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El Mollete Literario Noviembre 15, 2013, Número 13, Segunda Época Director: Carlos Ramírez $10.00 pesos www.grupotransicion.com.mx [email protected] www.grupotransicion.com.mx [email protected] Nacimiento del premio Nobel Albert Camus Por el camino de Swan, de Marcel Proust Dos centenarios:

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El Mollete LiterarioNoviembre 15, 2013, Número 13, Segunda ÉpocaDirector: Carlos Ramírez $10.00 pesos

www.grupotransicion.com.mx molleteliterario@grupotransicion.com.mxwww.grupotransicion.com.mx [email protected]

Nacimiento del premio Nobel Albert Camus

Por el camino de Swan,de Marcel Proust

Dos centenarios:

2 El Mollete Literario 15.11.2013

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director General

[email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Consejo EditorialRené Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

María Eugenia Briones JuárezDiseño

Mathieu Domínguez PérezFormación

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.

La civilización es graciosa y bella, esa es su reputación; pero ¿estará a nuestro alcance?

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La bella vozPoesía

Juego de OjosCien años de

buscar el tiempo perdido

CuentoUn amor cortitoPágina de

aniversario

A 60 años de la polémica

Sartre-Camus

Novedades literarias de la

quincena

Por los caminos de Proust

Premio Cervantes 2013

es para Elena Poniatowska

Tras de las huellas del Art Nouveau en la colonia Roma

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas Por Carlos Ramírez

Por Carlos Ramírez

Por La RedacciónPor Luis Fajardo

VelázquezPor Lucila Rivera

de Blanco

Por EL Bolillo Escéptico

Índice

El Mollete Literario

Mark Twain

Bailarina LiterariaPor Luy

Coordinador:Freddy Secundino

María Fernanda Ceballos Alejandra Lerma

Norma Maritza Vázquez Domínguez

Manon Azul Cisneros Tafoya

Andrés (Chili) Giles PadillaKaren Alexa Luna Olmos

3El Mollete Literario15.11.2013

4 El Mollete Literario 15.11.2013

A Carlos Ramírez, en su jornada a Combray

M arcel Proust murió a las cinco y media

de la tarde del 18 de noviembre de 1922,

hora apropiada para que los diarios del día siguiente pudieran recoger

con amplitud la noticia. Aquella mañana había pedido a Celeste, su fiel sirvienta, que echara de

la habitación a una mujer gorda vestida de negro. Celeste dijo que

lo haría, pero ni ella ni ninguno de los presentes vieron a la intrusa.

Una de las últimas satisfacciones de Marcel fue saber que moriría a los 51 años, igual que Honorato de Bal-zac. Cuando expiró, el surrealista Man Ray le tomó fotografías y dos pintores hicieron su retrato mortuo-rio. Cuatro días después fue enterrado en la cripta familiar del cementerio parisino Pere-Lachaise. Cinco años después de su muerte, en 1927, fue publicado el último de los volúmenes de A la búsqueda del tiempo perdido y entonces, ya desaparecido, comenzó el lento proceso de su canonización artística.

Juego de oJos

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

La vida de Proust es, en pocas palabras, su propia obra: En busca del tiempo per-dido, una cumbre de la litera-tura –citada incluso por quie-nes no la han leído– y declarada la novela de mayor influencia en los siglos XX y XXI.

No resulta fácil enfrentarse a la hoja en blanco para intentar pergeñar algunas palabras no sólo cohe-rentes sino con cierta carga de sentido para hablar de Marcel Proust. Procurar decir algo que no se haya dicho an-tes, dilucidar primero qué me provoca En busca del tiempo perdido a mí, para luego compartirlo con al-gún posible lector. Qué nos ofrece esta obra a cien años de su aparición (por la fecha en la que aparece el primer tomo de la novela, Por el camino de Swann). Estas reflexiones, que no duraron poco, y que me llevaron a releer pasajes enteros del primer tomo, aterrizan en una primera conclusión

que realmente es-taba allí desde hace mu-cho tiempo:

Proust fue un gran revolu-cionario del género. Su obra marcó nuevos derroteros a la literatura universal y a la nove-la como género, pero cien años después de su aparición y cerca de cuarenta de mi primera lec-tura de Por el camino de Swann, ya no es una obra revoluciona-ria. Lo fue y marcó preceden-tes. Hizo escuela. Después de Proust muchos artistas reco-rrieron el mismo camino –aun-que a decir verdad considero que la ruta de la creación tie-ne siempre apariencias distin-tas– unos con más fortuna que otros. De esos resultados es de los que debemos congratular-nos hoy en día.

Al respecto puedo citar un ejemplo de una obra poco co-nocida de un autor no valorado en su justa dimensión: Por cami-nos de Proust de Edmundo Vala-dés. En este breve libro publica-do por primera vez en 1974 por la desaparecida editorial “Samo”

(siglas de Sara Moirón, la acreditada periodista que abrió brecha al trabajo reporteril femenino en México), Va-

ladés desarma como relojero la obra proustiana y coloca a nuestra vista las

pulidas piezas para que mejor se pueda apreciar su belleza, a la manera de aquel em-

perador chino que sólo pudo reconocer el encanto de la pequeña piedra tallada

que le obsequiara el filósofo cuando la miró a través de una rendija en

un muro.“El 10 de julio de 1871

hay alba literaria”, escri-be Valadés. “Nace Marcel Proust. Leyes misteriosas que distribuyen gracias determinan su destino: una vocación en busca de cumplir una gran obra de arte. El proceso de su re-velación y maduración tar-dará 38 años, después de

larga, perseverante, crecien-te fidelidad a su voz interna.”

La competencia de la vida moderna, en la que las obras ar-

tísticas son objetos de consumo, ha producido una compulsión por

hacer cosas “diferentes”, “únicas”, “ge-niales”, “productos pioneros en el género”,

que con harta frecuencia nos hacen olvidar que una fórmula o procedimiento ya probados pero utilizados ingeniosa o creativamente pueden dar frutos disfruta-bles, de gran valor artístico e incluso inéditos.

Cierto que tuvo que haber un primero. Proust, ya no hace falta decirlo, lo fue. La tríada Proust, Joyce y Kafka revolucionó y marcó los derroteros en la forma de hacer novela. ¿Podemos afirmar que Faulkner se nutrió y benefició de estos antecesores, de la manera en que Newton pudo ver más lejos y más claro porque trabajó sobre los hombros de los gigantes que le ante-cedieron, entre ellos Kepler, Copérnico y Brahe? Sí. ¿Podemos probarlo? No creo que importe. Quizá los devotos de la literatura comparada encontrarán placer y utilidad en ello. Aquí sólo lo apunto a manera de intuición surgida durante la redacción de estas líneas.

Mientras que Proust se inserta en el interior de un personaje y demuestra que cualquier elemento es váli-do para producir un discurso literario –los recuerdos, un aroma, un sonido, el más leve sentimiento que se puede desdoblar hasta el infinito para describirnos y descubrirnos en nuestra calidad de humanos–, Joyce multiplica las imágenes.

En tanto que Proust arma un enjambre discursi-vo desde el interior, Joyce hace un calidoscopio de situaciones. Algunos incluso han considerado que es relativa su aportación en la revolución de la prosa na-rrativa, pues no es más que otra forma de la novela de caracteres. Lo cierto es que la existencia misma de la

Cien años de buscar el tiempo perdido

Marcel Proust (sentado), Robert de Flers (izquierda) y Lucien Daudet (derecha), 1894

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@sanchezdearmaswww.sanchezdearmas.mxSi desea recibir Juego de ojos en su correo, envíe un mensaje a: [email protected]

discusión en torno al tema coloca a ambos autores en un nivel distinto respecto de los autores de su época y en un lugar diferente en la historia de la literatura.

Esta intención distinta de abordar, la narración es lo que da singularidad a los escritores. Joyce parece hacer un guiño a la obra de Proust, concretamente a En busca del tiempo perdido. En el párrafo inicial de Por el camino de Swann, el narrador hace una larga reflexión sobre lo que le sucede en el tránsito de la vigilia al sueño, y comenta que una cierta situación comienza a hacérsele ininteligible, “Lo mismo que después de la metempsicosis pierden su sentido los pensamientos de una vida anterior”. Este párrafo es el preámbulo de lo que nos espera al adentrarnos en la novela. En Ulises en cambio, Molly Bloom señala con una horquilla la hoja de un libro en el que leyó la palabra metempsicosis para preguntarle a su marido con qué se come eso. Leopold Bloom comienza una suerte de explicación, que abandona ante la incapacidad de Molly para ofre-cer la suficiente atención y desde luego para compren-der un concepto tan poco terrenal.

Recuérdese que Por el camino de Swann apareció en 1913 y Ulises en 1922. Coincidencia o no –ya que se dice que estos dos escritores tuvieron un encuentro fallido a causa del idioma–, pero Joyce parece haber asimilado la innovación de Proust y presentado su propia propuesta.

Esto me remite a mi reflexión inicial: la genialidad no se encuentra por buscarla sino por trabajarla. Si se asume lo que está hecho, y sobre todo lo que está bien hecho, los productos subsecuentes necesariamente se-rán distintos. Reconocer y adentrarse en la innovación de otros hace que las nuevas creaciones sean distintas. Claro está que en ese caudal creativo habrá produc-tos literarios que se conviertan en hitos, como pare-ce reconocerlo el mismo Proust en el prólogo a Jean Santeuil: “Este libro no ha sido jamás hecho: ha sido cosechado”.

