El Mollete Literario #1

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El Mollete Literario Número 1, Segunda Época Director: Carlos Ramírez Noviembre 15, 2012 de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido por carlos ramírez www.grupotransicion.com.mx [email protected] www.grupotransicion.com.mx [email protected]

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Periódico cultural mensual, dirigido por el periodista Carlos Ramírez. Un espacio para el debate y el análisis de las transformaciones políticas e institucionales de México.

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El Mollete LiterarioNúmero 1, Segunda ÉpocaDirector: Carlos Ramírez Noviembre 15, 2012

de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido por carlos ramírez

El Mollete Literariopor carlos ramírez

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2 El Mollete Literario 15.11.2012

Mtro. Carlos RamírezPresidente y director general

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Oscar DávalosCoordinador de Producción

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Lic. José Luis RojasSupervisor Editorial

Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila.

Violeta Cordero ZozayaMesa de información

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Roberto Eduardo Aguilar MalvaezDiseño

Abigail Angelica Correa CisnerosRedacción

[email protected]

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

El Mollete Literario es una publicación mensual edi-tada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

El Mollete LiterarioLectura que me sonroja,ja, ja...Por Luy

Índice

Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros.René Descartes (1596-1650)

Por Carlos Ramírez

Un cenáculo irreverente

3

El cuestionario bravo.

Entrevista a Rosa Beltrán

Por Carlos Ramírez

de cómo vino rené y cómo aún

no se ha ido

La literatura mexicana actual

o los hijos de la posmodernidad

Por Citlali Ferrer

En los confines de la onda:

Parménides García Saldaña

Por Oscar Dávalos

Un tratado de arte llamado el Retrato de

Dorian GrayPor Mauricio Leyva Por Roberto Bravo

Pasarela editorial

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3El Mollete Literario15.11.2012

Un cenáculo irreverente

Por Carlos Ramírez

No se trató de un grupo propiamente dicho. Éramos va-rios reporteros de

la revista Proceso que todos los jueves teníamos que quedar-nos en la redacción al cierre de la edición semanal. Como a eso de las diez de la noche nos íbamos a cenar molletes y café --algunos pedían una cerveza-- al Vips que estaba en la esquina de Insurgentes y San Francisco, cerca de la ciudad deportiva. Ahí platicábamos de todo, pero sobre todo de literatura, hasta las dos de la mañana.

Aunque nunca fungió como jefe del grupo, la figura mayor era Vicente Le-ñero, entonces subdirector de Proceso. Vicente iba en las tardes a la revista. La mañana la dedicada a sus menesteres in-telectuales: escribir y leer. Las noches de los jueves, luego del cierre, comenzába-mos hablando de política pero de pronto los temas iban a la literatura.

El grupo era variado: el poeta David Huerta, el narrador Federico Campbell. Alguna vez cayó por ahí, creo, el poeta y narrador Marco Antonio Campos. Iba, in-defectiblemente, Armando Ponce, enton-ces coordinador de la sección de cultura de Proceso. También Carlos Marín. Como periodistas no faltábamos Paco Ortiz Pin-chetti y yo.

Las sesiones eran informales. Pero nutritivas para quienes andábamos en busca de lecturas. Ahí Campbell llegó a

fascinarnos con Harold Pinter, también ad-mirado como dramaturgo por el dramatur-go Leñero. Vicente nos contaba anécdotas picantes de escritores, algunas de ellas que nunca repetiría si no fueran convidados de confianza. Nos platicó sus tiempos de beca-rio en el Centro Mexicano de Escritores y la forma de funcionar de un taller que era más una pista de esgrima mortal, literariamente hablando. Campbell nos alargaba la noche con sus anécdotas sobre Juan Rulfo, sobre todo allá en el café de El Ágora, la entonces librería de moda intelectual.

Vicente era --y es-- un lector consumado. Y sabía introducir el apetito literario. Una vez nos contó un libro que estaba leyendo y que le había fascinado. Sobre todo por el co-mienzo, una derivación de La Odisea. Bue-no, más bien, un pasaje interpretativo de esa obra magna que había sido tomada por un escritor que a comienzos de los ochenta era casi desconocido en México. Se trataba de un basquetbolista universitario en Esta-dos Unidos que había sido estrella juvenil

pero que se había frustrado. Al entrar a la madurez era apenas un empleado

mal pagado, con hijos pequeños y una esposa alcohólica que le exi-gía demasiado. La novela que nos contó Vicente comenzaba con el protagonista regresando del trabajo a su casa. Antes de llegar se quedó mirando como bobo a unos jóvenes que ju-gaban basquetbol en una cancha de un suburbio de Es-tados Unidos. Como huracán, los pensamientos de su juven-tud deportista se le agolparon

en el presente. Y de pronto el protagonista se dio la vuelta y

comenzó a correr en sentido con-trario de su casa. Corrió y corrió

huyendo de su realidad. Se montó en su coche des-

tartalado y tomó una dirección contraria

a su casa y cami-nó varios cien-

tos de millas. Una vez

tranquilizado, el protagonista regresó pero no a su casa. Se instaló en un cuarto cerca-no a su casa. Y desde se la pasaba mirando hacia su casa.

La historia, contada, resultó fascinante. Vicente nos --más bien: me-- había presen-tado literariamente el arranque de la novela Corre conejo, del entonces poco conocido escritor norteamericano John Updike. El protagonista de la novela se llamaba Harry Conejo Angstrom. Obviamente me dediqué a buscar la novela y no me perdí la zaga: Co-nejo es rico, El regreso de Conejo y Conejo en paz. Hace poco me encontré con Conejo en el recuerdo y otras historias. Pero de todas, sin duda que el primero me dejó deslumbrado. Updike hasta entonces era desconocido en México.

La historia anecdótica de Conejo me fas-cinó al grado de encontrar por ahí alguna línea argumental: la propuesta literaria de Ulises en La Odisea y su regreso siempre pospuesto para no enfrentarse a la realidad. Encontré una novela que se me perdió en mis cambios de casa. Era de Alberto Mora-

via. Y otro de Harthowne. La historia era casi la misma: un protagonista

que huye de su realidad pero se instala físicamente fren-

te a ella para vigilarla y seguir participando tan-gencialmente.

Otro de los autores

que salió en las conversaciones con Le-ñero fue William Styron, cuya novela La decisión de Sophie la encontré en una li-brería del aeropuerto de la ciudad de Mé-xico. Estrujante. La película la vi muchos años después y no me gustó tanto como el libro, a pesar de la sobresaliente actua-ción de Merryl Streep. Acuciado por la información en el grupo de Vips busqué luego las obras de Styron: Las confesiones de Natan Turner y La larga marcha.

Las reuniones de los jueves fueron bautizadas, no recuerdo por quién --creo que por Armando Ponce-- como las de “El mollete literario”. No era un cenáculo intelectual, sino una charla de amigos y compañeros sobre literatura y política. Eran reuniones informales, sin cita ni hora formal. Comenzaban cuando Leñe-ro aprobaba la portada de Proceso y reco-gía sus cosas. Poco a poco llegábamos a Vips. Cada quien pagaba su cuenta.

En aquel grupo hubo muchas iniciati-vas. Una de ellas apenas cuajó. Campbell tenía muy buenas relaciones con los edi-tores de una colección de plaquetes. Eran pequeñas ediciones pagadas por el autor, de tamaño un cuarto de carta, con ape-nas unas decenas de páginas, de porta-da color amarillo pálido. La colección se llamaba “La máquina de escribir”. Cam-pbell y Huerta ya había publicado algo en esa colección. También creo que por iniciativa de Ponce, ahí saltó la idea de que todos nos cooperáramos con algo de dinero para utilizar el membrete de “La máquina de escribir” y publicar obra propia pero acreditada a “El Mollete Li-terario”. A todos nos pareció buena idea. Marín publicaría algunas crónicas, Paco Ortiz Pinchetti escogería algún reportajes que había publicado en Revista de Revis-tas de Excélsior de la que Vicente había sido director. Yo dijo que entregaría algu-nos cuentos. Como se trataba de un gru-po irreverente, no habría control de cali-dad. Simplemente alguien --Campbell o Huerta-- harían la corrección mínima de estilo. Y ya.

El dinero se puso en la mesa. No era mucho. Entonces la edición de autor era barata. De todos los enlistados sólo yo entregué tres cuentos. Y salió mi plaquet-te. Se llamó Fotos de Rebeca, con un cuen-to homónimo, una historia del despertar sexual de niños con un final obvio que luego corregí sobre la edición ya termi-nada tachando una palabra y sustituyén-dola por otra y un cuento que después me publicó Marco Antonio Campos en una antología de jóvenes escritores por-que tenía --intencionadamente-- un aire revueltiano. La edición era de unas de-cenas de ejemplares que luego distribuí personalmente en librerías. Eso sí, en una de las primeras páginas consigné que se trataba de una edición pagada por el gru-po de “El Mollete Literario”.

