Lo Dificil de Decir en Sesion

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Lo difícil de decir en sesión. Su mediación a través de la escritura Gustavo Lanza Castelli [email protected] [Publicado en dePsicoterapias.com, junio 2008] Con la expresión “lo difícil de decir en sesión” me refiero a una serie de situaciones clínicas por todos conocidas y de considerable frecuencia en nuestra práctica psicoterapéutica o psicoanalítica. En estas situaciones la posición del paciente puede tener puntos en común con la actitud de aquél a quien se ha dado en llamar el “paciente silencioso”, sobre el que se han explayado diversos psicoanalistas, refiriendo en sus trabajos este silencio, sea a la reedición de situaciones pasadas (Khan, 1963b), sea a una actitud desafiante hacia el analista (Strean, 1990), sea a una variada y compleja gama de motivos (Cfr., entre otros, Lowenstein, 1961; Greenson, 1961, 1967; Strean, 1990; Coltart, 1991). En muchos de esos trabajos se ha puesto el acento en el carácter resistencial de dicha actitud. Cuando hay algo difícil de decir en sesión, el resultado de ello puede, sin duda, ser el silencio, pero también puede serlo una charla insustancial, o la evitación sistemática de ciertos temas. Algunas veces el hecho será más fácil de advertir por el terapeuta, otras podrá permanecer oculto por un período de tiempo prolongado y, en otros casos, será el paciente quien haga mención de que hay cosas sobre las que no puede hablar. Para organizar de algún modo este campo, que abordo ex profeso de un modo amplio, podríamos decir que esta expresión “difícil de decir en sesión” alude a tres tipos de fenómenos: a) situaciones específicas y puntuales que no pueden ser relatadas, como por ej. un secreto, un hecho traumático, etc., b) categorías temáticas sobre las que es muy difícil hablar, por ej. pacientes que no pueden hablar de la sexualidad, c) una dificultad generalizada para poner en palabras en sesión, cuyos motivos pueden ser ignorados por quien la padece. Si enfocamos el tema desde el punto de vista de la resistencia al trabajo psicoterapéutico, diremos que cuando esta dificultad adquiere suficiente intensidad, como para que el paciente evite por completo ciertos temas o permanezca prácticamente silencioso, se convierte en una resistencia que muchas veces es difícil de remover y que suele suscitar reacciones contratransferenciales problemáticas (Strean, 1990). En el presente trabajo postulo que, en toda una serie de casos, la mediación a través de la escritura puede convertirse en una alternativa fructífera para remover dicha resistencia y facilitar que el paciente incluya en el diálogo terapéutico lo que le resultaba tan difícil de verbalizar. La escritura a la que me refiero consiste en una actividad que el paciente puede realizar entre sesiones en un diario personal o “de autoexploración” (Lanza Castelli, 2004), que se diferencia del típico diario adolescente, o de aquellos que consisten en una enumeración tediosa de comportamientos y sucesos sin mayor interés subjetivo, o de los típicos diarios de viajeros. Esta actividad puede convertirse en un valioso auxiliar del trabajo psicoterapéutico, como lo ilustran las propuestas de diversos autores (Oberkirch, 1983; Mahoney, 1991; Neimeyer, 1995; Schneider y Stone, 1998: Smith et al., 2000; Leahy, R.L. 2003; Ryle, 2004; Thompson, 2004). Cuando no está en juego la problemática objeto de este trabajo, el uso que el paciente puede hacer de esta herramienta es amplio y variado. Puede, por ej., retomar en dicho diario un insight conseguido durante la sesión y retrabajarlo a lo largo de la semana, utilizándolo para pensar desde este nuevo punto

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Page 1: Lo Dificil de Decir en Sesion

Lo difícil de decir en sesión.

Su mediación a través de la escritura

Gustavo Lanza Castelli

[email protected]

[Publicado en dePsicoterapias.com, junio 2008]

Con la expresión “lo difícil de decir en sesión” me refiero a una serie de situaciones clínicas por todos

conocidas y de considerable frecuencia en nuestra práctica psicoterapéutica o psicoanalítica.

En estas situaciones la posición del paciente puede tener puntos en común con la actitud de aquél a

quien se ha dado en llamar el “paciente silencioso”, sobre el que se han explayado diversos

psicoanalistas, refiriendo en sus trabajos este silencio, sea a la reedición de situaciones pasadas (Khan,

1963b), sea a una actitud desafiante hacia el analista (Strean, 1990), sea a una variada y compleja gama

de motivos (Cfr., entre otros, Lowenstein, 1961; Greenson, 1961, 1967; Strean, 1990; Coltart, 1991).

En muchos de esos trabajos se ha puesto el acento en el carácter resistencial de dicha actitud.

Cuando hay algo difícil de decir en sesión, el resultado de ello puede, sin duda, ser el silencio, pero

también puede serlo una charla insustancial, o la evitación sistemática de ciertos temas.

Algunas veces el hecho será más fácil de advertir por el terapeuta, otras podrá permanecer oculto por

un período de tiempo prolongado y, en otros casos, será el paciente quien haga mención de que hay

cosas sobre las que no puede hablar.

Para organizar de algún modo este campo, que abordo ex profeso de un modo amplio, podríamos decir

que esta expresión “difícil de decir en sesión” alude a tres tipos de fenómenos: a) situaciones

específicas y puntuales que no pueden ser relatadas, como por ej. un secreto, un hecho traumático, etc.,

b) categorías temáticas sobre las que es muy difícil hablar, por ej. pacientes que no pueden hablar de la

sexualidad, c) una dificultad generalizada para poner en palabras en sesión, cuyos motivos pueden ser

ignorados por quien la padece.

Si enfocamos el tema desde el punto de vista de la resistencia al trabajo psicoterapéutico, diremos que

cuando esta dificultad adquiere suficiente intensidad, como para que el paciente evite por completo

ciertos temas o permanezca prácticamente silencioso, se convierte en una resistencia que muchas veces

es difícil de remover y que suele suscitar reacciones contratransferenciales problemáticas (Strean,

1990).

En el presente trabajo postulo que, en toda una serie de casos, la mediación a través de la escritura

puede convertirse en una alternativa fructífera para remover dicha resistencia y facilitar que el paciente

incluya en el diálogo terapéutico lo que le resultaba tan difícil de verbalizar.

La escritura a la que me refiero consiste en una actividad que el paciente puede realizar entre sesiones

en un diario personal o “de autoexploración” (Lanza Castelli, 2004), que se diferencia del típico diario

adolescente, o de aquellos que consisten en una enumeración tediosa de comportamientos y sucesos sin

mayor interés subjetivo, o de los típicos diarios de viajeros. Esta actividad puede convertirse en un

valioso auxiliar del trabajo psicoterapéutico, como lo ilustran las propuestas de diversos autores

(Oberkirch, 1983; Mahoney, 1991; Neimeyer, 1995; Schneider y Stone, 1998: Smith et al., 2000;

Leahy, R.L. 2003; Ryle, 2004; Thompson, 2004).

