabajan en él. Además anima a las personas que se dedican a la formación de los jóvenes jesuítas aque les introduzcan en este camp o de los medios d e com unicación para prepararles cara al futuro.

Que esta exhortación tuvo eco lo muestran las innumera

B) TESTIMONIO PERSONAL

El adiós del Padre Arrupe

Ignacio Arregui S.J.Redactor de Radio Vaticana

Cuando al anochecer el día 5 de febrero de 1991 un

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bles iniciativas que surgieron en toda la Compañía universalo lo muestra la potenciación de obras ya presentes en estecamp o como eran las Revistas de Cultura, cuyo s orígenes enEuro pa se rem on tan al siglo XIX o inicios del XX.

Junto a éstas es de justicia citar a Londres, Munich y otrasmuchas iniciativas en países concretos europeos. Y a los Estados Unidos y a Canadá, donde los jesuítas profesionales de lacomunicación han entrado en el campo de la realización como ase sores en diferentes n iveles. Y po rqu e creía en las posibilidades de los medios de comunicación, Arrupe estaba ame nu do en ellos, sin rehuir la confrontación y da nd o con suespontaneidad característica lo mejor de sí mismo. Por esofue tan apreciado por los profesionales del periodismo.

Desearía que en este camp o se pudiese decir lo mism o queen los anteriores, pero no sé si ante la urgencia de otras necesidad es o por la dificultad q ue tiene estar en la televisión o enla radio o por la falta de iniciativas en este campo, vamos anotar con el tiempo que es aquí donde las iniciativas de Arrupe han perdido mordiente, han dejado de ser reto para nosotros. Ojalá no sea así y me equivoque.

Concluyo. Pedro Arrupe fue un hombre de corazón generoso que quiso amar como Cristo amó, «liasta el extremo», yque nos dejó un legado de retos a responder y resolver. Elverdadero A rrupe que mucho s conocimos permanece en todos sus grandes valores porque fue un hombre que intuyó ycomprendió profundamente hacia dónde iba el mundo delfuturo y, desde su profundo amor a Jesucristo, quiso darleproyectos, ilusiones y esperanzas. Ha sido un don de Dioshaberle conocido.

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nicado de la Curia General de los jesuítas anunciaba qu19,45 de ese día había fallecido el P. Arrupe, todas las grandesagencias de información se apresuraron a ofrecer una documentación sobre la obra y la personalidad del quevigésimo octavo sucesor de San Ignacio de Loyola. Sde nueve años de enfermedad, silencio e inactividad noborrado el recuerdo de quien, además de ser Superiorral de la Compañía de Jesús, había destacado por su mde asum ir tal responsabilidad y por las circunstancias cionales en que se desarrolló toda su vida.

Lenta agonía

El volumen y el contenido de las noticias y comenque tras el anuncio de la muerte fueron apareciendo enversos medios de difusión mostraban que, ante Arrupsar de que ya en 1981 se había retirado de la escena púque en 1983 había sido sustituido por el actual Prepósneral, P. Kolv enbac h, es difícil ser ne utral.

Era inevitable repasar y enjuiciar de nuevo ciertomen tos clave de su gobiern o que afectaban no sólo a interna de la Compañía de Jesús, sino también a sus rnes con la Santa Sede y a la evolución doctrinal y pastla Iglesia tras el Concilio Vaticano II.

No faltó en ciertos comentarios un análisis del moactual de la Iglesia a la luz de lo que sucedió durante lciocho años de gobierno del P. Arrupe y, en particular,relaciones con tres Sum os Pon tífices: Pablo VI, Juan PJuan Pablo II. En general, el tono y el lenguaje de los

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tarios reflejaban la actitud propia de quien empieza a hacerhistoria y cuenta con nuevos datos según la perspectiva detiempos m ás recientes.

Los últimos diez días de lenta agonía, deshaciend o las sucesivas previsiones médicas sobre el día y la hora de un fataldesenlace, traían a la mem oria la particular perso nalida d deArrup e, que, a lo largo de su vida, había segu ido u n itinerarioque, en gran parte, ni él mism o pu do prever.

Ahora, al término de su existencia, Pedro Arrupe parecíadestinado a desempeñar todavía alguna última misión Si ya

si había alguna du da sobre la autenticidad d e su templritual y de sus convicciones profundas, llegaba con la pseren idad y la sonrisa de siem pre al final de su largo Vcis. Era la prueba definitiva de su excepcional calidad na y espiritual.

Según algunos, la presencia inmóvil y silenciosa de Arrupe durante tantos años en una habitación de la enría de la Curia General de los jesuítas en Roma, había tuido un útil punto de referencia en la evolución de lapañía de Jesús y un factor de relativización en las cau

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destinado a desempeñar todavía alguna última misión. Si yahabía sido difícil penetrar en el significado de aquellos interminables años de silencio e inactividad para u n nomb re to dodinamismo y gran comunicador, sus tiltimos diez días en estado de inconsciencia total exigían una nueva reflexión sobreel porqué de aquella lenta agonía.

Día y noch e los jesuítas d e la casa y otros ven idos de lejos,pensando en la inmediatez del desenlace, desfilaban por lahabitación del enfermo sabiendo que allí concluía no sólo lavida de un gra n jesuíta, sino también un im portante capítulode la historia de la Compañía de Jesús y de la Iglesia en losúltimos años. Y ante la imposibilidad de hacer nada efectivo

por corregir la marcha ineluctable de la enfermedad, se meditaba, se rezaba y se le prodigaban los gestos y atencionesque pudieran darle algún alivio.

Pocas cosas podrían distraer la atención en aquella habitación de la enfermería de la Curia G eneral tal como la vio también Juan Pablo II en su visita del 27 de enero: unos sencilloscuadros de San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola y laVirgen colocados allí por expreso deseo del enfermo, un pergamino con la bendición del Papa, una guirnalda símbo lo dela buena suerte ofrecida por unos amigos japoneses, una lámina con la reproducción de un cuadro de Caravaggio acompañada de una dedicatoria escrita por manos amigas, un crucifijo y flores natur ales , que casi nunca faltaron.

Atrás habían quedado sus 27 años como misionero en elJapón, casi siempre en puestos de responsabilidad; sus 18años como Superior General de los jesuítas, o sus 15 años,coincidiendo con el generalato, al frente de la Unión de Superiores Mayores de Ordenes e Institutos Religiosos. Ahora, por

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pañía de Jesús y un factor de relativización en las caulas tensiones que se habían producido dentro de la C

ñía, y entre la Santa Sede y los jesuítas en los últimos amandato del P. Pedro Arrupe.Alain Woodrow escribió en Le Monde: «Pedro Arrupe ha

sufrido en silencio, pero su presencia muda en el corala Com pañía le ha perm itido a ésta mante ner el rumbole había fijado».

El P. Giampolo Salvini, jesuíta, director de la revista La Ci-vilta Cattdlica, en su artículo publicado en el diario vaticL'Osservatore Rom ano escribió: «Arrupe fue un misionero cluso en su largo crepúsculo. En esa enfermedad que lde la posibilidad de comunicarse como él tanto hubierado, de seguir dando pruebas de su celo y de sus car-una enfermedad vivida con serenidad y abandono manos de Dios- ha experimentado en el grado más iaquella cercanía de Cristo pobre, sin recursos, que, en rente impotencia de la cruz, realiza la salvación del m

El largo aplauso, cálido, espon táneo q ue se iba prolodo en sucesivas oleadas mientras el féretro con los resP. Arrupe era llevado a hombros hacia el exterior de la del Gesú en los funerales del 9 de febrero, dio tono denaje festivo a una ceremonia que, hasta ese momentotranscurrido dentro de una digna sobriedad y en el máfundo tono religioso.

Los jóvenes jesuítas portando a hombros los restosex-Prepósito General que ellos no llegaron a conocernalmente, constituían el símbolo visible de la continuila obra y el impu lso espiritual de Pedro A rrupe en las generaciones.

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Los confl ictos de un test igo

Juan Antonio Estrada S.J.Profesor de Teodicea en Granada

La imagen de un General silencioso, en silla de ruedas, sinpoder alguno, sancionado eclesialmcnte y con un generalatocuestionado a nivel interno y externo, permanece en la memoria de los jesuítas. Su vida en Japón, el impacto de la bom

dencia dispuso que fuera yo. Gracias al que tuvo esa idpudo haber interpretado mejor el pensamiento de este General. El que planeó esta capillita quizá no pensó eporcionar al nuevo General un sitio más cómodo, más vado para poder celebrar la Misa sin ser molestado, ptener que salir de sus habitaciones para visitar el SanSacramento. Quizá no se apercibió de que aquella estanminuta iba a ser fuente de incalculable fuerza y dinampara toda la Com pañía, lugar d e inspiración, de consuefortaleza de ¡estar ¡De que iba a ser «la estancia» de

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moria de los jesuítas. Su vida en Japón, el impacto de la bomba atómica, el Concilio Vaticano II y los cambios sociales de

los sesenta le marcaron. H abía qu e redefinir la identid ad je-suita, cambiar la orientación tradicional de la Compañía y colaborar en la transformación de la Iglesia. Las Congregaciones Generales de su generalato han sido decisivas hasta hoy.Se adelantó a su tiempo, asumió un liderazgo moral y tomóconciencia de que se pasaba de la época de cristiandad a la re-evangelización. Esto no lo aceptaron muchos eclesiásticos, incluidos algunos jesuítas. Se convirtió en un símbolo conciliary la minoría tradicional, convertida luego en mayoría eclesial,no se lo perd onó .

El problem a se agudizó po rque era un líder sin muc ha mano izquierda ni dotes para la diplomacia eclesial. Como eracreyente e ignaciano, vivió el conflicto de una fidelidad yobediencia sin vacilaciones al Papa y a la jerarquía, que culminó en el silencio de su silla de ruedas, y de una creatividadque rom pía los cauces establecidos, porqu e el Espíritu sopladonde quiere. Ambas fidelidades entraron en conflicto y locrucificaron.

C ) O R A C I Ó N / T E X TO D E A R R U P E

Mi catedral

¡Una mini-catedral : tan sólo seis por cuatro metros. Unacapillita qu e fue pr ep ara da a la mue rte del P. Jansse ns, mipredecesor, para el nu evo G eneral. . . ¡el que fuese La Provi-

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fortaleza, de ... ¡estar ¡De que iba a ser «la estancia» demás dinámico , do nde no hacien do nada se hace todo

la ociosa María que bebía las palabras del Maestro, mmás activa que Marta su hermana. Donde se cruza la mdel Maestro y la mía.. . , d ond e se aprend e tanto en sile

El General tendría siempre, cada día, al Señor paremedio, al mismo Señor que pudo entrar a través de lastas cerradas del Cenáculo, que se hizo presente en mesus discípulos, que de mod o invisible habría de estar pte en tantas conversaciones y reuniones de mi de spach

La llaman Capilla privada del General. Es catedral tuario, Tabor y Getsemaní, Belén y Gólgota, Manresa

Storta. Siempre la misma, siempre diversa. ¡Si sus ppud ieran hablar Cua tro pared es que encierran un altsagrario, un crucifijo, un icono mariano, un zabuton (cojín japonés) , un cuadro japonés, una lámpara. No se necemás . . . Eso es todo: una víctima, una mesa sacrificial, el vexi-lluin crucis, una Madre, una llama ardiente que se conslentamente iluminando y dando calor, el amor expresun par de caracteres japoneses: Dios-amor.

