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Alianza Universidad Francisco de Solano, Guillermo Céspedes del Castillo, Enrique Otte, Pilar Sanchiz Ochoa, Pedro A. Vives Azancot, Jacqueline de Durand-Forest, Fernando Silva-Santisteban, Carlos Meléndez Chaverri, Francisco Tomás y Valiente Proceso histórico al conquistador Edición coordinada por Francisco de Solano M92-IW2 QUINTOCENTENARIO Alianza Editorial

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Alianza Universidad Francisco de Solano, Guillermo Céspedes del Castillo, Enrique Otte, Pilar Sanchiz Ochoa, Pedro A. Vives Azancot, Jacqueline de Durand-Forest, Fernando Silva-Santisteban, Carlos Meléndez Chaverri, Francisco Tomás y Valiente

Proceso histórico al conquistador

Edic ión coordinada por Francisco de Solano

M92-IW2 QUINTO CENTENARIO

Alianza Editorial

E L CONQUISTADOR HISPANO: SEÑAS DE IDENTIDAD

FRANCISCO DE SOLANO

De entre las cinco naciones de la Europa occidental, invasoras de América , solamente a los españoles se les reconoce como conquistado­res. Portugueses, ingleses, franceses y holandeses ocuparon tierras en diferentes espacios americanos, teniendo sus soldados y cuerpos defen­sivos; pero és tos , tan guerreros y conquistadores como los soldados de E s p a ñ a , no tienen sustantivo específico que los califique. E l con­quistador es figura y definición genuinamente española , y a su hazaña se la conoce por conquista —incluso en idiomas extranjeros—. Por­que una nueva empresa política (ampliación de tierras) e incluso rel i­giosa (propagación evangélica) venía a suceder en América la concluida en 1492 con la conquista del reino de Granada. Los otros pueblos europeos habían padecido el fantasma de la guerra en sucesivas oca­siones, pero guerra de conquista (o de reconquista) solamente Portu­gal la había mantenido, por su lado, concluida en la Península Ibérica en el siglo x i v y renovada en el x v con las conquistas de Ceuta, Tán­ger y de otras plazas en territorios marroquíes . Sin embargo, n i los colonos-soldados de los feudatarios portugueses de Brasil , n i los colonos holandeses, franceses, n i tampoco los ingleses adquieren nom­bres específicos, d i fuminándose sus acciones como propias de u n tiempo nebuloso y poco preciso.

Solamente tiene nombre propio el colono-soldado español que se enrola en una empresa de penetración en el t e r r i to r io : empresa conce­bida bien para ayudar a la definición geográfica o para su ocupación efectiva. Se le conoce por conquistador, y posee unas características

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propias y singulares, aunque bastantes otras de sus cualidades (nega­tivas y positivas) sean semejantes a las poseídas por los colonos-solda­dos de Portugal , Gran Bretaña , Francia y Holanda, y desarrolladas por los espacios americanos por donde se expandieron estas potencias europeas.

E l conquistador está , asimismo, delimitado por fechas: desde 1506 (conquista de Puerto Rico) a 1573, en que Felipe I I sanciona unas Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento y Población, documento capital por el que se considera concluido el per íodo ocupacional y conquistador para pasar al de pacificación, al de una sistemática colonización: las empresas expansivas que se realizaron a part ir de 1574 ya no estarán encuadradas (o definidas) como conquistas, n i por conquistadores, n i sus protagonistas alcanzarían los grados sociales y económicos que los conquistadores habían alcanzado en otras zonas, aunque obten­drían otras recompensas sociales y premios económicos .

E l conquistador español nace entre dos fechas bastante próx imas : entre 1460 y 1530. E l grupo conquistador, numéricamente corto, se distribuye entre 1460 —fecha del nacimiento de Juan Ponce de L e ó n , el vallisoletano conquistador de Puerto Rico y descubridor de Flo­r i d a — a 1528, fecha del nacimiento del vasco Juan de Garay, funda­dor del segundo Buenos Aires . Entre ambas fechas nacen mayorita-riamente en E s p a ñ a los protagonistas de la formidable penetración y ocupación del continente americano. Pero en este grupo participan individuos de otras naciones europeas: en una proporción en verdad escasa, pero significativa. Aparecen portugueses, franceses e italianos (genoveses, toscanos) no subditos del rey de E s p a ñ a , también alema­nes y flamencos, malteses y griegos que acompañan a los españoles en las múltiples empresas que siguen al descubrimiento en 1492.

La expansión española se realiza con unas características de ra­pidez en la ocupación terr i tor ia l que tiene escasos precedentes en la His tor ia Universal . E n menos de una centuria se extiende por unos paisajes di latadís imos, en los que se enraiza con la fundación de numerosís imas ciudades. Esta ocupación americana se hace siguiendo una gradación:

— A m b i t o de las Ant i l l a s , y mundo circumcaribe: 1492-1520. — A m b i t o de las grandes culturas americanas (1520-1550). — A m b i t o del Cono Sur: Chile (1540), R ío de la Plata (1536-

1580).

Todas esas ocupaciones derivaron de muchas expediciones y de muchas empresas, a las que se les aplica el mismo nombre genérico de « c o n q u i s t a » , pero que pertenecen a diversos tipos, aunque sus

comportamientos sean casi idénticos. H a y territorios que se ocupan después de conquistas rápidas (México , mundo incaico); otros, por el contrario, obedecen a una acción guerrera lenta (como la que pro­cede en Yucatán , a cargo de los salmantinos Monte jo ) , y , por ú l t imo, también hay conquistas muy prolongadas (como la del reino de Chile, que concluye práct icamente en pleno siglo x i x ) .

1. LA EMPRESA DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

I | Las expediciones españolas que operan en un terr i tor io americano ¡ lo hacen con unos rasgos originales, que tienen sus precedentes en

las acciones guerreras de la Reconquista e, inclusive, posee rasgos I que le provienen de las armadas'. Estaban, eso sí, sostenidas por el I Estado, quien delimitaba funciones y espacios geográf icos ; pero I siendo éstos tan imprecisos, la expedición ayudaba a dibujarlos y a 1 perfeccionarlos. Los l ímites de cada jurisdicción resultaban, irreme-, diablemente, inseguros y difuminados, m i l veces mot ivo de disen­

siones y enfrentamientos entre jefes de conquista. \a Corona concedía la exclusiva de una empresa a u n particular,

o particulares, por medio de una capitulación, que se la habían pe-i ' d ido. La gran mayoría de estas expediciones fueron mixtas, con f participación conjunta del Estado y de la empresa privada: de ahí ' que estas características hagan que las expediciones (de descubrimien­

to , de conquista, de poblamiento) comiencen siempre con el compro­miso jurídico de la composición de la empresa, de pronunciado ca­rácter contractual, obligando a ambas partes (Estado y particulares)

i y que se reparten cargas y beneficios. E n la capitulación se establecían la exclusiva de la empresa al peticionario, los l ímites del te r r i tor io

i que se pretendía ocupar e incorporar a la Corona de E s p a ñ a , impo­niéndose igualmente algunas condiciones —fi jac ión de una ruta , pre-

i sencia de algunos funcionarios (de hacienda, escribanos) y la obliga-í toriedad de fundación de núcleos urbanos, ya que supondría el germen í de futuras entidades polít icas . Ese concesionario quedaba como jefe 1 de la expedición, encargándose de su organización, procurando su ¡I financiamiento y recluta de personal. E l grupo se formaba con hom-

•j bres libres, que acudían a la llamada del concesionario, que hacía 1 pregonar su capitulación: o el encargado de una empresa similar por

1 Las armadas, especialmente en caso de guerra, se montaban con una dife­rente participación de los socios y el Estado, resultando las ganancias propor­cionales a lo aportado por cada parte. La forma más usual era la armada equi­pada totalmente por particulares: en donde toda la ganancia obtenida era para los armadores, pagando al rey la quinta parte.