Sin quererlo, ahí nació una idea que tuvo su primer espacio en La Crisis, luego en Transición y hoy abre por sí mismo en El Mollete Literario. Y lo hace con la mis-ma irreverencia de entonces y rindiendo homenaje a ese cenáculo irreverente de finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Y desde luego, con un recuerdo muy grato de Vicente Leñero.

El escritor Federico CampbellFoto: Miguel Dimayuga/Procesofoto/DF

Vicente LeñeroFoto: Octavio Gómez

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pero no vengo a hablar de mí sino de rené avilés fabila en uno más de sus tantos homena-jes, y hablo porque yo lo conocí primero a través de la lectura de sus libros, cuentos y novelas, que disfruté cuando trabajaba en el heraldo de méxico como redactor de boletines para convertirlos en notas más o menos publicables pero sin dejar de reconocer que era, en aquellos comienzos de los setenta, un nivel bastante bajo del periodismo na-cional que se había vestido de gloria en el reinado priísta de entonces, que entonces sí era reinado y no como ahora, porque era más o menos mil novecientos setenta y dos y el país entraba con euforia a la monarquía sexenal de Echeverría, y en la redacción estaba también mily, a quien conocí entonces, y ella aprovechaba los tiempos muertos entre boletín y boletín para leer cuentos, novelas y poesía y ahí me aferré a una parte de mi vocación con las letras, la literatura pegada al periodismo, aunque había leído pocos libros, poquísimos, casi ninguno, pero me había prometido con mi amigo fabiolo, de la prepa en Oaxaca, que yo sería algún día un escritor consumado, por eso me encantó esa relación porque mily me recomendaba libros y yo los leía con avidez, y ahí descubrí, por ejemplo, al boom latinoamericano, primero a garcía már-quez, luego a vargas llosa y finalmente a cortázar, luego me desencantó el colombiano, el argentino se desvió ya de grande hacia la literatura política y me quedé al final con el vargas llosa que llegué a criticar, háganme ustedes el favor, por sus textos conservadores y, dios me libre ahora, su ruptura con cuba;

pero ese es otro cantar

ahí comencé, pues, mi relación con la litera-tura;

y les pido me perdonen porque aquí venimos a hablar de rené avilés fabila pero no coman an-

de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido

antihomenaje

por carlos ramírez

de cómo vino rené y cómo aún no se ha ido

sias, pronto llegaré a ese punto, porque antes me encontré con la literatura mexicana en general, a carlos fuentes que me gustaba antes y hoy ya no y a otros, hasta que en una librería compré un libro que me metió de lleno a la literatura del tal avilés y amigos que entonces lo acompañaban, un librito de portada café titulado de los tres ninguno y que recopilaba cuentos e historias de rené, josé agus-tín y gerardo de la torre, y ahí me quedé plantado en aquellos años de mil novecientos setenta y dos y mil novecientos setenta y tres y no los volví a soltar, abrumado por su estilo y su temática, los he venido siguiendo ahora con mayor sentido crítico pero siempre con esa fidelidad de aquel entonces tan lejano año de nuestro descontento;

y fue entonces, por cierto, una lectu-ra más o menos a fondo porque casi to-dos los libros de los tres, más el gustavo sainz que se agregó años después, pa-saron la prueba de los muchos cam-bios de casa y ahí están, ahí está, como la puerta de alcalá, el de los tres ninguno como puerta de entrada, aunque no sé si tenga algún valor pero varios de esos libros los tengo a la fecha en su primera edición y no los vendo, y algunos de ellos con anotaciones al margen, al principio y al final, algunos con tinta roja y otros con tinta sepia, frases a veces contundentes que qui-sieron indagar enton-ces algo que yo decía con voz de profeta des-empleado al que nadie pelaba entonces

obvio, ¿no?

pero que debía te-ner pues voz de profeta diciendo que esos mucha-chos iban a llegar más alto, aunque cuando publicaron sus primera obras yo tenía me-nos años que los de nizan y de todos modos no era feliz pero tam-poco sufría demasiado, porque ellos publicaron sus primeras obras de mil novecientos sesenta y cuatro a mil no-vecientos sesenta y nueve yo los des-cubrí en mil novecientos setenta y dos, y me acuerdo que luego del libro de los tres me sacó de onda la tumba de agus-tín, releí dos veces gazapo, me encan-

a mily

o tenía entre trece y dieci-nueve años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la

vida, escribí escribiendo a paul nizan en un libro que me reco-mendó mucho tiempo después david huerta, bueno, tampoco era de lo peor, yo vivía en oaxa-ca y oaxaca era entonces una aldea de muchas casuchas dis-tribuidas alrededor del zócalo de la ciudad, mi casa estaba a cuatro cuadras del zócalo y, sor-préndanse, no tenía pavimento;

y

El escritor, René Avilés Fabila

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tó ensayo general de gerardo y a avilés fabila lo descubrí como novelista años después de todo, y no puedo explicar por qué entonces no lo busqué como a los demás;

porque a avilés fabila realmente lo pulsé a fondo en mil novecientos seten-ta y cinco, cuando yo había dejado el heraldo de mexico y estaba trabajando en el periódico el día de enrique ramí-rez y ramírez, sin parentesco alguno, porque yo quería entrarle de lleno al periodismo político y en el heraldo me daban mucho espacio pero estaba de hueva cubriendo primero policía, luego las fuentes de salud y terminé, por el milagro de purgas relacionadas con la fundación frustrada de un sindicato, en la fuente de la presidencia de la repúbli-ca escribiendo crónicas echeverristas, y por eso me pasé a el día donde se hacía un periodismo más político, y era cier-to porque ahí me relacioné con muchos asilados latinoamericanos de izquierda, y a través de ellos varié un poco el rum-bo de mis lecturas y ahí me encontré, en los libros, obviamente, y no en la redac-ción, a andré malraux, primero con sus antimemorias y luego con toda su obra, sobre todo los conquistadores y la condi-ción humana, y me puse a experimentar la literatura política de deveras pero no pude, y mejor volví a mis lecturas y en alguna conversación en la redacción de el día hablé de mis lecturas de la onda y mencioné a avilés fabila y fue como mentar la soga en casa del ahorcado

pero bien ahorcado

porque resulta, y déjenme contarles, que en el día avilés fabila tenía tache, pero tache de a deveras, porque decían en los pasillos que ramírez y ramírez

le había comprado varios ejemplares a rené cuando promovía su novela antes de terminarla y luego en el libro le daba en toda la madre, y don enrique, como alarcón en el heraldo le llamábamos don ga, por aquello de el padrino, era de mu-chos resentimientos y decía que rené lo había traicionado porque lo presentaba en el libro como un político trapecista que había salido del partido comunista y se había pasado al pri por obra y gracia, y algo de dinero, de lópez mateos, para fundar un periódico de izquierda y para crear en el pri un espacio de izquierda, válgame dios, pero así eran las cosas en-tonces, y por eso don enrique estaba que echaba chispas contra rené porque ese libro, la primera novela que publicó, se llamaba los juegos y este año de dos mil siete cumple los cuarenta de edad, estas son las mañanitas, ni madres, así no es pero de todos modos cuarenta años son muchos y la novela ahí está todavía, dis-frutable porque todos los protagonistas siguen vivos, bueno algunos algo tara-dos ya pero cuando menos respirando, y el ambiente es el mismo, el de las mafias y los clanes;

y así fue como entré en contacto literario con rené y de ahí me seguí de frente, aunque debo de confesar que me gustaron más las novelas y los cuentos, y nunca quedé satisfecho con las viñetas o la línea fantástica, porque yo le exigía como lector literatura de la realidad, no las ficciones en el vacío, y de entre to-das me quedé para siempre con tantadel, para mi gusto la mejor de sus novelas porque capta con precisión y profundi-dad

qué serio me puse

los tres espacios de la creación, a sa-ber, dos puntos y seguido, el ambiente, el lenguaje y los personajes, y me ena-moré de tantadel, aunque cada vez que quiero hablar de ella con rené me man-da por un tubo, no sé qué resentimientos tiene contra ella o contra la novela, pero me importa poco porque he comenzado a escribir una novela que se va a llamar la prima de tantadel y les juró que sí existió y que será una novela que va a dar qué decir aunque sea que le digan que no sirve pero será un homenaje a tantadel y a su época y ciertamente un reconocimiento a la capacidad litera-ria de rené, aunque a él le gusta hablar más de el gran solitario de palacio, que fue la novela de dictadores que le ganó en tiempo, espacio y temática a garcía márquez, alejo carpentier y augusto roa bastos y después vargas llosa y su chi-vo en cristalería, una novela, la de rené, completa, circular e irrepetible;

y luego vinieron los cuentos y no-velas cuya lista la pueden ustedes con-sultar en el diccionario bibliográfico de escritores de méxico de la unam, porque aquí sólo vengo a hablar de las obras que me gustan de rené y de la vida en méxico en el periodo presidencial de avilés fabila y su gabinete formado por el triunvirato de agustín, de la torre y sainz, aunque cada uno marchó por su lado y en aquellos años nizanianos los