La existencia de En busca del tiempo perdido como representante de una de las formas de prosa narrativa del siglo pasado, y en forma más concreta Por el camino de Swann, derivó en una gran diversidad de manifesta-ciones en las que Proust estaba asimilado como parte de la herencia de la época.

La narrativa psicológica ha tenido afortunadas de-rivaciones tanto en la literatura como en otras manifes-taciones artísticas. Una de las más apreciadas por mí es el cine. Habría que buscar el parentesco entre las dos artes precisamente en el tratamiento del tiempo, pues como alguien ha observado, Proust, “Trató el tiempo como un elemento al mismo tiempo destructor y po-sitivo, sólo aprehensible gracias a la memoria intuitiva. Percibe la secuencia temporal a la luz de las teorías de su admirado Henri Bergson: es decir, el tiempo como un fluir constante en el que los momentos del pasado y el presente poseen una realidad igual.”

Robert de Montesquiou, la principal inspiración para Baron de Charlus

Marcel Proust en el hotel Splendide, 1905

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Exhibición del buró de Proust en su casa de Illiers-Com-bray, con una magdalena, la tetera y algunos libros.

La Panadería en Illiers-Combray donde venden

las magdalenas de la tía Lemoine.

Por Carlos Ramírez

Por los caminos de ProustLas magdalenas de Proust

La población de Combray no existía en el mapa de Francia; en realidad, fue un nombre literario inventado por Marcel Proust para identificar la población de Illiers, unos ciento veinte kilómetros al suroeste de París, donde iba de vacaciones. Combray es el centro del primer tomo de En busca del tiempo perdido titulado Por el camino de Swan (que cumple cien años de publicación en este 2013) y la población donde su padre tenía una casa a la que iban de vacaciones. Por decisión de las autoridades municipales, Illiers es hoy Illiers-Combray, con una población de menos de cuatro mil personas.A Illiers-Combray se arriba por carretera o en tren. La estación es soli-taria, silenciosa, en una planicie de buen clima. Al salir de la estación se enfrenta una larga avenida, rue Chartres, amplia, con autos a ambos lados de la calle y árboles que se encuentran por encima haciendo una especie de túnel. La población es pequeña, una avenida principal que desemboca a la pequeña plaza donde se localiza la iglesia de Saint-Jacques, cuya torre principal Proust cuenta que la veía desde su llegada. La población a veces es reacia a la fama de Proust.La casa del padre de Proust es un museo que abre pocas horas al día y que tiene pocos visitantes, un par de cuadras de la plaza. De todas las salas, sólo una reproduce la habitación de Proust —las demás son un museo de medicina de su padre—, la cama y en una pequeña vitrina se exhiben los aditamentos que quedaron en su buró: una tetera, una mag-dalena reseca, un par de libros.A la vuelta de la casa de Proust se localiza una panadería La boite a pains. La maison de la Proustille donde elaboran las famosas magdalenas de la tía Lemoine, aquellas que detonaron en Proust la memoria gustativa en su novela. Esas magdalenas son hoy motivo de culto, las venden con el permiso de decir que son elaboradas con la receta tradicional y al probar-las tienen un ligero sabor a limón.La magdalena adjunta fue comprada en esa tienda.

Carlos Ramírez, París, verano del 2013.

Francia, Verano 2013.

En la Casa Museo de Proust, en

Illiers-Combray.

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8 El Mollete Literario 15.11.2013

Fragmento: las magdalenas

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el

pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de

mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en

Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa),

cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me

había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como

había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había

separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más

recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo

abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va

desagregando!; las formas externas también, aquella tan graciosamente

sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos, adormecidas

o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba

hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo,

cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos,

más frágiles, más vivos, más inmateriales, más, persistentes y más

fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y

aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse

en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado

en tilo que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto

y tardaría mucho en averiguar porqué ese recuerdo me daba tanta

dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto,

vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del

jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para

mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo

únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo,

desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza,

adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba

a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando había buen

tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un

cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en

cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a

distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes

consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro

jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las

buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y

Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va

tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.

Fragmento del capítulo I de En busca del Tiempo Perdido. Tomo I:

Por el camino de Swan, Alianza Editorial

9El Mollete Literario15.11.2013

El amor es extraño, ¿no creen?Les voy a compartir una experiencia que tuve

hace algunos años. Me parece una historia dig-na de ser contada aunque ya no sé qué tanto sea realidad y qué tanto sea fruto de mi imaginación.

Ella y yo nos conocimos hace poco más de 10 años en una cena organizada por unos ami-gos en común. Nos presentaron, platicamos un buen rato pero jamás imaginé que se converti-ría en alguien trascendental en mi vida. En aquel entonces no le di mayor importancia a nuestro encuentro pues ella se encontraba terminando el último año de la universidad, era muy alegre y me imaginé que tendría mucho pretendientes mientras que yo me encontraba, en lo que creía, una relación estable con mi ex pareja. Mi carácter siempre ha sido hogareño y serio. Nuestros mun-dos parecían tan distintos.

Pasó más de un año sin que nos viéramos. Pero el destino se encargó de volvernos a poner en el mismo camino. Recuerdo muy bien ese día, yo salí como todos los domingos a caminar al centro de la ciudad y ella, por casualidad, también se encon-traba en el mismo lugar y a la misma hora que yo.

cuento

Por Luis Fajardo Velázquez

Un amor cortito

[email protected]

departamento. Aunque todo se dio tan rápido era la primera vez que me sentía correspondido en el amor. Se hizo de noche en la ciudad y tuvimos la plática más interesante que he tenido en toda mi vida. Charlamos de nuestros viejos (y dolorosos) amores pasados, de nuestra juventud, de la fami-lia de cada uno de nosotros, de nuestros sueños y de qué esperábamos de la vida sabiendo que no se puede tenerlo todo en ella.

Poco a poco fuimos llegando a mi cama. No niego que me moría de ganas por sentirla entre mis brazos y pedirle que nunca se fuera de mi vida. Ella se quedó callada, no supe si fue por algo que dije o por hacerle sentir que únicamen-te quería pasar un buen rato con ella.

Le susurré al oído si quería quedarse conmi-go y escuché que me contestó “No lo sé”. Enton-ces, la abracé e intenté darle un beso, no logro descifrar cómo pero ella se volteó y sólo alcancé a besar su mejilla.

Las horas pasaron mientras yo la seguía abra-zando hasta que nos quedamos dormidos. Al despertar, no la encontré. La busqué por todo el departamento pero sólo encontré una carta que decía:

“No sé si es bueno o malo pero desperté pen-sando en lo que platicamos ayer. Eres un buen hombre con buenos sentimientos. Yo no puedo corresponder a tu amor. Hoy mi piel huele a ti. Cuídate.”

Me quedé frío, helado, pasmado. No entendí qué quiso decirme. Sólo sé que fue la última vez que la vi.

Le invité un café y tímidamente contestó con un “Sí”. Intercambiamos miradas, sonrisas, co-queteos y uno que otro piropo. No lo podía creer había encontrado otra vez a Aurora.

Yo no podía dejar pasar la oportunidad de conquistarla y, terminando el café, la llevé a mi

10 El Mollete Literario 15.09.2013

La escritora mexicana Elena Poniatowska, de 81 años de edad, fue galardonada con el Premio Cervantes,

considerado el más importante de las letras hispanas, también considerado el Nobel español,

anunció este martes el ministro de Cultura español, José Ignacio Wert.

La escritora es la cuarta mujer que gana este galar-dón (la filósofa española María Zambrano, en 1988; Dulce María Loynaz, en 1992, y Ana María Matute, en 2010.) y le fue concedido porque: “Contribuyó a enriquecer el legado y la riqueza li-teraria hispánica”.

Ignacio Wert, ministro español de Educación Cultura y Deporte de España, fue quien anunció el nom-bre de la galardonada de quien des-tacó su “brillante trayectoria litera-ria en diversos géneros, de manera particular en la narrativa, y por su dedicación ejemplar al periodismo desde la crónica y el ensayo”,

Añadió que al comunicárselo: "Ella no se lo esperaba, fue una sor-presa para todos, pero es un home-naje muy merecido por su trabajo de tantos años en el mundo de las letras”.

La escritora y periodista mexica-na Elena Poniatowska obtuvo hoy el Premio Cervantes de Literatura 2013, por ser “una de las voces más poderosas de la literatura en español en estos días”.

Considerado como el Nobel español, el Premio Cervantes reconoce al escritor que con el conjunto de su obra haya contribuido a enriquecer el legado litera-rio hispano. Y por un año más se cumplió la regla no escrita en el Cervantes: la entrega intercalada de edi-ción a edición del premio a un escri-tor español y a un latinoamericano.

Antes de darse a conocer el nombre de la premiada, se tenían contemplados nombres como el del nicaragüense Sergio Ramírez, el mexicano Fernando del Paso -autor de Noticias del imperio y Palinu-ro de México-, los españoles Juan Goytisolo y Luis Goytisolo, y el ar-gentino Ricardo Piglia, entre otros, pero en concordancia con el acta, el jurado decidió elegir en una octava votación a Poniatowska.