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la máxima autoridad de u n te r r i to r io , como H e r n á n Cor tés comisio­nado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar . Cortés

mandó hacer dos estandartes y banderas labrados de oro con las armas reales y una cruz de cada parte con un letrero que decía: «Hermanos y compañe­ros: sigamos la señal de la Santa Cruz verdadera, que con ella venceremos.»

Y luego mandó dar pregones y tocar trompetas y atambores en nombre de Su Magestad y en su real nombre Diego Velázquez, y él por su capitán general, para cualesquier personas que quisiesen ir en su compañía a las tierras nueva­mente descubiertas, a las conquistar y poblar, les darían sus partes de oro y plata y riquezas que hubiere, y encomiendas de indios después de pacificadas: y que para ello tenía licencia el Diego Velázquez de Su Magestad2.

Con esos justificantes jurídicos e incentivos económicos se con­formaba el grupo, resultando fortalecido si quedaba sostenido por algún indicio que justificase unos altos resultados. De aquí el gran peso que en la His tor ia de la Conquista de América han tenido los mitos: dorados ensueños de riquezas todos ellos. Muchos de ellos, concebidos sobre bases reales, pero bastantes otros resultaron des­lumbrantes espejismos en los que se hundieron dramát icamente las esperanzas de muchos emigrantes, metidos a soldados de conquista para salir de pobres en otros escenarios que no los de su pueblo natal.

Quedaban fuera de estas empresas, como de su paso a América por las restricciones que el Estado impuso a la emigración durante el siglo x v i , los penados por la Inquis ic ión, los conversos y gitanos. Los esclavos podían ser llevados por sus amos, lo mismo negros, ar­mas y caballos, si los tenían o tenían derecho a llevarlos como hidal­gos. As í la participación de los componentes del grupo se hacía a costa y minción, sin cobrar soldada, obteniendo beneficios solamente al término de la empresa, que se le otorgaban a cada expedicionario en razón proporcional a su participación.

La empresa fue mixta , a la vez privada y pública . Sus mecanis­mos son sencillos: los particulares eran quienes proponían a la Co­rona la pretensión de ocupar determinado ter r i tor io , que no estuviere ya anteriormente concedido, organizando la empresa mediante la ob­tención de recursos económicos precisos (barcos, bastimentos, armas) y los humanos. E l Estado, por su lado, fiscalizaba la empresa y sus resultados, obtenía de ella logros espaciales y u n porcentaje por los metales y perlas obtenidos. Concedía , asimismo, t í tulos , privilegios,

2 Bernal DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Espasa-Calpe, Colección Austral, Buenos Aires, 1955. La cita, en pá­gina 48 .

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[ierras, cargos públicos a los vencedores, lo mismo que atendía a las empresas de conquista que fracasaron, sosteniendo a los conquistado­res desafortunados o a sus viudas, hijos y nietos.

Es inexacto, pues, calificar exclusivamente la empresa de la con­quista como predominantemente privada, como suele con cierta fre­cuencia indicarse, con una persistencia que viene directamente del propio siglo x v i , en donde las voces de los conquistadores —sobre todo de los que habían arriesgado mucho y obtenido unos magros f ru to s— insistían en el cómodo papel del Estado, que apenas arries­gaba nada y había obtenido mucho a costa del esfuerzo personal de bastantes emigrantes desventurados.

A l grupo expedicionario se le llama hoy hueste; durante el si­glo x v i , compañía, y sus componentes se consideraban compañeros. E l jefe de la expedición era quien nombraba los capitanes. La capi­tanía se componía de quinientos hombres en E s p a ñ a ; de doscientos en I ta l ia y, según Vargas Machuca, de treinta a cincuenta en Indias. Los 508 soldados de la hueste de Cortés los repart ió entre once capitanes, mientras que en la conquista de Puerto Rico cada capitán atendía a 30 soldados. E l jefe de la hueste, el caudillo, se compor­taba no solamente como, primera autoridad, sino que le cabía dar ejemplo en su vida mi l i t a r y en sus comportamientos, lo mismo que cuidar a la expedición y a sus componentes. Las obligaciones del jefe para sus compañeros las define Pedro de Valdivia en una de sus cartas de relación al emperador Carlos V , cuando relata su conquista de Chile:

Ser capitán para animarlos en la guerra y ser primero en los peligros, por­que así convenía. Padre para los favorecer con lo que pude y dolerme de sus trabajos, ayudándoselos a pasar como de hijos, y amigo en conversar con ellos.

Zumétrico en trazar y poblar; alarife en hacer acequias y repartir aguas; labrador y gañan en las sementeras; mayoral y rabadán en hacer criar ganados y, en fin, poblador, criador, sustentador, conquistador y descubridor3.

2. CONQUISTADORES: NÚMERO, EDAD, PROCEDENCIA

De los emigrantes que dejaron la vieja Europa no muchos fueron conquistadores. Abandonaban sus entornos con el propós i to deter­minado de afianzar u n núcleo urbano, casi recién fundado, con la colaboración de su iniciativa. Muchas de éstas nacían, precisamente, de la formación de huestes para la penetración en el inter ior de Amé­rica: el poblador, con ciertos posibles económicos — o , incluso, sin

3 Pedro de VALDIVIA, Cartas de relación de la Conquista de Chile, edición de José Toribio Medina, Santiago, 1953.

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ellos—, se alistaba en la hueste dispuesto, aunque no tuviese expe­riencia bélica, a participar en la empresa armada: se enganchaba en la milicia , debiendo obedecer al jefe (nombrado adelantado o gober­nador) y obligado a no separarse de ella, sin licencia, so pena de muerte.

Por estas características es difícil precisar el número exacto de los conquistadores. Desde luego muy escaso. Con el gigantismo de las cifras que alcanza la población actual aquellas cifras, incluso el de la emigración total a la América española de 1492 a 1560, resul­tan cifras sorprendentes, tan singulares que es obligado recurrir a otras circunstancias para justificar las rápidas victorias europeas y los fracasos continuados de la población indígena, tan numéricamente superior: pero con una preparación rudimentaria y con armamento imposibilitado de competir con las armas de fuego. La propia división t r iba l de las etnias aborígenes contribuyó a hacer menos difíciles las operaciones de conquista.

A ) De 1492 a 1520

Los emigrantes de 1492 a 1520, es decir, hasta el momento de la conquista de México-Tenochtit lan, son unos 5.500, según los re­cuentos de Peter Boyd Bowman. De entre ellos se nutren las empre­sas de exploración desde La Españo la a Puerto Rico, Cuba, Jamaica, Tierra F irme, Panamá , Florida y la hueste de Hernán Cortés a Mé­xico, lo mismo que la importante expedición de Pedrarias Dávi la a Tierra Firme, que sale directamente de la P e n í n s u l a 4 .