Expresa un programa de vida: de la vida que se coen el amor, crucificada con Jesús, acompañada de Marícida a Dios, como la Víctima qu e tod os los días se ofreara del altar.

Muchas veces durante estos tíltimos años he oído ¿Para qu é las visitas al Santísimo si Dios está en toda s tes? Mi respu esta, a veces tácita, es: «Cie rtamen te no sque dicen; no hay d ud a de qu e Dios está en todas parro V enid y ved (Jn 1,39) donde el Señor habita: ésta es su cApelo no a argumentos y discusiones, sino a la expe

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to , y de los innum erables m íos persona les, aparezco «despreciable y desecho de los hombres , varón de do lores y sabedorde dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro» (Is53,3), desean do se pue da repetir en mí lo que se dice de Cristo: «Él soportó el castigo que nos trae la paz» (Is 53,5); «fueoprim ido y El se hum illó y no abrió la boca» (ib. 7). Así, mientras oigo el gran acto penitencial de la Compañía: «hemos pecado, hem os sido perv ersos, somo s culpables» (IRe 8,47), yome siento como «aborto», indigno del nombre cié «hijo de laCompañía» (cfr. ICo 15,8-9).

resistirme ni volverme atrás; ofrezco mis espaldas a lme golpean, mis mejillas a los que mesan mi barba. Mino hurté a los insultos y salivazos» (cfr. Is 50,5-7). Pecuánta alegría leo en el Libro santo: «Si se da a sí misexpiación, verá desc endencia, alargará s us días y lo quca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas dema verá luz, se saciará. Por sus desdichas justificará mvo a m uch os y las culpas de ellos él soportará» (Is 53,1

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Compañía» (cfr. ICo 15,8 9).Esto es precisam ente lo que me permite sentir com pasión

hacia los caídos y extraviados y comprender toda la fuerza delas palabra s de la carta a los Hebreos: «pue de sentir co mpasión hacia los ignora ntes y extraviado s, por estar también élenvu elto en flaqueza. Y a causa de esta mism a flaqueza debeofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo»(Heb 5,2-3).

Cristo se hace «mediador de una nueva alianza» (Heb9,15). Yo también, unido al Corazón de Cristo y a pesar de todo, me siento mediador y comprendo lo que San Ignacio señala como prime ra función d el General de la Comp añía: «es

tar muy unido con Dios nuestro Señor, para que tanto mejorél como de fuente de todo bien impetre a todo el cuerpo de laCompañía mucha participación de sus dones y gracias y mucho valor y eficacia a todos los medios que se usaren para laayuda de las ánimas» (Const. 723). Mi posición entre Dios yla Compañía de Jesús, como sacerdote y durante la celebración del Santo Sacrificio, es la de ser «mediador entre Dios ylos hombres»: «gobernar todo el cuerpo de la Compañía.. .[lo] hará primeramente (...) con la oración asidua y deseosa,y sacrificios que impetren gracia de la conservación y aumento (. . .) y de este medio debe hacer de su parte muchocaudal y confiar mucho en el Señor nuestro, pues es eficacísimo para impetrar gracia de la su divina Majestad, de la cualprocede lo que se desea» (Const. 789-790).

El oficio de General aparece así en toda su profundidad yclara luz: «Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar... El Señor Yahveh me ha abierto el oído» (Is 50,4-5).«Sintiéndome sacerdote con el siervo de Yahveh, no quiero

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Ofertorio

Experimento el sentimiento profundo de encontrarmte el Dios arcano, Hágios Atluíuatos (santo inmortal) y desconocido (Deits absconditus) y siento que me ama como Padque vive y es fuente de toda vida presente en mí miacepta mi ofrenda.

Tomo la patena, tratando de penetrar con los ojos de y con la luz de la fe a través de la infinitud del universel corazón m ismo de la Trinidad: «Bendito seas, Señor, Duniverso, por este pan .. .». Y me viene a la memoria sneamente el antiguo texto «que yo, indigno siervo tuyoco a Ti, Dios vivo y verdad ero», y de nu evo se me presda mi indignidad: «despreciable, desecho de los homvaró n de dolores, sabed or d e dolencias» (Is 53). ¡Tú lo sdo, Señor Mientras levanto la patena , me parece que todhermanos se fijan en ella, sintiéndose presentes: «y polos que me rod ean...». La patena se dilata, van acumu len ella «los innumerables pecados y negligencias míaslos dem ás, a un a con las aspiraciones y deseos de toda lpañía. «No puedo cargar yo solo con todo este pueblo:masiado pesado para mí» (Num 11,14).

Siento como si las ma nos de todos los jesuítas del mquisieran ayudarme a sostener esta pesadísima patenasante de peca dos, pero tam bién de ilusiones, deseos, pnes. . . Me parece que el Señor me dice como a Moisésmaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré enpara que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengllevar tú solo» (N um 11,17). Y ento nces co mo si la pat

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aligerara o mis manos se robustecieran y puedo levantarlamu y alto, como p ara que esté más cerca del Señor.«Y también p or tod os los cristianos vivos y difuntos ... y p or

la salvación del mundo entero». Creo desfallecer, ante toda lamalicia hum ana y sus pecados. Es necesario que extiendas tuma no omn ipoten te: «Yo solo extend í los cielos, yo ase nté la tierra, sin ayuda alguna» (Is 44,24). Sostenido por esa mano puedo continuar: «este pan será para nosotros pan de vida».

Tomo el cáliz con el vino q ue se conve rtirá en la sangre deJesús: Bendito seas Señor Dios del universo por este vi

«vínculo de la obediencia» (Const. 659), por la que, tododos, ofrecemos el holocausto diario de nuestras vidas, «cual el hom bre todo e ntero, sin dividir nad a de sí, se ofrel fuego de la caridad a su Criador y Señor» (Carta de ¡a Obediencia, 26-3-1553; MI Ep p. IV, 669-681).

Nuestros sacrificios personales, unidos en holocaustmiliar diario, constituyen un sacrificio total, «nuestro sacio». «Dirige tu mirada sobre esta víctima... y concedcuantos compartimos este pan y este cáliz que, congregen un solo cuerpo por el Espíritu Santo seamos en C

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Jesús: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino. . . , él será para nosotros bebida de salvación». Este vino,fruto de la vid triturada en el lagar, fermentado, se convertirá en la sangre derram ada en la Cruz.

Este cáliz, símbolo del que en Getsemaní te hizo sudarsangre y que era tan amargo qu e deseaste no beberlo, dentrode poco será cáliz de tu sangre derramada por la salvacióndel m un do . En él se vierten ah ora los sufrimientos de tantosjesuitas que, triturado s a su vez, han dad o o deben dar la vida por Ti, cruenta o incruentamente, las lágrimas, los sudores.. . mezcla pestilente, que al unirse con tu sangre se harásuave, dulce y perfumada: «buen olor de Cristo» (2Co 2,15).

«Bien sabemos q ue éste es nuestro destin o.. . sufrir tribulaciones» (ITes 3,3), pero impulsados irresistiblemente por tucaridad («el amor de Cristo nos apremia»: 2Co 5,14) elegimosy pedimo s «ser recibidos debajo de tu ban dera .. . pasar o probios e injurias, por más en ellas te imitar» [EE 147]. Ciertamen te has oído n uestra oración, pu es el cáliz rebosa, pero lacaridad nos hace «sobreabundar de gozo en todas nuestrastribulaciones» (2Co 7,4); y este cáliz, hecho para nosotros«oblación y víctima de sua ve aro ma» (Ef 5,2), es aceptad o p orTi como ofrenda y sacrificio agradable (cfr. Flp 4,18) y se con

vierte para nosotros en «bebida de salvación».Así, inclinado ante el trono de la Trinidad, pu ed o decir contoda la Iglesia: «Seamos recibidos po r ti, Señor, en espíritu d ehumildad y con corazón contrito, y de tal modo se realice hoynuestro sacrificio en tu acatamiento, que te sea agradable, Señor Dios». «Nuestro sacrificio»: de Cristo, mío y de toda laCompañía, como cuerpo unido en la caridad del EspírituSanto, miembro y cabeza con Cristo (cfr. Const. 671) y con el

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en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos, en Cvíctima viva para tu alabanza» (Canon IV).

Prefacio

Del corazón mismo de la Compañía brota espontámen te aquel «en verdad es justo y necesario, es nuestro y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señodre santo, Dios todopoderoso y eterno». Nuestro cantalabanza se quiere unir al de los ángeles y formar un comon ioso, en que cada un o cante con su voz en multitudversidad de tonos, al modo de aquel coro imponente fodo por «una muchedumbre inmensa, que nadie podrá code toda nación, razas, pueblos y lenguas.. . que gritabanfuerte voz: la salvación es de nuestro Dios, que está se nten el trono, y del Cordero» (Ap 7,9-10). Nu estro canto sere unir al de la Compañía triunfante del cielo, al de todoángeles y santos: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, ade gracias, honor, pod er y fuerza a nuestro D ios po r los de los siglos» (Ap 7,12).

Siento un silencio impo nen te. «¡Silencio ante el Señorveh , po rqu e el día de Yahveh está cerca Sí, Yahveh ha prado un sacrificio, ha consagrado a los invitados» (Sof «¡Silencio, toda carne, delante de Yahveh » (Zac 2,17). «zo silencio en el cielo, como una media hora...» (Ap Guardemos, pues, en el silencio de nuestro corazón, cMaría (Le 2,51), todo lo que en «este altar sublime» (Cva a suceder: misterio de la Pascua, en la que «Cristo fumolado»; misterio de la redención del mundo; misterio

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glorificación máxima del Padre. «Y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido» (Hch 3,10).

Se acerca el momento sublime de la consagración. Unidocon todo el cuerpo de la Compañía, identificado con Cristo,teniendo en mis m ano s la hostia, pron uncio las palabras: «Esto es mi cuerpo»: mi cuerpo, el de Cristo; «éste es el cáliz demi sangre»: momento sublime que no se puede meditar sinoen silencio. Cristo convierte el pan en su cuerpo y el vino ensu sangre, pero el que pronuncia las palabras sacramentales¡soy yo Una tal identificación con El, que puedo decir: esto es

nocimiento de la verdad» (ITim 2,4), «que se forme urebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). Pero tiene otras que no son de su rebaño (cfr. ib).

Desde este altar, entre el cielo y la tierra, se ven y stienden mejor las necesidades de tantos hombres en tmundo, se entiende y se siente más profundamente aqmisión: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena a toda la creación» (Me 16,15). Me siento como lanzadsonalmente al mundo y como si conmigo toda la Comhiera enviada al mundo.

