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III. PRIMERA FASE DE LA CONQUISTA DE SINALOA. MILITARES Y POLÍTICOS, 1520-1600

LA CONQUISTA Y LA COLONIZACIÓN que los españoles emprendieron en territorios del noroeste fueron acontecimientos que, por diversos motivos, derivaron de los sucesos ocurridos en el altiplano central de México. Entre 1521 y 1524, Hernán Cortés y los capitanes de su grupo conquistaron Tenochtitlan y el área del altiplano donde los mexicas habían impuesto su dominio sobre distintos grupos indígenas. Luego surgieron enconados conflictos entre los vencedores que obligaron a Cortés a viajar a Europa para entrevistarse con el emperador Carlos V, quien también reinaba en España con el nombre de Carlos I, y justificar su conducta, muy denigrada por sus enemigos políticos. Entre los mayores opositores a Cortés se encontraba un capitán castellano que se hacía llamar el "muy magnífico señor" don Nuño Beltrán de Guzmán, llegado a la Nueva España en 1526 con nombramiento del emperador para gobernar la provincia de Pánuco en la costa del Golfo de México. Había nacido en la ciudad de Guadalajara hacia 1490 y venía a las Indias decidido a conquistar la riqueza y la gloria. Era importante la influencia de Nuño en la corte de Carlos V, porque en 1528 el emperador lo nombró presidente de la primera audiencia que se instaló en la ciudad de México. La gestión de Nuño de Guzmán al frente de la audiencia se caracterizó por las arbitrariedades que cometió con los indígenas y por la hostilidad en perjuicio de los amigos de Hernán Cortés.

Antes de narrar lo que los españoles hicieron en el noroeste, conviene señalar algunos puntos sobre la manera como se disponían y realizaban las empresas de conquista en el siglo XVI.Una expedición de conquista era una empresa privada que organizaba algún hombre rico y poderoso, que había obtenido del rey dicha concesión y había aceptado o "capitulado" con él las condiciones que se le impusieran. El organizador de la empresa, que con frecuencia era su capitán militar, convocaba a otros particulares que quisiesen enrolarse en la expedición. Los hombres ricos que participaban en ella aportaban algo del capital necesario, ya fuera en metálico, en soldados, en armas, en caballos, en bastimentos o con su propia persona en calidad de soldado; en cambio, los más pobres sólo contribuían con su persona. En esta empresa no se pagaba salario a los expedicionarios, pues la ganancia estaba en el despojo de los indios vencidos: lo directamente arrebatado y el producto de las exacciones que sobre ellos se imponían. El rey de España se arrogaba el derecho de recibir la quinta parte del botín.

El reparto de las "utilidades" obtenidas se hacía conforme a lo que cada socio había aportado, así que a los más ricos y poderosos tocaba lo mejor del botín y

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los pobres recibían casi nada. Los organizadores debían calcular con prudencia si obtendrían suficiente botín, porque en caso contrario no había quién se enrolara en la empresa o había el peligro de rebeliones de soldados inconformes y defraudados. Consumada la victoria militar sobre los indios, el caudillo recibía el título de gobernador de los territorios conquistados y debía organizar su administración en beneficio de los socios de la empresa. Al principio se acostumbraba repartir a los mismos indios como esclavos de los conquistadores, pero el rey reprobó este procedimiento. También se asignaban tierras, aguas, montes y, en general, todo lo repartible, y se "encomendaba" a los indios. La encomienda fue un procedimiento que benefició mucho a los conquistadores; consistió en que se concedía a particulares el derecho de recibir tributo y algunos servicios personales de las comunidades indígenas que les habían sido encomendadas. La encomienda era vitalicia y se podía heredar por dos o más generaciones. Cuando quedaba sin encomendero, la comunidad indígena tributaba al rey de España, es decir, a la Real Hacienda, institución encargada de administrar los bienes del rey. Posteriormente, cuando decayó la población indígena a causa de las epidemias, se estableció el "repartimiento", que consistía en obligar a los indios a trabajar en servicio de un español por un tiempo determinado y mediante el pago de un salario.

La encomienda y el repartimiento funcionaron mejor donde había una organización indígena, donde los indios ya estaban acostumbrados a tributar y a trabajar en servicio de otros, es decir, cuando el español venía a sustituir a un señor indígena, antiguo beneficiario de las exacciones. Por medio de estos mecanismos se iba extendiendo y consolidando el dominio de los españoles, que para 1530 ya comprendía todo el altiplano central de México.

Las conquistas de Nuño de Guzmán

El año de 1529 se supo en México que Hernán Cortés había reivindicado su conducta ante el emperador, quien lo había nombrado capitán general de la Nueva España, y que volvía a México dispuesto a tomar represalias en contra de sus enemigos. Nuño entendió que sería despojado de su puesto, así que se adelantó a salir de la audiencia por su propia voluntad y convocó a una expedición de conquista para ampliar las posesiones españolas por el rumbo del noroeste. Logró organizar un considerable ejército compuesto por 300 soldados españoles y 6 000 indígenas auxiliares, el cual partió el día 21 de diciembre de 1529. Nuño de Guzmán recorrió los territorios de los indios purepechas, ya sometidos al gobierno español, donde cometió muchas tropelías en perjuicio de los indígenas con objeto de recaudar mayores elementos para su ejército. Meses

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más tarde, Nuño y sus huestes llegaron a la región de Tepic después de haber recorrido los territorios de los actuales estados de Guanajuato y Jalisco.

