LOW RODOLFO - Derrote La Jaqueca

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AUTOAYUDA RODOLFO LOW DERROTE LA JAQUECA Cómo evitarla mediante una dieta adecuada

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AUTOAYUDA

RODOLFO LOW

DERROTELA JAQUECA

Cómo evitarla mediante unadieta adecuada

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(Contraportada)

DERROTELa Jaqueca

Desde este instante la jaqueca ha dejado de ser un dolor para el cual no hay esperanza de curación. Un procedimiento fácil de seguir y clínicamente comprobado les traerá un alivio total y permanente a quienes padecen este trastorno.

Casi sin excepción, quienes sufren de jaqueca experimentan los mismos síntomas: dolor de cabeza pulsátil y recurrente, de duración, intensidad y frecuencia variables, muchas veces precedido por perturbaciones visuales y acompañado de irritabilidad, aversión a la luz y, a veces, vómito.

No más diagnósticos. Llegó la hora de actuar. La primera regla de oro es eliminar el dulce en cualquiera de sus manifestaciones. De otro lado, seguir una dieta rica en carbohidratos y nunca pasar más de tres horas sin ingerir algún tipo de alimento.

La jaqueca es una enfermedad crónica, y para lograr eliminarla se requiere una autodisciplina constante. Es necesario un cambio radical de vida y este libro le enseña cómo alcanzarlo.

Rodolfo Low nació en Alemania, donde se doctoró en bioquímica. Fue profesor de química en la Universidad Nacional de Colombia, rector de la Universidad de Santander y asesor de la Fundación Ford en ciencias y tecnología. En la actualidad vive en los Estados Unidos. (Ya murió).

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Edición original en inglés:VICTORY OVER MIGRAINE

de Rodolfo Low Maus.Una publicación de Henry Holt and Company, Inc.

115 West 18th Street New York, N. Y. 10011Copyright © 1987 por Rodolfo Low.

A mi esposa

La investigación en la cual se basa este libro fue parcialmente financiada por dos donativos de la Fundación Ford.

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Contenido

PrólogoIntroducción

1 Historia de un caso2 ¿Qué es la jaqueca?3 Mi búsqueda de una respuesta4 Infortunio dulce5 Azúcar y dolor de cabeza6 Producción característica de insulina en los enfermos de jaqueca7 Azúcar refinado contra azúcar natural8 Jaqueca y medicinas9 Desórdenes mentales y jaqueca

10 Algunos hechos interesantes acerca de la jaqueca11 ¿Por qué insistes?12 Tratamiento13 Lectura de etiquetas14 Conclusión

Glosario de términos técnicosBibliografía

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Prólogo

Conocí al profesor Rodolfo Low a finales de 1982 y, por coincidencia, nuestra conversación nos llevó a un tema de interés común. Desde hace muchos años me he interesado en la relación entre los niveles de azúcar en la sangre y la enfermedad de Ménière, dolencia que se caracteriza por episodios recurrentes de mareos agudos, pérdida de la audición y ruidos en los oídos. El profesor Low dedicó veinte años de su vida a demostrar que la jaqueca está directamente relacionada con los niveles de azúcar en la sangre y que, en personas genéticamente predispuestas, es consecuencia de un páncreas demasiado activo. El exceso de insulina producida por esta glándula endocrina estimula la secreción de hormonas antagónicas, las catecolaminas, las cuales, a su turno, estimulan la producción de prostaglandinas vasodilatadoras que inician el ataque de jaqueca.

Debo confesar mi inicial escepticismo con respecto a esta teoría. El profesor Low me mostró una serie de gráficas que indicaban una producción demasiado alta de insulina en decenas de enfermos de jaqueca a quienes les había aconsejado cómo aliviar sus dolores de cabeza. Enfáticamente sostuvo que la migraña se puede evitar mediante una dieta rica en hidratos de carbono naturales; repito: rica, no pobre, como se recomienda con tanta frecuencia en las dietas para controlar la hipoglucemia. Sin embargo, las comidas deben estar completamente exentas de azúcar refinado y deben tomarse a intervalos exactos, ajustadas a un estricto horario. Este régimen no es difícil. El profesor Low afirmó que más del 90% de los enfermos que padecían de jaqueca comprobada y que habían seguido rigurosamente sus recomendaciones se habían aliviado en forma permanente de su suplicio.

Como esto era difícil de creer, le propuse que viniera a los Estados Unidos y repitiera sus investigaciones en nuestro laboratorio bajo los auspicios de la Hearing Education and Research Foundation. Esta fundación está dedicada a la investigación sobre las causas del mareo y de la pérdida del oído. Desde hacía muchos años se sabía que, con alguna frecuencia, la enfermedad de Ménière y la jaqueca se presentaban en forma simultánea en un mismo paciente, y era necesario investigar más a fondo esta relación. Hace tres años que estamos estudiando este problema y debo declarar que hemos confirmado las investigaciones del profesor Low en nuestros propios pacientes, entre ellos muchos que no se habían aliviado con los tratamientos usuales para la jaqueca a que habían sido sometidos durante muchos años de sufrimientos.

Este libro relata la historia de las experiencias y de las investigaciones del profesor Low y ofrece un resumen claro de sus hallazgos, ilustrado con las historias de algunos casos. Se presenta para estimular el análisis crítico y la continuación de las investigaciones. También tiene el objeto de servir como guía práctica para ayudar a las personas que padecen de jaqueca a eliminar su padecimiento.

Los resultados obtenidos por el profesor Low son sin duda asombrosos y su teoría, comprobada experimentalmente, es lógica y fácil de entender. Lo que no es tan fácil de entender es por qué ninguna de las muchas entidades del mundo entero dedicadas exclusivamente a las investigaciones sobre la jaqueca no había llegado antes a la misma conclusión. Parece que es una creencia común en el campo científico que las preguntas difíciles deben tener respuestas difíciles y así, frecuentemente, se olvidan los caminos más sencillos. El profesor Low ha encontrado lo que resulta ser una respuesta relativamente sencilla a una pregunta difícil. Y lo que es más importante: demuestra que para las personas que sufren de jaqueca es muy sencillo eliminarla de sus vidas.

Fredric W. Pullen II, MD.

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Presidente de la Hearing Education and Research Foundation - Miami (Florida)

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Introducción

El siglo xx ha sido, sin duda, una edad de oro para la medicina. El descubrimiento de la penicilina en 1928 por Alexander Fleming ha añadido, por sí solo, muchos años a la duración de la vida humana. Antes de la introducción de los antibióticos, una cortadura o un rasguño purulentos se consideraban motivos justificados de alarma, y los neumococos cobraban millones de víctimas cada año. La tuberculosis, el terrible asesino de generaciones pasadas, puede detenerse ahora mediante el tratamiento con las nuevas drogas “milagrosas”, como la estreptomicina, la isoniacida o el ácido paraaminosalicílico, y puede controlarse mediante el uso de rayos X y pruebas cutáneas para su detección precoz. La terapia por medio de la insulina le ha brindado al diabético, antaño condenado a muerte, la oportunidad de vivir una existencia relativamente normal. Las madres de los años 40 y 50 debían estar siempre alertas a los signos de la omnipresente enfermedad que tantos inválidos producía: la poliomielitis. ¿Quién que sea lo bastante viejo para recordarlo podrá jamás olvidar las severas advertencias de la “temporada de la parálisis infantil”?: “¡Cuidado, no te resfríes!”; “¡No te fatigues demasiado!”; “¡Evita zambullirte en la piscina del vecino!” Afortunadamente, ahora esto sólo son recuerdos. Gracias al descubrimiento de las vacunas de Salk y de Sabin y a su uso continuado, la poliomielitis ha sido prácticamente erradicada. Los trasplantes de órganos se han realizado con éxito y se ha generado nueva vida en un medio artificial, fuera del útero materno.

En el año 1900 en los Estados Unidos la esperanza de vida era de 47.9 años para los hombres y de 51.1 años para las mujeres, y en el año 1984 se elevó a 71.1 y 78.3 respectiva-mente. Estas cifras indican un aumento de aproximadamente 48% en la esperanza de vida para los hombres y de 52% para las mujeres. Todos los indicadores señalan un aumento cons-tante en la esperanza de vida, con un incremento todavía mayor a causa de los avances en el control de las enfermedades cardiovasculares y del cáncer. En consecuencia, médicamente hablando, hay un futuro brillante para esta generación y las siguientes.

Sin embargo, todavía quedan muchas preguntas sin responder que asedian a las autoridades médicas, preguntas para las cuales sólo existen contestaciones como “No sabemos” o “Podemos ensayar esto”. El paciente se siente aún más frustrado con una respuesta tan corriente como “Probablemente sólo son sus nervios”. ¡A cuántos de nosotros nos han recomendado tomar unas vacaciones o cambiar de empleo como solución para dolores inexplicables! Tal vez estas molestias no nos causarán la muerte, pero a lo largo de los años contribuirán en gran medida a disminuir nuestro bienestar y nuestra tranquilidad.

Y es precisamente a aquellos que sufren de un desorden de esta naturaleza a quienes va dirigido este libro. La jaqueca no es un “dolor de cabeza misterioso” para el cual no hay espe-ranza de curación. En este libro se describe un procedimiento fácil que traerá alivio completo y permanente a las personas que padecen este trastorno, generalmente considerado in-superable para nuestro estado de conocimientos actual. A pesar de referirse a hechos científicos, el texto está escrito en un lenguaje sencillo, a fin de que el lector común pueda entender sin dificultad el mensaje que contiene.

En estas páginas se presentan muchos conceptos nuevos, especialmente la explicación del mecanismo orgánico responsable de los ataques de jaqueca. Sin embargo, varios puntos tratados aquí se conocían desde hace muchos años, aunque otros investigadores los pasaron por alto. La historia principia en 1922 con el descubrimiento de la insulina, hormona produ-cida por el páncreas y utilizada para aliviar los síntomas de la diabetes. Los diabéticos tienen un nivel de azúcar en la sangre superior al normal, o hiperglucemia. Esta condición es el resultado directo de la incapacidad de su páncreas para producir suficiente insulina. Al

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inyectarle esta hormona al paciente, se restablece el nivel normal de azúcar en la sangre y los síntomas de la enfermedad desaparecen.

El uso de la insulina implica, sin embargo, ciertos peligros, pues una dosis excesiva de esta hormona hace descender el nivel de azúcar en la sangre por debajo del valor normal, condición conocida como hipoglucemia, la cual engendra una serie de síntomas extraordinariamente desagradables que, en casos extremos, puede llegar a producir la muerte del paciente, si no se le administra inmediatamente suficiente glucosa.

Solamente dos años después del descubrimiento de la insulina, un profesor de la Universidad de Alabama (Estados Unidos), de nombre Seale Harris, observó que ciertos individuos presentaban espontáneamente síntomas similares a aquellos que manifestaban los diabéticos que habían recibido una sobredosis de insulina. En estos casos, no obstante, es el páncreas demasiado activo el que produce los síntomas característicos al generar demasiada insulina y hacer que el nivel de azúcar en la sangre descienda por debajo del valor normal. Harris le dio a esta afección el nombre de hiperinsulinismo y publicó sus observaciones en 1924 en la revista Journal of the American Medical Association.

Es de especial importancia el hecho, descrito en detalle en este libro, de que ciertos productos, en particular el azúcar, pueden estimular la producción de una cantidad anormal-mente alta de insulina en individuos cuyo páncreas es excesivamente activo, ocasionando hipoglucemia.

Es necesario aclarar que en la terminología médica moderna la palabra hipoglucemia sólo se usa cuando se cumplen ciertas circunstancias, especialmente cuando los síntomas más fuertes se presentan simultáneamente con los niveles más bajos de azúcar. Cuando estas condiciones no se cumplen, como en el caso de la jaqueca, se usa en cambio el término síndrome posprandial idiopdtico. Sin embargo, como se trata solamente de un asunto de semántica, en este libro se usará el término hipoglucemia o el término hiperinsulinismo, con que se denomina la causa más frecuente de un nivel demasiado bajo de azúcar en la sangre.

La literatura sobre este tema menciona repetidamente al dolor de cabeza como un síntoma de la hipoglucemia. Sin embargo, el término específico jaqueca no se asoció con niveles de azúcar en la sangre en las primeras publicaciones, pero posteriormente salieron a la luz varios artículos que demuestran que esta relación efectivamente existe. En un artículo aparecido en 1949 en el American Journal of the Medical Sciences, el profesor C. E Wilkinson Jr., de la Universidad de Michigan, recomienda inclusive que se abandonen los términos migraña y jaqueca y que en su lugar se utilice el de dolor de cabeza hipoglucémico.

Esta, pues, era la clave para prevenir los ataques de jaqueca, pero desafortunadamente esta hipótesis se olvidó por muchas causas, especialmente por el desacuerdo existente entonces respecto al tratamiento específico para el hiperinsulinismo. En efecto, mientras unos autores recomendaban una dieta rica en proteínas y completamente desprovista de hidratos de carbono, otros insistían en una dieta rica en éstos. Esta circunstancia desvió el rumbo de las investigaciones, y se perdió la oportunidad de aliviar a las personas que padecían jaqueca. La finalidad de este libro es enmendar este error.

Los muchos años que he dedicado a la investigación en este campo tuvieron origen en una necesidad personal. Sencillamente decidí no seguir sufriendo de esta enfermedad y encontrar la explicación de su causa y la forma de evitar los ataques. Afortunadamente lo conseguí, y es mi deseo ayudar a los millones de enfermos de jaqueca a librarse también de esta tortura. Es así mismo mi deseo informar a los médicos que tratan esta enfermedad acerca de los resultados de mis investigaciones y de la manera de erradicar este mal.

Los casos que se presentan en este libro son auténticos, pero los nombres, las circunstancias y los lugares son ficticios con una sola excepción, a saber, el nombre del doctor Jorge Villabona, el médico que me estimuló a iniciar la investigación sobre la jaqueca.

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No quiero terminar esta introducción sin expresar mi gratitud al doctor Fredric W. Pullen, quien me invitó a venir a los Estados Unidos a repetir las investigaciones que ya había hecho en otro lugar, y a los doctores B. Todd Troost y Larry A. Pearce, director y profesor, respectivamente, del Departamento de Neurología de la Facultad de Medicina Bowman Gray, de la Universidad Wake Forest, Winston-Salem, Carolina del Norte (Estados Unidos), por ensayar y demostrar la validez de mi procedimiento para aliviar la jaqueca.

También estoy muy agradecido con el señor Nelson Buhler por su interés en lograr la publicación de este libro; con doña María Consuelo Casas, quien realizó miles de ensayos de laboratorio en relación con este trabajo; con el doctor Norton Canfield, quien me brindó la colaboración necesaria para el buen resultado de este esfuerzo, y con Carol A. Albright por su invaluable ayuda en la preparación del manuscrito.

RODOLFO LOW

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1HISTORIA DE UN CASO

En una tibia noche de julio de 1968 mi esposa y yo fuimos invitados por el profesor Eduardo López y su esposa Alicia a asistir al primer concierto público de su hija Ana. Éramos amigos del profesor López desde hacía bastante tiempo, por lo cual la destreza de Ana como pianista, adquirida a lo largo de muchos años de intenso estudio, nos era bien conocida. El profesor López estaba de muy buen humor y saludaba exultante, lleno de orgullo paternal, cada vez que se encontraba una cara conocida. Naturalmente, muchos amigos y familiares asistían al debut de Ana, y la sala de conciertos estaba casi llena cuando llegamos.

Alicia, la esposa de Eduardo, se veía tensa, probablemente por la preocupación de que la actuación de su hija no fuese bien acogida.

— ¡Está tan nerviosa! — nos dijo, refiriéndose a su hija —, y uno de sus dolores de cabeza le estaba empezando cuando salíamos de la casa esta tarde. ¡Se parece tanto a mí! Siempre me da jaqueca cuando estoy agitada, y a veces me dura varios días.

— ¿Sí? — dije mostrando mi interés profesional —. He hecho bastantes investigaciones sobre la causa de la jaqueca, ¿sabe? Tal vez podríamos hablar sobre esto algún día.

Alicia asintió con un movimiento de cabeza, muy cortésmente, pero con evidente desinterés, y fijó su mirada en la enormidad del escenario todavía vacío, en el que se destacaba el imponente piano de cola sobre el telón de fondo dorado, enmarcado en terciopelo rojo. Dentro de pocos minutos Ana estaría sentada allí, pequeña y sola, tocando magníficamente, como todos esperábamos.

Las luces se apagaron a medias, quedando la sala en penumbra, y el público enmudeció cuando Ana salió al escenario. El auditorio se llenó de aplausos, a los cuales contribuían ruidosamente las grandes manos del profesor López. Ana se sentó con la dignidad propia de una artista formada. Se veía hermosa y, por otra parte, quizá muy joven para ser una virtuosa.

Inició el primer número del programa y, a medida que sus manos se movían sobre el teclado, la sala se llenó con los sonidos de una obra muy conocida y hermosa. Ejecutaba la Sonata número 23 en fa menor, opus 57, de Beethoven, conocida también como Apassionata, en forma experta y, mientras ella tocaba, cerré los ojos y me abandoné a la música. Ana lo hacía muy bien y pensé: “Alicia, no tienes que preocuparte por tu hija esta noche. Este es su momento de esplendor”.

Cuando sólo faltaban escasos minutos para concluir el tercero y último movimiento, ocurrió algo inesperado. Súbitamente cambió el sonido y el ritmo se hizo más lento. ¿Se estaría desviando hacia el siguiente número? Miré el programa, pero no era eso lo que ocurría. Pronto se hizo evidente que Ana se estaba equivocando.

Escuchamos durante más de un minuto las vacilaciones de una principiante que trata de arreglar los errores. Ana se veía confundida y tocaba ahora con una sola mano. Su mano derecha estaba posada inmóvil sobre el teclado, como si estuviera congelada en esta posición. El público miraba incrédulo y, después de un rato, comenzó a agitarse.

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Ana dejó de tocar, lentamente se puso de pie y salió del escenario.— ¡Oh, qué bochorno! — me dijo mi esposa al oído —. ¡Debe de estar tan avergonzada!Tras unos momentos de incredulidad, el profesor López y su esposa se levantaron. Sus

sonrisas corteses no lograron ocultar la desilusión y la tristeza.— ¡Estoy tan afligido! No lo entiendo — se disculpó el profesor López —. Ahora

debemos ir a donde Ana.Mi esposa y yo los seguimos, alejándonos de la perpleja multitud.Cuando llegamos al fondo del escenario, Ana estaba sentada en los escalones,

apretándose la cabeza con ambas manos.— ¡El dolor es tan fuerte! — dijo —. No podía ver el teclado. Otra vez estaban ahí esas

manchas y no pude ver nada mas.Ana se hallaba al borde de la histeria, llorando y apoyándose contra su madre.Más tarde, cuando Ana había llegado a su casa y se había calmado un poco, explicó:— ¡Me fue imposible recordar el final de la obra! — y mirando con tristeza a su padre

añadió —: ¿Puedes creerlo?— Pero Ana — respondió el profesor —, sabías perfectamente la obra. La habías

practicado por años.Ana empezó a sollozar y, mientras sostenía una bolsa de hielo contra la adolorida cabeza,

continuó:— Finalmente perdí la sensibilidad en la mano derecha. Después sentí pánico y no pude

recordar nada.Todos guardamos silencio durante algunos minutos, tratando de asimilar lo que había

sucedido, tras lo cual pregunté:— Ana, ¿no tienes inconveniente en que te haga unas preguntas?— No, claro que no, profesor Low — contestó.— ¿Cuánto tiempo hace que sufres de jaqueca?— Desde muy joven, creo que desde que tenía catorce años — su madre mostró su

acuerdo moviendo afirmativamente la cabeza —. Frecuentemente tengo náuseas durante los ataques, y esto me ha hecho perder muchos días de colegio.

— ¿Has experimentado antes esta pérdida de sensibilidad?— Sí, pero no siempre en la mano. A veces la cara se me entumece y generalmente pierdo

la sensibilidad en la lengua.¿Y las figuras que ves forman parte de tus ataques?

— Oh sí, casi siempre. Tuve el temor de que sufriría un ataque esta noche. Lo sentía venir y, cuando vi las manchas, fue horrible.

Le aseguré que todos éstos eran síntomas propios de la jaqueca. La dejé descansar durante unos minutos, mientras hablaba con sus padres para averiguar qué tratamiento le habían hecho. Explicaron que había sido tratada por varios especialistas, y todos ellos atribuyeron su estado a tensión nerviosa. Le dijeron que debía aprender a controlar los nervios y, a lo largo de los años, le prescribieron una gran variedad de tranquilizantes que debía tomar regularmente. Incluso tenía consigo el que debía tomar esa noche. Sin embargo, estas medicinas no habían disminuido ni la intensidad ni la frecuencia de los ataques. Siguiendo un consejo del médico de la familia, a Ana la habían hecho ver también por un famoso psicoanalista, quien dictaminó que el origen de sus jaquecas se encontraba en conflictos subconscientes causados por un complejo de inferioridad. Según este especialista, que probablemente pertenecía a la escuela de Adler,1 este sentimiento de inferioridad la estimuló a destacarse como pianista. Las visitas a su consultorio se prolongaron por dos años, sin que Ana experimentara ninguna mejoría.

1 Alfred Adler (1870-1937), psiquiatra que estableció un psicoterapia tendiente a convertir en seres útiles a la sociedad a los incapacitados por complejos de inferioridad.

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— No, no — dije sacudiendo la cabeza —. La jaqueca no es una enfermedad emocional ni mental. Es definitivamente un desorden bioquímico y debe tratarse como tal. Ana, ¿qué has comido hoy?

— Prácticamente nada. Ahora que lo recuerdo, sólo una gaseosa y un pedazo de torta. Estaba demasiado nerviosa para comer mucho.

— Humm... Esto es precisamente lo que dio origen a tu problema de esta noche. Ana, ¿te gustaría librarte para siempre de tu jaqueca?

Me di cuenta de que todo el mundo me estaba mirando, pero sólo mi esposa me sonreía, pues sabía lo que iba a decir. Y entonces hice una afirmación que debió de parecer muy osada:

— ¡Si Ana sigue mis instrucciones, nunca más volverá a tener un ataque de jaqueca!Desde esa noche de 1968 Ana ha tocado en numerosas ocasiones. Los críticos la

reconocen como una pianista cabal, y el público la admira como artista y como persona. Durante los últimos dieciocho años no ha sufrido un solo ataque de jaqueca. También ha adquirido mayor estabilidad emocional y confianza en sí misma, además de una sensación de bienestar físico anteriormente desconocido para ella. Alicia, encantada con la mejoría de su hija, siguió su ejemplo, y ambas se hallan ahora completamente libres de los síntomas del mal.

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2¿QUÉ ES LA JAQUECA?

Las primeras descripciones detalladas de la jaqueca se deben al médico y filósofo griego Claudio Galeno (131-201) y a Areteo de Capadocia, quien vivió en el siglo II. Es curioso que ninguno de estos dos autores mencione al otro en sus escritos, si bien ambos se refieren a eminentes autoridades médicas de épocas anteriores. Por este motivo se admite generalmente que los dos eran rivales, aunque las crónicas respecto a este punto no son completamente claras. Hipócrates, el “padre de la medicina”, quien ejerció seiscientos años antes, fue el mo-delo para ambos, y ambos revivieron sus enseñanzas. Es muy importante señalar que Hipócrates, a pesar de haber descrito detalladamente muchas otras enfermedades — por ejemplo, la tuberculosis, la peste y la neumonía lobular —, no mencionó la jaqueca en ninguna de sus obras. Esto se debe probablemente a que esta enfermedad no existía en su tiempo ni había existido anteriormente.Galeno nació en Pérgamo, ciudad del Asia Menor, y escribió su Tratado sobre la experiencia médica antes de cumplir los 21 años. Viajó a Roma y ejerció la medicina en la corte del emperador Marco Aurelio. En ese tiempo elaboró muchas de sus numerosas teorías médicas. Los escritos de Galeno abarcan temas muy diversos, tales como facultades naturales, higiene, sentido y percepción, anatomía y enfermedades. En sus descripciones anatómicas demuestra un vasto conocimiento de la materia y se le considera como el fundador de la fisiología experimental. Fue Claudio Galeno el primero en utilizar el término griego hemikranía, del cual se derivan las palabras hemicránea y migraña.1

Areteo era natural de la región montañosa del Asia Menor, arriba del río Eufrates, y ejerció su oficio en Alejandría y Roma. Sus descripciones de las enfermedades son sorpren-dentemente detalladas y exactas para la época en la cual vivió. A Areteo se debe la descripción del tétanos, de la epilepsia y de los murmullos propios de las enfermedades cardíacas. Fue también el primero en describir en forma muy exacta la diabetes, y a él se debe la utilización de este término, al escribir: “El fluido utiliza el cuerpo del paciente como si fuera una escalera para franquear las alturas y escapar”.

La palabra griega diabatikós significa ‘que puede franquear las alturas’.Los escritos de Areteo estuvieron perdidos por muchos siglos, pero en 1552 cayeron en

manos de Junius Paulus Crassus, quien los tradujo de la lengua original, el griego, al latín. Posteriormente fueron traducidos al inglés por Francis Adams y publicados en 1856. En su obra, en la parte intitulada Cefalea, Areteo describe la jaqueca en la siguiente forma:

1 En los países de habla española es más usado el vocablo jaqueca, originado en la voz árabe Sagiga, cuyo significado etimológico ‘mitad de la cabeza’ equivale al del término griego. (Nota del editor.)

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[...] y en algunos casos el dolor se extiende a toda la cabeza. A veces sólo duele el lado derecho y otras veces el lado izquierdo, o la frente o el bregma, y todos estos dolores pueden ocurrir en un mismo día sin ningún orden.

Pero en ciertos casos solamente es en el lado derecho o en el lado izquierdo, en una sola sien, o en una oreja, o en un ojo, o en la nariz, que divide la cara en dos partes iguales, y el dolor no pasa de este límite pero se mantiene en una de las mitades de la cabeza. Esto se llama heterocránea, una enfermedad de ninguna manera leve, aun cuando es intermitente y parece benigna, puesto que, si en cualquier momento llega a agudizarse, ocasiona síntomas espantosos e inesperados: se producen espasmos y distorsión del semblante; unas veces los ojos quedan fijos atentamente, otras giran hacia dentro a uno u otro lado; vértigo; dolor profundo de los ojos hasta llegar a las meninges; sudor profuso; súbito dolor en los tendones, como si se golpearan con una maza; náuseas; vómito de materia biliosa; colapso del paciente; [...] además los pacientes se sienten hastiados de la vida y desean morir.

Se ve, pues, que la jaqueca se conoce desde hace cerca de dos mil años y a lo largo de la historia se hace referencia a esta enfermedad, tanto en las obras científicas como en las litera-rias. En un tratado escrito por Félix Wuertz, médico suizo nacido entre 1500 y 1510, admite que una vez sufrió un ataque de hemicránea que duró diez días y sólo obtuvo alivio después que se le practicó una arteriotomía en la arteria temporal izquierda. Al parecer, ésta era una práctica bastante corriente, pues el dolor llegaba a ser tan insoportable, que el paciente estaba dispuesto a ensayar cualquier cosa para suprimirlo. Sin embargo, el calificativo más benigno que se le puede dar a esta medida es el de exagerada y, por lo demás, sólo proporcionaba alivio pasajero.

¡Cuántas heroínas de novela de la época victoriana eran confinadas en sus lechos por ataques reales o imaginarios de jaqueca! Todos recordamos que fingir una jaqueca era siempre un expediente muy eficaz de los personajes novelescos para evitar un encuentro desagradable. Y no era una coincidencia que los demás personajes aceptaran, sin la menor duda, la completa incapacidad de la víctima cuando ésta escogía tal excusa, porque la jaqueca no tiene fácil alivio.

Pero, ¿qué es exactamente la jaqueca? Se da este nombre a un dolor de cabeza pulsátil y recurrente, de duración, intensidad y frecuencia variables, muchas veces precedido por per-turbaciones visuales y acompañado de irritabilidad, aversión a la luz, náuseas y a veces vómito. Los textos de medicina suelen clasificar las jaquecas en diferentes tipos, pero estas clasificaciones no tienen valor práctico alguno, pues todas las formas en que se presenta esta enfermedad obedecen a una causa común y única.

Las personas que padecen este mal, por lo general, presienten que van a sufrir un ataque antes que aparezcan los primeros síntomas, que suelen ser languidez y somnolencia. Después tienen la impresión de ver sólo la mitad de los objetos, fenómeno que se conoce con el nombre de hemianopsia. Luego principian a ver manchas de diferentes formas y colores que se mueven delante de sus ojos. Estas manchas centelleantes se denominan escotomas y varían desde pequeños puntos a figuras geométricas definidas. Unas veces son opacas, mientras que otras son de extraordinario brillo y, aunque lo corriente es el blanco y el negro, también se presentan todos los demás colores imaginables.

A continuación empieza el dolor de cabeza propiamente dicho, que, en la mayoría de los casos, se localiza en la sien o en el globo ocular de un lado de la cabeza y que, ocasionalmente, se extiende a la nuca y raras veces al brazo. El dolor es pulsátil e intenso y se agrava con la luz, con el ruido y con el movimiento. En muchos enfermos empeora también con la posición vertical, pero otros no soportan la posición horizontal. Las náuseas casi nunca

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faltan, pero el vómito sólo se presenta en pocos individuos. Algunos pacientes experimentan también una intensa sensación de frío.

En los casos más agudos se experimenta, además, hormigueo y pérdida de sensibilidad en los labios, en la lengua y, a veces, en la cara y en los dedos de la mano del mismo lado en que está localizado el dolor de cabeza.

Por último, a veces sobreviene confusión mental y dificultad para hablar. La pérdida de sensibilidad y la confusión mental pueden ocurrir antes de iniciarse el dolor de cabeza o simultáneamente con él, pero la dificultad para hablar casi siempre se presenta al mismo tiempo que el dolor, y es tal que el enfermo sabe lo que quiere decir, pero es incapaz de expresarse. Con frecuencia dice cosas distintas de las que quiere decir, y se da cuenta de ello. Por último, en los casos extremos, experimenta, en el paroxismo del acceso, verdadera amnesia. Todas estas manifestaciones desaparecen al final del ataque, cuya duración puede variar entre unos pocos minutos y varios días.

Como es natural, no todas las personas que padecen jaqueca experimentan los mismos síntomas. Los fenómenos visuales pueden ser el único malestar en algunos casos, mientras que en otros el dolor de cabeza puede aparecer sin estar precedido por aquellos. Si bien el dolor es casi siempre unilateral (de ahí el nombre de hemicránea usado por Galeno), hay casos en que invade toda la cabeza. Y los detalles no sólo varían de una persona a otra, sino que un mismo individuo puede sufrir, en diferentes oportunidades, ataques muy disímiles.

En su obra La migraña: características clínicas, mecanismo y tratamiento (1969), J. Pearce presenta datos estadísticos interesantes acerca de la edad en que suelen principiar los ataques de jaqueca. Estos datos fueron reunidos por varios investigadores que llegaron a las siguientes conclusiones:

1. En una tercera parte de los casos los síntomas se manifestaron antes de los diez años de edad.

2. El 56% de los enfermos tuvieron el primer ataque cerca de la edad de dieciséis años.3. En el 90% de los casos el ataque inicial ocurrió antes de cumplir los cuarenta años de

edad.