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«mi» cuerpo, pero es el cuerpo de Cristo. Todo mi interior ar

de : como si sintiera el Corazón de Cristo latir en lugar delmío, o en el mío. Como si su sangre corriera por mis venas enel mo men to de la consagración.

La separación mística sacramental del cuerpo y de la sangre de Cristo es una realidad y un símbolo, pero quien recibeel cuerpo recibe a todo Cristo, y el que recibe la sangre lo recibe todo también.

Así se realizó la salvación del mun do : encarnación, m uerte , misterio pascual, salvación: todo repetido en este instanteen mis manos: quedo «lleno de estupor», pero es verdad:«Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Me 9,23). ¡Cristo enmis man os El Cord ero que quita los pecad os del mu nd o noen el altísimo trono del Apocalipsis sino en mis manos comopan: vestido d e esas especies... ¡Creo En el instante de la consagració n se realiza la glorificación perfecta del Padr e, que seexpresará u n poco d espu és en la doxología: «Por Cristo, conEl y en El, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria».

Me detengo en este momento sublime para «discurrir porlo que se ofreciere» [EE 53]. ¿Cóm o se ve el mu nd o ciesde este altar?

¿Cómo lo ve Jesucristo? Para entenderlo, tengo que dilatarel corazón a la med ida del mu ndo . El Coraz ón de C risto es elcorazón del cuerpo de toda la Compañía, el que ha de dilatarse con Él en todo s y cada uno de nosotro s. El nue stro ha deser un corazón que abrace a todos los hombres sin excepción,como el Corazón de Cristo, que desea la salvación universal:«que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al co-

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Allí está su finalidad, su trabajo, hasta que pueda v

de nuevo a glorificar al Señor después de la gran batalel reino.Resuena en mis oídos el «yo os envío» (Jn 20,21) y e

estoy con vosotros» (Mt 28,20) que llena de toda confMi gran c om pañ ero es Cristo, que no sólo está en el altaque entra dentro de mí y me llena de su divinidad, quenvía a los que no le recibieron (cfr. Jn 1,11 . Mi respuesta nopuede ser otra que «Señor, ¿qué quieres que haga» (Hc«¿Qué debo hacer por Cristo?» [EE 53].

El cuerpo de la Compañía, al sentirse enviado y lleno

fuerza d e Dios qu e le envía, se vigoriza, se rejuvenece,que la sangre de Cristo corre por sus venas y que la pldel espíritu de Cristo lo posee y lo impulsa como un vval (cfr. Hch 2,2). ¿Quién podrá resistirla si sigue fielmetoda la misión recibida? Sabe que la definición de su vla de ser «hombres crucificados al mundo y para quiem un do está crucificado» (cfr. Gal 6,14), y que nad ie posistir «a la sabidviría y al Espíritu con que hable» (cfr6,10), «ni oponerse a su voz» (Jue 16,14).

Padre nuestro

Padre de la Compañía: todos los hijos del mismo Pdel Padre que pidió a su Hijo, cargado con la cruz en Lta, que recibiese a Ignacio como su siervo, momento en confirmó el nombre de «Compañía de Jesús». El Padretro: oración personal y comu nitaria perfecta.

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«Que estás en los cielos». El jesuíta deb e mirar s iemp re hacia arriba, donde está su Padre y su patria. Toda nuestra vidaes par a el Reino: «venga tu reino». Todos nuestro s trabajos nolograrían nada si no tenem os la ayuda divina para implan tarese Reino: por eso toda la Compañía pide con ahínco quevenga ese reino, porque sabe que de la respuesta a esa oración depen de el éxito de todas sus emp resas.

«Hágase tu voluntad». Hemos de colaborar con la voluntaddivina, para lo que es necesario conocerla. Danos el sentido delverdadero discernimiento para saber en todo momento cuál es

«Señor, no soy digno, pero d i una palab ra sola y mi será sana» (cfr. Mt 8,8), como sanaste al criado del centuLa Compañía cree que tú eres su Señor y quiere albergarjo su techo: en nuestras casas, en nuestras iglesias, en laquiere visitarte y con tribuir a tu glorificación y culto, pepecialmente desea albergarte en el corazón de cada unnosotros y en el tabernáculo de cada co mun idad, d onde sitarán y buscarán en ti la luz, el consuelo y la fuerza cumplir con la misión que Tvi les has dado.

Entra Señor bajo el techo de la Com pañía Te necesita

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ve dade o d sce e to pa a sabe e todo o e to cuá estu voluntad. No dejes de iluminarnos para conocerla y de fortalecernos para poder ponerla en ejecución. Ejecutar tu voluntad es todo lo que quiere la Co mp añía, tu volun tad manifiestade tantos modos, pero de un modo específico por medio de laobediencia. Gran de, inmen sa respo nsabilidad la mía, al ser Superior General de la Com pañía, al que se da toda au toridad «adaedificationem». Hág ase tu voluntad: que yo nunc a sea obstáculo ni llegue a desfigurar, alterar o equivocar tu volunta d p ara laCompañía. Sería doloroso pensar en esa posibilidad: «nuncapermitas que me separe de ti» (oración antes de la comunión),«haz que yo me aferré a tus man datos» (ib.). ¡Es un a g racia quesiento necesaria Por eso, inclinado ante la patena qu e contienetu Cuerpo, repito una y otra vez esa oración: mil veces morirantes que separarme de Ti. «Por Yahveh y por tu vida, rey, miseñor, que donde el rey, mi señor, esté muerto o vivo, allí estarátu siervo» (2Sam 15,21).

«Ecce Agnus Dei»

Con los ojos fijos en la hostia consagrada, mientras la presento al Herm ano, que me aco mpaña y que ocupa el lugar de

todos los jesuítas. Como los discípulos que vieron a Jesúsmien tras se lo mo straba Juan Bautista. Allí veían un h om bre ...,aquí vemos solamente un trozo de pan. Un acto de fe verdadera: creer contra lo que se ve; el acto de fe en la Eucaristía: «esduro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?» (Jn 6,60).

N o, Señor, no es duro creer este misterio eucarístico; esmás bien motivo de inmenso gozo: «Señor, ¿adonde vamos air? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

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Entra, Señor, bajo el techo de la Com pañía . Te necesitahay ta ntas crisis de fe, tantas interpreta ciones sofisticadaapariencia de científicamente teológicas... Se llega hasdesprecio de la pieda d, conside rando esas manifestacionuna fe sólida e ignaciana como ñoñ erías antiguas, devocsupersticiosas. «Y mi alma quedará sana». Señor, no perque la Com pañía ceda en este pun to y degenere de lo quSan Ignacio y deseó fuese la Compañía.

Mirando de hito en hito esa hostia blanca, caigo de rllas, y conmigo los 27.000 jesuítas, diciendo como Santomás desde el fondo del alma y con fe inquebrantable: «Smío y Dios mío» (Jn 20,28).

El cuerpo de Cristo m e guarde para la vida eterna

Señor, custodia a toda la Compañ ía, custodíame a mí cialmente, ya que me ha s dad o este encargo de tanta ressabilidad. Comunión comunitaria: identificación con CrAlimento que no es transformado, sino que transforma. Cpo de la Compañía cristificada: todos unidos y convertidun mism o Cristo: ¡qué ma yo r «unión de corazones» «Pala vida es Cristo» (Flp 1,21) ahora más que nunca. ¡Quépodríamos aplicar aquí las palabras de Nadal : «Acepta ycita con diligencia la unión con que te favorece el EspíritSeñor respecto a Cristo y a sus potencias, de mo do q ue lla percibir espiritualmente que tú entiendes por su entemiento, quieres por su volun tad, recuerdas por su memoque tú todo entero, tu existencia, tu vida y tus obras se rzan, no e n ti, sino en Cristo. Esta es la perfección sum a d

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vida, fuerza divina, suavidad admirable» (Nadal, Jerónimo:Oration is O bservacione s, n°. 308, p. 122).

Así identificada la Compañía y cada uno de nosotros conCristo, nuestro trabajo apostólico y la ayuda a las almas serámá s eficaz: nue stras pala bras será n las de Cristo, que conoce encada mom ento la palabra que conviene, nuestros planes y modo de apostolado será precisamente los que el Señor nos inspire , con lo que siempre contaremos con su eficacia... Una Compañía de Jesús verdad eram ente de Jesús, identificada con Él...

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«Bettedictio Dei Om nipotentis»

Qué consuelo y emoción la de sentirme identificado conCristo y dar la bendición, su bendición, a la Compañía universal, una bend ición q ue será eficaz. A vosotros, op erarios,repartidos por todo el mundo, en medio de tantas dificultades; a vosotros, los que estáis atados por la enfermedad al lecho del dolor y ofrecéis vuestra oración y sufrimientos por lasalmas y la Compañía; a vosotros, superiores, que tenéis unaresponsabilidad tan pesada y un cometido tan difícil en losdías de hoy; a vosotros, los formadores, que estáis mo delando la Compañía del mañana; a vosotros, hermanos coadjutores, que en un momento tan decisivo de nuestra historia estáis atravesando una tan profunda transformación y que contan gran empeño y devoción estáis sirviendo a la Iglesia en laCo mpa ñía d e un m odo a veces tan oscuro y tan callado; a vosotros, jóvenes escolares y novicios, en quiene s la C omp añíatiene pue sta su e speranz a, pues os necesita, y que debéis serhombres completamente dedicados a la Iglesia y a las almasen la Compañía e imbuidos del espíritu de Ignacio del modomás perfecto posible; a vosotros, muy especialmente, los que

vivís en países privados de la verdadera libertad y que debéissentir que la Compañía está muy cerca de vosotros y estimavuestra vida difícil; a todos, hasta el último rincón del mu ndo, hasta la habitación más oculta, os bendiga Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La Misa ha terminado. Id y encended el mundo.

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ULTIMA MEMORIA

TESTAMENTO CREYENTE

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TESTAMENTO CREYENTEDEL R ARRUPE

Meses antes de q ue el Padre A rrup e se sumiera en lacuridades de la inconsciencia, siempre con misteriososmentos de lucidez, Pedro Miguel Lamet pasó una tempda en la Curia Gcneralicia de la Compañía cié Jesús,Roma, dedicado a conversar con el enfermo. Día tras redactaba, con la mayor precisión posible, las palabras zadas con el Padre Arrupe, además de unos certeros mentarios relativos al momento del enfermo, a la natuza de la materia tratada y, en fin, a relaciones con demina dos aspectos d el contexto hum an o, eclesial y jesuícuanto acababa sobre el tapete. Algunos momentos dediario de las conversaciones entre el entonces joven Lay el anciano Arrupe están publicados en la biografía yatada. Ahora, sin embargo, ofrecemos el conjunto del mrial como «última memoria» del Padre Arrupe: así tradamos a los lectores, como quien entrega algo sagrado

que pensamos constituye «el testamento creyente» delfermo romano.Comprenderá quien haya llegado hasta aquí la esmer

relación entre las tres partes de la obra: lo interior justifiexterior, y todo ello alcanza su eclosión en este testimoniocinante de un hombre, humanismo creyente, que conteminterioridad y exterioridad propias desde la atalaya mist

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sa del dolor inquietante e impotente y, sobre tocio, desde lainvasora experiencia pascual.