Nuño de Guzmán derrotó a los indios totorames de Sentispac y de Aztatlán, pero en este territorio los expedicionarios empezaron a sentir las inclemencias propias de la tierra caliente: tormentas, abundante lluvia, ríos crecidos, terrenos inundados, que provocaron la pérdida de muchos pertrechos de guerra y provisiones, además de que las fiebres intestinales causaron estragos entre los indios auxiliares. También hubo una rebelión en el campamento español y el capitán la reprimió con dureza ordenando la ejecución de los soldados que la encabezaban.

Poco después penetró en Chametla, donde empezó a aplicar la estrategia que utilizó para la conquista de totorames y tahues: localizaba los poblados más importantes y vencía la desarticulada oposición que los indígenas ofrecían; luego ocupaba los poblados, se apropiaba del maíz y de todos los alimentos que hubiera, y después ordenaba quemar el poblado y destruir las sementeras: así —pensaba Nuño— impedía que los indios organizaran alguna ofensiva a su retaguardia. El ejército carecía de vituallas, de forma que la rapiña del maíz era imprescindible para su subsistencia. El paso de las huestes de Guzmán era como una plaga desoladora que dejaba un rastro de hambre, destrucción y muerte.

De Chametla, Guzmán avanzó lenta y cautelosamente hacia el norte. Primero enviaba exploradores para reconocer aquel terreno desconocido, y sólo cuando estaba seguro del camino a seguir avanzaba al próximo poblado por arrasar. Esta suerte corrieron los poblados de Quezala, Pochotla y Piaxtla, sin que sus moradores organizaran en común la defensa de sus vidas y propiedades, circunstancia que favoreció a los conquistadores.

En el territorio de los indios tahues Nuño continuó su estrategia. Narra el cronista de la expedición que los exploradores localizaron un poblado en las márgenes del Río San Lorenzo habitado exclusivamente por mujeres, al que llamaron Chitarán (lugar de mujeres). Creyeron entonces los españoles que habían llegado al fabuloso reino de las amazonas y lanzaron un vigoroso ataque, pero en lugar de las indómitas guerreras de que hablaba la leyenda, sólo encontraron un conjunto de aterradas mujeres tahues, porque los hombres habían huido. El cronista también relata la toma y destrucción de los poblados que llamó Quilá, Las Flechas, Cuatro Barrios y El León, en el que supieron que estaban cerca de Culiacán, el más importante de los asentamientos indígenas. Los tahues de Culiacán opusieron una resistencia tenaz pero fueron vencidos por la superioridad de las armas españolas. Esta victoria de Guzmán tuvo también un efecto sobre los demás indios tahues, quienes prefirieron someterse

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voluntariamente al conquistador. Esto ocurría en la Pascua de 1531, según consignó el cronista.

Nuño de Guzmán estableció su cuartel en Culiacán y envió tres partidas de exploradores, una hacia el mar, otra hacia la sierra y la tercera por la planicie rumbo al norte. En el corto trecho de Culiacán al mar sólo se encontraron pequeños poblados. Lope de Samaniego, quien exploró el norte, se internó en tierras cahitas e informó que más allá del Río Mocorito no había indios sedentarios. La más larga exploración la hizo Gonzalo López, quien cruzó la serranía y llegó a la mesa del norte en territorios de lo que hoy es Durango, pero, según los relatos, sólo encontró terrenos deshabitados e indios "salvajes" que huían al paso de los españoles. Esta exploración hacia el oriente a través de la sierra era de mucha importancia para Guzmán, pues había concebido la idea de extender sus conquistas hasta la provincia de Pánuco y formar un reino extendido de costa a costa, del Golfo de México a la Mar del Sur, que envolviera por completo la Nueva España de Hernán Cortés; sin embargo, la exploración de Gonzalo López evidenció que por el momento no era factible ese proyecto. Los informes de los exploradores hicieron que Nuño de Guzmán comprendiera que su avance había terminado porque más allá no había indios sedentarios, es decir, no había maíz que expoliar y era imposible alimentar al ejército.

Así las cosas, Nuño decidió organizar el gobierno y la administración de los pueblos conquistados, para lo que estableció dos provincias en los territorios hoy sinaloenses: la provincia de Culiacán, que comprendía la comarca de los tahues entre los ríos Mocorito y Piaxtla, y la provincia de Chametla, entre los ríos Piaxtla y De las Cañas en la zona de los indios totorames. Para el gobierno de la primera provincia fundó la villa de San Miguel de Culiacán, muy probablemente el día 29 de septiembre de 1531. Los cronistas no registran la fecha ni el lugar precisos de la fundación, pero el historiador Antonio Nakayama opina que fue en la fiesta del arcángel San Miguel (29 de septiembre) y el sitio en algún punto de las riberas del Río San Lorenzo, posiblemente donde hoy se encuentra el poblado de Navito. Quedaron en la villa 96 españoles como pobladores, es decir, con derecho a poseer solares y a participar en el gobierno municipal, y también dispuso Nuño que quedara un buen número de indios auxiliares de los que integraban la hueste conquistadora. Entre los primeros pobladores de Culiacán se cuentan Diego de Proaño y Melchor Díaz, quienes fueron nombrados alcalde mayor y justicia mayor de la provincia, respectivamente; el padre Álvaro Gutiérrez, que fue el cura párroco, y otros militares como Pedro de Tovar, Diego López, Pedro Castañeda, Juan de la Bastida, Lázaro de Cebreros y Sebastián de Évora, por citar algunos.