Aproximadamente el 5% de todos los niños sufren de algún tipo de dolor de cabeza, que casi siempre es jaqueca. Es cierto que en la temprana infancia los síntomas de jaqueca no incluyen siempre dolor de cabeza propiamente dicho, pero aun así son de naturaleza jaquecosa y consisten en vómito intermitente, sensibilidad al movimiento y, a veces, sensaciones inexplicables de hambre intensa y debilidad. Los ataques de jaqueca en los niños que tienen tendencia a los mismos se vuelven más típicos cuando se acerca la pubertad, y entonces resulta más fácil diferenciarlos de otros desórdenes. No es corriente que la enfermedad comience después de haber alcanzado una persona la edad madura, pero se conocen casos, aunque poco frecuentes, en los cuales el ataque inicial se presenta a una edad avanzada. En resumen, pues, en la mayoría de los casos la jaqueca empieza a una edad relativamente temprana. Las estadísticas presentadas arriba desvirtúan la teoría tan difundida de que esta afección se encuentra predominantemente en personas perfeccionistas o cuyo comporta-miento se caracteriza por cierta rigidez, pues, por lo general, esta clase de rasgos son adquiridos y se fijan más profundamente a medida que transcurre la vida. Mi experiencia personal me ha indicado que los perfeccionistas se encuentran generalmente entre personas de edad madura o de edad avanzada y sólo rara vez entre los jóvenes. En consecuencia, si fuera cierto que el perfeccionismo es una de las causas de la enfermedad, entonces las cifras serían precisamente opuestas a las que ofrecen las estadísticas; es decir, habría más casos en los que el ataque inicial se presenta en la edad madura o después.

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Si bien la jaqueca se conoce desde hace casi dos mil años, fue solamente en el siglo XIX cuando se emprendieron estudios serios sobre esta enfermedad. Varios autores encontraron que la mayoría de los síntomas son consecuencia de un cambio en el calibre de los vasos sanguíneos de la cabeza. Descubrieron que al principio de un ataque se produce la disminución del diámetro de estos vasos, o vasoconstricción, simultáneamente con las perturbaciones visuales. Después de esta vasoconstricción se produce un ensanchamiento del calibre de los vasos sanguíneos, o sea una vasodilatación, la que coincide con la iniciación del dolor.

Algunos tratados de esa época citan los largos períodos de ayuno como una de las causas de la jaqueca y mencionan el hecho de que para algunas personas bastan varias horas sin comer para que se desencadene un ataque. Con esto se afirmaba implícitamente que la hipoglucemia producía jaqueca, aunque en ese tiempo no se sabía nada sobre niveles de azúcar en la sangre. Después que Best y Banting descubrieron la insulina en 1922, se despertó el interés por una nueva enfermedad: la hipoglucemia. El doctor Seale Harris, de la Universidad de Alabama, observó que varios pacientes que no eran diabéticos y que, por lo tanto, no recibían inyecciones de insulina, presentaban espontáneamente los mismos síntomas que los individuos a quienes se les había aplicado una dosis excesiva de esta hormona. De acuerdo con el doctor Harris, la única explicación para este fenómeno era que el páncreas de estos pacientes producía demasiada insulina, ya que ésta no procedía de ninguna fuente externa. El exceso de actividad de esta glándula causaba un nivel de azúcar peligrosamente bajo en sus víctimas. En un artículo escrito en 1924, el doctor Harris menciona el dolor de cabeza como una de las manifestaciones de una producción anormalmente alta de insulina. Con posterioridad aparecieron varios artículos, en publicaciones médicas, que señalaban al dolor de cabeza como uno de los síntomas de la hipoglucemia, tanto de la inducida por la insulina como de la espontánea.

La primera mención específica de niveles bajos de azúcar en la sangre en relación con la jaqueca data de 1927 y se debe a P. J. Cammidge, quien escribió en el British Medical Journal que se pueden detectar niveles bajos de azúcar en la sangre de las personas que sufren de esta dolencia.

Algunos años más tarde McDonald Critchley y F. R. Ferguson encontraron que la jaqueca se inicia frecuentemente en las horas tempranas de la mañana o después de una prolongada actividad física. También encontraron que el hambre puede ocasionar la enfermedad. Esto indica que a medida que desciende el nivel de azúcar en la sangre aumenta la probabilidad de un ataque.Después apareció una serie de artículos sobre el mismo tema, entre los cuales tiene especial interés un trabajo de P. A. Gray y H. L. Burtness titulado “Dolor de cabeza hipoglucémico”. Los autores observaron a un grupo de veinte pacientes con jaqueca típica, acompañada de náuseas y vómito, y descubrieron que era posible evitar sus ataques manteniendo alto el nivel de azúcar en la sangre.

Por extraño que parezca, después de la publicación de estos primeros trabajos la literatura médica sólo alude esporádicamente a la existencia de una relación entre la hipoglucemia y la jaqueca. De especial interés, sin embargo, es un estudio publicado en 1967 por H. J. Roberts, en el que demuestra que la hipoglucemia es, en efecto, el desorden metabólico que origina esta dolencia.

En vista de esta experiencia del pasado, parece razonable admitir que la hipoglucemia, o nivel bajo de azúcar en la sangre, podría ser la causa de la jaqueca y, sin embargo, todavía se la considera una enfermedad misteriosa.

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3MI BÚSQUEDA DE UNA RESPUESTA

En un comienzo me interesé en la jaqueca por conveniencia propia. Me parece que muchos de los que nos dedicamos a la investigación científica tendemos hacia determinado campo porque, de una u otra manera, nuestras vidas han sido afectadas por el mismo. Yo también sufría de jaqueca.

Recuerdo cuando, a la edad de seis años, mi padre me llevaba de paseo los domingos y me compraba golosinas de distintas clases y con frecuencia también alguna gaseosa. Se encontraba luego con sus amigos, con quienes conversaba largamente, mientras yo, bastante aburrido, apenas los escuchaba, soportando el tedio de la conversación de los mayores. Al cabo de unas horas, me invadía una terrible sensación de debilidad y de hambre, a veces incluso de desmayo, que se prolongaba hasta volver a casa, cuando mi madre me daba algo de comer.

Ya en el colegio, la sensación de debilidad y desmayo se hizo más frecuente e intensa, y solamente a la hora de la comida volvía a sentirme bien. A menudo comía algo dulce en el colegio, especialmente chocolatinas, y me tomaba una gaseosa, pero nadie sospechaba que mi padecimiento tuviese relación con este hecho. Sin embargo, posteriormente supe que esta relación efectivamente existía.

Aproximadamente a la edad de doce años tuve la primera jaqueca. Un día, sin que mediara ninguna causa conocida, principié súbitamente a ver sólo la mitad de los objetos; es decir, experimenté el fenómeno designado en medicina con el término de hemianopsia. Luego vi extraños dibujos formados por rayas y círculos luminosos, intensamente luminosos, intercalados con rayas y círculos negros, que formaban caprichosas figuras, animadas de veloz e irregular movimiento. Poco tiempo después sentí un fuerte dolor de cabeza y tuve la impresión de que alguien me daba martillazos en la sien izquierda. Al mismo tiempo noté que perdía la sensibilidad en la lengua, en los labios, en el lado izquierdo de la cara y en las puntas de los dedos de la mano del mismo lado y experimenté fuertes náuseas y una extraña confusión de ideas. Me sentí tan mal que mis amigos tuvieron que acompañarme a mi casa.

Estaba aterrado porque creí que algo le había ocurrido a mi cerebro, y mis padres pensaron lo mismo. Llamaron al médico de la familia y, mientras llegaba, mi madre, muy nerviosa, trató de consolarme.

Después de un cuidadoso examen y un extenso interrogatorio, el médico finalmente anunció con cara de gran satisfacción: “No tiene importancia, no se preocupen. Sólo es una jaqueca. Es cierto que se trata de un ataque muy fuerte, pero pasará dentro de unas horas. Estas cosas las veo con frecuencia. Unos casos son peores que otros. Esto le ayudará”, y me prescribió el analgésico de moda, que sólo logró aliviarme muy poco. La jaqueca tenía que seguir su curso y a la mañana siguiente había pasado, pero desde entonces siempre temía que se presentara de nuevo. Afortunadamente transcurrió mucho tiempo sin que se repitiera, y así pude descansar bastante. Sin embargo, las sensaciones de debilidad y de hambre constante

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que había sentido en la infancia no sólo continuaron, sino que se hicieron más intensas y se les sumaron otras experiencias como cansancio, falta de concentración, mareos y dificultad para coordinar las ideas.

La segunda jaqueca me sorprendió años más tarde, después de haber asistido a una función de cine. Desde entonces, los ataques se sucedieron con mayor frecuencia. Aunque había épocas en las cuales ocurrían casi diariamente, había otras en las que permanecía libre de síntomas durante algunas semanas. Sin embargo, un hecho era notorio: siempre tenía jaqueca después de haber ido a cine. Por esto se pensó en un defecto de la visión y consulté con un oculista. Debo confesar que me sentí bastante defraudado cuando éste dijo que mi vista estaba bien y que no existía ninguna relación entre el dolor de cabeza y los ojos. Se consideró, entonces, que quizá existía una causa de orden psíquico. Tal explicación estaba de moda en aquella época y todavía lo está hoy para enfermedades de difícil diagnóstico, pero era extraño que la jaqueca se presentara independientemente de que hubiera visto una pelí-cula cómica, dramática o de cualquier otro género.

Sólo muchos años después pude descubrir que efectivamente existía una relación entre mi asistencia al cine y los ataques, relación que no tenía nada de psíquico. En efecto, durante el espectáculo cinematográfico acostumbraba a comer chocolates, y éstos, como se verá más adelante, eran los responsables de aquellos accesos.

Traté de convencerme de que tenía que vivir con este impedimento y acostumbrarme a él, pero no era fácil. Todo se complicaba por mis frecuentes ataques, especialmente mis estudios, y en realidad ahora me sorprende que haya podido terminar mi carrera y lograr éxito en mi profesión.

Con el tiempo llegué a ser profesor universitario. Esta actividad me producía gran satisfacción, pero la jaqueca, que a veces se presentaba diariamente, hacía mi tarea muy difícil. Algunos de los médicos que estudiaron mi caso culparon a la vesícula biliar y otros al hígado o a los intestinos, pero todos me sometieron a rigurosos regímenes alimentarios. Me prohibieron los alimentos fritos, las frutas cítricas, los huevos, los mariscos, el queso y muchas otras cosas, pero estas dietas no lograron modificar mi estado.

El dolor casi constante dificultaba aún más mi trabajo, hasta que al fin mi determinación de “sonreír y aguantar” se debilitó y perdí la paciencia. Tenía que existir una explicación lógica de mis jaquecas, que me ayudara a conseguir un alivio. Esta era la única respuesta que como científico podía aceptar. Tanto se estaba logrando en medicina, que estaba seguro de que en alguna parte tenía que haber una solución para mi caso.

Opté, entonces, por visitar uno de los más famosos centros de diagnóstico del mundo. Después de toda clase de exámenes médicos, análisis de laboratorio, electroencefalogramas y radiografías, el médico a cargo de mi caso me llamó a su consultorio, examinó cuidadosamente los resultados y dijo: “Usted está completamente sano. Todo lo que siente está en su mente. Le aconsejo que se ponga en manos de un psiquiatra”. Salí de allí muy contrariado, pues su diagnóstico no era aceptable para mí. No podía creer que la debilidad, el hambre constante, el cansancio, la falta de concentración, el mareo, la dificultad para coordinar las ideas y, sobre todo, la jaqueca fueran sólo producto de mi imaginación.

Fui entonces a ver a otro médico de gran prestigio. Se repitieron los exámenes, los rayos X y los electroencefalogramas y, después de muchos días de torturas y gastos, este médico dio exactamente el mismo diagnóstico que el primero. Entonces pensé que tal vez tenían razón y que mi mente no funcionaba bien. Por este motivo decidí someterme a un tratamiento psiquiátrico y escogí un especialista muy famoso, a quien conté hasta los más insignificantes detalles de mi vida. Interminables horas, que podría haber utilizado en algo productivo, fueron malgastadas en ese consultorio junto con cantidades apreciables de dinero, puesto que, después de muchos meses, no se había producido ningún cambio en mis síntomas y las jaquecas no habían disminuido ni en intensidad ni en frecuencia. El psiquiatra opinó que era

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necesario prolongar el tratamiento mucho tiempo más para obtener un resultado eficaz, pero ya se me habían agotado el dinero y la paciencia.

Pasaron varios años y, como mi dolencia seguía sin modificación, decidí buscar la causa por mí mismo. Estaba seguro de que mi profesión de químico me capacitaba para ello, pues la bioquímica, ciencia de enlace entre la medicina y la química, había sido siempre mi campo favorito. Consulté entonces los más modernos textos de medicina y estudié en ellos todas las enfermedades conocidas, somáticas y psíquicas, cuyos síntomas coincidían con los míos. Preparé cuadros sinópticos que indicaban todas las relaciones posibles. Estos cuadros y el contenido de los textos me condujeron a la conclusión de que, además de jaqueca, padecía otra dolencia llamada hipoglucemia, que quiere decir “nivel demasiado bajo de azúcar en la sangre”. Sin embargo, lo que se conocía de esta afección era tan poco que ninguno de los muchos médicos que me vieron me lo había mencionado. Después busqué en los textos de medicina el tratamiento indicado para este mal, pero no encontré ninguna referencia al respecto.

Se me ocurrió entonces consultar con un viejo médico de la vecindad, quien me dijo que, si padecía de falta de azúcar en la sangre, era elemental que me aliviaría con una dieta rica en azúcar e hidratos de carbono. “Coma algo dulce cada vez que se sienta débil o fatigado y sentirá cómo su energía vuelve”, me dijo.

Salí de su consultorio sintiendo un júbilo comparable al del detective que finalmente halla la solución de un caso muy difícil. Por fin había encontrado una respuesta por lo menos a parte de mis problemas. ¡Qué tratamiento tan fácil y tan agradable! No sólo me gustaban los dulces, sino que siempre había sentido la necesidad de comerlos, de modo que seguí sin dilación los consejos de mi médico. Por el camino de regreso a la universidad me comí una porción doble de helado de fresa. Mi felicidad no tenía límites.Principié después a ingerir grandes cantidades de azúcar. Es cierto que inmediatamente después de comer algo dulce experimentaba un gran alivio, pero desafortunadamente esto era tan sólo un remedio temporal, pues más tarde la sensación de debilidad y de hambre, así como las demás molestias, se hacían mucho más intensas. Y algo más: los ataques de jaqueca se acentuaron. Parecía que el tratamiento para la hipoglucemia empeoraba la jaqueca, como si se tratara de dos enfermedades antagónicas.

Precisamente cuando los dolores de cabeza habían llegado a un extremo insoportable, fui nombrado rector universitario, cargo en el cual era para mí todavía más importante que antes gozar de buena salud y, sobre todo, de un completo poder de concentración. Aunque había deseado este puesto desde hacía largo tiempo, muchas veces pensé que no me sería fácil cum-plir con mi deber si mis ataques seguían en la misma forma.

Poco tiempo después de mi nombramiento me encontré en el restaurante de la universidad con un viejo amigo, el doctor Jorge Villabona, quien había sido alumno mío hacía muchos años en la clase de química de la Facultad de Medicina.

— Jorge — le dije —, ¿qué haces en la universidad? ¿Acaso estás estudiando de nuevo? — añadí bromeando.

— No — contestó —, ya estoy muy viejo para eso. Asisto a un congreso que se celebra aquí. ¿Sabes que mi consultorio queda cerca? ¿Y tú como estás, Rudy?

— Bien, bien — respondí sin pensar, pero en seguida rectifiqué —. En realidad, no me he sentido bien. Todavía sufro de mis viejas jaquecas y además también tengo hipoglucemia. Y por si fuera poco, parece que cada una de estas enfermedades influye desfavorablemente sobre la otra.

Durante la comida le relaté al doctor Villabona cómo había tratado en vano de encontrar una explicación para mi padecimiento. Mi comida consistía en un emparedado, una gaseosa y una torta de cerezas como postre. A medida que yo devoraba la torta, me miraba con cierta tristeza y por fin movió la cabeza y dijo:

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— Rudy, lo que comes está absolutamente contraindicado para una persona que sufre de hipoglucemia. ¿Te han hecho alguna vez una prueba de tolerancia a la glucosa para com-probar que el nivel de azúcar en tu sangre es demasiado bajo?

Moví la cabeza negativamente.— Para estar completamente seguro, deberías someterte a esa prueba. Sin embargo, por

los síntomas que me describes, creo que efectivamente tienes hipoglucemia.1 Me imagino que conoces la prueba. Se usa principalmente para diagnosticar la diabetes.

Yo no recordaba bien la prueba. Para refrescarme la memoria, trazó unos rápidos esquemas sobre unas servilletas de papel.

Mira — comenzó a explicarme —, si le das cien gramos de glucosa en ayunas a un individuo normal y después le tomas muestras de sangre cada hora y determinas el contenido de glucosa en las mismas, obtendrás una curva parecida a ésta [véase figura 1]. Puedes ver que después de aproximadamente tres horas la cantidad de glucosa se acerca otra vez al valor que tenía en ayunas; es decir, entre 70 y 90 miligramos por cien mililitros de sangre.

— Sí, naturalmente — contesté con algo de impaciencia, pues ya recordaba los detalles del ensayo y no necesitaba más explicaciones para entender la lección. Sin embargo, él parecía disfrutar en darle una clase a su viejo profesor y no se dejó interrumpir.

— Una persona que sufre de diabetes no produce bastante insulina para neutralizar el exceso de azúcar en la sangre — prosiguió —. Su curva probablemente es parecida a ésta [véase figura 2]. Observa que la concentración de azúcar en ayunas es mayor que la de un individuo normal. Una hora después de haber ingerido la solución de glucosa, dicho valor se ha elevado a 180 o más, y cinco horas más tarde todavía está por encima del valor en ayunas.

Se veía satisfecho de su explicación y se tomó unos momentos para mejorar el dibujo. Después prosiguió:

— Ahora comprenderás por qué es necesario aplicarles inyecciones de insulina a los diabéticos para reducir la cantidad de azúcar en su sangre al nivel normal.

Tras una breve pausa, continuó:— Y ahora veamos tu caso. El páncreas de un diabético no produce bastante insulina,

pero el tuyo fabrica demasiada. ¿Te das cuenta de cuán delicadamente equilibrado debe estar el organismo para funcionar correctamente?

Reflexionó por un momento sobre la trascendencia de esta afirmación, y debo admitir que yo hice lo mismo.

— En todo caso — continuó —, si te practicáramos una prueba de tolerancia a la glucosa, obtendríamos una curva parecida a ésta, suponiendo que realmente sufras de hipoglucemia [véase figura 3]. Después de una hora, la cantidad de azúcar en tu sangre probablemente sólo sería del orden de 120. Compara esta cifra con los valores para individuos normales y diabéticos. Observa el bajo contenido de azúcar que tu sangre probablemente tendrá después de cinco horas, mucho más bajo que en ayunas. Tu organismo produce tanta insulina que no sólo neutraliza el azúcar tomado en la prueba, sino también parte del azúcar normalmente contenido en la sangre. ¿Puedes imaginarte ahora lo que pasa cuando comes la clase de alimentos que te he visto comer? De todos modos tu páncreas produce demasiada insulina, y cuando comes azúcar lo estimulas a producir todavía más. Imagínate un círculo. Tú comes azúcar y el páncreas responde con un exceso de insulina, que a su vez consume no sólo el azúcar que has comido, sino parte del azúcar de tu sangre, y esto te hace sentir hambre. Entonces satisfaces esta hambre comiendo otra vez, probablemente algo dulce, y el ciclo principia de nuevo. Puedes ver, por lo tanto, que el azúcar que comes es el responsable del bajo nivel de azúcar en tu sangre, o hipoglucemia. Por lo tanto, la solución de tu problema es

1 Poco después de mí encuentro con el doctor Jorge Víllabona, me fue practicada una prueba de tolerancia a la glucosa que demostró de modo indiscutible que sufría de hipoglucemia.

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muy sencilla: no comas azúcar. Es más: tal vez te interese saber que en alguna parte he leído que la jaqueca es una de las consecuencias de la hipoglucemia.

Figura 1. Variación de la concentración de glucosa en la sangre de un individuo normal, después de ingerir cien gramos de glucosa

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Figura 2. Variación de la concentración de glucosa en la sangre de un individuo diabético, después de ingerir cien gramos de glucosa.

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Figura 3. Variación de la concentración de glucosa en la sangre de un individuo hipoglucémico, después de ingerir cien gramos de glucosa.

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El doctor Villabona estaba realmente bien informado. Ninguno de los muchos médicos que habían estudiado mi caso se había referido a esto. Fue él quien me estimuló a iniciar la investigación que finalmente me dio la respuesta a la pregunta de cuál es la causa de la jaqueca y cómo pueden evitarse los ataques.

No pude dormir aquella noche, pero no por la jaqueca, sino por la excitación que me produjo la conversación de ese día. Las nuevas e importantes hipótesis planteadas por mi viejo amigo se atropellaban en mi cerebro, y por fin todo parecía adquirir sentido. De niño, me había sentido enfermo después de comer golosinas hechas con azúcar y cada vez que iba a cine comía algo dulce y esto ayudaba a desencadenar mis ataques. Por fin se me había señalado el camino recto. Mi médico de cabecera había estado equivocado en su tratamiento para la hipoglucemia, lo mismo que tantos otros médicos.

Al día siguiente había tomado la decisión de dejar el azúcar completamente. Los resultados fueron asombrosos. En pocos días los ataques de jaqueca principiaron a disminuir en intensidad y frecuencia, y todos los demás síntomas — la debilidad, el hambre constante, el cansancio, la falta de capacidad de concentración, el mareo y la dificultad de coordinar las ideas — también disminuyeron considerablemente.

Una nueva vida principió para mí después de haber eliminado completamente el azúcar de mi alimentación. Mi mejoría no fue, sin embargo, total. Como el doctor Villabona había dicho que existía una relación entre la hipoglucemia y la jaqueca, volví a buscar en las publicaciones médicas para ver si podía mejorar aún más mi estado de salud. Revisé los más modernos textos de medicina y ninguno de ellos aludía a una relación de esta naturaleza. Si bien encontré algunos artículos científicos, la mayoría de ellos escritos en los años treinta, que planteaban la posibilidad de que la hipoglucemia fuese el agente desencadenante de los ataques de jaqueca, estos artículos nunca se consideraron suficientemente serios para ser incluidos en los libros de texto de medicina.2

Decidí entonces investigar por mí mismo si existía alguna relación entre el nivel de azúcar en la sangre y la iniciación de un ataque. Principié midiendo los niveles de glucosa durante los ataques de jaqueca, antes y después de los mismos. Igualmente investigué la influencia de diferentes hidratos de carbono sobre la concentración de azúcar en la sangre, así como la capacidad de los mismos para inducir al páncreas a producir insulina, para lo cual determiné la concentración de ésta última en la sangre después de la ingestión de varios de los hidratos de carbono que se consumen habitualmente. Estos experimentos se hicieron tanto con personas sanas como con enfermos de jaqueca. Por último, comparé el efecto de los azúcares refinados con el de los hidratos de carbono naturales, tal como se encuentran en los alimentos sin procesar. Mi investigación demostró que solamente los azúcares refinados estimulan al páncreas a producir excesiva insulina en personas predispuestas. Los hidratos de carbono naturales, tal como se encuentran en los alimentos, no actúan de manera análoga.3

Los resultados de mis investigaciones arrojaron más luz sobre las causas de la jaqueca. Entonces inicié un tratamiento que eliminó todos mis síntomas, sin excepción alguna.

2 Estos artículos se citan en la bibliografía3 Véanse las referencias bajo Low en la bibliografía.

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4INFORTUNIO DULCE

La caña de azúcar, denominada botánicamente Saccharum officinarum, se conoce desde tiempo muy remoto. Aunque algunos autores afirman que esta caña herbácea, que contiene aproximadamente 17% de azúcar, proviene de la India, la mayoría está de acuerdo, después de haber hecho estudios botánicos exhaustivos, en que es muy probable que sea oriunda de Nueva Guinea, donde se cultivaba de manera doméstica aproximadamente desde el año 8000 a. de C. y se usaba para masticarla. Desde este lugar se extendió en dirección al sudeste hasta las islas Salomón, Nuevas Hébridas y Nueva Caledonia. Del año 6000 a. de C. en adelante la caña viajó en dirección al oeste hasta las Filipinas, Indonesia y, finalmente, el norte de la India, donde se encuentra la primera mención de la planta. En la Atarvaveda, la cuarta y última parte de los Vedas, antiguos libros sagrados hinduistas, se hace referencia al azúcar. La Atarvaveda data aproximadamente del año 1000 a. de C. y consiste en una serie de oraciones e himnos sagrados. En este libro encontramos el pasaje:

Te he coronado con una caña de azúcar, para que no me seas adverso.

En sánscrito, la antigua lengua sagrada de la India, el azúcar se designa con la palabra sárjara o sákkara, que significa “arena” o “cascajo”. Esta palabra se transformó en as-súkkar en árabe, sucre en francés, sákjaron en griego, azúcar en español y sugar en inglés. Desde la India, el cultivo de la caña y un proceso para extraer su jugo dulce se extendieron a Persia, Arabia y Egipto.

Si bien no hay ninguna mención del azúcar en antiguos escritos egipcios y chinos, en la Biblia se alude en forma velada a su existencia. En Jeremías 6:20 encontramos:

¿Con qué objeto venís a mí con el incienso de Saba y la caña dulce de lejanas tierras? Vuestros holocaustos no me son gratos, ni vuestros sacrificios me son gratos.

7 en Isaías 43:24 se lee:

No me compraste la caña dulce con dinero ni me saciaste con la grasa de tus sacrificios, pero me atormentaste con tus pecados y me cansaste con tus iniquidades.

En el año 325 a. de C. un oficial de las fuerzas invasoras de Alejandro Magno en la India habló de una planta que producía “miel sin la ayuda de abejas”. Tiempo después a las campañas de Alejandro Magno se les atribuyó el haber llevado la caña a muchos lugares de Europa, donde se convirtió en un tesoro muy costoso y, a causa de su escasez, en un regalo exclusivo para reyes, reinas y potentados. Antes de conocer el azúcar, el hombre satisfizo su ávida inclinación hacia lo dulce comiendo frutas y miel, pero cuando supo de su existencia,

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pronto se cansó de los obsequios más abundantes de la naturaleza y trató de colocar a su alcance la inapreciable caña de azúcar.

Los expertos no se han podido poner de acuerdo acerca del lugar donde se empezó a fabricar el azúcar. Algunos insisten en que no hay indicio de ningún proceso anterior al que se inició en Persia alrededor del año 500 d. de. C., mientras que otros le atribuyen a la India el haber dado comienzo a la técnica de fabricación en una época comprendida entre los siglos IV y VI de nuestra era. En ese entonces la caña se procesaba cortándola en trocitos, los cuales se trituraban con piedras pesadas, para extraer el jugo. El líquido se hervía y quedaba una materia sólida, la que recibió del sánscrito el nombre de sárjara, por su parecido con el cascajo. Este producto no tenía ninguna semejanza con los cristales blancos que conocemos hoy, pues era grueso y de color castaño, y todavía contenía muchos de sus componentes naturales. A medida que el proceso de refinación se hacía más complejo, se eliminaron más proteínas, vitaminas y minerales.

Al amplio comercio internacional de los siglos VII, VIII y IX se debe la introducción del proceso de fabricación del azúcar a otras regiones geográficas. Los árabes y los egipcios encontraron la forma de purificar este material parecido al cascajo, lo que condujo a la elaboración de golosinas y dulces con azúcar procesado. Los egipcios también usaron la cal en el proceso de refinación, lo que permitió separar los componentes solubles diferentes del azúcar al calentar el jugo de la caña.

En el siglo VIII la caña de azúcar fue llevada a la España árabe y al sur de Francia, dando origen a una industria floreciente. Por ser un producto muy escaso y, en consecuencia, muy costoso, el azúcar se usaba principalmente para fines médicos y, en efecto, se le encuentra mencionado en muchas recetas de la época. En particular, se usaba extensamente como sedante. Cuando el azúcar se introdujo en Inglaterra, el precio de una libra equivalía aproximadamente al salario anual promedio de un obrero.

La caña de azúcar fue llevada a principios del siglo XVI a las Antillas, cuyos habitantes se dieron cuenta de que la planta crecía muy bien en el clima tropical de esas islas. Entre los colonizadores ingleses que viajaron a América en el siglo XVII, un buen número se estableció en Antigua, Barbados, Montserrat, Nevis y San Cristóbal. Si bien en un principio comenzaron a cultivar tabaco en estas islas caribeñas, al igual que sus compatriotas establecidos en tierra firme, pronto se percataron de que era mucho más lucrativo sembrar y procesar la caña de azúcar. Antes que comenzara el cultivo de esta planta en las Antillas, para abastecerse Inglaterra dependía casi por completo del escaso suministro proveniente de las regiones del Mediterráneo. El clima de Europa meridional, sin embargo, era demasiado frío en invierno y no lo bastante húmedo para un rendimiento máximo, mientras que en las Antillas, gracias al clima tropical, se podía cultivar la caña todo el año. En un lapso relativamente corto, los isleños se volvieron expertos en la refinación de azúcar en gran escala. Como esto significaba enormes ganancias para los cultivadores, destinaron a la siembra de caña toda la tierra cultivable. Por este motivo principiaron a escasear los alimentos y la madera, y los isleños se vieron obligados a importar estos artículos de primera necesidad para poder continuar la acelerada producción de azúcar.

Probablemente muchos piensen que la compra y venta de esclavos africanos en el Nuevo Mundo se originó en las grandes plantaciones de tabaco de Carolina del Norte, Carolina del Sur y Virginia en la época colonial de los Estados Unidos, pero están equivocados. En América, los habitantes de tierra firme adoptaron la esclavitud relativamente tarde. Fueron los dueños de las plantaciones de las Antillas quienes se dieron cuenta de que era muy lucrativo para ellos emplear numerosos esclavos negros para abastecer de mano de obra a una industria azucarera que crecía a pasos agigantados.

Antes de la introducción de la esclavitud, los dueños de las plantaciones habían dependido del trabajo de los indígenas y de algunos blancos para hacer funcionar sus

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haciendas y sus ingenios azucareros. Los blancos eran generalmente hombres, y algunas veces mujeres, condenados por un crimen, y como castigo estaban obligados a trabajar para el dueño de la plantación que había comprado sus servicios. El tiempo de cautiverio era generalmente de tres a cuatro años, durante los cuales recibían de su amo, mientras estuvieran a su servicio, comida, vestido y alojamiento. Pasado ese tiempo, se les concedía la libertad y el pasaje de regreso a su patria. En cambio un esclavo africano le costaba a su amo, al comprarlo, únicamente entre quince y veinticinco libras, se alimentaba y vestía muy económicamente y trabajaba toda la vida.

Se ve, pues, que el cultivo y la refinación del azúcar desempeñaron un papel de gran trascendencia en la esclavitud y explotación de un gran número de hombres, mujeres y niños africanos. La población de las Antillas británicas es actualmente negra en cerca del 95%. En los siglos XVIII y XIX Inglaterra trató muchas veces de abolir la esclavitud en sus posesiones antillanas, pero no tuvo éxito, porque las ganancias provenientes de la mercancía más importante del mercado europeo eran demasiado grandes y la demanda de azúcar demasiado apremiante para permitir que ello ocurriera. La ley de la abolición de la esclavitud fue por fin aprobada el primero de agosto de 1834, pero ya entonces centenares de miles de africanos habían sido arrancados de su tierra natal, vendidos, separados de sus seres queridos y obligados a vivir (probablemente no por mucho tiempo) sin libertad en un país extraño. Y la avidez de azúcar persistía en el hombre.

