La televisión, promesa y amenaza educativas...de la televisión educativa JESUS GARCIA JIMEI VEZ...

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100 [383] REVISTA DE EDUCACION - ESTUDIOS LIX . 173 men sistemático, o por lo menos un índice deta- llado al final del libro, como hemos dicho para el método anterior. 4. La representación de los autores clásicos es nula en las 79 lecciones de la primera parte y muy escasa y esporádica en las 42 lec s...ones res- tantes. Un factor muy poderoso para despertar el interés de los alumnos es ver cómo avanzan en la lectura de las obras maestras. Debería sub- sanarse esta deficiencia dando entrada a los au- tores. Mucho antes y en dosis mucho más inten- sas. Así lo ha hecho —y con acierto— H. Oerberg en su método latín Secundum naturae rationem. 5. Los autores cristianos —aunque no hay que desterrarlos por sistema de los cursos de latín— tampoco deben tener en ellos la preponderancia que se les concede en este método. 6. Algunos paradigmas y esquemas gramati- cales resultan bastante complicados; por ejemplo, el de las relaciones de lugar de las páginas 486 y 503. 7. El glosario debería llevar al final un indice alfabético de todas las palabras con el número de la lección donde figura su significado. En todo método hay que contar con el fallo de la me- moria del alumno. 8. Seria de desear un mayor número de ejer- cicios con tendencia a amenizar la tarea escolar. ya que resulta de si tan dura en este tipo de métodos, y asimismo echar mano de aquellos re- cursos que sirvieran para ambientar conveniente- mente a los alumnos. 9. Una variedad mayor en los tipos de letra y en la presentación general del método contri- buiría a hacerlo mas atrayente. 10. Por lo demás, hace muy bien el autor en insistir en el uso de la lengua latina por parte del profesor; por más de que en muchos casos este desiderátum será dificil de conseguir, por fal- ta de profesores bien preparados o desprovistos de la energia y entusiasmo necesarios. De todos modos el fracaso en tal contingencia no se de- berá al método, sino al profesor, ya que un pro- fesor sin entusiasmo, sin carácter, sin dominio del método hace descender en gran escala la efi- cia del mismo. La televisión, promesa y amenaza educativas IV: Condiciones objetivas y metodología de la televisión educativa JESUS GARCIA JIMEI VEZ Director técnico de Comunicación Social en el GESTA (Ministerio de Información y Turismo) Hasta aquí hemos venido analizando el poderoso Influjo de la televisión en el desarrollo mental, síquico, afectivo del niño y en la formación de su conciencia sicológica y moral. Ello nos lleva de la mano al planteamiento de otro problema: ¿Cuál será el influjo de la televisión en cuanto a su desarrollo físico?... Evidentemente, el niño se encuentra sometido durante la infancia a in- fluencias endógenas y exógenas de todo tipo. Es un momento singularmente propicio para sufrir el impacto del medio ambiente. De ahí que se haya discutido largo y tendido el problema de unas reales o presuntas «Patias de la Tele» (1), como si la televisión fuera la causante de una serie de afecciones y enfermedades infantiles, (1) En una comunicación presentada por VELASCO COLLAZO, en .el symposium sobre «Tratamiento farma- cológico de la angustia» (Actas luso-españolas de Neu- rología y Psiquiatría, 20 septiembre 1961, suplemento) puede estudiarse detenidamente el origen del problema. relacionadas sobre todo con sus crisis de creci- miento. Tratemos de poner orden en el campo de esta apasionada polémica. Parece ser que entre los telespectadores, cuan- do se abusa de la televisión, se da un aumento real de las crisis epilépticas, hasta el extremo de plantearse clínicamente la existencia de una Epilepsia-TV. A ella alude la Presse Medicale (2) cuando dice: Existen fenómenos de inestabilidad de la ima- gen y radiaciones de intensidad luminosa, que pueden provocar estas crisis en sujetos foto- sensibles, singularmente al atardecer o por la noche, cuando se encuentran mas fatigados. o durante ciertas fases del período menstrual, o después de un exceso de alcohol, o incluso durante la convalecencia de una gripe. (2) Cf. Presse Medicale, 69, 1.581, 1961. Y periódico profesional de Medicina e Higiene, Génova, 15 de di- ciembre de 1961.

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men sistemático, o por lo menos un índice deta-llado al final del libro, como hemos dicho para elmétodo anterior.

4. La representación de los autores clásicos esnula en las 79 lecciones de la primera parte ymuy escasa y esporádica en las 42 lec s...ones res-tantes. Un factor muy poderoso para despertarel interés de los alumnos es ver cómo avanzan enla lectura de las obras maestras. Debería sub-sanarse esta deficiencia dando entrada a los au-tores. Mucho antes y en dosis mucho más inten-sas. Así lo ha hecho —y con acierto— H. Oerbergen su método latín Secundum naturae rationem.

5. Los autores cristianos —aunque no hay quedesterrarlos por sistema de los cursos de latín—tampoco deben tener en ellos la preponderanciaque se les concede en este método.

6. Algunos paradigmas y esquemas gramati-cales resultan bastante complicados; por ejemplo,el de las relaciones de lugar de las páginas 486y 503.

7. El glosario debería llevar al final un indicealfabético de todas las palabras con el número

de la lección donde figura su significado. En todométodo hay que contar con el fallo de la me-moria del alumno.

8. Seria de desear un mayor número de ejer-cicios con tendencia a amenizar la tarea escolar.ya que resulta de si tan dura en este tipo demétodos, y asimismo echar mano de aquellos re-cursos que sirvieran para ambientar conveniente-mente a los alumnos.

9. Una variedad mayor en los tipos de letray en la presentación general del método contri-buiría a hacerlo mas atrayente.

10. Por lo demás, hace muy bien el autor eninsistir en el uso de la lengua latina por partedel profesor; por más de que en muchos casoseste desiderátum será dificil de conseguir, por fal-ta de profesores bien preparados o desprovistosde la energia y entusiasmo necesarios. De todosmodos el fracaso en tal contingencia no se de-berá al método, sino al profesor, ya que un pro-fesor sin entusiasmo, sin carácter, sin dominiodel método hace descender en gran escala la efi-cia del mismo.