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Antes de partir para la fundación de Chametla, Nuño de Guzmán nombró cabildo municipal a la usanza castellana, repartió encomiendas y dispuso la distribución de tierras entre los pobladores; no obstante, San Miguel no quedó finalmente en el sitio donde Nuño la fundara, porque a juicio de los moradores quedaba muy expuesta a los vientos y a las inundaciones. La villa cambió de sitio por lo menos tres veces hasta que encontró su asiento definitivo en el punto donde confluyen los ríos Humaya y Tamazula, cuyas corrientes unidas forman el Río Culiacán.

En el territorio de los vencidos indios totorames, llamado ahora provincia de Chametla, Nuño fundó en 1532 la villa del Espíritu Santo, donde quedaron como pobladores Francisco de Balbuena, Rodrigo de Carvajal, Francisco de Torquemada, Martín de Rentería y Diego de Villegas, entre otros fundadores. La villa quedó asentada en las márgenes del Río Baluarte, posiblemente en el sitio donde hoy se encuentra la ciudad de El Rosario. Después de nombrar autoridades, repartir encomiendas y disponer la distribución de tierras, Nuño de Guzmán partió hacia los actuales territorios de Nayarit y Jalisco, sin que volviera a pisar la tierra sinaloense. Con todos los territorios conquistados creó el Reino de la Nueva Galicia, a cuya capital nombró Guadalajara, y a este reino quedaron incorporadas las provincias de Culiacán y Chametla.

Las exploraciones marítimas

En el siglo XV, Castilla era un reino de hombres que miraban al mar y que lo buscaban como complemento necesario del reino de tierra firme. Cuando Cristóbal Colón abrió el camino a las Indias en 1492, los castellanos se hicieron a la mar y pronto aprendieron a navegar el Océano Atlántico, el Mar Caribe y el Golfo de México. De las Antillas pasaron al continente y se dieron a buscar la otra costa, la del sur, que encontró Vasco Núñez de Balboa en 1513. La Mar del Sur, como llamaron al Océano Pacífico, atrajo el interés de los castellanos tanto como las nuevas tierras descubiertas.

Cuando Hernán Cortés conquistó el Reino de la Nueva España ya tenía en mente la idea de encontrar la Mar del Sur para surcarla y conquistarla. En el año de 1522, recién tomada Tenochtitlan, tuvo noticia de que por la tierra de Michoacán se llegaba a dicha mar. Los castellanos la navegaron rumbo al poniente y en 1565 ya estaban en las islas Filipinas. Pero también interesó a los castellanos navegar hacia el norte en busca de un "paso" que permitiera navegar del Atlántico a la Mar del Sur, al que llamaron Estrecho de Anián, y que sería el equivalente del estrecho que Hernando de Magallanes había descubierto en 1520 para navegar del Atlántico al Pacífico por el sur de las indias. Muchas expediciones se

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emprendieron en su busca, pero fueron en vano; algunas de estas exploraciones marítimas tuvieron que ver con la historia del noroeste, y por tanto de Sinaloa, y a ellas nos referiremos en este apartado.

Hernán Cortés había capitulado con la emperatriz el descubrimiento y conquista de las islas del Mar del Sur, así que en mayo de 1532 envió desde Acapulco una expedición compuesta por dos navíos al mando de su primo Diego Hurtado de Mendoza, con la intención de navegar hacia el norte para explorar la costa y cuanto encontrase que fuera de interés para la extensión de los dominios de España. En el litoral del actual estado de Nayarit, el capitán Hurtado tuvo conflictos con la gente de Nuño de Guzmán que le impidió el aprovisionamiento de agua y víveres. Una de las naves volvió a Nueva España mientras que la capitana siguió hacia el norte, pero nunca se supo más de ella ni de sus tripulantes.

Al año siguiente, Cortés envió otra expedición formada por dos barcos al mando de Diego Becerra y Hernando Grijalva, quien descubrió las islas Revillagigedo y volvió a Nueva España. Becerra, en cambio, fue asesinado por la tripulación amotinada y la nave quedó al mando de Fortún Ximénez, quien condujo la expedición hacia el Golfo de California y exploró la costa oriental de la península; después cruzó a la contracosta y desembarcó en Chametla, donde Nuño de Guzmán ordenó que la tripulación fuera encarcelada y la nave confiscada, puesto que eran de su enemigo político, Hernán Cortés, quien se entrometía en terrenos que Nuño consideraba como propios. Cortés viajó a la Nueva Galicia para entrevistarse con Nuño y recuperar la nave incautada, en la que, una vez en su poder, se embarcó en el puerto de Jalisco, en abril de 1535, y navegó a Chametla y luego a la Baja California. Cortés tomó posesión de las tierras descubiertas e impuso el nombre de Mar de Cortés al Golfo de California.

La más exitosa de las expediciones enviadas por Hernán Cortés fue la capitaneada por Francisco de Ulloa, quien partió de Acapulco en julio de 1539 y en ocho meses logró recorrer el Golfo de California en ambas riberas, la peninsular y la continental, y después navegó por el litoral del Pacífico en Baja California hasta la altura de la isla de Cedros. Ulloa escribió una detallada relación de su viaje y levantó el primer mapa de las costas del noroeste. En el año de 1540, Hernando de Alarcón zarpó de Acapulco y navegó por la costa hasta el Río Colorado, que remontó, y luego volvió hacia el sur costeando la Baja California. Alarcón también levantó un mapa e informó de su recorrido por el río y sobre su contacto con los indios pápagos que habitaban esa zona. En 1542 se completó este primer ciclo de expediciones marítimas del noroeste con el viaje de Juan Rodríguez Cabrillo y Bartolomé Ferrelo.