Según algunos eruditos, la remolacha azucarera, planta de raíz carnosa conocida como Beta vulgaris, sirvió de alimento a los obreros que construyeron la pirámide para el faraón egipcio Keops, quien vivió aproximadamente en el año 3000 a. de C. En efecto, varios escritores antiguos se refieren a la raíz de la remolacha, e Hipócrates observó que las hojas de la planta tienen propiedades curativas al aplicarla a las heridas. La remolacha crece principalmente en climas templados, a diferencia de la caña de azúcar, que prospera en los trópicos. En 1747, Andreas Marggraf, químico alemán, demostró que la raíz de la remolacha contenía sacarosa y que este precioso producto podía extraerse de ella. Sin embargo, sólo medio siglo más tarde uno de los discípulos de Marggraf, de nombre Franz C. Achard, cultivó la remolacha en gran escala y logró obtener cantidades substanciales de azúcar. En 1812 Benjamin Delessert encontró un procedimiento para convertir este azúcar en un producto comercialmente aceptable. No obstante, sólo después de la emancipación de los esclavos negros en las Antillas, la industria del azúcar de remolacha europea estuvo en condiciones de competir ventajosamente con el azúcar de los trópicos. La raíz de la remolacha de azúcar es generalmente de color blanco amarillento y contiene cerca de 14% de azúcar. Los principales países productores son Alemania, Francia y Rusia. En 1913 la producción de azúcar de remolacha en los Estados Unidos fue de 5900, en miles de toneladas métricas, y en 1983 fue apenas de 2 700.

La refinación del azúcar se ha convertido en la actualidad en una industria de gran productividad y de técnica muy avanzada, dedicada a producir los cristales más blancos y de más alta pureza que sea posible. Pureza es un mandato en sí mismo para los zares del azúcar. Todos los nutrimentos suministrados por la naturaleza, entre los cuales preciosas proteínas, vitaminas y minerales, presentes en la remolacha y en la caña de azúcar, se pierden en el proceso de refinación. Es en esto en lo que se gasta el dinero: en pureza.

De acuerdo con la tecnología moderna para la refinación del azúcar, las remolachas se cortan en pedacitos y se colocan en grandes recipientes con agua caliente, para disolver el azúcar. Si se emplea caña de azúcar, ésta se corta en trozos, que se pasan por un molino para exprimir el jugo. La solución de azúcar, en el primer caso, o el jugo de caña, en el segundo, se filtran para remover las impurezas suspendidas y después se añade cal para neutralizar la acidez, para precipitar los componentes solubles distintos del azúcar y para decolorar el líquido. A continuación se calienta la mezcla y se deja sedimentar en grandes tanques

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llamados clarificadores. A veces se usa dióxido de azufre para neutralizar el exceso de cal y para ayudar a clarificar el líquido. Después se filtra y se concentra por ebullición al vacío hasta que el azúcar principie a cristalizar. Los cristales se separan del líquido por centrifugación. El líquido residual, conocido como melazas, se hierve nuevamente y se separa en una segunda recolección de azúcar puro y melaza, y el proceso se repite por tercera vez. El azúcar crudo se manda a la refinería, donde se disuelve en agua caliente y se clarifica y filtra de nuevo. El líquido, que en esta etapa tiene un color que varía entre el amarillo pajizo y el castaño, se hace pasar a través de productos químicos especiales que absorben los ingredientes que producen el color, y dejan un líquido completamente claro. Este líquido se vuelve a concentrar, se cristaliza y se centrifuga. Finalmente, este azúcar completamente puro se seca y se empaca.

No nos debemos sorprender, pues, de que todo lo que queda después de este proceso sea únicamente sacarosa pura. El organismo humano no necesita sacarosa pura; más aún, cómo se verá más adelante, este producto le es altamente perjudicial. Los médicos ya conocen los efectos nocivos del azúcar refinado sobre el organismo humano; por consiguiente, es de esperar que este libro ayude a que los médicos acepten la verdad en lo que a la jaqueca se refiere.

Según A. C. Barnes, cerca de ocho millones de hectáreas de la superficie terrestre están dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, y la cantidad cosechada y procesada cada año as-ciende a 320 millones de toneladas métricas. En 1974 la producción mundial de azúcar, en miles de toneladas métricas, fue de 76397, y en 1981 había aumentado a 91932. Esta tendencia ascendente se ha mantenido a lo largo de la historia del azúcar. Aunque parezca paradójico, la riqueza determina la cantidad de azúcar y de productos elaborados con él que un individuo consume. La opulencia trae consigo más comodidades, más televisores, más vacaciones y tiempo libre, más diversiones y comidas en restaurantes, y con estos lujos van, mano a mano, las comidas y bebidas cargadas de azúcar refinado. El consumo total de azúcar en 1983, en miles de toneladas métricas, fue de 9400 solamente en los Estados Unidos. Esto significa que, en promedio, el organismo de un ciudadano de ese país recibe anualmente casi 32 kilos de azúcar; es decir, ¡casi un kilo semanal! Esto, aunque difícil de creer, es cierto. Tal vez usted piense: “Imposible, no se puede comer tanto azúcar”. Pues bien, aunque parezca increíble, está muy lejos de ser imposible. Esto no significa que usted se siente a comer una bolsa de azúcar tras otra, pues esto sería repulsivo aún para el adicto más glotón, pero el azúcar se encuentra enmascarado en muchas de sus golosinas favoritas, tales como batidos de leche, bizcochos, bombones, caramelos, toda clase de gaseosas, chocolates, dulces, flanes, frutas enlatadas, galletas, gelatinas, helados, jugos de frutas, kumis, licores y vinos dulces, mermeladas, pasteles, tortas y yogures. Y, lo que es más grave todavía, encontramos grandes cantidades de azúcar en productos insospechados, entre los que figuran comidas para bebés, verduras enlatadas, cereales preparados, comidas congeladas, salsas y aderezos. ¿Sabía usted que una botella pequeña de una bebida gaseosa puede contener hasta 20 gramos de azúcar y que una porción de torta puede contener 30 gramos o más? ¡Treinta gramos de azúcar equivalen aproximadamente a seis cucharaditas! Los fabricantes saben lo que nos gusta y lo que compramos; así que le añaden sacarosa a todos los productos imaginables que se sacan al mercado. Nuestra adicción al azúcar tiene un proveedor fiel, una economía mundial dedicada exclusivamente a obtener ganancias. Muchas personas confiesan abiertamente que comen azúcar en grandes cantidades. Son capaces de tomar una taza pequeña, llenarla hasta las tres cuartas partes de su capacidad con té, añadir un poco de leche y echarle encima hasta cuatro cucharaditas de azúcar. Aunque parezca inconcebible, después saborean con deleite esta mixtura peligrosa, cuyo sabor es, en mi concepto, verdaderamente desagradable.

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Diabetes

El peligro que corre el hipoglucémico al dejarse dominar por el azúcar ya se ha señalado en páginas anteriores de este libro y más adelante se tratará en detalle. El antagonista de la hipoglucemia, o nivel demasiado bajo de azúcar en la sangre, es la hiperglucemia, o sea, un nivel demasiado alto de azúcar en la sangre, y es generalmente el resultado de la incapacidad del páncreas para producir suficiente insulina, aunque en algunos casos el organismo no es capaz de utilizarla. Un nivel demasiado alto de azúcar en la sangre origina muchos síntomas desagradables y peligrosos que constituyen la enfermedad conocida como diabetes. Esto quiere decir que tanto la hipoglucemia como su antagonista, la hiperglucemia o diabetes, son el resultado de un funcionamiento defectuoso de las células del páncreas productoras de insulina. Si el azúcar influye en uno de estos desórdenes, ¿no es lógico suponer que también puede influir en el otro? Sabemos que si una persona ha contraído diabetes, debe vigilar cuidadosamente la ingestión de azúcares refinados, pues la insulina que produce es insuficiente para hacerle frente al esfuerzo adicional exigido por una gran cantidad de azúcar. ¿Puede una persona en cuya familia existe predisposición a la diabetes controlar en alguna forma su suerte? La contestación a esta pregunta es un rotundo “sí”. Si el páncreas de una persona funciona mal, es porque se ha abusado de él de uno u otro modo. Es cierto que la herencia desempeña un papel en el desarrollo de la enfermedad, pero también lo desempeña el bombardeo constante, año tras año, de las células productoras de insulina con grandes cantidades de azúcar casi ciento por ciento puro. El páncreas de estas personas aguanta hasta cierto punto. Lucha durante años para mantener en equilibrio el metabolismo del organismo, produciendo constantemente insulina, pero no puede hacer esto indefinidamente, puesto que por fin se desgasta y pierde la capacidad de seguir generando esta hormona.

Existe una relación indiscutible entre el consumo de azúcar de un individuo y la aparición de la diabetes. En los adultos un exceso de peso corporal es generalmente la circunstancia que precede al comienzo de la enfermedad. De acuerdo con un informe sobre los diabéticos, presentado por Louis I. Dublin, en los hombres del grupo estudiado que tenían 25% o más de exceso de peso, se presentaba una mortalidad causada por la diabetes 13 veces mayor que en aquellos que tenían un peso menor que el normal. La frecuencia de muertes por diabetes es generalmente elevada en la población blanca de Europa occidental y Gran Bretaña, donde el consumo de azúcar es alto; y baja en Europa oriental y meridional, como también en el oriente asiático, regiones donde se consume menos azúcar.

Enfermedades cardiovasculares

Desde hace muchos años se vienen debatiendo las posibles causas de las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, hay un factor que resalta en todos los estudios sobre la tendencia de este padecimiento, a saber: que predomina en los países ricos en comparación con los países subdesarrollados. El asesino número uno anda de la mano de la vida sedentaria y del fumar y comer en exceso. La probabilidad de morir de una afección cardiovascular aumenta con el número de kilos que un individuo lleva encima. Un estudio realizado por Louis I. Dublin muestra que la tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares entre hombres de peso 20% superior al normal es 25% mayor que entre aquellos cuyo peso es normal. Para hombres con un exceso de peso del 30%, la tasa de mortalidad es 42% superior a la de los de peso normal. Para las mujeres el mismo autor encontró que, cuando pesan 20% más de lo que tendrían que pesar, la mortalidad es 20% superior a la de aquéllas de peso normal; y si su peso sobrepasa a dicho valor en 30%, la mortalidad es 30% mayor.

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La manera más rápida para que una persona aumente de peso es dándole rienda suelta a su deseo de comer alimentos ricos en azúcar. Es cierto que las comidas grasas también contribuyen en cierto grado a la obesidad, pero el delincuente principal es el azúcar refinado. Una comida con abundante contenido de grasa, como la carne de cerdo, tiene suficientes propiedades compensatorias para justificar su consumo, pues es un alimento proteínico que, además, contiene muchas vitaminas y minerales. En cambio, la sacarosa refinada no puede preciarse de esto y, por si fuera poco, el hígado convierte en grasa todo el azúcar que no se usa para las necesidades inmediatas del organismo o que no se almacena. La balanza que el individuo tiene en su cuarto de baño anuncia entonces la mala noticia.

La aterosclerosis es una enfermedad que consiste en la formación de abultamientos, llamado ateromas, en las paredes de la arteria. Estos ateromas sufren una serie de cambios que pueden conducir al endurecimiento de las arterias y, con el tiempo, hasta a un bloqueo del vaso sanguíneo. Los ateromas son aumentos del grueso de las paredes de las arterias, formados por material graso, que puede transformarse en tejido cicatricial en el vaso.

Se ha hablado mucho sobre niveles de colesterol en relación con la aterosclerosis, pues en esta enfermedad dicho compuesto se encuentra presente en los ateromas asociado con los lípidos. Ahora bien: un individuo normal consume alrededor de 0.3 gramos de colesterol diariamente. Por otra parte, el propio organismo sintetiza cada día entre 1.5 y 2 gramos de colesterol, pues lo necesita para la síntesis de las hormonas esteroides, que regulan las características sexuales secundarias, el ciclo reproductivo y el crecimiento y desarrollo de los órganos reproductivos. Si una persona no consumiera absolutamente nada de colesterol durante todo un día, su cuerpo lo produciría por su cuenta (de 1.5 a 2 gramos). Si, en cambio, comiera en abundancia un alimento rico en colesterol, por ejemplo huevos, su organismo se adaptaría a esta situación sencillamente sintetizando menos. Como puede verse, el problema del colesterol todavía requiere mucho estudio.

Es una paradoja que seamos tan cuidadosos en cuanto a nuestra ingestión de colesterol, usando sustitutos de huevos y queso, margarina con el más bajo grado de saturación, leche descremada o nada de leche y, sin embargo, continuemos comiendo todo el azúcar refinado que se nos antoja, aumentando con ello nuestro peso, contribuyendo a que nos sintamos mal y acrecentando el riesgo de convertirnos en víctimas de enfermedades cardiovasculares. No es que quiera descartar por completo la teoría de que el colesterol desempeña un papel en el desarrollo de la aterosclerosis, pero creo que la importancia que se le da a este papel es exagerada.

Enfermedades del tracto digestivo

En conformidad con las estadísticas, cerca de trece millones de ciudadanos de los Estados Unidos sufren en la actualidad de alguna enfermedad del tracto digestivo, y los desórdenes gástricos constituyen hoy el principal motivo de hospitalización en ese país. Menciono estas estadísticas con el objeto de poner de relieve los desastrosos efectos del azúcar sobre los órganos digestivos, pues Estados Unidos, uno de los países más ricos del mundo, es también uno donde el consumo de azúcar por persona es más alto. Se ve que, sin duda alguna, existe una correlación muy significativa entre el consumo de azúcar y la frecuencia de muchas enfermedades modernas.

El azúcar refinado tiene una gran capacidad para irritar la mucosa de los órganos digestivos, ocasionando con ello un aumento de la acidez y una secreción excesiva de jugo gástrico. Si usted alguna vez se sorprende de que no puede comer sin tener que sufrir la incomodidad de la acedía, reflexione acerca de la naturaleza de los alimentos que usted come. ¿No le parece mucho más lógico tener cuidado antes que se inicie el mal? En el mundo

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occidental la úlcera péptica es una enfermedad común, que se encuentra en el 10% de los hombres y en el 2% de las mujeres de edad superior a los cincuenta años. La úlcera duodenal es más común en los hombres que en las mujeres y se inicia a edad temprana, generalmente antes de los veinticinco años.

Caries dental

Durante muchos años los dentistas nos han aconsejado que no les demos a nuestros hijos golosinas elaboradas con azúcar refinado, a fin de que conserven siempre sus dientes sanos. Sin embargo, de acuerdo con el departamento [ministerio] de Salud, Educación y Bienestar Social de los Estados Unidos, menos de cinco de cada cien ciudadanos de ese país no han tenido nunca caries dental. Cuando los niños llegan a la edad escolar, ya han tenido un promedio de tres caries. Cuando pasan de los catorce años, el promedio de caries es de once; y cuando llegan a la edad madura, dos de cada tres personas ya afrontan serias complicaciones en las encías. ¿Por qué no le hicimos caso al dentista? No le hicimos caso porque estamos programados para buscar el placer antes que la salud, no importa a qué precio. Naturalmente, cepillaremos los dientes con más frecuencia, iremos al dentista con mayor asiduidad, hasta usaremos hilo dental, pero no interferiremos la efímera felicidad que sentimos al comer dulces.

La causa de la caries dental se encuentra en las llamadas plaquetas, sustancia pegajosa, prácticamente invisible, que se adhiere a los dientes y que está formada por partículas de comida descompuestas y millones de bacterias vivas. Estas plaquetas están adheridas a los dientes con la ayuda de una sustancia llamada dextrano, compuesta principalmente por azucares. Cuando comemos alimentos que contienen azúcar refinado, las bacterias en las plaquetas producen ácidos que disuelven el esmalte de los dientes, y entonces principia la caries. Si no se eliminan las plaquetas, éstas se calcifican y se originan desórdenes periodónticos que, con el tiempo, pueden tener como consecuencia la pérdida de los dientes.

Todo esto ya lo hemos oído antes y, sin embargo, continuamos gratificándonos, y, lo que es todavía mucho peor, gratificando a nuestros hijos con el dudoso premio de golosinas elaboradas con azúcar.

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5AZUCAR Y DOLOR DE CABEZA

Los azúcares y el almidón pertenecen a un grupo de compuestos que se encuentran abundantemente en la naturaleza, conocidos con el nombre de hidratos de carbono, que están constituidos por carbono, hidrógeno y oxígeno, los dos últimos en la misma proporción que en el agua. Estos compuestos son siempre ingredientes de productos naturales que también contienen muchos otros componentes. Por ejemplo, una fruta generalmente contiene menos de 20% de azúcares, y el resto, o sea más del 80%, es una mezcla de otros compuestos. Las verduras a veces contienen un alto porcentaje de almidón, pero además están formadas por muchos otros compuestos.

Los hidratos de carbono más sencillos se denominan mono-sacáridos y son sustancias que en el proceso digestivo no se pueden descomponer en azúcares más sencillos; por esto se conocen también con el nombre de azúcares simples. Los tres monosacáridos más importantes, desde el punto de vista tanto nutritivo como fisiológico, son la glucosa, la fructosa y la galactosa. El primero, conocido también con el nombre de dextrosa, se encuentra en cantidades variables en diferentes frutas y en pequeña proporción en la sangre humana. Cuando a un individuo se le somete a una prueba de sobrecarga de glucosa, llamada también prueba de tolerancia a la glucosa, para determinar la cantidad de azúcar que tiene en la sangre, lo que en realidad se mide es la cantidad de este monosacárido. El organismo utiliza el azúcar principalmente en forma de glucosa. La fructosa, llamada también “azúcar de frutas”, se encuentra en muchas frutas, y la galactosa se halla combinada con la glucosa en el disacárido lactosa o “azúcar de leche”.

Los disacáridos son compuestos formados por dos azúcares simples, ligados químicamente entre sí. La sacarosa, un disacárido que se encuentra en muchas frutas y plantas, es el hidrato de carbono que se extrae en grandes cantidades de la caña de azúcar y de la remolacha con fines comerciales. Los cristales blancos que usted le añade varias veces al día a su café son sacarosa pura: el azúcar de la caña o de la remolacha despojado de sus proteínas, vitaminas y minerales. La sacarosa está constituida por dos azúcares simples: la glucosa y la fructosa. Otro disacárido importante es la maltosa, que se forma en los granos en germinación y se encuentra abundantemente en el jarabe de maíz (corn syrup) y en la cerveza. Los disacáridos se convierten fácilmente en monosacáridos y por este motivo a veces se les asigna, aunque impropiamente, el carácter de azúcares simples.

Algunos hidratos de carbono están formados por cadenas largas de azúcares simples, unidas entre sí para formar moléculas gigantes. Estos compuestos se denominan polisacáridos, o hidratos de carbono complejos, y el almidón, el hidrato de carbono de reserva de los vegetales, es una de las sustancias más importantes de este grupo. Otro polisacárido es el glucógeno, o almidón animal, el hidrato de carbono de reserva del organismo animal.

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Para evitar cualquier confusión en las páginas que siguen, es necesario saber que cuando se usa el término azúcar natural en el texto se hace referencia a todo el producto natural que lo contiene — por ejemplo, una fruta o un jugo de fruta —, mientras que azúcar refinado o azúcar puro significa el compuesto químico puro del cual se han eliminado todos los demás componentes provistos por la naturaleza. El término azúcar procesado significa lo mismo, pero no se usará en el presente texto.

Por otra parte, el término hidrato de carbono natural se refiere generalmente a un producto natural que contiene un hidrato de carbono complejo o polisacárido, tal como el arroz, el trigo o la papa (patata), pero obviamente también puede referirse a una fruta natural. Finalmente, si un producto natural que contiene un hidrato de carbono complejo se procesa, se eliminan algunos, pero de ninguna manera todos los demás componentes. Este es el caso de la harina blanca, que todavía contiene muchos de sus componentes naturales y, por lo tanto, no es nociva para el hipoglucémico. El almidón puro sería tan perjudicial como el azúcar puro, pero nunca se usa como alimento ni forma parte de ningún alimento. Existe efectivamente, pero es sólo una curiosidad de laboratorio.

Todos los hidratos de carbono, independientemente del tamaño de su molécula, cuando llegan al intestino delgado ya se han convertido en monosacáridos por acción del sistema digestivo, y el organismo los utiliza principalmente en forma de glucosa.

Cada molécula de glucosa pasa, a través de la pared del intestino delgado, al torrente sanguíneo, y por este conducto llega al hígado, donde una parte se convierte en “azúcar de reserva”, o glucógeno, por acción de una enzima. Este glucógeno se mantiene en reserva en el hígado, y también en los músculos, hasta que el organismo lo necesite. La mayor parte de la glucosa, sin embargo, continúa circulando por el cuerpo y produce una hiperglucemia temporal, es decir, un aumento pasajero de la concentración de azúcar en la sangre.

Para que el lector comprenda lo que le ocurre a esta glucosa en su viaje a través del organismo, es necesario decir algunas palabras acerca de las glándulas endocrinas. Se da este nombre a un grupo de órganos que segregan directamente al torrente sanguíneo diferentes sustancias llamadas hormonas. Cada una de las glándulas endocrinas desempeña una función específica, si bien la actividad de cada una de ellas influye en la de las otras. Todas estas glándulas están conectadas entre sí por el torrente sanguíneo, y las hormonas que segregan regulan — aceleran o frenan, y principalmente coordinan — todas las funciones del organismo. Existen muchas glándulas endocrinas, pero al enfermo de jaqueca le interesan sobre todo dos; a saber: las glándulas suprarrenales y el páncreas.

Las glándulas suprarrenales están situadas encima de los riñones y cada una de ellas consta de dos partes, la médula y la corteza, como si fuera una nuez y su cáscara. La corteza produce no menos de 32 hormonas diferentes. Hasta hace pocos años se creía que la glándula más importante era la hipófisis, pero parece que la corteza de las glándulas suprarrenales es más importante. Sus secreciones regulan los procesos químicos que convierten a los alimentos en sustancias que hacen funcionar, crecer y cambiar a nuestro organismo. La médula de las glándulas suprarrenales segrega un grupo de hormonas conocidas como catecolaminas, entre las cuales la adrenalina, llamada también epinefrina, es la más importante. Otras catecolaminas son la noradrenalina o norepinefrina y la dopamina. Si por cualquier motivo el nivel de azúcar en la sangre desciende por debajo de su valor normal, las glándulas suprarrenales acuden de urgencia a liberar adrenalina y las otras catecolaminas. Estas hormonas, a su turno, convierten el “azúcar de reserva” del hígado nuevamente en glucosa.

El páncreas es una glándula alargada, que se halla situada en la parte posterior de la cavidad abdominal. Su extremo derecho está conectado directamente con el intestino delgado, al cual envía el jugo pancreático, que es esencial para la digestión. Además, el páncreas produce dos hormonas: la insulina y el glucagón. Mientras que la función del

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glucagón es aumentar la cantidad de glucosa en la sangre, la insulina tiene la capacidad de disminuirla, propiedad que es de común conocimiento, porque los diabéticos la utilizan precisamente con este fin.

Cuando la sangre que contiene el azúcar recién digerido pasa por el páncreas, las células especializadas de éste segregan insulina para hacer posible el metabolismo de este hidrato de carbono. Un páncreas sano no produce insulina cuando la concentración de glucosa se encuentra en sus límites normales, generalmente entre 70 y 90 miligramos por 100 mililitros de sangre. En cambio, cuando la cantidad de azúcar en la sangre aumenta, este exceso de glucosa estimula al páncreas para que produzca la hormona con el objeto de contrarrestar el aumento.

¿Cómo logra esto la insulina? Esencialmente cumple las siguientes cuatro funciones:

1. Ayuda al hígado a transformar la glucosa en glucógeno.2. Coopera también con los músculos para convertir la glucosa en glucógeno, que queda

en reserva para el momento en que el organismo lo necesite.3. Impide el fenómeno inverso, o sea la conversión del glucógeno en glucosa.4. Activa la oxidación de la glucosa en las células para producir energía, proceso en el

cual dicho azúcar se convierte en agua y anhídrido carbónico.

El organismo humano está regulado por una serie de reacciones químicas sutilmente equilibradas. Cada una de ellas es en parte responsable del debido funcionamiento de todo el ser humano. El metabolismo del azúcar es el resultado de una serie de interacciones bioquímicas de este tipo, que deben estar perfectamente equilibradas para que la salud sea buena. Sin embargo, a veces este equilibrio se trastorna. Si una sola de estas delicadas reacciones químicas es demasiado intensa o, por el contrario, no lo es suficientemente, el organismo humano ya no estará en perfecto estado de salud y se presentará un funcionamiento anormal en el aspecto que depende de esa reacción. Por ejemplo, un tiroides perezoso puede ocasionar aumento de peso, mientras que un tiroides demasiado activo es causa de enflaquecimiento y nerviosismo. Igualmente, una hipófisis poco activa da lugar a infantilismo, o sea la incapacidad del organismo para alcanzar la madurez, mientras que un exceso de actividad de esta glándula trae como resultado un aumento progresivo del tamaño de las manos, los pies y la cara, o sea, utilizando un término médico, acromegalia. La falta de actividad de las glándulas suprarrenales suele producir la enfermedad de Addison, mientras que una actividad demasiado intensa puede dar lugar a un desarrollo excesivo de los caracteres masculinos en ambos sexos.

En la misma forma, un páncreas perezoso no segrega suficiente insulina, la hormona que metaboliza la glucosa, y ello origina la diabetes. Por esto los diabéticos tienen demasiada glucosa en la sangre y deben aplicarse inyecciones de insulina para corregir la anomalía. También existe, aunque es menos conocido, el trastorno contrario, originado por un páncreas hiperactivo, que produce demasiada insulina. Este desorden se conoce con el nombre de hiperinsulinismo. Como el exceso de insulina consume una cantidad de glucosa mayor que la normal, el hiperinsulinismo trae como consecuencia un descenso de la cantidad de glucosa en la sangre, o sea una hipoglucemia. Es importante aclarar que, si bien un páncreas demasiado activo, o hiperinsulinismo, es la causa más frecuente de la hipoglucemia, este desorden puede también obedecer a otros motivos, tales como ciertas enfermedades del hígado o irregularidades del tiroides o de la hipófisis.

Queda, pues, aclarado que no se padece hipoglucemia por no comer bastante azúcar, sino por tener un páncreas demasiado activo que produce demasiada insulina. Cuando un individuo hipoglucémico come azúcar, su páncreas es estimulado a segregar insulina, pero, como existe una anomalía en el funcionamiento de dicha glándula, la cantidad que se genera

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de esta hormona es mayor que la que realmente se necesita, y este exceso de insulina no sólo metaboliza el azúcar recién ingerido, sino también algo de la glucosa normalmente presente en la sangre. El resultado de esta circunstancia es una concentración demasiado baja de glucosa en la sangre, con todas sus consecuencias, entre las que puede contarse un ataque de jaqueca.

Después de realizar una ardua actividad física, una persona sana se siente cansada porque ha consumido mucha energía. Sin embargo, si esta persona descansa, recobrará su vigor en poco tiempo. ¿Por qué? En este esfuerzo agotador se ha gastado una gran parte de la glucosa disponible, que fue necesaria para satisfacer la gran demanda hecha al organismo. Sin embargo, el nivel hormonal de azúcar en la sangre se restablece sin necesidad de ingerir ningún alimento, pues se utiliza el “azúcar de reserva” para lograr este equilibrio. Las catecolaminas, y en especial la adrenalina, son antagónicas a la insulina. Esta hormona hace disminuir el azúcar de la sangre cuando el nivel de éste es demasiado alto, mientras que aque-llas lo hacen aumentar cuando es necesario, ayudando a convertir el glucógeno en glucosa (véase figura 4). Como puede apreciarse, el organismo sano posee un sistema verdaderamente único de controles y equilibrios.

Figura 4. Esquema que muestra cómo el páncreas libera insulina, hormona que convierte parte del azúcar de la sangre en glucógeno o “azúcar de reserva” que se almacena en el hígado y en los músculos. Después las glándulas suprarrenales producen catecolaminas que convierten nuevamente el glucógeno en glucosa.

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Para el hipoglucémico, sin embargo, este sistema no funciona. Si él realiza un esfuerzo para el que se requiere una abundante dosis de energía, también consume una buena parte de la glucosa contenida en su sangre, pero en su caso, ésta no se restablece automáticamente al nivel normal. Entonces, ¿qué le ocurre a él? En respuesta a una deficiente cantidad de azúcar en la sangre, las catecolaminas antagónicas convierten el glucógeno en glucosa, pero, a diferencia de lo que ocurre en un individuo normal, esta nueva glucosa estimula al páncreas para que produzca todavía más insulina, la que hace bajar el azúcar de la sangre a un nivel peligroso. Esto sucede porque el páncreas de un hipoglucémico es extremadamente sensible aun a cantidades muy pequeñas de glucosa, no importa cuál sea el origen de ésta, y entonces reacciona con demasiada intensidad, segregando una cantidad de insulina excesiva para mantener el equilibrio del organismo, lo que origina en el paciente los síntomas de la hipoglucemia, y tal vez hasta una jaqueca.

Además, el páncreas de las personas con muy bajo nivel de azúcar sanguíneo es frecuentemente tan activo, que no sólo produce excesiva insulina bajo la acción del azúcar, sino que, aun sin este estímulo, segrega una cantidad de la hormona suficiente para reducir el nivel de azúcar en la sangre por debajo de su nivel normal. Este fenómeno ocurre con mucha frecuencia cuando el paciente deja transcurrir más de dos o tres horas sin comer. Naturalmente, si un hipoglucémico se encuentra en estas condiciones, no se le puede dar azúcar para elevar el nivel de glucosa en la sangre, porque con esto se estimularía aún más su páncreas, ya demasiado sensible, y produciría insulina en cantidad todavía mayor. Si, en un momento como éste, el paciente comiera azúcar, se produciría sin duda un aumento momentáneo del nivel de glucosa en la sangre; sin embargo, poco tiempo después caería a un valor aun más bajo que el que tenía antes de comer el azúcar. ¿Qué debe hacer entonces? La respuesta es muy sencilla. Debe comer cada dos o tres horas, y los alimentos que ingiera deben ser ricos en proteínas y en hidratos de carbono naturales; es decir, los alimentos no deben producir ningún efecto estimulante sobre el páncreas. El organismo del hipoglucémico obtendrá de estas fuentes la glucosa necesaria para elevar la concentración de la misma en la sangre a su nivel normal.

Probablemente usted dirá: “Entiendo todo esto, ¿pero por qué me duele la cabeza? ¿Qué tiene que ver la falta de azúcar en la sangre con un ataque de jaqueca?”

Ya hemos visto que, cuando un individuo ingiere azúcar, su páncreas libera insulina para metabolizarlo. Sin embargo, en un hipoglucémico esta respuesta insulínica es excesiva y lo deja con una cantidad deficiente de glucosa en la sangre. Entonces, para remediar la situación, se producen adrenalina y las otras catecolaminas que ayudan a convertir el glucógeno en glucosa.

