Tercera Semana de Adviento, Lectio Divina

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TERCERA SEMANA DE ADVIENTO (Ciclo B) DOMINGO Lecturas bíblicas: a.- Is. 61,1-2.10-11: Desbordo de gozo con el Señor. La primera lectura, nos habla de un creyente carismático, quizás un discípulo de Isaías, ungido como los sacerdotes y reyes, enviado con una misión que llevar a cabo con el pueblo de Israel. Este anuncio, tiene mucho en común con los cánticos sobre el Siervo de Yahvé. Es un profeta, que en un monólogo, anuncia una profecía de salvación, pero no siendo un instrumento de ella, como ocurre con los cánticos del Siervo de Yahvé, que el anuncio lo vive personalmente. Se habla de un día de venganza, con lo que se diferencia del Siervo que personalmente trae un mensaje de salvación y sufre por ello. El profeta, aquí ocupa el oficio de un heraldo, de una salvación que llega. “El espíritu del Señor Yahvé, está sobre mí” (v.1), quiere significar una intervención carismática del Señor en la vida del profeta, para realizar una misión en la comunidad. Se siente ungido por el mismo Dios, como los reyes y

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TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

(Ciclo B)

DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Is. 61,1-2.10-11: Desbordo de gozo con el Señor.

La primera lectura, nos habla de un creyente carismático, quizás un discípulo de Isaías, ungido como los sacerdotes y reyes, enviado con una misión que llevar a cabo con el pueblo de Israel. Este anuncio, tiene mucho en común con los cánticos sobre el Siervo de Yahvé. Es un profeta, que en un monólogo, anuncia una profecía de salvación, pero no siendo un instrumento de ella, como ocurre con los cánticos del Siervo de Yahvé, que el anuncio lo vive personalmente. Se habla de un día de venganza, con lo que se diferencia del Siervo que personalmente trae un mensaje de salvación y sufre por ello. El profeta, aquí ocupa el oficio de un heraldo, de una salvación que llega. “El espíritu del Señor Yahvé, está sobre mí” (v.1), quiere significar una intervención carismática del Señor en la vida del profeta, para realizar una misión en la comunidad. Se siente ungido por el mismo Dios, como los reyes y sacerdotes para ejercer sus funciones; se siente enviado, con el espíritu de profecía para predicar la buena noticia a los pobres, para vendar los corazones rotos, israelitas oprimidos por la injusticia y abatidos por desgracias sociales. Su misión, anunciar un jubileo: anunciar a los cautivos la libertad, un año de gracia, de parte de Dios, un año de remisión y reconciliación con su pueblo; una amnistía general: liberación de los encarcelados. Mientras el año de gracia, será a favor de sus fieles, el día de venganza será para los pecadores, enemigos de Israel o dentro del propio pueblo. La mención de un año de gracia y día de venganza, quizás quiere manifestar que

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Yahvé, es magnánimo a la hora de perdonar más que en castigar; la remisión dura n año, mientras el castigo un día. Estas etapas, servirán para consolar a los tristes y abatido, que contemplarán la gracia misericordiosa a favor de sus fieles, mientras el día de venganza, sentirán que los derechos di Dios y el camino de la virtud queda públicamente vindicado. Los afligidos de Sión, dejarán la ceniza del duelo, para recibir la diadema, signo de alegría (v. 3), para ser ungidos por el óleo del gozo. Como encinas, se sienten fuertes y llenos de optimismo, les llamará robles de justicia, porque son plantados por Yahvé para manifestar su gloria (v. 3). De esta manera se destaca su vigor de los árboles, de los justos, porque son la plantación de Yahvé.

b.- 1Tes. 5, 16-24: Espera de la Parusía.

El apóstol Pablo, está terminando la epístola y lo hace con una serie de consejos, que van dirigidos a los dirigentes de la comunidad, consejos de tipo jerárquicos, a toda la comunidad en lo que se refiere a sus mutuas relaciones fraternas, sobre todo en las asamblea litúrgica (cfr. 1Tes.5,12-13.14-18.19-22). Los primeros, deben presidir, trabajar y amonestar a lo fieles; los segundos, es decir los fieles, deben crear un ambiente de paz entre ellos, cultivar el amor, es decir, la caridad, insistiendo en la alegría, la ración y la acción de gracias (cfr. Rm.14, 19; 2Cor. 13,11; Ef. 5, 20; Flp. 4,4-7). Dios, en Cristo Jesús, nos ha manifestado su deseo de salvarnos, quiere nuestra santificación, unidos a nuestra cabeza. La última recomendación, es para que en la asamblea litúrgica, que no impidan a los inspirados por el Espíritu, profetizar, para tener en alta estima este don, pero examinando bien al que las hace y el mensaje, no sea que sean ilusos y no auténticos profetas (v.19-20; cfr.1Cor.12, 7-11; 14,26-33; 1Cor.14, 1-3; 12,3; 14, 29; Gal.1, 8-9). Que se abstengan del mal, y de todo lo que se le asemeje (v. 22; cfr. Rm.14, 15; 1Cor.8,13); quizás se refiera este último consejo, al serio y sabio discernimiento sobre los carismas, donde la ilusión y el error pueden manifestarse en el cristiano.

