La herradura: farruca y granaína

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Farruca Palo inusual y cadencioso. Territorio sonoro de nostal- gias que con el paso del tiempo desgastaron la rabia. De gran musicalidad, con matices armónicos de apariencia liviana. Parábola musical de gestos tristes aunque lumi- nosos. Este cante nació entre las lluvias del norte de España, ya que farruco era el apelativo que los andaluces daban a gallegos y asturianos.

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Dos relatos ilustrados, con el tono de la farruca y la granaína, para cantar la rebeldía y divergencia de las gentes de La herradura. Por Barcia Magaz, con ilustraciones de Víctor Escandell

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Farruca

Palo inusual y cadencioso. Territorio sonoro de nostal-gias que con el paso del tiempo desgastaron la rabia. De gran musicalidad, con matices armónicos de apariencia liviana. Parábola musical de gestos tristes aunque lumi-nosos. Este cante nació entre las lluvias del norte de España, ya que farruco era el apelativo que los andaluces

daban a gallegos y asturianos.

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Farruca(Madre Patata)

Son sus ojos un campo llovido de transparente fatiga, de verdades como puñaladas sin réplica, casi mortales.

Ayer su ser fue un bramido taurino rodeado de espa-das en el coso de su sangre: O sos apartáis o sos corneo.

Venida de tierras verdes, de terruño de patatas; de los tubérculos arrasados por la ruina, y la histeria sorda y fantasmagórica del hambre de la posguerra. No me pro-híbas las patatas, porque si es cierto que no son mías, también es cierto que tuya es mi hambre. Que las sueltes te digo en nombre de España. No las suelto de manera ninguna. Tú y el que te acompaña, o sos apartáis o sos corneo. Lo hago con los dientes, con las garras, con la voz y, sobre todo, con la mirada.

Deseó entonces, la gitana gallega, la Gallega, que a aquel que le prohibía el sustento más vital se le oxida-ran en el corazón los hierros de las medallas militares, amargándole la vida.

Que mientras yo vea el sol te maldigan tus hijos por la desgracia que tú le infliges a los míos. ¡Entonces nunca más verás el sol!, le contestó. Y de esta manera le arranca-ron la mirada. También el latido de los hijos que nunca comieron patatas robadas.

Patatas robadas, un campo llovido. Dos vidas sega-das y un dolor comprimido.

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Si tú me das negro yo te digo blanco. A la ceguera que me condenaste la desoigo. Si tú negro yo blanco, a pesar de ti ya veo todo hermoso. Dos hijos me asesinaste, ahora todos los hijos de la tierra tengo, también los tuyos. Un campo llovido, dos manantiales.

Hoy, en La Herradura, después de las emigraciones fatigosas de los sesenta, que engordaron los cinturo-nes periféricos con el peso de miles de chabolas, todos tienen una madre: Madre Patata. Hasta el Fragüero la tiene. Le trae suerte el Vivo, la Aceitunita le baila, la contempla respetuosa y muda la niña viuda. Todas las lágrimas enjuga, todas las visiones alegra. Si tú negro yo blanco. No sé hacer más que quereros a todos. No sé hacer más que, desde mi ceguera, contemplar realmente como sois: niños tan bonitos y de patata.

Una azul sentencia ha irrumpido en La Herradu-ra. Armados persiguen a dos de sus hijos. Un segundo necesitan para escapar. Garrota en mano, esta vieja se llega a la plaza y los policías se clavan en ella. Todos son-ríen, ya saben lo que va a pasar. Una autoridad entonada desde la fuerza de una gitana gallega, la Gallega, los paraliza durante ese segundo y un puñado más:

O sos apartáis o sos corneo.

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Campo llovido, dos manantiales. Todos son hijos de una gallega. De melancólica mirada, de nubes bajas, de sangre tierna, con una verdad en las manos, en las pier-nas, en la mirada: todos sois de patata.

Campo llovido. Dos manantiales.

