La _Guindilla_ y Su Entorno. Comercios en Ezcaray.

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Adolfo Soto Sáez Restaurantes y Apartamentos Turísticos Rincones del Vino Ezcaray - Logroño (La Rioja) España 377 La “Guindilla” y su entorno Arriaga abre una carnicería, en la calle Carnicerías, quizás con este nombre porque había dos seguidas, la de “Guindilla” y “Pochila”, en la segunda al padre ayudan sus hijos, José Luís y Gloria. El chico se establece en Haro como carnicero. Arriaga tiene cuatro hijos: Mari, Antoñita (se fue a Londres), Blanqui (casada con Fernando Cuesta) y Justito (Continuó en mi calle, Doña Mercedes de Mateo, el negocio de carnicero en el local de carnicería que dejaron Germán y Angelita, hoy cerrado). Mari, casada con Josechu, seguirá el negocio de su padre, abriendo una pequeña tienda de ultramarinos que se moderniza y con el tiempo pasa a ser el más conocido autoservicio de Ezcaray. Tras el repentino fallecimiento de Josechu, su marido, hoy lo llevan sus hijos, Sergio, Márian y Patricia, todos tan amables y cariñosos como sus padres. (1). Una antigua y original fotografía. Arriaga saca las vísceras de un animal que cuelga del marco de la puerta y al que previamente le quitó la piel, posiblemente un carnero u oveja. A su lado una señora parece entretenida y sonríe ante alguna ocurrencia del carnicero. Los perros deben estar bien alimentados porque ‘pasan’ de una más que probable ocasión de comer algo. A la derecha el burrito de Arriaga, atado, espera para trasladar a su dueño y la res a Ezcaray. 2. Como publicidad en programas de fiestas de Ezcaray, año 1960, aparece el nombre de carnicería, “La Guindilla”, de ello el apodo con el que cariñosamente se conoce a esta familia sustituyendo al apellido. (3). Tiempos felices. Hoy lo siguen siendo pero con añoranzas. Junto al autoservicio, Mari, con su marido Josechu. Al fondo a la derecha de la foto, el cordero atado por sus patas bala lastimosamente llamando a su madre (1). Mari (2). El silencio de los corderos. La película con el mismo título es magnífica, los corderos mueren pero no en silencio. Lo tengo grabado a fuego en mi memoria. Frente a la casa en la que nací y vivía en Ezcaray se encontraba la carnicería de un matrimonio, Germán y Angelita. Para despertarme e ir a la escuela no era necesario que mi madre lo hiciese, casi todos los días lo hacían los corderitos que atados como un rollito de lana por sus patas, las delanteras con las traseras, Germán traía sobre una carretilla de madera de una cuadra cercana hasta la puerta de la carnicería, en la que supongo los dejaba para desayunar y coger las herramientas propias de su oficio, cuchillos, calderos, etc., y con todo dirigirse al matadero, que lamentablemente estaba junto a las Escuelas Nacionales, en las que yo “estudiaba”. Al rato, pasaba otro carnicero, Faustino, vecino de mis abuelos, con sus corderos balando en su carretilla.

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La “Guindilla” y su entorno Arriaga abre una carnicería, en la calle Carnicerías, quizás con este nombre porque había dos

seguidas, la de “Guindilla” y “Pochila”, en la segunda al padre ayudan sus hijos, José Luís y Gloria. El chico se establece en Haro como carnicero. Arriaga tiene cuatro hijos: Mari, Antoñita (se fue a Londres), Blanqui (casada con Fernando Cuesta) y Justito (Continuó en mi calle, Doña Mercedes de Mateo, el negocio de carnicero en el local de carnicería que dejaron Germán y Angelita, hoy cerrado). Mari, casada con Josechu, seguirá el negocio de su padre, abriendo una pequeña tienda de ultramarinos que se moderniza y con el tiempo pasa a ser el más conocido autoservicio de Ezcaray. Tras el repentino fallecimiento de Josechu, su marido, hoy lo llevan sus hijos, Sergio, Márian y Patricia, todos tan amables y cariñosos como sus padres.