Cuando no está en juego la problemática objeto de este trabajo, el uso que el paciente puede hacer de

esta herramienta es amplio y variado. Puede, por ej., retomar en dicho diario un insight conseguido

durante la sesión y retrabajarlo a lo largo de la semana, utilizándolo para pensar desde este nuevo punto

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de vista distintas circunstancias de su cotidianeidad, o para actuar de una manera diferente en

situaciones que le resultaban problemáticas. También puede anotar en él nuevas ocurrencias que tuvo

después de la sesión respecto a algún punto importante hablado con su terapeuta, o puede encarar por sí

mismo el intento de comprender distintas situaciones conflictivas que lo preocupan y que, mediante

esta herramienta, puede explorar de un modo pormenorizado.

Las técnicas y formatos que en él es dable utilizar son múltiples, y combinan la escritura libre con el

relato detallado de acontecimientos que son considerados importantes para la propia vida, con cartas en

las que se expresan sentimientos y pensamientos diversos, dirigidas a determinada persona, pero para

no enviar (Lanza Castelli, 2005a), con diálogos imaginarios tenidos con otros significativos o con

distintos aspectos de la propia personalidad (Progoff, 1975), etc.

Los rendimientos habituales de este trabajo de escritura son numerosos. Su práctica continuada

incrementa la capacidad para conectarse con los propios sentimientos, identificarlos y diferenciarlos,

así como la habilidad para discernir los distintos enlaces que poseen con otros elementos de la vida

mental e interpersonal. De igual forma, la escritura, al externalizar, ubicar en un lugar y corporizar los

distintos procesos internos que se vuelcan en el papel, favorece la toma de distancia respecto de los

mismos, lo cual aumenta la posibilidad de pensar sobre ellos y verlos en perspectiva, facilitando, de

este modo, la regulación emocional. Podríamos sintetizar estos rendimientos diciendo que la práctica

de la escritura, en el diario de autoexploración, mejora el funcionamiento reflexivo, entendido como

una habilidad que puede ser incrementada (Fonagy et al., 2002; Allen, 2003; Allen, Bleiberg, Haslam-

Hopwood, 2003; Allen, Fonagy, 2006), con lo que capacita al paciente para comprender mejor lo que le

pasa, regular más adecuadamente sus emociones y contribuir, de este modo, al trabajo que realiza en

común con su terapeuta, de forma tal que se profundice el alcance de la psicoterapia y se optimicen sus

resultados.

En otros trabajos he intentado ahondar en algunos de estos rendimientos (Lanza Castelli, 2004, 2005a,

2005b, 2005c, 2005d, 2006a, 2006b).

En el caso que nos ocupa, el de aquellas situaciones en que el paciente encuentra difícil hablar en

sesión, se pone en juego una aplicación específica del uso de dicho diario personal, consistente, como

consigné más arriba, en su utilización al servicio de facilitar que el paciente ponga en palabras lo que le

resulta difícil decir a su terapeuta.

Para ilustrar dicha utilidad me refiero a continuación, en primer término, a pacientes en los que

predomina el sentimiento de vergüenza como raíz de dicha dificultad, hago después una breve

referencia a aquellos que padecen un trastorno de la alimentación, a continuación doy un ejemplo de un

paciente con fuertes sentimientos de humillación y menoscabo que se activaban cuando se pretendía

mencionar sus sentimientos de envidia, lo que los tornaba de muy difícil acceso al intercambio

terapéutico. Cito, por último, una investigación de una autora norteamericana sobre la escritura del

diario por parte de personas que estaban en psicoterapia.

A) En relación a los pacientes en quienes predomina el sentimiento de vergüenza, advertimos que una

parte importante de sus dificultades para hablar de ciertos temas en sesión proviene de rasgos

narcisistas que conllevan una fuerte necesidad de mantener una imagen esplendente ante su

interlocutor, motivo por el cual surgen sentimientos de vergüenza y menoscabo ante la aparición de

contenidos que contradicen o deslucen dicha imagen, por lo que dichos elementos son sistemática o

permanentemente silenciados, con las limitaciones que esta actitud plantea en el tratamiento

psicoterapéutico.

El problema que esto supone en la práctica, ha sido subrayada fuertemente por Miguel Angel Paz:

“Mucho se ha dicho de la vergüenza como un algo pasivo, femenino y preedípico, mientras se ha

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dejado para la culpa las categorías más activas, masculinas y postedípicas. Se dice que lo activo del

culposo lo lleva a confesar, en cambio lo pasivo del vergonzoso lo lleva a callar y a aislarse, por lo

cual cuando el elemento predominante de una psicopatología es la vergüenza, los pacientes han sido

históricamente bastante reacios a pedir tratamientos psicoanalíticos” [subrayados y cursivas

agregados] (Paz, 2005).

Podríamos agregar que en aquellos casos en que el sujeto sí busca tratamiento, se le hace difícil hablar

con su terapeuta de aquellos temas que harían surgir sentimientos de vergüenza y menoscabo; por este

motivo estos sentimientos se tornan fuente de fuertes resistencias a asociar libre y espontáneamente, o a

comunicar algunas de las ocurrencias, o a profundizar en ciertos temas que los activarían. De este

modo, el trabajo en la sesión queda dificultado y el paciente mismo permanece alejado de una serie de

aspectos de su mundo interno que, en la medida en que no son verbalizados en modo alguno, tampoco

pueden acceder a la plena percatación consciente o al pensar acerca de ellos de un modo productivo

(Morin, 2005; Lanza Castelli, 2006a).

No es este el lugar para llevar a cabo consideraciones teóricas sobre las características psicológicas de

los pacientes en los que predomina la vergüenza. Una serie de trabajos se han ocupado de indagar en

esta problemática, en la que queda mucho todavía por investigar (Kohut, 1977; Morrison, 1984;

Wachtel, 1987; Rizzuto, 1991; Valedón, 2002; Paz, 2003, 2005).

Por el momento, sólo deseo agregar algunos testimonios más, referidos a las dificultades que se

presentan en la clínica cuando este sentimiento alcanza considerable intensidad.

“En mi experiencia, la aparición del sentimiento de vergüenza en algunos de mis pacientes ha operado

primeramente como factor de dificultad, de resistencia, al tratar de ocultar o retener un material cuyo

contenido es conscientemente para ellos avergonzante ante la figura del analista (Ideal del Yo) en la

medida en que muestran debilidades, defectos, errores personales o familiares” (Valedón, 2002).

“Esta manifestación del sentimiento de vergüenza en la transferencia, tratar de ocultar materiales con

contenidos avergonzantes, es de frecuente observación en la práctica psicoanalítica” (Valedón, Ibíd.)