Entre los integrantes del jurado estuvo el escritor José Manuel Ca-ballero Bonald, galardonado con el

Cervantes en 2012; Renée Fe-rrer, de la Academia Paragua-ya de la Lengua Española; María Pilar Celma Valero, de la Conferencia de Rec-tores de las Universidades Españolas; Diego Vala-dés Ríos, de la Unión de Universidades de Amé-rica Latina, y María Do-lores López Enamorado, propuesta por el Instituto Cervantes.

El premio a Poniatows-ka, que consiste en 125 mil euros, será entregado el 23 de

abril de 2014, en el aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes, por los reyes Juan Carlos y Sofía, en una ceremonia que tendrá lugar en el Paraninfo de la Univer-sidad de Alcalá de Henares, cuna del escritor.

Elena Poniatowska Amor (He-lenè Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor), naci-da en París el 19 de mayo de 1939, es escritora, acti-vista, periodista mexicana, ha re-cibido a lo largo de su trayectoria tras las letras dis-

tintos premios, entre ellos el Premio Cervantes 2013

Descendiente del último rey de Polonia, Estalisnao Augusto Ponia-towski, es la primera hija de Paula Amor Yturbe- quien murió en Méxi-co en 1994, a los 92 años- y de Jean Ciolek Poniatowski. Llegó a México

a los 10 años jun-to con su madre y su hermana Ki-tzia. Poniatowska consolidó su vida en México y se califica en su juven-tud como una chica tímida.

Para conocer a tan gran escrito-ra es menester resaltar su paso por los géneros escritos: libros en prosa, entrevistas, crónicas, artículos, no-velas, cuentos y ensayos, también ha publicado poesía, una obra de teatro y libros para niños; incluso a veces pinta.

Las constantes en sus textos abarcan la presencia de la mujer

Por La Redacción

Premio Cervantes 2013 es para Elena Poniatowska

y su visión del mundo, las luchas sociales, la vida co-tidiana, la crítica social, la denuncia de injusticias, la literatura misma e inclu-so la ciudad de México, tanto su belleza como sus problemas.

Dentro de su más des-tacada obra se encuentra “La noche de Tlatelolco: testimonio de historia

oral”, creación literaria en donde recopila testimonios

de los sucedido en 1968, además de ser una alternación

con su primer libro “Lilus Kikus” (1959) y “Hasta no verte Jesús mío”

(1969). Incluso ha sido un texto usado para diversas materias dentro de la carrera

de periodismo en México.Dentro del periodismo literario también ha conso-

lidado obras como “Palabras cruzadas” (1961), “Do-mingo siete” (1982), así como los siete volúmenes de “Todo México” (1991-1999).

Otros textos de la ahora Premio Cervantes, en donde entremezcla la crónica, el ensayo y el reportaje, y que habla acerca de la condición de la mujer son “Querido Diego te abraza Quiela” (1976), “Tinísima”

(1992), “Las soldaderas” (1999) o “La herida de Paulina: crónica del embarazo de una niña violada” (2000).

Ha sido galardonada con diver-sos reconocimientos: el Nacional de Periodismo de México (1978) (consolidándose como la primera mujer en obtenerlo), el Mazatlán por "Hasta no verte Jesús mío"; el Alfaguara de novela 2001 por "La piel del cielo"; el Rómulo Gallegos 2007 por " El tren pasa primero " o el Biblioteca Breve 2011 por " Leo-nora ", donde aborda la vida de la artista surrealista Leonora Carring-ton, así como el doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Por otra parte, Poniatowska inicio su carrera perio-dística en Excélsior, en 1954. Un año más tarde cola-boró en el periódico Novedades, con el cual trabajaría prácticamente durante toda su vida. Actualmente es-cribe para La Jornada.

Poniatowska ha sido políticamente de izquierda y es considerada una defensora de los derechos huma-nos, la cual ha influido sobre los sectores de intelec-tuales más prominentes de México.

Ahora esta mexicana es galardonada con el Premio Cervantes, por su contribución a enriquecer el legado y la riqueza literaria hispánica. Felicidades Elena.

11El Mollete Literario15.09.2013

tantos mexicanos hemos recorrido por años, dejando nuestras historias donde en los altas horas de las ma-drugadas sólo se atreve a transitar el grito de plañidero de los gatos.Nace el Art Nouveau.

Aproximadamente hacia 1888 irrumpe el Art Nou-veau en los escenarios europeos como deslumbrante vedette. Su signo es la fugacidad del tiempo, por crear sin límites de fantasía. Surge la línea curva conocida como “latiguillo”, aparecen espirales caprichosos, em-plomados y domos voluptuosos, asimetrías inespera-das, sensuales desnudeces veladas por gasas y lujurio-sas cabelleras. Aparecen elementos de la flora y la fauna que hasta entonces eran desdeñados por el arte. Entre vegetaciones extravagantes surgen pavo reales, sapos, libélulas, mariposas, “quimeras” y dragones. Los mo-distas lo adoptan y toda dama que se precie de vestir al “dernier cri” usa diseños Nouveau, con peinetas del mismo estilo. En fin se crea una industria y un estilo de vida alrededor de este mundo de fantasía ornamental.Antecedentes.

Sus antecedentes más escuetos de todos conocidos son: nace en Europa en 1888 donde florece unos doce años, se inicia en Bélgica con el arquitecto Van de Vel-de y Víctor Horta, sus muestras más representativas en ese país podrían ser algunas casas habitación y la Casa de Puebla en Bruselas. En España, es Gaudí su

mejor exponente (quien por cierto y a manera de anécdota, muere atropellado en 1926,

precisamente cuando iba camino a supervisar una de sus obras. Des-

pués aparece en París, quien es digno de mencionarse al ar-quitecto Guimard quien dise-ñó las estaciones del Metro. Poco a poco se va haciendo presente en toda Europa y por último en Inglaterra con Charles MacKintosh.

Aparece en México.Puede decirse que la Re-

vista de México (1898-1911) fue el canal que dio entrada al Art

Nouveau en México, ya que mantu-vo sus espacios abiertos a las inquietu-

des plásticas y Literarias de todas las nuevas expresiones. Arquitectos, artistas plásticos y literatos del porfirismo, hombres de su tiempo, le dan la bien-venida al Art Nouveau y sus bellas rebeldías.

Alfonso de Neuvillate en su excelente trabajo “El Art Nouveau en México”, relata en párrafos deliciosos la vida en México en aquellos tiempos: “La Vida Social capitalina era agitada. Su “zona rosa” fue la calle Pla-teros, los lugares in” el Sylvain, La Maison Dorée, y el Oro y Negro. Además de las fiestas de la élite, existían otras populares que se celebraban en el restaurante de “La Concordia”. En el Pabellón Morisco de la Alameda Central y en las afueras del Jockey Club.

El Teatro Nacional Reunía lo mejor del mundo artístico internacional; Sara Bernhardt, María Gue-rrero, Adelina Patti, la Tetrazzini, Virginia Fábregas y Paco Gavilanes.

El Teatro Abreu, El Lírico, el Renacimiento y El Sa-lón Rojo, presentaban el género chico, la opereta y las primeras cintas silenciosas del milagro Lumiere.

Fue en esta euforia de arte, música, arquitectura, moda audaz y nuevos conceptos filosóficos el escenario en el que llegó a nuestro México el Art Nouveau. Los in-genieros y arquitectos del Porfiriato diseñan verdaderos rincones de París. Los palacetes se cubren con mansar-das y techumbres esperando nevadas sobre el valle de México. Se cuenta que al fin hubo una en 1907.

El pasado está presente en la colonia Roma. Cuan-do nos asomamos a sus vestíbulos oscuros pareciera que permanecen los ecos de su música, el rumor de sus cristales y sus risas en noches de bohemia cuando se fumaba la “sagrada yerba” disimulada en puros y elegantes boquillas, ese pasado eternizado en el gol-pear de un postigo y en la quimera alada que se quedó olvidada bajo la luz de un farol porfiriano.

*La escritora obtuvo el Primer lugar en “Historias de Lecturas 1999”, organizada por la SEP y Conaculta

Tras de las huellas del Art Nouveau en la colonia Roma

Por Lucila Rivera de Blanco*a Colonia Roma como antigua dama recoleta contempla su pasado

reflejado en las huellas que dejara el soplo caprichoso del Art

Nouveau en su paso por nuestro país a finales del Siglo XIX y a

principios del XX. Se niegan a desaparecer mansardas, fachadas, balco-nes y cornisas que aunque castigados por el tiempo y por los nuevos conflictos humanos, nos hablan de su historia. De la elaborada fantasía de un balcón, fue preciso colgar un letrero: “Molino para Nixtamal” y sobre portones curvos que alguna vez se abrieron en noches de disfraces, entorpece la fantasía un hostil le-trero: “Prohibido Estacionarse”.

A pesar del severo latigazo del temblor de 1985 que dejó prados inocentes donde antes vivían familias clasemedieras que sucumbieron escuchando el terri-ble crujir de la casa que fuera de sus abuelos, a pesar de la voracidad del progreso que desconoce palacetes porfirianos y privadas al estilo del “impass” parisino, escenario de las novelas de Zola, la Colonia Roma conserva el sabor europeo de sus comienzos. Cuando recorremos sus calles nos gana la fantasía de ver en el interior de sus casas en cornisas, dinteles y mansardas yeserías ornamentadas con vegetales fantasiosos, libé-lulas y geniecillos propios del Art Nouveau.