Conocemos bastante bien la adrenalina como el producto químico que el organismo genera en momentos de gran tensión. Además del importante papel que desempeña en el metabolismo, posee la propiedad de reducir el calibre de los vasos sanguíneos y hacer circular la sangre con más fuerza. También aumenta la temperatura del cuerpo y dilata los conductos respiratorios, con lo cual los pulmones reciben más rápidamente mayor cantidad de oxígeno. De especial interés para las personas que sufren de jaqueca, por ser la clave para aclarar el misterio de este mal, es el hecho de que la adrenalina también actúa como potente vasoconstrictor.

El azúcar inicia la producción de insulina en el páncreas. Si este órgano no funciona correctamente y libera más insulina que la necesaria, reduciendo con ello la concentración de glucosa en la sangre por debajo de su nivel normal, las glándulas suprarrenales responderán del mismo modo. El exceso de adrenalina tiende a equilibrar el metabolismo, pero al mismo tiempo sus demás efectos también se manifiestan, especialmente la reducción del diámetro de los vasos sanguíneos. Si el individuo sufre de jaqueca, esta exagerada vasoconstricción desencadena el ataque. Existe correlación entre los desórdenes visuales que anteceden

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inmediatamente al dolor y la disminución del diámetro de los vasos sanguíneos. Al observar las arteriolas de los ojos al principio de un ataque, se puede comprobar que esto realmente ocurre. Las arteriolas son las pequeñas ramas terminales de las arterias; su fuerte pared muscular es capaz de cerrarlas completamente o de permitir su dilatación hasta varias veces su tamaño normal.

Después de cierto tiempo, esta vasoconstricción inicial es seguida por el fenómeno opuesto o sea una vasodilatación o expansión del diámetro de los vasos sanguíneos, que es consecuencia de la fuerte tendencia del organismo humano a mantener su estado de equilibrio. La vasodilatación es el resultado de otra serie de reacciones químicas antagónicas a la acción de la adrenalina y de las otras catecolaminas. En esta etapa el organismo produce prostaglandinas que actúan como fuertes vasodilatadores. Si se observan nuevamente las arteriolas de los ojos, se puede ver que en realidad el dolor de la jaqueca se inicia en todos los casos cuando los vasos se dilatan.

Para comprobar la validez de esta hipótesis, inyecté un miligramo de adrenalina a varios de mis pacientes voluntarios y a mí mismo. En todos los casos, esta cantidad de adrenalina inyectada en un individuo predispuesto a la jaqueca desencadenó un ataque. Más aún: al inyectar el doble de esta cantidad a individuos voluntarios que no padecían jaqueca, no se de-sencadenó el ataque en ningún caso. Se ve entonces que, además de concurrir los factores desencadenantes, es necesario que el individuo esté predispuesto a esta enfermedad para que se inicie un ataque.

La figura 5 indica en forma esquemática cómo la ingestión de azúcar puede conducir a un ataque de jaqueca.

Figura 5. Esquema que muestra cómo la ingestión de azúcar puede originar el dolor de la jaqueca en individuos hipoglucémicos predispuestos a sufrir dicha enfermedad.

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6PRODUCCIÓN CARACTERÍSTICA DE INSULINA EN LOS ENFERMOS DE JAQUECA

Juan Méndez era uno de mis alumnos de química. Excepcionalmente inteligente, poseía gran talento para las ciencias. Yo estaba convencido de que se hallaba en capacidad de hacer una magnífica carrera como químico, pues poseía el raro don de contestar correctamente, hasta en los exámenes más difíciles, la totalidad de las preguntas. Aun contra mi voluntad, no pude dejar de preferirlo a mis demás alumnos. Solía pasar largas horas con él, observando sus experimentos de laboratorio, tras lo cual analizábamos sus conclusiones. A veces le decía:

— Juan, hasta los mejores estudiantes parecen malos comparados contigo.Imposible describir, por lo tanto, mi perplejidad cuando en el examen final entregó su

hoja completamente en blanco. Presumí que se trataba de una broma de mal gusto, por cierto muy extraña en un estudiante tan serio.

— Juan le dije —, esto no tiene nada de gracioso. Sabes bien que el examen final equivale a los dos tercios de la calificación definitiva.

Por un instante, me miró fijamente, sin decir nada, y en seguida salió del aula. Me sentí sorprendido e incómodo al mismo tiempo, pero Juan no regresó jamás a darme una explicación.

No lo vi por mucho tiempo, ni siquiera cuando principió el nuevo curso. Al parecer, se había retirado de la universidad.

Un día, ya bastante avanzado el curso, tropecé en un pasillo con la chica con quien había visto a Juan frecuentemente, y que también había sido alumna de mi clase de química. Me saludó en la forma amable que la caracterizaba y aproveché la oportunidad para tratar de satisfacer mi curiosidad, preguntándole si había visto a Juan.

— No, profesor Low — contestó —. Juan ha estado muy enfermo. No lo he visto desde que tuvo el ataque de amnesia.

No pude disimular mi asombro.— Creí que todo el mundo lo sabía — exclamo.Moví negativamente la cabeza.

Al final del curso pasado tuvo una pérdida temporal de la memoria — prosiguió —. Fue verdaderamente horrible. Desde entonces no hemos salido juntos. Estoy muy preocupada por él. Quisiera olvidarlo, pero no puedo.

— ¿Cree que volverá a la universidad? — pregunté ¡Es tan inteligente! Además hicimos muy buena amistad.

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—— No lo sé, profesor. Hace tiempo que no hablo con él. No me ha llamado y creo que soy demasiado orgullosa para llamarlo yo. Lo vi en dos ocasiones, hace algunos meses, pero no me habló mucho, por lo que deduje que ya no estaba interesado en mí. Vea, éste es el número de su teléfono, si quiere hablar con él.

Con ademán nervioso sacó de su bolso un pedazo de papel, anotó el número en él y me lo entregó.

— Si averigua algo, por favor, cuéntemelo.Le prometí que lo haría.Después de debatir conmigo mismo si debía llamarlo o no, pues en realidad no era asunto

mío, por fin mi curiosidad ganó. Una noche le telefoneé, bastante tarde, para aumentar la probabilidad de encontrarlo en casa.

— Hola, habla el profesor Low, de la universidad. Por favor, ¿podría hablar con Juan Méndez?

— Profesor Low, yo soy Juan.Siguió un silencio bastante desagradable, pues no parecía muy satisfecho con mi llamada.

Por fin hablé yo.— Juan, he estado muy preocupado por ti. ¿Cómo estás? Me han dicho que tu salud no es

muy buena.Vaciló unos instantes antes de principiar su relato.— Profesor Low, he tenido bastantes problemas de salud últimamente. Me han visto seis

médicos diferentes en cuatro meses, y ninguno de ellos está de acuerdo con los otros en el diagnóstico. Me gustaría que pudiera ver mi botiquín — y añadió con una risa ahogada —: Podría abrir mi propia farmacia. Y por si todo esto fuera poco, tengo además ataques de jaqueca que han ido empeorando en las últimas semanas. Como es obvio, me siento realmente deprimido.

— Ya puedes imaginarte, Juan, cuánto lo siento. Pero tengo una idea. No podría decir con certeza si existe alguna relación entre tus jaquecas y tus otros problemas o no, pero podría apostar a que sí. Para poder darte un concepto definitivo, tendríamos que vernos y hablar. ¿Podrías venir a mi laboratorio mañana, alrededor de las tres de la tarde?

— ¡Ya he pasado por todo esto tantas veces, profesor!— ¡Juan, por favor, créeme! ¡Me he aliviado de mi propia jaqueca y he aliviado a tantas

otras personas! ¿Por qué no me das una oportunidad?—- Bueno, creo que vale la pena probarlo. Bien, estaré allí a las tres.La entrevista que tuvimos al día siguiente demostró, o por lo menos me demostró a mí

mismo, que mis sospechas eran fundadas. Juan había sufrido siempre de jaqueca, junto con los demás síntomas hipoglucémicos que la acompañan, tales como hambre, debilidad, depresión y un anhelo insaciable de comer dulces. Durante el examen final de química había experimentado lo que sus médicos describieron como “amnesia pasajera, causada por la preocupación nerviosa de quedar bien”. Este concepto era completamente absurdo, por lo menos a mi juicio, pues Juan había tenido siempre una gran confianza en sus propios conocimientos de química. Además, nunca lo había notado nervioso antes de un examen, como era el caso de tantos otros estudiantes.

— ¿Sabías que la jaqueca suele producir fallas de la memoria y desorientación? — le pregunté.

Hizo ademán de que no lo sabía.— Juan, ¿alguna vez te han hecho la prueba de sobrecarga de glucosa, llamado también

prueba de tolerancia a la glucosa, para medir el azúcar en tu sangre?— No estoy seguro, pero probablemente sí, a juzgar por la cantidad de sangre que me han

sacado. Creo que me han hecho todas las pruebas, de la A a la Z.

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— ¿Tendrías algún inconveniente en que mi ayudante de laboratorio repitiera el ensayo? — le pregunté —. Contamos con todos los elementos para hacerlo aquí mismo. En realidad, hacemos varios de estos ensayos cada semana como parte de mi investigación, y las conclusiones a que hemos llegado son realmente interesantes.

Se encogió de hombros y dijo que un ensayo más no tenía importancia. Le expliqué que al principio tomaríamos muestras de sangre cada quince minutos, en lugar de hacerlo con los acostumbrados intervalos de una hora, lo que tal vez le ocasionaría alguna incomodidad. Estuvo de acuerdo, y programamos la prueba para la mañana siguiente. Le advertí que no debía comer nada después de la cena de esa noche.

Juan llegó a la hora señalada. Después de tomarle una muestra de sangre para determinar la concentración de azúcar en la misma en ayunas, se le dio una solución de cien gramos de glucosa en agua, a la que se le había añadido un poco de limón para disfrazar en algo el desagradable sabor de una solución de azúcar tan concentrada. Mi ayudante procedió entonces a tomar muestras intravenosas de sangre cada quince minutos y a determinar la cantidad de glucosa en cada una de ellas. Transcurrida hora y media, los intervalos para tomar las muestras se ampliaron a una hora. Los brazos de Juan estaban bastante irritados a causa de las frecuentes venepunciones.

Después de reunir todos los datos, le pedí a mi asistente que trazara la curva en la que se vieran los resultados.

— Juan — principié diciendo —, presentas la curva típica de un enfermo de jaqueca. Es la llamada curva “plana” de tolerancia a la glucosa, que con frecuencia se clasifica errónea-mente como normal. La forma de esta curva es plana sólo si las muestras de sangre se toman con intervalos de treinta minutos o de una hora, como suele hacerse [véase figura 6]. Fíjate que en esta curva no se aprecia la elevación inicial de la concentración de azúcar en la sangre, causada por la ingestión de la solución concentrada de glucosa, ni su subsiguiente caída por debajo del valor normal. ¿Te das cuenta por qué esta curva se conoce con el nombre de curva “plana”? Es el modelo típico de los pacientes de jaqueca. Sin embargo, si las muestras de sangre se toman con intervalos menores, como lo hicimos en tu caso, entonces se puede apreciar claramente el ascenso inicial del nivel de azúcar (véase figura 7). Deja que te explique lo que ocurre en tu organismo para que resulte este tipo de curva. En respuesta a la ingestión de azúcar, tu páncreas produce una cantidad de insulina extraordinariamente grande en un lapso de tiempo muy corto, mucho más corto que en el caso de un hipoglucémico que no sufre de jaqueca.1 Esta cantidad tan elevada de insulina reduce el nivel de glucosa en tu sangre casi inmediatamente. Esto ocurre con tanta rapidez en la mayoría de los enfermos de este mal, que si dejamos pasar una hora antes de tomar las muestras, el ascenso inicial del nivel de azúcar causado por la ingestión de la solución de glucosa, pasa completamente inadvertido. Esta alta concentración de insulina estimula entonces a las glándulas suprarrenales para que liberen adrenalina y las otras catecolaminas con igual rapidez y en concentraciones igualmente altas, destruyendo la mayor parte de la insulina y dejando únicamente la cantidad suficiente para que la concentración de azúcar en la sangre sólo descienda muy poco por debajo de su nivel normal. Esto explica por qué la curva es casi plana. La mayoría de enfermos de jaqueca muestran este tipo de curva cuando se someten a la prueba de tolerancia a la glucosa.

En seguida le expliqué a Juan cómo estas hormonas reducen el calibre de las arterias del cráneo, con lo cual se inicia el ataque; cómo después de este fenómeno ocurre la expansión

1 Esta gran cantidad de insulina producida por el páncreas de los enfermos de migraña ha sido realmente medida por el autor. Como se ve en el capítulo 11 y en las figuras 12, 13 y 14 , es muchísimo mayor que en individuos normales. Los enfermos de jaqueca se pueden someter a una prueba de insulina, en vez de una prueba de tolerancia a la glucosa, pero el costo de ésta es mucho más elevado.

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de los vasos sanguíneos a consecuencia de la producción por el organismo de prostaglandinas vasodilatadoras; y cómo esta expansión coincide con la iniciación del dolor propiamente dicho.

Figura 6. Curva “plana” de tolerancia a la glucosa en la que las muestras de sangre se han tomado con intervalos de una hora. Como se aprecia la elevación de la concentración de azúcar en la sangre.

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Figura 7. Curva “plana” de tolerancia a la glucosa, tomando las muestras de sangre cada 15 minutos durante la primera hora.

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— Déjame ver — proseguí —. Ah sí, aquí está lo que estaba buscando. Esta figura [véase figura 8] ilustra exactamente lo que te acabo de explicar.

— Profesor Low — contestó —, esta figura es parecida a otra que estuve mirando esta mañana mientras me hacían mi curva de sobrecarga de glucosa, pero no es la misma. ¿Podría explicarme la diferencia entre ambas?

— Por supuesto, Juan. La figura que te acabo de mostrar ilustra la forma como las glándulas suprarrenales responden a un exceso de insulina. La otra figura [véase figura 5] ilustra cómo dichas glándulas responden a un nivel demasiado bajo de azúcar en la sangre. En ambos casos se produce adrenalina y las otras catecolaminas, que inician el ataque de jaqueca. Si comes azúcar, tu páncreas produce una gran cantidad de insulina. Esta figura [véase figura 8] ilustra cómo esto desencadena un ataque. Por este motivo debes eliminar el azúcar de tu alimentación. Tu páncreas es tan excesivamente activo que, aun sin que comas azúcar, produce suficiente insulina para reducir el nivel de azúcar en tu sangre por debajo de su valor normal pasado algún tiempo, probablemente después de dos y media a tres horas. La figura que viste primero [véase figura 5] ilustra cómo esto desencadena un ataque de jaqueca. Por lo tanto, en lugar de comer tres veces diarias, debes hacerlo por lo menos seis veces diarias, con intervalos que por ningún motivo excedan de dos a tres horas.

Figura 8. Esquema que muestra cómo se produce la jaqueca en un individuo que sufre de hiperinsulinismo agudo.

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—Esto es fascinante, profesor. Esta mañana, mientras estaba esperando, en unas notas que su ayudante me mostró leí que usted ha desencadenado ataques de jaqueca en varios estudiantes voluntarios y en usted mismo con inyecciones de un miligramo de adrenalina.

Guardó silencio por unos instantes y en seguida mostró su extraordinaria perspicacia diciendo:

— Profesor Low, si la teoría que usted acaba de explicarme es cierta, entonces usted podría desencadenar igualmente ataques de jaqueca inyectando insulina, porque el propio organismo produciría la adrenalina.

— Indudablemente. En el año 1956 dos investigadores italianos, Arcangeli y Furian, lograron producir ataques de jaqueca en 31 enfermos de esta dolencia inyectándole a cada uno 15 unidades de insulina. En contraste con esto, 25 unidades de insulina inyectadas a cada uno de 30 individuos sanos no originaron ataques en ninguno de ellos. Esto, sin duda, indica que para que una persona llegue a ser víctima de esta enfermedad, es necesario que tenga predisposición a contraerla. Como sabes, la insulina inyectada pone en marcha un mecanismo contrarregulador del organismo, lo que origina la secreción de las hormonas antagónicas, especialmente la adrenalina. Como, en fin de cuentas, esta hormona es la responsable del desencadenamiento del ataque de jaqueca, si se inyecta directamente en el cuerpo de un paciente también se pueden producir artificialmente los síntomas de la enfermedad.

Naturalmente, a Juan le había comenzado a doler la cabeza como consecuencia de la ingestión de la glucosa pura. Le aconsejé que se fuera a su casa, no sin antes prescribirle la dieta que debía seguir, consistente en seis comidas diarias ricas en hidratos de carbono naturales y libres de azúcar refinado.

El semestre siguiente Juan reanudó sus estudios. Su poder de concentración era excelente y, después de graduarse, tuvo oportunidad de demostrar su gran capacidad en el campo de la química. Actualmente está exento de todos los síntomas de hipoglucemia y, por supuesto, no ha vuelto a sufrir ningún ataque de jaqueca. Algunos años después de terminar sus estudios, asistí a su boda con Helena Díaz, la joven que ayudó a facilitar su curación.

El relato del caso de Juan me trae a la memoria otro paciente interesante. La calidad de su vida, como la de Juan, estaba seriamente amenazada por un desorden que no entendía y para el cual parecía que no había curación. Pedro Noriega, de 48 años de edad, siempre se había sentido cansado y nervioso, desde cuando era sólo un niño. Al cumplir los dieciséis, principiaron sus jaquecas y, a medida que pasaron los años, se volvieron más frecuentes e intensas.

Nacido en un hogar pobre, no terminó la escuela primaria y, siendo todavía muy joven, empezó a trabajar en una fábrica, donde se distinguió por su puntualidad y cumplimiento. A pesar de no haber recibido una educación avanzada, contribuyó con iniciativas útiles que, en más de una ocasión, ayudaron a mejorar la calidad de los artículos manufacturados. Esta circunstancia debería haber conducido a su ascenso a cargos de mayor responsabilidad, pero, infortunadamente, también tenía un lado negativo, que se oponía a su progreso, pues a veces era descuidado y en varias oportunidades ocasionó desperfectos a los equipos y máquinas puestos bajo su cuidado. Atribuía estas fallas al hecho de no sentirse bien cuando ocurrían, pero todos los exámenes médicos que le hicieron demostraron una salud perfecta.

Con el paso de los años, el cansancio, el nerviosismo y los dolores de cabeza aumentaron, y los descuidos se hicieron más frecuentes. Un día sufrió un accidente que tuvo como única causa su propia negligencia y que hizo necesaria la amputación del brazo izquierdo. Como ya no estaba en condiciones de efectuar trabajos manuales, sus superiores lo nombraron capataz, confiando en que su iniciativa e inteligencia le permitirían realizar una labor útil. Esto, sin embargo, no ocurrió, porque sus jaquecas se volvieron insoportables y disminuyó aún más la eficacia de su trabajo.

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Lo examinaron nuevamente varios médicos, quienes no pudieron encontrar nada anormal en su salud. Uno de ellos conceptuó que había empeorado como consecuencia del fuerte impacto emocional que le había causado el accidente y le aconsejó que consultara con un psiquiatra, lo que no hizo porque sus medios económicos no se lo permitieron.

Cuando lo conocí estaba en muy malas condiciones, tanto físicas como mentales. La prueba de insulina demostró que padecía un hiperinsulinismo agudo. Los datos que suministró al entrevistarlo revelaron que su alimentación era abundante en azúcares. En efecto, el desayuno se componía de té o café fuertemente endulzado y un pedazo de pan con mermelada; las comidas del mediodía y de la noche sólo raras veces incluían una cantidad suficiente de hidratos de carbono naturales y de proteínas, pero en ellas nunca faltaba una porción abundante de un postre. Además, durante el día tomaba varias gaseosas, y algunas veces galletas o pasteles.

Sobra decir que, al reemplazar esta alimentación por otra desprovista de azúcar refinado y rica en hidratos de carbono naturales, repartida en seis comidas diarias, su mejoría fue rápida y total. Durante los años que ha estado bajo observación, no ha experimentado ningún ataque de jaqueca, el cansancio y la nerviosidad han desaparecido y tampoco ha vuelto a tener los descuidos que le eran característicos. Hoy ocupa el cargo de supervisor en la misma fábrica, con magnífico sueldo, y cursa estudios técnicos en una escuela nocturna.

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7AZÚCAR REFINADO CONTRA AZÚCAR NATURAL

Muchos años de mi vida los he dedicado a demostrar que el azúcar es el principal culpable en lo que a la jaqueca se refiere. Durante este tiempo tuve la oportunidad de conocer muy de cerca a muchos que padecían esta enfermedad. Algunos eran voluntarios reclutados entre los estudiantes de la universidad, pero otros vinieron a verme después de haberse enterado del éxito de mi tratamiento. Todos pasaron a ser lo que podríamos llamar mis “pacientes”, a pesar de que no soy médico. De estos pacientes, más del 90% de aquellos que siguieron mis consejos se aliviaron en forma completa y permanente.

Recuerdo que uno de mis pacientes, José Ávila, había recibido instrucciones mías de comer cada dos o tres horas en lugar de las acostumbradas tres veces. Además, debía abstenerse por completo de azúcar refinado e incluir en su dieta una cantidad suficiente de proteínas y abundantes hidratos de carbono naturales, tales como papas (patatas), arroz, pan, galletas, frutas frescas y jugos de frutas sin endulzar. Después de seguir este régimen por tres semanas, José había experimentado una notable mejoría y vino a verme para bombardearme con una serie de preguntas.

— Profesor Low — me dijo —, hay algo relacionado con mi dieta que no entiendo. Claro que funciona, lo sé, pero puedo comer frutas, ¿verdad?

— Así es, José — le respondí.También he tomado jugos de frutas con las comidas.

— Jugos de frutas sin endulzar —, le aclaré.— A esto iba, precisamente. Las frutas, tal como se bajan del árbol, contienen azúcar, y si

éste es el principal causante de la jaqueca, ¿por qué no he tenido ningún ataque en tres semanas?

— José, cuando yo hablo de azúcar, me refiero al azúcar refinado; es decir, a la sacarosa pura.

— ¿Y cuál es la diferencia?— Bueno, el hecho de que te hayas aliviado de tus jaquecas, indica que hay una gran

diferencia, ¿no te parece? Como bien lo sabes, tu salud física y mental han mejorado muchísimo desde que empezaste la dieta y, sin embargo, estás comiendo hidratos de carbono. Estos son necesarios para asegurar que tu cuerpo reciba suficiente glucosa, a fin de que pueda funcionar debidamente y para evitar que tu páncreas se vuelva perezoso y con el tiempo se atrofie.

— Sí, entiendo, pero todavía no ha contestado mi pregunta. He comido azúcar, como lo acaba de decir y, sin embargo, mis dolores de cabeza han desaparecido completamente. Le ruego que me explique.

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— José, mis experimentos han demostrado repetidas veces que los azúcares y el almidón naturales estimulan mucho menos al páncreas a producir insulina que estos mismos productos refinados. Tales resultados me obligan a aceptar que los azúcares en su estado natural contienen sustancias que contrarrestan su efecto nocivo sobre el páncreas. Al refinar el azúcar, estos componentes benéficos, suministrados por la naturaleza, se destruyen o eliminan. Mira este gráfico [véase figura 9]. Las curvas representan los promedios obtenidos en pruebas de tolerancia hechas a veinte individuos hipoglucémicos. Se ve claramente que la elevación inicial del nivel de azúcar, así como su descenso subsiguiente, son consi-derablemente menos acentuados en el caso de los productos naturales. En este experimento en particular utilicé jugo de naranja y de caña de azúcar. Sin embargo, en otras ocasiones he empleado jugos de otras frutas, y los resultados obtenidos fueron idénticos. También es interesante anotar que ninguno de los jugos de frutas, inclusive el de caña de azúcar, produjo en individuos hipoglucémicos los síntomas que produce el azúcar puro. Tampoco ninguno de estos jugos desencadenó un ataque de jaqueca en personas en las cuales una mínima dosis de azúcar refinado lo desencadena.

Figura 9. La línea continua representa el promedio de las concentraciones de glucosa en la sangre de 20 individuos hipoglucémicos, después de ingerir 100 gramos de glucosa. La línea discontinua representa el promedio de las concentraciones de glucosa en la sangre de los mismos 20 individuos, después de ingerir una cantidad de jugos de frutas equivalente a 100 gramos de azúcar.

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— Muy interesante, profesor. ¿Cuáles son estas sustancias, contenidas en los productos naturales, que ayudan a los hipoglucémicos a tolerar el azúcar?

— José, siento tener que decirte que sencillamente no he tenido suficiente tiempo en mis investigaciones para aislar e identificar estas sustancias. Sólo puedo probar esta teoría por la reiteración de los resultados. Cualquiera que sea el azúcar puro que les dé a mis voluntarios hipoglucémicos: glucosa, fructosa, sacarosa o maltosa, invariablemente obtengo los mismos resultados al efectuar las pruebas de tolerancia, y todos ellos son similares a los que indica la línea continua en la figura que acabo de mostrarte. En cambio, cuando les doy azúcares naturales los resultados se asemejan siempre a los valores representados por la línea discontinua. Mis experimentos también demuestran que la curva plana, típica de los individuos que sufren de jaqueca, es mucho menos plana si el paciente ingiere un azúcar natural que si lo consume en estado refinado. Esto indudablemente indica que los azúcares naturales, a diferencia de los refinados, no estimulan el páncreas de estos individuos a liberar rápidamente cantidades excesivas de insulina. Es evidente, pues, que en el proceso de refinación se pierden valiosos componentes de la caña de azúcar o de la remolacha, lo que no es difícil imaginar, teniendo en cuenta la complejidad de dicho proceso. Al despojar al azúcar, en el proceso de refinación, de toda clase de vitaminas, minerales y proteínas, se le priva de aquellas sustancias que deberían conservarse para que el azúcar pudiera metabolizarse apropiadamente. Una manzana, por ejemplo, aunque es rica en azúcar, también contiene vitaminas y otras sustancias nutritivas y, por lo tanto, un enfermo de jaqueca la puede comer sin experimentar ningún malestar. Esto suscita muchas preguntas interesantes, ¿no te parece, José? Si alguien pudiera aislar estos componentes, probablemente el paciente de jaqueca no se vería obligado a eliminar los dulces de su dieta. Sin embargo, mientras esto no sea una realidad, no le queda otro camino, si quiere estar sano.

— Esto me recuerda, profesor, ciertas enfermedades causadas por deficiencias de vitaminas. ¡Pensar que el escorbuto era una peligrosa enfermedad propagada por todo el mundo, temida por los marinos tanto como las tempestades, y lo fácil que fue curarla una vez que el hombre encontró la solución.

— Sí, José, el problema sólo se resolvió cuando se introdujeron las naranjas y las limas en las cocinas de los barcos, si bien entonces nadie sabía todavía nada sobre la vitamina C. La nutrición es un campo de especial interés en el estudio de la prevención y el tratamiento de las enfermedades. ¿Te acuerdas de la historia de la vitamina B1? — le pregunté, y pasé a relatar una de mis historias favoritas —. Cuando a finales del siglo pasado el beriberi hacía estragos en los hospitales y en las cárceles de las Indias Orientales Holandesas, se creyó inicialmente que la causa de esta enfermedad era un microbio, pero éste nunca se pudo hallar. Cuando se descubrió que las personas que comían arroz blanco descascarillado contraían la enfermedad y las que comían arroz sin descascarillar no la contraían, se creyó que la cáscara del arroz contenía un antídoto contra este mal. Sólo más tarde, en 1911, Casimiro Funk encontró en la cáscara de arroz una sustancia, la vitamina B1, que es esencial para el correcto funcionamiento del organismo, y descubrió que la carencia de ella originaba el beriberi.

A una conclusión parecida llegaron otros investigadores, al descubrir que un alimento preparado con las cantidades óptimas de proteínas, grasas, hidratos de carbono y sales minerales requeridos por el organismo, pero sometidos a refinación, ocasionaba la enfermedad conocida como “ceguera nocturna”, mientras que si se usaban los mismos ingre-dientes sin refinar no se producía dicha enfermedad. Al conocerse los hallazgos de Casimiro Funk, se pudo establecer también que la causa de esta enfermedad era la carencia de una sustancia necesaria para el correcto funcionamiento del organismo: la vitamina A. Pronto se descubrió que otras enfermedades como el escorbuto, la pelagra y el raquitismo también se originan en el hecho de que en la civilización moderna se consumen alimentos de los cuales se han eliminado componentes, las vitaminas, que son indispensables para la salud.

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No hace mucho tiempo leí un libro, escrito por Herbert Bailey, que describe una serie de experimentos llevados a cabo por dos canadienses, los hermanos Evan y Wilfred Shute, cuyos trabajos son equiparables con los que acabo de mencionar. Ellos creen que la falta de vitamina E en la alimentación actual es responsable en parte del enorme incremento de las enfermedades cardíacas. A diferencia de nuestros antepasados, la mayoría de quienes vivimos en el siglo XX preferimos la harina blanca a la harina integral. En la elaboración de la harina blanca, más refinada, se eliminan el germen de trigo y muchas de las vitaminas que enriquecen a este grano. Para colmo de males, el producto final se blanquea, exclusivamente por motivos estéticos. El germen de trigo es una fuente importante de vitamina E, y como se elimina de la harina con el objeto de prolongar el tiempo útil de almacenamiento de los productos elaborados con la misma, es muy probable que muchas personas no reciban toda la vitamina E que su organismo necesita.

De acuerdo con Evan y Wilfred Shute, la vitamina E, o alfatocoferol, es un conservador del oxígeno natural, que ejerce muchos efectos benéficos sobre el organismo. En presencia de la vitamina E, las células sanas necesitan una cantidad menor de oxígeno, y así el excedente puede ser utilizado por aquellos órganos que más lo necesitan. Un corazón enfermo puede descansar y recuperarse después de recibir suficiente vitamina E, pues no tendrá que bombear tan fuertemente para llevar la sangre a las células del cuerpo. Igualmente, el corazón enfermo recibe la cantidad de oxígeno necesaria para su restablecimiento.

Al parecer, la vitamina E también tiene otras propiedades que pueden ayudar a los individuos que padecen enfermedades cardiovasculares, pues esta vitamina actúa como vasodilatador, ensanchando las arterias y permitiendo a la sangre circular con mayor facilidad. Esto puede ser muy significativo en una enfermedad como la aterosclerosis. De acuerdo con los defensores de la vitamina E, ésta también actúa como anticoagulante y, en consecuencia, evita la formación de coágulos.

Los hermanos Shute sostienen que han obtenido resultados notorios en su tratamiento de las enfermedades cardíacas empleando vitamina E. Las cicatrices constituyen un problema serio después de un ataque cardíaco, pues a veces inutilizan una parte del corazón, al ocasionar un deficiente suministro de sangre a una sección del músculo. El tratamiento con vitamina E durante el proceso de cicatrización parece que ha evitado la formación de este tejido cicatricial. Sin embargo, es necesario advertir que un exceso de vitamina E, como cualquier otro exceso, puede ser perjudicial para el paciente.

— Debes tener en cuenta, José, que las enfermedades no sólo se curan con drogas. Cada vez se gasta más dinero en investigar la influencia sobre nuestra salud de lo que comemos o de lo que dejamos de comer. Algunas sustancias que se adicionan a los alimentos ya se han retirado del mercado a causa de sus propiedades cancerígenas. Antes de abandonar el tema, hay algo más que quiero que veas.