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Las expediciones españolas del siglo XVI, y en particular la de Hernán Cortés, tuvieron acentuado carácter marítimo que se mostró en la preocupación del capitán por construir barcos según la más adelantada tecnología de la época, cuya navegación dominó la Mar del Sur. Aquellos marinos, algunos de ellos ya novohispanos, extendieron los dominios del rey de España hasta las islas Filipinas; exploraron los litorales del noroeste, trazaron los mapas y descubrieron las riquezas que el mar podía ofrecer, como los criaderos de perlas en el Golfo de California. El noroeste novohispano formó parte de un proyecto de expansión marítima que, por lo menos en el siglo XVI, se manifestó pujante y vigoroso.

Culiacán y Chametla después de la guerra de conquista

Como dijimos, Nuño de Guzmán pretendió organizar la sociedad de Culiacán y Chametla según el modelo que Cortés había impuesto en el altiplano central de México y que había producido muy buenos resultados para los conquistadores. Esto es, fundó villas españolas, nombró gobernantes, repartió a las comunidades indígenas en encomiendas y otorgó mercedes de tierras y aguas a los vencedores, a cada uno según las aportaciones que había hecho para la empresa; obviamente, reservó para sí lo mejor de lo arrebatado a los vencidos. Las condiciones culturales y demográficas de los totorames y los tahues eran semejantes a las de los indígenas del altiplano central y del occidente de México, así que había fundadas esperanzas de que esta dominación diese a los españoles los resultados apetecidos; sin embargo, las cosas no ocurrieron de ese modo porque situaciones imprevistas vinieron a frustrar las expectativas de los conquistadores, como ahora veremos.

El acontecimiento más grave que sobrevino a la entrada de los españoles fue la propagación de las enfermedades transmitidas por las huestes de Nuño de Guzmán: viruela, sarampión y fiebres intestinales. La mayor epidemia de que se tiene noticia ocurrió en los años de 1535 y 1536 en ambas provincias. De los 200 000 indígenas tahues que, según se calcula, había en 1530, sólo quedaban 16 000 en 1548 y se redujeron a 8 000 en 1570. De los 210 000 totorames que había en 1530 quedaban 5 000 en 1565, después de otra epidemia que azotó a la región; en 1572 sólo había 2 000 totorames. La muerte de los indios por las enfermedades contagiadas por los españoles ocurrió en todos los lugares a donde éstos llegaron; las pestes se propagaban rápidamente entre los habitantes que carecían de defensas biológicas contra las enfermedades europeas. En mayor o menor grado, todos los indios conquistados sufrieron contagios, pero en el caso de los totorames y los tahues la epidemia fue tan grave que bien puede calificarse de catastrófica.

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En la provincia de Culiacán los indios sobrevivientes quedaron sujetos a encomienda, dedicados a las actividades agrícolas artesanales y de servicio a los españoles. Los vecinos de la villa de San Miguel vivían de los tributos pagados por los indios de sus encomiendas; algunos se dedicaron a la ganadería y los menos al laboreo de minas, porque fueron muy pocas las que se encontraron en la provincia. La más grande de las minas se llamó Las Vírgenes, y quizá se ubicó en el sitio donde hoy está Cosalá. La provincia de Culiacán era sumamente pobre en comparación con las provincias de la Nueva España. La razón principal de tal atraso fue la falta de población, no sólo de trabajadores indígenas, sino también de españoles. En efecto, la villa de San Miguel se fue despoblando por muerte o deserción de los vecinos; de los 96 españoles que había en 1531 sólo quedaban 25 en 1550. La provincia de Culiacán no ofrecía atractivos para los buscadores de riqueza pronta y fácil.

En la provincia de Chametla la situación fue peor que en Culiacán. Los españoles de la villa del Espíritu Santo desertaron en su totalidad; los indios totorames se extinguieron a causa de las enfermedades, y muchos xiximes bajaron de la sierra para ocupar los lugares ahora deshabitados. Hacia mediados del siglo XVI, la provincia de Chametla dejó de existir y el territorio entre los ríos Piaxtla y De las Cañas volvió a ser tierra de guerra fuera del control de los españoles.

Nuño de Guzmán había dejado al clérigo Alonso Gutiérrez en la villa de San Miguel de Culiacán para que atendiera a los españoles y evangelizara a los indios, pero nada más sabemos de él. Por un informe del obispo de Guadalajara, a cuya diócesis pertenecía la provincia de Culiacán, sabemos que en 1545 hubo un convento de frailes franciscanos en la villa de San Miguel, pero que desapareció a fines del siglo XVI. Otros religiosos de la misma orden se establecieron en Acaponeta, hoy estado de Nayarit, desde donde se ocupaban de la evangelización de los indígenas que habitaban en lo que había sido la provincia de Chametla. En las provincias de Culiacán y de Chametla los eclesiásticos tuvieron una presencia muy escasa y casi nula intervención en asuntos políticos y económicos, a diferencia de otras regiones de Nueva España, donde la participación de clérigos y religiosos fue predominante.