c.- Jn.1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

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El evangelio nos presenta dos testimonios Juan Bautista (vv.6-8), y el anuncio de la nueva economía de parte del mismo Juan (vv.19-28). En el primer testimonio se recalca la entrada de la Palabra en el mundo como la Luz de los hombres. Juan es testigo, en la historia, de la Luz, que no es una idea abstracta, sino Alguien, como la Palabra encarnada o el Logos. Juan Bautista aquí se presenta no como Precursor de Cristo, sino como testigo de la luz verdadera. La razón de su existir consiste en ser testigo de la Luz. En un segundo momento, encontramos propiamente el testimonio a favor de Cristo de parte de Juan, delante de los judíos. Juan niega ser el Mesías, para definir su lugar y valor delante de sus propios discípulos que lo consideraban el Mesías prometido; tampoco era Elías, ni el Profeta, si se hubiera presentado como uno de ellos justificaría que bautizase. El judaísmo esperaba que en el tiempo de la salvación viniese Elías, y el Profeta, otro Moisés, fuera el precursor del Mesías (cfr. Mal. 3,1-3; Nm. 12,7; Dt.18,15). El bautismo se relacionaba con la realidad mesiánica, ya que por él se purificaba el hombre para participar de la salvación. Si Juan rechaza los tres títulos que le dan: no es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta (vv.20-21), su bautismo no tiene valor. ¿Por qué bautiza? (v.25). Juan se presenta como una voz que clama la salvación que Dios lleva adelante, como lo habían anunciado los profetas (cfr. Is.40,3). Su bautismo de agua, apunta al bautismo del Espíritu, que trae Cristo. Juan da testimonio de Uno que está en medio de ellos, los judíos, que trae la salvación. Ese Uno o Desconocido revela una constante en el evangelio de Juan, los judíos son ciegos, preguntan y buscan a Uno que ya esté entre ellos, y no reconocen. Quien conozca a ese Uno, no dejará de dar testimonio de ÉL, una vez conocido. El propio Juan no lo conocía todavía, pero desde que recibió la misión de bautizar, tendrá la posibilidad de conocerlo y anunciar su presencia. Es tan grande la dignidad de ese Desconocido, que Juan no se considera digno de desatarle las correas de sus sandalias (v.27). Lo que Juan negó ser, lo encuentra en Jesús de Nazaret, es decir, portador de la salvación anunciada. Su testimonio se despliega no sólo a los judíos sino a todas las naciones. Lo testimoniado hunde sus raíces en la historia, de ahí que el evangelista señala hasta el lugar

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dónde ocurrían estas cosas: Bethabara. Lugar de paso, el otro lado del Jordán, camino hacia la Tierra prometida de la salvación que es Cristo, el Mesías.

Sor Isabel de la Trinidad en sus ejercicios espirituales meditaba acerca del pasaje del evangelio de Juan. “Si conocieras el don de Dios, decía una tarde Cristo a la Samaritana. Pero ¿cuál es el don de Dios sino El mismo? … Hay una criatura que conoció este don de Dios, una criatura que no perdió ni una partícula, una criatura que fue tan pura, tan luminosa que parece ser la misma luz: Speculum justitiae». Una criatura cuya vida fue tan sencilla, tan abstraída en Dios, que no se puede decir casi nada de ella. «Virgo fidelis»: es la Virgen fiel,... Ella se mantenía tan pequeña, tan recogida delante de Dios en el secreto del templo, que atraía las complacencias de la Santa Trinidad: «¡Porque ha mirado la bajeza de su sierva, en adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada!» (Lc. 1, 48). El Padre, inclinándose hacia esta criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que ella fuese la madre en el tiempo de Aquel de quien El es el Padre en la eternidad. Entonces, el Espíritu de amor, que preside todas las obras de Dios, sobrevino. La Virgen dijo su fiat… y tuvo lugar el más grande de los misterios. Y por la bajada del Verbo a ella, María fue para siempre la presa de Dios.” (El cielo en la fe, nn. 38-39).

LUNES

Lecturas bíblicas

a.- Núm. 24,2-7.15-17: Avanza la constelación de Jacob.

La primera lectura, nos presenta la figura de Balaán (cfr. Num.22,5; 23,7) que se ve impulsado a bendecir a Israel, no fue en busca de los augurios, sino vuelto hacia el desierto profetizó, poseído por el espíritu de Yahvé (v. 2). Era el hombre, contratado por el rey Balac, rey de Moab, para maldecir a Israel, sin embargo, lo que hace es bendecirle (cfr. Dt. 23,5; Jos. 24,9). Es el protagonista, de varios episodios de este libro (cfr. Nm.22-24). La historia, trascurre al final de la etapa del desierto, en el reino de Moab. Balán, ha dejado de ver el futuro, en las