“Debemos recordar que la vergüenza misma, al igual que el material que la origina, será

frecuentemente escondida y retirada del análisis, particularmente en pacientes con patología narcisista”

[subrayado agregado] (Morrison, 1984).

Basten estas citas para poner de manifiesto que no son pocos los analistas que han advertido la

dificultad que esta situación plantea, y que la intensidad de la vergüenza se encuentra muchas veces en

la raíz de resistencias difíciles de remover, con lo que el material que la origina se vuelve

incomunicable e inaccesible al empeño terapéutico.

En estos casos, la escritura del diario personal, como espacio en el que el paciente expresa sus

vivencias más personales y difíciles de comunicar, puede servir a un doble propósito: por un lado,

favorecer que el paciente se diga, al menos a sí mismo, aquellas cosas que le despiertan estos

sentimientos, lo cual es un medio importante para conectarse mejor con ellas y poder pensar acerca de

las mismas (Pennebaker, 1990).

Por otro lado, y esta es la idea central que postulo en esta ocasión, el poner por escrito puede hacer las

veces de paso previo que favorezca que, en un segundo momento, lo consignado en el diario pueda ser

verbalizado y compartido en la sesión. Este escribir sería, entonces, como un estadio intermedio que

tendería un puente entre el vivenciar puramente interno y la expresión verbalizada en un trabajo

terapéutico en común.

Deseo ilustrar esta propuesta a partir del fragmento del diario de un paciente con rasgos narcisistas,

material que me fuera cedido por una colega que supervisó conmigo el caso desde el comienzo mismo

del tratamiento.

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Material clínico

El paciente, a quien llamaremos Juan José, tiene 45 años, está casado y tiene tres hijos de 19, 18 y 16

años respectivamente. Consulta por indicación de varios médicos a los que había ido a ver debido a sus

continuas somatizaciones, entre ellas gastritis, colon irritable y dermatitis, las cuales se habían

incrementado en los últimos tiempos. Los distintos profesionales a los que acudió insistieron en que su

problema era “nervioso” y que debía consultar a un psicólogo.

El paciente es arquitecto y dueño, junto con un socio, de una empresa constructora que en los últimos

años había venido creciendo de modo significativo. La relación con este socio, en el momento en que

consulta, es problemática y parece ser la fuente de muchas de las tensiones que Juan José venía

padeciendo.

La terapeuta lo describe como un hombre elegante, alto y de muy buena presencia, con una actitud

afable y agradable, pero distante, como con aire de superioridad.

En la presentación que hizo de sí mismo el paciente describió, con cierto detalle y manifiesta

satisfacción, la historia de sus logros, comenzando por su desempeño brillante en la Facultad y

prosiguiendo con sus éxitos profesionales y económicos de los últimos tiempos. Habló también de su

alto nivel de exigencias y del perfeccionismo que lo caracterizaba. Hizo referencia asimismo, en varias

ocasiones, a una serie de personas que lo admiraban, dejando traslucir el agrado que esto le producía.

A lo largo de los tres primeros meses de tratamiento, Juan José, que hacía terapia cara a cara, mostraba

una dificultad considerable para asociar libremente y para moverse y expresarse con espontaneidad.

Sus comunicaciones se referían, en lo esencial, a problemas con su socio y a otros asuntos que no

parecían revestir, para él, mayor importancia.

Recién en los comienzos del cuarto mes, el paciente comenzó a referir una sensación de malestar que lo

acometía por las mañanas, apenas se despertaba, una especie de desgano que, aclaraba, “no era una

depresión”. Comentó también que se recuperaba de la misma cuando se levantaba y se ponía a hacer

cosas, y que, dado que durante el resto del día mantenía un alto nivel de actividad en su trabajo, la

sensación no volvía a presentarse hasta la mañana siguiente.

También expresó, en la última parte de una sesión, en la que por primera vez parecía apesadumbrado,

que ya no tenía una visión tan positiva de la vida como la que solía tener, tras lo cual comenzó a

interrogarse acerca de cuáles eran las cosas en las que creía en ese momento. Tras dar algunas vueltas

en torno al tema sin poder decir mucho al respecto, la sesión llegó a su término.

La terapeuta le sugirió entonces que tomara su diario personal (el paciente llevaba un diario personal,

por sugerencia de la terapeuta, desde el comienzo del tratamiento) y que escribiera en él todo lo que se

le ocurriera a partir de la pregunta “¿en qué creo?”, durante 15 minutos. Agregó la recomendación de

que lo hiciera de modo espontáneo y libre, esto es, dejando correr la pluma lo más rápido que le fuera

posible y sin preocuparse por el contenido de lo que escribía. Le dijo también que, si le parecía

conveniente, llevara ese escrito para trabajarlo en la sesión, agregando, como solía hacerlo, que él sólo

leería aquellas partes que quisiera compartir.

El paciente aceptó de buen grado esta sugerencia y, en la noche de ese mismo día, escribió el texto que

cito a continuación.

[Nota: en el texto, Juan José menciona a las siguientes personas: Angélica, la terapeuta; Pedro, amigo;

Laura, empleada de la empresa; Susana, la esposa; la vieja, la madre; los chicos, los hijos; Alicia, la

secretaria; Silvia: amiga de él y de su esposa; Andrés, socio con el que muchas veces elaboraba

proyectos de las casas que iban a construir. Al lado de cada nombre repito, entre corchetes, de quién se

trata, y numero los párrafos, para que sea más fácil ubicar las frases en los comentarios posteriores].

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1) “Yo creo....que puedo hacer cosas...miro la hora...no es fácil escribir sobre esto. En realidad siempre es un

problema para mí saber en qué creo....me distraigo, miro de nuevo la hora.

2) En qué creo? No sé si alguna vez me lo pregunté...no creo en Dios. Hubiera querido creer, pero no. Creí

en otro momento, pero eso ya hace muchos años....

3) Me llama la atención que empiezo poniendo en qué no creo y temo que de acá va a surgir una visión muy

negativa de mí mismo....pienso en Angélica [terapeuta], que me daría vergüenza leerle esto...

4) En qué creo? Yo creo....no sé. Creo en algo? Ahora me trabé....creo en la maldad humana.

5) Me viene ahora a la cabeza la imagen de Pedro [amigo] que en el almuerzo de ayer tenía una actitud

humana, cálida. Yo soy más duro....me parece que no me trato muy bien...

6) Miro la hora, recién pasaron menos de 5’.

7) Yo creo...es difícil. Además quiero escribir rápido, no quiero ponerme a pensar y que se distorsione todo

o que escriba desde afuera...

8) me acuerdo ahora de Laura [empleada de su empresa] y que ella sí es muy positiva en todo. Y yo? Me

veo ahora como la contracara.

9) Yo creo...bueno, me gusta lo que hago...ah, bueno, creo en eso, creo que algunas veces trabajo bien y que

puedo hacer cosas que sirvan....