En la Colonia Roma todavía es posi-ble encontrarse con algún modesto restaurantillo que anuncie “co-midas corridas” mientras escu-chamos resucitar de su pasado las antiguas sagas de tríos y boleros. Aquí no se ha per-dido el encanto de aquellas mercerías donde se forran botones. Fruterías que des-bordan por las banquetas el colorido vibrante de sus efí-meros bodegones. Academias de “Corte y Confección” que se atreven a anunciarse en francés “haute couture”, aquí también es po-sible encontrarse con un buen sastre un-cido a su antigua “Singer” orgulloso de hacer los mejores “zurcidos invisibles” del rumbo mientras escucha su “música ligada a su recuerdo” o bien, reco-brar el sabor del romance en algún cafecito que ofrece los mejores “Express”, mientras un cilindrero tiende su gorra después de ejecutar “tristes jardines”. Aquí no se ha perdido el olor de los “ultramarinos finos” donde un español de buena cepa hace sonar su eterna registrado-ra “¡venga! Son ochentaycinco”.

Fue aquí, en la Roma, a la luz de los faroles de la Avenida Álvaro Obregón (antes avenida Jalisco) don-de el poeta jerezano Ramón López Velarde paseaba sus insomnios pletórico de poesía y es en esas calles que

12 El Mollete Literario 15.11.2013

Por Carlos Ramírez

A 60 años de la polémica Sartre-CamusEl eterno debate sobre el papel de los intelectuales

A Marco Antonio Campos, por nuestrasconversaciones de antes y de ahora

I

En 2012 se cumplieron sesenta años de una de las grandes polémicas intelectuales que marcaron la se-gunda parte cultural del siglo XX: el enfrentamiento en 1952 entre los escritores franceses Albert Camus (1913-1960) y Jean-Paul Sartre (1905-1980), a pro-pósito del ensayo del primero titulado El hombre re-belde. Amigos entrañables, coincidentes en la filosofía del existencialismo, combatientes contra el nazismo en la segunda guerra mundial, las ideas —como suele suceder— los enfrentaron y los enemistaron hasta la muerte prematura de Camus en un estúpido accidente de tránsito.

En 1980, luego de varios años de leer la literatura de Camus, Sartre y Simone de Beauvoir, escribí en la revista Proceso un acercamiento a ese ambiente inte-lectual francés: una nota más o menos amplia sobre esa polémica. Entonces había poca literatura al res-pecto y había que buscarla en librerías de viejo. Pero pude conseguir los textos de los tres y dos libros de Francis Jeanson, el colaborador de la revista Les Tem-pes Modernes que detonó la polémica con una severa crítica al ensayo de Camus. Sin embargo, en años pos-teriores me fui acercando más a ese grupo cultural y a sus discusiones.

Las polémicas intelectuales me han atraído. A fina-les de 1977 y comienzos de 1978, yo trabajaba en Pro-ceso y me tocó presenciar la polémica entre el ensayis-ta Carlos Monsiváis y el poeta Octavio Paz a propósito de una entrevista de Paz con el director de la revista, Julio Scherer García. El tema del debate giró en torno a las afirmaciones contundentes de Paz contra el socia-lismo burocrático y la defensa de Monsiváis al modelo

del socialismo. La polémica Sartre-Camus había girado en torno al mismo asunto: la crítica de Camus al socialismo y el papel de la historia y la definición de una rebeldía no sólo contra el capitalismo sino contra las ideas dictatoriales. En ambas polémicas el invita-do de piedra fue el comunis-mo burocrático y totalitario de la Unión Soviética y el papel de Stalin; en 1951-1952 Stalin aún estaba vivo y las primeras revelaciones sobre los campos de trabajos forzados para disi-dentes comenzaron a difundirse; en 1977, Stalin no sólo estaba bien muerto sino que ya Jruschov había desmitificado, Cuba comenzaba a ser criticado por la falta de libertades y la persecución de escritores, y el socialismo había pasado la dura prueba de las disiden-cias en Hungría y Checoslovaquia, aplastadas a sangre y fuego; era posible, después, criticar los abusos auto-ritarios del socialismo sin poner en duda la validez del modelo comunista.

El debate Sartre-Camus tuvo ahí uno de sus temas: criticar excesos pero mantener la viabilidad del mode-lo. En 1977 había comenzado a consolidarse la pro-puesta del Eurocomunismo, un socialismo marxista pero democrático, electoral y revalidado en las urnas. En 1951 no había alguna salida lateral; al contrario, las críticas contra el autoritarismo soviético habían pro-

vocado ya muchas disidencias entre simpatizantes. En el fon-do, el debate Sartre-Camus se centró en la validez del socia-lismo, en el papel de la histo-ria y la función de una revo-lución, aunque se desvió hacia el valor de la crítica al autori-tarismo socialista. El modelo soviético se movía con tensión entre una idea, una realidad o una metáfora.

El contexto de la polémica Sartre-Camus se colocaba en el arranque formal de la se-gunda mitad del siglo XX. Las

críticas al socialismo comenzaban a multiplicarse en-tre quienes lo rechazaban, los que lo repudiaban y los que lo justificaban. En el fondo había cuando menos tres pistas: los que lo sostenían a pesar de sus excesos autoritarios, los que lo rechazaban porque considera-ban que la represión no era un exceso o un mecanismo de defensa sino una función intrínseca, y los que titu-beaban entre la necesidad del socialismo y la crítica a los excesos dictatoriales. El problema de ese entonces radicó en el hecho de que la polarización ideológica no dejaba espacios para la reflexión sin aspavientos.

El ambiente cultural se preparaba para la ruptura progresista con el socialismo soviético, entonces la úni-ca muestra palpable de su puesta en práctica. En 1951 la filósofa alemana Hannah Arendt había publicado su monumental obra Los orígenes del totalitarismo. En 1939 el escritor francés André Gide había circulado su decepción en su libro Regreso de la URSS. En 1941 el escritor húngaro Arthur Koestler había circulado su obra de denuncia El cero y el infinito sobre el terror policiaco en el socialismo. En 1945 el ensayista vienés Karl Popper publicó su texto La sociedad abierta y sus enemigos, una durísima crítica al historicismo teleo-lógico. En 1951 el escritor inglés Arthur London fue arrestado en Praga y acusado de contrarrevolucionario y su experiencia la narró en la novela La confesión, más tarde hecha película por el cineasta Costa-Gavras.

Hacia adelante, después del ensayo de Camus, otras obras siguieron el camino: el propio Sartre pu-blicó en Les Tempes Modernes, en agosto de 1952, su ensayo “Los comunistas y la paz” para dar sus enfo-ques sobre los errores del comunismo pero también su vigencia histórica. En 1953 el escritor polaco Czesław Miłosz publicó la novela El poder cambia de manos, una narración del centralismo autoritario del socialis-mo en Polonia, y en ese año también circuló uno de los ensayos seminales de la crítica al autoritarismo intelec-tual del socialismo: El pensamiento cautivo. En 1955, el sociólogo francés Raymond Aron, amigo de Sartre y de Camus, y progresista en su juventud, rompió lanzas contra los intelectuales que se cegaban con la Unión Soviética con El opio de los intelectuales, jugando con

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la frase de Marx de que la religión era el opio de los pueblos, una droga que los abstraía de la realidad. Y en 1961 Popper regresaría al debate, en el escenario abierto por Camus, de la crítica a la dictadura de la historia: Miseria del historicismo.

La revisión de textos sobre la crítica al socialismo es apenas somera, destaca los más importantes. Si bien algunos parecieron en su momento fundamentalistas por el alcance de su razonamiento, de todos modos representaron el espacio para debatir el socialismo. Sin embargo, el mundo se encontraba sumido ya en la guerra fría, el enfrentamiento entre sistemas ideo-lógicos y sus correlativas formas de producción: el socialismo en la URSS y el capitalismo en la Unión So-viética, con el mundo como campo de batalla: Corea, Cuba, Sudeste asiático, medio oriente, América Latina, el capitalismo. Por tanto, las reflexiones no tenían que ver con una utopía sino con una viabilidad en curso. Esos espacios de debate se hundieron en la dinámi-ca de la lucha EU-URSS. Y mientras Moscú rechaza-ba cualquier indicio de crítica para mejorar y exigía la subordinación absoluta, Washington alimentaba y patrocinaba la lucha ideológica contra el socialismo.

Por eso la polémica derivó desde el principio en una ruptura. Sartre aceptó que la reseña al ensayo de Camus la hi-ciera Jeanson, un joven filósofo radical hecho a imagen y semejanza de Sartre. Y si bien Sartre respetaba la libertad de crí-tica, el ambiente en la sala de redacción de Les Tempes Modernes ya era contrario a Camus. Jeanson destrozó el ensayo de Camus, Camus se enojó revirando con una carta helada dirigida a su amigo Sartre como “Señor director” y Sartre ni se aguantó y pu-blicó una larga carta de respuesta que saluda-ba a Albert como “querido Camus” pero que en la primera frase no ocultaba la ruptura: “nuestra amistad no era cosa fácil, pero he de lamentarla”. Obvio, Sartre culpaba a Camus porque Camus, con su carta, acreditaba la paternidad del texto de Jeanson a Sartre.