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entrañas de las víctimas sacrificiales, y se muestra como un profeta, movido por el espíritu de Yahvé. Es un clarividente, de mirada larga y profunda, penetrante, que ve a Israel triunfante, bendecido por Dios. Profetiza, sobre el futuro de pueblo de Israel, que contempla ya en la tierra prometida, en un jardín a lo largo del río, tierra fértil y fecunda, en la que el pueblo va a vivir. Es un pueblo, que crecerá como nación, será como, un áloe plantado junto al agua por la mano de Dios. Nación poderosa que con Saúl, vencerá a Agag y los amalecitas, y a sus enemigos; Israel será como un león que tritura su presa, y ningún enemigo disturbará su paz victoriosa. Saúl o David, son los héroes, que menciona en su oráculo, nacidos del pueblo de Israel, ambos lucharon efectivamente contra Agag cuando eran reyes y lo vencieron (cfr. 1Sam. 15,8ss). Enfurecido Balac, contra Balaán, lo manda volver a su tierra porque no ha hecho lo que le había mandado, sino que he echado bendiciones. El profeta, se mantiene fiel intérprete del mensaje de Yahvé, y desprecia lo que el rey de Moab, Balac le ofrece; todo, con tal, de no faltar al oráculo divino. Con tono solemne, anuncia lo que está reservado a Israel para el fin de los tiempos, lo que en lenguaje profético, es la era mesiánica. Balaán se presenta como profeta del Altísimo y Omnipotente Dios de los hebreos: anuncia un astro, que aplastará a Moab y que someterá a los edomitas. Lo ve, pero no ahora, lo contemplo, pero no cerca (v.17). Contempla un astro que sale de Jacob, y un cetro salido de Israel, que aplasta las sienes de Moab. Era común, concentrar este tipo de símbolos en una persona, reyes comparados con un astro o lucero, que con su sabiduría ilumina a su pueblo. Aquí Balaán predice la victoria de un futuro rey, que surge de Israel, que veremos se identifica, con el correr del tiempo, en la figura de Saúl y David, y que el rey Ezequías completa, cuando en su gobierno arrasó con los amalecitas. Una segunda lectura, es que el profeta ve a Israel como nación con su rey, clara alusión a los tiempos de David, pero la profecía tiene todavía otra perspectiva de esperanza, como obra definitiva que Dios realizará en los tiempos mesiánicos, es decir, al final de los tiempos.

b.- Mt. 21,23-27: ¿De dónde venía el bautismo de Juan?

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El evangelio, nos presenta la pregunta, que le hacen los fariseos a Cristo, acerca del origen de su autoridad, en Jerusalén. El día anterior había purificado el atrio del templo y ahora enseña en el mismo sitio sagrado, lo hace con autoridad, como en Galilea (cfr.Mt.7,9). La delegación del Sanedrín exige una prueba de dicha autoridad no de enseñar porque eso lo podía hacer todo varón instruido. La autoridad aquí que se reclama a Jesús, de quién la había recibido, ¿de algún rabino, o la tiene por sí mismo? Jesús podría haber proclamado ser el Mesías, pero hubiera sido motivo, para acusarlo de agitador con aspiraciones mesiánicas. El Maestro responde con otra pregunta (vv. 24-27). Jesús, apunta al bautismo de Juan: ¿era del cielo o de la tierra? La respuesta que obtenga, decide la actitud que tendrán con ÉL y su autoridad. Jesús sabe que las autoridades religiosas no creyeron a Juan, tampoco en ÉL, por ser una generación malvada y pervertida (cfr. Jn.3,2; 4,17; 11,18-19;12,39). La autoridad de Juan, como la de Jesús, se funda en el mensaje del Reino de Dios. Los judíos rechazaron a Juan y su mensaje, lo mismo hacen ahora con Jesús, sin embargo, en ambos casos, las autoridades, temían la reacción del pueblo. Saben que el pueblo los considera profetas. Jesús no evade la pregunta con el Bautista, sino que precisamente, sabrá cuál será la actitud que se tendrá con ÉL, porque camina el mismo camino de justicia que Juan, de la misma sabiduría de Dios nacen sus palabras y obras (cfr. Jn.11,19; 21,32; 21, 46). Los adversarios, responden que no saben, una gran mentira, por estar obstinados. Jesús los deja, porque sólo comunica la verdad, a quien la busca con sinceridad. Juan y Jesús, hablaron en nombre de Dios, a ellos debemos oír hoy. Vivamos la mística del Adviento, que consiste en profundizar en nuestra condición de hijos de Dios, profetas en su Iglesia y herederos del Reino.

Sor Isabel escribe a sus sobrinas Isabel y Odette Chevignard, con motivo de su bautismo de esta última: “Queridas sobrinitas, mis dos bellos lirios blancos y puros, cuyo cáliz encierra a Jesús. ¡Si supieseis cómo pido por vosotras para que su sombra os cubra y os guarde de todo mal! (Sal. 90, 4 10). A quien os contempla en los brazos de

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vuestra mamá parecéis pequeñitas; pero vuestra tía, que os mira a las claridades de la fe, ve en vosotras una marca de grandeza infinita, porque Dios, desde toda la eternidad, os «tenía en su pensamiento. El os predestinaba a ser conformes con la imagen de su Hijo Jesús, y por el santo bautismo os ha revestido de El, haciéndoos así sus hijas al mismo tiempo que su templo vivo» (San Pablo). ¡Oh queridos pequeños santuarios del Amor, viendo el esplendor que os irradia y que no es, sin embargo, más que una pequeña aurora, me callo y adoro a Aquel que crea tales maravillas!...” (Cta.240).

MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Sof. 3,9-13: Salvación mesiánica para los pobres.

La primera lectura, es toda una invitación del profeta, don de Dios que se desborda en promesas de restauración mesiánica. ¿Qué había pasado? Yahvé pronuncia oráculos contra los dirigentes y contra Jerusalén por la corrupción que ven en sus responsables. Dios prepara su día de furor contra ellos. Es la queja de Yahvé, la constatación que sin oír la voz profética, de buscarle; Jerusalén se ha vuelto ciudad rebelde, ahogada en las injusticias sociales que ha cometido. No obedecen, no aceptan, tampoco confían, en definitiva, no se acercan a Yahvé. Es la ausencia de Yahvé y que manifiesta en la ciudad y en la vida de los judíos. Es la corrupción de los valores humanaos y religiosos. Ahora todo cambiará, porque Yahvé dará labios puros, no sólo a los habitantes de Jerusalén, sino a todos los pueblos para que lo invoquen y le sirvan obedeciendo su Ley (v. 9). Es el reinado social de Dios, marcado por el triunfo del Señor, que crea unidad y en la salvación que será ofrecida a todos. “Aquél día” (v.11), en la era mesiánica, nadie se avergonzará de sus malas acciones, porque Dios arrancará de su seno, los deseos de engreírse a cosa del Nombre de Dios, en otras palabras, las mala acciones. Se refiere, a la transformación interior que la gracia divina realizará, en la vida de los hombres en Cristo Jesús. Estos hombres formarán el pueblo pobre y humilde, del que habla el profeta, que confiará en Dios, son el Resto