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Granaína

La Granaína, también conocida como Fandango de Granada, es un estilo que maduró en una sencillez que sin duda influyó en su popularidad. Vibrante y recio, sin ambages ni excesivos matices. Hermosura sencilla que cuenta pequeñas historias de las que en realidad está

compuesto el mundo.

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Granaína(Sele el del Puente)

A los del Alcampo se lo quitó. Fue un carrito de la com- pra que el Sele les afanó. Lleva años con el carrito, cos-tras de tiempo y mierda en la piel. El Sele, Selenio, luná- tico amigo de la noche en La Herradura insomne. Como un filósofo a la deriva en un mar sin olas, sufriendo cuando es consciente, que es ya casi nunca. A la deriva en un mar sin olas, ¡qué!, niña, ¿te montas en mi barca? En una esquina de La Herradura atesora chatarra: puertas de una casa que no tiene, ventanas para una vista muy grande, juguetes para unos hijos que no saben, lágrimas para una mujer que no retuvo. Selenio de vino y viento. Muy elegante en el andar, erguido en su caída, antiguo ejecutivo desposeído de fax. Nadie sabe, a nadie aquí le importa por qué fue la caída. Pero el Sele, hecho de luna, le arregla las cuentas a todos. Por eso La Herradu-ra le ha cedido un garaje, para que aparque su vida aquí, cerca de quienes aprecian las historias a medio hacer.

Al Sele, al que también se le conoce por Sele el del Puente, se le ve en todas las fiestas y derrotas de La Herradura. Él las toma en sus manos, las mide, las pesa, y concluye siempre que ambas son igual de valiosas, las fiestas y las derrotas. Sele el del Puente calibra con pla-cer el valor de cada cosa de La Herradura, y todo le vale,

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todo es bueno, hasta lo malo. ¿Sabéis por qué?, porque todo es de verdad: la sangre, vuestro amor, los odios, los golpes, las carreras, las fiestas, las lunas de viento y vino.

En ocasiones le da el telele, entonces se sienta en el suelo y se lamenta: ¡no tengo maletas, ni siquiera tengo maletas! Esto le pasa frecuentemente, nadie sabe el por-qué. Tiene, en cambio, un baúl roto en el montón de chatarra. Un baúl roto en el que se sienta y medita sobre las cosas buenas que le da La Herradura. Es como un extranjero respetuoso, al que al principio no se quiso, es más, se le partió la cara en algunas ocasiones. Pero el Sele fue duro, eso o que no tenía otro sitio al que marcharse a vivir su ruina. Más tarde vino lo del puen-te, porque la gente le preguntaba, más que nada por saber, para qué era toda aquella chatarra. Y él siempre contestaba lo mismo: para hacer un puente, para hacer un puente.

Cuando vaga por la ciudad con el carrito del Alcam-po, buscando cosas que amontonar, no hay quien se atreva a acercarse a la montaña de sus tesoros sin brillo. Ya en una ocasión vinieron los del Ayuntamiento con su rostro de cemento a letrear, a saber qué era aque-lla montaña de desechos. Pero no tocaron nada, porque nadie les dejó.

No poner la mano ahí, que eso es de Sele el del Puente. No poner la mano que será peor para todos.

Aquella noche Sele el del Puente llegó muy tarde, en un descuido le habían robado el carro del Alcampo, toda La Herradura se enteró. No hay derecho a que a un hombre hecho y derecho con conocimientos del manejo del fax le roben

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su carro. ¡Qué vergüenza!, grita otro. No sé adónde vamos a llegar, comenta una mujer riéndose. Sele lloró durante casi toda la noche, se le escuchó por toda La Herradura, pero nadie se lo recriminó, porque el dolor y la queja son sagrados, o casi. Y entonces le dio el telele: ¡No tengo maletas, ni siquiera tengo maletas!