«Entre vosotros tened la m isma actitud de Cristo Jesús: El a pesarde su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; alcontrario, se despojó de su rango y tomó ¡a condición de esclavo,liaciéndose u no de tantos. Así, presentándose como simple hombre,se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por esoDios lo levantó sobre todo y le concedió el título que sobrepasa

C O N F I D E N C I A S D E U N E N F E R MLas últimas declaraciones de Pedro Arr

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todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble-en el cielo, en la tierra, en el abismo- y tod a boca proclame queJesucristo es Señor para gloria de Dios» (Flp 2,5-11)

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Las últimas declaraciones de Pedro Arr

Pedro Miquel Lamet SJ.Escritor y periodista

Norberto Alcover, editor de este libro, me pide un rede Pedro A rrupe en sus tiltimos tiempos, cuando, reducvacío, sufría con paciencia heroica sus nueve años de

bosis en la enfermería de Borgo Santo Spirito y los entdelegad os papales en la Com pañía, padres Dezza y Pittaautorizaron a entrevistarle dura nte casi veinte días parabar su s víltimas declara ciones de cara a la biografía q ue ba entre manos.

Pue do decir que difícilmente tendré u na experiencia ritual, en contacto con un ho mb re santo, tan profunda ycionante como aqu élla en toda mi vida. A Pedro A rrupehabía para do el reloj como en Hiroshima. La apretada ade un g eneral activo, emp rend edo r y viajero, se había re

do al silencio y la postración de un hombre roto por la me dad , mu erto en vida. Todo se reducía a la pared blansu cua rto y a un silencio qu e le abría ya el agujero d e esra perenne con que definimos la eternidad.

Pedro A rrupe está de espalda s a la ventana, de espa ldsol que juega con la vegetación del jardín de la Curia. Squedado esquelético, transparente, más parecido aún

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mascarilla de Ignacio de Loyola. Su piel fina ha adquirido un

color entre rosa pálido y violeta, y sus párpados se han pronunciado más, como si le protegieran del mundo y le volcaran todo a su recinto interior. La trombosis le ha paralizado ellado derecho y le ha dejado una pequeña mueca en el labio,que no le desfigura demasiado. Está hemipléjico, postrado,pero no derrotado. Cualquiera puede percibir el fuste quedesd e dentro le mantien e en vigilia constante y aquella aurao magnetismo, el resplandor que le caracterizaba, la extrañaenergía de un hom bre en constante presencia de Dios.

Día 11 de julio: E s muy difícil

Dulce, delgado, en paz, pero muy atravesado p or el del Padre Arrupe que me recibe es él mismo. Hay una seluz en sus ojos, una fuerza de líder en su personalidad.que siempre le han caracterizado.

Pero su dificultad de expresión es seria. Por el momsólo consigo captar el 30 ó 40 por ciento de lo que me hHay, sin embargo, una mayor comunicación, como de oafectivo, que se transparenta a través de su lúcida dignde hombre que está por encima.

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Debilitado y solo, pero al mismo tiempo fuerte y viril ,siempre besaba la mano de los que intentábamos besársela.El enfermero lo manejaba a su antojo y él sonreía con mediaboca, como si estuviera más allá de todo. Al mismo tiempoes un hombre que sufre, que lucha con la depresión que conlleva toda enfermedad. Pero creo que mejor que todas misciescripciones, siem pre en carceladas por la limitación de laspalabras, es preferible que le deje hablar. Durante aquellosdías inolvidables tuve la precaución de llevar un diario personal. Quizás no es todavía el momento de copiarlo íntegramente para provecho de los lectores. Pero la transcripciónde la sustancia de sus confidencias de entonces refleja mejorla imagen de aquel hombre de Dios reducido a la kenosis dela humillación y aislamiento que suponía ser desautorizadopor opciones que realizó proféticamente desde el amor, laentrega y la clarividencia.

Aunque publiqué algunos de estos párrafos en la revistaMensajero, después cié su muerte, el texto íntegro de mi diario, que transcribo a continuación, es inédito. Algunos datosson conocidos y los aproveché, como es lógico, en mi relato

cronológico del libro. Pero son el clima de aque l mom ento ylas reacciones de don Pedro los que le dan su verdadero valor. Como si una cámara cinematográfica hubiera irrumpidode pron to en aque l misterioso cuarto de enfermería y nos lomostrara vivo, como realmente, según nos enseña la fe en laresurrección, sigue ahora, transmitiendo optimismo y esperanza, entre nosotros.

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q pDurante esta mañana me habla:1. De un a luz que recibió mien tras estudiab a Filosofí

Oña. Dormido, de noche, escuchó una voz que le cía: «Lo verás todo nuevo». Y vio, mientras caminabapor un corredor, el mundo completamente nuevo. cuando escribió al General de los jesuítas: «E l Señor meha dado una luz limpia». No podía dudarlo; aquello erade Dios. También en Oña oyó una voz interior qudecía: «Serás el primero». Sólo después de los años logró entenderlo.

2. De su situación actual. Le digo que Dios le ama cho, que le ha en viado también, en el último tramosu vida, un calvario.—Sí -me responde-, pero es muy difícil, muy difíc

3. Le sugiero que es impo rtante que recuerde su infancjuve ntud. Entonces, con dificultad, me señala su s libTiene como una fijación en lo que ha dejado escrito

Día 12 de julio: Has ganado otra madre

Tras una conversación con el padre O'Keefe, que me ca los principales motivos de sufrimiento del Padre Arrmientras le hacen fotos para París-Match frente a una imagen de Chaplin en El chico, me encuen tro con un Arru pemás con tento. Se diría que los recuerd os de la juve ntudha estado acariciando para preparar la entrevista, le alegría.

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Su dicción sigue siendo difícil, con pequeñ os perio dos de

claridad. Pero, en cambio, me entiende m uy bien. Sonríe m ucho y se emociona. La entrevista dura más de una hora.Me habla de su padre , un hom bre buen o. Eran cinco hijos,

cuatro hermanas y él. Con mucha formación y muy amigosde los jesuítas. Lo recuerda con ternura. Evoca cómo le dioejemplo por su devoción al Corazón de Jesucristo. Muriócuando Pedro tenía 18 años. Recuerda muy especialmentecuan do su pad re le llevó, a los dos años, a consagrarle al Corazón de Jesús.

Su madre , Dolores, mu rió cu ando él tenía 10 años.

Día 13 de julio: P erico, tu irás al Japón

Hoy noto que el Padre Arrupe está muy conmocionadsensible. Me doy cuenta de que se encuentra a gusto contos ratos de charla, recordando viejos tiempos. Pero la exsión es un tremen do esfuerzo para él. De mod o que agracuando le voy contando su vida partiendo de datos condos, para que descanse. Entonces sonríe y exclama muy cl

—Muy bien, muy bien.Rememoramos su primera vocación al Japón. En Loyo

padre Ibero juega a profeta y le dice: «Perico, tú irás al Ja

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, ,El Padre Arrup e no pued e olvidar aquel mom ento, cuan

do su pa dre se le acercó y con lág rima s en los ojos le dijo:—Pedro, has perdido una madre santa. Pero has ganado

otra en el cielo. La Virgen cuidará de ti.Tras los estudios con los escolapios, marcha a Madrid para

cursar la carrera de Medicina. Por entonces muere su padre .Me dice:—Mi vocación en la Compañía fue una gracia especial ob

tenida por mi padre. El viaje a Lourdes fue decisivo para mí.Pude presenciar un milagro y examinar el caso como estudiante de Medicina.

Por entonces, echaba una mano en los suburbios de Madrid.—Al cuarto año de estudios m e sentí otro, completam ente

nuevo.Entonces, el padre Laburu, el famoso predicador y confe

renciante, le dijo: «Ya hace mucho que debías estar en laCompañía».

En aquel momento al Padre Arrupe se le saltan las lágrimas. Parece que está viendo la escena...

—Fue como una revolución. Me presenté en Bilbao y, a lasdiez de la noche, se lo solté a mis hermanas. Ellas me pre

guntaron asombradas:—¿Y tu carrera?—N o os preocupéis -les resp ond í-. I la sido una gracia ob

tenida por la muerte de papá.Comentamos sus seis años en Loyola y algunas anécdotas

del noviciado. Veo con satisfacción que estas conversacionesle animan.

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p j g p yAquél sería el estribillo que le acompañara durante diez a«Perico, tú irás al Japón». Después, vendrían los estudiomo ral médica en Valkenb urg y la Tercera Probación (año dpiritualid ad que d edica n los jesuítas a la reflexión tras su carrera) en Cleveland (EEUU), donde encargó al padre tructor, que iba a Ro ma, que llevara su carta pid iend o al Gral de la Orden ser des tinado al Japón. Reco rdamo s sus neante aquel sobre de respu esta, cuan do el P. Mc Me nnan y jo al regreso de Roma entregándole una carta:

—P eter You are a very im por tant pe rson . A letter fromGeneral for you. (¡Pedro Eres una persona muy importTienes una carta del Padre General para ti).

Sonríe, record ando los nervios de la víspera y cómo rtemblando aquel sobre. Me habla, como puede, del entumo de ir al Japón y de la carta.

Entonces le pregunto:—En todos sus escritos no he encontrado nada sobre

primera misa, ¿por qué?Se queda miránd ome impresionado. Adivino que hay

faceta imp ortante q ue por pu dor h a callado hasta ahora. que se da cuenta de que no tendrá muchas más oportun

des de hablar.—Muy importante -responde-. Muy importante. Por tonces decía misas de dos, tres y hasta cuatro horas de dción. Desde las cinco de la mañ ana me iba al coro de la iga oír también las de los demás. Para mí la misa y la oraestaban unidas, siempre han sido una misma cosa.

Luego exclama:

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cartas en diversas lenguas escritas por misioneros y lo toma

ron por un espía extranjero. Lo llevaron a una típica prisiónjaponesa, entre cuatro cortinas de bambú , sin un mueb le.—Fue muy bonito —me dice con la mirada perdida y so

ñadora—. Estaba en total aislamiento y con la aprensión deno saber qué ocurriría. Al principio los carceleros me creíanpeligroso. Luego, poco a poco, evolucionaron y se iban haciendo amigos. Lo más impresion ante fue la Noch ebuen a. Yohabía perdido noción de las fechas. De pronto, sentí que de lacalle venía una oleada de villancicos. Eran los cristianos demi parroquia, que me felicitaban así las pascuas. Me hacían

cia militar y cuatrocientos mil habitantes. Diariamenteun avión correo norteamericano, un B-29 que cruzabacinco de la mañana. No producía alarma, porque pabombardeo se esperaban flotillas enteras. Pero llegó eagosto de 1945. Eran las 8,15 de la mañana. Fue como racán. La fuerza de la onda explosiva se llevó las pueventanas e incluso un jesuíta alemán de noventa kiloproyectad o des de un a ventana al pasillo. (El Padre A rrdescribe con gestos mu y expresivos e impresionado ). dujo el pika-don (fogonazo y ruido). Subimos al montícdesde d ond e se ve Hiroshima. La ciudad estaba arrasa

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largos interrogatorios. Los soldados se acercaban má s y má sal «espía». Uno debió de ver algo en mí porque leía las cartasde su novia y me consultaba si le convenía casarse con aquella chica. Otro se me acercaba y me preguntaba de repente:«¿Qué es ser bueno?». O el jefe, muy estirado al principio para hacerse el importante y que luego declaró a mi favor en eljuicio y que ocho años despué s murió enc ontrand o la verdad.Fue muy bonito, muy bonito.

