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El Mollete Literario Junio 15, 2017, Número 46, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez/ pág. 15

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El Mollete LiterarioJunio 15, 2017, Número 46, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Paul Martínez/ pág. 15

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El Mollete Literario

Juan Goytisolo Gay, el escritor de la libertad

A principios de este mes falleció el “escritor rebelde español” Juan Goyti-solo Gay, quien se atrevió, mediante la literatura, a ser un frente reflexivo y pensante contra la dictadura franquista, la cual censuró su obra desde 1963.

Además de incursionar en el periodismo con amplios reportajes descrip-tivos, Goytisolo hizo sus primeras novelas inscritas en las tendencias del rea-lismo social de la década de 1950, con obras como: Juegos de manos, Duelo en el paraíso, así como su reconocida trilogía El circo, Fiestas y La resaca, en la cuales sobresale su pensamiento antiburgués franquista, actitud que defendió en el texto Problemas de la novela y en Campos de Níjar.

Nacido en Barcelona el 5 de enero de 1931, Goytisolo inició su segunda etapa como escritor con Señas de identidad, donde abandona el realismo de su periodo anterior e incluye nuevas técnicas de la novela moderna. Continúa con la Reivindicación del conde don Julián, novela sobre el exilio, y Juan sin tierra, que concluye con una página en árabe con objeto de poner de manifiesto la rup-tura del autor con determinados aspectos de la cultura y la historia de su país.

Su interés por el Magreb y la civilización árabe aparece también en los ensayos El problema del Sahara, Crónicas sarracinas y Estambul otomano, así como en la novela Makbara. El humor y la ironía aparecen en la novela Paisaje des-pués de la batalla y en la autobiografía Coto vedado, en la cual ofrece testimonio de sus relaciones con los escritores de la escuela de Barcelona.

Goytisolo Gay fue, en esencia, fue un defensor de la libertad del pensa-miento y un promotor del idioma español como medio de comunicación. Se rebeló a las fronteras impuestas y consideró que por mucho que los gobiernos impongan límites, el escribir con libertad supera cualquier atadura… hasta la del férreo Francisco Franco, cuyo régimen no lo pudo acallar.

Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.

Elena Garro

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Perdona nuestras ofensasPor Alejandra Teopa

Una másAlejandra Teopa

INTRO Y OUTROFaustino Valle Cazares

Escribir es vivirPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Consideraciones sobre la palabraPor Paul Marínez

Vatos, vatas y vatesPor Canuto Roldán

La primavera mexicana

Lunes de libros con El Imparcial

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICEEDITORIAL

Lectura de Psicología Por Luy

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El Mollete Literario

Perdona nuestras ofensas

Alejandra Teopa

Dicen que los velorios son despedidas muy tristes. El dolor y la añoranza se sienten por todas partes. La solemnidad del acto

no deja lugar sino para hacer una reflexión, que en el caso de Rosa parece la secuencia de una pelícu-la sin final. Sentada en la única silla de la choza se niega a recibir las condolencias de los amigos y ve-cinos. Ha pedido que no la molesten y solicita a su comadre Nabora hacerse cargo de los rezos y aten-der a quienes llegan a dar el pésame. No se siente en condiciones de escuchar esas palabras ni las historias sobre la bondad de su marido. Tampoco quiere la típica pregunta: “¿cómo pasó?”…

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Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Bolígrafos de colores

Tenía trece años cuando fue dada en matrimonio a Justi-no a cambio de una yunta, una vaca y dos costales de frijol. No hubo boda ni festejo alguno, simplemente su madre la dejó en casa de su esposo y le dijo: “aquí te quedas y obe-deces a tu marido en todo”. Sin decir más dio media vuelta marchándose para siempre.

Justino era el hombre menos atractivo que ella había vis-to en su vida: gordo, prieto, casi tan viejo como su padre y nada gentil en su trato. No era rico ni tenía influencias en el pueblo; apenas había juntado para pagar las cosas que ofrecería a cambio de una esposa como es la costumbre en la montaña tlapaneca.

Los rezos se vuelven un canto rítmico en los oídos de Rosa, como una melodía amarga que la va llenando de ra-bia al oír su propia voz aquella primera noche al lado de su marido. La tumbó en el catre. Apagó las velas. Le arrancó el vestido, los calzones y se le subió sin dejarla siquiera respirar. Las manos toscas y rasposas le recorrían el cuerpo mientras la mole de encima se movía en espasmos desesperados por obtener placer y aunque sólo fueron unos minutos, a ella le parecieron una eternidad. Sólo dejó de rezar al oír sus escandalosos ronquidos.

La comadre Nabora reparte jarros humeantes con café y su chorrito de aguardiente. Éste nunca debía faltar en el ja-cal de Justino. Así lo aprendió Rosa desde los primeros días viviendo con él. Su madre le había enseñado las labores de la casa sin embargo, por alguna razón, él nunca estaba satisfecho con lo que ella hacía: la comida insípida, la ropa mal cosida, el baño muy caliente… Cada falla traía consigo una golpiza, pero nada comparado a cuando se quedaba sin trago, entonces sí la sangraba y le dejaba serias marcas en el cuerpo. Y aún así, en las noches, otra vez se le subía a pesar de las protestas de ella —“qué, ¿no quieres que te perdone?”— le replicaba.

El cortejo avanza despacio hacia el cementerio. Las mu-jeres lloran, los hombres con gesto taciturno y melancólico cargan el féretro mientras Rosa le sigue detrás, tal y como lo hiciera antes, siempre detrás de él. Pocas veces se les vio juntos por la calle. Alguna visita de compromiso, una vez al médico cuando estuvo embarazada y los domingos cuan-

do su esposo se dignaba llevarla a misa. Justino caminaba a paso veloz como si tuviera prisa y ella lo seguía dos pasos atrás para que nadie dudara que aquella era su mujer.