En medio de Sartre y Camus quedó una personali-dad que siempre era el espacio de descomprensión de pasiones: Simone de Beauvoir. Pero ella también era radical y veía en Camus a un moralista sin remedio, cuando la lucha estaba en la necesidad de tomar po-sición. Camus era, ante todo, un filósofo, es decir, un analista de las ideas. Y no le gustaba ser obligado a to-mar posición, aunque en la segunda guerra mundial, en medio de la entrega de Francia a Hitler, militó en la resistencia, escribió duramente en el periódico que llevaba la militancia en el nombre: Combat.

Sartre era el hombre de la militancia, del compro-miso. Sartre apelaba a la situación y Camus se movía en la moral. El tema central del papel de los intelec-tuales lo había fijado el propio Sartre: el compromiso, no más la torre de marfil que Saint-Beuve le había can-tado, en un poema, a Víctor Hugo y Alfred de Vigny:

Lamartine reinó; cantor alado que suspira,Se cernía sin esfuerzo; Hugo, duro miliciano(se ve como a Dante, un barón feudal,florentino o de Pisa), combate bajo la armadura,y tiene alta su bandera en medio del murmullo:La mantiene aún; y Vigny, más secreto,Como en su torre de marfil, antes de mediodía,Volvía a entrar.

El debate se había apode-rado de los espacios intelec-tuales: el compromiso era la militancia, la toma de partido, frente a un Camus que enton-ces apelaba a la no participación en un lado, lo que llevaría a la excelencia en sus crónicas sobre la crisis en Argelia: la reflexión sin participación, porque si no enton-ces sería militancia. Orientado a la pureza de las ideas, Camus llevaba ese enfoque a la realidad: ¿cómo era posible criticar excesos del comunismo soviético en aras de la idea final de sis-tema de justicia social? Para Camus era un problema —conflicto— moral. En el poco tiempo que le quedó antes de morir, Camus fortaleció su coherencia de criticar y no avalar y dejar por ahí algunas convic-ciones sobre el socialismo. Sartre, en cambio, s e lanzó a fondo a apuntalar el socialismo y justificar —perdonar— los excesos autoritarios, incluyendo en 1960 su viaje a Cuba después de los juicios y fusila-mientos de contrarrevolucionarios.

Pero al final del día, el problema fue entre posicio-nes intelectuales, a pesar de que los dos habían mili-tando en la resistencia armada ante la toma de París por los nazis. Luego vendría la militancia intelectual, porque ninguno de los dos tomó las armas para ayu-dar a la liberación de Argelia y combatir al capitalis-

mo estadunidense. Ahora se sabe que las polémicas intelectuales conducen siempre al vacío cuando tratan de po-siciones ideológicas tangibles, aunque en el camino se puedan dar el lujo de acicatear los tradicionales espacios tranquilizantes de las capillas inte-lectuales.

II

¿Qué decía Camus en El hombre rebelde? Una severa crítica al modelo historicista del socialismo, una acusa-ción contra el nihilismo como alimentador de las pasiones anarquistas. Ca-mus se metió en una po-

lémica adicional con los su-rrealistas por sus críticas a Lautréamont.

Su crítica se enfocó a tres rebeldías: la metafísica, la histórica y la intelectual. Y entre ellas, el tema de debate profundo fue el del análisis de la revolución y el arte, desde entonces instalado en el inconciente colectivo social por la represión asociada intrínsecamente, casi como condición, al modelo comunitario.

Las polémicas intelectuales conducen siempre al vacío cuando

tratan de posiciones ideológicas tangibles, aunque en el camino

se puedan dar el lujo de acicatear los tradicionales espacios

tranquilizantes de las capillas intelectuales.

Albert Camus

Jean-Paul Sartre

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El hombre rebelde es el que dice no, apuntaba Ca-mus, pero también el que dice sí. Su ensayo fue un acto de rebeldía contra una realidad ideológica existente. Ciertamente que tenía que ver con el marxismo, con el modelo comunal, con la re-presión. No pocos ensayistas encontraban relaciones entre la parte de terror de la Revo-lución Francesa con el terror de la represión en el campo soviético. Algunos historiadores han encontrado en las “Instruccio-nes de Lyon”, de Fouché, el primer manifiesto revolucionario socialista y la vía revolucionaria. O como lo dijo con claridad Robespierre: “¿queríais una revolución sin revolución?”

La revolución destruye y cons-truye, pero en su fase violenta, y aún ahí se requiere de un cuerpo de ideas. La revolución soviética —como otras, entre ellas la cubana— destruyeron la inteligencia: la perse-cución de intelectuales comenzó a comienzos de los cincuenta, cinco años después del fin de la Segunda Guerra. En 1950 Aleksandr Solzhenitsyn fue enviado al primer campo de reacondicionamiento ideológico, luego conocidos como Gulags, para convencerlo de las bondades del socialismo. El escritor francés David Rousset, sobre-viviente del campo de concentración nazi de Buchen-wald, descubrió en 1949 que los rusos no habían cerrado los campos nazis y los usaban en contra de disidentes. En 1955 publicó testimonios y abrió el debate sobre el totalitarismo soviético.

En este escenario ocurrió El hombre rebelde, algo que han negado sus críticos, Sartre y Jeanson. El in-telectual se debatía entre Nietzsche y Stalin, entre la nada y el absolutamente todo. “Si el hombre en rebeldía ha de rechazar a la vez el furor a la nada y el consentimiento a la totalidad, el artista ha de esca-par al mismo tiempo al frenesí formal y a la estética totalitaria de la realidad”, escribió Camus en la parte titulada “Creación y revolución”. Eludiendo las posi-ciones polares, Camus apelaba a la “síntesis creado-ra”. Para ello el artista debería descubrir la “fuente de la rebeldía”, más allá de la historia y del vacío. Moscú había demostrado que la independencia intelectual derivaba en una crítica al socialismo y por tanto de-bía de exterminarse o excluirse. Ahí es donde los crí-ticos del comunismo insistían en debatir, aunque la discusión pudiera conducir a la percepción de que el socialismo era inviable en una sociedad plural y democrática. La Unión Soviética pasó del zarismo al comunismo, sin experimentar otras formas de orga-nización política. “La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revolucio-nes tienen necesidad de ellas”.

El método de análisis de Camus no era el de Sartre: aquél partía de la libertad crea-tiva, éste de la necesidad de un sistema político. “¿Se puede re-chazar eternamente la injusti-cia sin dejar de reconocer la na-turaleza del hombre y la belleza del mundo?”, preguntaba Ca-mus. Sartre, en cambio, decía que el intelectual tenía un com-promiso con la revolución, por lo que las ideas pasaban a un segundo término. Era, repito, la

guerra fría, y a ella habían sido arrastrados los intelectuales. Antes de 1951, Sartre había escrito dos ensayos fundacionales: ¿Qué es la literatura? y La república del silen-cio, en donde había fundado su tesis del compromiso. Ello no era nuevo: Sartre utilizó la literatura en la lucha de resistencia contra el invasor nazi; Camus también lo hizo desde Com-bat pero se concretó a la escritura de resistencia ante la invasión, no como eje central de su obra. En su trilogía Los caminos de la libertad Sartre no había deslumbrado porque se trata-

ban de tres novelas de tesis, de personajes ajustados a una exposición de ideología. Sartre, hacia el comienzo de los cincuenta, ya había agotado su vena literaria y se dedicaba al artículo político, al ensayo de ideas.

Camus buscó el camino intermedio: “el pensa-miento del mediodía”, el que eludía los extremos. Se preguntaba estupefacto: “¿no se ha convertido la re-beldía, por el contrario, en la coartada de los nuevos tiranos?” Y luego afirma que “la revolución sin más lí-mites que la eficacia histórica significa la servidumbre sin límites”. Frente a la desmesura, propone la mesura. ¿Por dónde estará la salida ante los extremismos? Inte-lectual organicista, Camus acude a los equilibrios de la naturaleza y encuentra el secreto: el mediterráneo, esa

parte de Europa que se localiza entre el norte de Africa —la Argelia de Camus— y la Europa continental, el Mediterráneo era el justo medio aristotélico, cuando “se alza la naturaleza frente a la historia”. Es el punto medio entre la noche y la mañana, el mediodía, la elu-sión de los extremos.

Camus no llegó desarmado a 1951. Venía de la cri-sis argelina de la primera mitad de los cuarenta, justo en medio de la Segunda Guerra, aunque extendió su participación en el debate hacia finales de los cincuen-ta. Fue un caso de violencia revolucionaria, de violen-cia destructiva. ¿Cómo debía de entrar en ese espacio por su condición de escritor, de intelectual? En 1958, luego de El hombre rebelde y su polémica con Sartre, Camus reflexiona su función, marca las coordenadas de su compromiso. En medio de revoluciones, agita-ciones y lucha de sistemas, los intelectuales seguían el camino sartreano de justificar, no de pensar, las que, a su vez, echaban gasolina al fuego de la revolución violenta.