El escritor Carlos Fuentes, su esposa Silvia Lemus, y su hija, Natasha Fuentes. Foto: Héptor Arjona/Procesofoto/Archivo

El escritor peruano Mario Vargas Llosa. Foto: Refugio Ruiz/procesofoto/Jal

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tres eran cuatro y se movían en manada en medio de la selva de asfalto

qué mamón me oí

de la república de las letras, todos ellos presen-tados por sí mismos en la autobiografía de jóvenes autores que promovieron emmanuel carballo y em-presas editoriales, y en donde se publicaron los tex-tos de agustín y sainz y no sé por qué avilés y de la torre no, quizá porque ya se sentían viejos, aunque avilés escribió mucho después una larga autobiogra-fía en tres partes memorias de un comunista (ma-nuscrito encontrado en perisur), recordanzas y nuevas recordanzas, libros que, en efecto, aparecieron tarde, cuando las autobiografías carecen de frescura y casi siempre pontifican, aunque rené no ha perdido su sentido del humor, pero me hubiera gustado haber leído su autobiografía entonces, sobre todo su paso por el partido comunista, su amistad con revueltas y su encuentro con agustín y de la torre, aquéllos años en los que tenía poco más de veinte años y nizan no podría decir que habían sido los años más hermosos de su vida;

porque rené comenzó a publicar ya grande, bue-no es un decir, casi a los treinta años, por ejemplo, de los tres ninguno salió en 1974 y los otros dos ya estaban creciditos y rené tenía treinta y cuatro y agustín treinta y Gerardo era el más viejo con trein-ta y seis años y para esa edad ya sabían escribir mejor, mucho mejor, porque cuando truman capo-te publicó otras voces, otros ámbitos, dijeron en las primeras críticas que la novela no estaba mal y que destacaban sobre todo que el autor, tan joven como sus veintitrés años, sabía escribir, y capote luego los fustigo con el látigo de dios en su texto de presenta-ción de música para camaleones diciendo que cómo diablos no sabría escribir si desde la adolescencia escribía todos los días con disciplina, como el vargas llosa de las ocho horas diarias de escritura para sol-tar el brazo y calentar la máquina antes de entrarle formalmente a la escritura de sus textos publicables

para que aprendan

pero en el fondo quiero hablar de los contex-tos, porque los estilos literarios ahí están, engloba-dos formalmente en lo que se llamó literatura de la

onda, pero no por formalidad literaria sino por hueva y a veces por fastidiar al prójimo porque si se revisan los dos libros antológicos que lanzaron a los jóvenes ahí no hay una caracterización formal, los dos presentados por margo glantz, el primero, narrativa joven de méxico, en mil novecientos sesenta y nueve, y el segundo, onda y literatura en México: jóvenes de 20 a 33, de mil nove-cientos setenta y uno, y en ambos destacando dos co-sas, primero, que no hubo realmente una generación de la onda, si acaso, hubo una generación de jóvenes que irrumpió con temas diversos, entre ellos el del ambiente de los jóvenes, y segundo, que hubo por ahí una temáti-ca que quiso rescatar el ambiente de ruptura del sesenta y ocho, sobre todo en algunas páginas de gerardo de la torre sobre el ambiente obrero, al fin de cuentas que él había sido obrero en el sindicato petrolero;

¡un hijo de fidel velásquez!

y que los únicos que realmente crearon un estilo de la onda fueron agustín y sainz y que sus obras resulta-ron tan fuertes que confundieron a los analistas hue-vones que ahora hablan de la literatura de la onda lo que en realidad fue literatura de jóvenes, porque ahí estaban la seriedad de juan tovar, aguilar mora, manuel echeverría, carlos montemayor, josé emilio pacheco, y algunos otros que nada tenían que ver con la onda y, eso sí, con suficiente calidad literaria en lo que llama-ríamos la literatura formal pero escrita por jóvenes, y al final contribuyó el libro de los tres ninguno para dejar una lectura más o menos homogénea de los tres, más sainz después, de un grupo de escritores con fuerza su-ficiente para romper la tradición literaria del respeto a los mayores, y a ello contribuyó, sin duda, rené, con los juegos, esa parodia del mundo intelectual dominado por los mandarines sartreanos de la cultura y que fue leída como una severa crítica contra el esnobismo intelectual y sobre todo contra el jefe de la mafia de entonces, car-los fuentes, y su escudero monsiváis;

y esa literatura, más que de la onda, debió haber sido asumida como de ruptura, en donde se mezclaban la juventud de sus autores, la temática de la adolescen-cia, el desmoronamiento del mundo feliz del priísmo

el no sabíamos de compadre lobo

atacado fieramente no desde la izquierda sino desde la literatura, el lenguaje rupturista que copiaba el caló

Julio Cortázar, escritor argentino, nacionalizado francés. Foto: Rogelio Cuéllar/Archivo ProcesoGerardo de la Torre, escritor.Foto: Juan Miranda/Archivo Proceso

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de la clase media dominante, el manejo arbitrario de las estructuras narrativas convencionales, yendo aún más allá de joyce y mostrando una lectura libre de shandy, todo ello con perfiles del ambien-te político y social de entonces, porque la tumba puede leerse como el aviso de lo que ocurría en el sesenta y ocho, la de-presión juvenil algo sartreana, y no sé si ya se sabía pero en la novela de agustín huelo mucho a sartre, al mandarín de la rivera izquierda del sena, y en los juegos leí una bofetada a la burguesía intelec-tual de quienes se decían revolucionarios, el tal fuentes, y escribían a favor de cuba y de la revolución cubana y adoraban a fidel castro y se codeaban con el socialis-mo, pero a la hora de la verdad no eran más que unos cochinos burgueses priístas ajenos a la realidad de la clase obrera, y eso lo sabía rené por su militancia enton-ces en el partido comunista mexicano y sus lecturas de marx y su troskismo muy al estilo del kundera de hoy, y todo eso lo volcaba en sus textos, mientras los demás se burlaban del mundo sin encontrar un espacio a gusto;

¿y parménides?

y los lectores éramos también jóvenes entonces, como nizan, pero nizan murió joven y ya no le dio tiempo revisar sus posturas de la juventud, y nosotros aquí estamos viendo hacia atrás, cuando éra-mos felices e indocumentados, cuando el mundo nos pelaba los dientes y todos queríamos hacer la revolución socialis-ta porque parecía la moda de entonces o porque era la fuga a la izquierda del mundo priísta que nos agobiaba, porque entonces, diría después luis javier garri-do, todos éramos priístas hasta demos-trar lo contrario, y porque el sesenta y ocho no influyó por aquellos días a los autores pero de alguna manera se cola-ba el ambiente de depresión política en los ambientes o en el repudio al stablis-hment, comenzando por el ambiente fa-miliar, pero en el caso de rené había una especie de sendero previsible mezclando la literatura de escenarios políticos con la fantástica como una forma de crítica de la realidad y también su línea clasemediera, humor, crítica y rebeldía, todo mezclado en una capacidad creativa impresionante por su número y diversidad, y ahora que lo pienso veo hacia atrás líneas literarias diferentes, rené con sentido de crítica al sistema, agustín con la temática de una clase media en descomposición y a punto de reventar hacia dentro y de la torre con el ambiente obrero visto desde una lite-ratura de un autor con formación mar-xista aunque sin la militancia de rené, tres realidades distintas sin ningún dios verdadero, pero a la vez aprehensibles en una posible misma lectura;

y aquí estamos, a más de cuarenta años de la primera obra de esa gene-ración, la tumba, publicada en mil no-vecientos sesenta y cuatro, cuando el reinado priísta cambiaba de presidente, de uno que se dijo de extrema izquierda dentro de la constitución pero resultó de la peor derecha represiva, al arribo del personaje sublime del sesenta y ocho, el

gustavito de lópez mateos, el díaz ordaz que canalizó su odio a sí mismo en represión sis-témica,