Los hombres bajan cuidadosamente el ataúd. En su ges-to hay una mezcla de temor y respeto. Rosa lo mira por úl-tima vez y recuerda aquel día cuando le anunció que estaba embarazada. Los ojos de él brillaron y externó algo parecido a una sonrisa. Un hijo le llenaría de orgullo pues aunque ya la Lupe y la Concha habían tenido hijos suyos, esperaba ansioso al heredero legítimo. Sin embargo esta condición no impidió que continuaran las palizas y violaciones a su mujer.

—“Tierra somos y a la tierra volvemos” repite el sacer-dote mientras desciende la caja con el cuerpo de Justino. Las mujeres entonan cantos religiosos. Rosa permanece en silencio. No puede rezar. El llanto contenido durante tanto tiempo estalla. La comadre Nabora se acerca para abrazarla y consolarla. Son lágrimas cargadas de rabia y dolor. Cierra los ojos y siente el puño enardecido de su esposo que se des-carga sobre su cuerpo recién parido.

—“¿Una niña?. Cómo chingaos se te ocurre. Yo soy muy hombre ¿entiendes? Yo quiero machitos, no viejas. ‘ora ve-rás pa’ que aprendas”—, le repetía con cada puñetazo. Y todavía enfurecido se acercó a la bebé que lloraba descon-solada. El primer golpe fue en la cara…

Las paladas de tierra chocan con la tapa de madera al com-pás de los golpes que Justino dejaba caer en el cuerpecito de su hija. Al fin la niña dejó de llorar. La madre también. Su cuerpo aún débil y cansado no pudo contener la ira de su marido. Lo vio salir rumbo al monte para tirar el cuerpo. Cuando volvió, a la mañana siguiente, ya había contado a todos que el niño ha-bía nacido muerto. Ni siquiera aceptó el pésame de sus amigos.

Esa misma noche Rosa no esperó los gritos de Justino para que se le sirviera la cena. Apenas le oyó llegar, se levan-tó con el cuerpo molido pero serena, sin llanto. Calentó los frijoles y preparó la masa para echar las tortillas regándola generosamente con el líquido para fumigar la cosecha. Él no lo notó, tampoco percibió el sabor. Comió bastantes para reponer las energías gastadas.

Ella sólo lo miraba con el rostro lleno de paz.

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Apenas terminó de empacar la última caja con plastilina, Margarita corrió a los ves-tidores para cambiarse. Miró su reloj y se

recriminó por no haberse concentrado. Al querer hacerlo más rápido fue necesario reacomodar cua-tro paquetes que no habían quedado bien y eso la retrasó quince minutos más. Faltaba un cuarto para las once y debía darse prisa si quería alcanzar el último autobús. Rápidamente se quitó el uniforme mientras pensaba que dejar su pueblo había sido una mala idea, ella nunca estuvo de acuerdo pero Martín, su esposo, había insistido. Dejar sus perte-nencias, su familia, y sus sueños allá en Michoacán la habían vuelto tímida e insegura y consideraba un milagro haber conseguido empleo en la empacado-ra de plastilina más importante del país.

Una másAlejandra Teopa

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llevaba cuatro de sus veinticinco años viviendo muy cerca de ahí y ante la insistencia de ellos, aceptó conducirlos; pen-sando más en su cansancio que en el miedo y la precaución.

Hicieron el recorrido lentamente; la plática era difícil porque Margarita tampoco entendía mucho el inglés. La ca-lefacción del auto atenuó el viento frío de la calle; el calorcito reconfortante y un ligero aroma proveniente de quién sabe dónde la fueron relajando hasta que vencida por el estrés se quedó dormida.

El calor y el olor a sudor la despertaron. El sabor amargo en su boca y la resequedad en la garganta le provocaron náuseas. Se incorporó y se vio desnuda. Hilos de sangre es-currían por todo el cuerpo, sobre todo entre los muslos. En la cabeza todo le daba vueltas. Trataba de reconstruir lo su-cedido. No había ideas concretas, sólo recordaba un arma, gritos y luces, muchas luces como las que se usan cuando se filma una película.

Abruptamente la puerta su abrió y vio entrar a la pareja, ambos traían algo en las manos, ella una cámara, pero ya no vio al hombre. Sólo alcanzó a escuchar una voz que decía: “Asesinato en vivo, toma 2”.

En cuanto estuvo lista bajó las escaleras saltando de tres en tres, se sentía cansada, mas, no había tiempo que perder, el camino era largo y si no tomaba el camión debería ha-cer el recorrido a pie y no quería llegar tarde pues Martín estaría, como siempre, aguardándola con la cena caliente. Esta no sería abundante, más bien escasa, sin embargo, sa-berse esperada le alimentaba más que cualquier ración de proteínas

El autobús arrancaba justo cuando alcanzó a divisar la parada y se odió como se odia en momentos concretos de frustración. Sintió un ligero temblor en las piernas, no supo reconocer si era por el cansancio del esfuerzo inútil o miedo al descubrir la calle vacía. Se dirigió al teléfono público para avisar a casa pero antes de llegar a él, la detuvo una voz de mujer que le preguntaba cómo llegar al Paraje del Rosal. Miró hacia el interior del auto donde la llamaban y distin-guió a una pareja de extranjeros. Parecían estar extraviados, esto era común en Ciudad Juárez así que no le extrañó y se acercó un poco más para darles la información solicitada.