—¿Cómo son los japoneses, Padre Arrupe?—Ah, mire, los japoneses ven a la persona concreta más

que a las teorías. Lo que imp orta es que saben «ése es un am igo». Y el «no sé» con humildad del Dios que actúa.

—¿Qué ha quedado de aquella vivencia de Japón para suoración? ¿Oración activa? ¿Oración pasiva?

—Todo, todo -responde.Se diría que la oración del Padre Arrupe es cósmica y no

tiene delimitaciones concretas. Es la oración de un hombreiluminado. Me reconoce que la práctica del Zen y otras disciplinas japonesas le han ayudado muchísimo para distanciarse de los problem as im portantes que ha tenido en el gobiernode la Com pañía de Jesús.

—M uchísimo, muchísim o. Se trata de conseguir una fuerza interior, un autodominio que cuesta horas y horas de ejercicio. Es muy bonito.

Luego, comenz amo s a hablar de Hiroshima y su experiencia con tada en el libro Yo viví la bomba atómica.

—El noviciado estaba a seis o siete kilómetros de la ciudad. Yo era maestro de novicios. Hiroshima tenía importan-

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desde d ond e se ve Hiroshima. La ciudad estaba arrasa

lo quedaba un edificio de piedra de tres pisos. Empezllegar enseguida personas arrastrándose, entre elloschachas con el rostro destro zado.

Fue entonces cuando el Padre Arrupe improvisó unpital en el noviciado y tuvo la intuición médica de cursobrealimentación para que el propio organismo realizautocuración. Albergaron más de 150 heridos quemaaquejados de anemia y leucemia por efectos de la bom

—U tilizábamos baldes y cubos pa ra recoger el aguaampollas. Me impresionó el control absoluto que tienjapone ses ante el dolor. Yo agu anté se reno varios días smir. Pero, pasados los años, dando una conferencia elombia y mientras se proyectaba una película sobre Hma tuve que salirme. Sin las defensas del mom ento, noaguan tar volver a ver aquello.

De pronto se para y exclama:—Perdóneme. No puedo expresarme mejor.Le digo que cuando se emociona con algo habla m

mejor y le hago caer en la cuenta de que ha conseguidalgún nombre propio.

IToy ha reído mucho recordando el episodio de unacleta que estaba sin llantas y él improvisó unas, poniuna manguera. O cuando le digo que siempre se ha ledo como las gallinas. Ya había dicho misa cuando estbomba atómica. Al salir, me indica que tome un caramun cestillo que hay al lado de la puerta. Con los dedos do me dice:

—No uno, tome dos.

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Día 16 de julio: Todo lo veo claro

Cuando entro en su cuarto, encuentro al Padre Arrupe unpoco alicaído, pero poco a poco se va entusiasmando con elrelato y me hace partícipe de algun os datos impresion antes.

Comencé, como de costumbre, a recorrer algunos puntosde sus memorias. Volvemos a la bomba atómica, la lluvia ulterior, provocada por la condensación, el rescate del P. Schif-fer entre los escombros de Hiroshima, los sacos de ácido bórico que tuvo la fortuna de encontrar para curar a susheridos, aquel matrimonio joven que le quedó eternamente

—Ahora veo un mundo nuevo. Sólo servir a Dios.por el Señor.—¿Y antes, Padre? ¿También veía las cosas claras?—Sí, he visto las cosas muy claras.Con mucho esfuerzo me habla de un jesuíta confiden

yo, para que le pregunte. Luego, refiriéndose a los úlaños, reafirma:

—Pero hemos sufrido mucho.Hablamos de su reciente marginación y de algunas

cultades con la Santa Sede. Reacciona con una gran de

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agradecido, Nakamarúa San, las personas que estaban aparentemente bien y se abrasaban por dentro.Muy expresivamente me da cuenta de su sentimiento an

te el dolor. Cuenta cómo el P. Schiffer tenía la espalda concuarenta fragmentos de cristal clavados. Se emociona muc hocon el caso del joven matrimonio:

—Y aquel hombre, en medio de su terrible dolor, no decíanada . Yo tampo co le decía, sólo le curaba. Era emo cionantever a su joven esposa, que lo había traído arrastra ndo , siempre a su lado. A los ocho meses, se iban curados y pidiendo elbau tism o. Felices. ¡Qué bon ito Lo de la bo mb a fue algo increíble, único.

Recuerda también su dolor ante Nakamura San, a quienconocía y quería, y tuvo que ver morir sin remedio. Pero sunoche oscura actual vuelve una y otra vez.

—Aquí solo, con Dios, solo, solo... Todo roto, todo inútil.Le digo, le juro, que él es un profeta de estos tiem pos y que

somos muchos los que le admiramos en todo el mundo. Sonríe. Se le ve desprendido, en paz y sufriendo. Y me dice:

—Lo veo todo claro.—Pero ¿cómo, Padre, ahora?—Sí, ahora. Lo veo todo claro.—¿Ha tenido una luz aquí, durante su enfermedad?—Sí, claro, muy claro -dice sonriendo.Su cabeza está completamente bien. Entiende todo, pero

sufre por no poder expresarse. Ofrece a Dios, por la Compañía de Jesús, su sufrimiento.

Y añade:

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za, aceptando a dm irablem ente, sin el men or rencor, pemen te compa tible con su sufrimiento. Ante estas palabpu edo d ud ar qu e es un santo. Líablo con un hom bre ildo que vive su etapa final, su última purificación, su ca

—¿Sabe? -me dice-, los que entonces no me compry estaban en contra de mí, vienen ahora a visitarme mupáticos. (Insiste en lo de muy simpáticos). Pero yo sé tamente lo que piensan.

Le digo:—Hoy ya ha sido una conversación muy importante

está actuando.—Yo hablo siem pre con todos.Le dejo en la soledad de homb re ilum inado.

Día 17 de julio: Con la mano puesta en el pecho

Hoy domingo, visto el interés de tratar temas de suralato, cambio de tercio y salto a su etapa en que es ndo General de los jesuítas. Al principio me pide un blescribir, en el que traza un a serie de fechas claves.

El 22 de mayo de 1965 es elegido General por 218tas, representantes de toda la Orden, entonces con 3miembros, procedentes de 90 países, al tercer escrutlos votos.

—Yo no lo podía imaginar. Pero un jesuíta español tuvo en China (se refiere al P Oñate) corrió mi candiEn Japón había vivido un universo en pequeño. Quizeso me eligieron.

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Hablamos de los puntos esenciales de su discurso: másuniversal, más divino. Universalidad y unidad. Problemasque plantea el mundo de hoy y sus soluciones, así como susprimeras cartas. Sobre todo, la famosa carta del discernimiento. Añade:

— Hoy esto ya es viejo. Se trata de algo ya ace ptado. Entonces costó comprender el discernimiento comunitario. Pero noera otra cosa que la aplicación de nues tra espiritualidad al mu ndo d e hoy. Pensar lo que h aría San Ignacio en la actualidad.

Después conversamos de los ministerios preferentes. Aeste propós ito, con esa fuerza q ue le caracteriza, señala los

—Padre Arrupe, ¿era ya la opción por la fe y la justi

—Sí y no. Estaba aún indefinido. Estaba aún en ciernY añade con una gran intensidad:—¡Fue una cosa preciosa—Supongo que los orígenes de todo eso estarían

Concilio. Usted, Pad re Arr upe , intervino en la última con Pablo VI, y habló sobre el diálogo con el mundo, ¿

—Sí, y algunos padres conciliares decían: «¡Qué tontePero yo me sentía m uy b ien. Yo sabía: ¡Es Dios Aho ra,de la inculturación, todos están de acuerdo.

—O tros, Padre , no estaban de ac uerdo con su estilo bi d l j í D í d b d

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p p q

que a su juicio son los preferentes de ahora m ismo , de estosmomentos:—Primero, los refugiados. Hay miles de millones por to

das partes. Ya hay jesuítas destinados para ocuparse de ellos.Pero hace falta destinar más (recordemos que el P Arrupe,cuando quiso dimitir y el Papa no aceptó su dimisión, teníaprevisto irse a trabajar con los refugiados de Vietnam). Y segundo, la droga.

Fue increíble cómo el Padre Arru pe consiguió comunicarme esta expresión, supuesto que no puede pronunciar nombres propios. Hacía como que fumaba y echaba humo y después dejaba caer la cabeza.

A continuación me hace una gran confidencia que consigue fijar en 1973.

—Fue al terminar ese año. Sentí que a partir de entoncescomenzaba algo comp letamente nue vo. Estaba seguro. No tenía la más mínima duda cié que empezaba una etapa que seiba a caracterizar por un nuevo valor. ¡Qué cosa tan bonita,padre

El P. Arrupe se pone la mano en el pecho y sonríe, comosintiendo un intenso placer espiritual y perdiend o su m iradamás allá, desde una tremenda certeza interior.—íbamos a empezar algo con grandes consecuencias parala Iglesia y la Co mp añía . Se lo dije a los ochenta pro cur ado resreunidos en Roma. Y todos aceptaron la convocatoria de laCongregación G eneral. Había que prepararla en un año y medio. Los «hom bres» (utiliza esta palabra para referirse a los jesuítas) tenían que come nzar algo nuev o.

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bierno de los jesuítas. Decían que usted respetaba dema las personas . Que era débil en el man do.

—Yo no pue do m and ar m ás que de vina manera. No storitario. Yo les explicaba to do y que lu ego ellos d ecidie

—Volvamos al tema de la justicia...—Sí, se fue desarrollando hasta llegar al Decreto IV

Congregación General. Hoy hay ya estudios magníficola relación de la fe y la justicia.

—Pero muchos le han acusado de marxista.Arrupe se ríe encantadoramente.—Floy hay muchos que han dado su vida por esa d

sión de la fe. Hay mu chos nuev os má rtires jesuítas, comtilio Grande, como...—Monseñor Romero. ¿Lo conoció?—Sí, muy amigo mío. Se convirtió gracias al ejempl

padre Grande.—Padre, cuando usted está convencido de algo, tie

gran poder de arrastre.—Sí, es verdad.Y lo dice con una hu mild ad, que es la verdad inalterDu ran te la conve rsación le visitó una japonesa cristia

entendió perfectamente el japonés, pero como ya no hablarlo, le serví de intérprete en inglés. Cuando va a bla mano, Arrupe le besa la suya y le da un regalo.