Aquellos emigrantes, pese a la pobreza de su número , ofrecen por sus aportaciones regionales rasgos de decidida importancia: Andalucía es la región que más población ofrece (2.172; el 39,7 por 100), y así seguirá ejerciendo esta primacía durante más de ciento cincuenta años , seguida por Castilla la Vieja (987; el 18 por 100), Extremadura (69; el 14 por 100) y Castilla la Nueva (483; el 8 por 100). Son de León , por su lado, 406 emigrantes (7,5 por 100), s iguiéndoles Vascon­gadas (257; el 4,4 por 100), Galicia ( 1 1 1 , con 2 por 100) y el resto de E s p a ñ a , con los extranjeros, supone el 5,5 por 100 (296 emigran­tes). E l peso específico de Andalucía fue notable: primacía que man-

4 Se toman de Peter BOYD-BOWMAN todas las noticias demográficas de este estudio: 1964, Indice geográfico de 40.000 pobladores españoles de América en el siglo XVI, t. I (1493-1519), Bogotá; t. I I (1520-1539), México, 1968. Así como sus obras publicadas en 1967 («La procedencia de los españoles de América, 1540-1559», Historia Mexicana, vol. 17, núm. 65 , México), en 1974 («La emigración española a América, 1560-1579», Studia Hispánica in Honorem R. Lapesa, Madrid, t. I I ) y en 1976 («Patterns of Spanish Emigration to the New World, 1493-1580», The Americas, vol. X X X I I I , 1 , Washington).

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tuvo durante largo t iempo, siendo resaltada por l ingüistas y sociólo­gos: durante el siglo x v i de cada tres colonizadores, uno, por lo menos, era andaluz; de cada cinco, uno era oriundo de la provincia de Sevilla y de cada seis emigrantes uno era vecino de Sevilla. Esta pro­porción tan elevada tendrá relieve singular en la divulgación continen­tal de formas de vida, costumbres y maneras de hablar: afirman Boyd Bowman y Angel Rosenblat 5 . De ahí que las expresiones y el acento de Sevilla, y no del castellano a la moda de Toledo, Burgos o Valla-do l id , sea el imperante en América .

No obstante, a pesar de los porcentajes favorables de emigrantes sureños , los cargos directivos procedían de la región central de la Península, en donde permanentemente han estado establecidos los órganos directivos de la política, desde los Reyes Catól icos , e, incluso, los relacionados con las cuestiones ultramarinas, como el Consejo Supremo de las Indias. De 1492 a 1520 se cuentan 32 autoridades y 93 capitanes de hueste: de ellas 45 son castellanas, 27 andaluzas, 24 de Extremadura, 17 de León , siete de Vascongadas, dos gallegos y una autoridad que procede de Cata luña. Es decir, que de los 2.172 andaluces sólo el 3,6 por 100 de ellos ocupó cargo direct ivo; de los 769 extremeños , 24 (el 3,1 por 100). Autoridades y funcionarios que, siguiendo sus vocaciones burocrát icas , regresan a E s p a ñ a en su gran mayoría .

Durante este per íodo , el centro político y económico de América está en La Española , y Santo Domingo se convierte en su capital du­rante muchos años . La isla resulta u n verdadero laboratorio de las relaciones entre los europeos e indígenas americanos, lo mismo que centro de experimentación para la aclimatación del europeo, de sus animales y sus plantas. E l español intentó introducir las plantas ali­menticias que sostenían sus gustos alimenticios; el cu l t ivo del cereal, cepas y olivos, que eran los ingredientes de los hábitos del blanco, junto a materias grasas y productos lácteos . U n régimen de vientos inestables y un calor y humedad excesivos arruinaron los intentos por aclimatar algunas de esas plantas. La necesidad obl igó entonces, ante este fracaso, a adaptarse el español a la dieta alimenticia del ind io : este entrenamiento culinario, al que asimismo se someten los animales europeos —que encuentran amplias zonas de forra je—, explica el éxito de la aculturación del español en suelo anti l lano, prólogo indis­pensable de su invasión del continente.

Infelizmente, también La Españo la fue escenario del pr imer con­tagio microbiano entre los indios, con características de catástrofe ,

5 Idem y Angel ROSENBLAT, La población indígena y el mestizaje en Amé­rica, Buenos Aires, 1954.

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que unido a la inmunodeficiencia de la población aborigen hizo que ésta se diezmase en escasas décadas no solamente en esta isla, sino en las restantes de las Anti l las .

De 1492 a 1518 pasan por Santo Domingo la mayor parte de los emigrantes españoles : individualidades de gran significación (Fer­nández de Enciso, Hojeda, Francisco Pizarro, Diego Velázquez , Vasco Núñez de Balboa, Juan Ponce de L e ó n , Hernán Cor té s , Pe­dro de Alvarado) y también pobladores que no solamente derivaron jefes o soldados de hueste, sino escritores o críticos de la conquista (Las Casas).

En 1518 sale de Cuba la expedición Cortés para su empresa. Resulta interesante apuntar la regionalidad de sus componentes. Cor­tés dirige una primera hueste de 380 hombres, que resultan 120 an­daluces y 95 castellanos. Sus paisanos extremeños son 62, mientras las otras regiones españolas aportan porcentajes inferiores: L e ó n , 31 expedicionarios; 21 vascos, u n navarro, dos asturianos, dos mur­cianos, cuatro aragoneses y seis catalanovalencianos, 14 gallegos, once portugueses y nueve italianos y franceses. Como esta amalgama re­gional es la componente de la población hispanoamericana, que tenía sus enfrentamientos. Gonzalo Fernández de Oviedo, el cronista, al­caide de la fortaleza de Santo Domingo , lo apunta:

¿quién concertará al vizcaíno con el catalán, que son de tan diferentes provin-vincias y lenguas?, ¿cómo se avendrán el andaluz con el valenciano, y el de Perpiñán con el cordobés, y el aragonés con el guipuzcoano, y el gallego con el castellano, y el asturiano y montañés con el navarro? Y así, de esta manera no todos los vasallos de la Corona Real de Castilla son de conformes costum­bres, ni semejantes lenguajes6.

pero a pesar de ello conquistadores provenientes de todas las regio­nes españolas , y por ello se le conoce (y define) como conquistador español , que usa del idioma de Castilla, con acento meridional , como lengua vehicular: por eso el castellano se convierte en español al otro lado del mar.

B ) De 1520 a 1539

La conquista de México desenfoca el núcleo antil lano, atrayendo a un importante número de los casi 14.000 emigrantes que pasan a América española durante este per íodo. Pero, junto a la llegada de otros destinos, el grupo andaluz sigue siendo mayoritar io : 4.247

6 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias, Sevilla, 1535, cap. X I I I .

II i niK|iiisludur hispano: señas de identidad 23

(el 52 por 100), seguido por los castellanos viejos (2.337; el 17,6 por 100), los extremeños (2.204; el 16,6 por 100), los castellanos nuevos (1.587; el 12 por 100). M i l cuatro son leoneses (7,6 por 100), 600 vascos (4,5 por 100), 193 gallegos (1,4 por 100), 131 catalano­valencianos, 122 murcianos, 101 aragoneses, 77 asturianos, 71 na­varros y 31 canarios. De donde se evidencia que el hecho americano es sostenido por todas las regiones españolas .

Resulta s intomático el atractivo, o el peso, de las patrias chicas de los jefes de hueste. Segovianos acuden a la llamada de las Indias, porque son segovianos Rodrigo de Contreras y Pedrarias Dávi la quienes lo solicitan. La expedición de Hernando de Soto, por su lado, recluta a su milicia en E s p a ñ a para i r a Florida, en la que se engan­chan numerosos paisanos suyos de Badajoz.