La pareja no comprendía bien el español y Margarita conocía con precisión aquel lado de la ciudad, en realidad,

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Tinta y bolígrafos de colores

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INTRO Y OUTROPor Faustino Valle Cazares

Uno vive la mentira que quiera, cada persona puede crearse un personaje y una historia, est no tiene que ser real, en todo caso si así lo de-

sea no hay inconvenientes. Este chico que describiré a continuación era una especie de saco de secretos, un día podía estar sentado frente al monitor escribiendo infini-dades, otro día lo verías recostado leyendo poesía, novelas o cualquier libro. A veces no comía, prefería la quietud, la calma, el silencio, podías estar a su lado sin hablar y no importaba, creo que el estar ahí, los dos, significaba mucho, un vínculo de cercanía, amistad o hermandad. Las horas se consumen a su lado, algunas muy tediosas otras a saltos enormes en el tiempo. Él, de vez en cuan-do sacaba un cigarro de marihuana y fumaba, el humo se esparcía por todo el pequeño departamento, volcaba sobre el techo y aterrizaba en la ropa sucia, si hacía frío

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los vidrios de la ventana o espejos se empañaban, él de pie dibujaba en ellos, deambulaba de aquí para allá en ropa interior, me preguntaba si no le era incomodo que lo viera así pero parecía que no, su cuerpo era perfec-to, los músculos sobresalían de entre su piel hinchados, duros y vigorosos, sus venas en los brazos se marcaban de un color verde olivo, el oblicuo externo inferior y la parte inferior en “u” del abdomen camino al vello pú-bico era una cosa de locos, muy sensual, él siempre con su ropa interior entallada, desgastada casi trasparente, la uve en la espalda baja y la ropa interior, de ensueño, no podía decírselo, quizá me prohíba volver a su casa o continuar nuestra amistad, no tengo alguna pretensión sexual con él, simplemente lo admiro como amo las esculturas de Miguel Ángel. En mi imaginación podía desbaratar cada parte de su cuerpo sucumbiendo ante él, sería capaz de dormir en su espalda o sus glúteos to-das las mañanas de mi vida y morder sus carnes hasta morir desangrado, en mi mente todo era posible. He

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Ilustración: Maria Bazana

Técnica: Tinta y lápiz

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pasado muchas horas con él sin decir algo, nada, ni una palabra. Husmeo en sus repisas llenas de pilas de libros, saco los separadores en páginas de revista de diseño y leo sus notas en dibujos rayoneados, su quehacer siem-pre me ha dado curiosidad, me parece muy interesante y me asombra todo aquello que sale de su imaginación. Un día hizo una pintura abstracta muy colorida en una pared, con una cuña afilada desgarró todo alrededor de la pintura, compró un marco antiguo dorado en un bazar y lo colgó pendiendo del techo con alambre es-pecial para lámparas, era un cuadro en 3D magnifico, siempre quise que hiciera algo así para mí, pero nunca he conseguido que lo haga. A veces toma mi agenda y dibuja garabatos, arboles, ramas, rostros desfigurados y aves, pero no me gustan, pienso que lo que hace cuan-do le viene la inspiración es todo, una obra de arte. La silla donde se sienta para seguir leyendo yo se la regalé, era algo monótona, blanca, pero con su ingenio seguro la haría espectacular pensé, después de unos meses que

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El Mollete Literario

—¿Qué has hecho? —pregunta. No sé qué responder, podía decirle todo un sermón, la

verdad prefiero oírlo a él, me sumerjo en el “qué has hecho” y retrocedo dos o tres días, no he hecho algo digno de con-tarse, ser el tipo que se dedica a monitorear que los emplea-dos de una empresa de comunicaciones hagan su trabajo bien, no tiene nada de relevante, se me ocurre decir,

—Lo mismo de siempre, nada importante. Cuando me sirve café y se agacha para ponerlo sobre la

mesa de centro —donde siempre estuve— veo sus piernas perfectamente torneadas, son como paisajes montañosos en donde uno puede perderse –Ponle azúcar a tu gusto —dice acercándome el tarro—.

Siempre me han gustado sus mañanas de domingo, no hace más que leer, despertar tarde para oír música, fumar, comer y ver películas. Después del café, se cepilla los dientes, cocina algo ligero y coloca un poco para mí, su comida y él se van a la cama a seguir así todo el día, a veces he querido

ser él, estar en pijama por la casa, sucumbir a mi cama, despejarme del mundo y dedicar todo el tiempo a mí, el tratar de dar siempre la impresión de ser profesional te lleva a ser un tipo extraño alejado de ti mismo, he visto que me he convertido en alguien peculiar, siempre de camisa fajada, pantalón liso, perfectamente planchado, mancuernillas y re-loj en la muñeca me hacen ser una persona que se siente a gusto, pero no satisfecho. Lo veo a él en calzoncillos y quiero despojarme de mí. La tarde se acerca muy lenta, supongo que, para él a prisa, siempre pasa eso. Falta poco para que se levante de la cama, se vista y salgamos, entiendo que quedar con él para salir, hace que lo empuje a ser y hacer algo que no quiere. Su comodidad me calma, me tranquiliza, deseo estar ahí entre sus sabanas lo que resta del día o la vida, taparme la cara y respirar el silencio mientras pienso en una respuesta coherente a su pregunta.

—¿Qué haremos hoy, vemos películas o salimos? —desde luego yo ya lo he pensado todo y sé qué quiero…

volví a verla, tenía stickers pegados por doquier, una man-cha de pintura amarilla le escurría en una pata y detrás de ella un logotipo que indicaba “peligro”, me fascinó como quedó. Cuando al fin dice una palabra es porque seguro terminó el libro, quiere darme una opinión y yo, seguro quiero escucharlo. Siempre me he preguntado si la erección le viene después de terminar un libro o por el tiempo que pasa acostado, he notado por lo menos cua-tro ocasiones en las que termina de leer, cierra el libro, lo pone en un banco, se levanta para poner a hervir agua, debajo de su ropa un bulto como un baguette se nota hacia un lado, otras ocasiones no fue así, quizá sólo sea una re-acción natural de su cuerpo y no un patrón pos lectura.

