LAS LECCIONES DE UNA EXPERIENCIA HISTÓRICA

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    LAS LECCIONES DE UNA EXPERIENCIA HISTRICA

    A veces nos sorprendemos a nosotros mismos vindonos obligados, por la fuerza de los hechos y por elestado de indescriptible confusin del ideal creado por dos acontecimientos sociales con caractersti ca decataclismos, la revolucin rusa de 1917 y la revolucin espaola de1936 - a repetir argumentaciones y ahacer alardes dialcticos sobre motivos abundantemente debatidos por Malatesta, por Fabbri, por Merlino, porFaure y si me apuran dir que incluso por Bakunin y por Godwin.

    De m puedo decir que an cuando, incidentalmente, en el curso de una revolucin y de una lucha que por las

    circunstancias especiales en que se produjo, no fue determinada consciente y deliberaciones por nosotros,sino aceptada y aprovechada, llegu a ocupar un cargo poltico en pugna con mis propios principios y con mimisma conviccin ntima. Jams, en ningn momento, me hice ilusin alguna sobre las posibilidades de haceralgo desde un gobierno que, por otra parte no exista y no era ms, para todos, que una fachada de cara alexterior. Sin embargo, si algn fruto pude sacar de mi paso durante siete meses por ese cargo; la vasta yvivida leccin de aquella etapa, ha sido, precisamente, la confirmacin prcti ca de todo lo que eranargumentos tericos.Cuando acept ir, en nombre de la C.N.T., al gobierno Largo Caballero, en noviembre de 1936, saba ya quedbamos, idealmente, un mal paso, y polticamente un paso intil. Saba, sabamos todos, adems, que, apesar de que el gobierno no era, en aquellos momentos, gobierno, que el poder estaba en la calle, en manosde los combatientes y de los productores, el poder volvera a coordinarse y a consolidarse y, lo que sera msdoloroso y ms terrible, con nuestra complicidad, con nuestra ayuda y devorando moralmente a muchos denuestros hombres.

    Saba esto, framente, lo vea claro como la luz del sol. No obstante, acept, sin que en m hubiese habidojams ambicin ni vanidad alguna. moralmente, he estado siempre por encima de estas cosas y, si hahabido ambicin en m, ha sido tan alta y tan grande que todo poder temporal, poltico o econmico, resultabapara m muy poco: he aspirado siempre a lo universal y a lo eterno; y si un sueo de dominio ha habido en m,ha sido el de reinar espiritualmente sobre el futuro por la fuerza de mi recuerdo de mi ejemplo y d e mi obra.

    Ahora, curada hasta de esta vanidad pueri l, generosa y romntica, sonro al fin de todos los sueos humanos,no hay ms que polvo; dentro de 20.00 0 aos, los ms grandes, con los ms pequeos, estarn confundidosen el mismo supremo olvido. Lo dijo ya Jorge Manrique hace cinco siglos.

    No vamos a discutir aqu las causas que determinaron el paso dado por la C.N.T. en 1936. En aquellosinstantes, todos juzgbamos de prioridad importancia el abatir al fascismo, el neutralizar la reserva miedosade las democracias, el impedir por todos los medios el triunfo de Franco. Para obtener ese resultado todos losprocedimientos parecan buenos, a condicin de qu e contribuyesen a la finalidad inmediata perseguida.

    Pero no fue as, el resultado fue hoy podemos apreciarlo con mayor precisin y claridad que ayer -completamente contrario. El fascismo no se abati , las democracias cobraron an ms miedo; Franco,sostenido cada da con mayor descaro por Italia y por Alemania, obtena la solidaridad econmica y poltica detodos los que, internacionalmente, apoyaban y determinaban al fascismo alemn, al fascismo italiano y alfascismo espaol.

    Por otra parte, nosotros inicibamos la renuncia masiva a las finalidades ideales integralistas a las tcticasrevolucionarias y de accin directa, y nos convertamos en una fuerza entrada ya en perodo dedomesticacin. En nuestras filas se produca el fenmeno que se haba producido en tod os los movimientosobreros mundiales, las viejas guardias heroicas y fieles a la tradicin pura y revolucionaria, eran sustituidaspor las nuevas promociones, formadas ya al calor de la ambicin y con nueva mentalidad oportunista,parecida como una gota de agua a otra en la mentalidad de los Briand, los DAragona, los Gompers, los

    Mac-Donald. De los que, por mandato de asambleas y plenos, ramos designados ministros, consejeros,alcaldes, muchos no volveran ya nunca ms a pensar en el trabajo y a pensar austera y limpiamente en lasideas. La vieja frase de Pi y Margall: El poder es una charca pestilente que corrompe a todo aquel que a ellase acerca, se confirmaba una vez ms.