Estos veinte años entrañan una muy febr i l actividad expansiva, verificada desde las plataformas de México hacia el Nor te (Nueva Galicia, Guadalajara) y América Central (Guatemala), mientras desde Santa Marta , Cartagena de Indias y Panamá se procede hacia el sur con preparativos que conducirán a las conquistas y fundaciones de Perú y del Nuevo Reino de Granada.

En la formación primera de Perú se hallan 297 colonizadores, cuya procedencia regional modifica en algo los porcentajes habituales: la mitad de esos emigrantes proceden de sólo cinco provincias (Bada­joz, 155; Sevilla, 150; Cáceres , 1 1 1 ; Val ladol id , 109, y Toledo, 100). La primera L ima se forma con 247 vecinos de los que 69 son anda­luces, 51 extremeños , 42 castellanos viejos y 28 nuevos, 25 vascos y, junto a otros, están u n alemán y u n inglés.

Las huestes formadas en E s p a ñ a , yendo directamente desde ella al destino americano, concluyeron en dramáticos fracasos. Las expe­diciones del granadino Pedro de Mendoza al R í o de la Plata (1535) y de Hernando de Soto a Florida y Mississipi (1538) , por ejemplo, aunque los espacios escogidos resultaban de casi despoblada geogra­fía, finalizaron en una ruina tota l . La carencia de u n t iempo de adap­tación y entrenamiento al medio, a la al imentación, a las extremas dificultades, al desconocimiento absoluto de la naturaleza americana, resultaban condiciones casi insuperables para u n colono-soldado re­cién llegado de Europa. Las mismas dificultades podían ser mejor resueltas por un baquiano — u n conocedor, u n experto— o por otro blanco con años de experiencia indiana.

C) De 1540 a 1560

La emigración que sigue a 1540 ya conoce una Hispanoamér ica consolidada en bastantes zonas. Y hacia ciudades ya en plena ac-

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tividad —aunque fuese precaria su f isonomía arqui tectónica— se proyectan los 9.044 emigrantes contabilizados por Boyd Bowman pura 1540-1559, y los sucesivos a part ir de 1560. De ellos, sigue siendo sintomático el 55 por 100, más de la mi tad , procede de una cadena formada por las seis provincias del oeste peninsular —Sevi­lla, Extremadura (Badajoz, Cáceres ) , Toledo, Salamanca y Vallado-l i d . Andaluces son 3.269; extremeños , 1.416; castellanos (viejos y nuevos), 2.693; leoneses, 559; los vascos son 396; 73 gallegos y 332 extranjeros, que van masivamente a P a n a m á , México y Chile ; también a Perú y las A n t i l l a s 7 .

De entre és tos , y otras muchas sucesivas oleadas de emigran­tes, junto a los radicados en América , se proceden las huestes que conquistan lentamente Yucatán , Nueva Vizcaya, Nuevo Méx ico . Y en el sur, el Nuevo Reino de Granada (Federman, J iménez de Quesada, Belalcázar) y Quito, mientras Pedro de Vald iv ia , con 152 hombres, enraiza la conquista del Reino de Chile.

E l número de los conquistadores, de los factores de la ocupa­ción del terr i tor io americano, fue escaso. Entre las características que se han apuntado para el conquistador —contempladas sus ha­z a ñ a s — salen su arrojo, su osadía , su valentía, su ímpetu y su empuje aventureros. Por el tamaño de sus gestas y el fervor por la aventura se les presupone hombres jóvenes , en edad no crecida que justifique la capacidad de sufrimiento, esfuerzo físico, luchas perma­nentes y difíciles combates contra una población de la que se igno­raba casi todo. Parece lógico que la conquista fuera obra de jóvenes guerreros, aureolando glorias al f inal de combates difíciles e insólitos, en paisajes infrecuentes, como escenarios de libros de caballerías —a los que eran tan aficionados— en donde el vencedor recibe la plei­tesía de ricos vencidos y el amor de dóciles doncellas. Sin embargo, la Conquista es, por el contrario, obra de colonos-soldados ya de edad madura: en esa en donde no tienen cabida la irreflexión, n i la f r i ­volidad, o los impulsos propios de una edad más joven que justifique una pasión por la aventura y una gran curiosidad por l o desconocido. E l conquistador es un reflexivo hombre ya hecho: en algunos ca­sos, verdadero hombre casi anciano, metido a peleador por u n pai­saje erizado de permanentes dificultades. Su participación es, pues, un hecho reflexionado. Y esta actitud no encaja con el carácter de aventurero, al que siempre le caben apelativos de alocado y ato­londrado.

7 BOYD-BOWMAN, en obra citada en nota [ 4 ] .

1(1 ciHH|iii»lmlor hispano: señas de identidad 2 5

l ' i m i el siglo x v i la esperanza de vida calificaba como viejo a un Ilumbre de más de cuarenta años , y era ya hombre formado el que tenía más de veinticinco. E n 1568 cuando Bernal concluía mi obru, a los treinta y seis años de la conquista de Guatemala, de ION mi l soldados de Cortés sólo sobrevivían seis: incluido el cronista. I,H mayor parte de los conquistadores tiene entre treinta y cuarenta y ( ¡neo años al inicio de su aventura. Hernán Cor tés , Pedro de A l -varado, Pedro de Mendoza, A lvar Núñez Cabeza de Vaca y Panfilo de Narváez, lo mismo que Vázquez de Colorado, Diego de Rojas y Núñez de Balboa. Pero también hay bastantes conquistadores que llenen edades elevadas: Pedrarias Dávi la empieza sus conquistas con NesentH y cinco; Francisco Pizarro tenía cincuenta y cinco al iniciar mis preparativos de penetración en Perú y Sebast ián de Belalcázar tenía más de cincuenta cuando se empecina en la conquista de Quito y Popayán.

La composición de una hueste ideal, tomando como ejemplo los conquistadores de Chile , se formaría con u n 25 por 100 de hombres que tienen de treinta y uno a cuarenta años , superando incluso los promedios de vida de los centros urbanos europeos; el 51 por 100 posee entre veintiuno y treinta años , mientras el señuelo de la con­quista no obra masivamente entre los jóvenes mozos de dieciséis a veintiún años, ya que alcanza u n 16 por 100 de los 2.691 hombres identificados por Sergio Vergara, en las varias tentativas de la pr i ­mera conquista de C h i l e 6 .

La experiencia fue consolidando el prestigio del conquistador, llegándole el éxito — s i es que le llegaba— después de muchos in­tentos para alcanzarlo. América obligaba — o b l i g a — a u n largo apren­dizaje y no son frecuentes las subidas rápidas , los go'pes de suerte, n i las fortunas inmediatas. E l éxito se fue trabajando con apretada paciencia, y constancia, casi como siguiendo un escalafón, en donde la edad — j u n t o a la experiencia— en la dirección de huestes y en los cargos directivos era, también, factor importante. Fernández de Oviedo recomienda como edades idóneas para tomar parte en una hueste los veinticinco y treinta ; y para ocupar lugares de mando, Vargas Machuca en su Milicia y descripción de las Indias (Ma­d r i d , 1599) precisa que deben detentarlos hombres de edad madura « p o r q u e al mozo se le pierde el respeto y al viejo la fuerza» .

