Munni Bai, de Pepe Lara

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'Muni Bai' es un relato poético, un vaivén onírico de aquí a la India. El autor lo ha concebido a partir de una rara noticia en el periódico comentando brevemente la muerte de una bandida de aquel país en una emboscada del ejército. Escrita con ortografía andaluza, es capaz de transmitir multitud de emociones en tan solo unas páginas. Se edita en versión manuscrita junto con su trascripción tipográfica en castellano.

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Supongo que la misma ciencia que nos mata y nos condena será la que nos resucite y libere, una vez abolida la estupidez en el mundo.

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Así que transcurra la noche y el alba sea una hoja de plata, el mar un sueño...

Sea el mar un reino poético...

El mar sea una tumba...

Me embriaguen las algas con su olor y frescura, me sacudan las olas cuando me abandone a su sal...

Me embriague la sal con su beso de sueño...

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Comienza la batalla nocturna. Hay gigantes sin cabeza. La leche de la madrugada se esparce por las calles. Las tapas de las alcantarillas se cuartean con la humedad. Las ratas tienen ojos para cenar.

Los paisajes de la memoria eran surcados por trenes. Menta bajo los puentes de hierro. Al lado estaba la orilla del río, el agua sucia y los peces, angustiados por la mierda no comestible.

Era lento el camino a los paisajes de Don Quijote y sus ideas.

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Alcohol desaborido que por las noches me matas, tú y el humo fuisteis la droga de mi abuelo y de mi padre...

Quisiera solamente disiparte, exigir, o tu muerte o la mía.

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Deseó que la estatua se despertase, que la estatua recuperase la memoria. Deseó verla parpadear.

¡Cuánta hoja de árbol esturreada por el suelo! ¡Cuánta tristeza le produjo verlas! Imposible cantar o gruñir.

El vientre se le descompuso repentino. Pensó en la fiebre que lo corroía y en los malditos hados que lo llevaron al lugar.

Allí mismo, entre mustias hojas y flores invernales, se desabrochó el cinto, se bajó los pantalones y el cuerpo entero se le aflojó. No le supo mal el tufillo caliente en la nariz ni el frío aire en los huevos.

Nada de lo cual fue entendido por la Autoridad.

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La luna era un beso que la fiebre se encargaba de borrar.

Hablaba con el calefactor mientras en un jarrillo calentaba agua para el té. Sonaba la radio por sonar: ¡Ay claveles de febrero que dais embeleso a mi almohada...!

El lunes la vuelta al trabajo, calentar las lentejas, ahogar el domingo en una cerveza y un plácido sueño, pensando en la locutora del telediario...

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La luz entra por la ventana.

El calor del verano disuelve las líneas de la habitación y un insecto ínfimo me recorre el pensamiento.

Miré mis manos y pensé si con ellas sería posible detener la gran rueda dentada que mueve al imbatible tiempo.

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La piedra, aguda arma, fría, estática...

El tiempo es lo que duele de la piedra, y el tiempo no es otra cosa que la imposibilidad de arrancarse un sueño del lugar que ocupa ahí dentro, por detrás de la frente.

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Pensé adentrarme en la selva, cruzar la puerta boca que se me ofrecía en la ensoñación. Al otro lado estaba la selva, su frescura verde y sus múltiples sonidos...

La luz era capaz de entender el pensamiento del ojo, sus más íntimos deseos.

La luz podía robar nuestro propio sueño, llevárselo a las antípodas y allí calcinarlo, disolverlo con ácidos y mandar los restos más allá de Saturno...

Pero la raíz estaba en la piedra, y la piedra está en nuestro alma.

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En el matemático mundo faltaban el aire, el agua y el territorio, elementos todos ellos necesarios a tu espíritu.

Consideraste la matemática caja que te contenía como un ente antinatural.

En tu bolso encontraste una llave; en la caja había una cerradura.

Cuando abriste aquella matemática puerta conociste la selva.

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Besó los pechos de la luna llena en señal de sumisión. Dio un paso hacia adelante y respiró muy hondo.

Hacia sus sentidos venían las cosas, todo entraba en tropel hacia su conocimiento. Como si por fin lo prohibido se le permitiese.

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Y como la luna llena le era propicia, se adentró en la selva y soñó.

Soñó que las lianas habitaban su cama cada plenilunio; lianas vellosas y frías al tacto...

Por suerte ella no estaba en la cama mientras soñaba, y veía la escena desde un lugar impreciso entre las hojas de los árboles.

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Y por tanto comenzó a imaginarse que las balas venían a buscar sitio en su carne, y el cuerpo se le hacía más pesado que ninguna vez en su vida. Se sintió tan cansada que no le importó cómo se le enfriaba la sangre al chorrear sobre la fresca hierba... No le importó que estaba muriéndose; era ya tanto su cansancio, pesaba tanto el plomo que se le había metido...