Encontré el gráfico que estaba buscando y se lo mostré a José (véase figura 10).— Nuevamente tenemos los promedios de las pruebas de tolerancia a la glucosa en veinte pacientes hipoglucémicos. La línea continua representa los niveles de azúcar después de la ingestión de cien gramos de almidón puro, y la línea discontinua indica dichos niveles después de la ingestión de una cantidad de pan integral equivalente a cien gramos de almi-dón. ¿Puedes ver la increíble diferencia en la forma como el uno y el otro influyen en el nivel de azúcar en la sangre? Sin duda el pan integral estimula al páncreas muchísimo menos que el almidón puro. Naturalmente, entre estos dos extremos, el almidón puro, que sólo se encuentra en los laboratorios químicos, y la harina de trigo integral, un producto de alto valor alimenticio, se encuentra la harina blanca. Aunque ésta ha sido despojada de muchos de sus ingredientes naturales, algunos quedan todavía, de manera que el enfermo de jaqueca puede tolerar este hidrato de carbono. De igual manera puede comer, por ejemplo, macarrones o arroz blanco, sin que se produzca un ataque. Esto lleva a la conclusión de que algunos de los

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constituyentes naturales necesarios para que funcione debidamente el metabolismo en los hipoglucémicos permanecen en la harina blanca después de haber sido procesada. Desde luego, el ideal sería, indiscutiblemente, la harina de trigo integral, pero la harina blanca no desencadena ataques de jaqueca.Figura 10. La línea continua representa el promedio de las concentraciones de glucosa en la

sangre de 20 individuos hipoglucémicos, después de ingerir 100 gramos de almidón puro. La línea discontinua representa el promedio de las concentraciones de glucosa en la sangre de los mismos 20 individuos, después de ingerir una cantidad de pan integral equivalente a 100 gramos de almidón.

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“Si alguien encontrara un procedimiento para procesar el azúcar que preservara todos los componentes de la naturaleza, sin duda le haría un gran favor a la humanidad. En lugar de preocuparse por su pureza y por su blancura, los fabricantes harían mejor en interesarse por retener todos los componentes naturales del azúcar. Esto, por supuesto, implicaría el cambio de la actual tecnología por un método nuevo y mejor. Tal vez la liofilización del jugo de la caña de azúcar sea la solución del problema. Este es un proceso de deshidratación mediante el cual el agua contenida en un producto se congela y después se vaporiza sin pasar por el estado líquido. Los productos liofilizados recobran íntegramente sus propiedades originales al añadirles agua. El público mismo debe empezar a exigir alimentos de mejor calidad, alimentos más naturales, y preocuparse menos por la estética y la comodidad. Después de todo, nuestra salud es el mejor don que poseemos y debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para conservarla”.

Mi conversación con José me trajo a la memoria el caso de un hombre a quien había tratado, y que infortunadamente siguió mis consejos en forma exagerada. Por el tiempo en que lo conocí contaba 43 años, y desde los quince había sido víctima de la jaqueca. Cuando cursaba el segundo año de carrera universitaria, su padre, dueño de una importante empresa comercial, murió a causa de un infarto cardíaco. Como hijo mayor de la familia, tuvo que abandonar los estudios para hacerse cargo de los negocios del padre. Al principio tuvo éxito en su actividad, pero poco a poco surgieron problemas que no fue capaz de resolver, y unos años más tarde la firma que dirigía quebró.

Este paciente se había caracterizado siempre por su irritabilidad. Además, se sentía cansado y decaído, y el deseo de comer cosas dulces era incontenible. Las jaquecas se presentaban con frecuencia variable, entre dos veces por mes y dos veces semanales. Parecía destinado a sufrir una calamidad tras otra, pues después de la quiebra de los negocios de la familia su carácter irascible y su afición a las bebidas alcohólicas hicieron que su esposa, con la que sólo había estado casado pocos años, lo abandonara. Su salud empeoró rápidamente, probablemente como consecuencia de su excesiva indulgencia con los dulces, con el alcohol y con los cigarrillos. Era un individuo que no conocía términos medios, pues todo lo llevaba a extremos exagerados.

Finalmente, después de haber perdido el cuarto empleo en un año, buscó ayuda médica. La prueba a que se sometió demostró que padecía un agudo hiperinsulinismo. Como el médico de este paciente era muy buen amigo mío y conocía el éxito de mi tratamiento para la jaqueca, me lo envió para que le indicara la dieta apropiada. Le di el consejo acostumbrado: comidas frecuentes ricas en hidratos de carbono naturales y libres de azúcar refinado, y también le recomendé que dejara el alcohol, al que se había aficionado tanto. El hombre tomó muy en serio el propósito de reformar su vida y me aseguró que haría todo lo necesario para poder volver a llevar una vida normal.

Me sorprendí mucho cuando, seis meses más tarde, recibí una llamada telefónica del médico de este paciente. Me dijo que el hombre se había curado de sus jaquecas, pero que ahora sufría de una deficiencia de vitaminas. Al parecer, el paciente llevó mi consejo de evitar el azúcar a un extremo poco saludable, pues tenía la costumbre de exagerarlo todo. Seguramente no entendió bien mi explicación sobre la diferencia entre hidratos de carbono naturales y azúcar refinado, y no sólo eliminó de su dieta éste último, sino también todas las frutas frescas y los jugos de frutas. Además, como nunca le habían gustado las verduras, su organismo se encontraba en lamentable estado de carencia de las vitaminas que contienen estos alimentos.

Cuando principié a seguir estrictamente mi dieta, tal como yo se la había indicado, su salud se restableció completamente. Hoy desempeña un importante cargo directivo en una empresa muy conocida.

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8JAQUECA Y MEDICINAS

Los conocimientos que el lector ha adquirido en los capítulos anteriores le demuestran que no se necesitan medicinas para evitar los ataques de jaqueca, pues esto se puede lograr evitando la ingestión de azúcar refinado y siguiendo las demás recomendaciones dadas en el presente libro.

Es, sin embargo, interesante para el lector conocer el efecto que las drogas pueden ejercer sobre las personas que sufren de jaqueca, pues, como se explica en seguida, hay medicinas capaces de empeorar el estado de dichos enfermos.

La historia de la medicina nos enseña que, desde tiempos inmemoriales, el hombre ha buscado la curación de sus enfermedades mediante la ingestión de diferentes sustancias. En escritos antiguos se encuentran extrañas fórmulas que en la actualidad le han cedido el paso a productos químicos sintéticos, vacunas, sueros, hormonas, vitaminas y antibióticos, pero la tendencia a curar las dolencias introduciendo en el organismo humano sustancias que le son ajenas es hoy la misma que en el pasado. Sin tratar de desconocer el enorme servicio que estos medicamentos prestan a la humanidad, no hay que olvidar que, además de su acción terapéutica, pueden también tener efectos secundarios nocivos para el organismo humano. En el tratamiento de las enfermedades hay que estar, por lo tanto, siempre alerta e interrumpirlo o sustituirlo por otro, tan pronto como estos efectos secundarios lleguen a ofrecer algún peligro.

Antes que Louis Pasteur descubriera, en la segunda mitad del siglo pasado, que los microbios son los causantes de muchas enfermedades, se creía que éstas eran ocasionadas por venenos, y las drogas se usaban como antídotos. Cuando, a principios de este siglo, Paul Ehrlich descubrió el salvarsán, droga para curar la sífilis, tomó todavía más fuerza la idea de que para atacar las enfermedades era necesario introducir sustancias extrañas en el organismo.

Una nueva era de la medicina comenzó cuando se encontró que afecciones como el beriberi, el escorbuto, el raquitismo, la ceguera nocturna y la pelagra no eran producidas por venenos ni por microbios, sino por la carencia de sustancias indispensables al organismo humano, a las que se dio el nombre de vitaminas. Este cambio radical de principios firme-mente establecidos fue difícilmente aceptado por muchos, pero la evidencia de los hechos, al comprobarse que las mencionadas dolencias se curaban respectivamente con las vitaminas B1, C, D, A y el ácido nicotínico, fue irrefutable. Si bien las vitaminas no son extrañas al organismo humano, también las mencionadas enfermedades se curaban introduciendo en él ciertas sustancias.

Dada esa tendencia permanente de la humanidad a curar las enfermedades mediante la ingestión de medicamentos, es lógico que también se buscaran drogas para curar la jaqueca. Sin embargo, la ciencia medica actualmente admite que no se conoce la causa de esta enfermedad y, en consecuencia, todos los esfuerzos para encontrar un medicamento para

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curarla han fracasado. El objeto de las medicinas de uso común es solamente disminuir la intensidad de los ataques. Estas medicinas son o bien analgésicos, o bien vasoconstrictores, o bien sustancias antagónicas a la serotonina. El analgésico más usado es la aspirina, la cual a veces no sólo no calma el dolor, sino que lo empeora, como se verá más adelante.

El tartrato de ergotamina se usa extensamente como vasoconstrictor y, si se toma antes que se inicie el dolor propiamente dicho, puede, en algunos casos, abortar el dolor de cabeza o, por lo menos, reducir la intensidad del mismo. Sin embargo, en la mayoría de los casos no surte ningún efecto. El tartrato de ergotamina está contraindicado en la hipertensión, enfermedad cardiovascular, tromboflebitis y enfermedad renal.

La metisergida, droga antagónica a la serotonina, ha sido capaz de prevenir los ataques en contadas ocasiones, pero con el riesgo de causar efectos secundarios extraordinariamente graves, tales como fibrosis retroperitoneal y obstrucción uretral. Además tiene las mismas contraindicaciones que el tartrato de ergotamina.

Otra droga que ahora se usa extensamente para controlar la jaqueca es el propranolol (inderal). Algunas víctimas de la enfermedad afirman que el uso de dicho fármaco las ha aliviado algo, pero que tiene efectos secundarios muy desagradables. Otras drogas que se están ensayando actualmente tampoco ofrecen muchas esperanzas.

Drogas que disminuyen la actividad del páncreas

Como la jaqueca es una consecuencia del hiperinsulinismo, es decir, de un páncreas demasiado activo, es lógico que cualquier droga capaz de frenar la actividad de este órgano debería también tener la capacidad de evitar los ataques de jaqueca.

Se han ensayado muchas sustancias para controlar la actividad del páncreas, pero la mayoría de ellas han resultado o poco eficaces o peligrosas. Recientemente se ha descubierto un producto en el que se han puesto grandes esperanzas, denominado técnicamente clorometilbenzotiadiacida y conocido también con el nombre de diazóxido. Sin embargo, esta droga se encuentra todavía en estado experimental, pues su uso produce efectos secundarios que aún no se han podido controlar.

Drogas que estimulan al páncreas a producir insulina

La aspirina, o ácido acetilsalicílico, uno de los analgésicos de más fácil adquisición, alivia los dolores de cabeza, lo mismo que otros muchos analgésicos, porque inhibe la síntesis de las prostaglandinas vasodilatadoras. Sin embargo, si se usa la aspirina en dosis elevadas puede extender la duración de un ataque de jaqueca o contribuir a la iniciación de otro, porque tiene la propiedad de estimular al páncreas para que produzca insulina, precisamente lo contrario de lo que el paciente de jaqueca necesita. Aunque esta propiedad es poco conocida, una dosis elevada de aspirina puede multiplicar el efecto nocivo del azúcar, al aumentar la producción de insulina.

Recientemente conocí a una joven que me contó que un tío sufría de jaqueca desde que ella lo recordaba, por lo menos desde cuando era una niña (y cuando la conocí tenía 33 años). Recordó que su tío a veces guardaba cama por varios días a causa de este mal, y que en tales ocasiones la tía de la joven le decía siempre: “No hagas ruido, porque tu tío Carlos tiene uno de sus dolores de cabeza”.

Permanentemente tenía a su alcance toda clase de analgésicos a base de aspirina y a dondequiera que fuera llevaba un frasco consigo, “para estar prevenido”. Sin embargo, el agudo dolor de la jaqueca no lo abandonaba nunca. Muchas veces, a pesar del horror de la tía,

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que no confiaba en los medicamentos, tomaba tres o cuatro pastillas al mismo tiempo, pero ni siquiera esta cantidad le proporcionaba alivio satisfactorio. Le expliqué a la joven que la aspirina es un derivado de los salicilatos, y que por este motivo agrava todavía más la hipo-glucemia, ya de por sí bastante grave.

Un factor muy importante para aliviar la jaqueca es saber que muchas medicinas tienen un efecto estimulante sobre el páncreas. Es bien conocido que la medicina moderna ha creado drogas sintéticas que se usan en lugar de la insulina en el tratamiento de la diabetes. Estas medicinas, conocidas como drogas hipoglucemiantes, inducen al páncreas á aumentar su producción de insulina. Las más importantes de ellas son las derivadas de la sulfonilurea, como la tolbutamida. Muchas otras drogas sintéticas, usadas en el tratamiento de diferentes enfermedades, también tienen efectos hipoglucemiantes. Naturalmente, si las personas que sufren de hiperinsulinismo tomaran una de estas drogas, su condición empeoraría. Para evitar cualquier riesgo, deben abstenerse de tomar drogas que no sean indispensables para controlar otras enfermedades y observar cuidadosamente los posibles efectos secundarios de aquéllas de las cuales no puedan prescindir. En el caso de que alguna de estas medicinas tenga un efecto hipoglucemiante, o aun si este efecto tan sólo se sospecha, el paciente debe informar a su médico, quien decidirá si la droga debe descontinuarse o si se puede reemplazar por otra de acción terapéutica equivalente pero que no tenga estos efectos secundarios.

Durante nuestra conversación, mi interlocutora tomó notas con entusiasmo sobre todos los aspectos relacionados con la dieta apropiada, y le preparé una lista de todas las drogas y productos químicos de los cuales se sabe que pueden desencadenar un ataque de jaqueca. Dos meses después tuve el gusto de recibir una carta de ella, en la que me decía que su tío estaba completamente aliviado de su enfermedad y que disfrutaba de una salud excelente.

La capacidad hipoglucemiante de los medicamentos es especialmente notoria cuando se administran simultáneamente dos de ellos que poseen esta propiedad, pues sus efectos se refuerzan mutuamente. Este es, por ejemplo, el caso de un analgésico muy conocido, extensamente usado para aliviar el dolor que acompaña a muchas enfermedades, y empleado también, en ocasiones, por los pacientes de jaqueca. Este analgésico está compuesto por dos sustancias: propoxifeno y aspirina; ambas son capaces de mitigar el dolor, pero al mismo tiempo actúan sobre el páncreas estimulándolo para que libere insulina. Sin embargo, este analgésico no es de uso tan común como la aspirina, pues generalmente sólo se vende con receta médica. No obstante, debe tenerse en cuenta que esta medicina, aunque puede aliviar momentáneamente el dolor de la jaqueca, puede a la vez aumentar la frecuencia y la intensidad de los ataques.

El siguiente caso es un ejemplo de hipoglucemia inducida por otra droga distinta.Beatriz Torres, de 47 años de edad, sufrió su primer ataque de jaqueca cuando tenía

apenas 13 años. Su historia familiar mostró que su padre y uno de sus hermanos también padecían esta afección, lo que plantea otro aspecto interesante relacionado con la jaqueca: la herencia, que analizaremos más adelante. Le recomendé una dieta de comidas frecuentes, libres de azúcar y, naturalmente, esperé que su dolencia desapareciera en corto tiempo, como en los demás casos. Por este motivo quedé bastante sorprendido cuando me enteré de que su mejoría solamente había sido parcial. Inicié entonces una cuidadosa investigación para identificar cualquier elemento hipoglucemiante que hubiéramos podido pasar por alto en su dieta. A pesar de mi cuidadoso e intenso interrogatorio, no fue capaz de suministrar la información necesaria para aclarar el caso. Me aseguró que había seguido estrictamente mis indicaciones en cuanto al régimen alimentario y que no había tomado ninguna medicina contra la jaqueca. Así pues, este caso se volvió un verdadero misterio para mis colaboradores y para mí. Finalmente, después de un nuevo y concienzudo interrogatorio, confesó que de vez en cuando, para poder conciliar el sueño, tomaba un hipnótico bastante conocido. Probablemente creyó que esto era demasiado insignificante para mencionarlo, sobre todo

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porque no tomaba este medicamento de un modo regular. Con anterioridad yo mismo había investigado lo referente a dicho hipnótico, un derivado de la nitrobenzodiacepina, y había encontrado que producía efectos hipoglucemiantes. Cuando Beatriz Torres dejó de tomar la droga sospechosa, experimentó alivio total y casi inmediato de las molestias de la jaqueca.

También me acuerdo del caso de Roberto Ulloa, estudiante de la universidad en donde fui profesor por varios años y en donde también desempeñé el cargo de decano. Cuando lo conocí, ya no me hallaba vinculado a esa universidad, sino que era rector de otro centro universitario, pero un colega que ejercía la docencia en aquélla le recomendó que viniera a verme, pues sabía que estaba dedicado de lleno a mis investigaciones sobre la jaqueca y creía que muy probablemente podía ayudarle a este joven estudiante. Roberto Ulloa había sido víctima de la jaqueca desde hacía siete años y se había sometido sin éxito a las pruebas médicas corrientes y a toda una serie de costosas e inútiles sesiones psiquiátricas.

Después de revisar su historia, decidí no realizar la prueba de sobrecarga de glucosa, a pesar de estar convencido de que ésta no se había efectuado antes. Puesto que sus síntomas indicaban claramente que se trataba de un caso típico de hiperinsulinismo complicado con jaqueca, no me cabía duda de que, de haberlo sometido a la prueba, se habría obtenido la típica curva plana. Por esto decidí evitar lo que consideré una molestia inútil y puse en práctica de una vez el tratamiento dietético. Si mi sospecha de que sufría de hipoglucemia era fundada, la dieta especializada lo libraría de los síntomas, demostrándose así la exactitud de mi diagnóstico.

Le recomendé el régimen dietético común y me despedí de él, convencido de que pronto pertenecería a la categoría de aquellos que se habían aliviado. Transcurridos dos meses, vol-vió a visitarme inesperadamente, quejándose de las mismas molestias. Me explicó que, después de haber seguido la dieta por varias semanas, se había encontrado mucho mejor que nunca en los últimos años, pero que en días recientes, por algún motivo desconocido, había recaído en sus jaquecas. Nos sentamos frente a frente durante largo rato para discutir el problema y, finalmente, descubrimos la causa. El joven había estado tomando un antibiótico, oxitetraciclina, durante las dos semanas anteriores a nuestra segunda reunión, pues había contraído una infección y su médico le había recetado esta medicina. Le expliqué que ésta era, sin duda, la causa de su reciente mal, pues la oxitetraciclina posee propiedades hipoglucemiantes y, por lo tanto, tiene la capacidad de estimular al páncreas a producir insulina. Como la infección estaba totalmente superada, su médico descontinuó el tratamiento con antibióticos.

Mi amigo, el profesor, me informó posteriormente que su alumno se había recuperado en forma total.

Si un paciente de jaqueca se da cuenta de que no se mejora del todo al seguir el tratamiento prescrito, debe pensar que algún medicamento que está tomando puede ser el responsable. Además, si una recaída en su dolencia coincide más o menos con la iniciación de un tratamiento que comprenda el uso de alguna droga, debe analizar esta circunstancia con su médico. La mayoría de los facultativos no tendrán inconveniente en recetar un sustituto de propiedades terapéuticas equivalentes pero exento de efectos hipoglucemiantes. En la generalidad de los casos no es difícil encontrar esta clase de sustitutos. Naturalmente, un paciente corriente no suele saber qué productos químicos forman parte de su medicación, pero las tablas siguientes pueden ayudarle a hacer las preguntas necesarias a su médico. La tabla 1, indica las drogas hipoglucemiantes que he encontrado mencionadas en las publicaciones médicas, mientras que la tabla 2 contiene aquellas drogas que no he encontrado citadas, pero cuyo efecto hipoglucemiante yo mismo he comprobado.

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Otras sustancias que afectan adversamente al enfermo de jaqueca

Alcohol

Estudios hechos en los últimos años han demostrado que el alcohol tiene un fuerte efecto hipoglucemiante, pues interfiere la función del hígado que regula el metabolismo de los hidratos de carbono. A pesar de esto, muchas personas sanas pueden tolerar cantidades moderadas de alcohol, pero infortunadamente no se puede decir lo mismo de las víctimas de la hipoglucemia. Estas personas deben, por lo tanto, abstenerse de las bebidas alcohólicas, especialmente de las concentradas, como brandy, coñac, ginebra, vodka o whisky. Los vinos y licores dulces son altamente perjudiciales para los hipoglucémicos, y su ingestión casi siempre desencadena fuertes ataques de jaqueca en las personas predispuestas, lo que se debe a la presencia simultánea de dos sustancias fuertemente hipoglucemiantes en estas bebidas: el azúcar y el alcohol. Todavía más perjudicial que los vinos y licores dulces es la cerveza, en la que concurren por lo menos tres sustancias cuyos efectos hipoglucemiantes se refuerzan mutuamente: la maltosa, el alcohol y el ácido oxálico.

TABLA 1 - Drogas hipoglucemiantes mencionadas anteriormente en las publicaciones médicas

Composición química Uso ObservacionesBishidroxicumarina Anticoagulante Moderadamente hipoglucemiante

si se usa sola, pero fuertemente hipoglucemiante si se usa conjuntamente con sulfonilureas

Cloropromazina En la práctica psiquiátrica, especialmente contra la excitación.

Fenformín Para tratar la diabetes.Fenilbutazona Droga antiinflamatoria, usada

especialmente contra la fiebre reumática y la artritis reumatoidea.

Moderadamente hipoglucemiante si se usa sola, pero fuertemente hipoglucemiante si se usa conjuntamente con sulfonilureas.

Oxitetraciclina Antibiótico de amplio espectro.Propoxifeno Analgésico El darvón es una mezcla de

propoxifeno y aspirina.Salicilatos Analgésicos y

antiinflamatorios, usados extensamente contra la fiebre reumática y la artritis reumatoidea.

La aspirina es ácido acetilsalicílico.

Sulfisoxasol Antibacteriano Moderadamente hipoglucemiante si se usa solo, pero fuertemente hipoglucemiante si se usa conjuntamente con sulfonilureas.

Sulfonhlureas Para tratar la diabetes. Las más extensamente usadas son: acetohexamida, clorpropamida, biazamida y tolbutamida.

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TABLA 2 - Drogas cuyo efecto hipoglucemiante ha sido comprobado por el autorComposición química Uso Observaciones

Acido isobutilfenil-propiónico (ibuprofén)

Droga antiinflamatoria usada también como analgésico.

Corticosteroides Drogas antiinflamatorias usadas especialmente contra la fiebre reumática y la artritis reumatoidea.

Derivado de la nitrobenzodiacepina

Para tratar el insommo.

Gluconato de calcio Usado contra la osteoporosis y siempre que sea necesario aumentar la ingestión de calcio

El estimulante pancreático es el ion gluconato, no el ion calcio.

Los licores concentrados, como el brandy, el coñac, la ginebra, el ron o el whisky no contienen azúcar, pero su contenido alcohólico es alto y varía del 34% al 45%. La cerveza sólo contiene alrededor de 5% de alcohol, pero está cargada de maltosa, un hidrato de carbono altamente nocivo para los hipoglucémicos. Los vinos de mesa secos suelen contener entre el 8% y el 8.5% de alcohol. En este grupo se encuentran el borgoña, el clarete y el sauternes. El jerez, el oporto y el madeira contienen un porcentaje de alcohol mucho mayor que esos vinos: generalmente entre el 15% y el 20%; además, contienen un alto porcentaje de azúcar.

Es fácil darse cuenta, pues, de por qué lo mejor para un paciente de jaqueca es evitar todas estas bebidas, con la sola excepción de un vaso ocasional de vino de mesa con la comida.

Cafeína

Un pariente lejano me visitó hace algunos años y se quedó dos meses en mi casa. Como no nos habíamos visto por largo tiempo, teníamos muchas cosas que contarnos, y a veces pasábamos interminables horas hablando, hasta bien entrada la noche. Al enterarme de que él también había sido víctima de la jaqueca desde edad temprana, me interesé vivamente. Le expliqué mis trabajos y estuvo de acuerdo en probar mi tratamiento mientras permanecía con nosotros. Su estado de salud mejoré un poco en el transcurso de su visita, pero seguía teniendo ataques leves. Estuve bastante desconcertado por esta circunstancia, hasta que admitió que tomaba de siete a ocho tazas de café fuerte diariamente. Yo no lo había notado, pues pasaba la mayor parte del día en mi laboratorio. Cuando redujo el consumo a tres tazas diarias de un café más suave, se alivió por completo de sus ataques.

La cafeína no estimula al páncreas a que libere insulina, sino que actúa sobre las glándulas suprarrenales. Así la cafeína se salta el primer paso en la formación de la jaqueca y va directamente al segundo: la liberación de adrenalina y de las otras catecolaminas. Como ya expliqué, la adrenalina es capaz de convertir el glucógeno en glucosa, que pasa a la corriente sanguínea. En consecuencia, si un individuo hipoglucémico toma una bebida que contenga al mismo tiempo azúcar y cafeína, como café endulzado o una de las tan solicitadas gaseosas, la concentración de glucosa en su sangre aumenta por dos razones: primera, porque el azúcar ingerido se convierte totalmente en glucosa, y segunda, porque el glucógeno almacenado en el hígado se transforma en glucosa. Este doble efecto trae consigo una producción todavía mayor de insulina, la que, como la cafeína, estimula las glándulas

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suprarrenales a liberar sus hormonas, y ya conocemos el desenlace de esta historia para el paciente de jaqueca.

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9DESÓRDENES MENTALES Y JAQUECA

Uno de los casos más interesantes que he tratado ha sido el de Elvira Caicedo, quien actualmente dirige el departamento de humanidades de una prestigiosa universidad. Cuando nos conocimos no ocupaba este importante cargo, pues apenas se estaba recuperando de un trastorno nervioso que había experimentado diez años antes.

Nuestro encuentro no ocurrió por casualidad. En una velada navideña conocí a una hermana de Elvira. Cuando hablábamos de mis investigaciones, la conversación la llevó a contarme la larga y triste historia de su hermana.

— Mi hermana tiene ataques de jaqueca con bastante frecuencia — me dijo —, pero en su caso empezaron como consecuencia de una grave conmoción que sufrió cuando sólo tenía veintidós años y de la que nunca pudo recuperarse totalmente; por esto sus dolores de cabeza persisten. Me resulta muy difícil creer que se deban a un nivel de azúcar demasiado bajo en su sangre, porque nunca los tuvo antes de su postración nerviosa.

Yo defendí mi punto de vista, aun sin conocer todos los hechos:— Los trastornos emocionales pueden hacer que la glándula pituitaria produzca ciertas

hormonas que, a su vez, estimulan al páncreas a producir insulina — repliqué —. Un páncreas con una actividad sólo ligeramente superior a la normal puede entonces volverse suficientemente activo para desencadenar ataques en personas predispuestas.

— Bien, ¿pero cómo puede usted explicar el hecho de que las jaquecas nunca ocurrieran antes? preguntó.

— Para contestar su pregunta con exactitud, creo que debería conocer todos los detalles. ¿Cuál fue esa conmoción que cambió de modo tan drástico la vida de su hermana?

Mi interlocutora principió a contar una historia bastante insólita.— Cuando mi hermana tenía 22 años de edad, contrajo compromiso matrimonial. Raúl,

su novio, era un joven maravilloso. Elvira estaba muy enamorada de él. Una noche, tan sólo dos semanas antes de la fecha fijada para la boda, ambos asistieron a la fiesta de cumpleaños de una amiga, acompañados por otra pareja. Al terminar la fiesta, que había tenido lugar en las afueras de la ciudad, mi hermana, Raúl y la otra pareja emprendieron el regreso. Era muy tarde: cerca de las dos de la madrugada. Habían transcurrido unos quince minutos, cuando Raúl dijo que había notado en el espejo retrovisor que un automóvil parecía seguirlos. Infortunadamente esto resultó ser cierto, pues no tardó el automóvil en adelantárseles y cerrarles el paso colocándose en posición perpendicular a la carretera y frenando con un ruido estridente de las ruedas. Cuatro hombres saltaron del vehículo, dos de ellos armados con pistolas. Raúl engranó inmediatamente su automóvil en marcha atrás, pisó el acelerador, recorrió un trecho y viró en el primer cruce. El otro automóvil continuaba persiguiéndolos de

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cerca. Raúl dijo a sus acompañantes que intentaría llegar a la ciudad y, una vez allí, se dirigiría a la estación de policía más cercana. Cuando se aproximaban a la ciudad, sus perse-guidores comenzaron a disparar, probablemente para obligarlos a parar. Mi hermana y la pareja esquivaron las balas agachándose, pero como Raúl estaba conduciendo no pudo hacer lo mismo, y fue herido en la cabeza. El automóvil patinó, pero el otro joven, actuando con rapidez, tomó el volante. Cuando paró frente a la estación de policía, el otro auto desapareció á toda velocidad. Un cuarto de hora más tarde, Raúl fue declarado muerto en la sala de urgencias del hospital. Desde ese momento Elvira no ha sido la misma.

— ¿Fue entonces cuando principiaron sus jaquecas?— Sí, pero, como es natural, presentó también muchos otros problemas.— ¿Otros problemas? ¿Qué quiere usted decir exactamente?— Tuvo lo que los médicos diagnosticaron como una postración nerviosa. No podía

dormir ni comer y lloraba constantemente, aun varios meses después del entierro de Raúl. Interrumpió sus estudios y fue internada seis meses en un sanatorio. Al cabo de este tiempo había mejorado lo suficiente para reanudar su vida ordinaria. Insistimos en que continuara sus estudios, pues estábamos convencidos de que esto le ayudaría a olvidar su tragedia. Logró culminar su carrera, pero le tomó muchos años conseguirlo, pues tuvo que hacer un gran esfuerzo, a pesar de ser una persona muy inteligente. Elvira debió interrumpir muchas veces sus estudios a causa de sus desequilibrios emocionales y de su deficiente estado físico, complicado con frecuentes e intensos ataques de jaqueca.

— Me gustaría conocer a Elvira. No puedo garantizar nada, pero creo que puedo eliminar sus dolores de cabeza y muchas de sus otras molestias. No hay duda de que las jaquecas de su hermana fueron desencadenadas por la tragedia, pero ella estaba predispuesta a tenerlas. Como le expliqué antes, los desórdenes emocionales pueden estimular indirectamente al páncreas de un individuo a aumentar su producción de insulina. En el caso de Elvira, su organismo responde con demasiada intensidad y hace que su páncreas, ya de por sí excesivamente activo, genere insulina suficiente para desencadenar un ataque. La dieta inapropiada de Elvira en los años siguientes a su trastorno nervioso contribuyó a su hipoglucemia y a su estado neurótico.

La hermana de Elvira estuvo de acuerdo en que valía la pena probar si yo tenía razón. Una semana después Elvira me llamó y nos encontramos al día siguiente en mi despacho, donde hablamos por cerca de dos horas. Me explicó que también sufría de somnolencia constante, pero la atribuyó a la gran cantidad de tranquilizantes que estaba tomando. Además, sentía hambre insaciable, sin que por ello aumentara de peso. Aunque estaba bajo tratamiento psiquiátrico, la depresión y la angustia no la abandonaban ni un instante, y sus jaquecas no sólo no habían mejorado, sino que empeoraban constantemente.