Y al norte del Río Mocorito ¿qué pasaba?

Hemos expuesto los sucesos ocurridos en los territorios de los indios totorames y tahues y algunos de los acontecimientos marítimos del siglo XVI, pero de lo que pasaba en las tierras de los cahitas es poco lo que sabemos, debido a que fueron contados los españoles que se aventuraron a penetrar en aquellos parajes. El Río

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Mocorito se llamaba entonces Sebastián de Évora porque éste era el nombre de un mulato portugués de la hueste de Nuño de Guzmán que recibió encomiendas en ese río y ahí se asentó. Por mucho tiempo, el Río Sebastián de Évora fue la frontera del dominio español en el noroeste; más allá era "tierra de indios". Los españoles que cruzaban esta frontera dejaron narraciones importantes, a las que nos referiremos en este apartado.

En 1535 Diego de Guzmán, sobrino de Nuño, quiso extender los dominios de su tío y con un pequeño grupo de españoles entró a la zona cahita, donde finalmente nada consiguió. Otros capitanes españoles se internaban para cautivar indígenas y venderlos como esclavos en la Nueva Galicia. En 1536, uno de estos esclavistas, llamado Diego de Alcaraz, se encontraba en el Río Sinaloa cuando encontró a cuatro cristianos que venían del norte acompañados por un grupo de indios pimas (del actual estado de Sonora). Los pimas se quedaron en el lugar, donde fundaron el poblado de Bamoa (en el actual municipio de Guasave) y los cristianos fueron trasladados a la villa de San Miguel de Culiacán.

Los cristianos recién llegados eran Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Baltasar Dorantes de Carranza y un negro llamado Estebanico, quienes habían naufragado ocho años antes en las costas de Florida en el Golfo de México y habían cruzado a pie todo lo ancho del continente americano (véase el mapa III.1). Los náufragos relataron las maravillas que habían visto en su largo peregrinar por llanos y serranías que encontraron a su paso, causando gran admiración incluso en las altas autoridades de México, pues allá fueron enviados. También el virrey don Antonio de Mendoza dio crédito a las ilusiones de los náufragos y dispuso que el franciscano fray Marcos de Niza, al frente de un corto contingente y con la guía de Estebanico, explorara la ruta que habían seguido Alvar Núñez y sus compañeros. Fray Marcos partió de la villa de San Miguel de Culiacán en marzo de 1539, se internó en la zona cahita y fue bien recibido por los indígenas. Al parecer, fray Marcos y su gente llegaron hasta lo que hoy es el estado de Arizona, donde murió Estebanico, por lo que la expedición regresó a Culiacán. También el capitán Melchor Díaz, a la sazón alcalde mayor de Culiacán, cruzó la zona cahita sin hostilidad de parte de los indígenas y llegó al Río Gila en 1539.

El virrey ordenó que saliera otra expedición al mando del gobernador de la Nueva Galicia, Francisco Vázquez de Coronado, con el objetivo de encontrar las ciudades de oro que Alvar Núñez dijo haber visto a su paso por las llanuras del norte. Vázquez de Coronado salió de Compostela de Nueva Galicia en marzo de 1540. A su paso por Chametla, murió su lugarteniente en un encuentro con los indios xiximes y al llegar a la villa de San Miguel auxilió al alcalde mayor para vencer al indio Ayapín, que se había sublevado contra el dominio de los

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españoles. En su marcha por los territorios cahitas, Vázquez de Coronado fundó la villa de San Jerónimo de los Corazones en un lugar incierto que posiblemente estuvo en territorio hoy sonorense. La villa no subsistió porque los indios cahitas se rebelaron, mataron a los españoles y arrasaron la villa. Durante dos años, los expedicionarios recorrieron vastísimos territorios sin encontrar huella alguna de las ciudades de oro, así que volvieron a Culiacán en 1542 (mapa III.1). Como parte de la expedición de Vázquez de Coronado iba por mar Hernando de Alarcón, a quien nos referimos en páginas anteriores, con objeto de apoyar a los que marchaban por tierra; no obstante, los contingentes nunca llegaron a ponerse en contacto.

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MAPA III.1 Exploradores del noroeste. Itinerarios aproximados.

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En el curso de los primeros 30 años desde que los españoles se establecieron en Culiacán, los indios cahitas fueron observadores de lo que ocurría con sus vecinos tahues y totorames, y es posible que ellos mismos sufrieran el embate de las enfermedades europeas aun antes de que los españoles pisaran sus tierras, pues la peste se propagaba fácilmente si algún enfermo llegaba a sus comunidades. Los contactos entre españoles y cahitas fueron esporádicos y de diferente índole: si los españoles iban con violencia, como en el caso de los cazadores de esclavos, los cahitas respondían con violencia; cuando iban en paz, los indígenas los recibían amigablemente y les ofrecían alimentos. En estos primeros 30 años no hubo un intento formal de los españoles por conquistar a los cahitas, tal vez porque no había expectativas de obtener un buen botín y los conquistadores empresarios no vieron redituable el negocio. Pero en 1564 hubo otra incursión española en tierras cahitas, la de Francisco de Ibarra, que sí tuvo profundas consecuencias en la historia de Sinaloa y de la cual nos ocuparemos en el siguiente apartado (mapa III. 2).

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MAPA III.2 Provincias españolas a fines del siglo XVI. 