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de Israel. Ellos serán los continuadores de la obra de la salvación, porque la viven día a día. “No cometerán más injusticia, no dirán mentiras, y no más se encontrará en su boca lengua embustera. Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe.¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!” (vv. 13-14). Son los Anawin, los pobres del Señor, los servidores fieles, sinceros y nobles. La paz que anuncia la traerá Cristo Jesús, príncipe de la paz (Is. 9, 5). Estos augurios y profecías del profeta no dan el perfil perfecto del cristiano que está por germinar en el NT.

b.- Mt. 21, 28-32: Publicanos y prostitutas os adelantarán.

El evangelio, nos presenta la parábola, de estos dos hijos que son invitados a trabajar en la viña de su padre. Mientras uno dice que no va a la viña, luego se arrepintió, y fue a la viña, en cambio, el que dijo que iba, finalmente no hizo la voluntad del Padre, lo que deja en claro que una cosa es lo que se dice, y otra lo que se hace. Lo único definitivo es hacer la voluntad de Dios y las acciones al respecto. Mateo, resalta que el padre es Dios Padre que manda a los hombres llamar y a trabajar en su viña (cfr. Mt.7,21; 20,1-16). Quien construye sobre la voluntad de Dios, levanta su casa sobre roca sólida, quién escucha pero olvida la doctrina, construye su casa sobre arena (cfr. Mt. 7, 24-27; 23,7). Jesús les advierte a sus adversarios, escribas y fariseos que los pecadores, publicanos y prostitutas, irán por delante de ellos, a la hora de entrar en el Reino de Dios. Ellos escucharon la llamada a la conversión y siguieron el camino de la justicia vivido y predicado por Juan, actuaba según la voluntad de Dios. Juan vino para preparar el pueblo para guiarlo hasta el Mesías. Pero los escribas y fariseos lo recusaron, no lo escucharon ni se convirtieron, en cambio los publicanos, lo escucharon y se abrieron a la fe (cfr. Lc. 3,10-14). Son los mismos que siguieron a Jesús (cfr. Mt.7, 36-50; 9,9; 11,19). Estos fariseos miran, pero no reconocen que sea una llamada para ellos, porque se consideran justos, su actitud es de espectadores indiferentes. Obstinados no entendieron nada, cuando podían haberse visto, creído, convertido y bautizado (v.32; cfr. Lc. 7, 29). Si Juan vino

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por el camino de la justicia, fue para guiar a los hombres a la plenitud de dicha justicia, es decir, la revelación que conduce al Reino la tenemos en el Sermón de las Bienaventuranzas (cfr. Mt. 6, 33). Juan y Jesús, enseñan un único camino de sabiduría divina, quien no crea en Juan, tampoco creerá en el Mesías. Si la pasión es el bautismo que ha de recibir Jesús para alcanzar la resurrección, no lo recibirá quien, no tiene deseos de conversión en su corazón. No recorrió el camino de la justicia, por lo tanto, no llegará al Reino; hay un solo camino. Se excluyeron del Reino al rechazar abiertamente a Cristo, por ello el único camino de salvación es la fe que el mismo Dios inauguró en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Sor Isabel de la Trinidad, mística carmelita, reflexiona acerca de la voluntad de Dios en su vida en sus ejercicios espirituales: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn. 14, 23). He aquí el Maestro que nos manifiesta nuevamente su deseo de habitar en nosotros. «¡Si alguno me ama!» El amor, eso es lo que atrae, lo que arrastra a Dios hacia su criatura. No un amor sensible, sino el «amor fuerte como la muerte, al que no pueden apagar las aguas abundantes» (Cant. 8, 67). «Porque amo a mi Padre, hago siempre lo que le agrada» (Jn. 14, 31; 8, 29). Así hablaba el Maestro santo, y toda alma que quiere vivir en intimidad con Él debe vivir también observando esta máxima. El beneplácito del Padre debe ser su alimento, su pan cotidiano. Debe dejarse inmolar según la voluntad del Padre, según el ejemplo de su Cristo adorado." (El cielo en la tierra, n.10).

MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 45, 6. 8. 18-26: Cielos, destilad el rocío.

La primera lectura nos presenta a Yahvé como único Señor de cielo y tierra y de la historia humana, espacio y tiempo en que actúa la salvación de Dios, que como rocío cae y hace germinar la justicia, es decir al Salvador. El profeta después que ha proclamado la unicidad

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de Dios, creador de la luz y las tinieblas, de la felicidad y la desdicha, el mal como agente purificador en las manos de Dios, toda una novedad en el pensamiento de los autores bíblicos, el profeta irrumpe en un canto que sintetiza la fe de todo israelita. Que vengan los tiempos del Mesías, que venga de lo alto, como el cielo que envía las nubes, que destilan el rocío de la mañana. Que venga esa era de paz y justicia, como obra de Yahvé, como lo fue la creación. Toda una invitación a que Yahvé actúa, lo quiere, que lo haga entonces, es la oración que implora la lluvia y el rocío vivificante de la tierra. En el trasfondo, encontramos la esperanza de los desterrados de Israel, en Babilonia en el mesías, Ciro, en esa ocasión, que los liberará del yugo que los oprimía cuando los autorice a volver, pero nosotros sabemos que el verdadero Mesías Jesús el Salvador que está por venir.

b.- Lc. 7, 19-23: Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído.

