Suplemento Tapatío 24 de diciembre

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Fundadores • Jesús Álvarez del Castillo V. • Jorge Álvarez del Castillo Z. • Editor-Director • Carlos Álvarez del Castillo G. Supervisor: Aimeé Muñiz / [email protected] PÁGINA 8-B Sábado 24 de diciembre de 2011 por: Vanesa Robles Hacerla de Santa Claus debe ser complicado en una ciudad como Guada- lajara. Hay que ser blanco lechoso de piel; viejo y gordo, pero saludable; ponerle bue- na cara al mal tiempo de crisis y ajusticia- mientos, y tener oído para escuchar todo tipo de caprichos y hasta reclamos. Si no se es ni blanco ni gordo ni vie- jo ni saludable ni amable, por lo menos resulta indispensable soportar las plas- tas de maquillaje pastoso hasta en las ce- jas, atarse unos cojines alrededor de la panza y usar un disfraz que, con mucha suerte, es de calurosísimo terciopelo nuevo, aunque también puede ser de ca- lurosísimo peluche viejo y descolorido. Quizá por todas esas complicacio- nes, en 2011 los “santacloses” son algo así como una especie en extinción, la imagen de una postal, un garbanzo de li- bra, y más, mucho más anticuados que los dinosaurios a los que miles de niños visitan en la Plaza de la Liberación, tras una espera de dos horas. Cosa rara: las imágenes de los “san- tacloses” están muy presentes en Guada- lajara: “Tecnologízate”, sugiere uno, plas- mado en una gran manta en la esquina del Centro Magno. “Una sonrisa para Santa”, indica otro cartel en la plaza Andares, don- de “Santa” no aparece por ningún lado. “Nooo. Aquí nomás cae nieve a las siete de la noche”, confirma una emplea- da, mientras apunta al cielo con el índice. Por la forma de arremolinarse en las tiendas y la capacidad de cargar bultos —que ya quisieran los del mercado de Abastos—, es posible afirmar que en An- dares los cientos de viejos, amas de casa y hasta los niños pequeños son su propio Santa Claus, por lo que ahí el personaje sobra: “Ni Santa te regala tanto”, afirma una publicidad del sitio. En el centro de Guadalajara la cosa es diferente: “¡Están vivos!”, afirma un letre- ro en el centro de la plancha de la Plaza de la Liberación, que se refiere a la exposición de dinosaurios, no a los tres “santacloses” que trabajan todo el día y que se benefician de los miles de visitantes a la exhibición de animalones prehistóricos. “No crea, nos ha costado trabajo so- brevivir”, afirma, como si hablara de los terodáctilos, Josefina López Patiño, que es la tercera generación de una familia de arquitectos de carpas navideñas y fo- tógrafos del centro de Guadalajara. “Ahorita se nos acercan un poco más porque la plaza está llena, con eso de los dinosaurios”. Y sí, la gente que quiere ver la exhibición le da tres vueltas a la plan- cha de la Liberación y, para matar el abu- rrimiento, los que tienen 50 pesos de más se toman una foto con el Santa Claus contratado por Josefina. Se llama César y ni es tan gordo ni tan sonriente, ni mucho menos blanco, pero da el gatazo con su traje de peluche y es muy solicitado. “Ni tanto”, dirá más tarde Josefina, con un aire de modestia y de patrona que siempre cuenta pocas ganancias y vio tiempos mejores. En los años cincuenta, cuando su abuelo, Juan, su padre Conrado y otros fotógrafos del Centro Histórico de Gua- dalajara pusieron los primeros puestos y las fotografías se tomaban con cámaras de cajón y cortina, la gente hacía filas. Todavía hace unos 20 o 30 años, cuan- do las imágenes instantáneas y cuadrado- tas salían de una Polaroid, la gente quería hacerseunafotoconSantaClaus.“Unavez hasta me tuve que disfrazar yo”, confiesa Josefina, “y nadie notó que era mujer”. Hace unos tres años se acabó la ma- gia de las Polaroid, “porque la película se puso cara” y la gente empezó a escasear, aunque el precio de 50 pesos se ha man- tenido desde entonces, lamenta la pe- queñísima empresaria. No hay filas, pero la gente llega. Lle- ga una pareja joven, con un bebé, que en la foto sale con cara de asustado; César impone. Llega una familia de siete, en la que el tío de los niños agandalla asiento en la pierna de César Claus, quien ahora es el que sale con cara de asustado. Lle- gan, desde Chapalita, Adriana Castillo y su madre, María Luisa Ponce, quien a sus 75 años jamás se había hecho una foto con Santa y ahora está emocionadísima. Llega la polémica, cuando una ma- dre de familia que cruza la plaza grita “¡Santa Claus no existe!”, y Adriana Aguilar, otra madre de familia que en ese momento se toma la foto con sus dos re- toños le responde, también a gritos: “¡Ay señora! ¡Por eso el país está como está!”, y luego se dirige a sus pequeños en los que, se nota, ha quedado la semilla de la duda, y les ordena: “¡Si existe! ¡Si existe! Santa les trae los regalos!”. El problema es cuando Santa no trae nada, confiesa Josefina más tarde. Como su puesto permanece en la plaza hasta el 6 de enero, César la paga con los niños que no recibieron lo que pidieron y los deseos se quedan nomás en el buzón que la fotó- grafa mandó hacer con un carpintero, jun- to con las casitas de madera que le dan el fondo a las fotografías y los venados con cara de pájaro y hocico dorado, que le com- pró a un señor que se los ofreció baratos: todo, retratado con una cámara digital, im- preso ahí mismo en tecnología japonesa y enmarcado en un calendario de 2012. Ahí donde la ven y con todo y quejas, las fotos que hace Josefina López Patiño salen al instante, a diferencia de las del gran almacén de la Gran Plaza, donde Santa sí es blanco, se hace acompañar por dos elegantes duendes de maquillaje per- fecto, trajes de terciopelo e implantes pun- tiagudos en las orejas, pero entrega las imágenes un día después, cobra 100 pe- sos y, la verdad, no tiene el mismo raiting, auque le tocó traje de terciopelo fino, aire acondicionado y sonrisa angelical. “Hacerla de Santa Claus es muy feo”, confiesa uno de los dos “santaclo- ses”, que, por cierto, le va a pedir a los re- yes un empleo estable para 2012. • Hay que suplicar a alguna fuerza celestial para poder ver a Santa Claus en Plaza del Sol, la estación en que se supone se encuentra el regordete personaje luce una silla vacía; quizá está de compras ahora mismo. EL INFORMADOR • A. MUÑIZ • Un calendario de 2012 y una foto con alguno de los múltiples “santacloses” del Centro Histórico tiene un costo de 50 pesos. EL INFORMADOR • A. MADERA Fiesta navideña Santa Claus también se amarga Algunos “santacloses” del Centro Histórico de la ciudad continúan la tradición de sus ancestros, aunque estos tiempos no sean tan buenos como aquellos • A algunos pequeños les basta con tocar a Santa Claus. EL INFORMADOR • A. MADERA