Frente a estas escuálidas cifras América ofrecía u n paisaje hu­mano variadís imo, desigualmente dis tr ibuido por su tremenda geo-

8 Sergio VERGARA, «Edad y vida en el grupo conquistador», Cuadernos de Historia, núm. 1 , Universidad de Chile, Santiago, 1 9 8 1 , pp. 65-86.

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grafía y poseedor —igua lmente— de muy variados niveles cultura-íes. E l español pudo escoger las razones que ubicaban a estos úl t imos pueblos, sobre los que el conquistador se adentró incorporándolos a Castilla, después de u n proceso más o menos largo. E l número de los conquistadores españoles de América fue bastante escaso, frente al poblador que fue más numeroso; y ambos provienen regionalménte de todas las provincias españolas , aunque mayoritariamente exista u n elevado porcentaje de meridionales, del centro y del oeste de la Península: regiones de lat i fundio por donde cruzaban las cañadas de Mesta —es decir, pueblos más ganaderos que agricultores— y zonas dependientes de las Ordenes Mil i tares (Alcántara, Santiago, Calatra-va) con pueblos de encomienda.

E l conquistador, en f i n , actuaba conforme a un credo bien defi­nido, razón de su emigración a las Indias. Abandonaba sus entornos familiares españoles para «servir a Dios y a nuestro Rey y señor, y procurar de ganar honra, como los nobles varones deben buscar la vida» 9 con la esperanza puesta en obtener, pues, allá donde mejor se podía , que no en E s p a ñ a , hidalguías , tierras e indios que la cul­tivasen.

3. GRADOS CULTURALES Y TRATAMIENTOS SOCIALES

La hueste conquistadora y los primeros conquistadores hasta bien entrada la segunda mitad del siglo x v i alcanzan, en general, u n grado medio cultural , semejante al de la E s p a ñ a urbana de su t iempo. H a n sido los l ingüistas , sobre todo, quienes, preocupados por el idioma u t i ­lizado por el hombre de Hispanoamér ica , se han acercado hasta los mismos corros y reuniones de la mil ic ia , así como de los primeros núcleos urbanos. Se han interesado por la composición social de los elementos de la hueste, así como por las profesiones y el número de artesanos que pasarían a las Indias para calificar, por esos conoci­mientos, procedencias regionales y diferencias dialectales.

Se ha insistido mucho en el analfabetismo —que supone pobreza c u l t u r a l — de los conquistadores: no sólo el de algunos principales conquistadores, sino de bastantes del grueso de los componentes de aquellas milicias. Angel Rosenblat, Peter Boyd-Bowman, I r v i n g Leo-nard y Manuel Alvar demuestran Ío contrario: es cierto que n i Fran­cisco Pizarro, Diego de Almagro y Sebast ián de Benalcázar sabían escribir, pero la cultura del soldado común — p o r venir fundamen­talmente de u n ámbito urbano— es elevada. A d e m á s de proceder de este grupo u n considerable número de soldados escritores (Bernal

9 DÍAZ DEL CASTILLO, [2], cap. I.

MI itimjuistador hispano: señas de identidad 27

| ) f « / del Castillo, Pedro Cieza de León , Francisco de Xerez, Juan de ('.«méllanos, el mismo Bar to lomé de Las Casas) en algunos casos Ion r j rmplos sobre conocimientos alfabetos son sorprendentes sobre ftqurlhi imagen de u n conquistador ignaro: de los 153 compañeros de Valdivia , por ejemplo, 105 saben f irmar y 33 saben f irmar y es­cr ib ir ; y en Tunja, en 1544, la mayoría de sus vecinos saben f i rmar , y Md( lo hacen en las cartas que elevan en ese año al Consejo de Indias. Rasgo que se repite en las actas de cabildo de la mayor parte de IMN ciudades indianas.

l'.sta calidad social, y su procedencia regional, es importante pre­c i a r l a para hallar, en algunas expresiones, modismos y pronunciacio­nes, los antecedentes peninsulares.

1*11 conquistador se considera u n hidalgo de una nueva sociedad hispanoamericana, a la que ha ayudado a conformar, sostenido por contratos y compromisos jurídicos con la Corona. As í obra como h i ­dalgo y como tal se expresa: los cronistas apuntan, con palabras bre­ves aunque certeras, los rasgos de la vida cotidiana de la Conquista. Y así, al definir las características humanas de los personajes —de los de primer relieve, como los de importancia menor— apuntan asi­mismo cómo hablan y se expresan, y cómo es su trato y conversación. Así , Hernán Cortés es

de buena conversación y apacible. En lo que platicaba decía muy apacible y con muy buena retórica.

Cuando juraba, decía «en mi conciencia», y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros, sus amigos, le decía: «Oh, mal pese a vos!», y cuan­do estaba muy enojado se le hinchaba una vena de la garganta y otra de la írente. Y aún algunas veces, de muy enojado, arrojaba un lamento al cielo, y no decía palabra fea, ni injuriosa, a ningún capitán, ni soldado 1 0 .

Francisco Pizarro, por su lado, era «nob le y generoso, afable y blan­do de condic ión» , mientras Diego de Almagro era

hombre muy profano, de muy mala lengua que, en enojándose, trataba muy mal a todos los que con él andaban, aunque fuesen caballeros 1 1 .

A Pedro de Alvarado se le describe como «franco y de buena con­versac ión» y al capitán Luis Marín que «ceceaba un poco, como se­vi l lano, buen jinete y de buena conversac ión» .

La buena conversación comporta el grado cultural propio de una educación, estudios y conocimientos poco dable en otros capitanes

1 0 DÍAZ DEL CASTILLO, [2], cap. C C I V . 1 1 Inca GARCILASO DE LA VEGA, Comentarios reales de los Incas, Biblioteca

de Autores Españoles, Madrid, 1953.

28 Francisco de Solano

y soldados de hueste con escasos conocimientos. Pero la hueste se nutre, asimismo, con funcionarios que habían pasado a Indias para desarrollar la vida administrativa oficial . Fue, en efecto, elevado el número de funcionarios que concluyeron dirigiendo milicias de con-

uista a , notarios, escribanos, licenciados, bachilleres, también jura­os, oidores y contadores toman parte en la Conquista, ofreciendo

su profesionaíidad con sus rasgos culturales elevados, ayudando a sos­tener el trato educado y casi cortesano que emplean entre sí los elementos de la hueste, más que el lenguaje cuartelero y soldadesco propio de las milicias mercenarias y profesionales. E l conquistador, pues, se tiene por caballero y desea emplear usos y normas caballe­rescas. Si a eso se añade el boom de los libros de caballería, del que todos los conquistadores, sin excepción, son buenos lectores o bue­nos escuchas de lecturas de libros de caballerías se comprende que el buen trato sea empleado como fórmula común y cotidiana: « N o puede ser caballero quien no se emplea de l e t ra s » , asegura Agust ín de Zarate, en 1555, en su Historia y conquista de Perú.

Y es de notar, una vez más , que el momento álgido de la novela de caballería se produce entre 1501 y 1550, justamente cuando se verifican la mayor parte de las grandes conquistas españolas en I n ­dias. 157 ediciones se impr imen en esos años , entre novelas origi­nales y reimpresiones: Amadí s de Gaula conoce 18 ediciones (1508 / 1650), mientras un olvidado (aunque esforzado) Oliveros de Castilla no le impide que se edite una docena de veces (entre 1499 y 1650). Por su lado, Espejo de caballerías tiene nueve ediciones y Reinaldos ocho. E l mismo Gonzalo Fernández de Oviedo, primer cronista de Indias, es autor de una novela de caballería, que escribiera en Ma­d r i d por el 1515, después de dos años de permanencia en P a n a m á : el Libro del muy esforzado e invencible caballero de fortuna propia­mente llamado Don Claribalte, que se impr ime en Valencia en 1519, justamente el año en que Hernán Cortés , con otros invencibles y es­forzados caballeros, entraban en México-Tenochtit lán.