Al hablar del Concilio, de los Sínodos, de su trementividad apostólica, recuerda una vez más:

—Ahora nada. Estoy todo roto.Me pid e qu e nos veam os má s. Pero yo no quisiera ca

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Día 18 de julio: El «mag is» ignaciano

Antes de dirigirme a la habitación de la enfermería don de seencuentra el Padre Arrupe, me encuentro con el padre Pittau,coadjutor del delegado impuesto por el Papa a la Compañía,quien me dice: «No sabe cuánto está ayudando al Padre Arrupe con sus charlas. Está much o más an imad o. Much as gracias».Se confirma pu es la tesis de qu e estas conversaciones, al rememo rar su intensa vida, le están sirviendo com o de terapia.

Nuestro encuentro de hoy gira en torno al gobierno habitual de la Comp añía u na vez elegido Gen eral.

Día 18 de julio (tarde): La Unión de los religiosos

Reanimado, el Padre Arrupe me había pedido que fuvisitarle por la tarde, porque no tenía «clase». Como upequ eño , está apren dien do a leer y escribir con una pra especializada.

—¿Qué recuerda de los diecisiete años en que ha sidterrumpidamente reelegido presidente de la Unión deriores Mayores?

—Hemos hecho muchas cosas juntos hasta el año pHa sido una labor de gran importancia. Liemos prese

i d t t ñ d bi A

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—U sted inau guró un nu evo estilo. En vez de recibir a sussubditos detrás de la mesa, instaló un tresillo para sentarse asu nivel.

—Sí, era mucho mejor así. Pensé que debía llevar a caboun gobierno personal. El superior debe saber, debe conocer alsubdito. P ara lo cual lo má s imp ortante es el diálogo. El camino de cada uno es muy diverso. Cada persona es un problema, con el que a primera vista no querem os enfrentarnos.La relación superior-subdito es un proceso que poco a pocova arrojando luz.

Hablamos de la etapa de pérdida de vocaciones, que lentamente va remontándose. De las pequeñas comunidades,que en su opinión deben ser plurales y no de una mismaedad, y de la nueva búsqueda de oración.

—La oración es el camin o para enco ntrar las verd ade s dela propia vida.

—¿Cómo encontrar la unidad entre tantos caminos personales?

—A mí las reacciones me daban igual -dice sonriendo-.Yo me hacía aconsejar mucho. Y cuando veía algo claro actuaba sin miedo. Los colegios son muy importantes, especialmente en el Tercer Mundo, donde tienen un efecto multiplicador.

Terminamos la charla hablando del «magis» ignaciano:«los que más se quie ran afectar».

—¿Por qué el «magis» es su término preferido?—Porque allí está todo, todo.

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casos preciosos durante estos años de cambio. A pesardificultades, la vida religiosa ha ido cuajando . El Card eronio ha trabajado muy bien, estrechamente unido a noTeníamos una gran conciencia de compartir. Nos reuncada seis meses, estudiábamos un problema y nos volvíreunir con el consejo del cardenal. Hay gente buenísimlos superiores mayo res. Lo más im portante es que la ación está ya hecha. Eran reunio nes magníficas.

—¿Y el Papa actual?—Yo creo que no ha tenido mucha experiencia de lo

la vida religiosa.. . Es admirable cómo se ha orientadejemplo, la vida religiosa en América Latina.

Para indicarme Centroamérica, como no puede prciar el nombre, me dibuja con su mano temblorosa el m

—¿Y el problem a d e los ministros-sacerdotes de Nica—Una cuestión muy difícil.—Ilábleme del Opus Dei.El Padre Arrupe se ríe.—Siempre me he llevado muy bien con Mons. Esc

con Portillo. Este último me ha escrito y ha venido a Con Escrivá tuve d iversos encuentros. Al principio no

decirme n ada. P ero yo le pregu ntaba, insistía.—¿Fueron encuentros profundos?—Sí, fueron profund os.—Se dice que una vez no le recibió.—No sé, no recuerdo. Una vez me dijo que él creía q

co a poco irían pasando las dificultades actuales. Ahorque estamos en un mejor momento.

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—¿Qué piensa de la prelatura personal?

—Es algo nue vo. Pero no es lo que preten dían en u n principio. Creo que viene a ser equivalente a la «exención» de lasórde nes religiosas. Lo que no acabo d e saber es el control queel Opus puede tener sobre sus 80.000 subditos.

Día 19: ¿Mi hobby? Tratar con la gente

Hoy le preg unto po r un día norm al de trabajo como G eneral. Y con much o esfuerzo me da su jornada co mpleta, que noincluyo aquí para no cansar al lector. Basten estos datos sig

Veo que me mira la correa del reloj y me dice:

—Tiene que comprarse otra.

Día 20 de julio: Busc ar la paz-

Durante nuestras entrevistas, nos interrumpe concuencia el enfermero, el hermano Bandera un malagque hace una divertida mezcla del italiano y el andalque está entregad o no sólo al servicio del Padre A rrapde otros ancianos jesuítas. Arrup e ríe de las ocurrencienfermero, quien lleva un diario descie que atiende al

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nificativos: se levantaba a las cuatro de la mañana y hacía suoración en su capillita particular. A las seis de la mañana celebraba la misa. Me dice:

—¡PreciosoEl resto del día estaba consagrado al estudio y al trato con

sus colaboradores para resolver los problemas.—¡Hemos hablado tantoSiempre sentaba a su mesa a invitados e iba a tomar el ca

fé con la comunidad.—Mi distribución era muy diversa de la del padre Jans-

sens. Venían a verme personas de todas partes del mundo.También venían monseñores romanos. Pero, para mí, lo másimportante era dar mi tiempo a los jesuítas.

—¿No tenía usted un Iiobby para descansar?— Mi hobby era tratar con los hombres.—Se nota que usted estudió Psicología y que conoce mu y

bien el corazón humano.Arrape sonríe con ganas.Después de ser nombrado General, el Padre Arrape se de

dica a visitar los países menos conocidos por él. Pues comoprovincial de Japón ya había recorrido medio m und o. Queríagobernar desde el trato personal y el conocimiento de los problemas «in situ», completando la visión general que llegaba aRoma. Se interesa también especialmente por América Latina.

—¿Y España?—Sólo hice a Esp aña viaje y me dio. La conocía y no quería

privilegiarla como español.

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, q qenfermo.—¿Qvié piensa, Padre Arrupe, de la situación de la Ien América Latina?

—Yo la conocía bastante bien, desde los años cuarcuando iba por allí, sobre todo a México, dando conferPero es un tema mu y am plio y complejo. Junto a probledificultades hay cosas magníficas. Por ejemplo, «Fe ygría» (y me recuerda la importancia de las escuelas pronales tamb ién en Espa ña, do nde los jesuítas educ an a much achos de clase obrera).

—¿Qué piensa de la opción política de los jesuitas?—No se puede hacer un juicio global. Todo depende da opción concreta. En mis cartas y discursos lo he mamucho. Es un asunto muy delicado.

—¿C ree justificable la violencia en alg ún caso?—Sólo en casos extremos. Pero la misión del jesuíta

contrar la paz, suavizando aristas con un diálogo constm—Y Medellín, ¿qué significó?—M edellín hizo mucho b ien. Tuvo más fuerza y valo

fético que Puebla. A partir de allí se consiguieron much

sas positivas.—En Puebla tuvo usted una famosa rueda de prensalas acusaciones de un famoso carden al dejadas por deen un cásete que le dio a un periodista. ¿Por qué no se dió entonces?

—Me defendió el Cardenal Pironio. Yo no quise hamás mínima referencia al incidente, cuando me acribi

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los periodistas a preg untas . Fue un gran m om ento .. . S iempre

me he llevado bien con todos. Había una gran armo nía, sobretodo en la Unión de Superiores M ayores.—R ecordemos algunas personas concretas. Hélder C ámara.—Me llevaba muy bien con él. En Medellín andábamos

siempre juntos.—Méndez Arceo.—M uy bue no, a su estilo. Siempre con dificultades.El Padre Arrupe quiere recordar otros nombres, pero es

inútil. No pue de pron unciarlos y a veces tenemos que jugar alas adivinanzas.

mulación según el país y la cultura. Por ejemplo, en Ja

evangelización se lleva a cabo uno po r uno. En la Indichos jesuítas trabajan en la frontera de la inculturación—¿Y China?—A h, todavía imp enetrable. Lo que se hizo y lo que

ce es aún insignificante.—Usted viajó a Rusia, ¿no?—Sí, estuve tres veces. Pero mi actuación tuvo que

mu y sencilla, de pur a presencia.—Pero por entonces no faltaron quienes opinaban q

ted llevaba una misión secreta del Vaticano; como «eafirmó incluso alg ún p eriódico

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Por la tarde soy invitado a una concelebración con un grupo de japoneses en una capilla pequeña. Tras sus ojillos y caras de niño, los japoneses se concentran en la oración, muchos con las manos juntas. Pittau les predica dulcemente y sele saltan las lágrimas cuando habla de Arrupe. Al final, el Padre Arrup e desd e su silla de ruedas dice algunas palabras enespañol. Está enrojecido de emoción. Una pareja, hijos deamigos suyos, hacen años de matrimonio, y una religiosa,también japonesa, sus últimos votos. El Padre A rrupe se adelanta. Casi no puede hablar. Es una terrible situación...

Día 21 de julio: E l evangelio en toda su fuerza

Mientras el calor arrecia en Roma y noto que el PadreArrupe está más cansado de lo habitual , me propongo hoyser men os intenso en mis pregun tas, que centro en dos temas:las misiones y la Virgen. Se le entiende con mucha mayor dificultad.

—C omo com prenderá, es uno de los temas más queridosde mi vida (sus principales intervenciones están en el libro La

Iglesia de hoy y del futuro). Se ha perdido aquel entusiasmo misionero con un nuevo despertar vocacional.—Una de sus intuiciones predilectas es la de la incultu-

ración.—Sí, claro, porq ue ha camb iado el concepto de misión. Pe

ro nuestros principios deben estar bien definidos. Hay quepresentar el Evangelio en toda su fuerza, actualizando su for-

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afirmó incluso alg ún p eriódico.El Padre Arrupe se ríe.— N o , no... ¡ojalá—T ambién ha estado muc has veces en África.. .—Sí, sí, África. Es la novedad y la esperanza. He man

do m uch o contacto directo con los africanos y he sentidcho su pobreza, sobre todo el hambre terrible y sus pmas de desarrollo.

Nos volvemos a encontrar por la tarde. El mismo Arrup e ha dicho al enfermero q ue me telefonee. Le divamos a hablar de la Virgen.

—Ah, ¡qué bonito—M aría tendrá especial importancia en su vida desdperdió a su madre aún niño.

—Sí, no pue do olvidar cómo rezá bamo s en familia elrio antes de cenar. También practicábamo s el mes d e m¡Algo mu y simpá tico Ca da sáb ado ofrecía un sacrificVirgen. Cosas peq ueña s, pero con much a ilusión, comomar postre.