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Fundadores • Jesús Álvarez del Castillo V. • Jorge Álvarez del Castillo Z. • Editor-Director • Carlos Álvarez del Castillo G.

Supervisor: Aimeé Muñiz / [email protected]

PÁGINA 8-B Sábado 24 de diciembre de 2011

por: Vanesa RoblesHacerla de Santa Claus debe ser

complicado en una ciudad como Guada-lajara.Hayqueserblanco lechosodepiel;viejoygordo,perosaludable;ponerlebue-na cara al mal tiempo de crisis y ajusticia-mientos, y tener oído para escuchar todotipo de caprichos y hasta reclamos.

Si no se es ni blanco ni gordo ni vie-jo ni saludable ni amable, por lo menosresulta indispensable soportar las plas-tas de maquillaje pastoso hasta en las ce-jas, atarse unos cojines alrededor de lapanza y usar un disfraz que, con muchasuerte, es de calurosísimo terciopelonuevo, aunque también puede ser de ca-

lurosísimo peluche viejo y descolorido.Quizá por todas esas complicacio-

nes, en 2011 los “santacloses” son algoasí como una especie en extinción, laimagen de una postal, un garbanzo de li-bra, y más, mucho más anticuados quelos dinosaurios a los que miles de niñosvisitan en la Plaza de la Liberación, trasuna espera de dos horas.

Cosa rara: las imágenes de los “san-tacloses” están muy presentes en Guada-lajara: “Tecnologízate”, sugiere uno, plas-madoenunagranmantaen laesquinadelCentro Magno. “Una sonrisa para Santa”,indicaotrocartelenlaplazaAndares,don-de “Santa” no aparece por ningún lado.

“Nooo. Aquí nomás cae nieve a las

siete de la noche”, confirma una emplea-da, mientras apunta al cielo con el índice.