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Francisco de Ibarra y el Reino de la Nueva Vizcaya

En los años en que los españoles de la provincia de Culiacán a duras penas lograban sobrevivir, desde el centro de la Nueva España había surgido otro movimiento de expansión hacia el norte. El motivo fue que en Zacatecas se habían descubierto muy ricos yacimientos de plata (1546), por lo que pronto se pobló esa ciudad y un amplio territorio entre ella, México y Guadalajara. Un rico vizcaíno llamado Diego de Ibarra, quien hizo su fortuna en Zacatecas con las minas y la ganadería, reclutó un considerable ejército, bien armado, lo puso bajo el mando de su sobrino el joven Francisco de Ibarra y lo envió hacia el norte en 1554 con la misión de explorar la tierra, descubrir minas, fundar villas y evangelizar a los indios. Durante ocho años el joven capitán recorrió los territorios que hoy forman el estado de Durango y logró consolidar su poblamiento, por lo que fue nombrado gobernador de ese nuevo dominio español al que pusieron por nombre Reino de la Nueva Vizcaya y tuvo por capital la villa de Durango. Este reino nació al amparo del grupo político que dominaba en la Nueva España y fue creado, entre otros objetivos, para cercar a la Nueva Galicia por el oriente e impedir su expansión. Los dos grandes adversarios, Hernán Cortés y Nuño de Guzmán, ya habían desaparecido del ambiente político, pero sus respectivos sucesores alimentaron por mucho tiempo la rivalidad entre la Nueva España y la Nueva Galicia.

En el año de 1564, el ahora gobernador Francisco de Ibarra, con 100 soldados españoles e indios auxiliares, cruzó la sierra de Topia y descendió a la provincia de Culiacán. De la villa de San Miguel partió hacia el norte sin que los indios cahitas opusieran resistencia, llegó al sitio donde estuvo la villa de San Jerónimo de los Corazones con ánimo de castigar a los indios que mataron españoles, pero se abstuvo de hacerlo cuando se enteró de que la causa de la destrucción de la villa habían sido los propios soldados que Vázquez de Coronado dejara como pobladores, quienes habían matado indígenas y violado a sus mujeres. Francisco de Ibarra volvió al sur y al llegar al Río Fuerte fundó la villa de San Juan Bautista de Carapoa en algún punto que desconocemos. Creó, al menos de nombre, la provincia de Sinaloa, nombró a Pedro Ochoa Garrapa como alcalde mayor y repartió generosas encomiendas de indios mayos y yaquis a los soldados que quedaron como pobladores. Después volvió a la provincia de Culiacán para reforzar su ejército y emprender la reconquista de Chametla. La fundación de la provincia de Sinaloa y de la villa de San Juan Bautista de Carapoa tenía por objetivo implantar el dominio español sobre los cahitas y anexar su territorio al Reino de la Nueva Vizcaya; sin embargo, los encomenderos no pudieron obligarlos a pagar tributo ni a prestar servicios personales a los españoles, y en

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cambio lograron irritar a los indios por lo que, ante la amenaza de algún hecho violento, los pobladores prefirieron volver a Culiacán.

Francisco de Ibarra tuvo mejor fortuna en la reconquista de Chametla que en la provincia de Sinaloa, pues consiguió vencer a los indios xiximes y descubrió importantes minas de plata en Copala, Pánuco, Maloya y San Marcial. En 1565, fundó la villa de San Sebastián (hoy Concordia) para que fuera cabecera de la provincia, que ahora se llamaría San Sebastián y sería parte del Reino de la Nueva Vizcaya. El poblamiento de San Sebastián fue más duradero porque el gobernador hizo inversiones para trabajar las minas, lo que atrajo a pobladores españoles de otros lugares. El principal problema de éstos en la provincia de San Sebastián fue la falta de trabajadores indígenas. Francisco de Ibarra murió en el mineral de Pánuco, en 1575, a la edad de 36 años.

La expedición de Francisco de Ibarra tuvo consecuencias en la delimitación política de los territorios del noroeste, ya que quedó establecido que la provincia de Sinaloa, limitada al sur por el Río Mocorito y sin límites por el norte, pertenecía al Reino de la Nueva Vizcaya; la provincia de San Sebastián también fue incorporada al reino. Ibarra también logró poner otro límite, por el norte, a la expansión de la Nueva Galicia, y dejó a la provincia de Culiacán separada por tierra del reino al que pertenecía, aunque la Audiencia de Guadalajara reclamó por mucho tiempo la posesión de Chametla por haber sido conquista de Nuño de Guzmán.

Nuevos intentos de los españoles por dominar la provincia de Sinaloa

Hacia el año 1564, cuando Francisco de Ibarra recorrió las tierras cahitas, ya se usaba el nombre "Sinaloa" para designar de manera genérica a los territorios situados al norte del Río Mocorito. El mismo Ibarra había fundado la provincia de Sinaloa, pero sólo existía de nombre porque los españoles no dominaban a los cahitas. Sin embargo, el interés de los gobernantes españoles por dominar Sinaloa iba en aumento: la población indígena era numerosa, y aunque no estaba sometida era una fuente posible de trabajadores para las empresas que los españoles establecieran; además, había fundadas esperanzas de encontrar plata en aquellas serranías. Para dominar un territorio no bastaba con vencer a los indios, también era necesario que vinieran colonos españoles a establecerse, es decir, que crearan empresas para explotar los recursos naturales de la zona.