La televisión, promesa yamenaza educativasIV: Condiciones objetivas y metodologíade la televisión educativa

JESUS GARCIA JIMEI VEZDirector técnico de Comunicación Socialen el GESTA (Ministerio de Información y Turismo)

Hasta aquí hemos venido analizando el poderosoInflujo de la televisión en el desarrollo mental,síquico, afectivo del niño y en la formación desu conciencia sicológica y moral. Ello nos llevade la mano al planteamiento de otro problema:¿Cuál será el influjo de la televisión en cuantoa su desarrollo físico?... Evidentemente, el niñose encuentra sometido durante la infancia a in-fluencias endógenas y exógenas de todo tipo. Esun momento singularmente propicio para sufrirel impacto del medio ambiente. De ahí que sehaya discutido largo y tendido el problema deunas reales o presuntas «Patias de la Tele» (1),como si la televisión fuera la causante de unaserie de afecciones y enfermedades infantiles,

(1) En una comunicación presentada por VELASCO

COLLAZO, en .el symposium sobre «Tratamiento farma-cológico de la angustia» (Actas luso-españolas de Neu-rología y Psiquiatría, 20 septiembre 1961, suplemento)puede estudiarse detenidamente el origen del problema.

relacionadas sobre todo con sus crisis de creci-miento. Tratemos de poner orden en el campode esta apasionada polémica.

Parece ser que entre los telespectadores, cuan-do se abusa de la televisión, se da un aumentoreal de las crisis epilépticas, hasta el extremode plantearse clínicamente la existencia de unaEpilepsia-TV. A ella alude la Presse Medicale (2)cuando dice:

Existen fenómenos de inestabilidad de la ima-gen y radiaciones de intensidad luminosa, quepueden provocar estas crisis en sujetos foto-sensibles, singularmente al atardecer o por lanoche, cuando se encuentran mas fatigados.o durante ciertas fases del período menstrual,o después de un exceso de alcohol, o inclusodurante la convalecencia de una gripe.

(2) Cf. Presse Medicale, 69, 1.581, 1961. Y periódicoprofesional de Medicina e Higiene, Génova, 15 de di-ciembre de 1961.

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• La conclusión se presenta acompañada de unaparato estadístico, consecuencia de previos aná-lisis en diversos sujetos. Sociológicamente la con-clusión, al menos en apariencia, es válida. ¿Losera también clinicamente?...: en este sentidoexiste resistencia por parte de algunos siquía-tras cualificados, que absuelven a la televisión,inocente, según ellos, de estas efechorias» quese le inculpan.

Frecuentemente reunida toda la familia entorno al televisor, alguno de los niños o de losadultos se ven forzados por el espacio reducidoo por los muebles a contemplar la pantalla detelevisión desde alguno de los ángulos o rinco-nes de la habitación. Se ha afirmado que la fal-ta de claridad de la imagen televisada y estapostura violenta que exige un evidente esfuerzode adaptación visual favorecen la tendencia ala miopía. El Dr. Arlwyn Griffith, especialistaen esta materia, ha indicado que en el ReinoUnido, millares y millares de niños menores dediez arios necesitan utilizar gafas, debido sinduda a defectos adquiridos por el abuso de latelevisión. Con esta opinión coincide el Dr. MallouLabrador (3) quien afirma que «se han descritodefectos de acomodación y convergencia, unaametropía no corregida, y hasta una heterofobia,debidas al abuso de la televisión» (4).

El Dr. E. Ronsselet ha efectuado algunas in-vestigaciones en Francia, América e Inglaterra,llegando a la conclusión de que «ademas de lasafecciones de la vista, se daria con el abuso dela televisión a la columna vertebral, debido ala forzada inmovilidad de muchos niños que per-manecen horas y horas ante el televisor. Se alu-de también a trastornos en la dentición, en elcaso de que los niños apoyen el mentón durantelargo tiempo sobre la mano»...

En Estados Unidos han cundido los estudiose investigaciones sobre este aspecto. Los médicosse han pronunciado sobre perturbaciones de cre-cimiento, deformaciones del esqueleto, desplaza-miento de las vértebras, deformación de la man-dibula, etc., etc.», sobre todo cuando los niñosven la televisión largos ratos tendidos en el sue-lo, con la cabecita entre las manos.

Tengan en cuenta los padres que, durante lacomida, hora clave para la televisión, por ser elmomento en que se reúne toda la familia, y elmomento de la cena, en que la televisión comien-za sus programas serios de noche, en presenciade los niños, la televisión puede ser causante detrastornos que afecten directamente a la diges-tión de sus hijos. Los niños, unas veces comenmuy de prisa, nerviosos, y sin masticar los ali-mentos suficientemente; otras se desinteresancon exceso de lo que están comiendo, absortoscomo están en las aventuras de la pantalla.Para que el desarrollo se efectúe con normalidadel niño debe nutrirse con calma.

(3) Cf. Tele-Radio, 122. abril-mayo 1960.(4) Cf. Tele-Radio, 358, noviembre 1964, 19 ss.

A veces los pequeños telespectadores acos-tumbran a comer golosinas o masticar «chicle'mientras contemplan los programas de televisión.Esto, como es muy lógico, puede perturbarles elapetito. Todo ello exige una constante atenciónpor parte de los padres, ya que la televisión,huésped de honor, miembro de la familia, puedeconvertirse de pronto en un cruel y larvadoenemigo de la salud de sus hijos.

En este aspecto se ha producido un excesode literatura sensacionalista, fundamentada másen opiniones arbitrarias que en conclusionescientíficas.

El Dr. Bideau, oftalmólogo del hospital deMenterre, se expresa en estos términos:

Se ha pretendido que diversas turbaciones te-nían su origen en no sé qué rayos misteriosos,emitidos por los tubos catódicos. El desventuradohaz de electrones origen del spot luminoso quecrea la imagen, es bien inecente de esas pre-tendidas fechorías. En una palabra: ningún rayonocivo ha sido probado, ni existe; ninguna lesiónSe ha podido observar; no se trata más que deturbaciones funcionales, y, en particular, de fa-tiga ocular (5).

Un periodista francés, llamado Paul Guth, co-laborador de «Le Figaro Litteraire», acudió pararebatir la actitud pesimista de muchos médicose investigadores a la Asociación de Estudios eInvestigaciones sobre los Problemas de la Tele-visión y el Niño. La respuesta de la Asociación,que, como se sabe, está integrada en el Insti-tuto Nacional de Orientación Profesional, fuecomo sigue: «No existen por el momento fun-damentos científicos serios para afirmar que seproduzcan en el niño esos trastornos y defor-maciones.»

La televisión suele retrasar en muchos casosla hora de acostarse los niños y por tanto redu-cir el tiempo dedicado al sueño, ya que por lasmarianas deberán levantarse a la hora exactapara poder asistir puntualmente al colegio.

La Televisión Española ha facilitado a los pa-dres su tarea en la solución de este problema,poniendo en antena el «filmet» «¡Vamos a lacama!», que es un prodigio, en belleza, de ternu-ra y de sentido pedagógico.

Se demuestra claramente que incluso en susefectos físicos, la influencia de la televisión estásubordinada a la autoridad y el sentido de lospadres y responsables de la conducta del niño.