Camus decidió salirse del arrinconamiento:Por eso, ante la imposibilidad de unirme a ninguna

de las posiciones extrema existentes, ante la desapari-ción progresiva de esa tercera posición en la que aún era posible conservar la cabeza fría, dudando también

Camus, en el fondo, era un intelectual de la razón, pero a partir de la observación de la

realidad. Sus ideas, a pesar de los cuestionamientos de Sartre de

Jeanson, no salían del purismo, del aislamiento, de la razón pura.

(...) Sartre veía el mundo como una situación y Camus como un acto

moral válido.

Manifestación obrera con motivo del levantamiento organizado por Lenin, en octubre de 1917.www.grupotransicion.com.mx

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de mis convicciones y de mis conocimientos, seguro al fin de que la verdadera causa de nuestras locuras re-side en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y política, he decidido no partici-par más en las incesantes polémicas que no tienen otro efecto que el de enquistar en Argelia las posiciones intransigentes que se encuentran enfrentadas y el de dividir un poco más una Francia ya de por sí envene-nada por los odios y las sectas.

No era una decisión fácil. Pero Camus era más sen-sible con la humanidad que con la revolución: cuando estaba en juego el destino de la humanidad, los textos “escritos desde la comodidad del despacho” influyen en las conductas y por ello “uno tiene el deber de duda y de sopesar los pros y los contra”. Por ello condenó lo mismo a la colonia francesa represora que a la lucha armada violenta de la guerrilla independentista, “si se quiere ser eficaz, esas dos condenas (a la guerrilla y a la colonia) no pueden separarse”. Y ahí encontró Camus lo que pudiera ser la coartada de la barbarie: “cada una (de las partes) se apoya, para justificarse, en el crimen del otro. Hay ahí una casuística de la sangre en la que un intelectual, me parece, no pude partici-par, cuando no tome él mismo las armas”. Camus no suelta la prenda, aún a sabiendas de que condenar la violencia de la guerrilla argelina lo colocaba en el otro lado que también condenaba pero que pocos atendían. “El papel de los intelectuales no puede ser, tal como leemos todos los días, el de excusar desde la lejanía una de las violencia y condenar la otra, con lo que se consigue el doble efecto de enfurecer al violento al que condena y animar una violencia mayor al violento al que se aplaude”.

Argelia se convirtió en una especie de microcos-mos de la reflexión de Camus que venía desde antes, inclusive, de El hombre rebelde, quizá desde El extran-jero en 1942. El hombre rebelde debería decir no a las dos violencias, la estatal y la revolucionaria, la de la izquierda y la de la derecha, porque “no definen más que el nihilismo de nuestra época”. Por ello el intelec-tual como hombre rebelde debe salirse de la polariza-ción que lo quiere en uno de los lados. “El papel del intelectual consiste en discernir, en cada campo según sus medios, los límites respectivos de la fuerza y de la justicia. Es necesario iluminar las definiciones para desintoxicar los espíritus y apaciguar los fanatismos, incluso aunque sea a contracorriente”.

Camus, en el fondo, era un intelectual de la razón, pero a partir de la observación de la realidad. Sus ideas, a pesar de los cuestionamientos de Sartre de Jeanson, no salían del puris-mo, del aislamiento, de la razón pura. Su compromiso como in-telectual existió, aunque no en las líneas de acción que Sartre y Jeanson exigían sin flexibili-dades. Repito: en el largo plazo, Sartre veía el mundo como una situación y Camus como un acto moral válido.

En sus libretas, Camus anotó una condena a las formas de la crítica, luego de la polémica de 1952: “lo único que los excusa es lo terrible de la época”.

III

En el estreno de Las moscas, en junio de 1943, Al-bert Camus y Jean Paul Sartre se encontraron por pri-mera vez. Con referencias mutuas, los dos escritores ha-bían coincidido en intereses: la existencia del hombre en medio de catástrofes. Juntos combatieron durante la resistencia y juntos compartieron reflexiones y pre-ocupaciones generales en los primeros días de la paz. En 1944, cuando Alemania desocupaba París, el grito era común: "estamos liberados", y en la euforia era una consigna: "de la resistencia a la revolución". Pero De Gaulle y la guerra fría rompieron esquemas y esperan-zas en Francia, y quizá hasta visiones idílicas. Hacia los cincuenta, el "fantasma rojo" (la URSS) alejó a Europa de tiempos nuevos, enfrió la gran amistad entre Camus y Sartre y los hizo romper definitivamente en 1952. Veinticinco años más tarde, en el momento de redactar y dedicar su testamento, Sartre revivía el sentido anar-quista de su pasado y recordaba, con afecto nostálgico, doloroso, solitario y solidario, al escritor argelino: "a mis amigos anarquistas, tan injustamente despreciados por mí, y a la memoria de mi amigo Camus".

El affaire Camus-Sartre enfrentó a "un justo sin justicia" contra un filósofo que "oponía la eficacia de la praxis a la vanidad de la moral", en definiciones de Simone de Beauvoir. En el contexto histórico de la posguerra en Europa, la polémica rebasaba el enfren-tamiento personal y adquiría características peculiares que resumían los problemas del cambio social. Camus señalaba que la generación de intelectuales de aque-lla época se había encontrado frente a la irrupción de las masas y que concluía, ya, el fin de la soledad del escritor. "El tiempo de los maestros venerables, de los artistas con camelias y de los genios encaramados en su sillón, ha terminado. Crear hoy es crear peligrosa-mente", decía en 1957 al recibir el Premio Nobel de Literatura. Frente a los horrores de la Segunda Guerra, el grito que surgió del fascismo clamaba por la exis-tencia del hombre y, concebida ésta, el problema era vincular esa existencia a un compromiso real con los demás hombres: era una vía más de acceso al socialis-mo. "De qué sirve existir si no se sabe", era un frase de La invitada, de Simone de Beauvoir, era así mismo, una divisa. Europa, en general, y Francia, en particu-lar, fueron, de 1945 a 1955, el campo de lucha del hombre en busca de moral o de compromiso: Camus y

Sartre constituyeron justamente el eje intelectual de la discusión de esas ideas, en un combate que desbordaba personalismos: la cultura discutía lo que la polí-tica soslayaba.

En 1960, en el France-Ob-servateur, Sartre sentía, a des-tiempo, la muerte de su amigo Camus. "Camus encarnaba en este siglo, y contra la Historia, el heredero actual del antiguo linaje de los moralistas". Al co-nocer el informe del accidente automovilístico y de la muerte del argelino y luego de recordar-lo en silencio, Sartre decía: "se acabó, el escándalo singular de esta muerte es la abolición del orden humano, por irrupción

de lo inhumano". Camus tenía que vivir, se dolía sin reconocer aún el hecho de la muerte ni tomarla, como lo hicieron después él y De Beauvoir, como una forma de darle sentido a la vida. Si en los sesenta había ya pocos indicadores para creer en el arribo del socialis-mo a Europa Occidental, Sartre señalaba que quedaba la esperanza del hombre, la realidad humana. 1968 le haría renacer la esperanza en la revolución. En 1975 escribía su testamento: "repitamos el grito de anatema y de exterminio contra la religión, la familia, el capital y el gobierno (...) La revolución es la revolución".

Los años de la posguerra en Europa fueron tiempos de historias y de histerias. Comenzó ahí, en esa guerra fría, el nuevo mito del Sísifo contemporáneo: el fan-tasma de la Unión Soviética. Los intelectuales estarían condenados, desde entonces, a empujar la pesada pie-dra de la denuncia del estalinismo y el neoestalinismo como la desautorización absoluta del socialismo, de subirla hasta lo alto de la colina de la Historia, para dejarla rodar cuesta abajo y volverla a subir nueva-mente. Y así por siempre. En aquellas fechas fue una gran tragedia; hoy, una especie de comedia. Ayer como hoy los horrores son al socialismo y a las posibilidades del hombre. Y ya en aquellas épocas De Beauvoir la-mentaba la preocupación parcial de los intelectuales, porque se jugaban el todo por una parte: la denuncia de la existencia de trabajos forzados en el Este cerran-do los ojos a sus propias realidades. Decía De Beauvoir en La fuerza de las cosas:

Completamente indiferentes a los 40,000 muertos en Sétif, a los 80,000 malgaches asesinados, al hambre y la miseria de Argelia, a los pueblos incendiados de Indochina, a los griegos que agonizaban en los cam-pos, a los españoles fusilados por Franco, los corazo-nes burgueses súbitamente se partieron ante las des-gracias de los prisioneros soviéticos.

Esta era la clave: la denuncia acerca de los campos soviéticos llevaba, en última instancia, una gran car-ga ideológica. En los primeros diez años después de la guerra se dieron en Europa los reacomodamientos de las fuerzas que luchaban por, contra o dentro del cambio. La política definía personas: Malraux, Camus, Aron, etcétera. La unidad lograda dentro de la resis-tencia, en los años de la ocupación nazi, se había roto en los primeros años de paz: el degaullismo –"un sen-

Tumba de Jean-Paul Sartre

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timiento": Malraux– representaba una corriente me-siánica que ignoró y despreció la lucha de las clases. Los ministros socialistas y comunistas de los primeros años de la desocupación fueron echados del gobierno. Frente al avance de los Estados Unidos y su Plan Mar-shall y en medio de una guerra fría que condenaba a la izquierda europea por "complicidades con la URSS", estaba ya instalada una decepción por posibilidades frustradas. En Francia De Gaulle abrió el fuego y con-denó al Partido Comunista Francés.