El suelo de la jungla reclamaba su cuerpo por propio derecho, cariñosamente, queriéndola rescatar del ensañamiento de aquéllos que disparaban...

Por eso se dejó caer, se olvidó ya para siempre de los verdugos y gastó su último rinconcito de fuerzas en sonreir mirando las copas altas de los árboles y un rodal de cielo azul, muy azul. tanto que en sus abiertos ojos parecía que había agua.

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Con un cierto mal sabor de boca se enturbiaron los charcos del suelo, se pusieron nerviosos los peces cabezones y los zapateros se escondieron entre las hierbas de la orilla.

Los monos y los pájaros habían huido espantados por los tiros; el aire se quedó quieto y tan solamente las serpientes estaban viendo lo que pasó en ese tiempo.

Pensó que la muerte daba mucha sed y que la cantimplora estaba agujereada por una bala.

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Podrían pasar tantas cosas, hermosa de la luna, pueden ser tantas las posibles combinaciones de los elementos, que, por si acaso el mundo se terminara repentino, te digo lo que estás oyendo.

Que me trocearan todo el cuerpo menos la lengua me parecería un precio caro... Pero lo hubiera pagado gustoso por lamer tu hombro alumbrado por la luna.

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Días de juventud. Estos versos me recuerdan a ti. Esta madrugada tiene el sabor de tus encías y el tacto de tus muslos. El olor de la parra me habita en un rincón del cerebro.

Ardieron las rastrojos, pero la memoria era incombustible.

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Mientras ella dormía entraron en la habitación, a lo largo de las horas, varios cientos de mariposas, por la abierta ventana, entre los visillos blancos; aletearon círculos en el aire y, finalmente, se posaron.

Porque se despertó las vio sobre su cara y sus manos, en las sábanas y las cortinas, por todas partes.

Pensó que la única manera de liberarse de aquel sueño de mariposas sería volviéndose a dormir...

Y así lo hizo.

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La noche se hacía mágica y su único pensamiento era el de las muchas flores que imaginaba en cada uno de tus besos.

Los senderos se llenaban de vida y en sus bordes yo solamente veía muchas flores, las cuales imaginaba ser besos tuyos que, pensaba yo, habían de poseer una arquitectura vegetal.

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Dejó que amaneciera, como si hubiera estado en sus manos el evitarlo. Pájaros y monos comenzaron a chillar... Suspiró y siempre recordaré su boca mientras suspiraba.

Amanecía y había algo pequeño, insignificante. Quise desconectar la máquina del pensamiento, pero mi sensación no era otra que aquella de que sus ojos me andaban mirando.

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Que en la selva no había hoteles ni discotecas, ni aparcamientos subterráneos... Todo eso le pareció bien y así era además su deseo.

Se sintió feliz durante muchos años, en pleno entendimiento con todas y cada una de las demás especies de aquel hábitat.

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Entonces fueron apareciendo los policías, y el paisaje se hizo otro.

Mientras dormía oyó el enigmático lenguaje del odio y la cacería. Los demás habitantes de la jungla andaban asustados, huidizos, enormemente rece-losos.

Ya no había más sueños. La boca se llenaba de tierra y su sabor era desagradable por primera vez; rechinaban los dientes y las muelas se le caían a cachos. La arena saltaba y se metía en los ojos; le brotaban lágrimas y las pestañas se le rompían.

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Con un claro amor a la lluvia y a los distintos seres que del agua se generan: charcos, arroyos, sonidos, olores y otros líquidos seres que decían del alma de la jungla.

Aquella líquida envolvencia tenía mucho de pretérito, tranquilizaba demasiado. Recordaba el tiempo en que no se ha nacido pero ya se es.

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Me iría a caminar por los rinconcillos del mundo selvático. Me fragmentaría y distribuiría por entre los laberintos arbóreos. Dormiría un mágico sueño de hierbas, lirios morados y agua.

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¿Qué extraños mundos nacían de lo onírico y se adueñaban de la madrugada? ¿Por qué era tu frío?

Los ángeles de la tormenta sacudían sus largos cabellos; el relámpago asustaba a las chimeneas de las casas. En el alma de sus habitantes se fabricaban monstruos.

Y al despertar no había nada entre las manos.

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La noche llegó a durar tanto como siete mañanas juntas.

El río era un gran animal que arrastraba su propia pena, con los ojos cerrrados.

A ras de la hierba el mundo era de otra manera: larvas, flores, raíces, el barro y el guijarro, briznas vegetales...Y también los ojos de dos Rafaeles y de Munni Bai.

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¿Adónde ibas tan de mañana? Tu camino parecía ya determinado; pero volvías la cabeza.

Me imaginaba que era muy lejos adonde te ibas; que los telones del tiempo caerían infinitos... Pero volvías la cabeza y decías algo.

Cuánto me hubiera gustado ser libre cuando llegaba a El Realejo, pero una cadena de hierro me tenía amarrado a tus ojos.