Por el momento es consolador que los médicosmás eminentes no tomen muy en serio la in-fluencia directa de la televisión en los trastor-nos orgánicos del desarrollo infantil. El Depar-tamento de Oftalmología de la Facultad deMedicina de la Universidad de Keio, en Tokio,refiriéndose a varios estudios sobre la influenciade la televisión en el órgano de la vista, ha afir-mado que el hecho de ver la televisión en malas

(5) Cf. X. BIDEAII : «Los efectos de la televisión».Gazete des Hosnitaux, 22 de febrero de 1959.

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condiciones de angulación, definición o lumino-sidad, produce sin duda disminuciones tempora-les en la capacidad de acomodación del ojohumano, pero basta un reposo de treinta minu-tos o una hora, según los casos, para que serestablezca de nuevo la normalidad funcional (6).

Los efectos que la televisión produce en elsiquismo infantil no son visibles de ordinario.Este hecho explica, en parte, la negligencia delos padres poco formados, que no ven en la te-levisión más que un medio de entretenimientopara sus hijos.

Sin embargo, estos efectos latentes encuentransus consecuencias inmediatas en algunas per-turbaciones de los sueños del niño.

El Payne Fund ha patrocinado un estudioencaminado a la evaluación de los movimientosrealizados en sueños por 163 niños, que habíanasistido a la proyección de un film entre lasseis y media y las ocho y media de la tarde yse habían acostado a las nueve. Se ha podidoconstatar, a lo largo de la noche siguiente, unaumento considerable de intranquilidad, equiva-lente en varios casos al 90 por 100 sobre la si-tuación normal. Estos efectos persisten a vecesdurante varias noches sucesivas. Algunos filmshan determinado perturbaciones equivalentes alas que producen dos tazas de café bebidas enel momento de acostarse. La profundidad y per-sistencia de estos efectos depende tanto de fac-tores objetivos (naturaleza del film) como sub-jetivos (estabilidad síquica del sujeto) (7).

En realidad es la conjugación de estos dosfactores la que determina también el conjuntode condiciones óptimas, capaces de convertir ala televisión en instrumento formativo. El con-junto de estas condiciones podría tipificarse enlos siguientes aspectos: horario y tiempo de losprogramas infantiles, tiempo de permanencia delniño ante el receptor de televisión, condicionestécnicas de recepción del programa, contenidosde la programación infantil y otras condicionessubjetivas y ambientales de la vida de familia.Digamos algo de cada uno de estos aspectos.

La acción educativa depende siempre de unmarco de condiciones objetivas, entre las cualesdestacan la economía y distribución del tiempo.El niño necesita tiempo para el diálogo, tiempopara el aprendizaje, tiempo para la contempla-ción, tiempo para el descanso, etc. La recta yproporcional integración de esta pluralidad deposibilidades es la que nos da el equilibrio enlos efectos de la acción educativa.

Cabe establecer primero una norma, atendien-do a la distribución del tiempo en días lectivosy días no lectivos. Parece claro que los programasinfantiles deben tener lugar en días no lectivoso durante la tarde de la víspera. No podemosolvidar que, como afirma Himmelweit a propósi-

(6) «On how to view». Annual Bulletin of the Radioand Television Culture Research Institute, 11, 1959.

(7) S. HENSHAW, V. L. MILLER y D. MARems : Chil-dren's sleep. Macmillan, Nueva York, 1933.

to del cine, el niño acude a la televisión si-guiendo dos tendencias claras: evadirse de larutina cotidiana y sumergirse en el mundo delos adultos. En la Primera de esas tendenciases donde debe fundamentarse la metodología dela programación infantil, llevada a cabo en losdías y horas en que el niño puede descargarsede las múltiples tensiones síquicas que produceen él la vida escolar.

La duración de los programas infantiles de-pende de la naturaleza y contenido de los mis-mos. Un programa televisado de naturaleza di-dáctica no debe exceder los veinticinco minutosde tiempo hábil en antena: en cambio, un pro-grama «magazine» con variedad de espacios(curiosidades, humor, concursos, juegos, cancio-nes, etc.) puede cubrir perfectamente los se-senta minutos de duración sin llegar a producirhastío en el niño (8).

La periodicidad de los programas infantiles pue-de, con todo, e incluso debe ser diaria. Ademásde los dos o tres días que en semana la televisiónpodría ocuparse de los niños en programas ex-tensos, diariamente debería encontrar espaciosbreves, a horas de la tarde en las que el niñose encuentra en casa, antes de cenar, para de-dicarle un breve espacio formativo «pensado yrealizado para él».

Cada uno de estos espacios breves (no más dediez minutos ni menos de cinco) podría referirsea un aspecto de la vida: ciencia, arte, humor,.deporte, información, marionetas, piedad, etc.)Los dos o tres programas infantiles semanalesmás extensos significarían, en cambio, una in-tegración armónica y vital de todos los valores,hasta conseguir por medio de la televisión unaformación enriquecedora, equilibrada y orgánicay no una formación rapsódica, parcial y desequi-librada.

El Código de Usuarios de Televisión de laUNDA (Asociación Católica Internacional de Ra-dio y Televisión) aconseja que el espectáculo detelevisión no pase nunca de la media hora antesde los nueve arios y raras veces sobrepase lasdos horas de duración en arios posteriores. Nosparecen unos datos excesivamente amplios, peroque tienen una clara razón de ser, si tenemos encuenta que existen paises, como Estados Unidos,en los que el tiempo destinado a los niños llegaa las cuatro horas diarias, lo cual no tiene jus-tificación posible desde ningún punto de vista.

Pasemos ahora al análisis del tiempo de perma-nencia del niño ante el receptor de televisión.

Diversas encuestas realizadas en Estados Uni-dos muestran que ya a los tres arios un grannúmero de niños permanecen durante cuarentay cinco minutos diarios ante el receptor de te-levisión. En el momento en que el niño va a la

(8) Se comprende fácilmente que me estoy refirien-do a niños comprendidos entre los seis y los doce años.En nifios menores habría que reducir el tiempo en unamedida proporcional a la capacidad de fijación de laatención (programas para menores de cinco años no,deberían exceder de los cinco minutos).

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escuela (cinco o seis arios), el tiempo sube casi alas dos horas y sigue ascendiendo hasta los doceo trece arios, en los que ve un promedio de treshoras diarias de televisión.

En cambio, al comenzar la enseñanza secun-daria el proceso se invierte y comienza un pe-ríodo de disminución en el interés por la tele-visión, de tal manera que de los trece a los die-ciséis arios el tiempo de permanencia ante el re-ceptor vuelve a estabilizarse en las dos horas dia-rias (9).