Después de enseñarle a Elvira los resultados de la prueba de insulina a que se había sometido esa misma semana, se convenció de que mi diagnóstico era acertado, pues presen-taba la curva típica de las personas que sufren de jaqueca.

Le expliqué que debía renunciar al consumo de azúcar refinado y de todos los productos elaborados con él y comer cada dos a tres horas. También le dije que tratara con su médico acerca de la posibilidad de reducir la dosis de tranquilizantes.

Hizo lo que le aconsejé, y su mejoría fue rápida. La frecuencia de sus dolores de cabeza disminuyó y, cuando se producían, eran menos intensos. Transcurrido aproximadamente un mes, suspendió por completo los tranquilizantes, y al completar diez semanas de tratamiento se había aliviado totalmente de sus molestias físicas. Su actitud también había mejorado de manera notoria.

Aunque es muy probable que nunca logre olvidar del todo la tragedia que precipitó su trastorno nervioso, ya está aprendiendo a vivir el presente, dejando esos sucesos en el pasado. Su restablecimiento mental confirma la máxima de Juvenal: “Mens sana in corpore sano”.

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Elvira desempeña actualmente un destacado cargo en una universidad importante y, recien-temente, se comprometió en matrimonio con un joven profesor de sociología.

Existe una tendencia creciente a atribuir los desórdenes físicos difíciles de diagnosticar al estado mental del paciente. En otras palabras, se habla mucho de enfermedades psicoso-máticas, y muy poco de las somatopsíquicas. Es muy significativo que entre los síntomas más comunes de la hipoglucemia figuren angustia, depresión, deseos de llorar, fatiga, irritabilidad, insomnio, indecisión, ideas de suicidio, mal genio, miedo y náuseas. Es muy probable que, si un enfermo presenta estos síntomas, se le diagnostique una neurosis o hasta una psicosis.

Años atrás generalmente se admitía que las neurosis y los trastornos psíquicos podían diferenciarse sin dificultad de la hipoglucemia, porque en los primeros el paciente suele estar libre de la sensación de hambre intensa y constante y de un deseo incontenible de comer dulces. Sin embargo, hay estudios que demuestran que la mayoría de las personas que sufren de angustia, depresión, fobias y otros desequilibrios mentales son también víctimas de hiperinsulinismo, como se puede verificar con la prueba pertinente. Además, no siempre un estado hipoglucémico capaz de producir toda una serie de desórdenes psíquicos ha de venir acompañado forzosamente de los síntomas de fatiga y hambre insaciable. Se ha encontrado también que en numerosos casos, valiéndose de una dieta apropiada, los síntomas de varios desórdenes psíquicos se pueden aliviar y que el paciente se puede curar en forma permanente.

Recuerdo el caso de otra paciente, Helena Mejía, que estuvo sometida a asistencia psiquiátrica durante veinte años, desde la edad de diecisiete. Sin motivo aparente, de tiempo en tiempo la invadía una agobiante sensación de miedo, seguida por ataques muy fuertes de náuseas y dolor de estómago. Estos fenómenos se volvieron más y más frecuentes a medida que pasaban los años y, en consecuencia, se vio obligada a abandonar su trabajo y a vivir de una modesta renta. A pesar de que a lo largo de los años se le realizaron numerosos exámenes con el fin de encontrar una causa física de sus males, su enfermedad se consideró siempre de carácter psíquico. Se sentía tan afligida por su salud, que hasta llegó a someterse a hipnosis regresiva, en un intento de descubrir el origen de sus trastornos, pero infortunadamente no se obtuvo resultado alguno. La señorita Mejía terminó por abstenerse de salir de su casa durante largo tiempo, a causa de la vergüenza que le producían los ataques. Accidentalmente se dio cuenta de que, si llevaba consigo algo de comer, cuando salía de la casa, y comía cada dos horas, podía evitar los ataques de miedo y las demás molestias que de ordinario sufría. Cuando por fin un psiquiatra avizor y bien informado ordenó que se le hiciera la prueba de insulina o de tolerancia a la glucosa, se encontró que efectivamente sufría de hiperinsulinismo. Este se le está tratando ahora mediante una dieta adecuada, con el resultado de que la paciente está recomenzando a disfrutar de la vida.

Ya en 1935 G. B. Lake, director de la revista Clínical Medicine and Surgery, escribió:

Es muy probable que dentro de cinco o diez años al médico que quiera tratar cualquier caso de desorden psíquico, desde la neurosis más benigna o el más simple trastorno de conducta, hasta la psicosis más grave, sin la ayuda de uno o varios exámenes del azúcar en la sangre, sea considerado como un chapucero irresponsable y como un descrédito para la profesión.

Hoy, más de cincuenta años después, esta predicción, desgraciadamente, no se ha cumplido.

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10ALGUNOS HECHOS INTERESANTES ACERCA DE LA JAQUECA

Un caso difícil

Uno de mis pacientes más singulares era un hombre que a la edad de 39 años ya había alcanzado la meta de su vida: llegar a ser director general de la compañía en la que trabajaba desde que se había graduado en la universidad. Durante el primer año que desempeñó tan importante cargo hizo prosperar la empresa considerablemente, gracias a su inteligencia, a su don de mando y a su capacidad en la toma de decisiones. Sin embargo, cuando conocí a Ricardo Sánchez se encontraba hondamente deprimido, físicamente agotado y sufriendo de frecuentes ataques de jaqueca. En el segundo año como director de la empresa, su comportamiento empezó a cambiar súbitamente. Vacilaba al tomar decisiones importantes y comenzó a dejar el destino de la compañía en manos poco expertas, como consecuencia de lo cual la prosperidad de la misma declinó considerablemente. Este infortunado giro de los acontecimientos hizo que buscara el consejo de su médico, quien le recetó tranquilizantes y le recomendó que tomara unas largas vacaciones, lejos de las presiones de su trabajo. El señor Sánchez siguió el consejo, pero después de volver de su descanso terapéutico notó que no había mejorado. Además, sus jaquecas, que habían principiado dos años antes, empeoraron.

Como todos los exámenes físicos y todas las pruebas de laboratorio arrojaron resultados negativos, el médico le recomendó que se sometiera a un tratamiento psicoanalítico. Al cabo de algunas sesiones, el psicoanalista atribuyó el estado del señor Sánchez a un deseo subconsciente de escapar de las situaciones difíciles inherentes al alto cargo que desempeñaba, y le aconsejó que buscara un empleo menos exigente, lejos de su actual lugar de trabajo. Estaba dando los primeros pasos en esta dirección cuando nos conocimos casualmente.

El señor Sánchez había sido invitado por la universidad a dar una conferencia sobre administración de empresas, a la que asistí para acompañar a un profesor que estaba interesado en el tema. Después de la conferencia se sirvió una comida a los asistentes, y al señor Sánchez y a mí nos correspondieron asientos contiguos. Nuestra conversación nos llevó a mi campo de interés, y fue así como el destino me relacionó con otra víctima de la jaqueca.

La prueba de sobrecarga de glucosa mostró que la concentración de azúcar en la sangre se elevaba normalmente al principio, pero después de unas horas, cinco en este caso, descendía más de 25% por debajo del valor en ayunas. Si se hubiese limitado la prueba a tres o cuatro horas, esta hipoglucemia latente habría pasado inadvertida. El señor Sánchez es uno de los escasos enfermos de jaqueca que no presenta en esta prueba la característica curva

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plana. Su caso demuestra la necesidad de prolongar la prueba a cinco horas para ciertos individuos, con el objeto de descubrir su hipoglucemia (véase figura 11).

Mostré al señor Sánchez los resultados y le hice las recomendaciones acostumbradas.

Figura 11. curva de glucemia del señor Ricardo Sánchez.

— Señor Sánchez — le dije —, es indispensable que elimine de su dieta todos los azúcares procesados.

— Profesor Low, yo nunca como azúcar.

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— Seguramente come algún postre o alguna clase de dulces.Movió la cabeza negativamente.

Entonces, tal vez le añade azúcar al café o al té.No, nunca como dulces de ninguna clase. Aprendí a prescindir del azúcar cuando

apenas era un niño. Parece que mis dientes son propensos a la caries y por esto no me permitían comer golosinas de ninguna clase, y ahora hasta he perdido el gusto por todo lo dulce. Tengo el orgullo de poder decir que todavía conservo todos mis dientes.

Debo admitir que estaba desconcertado. Entonces recordé que cuando comimos juntos, el día que nos conocimos, el señor Sánchez había tomado una cerveza.

— Señor Sánchez, espero que no le moleste esta pregunta, pero debo hacerla: ¿Toma usted mucha cerveza?

Admitió que desde hacía algún tiempo estaba tomando tres o cuatro botellas de cerveza diarias, generalmente con las comidas.

— Esta es, pues, la causa de sus trastornos — le dije.Le fue difícil aceptar que esta cantidad moderada de cerveza pudiera serle perjudicial,

pero reconoció que sus ataques habían comenzado en estrecha coincidencia con el aumento de su afición por la cerveza. Le aconsejé que prescindiera de esta bebida y, cuando lo hizo, su estado mejoró en pocas semanas.

El señor Sánchez está otra vez dirigiendo una floreciente empresa, con la misma competencia que mostrara inicialmente. Su caso demuestra la necesidad de eliminar de la dieta de las víctimas de jaqueca todos los azúcares procesados, pues todos ellos actúan sobre el páncreas del mismo modo, inclusive la maltosa contenida en la cerveza. Además, como se explicó en el capítulo 8, la cerveza también contiene alcohol y ácido oxálico, y los efectos hipoglucemiantes de estas tres sustancias se refuerzan mutuamente. La cerveza es especialmente nociva para los enfermos de jaqueca y debe evitarse a toda costa.

Dolor de cabeza de fin de semana

Desde hace muchos años la jaqueca se atribuye a las tensiones y preocupaciones de la vida cotidiana. ¿No es entonces insólito que muchos ataques se presenten sobre todo en los fines de semana y en los días de fiesta, es decir, precisamente cuando los pacientes pueden descansar, lejos de la nerviosidad producida por el trabajo?

Ya en 1949, en un artículo publicado en el American Journal of the Medical Sciences, C. F. Wilkinson Jr. describe a un paciente que sólo tenía ataques de jaqueca los domingos. Se descubrió que durante la semana su desayuno consistía en huevos y tocino, mientras que los domingos comía waffles con jarabe. Yo he visto muchos casos similares. Un ejemplo es el de Alicia Gómez, alta empleada de una empresa publicitaria. Durante la semana, su trabajo era intenso y a veces agotador, y aun así nunca experimentaba los síntomas de la jaqueca, a pesar de estar predispuesta a esta enfermedad. En cambio, en los fines de semana habitualmente sufría de intensos dolores de cabeza. Alicia era una persona calmada, capaz de descansar en sus días libres y olvidar su trabajo, y por este motivo estaba desconcertada por la extraña forma como se presentaba su enfermedad.

Conjuntamente investigamos sus hábitos, y por fin encontramos una explicación. Durante la semana sus comidas eran nutritivas y siempre excluían los postres, pues su aspecto físico era importante para su trabajo, por lo que vigilaba su peso, pero en los fines de semana dejaba la moderación y se permitía el placer de tomar bebidas alcohólicas y comer postres y otros dulces. Casi siempre pagaba el precio de este lujo con un fenomenal dolor de cabeza dominguero.

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En ciertos enfermos los ataques de jaqueca se producen periódicamente, pero en días distintos de los fines de semana. En estos casos se puede demostrar casi siempre que la alimentación de tales pacientes contiene más azúcar precisamente en aquellos días de la semana en que ocurren los ataques.

¿En qué otro momento?

Como ya se ha explicado, un enfermo de jaqueca no puede abstenerse de comer por más de dos o tres horas sin experimentar un ataque. Su páncreas es en general tan excesivamente activo que, aun sin el estímulo del azúcar ni de ninguna otra sustancia hipoglucemiante, se produce, después de cierto tiempo, suficiente insulina para desencadenar un ataque. En consecuencia, no se debe ayunar más de dos o tres horas. Por la misma razón es también importante que el paciente de jaqueca coma algo antes de acostarse, pues de lo contrario es muy probable que despierte a la mañana siguiente con intenso dolor de cabeza. En casos extremos, hasta es necesario usar un despertador a fin de comer algún bocado por la noche.

A diferencia del hipoglucémico, una persona sana puede abstenerse de comer durante muchas horas, sin que el nivel de glucosa en su sangre descienda por debajo del valor normal. Además, el hambre que siente, aun después de varios días de ayuno, es insignificante si se compara con la de un hipoglucémico que ha permanecido tan sólo unas pocas horas sin comer.

Si un enfermo de jaqueca realiza un esfuerzo físico tal que le demande un considerable gasto de glucosa, es muy probable que el nivel de ésta en la sangre descienda rápidamente por debajo del valor en el cual se desencadena un ataque. Para evitar que ello suceda, la única solución es suministrarle inmediatamente una cantidad adecuada de comida. Un vaso de jugo de naranja, seguido de unas cuantas galletas “sodas” y, de ser posible, un pedazo de queso es suficiente.

Algo análogo ocurre cuando un paciente de jaqueca está sometido a una fuerte tensión emocional. Como ya se ha explicado, esto puede estimular al páncreas a aumentar su producción de insulina. Si el paciente se encuentra en estas circunstancias, debe alimentarse con comidas frecuentes, ricas en hidratos de carbono naturales y completamente exentas de azúcar.

Herencia

Algunas personas pueden comer en abundancia azúcares procesados sin correr el riesgo de volverse hipoglucémicas o diabéticas, mientras que otras no pueden consumir ni siquiera cantidades mínimas sin perjudicar su salud. Esta diversidad de reacciones no es extraña a la condición humana. Si, por ejemplo, un grupo de individuos se alimenta exclusivamente con arroz blanco durante cierto tiempo, no todos contraerán beriberi y, entre los que lo contraigan, algunos mostrarán apenas síntomas leves, mientras que otros enfermarán gravemente. Del mismo modo, si un grupo de personas recibe azúcar constantemente y en exceso, como suele ocurrir en el mundo actual, el páncreas de algunas de ellas continuará funcionando en forma debida, mientras que en otras el permanente estímulo del exceso de azúcar alterará el funcionamiento normal de dicho órgano, que entonces producirá excesiva insulina. Esto, a su vez, modificará el equilibrio de la glucosa en el organismo, y las personas afectadas se volverán hipoglucémicas. En otro grupo de personas, en cambio, el páncreas se agotará y perderá la capacidad de seguir produciendo suficiente insulina, con lo cual el

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equilibrio de la glucosa se perturbará por una razón distinta, y estas personas se volverán diabéticas.

Estas diversas reacciones al estímulo constante de cantidades excesivas de azúcar dependen de muchas variables. Tanto la hipoglucemia como la diabetes tienen tendencia a repetirse en la misma familia. En un estudio de 564 pacientes que sufrían de jaqueca, realizado por A. P. Friedman y otros investigadores, se encontró que el 46% de los pacientes que sufrían de jaqueca común y el 40% de aquellos que padecían de jaqueca clásica1 tenían una historia familiar de dolores de cabeza en uno o más parientes cercanos. También se ha demostrado que la influencia de la madre es mucho más frecuente que la del padre.

El medio ambiente también determina hasta cierto grado si un individuo que tiene predisposición para la enfermedad la contraerá o no. El hiperinsulinismo ocurre menos en los países donde las comidas son ricas en proteínas e hidratos de carbono naturales y el consumo per cápita de azúcar es bajo, pero en los países más pobres, donde los alimentos de las familias de bajos ingresos contienen muy pocas proteínas, al igual que en los países donde el consumo de azúcar refinado es alto, la frecuencia de esta enfermedad es mucho mayor.

¿Sufren de jaqueca los diabéticos?

Es lógico pensar que, siendo la migraña consecuencia de un nivel demasiado bajo de azúcar en la sangre y siendo la diabetes la afección contraria — es decir, una enfermedad en la que hay demasiado azúcar en la corriente sanguínea —, los diabéticos se hallan exentos de padecer jaqueca. En efecto, hace más de cincuenta años P. A. Cray y H. L. Burtness publicaron un artículo en la revista científica Endocrinology, en el que afirmaban que sólo habían observado cuatro casos de jaqueca entre 433 diabéticos, o sea, en el 0.9%. Personalmente he conocido muchos diabéticos, y sólo muy pocos de ellos tenían de vez en cuando ataques de jaqueca, lo cual ocurría únicamente cuando tomaban una dosis excesiva de insulina o de una de las drogas sintéticas hipoglucemiantes, o cuando, por alguna otra razón, como la omisión de una comida, la concentración de azúcar en su sangre caía sustancialmente por debajo del valor normal.

¿Pueden dosis sostenidas de glucosa impedir los ataques de jaqueca?

En los años 30 se publicaron varios artículos que recomendaban dietas ricas en hidratos de carbono para evitar los ataques de jaqueca. Por otra parte, algunos autores llegaban a aconsejar dosis masivas de glucosa o de azúcar corriente para aliviarlos. Ya sabemos que el razonamiento de estos autores estaba equivocado. Sin embargo, es fácil ver cómo llegaron a esta conclusión.

Ya hemos visto que, cuando un individuo come azúcar, el resultado inicial es una hiperglucemia o elevación del azúcar en la sangre. Después de cierto tiempo, el páncreas de las personas predispuestas a la jaqueca produce una cantidad excesiva de insulina, la que da lugar a hipoglucemia y ésta, a su vez, conduce al ataque de jaqueca. ¿Pero qué pasará si a una de estas personas se le suministra una dosis adicional de glucosa antes que el nivel de ésta en la sangre descienda por debajo del nivel normal? Obviamente, la concentración de glucosa en

1 Algunos autores dividen la jaqueca en dos tipos: clásica y común u ordinaria. El calificativo de clásica se le da cuando el dolor de cabeza va precedido de auras neurológicas, tales como escotomas; el de común se le da cuando no se presentan fenómenos anteriores al dolor. Sin embargo, todas las variedades de jaqueca son consecuencia del hiperinsulinismo.

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la sangre subirá otra vez, contrarrestando así la incipiente hipoglucemia y evitando que se desencadene el ataque. Si se sigue dando azúcar a intervalos regulares, de tal manera que el nivel de glucosa en la sangre no alcance nunca a descender por debajo del nivel normal, el paciente no tendrá ningún ataque. ¿Verdad que esto suena a solución fácil y agradable? Sin embargo, desgraciadamente no es así.

He tenido la oportunidad de entrevistar a muchos pacientes a quienes les había sido prescrito este tratamiento. Casi todos aquellos que lo siguieron principiaron pronto a sentir un dolor agudo en la zona del abdomen donde está localizado el páncreas. Este dolor es consecuencia de la exagerada demanda a dicho órgano. Si el tratamiento se continúa después que se inicia el dolor, el páncreas generalmente se lesiona hasta tal punto que deja de producir suficiente insulina. En otras palabras, el paciente se vuelve diabético. Personalmente he visto varios casos en los que esto ha sucedido.

Chocolate

Los enfermos de jaqueca habrán advertido que con mucha frecuencia se desencadena un ataque al comer chocolate. Por lo general este hecho se interpreta erróneamente como alergia al chocolate. Sin embargo, el chocolate dietético, endulzado artificialmente con productos distintos del azúcar, no produce ataques de jaqueca en las personas predispuestas a ella. Esto se puede explicar en forma muy sencilla del siguiente modo.

Los componentes principales del chocolate son las semillas de cacao molidas y el azúcar. El primero de estos componentes por sí mismo tiene sólo un efecto hipoglucemiante muy leve, que no es suficiente para producir un ataque de jaqueca. Sin embargo, cuando se le añade azúcar, los efectos hipoglucemiantes de ambos ingredientes se refuerzan el uno al otro muy enérgicamente, dando como resultado una de las combinaciones hipoglucemiantes más poderosas que se conocen. En consecuencia, las personas que sufren de jaqueca deben evitar esta golosina a toda costa.

Otros azúcares refinados

Además del azúcar de caña o de remolacha refinado, que es sacarosa casi totalmente pura, los alimentos pueden contener otros azúcares refinados que son tan nocivos para la salud como la sacarosa, porque también son casi totalmente puros. Los que se encuentran con más frecuencia en los alimentos son la glucosa (también conocida como dextrosa), la fructosa (o levulosa) y el jarabe de maíz (corn syrup). Un enfermo de jaqueca no debe por ningún motivo comer alimentos que contengan estos azucares.

Endulzantes artificiales

Algunos endulzantes artificiales contienen uno de los azúcares mencionados y, si las comidas o bebidas se endulzan con uno de ellos, el efecto es el mismo que el del azúcar corriente, lo cual significa que pueden desencadenar un ataque de jaqueca.

La sacarina no estimula al páncreas a producir insulina y, por lo tanto, no tiene ninguna influencia sobre la jaqueca, pero puede ser peligrosa para la salud por otro motivo: se ha encontrado que produce cáncer en animales de laboratorio.

El edulcorante más nuevo, ampliamente utilizado en la actualidad, no es un hidrato de carbono, sino un aminoácido, específicamente una mezcla de ácido aspártico y del éster metílico de la fenilalanina. Este edulcorante ejerce un efecto estimulante muy leve sobre el páncreas y, por lo tanto, suele ser inocuo para la mayoría de las personas que sufren de jaqueca, si se ingiere en forma moderada.

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11¿POR QUÉ INSISTES?

Hace muchos años recibí el encargo de dar la clase de química general a un grupo de estudiantes de medicina, cuando el profesor titular de la materia estuvo ausente, por hallarse enfermo. Durante el tiempo en que ocupé dicha cátedra hice muy buena amistad con varios de esos estudiantes, y algunos de ellos han continuado siendo amigos míos a lo largo de los años. De igual manera, conté y sigo contando entre mis buenos amigos a varios profesores de la aludida facultad de medicina.

Cuando mis investigaciones sobre la jaqueca principiaron a dar resultados positivos, era natural que estuviera ansioso de comunicar mis hallazgos a mis colegas médicos. La mayoría de mis viejos amigos recibieron mis ideas con entusiasmo, pero no a todos fue igualmente fácil convencerlos. Las nuevas ideas en el campo de la medicina necesitan a veces muchos años para que las acepten los médicos que deben aplicarlas, por lo cual no me sentí desalentado ante las dudas de algunos de mis colegas. Recuerdo que el doctor Jaime Lara, especialista en medicina interna y profesor de la facultad de medicina, venía con frecuencia a verme a mi laboratorio, y estas visitas generalmente terminaban en una discusión sobre la validez de mis trabajos. El estaba convencido de que yo no tenía razón y afirmaba que la jaqueca era un desorden emocional, no bioquímico. El doctor Lara hacía todo lo posible para convencerme de mi “error”.

— ¿Por qué insistes en afirmar que este desorden se debe a reacciones químicas anómalas del organismo? — solía decir —. Todo el mundo sabe que la jaqueca se origina en conflictos emocionales. Estoy convencido de que es una simple coincidencia que algunos de tus pacientes tengan hipoglucemia al mismo tiempo que jaquecas.

Intenté muchas veces demostrarle que mi teoría era acertada, para lo cual disponía de un cúmulo de datos experimentales que había reunido a lo largo de muchos años, pero él nunca disponía de suficiente tiempo para prestarme la debida atención. Tal vez otro motivo para no escucharme era que estaba tan seguro de tener razón, que le parecía una pérdida de tiempo discutir conmigo.

El doctor Lara es un hombre de extraordinaria inteligencia, uno de los mejores catedráticos de la facultad de medicina y un médico de gran experiencia y habilidad. He sido su amigo por muchos años y lo respeto profundamente, como lo hacen la mayoría de sus colegas, estudiantes y pacientes. Sus diagnósticos tienen fama por lo acertados, y el paraninfo siempre se llena hasta los topes cuando él da una conferencia. Creo que por este motivo estaba más interesado en convencerlo a él que a ninguna otra persona de la validez de mis descubrimientos, pero esto no era fácil, porque ninguno de los dos parecía disponer nunca del tiempo suficiente para discutir el asunto a fondo. Generalmente él me visitaba en mi laboratorio durante el día, cuando yo estaba ocupado con ensayos o evaluaciones, y, coincidencialmente, cada vez que yo lo visitaba, también lo encontraba ocupado y no podíamos hablar mucho.

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Un día cambié mi estrategia y fui a su despacho a última hora de la tarde. Cuando llegué ya se había puesto el abrigo y estaba a punto de irse a su casa.

— Rodolfo — me dijo —, si no estás ocupado, ¿por qué no vienes a casa conmigo a tomarnos unas copas? Allí no es fácil que nos interrumpan y quizá podamos por fin hablar tranquilamente. Ya estoy saboreando la victoria de derrumbar tu teoría que relaciona la jaqueca con la hipoglucemia — advirtió en tono de desafío —. ¿Me das la oportunidad de hacerte cambiar de opinión?

— Por supuesto, Jaime; acepto el reto — le contesté —. Estoy completamente seguro de que te convenceré de lo contrario. Y así emprendimos la marcha hacia su casa.

— No recuerdo si alguna vez te dije que mi esposa Lucía sufre de jaqueca desde antes de casarnos — dijo durante el viaje —. Nadie, ni siquiera los mejores neurólogos del país, han podido ayudarla, pero desde hace algunas semanas está bajo el cuidado de un psiquiatra, y estoy convencido de que por fin estamos en el camino acertado y no tardaremos en ver los resultados. De esto estoy seguro.

Sacudí la cabeza y no pude contener la risa.— Eres difícil de convencer, ¿verdad? — refunfuñó.Cuando llegamos, Lucía nos recibió en la puerta.— ¿Cómo está, profesor Low? Hacía mucho tiempo que no lo veía, pero Jaime habla

mucho de usted. Está de muy buen semblante.— Gracias, me siento muy bien, pero, por favor, llámame Rodolfo. Tú también te ves

muy bien, Lucía. ¿Cómo te sientes?Lucía era una mujer hermosa, aunque algo pasada de peso. Yo sabía que tenía cerca de 50

años, pero no los aparentaba. Aunque hacía varios años que no la había visto, inmediatamente recordé su voz suave y agradable y su atractivo rostro, que no había cambiado.

— ¡Me siento bastante bien! — contestó —. Todo sería perfecto si no fuera por esos condenados dolores de cabeza. Me imagino que Jaime ya te lo habrá contado. Sé que tengo que vivir con ellos, pero a veces me desespero y estoy cansada de estar siempre esperando el siguiente ataque. Esto estropea toda mi vida social — guardó silencio por un momento y en seguida continuó —. ¡Oh! no has estado aquí ni cinco minutos y no he hecho más que darte malas noticias. Ven, siéntate.

— No importa, Lucía. Como sabes, desde hace muchos años estoy haciendo investigaciones sobre la jaqueca, y todos mis pacientes — es así como los llamo — se han aliviado por completo. ¿No te lo ha contado Jaime?

— No, no se lo he contado — intervino Jaime, insistiendo en su opinión —, sencillamente porque no lo creo.

Trajo un whisky doble para Lucía y empezó a preparar uno para él.— ¿Tú qué tomas, Rodolfo?— Yo quisiera un jugo de naranja o de otra fruta sin endulzar, si es posible.— Nunca te darás por vencido — dijo riendo —: un vaso de whisky te sentaría mejor que

el jugo, pero si insistes... Lucía, ¿tenemos jugo de naranja fresco?Lucía salió y al poco tiempo volvió con un vaso alto, lleno de jugo de naranja y hielo.

También me ofreció queso y algunas galletas “sodas”, que acepté gustosamente.— Jaime, creo que me ibas a dar la oportunidad de presentar mi caso. ¿Estás de acuerdo

en que empiece haciéndole unas preguntas a tu esposa?— Por supuesto, si Lucía no tiene inconveniente. Esto se pone interesante.Se arrellanó en su poltrona y principió a saborear su whisky.— Lucía — dije —, ¿no te importa contestar unas preguntas bastante aburridas?— Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pidas, aunque sólo haya una remota esperanza

de aliviar mis jaquecas.

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— Las esperanzas no son tan remotas como crees, te lo puedo asegurar — dije, mirando hacia donde estaba Jaime.

Después empecé a hacerle a Lucía las mismas preguntas que acostumbro formular a todos mis pacientes cuando los entrevisto por primera vez.

— Lucía, ¿cuándo principió tu trastorno?— Los ataques comenzaron cuando tenía trece años, pero entonces no eran tan frecuentes

como ahora, pues sólo se me presentaban más o menos una vez al mes.— Por favor, ¿podrías describir el dolor que sientes? ¿Te duele toda la cabeza o el dolor

es más intenso en un lado que en el otro?— Casi siempre el dolor es solamente del lado derecho de la cabeza.— ¿Es un dolor pulsátil?— Sí, exactamente.— Antes que principie el dolor propiamente dicho, ¿sufres alguna perturbación visual,

como la de ver sólo la mitad de todos los objetos? Jaime la llamaría hemianopsia.— Oh, sí. Todos mis ataques empiezan de ese modo.— Apostaría a que después ves manchas de diferentes colores bailando ante tus ojos.

Estas se llaman escotomas centelleantes.— Efectivamente, veo las manchas, pero las mías no son en tecnicolor — dijo riendo —.

Parece que sólo he sido favorecida con la variedad en blanco y negro.— ¿Pierdes la sensibilidad en un lado de la cara o en la lengua y los dedos?— Sí, muchas veces, pero no siempre.— ¿Dónde se produce esta pérdida de sensibilidad?— Un momento ... déjame ver ... Sí, generalmente en la mano del mismo lado en que me

duele la cabeza.— ¿También sientes náuseas durante el ataque?— Sí, desgraciadamente siempre. ¡Es la sensación más desagradable que existe!— ¿Y vomitas?— No, nunca. Creo que me contengo. Como acabo de decirte, las náuseas son muy

desagradables, pero el vómito es espantoso. Cuando era niña vomité algunas veces durante los ataques, pero ahora no.

— ¿Alguna vez has tenido amnesia en el paroxismo de un ataque?— Me sucedió algunas veces, pero yo no la llamaría exactamente amnesia. Es más bien

una confusión mental, en la que no recuerdo ni los nombres de mis hijos y a veces ni siquiera mi propio nombre. Aunque parezca ridículo, esto es exactamente lo que me pasa y, además, cuando sucede, me siento muy asustada, porque soy incapaz de expresarme.

— Lucía, todo lo que me has contado es característico de la jaqueca aguda. Naturalmente, hay otras enfermedades que pueden producir dolores de cabeza parecidos, con síntomas como los que tú tienes. Por ejemplo, un tumor intracraneal es uno de estos desórdenes, pero podemos excluirlo definitivamente en tu caso, porque tus ataques principiaron hace 37 años. Ahora, Lucía, quisiera saber exactamente lo que comes. Yo sé que esto es un asunto muy personal, pero es necesario que lo sepa para que podamos evitar tus ataques. ¿No tienes inconveniente en decírmelo?

— No, Rodolfo, desde luego que no.— Bien. Necesito saber todo lo que metes en tu estómago, desde el desayuno hasta que te

acuestas, inclusive lo que comes y bebes fuera de las comidas principales.— Bueno, como ves, estoy un poco pasada de peso y me doy cuenta de ello. He reducido

bastante el desayuno limitándolo a una taza de café solo y una tostada.— ¿Al café le pones azúcar?— Pues sí. No podría tomármelo de otra manera.

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— Lucía, sería mejor para ti si lo tomaras con algo de leche y omitieras el azúcar, si crees que debes tomar café. Bien, continúa.

— Al mediodía como más o menos lo mismo que todo el mundo. En fin, depende del lugar en que me encuentre, de la compañía y de tantas circunstancias.