    Recuerdo que, en aquellos das de exaltacin en que lo olvidbamos todo, nos pareca que el mundocomenzaba con nosotros, en ms de una ocasin habamos dicho orgullosamente, saliendo al paso denuestros propios escrpulos: Tenemos muy poca confianza en nuestros hombres, si creemos que van acorromperse tan fcilmente como se han corrompido los otros. Todos no se corrompieron; muchos noshemos recuperado, pero la infiltracin sutil de nuevos conceptos, de tendencias casi informuladas, lapredisposicin a aceptar muchas cosas a las que antes ni siquiera se hubiera atrevido a hacer mencin hasido un hecho, es un hecho contra el que vamos reaccionando, pero a costa de mucha prdida de tiempo y deenergas.

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    En los que hubo dignidad e ntima fidelidad a s mismos, la experiencia no poda hacer ms que robustecer lasconvicciones. Lo que haban sido deducciones geniales en un Bakunin o en un Malatesta, eran hechosconfirmados por la propia leccin vivida en nosotros. Sabamos, sabemos ahora con la fuerza irrebatible delos hechos, que toda Revolucin est estrangulada y perdida en el momento en que se renuncia a lo que a deser su objetivo inmediato: la destruccin total de todos los resortes del Poder, la sustitucin inmediata de unsistema de organizacin econmica y de regulacin de la vida social por otro sistema basado en nuevasformas de derecho; que toda Revolucin localizada est condenada a ser ahogada, o por la agresin exterior,o por la confabulacin interior de todas las fuerzas reaccionarias. Que el paso que el Poder de unos hombresy de un movimiento de masas y de ideas representa la renuncia individual y colectiva a toda finalidadrevolucionaria. Y que no hay ms formidable superchera que esa famosa frase puesta de moda por losmarxistas y por los totalitarios de todos los totalitarismos, de Pern a Stalin; la Revoluci n desde arriba. Desde

    arriba no se puede hacer ninguna revolucin, pese a lo que desde arriba pudieran hacer Pedro el Grande yMustaf Kemal. Desde arriba no puede hacerse ms que sostener por el terror y por la fuerza un rgimendeterminado y levantado sobre la iniquidad y sobre el privilegio de unas minoras en perjuicio del mayornmero.

    Superchera igualmente toda posibilidad de reforma, de evolucin paulatina y pacfica: Desde el gobiernopacfica y evolutivamente no se puede ni an aumentar el sueld o de las asistentes sociales, porque se topacon el Estatuto de funcionarios, legalmente ms intangible que la Biblia y se rige desde hace 100 aos; no sepuede proceder ni a la expropiacin con indemnizaciones del capital extranjero que coloniza y que med iatiza aEspaa. Es solo por la fuerza revolucionaria de las masas, por la violencia de las insurrecciones, por elimperativo brutal de la calle y de la revuelta, que el Poder cede y concede, evoluciona y acepta,defendindose siempre, atacando cuando puede, recuperando posiciones al menor descuido y tendiendosiempre a conservar sus intereses y sus privilegios.

    Esto lo dijeron ya Malatesta y Fabbri; lo dijo Faure en mil controversias; Mella, Urales y Prat en innumerablesartculos, folletos y libros. Paro lo hemos confirmado nosotros, con riesgo de nuestra personalidad individual yde la integridad colectiva del movimiento. Y podemos y debemos decirlo, para que nadie se llame a engao,para que nuestra experiencia, unida a la lucidez de nuestros pensadore s y de nuestros tericos, sirva paraotros pueblos y para otros hombres.

    No se llega por todas las vas a la libertad y a la justicia, a la Anarqua. No hay ms que un camino, no hayms que una va: esto lo hemos aprendi do a sangre y fuego, con el sacrificio de muchas vidas e inmolandounas cuantas conciencias dbiles: No se puede estar a la vez en la calle y en el Gobierno, en l a barricada y enel consistorio; all donde se sostiene y se articula el privilegio y all don de se destruye. No se puede conservary destruir a la vez. Frente a todo Poder, est el principio de libertad, la personalidad y los derechos delhombre. Al Poder solo se le destruye vencindolo por la fuerza de la Revolucin y con ideas revolucionarias.Toda concesin al Poder; todo dilogo y toda aceptacin jurdica de su personalidad y exist encia, es unadebilidad que el Poder aprovecha devorando a los hombres, inutilizando los movimientos y neutralizando lafuerza insurreccional y corrosiva de las ideas.

    Esta es la leccin de nuestra experiencia histrica.Federica Monts eny