Estadísticas correspondientes a otros paisescoinciden en afirmar que los niños comprendidosentre los seis y los dieciséis arios de edad per-manecen ante el receptor durante un tiempo me-dio que oscila entre las doce y las veinticuatrohoras semanales. Parece que la edad en la que elniño ofrece un mayor interés absoluto por la pe-queña pantalla es la edad de los doce a trecearios.

El consumo global de televisión por parte delos niños y adolescentes de todos los países delmundo en los que ha tomado ya carta de ciuda-danía la televisión es verdaderamente alarmante:durante los arios correspondientes a la edad es-colar invierten las mismas horas ante el receptorde televisión que en las tareas de la clase. Estehecho, sumado a otra de las tendencias clarasque determinan el interés del niño por el es-pectáculo televisivo (su injerencia o su incorpo-ración imaginaria al mundo de los adultos) nosinduce a afirmar la necesidad de limitar el tiem-po de permanencia del niño ante la telepantalla,para hacer de sus contenidos auténticos facto-res de educación. La tolerancia sistemática aca-rrea más inconvenientes que ventajas en el des-arrollo de su conciencia sicológica y como con-secuencia de su conciencia moral.

Los múltiples estudios publicados como «ran-ports» de los cursos de televisión en circuitocerrado, organizados por numerosas universida-des norteamericanas, han puesto de manifiestola importancia que para bien o para mal revis-ten las condiciones técnicas de la recepción delprograma de televisión (10).

Por lo que- toca a las condiciones óptimasexigibles al niño que ve televisión en su propiohogar, debemos advertir, con Zenczewski, la ne-cesidad de que el niño se siente frente al tele-visor, evitando que se acostumbre a presenciarlos programas desde los ángulos de la habitación.En términos generales podemos aconsejar quela distancia que media entre el niño y el tele-visor debe ser aproximadamente la largura dela pequeña pantalla del receptor multiplicadapor seis o siete. La correcta colocación del re-

(9) Así se concluye de los estudios de HILDE HIMMEL-WEIT, A. N. OPPENHEIM y PAMELA VINCE : Television andthe Child; an empirical study of the effeets of televi-sion on the young. Nuffield Fund, Oxford ITniversityPress, New York, 1958, 522, y WILBITR SCHRAMM, JACKLYLE y EDWIN PARKER : Television in the lives of our-ehildren. Stanford University Press, Stanford, 1961, 324.

(10) Ahora no nos interesan las condiciones del re-ceptor en la clase, sino en el hogar.

ceptor exige que esté situado a la altura de losojos, o ligeramente más alta. Deben tomarse lasprecauciones para que sobre la pantalla del re-ceptor no incida otra luz ajena a ella ; el televi-sor debe estar perfectamente reglado, sin excesode luz ni de contraste. Es conveniente que la ha-bitación no esté completamente a oscuras, sinoiluminada con una intensidad equivalente o li-geramente inferior a la luminosidad de la pan-talla.

A propósito de las condiciones de recepciónha afirmado el Dr. Barraquer: «Convendría queal llegar la edad en que empiezan a interesarseactivamente por lo que ofrece el televisor, losniños visitasen a un oftalmólogo. Aunque no condemasiada frecuencia, afortunadamente, algunostienen cierta propensión o padecen ya algún de-fecto que pudiera agravarse en caso de no tomaresta precaución. Por ejemplo, el estrabismo. Peroesta precaución debe tomarse en todo caso, yaque el cine o la lectura pueden producir losmismos efectos que la televisión» (11).

El niño no debe acostarse inmediatamentedespués de ver televisión; es conveniente dejartranscurrir un cuarto de hora como mínimo (12).

CONTENIDOS DE LAPROGRAMACION INFANTIL

Conviene advertir ante todo que la televisiónno es una técnica de transmisión de valores obje-tivados, sino más bien de modelos de conducta.No sería legítimo desde este punto de vistaconcluir sobre la necesidad de dotar a la pro-gramación infantil de unos contenidos específicos«terminados». Si es cierto que en la conductadel niño influyen factores concretos, en cuantooperativos en sus peculiares necesidades, no esmenos cierto que los valores que la conducta delniño debe cultivar y perseguir no son «valoresinfantiles», sino «valores humanos». La naturaltendencia sicológica del niño que le lleva a iden-tificarse con los héroes de la telepantalla ma-yores que él y su natural interés por el mundode los adultos, son dos claros exponentes de estaunidad natural e indisoluble de la conducta delniño y la conducta del hombre.

Las tres cuartas partes de los niños se intere-san por el mundo de los adultos. Una encuestaefectuada por Mark Abrams en Inglaterra entreniños de ocho a quince arios añade un nuevo datosignificativo: ese interés crece en los niños deambientes obreros, si los comparamos con losniños pertenecientes a la clase media (13).

Esto nos lleva a considerar que antes de esta-

(11) Cf. Tele-Radio, 358, noviembre 1964. 23.(12) ZENCZEWSKI : «Les conditions de la bonne re-

ception du programme de la télévision». Rodzina iSzkola, 11, 1959, 7.

(13) MARK ABRAMS : «Child audiences for televisionin Great Britain». Journalisrn Quarterly, 33, 1, 1956,35-41.

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blecer una doctrina sobre contenidos válidos dela programación infantil es necesario distinguircorrectamente entre Preferencias y convenien-cias por parte del niño.

Los niños que mantienen unas relaciones sa-tisfactorias y normales con respecto a sus pa-dres muestran la tendencia a seleccionar unostipos de programas mucho más variados que losniños cuyas relaciones no son normales.

En Estados Unidos se ha analizado el conte-nido de 70 programas, muy conocidos por cons-tituir las preferencias del público infantil, y seha comprobado que en una gran mayoría losprogramas eran films de aventuras, emisionespoliciacas y programas de variedades. Ciertascaracteristicas, importantes para la vida cotidia-na, como la honestidad, la aplicación, la buenaeducación, etc., no aparecían prácticamente enninguno de los tipos analizados. En las emisionesdonde intervenia un héroe de tipo agresivo, cornosuelen ser casi todos, el bien triunfaba inva-riablemente del mal, pero en la mayoría de loscasos gracias a la violencia.

W. A. Hart, analizando resultados análogos,encuentra una diferencia en las preferencias decada sexo. Mientras los niños prefieren films po-liciacos, westerns, películas de guerra y de re-sistencia, las niñas se inclinan, en cambio, porpelículas que reflejen la vida cotidiana, la natu-raleza y los animales. En cambio, los films decarácter histórico agradan a los niños de ambossexos por igual.