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El Mollete LiterarioPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Estos dos vocablos se convier-ten en un binomio indisoluble en la figura del gran escritor y

humanista José Luis Sampedro (Bar-celona, 1917-Madrid, 2013). Define su obra con la palabra “autenticidad”, término que también se le podría atri-buir a su persona.

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Madruga para escribir, porque es cuando las ideas le vienen, y escribe sobre una tabla apoyada en los brazos del sillón. ”La lentitud mayor sin orde-nador me acerca más a mi propia obra y la hace más mía. (…) La tremenda facilidad para corregir que ofrece el or-denador destruye los pequeños defec-tos que son esenciales para el estilo de cada uno y que dan vida a la obra. No me interesa tanto la “perfección” que se logra a cambio”.

Escribe por una necesidad interior y eso le lleva a vivir lo que ha escrito. Nunca ha trabajado buscando fama o dinero. Y es que el éxito le llegó en los años ochenta cuando llevaba desde los cincuenta publicando. Lo que sí ha ne-cesitado siempre es la respuesta de los lectores, ser querido. Porque ese traba-jo solitario del escritor lo compara al naufrago que escribe desde una isla, y la botella que lanza al mar considera que es la novela.

“Escribo con una pasión enorme, la pasión de expresarme. No hay trucos literarios”. Quizá así se entienda que

iguale al escritor con una vaca. A todo lo visto y oído el escritor le da vueltas y vueltas igual que un rumiante.

En sus novelas el tratamiento del paisaje es fundamental, así como el título y el nombre de los persona-jes. Estos presentan calidad humana. Añade que construir un argumento es escoger una posibilidad entre muchas. “En síntesis, pienso que la clave de un libro es situarlo todo en su contexto”. A la hora de escribir ha partido de la premisa de reflejar sus vivencias, sus percepciones y sus sentimientos con la máxima autenticidad: “mi esencia” como escritor pienso que incluye de algún modo mis facetas como econo-mista o como profesor universitario; facetas, por cierto, a las que he dedica-do una parte importante de mi vida”. De hecho, muchos le conocieron pri-mero por sus trabajos de economía, en los que aboga por “una economía más humana y solidaria, capaz de contri-buir a desarrollar la dignidad de los pueblos”.

La literatura es para él el camino

de la vida. Ha leído mucho para docu-mentarse; considera que leer es vivir la vida propia y la de los otros. Como es-critor, persigue la emoción del lector, mucho más que la admiración. De ahí que señale las dos reglas de la escri-tura: primera, sentir la necesidad de escribir y segunda, creerse lo que se está escribiendo.

Confiesa que, de no haber sido es-critor, habría sido músico: primero es-tudió violín y después se pasó al piano, inspirado por su compositor favorito, Chopin.

Fue maestro durante muchos años y su pedagogía se asentaba en dos elementos: el amor mutuo —él creía imprescindible amar a la persona que se enseña, además era correspondido por sus alumnos— y la provocación, unida a la libertad de pensamiento. “Ser escritor y enseñar ha sido la con-tinuación de toda mi vida”. Compara la educación con un árbol. Lo mismo en la semilla como en el hombre hay unas potencialidades que mejorarán o empeorarán según las circunstancias

“Toda la vida ha pregonado lo mismo: la indig-nación ante la indiferencia; la humildad para lle-varse bien con uno mismo; tener felicidad para ser capaz de darla; procurar ser siempre mejor perso-na, no hacer daño a nadie… Persistentemente ha mostrado ser una persona muy comprometida con la vida y con el ser humano”.

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en que se nace y se crece.En 1990 fue elegido miembro de la

Real Academia Española. “La palabra puede ser un bálsamo o un veneno”. Reivindica el poder del lenguaje que le da al ser humano sus alas más po-derosas. Y considera a los escritores, albañiles del lenguaje.

Siempre ha vivido fuera del po-der (fue senador por designación real 1977-1979), de ahí su definición me-diante la palabra chilena “afuerino”.

Gracias a su longeva vida (vivió hasta los 96 años) hemos podido dis-frutar mucho de su lucidez, y en de-finitiva de su eterna juventud. Él la justifica porque ha sabido reírse de todo, incluido de sí mismo, y porque le resulta más agradable tener ese es-píritu que le ayuda a vivir mejor. “Me he hecho a mí mismo. Y, aunque la li-teratura no es la única vía para ello, es la que yo he necesitado”. Está con-vencido de que conversar rejuvenece el espíritu.

Toda la vida ha pregonado lo mis-mo: la indignación ante la indiferen-

cia; la humildad para llevarse bien con uno mismo; tener felicidad para ser capaz de darla; procurar ser siempre mejor persona, no hacer daño a na-die… Persistentemente ha mostrado ser una persona muy comprometida con la vida y con el ser humano.

Precursor en muchos ámbitos, se considera un aprendiz de sí mismo bastante bueno. No duda en afirmar que uno se va haciendo a lo largo de la vida y siempre que se haya apren-dido a pensar libremente escogerá el camino a seguir.

Según su pensamiento, el ser mor-tales agudiza el sentido de la vida. Se apena de que en nuestra cultura no se enseña a vivir; alto y claro clama que “vividor debería ser la profesión de todos”.

Maestro innato, gran comunica-dor, su forma de expresarse ante cual-quiera tiene una única finalidad: ser entendido, por eso ejemplifica mucho. Persona humilde que ha anhelado una sociedad en la que primen los valores, no el beneficio. “En el ser humano

debe prevalecer lo que es intrínseco a él, su pensamiento”.