10) ahora pensé que hasta ahora sólo puse cosas de mí en las que creo, no de los otros...bueno, pero en eso

creo.

11) Yo creo...que vale la pena hacer las cosas...ahora estoy un poco condicionado por la reflexión

anterior...que trabajar me gusta, me hace sentir bien, me halaga la admiración de los demás.

12) Creo en los demás? Cómo es eso? Creo en Susana [esposa], le confío...pero esto tiene poca fuerza, como

de la boca para afuera, aunque sea cierto.

13) Yo creo....que puedo hacer cosas, creo que ya lo puse....

14) Miro la hora, falta todavía....Yo creo...es una pregunta difícil.

15) En qué creo? No creo en nada fuera de mí? Creo sólo en lo que puedo lograr yo? No sé. Ahora me

parece triste esto. Será tan así?

16) Me vino la imagen de los chicos [hijos]. Creo que me quieren? Sé que me quieren, a veces lo sé. Pero, lo

creo?.

17) Me vino la imagen de la vieja [la madre]. Creo que me quiere? No sé. Estos últimos años dice que sí y

hasta puede que sí. Pero no sé si le creo.

18) Susana y los chicos están demasiado metidos en sus cosas....es que me siento tan solo? Esto me pone

triste…..

19) de nuevo pienso en Angélica [terapeuta]. Le leo esto y piensa “es desolador” Pero no vivo la vida como

algo desolador!

20) Yo creo...ahora me trabé y miro la hora....

21) Yo creo...que la gente siente, que la gente sufre. Lo veo en Alicia [secretaria]. Hoy lo vi, creo que se fue

mejor mucho mejor después que la escuché. Yo estuve bien con ella. Fui genuino? Yo creo saber que sí, pero

de algún lado me viene la duda.

22) Ahora me acuerdo cuando Silvia [amiga de él y de la esposa] me ponderó tanto y dijo que yo era tan

buena persona. Me sentí mal, como si engañase. Ahora no lo siento tan vívido, pero lo sentí así. Habré

cambiado? No sé...

23) Yo creo...en qué creo? Ahora sería bueno hacer una lista: creo que la gente se ama y necesita. Eso lo

veo muy claro. Todo/mucho se juega ahí. En qué más creo?

24) Yo creo...en qué más creo? Creo que la gente se ama? Iba a poner que no, porque me venía la imagen de

un tipo, digamos un financista sin amor.

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25) Creo que puedo hacer cosas, que puedo mejorar, pero, ¿crear? Con el último proyecto que hice con

Andrés [socio] sentí que yo no podría haber hecho la parte que él hizo, que no se me habría ocurrido. Lo vi

a él en más y a mí en menos. Entonces, es verdad que creo que puedo hacer cosas?

26) Ahora creo que tengo distintos estados y en ellos como distintas cosas. Este pensamiento me gusta,

ayuda....”

Sería interesante realizar un análisis detallado del conjunto de ocurrencias presentes en este texto,

mostrando los diversos elementos que salieron a la luz, la articulación entre los mismos y los diversos

procesos mentales implicados. Pero, dado que esta tarea nos alejaría del tema específico que nos ocupa

ahora, me limitaré a hacer una breve síntesis de aquellos aspectos más significativos que fueron

surgiendo durante la escritura libre que llevó a cabo Juan José.

El conjunto de sentimientos, pensamientos y creencias con los que el paciente pudo conectarse en esta

práctica de escritura incluyen: su creencia de no ser amado o las dudas sobre el hecho de serlo (16, 17);

su apreciación de que su esposa e hijos no le prestan la atención que desearía, ya que se encuentran

“demasiado metidos en sus cosas” (18); una imagen de sí menoscabada en la comparación con otros (5,

8, 25) que contrasta con el autoconcepto muchas veces referido en sesión, donde en comparaciones

análogas se ubicaba él en el lugar superior; un sentimiento de sí disvalioso, tal que cuando es

ponderado siente que engaña (22); el discernimiento de una actitud hostil hacia sí mismo (5); la

vivencia de soledad y el sentimiento de tristeza (15, 18); la vergüenza de que la terapeuta se entere de

todo esto (3, 19); su necesidad de ser admirado (11).

Cabe subrayar un elemento significativo, consistente en que parecería que el paciente codifica estos

diversos sentimientos y creencias desde un código narcisista (Bleichmar, 1997), por lo que los vive -

con excepción del deseo de ser admirado- como disvaliosos, menoscabantes, suscitadores de

vergüenza. De ahí su afirmación inicial [3) …temo que de acá va a surgir una visión muy negativa de mí

mismo....pienso en Angélica [terapeuta], que me daría vergüenza leerle esto...] y la expresión posterior [19)

de nuevo pienso en Angélica [terapeuta]. Le leo esto y piensa “es desolador”].

Lo central aquí es que, dado que la vergüenza es “angustia narcisista en la intersubjetividad”

(Bleichmar, Ibíd.), dicho sentimiento se habría activado fuertemente en las sesiones, ante la presencia

real de la terapeuta, si hubiera surgido alguno de estos contenidos. Para neutralizar esta posibilidad, el

paciente solía dar una imagen esplendente de sí, hablando de sus éxitos y logros y teniendo muchas

dificultades para hacer mención de aquello que sentía que no andaba bien en su vida. De hecho, cuando

se refirió al malestar que le surgía por las mañanas, aclaró que “no era una depresión” y prosiguió

poniendo el énfasis en cómo dicho sentimiento desaparecía en la medida en que se ponía en actividad.

El temor de que la terapeuta lo viera en menos, que pensara que lo que él decía era “desolador”, le

inhibía, no sólo de verbalizar pensamientos que conocía, sino también de dejarse llevar por el fluir

asociativo, a los efectos de permitir la emergencia de una serie de elementos de su interioridad, con los

que tampoco él se había conectado previamente.

En el trabajo que realizó en su casa -en el espacio protegido de la escritura- la situación fue diferente,

ya que, en ese ámbito, la terapeuta tenía una presencia meramente virtual en su mente, por lo que pudo

dejarse llevar por aquello que emergía de su interior, al punto que surgieron una serie de contenidos

altamente significativos, para sorpresa del propio Juan José.

Es verdad que durante la escritura tuvo una serie de reparos, dudas e inhibiciones, así como una

excesiva autoconciencia de lo que estaba escribiendo y de la imagen de él que de ahí surgiría (3, 4, 6, 7,

10, 14, 19, 20), sin duda debido a la presión que dicha presencia ejercía sobre él. No obstante, esto no

impidió, como hemos visto, que pudiera soltarse y dejarse llevar. Lo central aquí es que, en la medida

en que el paciente sabia todo el tiempo que tenía la posibilidad de leer en sesión sólo el fragmento que

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él eligiera, o de no leer nada de lo que consignara en su diario, la presión de la presencia virtual de la

terapeuta era mucho menor que la ejercida por la presencia real de la misma.