Si se da una diferenciación de preferencias porsexos, también se da, sin duda, por edades. Losniños menores de seis arios hacen sus preferen-cias de los dibujos animados; los de seis a nueve,prefieren las marionetas; en cambio, los niñoscomprendidos en la edad escolar se inclinan porlos films de aventuras y los niños de doce ariosen adelante están ya muy próximos a los gustosde los adultos (espectáculos, variedades, perso-najes vivos...).

Otro criterio válido en la tipificación de laspreferencias es el sistema de valores del grupode referencia al que el niño pertenece o al quele gustaría pertenecer. Este criterio constituyeun factor importante de su comportamiento in-dividual ante los sucesos que le ofrecen los«mass-media». El sistema de valores del grupoestá en relación con la capacidad crítica delniño, y ésta, con la firmeza de su personalidadsicológica.

Según este criterio se ha podido comprobarque los niños que adoptan sin reservas el sis-tema de valores de su grupo de edad muestranuna clara tendencia a las emisiones recreativasde las cadenas comerciales (acción, violencia,variedades...), mientras los niños orientados es-tablemente hacia la vida de familia prefierenemisiones inspiradas en la realidad y films edu-cativos.

Un nuevo elemento válido para el análisis decontenidos de la programación infantil desde

el punto de vista de las preferencias es lamedida en la que el niño se identifica o es capazde identificarse con los personajes protagonistasdel programa. El entusiasmo por un programadepende de ordinario de la medida en la que elniño es capaz de llevar a cabo esa identificación.

A medida que los niños avanzan en edad vadisminuyendo su interés por la televisión engeneral, a favor del cine y de las lecturas.Kobylanski ha podido comprobar, a propósito dela prensa, que el niño a los dieciséis arios se in-teresa sobre todo por el humor, la sátira, los jue-gos de ideas, los deportes, etc. A pesar de tratarsede prensa, las conclusiones son perfectamenteválidas para el caso de la televisión, en virtudde la ley que Schramm ha bautizado con el nom-bre de paralelismo de las preferencias: la predi-lección por determinados contenidos de televisiónse acompaña de una predilección semejante enlo concerniente a contenidos cinematográficos, deprensa y en general de todos los medios de ex-presión. La ley de Schramm se afinca en launidad de tendencia del ser humano.

En lo relativo al nivel de inteligencia y esta-bilidad síquica, los niños más despiertos y equili-brados se inclinan a escoger más a menudo lasemisiones aducativas y aquellos programas deacción apasionante cuya complejidad reclamaponer en juego la inteligencia del espectador.

Por otra parte, las reacciones de los niñosvarían en función de su estado mental proba-ble. Para el niño esquizoide, la televisión es enrealidad un refugio que le libra de múltiplescontactos con personas del mundo real. Los ni-ños Que presentan tendencias a la histeria y ala disociación corren el riesgo de identificarsemás fácilmente con los personajes de la tele-visión, de adoptar sus hábitos y revivir susaventuras imaginarias. Los que padecen otrostipos de sicopatías, caracterizadas por una de-ficiencia de los mecanismos de auto-dirección yauto-control, suelen ser propensos a la rebelióny pueden hallar en la conducta del criminal dela telepantalla el prototipo de su propia con-ducta (14).

Hasta aquí hemos analizado las preferencias delniño. Debemos referirnos ahora a las convenien-cias; es decir, a los contenidos positivos que debenimplicar los programas infantiles, si queremosconvertirlos en auténticos factores educativos.

Los programas infantiles de televisión debencumplir una misión aparentemente paradójica.Sin olvidar que el niño se encuentra en el hogar,fomentaran por todos los medios una impresiónde seguridad, que debe ser compatible con la eva-sión. Es una actitud falsa y equivocada el conver-tir al hogar en una prolongación del colegio, car-gando a los niños de deberes. Los resultados sue-len ser negativos, en perjuicio tanto del colegiocomo de la vida de familia. El niño necesita estar

(14) Cf. uL'influence de la television sur les enfantset les adolescents». Etudes et Documents d'information,Unesco, París, 1965, 22-58.

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tranquilo, disfrutar de la paz y el cariño del ho-gar, sin agobios, sin presiones. La televisión nopuede ser jamás la causante de ningún género deinestabilidad síquica.

El contenido de la programación infantil es elcontenido de la vida misma, a la que el niño seabre progresivamente. Ante los ojos del niño, latelevisión debe realizar un despliegue armónico detodo el esquema de valores, huyendo siempre dela abstracción y buscando la máxima simplicidady claridad.

Los programas infantiles no deben enseriar lanaturaleza de los valores, sino mostrarlos encar-nados en prototipos humanos de conducta. Nuncase exaltará lo suficiente la decisiva importanciade la creación de auténticos héroes infantiles enla pequeña pantalla.

Estos héroes deben ser niños, reaccionar comoniños, sufrir como niños y triunfar como niños.Es curioso observar, sin embargo, a este propósitoque el niño tiende a identificarse siempre con unprototipo que le aventaja en edad. El héroe idealpara un niño de diez arios es otro niño de doce.

Sería erróneo, con todo, pretender hacer de laprogramación un esquema cerrado de la vida.Uno de los mayores riesgos de la pequeña panta-lla es el pasivismo. Las escenas que una rectaprogramación infantil debe ofrecer deben tomaren consideración el indispensable clima de liber-tad que propicia siempre la verdadera educación.Los contenidos de la programación infantil sonopciones de conducta que permiten al niño orga-nizar e interpretar sus propias experiencias. Deahí que siempre deban introducirse elementos en-caminados a fomentar una participación activay creadora del niño.

Es peligrosísimo seguir fomentando el principiopráctico de que la única forma de triunfar es laviolencia. Siempre es más positivo y más verda-dero que la virtud se impone por sí misma. El ins-tinto agresivo del niño puede hallar cauces abier-tos en mil formas dramáticas opuestas a la bru-talidad.

Esa orgánica pluralidad de valores debe mostrarsiempre su propia jerarquía: valores religiosos,valores morales, valores sociales, valores intelec-tuales, valores estéticos, valores físicos y mate-riales.

La quintaesencia de lo humano puede encar-narse paradójicamente, como en una síntesis deternura y de profundidad, en las marionetas y enlos animales. Los niños aceptan siempre de buengrado el mensaje inocente de las marionetas yde los animales, que representan un mundo dejusticia original, acaso porque en él se da la con-jugación más radical de la animalidad y la ino-cencia de la vida humana.

Desde las fábulas de Esopo, Samaniego, LaFontaine o Iriarte hasta los dibujos animados deWalt Disney, el mundo de los animales ha mos-trado la radical diferencia que media entre la fá-bula y el mito. La fábula revela una autenticidadesquemática, axiológica e inalcanzable de los ver-

daderos contenidos humanos, frente a la inauten-ticidad y la falacia de los mitos.