órale…

el chango de la política que destruyó la estabilidad para fortalecer su poder, no el poder, sino el poder, en ese sesenta y cuatro de nuestro descontento comenzó esa gene-ración de jóvenes que sigue hoy dando lata y que en su momento fijó una ruptura genera-cional y creativa, y cuyas obras se siguen le-yendo con deleite por su frescura, aunque la clase media de ayer ya no exista hoy y todos están jodidos, sumidos en sus crisis, ajenos al país de hace cuarenta años cuyo colap-so social fue retratado, sin duda, con mayor precisión por parménides garcía saldaña, el más reventado de todos, el que asumió sin pudor el escenario de la onda en su ensayo por la ruta de la onda, que se definió a sí

mismo como producto de la literatura de la onda que los demás rechazaron, que murió antes de tiempo, ya cuarentón, viviendo su mundo particular y aparte con un consumo casi religioso de la droga, pero que dejó dos obras maestras: su novela pasto verde con referencias a lo que ustedes ya saben, y el cuento el rey criollo un homenaje igualmente criollo al rey del rock, al dios de la música rockera, textos que comenzaban poniendo juego y luego se dejaban ir como en un viaje de aquéllos que ustedes también ya saben;

y por eso nos encontramos aquí, para revisar la obra de rené y para exigirle que ya deje de huevonear y que regrese a la li-teratura de desafío, de las bofetadas al por mayor, que el ambiente literario de hoy está de dar pena, que hacen falta, diría stendhal,

¿cómo la ven?

novelas y cuentos que suenen como pistoletazos en un teatro, en el teatro de

nuestros conformismos, que la genera-ción nacida en el decenio treinta y ocho-cuarenta y ocho se nota hoy muy com-placiente, que creo que nadie como ellos podría darnos la gran novela del colapso del sistema, ellos que vivieron la crisis, que dónde está la literatura de la alter-nancia partidista,

cristóbal nonato fue de hueva

la novela del foxismo, el cuento del plantón, la gran obra maestra de la crisis económica, la historia literaria del ase-sinato de colosio, por qué no le han en-trado al desafío de escribir la novela del salinismo, dónde están nuestros escrito-res de la realidad, el méxico lopezobrado-rista los espera, si alguien los ve díganle que los extrañamos, porque lo peor de la crisis de méxico es la miseria de su litera-tura, y leo obras de escritores de aquella generación y los noto cansados, olvidán-dose a sí mismos, sin la frescura de la pasión rupturista de sus tiempos jóvenes, en muchos hasta su lenguaje se percibe convencional, por eso creo que seguimos anclados en el pasado;

pero ese pasado se nos convierte en presente y ahí es donde percibo todavía el desafío de rené y su pasión por seguir escribiendo con la misma fiereza que an-tes, pero, y va de crítica, me gusta más cuando platica la realidad o cuando es-cribe su entorno en textos periodísticos, como que es necesario desperezarse, por-que sería de buena onda que los escrito-res maduros, hoy en la tercera edad de sus posibilidades

viejos, los cerros

pueden ser nuevamente los jóvenes que sacudan la modorra a los jóvenes de hoy que escriben como viejos aspirantes a nuevos mandarines de clanes, y que despabilen la literatura como antes lo hicieron, sobre todo cuando algunos con-servan el ánimo, el estilo y las ganas, pero parece que quieren ser hoy los doctos que en los sesenta representaban los viejos de entonces, a los que ellos criticaban sin piedad, como si el mundo fuera circular y se cumpliera la maldición de que como me ves te verás, total, que nada pierden con regresar a sus orígenes y convertir su literatura en cargas de profundidad para golpear debajo de la línea de flota-ción de la república literaria de hoy que refleja en su seno, como corresponde, la crisis de la república priísta en proceso de desmoronamiento, y a ellos los veo muy campantes, ajenos a esa realidad, a pesar de que pueden contribuir, maoísmo puro, a acelerar las contradicciones, y que es-peramos los juegos ii y el gran payaso de palacio o cosas por el estilo, porque existe la garantía de que rené sigue vigente en su rebeldía contra el mundo y el stablis-hment y por tanto su capacidad creadora aún tiene para dar de sí, sólo es cuestión que se decida a escribir la gran novela de la realidad transmilenaria y el cuento de la segunda ruptura generacional,

total, que tanto es tantito…

Ex presidente Luis EcheverríaFoto: Archivo Procesofoto / DF

El escritor colombiano Gabriel García Márquez. Foto: José Manuel Jiménez/Procesofoto/Jal

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8 El Mollete Literario 15.11.2012

La literatura mexicana actual o los hijos de la posmodernidad

Por Citlali Ferrer

Escribir es mantener un diálogo con uno mismo frente a un espejo estrellado y a oscuras.

C.F.

Vivimos en una época donde reina la vorá-gine y los me-

dios masivos de comuni-cación han contribuido en la construcción del paraíso del capitalis-mo y su globalización. Sin duda, capitalismo y moda se retroalimen-tan. Expresando, de formas varias, el deseo que ofrece consumir. La atracción por el lujo, por el exceso y la se-ducción, son algunos de los ingredientes del am-biente actual. En el siglo XIX el arte y la moda es-taban relacionados. En Inglaterra cuando las máquinas y el progreso comenzaron a invadir el medio, aparecieron los sombreros de copa, imitando las chimeneas de las fábricas y a su vez, compensando este ambiente, los artistas se encargaron de llevar la naturaleza a lienzos, tapices y mobiliario. Hoy es diferente, todo es desechable, aparenta un no progreso. En pa-labras de J. Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbi-tos: la moda es arbitra-ria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cua-lidades intrínsecas del individuo”. Del mismo modo, es para él, el con-sumo un proceso social no racional. La volun-tad se ejerce solamen-te con deseo; haciendo de lado: la creación, la aceptación y la contem-plación. Tanto la moda como el capitalismo producen un ser huma-no excitado, aspecto ca-racterístico del diseño de la personalidad en la sociedad del espectácu-lo.

oculta. Pero, ¿qué está ocurriendo con la literatura mexicana contemporánea? En los últimos años, la producción ha sido bastante dispar y tengo la impresión de que la globalización también está apro-piándose de ésta. Basta con echar una ojeada en las mesas de novedades edito-riales, donde abunda basura: trilogías de vampiros vegetarianos o de sexo explicito sin profundidad o libracos de hermosas pastas con pretendida filosofía light. Si echamos una mirada al pasado literario mexicano, forzosamente tenemos que partir de dos troncos generadores de es-critores en nuestra patria: Juan Rulfo, (la razón) quien con su Pedro Páramo, sin duda, una obra de gran calibre, no sólo por el fondo y la forma, sino por recoger en ella la condición humana. Libro con el que podemos establecer un parangón con La divina comedia de Dante Alighieri, ya que Comala es el infierno Rulfiano. Y Juan José Arreola, (la imaginería).Quien encontró en lo lúdico una forma de mirar el mundo. Cuando niña escuché varias veces una anécdota que mi padre conta-ba sobre su Maestro Arreola, al respecto de cómo le había dado el orden a “La feria”. “El maestro Arreola tomó su ori-ginal y lo aventó hacia arriba, luego así, revuelto, como calló lo acomodó dejando que el azar hiciera su parte”. Cierto o no, eso es lo que menos debería interesar-nos; cualquier tipo de fanfarronería sale sobrando ante un buen texto. Muchos son los autores mexicanos ocupados en hablar de naderías o en escribir empeña-dos en esconder su verdadera identidad, incluso algunos de ellos premiados in-ternacionalmente. Pero, sin duda y para fortuna de los amantes de la literatura, hay escritores que siguen perpetuando la tradición de contar historias; de per-petuar el valor de la palabra, capaces de registrar lo que sus ojos ven, lejos de las efímeras modas y sin mayor pretensión que la de contar. Dice Connolly: “Cum-plidos los treinta y cinco, no vale la pena

La sociedad de consumo supone la programación de lo cotidiano; manipula y determina la vida individual y social en todos sus intersticios; todo se trans-forma en artificio e ilusión al servicio del imaginario capitalista y de los intereses de las clases dominantes. La sociedad del espectáculo se vale de las imágenes para lograr una alienación generalizada y tanulación de la individualidad. El resul-tado: una sociedad anestesiada, donde lo importante no es lo que se ve sino lo que se Juan Jose Arreola