Por la formadearremolinarseen lastiendas y la capacidad de cargar bultos—que ya quisieran los del mercado deAbastos—, es posible afirmar que en An-dares los cientos de viejos, amas de casay hasta los niños pequeños son su propioSanta Claus, por lo que ahí el personajesobra: “Ni Santa te regala tanto”, afirmauna publicidad del sitio.

EnelcentrodeGuadalajaralacosaesdiferente: “¡Están vivos!”, afirma un letre-ro en el centro de la plancha de la Plaza delaLiberación,queserefierealaexposiciónde dinosaurios, no a los tres “santacloses”quetrabajantodoeldíayquesebenefician

delosmilesdevisitantesalaexhibicióndeanimalones prehistóricos.

“No crea, nos ha costado trabajo so-brevivir”, afirma, como si hablara de losterodáctilos, Josefina López Patiño, quees la tercera generación de una familiade arquitectos de carpas navideñas y fo-tógrafos del centro de Guadalajara.

“Ahoritasenosacercanunpocomásporque la plaza está llena, con eso de losdinosaurios”.Ysí, lagentequequiereverla exhibición le da tres vueltas a la plan-cha de la Liberación y, para matar el abu-rrimiento, losquetienen50pesosdemásse toman una foto con el Santa Clauscontratado por Josefina.

Se llama César y ni es tan gordo nitan sonriente, ni mucho menos blanco,pero da el gatazo con su traje de peluchey es muy solicitado.

“Ni tanto”, dirá más tarde Josefina,con un aire de modestia y de patrona quesiempre cuenta pocas ganancias y viotiempos mejores.

En los años cincuenta, cuando suabuelo, Juan, su padre Conrado y otrosfotógrafos del Centro Histórico de Gua-dalajara pusieron los primeros puestos ylas fotografías se tomaban con cámarasde cajón y cortina, la gente hacía filas.

Todavíahaceunos20o30años,cuan-do las imágenes instantáneas y cuadrado-tas salían de una Polaroid, la gente queríahacerseunafotoconSantaClaus.“Unavezhasta me tuve que disfrazar yo”, confiesaJosefina, “y nadie notó que era mujer”.

Hace unos tres años se acabó la ma-giade lasPolaroid, “porque lapelículasepuso cara” y la gente empezó a escasear,aunque el precio de 50 pesos se ha man-tenido desde entonces, lamenta la pe-queñísima empresaria.

No hay filas, pero la gente llega. Lle-ga una pareja joven, con un bebé, que enla foto sale con cara de asustado; Césarimpone. Llega una familia de siete, en laque el tío de los niños agandalla asiento

en la pierna de César Claus, quien ahoraes el que sale con cara de asustado. Lle-gan, desde Chapalita, Adriana Castillo ysumadre,MaríaLuisaPonce,quienasus75 años jamás se había hecho una fotocon Santa y ahora está emocionadísima.

Llega la polémica, cuando una ma-dre de familia que cruza la plaza grita“¡Santa Claus no existe!”, y AdrianaAguilar, otra madre de familia que en esemomento se toma la foto con sus dos re-toños le responde, también a gritos: “¡Ayseñora! ¡Por eso el país está como está!”,y luego se dirige a sus pequeños en losque, se nota, ha quedado la semilla de laduda, y les ordena: “¡Si existe! ¡Si existe!Santa les trae los regalos!”.

El problema es cuando Santa no traenada, confiesa Josefina más tarde. Comosu puesto permanece en la plaza hasta el6deenero,César lapagaconlosniñosqueno recibieron lo que pidieron y los deseosse quedan nomás en el buzón que la fotó-grafamandóhacerconuncarpintero, jun-to con las casitas de madera que le dan elfondo a las fotografías y los venados concaradepájaroyhocicodorado,quelecom-pró a un señor que se los ofreció baratos:todo,retratadoconunacámaradigital,im-preso ahí mismo en tecnología japonesa yenmarcado en un calendario de 2012.

Ahí donde la ven y con todo y quejas,las fotos que hace Josefina López Patiñosalen al instante, a diferencia de las delgran almacén de la Gran Plaza, dondeSantasíesblanco,sehaceacompañarpordos elegantes duendes de maquillaje per-fecto,trajesdeterciopeloeimplantespun-tiagudos en las orejas, pero entrega lasimágenes un día después, cobra 100 pe-sos y, la verdad, no tiene el mismo raiting,auque le tocó traje de terciopelo fino, aireacondicionado y sonrisa angelical.