El evangelio, nos presenta la inquietud de Juan el Bautista acerca del Mesías. Juan está en la cárcel mandó a dos de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (v. 20). Le llegan noticias de los prodigios que realiza Jesús, Juan les manda preguntar al Señor (v.19). ¿Quién es Jesús? El Señor, responde la Iglesia primitiva (cfr. Flp.2,11). Fue constituido Señor, por Dios, luego de su pasión, resurrección y exaltación a la diestra del Padre, pero todo comenzó con la predicación de Juan Bautista, ahora el Señor nos señala donde termina este camino de salvación. Juan entiende que el que tenía que venir era el Mesías, no Dios hecho hombre, pero designa a Jesús como el que tenía que venir (cfr. Lc.3, 16; Jn.1, 26; Hb.10, 37). Lo había imaginado como juez que está con el hacha en la mano, para arrancar el árbol que no da fruto, que bautiza con fuego y Espíritu (cfr. Lc.3,9). Al final de su existencia Juan, el precursor del Mesías, concentra en esta pregunta, su vida abierta al enviado de Dios. Jesús ha hecho suya, la esperanza de Israel, la espera de la salvación definitiva de los hombres (cfr. Is. 35, 5 y 61,1). Los acontecimientos históricos dicen quién es Jesús, el tiempo de la salvación ha llegado con el Mesías. Los enviados por Juan son testigos de cómo Jesús: sana, a ciegos y cojos, expulsa demonios,

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muchos de estos males concebidos como castigos de Dios. Con estas acciones Jesús rompe el domino del mal, libra de las dolencias, reconcilia con Dios, trae a la vida los que estaban como muertos por estos males (vv.22-23; cfr. Is. 29,18; 35,5; 61,1). Con este mensaje en línea profética, son enviados los discípulos de regreso a Juan. Jesús obra en nombre de Dios a favor de los hombres; viene como mensajero de Dios más que juez, mensajero de gozo, quita las enfermedades y los pecados; como sumo sacerdote de la nueva alianza que une con Dios. Sin embargo, la forma de actuar del que tenía que venir provoca escándalo entre los judíos. La idea que tenía Juan y los judíos ahora hay que sopesarla con lo anunciado por los profetas y lo que Dios realiza por medio de Jesús de Nazaret. Bienaventurado quien, no se escandaliza de mí, (v.23), dice Jesús; bienaventurado quien se abre a la acción transformante de Dios en Jesús aunque tenga que reconocer que la idea que tenía de ÉL es superada por lo que ve, escucha y lo convierte en testigo del Mesías. Adviento tiempo de encuentro de lo bajado del cielo y ascensión del hombre a lo divino.

Sor Isabel en la Navidad de 1902 escribía estos versos: “Jesús, Esplendor del Padre,/ se ha encarnado en ti./ Con la Virgen Madre/ estrecha a tu Amado,/ Él es tuyo./ Oh, mensajero de este Rey que me llama,/ ¿no se llama el Esposo?/¿Qué ofrecerle en esta nueva alba?/ Me pareció tan dulce y poderoso.../Tu misión en este mundo/es de sólo saber amar,/es la de penetrar en el misterio/que El te ha venido a revelar.” (Poesía 86).

JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 54, 1-10: Te quiero con misericordia eterna.

En la primera lectura, Isaías nos introduce en el diálogo de amor, entre Yahvé y su pueblo, en clave matrimonial, una llamada a la esposa que de estéril se hace fecunda, de abandonada o repudiada ser llamada nuevamente. El destierro de Babilonia es un castigo, pero

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ya ha pasado, es tiempo de volver a llamar a la esposa, con palabras de amor (vv. 5-8). Es el esposo, al que se une la esterilidad, de las mujeres de los patriarcas, Sara, Raquel, Ana, fueron fecundas por el poder de Dios. De esta forma, los hijos de la abandonada, serán más que los de la casada. Quizás, se puede ver aquí, una interpretación de la profecía del Emmanuel de Isaías, cumplida en Cristo Jesús. Esta Jerusalén del futuro, deberá aumentar sus tiendas, para cobijar a todas las naciones en sí, no tiene nada que temer, ni su pasado en Egipto ni lo que vivió en Babilonia, porque tiene por esposo al Hacedor, el Señor de los ejércitos, su Redentor, el Santo, al único Dios. Jerusalén, fue desolada y abandonada, pero no repudiada; como esposo dolido por la infidelidad de su esposa, Yahvé reconoce que la abandonó a su suerte, y tuvo cólera contra ella, para finalmente, renovarle su amor eterno y compasivo. Hace memoria de los tiempos de Noé, cuando castigó a la tierra por un tiempo, pero su amor es para siempre; ahora el destierro babilónico ha pasado, pero su alianza de paz es para siempre. Semejante amor de Dios, manifestado por la Iglesia, como esposa amante, la encontramos sólo en la persona de Jesucristo, que entrega su vida por ella.

b.- Lc. 7, 24-30: Testimonio de Jesús sobre Juan, el Bautista.