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conocer a nadie que no tenga algo que enseñarnos: algo más de lo que podría-mos aprender por nosotros mismos en un libro”. Comparto esta visión. También vale recordar cómo algunos jóvenes escri-tores, hoy ya canosos, decían estar hasta la coronilla de Arreola y Rulfo. Cuánta arrogancia y desdén, no se puede rene-gar de la historia ni de la obra que guar-da secretos y revelaciones. En resumen, el destino de Arreola no terminó con su muerte y en cada lectura que se haga de sus textos siempre habrá una luz cegado-ra, una verdad lúcida que nos abrirá la puerta de lo exultante. Porque sin duda, hay obras que son extensión de la pro-pia vida de su autor. En crítica literaria cuando se raspa demasiado sobre la pie-dra, y con esto quiero decir, cuando se abunda reiteradamente en un análisis, se corre el riesgo de perder la pieza. Del maestro y su obra se seguirá hablando, de eso no cabe la menor duda.La litera-tura mexicana a través de los tiempos ha ido tomando distintas rutas, valiéndose de diversas herramientas, fondos y for-mas. Si bien en un inicio puso particular interés en el registro de la realidad, es-taba llena de verdad y muchas veces era una extensión de la vida de sus autores y tenía la finalidad de conformar una identidad nacional. Existe un registro en los últimos tiempos de una literatura de la violencia de particular perspectiva, la del mirón que observa atento la realidad que le rodea, por esto su contenido es crudo y transgresor; vinculada a autores como José Revueltas, Guillermo Fadane-lli, Julián Herbert, Elmer Mendoza, Jesús Pacheco, Emiliano Pérez Cruz y Eduardo Villegas, por mencionar algunos. Sus pro-sas presentan muchas particularidades, ya que ocasiona la disolución de las for-mas previas que la propia literatura había establecido para representar la violencia. La literatura de la violencia plantea sus universos sin conmiseración, desciende a un lector hombre común lejos de cual-quier culteranismo, de tal forma que le da una oportunidad de reconocerse, y, cuando digo reconocerse me refiero a ese choque brutal al que enfrenta al lector con sus prosas, que son registros de un tiempo devastado, el nuestro. Quizá los antecedentes de la literatura violenta los tenemos desde la novela de la Revolución Mexicana. Y es probable que la influen-cia de autores plenamente europeizados como Carlos Fuentes hiciera que bajara el interés por continuar explorando este gé-nero. Después de Rulfo la narrativa mexi-cana se tornó más intimista y poco a poco algunos autores se fueron alejando de la realidad inmediata. Sin olvidarnos por supuesto de la Novela del 68. Después se abrió una brecha de silencio estrecha-mente ligado al miedo y al dolor; pero actualmente y quizá sea porque todo es cíclico y ya no hay nada nuevo bajo el sol, existen algunos autores que siguen abordando la violencia pero sobre todo concentrados en desengranar la proble-mática de la droga y los sicarios. Quizá la idea de que la literatura deba estar más cerca de lo bello que de lo terrible, pro-voque que algunos autores se encuentren fuera de esta categoría y permanezcan

ajenos a la violencia, o tal vez, la evasión estribe en hablar de cosas distintas para ol-vidar la sangre derramada a diario en nues-tras calles, y, así no correr ningún tipo de riesgo. Me parece importante señalar que en la novela de la Revolución Mexicana, la violencia estaba ligada al cambio, a la transformación, hoy la literatura violenta no propone nada más que enfrentarnos a lo que nos rodea, incomodarnos y por ende nos crea más incertidumbre. Nos confirma lo existente, el estado de cosas actuales y el oscuro deseo de mantener en pie la manoseada paz social. La violencia es puro presente, arrasa con cualquier sueño y no nos ofrece soluciones, sino al contrario, genera aún más interrogantes a la hora de tomarle el pulso a esta época tan comple-ja. Nos manda a diversos momentos pero siempre utilizando a la violencia como ge-

neradora de sentido. René Girard, plantea que: “La violencia derivada de la mimesis no se queda en las relaciones interperso-nales, sino también se puede presentar en la sociedad”.

Por otra parte me parece importante mencionar que al hablar del camino que han tomado las letras mexicanas también es importante que nos detengamos en au-tores que son inclasificables dentro de la categorización que suele hacer la acade-mia. Me refiero a Francisco Tario, Salva-dor Elizondo y Humberto Guzmán, Daniel Sada y Luis Zapata que parecen atempora-les y que muestran una clara e individual forma de concebir su estética.

También aquellos que siguen incomo-dando a sus lectores como José Revueltas, Ricardo Garibay, Inés Arredondo y Eve Gil.

Y claro, por supuesto que son muchos

los autores a los que al menos yo, les debo luz en mi camino. René Avilés Fa-bila, Roberto Bravo, Agustín Cadena, Mario González Suárez, Raúl Rodríguez Cetina, René Roquet, Ignacio Trejo Fuentes. Otros han cultivado el gusto por la minificción y que la brevedad les resulta un atractivo reto. Armando Alanis, Oscar de la Borbolla, Alberto Chimal, Rogelio Guedea, Leticia Herre-ra, Jorge Ibargüengoitia, Hernán Lara Zavala, Agustín Monsreal, Jorge Arturo Ojeda, Roberto Reyes y Armando Vega Gil. Otros han sido los eternos viajeros como: Alvaro Uribe, Sergio Pitol a quien le debemos muchas traducciones al igual que a Juan García Ponce. En fin, la lista podría ser larga, pero por cuestión de espacio hasta aquí me quedaré. No sin antes mencionar que de cualquier forma para el que escribe en un país donde casi nadie lee, la vida no es fácil; en donde es difícil publicar, en donde los premios se discuten en grandes co-milonas entre los agentes literarios, en donde no todo lo que brilla es oro y valga el lugar común. En un país donde la posmodernidad se adueña hasta de las neuronas de sus escribientes que se muestran cada vez más superficiales o donde se atiende y festeja al más obs-ceno. Quisiera encontrar en las nuevas obras, aquel sentido como el de Clarice Lispector, quien decía: “Escribo porque no encuentro nada mejor qué hacer en este mundo”. Pero, confieso: parece que vive en mí Segismundo.

¿Será posible recuperar el rumbo o termináremos todos escribiendo para El Extra?

Si en diciembre del 2012 no se aca-ba el mundo, quizá se recuperará el brío, o resignados leeremos una nueva antología de narrativa de “Los hijos de la posmodernidad”.

Carlos Fuentes y José Saramago. Foto: Marco Antonio Cruz / Procesofoto / DF

Juan Rulfo

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Atado a una generación, la del 68, que le tocó arremeter contra el stablis-ment, Parménides se encargó de dar sentido –o sin sentido—a la llamada ge-neración de la onda. El término acuñado por Margo Glantz, edulcoraba la obra de los jóvenes escritores que empezaron a publicar a mediados de los sesenta. La crítica literaria, en su afán por aglutinar el desenfado y búsqueda de un lengua-je propio, arrinconó a todo un grupo de escritores en un ring donde era fácil ta-charlos de superficiales, por retratar el lenguaje coloquial de una juventud que rompía con la momiza del desarrollo es-tabilizador.

En este mismo grupo estaban escri-tores como José Agustín, amigo cerca-no de Parménides, Juan Tovar, Gustavo Sainz, René Avilés, Gerardo de la Torre, entre otros. Todos rechazaron el epíteto de la Onda, que les endilgó Glantz, por-que reducía un movimiento intelectual contracultural a mera ocurrencia juvenil. Sólo Parménides se apropió del adjetivo y llegó a decir “la onda soy yo”. Sin embar-go, el termino caló “ondo” y ya no hubo manera de deshacerse de él.

El Parme, como le decían sus cuates, se acercó a la literatura a instancias de Emmanuel Carballo, quien veía en aquel

En los confines de la onda:Parménides García Saldaña

Por Oscar Dávalos

Un buen día Par-ménides García Saldaña (1944-1982) decidió

sumergirse en lo profundo de la onda. Sin amarras y de mano de la escritura, el narrador maldito de las letras nacionales tomó la vía corta al mito y puso punto final a una obra in-tensa, escrita desde la vi-vencia; siempre en busca de comprobar en carne propia las teorías inmer-sas en cada cuartillas. La idea era plasmar toda su locura personal en esas páginas cargadas de alco-hol, drogas y buen rock esta noche.

joven descocado un poco de la frescura que hacía falta a la na-rrativa nacional. Carballo, a través de la naciente editorial Dió-genes, hizo un concurso de primera novela, donde Parménides participó. No ganó, pero la novela que propuso, Pasto verde, se convirtió en el icono de su generación.