Esta contraposición: presencia real -- presencia virtual, parece ser la clave de la diferencia entre su

escrito y las verbalizaciones previas en sesión, habida cuenta de la intensidad de su sentimiento de

vergüenza. Por esta razón, lo sustantivo fue la posibilidad de crear un espacio libre de la presión que

para el paciente significaba la presencia real de la terapeuta, a los efectos de favorecer la emergencia y

registro de un material que después, en un segundo momento, el paciente pudiera, finalmente,

compartir. (Más adelante me referiré a las condiciones que vuelven posible este compartir). En el caso

de Juan José esto llevó algún tiempo. En la sesión siguiente dio algunas vueltas, aludió de modo

tangencial a lo que había escrito, hizo comentarios “acerca de” algunos puntos de lo que había

consignado y, poco a poco, en las sesiones subsiguientes, fue incluyendo en el diálogo terapéutico lo

que había surgido en la práctica de escritura. Primeramente hizo referencia a la actitud de su mujer e

hijos, muy metidos en sus cosas; habló sobre cómo se había ido dando esa situación, las muchas

actividades de los hijos, etc. O sea, el paciente fue dosificando el cuánto, el cuándo y el cómo de lo que

iba verbalizando en la sesión, y sólo varias semanas después llevó finalmente lo que había escrito y

pudo leerlo textualmente en su totalidad.

Hemos dicho ya que gracias a la práctica de la escritura libre, en un espacio protegido, el paciente pudo

registrar una serie de pensamientos y sentimientos de los que no tenía conciencia hasta ese momento.

En otros casos, no es tanto lo que el paciente descubre en el acto de escritura, sino que el rendimiento

mayor de esta práctica estriba en su utilidad a los efectos de crear un espacio intermedio, que facilita un

posterior verbalizar en sesión.

Por lo demás, desearía agregar que las consideraciones precedentes, así como la propuesta del recurso a

la escritura como una ayuda para superar situaciones difíciles de la clínica, no pretenden soslayar el

análisis de los motivos por los cuales la presencia real del terapeuta torna tan difícil hablar en sesión.

Mas aún, entiendo que el material al que se accede de esta forma, es de considerable ayuda para dicho

análisis. En el caso de Juan José, por ej., el poder trabajar sobre su sentimiento de desamor y

menoscabo, en tanto éste fue verbalizado luego del trabajo de escritura, fue de ayuda para que pudiera

comprender su compulsión a ser admirado y a dar una imagen esplendente, ya que dicha admiración se

revelaba como un sustituto del amor que suponía no recibía por parte de los otros, y la imagen, por su

parte, era el medio por el cual suponía que podía despertarla.

No obstante, hemos de tener en cuenta que, en casos como el de Juan José, en los que la necesidad de

dar la imagen se ha convertido en un rasgo de carácter, es sumamente difícil y requiere mucho tiempo,

analizar y modificar estas características de su personalidad.

Esto hace que cuando el formato del tratamiento que el paciente está llevando a cabo no es el de un

análisis prolongado, que posea una frecuencia de varias sesiones semanales, sino el de una psicoterapia

breve o el de una terapia focalizada de una vez por semana, podamos conjeturar que, en toda una serie

de casos, la modificación de dicho rasgo de carácter será harto difícil, razón por la cual quedará un

resto de elementos que no serán incluidos en el diálogo terapéutico. Estimo que en estos casos es

todavía mayor la utilidad de proporcionarle al paciente una herramienta, como el diario de

autoexploración, que lo ayude a conectarse con esos aspectos suyos que desconoce y que le cuesta

tanto compartir con los demás, a los efectos de que pueda conocerlos y pensar sobre ellos. Lo mucho

que se puede lograr en esos casos ha sido plasmado en un libro notable, escrito por Marion Milner,

antes de formarse como psicoanalista (Field, 1936) y ampliamente investigado y documentado por

James Pennebaker (Pennebaker, 1990).

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B) En un trabajo publicado hace pocos años, Ulrike Schmidt y colaboradores (Schmidt et al., 2002),

comparan el desempeño de los pacientes con trastornos de la alimentación con el de los sujetos

normales en el experimento diseñado por James Pennebaker, consistente en proponerle a un grupo de

sujetos que escriban diariamente, a lo largo de 4 días, 20 minutos por día, acerca de los eventos más

traumáticos que hayan experimentado.

Como resultado de esta comparación dicen que, para los sujetos normales, el escribir sobre sucesos

traumáticos no parece ser superior al hablar acerca de los mismos, en cuanto a los beneficios logrados

con esa actividad -beneficios extensamente documentados por Pennebaker (Pennebaker, 1990)-, a

diferencia de lo que ocurre con pacientes que padecen alguno de dichos trastornos.

Posteriormente agregan: “...en la población de sujetos con trastornos de la alimentación, que

encuentran difícil hablar, la escritura puede ser un primer paso en la comunicación y procesamiento de

los sucesos problemáticos. Nos hemos sorprendido a menudo al observar que aún pacientes sumamente

renuentes a hablar cara a cara, están dispuestos a producir en sus casas un detallado trabajo escrito. Es

como si la palabra hablada fuera mucho más “peligrosa” que aquello que se pone en el papel. Tal vez el

perfeccionismo del paciente y su actitud evitativa puedan explicar esto. Al poner algo por escrito

primeramente en privado, pueden sentir que tienen un control mayor sobre ello y chances de corregir o

censurar lo que escribieron si fuera necesario, o aún de no revelarlo a nadie más. No obstante, hemos

de decir que lo habitual es que los pacientes no den la impresión de haber retrabajado extensamente sus

escritos” [subrayados agregados].

Más adelante, los autores citan el testimonio de una paciente con un trastorno alimentario: “Para mí la

poesía se ha convertido en el mejor medio de expresarme. Mucha gente que tiene un trastorno de la

alimentación es incapaz de decir cómo se siente.

Sé que cuando comencé a ir a lo de mi terapeuta, ella no sabía casi nada acerca de mí. Entonces

comencé a escribirle un diario día tras día, en el que pude comenzar a abrirme un poco. Encontré que

podía escribir cosas que jamás hubiera podido decir verbalmente. Decidí entonces tratar de escribir

más, lo que me llevó a escribir poesía y, si bien me he abierto un montón en mi diario, no tengo

barreras para ello en la poesía (...)

Sé que soy muy afortunada de tener la habilidad de escribir poemas, pero todo el mundo puede poner

por escrito lo que siente y expresar de ese modo sus emociones. Muchos encontrarán esto mucho más

fácil que hablar...Sé que si no hubiera comenzado escribiendo, no me encontraría hoy donde estoy”

[subrayados y cursivas agregados] (Schmidt et al., Ibíd., pp. 308-309).