El evangelio nos presenta el elogio y la definición de la personalidad de Juan el Bautista, todo un testimonio en labios de Jesús (vv. 26-30). Jesús una vez que se fueron los enviados por Juan, hace pensar a sus oyentes sobra la misión de Juan. Quien comprende las palabras y acciones de Juan, comprenderá la manera de obrar del Mesías. ¿Quién es Juan Bautista? ¿Qué buscaban los que iban al desierto? ¿Contemplaban a un hombre que se pliega ante todo viento? Todo lo contrario, Juan es un hombre valiente, firme, sus palabras son para todos los hombres, importantes o miserables, a todos comunica su misión del Reino de Dios. El pueblo ven en Juan, un profeta que anuncia la voluntad de Dios; profeta del Altísimo (cfr. Lc.1,76; Mt.21,16; Mc.11,32). Su mensaje va en la línea profética, como la conversión radical, la salvación que viene, y el castigo final; sabe enfrentarse con el rey Herodes en nombre de la justicia y la verdad

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(cfr. Mc. 6,17; 1Sam.15,10; 15,10; 2Sam.12; 1Re.21,17). Jesús confirma que Juan es un profeta, pero agrega: “Yo os digo, mucho más que profeta” (v.26). Jesús, aplica una profecía de Malaquías cumplida en Juan (cfr. Mal. 3,1). Juan prepara el camino al que porta la salvación, enviado por Dios. Está a las puertas de los tiempos del tiempo mesiánico. Jesús lo denomina el más grande de los hombres, en razón del servicio de la salvación que comenzó en el anuncio de su nacimiento y el gozo de la salvación. Está consagrado a Dios desde el comienzo, lleno del Espíritu Santo, superior a Samuel y todos los profetas, viene con el espíritu de Elías. La grandeza de Juan, sin embargo, tiene un límite: “El más pequeño en el reino de Dios es mayor que él” (v.28). El más pequeño, el más humilde, es Jesús, se hace bautizar por Juan, se presenta como un siervo, un pecador, para ser purificado. Los discípulos de Juan pensaban lo contrario, es decir, que Jesús era menos que Juan. Con él alborea la salvación y todas las esperanzas desembocan en su realidad de testigo. Jesús el más pequeño, el Reino está en ciernes para los pequeños. Si Juan establece el bautismo de conversión para el perdón de los pecados, es porque Dios así lo quiere; bautismo de penitencia como camino de salvación porque el pueblo lo necesita y a todos se ofrece. Es el pueblo, los publicanos quienes dan la razón a Dios y se convierten se hacen penitencia, se bautizan. En cambio, los escribas y fariseos anulan el plan salvífico de Dios para ellos, al rechazar el bautismo de Juan. Los pecadores, los sin ley, entran en la verdadera comunidad de salvación; la misma salvación que se acoge a todos, exige la conversión de todos. El camino de la salvación lo traza Dios, Juan lo recorre con los humildes, con lo que prepara el mismo camino que seguirá Jesús.

VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 56,1-3.6-8: Casa de oración para todos los pueblos.

El texto del profeta Isaías, que nos ocupa, pertenece al Tritoisaías o tercera y última parte de este libro. Las coordenadas históricas son

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distintas, porque incluye muchos años, desde los comienzos del pos-exilio hasta cuando el templo ha sido reconstruido, donde la esperanza y e interioridad han dado paso a la exterioridad del culto, la rubricas litúrgica y la observancia legal se convierten en muy importantes en la relación con Yahvé. Hay un abandono del teo-centrismo tradicional de la espiritualidad hebrea, por un moralismo y ritualismo que acentúa una conciencia de culpa. Se pasa de una confianza en Dios, a unas exigencias divinas de practicar la justicia y el derecho, manifestada en la voluntad de Dios que llega a la estricta observancia del sábado, hasta en los mínimos detalles. Hay una mayor insistencia en los actos que justifican, que en la confianza en Dios. Se trata de la falta de fe e interioridad, que se suple con obras externas. En el NT, Jesús criticará en la persona de los fariseos esta postura religiosa. Hay todavía una proclamación universal de la salvación, que incluye casos concretos, como los eunucos, árboles secos, que si cumplen con el sábado y guardan la alianza, tendrán un nombre o dignidad personal en la Casa de Dios, muy superior si hubiesen engendrado muchos hijos. De repudiados del templo, ahora son acogidos. También los extranjeros tienen ahora, su lugar en el templo, porque son justificados, si guardan el sábado y su alianza. A cambio, Dios les permite ofrecer sacrificios y holocaustos. La razón que hace de trasfondo de toda invitación universalista, es que la Casa de Dios, es Casa de Oración. El en NT, Jesús recuerda estas palabras, cuando expulsa a los cambistas del templo, hasta que se identifica ÉL como morada de Dios para los hombres. Espacio divino y humano, signo visible de interioridad, de fe y unidad para unirnos a este Cristo total, que es la Iglesia en todos sus miembros.

b.- Jn. 5,33-36: Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

El evangelio, nos habla del discurso sobre la obra del Hijo. Es Jesús, quien da testimonio sobre su propia identidad mesiánica ante los judíos, pero no es válido, si habla de sí mismo, o se puede poner en tela de juicio. Pero su testimonio debe ser garantizado por otra serie de testimonios en su favor. Todo profeta, debía justificar la autenticidad de su misión, por el poder de Dios que obraba en él.