Para ganar en profundidad sobre el análisisdel contenido de los programas infantiles nece-sitamos, por tanto, referirnos a la luz y sombradel mito.

Desde Platón, el mito está cargado de una acep-ción pedagógica que hicieron extensiva el Rena-cimiento al ámbito de la sicología y la sociedadcontemporánea al ámbito sociocultural.

Pues bien, puesto que las imágenes mitológicasy su lenguaje social encarnan funciones de con-tenido antropológico, interesa un análisis desapa-sionado, una udesmitologización», como la ha lla-mado Geiselmann. Sin embargo, para Geiselmann,la verdadera «desmitologización» consiste en unareflexión sobre el contenido del lenguaje mitoló-gico, a pesar de que el sistema usual de comuni-cación humana tenga que servirse del mito. Enese análisis encontraremos elementos válidos, quehan influido extraordinariamente en los módulosde conducta y en el desarrollo del proceso cul-tural. Esta es una grave obligación que pesa sobretodos los responsables de los medios de comuni-cación audiovisual, sobre todo los «leaderes» dela opinión pública y, de un modo especialisimo, lospadres y educadores de recta conciencia.

Tanto Pío XII, que dictó la primera carta encí-clica sobre cine, radio y televisión, como el Con-cilio Ecuménico Vaticano II, en su decreto sobremedios de comunicación social, han insistidohasta la saciedad en que lo verdaderamente ur-gente es preparar al público destinatario de losmodernos instrumentos de difusión. Por nuestracuenta añadiríamos que el objeto verdadero es laformación de una conciencia recta mediante unacabal comprensión del mito.

Esta responsabilidad moral adquiere caracteresde tragedia si se considera el carácter anónimoe irreversible del lenguaje de la televisión y, engeneral, de todos los medios de comunicación demasas.

Si se da una diferenciación de estímulos, eserá con base en la misma comunicación objetivadel instrumento, necesariamente impersonal, sinocon base en la cambiante psicológica individual,que se encuentra tiranizada por el lenguaje mi-tológico, en un caso, mientras en el otro el men-saje no pasa de ser un tópico de sociedad. Pre-tender una homologación de los estados de con-ciencia mediante los medios de comunicaciónaudiovisual seria tan absurdo como querer fabri-car las pantallas con piel de camaleón.

El problema está en pie. ¡Y bien grave, porcierto!

¿Solución?... La acción responsable y conjuntade los profesionales de la televisión y los respon-sables de la educación en los ámbitos familiary social.

La televisión encarna la figura del mito en losfalsos contenidos humanos que la programacióndifunde con frecuencia. Pero donde suele revestir

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especial gravedad es en el lenguaje publicitario.Examinemos algunos casos típicos.

El progreso es uno de los «mitos» de nuestracivilización, en la cual se da el fenómeno de esaelevación progresiva del pulso creacional huma-no que constituye, por una parte, la «aceleraciónhistórica», y, por otra, el anhelo creciente en elciudadano de librarse de la pesadilla de una so-ciedad monstruosa e infame al estilo del «Mundofeliz», de Huxley, en la cual el hombre muere deasfixia entre los carburantes y las máquinas. To-dos sentimos la «prisa», una «prisa» nacida de lapropia angustia de nuestra existencia, sometidapor la técnica a la tentación de renegar de laestética y de la fe.

La televisión publicitaria es, de hecho, uno delos diablillos tentadores. Los numerosos «spots»se encargan de procurar que mordamos en elanzuelo del progreso un cebo bien camuflado enforma de nevera, transistor, camisas o detergen-tes. Es una operación calculada, mefistofélica y«fletada», invocando el dulce nombre del pro-greso.

Concebida sobre estas bases, el hecho mismo senos presenta ya con las características del mito.Y, por si fuera poco, el entorno de razonamientosy de métodos forman una orquestación mitológi-ca: juega un papel importante esa especie defantasmagoría sonora y wagneriana, que se apoyaen términos técnicos, quizá ininteligibles, perosiempre eficaces («homologación», «control auto-mático de ganancia», «climatización», etc.), o laapelación al prejuicio sicológico del individuo o ala sociedad, que se muestra como una encarnaciónde la posibilidad real del contenido mitológico.Por ejemplo, Alemania y la técnica.

El mito, como decía Ortega, es el representantede un mundo distinto del nuestro. La innovacióndel progreso comete el crimen de callarse, inten-cionadamente, que ese mundo feliz y desalmadopertenece al maravilloso campo del mito.

Otro de los mitos publicitarios en televisión esel prestigio.

El personaje de «Los tiempos_ difíciles» gritadesaforadamente: «¡Hechos, nada más que he-chos!... ¡Fuera los mitos!» Monsieur Homais locorea. En cualquier caso, la violencia de la vozno puede ser definitiva para tratar de discutir silos «hechos» frente a los «mitos» deben ser o noel comienzo de la educación. Es más, creo que sien un orden axiológico deben ser los «hechos»,en un orden metodológico, pedagógico, sicológico,deben ser los «mitos».

Los hechos no provocan sentimientos. ¿Que se-ria, no ya del niño, sino del hombre más sabiode la tierra, si súbitamente «fueran alentados desu alma todos los mitos eficaces»?

El mito, la noble imagen fantástica, es unafunción eterna, sin la cual la vida síquica sedetendría paralítica y yerta. Es cierto que no nosproporciona el mito una adaptación intelectual ala realidad; es cierto que no encuentra el mito en

el mundo externo su objeto adecuado. Pero nocabe duda tampoco que suscita en nosotros las«corrientes inducidas de los sentimientos quenutren el pulso vital, mantienen a flote nuestroafán de vivir y aumenta la tensión de los másprofundos resortes biológicos».

La publicidad utiliza el mito del prestigio, ha-ciendo de éste un producto falaz de asociacionesobjetivas y talismáticas: la camisa, los calcetines,la corbata o el reloj de pulsera son, en realidad,talismanes del prestigio y salvoconductos para elingreso en un «status» social superior. Se da enello un fácil halago a la vanidad del futuro com-prador: «Si usted lo compra, se sentirá automá-ticamente admirado y envidiado por sus familia-res y amigos.»

El sofisma no es tal sofisma: no actúa sobrela inteligencia; será como un vapor oloroso, comoun clima tibio y amable que invadirá la voluntad,puede ser que incluso hasta el extremo de dictaral subconsciente la absurda consecuencia: «Po-seer el objeto es símbolo de triunfo; carecer deél, de fracaso.»

Pudiera parecer que abogo, sin más, por la li-quidación del mito, o que pienso, al menos, que elmito es en su propia naturaleza un contravaloren el sistema de las comunicaciones humanas.¡No! No hay tal.