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Las cosas sucedían en domingo. Munni Bai desayunó su leche con pan de todas las mañanas. Mientras comía, levantó la mirada varias veces hacia la cara del chivato, que estaba sentado junto a la chimenea...

Se odiaban en silencio...

Y no lo mató hasta que apuró el tazón... Entonces hizo entrar una bala en los pensamientos que había tras unos ojos con miedo. Cayó sangrando sobre las trébedes, gruñendo como último recurso para reclamar su perdida fiereza de perro policía que muere por el amo.

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La eternidad se caracteriza por andar reconstruyéndose interminablemente a sí misma. Y cada reconstrucción es una combinación de átomos distinta a todas las demás combinaciones.

Podemos decir, pues, que la materia que nos compone es eterna; pero no nuestra alma, la cual nace y muere a la vez que su ciclo correspondiente.

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Es reconocido por todos los antropólogos que en toda jungla o bosque hay una puerta, traspasada la cual se accede a regiones de otra dimensión.

Así fue que ella buscó esa puerta para escapar de los vampiros policiales; sin encontrarla.

De todas maneras voy a decir que cuando la mataron, que cuando estaba ya prácticamente muerta pero tenía el tiempo de ver lo último de su vida, vio las copas de los árboles verdes y un trozo de cielo muy azul.

Se murió contemplando la puerta.

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En una mesa próxima una mujer comía huevos con patatas y me enseñaba las piernas, diciéndome cosas con los ojos mientras masticaba.

A los postres, me miró fijamente, con la boca más libre para sonreír y hacerme mohínes. Se abanicó con la mano y se bajó un poco el escote del vestido; se echó para atrás separando las rodillas y reman-gándose la falda. Era una hembra grande y hermosa...

Los gorriones piaban la siesta en los árboles de la calle...

En verdad que deseé morder sus hechas carnes, sus grandes piernas, y echar a rodar por las laderas de sus pechos...

Lástima que, una vez terminado el café, ella se pusiera en pie para marcharse con su acompañante, no sin antes haberme dejado ver claramente sus muslos...

Terminé de pelar la naranja y me la comí, pensando en el vaivén de sus caderas, andando por la acera y volviéndose para ver si yo la había seguido.

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El bosque sabía a besos.

Se dejaba llevar por un orgullo planetario hacia el alma más honda de los árboles y su corazón libertario.

El bosque sabía a besos y ella se dejaba llevar por su orgullo planetario.

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Al claror del alba se despertaron los burócratas y sus rehalas de policías.

Los oficiales se afeitaron y untaron una olorosa loción. Los centinelas bostezaban comidos de mugre.

Y todos tenían la dignidad podrida.

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Cuando subió el sol, Munni Bai se bañó en un río de la jungla, descansó a la sombra de una encina, olió la jara y el romero, recogió sus cincuenta balas, su lápiz de ojos, su barra de labios y la tierra de lavarse el pelo. Sabía que la buscaban.

Pero aquel día no la encontraron.

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¿Qué me cuentas si ya no hay flores? ¿De qué paraíso me estás hablando...? Dame otro papelillo y otra cerveza. De nada me sirven los sueños que vendes en tu tienda; mi aparato de soñar se averió hace un tiempo. Pásame el otro mechero, que éste se ha quedado sin gas.

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Desnúdate; quiero tocarte y sobran tus ropas. Las palabras pueden ser hermosas, pero déjalas para mañana; aquí en la era no sirven. Tira el diccionario debajo de la cama, deja que te diga caricias, cambiemos mil palabras por el sabor de tus pechos, la descripción de la luna por la redondez de tu ombligo, el posible encanto de Saturno por la certitud de tus ingles.

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Basta de mentiras y de hipocresía; lo que se desea es deseable y lo que duele, duele. Llamemos al coño coño, a la mierda mierda y al crimen crimen.

No más enredos con las palabras.

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6/INTERNACIONAL La policía india mata a una célebre bandida

AFP, Nueva Deli La policía india mató el sábado a

una célebre bandida, Munni Bai, acusada de decenas de asesinatos y robos y por cuya captura o muerte las autoridades ofrecían una recompensa de unas 110.000 pesetas.

La muerte de Munni Bai ocurrió a unos 250 kilómetros al sur del valle de Chambal, zona que es conocida como el Oeste salvaje de la India y que durante siglos ha sido el santuario del bandolerismo.

Según las autoridades indias, en el cuerpo de la bandolera fueron hallados 50 cartuchos de bala y varios productos de maquillaje. Su captura ocurrió tras varios días de persecución que siguieron al asesinato, por Munni Bai, de un confidente de la policía.

El Valle de Chambal es un territorio que comprende una superficie de 20.000 kilómetros de bosques. El estacionamiento en la zona de unos 1.200 soldados ha logrado disminuir, según la policía, el número de grupos de bandoleros, que, en los años setenta, alcanzaba la cincuentena.

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