Resulta un inmenso placer leer y escuchar las sabias e inmortales re-flexiones de este grandioso ser hu-mano. Ese amor que él profesaba en todo lo que hacía (novelas, ensayos, obras económicas, cuentos, teatro) debiera perdurar e impregnar a toda la sociedad. “Siento una cierta en-vidia por el hombre que vive según sus instintos, sin conocimientos ni ra-zonamientos”. “Cada vez me siento más hombre de pueblo. De gente de corazón y de honradez”.

Escribir es vivir, de José Luis Sampe-dro, con la colaboración de Olga Lucas. Areté, 2005.

Publicado con autorización de los autores

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Consideraciones sobre la palabra

De entre las funciones que tiene el lenguaje, la de comunicar parece ser la primaria, sin embargo, para que el fe-nómeno de la comunicación sea posible es preciso que antes se presente una que resulta básica, nombrar, transformar en palabra la experiencia. Es preciso dar-le nombre a aquello que consideramos digno de ser comunicado, incluso se po-dría decir que es preciso nombrar aque-llo que consideramos que existe. En un primer momento nombrar significa también comunicarnos a nosotros mis-mos aquello que a la postre intentare-mos transmitir a los otros. Nombramos la realidad para saber que somos reales, luego la comunicamos. El artefacto más utilizado para realizar estas comunica-ciones sigue siendo la palabra. Sin em-bargo, si la palabra no es otra cosa que una comparación, cómo entonces esta-mos seguros de que ella nos es útil para transmitir mensajes específicos.

La sospecha no es nueva, ya ante-riormente filósofos como Kant, escri-

Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

tores como Celan, pensadores como George Steiner se han detenido ante esta problemática, para ellos como para muchos más, se abre entonces la tenta-ción de caer en el silencio. Sin embargo el silencio, valga el lugar común, no dice mucho y a veces no resulta más práctico que la palabra.

Ante esta perspectiva que parece no ofrecer salida, seguimos prefiriendo hablar, decimos palabras con la espe-ranza de que ellas comuniquen aquello que pretendemos transmitir. Confiamos nuestra suerte a las palabras.

Ahora bien, si es cierto que todos estamos condenados a esta perpetua sospecha, existen algunos que por su oficio quedan del todo expuestos a esta disyuntiva: Los poetas.

El poeta habla, es su esencia, el poe-ta trabaja con palabras, son su materia prima, y además, al poeta se le atribuye la capacidad de nombrar. El poeta es aquel que logra entender las relaciones entre la cosa y la palabra para develar la

verdadera esencia del objeto, darle por tanto nombre y existencia. El poeta es también, así lo define Pound, la ante-na de la raza, el primero en conocer, el obligado a comunicar por primera ins-tancia.

El poeta pues, es el primero en ir des-cubriendo o construyendo las palabras que dan nombre y existencia a las cosas, su relación es por tanto, un necesario conflicto entre la certeza de conocer y la obligación de transmitir aquello que ha conocido, a través de un artefacto con falla de origen.

En adelanto propongo una lectura comentada de dos poemas y poetas que nos hablan de su relación con las pala-bras y las cosas, para finalmente caer en una reflexión sobre cómo las palabras y su relación con la realidad nos tocan de manera cotidiana.

El TigreEduardo Lizalde no necesita mayor pre-sentación, el Tigre de la poesía mexica-

El vocablo palabra deviene del latín parábola (compa-ración), la Palabra es también la unidad lingüística básica para la transmisión de sentido, la RAE la de-

fine como la capacidad de hablar, podríamos decir que la palabra es la capacidad que tenemos para transmitir sen-tido a través de las comparaciones. Extrañamente las defi-niciones del vocablo parecen transmitir ya un principio de equivocidad, la palabra es una comparación, es mejor di-cho, la transmisión de sentido a través de la comparación. Hablamos siempre en comparación.

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na escribió un poema titulado Cada cosa es babel, en este texto Lizalde habla sobre el origen de la palabra, y aunque parece un truco de poeta, lo que nos revela es que la palabra tiene un origen incierto. Reafirma la idea de que el poeta es, o aparenta ser, el productor de las pala-bras, mientras que los demás somos usuarios de ella, aunque también apa-rentamos ser su origen, pero en el fon-do, ni el poeta ni el ser humano común, contienen la posibilidad de dar a luz pa-labras, no sabemos nacer palabras nue-vas, dice Lizalde: Es cierto, la palabra viene del poeta./ La palabra roca/ no es criatura del mármol/ y no viene del hombre a la manera/ que el pájaro aparenta ser invención del árbol.

Las palabras son, para Lizalde, aje-nas incluso a la cosa misma, quien sufre sus consecuencias, la roca se ablanda cuando la nombramos, roca, le digo, /y comienza a ablandarse./Aun la palabra roca no viene de las rocas./La palabra es más den-sa que la roca,/ resquebraja la roca. La roca se transforma a través de las palabras, pasa de lo sólido a lo líquido, pero no define en absoluto el origen de su nom-bre, el nombre sigue siendo un artilu-gio heredado por alguien, no sabemos quién, para que el hombre transforme su realidad. La palabra entonces, apare-ce como un don y herramienta de traba-jo, es apenas una vía de comunicación entre el ser humano y las cosas, el mundo sin rocas del poeta procede, en fin, del mundo de la roca.

Así, para Lizalde, el ser humano es sólo un usuario, la palabra no es tan di-ferente del medio de transporte que uti-lizamos día con día, sea el metro, el au-tomóvil, el avión o cualquier otra cosa; tiene, es cierto, una relación directa con nosotros, pero desconocemos sus fines y desde luego, su origen.