Concebir esta idea seria, además de utópica,contradictoria para la sicología. El mito cumpleuna función en el organismo social, que podríamuy bien equipararse a la función de las hormo-nas en la estructura sicosomática del hombre.

El alborozo vital que motiva el mito, como unatibia destilación, se apoya en los colores de lafelicidad, del confort, de la juventud, de la belle-za y del bienestar económico. Los resortes de estosreclamos son definitivos. No es justo, siquiera, su-poner que no sea lícito apelar a estas nobles as-piraciones del hombre.

El problema surge desde la dimensión negativa.Todo el mundo que la gigantesca máquina pu-

blicitaria concibe y patrocina es un mundo auto-creado, en el que campea el instinto, como fuerzaciega y brutal, indomeriable y zalamera.

Desde este punto de vista, la publicidad es elmayor enemigo de Occidente, si Occidente existecomo bloque sociocultural en el que poder con-cebir esperanzas de redención espiritual.

Caudales, riadas de oro, inundan el mundo;aluviones de billetes de banco, infinitamente su-periores a los presupuestos del Congreso, estánpagando la operación encaminada a convenceral hombre de que la meta de sus esfuerzos es unasuperación afanosa e impaciente de las condi-ciones materiales de vida, salud, belleza y econo-mía. ¡Mentira!

Los responsables de los medios de difusión es-tán gravemente obligados a dar un rotundo men-tís a esta actitud. Una publicidad que soterrada-mente esté socavando los soportes mismos de lavida del espíritu; una publicidad que se limite asilenciarlos, pretextando que su finalidad es sim-

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plemente vender calcetines, o neveras, o lavado-ras, es dinero del diablo, encarna el programadel anticristo y vuelve a repetir aquella tenta-ción de que «convirtamos las piedras en pan>.

Un mundo que limite sus aspiraciones a la sa-tisfacción del instinto de bienestar material esel peor, el más espantoso de los mundos.

El mito puede convertirse de hecho, es verdad,en el «condimento» de los contenidos humanos dela programación infantil. Pero es extremada-mente peligroso, y sólo posible mediante una claraconciencia de las finalidades educativas por partede los responsables directos el* la formación delniño.

EXIGENCIAS QUELA PROPIA TELEVISION IMPONE

A LOS PADRES PARA CONVERTIRSEEN FACTOR EDUCATIVO

Actitud responsable : Sin duda, la televisión harásentir a los padres la acuciante necesidad de unamejor y más profunda preparación, si ha de con-vertirse en factor educativo. Un padre bien pre-parado puede ver con su hijo programas que noson infantiles y puede valorar la reacción delniño, introduciéndolo con mano maestra en elmisterioso mundo de los adultos, sin que por ellocorra el menor de los riesgos. Un padre pedagogoes capaz de extraer oro de los guijarros y encon-trará siempre ocasión para adentrar a su hijo enlos misterios de la vida y de la ciencia, del hom-bre y de Dios. En el extranjero existen ya múlti-ples publicaciones destinadas a la formación delos padres con vistas a la televisión.

En España, desgraciadamente, hemos vívido deespaldas a esta necesidad. Hora va siendo ya deque algún organismo nacional de carácter f ami-liar, o apostólico, o profesional, o docente, o pri-vado vea con claridad el problema y acometaseriamente un programa de acción pedagógicadestinado a padres y educadores. Digámoslo conletras bien grandes: nos falta la revista Familiay Televisión, del estilo de las publicaciones delCentro Tilivision et l'Enfant, creado el ario 1954en París.

Es imprescindible que a la hora de seleccionarlos programas que han de presenciarse en familia,con asistencia de los niños, exista un acuerdototal entre los padres. Estos deben ir acostum-brando a los niños a participar en la elección deuna forma activa, constituyendo como una espe-cie de «Consejo familiar» (previa la consulta delos padres y estando ellos de acuerdo).

Los padres deben tener en cuenta la edad, edu-cación, evolución sicológica, carácter y medioambiente de los niños para seleccionar sus pro-gramas. Es claro que los intereses de los niñosevolucionan con su desarrollo fisico y su edadbiológica y mental. Otro tanto ocurre con su ca-pacidad de comprensión, según hemos venido ex-poniendo detenidamente en páginas anteriores.

Es ahora de todo punto necesario mantener unequilibrio entre su natural deseo de experienciasy conocimientos nuevos y la satisfacción de losmismos. Por lo que respecta a su carácter, hayniños emotivos, inestables, serenos, nerviosos.Mientras para unos la televisión será un factorde «evasión>, un «exultorio», para otros se con-vertirá en elemento enervante que puede pro-vocar en ellos ansiedad o inadaptación. Pero encualquier caso, el padre no puede ignorarlo. Paraun padre responsable, que ve la televisión consus hijos, la verdadera pantalla no es la deltelevisor: es el rostro, la compostura y las reac-ciones de sus hijos.

Real y verdaderamente, si cada uno de los quecolaboramos de televisión nos parásemos a pen-sar en el alcance y dimensiones que el poderosoinflujo de este instrumento implica en el campode lo moral, creo Que sólo nos atreveríamos aredactar nuestros guiones después de una pacien-te consideración ante Dios y ante nuestra con-ciencia. En el terreno de lo moral existen acti-tudes de base, que atienden a los diversos nivelesque estratifican y congelan en términos genera-les las distintas especies del público destinata-rio. Estos niveles se atemperan, por una parte,a la edad mental y a la capacidad de percepcióny reacción que forman la silueta de la concienciasicológica, y por otra, al ambiente.

El primer aspecto, sin salirse del ámbito moral,incide directamente sobre la normativa didác-tica del quehacer televisual. El segundo impone,sin posibilidad de elección, un ambiente dado:«la vida del hogar», con sus valores permanentes.

No pretendo escamotear la afirmación de quela vida familiar ha sufrido una transformaciónen su aspecto sicológico. Pero esta transformaciónno modifica las líneas maestras de la moral f ami-liar e incluso completa la relación moral desus miembros con nuevas responsabilidades. Detodos modos, la figura clave que encarna un ver-dadero postulado para el guionista de televisiónes el niño. En horas que no sean estrictamentepropias de una programación de adultos, el guio-nista debería trabajar como si su programa hubie-ra de presenciarlo cualquiera de sus hijos me-nores de edad.

Naturalmente, esto no significa que todo pro-grama de televisión deba ser aséptico, higiénicoy blanco, si por asepsia, higiene y blancura en-tendemos la impotencia, la inhibición o la exce-siva timidez para afrontar el mal moral comoelemento aleccionador. El Concilio Vaticano II, ensu esquema definitivo sobre medios de comuni-cación social, alude a la conveniencia de presen-tar el mal, con tal de que de el pueda deducirseuna reafirmación de los valores positivos.