Los valores se cambiaron y las posiciones se tras-tocaron. Malraux definía una nueva etapa en Francia: "la civilización de las máquinas no tiene valores su-premos, sino pasiones y deseos". Eran dos Francia: aquella del Consejo Nacional de Resistencia había sucumbido ante la Francia degaullista. Las condicio-nes económicas habían cambiado. Dice el historiador Walter Lacqueur: "Francia experimentó (después de la guerra) un boom que resultaba totalmente inespe-rado. Ni los más optimistas habían previsto en 1945 un resurgir de tamaña magnitud. Francia había sido el museo de Europa, el país donde nunca pasaba ni cam-biaba nada". La izquierda partidista fue sorprendida, también, por esta situación: no tuvo nada que ofrecer a las masas y éstas optaron por el confort. Los valores supremos perdieron su condición fundamental, en pa-labras de Malraux: su invulnerabilidad. Las memorias de De Beauvoir, los textos de Camus, las antimemo-rias de Malraux y la biografía de Sartre —escrita por Francis Jeanson— exhiben el doloroso tránsito de una generación por el tiempo y por la Historia: de la Euro-pa independiente y con gérmenes prerrevolucionarios a la Europa de la OTAN.

En París, el problema comenzó en los primeros días de la desocupación. En 1945 Sartre y Camus tu-vieron un alejamiento y la aparición de La peste los acercó, pero apenas había débiles lazos de relación. Sartre ya había fundado Les Temps Modernes y decía

que el Combat de Camus hacia "mucha moral y poca política". Era el principio del fin. Los franceses leían ávidamente estas discusiones para orientar sus prefe-rencias. La ceguera del PC Francés desdeñó esta polé-mica, como un indicador de su marginamiento de la lucha política e ideológica: no era un enfrentamiento entre intelectuales. De Beauvoir narra en sus memorias los distintos problemas entre Sartre y Camus para en-frentar el momento: la vinculación del existencialismo con el marxismo, a través del compromiso, para Sar-tre; y la colocación de la moral por sobre la Historia, para Camus. Hubo encuentros fríos, discusiones, re-criminaciones y separaciones. Francia hervía.

Dos obras aceleran las contradicciones: Camus publica en 1951 El hombre rebelde y Sartre pone en escena El diablo y el buen Dios. El escritor argelino exorcizaba los fantasmas de la historia; el filósofo del existencialismo reivindicaba la praxis revolucionaria. El contexto era, ya, claro, y De Beauvoir lo recrearía literariamente en su novela Los mandarines. En la rea-lidad, estaban circulando las primeras versiones sobre la represión en la URSS —que después serían oficia-lizadas en el informe secreto de Jruschov en 1956 al XX congreso del PCUS—. Los textos, en versión de David Rousset, partían del hecho de que los campos soviéticos de trabajos forzados eran producto y no ex-crecencia del socialismo. Camus retomó esos hechos y se incorporó a la causa. Sus discrepancias con Sartre aumentaron.

Para Camus, al contrario de Sartre, el escritor se encontraba "embarcado" en la realidad y no "compro-metido". Y él se "embarcó" con El hombre rebelde en una requisitoria contra la Historia: "el propósito de este ensayo es, una vez más, aceptar la realidad del momento, que es el crimen lógico, y examinar preci-samente sus justificaciones", decía en la introducción y señalaba que el problema central se ubica en que "si toda rebelión debe acabarse en justificación del crimen

universal". Sartre, por su lado, explicaba en El diablo y el buen Dios su posición acerca del ejercicio del poder y del compromiso del hombre, desde la perspectiva de la praxis y la justificación —se decía entonces— de los crímenes del estalinismo. Era el momento de defini-ciones: Sartre optó por la defensa y el análisis integral de lo que ocurrió en la URSS y Camus se decidió por enfrentar a Sartre.

El hombre rebelde —que había alejado a Camus del André Breton de ese momento— era, para el grupo de Sartre, el alegato de un hombre frente a la moral y de espaldas a la Historia. Había que decirlo, pero Sartre no quería hacer la reseña del ensayo. Francis Jeanson se propuso y, confiesa, empezó de una manera que quiso ser fría, pero terminó con una larga llamada a cuentas a Camus. De Beauvoir dice que el texto fue apenas depurado, pero tuvo que ser publicado en Les Temps Modernes sin censura. "Albert Camus o el alma rebelde", era el título. La guerra empezaba en la defini-ción de una generación. "La posguerra había acabado de acabar", decía De Beauvoir al final de la polémica.

El comentario de Jeanson irritó a Camus. Aunque muchos, entonces y ahora, pretenden ubicar esa po-lémica en "la orilla izquierda" de esa época, Jeanson, Camus y Sartre entendieron que lo que se jugaba no era un prestigio sino la definición de opciones socia-les y políticas. Camus no perdió el tiempo y contestó con una larga carta a petición de Sartre para responder al comentario de Jeanson. Pero usa dos formas que destruyen la amistad de ambos personajes: la misiva abre un frío tono de "señor director" y se dirige di-rectamente a Sartre, atribuyéndole el paternalismo de las frases hirientes de Jeanson. El artículo de Jeanson, efectivamente, estaba plagado de oraciones que seña-laban también problemas de política cultural y ataques propios de enfrentamientos entre capillas de intelec-tuales. Decía, por ejemplo, que La peste traslucía "una moral de Cruz roja" y usaba demasiado la ironía para machacar los "placeres (puramente) artísticos" de Ca-mus. Camus señalaba que si no había simpatía hacia El hombre rebelde, cuando menos debiera haber "hon-rado examen"; descubría Camus párrafos donde Jean-son era más hígado que cerebro y hacía reclamaciones duras a ese respecto.

Dos hechos manifestaba Camus en su respuesta a Les Temps Modernes. Antes de señalarlos, escribía a Sartre: "ocurre todo en su artículo, como si defendiese usted al marxismo como dogma implícito sin poder afirmarlo como política abierta". Enseguida, Camus mostraba los dos aspectos centrales de la polémica: 1.- Jeanson —y Sartre tras de él, según Camus— planteaba la "negativa a discutir tesis sobre Marx y Hegel" y los consideraba "principios intocables". 2.- "Guarda silencio sobre todo lo que en mi libro se refiere a desgracias e implicacio-nes propiamente políticas del socialismo autoritario", y Jeanson "se refugia en el pudor". Reconocía ideas de fondo en el artículo de crítica y señalaba el motivo de su larga respuesta: "si el artículo fuese solamente frívolo y su tono simplemente inamistoso, yo me hubiera calla-do". Camus lanzaba el reto.

Jean Paul Sartre y Albert Camus

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Bibliografía básica.Aronson, Ronald (2006), Camus y Sar-

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Sartre recogió el guante. En su revista publicó una carta de respuesta que empezaba con estas dos pala-bras: "querido Camus". Sartre daba por concluida la amistad y la atribuía, tratando de disminuir la polé-mica a "una disputa literaria". Decía que esa relación no había sido fácil: "si la rompe usted hoy, será porque estaba destinada a romperse". La amistad "tiende al to-talitarismo: hay que optar entre el acuerdo en todo o el distanciamiento. Hasta los que no pertenecen a ningún partido se comportan como si militaran en partidos imaginarios". Sartre calificaba a Camus de anticomu-nista y se negaba a discutir y hacer reductible, según sus opiniones, la cuestión del socialismo a los campos soviéticos de trabajos forzados. "Ha sentado sus reales en usted una dictadura violenta y ceremoniosa, que se apoya en una burocracia abstracta y pretende imponer una ley moral. Mucho me temo, sin embargo, que esté usted más dispuesto a rebelarse contra el Estado co-munista que contra sí mismo". Lamentaba, decía, que "sobre este desorden espiritual (de la época), a veces excusable, haya fundado usted un orden retórico. Us-ted es burgués". Recordaba Sartre que, poco después de las declaraciones de Rousset, Les Temps Modernes había editorializado sobre los campos soviéticos. "La existencia de esos campos —decía a Camus— pue-de producirnos indignación, puede causarnos horror, hasta es posible que nos obsesione, pero ¿por qué ha-bría de ponernos en un aprieto?" Tras señalar que ese problema era de análisis amplio, decía que usarlo ais-lado era un "argumento de barricada". Acusa a Camus de un cambio en su conducta. Y concluía: "su moral se transformó primero en moralismo; hoy no pasa de ser literatura; mañana, tal vez, sea inmoralidad".

No hubo vencedores ni vencidos. La polémica en torno de los campos soviéticos se intensificó muchos años después —Hungría y Checoslovaquia contribu-yeron a ello—, aunque para una tendencia de inte-lectuales fue a dar vueltas sobre el mismo lugar, sin ninguna evolución política, moral y social: los campos por sobre todo; para otros, en contraposición, éstos no existían o quedaban reducidos a defectos, en el mejor de los casos, o pasaban a depender ideológicamente de los criterios del PCUS. Pocos intentaron un análisis crítico, lúcido.