El cienpíesRicardo Castillo es uno de los registros poéticos más singulares de la última mi-tad del siglo pasado, su trabajo en apro-ximaciones al fenómeno poético, parti-cularmente en lo referente a la poesía sonora, poseen no sólo una gran cali-dad, sino pertinencia. Su preocupación por el fenómeno del lenguaje aparece a lo largo de toda su obra, particularmen-te en el poema Cienpíes tan ciego. A lo lar-go de este poema, Ricardo expone sus dudas acerca no sólo del nombre, la pa-labra, que usamos para organizar nues-tra realidad, sino incluso de la relación que la palabra tiene con la cosa y cómo habríamos de entendernos con ellas.

El lenguaje, la palabra, tiene como función primordial la comunicación, pero qué es lo que nos comunican las cosas a través del nombre que les da-mos. Ricardo Castillo acierta cuando dice que hay que Empezar por reconocer que estas letras no son tuyas, las palabras, el lenguaje por más que lo intentemos po-seer, no nos pertenece, seguimos siendo usuarios, nunca dueños. Los nombres nos comunican con las cosas, pero no hacen que las cosas sean nuestras. La palabra, para Ricardo Castillo, sigue siendo un mero eje de conexión, un có-digo descifrable sólo para nosotros, un código entre tantos, porque las cosas ha-cen y hablan, producen un lenguaje im-posible de comprender en su totalidad, la palabra es un descubrimiento casual, probablemente incluso un error:

La puerta habla, pero no es tu voz,/ es la calle, honda,/ que embarcada en vagas trave-sías/ indica la casi casi divina amnesia del simio burro/ que tocó la flauta.

En principio Ricardo Castillo expo-ne más o menos la misma postura de Li-zalde. Las palabras no dicen gran cosa,

no nos pertenecen en absoluto, somos usuarios de ellas, y acaso, en el origen, no estaban destinadas a nosotros. Sin embargo el final del poema nos abre una posibilidad no expresada por el Ti-gre, como usuarios de la palabra, cuál es nuestra relación con ella:

Vengo a mirar las cosas,/ a reconocer su pe-laje que fue mío./ Vengo a tratar de recuperar el sentido/ del magnífico capricho de la trenza;/ un viraje que prometa trapío a la realidad:/ ver-me desde arriba cuando camino por la calle/ o cartas que escribes mientras te pienso.

Para Ricardo Castillo, la relación del ser humano con la palabra, tiene un sen-tido ontológico. La palabra viene al ser humano precisamente para convertirlo en humano, para reconocerse a través de ella en los significados que adquieren las cosas al nombrarlas. Los objetos, las situaciones, los acontecimientos son de antemano humanos, nombrarlos, hacer-los palabra nos integra a ese universo.

El otroPuedo decir entonces con seguridad que no sé de dónde viene la palabra, no está claro que la originen los poetas, que re-sida en el centro de las cosas o que yo mismo pueda producirlas. Partiendo de esto, no me resta sino asumirme como un usuario, alguien que utiliza la pa-labra para transformar la realidad, y quizás más importante, para humani-zarme con ella. Siendo un usuario de la palabra, debiera tener en cuenta que al no saber de dónde o cómo se origina, una de mis responsabilidades habría de ser la de cuidarla, asegurarme de que la palabra siga funcionando como medio de comunicación, sospechoso, es cierto, pero efectivo.

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hermanos, amigos, queridos, amantes e hijos.Pero los hambres saben que es la hora de la siembra, que es la hora en que nuestro jotear, nuestra amars es la pistola que les apunta a la cara y a su bragueta con una flor llena de sangre para hacerles saber que no nos los cogeremos pero que deseamos desnudarles y hacerles ver que la ternura también existe que el dolor el miedo la debilidad deben ser escuchados con amor, enfrentados con cariño, cobijados con fraternidad hasta que los hambres se encuentren hombres que cantan, abrazan y saben bailar entre sí. hHasta que un día ellos se reproduzcan por amor.

2Vatos, esa noche les disfruté tanto, agradecí sus brazos rodeando mi espalda, sus cabezas recargadas en mi hombro, su dejarme mirarlos con cariño.

Atizamos juntos el brasero para que ese fuego nos arropara con sus cálidos labios, con sus sísmicas lenguas soplamos juntos el anafre para que todo ese poder fuera amigable, fuera querido, alimento ardiente al que pudiéramos rendirnos sin temor.

1Vatas,Gracias por enseñarme a alimentar a otros aun cuando el hambre nos siga castigando.

Gracias, pero esta vez cuando el hambre no solo castiga sino que es castigador de tiempo completobajo la forma del amor disimuladamenteentonces el hambre creado por el hombre es todavía peor entre nosotras.

Gracias, vatas, muchas gracias por nutrirnos con su savia amorosa, pero los hambres tienen hambre de injusticia, no quieren deponer el privilegio.

Muchas gracias, amigas, parejas, hermanas, madre,por enseñarnos la prudencia y la fuerza porque esta vez hay que observarles con cuidadito.Pues los hambres son aquellos que producen hambre que reparten hambre y comercian hambre para satisfacer solo sus necesidades.

Los hambres han viciado la ternura, la pasión, la fuerza, el desborde, la pasión, el amor.

Los hambres han viciado las palabras, nuestros labios, nuestras carnes.

Los hambres han viciado a nuestros padres,

Vatas, vatos y vates

Por Canuto Roldán

[email protected]

»Gracias familia, compañeras, hermanes, amores, cariñitos, por su generosidad, compañía, confianza, calorcito y buenos deseos.