De lo ocurrido en Sinaloa entre 1565 y 1590 da cuenta el cronista Antonio Ruiz en una amena relación que entonces escribió y de la cual tomamos la información

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de este apartado. Después de que se despobló la villa de San Juan Bautista de Carapoa, sólo algunos osados españoles permanecieron allende el Río Mocorito ocupados en el pastoreo de ganado mayor, así como dos frailes franciscanos del convento de la villa de San Miguel que estaban empeñados en evangelizar a los cahitas. Pero los indios no querían más españoles en sus tierras y los hostilizaron e incluso mataron a los frailes Pablo de Santa María y Juan de Herrera. Por este motivo no hubo más españoles en Sinaloa durante los siguientes 20 años.

Hacia 1584, el gobernador de Nueva Vizcaya, Hernando de Bazán, facultó al capitán Pedro de Montoya para que poblara Sinaloa hasta el Río Yaqui. Con una partida de 36 soldados a caballo, Montoya penetró en Sinaloa hasta el Río Fuerte, e hizo violentos escarmientos entre los indios que habían matado españoles. Luego reconstruyó la villa de Carapoa, ahora bajo la advocación de los santos Felipe y Santiago, repartió encomiendas entre los soldados que se quedarían a poblar y ordenó que trasladaran a sus familias, que habían quedado en la villa de San Miguel de Culiacán. Pero los españoles no lograron que los cahitas pagaran tributo. Indios zuaques mataron a Montoya y a 12 soldados; los sobrevivientes abandonaron la villa e iniciaron la retirada hacia Culiacán.

En 1585, el gobernador De Bazán se presentó en Sinaloa al frente de un considerable ejército de 100 soldados de caballería para vengar la muerte de Montoya y asegurar que la provincia se mantuviera poblada. Ordenó que los fugitivos de Carapoa quedaran en el Río Sinaloa mientras él vencía a los indios. Hernando de Bazán avanzó con su ejército hasta el Río Mayo, donde fue estrepitosamente derrotado por los cahitas, quienes ya habían perdido el miedo a las armas de fuego y aprendido tácticas para neutralizar las ventajas militares de los españoles. Fue en ese año cuando los pobladores que habían dejado Carapoa se asentaron definitivamente en las márgenes del Río Sinaloa, donde fundaron la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa (hoy Sinaloa de Leyva), que fue la cabecera de la provincia.

Fue también por esas fechas cuando unos exploradores españoles encontraron plata de buena ley en la sierra de Chínipas, en el curso alto del Río Fuerte, con lo que se abrió la posibilidad de atraer pobladores españoles a Sinaloa. Pero no ocurrió de inmediato, pues en 1590 sólo había cinco vecinos en la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa: Tomás de Soberanes, Bartolomé de Mondragón, Juan Martínez del Castillo, Juan Caballero y Antonio Ruiz, el cronista de la provincia de Sinaloa

Las provincias conquistadas a fines del siglo XVI

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Es muy poco lo que sabemos de lo ocurrido en las provincias de Culiacán y San Sebastián durante los últimos 40 años del siglo XVI. De Culiacán sabemos que al morir los conquistadores las encomiendas se extinguían y los poblados indígenas pasaban a ser "corregimientos", es decir, eran gobernados por un corregidor español nombrado por el alcalde mayor. Estos indios, que ya no tributaban ni prestaban servicios a un español, ahora pagaban sus tributos al gobierno de la provincia. De San Sebastián tenemos noticias de que la población española disminuyó porque la bonanza de las minas fue efímera, y otros mineros cambiaron de actividad para dedicarse a la ganadería, la pesca o el comercio de la sal.

En 1576, el gobernador de Nueva Vizcaya fundó el presidio de Mazatlán en el lugar donde hoy se encuentra Villa Unión (el presidio era el destacamento militar que se establecía en las fronteras, en las costas o en algún otro lugar donde hubiera peligro de invasiones extranjeras o insurrecciones de indios). El presidio de Mazatlán se estableció con 25 soldados mulatos y sus familias para contener a los indios xiximes que deambulaban por la provincia y para impedir el desembarco de piratas ingleses u holandeses que merodeaban por estas costas con el propósito de asaltar al galeón que anualmente hacía el comercio entre Nueva España y las islas Filipinas.

La provincia de San Sebastián fue objeto de sonadas disputas entre el gobernador de la Nueva Vizcaya y la Audiencia de Guadalajara, que prolongaban antiguas rivalidades, pues ambas autoridades reclamaban la posesión del territorio y el derecho de nombrar el alcalde mayor que la gobernaba. En ocasiones hubo dos alcaldes mayores que pretendían gobernar la provincia.

Conocemos cuál era la situación de las tres provincias en el año de 1605 porque el obispo de Guadalajara, Alonso de la Mota y Escobar, hizo la visita pastoral y describió minuciosamente lo que encontró a su paso. De la provincia de San Sebastián dijo que sólo había 25 familias de españoles repartidas entre la villa de San Sebastián y algunos minerales. Dijo también que el presidio de Mazatlán contaba con 25 familias de mulatos y que en toda la provincia no había más de 75 familias de indios pacíficos, asentados en pueblos y dedicados a la agricultura.