(1). Una antigua y original fotografía. Arriaga saca las vísceras de un animal que cuelga del marco de la puerta y al que previamente le quitó la piel, posiblemente un carnero u oveja. A su lado una señora parece entretenida y sonríe ante alguna ocurrencia del carnicero. Los perros deben estar bien alimentados porque ‘pasan’ de una más que probable ocasión de comer algo. A la derecha el burrito de Arriaga, atado, espera para trasladar a su dueño y la res a Ezcaray. 2. Como publicidad en programas de fiestas de Ezcaray, año 1960, aparece el nombre de carnicería, “La Guindilla”, de ello el apodo con el que cariñosamente se conoce a esta familia sustituyendo al apellido. (3). Tiempos felices. Hoy lo siguen siendo pero con añoranzas. Junto al autoservicio, Mari, con su marido Josechu.

Al fondo a la derecha de la foto, el cordero atado por sus patas bala lastimosamente llamando a su madre (1). Mari (2). El silencio de los corderos. La película con el mismo título es magnífica, los corderos mueren pero no en silencio. Lo tengo grabado a fuego en mi memoria. Frente a la casa en la que nací y vivía en Ezcaray se encontraba la carnicería de un matrimonio, Germán y Angelita. Para despertarme e ir a la escuela no era necesario que mi madre lo hiciese, casi todos los días lo hacían los corderitos que atados como un rollito de lana por sus patas, las delanteras con las traseras, Germán traía sobre una carretilla de madera de una cuadra cercana hasta la puerta de la carnicería, en la que supongo los dejaba para desayunar y coger las herramientas propias de su oficio, cuchillos, calderos, etc., y con todo dirigirse al matadero, que lamentablemente estaba junto a las Escuelas Nacionales, en las que yo “estudiaba”. Al rato, pasaba otro carnicero, Faustino, vecino de mis abuelos, con sus corderos balando en su carretilla.

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Si nunca lo escucharon, no pueden imaginarse como lloran y piden socorro, con sus balidos, los corderitos llamando a su madre en un último e inútil esfuerzo por salvar su vida. Parecen auténticamente niños que aún no aprendieron a hablar y han sido abandonados, quizás lo hacen por hambre y miedo a morir.

Me levantaba y los miraba acongojado desde mi ventana porque sabía cual era su destino y en más de una ocasión estuve tentado de bajar y con la afilada navaja de mi padre liberarles de sus ataduras para salvarlos, pero posiblemente siempre me faltó valor y tampoco los hubiera salvado.

Tras arreglarme y desayunar iba andando hasta la escuela. Antes de entrar al patio de la misma

pasaba junto a la puerta del matadero, siempre abierta, en la que además de la de Germán había otras carretillas y algún coche-furgoneta con rollizos cerdos, incluso pequeños camiones de ganado con terneros. Dentro, entre charcos de sangre, observaba el nervioso ir y venir de los carniceros del pueblo.

En la calle y junto a la puerta a mano derecha había una rústica banca de madera que empleaban para matar los cerdos y sangrarles, removiendo la sangre en un caldero que salía de la cuchillada de su cuello a borbotones, así lo hacían cuando con ella pensaban hacer morcillas. De no ser así la dejaban caer sin remover y cuando se enfriaba quedaba como un bloque de gelatina que vendían a peso en la carnicería.

Ver como mataban los cerdos no era algo que me gustara, desde el momento que con un gancho los atravesaban la piel de la cara o papada para sujetarlos y tumbarlos sobre la banca, los chillos que daban estos animales erizaban la piel. Quizás por respeto a los niños y niñas los sacrificaban cuando ya estábamos en las clases y al salir del recreo corríamos a ver como “chamuscaban” su piel con el fuego de helechos secos en la puerta del matadero, daban vueltas al cerdo y prendían los helechos debajo y sobre el mismo. Si teníamos suerte, el carnicero que más nos conocía, cortaba una tetilla chamuscada que estaba gloriosa.