— Pero, ¿la comida comprende un postre y alguna bebida?— Naturalmente, sí. Debo confesar que me encanta terminar la comida con algo dulce, y

estoy segura de que ya lo habías adivinado, por mi figura — contestó, ruborizándose —. Siempre tengo helados en la nevera para mis nietos, y muchas veces les ayudo a dar cuenta de ellos. También de vez en cuando como galletas y otras golosinas. Cuando hace calor acompaño la comida con una gaseosa, pero cuando hace frío prefiero café caliente.

— Con azúcar, me imagino.— ¿Y por qué no? Creo que casi todo el mundo le pone azúcar al café.Me sonreí, y ella continuó.— Para la cena también seguimos la costumbre general: carne de res o pollo y, con

menos frecuencia, pescado, acompañados de verduras y, generalmente, de una ensalada. Créeme, Rodolfo, mi dieta está muy bien balanceada, si es esto lo que quieres saber. A veces, no siempre, terminamos la cena con un postre.

— Y dime, Lucía, ¿no comes nada entre las comidas principales?— Acabas de tocar un punto muy delicado, Rodolfo.— Bueno, si prefieres no contar...— Oh, no creo que sea tan importante. Naturalmente, como algo. Me apasionan las

galletas, las tortas, en fin, todo aquello que echa a perder mi figura. También solía comer chocolates, pero últimamente trato de evitarlos, pues parece que no me sientan muy bien.

— ¿En qué sentido?— Pues, no sé, me parece que cada vez que como chocolates me da un ataque de jaqueca.

¿No te parece absurdo?— De ningún modo. Siento tener que hacerte todas estas preguntas, pero quiero ayudarte.

¿Tomas alguna medicina?Jaime fue a servirse otra copa y murmuró algo que no pude entender.— Generalmente tomo aspirina para mis dolores de cabeza. Además, a veces, tomo una

píldora para dormir por las noches. Jaime me dio la receta. Como puedes ver, soy una persona muy nerviosa.

Me mostró la medicina. Era un derivado de la nitrobenzodiacepina; es decir, un estimulante del páncreas, como se explicó en el capitulo 8.

— Y en cuanto a bebidas alcohólicas, ¿cuáles son tus hábitos?— Generalmente tomamos uno o dos tragos de whisky antes de la cena y de vez en

cuando, de sobremesa, algún licor.— ¡Por amor de Dios, Jaime! — casi grité — ¡Después de lo que acabo de oír no es raro

que tu esposa tenga jaquecas!— Rodolfo, no veo qué intentas probar con eso. La alimentación de Lucía no es diferente

de la de las demás personas.Entonces expliqué pormenorizadamente al doctor Lara, por primera vez sin

interrupciones, mi teoría sobre la jaqueca. Le aclaré cómo la alta secreción de insulina del páncreas excesivamente activo de su esposa ponía en marcha el mecanismo contrarregulador de su organismo, y cómo las catecolaminas producidas iniciaban el ataque de jaqueca. También le expliqué que muchos productos, en especial el azúcar refinado, pueden estimular la producción abundante de insulina en individuos cuyo páncreas es demasiado activo y le describí cómo los ataques pueden evitarse con una dieta adecuada.

— Pero, Rodolfo, ¿cómo sabes que el páncreas de un enfermo de jaqueca produce esta gran cantidad de insulina?

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— Jaime, he medido, en el momento de producirse, las secreciones de insulina en individuos sanos y en enfermos de jaqueca, y he encontrado resultados muy diferentes entre uno y otro grupo. La secreción de insulina en personas que sufren de jaqueca es generalmente mucho más rápida que en las personas normales y llega a valores más altos, mientras que el retorno al nivel inicial es muchas veces demorado. Además, en un alto porcentaje de enfermos de jaqueca las curvas de insulina muestran un patrón especial, en el cual la concentración de insulina llega a un máximo, después baja y, sin ningún estímulo adicional, vuelve a subir a un segundo máximo. En otras palabras, la curva de insulina tiene dos máximos en lugar de uno. Hay también casos en los cuales la curva presenta tres máximos ... Un momento, Jaime; tengo en mi cartera algunos gráficos que te pueden parecer interesantes. Ya ves — agregué con satisfacción —: vine preparado. Este [figura 12] muestra la variación de la concentración de insulina en el plasma sanguíneo de un paciente real después de ingerir cien gramos de glucosa. Como puedes ver, la concentración de insulina sube rápidamente, después baja casi al valor en ayunas y, sin ningún estímulo adicional, asciende nuevamente.

Figura 12. Variación de la concentración de insulina en el plasma sanguíneo de la paciente G. H. después de ingerir 100 gramos de glucosa.

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Este otro gráfico [figura 13] muestra las concentraciones de insulina en el plasma sanguíneo de otro paciente real, que sufría de ataques de jaqueca extremadamente fuertes.

Figura 13. Variación de la concentración de insulina en el plasma sanguíneo de la paciente M. M. después de ingerir 100 gramos de glucosa.

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En contraste con estas figuras, mira este gráfico [figura 14] en el cual he representado los valores promedios, en función del tiempo, de la insulina de diez individuos jóvenes completamente sanos. Como puedes ver, el aumento de los valores de la insulina no es tan rápido en este caso como en el de los pacientes de jaqueca y el máximo de la curva es mucho más bajo.

Figura 14. Variación promedio de la concentración de insulina en el plasma sanguíneo de diez individuos normales, después de ingerir 100 gramos de glucosa.

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Es importante conocer que la cantidad real de insulina producida no depende solamente del punto más alto de la curva, sino que se mide de acuerdo con el área total comprendida entre la curva y el eje horizontal. Te podría mostrar muchas curvas de insulina en pacientes de jaqueca y notarías que en la mayoría esta área es mucho mayor que en individuos normales.

— Debo admitir, Rodolfo, que estos datos son muy convincentes. ¿Se ha publicado algo al respecto?

— Todo esto es resultado de mis propias investigaciones. Varios artículos míos salieron a la luz recientemente.1

— Bueno, Lucía — dijo el doctor Lara, dirigiéndose a su esposa —, ¿por qué no pruebas? Rodolfo, ¿cuál es exactamente el tratamiento que recomiendas?

— Ante todo, Lucía, debes renunciar al azúcar refinado y a cualquier producto que lo contenga. Acabas de ver cómo el azúcar estimula al páncreas de las personas que sufren de jaqueca a producir grandes cantidades de insulina. Este es el primer paso para desencadenar un ataque y, por lo tanto, debes evitar el azúcar refinado. En segundo término, debes comer por lo menos seis veces al día, porque tu páncreas es tan activo que, aun sin el estímulo del azúcar, genera suficiente insulina para ocasionar un ataque.

— ¿Cómo sería esta dieta, Rodolfo? — preguntó Lucía.

— Déjame darte un ejemplo de lo que podrías comer en un día determinado: jugo de naranja sin endulzar, jamón o huevos, una o dos tostadas y café suave sin azúcar al desayuno; un pequeño emparedado de queso al promediar la mañana; macarrones con carne y café suave al almuerzo; un pedazo de queso con unas galletas “sodas” al promediar la tarde; un bistec con papas [patatas] fritas como cena; y finalmente unas galletas antes de acostarte.

— Pero, Rodolfo, ¡yo ya estoy bastante pasada de kilos y, con una dieta así, mi peso aumentará todavía más!

— No aumentará, Lucía. Te doy mi garantía personal.— Sí aumentará — interrumpió Jaime —, porque esto es por lo menos el doble de lo que

come ahora.— Esto puede ser cierto, pero la dieta descrita no contiene ningún azúcar refinado y, por

lo tanto, no aumentará de peso. Al contrario, es probable que pierda peso. Además, si quiere perder algo de peso, es suficiente que disminuya ligeramente la ingestión de alimentos ricos en almidón, tales como pan, galletas o papas [patatas].

— Bueno, Lucía — dijo Jaime, sin estar todavía muy convencido —. Creo que no te hará daño intentarlo.

Lucía, sin embargo, parecía mucho más entusiasmada que su esposo.— Desde luego, lo haré — exclamó.Le entregué a Lucía un modelo de dieta para enfermos de jaqueca y le recordé que

también debía abstenerse de tomar bebidas alcohólicas.— Más tarde, cuando estés completamente restablecida, puedes tratar de tomar de vez en

cuando pequeñas cantidades de vino de mesa. Sin embargo, nunca debes tomar vinos o licores dulces ni cerveza.

— Esto no será difícil para mí — dijo Lucía —. Realmente nunca he sido aficionada al alcohol.

— Ah, Jaime — dije —, también es necesario suprimir el hipnótico que le recetaste.¿Pretendes indicarme qué medicinas debo darle a mi esposa? — replicó indignado.

— Lo siento, Jaime, pero no se deshará de sus dolores de cabeza si continúa tomando este medicamento, aun si sigue la dieta, pues es un veneno para los hipoglucémicos, porque es un 1 Véanse referencias bajo Low, en la bibliografía.

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derivado de la nitrobenzodiacepina; es decir, un estimulante del páncreas. Debe, así mismo, dejar de tomar aspirina, porque ésta también es una droga hipoglucemiante. Para demostrarte que estoy en lo cierto, déjame determinar la concentración de insulina en el plasma sanguíneo de Lucía después de una de sus comidas ricas en azúcar, con las que toma dos aspirinas. Apuesto a que los resultados serán por lo menos el doble que en una persona normal.

— De acuerdo, siempre que Lucía no se oponga. Después de todo, se trata de su organismo.

Lucía estuvo de acuerdo en someterse a la prueba, y algunos días después le mostré los resultados a Jaime. La determinación de insulina, realizada luego de la ingestión de comida y de las aspirinas, reveló una concentración de insulina de cerca de 300 microunidades por mililitro de plasma sanguíneo. Por fin el doctor Lara estaba convencido.

Al principio, Lucía pasó días difíciles, pero mes y medio después de iniciado el tratamiento ya no necesitaba ninguna de sus medicinas. Finalmente, al cabo de 37 años de dolor y sufrimientos, está completamente restablecida. Además, su peso disminuyó en cerca de diez kilos y se ve más joven que aquel día en que le expliqué mi teoría por primera vez. Desde entonces el doctor Lara ha dado varias conferencias en las que ha defendido mi teoría y en las que siempre se ha referido al restablecimiento de su esposa a modo de ejemplo de cómo se puede eliminar la jaqueca con la ayuda de una dieta adecuada.

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12TRATAMIENTO

El número de personas que sufren de hipoglucemia es mucho mayor que lo que generalmente se cree. No es exagerado decir que en promedio se encuentran por lo menos veinte hipoglucémicos entre cada cien personas. En la gran mayoría de los casos el hiperinsulinismo, o sea la secreción excesiva de insulina por el páncreas, es la causa de este desorden. Este número ha aumentado considerablemente en los últimos años, quizá a causa del permanente estímulo que el páncreas recibe de los alimentos que se consumen actualmente, ricos en azúcares. Entre el 40% y el 50% de los hipoglucémicos sufren también de jaqueca además de las otras molestias propias de la enfermedad. De la lectura de los capítulos anteriores se saca, sin embargo, la conclusión de que las diferentes manifestaciones de la hipoglucemia, entre ellas la jaqueca, desaparecen totalmente si el paciente evita la ingestión de toda clase de azúcares refinados, siempre que siga al mismo tiempo las demás recomendaciones sencillas que se hacen en este libro. Esta solución al secular problema de la jaqueca puede parecer demasiado simple, tratándose de una dolencia tan seria, considerada anteriormente como misteriosa. No obstante, el tratamiento ha resultado absolutamente eficaz, pues más del 90% de los pacientes de jaqueca que lo han seguido se han restablecido por completo de sus ataques. El tratamiento que proporcionará al enfermo de jaqueca nueva salud y una vida libre del sufrimiento de esta dolencia se presenta a continuación en forma de cuatro reglas. Antes que usted las lea, debe, sin embargo, saber que los dolores de cabeza tienen diversas causas, desde un simple resfrío hasta un tumor cerebral que puede poner en peligro su vida. Por lo tanto, es indispensable que un médico diagnostique de manera indiscutible que usted padece jaqueca, y sólo entonces podrá poner en práctica estas reglas.

Regla número uno

La primera regla para el tratamiento de la jaqueca es: elimine totalmente el azúcar refinado de su alimentación, bien lo añada directamente para endulzar el café, el té, los jugos de frutas u otros alimentos, o bien ya esté incorporado a los mismos, como en batidos de leche, gaseosas, bizcochos, bombones, buñuelos, caramelos, chocolate, churros, dulces, flanes, frutas en conserva, frutas secas, galletas, helados, jugos de frutas endulzados, kumis, licores dulces, mermeladas, pasteles, roscas, vinos dulces y yogures con sabor de frutas. Esto se refiere no solamente a la sacarosa, sino igualmente a los demás azúcares refinados, como glucosa, fructosa y jarabe de maíz. Muchos alimentos preparados, que se mencionan en el capítulo 13, también contienen azúcar a pesar de no tener sabor dulce, y deben eliminarse igualmente. En resumen, el enfermo de jaqueca debe cambiar su alimentación rica en azúcares refinados por otra rica en hidratos de carbono naturales y que al mismo tiempo contenga suficientes proteínas, como frutas, papas (patatas), arroz y harina de trigo.

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Naturalmente, para el hombre moderno, esclavizado por su costumbre de consumir azúcar, esto requiere un proceso de autoeducación, pues tendrá que adquirir hábitos nuevos y más sanos en su comida y aprender a preferirlos a los antiguos.

Es muy importante que toda persona que sufra de jaqueca averigüe, antes de ingerir cualquier comida o bebida, si ésta contiene algún azúcar refinado y, en caso afirmativo, se abstenga rigurosamente de ella. Esta es la regla primaria y fundamental, en la cual se basa todo el tratamiento, y debe observarse estrictamente, pues aun cantidades insignificantes de azúcar pueden desencadenar ataques de increíble intensidad. Además, esta regla debe seguirse para siempre, porque si después de algún tiempo se vuelve a comer azúcar, los síntomas reaparecerán.

Muchos pacientes, sin embargo, consideran que es muy difícil prescindir de todos los alimentos que contienen azúcar, y prefieren continuar con sus padecimientos. Naturalmente, todo depende de la intensidad de los mismos. Si la jaqueca de una persona se limita a un dolor que se puede paliar fácilmente con un analgésico común, probablemente preferirá soportar esta molestia y tomar su medicina cuando la necesite, a privarse de sus comidas predilectas. Pero si sufre de un dolor de cabeza que lo incapacita completamente, es seguro que cualquier sacrificio le parecerá mínimo comparado con el alivio que experimentará y no le será difícil prescindir de los alimentos que le producen sus ataques.

En nuestra civilización puede a veces parecer difícil eliminar el uso del azúcar refinado. Lo mismo en Europa que en América o en el Asia, igual en el norte que en el sur, lo más corriente es que el desayuno consista en café con leche o té, al que se añaden dos o tres cucharaditas de azúcar — es decir, entre 10 y 15 gramos —, acompañado a veces de bizcocho, torta, buñuelos o galletas, cada porción de los cuales contiene otra buena cantidad de azúcar. En ocasiones el desayuno también comprende un cereal, que, por ser agradable al paladar, exige así mismo que se endulce, y no es raro que se tome al principio una de las modernas bebidas con sabor de naranja, que también contiene un alto porcentaje de azúcar. Estas imitaciones de jugo de naranja suelen estar complementadas con vitamina C, para así poder sostener que tienen valor alimenticio. Es realmente irónico que los fabricantes sometan los productos naturales a procesos en los que se destruyen, entre otros componentes, todas las vitaminas, y después les den la vuelta añadiéndoles vitaminas sintéticas y les pongan una etiqueta que dice: “Enriquecido con vitaminas”. Estas tres palabras engañan al consumidor y le hacen creer que está recibiendo sustancias nutritivas adicionales.

Si este desayuno lo come una persona sana, es probable que se sienta perfectamente, aunque existe la posibilidad de que el constante estímulo del páncreas para que segregue insulina, acabe por volverla hipoglucémica. Pero si ya padece esta afección, la enorme cantidad de azúcar ingerida obligará al páncreas a segregar tanta insulina, que la persona saldrá a la calle en estado de verdadero choque, como el diabético a quien se le ha puesto una dosis excesiva de dicha hormona. Esto explica por qué tanta gente inicia el día nerviosa, cansada y de mal humor.

Sin embargo, éste es sólo el principio de la jornada. Al promediar la mañana pocos son los que no toman una gaseosa (aproximadamente 20 gramos de azúcar) o una taza de café o té endulzado con azúcar, y, si sienten hambre, es probable que coman un bizcocho, o galletas, o cualquier otra cosa dulce. Esto es especialmente cierto en el caso de una persona hipoglucémica que ha comido el desayuno descrito arriba, pues el páncreas ya habrá producido tanta insulina que el deseo de comer cosas dulces será incontenible.

Desafortunadamente la comida del mediodía, al igual que la cena, tampoco nos libran de nuestra adicción al azúcar. La mayoría de nosotros incluye una gaseosa u otra bebida dulce en ambas comidas y es una costumbre casi universal terminarlas con un postre, generalmente una torta, helado o frutas en conserva.

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En la época en que vivimos no es raro el caso de personas que omiten la parte esencial de la comida del mediodía y van directamente al postre. Y, como si esto no bastara, hay personas que, antes de irse a dormir, culminan el día dándole el golpe final al páncreas con otra gaseosa o con una limonada a la que le han añadido varias cucharaditas de azúcar. ¡Y aún hay quienes se admiran de que existan tantos diabéticos e hipoglucémicos, cuando en realidad tendrían que sorprenderse de que no existan muchos más!

El enfermo de jaqueca sabe ahora lo que no debe comer, ¿pero qué debe comer? En primer término es indispensable iniciar el día con un buen desayuno, pues de lo contrario el cerebro se encontrará en estado de inanición durante las horas en que generalmente debe dar un gran rendimiento. La costumbre de omitir esta comida, tan difundida en nuestro tiempo, no tiene ninguna justificación y frecuentemente trae como consecuencia un estado de salud muy precario para las personas que la practican. Un buen desayuno debe consistir en una fruta — preferible aunque no necesariamente un jugo de naranja sin endulzar — y en un hidrato de carbono natural, tal como una o dos tostadas o una cantidad equivalente de pan, galletas o un cereal. Es también aconsejable complementar lo anterior con un alimento rico en proteínas, tal como queso o un trozo pequeño de carne o pollo sobrante del día anterior, y ocasionalmente con una tajada de jamón o un huevo.

A simple vista, este nuevo modo de vida puede parecer difícil para un individuo moderno que tiene su tiempo medido, pero para aquellos que han sufrido el martirio de la jaqueca les parecerá muy sencillo establecer este nuevo hábito, cuando por primera vez en muchos años experimenten completo y permanente bienestar en el cuerpo y en la mente.

La comida del mediodía debe incluir una buena porción de carne, pescado o ave, una verdura y un alimento rico en almidón, como papas (patatas), arroz o pasta. Por ejemplo, un buen menú podría consistir en pollo, preparado en la forma preferida por el paciente, acompañado de papas (patatas) al horno y habichuelas verdes en salsa de queso. Este menú puede acompañarse de una ensalada, caso en el cual debe cuidarse que el aderezo no contenga azúcar. Si se desea un postre, lo más recomendable es una fruta fresca. Tomando en consideración que muchos de los que sufren de jaqueca pertenecen al grupo de personas muy ocupadas que disponen de poco tiempo para el almuerzo, se está preparando un libro de cocina con recetas especiales muy sencillas para enfermos de jaqueca.

De igual modo, la cena debe constar esencialmente de carne, pescado o ave y de una verdura y un alimento rico en hidratos de carbono naturales. Se ve, pues, que no existen exigencias dietéticas que limiten la imaginación. El viejo dicho “en la variación está el placer” puede aplicarse sin restricciones a la dieta de los hipoglucémicos. Es importante aprender a alternar entre sí diferentes clases de carne de res, y éstas con pescados y con pollo o huevos, variando al mismo tiempo las verduras y los alimentos ricos en hidratos de carbono.

El plato principal de todas las comidas para los enfermos de jaqueca debe siempre ser rico en hidratos de carbono naturales (papas, arroz, pasta, etc.) y debe también contener un alimento rico en proteínas. Fuentes ideales de las últimas son la carne de res, el pescado, las aves, los huevos y el queso. Muchas personas nunca han probado variedades de carne como corazón, pulmones, riñones, sesos e hígado, que son en general más baratas que la mayoría de las carnes que se venden en el mercado, además de ser muy nutritivas, sobre todo el hígado, que se recomienda en forma muy especial. Las carnes distintas de la de res, como la de cabra, cordero, conejo, venado, etc., también poseen alto valor alimenticio y, bien preparadas, son de sabor exquisito. La carne de cerdo y el jamón contienen igualmente elementos nutritivos muy valiosos, pero hay que evitar que tengan demasiada grasa, que es difícil de digerir. Los vegetales son componentes esenciales de todas las dietas, y las personas que sufren de jaqueca deben comerlas. En la página siguiente hay una lista de una gran variedad de vegetales entre los que es fácil elegir. Se han excluido deliberadamente los

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fríjoles y las habas, porque para muchas personas son difíciles de digerir. La comida sin digerir puede fermentarse en los intestinos, y en este proceso se producen substancias que tienen efectos hipoglucemiantes; es decir, substancias que tienen la capacidad de estimular al páncreas a producir insulina.

Vegetales

Acelgas Espárragos Papas (patatas)Alcachofas Espinacas PepinosApio Garbanzos PimientosBerenjenas Guisantes RábanosBretones Hongos RemolachaBróculi Lechuga RepolloCalabaza Lentejas TomatesCebollas Maíz ZanahoriasColiflor Nabos

Existen muchos libros que contienen dietas especiales para hipoglucémicos. La mayoría de los autores de estos textos cometen, sin embargo, un error fundamental al confeccionar estas dietas, pues no establecen una diferencia clara entre azúcar refinado e hidrato de carbono procesado. El azúcar corriente, o sacarosa, es un hidrato de carbono de una pureza muy cercana al 100% y es precisamente este grado de pureza lo que hace de él un disacárido altamente nocivo para la salud. La harina blanca, en cambio, no es un polisacárido químicamente puro, sino que todavía conserva otros ingredientes naturales que son indispensables para su debido metabolismo en el organismo. Por lo tanto, un enfermo de jaqueca puede comer grandes cantidades de alimentos hechos con harina, sin que se produzca ningún efecto perjudicial para la salud, siempre que no contengan azúcar. El almidón químicamente puro es tan nocivo como el azúcar, pero esta sustancia no suele encontrarse en los alimentos, pues sólo es una curiosidad de laboratorio. La mayoría de los libros y artículos sobre la hipoglucemia aconsejan reducir la ingestión de todos los hidratos de carbono, tanto si se encuentran en su estado natural como si son químicamente puros. Es necesario recalcar que la ingestión de hidratos de carbono naturales es absolutamente indispensable para las personas hipoglucémicas, pues son la fuente principal de la glucosa que su organismo necesita. Esta glucosa proviene de la hidrólisis del almidón contenido en dichos hidratos de carbono naturales. En realidad, un hipoglucémico necesita los hidratos de carbono aun más que una persona sana, pero éstos deben encontrarse en su estado natural. Lo que un hipoglucémico no tolera son los azúcares refinados.

Finalmente, una advertencia importante: las frutas siempre deben comerse frescas, nunca secas, hervidas ni horneadas, porque algunos de los componentes provistos por la naturaleza que son necesarios para la debida utilización de los azúcares por el organismo se destruyen cuando las frutas se secan, se hierven o se calientan en el horno.

Regla número dos

La segunda regla para el tratamiento de la jaqueca, tan importante como la primera, es: nunca permanezca más de dos o tres horas (según el caso) sin comer. La actividad del páncreas de los enfermos de jaqueca es tal, que aproximadamente dos horas después de comer, la cantidad de insulina en la corriente sanguínea principia a exceder el valor normal, aun sin el efecto estimulante del azúcar. A las tres horas suele ser suficientemente alto para iniciar un

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ataque de jaqueca. Sin embargo, si entonces el paciente come algo, especialmente si ingiere hidratos de carbono naturales, se consumirá esta insulina y el ataque no se producirá. Por lo tanto, es indispensable que el enfermo de jaqueca abandone la costumbre tan arraigada de sólo comer tres veces al día y en cambio adquiera el hábito de comer por lo menos seis veces diarias: al desayuno, al promediar la mañana, al mediodía, al promediar la tarde, por la noche y antes de acostarse.

Por ningún motivo el intervalo entre comidas debe exceder el límite de tres horas, pues, en caso de que esto suceda, es casi seguro que se desencadene un ataque de jaqueca. Para evitar que esto ocurra, es importante llevar siempre consigo algo de comer.

Para la mayoría de los enfermos de jaqueca, seis comidas, tres abundantes y tres frugales, son suficientes siempre y cuando el intervalo entre cada una no exceda de tres horas. Sin embargo, en casos severos será necesario comer más de una vez entre el desayuno y el almuerzo o entre el almuerzo y la cena. Los intervalos de dos horas son generalmente recomendables en estos casos.

Durante el sueño la actividad del páncreas disminuye sustancialmente; por lo tanto, no suele ser necesario interrumpirlo para comer. Sin embargo, en casos excepcionales la víctima de la jaqueca se beneficiará tomando algún alimento en mitad de la noche.

Un buen refrigerio al promediar la mañana y la tarde, al igual que al acostarse, puede consistir en dos a tres puñados de maní (cacahuetes) o de marañones, o en unas galletas “soda”, o en un pequeño emparedado de queso o de jamón. Hay muchas formas de variar estos refrigerios, pero su componente principal debe ser siempre un alimento rico en hidratos de carbono naturales.

La experiencia ha demostrado que, para mantener el debido equilibrio nutricional del organismo, es necesario contrapesar la eliminación del azúcar de la dieta mediante el consumo de una cantidad mayor de hidratos de carbono naturales, más o menos en la proporción de una parte de azúcar por dos y media de hidratos de carbono naturales. Esta cantidad es sólo aproximada, y por ningún motivo hace falta que usted pese sus alimentos. Hay una forma mucho más sencilla de averiguar si usted ingiere la cantidad apropiada de hidratos de carbono: pésese una vez por semana en una báscula. Si está perdiendo peso, debe comer más hidratos de carbono; pero si está ganando peso, debe comer menos. Este es un método fácil y muy eficaz.

Otro punto importante: las frutas deben comerse siempre con las comidas principales, nunca solas entre las comidas. Como ya se explicó, la concentración de insulina en la sangre de un enfermo de jaqueca es más alta que la normal después de cierto tiempo de haber comido. Si entonces come una fruta, existe el peligro de que el leve poder estimulante de la fruta sobre el páncreas pueda hacer subir la concentración total de insulina al punto crítico en el cual se desencadena un ataque.

Regla número tres

Muchos estudios científicos han comprobado que la ingestión de alcohol es una de las más frecuentes causas de la hipoglucemia. Esta no es una hipoglucemia debida a un estímulo anormalmente alto del páncreas, sino originada por inhibición de la función glucogénica del hígado; es decir, de su capacidad de almacenar glucógeno y liberar glucosa. De esto se deduce la tercera regla para el tratamiento de la jaqueca: evite las bebidas alcohólicas, especialmente las más concentradas. Sobra decir que los licores y vinos dulces casi siempre desencadenan ataques de jaqueca en individuos predispuestos, a causa de la acción combinada de dos substancias hipoglucemiantes: el alcohol y el azúcar. Como se explicó en el capítulo 8, la cerveza es especialmente perjudicial, a causa de la acción conjunta de tres sustancias hipoglucemiantes: la maltosa, el alcohol y el ácido oxálico.

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Regla número cuatro

La cuarta regla para el tratamiento de la migraña es: evite los medicamentos hipoglucemiantes. Si el paciente toma aspirina solamente para aliviar el dolor de la jaqueca, pronto podrá suprimirla si sigue la dieta prescrita. Sin embargo, si además de seguir la dieta está tomando drogas para curarse otras enfermedades, y no encuentra alivio, entonces una de estas drogas tiene la culpa. En este caso, debe hablar al respecto con su médico, quien decidirá si suspende la droga o, en caso de que ello no sea posible, si puede sustituirla por otra de acción terapéutica equivalente pero que no estimule al páncreas a producir insulina.

En relación con esta regla, es importante recordar que un exceso de cafeína también puede desencadenar un ataque. Las personas que sufren de jaqueca deben, por lo tanto, evitar el consumo exagerado de café o de té muy fuertes y, en particular, de bebidas que contengan simultáneamente cafeína y azúcar, como sucede con algunas gaseosas de amplio consumo.

En resumen, los ataques de jaqueca se pueden evitar en más del 90% de los casos con una dieta de seis o más comidas diarias ricas en hidratos de carbono naturales, con un contenido adecuado de proteínas, completamente libres de azúcares refinados y de bebidas alcohólicas, siempre que también se omitan todas las drogas que tengan efectos hipoglucemiantes, así como cualquier exceso de cafeína.

Naturalmente, ésta es una dieta inofensiva. Sin embargo, un enfermo de jaqueca puede también tener otra enfermedad que requiera una dieta diferente. Por lo tanto, es recomendable que consulte con su médico antes de iniciar el tratamiento.

El tiempo requerido para obtener la curación depende de varios factores, como son la intensidad de los síntomas, el tiempo transcurrido desde la iniciación del padecimiento y la edad del paciente. Los enfermos jóvenes, que sólo han sufrido de jaqueca relativamente benigna durante pocos años, suelen quedar totalmente restablecidos en menos de un mes, mientras que los de más edad, que han experimentado síntomas muy severos a lo largo de muchos años, pueden necesitar varios meses para su completa recuperación. Se puede decir que, en promedio, la curación se obtiene en un tiempo comprendido entre uno y dos meses. Aunque, por regla general, muy pronto se empieza a notar una mejoría, a veces, también ocurre que en los primeros días se experimente un leve empeoramiento, mientras el organismo se adapta al cambio de régimen. Es necesario entonces que el paciente no pierda la confianza y siga adelante, seguro de que obtendrá una mejoría total.

Finalmente, si por alguna razón se comete el error de comer azúcar, inclusive en mínima cantidad, debe beberse sin tardanza abundante agua, a fin de que el azúcar llegue a la corriente sanguínea en forma menos concentrada. De este modo se disminuye su efecto nocivo sobre el páncreas. Sin embargo, no debe interpretarse mal este consejo, pues el agua no es un antídoto. No es posible comer de vez en cuando un poco de azúcar y después beber gran cantidad de agua. El consejo debe seguirse únicamente cuando el azúcar se haya comido por descuido.

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13LECTURA DE ETIQUETAS

Para evitar el azúcar, el enfermo de jaqueca debe conocer todos los ingredientes de los productos que consume, para lo cual ha de leer con cuidado las etiquetas. Sólo así podrá identificar los artículos inocuos. Esto le quitará al principio un poco de tiempo, pero sin duda merece la pena hacer este esfuerzo inicial.

Los datos que damos a continuación tienen por objeto servirle de guía para hacer de usted un comprador cuidadoso. Por ejemplo, las tiendas naturistas suelen ofrecer interesantes sustitutos de los productos que se venden en los grandes almacenes. Quiero recalcar que, aunque este estudio incluye muchos productos, de ningún modo pretende mencionarlos todos. Usted mismo debe localizar productos inocuos leyendo etiquetas.