E n el caso del conquistador no sólo lee, escucha, sino vive el mundo fantasioso y fantást ico de la novela caballeresca. Chevalier,

ue tanto ha estudiado esta temática , se asombra del éxito insólito e una novela de ficción, caballeresca, cuando el mundo bajomedieval

que podría haberlas acogido ya estaba completamente superado por

ROSENBLAT hace una rápida enumeración en «Base del español de Amé­rica: Nivel social y cultural de los conquistadores y pobladores», Revista de Indias, núms. 125/126, Madrid, 1971, pp. 13-76: alta proporción que agrupa bachilleres, licenciados, escribanos, médicos, contadores, letrados, etc., como Lu­cas Vázquez de Ayllón, Hernán Cortés, Gonzalo Jiménez de Quesada, Gil Gon­zález Dávila, etc.

1U «miJiiliUilor hlipano: teñas de identidad 29

tt nacimiento y consolidación de los estados modernos 1 3 . La hueste imtrlcanM que es, en tan gran medida, una continuación del mundo Cib»llerc»«>, luchadora en u n medio tan original y casi mágico , pro-pió de Mcrlines y otros misteriosos brujos, es la causante de que se prodli/x H este desfase l i terario . As í la novela de caballerías estaría etdlcHilu al colono-soldado español como primer destinatario, lo mis­mo ijuc al mundo español de donde procede.

I'J conquistador así entrevisto, afortunado por hacer palpable • n Indias las ficciones que ha ensoñado, y le ído, en los libros de Cübullcríus, tiene tanto un trato caballeresco con sus compañeros , Como incentivos, y por ta l , fama permanente. Los conquistadores le tratan entre sí como gentileshombres y caballeros, proceden con hospitalidad señorial y mantienen una cortesía — a l decir de sus cro-n l i t a i — casi de escenario. Entre iguales usan el vos en vez del vuesa merced: esto es importante: el vos es fórmula habitual de trato entre iguales, así como de superior a infer ior M . As í lo usan Cortés y A l ­magro con sus soldados. E l vuesa merced, por el contrario, procede del siglo x v y era usado en el trato ceremonial, y ceremonioso: de él procede el usted. E l vos, sin embargo, comenzó, por reacción, a aislar­le , a abandonarse, concluyendo el vuesa merced por imponerse. Amé­rica apoyaría a esta supervivencia del arcaísmo.

Es en América , asimismo, donde se comienza por la vulgarización y la generalización de los tratamientos. La puntillosa y protocolaria sociedad europea daba los tratamientos a aquellas altas personalidades

3ue, según su rango y categoría , lo merecían: señor, señora, merced, on, doña obedecían a costumbres ceremoniosas españolas avaladas

por aristocracia, título de Castilla, rango social. E l uso del don y la hidalguía eran privilegios que otorgaba directamente el monarca, cas­tigándose a aquellos que lo empleaban fraudulentamente. E n Améri­ca, donde el conquistador enganchado en una hueste, con promesa de ascensos sociales, se consideraba u n hidalgo, el colono-soldado no esperó a que el monarca le enviara individualmente su pr iv i legio , sino que empezó a generalizar y abusar del don y de señor.

M u y escasos conquistadores llegaron a Indias con el don delante de su nombre propio . Los más , lo vulgarizaron bien pronto . Tan pronto que el Inca Garcilaso de la Vega, a fines del x v i , en sus Co­mentarios Reales, apunta

Francisco Pizarro, a quien adelante llamaremos Don Francisco Pizarro, por­que en las provisiones de Su Majestad le añadieron el pronombre Don, no

1 3 Máxime CHEVALIER, Lectura y lectores en la España del siglo XVI y XVII, Ed. Turner, Madrid, 1976, especialmente el cap. I.

1 4 ROSENBLAT, en «Base del español...», [12].

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tan usado entonces por los hombres nobles como ahora, que se ha hecho común a todos: tanto que los indios de mi tierra, nobles y no nobles, se los ponen también a ellos.

A Don Diego de Almagro llamaremos asimismo Don Diego, porque fueron compañeros, y es razón que lo sean en todo, pues en nada fueron desiguales l s .

E l conquistador, además , tiene sentido posesivo. La tierra indiana es más suya que de cualquier o t ro europeo, por derecho propio y por adquirida con su esfuerzo. Esta primacía le otorgaba tal ca­rácter que a ellos se les denomina como beneméri tos , primera no­bleza de la tierra, capaz de establecer diferencias con las sucesivas oleadas de emigrantes. Fueron éstos beneméritos hidalgos autono-minados, quienes motejaron a los nuevos como gachupines y chape­tones — b i s ó n o s , inexpertos en cosas de Indias—. Con sentido peyo­rativo se aplica al inadaptado al paisaje, propio de recién llegado, pero asimismo a quienes la altura les acaloraba el rostro enrojecién­doles las mejillas, como chapetas. Entereza y amor por la nueva tierra con afectos de siempre de unas generaciones de conquistadores que se califican como «va lerosos capitanes y fuertes y esforzados sol­d a d o s » l é , «gente pr incipal» , « lo s más eran h ida lgos» , tal como apun­tan los cronistas (Las Casas, López de Gomara, Bernal, O v i e d o . . . ) . Se pensó que era una torpe exageración, sociológica en este caso, como quien define la fortaleza del enemigo vencido para apuntar la gloria de la gesta. Las investigaciones lingüísticas demuestran que, en efecto, las generaciones de conquistadores se expresan en un cas­tellano depurado, propio de personas de ciertos niveles de cultura, sin acopio de arcaísmos que demostrar ían condición inferior o prove­nientes de zonas rurales. Durante la mayor parte del siglo x v i idio-máticamente hablando las Indias forman una provincia más del cas­tellano: es decir, que las diferencias dialectales se iniciaron más adelante, con el acopio de otras emigraciones.

4. CRUZADA Y FIDELIDAD

La empresa americana se abre, casi teatralmente, con u n golpe de efecto en el mismo año en que se consuma la larga lucha, enta­blada durante siglos, contra el hi spanomusulmán. Esta coincidencia fue analizada —entonces y d e s p u é s — como u n premio, como la ló­gica (y sobrenatural) recompensa a u n esfuerzo perseverante de ocho­cientos años . Granada concluye u n proceso multisecular, que mantuvo

1 5 GARCILASO, [11], 2." parte, lib. I , cap. X I V . 1 6 DÍAZ DEL CASTILLO, [2], cap C C V .

M NnMllUlM'l'» l i Í K p i i n o ; señas de identidad 31

__]¡jada» « generaciones en el t r ip le ejercicio de obtención de tie-f f f l , Mpaiwión del cristianismo y de promociones sociales y eco-iéimlcfti) I . " reconquista fue una cruzada, una guerra santa cuyo tfplrltu pnwrl i t i s ta , expansionista y mil i tarista se traslada a Indias •On la oportunidad del Descubrimiento.

líl roi i i | i i i s i i i t lor no es, sin embargo, semejante a cualquier adalid df la Irniiiera musulmana. Posee rasgos y otras características. E n JWlinrr lugar, es un voluntar io ; su adscripción a la hueste procede de UI1 neto de libérrima voluntad en el que el expedicionario se incorpora •n una expedición, generalmente poco numerosa, tomando parte ac­tiva en ÑU financiación: bien con su propia persona, o llevando ade-tl\it mi* armas y otros elementos.