C) En mi propia experiencia clínica me ha sido posible observar situaciones análogas con varios

pacientes. Por razones de espacio me circunscribo a uno de ellos, a quien llamaré Fernando, en el que

la razón por la cual se le hacía muy difícil hablar de ciertos tópicos, en particular de su recurrente

sentimiento de envidia, eran fuertes sentimientos de humillación y menoscabo ante su mención. La

situación se tornaba aún más problemática si era yo quien hacía alguna referencia a este sentimiento, el

cual jugaba un rol muy importante en su vida y le traía diversos problemas en las relaciones con los

demás, en particular con su pareja, médica como él, pero con más años de experiencia y mayores logros

profesionales.

La dificultad que se presentaba era que cada vez que yo hacía alguna referencia a esa temática, el

paciente sentía que yo se lo decía “desde arriba” y que se lo “refregaba” produciéndole un fuerte

sentimiento de humillación y menoscabo. En esos casos, la furia que le acometía era tan intensa que se

cegaba para darse cuenta de lo que le estaba pasando, tras lo cual se ponía a la defensiva en una actitud

marcadamente paranoide. De este modo, se tornaba sumamente difícil poder clarificar lo que había

ocurrido.

Page 9: Lo Dificil de Decir en Sesion

Los diversos intentos por analizar estas reacciones, mostrándole, por ejemplo, cómo proyectaba en mí

sus propios deseos vindicativos y denigratorios, no fueron suficientes como para atemperar de modo

suficiente sus reacciones, de modo tal que fuera posible trabajar de modo fructífero esa problemática.

Por lo demás, en tanto una raíz fundamental de la envidia era, justamente, el sentimiento de

menoscabo, el insistir interpretativamente en este punto se volvía finalmente iatrogénico, como bien

observó Herbert Rosenfeld (Rosenfeld, 1997).

Como de todos modos habíamos identificado una serie de situaciones en las que se activaban sus

aspectos envidiosos, le dije que una vez más le reiteraba que mi propósito no era “refregarle” nada y

que consideraba que podía serle de utilidad estar atento para detectar estos sentimientos, poniéndolos

por escrito en su diario personal (que el paciente había comenzado a llevar poco antes). Le sugerí

también que practicara la escritura libre cada vez que se presentara una de esas situaciones

problemáticas y le di algunas ideas respecto a cómo trabajar por su cuenta con este material, agregando

también que esto era algo para él, que compartiría, o no, conmigo, en función del deseo que tuviera de

hacerlo.

Fernando pareció aceptar mi sugerencia sin hacer mayores comentarios. Algunos meses después refirió,

muy brevemente, que la escritura le había sido de mucha utilidad y que ahora estaba más conectado con

esos aspectos suyos, por lo que el malestar que le producían era menor. Respeté, por supuesto, que el

paciente mencionara tan tangencialmente este hecho.

No obstante, a partir de ese momento, empezó a relacionar por sí mismo distintas situaciones sobre las

que trabajábamos, con su sentimiento de envidia. Durante un tiempo ocurría que se irritaba si era yo el

primero en aludir a ello y nuevamente sentía que lo estaba queriendo rebajar; pero si era él quien lo

mencionaba en primer término, no era tan problemático que yo agregara alguna acotación.

Paulatinamente, fue tornándose cada vez más factible que habláramos de este tema sin que resultara tan

conflictivo, si bien siempre subsistió alguna tensión en Fernando cuando lo abordábamos.

A lo largo de esas ocasiones pude ver cuánto provecho había obtenido el paciente de su trabajo con el

diario sobre este aspecto en particular y cómo esto le había permitido entender algunos de sus

problemas en la relación con los demás, a partir de lo cual habían mejorado sus vínculos. Sin duda que

esta actividad que realizó por su cuenta se entramó con el trabajo que hacíamos en común en el

transcurso de las sesiones, no obstante lo cual, como he mencionado, durante bastante tiempo fue difícil

tender un puente entre ambas actividades, en lo que hacía a ese problema específico.

Conjeturo que de no haber utilizado este recurso, el trabajo sobre este aspecto de Fernando, del que en

un principio le era tan difícil hablar, habría resultado mucho más arduo y habría llevado más tiempo.

Por lo demás, lo habría privado del sentimiento de autoeficacia (Frank, 2001) que consiguió con el

trabajo de descubrimiento que llevó a cabo en su diario personal, gracias al cual pudo detectar,

controlar y en algún punto elaborar esta problemática. Este sentimiento, por otra parte, funcionó como

un interesante antídoto contra el menoscabo mencionado, lo cual favoreció también la disminución de

la envidia. Se creaba, de este modo, una retroalimentación positiva sumamente provechosa.

D) Deseo citar, por último, una interesante investigación llevada a cabo por Jill Colman (Colman,

1997), quien entrevistó a un grupo de mujeres que estaban en psicoterapia y llevaban un diario

personal. Entre otras cosas, descubrió que un número considerable de las mismas escribía en sus diarios

acerca de temas sobre los cuales les resultaba muy difícil hablar en las sesiones de terapia. No obstante,

en toda una serie de casos, esta escritura era un paso preliminar que favorecía un posterior hablar de

esas cosas con el/la terapeuta. Vale decir, el ponerlo primeramente por escrito, el decírselo a ellas

mismas, les facilitaba el poder llevarlo, en un segundo momento, a la sesión. Esto último ocurría de

distintas formas: algunas de las participantes se lo daban a su terapeuta para que lo leyera por su cuenta

Page 10: Lo Dificil de Decir en Sesion

y recién después podían comentar acerca de lo escrito; otras necesitaban que fuera el/la terapeuta quien

lo leyera en voz alta, otras, por último, lo leían ellas mismas a medida que iban pudiendo hacerlo.

Una de las entrevistadas manifestó: “Cuando comencé a escribir [el diario] era mucho lo que podía

escribirle [a la terapeuta] pero no podía hablar al respecto. No obstante, sí podía escribirlo. Y entonces,

paulatinamente, fui pudiendo hablar con ella de lo que escribía en el diario. No me habría sido útil si lo

hubiera escrito para nadie, en mi caso sentía que lo escribía para ella” (Colman, 1997, pág. 62).

De este modo, la escritura se convertía en un paso previo respecto del hablar en la sesión, que no habría

tenido lugar, o cuya realización habría insumido mucho más tiempo, de no haber sido por este escribir,

previo al compartir.

Por lo demás, en la medida en que el reclutamiento de voluntarias para esta investigación no estuvo

determinado por su pertenencia a un grupo diagnóstico en particular, sino que se basó en la

accesibilidad de las mismas y en su interés por participar en dicha indagación (Colman puso anuncios

en universidades y centros de counseling y salud mental, invitando a tener entrevistas para participar),

el alto porcentaje de entrevistadas que hizo mención a materiales no comunicados en sesión, pero

consignados en el diario y sólo incluidos en un momento posterior en el diálogo terapéutico, da pie para

conjeturar que tal vez sea éste un fenómeno muy extendido, por lo que el uso del diario personal para

estos fines podría tener una utilidad y un alcance mayores de los supuestos cuando nos centramos en

pacientes como los mencionados en este trabajo.