De la Mota y Escobar describió San Miguel de Culiacán como un villorrio de casas de adobe habitado por 30 familias de españoles. Asimismo, afirmó que no pasaban de 60 las familias de españoles, mestizos y mulatos en toda la provincia, ocupadas en la ganadería, el comercio, la explotación de salinas y el laboreo de algunas minas. Según su informe, había 468 familias de indios pacíficos asentados en sus pueblos, dedicados a la agricultura y como jornaleros de la

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"gente de razón", como en aquella época se llamaba a los pobladores que no eran indios.

Cuando el obispo visitó la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa ya estaban allí los padres jesuitas, pero en 1590 sólo había los cinco vecinos que citamos. Las cifras de población que dio el obispo no incluyeron a los indios cahitas ni xiximes, porque no estaban sometidos al gobierno español y, por tanto, no eran fíeles de la Iglesia católica.

A fines del siglo XVI ya estaban bien definidos los grupos que conformarían la nueva sociedad surgida de la Conquista. El primer grupo era el de los españoles que, aunque reducido, resultaba el más importante porque concentraba en sus manos el poder político y económico y el prestigio social. Españoles eran los gobernantes: alcaldes mayores, miembros del cabildo, corregidores y oficiales de las milicias. Españoles eran los dueños de encomiendas, de tierras, minas, ganados, salinas, pesquerías y de las recuas de mulas para hacer el comercio con Nueva Vizcaya y Nueva Galicia. También eran españoles los clérigos y las personas distinguidas de las villas. El segundo grupo, más numeroso, era el de los indios sometidos, sobrevivientes de la hecatombe de la Conquista y de las epidemias. Habitaban en sus propias comunidades, separadas de las villas españolas, dedicados a la agricultura, a la manufactura de artesanías y al trabajo asalariado en las empresas de los europeos. Aunque aun quedaban algunas encomiendas, casi todos los indios estaban gobernados por corregidores españoles y sujetos al pago de tributo en favor del gobierno español. El tercer grupo social, el menos delineado en ese momento, estaba formado por mestizos, negros y mulatos, que los había en las provincias de Culiacán y San Sebastián, ocupados como soldados presidiales, artesanos o trabajadores a sueldo en las empresas de españoles.

El acontecimiento más importante ocurrido durante la conquista de Nuño de Guzmán fue el exterminio de tahues y totorames. Este hecho fue la causa principal de que los españoles no obtuvieran la riqueza que buscaban, pues no hubo suficientes indios para que con su trabajo produjeran la plata y los frutos de la tierra y construyeran las edificaciones que caracterizaban las villas y ciudades españolas. Así lo expuso el obispo Alonso de la Mota y Escobar: "Está muy arruinada esta villa [San Miguel de Culiacán], así de casas como de vecinos, que son pobrísimos. La causa de esto es la muerte de los indios cuyo sudor hace ricos a los españoles".

Si comparamos la situación de las provincias de San Sebastián, Culiacán y Sinaloa a fines del siglo XVI con el estado de otras provincias de Nueva España, encontramos acentuados contrastes. En la Nueva España se había establecido una

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"colonia", pues las instituciones españolas estaban sólidamente implantadas: de gobierno, como el virreinato, el municipio y la alcaldía mayor; de justicia, como la audiencia; económicas, como la encomienda, el repartimiento, el real de minas y la hacienda; sociales, como la iglesia católica. Los indios estaban sujetos a los españoles y su trabajo servía a los intereses de los dominadores. La población europea era numerosa y había establecido empresas productivas en minería, agricultura, ganadería y otros ramos de la economía, de modo que se producía lo necesario para la subsistencia de la sociedad, más un crecido excedente que se remitía a España en forma principalmente de plata; es decir, la Nueva España funcionaba como una "colonia" como los españoles la deseaban. La sociedad surgida de la conquista y colonización estaba organizada de modo que todo concurriera para beneficio de los vencedores, los que habitaban la Nueva España y los que quedaron en Europa; todos recibían el producto del trabajo arrancado a los vencidos.

En el noroeste, en cambio, por las mismas fechas, no había tal pujanza porque la población era muy débil: los indios habían sido aniquilados por las epidemias y los europeos eran unos cuantos. Nuño de Guzmán empleó los mismos procedimientos que Hernán Cortés, es decir, la guerra y la encomienda, pero aquí fue en vano. Los conquistadores no consiguieron los resultados que deseaban pues los beneficios obtenidos en Culiacán y San Sebastián fueron ínfimos y nulos en Sinaloa.

Esta primera fase de la conquista del noroeste fue el resultado de dos guerras que se libraron simultáneamente. Una fue la guerra de los soldados de Nuño de Guzmán que con las armas, las epidemias y los malos tratos aniquilaron a los indígenas. La otra fue la guerra de dos políticos rivales, Hernán Cortés y Nuño de Guzmán, que terminó con el triunfo de los partidarios del primero y la desarticulación de los planes del segundo. El Reino de la Nueva Galicia terminó copado por el de la Nueva Vizcaya, dejando a la provincia de Culiacán como un enclave, aislado del territorio neogallego. Nuño vio frustrados sus planes aun en la Mar del Sur, que fue surcada por los marinos de Cortés.

Pero a fines del siglo XVI las circunstancias políticas habían cambiado. Ya no había lugar para los conquistadores empresarios, y era el propio gobierno español el que con sus recursos financiaba las empresas de conquista y colonización. Además, se habían ensayado nuevos métodos de conquista, más eficientes que los anteriores: la misión y el presidio, que se aplicaron en Sinaloa bajo la dirección de los padres jesuitas, como veremos en el próximo capítulo.