I'.n las guerras de Granada, y en las de Ital ia que le siguen, los toldados quedaban encuadrados obligadamente en las huestes forma­da! por los nobles y por los ejércitos reales, tal como estaba concebido •n la» costumbres bajomedievales.

Pero un mismo espíritu alienta a todos estos militares: su lealtad y t u religiosidad, a las que unen la esperanza en la recompensa y en t i botín: a veces deseado éste con tal ansia que la esperanza se mo­difica en codicia.

El conquistador desarrolla en Indias el mismo ideario religioso de la lucha medieval. Los enfrentamientos de la Reconquista entre Ion ejércitos de la cruz frente a los de la media luna se continúan en otra guerra de religión, entre cristianos y paganos, pero el conquis­tador se transforma, entonces, en el gestor de la expansión cristiana. F.l gobernador de Cuba Diego Velázquez de Cuéllar daba a Hernán Cortés estas precisiones como guías de su expedición:

Pues sabéis que la principal cosa que Sus Altezas permiten que se descu­bran nuevas tierras es porque tanto número de ánimas, como de innumera­ble tiempo acá han estado y están en estas partes perdidas fuera de nuestra «anta fe, trabajaréis cómo conozcan a lo menos haciéndoselo entender, por la mejor orden y vía que pudiéredes, cómo hay un solo Dios creador del cielo y de la tierra, y de las otras cosas que en el cielo y mundo son, y decirléeis todo lo demás 1 7 .

en donde la operación mi l i t a r es asimismo una misión evangelizadora y el conquistador es u n agente religioso. La Conquista es, así pues, también cruzada, y cruzado el conquistador: porque la cruz es símbo­lo que acompaña su gesta, se afirma en las tomas de poses ión y deja constancia patente en las fundaciones: significativa, pues, la nomina­ción de Veracruz, el primer núcleo urbano fundado en Méx ico .

1 7 DÍAZ DEL CASTILLO, [2], cap. X I X .

32 Francisco de Solano

Los propios conquistadores eran conscientes de este compromiso e, incluso, de esa obligatoriedad, ya que las tierras descubiertas y por descubrir las había el pontífice otorgado a Castilla con la condición de que ayudase en ellas a la propagación del Evangelio. E l conquis­tador será, no obstante, el pr imero en realizarlo: antes que el misio­nero. Bernal Díaz se encarga de recordarlo:

todas estas cosas por mi recontadas quiso Nuestro Señor Jesucristo que con su santa ayuda nosotros, los verdaderos conquistadores..., que lo descubrimos y conquistamos desde el principio..., les dimos a entender la santa doctrina: se nos debe el premio y galardón de todo ello, primero que a otras personas, aunque sean religiosos 1 S .

U n otro elemento de definición fundamental en el conquistador es su fidelidad a la monarquía . Su lealtad es permanente, constantes no sólo en sus compromisos, sino consciente de que los premios y re­compensas eran obtenidos a través del monarca, tanto en la E s p a ñ a peninsular como en la ultramarina: tierras y encomiendas, puestos en la administración eran concedidas, en gran medida y cantidad, por el rey a los conquistadores y sus descendientes en razón de sus ser­vicios al Estado. As í el conquistador, desde el jefe al menor de la hueste, actúan «a l servicio de Dios y de Su M a j e s t a d » .

E l quebranto a esta lealtad se califica como rebelión, de crimen de lesa majestad. E l poder real nunca se cuestiona, aunque se crit iquen las directrices polít icas .

Por ello son excepcionales las actitudes de abierta oposición que concluyen en declarada rebeldía —Lope de Aguir re , Gonzalo Piza­r r o . . . — . Esta f idelidad al monarca, incuestionable e incuestionada, no se equipara en una integérrima lealtad de los capitanes con sus jefes. Existe una desmedida ansia de poder, provocando a veces una lucha por la dirección de la empresa o por desgajarse de ella encabezando secesiones: actitudes que favorece la enormidad del espacio geográfico americano abarcado por la acción de estas huestes. Cortés se emancipa del gobernador de Cuba, pero no aprovecha las distancias para que éstas corten, o apaguen, la traición, sino que recurre a subterfugios legales: hace que los miembros de su mil icia , constituidos en cabildo abierto en la recién (y ficticia, por no edificada) Veracruz, como ve­cinos y democrát icamente le confirmarán en la dirección, aunque con independencia de Cuba. T u v o , pues, la habilidad de transformar una rebelión en u n servicio 1 9 .

1 8 DÍAZ DEL CASTILLO, [ 2 ] , cap. CCVII . 1 9 Así lo asegura Beatriz PASTOR, en Discurso narrativo de la Conquista

de América. Premio Casa de las Américas, La Habana, 1983.

H ftn^uUlirinr hliptno: tefíu de identidad 33

Hecho que no logró Cristóbal de O l i d , el andaluz «es forzado ca­pitán, un I lector en esfuerzo de combatir persona a p e r s o n a » 3 0

lUMclo l l i l cnt i i imitar a Cortés independizándose de él en Honduras. Numerónos son los ejemplos de enemistades entre jefes de hueste,

4$ traicionen entre compañeros , de ruptura de pactos, cuyas evolucio-IWI tifien ION días siguientes a la Conquista. Pedrarias Dávi la , Gon-M I I M Ddvlla , Hernández de Córdoba en Nicaragua; Pizarros y Alma-gfQl en Perú . . . luchando diferentes categorías de jefes por una redis­tribución del poder, así como por la obtención de mayor número de VanUJHn territoriales o humanas.

En cualquier caso, sólo y en grupo, el conquistador es profun­damente religioso: es Dios y con su ayuda como se obtienen los éxi-toa, le sale airoso de los peligros, se ganan batallas, se obtienen bue­na! recompensas, se alcanzan victorias, tierras, encomiendas. Las cró­nica! cutan repletas del carácter providencialista y del fervor del con-

uiatador: y no hay en él exageración o disculpa por modos peculiares e hablar del siglo x v i . Es u n convencimiento.

3, CRISIS DE CONCIENCIA

Poco tiempo tuvo , no obstante, el conquistador para disfrutar de «us victorias. Hab ía conseguido sólidas posiciones sociales, riqueza y tierras. Algunos, además , obtenían un número (más o menos) ele­vado de indios de encomienda, de los que recibían t r i b u t o y trabajo gratuito. Se le cumplían así al conquistador los alcances soñados por el soldado Díaz del Castil lo: se pasaba a las Indias para servir a Dios y al rey, y después de pagar altos costos de sufrimientos, miedos y luchas sorprendentes se alcanzaban recompensas que se materializaban en honras que ennoblecían su linaje, así como sustantivos beneficios que gozar y dejar a su descendencia. E l conquistador, abridor del Evangelio en cada región, batallador por su patria a la que ofrecía dilatados espacios que la engrandecían y ensanchaban, podía , pues, sentirse plena y justificadamente satisfecho.