Autor de tan solo cuatro libros, Parménides García Salda-ña se ha convertido con el tiempo en el escritor maldito del pancracio literario. A las vivencias que llevaba a la página en blanco se suma el aderezo de la música, principalmente el rock, aunque no faltan en su literatura referencias a la música clásica, el mambo y la rumba.

José Agustín cuenta en el epílogo de El Rey Criollo, volumen de cuentos, que Parménides empezó a escribir en la adolescen-cia, cuando regresó de Estados Unidos y se metió a estudiar eco-nomía, “seducido por los aires de la revolución marxista que le pegaron duro a muchos jóvenes de clase media a principios de los sesenta.” También describe el autor de La Tumba los asun-tos que le rondaban la cabeza al Parme; dice Agustín que por aquella época “ya no solo rolaba en plan gruesísimo con sus truculentos amigotes de la Narvarte, como Manuel y el Chino Campos o Fito de la Parra (quien después fue el baterista del grupo californiano Canned Heat), sino que también estableció contacto con el cacique poblano Juan Tovar y durante un tiem-po vivieron en el mismo depto (de Juan, claro)”.

Esto refleja por lo menos dos de las inquietudes de Parmé-nides y que llevó a los extremos, de conocimiento y vivencia. Era un experto en el Rocanrol; podía pasar horas hablando de los Rolling Stones, Bob Dylan o los Beatles. En los relatos que componen El Rey Criollo, un eje de la trama lo marcan rolas románticas de los Stones, que él mismo traduce y cuyas letras abren los textos. Y en toda su obra resalta la música como esla-bón y telón de fondo.

En PastoVerde, la delirante narrativa se entremezcla con toda clase de referencias a las rolas que marcaron la época. Incluso, en las peripecias del protagonista, alter ego del autor, Epicuro suelta todas sus alusiones literarias, sobre todo de los santones que inspiran obra, pero también en actitud ante la vida, como Alen Ginsberg, Burrogs y toda la Beat Generation; la novela de Parménides rebosa en referencias a una juventud clasemediera eminentemente fresa y superflua. Contra este estado de cosas se enfrenta Epicuro. Con fragmentos francamente inaccesibles, en un inglés barriobajero mezclado con español de la Del Valle, se desliza una mordaz crítica que se lava con alcohol y duerme con drogas.

En un fragmento de Pasto..., Parménides esboza lo que pien-sa de la banda con la que convive, pero con la que nunca se identifica y, al contrario, pone en evidencia. Este acto de que-mar a mansalva a sus congéneres le generó una horda de ene-mistades que al final de su corta existencia le cobraron factura.

“La gente fresa, para comer pollo y pescado usa guantes blancos, para sacar del Martini seco las aceitunas utiliza palillos de plástico y para abrir portezuelas de sus lujosos extranjeros carros usa el meñique dedo y si te ve caminando, pero sin andar trajeado, te dice ¡ay Dios qué cosas se ven por estos suelos¡ La

Juan Tovar, escritor poblano. Foto: Juan Miranda / Archivo Proceso

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gente fresa cuando platica lo quie-re hacer de mucho estilo pero en nada le quita que sea pura pinche gente analfabeta…”

Su rápido paso por las letras creó el mito de un Parménides desenfrenado, que vivía con in-tensidad, sumido en la mota y el bacardí. Pero también era un es-critor de tiempo completo que asumía su papel todos los días con rigor. Llegó a mencionar que si no escribía todos los días ya hubiera muerto. Su pasión por el rock lo convirtió en uno de los primeros críticos serios del género en el país. Lo mismo escribía y traducía rolas de Dylan, Doors, Janis Jo-plin, Kinks y, sobre todo, los Ro-lling Stones.

En uno de sus momentos más lúcidos, Parménides escribió una crónica que retrata los usos de la comunidad rockera del barrio, de la clase joven trabajadora. En el libro Crines, otras lecturas de Rock (Era), compilado por Carlos Chimal, se mete en esos refugios del arrabal donde tanto le gustaba escarbar historias. El texto Los ho-yos funkis rescata todo el lenguaje de la onda, con el acento cargado al rock nacional, que en esa época se topaba con las guitarras, voces y baterías de Fito de la Parra –gran amigo y cómplice de reventón del Par, Peace and love, Dugs Dugs, Three souls in my mind y el legen-dario Javier Batiz.

Estos grupos alimentaban los hoyos de las colonias populares en contraparte a los cafés cantan-tes que pululaban decentemente en la Del Valle y la Roma. Por cier-to que de estos recorridos Parmé-nides también se hizo de la amis-tad de Alex Lora, vocalista del Tri que después sería el grupo más influyente del rock nativo.

Pero la locura se fue comiendo de a poco a Parménides. Entre los atracones de LSD, anfetaminas, a las que se hizo aficionado en Esta-dos Unidos, y grandes cantidades de alcohol, el genio creativo se fue minando. En 1975 publicó el poe-mario Mediodía (Joaquín Mortiz) que pasó sin pena ni gloria con la crítica, pero que acrecentó la fama del enfant terrible de las le-tras mexicanas.

Con el tiempo, Parménides se convirtió en un insufrible actor del ambiente literario. Si bien es cierto tenía amigos que soporta-ban sus brotes coléricos –como Elena Poniatowska, a quien le de-cía hada madrina—poco a poco se fue quedando solo. Sus estancias en el manicomio no hicieron más que acrecentar su locura. Y más aún la temporada que pasó en la cárcel por el intento de asesinato de su madre.

Cuenta José Agustín en La contracultura en México, que una de las cosas que más afec-taban al escritor veracruzano era su mala relación con las mujeres. Afecto a las relaciones destructivas, nunca supo llevar sus acercamientos con las cha-vas.

“Solo le fallaban las chavas –escribe José Agustín--, a las que idolatraba y detestaba al mismo tiempo. Pero nunca encontró la manera de abordarlas. Supongo que era tan fuerte su instinto creativo que el amoroso se de-bilitó. Tenía la pésima costum-bre de enamorarse de las muje-res de los cuates: se clavó con la esposa de Juan Tovar, la de Arsenio Campos, la de Valentín Galas y la mía, pero especial-mente de Tania Zelaya, enton-ces casada con Ricardo Vinós, y le dedicó un largo y prescindible poema en Pasto verde. Sólo ella le hizo caso un tiempo y el amor estuvo a punto de ahorrarle la locura, en la que Parménides se iba despeñando porque, entre otras cosas, le gustaba.”

Al final de su camino a la lo-cura, Parménides protagonizó sonados escándalos que se que-

daron en el imaginario colectivo con simpatía. Pero que para el au-tor era síntoma de su desconecte con la realidad. En una ocasión, cuando Octavio Paz era director de la revista Plural, encargó una antología de narrativa joven, en la que Parménides no estaba in-cluido. El Par montó en cólera y se apersonó en la redacción de la publicación buscando al poeta para “romperle la madre”. Igna-cio Solares lo detuvo mientras Paz se escondía en las oficinas. Varias ocasiones rompió puertas y ven-tanas de las casas de sus amigos. Lo mismo hizo con las de la casa de sus papás. Intentó asesinar dos veces a su mamá y su padre lo mandó a la cárcel.

Cuando salió, la realidad se le había escapado y ya nunca regre-só. Aunque trató de recomponer el camino publicando en revistas culturales y suplementos, el genio ya se le había fugado. Vivía en un cuarto de azotea, peleando con sus fantasmas, cuando murió a los 38 años de edad, el 19 de septiem-bre de 1982. Lo encontraron diez días después de muerto.

Además de El Rey Criollo, Pasto Verde y Mediodía, Par-ménides García Saldaña escri-bió En la ruta de la onda, un ensayo que teoriza y describe la contracultura de los sesen-ta. Tiempo después se publicó un texto con algunos cuentos, recopi-laciones periodísticas y artículos que se llamó En algún lugar del rock.

José Agustín, en la Contra-cultrua en México, se refiere a este texto: “Escribió un ex-celente volumen de cuentos, El callejón del blues, que Joaquín Mortiz le contrató. Sin embargo, Parménides enfureció, en uno de sus ataques pasones, porque se tardaban mucho en editarlo y retiró el texto de la editorial. Finalmente en 1976 lo vendió por diecisiete mil pesos a Víctor Juárez, un editor de revistas ca-ras, que inexplicablemente retuvo el manuscrito durante casi veinte años y cuando lo publicó le cam-bió el título por En algún lugar del rock y mezcló los cuentos que Par había elegido con artí-culos periodísticos de la última etapa, cuando estaba más loco que nunca; algunos eran francamente incoherentes o la locura estaba detrás de la fachada, como en sus apologías de Stalin.”