¿Quién sería capaz de hablar del arrepenti-miento si primero no habla del pecado?... ¿Quiénsería capaz de medir la hondura sicológica yhumana de la pesadumbre si no hizo frente pri-mero a la presentación del contravalor?

El problema reside, efectivamente, en que esa

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presentación sea «equilibrada». Se trata de unequilibrio dinámico entre las dos fuerzas: tesisy antítesis, que deben coadyuvar por igual a lasíntesis positiva, que incide directamente en laestimación de valores o en la conducta moral delpúblico telespectador.

Puede interpretarse mi posición como si yo pre-tendiese que en cada uno de los espacios debellegarse a una temperatura moral que no desdigadel hogar medio en el que presencia la televisiónun menor de edad. ¡No! Entier do que esto seriaexagerado en el caso de los programas nocturnos,por ejemplo: Cuando hace arios se debatía en Es-tados Unidos el problema de los códigos moralesde televisión, los moralistas advertían que a esashoras la responsabilidad de los programas de tele-visión se reparte, cargando el acento en los pa-dres de familia. El caso de la presencia del niñoen esos programas —decían— representa el mis-mo caso que el de la asistencia del niño a lassalas de proyección cinematográfica. En definiti-va, son los padres los que les dan el dinero y, enel caso de la televisión, los que toleran culpable-mente su presencia en programas expresamentedestinados a los adultos. Excepto en estos casos,el guionista, vuelvo a insistir, ha de hacer delhogar una bellísima, radiante y sugestiva hipóte-sis de trabajo.

En el ario 1958, la UNDA (Asociación CatólicaInternacional para la Radio y Televisión) adoptóen Friburgo un Código Internacional de Televi-sión, que podríamos denominar el «Código de lospadres». Transcribimos íntegros sus siete puntos:

1. Los niños no deben contemplar la televisiónmás de dos horas al día como tiempo limite.

2. Los programas de horror (sobreexcitantes. es-cenas de crueldad, etc.) deben ser prohibidosen cualquier edad.

3. Se debe promover la idea de que todos losmiembros de la familia no tienen igual dere-cho para ver la televisión. A los niños se lesdebe instruir convenciéndolos de que algunosprogramas son sólo para mayores.

4. La televisión no se debe encender durante eltiempo de la comida.

5. Los padres se deben poner de acuerdo de an-temano sobre los programas que ellos con-sideran convenientes para sus hijos. Debendesconectar el televisor cuando los programasson inconvenientes y explicar a los niños porqué obran así.

6. Padres y educadores deben protestar contralos programas censurables e insinuar a losproductores aquellos que son dignos de elogiopor su calidad.

'7. Los padres deben exigir para sus hijos unhorario de programas que respete el ordende la vida familiar, emitidos antes de la horade acostarse los niños.

En cuanto sea posible e incluso a costa de sa-crificio, los padres deben procurar estar presen-tes cuando se ilumina la pantalla de televisión

para dirigirse a sus hijos. Los niños necesitanconstantes explicaciones. Los comentarios de lospadres, si son breves y seguros, serán de inmensautilidad.

Por otra parte, la televisión suscitará temas deconversación de los niños entre sí y entre losniños y los padres, que ayudarán notablementea conocerse mejor. Sin estar presentes los padreso alguna persona mayor no conviene que los ni-ños dispongan libremente del televisor. Las in-tervenciones de los padres deben ser breves, sindistraer con exceso la atención del niño y sinahogar su espontaneidad, respetando sus reaccio-nes personales, de gran valor sintomático y ex-presivo para su ulterior misión educativa. Frentea la pantalla, y gracias a ella, los padres respon-sables pueden hallar la fórmula mágica para un«reencuentro» interior con sus hijos. Bien merecela pena.

Los médicos y los sicólogos aconsejan no acos-tar al niño inmediatamente después que acaba-ron los programas de televisión infantil. Ese mo-mento de calma que sigue al cierre del programavale un imperio. Es una vuelta al mundo de larealidad. Es el momento justo, propicio, para quelos padres escuchen de labios del niño sus puntosde vista. Con toda seguridad el padre deberá pre-cisar, juzgar, comparar y encajar sus conceptos.Aludirá a sus conocimientos de la escuela .y tra-tará de salvar el abismo entre ciencia y vida,insondable para el niño: comprenderá hasta quépunto distingue entre ficción y realidad, cómoclasifica y jerarquiza los valores, cómo reaccionaante situaciones dadas, que implican una ref e-rencia a lo moral y lo religioso, qué grado desensibilidad posee y qué caracteres presenta sufisonomía espiritual.

Cuidado con los «dogmatismos». No se trata deimposiciones. Se trata de diálogo, el único medioposible y eficaz para que vuestros hijos transva-sen a la vuestra su propia alma. Apagad entoncesel televisor. No temáis que se acuerden de la brujao sueñen con el bandido desalmado. Esta nochedormirán tranquilos porque «encontraron a supadre».

Para concluir nuestro trabajo, con una llamadaa la concordia de todas las responsabilidades (f a-miliares, educativas, sociales y profesionales) quede un modo o de otro inciden sobre la educacióndel niño por medio de la televisión, nada másoportuno Que citar unas palabras de Pío XII:«La buena voluntad y la honrada actividad dequien transmite —dice— no son suficientes paraasegurar el pleno aprovechamiento de la técnicatelevisiva, ni para apartar todos los peligros. Esinsustituible la prudente vigilancia del espectador.La moderación en el empleo de la televisión, ladiscreta admisión de los hijos, según su edad,a los programas, la formación de su carácter yde su criterio recto sobre los espectáculos que hanvisto, y, finalmente el apartarlos de programasno aptos para ellos, pesa como un grave debersobre la conciencia de los padres y educadores.

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Caigamos en la cuenta de que especialmenteeste último punto podrá crear situaciones deli-cadas y difíciles, y de que el buen sentido pe-dagógico exigirá frecuentemente a los padres darejemplo, incluso con el sacrificio personal de re-nunciar a determinados programas. Pero... ¿aca-so será pedir demasiado que los padres se sacri-fiquen cuando está en juego el bien supremo desus hijos?...

Habrá de ser, por consiguiente, más que nunca

necesario y urgente formar en los fieles una con-ciencia recta de sus deberes de cristianos en eluso de la televisión, para que esta no se prestea la difusión del error o del mal, sino que lleguea ser un instrumento de información, de forma-ción y de transformación» (15).

P15) S. S. Pío XII; Encíclica «Miranda Prorsus», del8 de septiembre de 1957, Ed. Tipografía Poliglota Vati-cana, El Vaticano, 1957.