Desearía graficar la ubicación del uso del diario como espacio intermedio entre el vivenciar puramente

interno y el decir en sesión, para realizar, a continuación, algunas consideraciones sobre la razón de ser

de la utilidad de dicho espacio.

Querría caracterizar ahora, con mayor detalle, las operaciones que se ponen en juego en el espacio

intermedio del diario personal y que facilitan el poder verbalizar los contenidos problemáticos en

sesión, en tanto, en virtud de dichas operaciones, disminuyen los sentimientos (vergüenza, etc.) que

Contenidos internos

problemáticos

(avergonzantes, etc)

NO hablar en

sesión

Contenidos internos

problemáticos

(avergonzantes, etc)

Operaciones en el

espacio intermedio

del diario personal.

Disminución

de la

vergüenza, etc

Modos de comunicar lo

escrito: darlo a leer al

terapeuta, etc.

Presencia REAL

del terapeuta

Hablar en

sesión

Vergüenza, etc.

Presencia

VIRTUAL del

terapeuta

Mayor fluidez

asociativa.

Nuevo material

Page 11: Lo Dificil de Decir en Sesion

producían la inhibición. A tal efecto, puede ser de utilidad diferenciar, por un lado, el carácter

avergonzante o humillante de ciertos contenidos, que hace que el paciente no quiera que nadie los

conozca, y, por otro, la escena temida, consistente en leerlos o verbalizarlos en sesión.

1) En relación al tema de los contenidos problemáticos, hasta el momento sólo hemos mencionado que

la fluidez asociativa se incrementa en el espacio de la escritura, en la medida en que el terapeuta se

halla presente en él de un modo meramente virtual. De este modo, dijimos, queda favorecida la

emergencia de un material que muy difícilmente podía surgir directamente en la sesión, tal como

resulta elocuente en el caso de Juan José.

Podríamos agregar ahora que quien traduce sus procesos de pensamiento en escritura realiza con ello

una triple operación, consistente en la externalización de los mismos, su ubicación en un lugar, su

corporización.

En cuanto a la externalización, se trata de un movimiento por el cual una serie de procesos internos son

exteriorizados, dejando de estar contenidos sólo dentro de la mente.

La ubicación en un lugar alude a que el diario personal proporciona un espacio que contiene y aloja,

tanto los sucesos vividos como los procesos internos, que se externalizan en el acto de escribir. De este

modo, el diario se convierte en continente de dichos elementos. James Pennebaker (Pennebaker, 1990)

ilustra este hecho con la metáfora de una computadora y el acto de grabar en un disquette la

información que se encuentra en pantalla. Después de esta operación, el monitor queda aligerado para

acoger nueva información, mientras que los datos que se encontraban en la pantalla han encontrado un

espacio diferenciado, que los contiene y alberga. En un sentido análogo, una paciente, pintora, escribe

en su diario: “...veo como que al escribir hay un efecto secundario al de autorreflexión ...el de correr el

problema o el dolor de costado, no estar rumiando el mismo, como ocurre a veces con el pensamiento....sería

como pintar, ponerlo en la tela y tranquilizarse....y poder seguir con otras cosas...”

Asimismo, al realizar este movimiento de externalización, los distintos procesos internos se

materializan en una serie de trazos que se construyen en una secuencia temporal. Tal como decía una

paciente: “el pensamiento toma cuerpo en la escritura”

Este triple movimiento tiene varios efectos. En esta ocasión me interesa subrayar uno de ellos,

consistente en que, en virtud de dicho movimiento, se produce una distancia psicológica respecto de

aquellos elementos que se encontraban en el interior de la mente. Un breve ejemplo, de una colega,

ilustra este hecho con claridad. En un mail escribe: “Estos días he estado escribiendo sobre cuestiones

que me tenían a mal traer desde hace tiempo. Me ha ocurrido algo sensacional, porque al escribir pongo

delante de mí la situación, la veo, la analizo; es como si realizara una intervención quirúrgica, sustrajera

parte de un órgano y lo pusiera sobre una mesa para analizarlo; así, lo mismo, con cuestiones que yo llamo

"del alma". Es un proceso en el que no he parado a excepción de algún día, que me ha permitido verme de

otro modo, quizá en mi verdadera dimensión”

[subrayados agregados]

Quien escribe, entonces, logra una distancia que le favorece la posibilidad de pensar sobre su

experiencia, traducida en escritura y alojada en la exterioridad del papel. Este pensar sobre los propios

contenidos mentales, habiendo logrado la distancia mencionada, permite conquistar una perspectiva

diferente sobre los mismos (”verme de otro modo”). El paciente puede, entonces, comprender mejor los

elementos que ha consignado y articularlos con otros, incrementando el conocimiento que tiene de sí

mismo (en el caso de Juan José, vemos que al escribir se conectó con su tristeza y pudo vincularla con

el sentimiento de no ser amado, la soledad, etc). Asimismo, y en relación al tema puntual que nos

ocupa, podríamos agregar que, en la medida en que el acto de escribir implica, como hemos dicho, la

posibilidad de tomar distancia respecto de los contenidos vividos como avergonzantes y humillantes, y

Page 12: Lo Dificil de Decir en Sesion

verlos desde otra perspectiva, el paciente puede, al reflexionar sobre ellos, redimensionar este carácter

suyo y lograr, por ende, una disminución de dichos sentimientos, acorde a esta reevaluación (Gross,

2005).

2) Hemos visto que mientras Juan José escribía, anticipaba en su mente la situación temida, consistente

en que la terapeuta se enterase de lo que iba consignando en su diario (19) de nuevo pienso en Angélica

[terapeuta]. Le leo esto y piensa “es desolador”). En relación a ello el paciente puede realizar, en el

espacio de la escritura, una nueva operación, consistente en trabajar sobre dicha escena temida,

poniéndola, a su vez, por escrito. Puede, entonces, detallar en su diario cómo imagina ese momento,

qué expresiones supone que tendría el/la terapeuta, cómo lo miraría, qué cosas pensaría y diría,

incluyendo también los sentimientos que imagina que él sentiría en esa situación.

Dicho trabajo puede ser de utilidad por más de un motivo. Por un lado, también aquí podemos aplicar

las consideraciones precedentes referidas a la distancia psicológica, la perspectiva conseguida y la

reevaluación eventual de dicha situación, con la morigeración de la vergüenza acorde a ella.