“Hacerla de Santa Claus es muyfeo”, confiesa uno de los dos “santaclo-ses”, que, por cierto, le va a pedir a los re-yes un empleo estable para 2012.

• Hay que suplicar a alguna fuerza celestial para poder ver a Santa Claus en Plaza del Sol, la estación en que se supone se encuentra el regordete personaje luce una silla vacía; quizá está de compras ahora mismo.

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RMADOR•A.MUÑIZ

• Un calendario de 2012 y una foto con alguno de los múltiples “santacloses”del Centro Histórico tiene un costo de 50 pesos.

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RMADOR•A.MADER

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Fiesta navideña

Santa Claustambién se amarga

Algunos “santacloses” del Centro Histórico de la ciudad continúan la tradiciónde sus ancestros, aunque estos tiempos no sean tan buenos como aquellos

• A algunos pequeños les basta con tocar a Santa Claus.

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RMADOR•A.MADER

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EL INFORMADOR

TAPATÍOSábado 24 de diciembre de 2011 PÁGINA 9-B

Diario de un espectador

La Nochebuena llega siempre envuelta en elimborrable prestigio que la infancia supo cons-truir. Tres sombras recorren las calles de la ciu-dad apaciguada. Van midiendo los años concedi-dos, los que vienen por delante. En algún lugar secanta la misa de gallo y vuelve el resplandor in-combustible que hace andar los caminos. El jar-dín es una pura espera y los niños dirán las pasto-relas al filo del azoro y la dicha.

**El museo de la inocencia. Este es el título de

una de las obras mayores del turco Orhan Pamuk.Leer esta novela es un trabajoso ejercicio de resis-tencia, que solamente al correr de sus centenaresde páginas va entregando sus recompensas. Enhe-bradas en el relato van apareciendo las piezas deconvicción, los muy diversos materiales que erigenel particular museo que se va conformando ante losojos del lector. Esa reunión de elementos intenta elretrato de una mujer, Füsun; ensaya a partir de allíla más que morosa reconstrucción de una pasión;luego,eslarecreacióndeunaciudadqueesunmun-do: Estambul. Y es también, y sobre todo, la pacien-te, maniática evocación del tiempo perdido.

Un seco virtuosismo, un tono contenido e ínti-mo, una sinceridad astringente y llana, son las he-rramientas de este intento que a veces parece nau-fragar en la minucia de su recorrido. Ante lapregunta formulada al autor sobre el sentido de re-unir la delirante colección de objetos que acumulaensumuseo(yqueseaplicaa lasmínimaso lassun-tuosas colecciones que todo hombre puede juntar),esta es la contestación: “Lo que aquella preguntaquería significar era que tras cada persona obsesio-nada en recopilar objetos y apilarlos en un rincónsubyace un corazón roto, un problema profundo,una herida espiritual difícil de explicar”. Y, en otrosentido, otra respuesta: “Con mi museo pretendoenseñar no solo al pueblo turco, sino a todas las na-ciones del mundo, que se sientan orgullosos de lavida que llevamos”. Y, hablando de la disposiciónfísica de la exposición, una tercera clave: “Comodesdecualquier sitiopuedena lavezverse todos losobjetos, o sea, toda mi historia, los visitantes se ol-vidarán de la sensación del Tiempo. Este es el ma-yor consuelo que hay en la vida”.

Pero, ¿cuál es la inocencia que proclama ypreserva el museo? Quizá, la de quien se enamo-ra para siempre y sin remedio de su particularFüsun, la de quien a través de una ciudad abrazay asume al mundo, la de quien busca encontrar yfijar en el paso del tiempo las claves de una feli-cidad siempre fugitiva.

**Muchos años después, como por casualidad,

las piezas al fin cayeron en su lugar, el asunto que-dó claro. Todos los indicios hicieron sentido: ha-bía sido una tentativa deliberada y continua, unamaquinación no por sutil menos contundente, unapartida de esgrima que se extendió por años y dé-cadas. Y de la que salió, sin ninguna duda, triun-fante. La elusión, la alusión distraída, la originali-dad no exenta de impertinencia, el humorpersistente y zumbón, la gracia de una tan difícilcomo omnipresente elegancia. Tales fueron las ar-mas de su estrategia. Podría alguien pensar en Mi-

chel de Montaigne, en el inspector Maigret, enciertos gestos de Jean Gabin, en las tiradas delCyrano, en los compases últimos de una pieza deDebussy. Así, ahora todo se explica, y los misterio-sos caminos que conformaban en los gestos máscotidianos un estilo perdurable y diáfano se ven ala distancia con claridad. Tan lejos de la vulgari-dad y de lo obvio, de la torpe medianía, de los oro-peles baratos y el lugar común. Una casa íntegra,del sótano a la veleta, de las maderas oscurecidasa la cruz que remata la chimenea, queda –entre al-gunas otras cosas– en testimonio.