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3Vates, escuché hace días el aullido, ese rasguño al aire que corta de tajo y hoy veo que en la manada hace falta alguien, hoy veo que en la manada ya no escu-charemos más algunos gruñires, aullidos y ladrares.El miedo y el llanto y el placer sonará distinto desde ahora. Nuestra jauría pierde hoy voces valio-sas, cada día, voces que un día fueron llamarada y nos dieron luz y calor durante la noche son vueltas cenizas.

Voces que hoy son llamadas, de regreso al silencio, nosotras les hemos acallado, alguna vez.

Voces que se imprimirán en el libro de nuestra memoria, en las páginas grises que no queramos nunca leer pero de las cuales difícilmente olvida-remos su canto. Porque la sangre llama, la sangre tiene voz fogosa, lenguas rafagueadas, labios incandescentes vueltos piedra,

medicina, al fin y al cabo para evaporarnos.

Hasta que un día nuestra voz se vuelva llama, ceniza, piedra ardiente. Hasta que un día nuestro aullar noc-turno se vuelva el canto de las aves matutinas.Hasta que un día el dolor sea ofrenda-do para recibir con amor y volver camino este baile, esta voz, este fuego.

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PRIMAVERA. Estación del año en que se alternan el calor y la lluvia. En al Ciudad de México hay aire fresco durante las mañanas, a veces un cielo nublado que poco a poco se despeja, conforme el sol gana terreno hasta llenar las pieles de sudor en la calle, el metro, la oficina. Luego en la tarde, las nubes regresan traídas por un viento que de pronto anuncia cambios bruscos de temperatura, entonces el aguacero nos toma por sorpresa y la Ciudad se vuelve un poco melancólica: hay un tráfico sereno. Un tráfico que fluye poco a poco como un discurso que nos convence en cada esquina de su existencia y su forma intuitiva de irse acomodando. La noche cae, la tormenta, las ganas de ir a casa, a hacer uso de ese lugar que hemos reservado para escucharnos decir poemas a todo pulmón.

LA CIUDAD DE LOS POETAS. Esta es una ciudad en la que así como la lluvia, de pronto convergen poetas, salidos de casi cualquier lugar: programas de tele, de radio, oficinistas, vendedores de tacos, vende-dores, chamanes, brujas, talleristas, campesines, vagabundes, periodistas, es decir cualquiera, o por decir mejor, cualquiera que siente un amor y arrebato por compartirse en la palabra, a lengüetazo sediento, de manada encariñada. La Ciudad de los poetas es una comunidad impregnada de la alegría y dolor del pre-gonero. Esta es una voz vagabunda, una voz que parece desperdiciada, un cuerpo cansado pero llamado por el andar. Es en fin, una ciudad que opina, que bebe, que baila, que se adentra en viajes narcóticos (por voluntad, sin querer, por mala suerte) y que aun se junta para conjurar, rezar, ofrendarle a sus muertos algunas palabritas, algunos cánticos que los hagan disfrutar un poquito para luego seguir luchando.

PRIVILEGIOS.El poema depone su privilegio escrito, de ser memoria, ser ley para entonces dar paso a la poesía enun-

ciada en círculo, escuchada en búsqueda de la voz común, la que empodera, la que convoca a celebrar en torno a ella para permitirle generar bonanza, repartir la cosecha. Este rito, no misa (no escrito previamente) se convierte en amoríos, una familia que se erotiza, se alumbra, se observa, se acompaña, se recuerda y se educa; una manada que trabaja para que después sea estampida, oleaje profundo, mensaje hondo que sacudirá conciencias, manos y pies.

ERRORES ERRANTES.Nos adentramos cada vez más en la mátrix. Y cada vez es más complicado pero no imposible hacerles

caer. Somos el corto circuito. ¡Salud! ¡Salud y cariño!

PD.Amigues, colegas, maestras, estudiantes y alumnes, gracias por todo su apoyo, por todo su amor. Este

camino nos llevará a reencontrarnos más fuertes, más amoroses la siguiente vez. No escribo sus nombres ahora porque no tengo acceso a internet. La siguiente vez seremos más fuertes. Friends, colleagues, tea-chers, students, alumini, thanks for all your support, for all your love. This way will take us to meet again stronger, more lovely next time. I don't type your names now because I have no access to internet. Next time we will be stronger...

La primavera mexicana

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María Oruña: Un lugar donde ir

La teniente de la Guardia Civil, Valenti-na Redondo, y su pareja Oliver Gordon vuelven a protagonizar la segunda obra

de María Oruña: un thrillerambientado en Suan-ces donde la espeleología, la arqueología y la Edad Media enmarcan una serie de misteriosos asesinatos. Un lugar a donde ir hereda los perso-najes principales de Puerto escondido(Destino, 2015) -su exitoso primer trabajo- y los enfrenta a nuevos retos con una línea narrativa y argu-mental totalmente distintas.

Por Marta Rózpide

»Destino. Barcelona, 2017. 520 páginas.

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Un asesino anda suelto en el pe-queño pueblo de la costa cántabra, pero no se trata de un criminal co-mún. En La Mota de Trespalacios, en las ruinas de una construcción medieval atípica en el sur de Euro-pa, aparece el cadáver de una joven vestida de princesa del medievo con una moneda renacentista entre las manos. Las bromas inundan el cuar-tel entre los más escépticos hasta la llegada del extraordinario resultado forense de la autopsia. La teniente Redondo y sus compañeros buscan huellas por todas partes cuando apa-rece otra víctima en la zona. Las pis-tas, en vez de arrojar luz a lo sucedi-do, son cada vez más inverosímiles.