Parménides García Saldaña encarnó en todo su sentido a la Literatura de la Onda. Vivió la onda en la sicodelia, las drogas y el rocanrol. Se perdió en el cami-nó porque, como el mismo decía: “Yo en este país soy un elemento folk.”

La escritora Margo Glantz. Foto: Miguel Dimayuga/Procesofoto/DF

El escritor e historiador Emmanuel Carballo. Foto: Germán Canseco

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Esta obra nos revela nuestra inmensa capacidad para deformar el fin más noble del hombre: el arte. Nos presenta tam-bién, un tratado sobre el arte y la estéti-ca, y el eterno debate entre estos dos. La trama de El retrato de Dorian Gray inicia cuando Basil, un pintor, está en su estu-dio con Lord Henry conversando acerca de la definición de la belleza por el as-pecto físico; en un momento del diálogo, Basil muestra a Lord Henry un hermoso cuadro del joven Dorian Gray a quien de-fine como “hecho de marfil y de pétalos de rosas”, apropiado para adornar reu-niones sin importar su inteligencia por-que “el intelecto es en sí mismo un modo de exageración y destruye la armonía de cualquier rostro”, la base de la hermosu-ra es su atractivo natural determinado por su juventud, su ignorancia, su ino-cencia y la pureza de su alma.

Un tratado de arte llamado el Retrato de Dorian Gray

Por Mauricio Leyva

Oscar Wilde incur-sionó con brillan-tez en casi todos los géneros litera-

rios y supo mantener una voz propia y exquisita. Precursor del esteticismo, la elegancia y la belleza eran elementos del carácter intrínseco de su crea-ción. Si a esto agregamos su genio para sacar a flote la do-ble moral de una aristocracia inglesa, con impecable agude-za intelectual y un tono sarcás-tico y seductor, encontramos un sello imborrable del autor el cual es palpable, en La im-portancia de llamarse Ernesto, El abanico de lady Windermere, Una mujer sin importancia, en-tre otras. Pero es El Retrato de Dorian Gray la única novela del irlandés con mayor profundi-dad debido a lo complejo de los temas que aborda, respecto del ser, lo mismo que su tendencia a caer en el pecado y la vulgari-dad de las cosas mundanas.

En este punto del diálogo el sentido cambia, Lord Henry asume el papel de críti-co y Basil el del artista que defiende su obra. Inicia con un debate sobre si la obra mues-tra las cualidades del objeto a pintar o las del artista. Si la pintura se presenta como verdadera revelación del alma del creador. Aquí Basil asume ese espíritu paternal del creador con su obra y se coloca en una posi-ción de protector de la intimidad de la mis-ma, negándose a que esta se exhiba, ya que sostiene que todo retrato refleja la sensibili-dad del artista, que la sensibilidad del obje-to del arte y a éste último lo clasifica como “un mero accidente”, una consecuencia de una circunstancia determinada. Manifiesta tanta adoración por su pintura que se per-cibe cierto erotismo hacia su homólogo de género Dorian Gray. Por ello Basil abraza su creación y cree que al dar a conocer esa ima-gen abrirá los demás secretos que lleva en el alma, lo cual lo conduciría a una conde-na inevitable por parte de una sociedad que enjuiciaba y penalizaba la homosexualidad.

Basil se declara incompetente para expresar en el retrato la belleza de Dorian Gray. Se enfrenta a un conflicto interno al no poder separar la admiración por el joven y la objetividad del objeto del arte por lo cual se muestra imposibilitado para definir su obra. Cree que con el retrato logró un equilibrio perfecto entre el cuerpo y el alma, cosa que transforma su percepción del arte y se contradice al sostener que la creación debe hacerse de ese modo. Sostiene la tesis de que el reflejo de la pintura debe mostrar una armonía en el cuerpo y en el alma; se-ñala con vigor que cualquier otro elemento el cual intente separarlos es vulgar porque le arrebata su identidad al cuadro, negándose a admitir el haber demasiado de sí mismo en la pintura.

Después Basil le enseña a Dorian Gray el retrato, es tal la belleza de éste que Dorian con toda la inocencia, la pureza y la más natural de las vanidades admira la pieza. Se inicia una conversación sobre las conse-cuencias que el paso del tiempo dejará en su cuerpo. De esta charla surge en el mucha-cho la terrible dualidad del hombre frente al arte; el reflexionar sobre si el primero debe disfrutar de las cosas bellas hasta donde sus Óscar Wilde

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sentidos se lo permiten, o debe buscar la trascendencia de la belleza a cualquier cos-to. En sus adentros el joven desea no enve-jecer nunca, lo hace con tanto fervor que el cuadro atrapa el alma de Dorian Gray.

La obra se convierte en objeto sensible y el hombre adquiere el alma trascendente e impecable de la obra. Esto se muestra en el desarrollo de la novela cuando la pintura co-mienza a deformarse por las crueldades del hombre producto de la seducción y el hedo-nismo de Lord Henry, y su facilidad para im-presionarse mientras él permanece intacto. Dichas deformaciones se acentúan cuando es arrastrado por un estilo de vida en el que quiere saciar sus deseos y perversiones.

Para Gray la belleza rebasa cualquier as-pecto y no admite cuestionamiento alguno, ni necesita explicación; por lo cual se con-vierte en el único medio capaz de alcanzar la trascendencia, poco a poco le aterra la idea de perderla por lo que oculta el cuadro. Con este último acontecimiento, la novela marca una ruptura con la filosofía estética que el autor sostenía y en el que, aunque la belleza alcanzaba por su misma naturaleza una trascendencia, esta era efímera. Aquí de nuevo el contraste ya que la sociedad de aquel entonces, rendía culto al cuerpo y ba-tallaba por conservar la belleza porque nos hacía atractivos para los demás.

Las acciones de Dorian comienzan afec-tar moralmente a Basil, motivo por el cual se halla en una lucha fuerte lucha interna porque mientras por un lado quiere destruir su obra para frenar la crueldad de Gray, por el otro habita el inmenso amor por su crea-ción, un amor que rebasa el plano físico. Es por ese sentimiento que se ve impedido para tomar una acción definitiva; en esto Lord Henry es la conciencia de Gray, la vida para él es un objeto de observancia filosófi-ca y mantiene en alto el nihilismo, que no es otra cosa sino la “negación de lo valores, conocimientos y órdenes sociales de carácter universal”. Para mostrarle a Gray como se debe disfrutar de la vida le dice que ésta es un arte “tus días son sonetos”; para apoyar su teoría le proporciona “El libro amarillo”.

Gray se proyecta en ese libro, siente que es el libro de su vida, escrita aún antes de comenzar a vivirla y termina mentalmente encerrado en esa visión. Se interna en los barrios de Londres, en los círculos sociales de la aristocracia se comienza rumorar acer-ca de su conducta inapropiada. Los rumo-res llegan a oídos de Basil y de nuevo da un vuelco su sentido se apreciación del arte ya que en la novela, como en la realidad de la época, se creía que el arte era moral en tanto que educaba, y él creía que su obra por ser bella era moral. Al contrario, Dorian Gray en ese sentido comenzaba a dejar de ser bello y Basil asume un rol que lo llevará a la ruina, el rol de la conciencia de objeto del arte, lo que hace que le reclame a Gray su conducta.

En sus andanzas por los barrios bajos, Dorian asiste a una obra de teatro en la que actúa una joven hermosa llamada Sybil Vane. Su actuación conmueve tanto a Gray quien empieza a cortejarla hasta conseguir su amor. Una noche invita a sus amigos a presenciar su actuación pero Sybil no cum-ple con las expectativas que él y sus amigos se habían creado; influyendo este hecho en Basil quien desde su posición elitista con-sidera al vulgo seres inferiores que no en-

tienden su percepción del arte por-que “el arte no está hecho para las masas porque su gusto es menos estético”, revela el artista. Por lo que cree que la inferioridad de la muchacha puede arruinar el in-telecto de Dorian. “Ella es muy linda pero no puede actuar”, “No es bueno para la moral ver una mala actuación”, le dicen a Gray, esas palabras lo marcan profun-damente. Decepcionado de Sy-bil por no haber cumplido con la finalidad del arte, al terminar la función la busca para recriminarle. Ella se disculpa, le dice que todo es producto del inmenso amor y devoción que le tiene porque desde que le conoció se adue-ñó de su alma y de su memoria. Dorian no concibe la idea de que por él no se cumpla con el fin del arte lo cual propicia su ira. Es tal su obsesión que por verla en la esfera del arte él mismo la asesina y la ve morir, con lo cual queda satisfecho con esto porque así protagonizó su propia muerte.