**Nuestro traidor favorito. Así podría a lo mejor

traducirse el título de la más reciente novela de unode los más interesantes y divertidos escritores con-temporáneos:JohnLeCarré.Ourkindoftraitornosentrega un carácter inolvidable: el del ruso Dima,el mayor lavador de dinero del mundo. Expansivo,heroico, regido por una alta noción del honor, en-trañable y terrible –como un guiño a la gran narra-tiva de Dostoievsky–, Dima quiere “regresar delfrío”, entregarse junto con todos sus secretos a losservicios de inteligencia británicos. La historia fun-ciona como un instrumento de alta relojería. El hu-mor de Le Carré es tan fino como agradecible, y ladestreza que a los ochenta años derrocha para des-cribir personajes y ambientes es más que ejemplar.Larga vida al maestro.

**Qué verde era mi valle. Para cierta generación,

esta era una de esas películas míticas cuyo presti-gio provenía de la recomendación más que caluro-sa de un maestro fundamental: Ignacio Díaz Mora-les. Incidentalmente,estacintadeJohnFordes,poralguna razón, parte de esas producciones cuya vi-sión es apropiada para los días navideños. Así, es-teespectadorserefilóhipnóticamentelahistoriadela familia galesa Morgan, filmada en espléndidoblanco y negro, en locaciones de California hacia1941. La fecha, ya inmersa en la Segunda GuerraMundial, explica la imposibilidad de haberla filma-do –como era el deseo de Ford– en el Sur de Gales,en donde está ubicada la acción. Sin embargo, la re-creación del pueblo minero y sus contornos es muyeficaz. Los temas son varios, pero el que impregnaa toda la historia es el de la nostalgia –esa prestidi-gitadora de ambiguos filos. Esa línea narrativa, lade los ojos que consideran lo perdido, es llevada deprincipio a fin por el joven narrador, el menor de loshermanos de una aguerrida familia de mineros. Nohay una anécdota central: hay distintas líneas na-rrativas que construyen un cierto clima estético ymoral, muy distante por cierto del cinismo tecnoló-gico tan del uso en el cine de nuestros días. El re-tratodeunpuebloyunafamilia inmersosenlasmu-danzas de fines del siglo XIX conserva su frescuray una alta dosis de nostálgico encanto.

**En nuestros harapos de luz, canta el poeta, y la

estrella levanta una vez y otra el filo de su proa con-tra la inmensidad del tiempo. Pero un resplandorúnico, un preciso destello que pasó hace dos milaños, ese que alumbró la primera mirada del Diosniño, es el mismo que ahora llega hasta este valle,el que inaugura y bendice al mundo.

POR JUAN PALOMAR ([email protected])

Clásica

Enmediodelasmúltiplesinterpretacionesquehoyen día se hacen de la Navidad y absortos en los compro-misos sociales y de consumo que con su cercanía se de-satan, recordar que se trata de una celebración religio-sa puede parecer ya un hecho lejano e inclusoanecdótico. Sin ir más lejos, basta escuchar la recientedeclaraciónhechaporelpapaBenedictoXVI,lamentan-do la pérdida del sentido religioso de la Navidad.

Es cierto que bajo los intereses de la mercado-tecnia se ha tergiversado paulatinamente su sentidooriginal, enfocándolo a la satisfacción de los deseosmateriales propios y ajenos, matizando sus implica-ciones de manera que el número de clientes llama-dos a formar parte de esta gran venta anual incluyaa la gran mayoría, sin importar si comparten o no lascreencias de las que emana la festividad en cuestión.

Peroaquí,enGuadalajara,estapérdidademis-ticismo muchas veces pareciera palparse en el in-terior mismo de la Iglesia, que ha olvidado casi porcompleto lautilizacióndel repertoriomusicalsacroescrito para esta fiesta que, por su importancia, espara la que más obras se han generado.