Debe tenerse en cuenta que en la etiqueta los componentes de determinado producto figuran en orden descendente, según su porcentaje dentro del total. Es decir, el ingrediente que figura primero es aquél que se encuentra en mayor cantidad, y así sucesivamente, hasta llegar al último, que es el que se encuentra en menor cantidad. Si, por ejemplo, se menciona el azúcar en segundo lugar, puede estar seguro de que el artículo en cuestión contiene una proporción bastante grande de ese ingrediente. Usted se sorprenderá de ver cuántos alimentos preparados contienen cantidades significativas de azúcar.

Sus nuevos hábitos no aumentarán sustancialmente el costo de sus alimentos. En las tiendas suelen encontrarse productos menos costosos, por ser sus marcas menos conocidas que las de los artículos “de renombre”. Por ejemplo, si un producto costoso de marca conocida no lleva azúcar, es muy probable que el producto análogo, de marca menos conocida y, por lo tanto, más barato, tampoco lo lleve. Usted probablemente comprará más frutas y verduras frescas, y esto puede elevar en algo su presupuesto, pues parece que cuanto menos azúcar se le añade a un artículo, tanto más cuesta. Es irónico que un jugo de frutas naturales, sin endulzar, valga más que la variedad procesada que contiene azúcar. Probablemente este aumento se contrapesará con la eliminación de su lista de una serie de alimentos costosos, de poco valor nutritivo, que suelen contener azúcar.

Cereales

Los cereales son excelentes fuentes de hidratos de carbono para los enfermos de jaqueca, pero infortunadamente no es fácil encontrar muchos cereales preparados que no contengan azúcar. Algunos son del todo inaceptables, pues están recubiertos de una capa azucarada. La mayoría de los cereales sorprenderán sin duda al consumidor, pues incluso las variedades llamadas de trigo integral, así como las de alto contenido proteínico, contienen cantidades muy altas de azúcar. Hasta los modernos cereales dietéticos que no contienen azúcar blanco, están endulzados con azúcar moreno o con miel. El azúcar moreno es sencillamente azúcar

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refinado común y corriente teñido con melaza y, por lo tanto, es tan nocivo para la víctima de jaqueca como el azúcar blanco. Los fabricantes nos quieren hacer creer que el azúcar moreno, por no tener tan buen aspecto como su pariente más pálido, está menos refinado. Si esto fuera cierto, no sería tan perjudicial para la salud de los enfermos de jaqueca como el azúcar blanco.

La miel de abeja es un producto natural y, por lo tanto, no debería tener ningún efecto perjudicial para los enfermos de jaqueca. Sin embargo, una cantidad muy grande de miel puede desencadenar un ataque. Quizá esto se deba a la presencia en la miel, aunque en mínima proporción, de un producto comúnmente conocido con el nombre de jalea real, que causa un efecto estimulante sobre el páncreas. No obstante, la cantidad de miel añadida a estos cereales no es suficiente para causar ningún perjuicio. En consecuencia, si un cereal contiene miel de abeja, pero no azúcar, puede ser consumido sin ningún temor por los enfermos de jaqueca.

Aunque es indispensable leer siempre la etiqueta con cuidado para cerciorarse de que el cereal no contenga azúcar, en general puede decirse que el arroz soplado, la avena, la crema de trigo, la sémola, el trigo fragmentado y el trigo soplado suelen estar libres del mismo.

Muchos de nosotros estamos tan acostumbrados a los cereales ricos en azúcar, que los productos no endulzados parecen insípidos al principio si se sirven sólo con leche. La adición de frutas frescas generalmente mejora su sabor y permite apreciar su verdadero valor. Fresas, melocotones y plátanos (bananos) son adiciones excelentes y muy nutritivas para cualquier cereal.

Pan, galletas y pasta

Si bien el pan es una de las mejores fuentes de hidratos de carbono naturales, muchas variedades, especialmente las que sirven para hacer tostadas, contienen azúcar, aunque no todas. Es muy probable que usted no encuentre ninguna dificultad en comprar el pan que necesita para llevar a casa, pero es diferente si usted come fuera. Afortunadamente el pan que se usa para emparedados no suele contener azúcar o sólo contiene cantidades infinitesimales. Mi recomendación es que usted pruebe un pedacito; si contiene azúcar, usted lo notará, y entonces no debe comerlo.

La mayoría de variedades de pan integral no se hacen con azúcar, sino con miel de abeja o con melaza. Ya se ha explicado que la excesiva ingestión de miel puede constituir una amenaza para los enfermos de jaqueca, pero el porcentaje que se añade no es suficiente para ser perjudicial. Una hogaza de pan de tamaño mediano contiene cerca de un cuarto de taza de miel, cantidad que no causa ningún efecto adverso sobre el enfermo de jaqueca, pues no es probable que se coma toda la hogaza de una vez, ni siquiera en un día.

La melaza también es nociva, aunque menos que el azúcar blanco. Algunos de los ingredientes naturales permanecen en la melaza, mientras que otros se destruyen o se eliminan en el proceso de fabricación. La melaza es el jarabe que queda después que el jugo de la caña o de la remolacha cristaliza, y contiene entre 50 y 80% de azúcar. Si un paciente de jaqueca come pan integral y no se alivia totalmente al seguir el tratamiento descrito en este libro, es muy probable que la melaza añadida al pan sea la responsable. Esto, sin embargo, sólo ocurre raras veces.

A diferencia de lo que sucede con el pan, existen muchísimas variedades de galletas que no cuentan el azúcar entre sus ingredientes. Aunque algunas marcas de galletas “sodas” contienen algo de azúcar, la mayoría de ellas están completamente libres de este producto. Nuevamente es importante recordarle que debe fijarse en la etiqueta, para no caer en el error de comprar una marca de galletas que contengan azúcar.

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Los macarrones y otros tipos de pasta son fuente de hidratos de carbono excelentes para los enfermos de jaqueca. Prácticamente todas las marcas de pasta cruda están exentas de azúcar, pero tenga cuidado con las pastas en conserva, ya preparadas con salsa, pues casi todas ellas contienen cantidades apreciables de azúcar, y deben evitarse. Las salsas caseras son sencillas de preparar y de mucho mejor sabor que las que se venden listas para el consumo, como nos lo pueden confirmar nuestras madres y abuelas. Las salsas de tomate, así como los purés y las pastas de tomate enlatadas, a veces contienen azúcar, si bien algunas variedades están libres del mismo.

Frutas y jugos

Las frutas frescas son ricas en vitaminas y azúcares naturales y, por lo tanto, deben incluirse en la dieta de las personas que padecen jaqueca. La experiencia ha demostrado que las frutas se deben comer siempre con otros alimentos a la hora de las comidas y no solas. Es igualmente importante comerlas frescas, tal como se compran, pues al secarlas, hervirlas o calentarlas en el horno se pueden producir alteraciones que tienen efectos adversos. Las frutas en conserva generalmente están endulzadas con azúcar o jarabe de maíz, pero al leer cuidadosamente la etiqueta se puede ver que existen algunas envasadas solamente en agua o en su propio jugo natural. El jarabe de maíz se produce por hidrólisis del almidón contenido en el maíz y, por lo tanto, consta principalmente de glucosa pura. En consecuencia, todo producto de cuya etiqueta se deduzca que está endulzado con jarabe de maíz debe ser eliminado de la dieta. Aunque la salsa de manzana generalmente se prepara con azúcar, existen marcas que no están endulzadas.

Que un jugo pueda encontrarse endulzado o sin endulzar depende, al parecer, más de la fruta que de la marca. Así, por ejemplo, el jugo de toronja se encuentra en su estado natural en todas las marcas, y lo mismo puede decirse del jugo de piña. Sin embargo, y aunque suene extraño, el jugo combinado de toronja y piña generalmente contiene azúcar. La mayoría de las fábricas también producen el jugo de manzana sin endulzar, mientras que el jugo de uva se vende en ambas formas — es decir, con azúcar o sin él — en la mayoría de las marcas. En cambio, los jugos de melocotón y de pera siempre contienen azúcar, cualquiera que sea la marca.

El jugo de tomate se vende generalmente sin ningún ingrediente artificial diferente de un poco de sal, pero cuando viene sazonado con sabor de carne o de almejas suele contener azúcar. Por el contrario, los jugos de verduras combinadas por lo común no lo contienen.

Se recomienda precaverse especialmente de las “bebidas” y “ponches” a base de frutas, pues siempre contienen un alto porcentaje de azúcar y, por lo tanto, deben eliminarse de la dieta de los enfermos de jaqueca.

El jugo de naranja se encuentra tanto al natural como endulzado, y la etiqueta suele indicar de cuál de las dos formas se trata. En el caso, poco frecuente, de que la diferencia no esté claramente expresada, es mejor abstenerse de consumirlo. Lo mismo puede decirse de los concentrados de jugo de naranja congelados.

En resumen, la mayoría de las frutas en conserva examinadas contienen azúcar o jarabe de maíz. Algunos jugos de frutas no lo contienen, pero es necesario fijarse en la etiqueta para evitar errores. Puesto que la demanda de productos naturales va en aumento, es muy probable que en un futuro no muy lejano sea más fácil que ahora encontrar frutas en conserva y jugos sin ingredientes añadidos.

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Vegetales

Al igual que en el caso de las frutas en conserva y de los jugos de frutas, parece que el contenido de azúcar de los vegetales enlatados depende más del vegetal mismo que de la marca. En consideración a que existe una extensa variedad de vegetales en conserva, se ofrece en la página siguiente una lista que sirve de orientación. En la columna de la izquierda figuran algunos que es fácil encontrar sin azúcar, mientras que en la de la derecha se registran unos cuantos que generalmente lo contienen. Esto no quiere decir que todas las marcas de los vegetales del lado izquierdo estén siempre exentos de azúcar, ni que los del lado derecho siempre lo contengan. Para no equivocarse, es indispensable que usted lea con cuidado la etiqueta.

Vegetales en conserva

Sin azúcar Con azúcar

Col fermentada (Sauerkraut, choucroute) Cebollas enterasCorazones de alcachofa Cebollas fritasEspárragos Col fermentada estilo bávaroEspinacas Ensalada de papas (patatas)Garbanzos Ensalada de papas alemanaHabas Ensalada de verdurasHabichuelas Fríjoles (fréjoles, judías)Hongos (setas, champiñones) Fríjoles al hornoNabos Fríjoles asadosPapas (patatas) Fríjoles con carne de cerdoPasta de tomate Fríjoles en mantequillaPuré de tomate GuisantesRemolacha Guisantes y zanahoriasRepollo MaízTomates ÑameVerduras combinadas Remolacha en escabecheZanahorias Tomates estofados

El almidón de maíz y el de papa (patata) son hidratos de carbono naturales muy recomendables para los pacientes de jaqueca y se encuentran con frecuencia en sopas y otros alimentos. Muchas cremas y sopas enlatadas no contienen azúcar. En esta categoría se pueden citar las siguientes: crema de champiñones, crema de pollo, crema de papas (patatas), minestrone (potaje italiano de macarrones y verduras), sopa de almejas, sopa de lentejas, sopa de pollo, sopa de pollo con arroz, sopa de pollo con pasta y sopa de pollo con verduras. La mayoría de los caldos y de los cubos para preparar caldos contienen azúcar, dextrosa o jarabe de maíz.

Productos congelados

Las verduras congeladas son excelentes, y su valor nutritivo es muy semejante al de los productos frescos. Todas las verduras congeladas, como las habichuelas o las zanahorias, que no estén preparadas en salsa se encuentran libres de azúcar refinado. En cambio, las salsas o condimentos caprichosos le ocasionarán trastornos, pues invariablemente a todos ellos se les añade azúcar. Al comprar cualquier comida preparada y congelada, no debe olvidarse de leer

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las etiquetas, especialmente si se trata de comidas “completas”. Es muy raro que éstas últimas no contengan azúcar; por tanto, lo más prudente es prescindir de ellas por completo.

Salsas, condimentos y aderezos

La lista que sigue enumera una serie de aderezos corrientes y diferencia los que contienen azúcar de los que no lo contienen. En la columna de la izquierda se relacionan los productos que pueden encontrarse sin azúcar; en la de la derecha, los que generalmente lo contienen.

Aderezos sin azúcar Aderezos con azúcar

Aceitunas Aderezo para hamburguesasMostaza MayonesaPepinos encurtidos Pepinos dulcesRábano picante Salsa para asadosTabasco Salsa para ensaladas

Salsa para mariscosSalsa tártaraSalsa Worcestershire

Como se ve, la mayoría de salsas suelen contener azúcar, aunque en unas pocas se sustituye éste por un edulcorante artificial.

Mantequilla de maní

El valor nutritivo de la mantequilla de maní justifica dedicarle una sección separada. El maní, o cacahuete, es una excelente fuente de hidratos de carbono naturales y de proteínas, y lo mismo puede decirse de la mantequilla de maní. Podría servir de magnífico refrigerio en medio de las comidas principales, pero infortunadamente la mayoría de las marcas que se venden en tiendas y supermercados contienen azúcar. Sin embargo, es posible encontrarla sin azúcar. Muchas tiendas naturistas suelen vender mantequilla de maní sin azúcar, pero generalmente se trata de productos no homogeneizados y, por lo tanto, el aceite tiende a separarse en la parte superior del recipiente. Esto no tiene importancia, pues basta agitar el producto antes de usarlo.

Por otra parte, en ciertas marcas el producto no se separa en dos capas si se mantiene refrigerado. La mantequilla de maní natural tiene un sabor mejor, más parecido al maní fresco. Últimamente es más fácil encontrar este producto gracias al auge de los establecimientos naturistas y a la creciente demanda de alimentos naturales.

Alimentos dietéticos

Existe un grupo de alimentos especialmente ideados para aquellas personas que deben reducir la ingestión de azúcar. Estas personas son los diabéticos, los hipoglucémicos o sencillamente los que quieren mantener su peso por debajo de cierto límite, por motivos estéticos o de salud. Quienes consumen estos productos lo hacen adicionalmente porque no quieren modificar radicalmente sus hábitos alimentarios. Entre los artículos dietéticos figuran compotas, frutas y verduras en conserva, salsas para ensaladas, gelatinas y hasta helados. Muchos de estos productos contienen edulcorantes artificiales, añadidos para imitar el sabor de sus equivalentes no dietéticos. Todas las compotas dietéticas se encuentran en este caso.

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Para más detalles con relación al uso de los sucedáneos del azúcar por los enfermos de jaqueca, véase el capítulo 10.

Existen algunos productos dietéticos muy buenos que no contienen ni azúcar ni ninguno de sus sucedáneos artificiales. Entre los pocos productos privilegiados que se venden en este estado natural, sin adiciones de ninguna clase, pueden citarse los albaricoques, la ensalada de frutas, los melocotones, las peras y las tajadas de toronja enlatados. Estas mismas frutas, también enlatadas, se venden en jarabe endulzado artificialmente. Por último, la mayoría de las verduras dietéticas se pueden encontrar en su estado natural; es decir, sin la adición ni de azúcar ni de sus sucedáneos sintéticos.

Alimentos para bebés

Al principio del decenio de los setenta los fabricantes de alimentos para bebés encontraron que sus ventas habían decaído notablemente, porque muchas madres modernas retornaron al sistema antiguo de preparar ellas mismas las papillas para sus nenes. A fin de contrarrestar esta amenaza a sus ganancias, resolvieron ofrecer otras posibilidades de opción a estas madres precavidas, y es así como hoy se encuentran en el comercio papillas de frutas y de verduras para bebés, sin aditivo de azúcar ni de sal. Esto constituye un avance sustancial para las familias con propensión a la diabetes, a la hipoglucemia o a ésta última complicada con jaqueca. Si no se abusa del páncreas del niño desde su más temprana edad con el constante estimulo de comidas ricas en azúcar, es muy probable que no padezca después, en su vida adulta, de estas enfermedades relacionadas con la ingestión de azúcar.

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14CONCLUSION

El objeto de este libro es informar a los millones de personas que sufren del desconcertante mal de la jaqueca que por fin hay una respuesta para ellos. Esta respuesta es sencilla: les explica la causa de su mal y lo que deben hacer para restablecerse totalmente.

En tiempos pasados, las víctimas de esta enfermedad habían ensayado remedio tras remedio, entre los cuales aquellos que pueden amenazar la salud por tener efectos secundarios muy peligrosos.

Es necesario insistir en el peligro que el empleo de estas drogas representa, pues el paciente se arriesga a cambiar un tipo de dolencia por otra mucho más grave. Los médicos que prescriben estos medicamentos conocen perfectamente los problemas que esta terapia implica, pero hasta ahora no tenían otro recurso para casos muy serios de jaqueca.

Muchos casos rebeldes de jaqueca también se han atribuido a desórdenes mentales, y así numerosas personas que padecen de dolor de cabeza han sido enviadas a psiquiatras o psicoanalistas. El resultado de estos tratamientos es siempre desalentador. Tras interminables sesiones de psicoanálisis o psicoterapia, que ponen a prueba tanto la paciencia como el bolsillo del enfermo, éste sigue siendo víctima de la jaqueca. A este sentimiento de fracaso se agrega entonces la amargura producida por la ineficacia de la terapia.

¿Cómo ha podido el enfermo de jaqueca quedar enredado en este tratamiento inútil y que parece interminable? Sencillamente, como consecuencia de un error de apreciación fundamental respecto a la jaqueca: creer que los desórdenes emocionales del paciente son la causa de sus dolores de cabeza y que, por otra parte, éstos últimos son el origen de sus perturbaciones emocionales, cuando la causa básica, esencial y verdadera de todos sus trastornos es el funcionamiento defectuoso de su páncreas. Así, la única manera de romper en forma eficaz y permanente el círculo vicioso jaqueca - trastorno emocional - jaqueca es reconocer la causa y comer en forma adecuada. Cualquier otra terapéutica es sólo un esfuerzo vano por deshacerse de un síntoma, en vez de atacar la causa primaria.

Para controlar el hiperinsulinismo y evitar que el nivel de azúcar en la sangre descienda por debajo del nivel normal, basta emplear una terapéutica muy sencilla, cuyas bases lógicas se han expuesto en este libro. Las reglas que se deben seguir son, en verdad, muy claras y fáciles y no necesitan explicación adicional. Sin embargo, hay dos reglas que sí merecen destacarse, a saber: la abstención absoluta de todos los azúcares refinados y la ingestión de alimentos con intervalos no mayores de dos o tres horas. Esta es la única manera de librar al enfermo en forma completa y permanente de la jaqueca, por intensa y rebelde que sea.

Puesto que la enfermedad es crónica y el restablecimiento requiere una autodisciplina constante, es evidente que no basta un remedio cualquiera, ni un remedio momentáneo, para recuperar la salud, sino que es necesario un cambio radical de la forma de vida. El paciente, pues, tiene que tomar una decisión difícil. Si se decide en favor de su salud, se encontrará constantemente frente al reto de vivir de acuerdo con su elección, y para cumplir su propósito

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deberá seguir fielmente la dieta todos los días. No puede iniciar el tratamiento sin entusiasmo, acatando o desobedeciendo la dieta según convenga, con el argumento de que son muchos los alimentos que contienen azúcar en una u otra forma o el de que es muy difícil comer cada tres horas. Para reforzar el compromiso contraído consigo mismo, puede y debe tener presentes algunos factores importantes. El primero es el sentido de aventura que cualquier empresa de gran significación suele despertar en las personas que se proponen no dejarse vencer. Otro es el respeto que el individuo se tendrá a sí mismo si logra cumplir su propósito. Otro más es la seguridad de que se pueden crear tanto buenos como malos hábitos y la certeza de que cada vez que se ejerza la fuerza de voluntad se dará un paso hacia la consolidación de la forma de vida que conducirá a la completa recuperación. El éxito obtenido por los pacientes que siguieron las recomendaciones expuestas en esta obra representa una victoria abrumadora, no sólo para la terapéutica recomendada, sino también para la inteligencia, la fuerza de voluntad y el respeto a sí mismo del ser humano. Estos pacientes son prueba irrefutable de que es perfectamente factible seguir los consejos ofrecidos en este libro y de que hasta el momento el éxito del tratamiento ha sido absoluto.

Durante los últimos veinte años, sin duda los mejores de mi vida, he cumplido estrictamente todas las reglas explicadas en este libro. Al principio me fue muy difícil prescindir de mis bebidas y alimentos preferidos, pero poco a poco fue desapareciendo la sensación de sacrificio, pues se estaba formando un nuevo hábito que iba despertando un sentido de creciente seguridad, realización y bienestar. Hoy la nueva forma de vida ya no es nueva, sino la acción de hábitos formados. Ya no echo de menos mis costumbres pasadas.

Como no soy el único en haber pasado por esta experiencia, sino que otros muchos que han entendido la naturaleza de la jaqueca y han aceptado mis consejos han sido perfectamente capaces de eliminar el azúcar de su alimentación, no cabe la menor duda de que nadie tiene por qué seguir sufriendo de esta enfermedad. Cualquier persona, mediante su inteligencia, su imaginación y su constancia, tiene la capacidad necesaria para librarse de este mal y para empezar una vida más completa, más feliz y más racional.

La forma de vida sugerida en este libro es más racional porque el individuo recorre su situación y aprende a dirigir su papel dentro de ésta. El enfermo de jaqueca podrá aumentar su cuota de servicio a la sociedad y disfrutar más plenamente de la vida. No debemos, sin embargo, olvidar que a la sociedad también le corresponde la obligación de crear las condiciones indispensables para que todo individuo sea socialmente útil. Tengo la esperanza de que esta obra servirá de estímulo para que tanto los médicos como los enfermos de jaqueca examinen las pruebas que he aportado y las confirmen por sí mismos. También me atrevo a creer que con una alimentación más natural, libre de azúcar refinado, se podrá mejorar la calidad de la vida en general y que entonces se extinguirá el secular martirio de la jaqueca.

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Glosario de términos técnicos

Con el fin de facilitar al lector la comprensión del texto, se ofrece a continuación la lista de algunos términos técnicos de uso frecuente en este libro, junto con sus correspondientes definiciones.

Ácido oxálico Ácido orgánico que se encuentra en pequeñas cantidades en la cerveza. Es un compuesto incoloro, cristalino y tóxico.

Acromegalia Anomalía del crecimiento, caracterizada por un desarrollo excesivo de algunas partes del esqueleto, especialmente notoria en la cara y en las extremidades.

Adrenalina Hormona producida por la médula de las glándulas suprarrenales, que desempeña un papel importante en el metabolismo de los hidratos de carbono. La adrenalina también dilata los conductos del aire, ayudando a la respiración, y reduce el calibre de los vasos sanguíneos periféricos, aumentando la presión de la sangre. La adrenalina también se conoce con el nombre de epinefrina.

Alergia Reacción anormal del organismo ante el contacto con una sustancia extraña.Almidón Hidrato de carbono de molécula muy grande, compuesta de muchas moléculas de

glucosa unidas químicamente entre sí. Se encuentra abundantemente en la papa (patata) y en los cereales, de los que se extrae comercialmente. El almidón es el hidrato de carbono de reserva de los vegetales.

Arteriola Pequeña ramificación de una arteria, que termina en los capilares.

Beriberi Enfermedad causada por una deficiencia de tiamina o vitamina B1, caracterizada por debilidad, agotamiento y cambios inflamatorios degenerativos del sistema digestivo, del corazón y especialmente de los nervios.

Bioquímico Se aplica a lo que caracteriza a las reacciones químicas en los organismos vivos, las produce o se relaciona con ellas.

Cafeína Compuesto amargo que se encuentra en el café, el té y la nuez de cola, usado en medicina como estimulante y diurético. La cafeína estimula las glándulas suprarrenales para producir adrenalina y las otras catecolaminas.

Caña de azúcar Hierba perenne de gran altura, que pertenece al género Saccharum y sólo crece en clima tropical húmedo. Es la fuente principal de la producción mundial de azúcar.

Catecolaminas Grupo de hormonas segregadas por la medula de las glándulas suprarrenales. Las principales de estas hormonas son la adrenalina y la noradrenalina.

Ceguera nocturna Enfermedad causada por una carencia de vitamina A, que se caracteriza por incapacidad de ver en la oscuridad.

Dextrosa Véase glucosa.Diabetes mellitus Enfermedad causada por la producción o utilización deficiente de la

insulina por el organismo. Se caracteriza por la presencia de glucosa en la orina y por la concentración en la sangre de una cantidad superior a la normal de dicha sustancia.

Disacárido Hidrato de carbono formado por dos moléculas de azúcares simples, o monosacáridos, unidos químicamente entre sí.

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Endocrino Se aplica a las glándulas de secreción interna y a lo que se relaciona con ellas.Enzima Sustancia orgánica que actúa como catalizador en los procesos de metabolismo.Epinefrina Véase adrenalina.Escorbuto Enfermedad causada por deficiencia de vitamina C, nutrimento que se encuentra

en muchas frutas, especialmente en las cítricas. Se caracteriza por hinchazón de las encías, dolor en las articulaciones, anemia y difícil cicatrización de las heridas. El escorbuto es una de las enfermedades más antiguas que se conocen.

Escotomas Manchas luminosas centelleantes que ven algunas personas que sufren de jaqueca.

Fructosa Azúcar simple, o monosacárido, que se encuentra en la mayoría de las frutas, en algunas verduras y en la miel de abejas. Es el más dulce de todos los azúcares. También se conoce con el nombre de levulosa o azúcar de frutas.

Glucagón Hormona producida por las células alfa de los islotes de Langerhans del páncreas, cuya acción es contraria a la de la insulina, puesto que aumenta la concentración de glucosa en la sangre por ayudar a la descomposición del glucógeno.

Glucemia (Sinónimo: glicemia. En España se usa el término glucemia, mientras que en América es más frecuente el uso de glicemia.) Cantidad de glucosa en la sangre, expresada en miligramos por 100 mililitros.

Glucogénico Se refiere tanto a la formación de glucógeno a partir de la glucosa (glucogénesis), como al desdoblamiento del glucógeno en glucosa (glucogenolisis).

Glucógeno Hidrato de carbono que se encuentra en el hígado y en los músculos del organismo animal.

Glucosa El más importante de todos los azúcares simples o monosacáridos, que se encuentra en las frutas, las verduras, la miel de abejas y, en pequeñas cantidades, la sangre de los animales superiores.

Hemianopsia Fenómeno visual característico de las personas que sufren de jaqueca, consistente en que sólo ven la mitad de los objetos.

Hemicránea Dolor en un lado de la cabeza.Hidratos de carbono Sustancias esenciales en la alimentación de los seres vivos,

constituidas por carbono, hidrógeno y oxígeno, los dos últimos en las mismas proporciones que en el agua.

Hidrólisis Descomposición de una sustancia por acción del agua.Hiperglucemia Concentración de glucosa en la sangre superior a la normalHipoglucemia Concentración de glucosa en la sangre inferior a la normal.Hipoglucemiante Sustancia que produce hipoglucemia.Hipoglucémico Que sufre de hipoglucemia.Hormona Sustancia producida por las glándulas de secreción interna que, al regular, excitar

e inhibir la actividad de otros órganos, influye en los procesos de metabolismo.

Infantilismo Persistencia de las características infantiles físicas, mentales y emocionales en la edad adulta; especialmente, falta de madurez sexual.

Insulina Hormona producida por el páncreas y cuya función principal es metabolizar la glucosa.

Internista Especialista en medicina interna.Intravenosa Se dice de la inyección aplicada por punción de una vena.Islotes de Langerhans Tejido del páncreas formado por diferentes células, las más

importantes de las cuales son las células alfa y beta. Las primeras producen la hormona

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glucagón y las segundas producen la insulina. Los islotes de Langerhans también contienen células C y células delta, cuyas funciones no se conocen.

Jalea Real Sustancia con la cual las abejas alimentan a sus larvas. Es una mezcla de hidratos de carbono, proteínas, vitaminas y otros componentes todavía desconocidos.

Levulosa Véase fructosa.Liofilización Proceso de desecación, en el cual el agua contenida en un producto se congela

primero y después se vaporiza sin pasar por el estado líquido, mediante el uso de presiones muy bajas. Los productos liofilizados recobran íntegramente sus propiedades originales al añadirles agua.

Maltosa Disacárido formado por dos moléculas de glucosa unidas químicamente entre sí. Se encuentra en la cerveza y en el jarabe de maíz.

Melaza Jarabe de color oscuro que contiene entre 55 y 80% de azúcar y que queda como residuo de la cristalización del azúcar sin refinar.

Metabolismo Conjunto de transformaciones químicas que sufren los alimentos en el organismo para que puedan ser utilizados por éste; también, conjunto de transformaciones que sufren las sustancias constituyentes del organismo para convertirse en desechos.

Microbio Organismo de tamaño microscópico. Este término se usa generalmente con referencia a un microorganismo generador de enfermedades.

Monosacárido Hidrato de carbono que no puede descomponerse en sustancias más sencillas que todavía mantengan las propiedades características de los hidratos de carbono. La glucosa y la fructosa son ejemplos de monosacáridos.

Noradrenalina Hormona producida por la médula de las glándulas suprarrenales. Sus efectos son análogos a los de la adrenalina, pero menos marcados. También se conoce con el nombre de norepinefrina.

Norepinefrina Véase noradrenalina.

Oftálmico Relativo a los ojos.Oftalmólogo Médico especializado en el tratamiento de las enfermedades de los ojos.

Páncreas Órgano cuyas funciones principales son la producción de la insulina y del jugo pancreático.

Pituitaria Glándula situada en la base del cerebro, que segrega la hormona del crecimiento y varias hormonas mas. Su función es estimular la actividad de las demás glándulas.

Prostaglandinas Grupo de sustancia producidas por el organismo, de constitución química semejante, que desempeñan variadas funciones en los procesos fisiológicos, tales como su efecto sobre el calibre de los vasos sanguíneos y de los bronquios; su acción sobre el útero para inducir el parto y el aborto; su intervención en la inmunorreacción del organismo, etc. Las prostaglandinas también desempeñan un papel importante en el desencadenamiento de los ataques de jaqueca.

Prueba de tolerancia a la glucosa Procedimiento para determinar si una persona es normal, diabética o hipoglucémica.

Remolacha azucarera Descubierta en 1747 por Andreas Marggrof, se conoce con el nombre científico de Beta vulgaris. El azúcar que contiene está almacenado en la raíz de la planta.

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La remolacha ocupa el segundo lugar como materia prima para la producción mundial de azúcar (el primero le corresponde a la caña de azúcar).

Sacarina Edulcorante sintético sin valor nutritivo.Sacarosa Disacárido formado por partes iguales de glucosa y fructosa, unidas químicamente

entre sí. Se encuentra en muchas frutas y plantas, especialmente en la caña de azúcar y en la remolacha, de las que se extrae comercialmente en grandes cantidades. La sacarosa también se conoce con los nombres de azúcar de caña, azúcar de remolacha o simplemente azúcar común.

Tiroides Glándula localizada en la parte anterior del cuello. Produce hormonas que regulan el metabolismo, determinan el desarrollo físico y mental y desempeñan un papel en el funcionamiento de las glándulas sexuales.

Tranquilizante Medicamento usado para reducir la ansiedad y la tensión nerviosa, sin disminuir la viveza mental.

Vasoconstrictor Sustancia que reduce el calibre de los vasos sanguíneos.Vasodilatador Sustancia que aumenta el calibre de los vasos sanguíneos.Venepunción o venepuntura Inserción de una aguja en una vena, a fin de extraer sangre o

de administrar alimentos o medicinas por vía intravenosa.

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