—L uego, la Congregación de los Luises en Mad rid.—Sí, allí coincidí con los padre s Llanos, Cha cón y A

Y el viaje a Lourdes. Y los «ejemplos» que contaba elMaestro en el noviciado.—¿C uál es su advocación preferida?—La de San Ignacio, la Virgen de la Estrada... En la

pañía mis días predilectos eran el viernes y el sábado, los que he dedicado más tiempo a la oración.

—¿Más todavía, don Pedro?

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Arru pe ríe y con tinúa:

—M aría estaba m uy unida a Jesús. Es una m isma cosa conEl . Luego, cuando estuve en Francia y Alemania hablaba menos de estos temas. Sí lo hice en cambio con los americanosde la Tercera Probación. Alg unos v iven todav ía. En Japón sólo hablaba de María a los católicos iniciados, que pudierancomprenderme.

—¿Y ahora?—M i amor a María sigue igual. Ahora tengo más tiem po y

rezo el rosario cinco o seis veces al día. La Virgen es mu y importante para el jesuíta. Recuerde la visión de La Storta:

mano. Le contaba todo. Nunca he tenido la más míni

serva para él. De sus colaboradores n o pue do decir lo Pero con él tenía siempre toda la confianza.—¿Quizás el Cardenal Villot?—Sí, con Villot fue m ás difícil. Pero Pab lo VI quería m

a la Compañía y se leía nuestras revistas. Era un intenato.

—¿Y con Benelli?—También fue bien, aunque tuvo intervenciones m

ras. Era un típico diplomático vaticano.De pronto el Padre Arrupe pone el tono de las con

cias Se le ilumina el rostro con ese magnetismo espec

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«Ponme con tu Hijo».Completamos la tarde con una referencia a los autores preferidos del Padre Arrupe: San Ignacio, San Juan de la Cruz,Santa Teresa -m uy espec ialmen te- y San Francisco Javier, detodos los cuales tradujo obras al japonés (quince libros en total); y de la teología actual: Rahner, De Lubac, Teilhard deCha rdin -m e enseña u n libro próximo de este auto r- y las revistas de la Com pañía.

—ITay que saber leer y enjuiciar.Cuando me incorporo para levantarme tengo la espalda

bañada en sudor por el respaldo del asiento de plástico. ElPadre Arrupe se da enseguida cuenta y señalándome la espalda, con su delicadeza de siempre, me dice:

—¡Pobre hombre

Día 22 de julio: Yo con tenia las lágrimas y escribía

No recuerdo otro verano como éste, ni cuando esperábamos Papa por dos veces los periodistas enviados a los últimos cónclaves. Lo peor no son los 30 grados mínimos, sino la

humedad que los agrava.—ITablemos de los Papas, ¿qué me dice de Juan XXIII?—Lo conocí poco, pues aún no era General. Pero me en

cantó siempre su sencillez y simpatía.—Se ha dicho mucho de sus dificultades con Pablo VI.—Con Pablo VI mis relaciones fueron muy estrechas. Yo

creo que hemos hablado de todo. Yo iba con la verdad en la

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cias. Se le ilumina el rostro, con ese magnetismo especle ha hecho famoso.

—El día que durante la Congregación General mefue muy duro, muy duro. Terrible. Yo iba con el padreefe, y no le dejaron entrar. El Papa me mandó sentar,pronu nciar m ás palabra, m e dijo que escribiera lo que Mons. Benelli . Ordenaba a la Compañía, reunida en Cgación General, no tratar el tema de los grados. Yo qublar, pero no me dejó. Yo contenía las lágrimas y esCu and o salí, rom pí a llorar. No po dría co mpre nder estud, ya que yo, interiormente, veía claro. Me dirigí al guiente a los padres congregados. ¡Fue una cosa preciles dije: «Miren, tengo esta carta del Pap a, ¿alguien tieque decir?». Nadie levantó la mano. Entonces invité a dres a concelebrar una misa y les prediqué sobre la aleobedecer. A los pocos min utos ya estaba mu y tranquil

—¿Durmió usted aquella noche?—Sí, siempre he dormido, nunca he perdido la paz

tengo mi conciencia tranquila. No sé si me hab ré equivDios lo sabe y en el cielo se verá. Pero yo hice sie mp recreía hacer delante de Dios, lo que era mi obligación.

Lo ha dicho con especial unción, como mu y convencque Dios interviene en tod o. Luego, las aguas volviercauce y las relaciones con Pablo VI fueron muy normalque se ha quedado tranquilo, como después de haber do algo difícil. Pero lo ha d icho con un a marav illosa seComo todo, casi sin darle importancia. Al despedirle yle yo la mano, como siempre, me la aprieta más. Hoy t

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habría llorado de no haberse conten ido y por las brom as que

le hag o de vez en cuan do. Ante esta confidencia m e vino a decir que no era publicable. Le indiqué que la sustancia era conocida, y asintió.. . Le veo como perdid o en un ámbito don deya todo es amor sin fronteras, aunque aún en pleno calvario.

Día 23 de julio: Nun ca trato d e convencer a un ateo

Abo rdam os hoy el encargo de Pablo VI a la Comp añía sobre el ateísmo.

—El concepto «ateísmo» no dice nada -me responde-. No

fluidez, articula palabras ininteligibles para dar sensa

que habla y ser fotografiado con naturalidad. C omo sse me te a los fotógrafos en el bolsillo, aun enferm o.

Día 25 de julio: Me dijo el Papa: «No veopor qué tiene que dimitir»

Ayer domingo estuve un rato con el Padre Arrupe.tan cansado que me limité a leerle algunos párrafos debros. No sé si el 90 por 100 de hum eda d, que hace a Rohabitable, es la causa de la depresión. Creo que tamb

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se puede abordar de un modo general. Lo importante es elsignificado que tiene para cada persona: la actitud interior, elllamado «ateísmo práctico».

—Don Pedro, usted ha tenido grandes amigos ateos.. .—Sí, varios. Com o el premio N obel Severo Ochoa, com

pañero mío en la facultad de Medicina de Madrid. Hoy yano puede decir que sea estrictamente un ateo. Ha evolucionado . Nos hemos escri to mucho . Ha estado hace poco aquía verm e. Y otros.

—¿Cómo trata usted a los increyentes?

—Yo les hablo con senc illez, tal como lo siento. Pero n unc atrato de convencerles o forzarles lo más mínimo.Pasamos al problema de la libertad teológica.—¿Cuál es la zona de libertad para un teólogo?—Es difícil enfocar su situació n en la Iglesia. Pero es nece

sario establecer con ellos un diálogo. La actitud de corte ocensura radical es perjudicial. Yo siempre me he entendidobien con los teólogos. Por ejemplo, con Karl Rahner. A veceses un problem a de forma que pu ede n cambiar fácilmente. Enla situación actual creo que se impone el silencio. Hay que

obedecer al Papa y tener fe. Como hicieron Teilhard de Char-din y De Lubac.I lace repetidas veces el gesto de callar ponien do su ded o

en los labios y señalando hacia atrás, donde está situado elVaticano.

Nos interru mp en un os fotógrafos. Don Pedro sigue siendoel gran hombre de los medios. Como no puede hablar con

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afecta el hecho de que se acaben estas entrevistas y lamidad de la Congregación General que elegirá su succircunstancias de todos conocidas. Varias veces me que se ve reducido a la nada. «Pobre hombre», repetíriéndose a sí mismo.

Hoy continúa deprimido . Durante nuestra conversvino el barbero y le estuvo pelando. Tenía el rostro copor el sufrimiento.

—¿Le duele algo, Padre?—Sí, la pierna... y casi todo.

Hoy el tema de nuestro diálogo era muy importantúltimos cinco años. Pero don P edro habla con much a tad, con la voz rota, como cascada, sufriente. Intenté le , pero esta vez conseguí poco.

Afortu nad ame nte me volvió a llamar por la tarde. man o Bandera había aum entado la medicación y pudpletar algo las declaraciones de este hombre maravillolicadísimo, sencillo, santo.

—Juan Pablo I muere con un discurso en las manoiba a dirigir a los jesuítas, y que luego haría público Ju

blo II, ¿qué le pareció ese texto?—Severo.—Elegido Juan Pablo II, usted es recibido por el Pa—Sí, me preguntó de modo general sobre la Comp

Pero yo le veía ya preocupado. Tenía muchas dudas. ces, ya próximos mis 75 años y para dejar vía libre a osible línea, sentando al mismo tiempo un precedente co

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cargo vitalicio de General de los jesuítas, reuní a los cuatro

asistentes y les pedí que estudiaran mi dimisión. Los asistentes, desp ués de me ditarlo diez días, la vieron co nveniente.Después me recibió el Papa y me dijo: «No veo por qué tieneque dimitir. Tengo que estudiarlo». Más tarde me recibióotros veinte minutos. El Papa habló muy poco conmigo.

Quiero dejar claro que, dura nte todos estos días, el PadreArrupe no tuvo mi la más mínima palabra crítica contra laSanta Sede. Lo más que ha dicho es que «no comp rende» , pero desde la obediencia más humilde.

—Después que el Papa no aceptara su dimisión, ustedviaja a Extremo Oriente, a cuyo regreso le sobreviene la

ñol especialmente con este fin. Me insiste en que se

mu y so lo. Yo le digo :—Usted es un «tipo genial».Y se ríe. Desp ués m e comunica algunos d atos sobre

nas y situaciones actuales que me creo obligado en cona callar.

—Únicamente he querido decir la verdad delante dey directamente a la person a. No he tenido gran des dides con los jesuítas. Aunque algunos luego no han ctoda la verdad.. .

Noto que siente que me voy a ir y no tendrá el desde charlar sobre su vida Y me dice: «Mañana n os ver

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viaja a Extremo Oriente, a cuyo regreso le sobreviene latrombosis.

—Sí, era el 7 de agosto. El padre Rush, asistente de Asia,me preguntó si quería ver el filme australiano que proyectaban en el avión. Yo le dije que no valía la pena pagar por losauriculares. El padre Rush me dijo que en el tipo de viaje quehacíamos venían incluidos. Entonces le comenté que era difícil de entender ese australiano. Al aterrizar me sentí mal. Medolía la cabeza. Sabía que tenía algo grave.

En conversación con el padre Rush pude completar otrosdatos. En el aeropuerto intentó agarrar una maleta, pero lamano no le funcionaba. Le esperaban en un coche el secretario de la Orden, padre Laurendau, y el hermano Luis García,quien conducía. Arrupe, curiosamente, los saludó en inglés.Dentro d el coche comentaron : «Hace calor». Entonces el Padre Arrupe comenzó a decir palabras inconexas. El asistentey el secretario comentaron: «Debemos llevarle enseguida alhospital». En el Salvator M und i le aplicaron oxígeno. Un rápido reconocimiento dio como resultado el diagnóstico: trombosis cerebral. El padre Rush piensa que el sentido de la dimisión presentada por Arrupe era cambiar el ad vitam por el

ad iitüitatem; que es un santo y que cree que tiene dones místicos. Pero que hay que entender que psicológicamente es«un hombre enfermo».

