Las Raices Del Humanismo

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2. LAS RAICES DEL HUMANISMO El humanismo tiene su origen en la antigüedad grecolatina, en la que se promociona un ideal de hombre mediante la formación, por la que éste desarrolla todas sus facultades de acuerdo con su naturaleza más propia y específica. El Renacimiento es un momento decisivo para la configuración moderna de esta tradición humanista de Occidente, porque une el retorno al ideal grecolatino con el interés por la historia, proveniente del legado judeocristiano, especialmente a través de los estudios bíblico-históricos. Se debate además un asunto que constituye el fondo de todo humanismo frente a los antihumanismos ó ahumanismos: la disputa acerca de qué es el hombre “auténtico” y cómo es posible descubrirlo en medio de las formas inhumanas de vida, vigentes en cada época. En esta época hubo pensadores que se percataron de que la forma en que vive el hombre no es producto de su naturaleza, sino de las circunstancias que coaccionan a comportarse de un modo distinto del que correspondería a su verdadera identidad (Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam). El humanismo renacentista toca el fondo de la cuestión cuando se plantea si es posible una existencia auténtica del hombre ó si estamos condenados a vivir en constantes formas de vida negadoras del ideal del hombre “auténtico”. En la Ilustración, el humanismo recibe un nuevo impulso, que pone su confianza en una razón autónoma, crítica e interesada en la liberación del hombre, frente al oscurantismo y al dogmatismo. Autonomía, libertad, igualdad, fraternidad, son los valores proclamados en el Siglo de las Luces, que orientaron los movimientos revolucionarios, como la Revolución francesa. Las figuras más representativas (Winckelmann, Herder, Schiller, etc) impulsaron polifacéticamente todos los aspectos de la formación integral del hombre (arte, historia, literatura….). Su influencia fue decisiva para la organización de las escuelas y universidades; de allí la prioridad que se concedió frente a la formación utilitarista y técnica. Por otro lado, el humanismo de Feuerbach saca consecuencias radicales de la autonomía del hombre, al desvelar la heteronomía religiosa como causa de la más profunda escisión (alienación) humana. Este humanismo radical exige ante todo, fidelidad al hombre, defensa filantrópica de su libertad y dignidad en la tierra, mediante la acción reformadora de las conciencias y la sociedad. Para ello es esencial esclarecer la identidad humana, la cual se descubre en la proyección de lo divino, pues “la conciencia de Dios es la autoconciencia del hombre; el conocimiento de Dios, es el

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Comienzos del humanismo en la historia

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2. LAS RAICES DEL HUMANISMO

El humanismo tiene su origen en la antigüedad grecolatina, en la que se promociona un

ideal de hombre mediante la formación, por la que éste desarrolla todas sus

facultades de acuerdo con su naturaleza más propia y específica.

El Renacimiento es un momento decisivo para la configuración moderna de esta

tradición humanista de Occidente, porque une el retorno al ideal grecolatino con el

interés por la historia, proveniente del legado judeocristiano, especialmente a través

de los estudios bíblico-históricos. Se debate además un asunto que constituye el

fondo de todo humanismo frente a los antihumanismos ó ahumanismos: la disputa

acerca de qué es el hombre “auténtico” y cómo es posible descubrirlo en medio de las

formas inhumanas de vida, vigentes en cada época.

En esta época hubo pensadores que se percataron de que la forma en que vive el

hombre no es producto de su naturaleza, sino de las circunstancias que coaccionan a

comportarse de un modo distinto del que correspondería a su verdadera identidad

(Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam).

El humanismo renacentista toca el fondo de la cuestión cuando se plantea si es posible

una existencia auténtica del hombre ó si estamos condenados a vivir en constantes

formas de vida negadoras del ideal del hombre “auténtico”.

En la Ilustración, el humanismo recibe un nuevo impulso, que pone su confianza en una

razón autónoma, crítica e interesada en la liberación del hombre, frente al

oscurantismo y al dogmatismo. Autonomía, libertad, igualdad, fraternidad, son los

valores proclamados en el Siglo de las Luces, que orientaron los movimientos

revolucionarios, como la Revolución francesa. Las figuras más representativas

(Winckelmann, Herder, Schiller, etc) impulsaron polifacéticamente todos los aspectos

de la formación integral del hombre (arte, historia, literatura….). Su influencia fue

decisiva para la organización de las escuelas y universidades; de allí la prioridad que se

concedió frente a la formación utilitarista y técnica.

Por otro lado, el humanismo de Feuerbach saca consecuencias radicales de la

autonomía del hombre, al desvelar la heteronomía religiosa como causa de la más

profunda escisión (alienación) humana. Este humanismo radical exige ante todo,

fidelidad al hombre, defensa filantrópica de su libertad y dignidad en la tierra,

mediante la acción reformadora de las conciencias y la sociedad. Para ello es esencial

esclarecer la identidad humana, la cual se descubre en la proyección de lo divino, pues

“la conciencia de Dios es la autoconciencia del hombre; el conocimiento de Dios, es el

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autoconocimiento del hombre”. En esta proyección religiosa se condensa lo que cada

hombre anhela, desea y aspira, pero que solo podrá alcanzar como género humano. Es

expresión de la fe que el hombre tiene en sí mismo y prefigura alienadamente la

auténtica vida humana.

Este humanismo materialista y ateo, entusiasmó a Marx y a Engels, que vieron en la

superación feuerbachiana de la alienación religiosa el comienzo de la realización de la

autonomía humana. Porque la “crítica del cielo” tenía que completarse con la “crítica de

la tierra”, es decir, un esclarecimiento y una transformación de todas las otras

alienaciones. Así pues, en último término, se descubre en Marx un modelo ideal y

utópico de hombre, que tiene contenido moral, a pesar suyo.

Las últimas fuentes del humanismo en el siglo XX han sido el existencialismo, algunas

corrientes neomarxistas y el personalismo. El rasgo peculiar del existencialismo es la

incidencia en la libertad del yo individual, hasta el extremo (como Sartre); lo

fundamental de la filosofía existencial (a través de G. Marcel, en la versión de M.

Heidegger) es asumido y elaborado en perspectiva cristiana por pensadores como J.

Maritain, H. de Lubac, Y. Congar y K. Rahner, conformando un humanismo “integral ó

humanismo cristiano”, donde la humanidad consiste fundamentalmente en la libertad y

responsabilidad del individuo que decide y se compromete en la situación concreta,

pero abierto al mundo y a la trascendencia: “El hombre interior no se tiene en pie más

que sobre el apoyo del hombre exterior”.

Por último cabría señalar que además de las raíces aludidas, en estos momentos, entre

las tendencias filosóficas más florecientes, la fenomenología, la hermeneútica, Escuela

de Francfort y algunos neomarxismos humanistas exigen una renovación del

humanismo, pero hasta del lado del estructuralismo se anuncia un nuevo humanismo

(levisstraussiano), “humanismo etnológico”, que supere las contradicciones de todos los

anteriores.