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Jesús, posee varios testimonios a su favor, todos ellos provenientes de Dios: el de Juan Bautista, (vv. 33-35), los signos (v. 36), el del Padre (vv37-38) y el de las Escrituras (v. 39). Pero si el testimonio, como sabemos sobre sí mismo es unánime con el del Padre, entonces sí es válido, porque como enviado de Dios, no actúa por cuenta propia, sino que movido sólo por la voluntad del Padre Dios. Un solo testimonio, de dos personas el Padre del Hijo. El testimonio del Bautista (cfr. Jn. 1,7-8.15.19.32-34). Todo lo que Juan decía no ser, lo era Jesucristo: la luz, el Mesías, el profeta, el más fuerte, el preexistente… El testimonio de Juan, iba también destinado a los hombres para que creyeran en Jesús. Él no era la luz, pero sí reflejo de ella, lámpara que ardía y brillaba en la oscuridad, indicando el camino del que veía venir detrás de sí (cfr. Jn.1, 8). Juan era la lámpara, Cristo Jesús es la luz desde siempre. A pesar de ello, los judíos prefirieron la lámpara, a la luz, prefirieron al testigo en lugar de Jesús, el testimoniado. ¿Quién, además de Juan Bautista, puede testimoniar a favor de Jesús? Las obras, que realiza Jesús y confirman que es el enviado del Padre. Las obras fueron hechas, para que los hombres crean que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, creyendo en ÉL tengan vida eterna (cfr. Jn.20, 30-31). Las obras hablan a las claras que Jesús es el enviado del Padre, ÉL no es una autoridad separada del testimonio del Padre, sino que permanece en su obrar unido a Dios. El Padre también testimonia a favor de Jesús, y consiste en creer que su Hijo nos ha dado vida eterna; los que creen en ÉL, poseen en su interior el testimonio del Padre. Quien no cree en Cristo hace a Dios mentiroso, porque no ha creído en el testimonio dado a favor de su Hijo (cfr. 1Jn. 5, 9-10ss). Este testimonio del Padre, lo percibe en sí sólo quien tiene fe, por ello los judíos no pueden aceptar el testimonio del Padre, porque no creen, no tienen fe en Jesús lo que lo hace imperceptible. El último testimonio lo dan las Escrituras. Los judíos consideraban muy importante estudiar y escudriñar las Escrituras, el mejor medio para conocer y poseer la vida eterna. Sin embargo, las Escrituras hablaban de Jesús, el Mesías, y ahora lo rechazan. Por ello, Jesús les reprocha a sus interlocutores que sus aspiraciones son puramente humanas, buscan la fama, la

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estima de los hombres, en definitiva la gloria (cfr. Jn. 5, 41-43). La verdadera gloria, consiste en el reconocimiento humilde del hombre de la manifestación, trascendencia y poder de Dios. La gloria que de los hombres debía recibir Jesús, es reconocerlo como enviado del Padre, pero los judíos se la niegan. La mentalidad de los judíos era antropocéntrica, el de Jesús es teocéntrica, por eso ellos no lo aceptan; son capaces de aceptar a cualquier otro, que venga en su nombre, porque posee las mismas aspiraciones de ellos. Finalmente, Jesús señala que no los va acusar, tienen quien lo haga en nombre, Moisés los acusará, porque también él dio testimonio de Jesús, escribiendo sobre ÉL (cfr. Jn.5, 45-47; Dt. 18,15). En este Adviento, vivamos la novedad del evangelio, con alegría y fe este tiempo santo, signo de la luz, que ha de brillar siempre en nuestros corazones.

La Beata Isabel de la Trinidad, en su tratado la “Grandeza de tu vocación” Isabel despliega su experiencia de fe: “Asegúrate en la fe, es decir, no obres más que bajo la luz potente de Dios, nunca según las impresiones y la imaginación. Cree que Él te ama, que quiere ayudarte El mismo en las luchas que tendrás que sostener. Cree en su amor, su demasiado gran amor, como dice San Pablo (Ef. 2, 4). Alimenta tu alma de las grandes verdades de la fe, que le revelan toda su riqueza y el fin para el que Dios la ha creado. Si tú vives en todas sus cosas, tu piedad no será una exaltación nerviosa, como temes, sino será verdadera. ¡Es tan hermosa la verdad, la verdad del amor: «El me ha amado, El se ha entregado por mí» (Gal. 2, 20)! He aquí, hijita, lo que es ser verdadero” (Grandeza de tu vocación 11).

SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Gn. 49, 1-2.8-10: No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de sus rodillas.

La primera lectura, nos habla de la profecía mesiánica de Jacob sobre la tribu de Judá, que obtiene una primacía sobre el resto. Su esplendor lo alcanza con David y Salomón, pertenecientes a esa tribu, pero que