Pero, además, se pone en juego aquí la disminución habitual de los afectos por el hecho de traducirlos

en escritura. Nuevamente ejemplifico con breves fragmentos de diarios de pacientes:

a) “... estoy escribiendo bastante con todos estos temas… qué notable, el otro día escribía que estaba muy

amargada...y al final de la escritura, me surgió escribir que mi amargura se había convertido en

tristeza....dentro de todo, es algo positivo...”.

b) “...cuando escribo acerca de mis miedos (que son muchos) pierden intensidad, parece que puedo

separarme de ellos y mirarlos...”

c) “Lo del diario me asombra; a veces me pasa que por el sólo hecho de escribir, cuando me siento mal,

siento una mejoría o un alivio. Al haberlo puesto ahí es como sacarlo, verlo de afuera, como a una pintura...”

La experiencia clínica, así como diversas investigaciones (Pennebaker, 1990; Donnelly, Murray, 1991;

Murray, Segal, 1994; Colman, 1997; Esterling et al., 1999), muestran que, en efecto, por el hecho de

traducir los afectos en escritura, estos se morigeran, se atenúan.

De este modo, al poner por escrito la escena temida, tal como el paciente la imagina, puede ser de

utilidad para lograr la disminución de los sentimientos que en ella surgirían, disminución que obedece,

tanto al hecho de traducirlos en escritura, como a la mencionada reevaluación cognitiva de dicha

escena.

3) El paciente tiene todavía otro camino para lograr la reducción de los sentimientos inhibitorios,

consistente en favorecer la habituación a los mismos. Me refiero con ello a un fenómeno muy estudiado

por los terapeutas cognitivo conductuales, consistente en la progresiva reducción de la ansiedad, la

vergüenza, etc. ante la reiterada exposición a un estímulo que produce dichos sentimientos, siempre y

cuando no se realicen respuestas de evitación o huída en relación al mismo.

Las razones que se han dado para explicar este hecho son diversas. Algunos autores consideran que es

ésta una manifestación de una habituación fisiológica, otros enfatizan más bien que estas exposiciones

ayudan a cambiar las cogniciones disfuncionales de los pacientes, y otros, por último, aducen que

incrementan su sentimiento de autoeficacia. (Caballo, 1991) Sea como sea, en lo que todos concuerdan

es en la eficacia de este procedimiento para lograr la disminución de tales sentimientos. Plantean

también que hay dos formas de realizar esta exposición: en vivo y en la imaginación.

En el caso, entonces, en que el paciente transpone por escrito la situación temida (poner en palabras en

sesión) con los afectos que le surgen al hacerlo, la anticipación de la misma que realiza al consignarla

en su diario le da la oportunidad de lograr, en su imaginación, alguna familiaridad (habituación) con la

Page 13: Lo Dificil de Decir en Sesion

misma en un espacio protegido; en primer término, a través de la escritura misma y, posteriormente,

mediante eventuales relecturas de lo escrito.

Por lo demás, esta habituación, con la consiguiente disminución que conlleva de los diversos

sentimientos inhibitorios (vergüenza, ansiedad, menoscabo, etc.) (Schoutrop et al., 2004), puede ser

aún mayor si el paciente relee lo que ha escrito y se imagina haciéndolo delante de su terapeuta las

veces que sea necesario, hasta que le resulte tolerable y pueda tomar valor para llevarlo finalmente a la

sesión.

4) Por último, en cuanto a los modos de comunicar dichos contenidos, vemos que en el caso de Juan

José, el paciente fue dosificando la información que verbalizaba en la sesión. Primeramente habló de

algunos aspectos de lo que había consignado en su diario, que le resultaban más factibles de expresar, y

sólo posteriormente, y en forma gradual, fue incluyendo otros aspectos de lo que había escrito hasta

que, finalmente, pudo leer la totalidad del texto en la sesión.

Es verdad que esta dosificación puede (y suele) ser llevada a cabo sin necesidad de recurrir a la

mediación de la escritura. Es habitual que un paciente al que le cuesta mucho hablar de determinado

tema lo vaya incluyendo en forma paulatina en el diálogo terapéutico. No obstante, la escritura previa

en el diario favorece este procedimiento, en la medida en que, en virtud de dicho poner por escrito el

paciente logra mayor claridad acerca del conjunto de elementos que le resultan avergonzantes o

humillantes y puede, entonces, elegir más fácilmente aquellos que le resultan más factibles de

comunicar.

Más significativo aún es el hecho de que, al tener los contenidos internos problemáticos consignados en

el papel, el paciente puede, por ej., entregarle dicho escrito al terapeuta para que éste lo lea, acordando

con él que sólo hablarán acerca de su contenido cuando se encuentre preparado y dispuesto para ello, o

pedirle que sea el terapeuta quien realice la lectura en voz alta, etc.

En virtud de estas operaciones, entonces, la escritura en el diario personal se convierte en un paso

previo al poner en palabras en la sesión, en un espacio intermedio entre el vivenciar puramente interno

y el hablar, en el que es posible llevar a cabo las actividades mencionadas con el objetivo de mitigar los

sentimientos que tornaban tan difícil hablar, o decir determinadas cosas, en sesión. Se convierte así en

una herramienta que puede ser de la mayor utilidad cuando nos encontramos con dicha situación

clínica.

Podríamos ahora graficar el conjunto de estas operaciones:

Contenidos:

reevaluación

cognitiva

Escena temida

Reevaluación

cognitiva.

Disminución

de afectos al

escribirlos.

Poner

por

escrito

Disminución

de la

vergüenza

Habituación

Modos de la

comunicación,

dosificar, dar a

leer, etc.

Hablar en

sesión

Page 14: Lo Dificil de Decir en Sesion

Por último, desearía agregar que es obvio que lo que resulta significativo del hecho de incluir tales

contenidos en la sesión no es el mero hecho de decirlos (al modo de una confesión), sino el trabajo

conjunto que se pueda hacer sobre ellos. En ese sentido, la actividad de escritura en el espacio del

diario de autoexploración, permite un primer grado de procesamiento de ese material por parte del

paciente, quien puede, mediante esta práctica, alcanzar grados elevados de comprensión y elaboración,

tal como consigné que había ocurrido con Fernando.

Este hecho no es menor, ya que lo que en realidad importa en un proceso terapéutico es que sea el

paciente, y no el terapeuta, quien tome conciencia, piense acerca de, y elabore determinados contenidos

problemáticos. El rol del terapeuta es sólo el de un facilitador de este proceso y, en ese sentido, todo lo

que el paciente logre por sus propios medios tiene la mayor importancia para su propio crecimiento

mental y la adecuada resolución de los problemas que lo aquejan.

Vemos, entonces, tres beneficios distintos del uso del diario de autoexploración como adjunto o

auxiliar del proceso psicoterapéutico. El primero tiene que ver con el nivel de procesamiento, recién

mencionado, que el paciente puede lograr por sí mismo. El segundo consiste en que, en virtud de su

utilización se enriquece la cantidad y calidad del material que el paciente puede aportar al trabajo en

común. En tercer término, como hemos visto, encontramos la utilidad que tiene, en ciertos casos, para

favorecer la inclusión de dicho material en el diálogo terapéutico.

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