Nadie puede imaginar quién está detrás del asesino del Sótano de las Golondrinas, como él mismo se hace

llamar. Poco a poco el lector va des-enmarañando la trama a través del narrador omnisciente del que se vale Oruña para enganchar al lector párrafo a párrafo. La construcción narrativa facilita también el interés a la lectura. La escritora y abogada viguesa ha escogido desarrollar su historia a través de distintos espacios temporales. Junto con la línea prin-cipal, la investigación de Redondo y su equipo, se intercalan de forma sencilla y natural los capítulos pro-tagonizados por las aventuras de un grupo de espeleólogos, la búsqueda del hermano desaparecido de Oliver Gordon y las cartas del asesino en las que desvela tímidamente detalles de su mundo telúrico oculto.

Un lugar a donde ir se dibuja como un juego de entretenimiento e inte-

ligencia en forma de “thriller reflexi-vo”. La escritura de Oruña destaca por el interés en la psicología de sus personajes llenos de matices. Cada uno de ellos busca una dirección en su vida: amor, conocimiento, tranquilidad, venganza, justicia… Y hasta los personajes más insigni-ficantes e intermitentes en la obra reflejan un laborioso trabajo de in-trospección y búsqueda interior por parte de la autora. A través de las páginas de esta nueva entrega Ma-ría Oruña se apuntala dentro del mundo literario como una escritora con recursos, buena capacidad des-criptiva y empática y una poderosa imaginación. ©

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Joyce Carol Oates: El señor de las muñecas y otros cuentos de terror

Desde hace ya tiempo (tanto que resulta complicado hablar de fechas) existe algo que podría catalogarse de “debate”: si el

relato es un género menor o no. Utilizando como vara de medir, por supuesto, la novela. Unas voces defienden la complejidad de desplegar una histo-ria, una idea a lo largo de cientos de páginas; un trabajo exigente en cuanto a estructura y desarro-llo de personajes. Otras, lo mismo pero a la inver-sa: la suma dificultad de concentrar en unas pocas líneas, en unas pocas páginas la narración de una idea que merece ser contada.

Por Paulo García Conde »Traducción de Laura Vidal. Alba. Barcelona, 2017. 296 páginas.

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El de Joyce Carol Oates es un nom-bre que acostumbra a sonar con cierta fuerza cada vez que la proclama de un nuevo Premio Nobel de Literatura se avecina. Su bibliografía la hace desta-car, en primer lugar, como una autora prolífica y arriesgada, tanto por la varie-dad de géneros que domina como por la heterogeneidad de los temas que trata. Nada parece resistírsele: novela, rela-tos, poesía, teatro, ensayo… Esta vez, la editorial Alba ha apostado por publicar una pequeña antología de cuentos de su autoría pertenecientes, a priori, a un mis-mo género: el terror.

Lo primero que podemos compro-bar, sin embargo (incluso con echar un somero vistazo a la contraportada), es que para la autora estadounidense el terror es una categoría que adopta mu-chas formas. Desde el miedo puramente visceral hasta el suspense más intenso tienen cabida en sus relatos. “El señor de las muñecas”, historia que encabe-za la presente selección, aborda desde una voz en primera persona la (en apa-riencia) inocente obsesión de un joven

por coleccionar muñecas ajenas. En ella sobresal-drán algunos in-gredientes que se repetirán en los cuentos que la su-ceden como, por ejemplo, el juego con un concepto

muy empleado en este tipo de narrati-va: el del “no todo es lo que parece”. De igual manera, el relato que lleva por título “Soldado” vuelve a recurrir a un narrador interno poco fiable, que in-tentará (no siempre con igual acierto y esfuerzo) defender su inocencia respecto a un crimen racista del que se le acusa.

La tercera de las historias, “Acciden-te por arma de fuego. Una investiga-ción” resulta una de las más atractivas por la originalidad de la voz concebida para abordar unos hechos que tuvieron lugar muchos años antes del presente desde el que se narra. Hanna es ahora una mujer incapaz de olvidar un oscuro acontecimiento del pasado al que deci-de hacer frente; sin embargo, su mirada adulta se conjuga con habilidad con la de la niña que fue cuando ocurrió todo. En “Ecuatorial”, por el contrario, nos encontramos con una propuesta dis-tinta: un narrador en tercera persona relata la experiencia de un matrimonio de viaje por las islas Galápagos. La voz, sin embargo, se apoya en la figura de la mujer, cuya singular personalidad pro-

vocará que el lector dude acerca de la fiabilidad de su juicio, así como de la ho-nestidad de sus pensamientos. Aunque ello implique también albergar dudas respecto al marido.

Los dos últimos cuentos son “Ma-maíta” y “Misterios S. A.”. En el prime-ro, la protagonista es Violet, una niña desatendida, con dificultad para hacer amistades. Aunque la propuesta pueda resultar de entrada bastante simple, Ca-rol Oates consigue mantener la tensión en el relato al dar profundidad a una cuestión tan sugerente como lo es el “¿qué es mejor y qué es peor?”. En el úl-timo, Charles Brockden es el pseudóni-mo que el narrador utiliza para enmas-carar su identidad, con el objetivo de engañar y deshacerse del propietario de una librería antigua (que lleva el nom-bre del relato) para así poder adquirir el ansiado establecimiento. Pero, a pesar de sus meticulosos planes, es posible que no todo termine saliendo tal y como se hubiese podido imaginar.

Estas seis historias, que pueden ser consideradas como relatos largos o in-cluso novelas cortas, suponen un ejerci-cio de indagación por aquellos recodos más oscuros de la mente humana. Una mente que no solo es propensa a enga-ñar a terceros en su propio beneficio, sino capaz de traicionarse a sí misma. Un ingrediente que Joyce Carol Oates utiliza con acierto y mucho pulso, a tra-vés de una prosa tan sencilla en su forma como compleja en su fondo.

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