Sin embargo, bien temprano, en 1511 , se oyen sermones de una crítica despiadada contra los encomenderos por los malos tratos que daban a sus indios. A estas voces se unirían otras en donde, con una insistencia notable, se cuestionaba no ya la actitud de unos encomen­deros, sino la l i c i tud de la propia Conquista. Estas voces no sola­mente señalaban los pecados, sino que coaccionaban a los pecadores con la negación de los sacramentos en tanto no devolvieran los te-

2 0 DÍAZ DEL CASTILLO, [ 2 ] , cap. C C V .

34 Francisco de Solano

soros que habían sido repartidos como bot ín de guerra, que se calif i­caban como usurpados. U n o de estos oyentes fue Bar to lomé de Las Casas, encomendero él mismo, quien abandonando a sus encomen­dados se entregó a una de las más tenaces campañas en favor del aborigen. E l objeto de sus críticas fue el conquistador y el encomen­dero, a quienes define como pérf idos y les acusa de ser una de las causas de la destrucción de las Indias. Con sostén y perseverancia Las Casas, y otros críticos, dudan incluso de la validez de la ocu­pación de las Indias, que habían sido ocupadas por métodos culpables y nada justos.

Estas preocupantes opiniones alcanzaron las más altas esferas po­líticas, que para solucionarlas se ayudaron de los criterios de juntas y comisiones de teólogos y juristas. La teología se metió en el Con­sejo de Indias para d i r ig i r América , y de este organismo salían dis­posiciones legislativas que fueron atendiendo la defensa de los dere­chos humanos. As í en 1512 y en 1523 se dieron instrucciones sobre buen tratamiento a los indios para no causarles daño , que se repiten en numerosas ocasiones, hasta alcanzar en 1542, por las llamadas leyes nuevas, la l imitación a una o dos vidas el t iempo de disfrute de las encomiendas.

Pero de estos dichos a los hechos americanos hubo largos trechos, que fueron sistemática e incansablemente denunciados por Las Casas en Ant i l la s , América Central , en México y sobre todo en E s p a ñ a . Escr ibió m u l t i t u d de cartas, informes, tratados en donde se oponía a la explotación y esclavitud del ind io : la encomienda para él era una suerte de pérdida de l ibertad. Y sostenía que deberían negarse los sacramentos a quienes poseyesen esclavos, indios en encomienda, debiéndose devolver lo obtenido en encomiendas, así como metales y piedras preciosas del botín de la conquista. Para reforzar estas pau­tas redactó u n confesonario, que escribe en 1546 y se impr ime en Sevilla en 1552:

Avisos y reglas para los confesores que oyesen confesiones de los españo­les que son, y han sido, en cargo a los indios de las Indias

extremadamente rigorista: exigía que los conquistadores y encomen­deros, culpables, oídos en confesión, no serían absueltos mientras no devolvieran lo indebidamente obtenido. Si era dinero del inca, por ejemplo, o no se conocía a qué indio se le había arrebatado, o habían muerto estos dueños, entonces la devolución se procedería en forma de limosna a la Iglesia. E l pecado no se apagaba con la muerte del pecador, sino que lo heredaban sus descendientes, de-

1(1 miu|ul»iiuloi- hispano: señas de identidad 35

Metido éstos indemnizar los estragos realizados por sus gloriosos mayóles .

I,n Iglesia, pues, causa de los remordimientos en la conciencia del conquistador, que unos miembros de la Iglesia habían provo-i'Kilo, sería la que canalizase las acciones correctoras. E l confe-Minurio de Las Casas, al que siguen avisos para confesores de otros obispos -como en 1560, por Loayza, arzobispo de L i m a — insis­tían en tranquilizar las conciencias dando indicaciones sobre cuándo y cómo se había de rest i tuir . E l eco de estas críticas y de estas d i ­rectrices espirituales tuvieron en Hispanoamér ica unas importantísi­mas consecuencias. La Conquista se hizo por españoles en América , pero por ellos y sus descendientes sufrida y compensada, en unos alcances que aún no han sido totalmente estudiados. Fue u n pro­blema americano, que no peninsular: el pr imer gran y decisivo proble­ma moral v iv ido por la sociedad hispanoamericana, quien se sintió angustiada por aquel brusco giro de pasar al lugar de los prevarica­dores abandonando el de los héroes . Porque se debía proceder inme­diatamente a la devolución, aunque el pecador resultase empobrecido. Esta devolución no se reducía únicamente a los que habían tomado parte en la Conquista, como soldados, sino a los mercaderes, criados, factores y funcionarios porque se habían lucrado, de algún modo, con ella. Caso de no devolver, la Iglesia respondía con la coacción de la negativa de la absolución. Y si resultaba difícil encontrar a los dueños indios, el problema se solucionaba ofreciendo limosnas a la Iglesia.

Las ciudades coloniales conocieron graves divisiones, pues hasta ellas llegaron los fanáticos escrúpulos de Las Casas y de los teólogos y juristas, dividiéndose entre quienes criticaban la l i c i tud de la apro­piación de los tesoros de los indios como botín de guerra y aquellos que los consideraban perfectamente lícitos. Los remordimientos por los excesos de la guerra podían remediarse espiritualmente mediante el pago de unas bulas de composic ión ante el pontíf ice: en 1505 se lograba una para las Ant i l l a s , en 1528 para Nueva E s p a ñ a . E l propio Díaz del Castillo comenta el modo como Clemente V I I enviaba

bula para salvarnos la culpa y pena de nuestros pecados y otras indulgencias, y dio por bueno todo lo que Cortés había hecho en la Nueva España 2 1 .

pero antes Cortés había enviado a Roma «r ico presente de piedras ricas y joyas de o r o » , quedando el pontífice complacido por la gran extensión de tierra incorporada a Castilla y el número de indios idó­latras « q u e se habían vuelto cr i s t i anos» .

2 1 DÍAZ DEL CASTILLO, [2], cap. C X C V .

36 Francisco de Solano

Las exigencias de los confesores inquietó tan angustiosamente a la sociedad indiana que hubo intención, estudia Gabriel G u a r d a 2 , de llevar la cuestión al Concil io de Trento

por salir de escrúpulo los conquistadores hicieron pedir perdón universal a todos los indios por lo que les habían agravado... Que, pues el mismo escrú­pulo y mayor corría por el Emperador Carlos y los Reyes Católicos que co­menzaron aquella conquista es de creer harían alguna diligencia con que des-cargarse y salir de él: la cual podría ayudar a todos los conquistadores para

Las respuestas a estas inquietudes, remordimientos y amenazas espirituales fueron inmediatas. Y pueden seguirse e, incluso, cuanti-ficarse en cada ciudad hispanoamericana. Los protocolos notariales recogen, en unos alcances aún no totalmente estudiados, centenas de testamentos de conquistadores — « e x p r e s i ó n de una preocupación ética jamás conocida hasta entonces» 3 4 — en donde éstos ceden cuan­tiosas limosnas para hospitales, conventos y otros fines religiosos, a f i n de desvanecer escrúpulos . U n f inal infeliz en la caballeresca bio­grafía del conquistador.

i

2 2 Gabriel GUARDA, LOS laicos en la cristianización de América, Universi­dad Católica de Chile, Santiago, 1973, pág. 226.

2 3 Carta del P. Juan de Bustamante, Sevilla, 1563, al Secretario General de la Compañía de Jesús. Cita tomada de GUARDA, idem, ibidem.

2 4 Guillermo LOHMANN VIIXENA , «La restitución por conquistadores y en­comenderos: un aspecto de la incidencia lascasiana en el Perú», Anuario de

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