Para evadir a sus demonios internos, Gray evade su respon-sabilidad con el cuadro hasta que lo mira de nuevo y asume el papel de la obra de arte porque el retrato se ha vuelto horrible y él sigue impecable. En una con-versación que sostiene con Basil revela lo ocu-rrido con Sybil; el artis-

ta se horroriza y avergüenza de la frialdad de Gray, comienza a notar un cambio en su persona. Mal pagaría Basil su hallazgo por-que al verse descubierto Dorian lo asesina. Después platica con Lord Henry éste le hace ver que lo bello no es sublime, que la belleza servía para apreciarse, para adornar salones de fiestas pero que la belleza no enseñaba el brillo del alma la cual estaba en un pla-no más trascendente del hombre. A Dorian lo invade un sentimiento de culpa lo cual a Lord Henry le parece un asunto menor, pero le advierte que todo tiene un precio el cual debe estar preparado a pagar; inge-nuamente Gray le pregunta si ese precio hay que pagarlo con dinero, tal es su sorpresa cuando Lord Henry, asumiendo que un mu-chacho así de hermoso no tendría deudas que pagar porque su belleza lo exentaba de todo, le dice que ese precio se pagaba con dolor y el remordimiento de una conciencia degradada.

Gray comienza a recolectar cualquier tipo de objeto que le parezca agradable a la vista para evitar el peso de su conciencia pero sólo consigue hundirse más en su lucha interior. Siente temor de que alguien pueda encontrar el cuadro y en un lapso de desesperación recurre a Lord Henry, quien re-procha haberlo en-venenado con el “Libro amari-

llo”, a lo que Lord Henry responde que ningún libro puede envenenar la vida de alguien. Dorian Gray se da cuenta de que su afición desmedida por los placeres del mundo solamente le dieron una exis-tencia vacía y se enfrenta a la situación de reconocer que su alma está muerta. Va a su casa con el empeño de negarse a afrontar la consecuencia de sus acciones, culpa al cuadro de lo ocurrido. Sube al lugar donde tenía escondido el cuadro, le quita la tela que lo cubría y se horro-riza ante lo que ve. De pronto un pensa-miento se agolpa sobre su mente, piensa que si destruye el cuadro podrá expiar sus culpas, coge una daga y sin tomar en cuenta las consecuencias, la entierra en la pintura provocando su muerte.

Por este fantástico entramado El re-trato de Dorian Gray, es contundente a la hora de enseñarnos a comprender el sentido del artista y de su obra, la apre-ciación del arte y su importancia en la vida de los hombres. Resulta además, un excelente tratado sobre la naturaleza del ser y de la creación artística.

Tumba de Óscar Wilde en Père Lachai-se, París. Foto: Violeta Cordero Zozaya

Tumba de Óscar Wilde en Père Lachaise, París. Foto: Violeta Cordero Zozaya

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14 El Mollete Literario 15.11.2012

1.- ¿Cuando has sido más feliz?Cuando me he enamorado, cuando

he nadado, cuando he escrito. Cuando tuve a mi hija. Y soy feliz siempre cuan-do leo.

2.- ¿A qué sientes más miedo?A perder la ilusión de vivir.3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo?Un olor, el olor a mamá. Y el tacto.

Ése fue mi primer relato sobre el mundo.4.- ¿Quién es la persona viva que ad-

miras más y por qué?Soy poco dada a admirar a personas.

Admiro sus obras, sus actos. Por ejem-plo, Gandhi fue admirable por ciertos actos y deleznable en el trato a su mujer. Lo mismo me ocurre con personas vivas: no puedo evitar ver los dos polos.

5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más?El desánimo, la tendencia a la me-

lancolía.6.- ¿Cuál es el rasgo que más deplo-

ras en otras personas?La mezquindad.7.- ¿Cuál ha sido tu momento más

embarazoso?Son muchísimos. Soy culpígena.8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más

poseer?Mis libros.9.- ¿Qué gran poder quisieras te-

ner?El de la visión supranormal, el de la

escritura perfecta.10.- ¿Qué te hace infeliz?Estar enojada con las personas que

quiero; vivir en un país y un mundo vio-lentos en extremo.

11.- ¿Cuál es tu aroma favorito?El de un bosque húmedo.12.- ¿Cuál es tu libro favorito?Madame Bovary, de Gustave Flau-

bert; La metamorfosis, de Kafka. 13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso

de necesitar uno?El de Alfred Hitchkok; la gente sen-

tiría por mí una mezcla de terror y sim-

patía a la vez.14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de

ti? Que tengo un genio de la patada.15.- ¿Perro, loro, gato, canario?Perro, aunque los loros me hacen reír.16.- ¿Es mejor dar que recibir?Depende de qué. Dar lata es mejor que

recibirla.17.- ¿A quién invitarías a la fiesta que

has soñado hacer?Me invitaría a mí, que soy malísima

para dar fiestas.18.- ¿Qué palabras, frases, muleta, usas

frecuentemente?Este… no recuerdo.19.- ¿Que trabajo te ha resultado más

pesado hacer?El que estoy haciendo cuando tengo

conciencia de que lo estoy haciendo.20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y

por qué?Lloro a cada rato. Generalmente por

impotencia.21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro?Ser quien he querido ser.22.- ¿Qué te provoca insomnio?Casi todo.23.- ¿Qué palabras te gustaría dijeran

en tu funeral?Que soy insustituible, como decimos de

todos los que se van, aunque no sea cierto. 24.- ¿Cómo te gustaría ser recor-

dada?Como una autora que pudo ver

cosas que nadie más vio ni dijo de ese modo.

25.- ¿Cuál ha sido la lección más grande que la vida te ha dado?

Que la vida se va.26.- ¿Dónde te gusta-

ría estar en este momen-to?

Donde estoy, ni más ni menos.

Por Roberto Bravo

Su novela más reciente es Efectos secundarios (Mondadori 2011), de próxi-ma aparición en España. Es también autora de las novelas: La corte de los ilusos (Premio Planeta 1995), El paraíso que fuimos (Seix Barral 2002), Alta infidelidad (Alfaguara 2006) y de los volúmenes de cuentos: Optimistas,

Aldus (2006), Amores que matan, Joaquín Mortiz (1996) y de los libros de ensayos Mantis: sentido y verdad en la cultura literaria posmoderna (UAM 2010) y América sin americanismos (UNAM 1997). En 1994 recibió un reconocimiento de la American As-sociation of University Women. En 1998 obtuvo el Premio Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de creación y en 2011 el reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz por la UNAM. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, italiano, francés, holandés y esloveno, y sus cuentos aparecen en antologías publicadas en distintos países. Ha sido calificada como “una voz original cuya ironía punzante y mirada aguda inciden sobre la tradición para subvertirla”.

Rosa BeltránEl cuestionario Bravo

Escritora Rosa Beltrán

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15El Mollete Literario15.11.2012

Pasarela editorial

Alfaguara

Una novela po-licial que excede el género negro para dar paso a una verdadera novela de aprendizaje.

Marcela Serrano

Nuestra señora de la soledad

Grijalbo Mondadori

Una novela sobre la melancolía y la soledad humana, enfrentadas por un hombre cuya ebriedad lo convierte en un experto de los estados del alma.

Mis mujeres muertas

Guillermo Fadanelli

Anagrama

Novela póstuma que trata de la supervivencia en un país, Mágico-Méxi-co, donde la violen-cia transforma todo lo que toca.

El lenguaje del juego

Tusquets

En esta nueva entrega, el detecti-ve Edgar -El Zurdo- Mendieta, tendrá que sumergirse de nuevo en las redes del narcotráfico.

Nombre de perro

Tusquets

Asesinatos, viajes a Hawái, pasajes a otros mundos y fiestas que se suceden al ritmo de la música, son los ingredien-tes de esta novela, antecedente de la monumental IQ84.

BAILA, BAILA, BAILA

Alfaguara

Un peculiar interlocutor entabla un diálogo con Nietzsche, donde conversan sobre el poder, el amor, la justicia…

Federico en su balcón

Plaza & Janes

Una novela sobre la lealtad y la traición, el amor y el desamor, el bien y el mal que se cuelan en el alma y la historia de los hombres.

El último tango de Allende

Joaquín Mortíz

La historia de Matías, quien tras una larga estancia en Nueva York vuelve al DF, no regresa por gusto ni nostalgia: lo ha sorprendido la muerte de su padre.

Fallas de origen

Daniel SadaElmer Mendoza

Haruki Murakami Carlos Fuentes Roberto AmpueroDaniel Krauze Turrent

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