Lo que relato puede convertir a cualquiera en vegetariano, a los que mucho respeto, pero quienes

nacimos en estos pequeños pueblos y aldeas hemos terminado por considerar normal el sacrificio de los animales, por preciosos y simpáticos que sean, para que otros animales, el hombre, a cuya raza pertenezco, podamos seguir viviendo. Somos tantos que sin sacrificar animales, terrestres o marinos, moriríamos de hambre y desnutrición por cientos de millones. Entre mis hijos y nietos y los de una oveja, cerdo o vaca, mi elección no es dudosa, aunque particularmente mejor me iría comiendo menos embutidos y carne.

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Desde Rusia con amor Ya que hablamos de Mari, su nueva vecina es una rusa. Con su pareja acaban de llegar a Ezcaray

cargados de ilusiones. Ella es una artista que pinta miniaturas típicas rusas, con lo que nos ahorramos un largo viaje del que volveríamos con algunas vivencias y las cosas que en esta nueva tienda podemos encontrar sin salir de Ezcaray. El local fue un taller de bicis, alquiler y arreglos de Manolo, tienda de comestibles de Satorre, etc.

Él, tenía un proyecto de diversión y deporte al aire libre entre arbolado a base de cables y cuerdas

por los que deslizarse. Un parque que pretende ser el más completo de España y para todas las edades y niveles de dificultad. Para mí, que aun me atrevo a invertir en los tiempos que corren y seguir apostando por mi pueblo, me admiran los forasteros que llegan hasta aquí con ilusión de llevar adelante proyectos, sin miedo a las dificultades que ello presenta y riesgos de iniciar nuevas empresas, por lo que les deseo toda la suerte del mundo. Otros vecinos de Mari. Silvia lo fue durante años pero ya cerró su pequeña mercería, antes taller de Boni, el zapatero casado con Isidra y padres, entre otros, de Boni el músico.

La antigua panadería de los Bascuñanas, hoy es una moderna tienda textil <<la boheme>>, junto a ella la última panadería artesana de Ezcaray, ahora podemos decir sin temor a discusión que es la que mejor pan hace, además de los dulces típicos de panadería, mostachones, etc. La cercana de los ‘Rubios’ también cerró.

La veterana Cooperativa de consumo San Lorenzo ha ido evolucionando con los años, primero integrada en ‘SUMA’ y ahora (2012) en CARREFU, poco tiene que ver con sus inicios cuando Cipri estaba de encargado, blanco y negro (1). (3) En la esquina de la calle ‘Carnicerías’, el Lorca, bar con muy buen ambiente de vino y tapas que dejó en alquiler Chuchi, cuando fue elegido alcalde, a Jorge Lladó, al que su madre Mari, con muchas tablas, ayuda y asesora. Frente al Lorca inmobiliaria ADISER, en la que fuera tienda y pensión de una conocida familia de Zaldierna.

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En unos pocos metros en torno al Autoservicio Mari-Carnicería, podemos encontrar “de casi to”.

1-2. Frutas y verduras de la mayor calidad, autoservicio, carnicería, etc. Manuel elige una buena naranja, Sergio ayuda. 3. Cuidada tienda para disfrute de las damas, junto a la carnicería de Altuzarra.

1-2. Dando color a la calle, Floristería Maria Teresa. Profesionales con gusto. 3. Librería de viejo. El libro que busca.

1. Cincuentaonce. Profesionales en bicis. 2. A su lado deliciosos dulces. 3. Si te excedes, farmacia Masip.

1-2. Toca Madera. Interesante tienda de muebles. 3. Para sus pies calcetines de Alarvi.

1. Cuidamos tu Casa y comida para llevar. 2. Juguetes, papelería, perfumes, complementos, etc. 3. Peluquería y mercería. Sobre otros interesantes comercios en esta zona, algo les conté en los cuadernillos “Calle del Estanco”, “Pedro Masip, Hotel Inés, Rosana, etc.”.