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alcanza su cenit en Jesucristo, el Señor, el Mesías –Rey (cfr. Ap. 5,5). El texto pertenece a las llamadas bendiciones de Jacob, cuando se encuentra en Egipto, cercano a su muerte. Como su padre, Isaac, había hecho en ese momento (cfr. Gn. 27), Jacob imparte su bendición, es su herencia para los suyos. La bendición es un descubrir el futuro de cada uno de sus hijos, fundada en la palabra del patriarca, que habla en nombre de Yahvé. Bendición y palabra, intrínsecamente unidas, con la fuerza de su cumplimiento en el futuro. Este texto comienza, como anuncio del futuro, y termina como bendición (cfr. Gn. 49, 1. 28). Cada una de estas bendiciones, acontecimiento de las tribus en la época de los Jueces, adquirieron esta configuración en la época de David, y fueron introducidas en el Pentateuco en la época del regreso del exilio de Babilonia. Destacan las bendiciones de Judá y de José, por varias razones, destacándose por sobre las demás, la de Judá en el sur y la de José (Efrain y Manasés) en el centro de Canaán. La bendición de Judá, de origen yahvista pronostica, hegemonía y superioridad sobre sus enemigos. El león, es su símbolo, por ser el rey del bosque, de la selva. Cetro y bastón de mando, hablan de Judá, símbolos de la realeza, anuncio clarísimo a la monarquía de David, el que sometió a todos los pueblos cercanos, formando un imperio, que rigió el destino de los pueblos, integrados en una nación. Hasta el momento no había encontrado motivos de alabanza para sus hijos, sin embargo, al llegar a Judá, todo cambia, cambia la perspectiva y el horizonte: “Tú eres Judá” (v. 8), sus hermanos lo alabarán, es decir, reconocerán su superioridad, al vencer a sus enemigos. Por esto, se postrarán ante él, los hijos de su padre, es decir, las otras tribus. La hegemonía de Judá, sobre las otras tribus, se cumplió en tiempos de David y de Salomón, de la tribu de Judá con las victorias sobre arameos, filisteos, edomitas, moabita y amonitas. Judá, es el león, que sube a las montañas para devorar a su presa y nadie se atreve a molestarle (v.9). Judá, también es presentado, como rey soberano que tiene en sus manos el cetro y el báculo o bastón de mando, entre sus pies hasta que venga aquel a quien le pertenece el cetro o símbolo de poder. Su territorio será rico en viñas y pastos, de forma que atará a la vid su borrico, lavará en vino sus vestidos y la leche blanqueará sus

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dientes (cfr. Gn. 49,11). La interpretación mesiánica de este vaticinio, parece identificarse con la época de los Jueces, reinterpretado en los tiempos de David y de Salomón por su preeminencia, encontrando su marco ideológico en tiempos de los profetas Amós, Isaías y Miqueas. Este texto se aplicó a Cristo glorioso, “el león de Judá” (Ap.5,5). Se habla de la obediencia de los pueblos de los pueblos, que prestarán a este personaje misterioso al que pertenece, el cetro y el bastón de mando, mientras Judá, mantiene esa preeminencia sobre las demás tribus, hasta que llegue aquel, a quien pertenece ese cetro de mando, es decir, el Mesías, a quien Judá dará el cetro para que continué con esta supremacía. La tribu de Judá mantuvo esta primacía hasta el año 586 a. C., e incluso después del exilio, porque ser la tribu de David y en su territorio estaba el templo de Jerusalén, centro espiritual de todo Israel. Las promesas mesiánicas se cumplen en la descendencia de Jacob. La descendencia de la mujer triunfará por sobre la descendencia de la serpiente (cfr. Gn.3,15); la bendición de Noé, segundo padre de la humanidad, recae sobre los semitas (cfr. Gn.9,26); a Abraham de origen semita, se le promete la bendición para su descendencia (cfr. Gn.12,3), heredada por Isaac y Jacob, y ahora se concretiza y anuncia por primera vez una persona que encarnará este ideal mesiánico en un descendiente de esta tribu de Judá. La promesa se hace más cercana en la familia de David, de la tribu de Judá (cfr. 2 Sam. 7, 11-17) y se anuncia el lugar donde nacerá en Belén (cfr. Miq.5,3). Las profecías adquieren perfiles históricos y humanos cada vez más concretos, en nuestro caminar hacia el encuentro del Mesías, tan cercano a nosotros, Jesucristo, el Señor.

b.- Mt.1, 1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David.

El evangelio, nos presenta la genealogía de Jesucristo, descendiente de Judá y David. Esta genealogía de Mateo, es descendente ya que empieza en Abraham y termina en Jesús, hijo de María y José. Entre los antepasados de Jesús, encontramos de todo, unos muy buenos y otros no tanto. Si bien predominan los hombres, línea masculina, hay cuatro mujeres: Tamar (cfr. Gen.38); Rahab, prostituta de Jericó (cfr. Jos. 2), que tuvo un hijo de su propio suegro; Rut la moabita (cfr. Rut

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4), Betsabé, mujer de Urías y luego de David (cfr.2 Sam. 11), además de María, la madre de Jesús. Dos de ellas eran extranjeras: Rahab y Rut. De este forma queda clara la pertenencia de Jesucristo, y su solidaridad con toda la humanidad, en su condición real y pecadora. Es la acción de la Providencia divina, que trabaja con la humanidad y en la humanidad, guiándola hacia Cristo Jesús. Como Hombre y Dios verdadero, se convierte en el modelo del hombre nuevo. Sólo en el misterio de Dios, se esclarece el misterio del hombre, como enseña el Concilio, Adán es figura del que había de venir, Cristo nuevo Adán, revelación del Padre y de su amor por el hombre, revelándole lo que es y la vocación a la está llamado (cfr. GS 22). Si Cristo se hace Hombre, en el misterio de su Encarnación, es para que el hombre sea divino, es decir hijo de Dios. Todo este movimiento, se centra en la maternidad divina de María. Ella es la morada de Dios con los hombres, en Ella se realizó el admirable encuentro personal de Dios con el hombre; tan divino y tan humano que el Verbo de Dios, su Palabra se hace humano en María, se unió como nosotros. Admirable misterio de amor.

Sor Isabel, en la Navidad de 1901: “En el humilde y frío establo ¡qué hermoso está el Niño Jesús!/ ¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!/ ¡Sí, ha venido para mí!/ Contemplando la gran miseria/ de los hijos que ha amado demasiado, /el Padre, lleno de ternura/ les dio su Verbo adorado. (Poesía 75).

NB: Tener en cuenta que comienza en estos días las Feria Mayor o Tiempo de Navidad del 17 al 24 de diciembre inclusive.

P. Julio González C.