Al evocar su enfermedad, don Pedro sufre. Me dice quelentamente recupera algunas de sus funciones, gracias a lasclases de logoterapia y fisioterapia. Es curioso señalar que laprofesora italiana que le enseña a hablar ha apren dido espa-

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de charlar sobre su vida. Y me dice: «Mañana n os verVeo que, dentro de sus posibilidades d e expresión, ha la una gran ex presión. Está perplejo ante la próxima Cgación General. Entonces ignoraba q ue sería elegido ePeter-Líans Kolvenbach, quien le tratará con suma deliy será reconocido como «arrupista» en su gobierno.

Día 26 de julio: La última visita

Cuando llego a hacerle la última visita, don Pedro es

ban do su clase de lectura. Nos pregun ta al padre R ushcon mucho interés si hemos hablado. Creo que siente espedida. Está triste y algo deprimido. Hoy, cuando hablalos ojos. Lo que dice sale de sus labios costándole, desd

— Hay qu e sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está mde todo. Siempre, alegría en el Señor. Mi vida es esDios. Tenemos que ver a Dios en todo. Siempre, alegríaSeñor. Yo no entiendo esto. Pero debe ser de Dios. De videncia. Sí, padre, es algo muy especial. Para mí, estbien. Pero ¿y para la Compañía? Tiene que ser cosa deDe vez en cuando siento una fuerza grande que viene

Me confirma lo de la especial iluminación que sintióenfermedad, cuando se encontraba en el hospital. Coojos cerrados, se da la vuelta y agarra el rosario:

—Esto, mucho, padre, mucho, mucho, mucho. . . ¿Hcuándo? Yo no lo sé. Espero, espero. ¿Cómo será? Aquípara nada, nada, nada.

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Pronuncia estas palabras expresivamente, con un sentido

trágico. Y continúa:—A rriba, Dios, Trino. Luego, el Corazón del Señor.. . y este pobre... El Señor me da su luz. Yo quiero darle todo al Señor. Todo esto es m uy difícil. Es lo que Dios per mi te. Alg o especial que nos ha dado de una manera muy rápida. Benditosea El. Bend itos sean los hom bre s (¿los jesuítas?). Pero es tremendo (subraya la rrr).

La palabra «tremendo» ha caído con gran fuerza en el silencio de la habitación, en este momento impresionante deconfidencias.

—Ahora tengo que empezar de nuevo delante cic Dios.

Me arrodillo. A rru pe cierra los ojos y, agarrá ndose s

ralizada mano derecha con la izquierda, me da concentmente la bendición. Beso su mano. Entonces él toma la me la besa. Me dice:

—Gracias, gracias, padre.Le pido una de esas medallas en que aparece él ante e

pa, como recuerdo. Señala al armario, para que el ITerme dé o tras, las de mejor calidad. Lueg o, en un rasgo stiyo, amante de la eficacia, me dice que escriba prontobro. Mientras salimos, le digo que al día siguiente estarel padre Kauffman, un «joven viejo» jesuita periodista qve en Suiza. Y se ríe.

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g q pLe hablo de San Juan de la Cruz, que él tradujo al japonés.

Y se an ima:—Tardé cinco años en traducirlo. Me ayudó un profesor

japonés. Fue un trabajo ingente. Un día este señor me dijo:«Me encuentro débil, voy a ir al médico». Al volver me confesó: «Voy a mor ir pronto ». Fue bonitísimo, padr e. Yo estabaa su lado y recitamos juntos el «Cántico espiritual» de SanJuan de la Cruz, qu e habíam os traduc ido al japonés. Y así semurió.

—Dios ha hecho maravillas en su vida, Padre Arrupe.—Sí, pero ahora, sólo el Corazón del Señor. El Señor sabequé es esto. Algo raro. Su corazón me llena todo, es lo más

grande que existe.—D on Ped ro, tiene que estar alegre. Toda su vida ha sido

amor. Amor a Dios y amor a los hombres. Le queremos mucho y no debe estar triste. Ya me voy a ir, no me deje este sabor de boca.

Entonces, automáticamente abre una inmensa sonrisa, lamaravillosa e inconfundible sonrisa del Pacire Arrupe, y medice:

—Ya está. Ya estoy co ntento . ¿Ve qué ráp ido?Luego ríe de las cosas del hermano Banderas, que mezclando andaluz e italiano dice que acaba de hacer las compras, las «spese»; y habla a voz en grito, m uy dicharache ra-mente. Se lo lleva a darle el paseo de recuperación. Pido unmomento .

—Quiero su bendición, Padre Arrupe.

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—Déle recuerdos.Ya al final del pasillo vu elvo a besarle la m ano . El m e

de nue vo la mía y la besa a su vez. Cuan do su bo la escya no puedo contener las lágrimas.

Adiós, don Pedr o. Adiós, padr e mío. Adiós, Padre A rSólo el tiemp o y Dios sabrá n valo rar lo que has da do a lsia y a la Com pañ ía de Jesús. Ahora es tu «hora» , la de ly las tinieblas.

Fuera, caía literalmente fuego sobre R oma.

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C O N T E M P L A C I Ó NPARA ALCANZAR AMOR

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¿Cómo no cerrar estas págin as de introducción textuael documento ignaciano que se corresponde, al concluEjercicios Espirituales, con aquél del «Principio y Fumento» citado al comienzo? Toda experiencia cristocénde la realidad de Dios está abocada, desde el misteriocual, a una renovadora contemplación del mundo circute , en función del amor que el Señor Dios nos regala cnuamente en ese mundo, y al que nosotros no pociemoque responder con una donación completa de nuestro actuar. Y así, el creyente alcanza amor, situándose en unmensión de vida superior: la vida que se teje entre amaamado, desde el gozo de la amistad compartida. La vidfunda la fraternidad hum ana.

liem os qu erido recoger como significativa de este moto una manifestación de ejemplo de amistad, precisamentre el P. A rr ap e y el benedic tino R emb ert G. Weakland , fue Superior G eneral de su Orde n du rant e los años en qPadre Arrape lo era de la Compañía de Jesús. Ningúntexto nos muestra mejor hasta qué pu nto el P. Ar rap e eunido a los demás desde un amor absolutamente humado, pero también hasta dónde mereció el amor de los dv, en concreto, el de una personalidad como el actual bispo de Milwaukee. Excelente historia «para contemamor--.

2 "

Solamente después de leer las palabras que siguen esta

mos seguros, se nos abre definitivamente la memoria siempre viva de Pedro Arrupe. Hay que leerlas con respeto yemoción.

«Os escribo esto para que nuestra alegría llegue a su colmo»(ljn 1,4) Gracias por los años

de amistad e inspiración

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El arzobispo R emb ert G. W eaklandrecuerda su amistad con el Padre Arru

Querido Pedro:

Tu muerte a principios de este año fue una bendicióntos años de sufrimiento desp ués d e aquella trombosis e¡Descansa en paz

Cada vez que nos veíamos después de haberme venMilwau kee, me pr egun tabas qué tal estaban tus jesuítaestaban portand o bien y si estaban causando algún proTe aseguro que están bien; y no te preocupes, me puefender yo mismo.

Creo que nu nca te escribí para agradecerte la gran rción en la Curia para todos mis amigos de diversas órreligiosas de Roma antes de venirme a Milwaukee. Tu dida aquella tarde ine conmovió profundamente. En vhabía compartido tanto durante esos diez años, de 11977.

Permaneces para mí como el modelo ejemplar de ldebe ser un jesuíta: siempre sensible a las necesidadesIglesia, delante de todos nosotros tratando d e preparahermanos para lo que había de venir, siempre esforzápara hacer una diferencia -como fuera- en los ministericesitados en el Reino de Dios. Sabías que tus tropas e

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en el frente de com bate y, po r lo tanto, más suscep tibles de

perder la vida.A mi parecer, te veías como Ignacio se debió ver, con tu pequeña estatura y esa nariz vasca; pensabas como Ignacio entu sentid o de fidelidad a la Iglesia y tu celo por el Evangelio ypor la forma en que se relacionaba con el mundo.

Te sentirías orgulloso de saber que tus jesuítas todavíamantienen vivo el sentido de justicia social que te era tanquerido. De la misma manera que tú, que diste ejemplo de este sentido social en tu propia vida al tratar cié combinar unaoración profundamente contemplativa con una adm irable sensibilidad ante las necesidades de este m und o.

en aquellos días. También hablam os bastante sobre la au

dad y la obediencia en nuestro m un do actual.Ahora disfrutas de la recompensa plena de tus trabaCon el tiempo te serán reconocidos, cuando los historres investiguen a fondo la profunda transformación dIglesia y cié la vida religiosa durante aquellos años deciel Concilio.

Confiaste en la gente y escuchaste mucho. Como resude esto, pudiste darte cuenta rápidamente de lo que esucediendo y cómo buscar soluciones de mayor calado.

En aquellos días fuiste un modelo de sabiduría, al acudimos en busca de luz. Aunque parezca raro, pres

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Ahora que has muerto, puedo decir lo que siempre penséde ti: que, de todas las personas que he conocido, tú eres laque más cerca has estado de reunir las cualidades necesariaspara la canonización. La historia mostrará que tengo razón.En este momento es demasiado pronto para hablar de talescosas.

Aquellos años finales de sufrimiento deben de haberte purificado más aún de lo que cualquiera de nosotros pudierapensar. Cada vez que te visitaba, experimentaba un profundosentimiento cié compasión, aunque venía mezclado con cier

ta indignación, porque me parecía que habías sido tratadotan mal por la autoridad superior poco antes de la trombosiscerebral. Que la historia juzgue.

Cada vez que me encuentro con alguien que también fueGeneral de alguna orden religiosa durante los setenta, siempre hablamos, en primer lugar, de ti, de cómo nos unía tu presencia y cómo acudía mo s a li para recabar tu sabiduría p aranuestras propias vidas y trabajo. Después hablamos acerca deaquellos gloriosos años postconciliares en Roma. En la vidareligiosa todos nos esforzamos por comprender la razón delas pérdidas y también de los éxitos. Tú estabas en el centrode todas nuestra s discusiones, esperanzas y perplejidades.

¿Te acuerda s de los trabajos y de las largas discusio nes sobre secularismo y la secularización? ¿Te acuerdas de los debates sobre ateísmo y sus causas (un tema que te interesabamucho) y, luego, los días en que debatíamos la relación entrepsicología y espiritualidad? Todos éstos eran temas nuevos

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que no está muy lejos el día en que se te reconocerán tuchos m éritos.Hasta que nos encontremos en el seno del Padre, v

con la memoria de tu sonrisa, tu optimismo, tu sentido Iglesia, tu sufrimiento, tu obediencia, tu carácter simptu ascetismo. Permaneceré siempre lleno de gratitud paños de amistad e inspiración. Gracias.

Fraternalmente

Rembert O.S.B.

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