Desde el canto gregoriano, pasando por todaslas épocas y estilos, existe música para todo tipo deinstrumentos y de cualquier grado de dificultad,piezas sueltas, misas, motetes, cantatas y un largoetcétera; trabajos de autores conocidos y la mayo-ría de ellos de otros que esperan ser rescatados.

¿Quién ha escuchado en los últimos tiempos enalguna iglesia tapatía que con motivo de la Navidad

se toqueenelórgano,porejemplo, laRapsodiasobrevillancicos navideños de Gigout o que se interpretenen las misas de Navidad obras corales que no seanlas conocidas de siempre? ¿Qué sentido religiosopuede despertar escuchar en una celebración litúr-gica las mismas melodías que acaban de escucharsemomentos antes en el centro comercial?

Este año la situación ha sido la misma, salvoesfuerzos individuales, como las misas dominica-les del tiempo de adviento que se celebraron enSanta Teresa acompañadas por el coro de gregoria-nistas que dirige el maestro Rafael Martín del Cam-po o un concierto navideño realizado por el Coro deInfantes de la Catedral el pasado lunes.

Recuperar lariquezadelamúsicaempleadaenla celebración de la Navidad sería un buen punto departida para que los principales interesados en queno se olvide su sentido auténtico den un primer pa-so hacia adelante.

La música sacra navideñaPOR EDUARDO ESCOTO ([email protected])

Recuperar la riqueza de la músicaempleada en la celebración de laNavidad sería un buen punto departida para que los principales

interesados en que no se olvide susentido auténtico den un primer paso

hacia adelante.

Entre las piernas

Platicando con la Pilarica caí en la cuenta ha-ce unas cuantas semanas de que este 2011 se mue-re con escasos recuerdos de danza. La verdad nisiquiera sé si esto se debe a que ya no me acuerdodecosasquesucedenen lavida,debidoaquiénsa-be qué extraña circusntancia; o simplemente nohay absolutamente nada qué recordar, porque elasunto estuvo sumamente dormido. Quién sabe,pero sólo me vienen a la mente unas cuantas fun-cionesdedanza,contrabajosdeMarthaHickman,Larisa González, Beatriz Cruz y... hasta ahí se meacaba la memoria.

Luego pienso que tal vez no me acuerdo deotras cosas, porque quizá sólo se trató de espectá-culos que tuvieron una sola función, porque ya sa-bemosqueaquí ladanzanodaparamásenlos tea-tros, es decir, el concepto de “temporada” esdesconocido por quienes se dedican a esta tarea,porque –según se dice por a’i– la gente en Guada-lajara no tiene la costumbre de ir a ver trabajosdancísticos.

Entonces me pregunto yo: ¿Por qué el TeatroDiana tiene con frecuencia funciones de compa-ñías internacionales durante las cuales se ocupaun gran porcentaje del aforo del espacio?

Digo, así parece que a la gente sí le gusta ladanza, ¿no? E incluso que está dispuesta a pagarmás de 200 pesos por acudir a un espectáculo deestetipo, locual–porcierto–superaelcostodelbo-

leto para ver algún trabajo de producción local. Laverdad, debo decirles, hay grupos y solistas en laciudad que ofrecen un alto nivel de calidad, sólofalta que se pongan las pilas y nos muestren mássu trabajo.

Sobra decir que no me estoy refiriendo a laCompañía de Danza Clásica y Neoclásica de Jalis-co, cuya calidad no critico porque nunca la he vis-to,aunquesímehaparecidodesdeelprincipiounafarsa para darle un sueldo a las amigas (y amigos,claro) de alguien... y conste que ni siquiera estoydiciendo que ese alguien es el secretario de Cultu-ra, para que luego no me vengan con chismes. Enfin... prefiero no hablar de este tema que me ponede pésimo humor.

Pero si de ballet se trata debo hablar mejor deDorisTopeteque,legusteonoaalgunos,sehaocu-pado de formar a talentosos bailarines que hoy endía se encuentran en algunas importantes compa-ñías fuera del país... y conste que ni siquiera estoypensandoenIsaacHernández,quiensinceramen-te me parece un chico bastante mal agradecido,pues si bien es cierto que su papá ayudó en su for-mación, su desarrollo se lo debe en mucho a estaimportante maestra que ahora nos presenta un ni-ño bastante talentoso (además de lindo): EnriqueBejarano, con apenas ocho años de edad. Estenombre no se debe olvidar en 2012 y mucho me-nos perder alguna de sus presentaciones.

¿Y dónde está la danza?

POR AIMEÉ MUÑIZ ([email protected])