La Herradura está al otro lado de la ciudad, donde el viento da la vuelta; en palabras de uno de los Latiguillos: estamos en a tomar por culo. Aislada por una carretera inmensa que no se puede cruzar. Una carretera que es como un foso de pez protegiendo de los habitantes de La Herradura a las casas ricas de enfrente. Qué pena me dan, dice Sele el del Puente. Qué pena, siempre defendién-dose, temiendo, qué pena lo que fui, ¿dónde están los réditos del éxito? ¿Dónde estará mi fax? ¿Dónde estará mi carro?

A eso del mediodía ha parado la furgoneta del Ortu-ño en La Herradura, ha pegado dos pitidos, y una mara-ña de gente se ha congregado en la puerta del garaje que ocupa Sele el del Puente.

El Fragüero llama enérgicamente. Todos contienen una risa, a pesar de no haber pegado ojo por el lamento sonoro de este jodido Sele. Al final la puerta del garaje marca la amanecida de este ejecutivo desterrado. Qui-tándose las legañas y con un aspecto indigno, el Sele pregunta si ha pasado algo. La gente ya sonríe abier-tamente. El Fragüero pone voz de discurso y contes-ta: Aquí un presente de La Herradura, para que no vuelvas a lamentarte por Manolo Escobar, que es muy mustio. De entre la gente salió el Ortuño, que había bajado de la furgoneta un nuevo carrito. Éste no es del Alcampo, es

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mucho mejor para cargar las cosas que tú cargas, nueva tec-nología del carrito: carrito IKEA.

Emocionado, Sele el del Puente habló: Ya sabéis todos, que las cosas que cojo son para hacer un puente, de aquí adon-de las casas ricas. Lo que no sabéis es para qué es el puente. El puente no es para que nosotros nos vayamos a vivir en aquellas casas, es para que ellos puedan disfrutar de lo que hay a este lado, con vosotros, viento y vino.

La Herradura se quedó en silencio. Más que nada por respeto, pero sin comprender las palabras raras de un filósofo sin fax.

De todas formas, añadió el Fragüero, lo más importante para nosotros es este otro presente. La Solares se acercó y puso delante de Sele el del Puente un par de maletas viejas pero fuertes. A lo mejor así dejas de lamentarte y podemos dormir todos. La gente comenzó a dispersarse. ¿Las maletas están vacías?, preguntó Sele poniendo cara de trastornado. Lo están, respondió la Solares. Sele el del Puente respiró a pleno pulmón aliviado. Las maletas deben estar vacías, para que en cualquier momento se pueda volar. Como un niño chico, igualito, igualito, condenó la Gallega con cariño resignado.

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Una puerta sin casa, una ventana con vistas muy grandes, juguetes para unos hijos que ni siquiera saben, y una mujer que prefirió el fax. Sele el del Puente, el ca-rretillero de La Herradura, que ya tiene maletas vacías para poder volar. Con la mirada torcida se queda como perdido y le retumba la voz de una mujer: ¡Viento y Vino!

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Epílogo con silencio

¿Escucháis los caballos de roja silueta ardiendo el cielo? ¿Los sentís galopando por vuestras venas? Quizá no. Quizá yo tampoco. A lo peor ya no seamos capaces de ver más que a través de nuestras pupilas transformadas en relojes de arena, desde los cuales se nos agota el tiem-po de los sentimientos y las pasiones. A fecha de hoy, todos los personajes que aquí se citan siguen vivos, los muertos también.

Pero la cestera sigue su rumbo, creando cestas con el mimbre de nuestras vidas. ¿No os he contado quién es la cestera? ¿No lo intuís? Lentamente se revela en mi interior, algún día contaré su historia, a pesar de que ella no la considere importante, ¿verdad Solares?

Los muertos están vivos, los vivos no siempre, que suenen las palmas. La lluvia moja las viñas, el frío retor-na y el aceite luminoso de oliva verde nos cobija en este nuevo otoño.

Sigamos siendo, o mejor dicho, seamos como la ban-dera del pueblo gitano, una rueda en perpetuo movi-miento. Siempre de paso en un ocaso temporal.

Qué lejos quedan los limones, las canciones, los chi- chones. Ya regresarán límpidos como la sonrisa del Vivo. Por ahora, nada más.

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