En México se recuerda a José Revueltas. El movi-miento estudiantil de mayo de 1968 en París descu-brió que los términos de la polémica estaban vigentes. Asimismo, la corriente eurocomunista —con Italia a la cabeza; con un PC Francés a quien pocos creen y con el PC Español confuso—, asumida como tenden-cia histórica a la reflexión, la autocrítica y la indepen-dencia, hizo evolucionar la disputa a nivel de masas:

Monumento en el pueblo de Villeblevin dónde Camus sufrió el accidente automovilístico en 1960 (izquierda) y tumba (derecha) de Abert en Lourmarin.

algunos dirigentes e intelectuales se han quedado re-zagados y consideran que la represión política sólo existe en los países socialistas y no en México, Estados Unidos, América Latina, Europa, Africa.

Este mito del Sísifo contemporáneo fue destacado, años después, por el propio Sartre, quien dejó de creer en la URSS pero no en el marxismo ni en el socialis-mo. Decía acerca del aplastamiento de la Primavera de Praga: "la izquierda protesta, se niega, censura, lo lamenta. Que no se olvide, que no existe un mutis-mo que signifique aceptación, pero a condición de no convertir la coartada en moralismo". En ese texto Sartre censuraba a los hombres que habían hecho del socialismo una "razón petrificada", pero no al régimen, no al sistema. Sartre murió. Si él decía que Camus no debía morir, ¿acaso Sartre tenía que morir? ¿Se acabó? Muchos años después de su discusión con Camus, Sartre tuvo que enfrentarse no a polémicas sino a dis-cusiones absurdas y estériles que lo identificaban con posiciones superadas ideológica e intelectualmente. Ya en 1970 decía: "recuerdo que me decían, hacia 1960, mis amigos soviéticos: `paciencia, quizá esto requiera tiempo, pero ya verá: el proceso es irreversible'; y a veces tengo el sentimiento de que nada hay irrever-sible, salvo la degradación implacable y continua del socialismo soviético". Contra esa osificación combatió hasta su muerte.

18 El Mollete Literario 15.11.2013

PoesÍa

Coordinador: Freddy Secundino S.

La bella voz

En este sur Autorretrato Post mortem

Flor

Quart

Último instante

María Fernanda Ceballos (Cali, Colombia)

En este sur.

Tan demolidos y caídos.

Tan llenos de nuestro propio peso

y del peso de los otros,

de las culpas que nos cuelgan en las ojeras.

Vaya a saberse

en qué esquina la muerte nos espera.

En esta distancia tan vacía.

Este tráfico de recuerdos y de ausencias.

El tiempo late como una predestinación,

como un aviso dicho y del que nadie se dio cuenta.

Vi tus manos hundirse en este naufragio,

en este barco anclado al abismo de tu sentido.

Las huellas de mis manos quedaron fijas en tu cuello.

No me esperes porque seguramente el regreso se ha

venido de vuelta.

En este sur

las embarcaciones han cedido a nuestra quiebra.

Han quedado sumergidos nuestros cuerpos

en el fuego de la lluvia.

Alejandra Lerma (Cali, Colombia)

Existió un tiempo en el que sabía quién era.

Conocí las palmas de mis manos y el revés

del corazón.

Pude enumerar las estrellas que caían en

mi vientre.

Sentí los temores y las raíces hondas que me

iban creciendo.

Pero llegó la hora que la ceguera me cubrió

de blanco.

Dentro de mí ya no hubo más luz.

Se hizo la noche.

Sin luna ni agua.

Me fui quedando sola.

Abandoné mi cuerpo

y permití que otros transitaran sobre mí.

Dejé que escribieran nombres dentro

del mío,

hasta que olvidé mis propias palabras.

No recordaba la ruta hacia mi centro,

todo lo que tenía eran caminos ajenos.

Y así, golpeada por mi propia insensatez

decidí levantarme,

desandar los dolores,

Perdonarme el pecado que

no había cometido,

para volver desnuda al espejo de mi alma,

sin más inquilinos que mi propia sombra.

Norma Maritza Vázquez Domínguez (Michoacán,

Méx.)

Esa tarde, Dora yacía tendida en el piso, inerte.

Un perro la había desenterrado del jardín. Grego-

rio Samsa la miró incrédulo desde su guarida, no

podía aceptar que ella estuviese ahí, muerta. Como

pudo, arrastró su dolor para contemplarla de cerca

en silencio. Se santiguó ante el halo de belleza, el

aroma era aún fresco, la cubrió de besos llorando, le

acarició el suave lóbulo de la oreja con la lengua y

bebió toda su dulzura. Poco a poco, engulló a Dora

completamente en exquisitos mordiscos, extasiado.

Al terminar cerró los ojos por un instante. Caminó

río abajo, donde las aguas son calmadas, ahí se su-

mergió tranquilo y cayó en sueño profundo.

Manon Azul Cisneros Tafoya (8 años, México DF)

Flor de mi corazón que inundas mi sangre con tu néctar

de pétalos dorados,

el sol te ayuda a crecer y tener más néctar.

Mi hermosa flor dorada, me pregunto cómo es tu sangre:

¿dorada o como la de cualquier otra flor?

Espero que sea dorada porque quiero que seas mi

flor especial.

Porque las flores son exóticas y melancólicas

para el perfume de mi corazón.

Andrés (Chili) Giles Padilla (Estado de México)

Trapos de guerra

sin razón ni testimonio.

Viento hermano exhumado cual llamarada carmín

locuaz

taciturno

espinoso y afogatado

cerniendo en boca propia

la brevedad y la luz.

Karen Alexa Luna Olmos (Puebla, Méx.)

Sus ojos grisáceos ya no miraban,

era un diente de león desecho por el viento,

su piel lucía reseca, sin brillo, sin vida,

el tiempo cobraba cada descuido.

El sonar del ruiseñor iluminaba sus pupilas,

los rayos de sol hidrataban su pálida piel,

aunque por momentos mostraba mejoría,

ya sabíamos cómo esta historia tendría que ser.

19El Mollete Literario15.11.2013

Dispara, yo ya estoy muertoPlaza & Janes Editores, México, 2013, 912 pp.Novela de la escritora Julia Navarro (Madrid, 1953), novedad de octubre en Europa y México. “Hay momentos en la vida en la que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando. Aquella frase de Mohamed Ziad la había atormentado desde el mismo instante en que la había escuchado de labios de su hijo Widi Ziad.”

Así comienza esta novela de 900 páginas en la que la autora nos narra una historia que comienza a finales del siglo XIX y termina a mediados del siglo XX. Es una apasionante novela que relata la vida de la familia judía Zucker y la de los Zaid de origen árabe. Comienza con Ismael de oficio peletero, que luego de regresar de Francia, encuentra que toda su familia ha sido asesinada. En si es una historia llena de historias en la que los personajes lucharán para sobreponerse a su propio destino… Usted decide si ya está…dispuesto iniciar la lectura.

Por El Bolillo Escéptico

Novedades literarias de la quincena

Nuevo Juego, Nuevas reglasEditorial Felou, México, 2013, 224 pp.

Libro de Álvaro Rattinger destacado profesor, conferencista y ca-pacitador de empresas en México y Estados Unidos. Este nuevo libro sobre mercadotecnia nos presenta el panorama del nuevo entorno competitivo en el que no sólo la publicidad y promoción de un pro-ducto o servicio es parte, sino que ahora exige el entendimiento de plataformas, servicios digitales y pronósticos de demanda. ¿Se dedica a la mercadotecnia o es un consumidor empedernido? …entonces le interesa saber que en México, hay diez anunciantes de productos de consumo masivo… ¿le entra al libro? Disponible en libro electrónico.

Decir adiós, decirse adiós Editorial Mondadori, México, 2013, 200 pp.

Con once libros en su haber, Arnoldo Kraus, médico cirujano de profesión, mezcla su experiencia médica con la su franqueza literaria para crear una novela en la que las reflexiones sobre el dolor, la soledad, el miedo, la añoranza, la muerte y la amistad son los ingredientes.

Con su nueva novela, nos invita a hacer una reflexión sobre la amistad y la muerte del amigo. La historia se inicia cuando Piero muere y un amigo desde la preparatoria será quien la cuente la his-toria, haciendo reflexiones sobre la vida de sus familias, el doctor y la enfermedad de Piero, es una novela profunda con pasajes oscuros y a la vez luminosos escrita por un médico.

El artista adolescente.Que confundía el mundo con un cómic.Editorial Mondadori, México, 2013, 185 pp.

Novela policiaca de Sergio González Rodríguez, relato que se ini-cia con la narración de la vida y personalidad del adolescente Dano, que creía que el cómic es un arte integral y superior a la literatura; de Sam exguardaespaldas que ha perdido su trabajo y del dueño de una librería de viejo quien relata la historia de Dano. A lo largo de la narración aparecen dilemas que roban el sueño de cualquier persona, sea la existencia, la muerte, la violencia, la venganza, la realidad, la estupidez y los comics. Dentro del desenvolvimiento de la novela el autor va intercalando pequeños cuentos. Si es adorador de Batman encontrará la frase: “Las cosas deben empeorar para que puedan me-jorar”, que usa el protagonista durante una divertida situación que tiene con Irina una prostituta y una triada de asaltantes de Hong Kong. Si usted quiere comprobar cuanto en la vida es similar al có-mic… siga las correrías de Dano.www.grupotransicion.com.mx